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FICHA DE CÁTEDRA

RESUMEN

Existen posiciones antagónicas frente a qué se considera salud, que inclusive parten de cierto momento
en el que parecían justificarse en un discurso unificado. La llegada de la medicina como ciencia y la
medicina preventiva como solución a las enfermedades de la población, ha generado que se produzca un
viraje en el que la salud deja de ser patrimonio del sujeto y su médico, para pasar a ser objeto de
legislación y responsabilidad estatal, generando finalmente la mercantilización de la salud y la reducción
del campo de acción y adaptación del individuo, así como la fragmentación de la medicina en
especialidades que dejan por fuera el dominio del propio cuerpo.

INTRODUCCIÓN

No fue necesario que aparezca Hipócrates para que se hablase de lo que es sano y lo que es nocivo. Es
decir, queramos o no, existe una noción a priori de lo sano y de la salud, y que actualmente, cuando se
aplica de manera popular, termina descalificándose y tomándose como incierta.

Es decir, Canguilhem plantea que las cuestiones vinculadas a la salud fueron siempre de interés popular
por razones obvias, y que con la llegada de la medicina se terminó arribando al punto en que se
descalifica cualquier aporte sobre salud que no provenga de la ciencia.
No podemos negar que hay una noción a priori de salud que necesariamente atraviesa a los médicos
como parte de la población, más allá de su condición de especialistas. Por este motivo, ningún aporte
debe ser descartado. ¿Por qué? Por su potencial efecto fundado en ser un elemento-parte del sistema
humano epocal: No dejan de partir de un idéntico punto, convertido mediante un interjuego dialéctico
en un discurso que hoy, equivocadamente, se cree que partiría de una imposición. Así es que no
solamente ambos discursos o planteamientos son válidos sino que se retroalimentan, son inescindibles y
funcionales al sistema general.

Ahora bien, si admitiéramos que es posible una definición de la salud más desestructurada, no
proveniente de la ciencia, sin referencia a algún saber explícito, ¿dónde buscaríamos su fundamento?

Veamos algunas definiciones de salud que no son “hijas directas” de la medicina/ciencia.

ALGUNAS DEFINICIONES DE SALUD

Encontramos definiciones que se refieren al silencio de los órganos:

Un célebre cirujano, profesor en la Facultad de Medicina entre 1925 y 1940 dijo: “La salud es la vida en
el silencio de los órganos”. Y antes, Charles Daremberg había escrito que en el estado de salud no se
sienten los movimientos de la vida, todas las funciones se realizan en silencio.

Encontramos definiciones que toman el silencio de manera negativa:


Henri Michaux, sostiene que dado que la salud es silenciosa, en ella se origina la impresión,
inmensamente errónea, de que todo puede darse por descontado, agregando entonces que sus
enseñantes serían las perturbaciones del espíritu.

Encontramos también posturas más “complejizadas” y que plantean la constante incertidumbre:

Diderot escribió en 1751: “Cuando uno está sano, ninguna parte del cuerpo nos instruye de su
existencia; si alguna de ellas nos avisa de ésta por medio del dolor, es, con seguridad, porque estamos
enfermos; si lo hace por medio del placer, no siempre es cierto que estemos mejor”.

Podemos ver entonces, como la salud es un tema filosófico frecuente en la época clásica y en el Siglo de
las Luces, abordado casi siempre por referencia a la enfermedad, cuya dispensa es tenida por
equivalente de la salud. Es decir, aparece flotando una cuestión relativa a la imposibilidad de objetivar la
salud, visibilizada a través de su necesaria oposición a la enfermedad.

¿Acaso esto no da cuenta de una tendencia a forzar un concepto universal de salud?

LA SALUD Y LA CIENCIA

Es interesante la postura de Kant, quien dice que la salud es un objeto ajeno al campo del saber, ya que
aunque no sintamos alguna enfermedad, estaríamos solo en apariencia saludables. Es decir “no hay
ciencia de la salud”.
Si no hay ciencia de la salud, podríamos pensar en lo que Descartes, por su parte, en 1649 escribe: Dice
que aunque la salud sea el más grande de todos los bienes que conciernen a nuestro cuerpo, es aquel al
que dedicamos menos reflexión y con el que menos nos deleitamos. Lo compara con el conocimiento de
la verdad pensada como salud del alma (una vez que se la posee, no se piensa más en ella). Eso mismo
sucedería con la salud. La salud sería la verdad del cuerpo. No es la verdad de ninguna ciencia.

Esto se homologa posteriormente con Nietzsche, con Bernard, inclusive en el Tratado de Sterling, en
tanto se insiste en pensar la salud como algo ajeno a la ciencia y al mecanicismo propio del siglo XIX. El
mensaje es que no se debe homologar la salud a un efecto necesario de relaciones de tipo mecánico. La
salud, verdad del cuerpo, no puede ser explicada con teoremas. No hay salud de un mecanismo.

Como ejemplo, tenemos a Descartes quien compara el reloj que funciona y el que no funciona con el
hombre hidrópico (que bebe mucha agua). Sostiene que tener sed cuando beber es pernicioso
constituye un error de naturaleza. Para una máquina, el estado de “funcionar bien” no es la salud ni el
desajuste es la enfermedad.

EL CUERPO NO ES UNA MÁQUINA

Nadie lo dijo con tanta profundidad como Raymond Ruyer cuando sostiene lo siguiente: “es absurdo
concebir el organismo como una máquina de regulación ya que las máquinas de regulación de otra
máquina siempre vienen a reemplazar una regulación orgánica inexistente. El cuerpo tiene
autorregulación”.
En este sentido, el cuerpo sería un existente singular que, en estado de salud, expresaría sus poderes en
un entorno al que está expuesto, que incluye también la capacidad de evaluar y representarse a sí mismo
esos poderes, su ejercicio y sus límites. La salud del cuerpo es, simultáneamente, un estado y un orden;
un producto cuyo fenotipo modifica su estructura morfológica y singulariza sus capacidades según su
modo de vida (elegido o impuesto).

EL DISCURSO HIGIENISTA Y LA DEGRADACIÓN DE LA SALUD INDIVIDUAL A UNA MERCANTILIZACIÓN DE


LA CURA

Ahora bien, cuando decimos que -en algún punto- la salud del cuerpo es algo así como una “adaptación”,
el discurso higienista encuentra oportunidad y justificación (disciplina médica tradicional que hoy está
travestida por una ambición socio-política que tiende a ajustar (y controlar) la vida de los individuos)
para tomar cartas en el asunto. Llevan la cuestión de la salud a un lugar donde pierde su significación de
“verdad” para recibir una significación de “facticidad”, haciéndose objeto de un cálculo.

Así, pareciera que la salud tuviera que ver con cierta seguridad y se mezclan los discursos porque, en
apariencia, son compatibles.

Pero estamos lejos de creer que la salud sea mensurable con aparatos. La salud es libre, no
condicionada, no contabilizada. Y esta salud no es objeto del higienista que se dedica a dictar normas
para una población, sin trabajar sobre individuos.

Entonces, cuando hablamos de “salud pública” sería preferible hablar de salubridad.


¿Por qué? Porque lo “publicado” no es precisamente la salud, sino la enfermedad. El hombre sano que
se adapta silenciosamente a sus tareas, que vive su verdad de existencia en la libertad relativa de sus
elecciones, está presente en una sociedad que lo ignora.

Es decir: Si digo que estoy bien, atajo preguntas estereotipadas. Si digo que estoy mal, la gente quiere
saber cómo y por qué, se pregunta o me pregunta si estoy inscripto en la Seguridad Social. El interés por
una falla orgánica individual se transforma en interés por el déficit presupuestario de una institución.

REIVINDICANDO UN CONCEPTO DE SALUD

La verdad de MI cuerpo, su constitución misma, no es susceptible de una idea (es imposible su


representación).

Lo que hay es idea del cuerpo “en general” planteada, definida o delimitada desde conocimientos
biológicos y médicos progresivamente verificados que validan los artificios que el saber médico puede
sugerirme para sustentarlos. Es decir, es válido esto último, siempre que no olvidemos que “mi médico
es aquel que acepta de mí que lo instruya sobre lo que solo yo estoy habilitado para decirle: lo que mi
cuerpo me anuncia a mi mismo a través de síntomas cuyo sentido no me resulta claro. Mi médico es
aquel que acepta de mí ver en él a un exégeta, antes de aceptarlo como reparador”.

Se pensaría entonces, desde el pueblo, a la salud como un permiso para vivir y actuar por el beneplácito
del cuerpo: Poder abusar de la salud. Y para tomar esta filosofía de la salud, es necesario dejar de
considerar al cuerpo como un cuerpo dividido, que es la difusión oficial desde la medicina, ideología de
especialistas que hace que el cuerpo sea vivido como una batería de órganos.

El punto justo sería integrar el reconocimiento de la salud como verdad del cuerpo en el sentido
ontológico y también admitir como resguardo, cierta verdad en el sentido lógico, es decir, de la ciencia.

LA MEDICINA PREVENTIVA Y LA RELACIÓN ENFERMO-MÉDICO

Esta integración de la que hablábamos, nos invita a pensar en la relación existente entre enfermo y
médico. Entre el enfermo y el médico la curación pareciera ser -de entrada- lo que el enfermo espera del
médico. Y los médicos perciben en la curación algo de la subjetividad (que sería la evaluación del
enfermo sobre su propia salud) cuando -desde su punto de vista- la búsqueda de curación debiera ser
constantemente objetiva y apuntada a proponer un eje de un tratamiento validado por el resultado
estadístico que podría llegar alcanzar la curación.

De hecho, un médico lo es, en tanto se basa en poner a disposición una obligación de medios y no de
resultados. El médico que no cura no deja de ser médico, como sí pasa con el curandero, por ejemplo,
que al no tener un título habilitante necesita explicitar el hecho fáctico de la curación para ser
reconocido en ese lugar.

Esto es un problema, porque se vuelve a degradar y descalificar tanto el pedido del enfermo como su
derecho a hablar de su propio cuerpo.

En la óptica del psicoanálisis las cosas se dieron de manera inversa: La curación es signo de capacidad
reconquistada por el paciente poniendo él mismo fin a las dificultades. Entonces la curación ya no está
gobernada por el exterior, y la enfermedad no se entendería como un accidente sino como un fracaso de
conducta, o incluso como una conducta de fracaso.

El tema es que con el descubrimiento de Pasteur y el éxito de los primeros métodos curativos basados en
la microbiología se empezó a provocar el pensamiento en los médicos de que el ideal no es la curación
sino la prevención de enfermedades. Y entonces la imagen del médico comenzó a ceder lugar al Estado
como encargado de velar por el respeto de la salud o del derecho a la salud por el bien de todos,
apareciendo la medicina preventiva.

Ésta, que en algún punto extiende la sobrevida, genera la aparición de nuevas enfermedades, y entonces
el cumplimiento de las dos ambiciones de la vieja medicina (que serían curar enfermedades y prolongar
la vida) produjo el efecto indirecto de poner al médico de hoy frente a enfermos alcanzados por una
nueva realidad: Si es posible o imposible la curación. Pero entonces, si la extensión de la vida no viene
más que confirmar la fragilidad del organismo y su deterioro Irreversible, y si la historia de la medicina
tiene por consecuencia terminar abriendo la historia de los hombres a nuevas enfermedades, la curación
es un mito.

Pensémoslo así: Curar sirve para encontrar un bien perdido que es la salud o algún órgano o
funcionalidad comprometida. Pero ahora la salud es percibida como un deber que debe observarse
desde los poderes socio-médicos. Esta situación quita al sujeto la posibilidad de seguir haciéndose cargo
de su propia salud, comenzando a constituirse una lengua que niega la dignidad de la lengua de la
persona común. El médico debe aceptar que las demandas pueden limitarse a conservar cierta calidad
de disposición de la vida para recuperar un equivalente, y es posible que el médico no comprenda que
cierto paciente del que hizo que desaparecieran dolencias, igual no se considere satisfecho, etc. El
discurso universitario en la medicina los prepara muy mal para admitir que la curación no depende de
soluciones exclusivamente fisiológicas o físicas. Hay un constante desprecio.
La organización sanitaria actual parece que quisiera disimular a la gente que desde el momento que está
vivo es normal enfermarse y que también es normal curarse con o sin auxilio de la medicina, ya que es
preciso que la vida esté dada para que pueda juzgarse necesaria su posibilidad.

El hombre está abierto a la enfermedad y esto no es por una condena del destino sino por su simple
presencia en el mundo. Entonces, la salud no es una exigencia de orden económico que tiene que
hacerse valer en el marco de una legislación; es la unidad espontánea de las condiciones de ejercicio de
la vida; y este ejercicio fundó el riesgo al fracaso. Es más, es el riesgo de que ningún status de vida
socialmente normalizado pueda preservar al individuo. Conviene hoy trabajar para curar a los hombres
del miedo de tener que forzarse eventualmente a curarse sin garantía de éxito, y para curarlo de
enfermedades cuyo riesgos son inherentes a los goces de la salud.

En este sentido y pensando en la necesidad de “educar” sobre estas cuestiones, Goldstein trabajó sobre
un concepto que se vincula con una posible “pedagogía en la medicina”. Sostiene que está el concepto
de “comportamiento ordenado” y de “comportamiento catastrófico”, diciendo que en el primer caso
tendremos un organismo sano que se reconcilia con el mundo para poder realizar todas sus capacidades,
y que en el estado patológico (catastrófico) se reduce la amplitud inicial que uno tiene para poder
intervenir en el medio. Así, en el ansioso empeño por evitar situaciones generadoras de comportamiento
catastrófico vemos la expresión de una vida que está perdiendo capacidad de respuesta, ya que la
conservación vendría a ser “no vivir”. Animarse a curarse es pagar en esfuerzos el precio que devendría
en un retraso en la degradación.

Cuando hay una enfermedad el paciente está frente a una alternativa que puede ser: a) elegir un
achicamiento del medio en donde moverse perdiendo la libertad o, b) elegir un achicamiento menor que
le va a traer un sufrimiento más grande.
Sí lucha contra el sufrimiento más grande, la posibilidad de acción aumenta; si elige escapar al
sufrimiento gracias a la terapéutica médica, junto con ello perdería su capacidad de acción. Es acá donde
el médico debería aconsejar, y la respuesta que dé va a tener que ver con qué posición tiene el médico:
es decir, si entiende que su trabajo es objetivo o si cree que debe llevar al enfermo en el difícil camino de
la curación, para lo cual debe tener la convicción de que la relación médico-paciente es una situación
basada en un debate entre dos personas en la que una quiere ayudar a la otra, para adquirir una
estructuración lo más conforme posible con su esencia.

Habría entonces que resolver esta dificultad creando equipos de salud en la que los médicos y el
personal estén motivados para recrear relaciones de los individuos con el cuerpo, el trabajo y la
colectividad. El objetivo del médico como “educador” es volver inútil su función, y si fuera posible una
pedagogía de la curación debería ser equivalente a la prueba de realidad de Freud; es decir, obtener un
reconocimiento por parte del sujeto de que ninguna técnica, ninguna institución presente o venidera, le
va a asegurar la integridad garantizada de su capacidad para relacionarse con los hombres y las cosas.

La salud no es una constante de satisfacción sino poder dominar situaciones peligrosas en un estado de
menor renuncia posible. Entonces, aprender a curar es aprender a conocer la contradicción entre “la
esperanza de un día” y “el fracaso al final” sin decirle “no” a la esperanza de un día.

¿Y SI PENSAMOS EN EL ORGANISMO Y LA SOCIEDAD?

Hay una tendencia a equiparar organismos y sociedades, y el problema es que si esto pasa es factible
que las soluciones se conviertan en argumentos para la práctica política. Agregamos que, en realidad,
hay una tentación en asimilar un organismo a una sociedad.

De ser así se degradaría una cuestión natural a una cuestión ficticia con las consecuencias lógicas que
eso acarrearía.

Cuando se asimila la sociedad a un organismo es por el paradigma del “organicismo” que existió en el
siglo XIX principalmente. El problema de esta asimilación es que se terminan esperando cosas sobre las
estructuras y su funcionamiento que no son necesariamente esperables. Es decir, lo que domina la
asimilación del organismo a una sociedad es la idea de la medicación social, terapéutica social; remedios
para los males sociales. Esto se traslada al organismo.

Organismo y sociedad no son lo mismo. Un organismo es un modo de ser excepcional desde el momento
que vive, y la norma o regla es su existencia misma. Así, la norma que es preciso restaurar cuando ese
organismo se lesiona, no se presta a la ambigüedad sino que tiene mecanismo de autorregulación y está
claro para todo el mundo que el método es el organismo en sí.

En cambio, cuando hablamos de sociedades, si queremos definir si están enfermas, se discute un estado
ideal o una norma; no es algo objetivo. Es discutible cuando una sociedad está enferma y cuando no,
debido a que la naturaleza de los males sociales y qué se considera un mal social es un concepto oscuro
y que depende mucho de los seres humanos; y en esto van a haber siempre diferentes posturas.Desde el
punto de vista social, el desorden, el abuso, parece ser el problema. Están muy claros cuáles son los
problemas que hay que trabajar; entonces la pregunta es cómo regularla.

Existe una homeostasis biológica pero no podemos decir que hay una homeostasis social, ya que
siempre la regulación debe provenir desde el afuera. Es decir, para amortiguar y compensar los
desórdenes se necesita una regulación externa.

Entonces, el hecho de que una sociedad se organice no significa que sea orgánica; diría que el buen
grado de organización más bien sería una acomodación, porque una sociedad no tiene finalidad propia;
es un medio y una sociedad pertenece más al orden de la máquina o de la herramienta. Esta ausencia de
nuestra situación por la ausencia de esas regulaciones hacen que no sea un organismo y se produzca la
llamada del héroe que va a inventar una solución. Muchas veces, una Organización y un modo
inapropiado de considerar, definir y tratar la salud como elemento del sistema societario.

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