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Francisco García Jurado, Ramiro González Delgado

y Marta González González (eds.)

La historia de la Literatura Grecolatina en España:


de la Ilustración al Liberalismo (1778-1850)

Prólogo de Joaquín Álvarez Barrientos

Universidad de Málaga

2013
ANALECTA MALACITANA
(AnMal)

NÚMERO EXTRAORDINARIO
ANEJO XC DE LA REVISTA DE LA SECCIÓN DE FILOLOGÍA
DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

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Director: José Lara Garrido


Editor adjunto: Gaspar Garrote Bernal
Coordinadores de edición: Belén Molina Huete
Cristóbal Macías Villalobos
Secretaria: Blanca Torres Bitter
Administradora: Mª José Blanco Rodríguez

Este libro es uno de los resultados del Proyecto de Investigación «Historiografía de la literatura gre-
colatina en España, de la Ilustración al Liberalismo (HLGE0)». Su publicación ha sido patrocinada por
la Dirección General de Investigación del Ministerio de Economía y Competitividad (FFI2010-14963).

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extraordinario por cualquier método o procedimiento (reprográico, mecánico o electrónico) sin la de-
bida autorización por escrito de los titulares del «Copyright».

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Imprime: Publidisa
ÍNDICE

prólogo, por Joaquín Álvarez Barrientos ..................................................... 9


introducción, por Francisco García Jurado .................................................. 13

la enseñanza de la literatura y las lenguas clásicas

Francisco garcía Jurado, Los manuales de literatura clásica grecolatina:


entre la Ilustración y el Liberalismo ............................................................. 27
ramiro gonzález delgado, Antologías escolares: la Colección de autores
selectos latinos y castellanos ......................................................................... 55
Felipe gonzález alcázar, De la Poética normativa a la Poética educativa ..... 79
Javier espino martín, Las gramáticas latinas: de Port Royal al sensismo ..... 99

las traducciones de autores clásicos

óscar martínez garcía, Clasicismo frente a Romanticismo en las versiones


de la Ilíada al castellano .............................................................................. 123
J. david castro de castro, El Virgilio isabelino de Eugenio de Ochoa: el
triunfo de la prosa ........................................................................................ 137
salomé blanco lópez, La comedia latina y su nueva lectura romántica ....... 155
José-ignacio garcía armendáriz, Latín y utilidad pública: Columela y la
Agronomía .................................................................................................... 171
la erudición
antonio barnés vázquez, Cervantes y Virgilio: de Mayans a Schlegel ......... 191
marta gonzález gonzález, Aproximaciones al estudio de la mitología en la
España del xviii y comienzos del xix ............................................................. 211

[7]
bernd marizzi, Friedrich August Wolf y España ............................................ 225
mª del rosario Hernando sobrino, El Rey Carlos III (1759-1788) y la epi-
grafía latina .................................................................................................. 241

el espacio literario: la antigüedad en la literatura moderna

pilar Hualde pascual, Ecos ilohelénicos en la época del primer


Romanticismo español (1821-1840) ................................................................ 259
ana gonzález-rivas Fernández, Los clásicos y la estética de lo sublime en
España. El diálogo entre Edward Young y José Cadalso ............................... 283
cristina martín puente, Ideología, teatro e historia de Roma: la «escuela de
Comella» ...................................................................................................... 311
mª José barrios castro, Turismo y textos clásicos: citas grecolatinas en los
relatos de viaje del siglo xviii ........................................................................ 327
mirella romero recio, Viajeros españoles en Pompeya: del gozo a la
melancolía .................................................................................................... 363

proyección política y social de la literatura grecolatina

Xosé antonio lópez silva, Lucano y Virgilio. Su recepción y estatus en la


Ilustración ..................................................................................................... 375
Josep lluis teodoro peris, Literatura latina y erudición entre los jesuitas
españoles exiliados en Italia ......................................................................... 395
pablo asencio sáncHez, Marchena: clasicismo e historicismo entre los
siglos xviii y xix ............................................................................................ 415
ramiro gonzález delgado, Literatura grecolatina e Iberoamérica .............. 443

[8]
LITERATURA GRECOLATINA E IBEROAMÉRICA*

ramiro gonzález delgado


Universidad de Extremadura

La historia de la literatura grecolatina en Iberoamérica en el periodo de


tiempo que nos ocupa (1778-1850) no cuenta con estudios especíicos y debe-
mos rastrear los escasos datos por una escueta bibliografía que atañe a dife-
rentes países sudamericanos1. Es ésta, además, una época importante, pues
abarca, en líneas generales, los últimos años del periodo colonial español
(aunque todavía algunos territorios continúan siendo españoles durante todo
este tiempo) y los primeros de la independencia de la mayoría de países ame-
ricanos. Aunque el segmento temporal es corto, pero muy convulso e intenso,
son muchas las diferencias que encontramos entre las diversas regiones, tanto
a nivel político, económico, geográico o socio-cultural. La pervivencia de la
literatura grecolatina varía, por tanto, de unos países a otros (una veintena en

* Este capítulo ha sido elaborado gracias a una estancia de investigación en la unam sub-

vencionada por el programa de Becas Iberoamérica Jpi del Banco Santander 2011. Nuestro más
sincero agradecimiento al Dr. Gerardo Ramírez Vidal.
1 Citamos la bibliografía fundamental: A. Mª González de Tobía, «Tradición Clásica en

Iberoamérica», Synthesis, 12, 2005, págs. 113-129 [recogido también en Boletín de la Academia
Argentina de las Letras, 69, nº 273-274, 2005, págs. 87-124; versión española de «Lateinamerika»,
Der Neue Pauly. Enzyklopädie der Antike, 15/1 (La-Ot), Stuttgart-Weimar, 2001, págs. 20-47];
I. Osorio, Conquistar el eco. La paradoja de la conciencia criolla, México, 1989 (así como
varias obras específicas de este autor); T. Hampe Martínez (comp.), La tradición clásica en
el Perú virreinal, Lima, 1999; J. M. Rivas Sacconi, El latín en Colombia. Bosquejo histórico
del humanismo en Colombia, Santafé de Bogotá, 19933 (1949); R. Fernández, La enseñanza del
griego en Venezuela, Caracas, 1968; C. Mariano Nava, «Apuntes para una historia de la tra-
dición clásica en Venezuela», Estudios Clásicos, 112, 1997, págs. 131-136; E. Miranda Cancela,
La tradición helénica en Cuba, La Habana, 2003.
[443]
444 ramiro gonzález delgado

total), como diferente es, actualmente, la situación de los estudios clásicos en


ellos2.

1. Antecedentes
Cuando Cristóbal Colón llega al Nuevo Mundo, con él desembarcan las
lenguas de los conquistadores: el castellano y el latín; desde entonces ambas
ejercen, en distinta medida, su inluencia a través del Estado y de la Iglesia.
Especial importancia tendrá la lengua latina en el terreno de la educación.
Ya en 1538 la bula del Papa Paulo III, In apostolatus culmine, creó la primera
universidad en Santo Domingo a partir del convento dominico, lo que sig-
niicó que el Nuevo Mundo adoptara el régimen universitario español3: una
institución de estudios superiores con las facultades tradicionales de teología,
derecho, medicina y artes. Sin embargo, México y Lima fueron las principa-
les ciudades americanas y, por lo tanto, los más importantes focos de cultura
clásica (en 1553 se crean sus universidades, que toman como modelo la de
Salamanca)4. Pese a que el latín se cultivó y se mantuvo como lengua de cul-
tura en las universidades (tesis, exposiciones, exámenes, redacción de trata-
dos...), no hay vestigios de comentarios originales, ni ediciones o traducciones
solventes de obras de la literatura clásica grecolatina. Tampoco se conservan
muchos textos ni detalles que nos hablen de métodos de enseñanza. La lengua
helénica, por otra parte, ofrece un panorama mucho más pobre, por no decir
prácticamente inexistente5, y el conocimiento de su literatura ha sido indirec-
to. En esta época el griego no triunfa en Iberoamérica y no forma tradición,
pues hasta el primer tercio del siglo XiX Virgilio reemplaza la falta de Homero,
Cicerón a Demóstenes y Platón, y no triunfó ningún equivalente latino para
los trágicos.
La enseñanza de las lenguas clásicas, sobre todo del latín, corría a cargo
principalmente de jesuitas, que tuvieron un papel muy activo en la educación

2 Véase C. Ponce Hernández – L. Rojas Álvarez (coord.), Estudios clásicos en América en

el tercer milenio, México, 2006.


3 En general, la base del estudio estaba en la herencia escolástica: gramática (latín) y re-

tórica. Por otro lado, en latín medieval, se tomó como modelo a Aristóteles para la Filosofía
(Ética, Metafísica y Lógica) y la Física (Física). El latín era también la lengua de la Teología
y los cimientos del Derecho eran el derecho romano y el canónico.
4 Durante los siglos Xvii y Xviii se crean universidades en la mayoría de los actuales países

iberoamericanos. Portugal, a diferencia de España, no estableció universidades en su colonia


y la élite colonial se iba a estudiar a la Universidad de Coimbra. Sobre la precaria situación de
las lenguas clásicas en Brasil, véase J. Lins-Brandão, «Os estudos clássicos no Brasil», en C.
Ponce Hernández – L. Rojas Álvarez (coord.), op. cit., págs. 49-68.
5 Tras el Concilio de Trento, que reservó la interpretación de las Escrituras a la Iglesia,

el estudio del griego se anquilosó en España. Las cátedras de griego pasaron a considerarse
innecesarias, pues podían conducir a la herejía (lo importante ya estaba traducido). Con la
Contrarreforma, poco a poco se fueron conociendo textos líricos y científicos. Es significa-
tivo que no se hable de América en C. Hernando, Helenismo e Ilustración (El griego en el
siglo xviii español), Madrid, 1975.
literatura grecolatina e iberoamérica 445

colonial. Su metodología se fundamentaba en la imitación de los autores clá-


sicos, especialmente Cicerón y Virgilio6 (una inalidad renacentista), frente a
otras órdenes cuyo objetivo era capacitar a los estudiantes para el servicio de
la iglesia7. Sin embargo, los jesuitas se vieron expulsados del Nuevo Mundo
en 1767 (1759 en Brasil) y este hecho supuso un duro golpe cultural.
En el terreno literario, en el siglo Xvi la Naturalis Historia de Plinio el Viejo
será un punto de referencia, directa e indirecta, para la Crónica de Indias8; en
el siglo Xvii buena parte de las obras de erudición barroca están escritas en
latín y el autor de la Antigüedad clásica por excelencia pasa a ser Ovidio. Por
otro lado, las empresas guerreras de la época incitaron a la epopeya, donde se
perciben claramente reminiscencias clásicas, lo que denota un conocimien-
to de la épica grecolatina. Es el caso de la Araucana de Alonso de Ercilla
(la epopeya más reputada de todo el Siglo de Oro de las letras españolas),
Arauco domado de Pedro de Oña, El Bernardo o La victoria de Roncesvalles
de Bernardo de Balbuena, Cristiada de Diego de Hojeda, o Armas antárticas
de Juan de Miramontes y Zuázola9.

2.Jesuitas exiliados en Italia


En el siglo Xviii se produce un apogeo de la latinidad fomentado por los
jesuitas exiliados en Italia. El 25 de junio de 1767 las tropas reales apresaron a
todos los miembros de la Compañía de Jesús, cerraron sus casas, misiones y
colegios y decomisaron sus bienes. Los jesuitas se vieron abocados al exilio.
6 En Nueva España fundan el Colegio de San Pedro y San Pablo en 1574 e imparten gra-

mática y retórica con el objetivo de que los alumnos se expresen en latín correcto y elegante.
Véase I. Osorio Romero, Colegios y profesores jesuitas que enseñaron latín en la Nueva
España (1572-1767), México, 1979.
7 I. Osorio Romero, La enseñanza del latín a los indios, México, 1990, comenta la polémica

que se planteó especialmente en el siglo Xvi sobre la conveniencia de que los indios tuvieran
acceso a la escuela superior (fueran instruidos en teología y admitidos a las órdenes sagradas)
y, por lo tanto, aprendieran latín: sólo la orden jesuita insistió en la creación de un clero indí-
gena y, así, les instruían en lengua latina.
8 Véase M. Nava Contreras, La curiosidad compartida. Estrategias de la descripción de

la naturaleza en los historiadores antiguos y la Crónica de Indias, Caracas, 2006.


9 Como bien señala T. Hampe Martínez, op. cit., pág. 4: «Los parámetros del mundo clá-

sico se trasladaron vigorosamente a la América hispánica. [...] Lo peculiar de la recepción


americana –apropiación, utilización y transformación de los elementos de la Antigüedad– es
que tuvo lugar en un ambiente muy distinto al de origen, implicando así la coexistencia de
continuidades y discontinuidades». Sobre las obras citadas, véase, por ejemplo, Mª D. Castro
Jiménez – Mª A. Zapata Ferrer, «Tópicos épicos de cuño virgiliano en el Arauco domado de
Pedro de Oña», en T. Arcos Pereira et alii (eds.), ‘Pectora mulcet’. Estudios de retórica y ora-
toria latinas, i, Logroño, 2009, págs. 277-290; V. Cristóbal López, «Virgilianismo y tradición
clásica en la Cristíada de Fray Diego de Hojeda», Cuadernos de Filología Clásica. Estudios
Latinos, 25.1, 2005, págs. 49-78; M. E. Meyer, The sources of Hojeda’s La Cristíada, Michigan,
1953; R. González Delgado, «Tradición clásica en Armas antárticas de Juan de Miramontes
y Zuázola», Lemir, 14, 2010, págs. 89-98; Mª G. Huidobro Salazar, «Ecos de la Eneida en el
anónimo poema La Guerra de Chile», Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos,
32.2, 2012, págs. 335-345.
446 ramiro gonzález delgado

Se ponía así in a casi doscientos años de intenso trabajo en América, durante


los cuales se convirtieron en los educadores de los criollos, la clase dirigente
colonial.
Era conocida la fama de los colegios jesuitas por la calidad de las enseñan-
zas10. Su expulsión de los territorios españoles provocó, al menos, el deterioro
progresivo de la lengua latina que, además, va a ir perdiendo terreno frente
a lenguas modernas como el castellano, el francés, el inglés... especialmente
unas décadas después con la formación de los Estados nacionales.
Entre los jesuitas exiliados destacan los novohispanos, que escribieron
en latín y en castellano varias obras de inspiración clásica. Probablemente
de haber quedado en Nueva España no habrían publicado sus escritos, o al
menos una buena parte de ellos. Entre los más conocidos citamos al guate-
malteco Rafael Landívar, autor de Rusticatio Mexicana (Módena, 1781, am-
pliada un año después y publicada en Bolonia)11, y al veracruzano Francisco
Javier Alegre12. El autor clásico que más inluyó en la obra de este último fue
Virgilio, como se percibe en su traducción latina de la Ilíada: Homeri Ilias
latino carmine expressa, impresos antes los diez primeros cantos en Bolonia,
en 1776, y después la obra completa, sometiendo a intensas correcciones los
cantos ya publicados, en Roma en 178813. La huella virgiliana también se
rastrea en su poema épico latino sobre la conquista de Tiro por Alejandro
Magno Alexandriados sive de expugnatione Tyri ab Alexandro Macedone,

10 Cinco años ocupaba el estudio de la lengua latina en su ratio studiorum: tres años (mí-

nimos, medianos y mayores) estaban dedicados al estudio de la morfología y sintaxis; otro, a


la prosodia y métrica; y el último, a la retórica, coronamiento del estudio a cuyo término se
debía dominar el latín hablado y escrito.
11 Señala M. Menéndez Pelayo, Historia de la Poesía Hispano-Americana, i, en Edición

Nacional de las obras completas de Menéndez Pelayo, XXvii, Santander, 1948, pág. 180, que
su modelo es Virgilio: «La Musa del P. Landívar es la de las Geórgicas, rejuvenecida y trans-
portada a la naturaleza tropical».
12 La mejor biografía de Francisco Javier Alegre (Veracruz, 1729 – Bolonia, 1788) la es-

cribió el padre Manuel Fabri y antecede a sus Institutiones Theologicae (Venecia, 1789, en
siete volúmenes), traducidas al castellano por Icazbalceta. Sobre el autor véase M. Menéndez
Pelayo, loc. cit., i, págs. 84-87; I. Osorio, Conquistar el eco, págs. 100-104.
13 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., i, pág. 85, la llama «Ilíada virgiliana», remitiendo a lo

que de dicha traducción señaló Hugo Fóscolo, poeta griego y traductor de Homero. Sin em-
bargo, ya en las palabras al lector, señala Alegre: Ergo Homeri mentem, non verba, latinis
versibus exprimere conati, Virgilium Maronem, Homeri, inquam optimum, et pulcherrimum
interpretem ducem sequimur, in quo plura ex Homero fere ad verbum expressa, plurima levi
quidam immutatione detorta, innumera, immo totus quotus Maro est, ad Homeri imitationem
compositus. Ubi igitur Virgilius pene ad literam Homerum expressit, nos eadem Virgilii car-
mina omnino, aut fere nihil immutata lectori dabimus, nec enim aut a bullo mortalium elegan-
tius efferri potuisse quispiam crediderit, aut vitio, plagiove nobis verti poterit, si ubicumque
inventam Homericam supellectilem, ipso jure clamante, vero domino restituamus. Eos
itaque versus, quos immutatos a Virgilio desumimus asterisco notatos exhibemus (tomado de
I. Osorio, loc. cit., pág. 103).
literatura grecolatina e iberoamérica 447

libri v (Forli, 1775) o en su égloga «Nyssus»14. En Opúsculos Inéditos Latinos


y Castellanos del P. Francisco Javier Alegre (veracruzano), de la Compañía
de Jesús, Impr. Francisco Díaz de León, 1889, iguran, además de esta égloga,
la traducción latina de la Batracomiomaquia15, el Arte poética de Boileau, una
«delicada traducción libre» del Beatus ille, así como también algunas sátiras
y epístolas de Horacio, «con menos fortuna»16. Rescatamos aquí los primeros
versos del Beatus ille, «agradable, pero demasiado parafrástica y con poco
sabor horaciano»17:

Dichoso aquel que al campo retirado,


ajeno del comercio bullicioso,
y a inocentes delicias entregado,
entre las selvas dulcemente pasa,
feliz imitador del siglo bello 5
a quien manjar dio el fresno, el roble casa.

También encontramos huellas de Horacio en la obra de otro jesuita expulso,


el michoacano Diego José Abad (1727-1779): De Deo Deoque homine heroica
carmina, obra que fue aumentando en vida y sus deinitivos 6400 hexámetros
latinos fueron publicados póstumamente (Cesena, 1780). Tradujo, además, en
verso castellano algunas églogas de Virgilio18.
No obstante, de toda la obra de los jesuitas expulsos tenemos también que
mencionar lamentables pérdidas19 y obras inéditas, como la del padre Agustín
de Castro20 que, según los bibliógrafos de la Compañía, describió las ruinas de
14 Señala M. Menéndez Pelayo, loc. cit., que esta égloga fue puesta en verso castellano por

Joaquín Arcadio Pagaza (Memorias de la Academia Mexicana, iii, págs. 422-425), pero que ya
en su original era una imitación elegante de la segunda Égloga de Virgilio, hasta sin cambio
de sexo en el protagonista.
15 I. Osorio, Conquistar el eco, pág. 101, comenta: «no se apega literalmente al texto griego

sino que, cuando considera oportuno, no muchas veces por cierto, introduce digresiones».
16 M. Menéndez Pelayo, op. cit., i, pág. 87. También G. Méndez Plancarte, Horacio en

México, México, 1937, pág. 43. Se han conservado íntegras las Sátiras i 1, 3, 6 y 9 y la Epístola
i 6. También tradujo varios pasajes de la Epistola ad Pisones, señalando: «Mi traducción no
será literal, ni aun casi será traducción. Hago con Boileau lo que él hizo con Horacio, esto es,
tomar yo los pensamientos y los preceptos, y verterlos a mi modo». Véase T. Herrera Zapién,
México exalta y censura a Horacio. Ensayos en el segundo milenio de su muerte e inmorta-
lidad, México, 1991, págs. 62-71.
17 G. Méndez Plancarte, loc. cit., pág. 44.

18 Véase T. Herrera Zapién, op. cit., págs. 44-61. M. Menéndez Pelayo, op. cit., i, pág. 82.

19 J. Quiñones Melgoza, El rostro de Hécate (Ensayos de literatura neolatina mexicana),

México, 1998, se centra especialmente en la poesía neolatina novohispana del Xvi. Tiene un
apartado dedicado a estas «lamentables pérdidas» (págs. 29-30); llama a Bernardino de Llanos
(1560-1639), «el primer Virgilio mexicano» (págs. 81-90).
20 Es el padre Agustín Pablo Pérez de Castro (Puebla, 1728 – Bolonia, 1790). Señala

G. Méndez Plancarte, op. cit., pág. 58: «Desgraciadamente, estas obras —como casi todas las
del P. Castro—, quedaron, al parecer, inéditas y fueron a aumentar el número de los tesoros
literarios irremediablemente perdidos para nosotros».
448 ramiro gonzález delgado

Mitla en verso latino y tradujo, además de autores modernos, las Fábulas de


Fedro, las Troyanas de Séneca21 y varias poesías de Anacreonte, Safo, Horacio,
Juvenal o Virgilio, cuya primera égloga compuso en hexámetros castellanos.
También dio el título de «Horacianas» a unas epístolas poéticas en las que,
imitando el estilo de Horacio, hizo crítica de Lope de Vega.
Como una isla remota, todas estas obras de los jesuitas exiliados no inlu-
yeron en el desarrollo de la cultura mexicana ni iberoamericana, aunque sí son
fruto de los tiempos novohispanos.
Sin embargo, en el continente americano será el siglo Xviii la época más
conocida de la literatura neolatina22 , no sólo por los poetas que permanecen
en las colonias, sino también por el gran número de obras latinas producto
de la vida intelectual de la Universidad, de colegios y de conventos. Destaca,
por ejemplo en Nueva España, la poesía latina de temática guadalupana, que
arranca ya en el s. Xvii y que fue cultivada, entre otros, por José de Villerías
y Roel23, cuya obra latina, junto a nueve epigramas griegos originales24, per-
manece reunida en el manuscrito 1594 de la Biblioteca Nacional de México.
Además, Villerías tradujo al latín de forma aceptable veintidós epigramas
griegos de diferentes autores (reunidos bajo el título Graecorum poetarum
poematia aliquot latina facta) y la obra de Corintio, un gramático de época
helenística, sobre los dialectos griegos (Corinthi Grammatici de dialectos lin-
guae Graecae libellus). Respecto a la prosa neolatina, señala Osorio:

Cuatro son los prosistas neolatinos del Xviii novohispanos cuya obra
merece destacarse del rico conjunto de textos producidos en este siglo:
Vicente López, Juan José de Eguiara y Eguren, Manuel Fabri y Juan
Luis Maneiro. La obra de los cuatro tiene por objetivo recapitular los
logros culturales de la Colonia y rescatar la memoria de los hombres
que la hicieron posible25.

Con la Ilustración irrumpe el racionalismo tanto en Europa como en el


Nuevo Mundo y al inalizar el siglo Xviii la lengua latina dejó de desempeñar
el papel que había jugado durante todo el periodo colonial. Es además en esta
época, gracias a la recuperación económica, cuando se aianza la intelectuali-
dad criolla, cada vez más consciente de sus diferencias con los peninsulares.
21 Según I. Osorio, Conquistar el eco, pág. 98, comparó esta tragedia de Séneca con la

de Eurípides, «para demostrar que los autores dramáticos españoles, al abandonar a los clá-
sicos griegos —quoniam graecorum exemplaria neglexerant— renunciaron al buen gusto».
También señala que escribió en el destierro de Ferrara una historia del helenismo novohis-
pano, hoy perdida, y que tradujo a Hesíodo.
22 Véase, en el caso de Nueva España, I. Osorio, loc. cit., págs. 33-49.

23 Véase I. Osorio, loc. cit., págs. 33-34 y 93-95; «José de Villerías: poeta novohispano des-

conocido», Cultura clásica y cultura mexicana, México, 1983, págs. 269-289.


24 Véase L. Rojas Álvarez, «Cultura clásica en José de Villerías y Roel», Cultura clásica

y cultura mexicana, México, 1983, págs. 269-289.


25 I. Osorio, Conquistar el eco, pág. 42.
literatura grecolatina e iberoamérica 449

3.Lenguas clásicas e independencias nacionales


El mundo clásico estuvo presente en dos momentos importantes de
Iberoamérica, pues la conquista se produjo durante el Renacimiento y la ges-
tación de los movimientos independentistas durante el Neoclasicismo. Señala
González de Tobía:

Hacia el siglo XiX los movimientos de la independencia iberoame-


ricana tomaron paradigmas heroicos de Plutarco, Cicerón y Tácito.
La nomenclatura de las instituciones independientes, recién inaugu-
radas, fue latina [...]. Se incorporaron a la plástica cívica iberoame-
ricana los símbolos de libertad que Grecia y Roma le había aportado
a la Revolución Francesa [...]. Los elementos clásicos aportaron una
tradición jurídica que es una resurrección de concepciones políticas
latinas26.

Si durante el periodo colonial hubo unidad en cuanto a los objetivos de la


enseñanza del latín, en esta nueva etapa de las independencias nacionales,
a comienzos del siglo XiX, surgirán dos tendencias rivales: por un lado, se
refuerza el estudio de las lenguas clásicas para oponerse a la «perniciosa»
literatura romántica (años más tarde, un importante sector de la Iglesia va a
considerar que los clásicos no eran el antídoto contra el Romanticismo, sino
que propagaban las ideas de la revolución) y, por otro lado, la Ilustración y el
avance de las ciencias experimentales y prácticas provocaron que se conside-
rase el latín una enseñanza superlua (como sucede en universidades tradicio-
nales como la peruana). Sin embargo, la polémica sobre las lenguas clásicas
escondía otra de calado más importante: la del tipo de país a construir. En los
debates que siguieron a la proclamación de la Independencia, unos rechazaron
la educación tradicional (derivada de la cultura clásica) por formar parte de
la indeseada subordinación a España y Europa; otros, en cambio, basaron su
argumentación autonomista precisamente en las raíces supranacionales de la
Antigüedad, con el in de rescatar nexos de unión con la cultura occidental27.
En este sentido debemos mencionar la polémica que Horacio Cárdenas se-
ñala entre Bello y Sarmiento, pues éste encontraba en la frecuentación del
clasicismo y la gramática vestigios de una disimulada herencia colonial,
imágenes de una España decadente. Más que escribir églogas a la manera de
Virgilio o traducir a Horacio, había que afrontar la educación al pueblo, su-
mido en la incultura. Décadas más tarde, Cecilio Acosta, en Venezuela, tiene
26 A. Mª González de Tobía, op. cit., pág. 119 y sigs. En arquitectura la presencia gre-

colatina llegó a través del neoclasicismo francés y en pintura y escultura influye mucho la
mitología clásica.
27 La impronta clásica en los símbolos de las nuevas naciones es evidente. Por ejemplo, se

encuentran referencias grecolatinas en los himnos nacionales de Argentina (1812), Uruguay


(1833), Paraguay (1846) o Colombia (1850); los escudos incluyen cornucopias, fasces romanas,
laureles, gorros frigios...; o se construyen nuevos edificios públicos (mausoleos, parlamentos,
casas presidenciales..., así como fuentes y esculturas) que siguen una estética neoclásica.
450 ramiro gonzález delgado

una posición semejante: recomendaba olvidar la vieja tradición aristotélica y


cambiar el «Nebrija que da hambre... por las realidades de un taller»28. Por el
contrario, el propio Bello u otros hombres como los ilólogos colombianos
Caro y Cuervo, dedican años y esfuerzos en las disciplinas clásicas. Una de
las razones de este empeño en los estudios clásicos se encuentra en el discurso
inaugural de la Universidad de Chile, a cargo de Andrés Bello:

¿A qué se debe este progreso de civilización, esta ansia de mejoras


sociales, esta sed de libertad? Si queremos saberlo, comparemos a la
Europa y a nuestra afortunada América, con los sombríos imperios del
Asia, en que el despotismo hace pesar su cerro de hierro sobre cuellos
encorvados de antemano por la ignorancia, o con las hordas africanas,
en que el hombre, apenas superior a los brutos es, como ellos, un artí-
culo de tráico para sus propios hermanos. ¿Quién prendió en la Europa
esclavizada las primeras centellas de libertad civil? ¿No fueron las le-
tras? ¿No fue la herencia intelectual de Grecia y Roma, reclamada,
después de una larga época de oscuridad, por el espíritu humano? Allí,
allí tuvo principio este vasto movimiento político, que ha restituido
sus títulos de ingenuidad a tantas razas esclavas; este movimiento, que
se propaga en todos sentidos, acelerado continuamente por la prensa
y por las letras; cuyas ondulaciones, aquí rápidas, allá lentas, en to-
das partes necesarias, fatales, allanaran por in cuantas barreras se les
opongan, y cubrirán la supericie del globo29.

La actual situación de los estudios clásicos depende en gran medida de


las decisiones que se tomaron en aquella época. Así, sólo queremos llamar
la atención aquí sobre el diferente nivel que alcanzaron estos estudios en el
periodo que nos incumbe en diversos países iberoamericanos. No obstante,
quienes defendían la enseñanza de las lenguas clásicas optan por nuevos mé-
todos y programas de estudio, tanto en seminarios como en instituciones es-
tatales, con la inalidad de volver a la lectura de los autores clásicos. Así, en
México, en 1833, Valentín Gómez Farias, en un decreto «para arreglar la ins-
trucción pública», consideró que el latín era fundamental para la educación,

28 C. Acosta, Obras, iii, Caracas, 1907, págs. 276-277. Todavía la polémica llega hasta nues-

tros días. Así, a mediados del siglo XX, H. Cárdenas, «¿Tienen sentido en Latinoamérica los
Estudios Clásicos?», Revista Nacional de Cultura (Venezuela), 121-122, 1957, págs. 138-151,
señala que han sido los propios especialistas con su muralla de citas y monografías quienes
han distanciado la sociedad del mundo clásico, afirmando: «Que los especialistas estudien su
griego y su latín [...] pero que no intenten imponerlos en todo programa de estudios superiores
[...]. La ciencia, la técnica, [...] la matemática de Euclides, o la medicina de Hipócrates han
sido superadas ampliamente» (pág. 146). Concluye: «Nuestra especial situación de latinoame-
ricanos, de hombres que moran un mundo distinto y nuevo, nos demanda la originalidad de
nuestras experiencias y vivencias» (pág. 149).
29 A. Bello, «Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile el día 17

de septiembre de 1843», El Araucano, 1843 [en línea: http://www.uchile.cl/portal/presentacion/


historia/4682/discurso-inaugural; fecha de consulta: 25 / 04 / 2013].
literatura grecolatina e iberoamérica 451

ordenando la lectura de Cicerón, Tácito, Virgilio y Horacio30. También en ese


año el griego se incorpora a los planes de la enseñanza oicial del país. En este
sentido, Mariano Rivas pagó la cátedra de griego en el Seminario de Morelia
entre los años 1833 y 1834, pues para él el griego contribuía a elevar las cien-
cias y las artes y si lo había hecho en el transcurso de la historia con aquellos
pueblos que lo cultivaron, no había razón para que en México fuera distinto31.
Por la inluencia de Morelia, se instituyeron también cátedras en el de León,
Guadalajara y en el Conciliar de México. Una buena defensa del estudio de
la lengua helénica la realizará fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera,
fundador de la cátedra de griego en Guadalajara, durante el Discurso que en
la solemne apertura de los estudios en el nuevo año escolar dijo en el Colegio
de San Juan de Guadalajara Fr. Manuel de San Juan Crisóstomo, el día 22
de octubre de 1843 (Guadalajara, 1844)32 , en el que habla de «pasaporte legal
para poder viajar en el mundo de la ilosofía, de la historia y de la poesía» y
señala que no es una lengua muerta porque es la lengua de la razón (y la razón
es inmortal), que permite defender la idelidad de la traducción de La Vulgata,
o que es depositaria de las historias y doctrinas de la nación más civilizada.
Sin embargo, salvo estos escasos ejemplos, la reforma de Gómez Farias no
se puso en práctica y, en consecuencia, el griego quedó fuera de la enseñanza
oicial, siendo sustituido más tarde por un curso de etimologías33.
Otro ejemplo signiicativo de cómo la independencia propone romper con la
metrópoli, incluso entre quienes apoyan los estudios latinos, es la Gramática
latina sacada de las mejores publicadas en Europa y adaptada en el Instituto
Literario del Estado de México (Toluca, 1835), pues en ella se dice que no se
han tenido en cuenta las gramáticas publicadas en España y, además, se burla
de los métodos de aprendizaje españoles, según leemos en su prefacio:

La Gramática Latina que presentamos al público Americano, es un


estracto de las mas acreditadas que se han dado á luz hasta ahora en
Alemania, Francia é Inglaterra, y no parecerá estraño que se haya ob-
servado la mayor escrupulosidad en la eleccion de las reglas y precep-
tos... [...]. Lo que no se ha podido comprender en ella, y lo que única-
mente depende del gusto y de la sabiduría del maestro, es la enseñanza
práctica, que no puede adquirirse sino en la lectura y traducción de los

30 I. Osorio Romero, Tópicos sobre Cicerón en México, México, 1976, pág. 27.
31 Véase I. Osorio, Conquistar el eco, págs. 108-110.
32 Véase W. Vogt, «Fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera y la cultura de Jalisco»,

Revista de la Universidad de Guadalajara, iii, 22, 1986, págs. 13-20. Las gramáticas griegas que
se solían estudiar en la época eran la de Burnouf y la de Bergnes de las Casas.
33 I. Osorio, Conquistar el eco, pág. 119, señala que en 1867 se introdujo el griego en la

preparatoria, obligatorio para abogados, médicos, farmacéuticos e ingenieros de minas y que,


al final, por la controversia que se planteó, quedó reducido a un curso de etimologías; ya en
1869 la materia se llamaba «Raíces griegas» y el griego quedó en el plan de estudios con el
carácter de «estudio libre». Así, proliferaron gramáticas y libros sobre etimologías a lo largo
de la segunda mitad del siglo XiX.
452 ramiro gonzález delgado

buenos autores. [...] La práctica absurda de enseñar el Latin en Latin


está ya generalmente abandonada, excepto algunos Domines españo-
les, que no saben lo que enseñan, y que solo pueden repetir lo que ma-
lamente han aprendido, y del modo en que lo han aprendido [...] á guisa
de papagayo (págs. iii-iv).

Los métodos de enseñanza tradicionales (por los que los alumnos debían
enfrentarse a la Gramática de Nebrija sin saber hablar su lengua nativa, leer,
escribir o contar, o incluso, sin que los profesores entiendan lo que enseñan)
no resultaban atractivos ni efectivos34. En este sentido, en el periodo que nos
ocupa surgen nuevos métodos de aprendizaje de la lengua latina. Así, el mé-
todo de Orellana (que puede resumirse en el dicho de Séneca: longum iter
est per praecepta; breve et eficax per exempla) tuvo una buena acogida en
México, a la vista de las varias reediciones de su obra en la segunda mitad
del Xviii y en la primera del XiX. Fundamentándose en este método, Francisco
Zenizo expuso el suyo en Relexiones sobre el modo de enseñar el idioma
latino i-ii (México, 1835-1839): recurrir a los autores latinos desde un princi-
pio, acompañando este estudio de la teoría indispensable, o sea, declinación
y conjugación35.
Lo mismo que sucede en México lo vemos en otros países que se inde-
pendizan. Si ejempliicamos con Venezuela, vemos que proliferan manua-
les escolares nacionales de lengua latina en el segundo tercio del siglo XiX36,
algunos importados de la península, como la Gramática Latina de Juan de
Iriarte, que la imprenta Tomás Antero publica en 1834, o la Nueva Gramática
Latina escrita con sencillez ilológica de Luis de Mata y Araujo, que se im-
prime en 1838 según la quinta edición publicada en Madrid en 1834; pero
la mayoría son de nueva factura: Elementos de la Lengua Latina de Pablo
Arroyo Pichardo (Caracas, 1829), Construcción de Nombres y Verbos Latinos,
nuevamente impresa para el uso de los alumnos de la clase de mayores del
Colegio de Caracas de José Mª Rodríguez (Caracas, 1835), Breve explicación
de las Oraciones Latinas para empezar a traducir de Demetrio Aguerrevere
Véase R. Fernández, op. cit., págs. 14-15, que rescata las palabras de Cecilio Acosta en
34

1856: «Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos».
35 I. Osorio, Tópicos sobre Cicerón, pág. 26.

36 Este auge en Venezuela se debe a que en 1827 Simón Bolívar decreta la reorganiza-

ción de la Universidad, estableciendo dos cátedras de Gramática Latina (una de mínimos y


menores y otra de mayores), lo que garantizó el estudio del latín a lo largo del siglo XiX. En
otros países, como Colombia, la decadencia de la enseñanza, comprobada en breve plazo, se
atribuía principalmente al haber perdido el latín su categoría de lengua universitaria, como es-
cribió en 1835 Mariano del Campo Larraondo en su Memoria sobre la importancia del estudio
de la lengua latina. Véase J. M. Rivas Sacconi, op. cit., págs. 308-319. Cita las obras de Manuel
de Pombo, Gramática latina facilitada para uso de principiantes, con algunas advertencias
para su enseñanza, frases y ejemplos adecuados para hablar bien este idioma y entenderlo en
poco tiempo, (Bogotá, 1825) y Juan Fernández de Sotomayor y Picón, Elementos de la gramá-
tica latina redactados para la juventud que se educa en el Colegio Mayor de Nuestra Señora
del Rosario de Bogotá (Bogotá, 1830).
literatura grecolatina e iberoamérica 453

(Caracas, 1835), Copia de nombres (Latinos), reformada y dedicada a la ju-


ventud venezolana de José Ramón Villasmil (Maracaibo, 1839), Explicación
del modo de hacer oraciones en latín basados en las observaciones selec-
tas del maestro Tomás García de Olarte de Bonifacio Umanes (Caracas,
1844), la traducción de la Gramática Latina de Burnouff por Manuel Antonio
Carreño y Manuel Urbanejo (Caracas, 1849 —libro de texto en la Universidad
de Caracas—) y Curso Completo de Ejercicios para la Traducción del Latín
compuesto de pasajes tomados de los antiguos clásicos y de los autores mo-
dernos y adaptado al método de J. L. Burnouff de A. S. L. Verien (Caracas,
1850)37. Con posterioridad a 1850 proliferan reediciones y nuevas gramáticas.
Respecto al griego, hasta el año 1833 no se propone la creación de una cátedra
en la Universidad de Caracas, pero se rechaza a pesar de que la Universidad
ya contaba con una donación importante, la del general Francisco Miranda,
que cedió los libros clásicos griegos de su biblioteca de Londres en 1828 (todos
bilingües, con texto en griego y latín)38.
Si tomamos ahora como ejemplo otro territorio americano que todavía si-
gue perteneciendo a la corona española durante todo este tiempo, en 1814 se
publica en La Habana la primera gramática latina escrita por un cubano: José
M. Valdés, Gramática latina, a la que siguen otras y se agregan las dedica-
das al griego; la primera de éstas es la de Miguel de Silva, Nuevo sistema
para estudiar la lengua griega (París, 1839)39 en cuatro volúmenes: el primero
contiene la gramática griega de forma bastante completa, con fonética muy
rudimentaria, sintaxis y apéndice de dialectos (dórico, eólico, jónico y ático);
el segundo, una traducción de las fábulas más sencillas de Esopo, en la que
se aplican las reglas gramaticales anteriores; el tercero y cuarto, diccionarios
griego-español y español-griego. También Tranquilino Sandalio de Noda ter-
mina en 1840 en La Habana su Gramática griega, hoy inédita y perdida. En
1842 se incorpora el estudio del griego de manera oicial en los planes de la
recién creada Facultad de Filosofía y Letras de la universidad cubana (desde

37 R. Fernández, op. cit. Según los preliminares del libro, fechado el 30 de octubre de 1848,

José Manuel Alegría, decano de la Facultad de Humanidades, pide que la obra se adopte en
los colegios nacionales.
38 A pesar de que nueve obras han desaparecido, se encuentran 49 títulos, algunos en

diferentes volúmenes, de: Claudio Eliano, Esquines, Alcifronte, Anacreonte, Safo y Alceo,
Antología Griega, Apiano, Arquímedes, Aristóteles, Arriano, Ateneo, Demóstenes, Diodoro
de Sicilia, Diógenes Laercio, Dión Casio, Dión Crisóstomo, Dionisio de Halicarnaso, Epicteto,
Eurípides, Herodiano, Heródoto, Homero, Isócrates, Juliano el Apóstata, Longino, Luciano
de Samosata, Licofrón, Pausanias, Píndaro, Platón, Plutarco, Antología de poetas griegos,
Polieno, Polibio, Estrabón, Tucídides y Jenofonte. R. Fernández, op. cit., págs. 63-75, repro-
duce el catálogo.
39 Hemos manejado «una nueva edición», M. de Silva, Nuevo sistema para estudiar la

lengua griega, París – México, 1914. Antes del prólogo, en el que alaba la tierra y cultura
griegas y defiende la utilidad del estudio de su lengua en «nuestra nación», el autor escribe
una carta-homenaje en griego a su padre.
454 ramiro gonzález delgado

1831 se impartía en escuelas privadas40). Además, el profesor Antonio Franchi


Alfaro, considerado por Dihigo como «el profesor más famoso que ha tenido
la Universidad en su época pasada»41, publicó en 1850 un Diccionario griego-
español y viceversa.
Vemos, por tanto, que hay una estima por los autores clásicos, cuya lectura
aporta una formación estética, moral e intelectual, aunque ya la educación es
en castellano, acorde, tal vez, con los planteamientos de una corriente neohu-
manista. La pujanza económica demanda reformas y se abren nuevos hori-
zontes culturales fruto de contactos con otros países (especialmente Estados
Unidos, Francia e Inglaterra). El latín pierde deinitivamente el carácter de
lenguaje universitario (con algunas excepciones en Teología y Jurisprudencia),
tal vez para que progresaran las ciencias, en beneicio del castellano (incluso
se dudó dar a las humanidades un lugar destacado en la educación), a la vez
que se incluye el estudio de lenguas modernas y, en algunos países, del idioma
indígena.
También en esta época cobra importancia el trabajo de insignes hombres
que transmitieron la tradición clásica a partir de sus estancias en Europa,
como, especialmente, el venezolano Andrés Bello que, empapado del huma-
nismo enciclopedista de la Ilustración y del empirismo inglés, escribió poesía
de estilo clasicista, traducciones de los clásicos grecolatinos y varios libros
con inalidad didáctica, como más adelante veremos42.

4. Autores clásicos grecolatinos: traducciones e inluencias


Es indudable que la aristocracia americana tenía inquietudes culturales.
Idelfonso Leal, en su Libros y bibliotecas en Venezuela Colonial. 1633-1767
(Caracas 1979), enumera los títulos que preferían unos primeros colonos en
Venezuela, territorio alejado de los grandes centros culturales. Allí, después
de las hagiografías y los libros litúrgicos, se mencionan autores como Virgilio,
Ovidio, Terencio, Tito Livio, Tácito y Séneca. No faltan tampoco las obras
de Santo Tomás, San Agustín y muchas veces hasta Aristóteles en su origi-
nal griego; pero, sobre todo, están el Arte y el Vocabulario de Nebrija. Con
el auge económico del siglo Xviii continúan igurando Horacio, Suetonio,

40 E. Miranda Cancela, op. cit. pág. 13, que señala, además, que en la prensa de la época

se anunciaban «academias para la enseñanza casi exclusiva del griego y del latín». Sobre la
situación cubana, véase también de esta autora «Los estudios clásicos en Cuba», en C. Ponce
Hernández – L. Rojas Álvarez (coord.), op. cit., págs. 121-132.
41 J. M. Dihigo, «Los estudios clásicos en Cuba: griego y latín», Revista de la Facultad

de Letras y Ciencias (La Habana), 38, 1928, pág. 73. El griego se impartía también a los estu-
diantes de Medicina.
42 Con posterioridad a nuestras fechas, destacan el colombiano Rufino José Cuervo

(1844-1911), notable filólogo de formación clásica; Miguel Antonio Caro (1843-1909), que pu-
blicó traducciones de Virgilio y Horacio; el cubano José Martí (1853-1895) y otros muchos
autores que incluyeron la presencia de los clásicos grecolatinos en sus obras.
literatura grecolatina e iberoamérica 455

Marcial, César u Homero en las listas de las bibliotecas coloniales, y aún en


los testamentos familiares43.
Durante la época colonial, los autores latinos eran leídos y citados en su
texto original, pero cuando el estudio del latín comienza a decaer, así como
la producción neolatina, proliferan las traducciones. Podemos señalar que la
inluencia de la literatura grecolatina se manifestaba de diferente forma: los
prosistas (historiadores, oradores, ilósofos...) dejan su huella sobre todo a
través de citas; también de imitaciones, aunque éstas se perciben mejor en el
caso de los poetas (que componen según Horacio, Virgilio u Ovidio, como
hemos visto, por ejemplo, entre los jesuitas expulsos). Por otro lado, debemos
ser conscientes de que a veces estas citas se utilizaban con la mayor largueza,
especialmente en el caso de Cicerón, Séneca o Plinio44.
Las traducciones de nuestros autores clásicos van asociadas a la introduc-
ción de la imprenta (fruto del auge económico), que permitió la difusión del
clasicismo en el Nuevo Mundo, pues con ella aparecen los periódicos y revis-
tas y, en sus páginas, se incluyen numerosas traducciones, hoy en día difíciles
de localizar. Al comienzo la imprenta sólo estaba presente en México y Lima,
pero, después, su uso se extendió por todo el continente. Así, por ejemplo, la
primera edición de un autor clásico en México data del siglo Xvi, mientras que
Colombia (Santafé) tuvo que esperar hasta 1828, con las Fábulas de Fedro.
Además, ya en la época de la independencia, las traducciones de los clásicos
enriquecían las literaturas nacionales (a la vez que se va extinguiendo la pro-
ducción en latín). En la prensa, los autores que interesan en la época que tra-
tamos son los poetas, especialmente Anacreonte, entre los griegos, y Horacio,
entre los latinos. Junto a traducciones, la mayoría bastante libres, encontramos
imitaciones de anacreónticas, composiciones de corte bucólico, frecuentes
alusiones mitológicas e, incluso, pseudónimos de inspiración helénica45.
Uno de los primeros testimonios que tenemos de las letras griegas en
Iberoamérica es la traducción que en 1539 hizo Cristóbal de Cabrera de los ar-
gumentos de las epístolas de San Pablo y de otros padres de la Iglesia; también
en la segunda mitad del siglo Xvi se editan en México ediciones de Aristóteles
en traducción latina46. Ya en el siglo Xviii las bibliotecas relejan, al menos, un
mayor aprecio por la literatura y la lengua griega.
Del periodo temporal que nos ocupa, destacamos las traducciones de poe-
tas grecolatinos realizadas por los integrantes de la Arcadia mexicana en El
Diario de México (en el caso del griego, versiones indirectas hechas del latín

43 C. Mariano Nava, op. cit.


44 Sobre citas de los autores en el caso de Colombia, véase J. M. Rivas Sacconi, op. cit.,
págs. 208-221.
45 Sin embargo, señala J. M. Rivas Sacconi, loc. cit., pág. 337 que la literatura de esta época

«florece con vigor inusitado, pero apartada, por lo general de la influencia clásica».
46 I. Osorio, Conquistar el eco, págs. 80-85.
456 ramiro gonzález delgado

o del francés47). Sin embargo, la primera gran traducción publicada en México


será Odisea de Homero, ó sean, Los trabajos de Ulises en metro castellano
por Mariano Esparza (1837), en octavas reales48. Por otro lado, Antonio Caro
señala en el prólogo a los Poetas bucólicos griegos de I. Montes de Oca, que
José Moreno Jove tradujo y publicó en México la Ilíada, aunque no hay nin-
guna noticia más de tal obra49. De ser así, México contaría ya en el XiX con la
traducción de las dos epopeyas homéricas. También Homero fue traducido por
el uruguayo Francisco Acuña de Figueroa (1790-1862)50.
Respecto a las traducciones de literatura griega, son esporádicas y muy
pocas las que hemos podido documentar. El político y escritor mexicano José
Joaquín Pesado Pérez (1801-1861) tradujo el idilio Xi «El Cíclope» de Teócrito y
la «Elegía al Sitio de Ptolomeida» de Sinesio de Cirene51. De Fernando Ortega
se conserva una adaptación de la fábula de Esopo «El labrador y sus hijos»
y la traducción de un epigrama de Amalteo52. En la revista cubana El Artista
(1848-1849) aparece el 14 de enero de 1849 una anacreóntica de Pedro Santacilia
en cuartetas heptasílabas53.
En la época colonial la inluencia de la Filosofía griega se percibe a través
de la Filosofía cristiana, mayoritariamente tomista o escotista, determinando
el triunfo del aristotelismo y, secundariamente, del platonismo y el estoicismo.
Esta mediación tendió a disminuir y a desaparecer en el siglo XiX54.
Mayor importancia tiene la literatura latina. Horacio es, sin duda, uno de los
autores más traducidos durante el periodo de tiempo que nos ocupa. Sabemos
que el limeño José María Pando (1787-1840) hizo elegantes poesías y tradu-
jo algunas odas de Horacio55, como también el venezolano Domingo Navas
47 R. González Delgado «La ‘Arcadia mexicana’ y sus traducciones de Anacreonte», Nova

Tellus, 29. 2, 2011, págs. 235-256; «Una traducción desconocida de Safo de 1815», Mujeres de la
antigüedad: Texto e imagen. Homenaje a Mª Ángeles Durán López, en M. González (coord.),
Málaga, 2012, págs. 75-103 [edición en línea: http://www.aehm.uma.es/catalogo.html; fecha de
consulta: 15 / 10 / 2012].
48 I. Osorio, Conquistar el eco, pág. 125, señala que, además de la deficiente versificación,

el traductor suprimió frecuentemente epítetos homéricos, omitió versos o pequeños pasajes e


introdujo ligeras variantes. G. Méndez Plancarte, Índice del humanismo en México, México,
1944, pág. 25 la califica de «mediocre».
49 A. Caro, «Un obispo poeta», Poetas bucólicos griegos, Madrid, 1888, Xv-Xlvii,

pág. Xlvi.
50 M. Menéndez Pelayo, op. cit., ii, pág. 408. Acuña de Figueroa recibió una sólida educa-

ción clásica y en su obra se aprecian también reminiscencias de poetas latinos.


51 J. J. Pesado, Poesías originales y traducidas, México, 1886, págs. 111-115, 257-259. De ellas

habla I. Montes de Oca, Poetas bucólicos griegos, Madrid, 1888, pág. 348, señalando que a
pesar de su inferioridad poética, se propone una nueva versión, ya que las de Pesado parecen
traducciones indirectas que no logran interpretar la esencia del original.
52 C. F. Ortega, Poesías, México, 1839, págs. 291-293 y 333.

53 E. Miranda Cancela, La tradición helénica en Cuba, pág. 68.

54 F. Bravo, «Presencia de la Filosofía griega en Venezuela», Greek Philosophy in the New

Millenium. Essays in honour of Thomas M. Robinson, vi, Sankt Augustin, 2004, págs. 109-126.
55 M. Menéndez Pelayo, op. cit., ii, pág. 174.
literatura grecolatina e iberoamérica 457

Spínola56. José Luis Ramos publica por vez primera en la revista La Oliva
(Caracas), nº 9, 1836, la oda i 14 de Horacio. Además, se encontró un cua-
dernillo de seis páginas donde había recogido las traducciones conocidas en
lengua castellana de esta oda57. Pero para conocer las versiones del venusino,
sólo tenemos que rastrear las conocidas y ya citadas obras de M. Menéndez
Pelayo Horacio en España (que completamos con su Historia de la poesía
Hispanoamericana), Gabriel Méndez Plancarte, Horacio en México, y su
continuación por Tarsicio Herrera Zapién. Así, dos versiones anónimas de
Horacio son citadas por don Marcelino, que leyó recogidas en Colección de
poesías mejicanas (París, 1833) las odas i 30 (O Venus, regina) y i 2 (Iam Satis
terris), caliicándolas de «muy lojas»58.
Méndez Plancarte cita a Cayetano de Cabrera y Quintero, natural de la
Ciudad de México, cuyo loruit se produjo en la primera mitad del siglo Xviii y
tradujo la oda iii 6 (Delicta majorum) y las sátiras i 6 (Non quia, Maecenas) y
i 9 (Ibam forte Via Sacra). De estas traducciones apunta:

En tercetos, frecuentemente desaliñados y premiosos, hállanse ver-


tidas las Sátiras. Adolecen ambas versiones de notables desigualdades
y no escasean en ellas versos intolerables por defectuosa acentuación o
por hiatos cacofónicos. [...] Pero, a pesar de ese grave defecto que no he
querido disimular, hay en ellas trozos felices. [...] Hay en estas versio-
nes [...] algunas de esas ‘ieles inidelidades’, singularmente sabrosas
[...] y que demuestran, en el traductor, ‘mano de poeta’59.

También inluye Horacio en algunos de sus poemas latinos, como De


Nuptiis Ludovici et Aloysiae o Sapientiae sydus60.
José Agustín de Castro (1730-1814) tradujo a Horacio a instancias de un ami-
go que lo animó, pero «olvidando el horaciano consejo de medir las propias
fuerzas, lanzóse a la temeraria empresa en que conquistaría la palma —indis-
putable— de pésimo entre los traductores castellanos de Horacio»61. Más que
de traducción, Méndez Plancarte habla de «profanación» y «perversión», a
pesar de que conoce y tiene delante la versión castellana del P. Morell.
Casandro de Rueda y Beroñejos, pseudónimo del presbítero José Eduardo
de Cárdenas y Breño, publicó en Gazeta de Literatura en enero de 1792 una
traducción en versos sáicos de la oda iv 2 (Pindarum quisquis) precedida del
texto latino. En dicha revista, un año más tarde (enero de 1793), Bernardo José
56 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., i, pág. 352.
57 Este cuadernillo se publicó en el Boletín de la Academia de la Lengua, 1934, nº 3.
58 M. Menéndez Pelayo, Horacio en España, i, 19263 , pág. 198-199. Estas odas no han sido

localizadas por G. Méndez Plancarte.


59 G. Méndez Plancarte, Horacio en México, págs. 32-35.

60 Véase T. Herrera Zapién, op. cit., págs. 33-43, que señala: «Cayetano de Cabrera y

Quintero es un enorme poeta lírico, gloria tanto de la poesía novohispana, como de la poesía
latina de todos los tiempos».
61 G. Méndez Plancarte, Horacio en México, pág. 53.
458 ramiro gonzález delgado

Darcea y Dueñas irma una traducción de la oda iii 13 (O fons Bandusiae), en


heptasílabos asonantados.
Méndez Plancarte ha rastreado también las páginas del Diario de México
(1805-1817), encontrando ecos del horacianismo mexicano, aunque casi siempre
paráfrasis, imitaciones y reminiscencias. Destacan tres versiones de Horacio
de J. M. de C. (probablemente el médico José Mª de Castro), que publicó
en 1815 (30 de enero, 6 de febrero y 11 de julio respectivamente) las traduc-
ciones de las odas ii 16 (Otium divos), i 15 (Pastor cum traheret) y i 35 (O
diva, gratum), en correcta versiicación aunque «algo débiles y desmayadas».
También el 20 de febrero de 1815, J. M. y V. ofreció otra versión de i 15 «muy
mal versiicada»62. Otro autor vinculado a este periódico, Francisco Manuel
Sánchez de Tagle (1782-1847), realizó en silva una versión juvenil de la oda i 1
de Horacio y señala que «tradujo ésta y otras muchas odas de Horacio cuando
no había leído otra versión que la mala del P. Campos»63 y que Menéndez
Pelayo caliicó de «atada, arrastrada y perversa»64.
Anastasio de Ochoa y Acuña (1783-1833) tradujo, además de Heroidas de
Ovidio65, tres odas de Horacio (i 13 Cum tu, Lydia, Telephi; i 30 O Venus, re-
gina y i 38 Persicos odi, puer), la primera en cuatro octavillas italianas y las
otras conservando el metro horaciano (estrofa sáico-adónica), «muy superio-
res a las del español Burgos y aun a las de Pagaza»66.
El guatemalteco José Batres y Montúfar (1809-1844) vertió al castellano la
oda i 5 (Quis multa gracilis), «elegante, aunque muy desleída y parafrástica»67.
José Joaquín Pesado (1801-1861) tradujo el bíblico Cantar de los Cantares
y cuatro odas de Horacio en diferentes metros: i 1 (Maecenas, atavis), i 4
(Solvitur acris hiems), i 5 (Quis multa gracilis) y ii 14 (Ebeu, fugaces). Tres de
ellas se publicaron en sus Poesías originales y traducidas, México, 1839; la i
4 aparece en la segunda edición de la obra, en 1849. La huella de Horacio tam-
bién se percibe en bastantes poesías originales. Según Menéndez Pelayo, es
«modelo de elegancia y limpieza», para Méndez Plancarte, «Pesado es uno de
nuestros mayores horacianos: sus versiones pueden igurar sin desdoro junto
a las mejores que existen en nuestra lengua»68.
G. Méndez Plancarte, loc. cit., págs. 65-74.
62

F. M. Sánchez de Tagle, Obras poéticas, i-ii, México, 1852, i, pág. 142.


63

64 M. Menéndez Pelayo, Historia de la Poesía Hispano-Americana, i, pág. 107.

65 Comenta M. Menéndez Pelayo, loc. cit., i, pág. 106: «bella traducción de Las Heroidas

de Ovidio en romance endecasílabo, muy exacta, y a veces poética, con cierto suave abandono
de stilo que remeda bien la manera blanda y muelle del original y resulta agradable cuando la
fluidez no degenera en desaliño».
66 G. Méndez Plancarte, Horacio en México, pág. 89. Aparecieron publicadas en Poesías

de un Mexicano, i, Nueva York, 1828, págs. 74-75, 135 y 136.


67 M. Menéndez Pelayo, Historia de la Poesía Hispano-Americana, i, pág. 205. M. E.

Erikson, «A Guatemalan translator of Horace: José Batres y Montúfar», Modern Language


Quarterly, 4, 1943, págs. 359-362.
68 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., i, pág. 200; G. Méndez Plancarte, Horacio en México,

pág. 102.
literatura grecolatina e iberoamérica 459

En la prensa del cono sur, en el Correo Curioso de Santa Fe de Bogotá,


José Tiburcio Lineros, alias El Poeta Ramplón, publica el 22 de septiembre
de 180169 una traducción de la oda ii 3 (Aequam memento) de Horacio, que
mereció tan severo juicio de Mariano del Campo Larraondo que éste envió al
periódico una magistral epístola sobre el arte de traducir y se ofreció a remitir
«la traducción de todas las odas del mismo Horacio, empezando desde la pri-
mera, y omitiendo solamente aquellas que de algún modo ofendan la decencia
y la honestidad», pero se ignora si realizó este proyecto; tan sólo envió al
Correo la oda «traducida» por Lineros y el Beatus ille, pero nunca vieron la
luz70. Inéditas y en manuscritos se encuentran el Beatus ille que tradujo José
Rafael Arboleda y Arroyo (1795-1831) y un Arte Poética de Francisco Javier
Caro (1750-1822)71.
Para terminar con el venusino, hay noticias de que José Bernardo Couto
(1803-1862) tradujo en verso el Arte Poética de Horacio, pero no se sabe si
se imprimió o quedó manuscrito. Sería la primera traducción completa de la
Epístola a los Pisones mexicana72. Por otro lado, las obras de referencia que
seguimos citan otros traductores, aunque no se sabe si sus producciones se en-
cuadran en nuestra época o en fecha posterior. Así, por ejemplo, este es el caso
de José Sebastián Segura (1822-1889) que tradujo, según Menéndez Pelayo, tres
odas de Horacio (i 3 Sic te diva potens, i 5 Quis multa gracilis, y ii 10 Rectius
vives) —se ciñen al mismo número de versos que el original—, églogas de
Virgilio (la iv al menos) y cantos de Tirteo y Calino73.
Otro autor preferido en la época fue Virgilio. La primera traducción com-
pleta del poeta de Mantua hecha en América es la del mexicano José Rafael
Larrañaga, comenzada a publicar en 1787. Otra traducción de ines del Xviii
o principios del XiX es una anónima colombiana, muy notable, de los cua-
tro primeros libros de la Eneida, en romance endecasílabo, sacada del olvido
por Antonio Gómez Restrepo en 1938; se conservan los dos primeros cantos
completos y los dos siguientes de forma fragmentaria. También fray José Mª
Valdés tradujo en el mismo metro los libros v-Xii de la Eneida, queriendo

69 Señala J. M. Rivas Sacconi, op. cit., pág. 277, que ese mismo año autores anónimos

publican una «pretendida traducción» de cuatro versos del Arte Poética y una paráfrasis pa-
ródica del Beatus ille.
70 J. M. Rivas Sacconi, loc. cit., págs. 281-297. De la traducción de Lineros señala: «ni es

traducción libre, como supone su autor, ni aun una paráfrasis siquiera, sino una especie de
composición caprichosa que contiene algunos de los pensamientos de Horacio, o invertidos
o desfigurados» (p. 287). Califica a del Campo Larraondo «padre de la crítica colombiana»
(pág. 297). M. Menéndez Pelayo, Horacio en España, i, pág. 440, las conoció gracias a copias
que le remitió Caro y publicó en su obra los primeros versos de ambas traducciones.
71 J. M. Rivas Sacconi, loc. cit., pág. 278.

72 G. Méndez Plancarte, Horacio en México, págs. 105-106.

73 M. Menéndez Pelayo, Historia de la Poesía Hispano-Americana, i, págs. 172-173. De las

traducciones horacianas habla G. Méndez Plancarte, loc. cit., pág. 109.


460 ramiro gonzález delgado

completar la traducción de Tomás de Iriarte; aunque logró su propósito, su


traducción no se publicó y todo parece indicar que se ha perdido74.
Francisco Mariano Urrutia (1792-c.1860) tradujo Bucólicas, Geórgicas y
gran parte de la Eneida, en romance heroico. Aunque pensaba publicar sus
versiones en dos tomos con el texto latino y notas explicativas, no tuvo fortuna
en sus intentos editoriales y apenas dio a conocer dos muestras de Geórgicas,
ambas acompañadas del texto original, en el Constitucional del Cauca75.
Fermín de la Puente y Apezechea (1821-1875) publicó en 1845 bajo el título de
Dido una versión del libro iv de la Eneida. Muchos años después tradujo hasta
ocho libros más, si bien sólo dos, el primero y el sexto, llegaron a imprimirse
en 187476. También sabemos que el chileno Domingo Arteaga Alemparte (1835-
1880), que defendió la enseñanza del latín, tradujo un fragmento del libro i de
la Eneida que aparece en sus Obras Completas (Santiago, 1880)77; el cubano
Manuel Justo de Rubalcava (1769-1805) tradujo las Églogas de Virgilio, aunque
esta traducción está perdida78; el argentino Ventura de la Vega (1807-1865)79,
cuya principal tragedia lleva por título La muerte de César80, también tradujo
a su admirado Virgilio:

[...] dejó en magníicos versos sueltos un ensayo de traducción de la


Eneida que no pasa del primer libro. [...] La versiicación es ciertamen-
te intachable, aunque [...] lo que más falta en esa elegantísima traduc-
ción, es su sabor virgiliano; si se prescinde del texto, se la puede leer
con encanto81.

Por lo que se reiere a Ovidio, el poeta arequipeño Mariano Melgar, fusila-


do en 1814 a los 23 años de edad, tiene, entre otras, la traducción de Remedios
de Amor, que él llamó Arte de olvidar82.

J. M. Rivas Sacconi, op. cit., págs. 270-271.


74

En el Constitucional del Cauca del 15 de diciembre de 1832 aparecen 23 versos que son
75

traducción de Geórgicas i 322-334; el 4 de mayo de 1834 aparece la traducción de ii 458-542. Ya


en el siglo XX Antonio Gómez Restrepo rescata los dos primeros cantos de Geórgicas. Véase
J. M. Rivas Sacconi, loc. cit., págs. 272-273, que también señala que intentó interpretaciones
de Ovidio, Terencio y Homero.
76 M. Menéndez Pelayo, Historia de la Poesía Hispano-Americana, i, pág. 148.

77 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., ii, pág. 299.

78 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., i, pág. 222.

79 Obras poéticas de D. Ventura de la Vega, París, 1866. Véase M. Menéndez Pelayo,

loc. cit., ii, págs. 358-369.


80 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., ii, pág. 368: «obra de gran estudio, predilecta de Vega

entre las suyas [...], que no agradó representada [...], pero que leída vale más que el Edipo, de
Martínez de la Rosa, y sólo cede a la Virginia, de Tamayo, entre todas cuantas tragedias se
han compuesto en nuestra lengua».
81 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., ii, pág. 363.

82 Señala M. Menéndez Pelayo, loc. cit., ii, pág. 164, que sus odas y elegías pertenecen a la

escuela prosaica del siglo Xviii.


literatura grecolatina e iberoamérica 461

A los tres poetas latinos citados los encontramos en la obra del periodis-
ta y político Juan Cruz Varela (Buenos Aires, 1794 – Montevideo, 1839), que
cultivó la poesía anacreóntica («frías, amaneradas e insípidas», en opinión
de Menéndez Pelayo) y compuso un poema erótico-mitológico que tituló
«Elvira». Así, en sus ensayos de colegio se encuentran versos latinos y una
traducción de la elegía i 3 de Tristia de Ovidio (interpreta una octava por
cada dos dísticos del original); publicó también cuatro odas de Horacio en El
Patriota de Montevideo83, aunque su labor más importante fue la versión de
algunos libros de Eneida, llevada a cabo durante su destierro en 1829 y 1836.
Sólo llegó a dejar limados y corregidos los dos primeros libros; y sólo el pri-
mero y algún fragmento del segundo, han sido impresos en la Revista del Río
de la Plata (1874). El traductor vierte los hexámetros en agradables endecasí-
labos de rima libre, aunque abusa de los pareados. El propio Juan Cruz señala
cómo lleva a cabo su tarea, por lo que no deben extrañarnos improvisaciones
y algunas inidelidades:

Mi sistema de traducir a Virgilio no es otro que el de imitar en lo


posible su estilo, y aun usar sus mismas palabras en cuanto lo permi-
tan la lengua y las inmensas trabas que cuando se traduce presenta la
versiicación84.

Sin embargo los versos más virgilianos de Juan Cruz no son los de su tra-
ducción de Eneida, sino los de su tragedia Dido, que es una adaptación dramá-
tica del libro iv del poema al que sigue a veces casi a la letra.
Como dato curioso debemos hablar de la obra de J. Joaquín Fernández de
Lizardi (1776-1827), que menciona a varios autores clásicos (Persio, Lucano,
Tácito, Juvenal), de los que no solían por entonces traducirse en las aulas.
En El Periquillo Sarmiento, para «ahorrar a los lectores menos instruidos los
tropezones de los latines», presenta casi siempre traducidos los textos clásicos
(un fragmento de la Sátira Xiv de Juvenal, otro breve de la Eneida de Virgilio,
de Lucano, de Ovidio, de Tibulo, de Fedro... aunque el más frecuente y reite-
rado es Horacio, casi una veintena de ocasiones)85.

83 En los números 40, 41, 42 y 51 aparecen las odas i 15 (Pastor cum traheret), i 34 (Parcus

deorum cultor et infrequens), iii 5 (Caelo tonantem) y i 1 (Maecenas Atavis), en endechas,


siendo la última la más aceptable de todas. Comenta M. Menéndez Pelayo, loc. cit., ii,
pág. 345, que Gutiérrez, en la América Poética, dice que Varela llegó a traducir la mayor parte
de las odas de Horacio, pero que sólo se han impreso las citadas. También señala las «hábiles
imitaciones u oportunas reminiscencias de los poetas antiguos, especialmente de Horacio»
(pág. 349), que encontramos en su obra poética, ejemplificado con los primeros versos del
canto «Por la libertad de Lima».
84 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., ii, pág. 345, según carta 29 abr. 1836.

85 G. Méndez Plancarte, Horacio en México, págs. 77-82 , considera las versiones de Horacio

no muy elegantes aunque bastante literales. También en otras obras de Lizardi (Noches Tristes,
Don Catrín de la Fachenda, La Quijotita y su prima) hay referencias al venusino. Véase tam-
bién T. Herrera Zapién, op. cit., págs. 237-240.
462 ramiro gonzález delgado

Vemos, por tanto, que no son sólo traducciones; el neoclasicismo impulsó


que los autores leyeran los textos clásicos y son muchas las inluencias greco-
latinas que se encuentran en la literatura hispanoamericana de esta época. Así,
por ejemplo, José Joaquín de Olmedo, natural de Guayaquil (Ecuador), era
llamado el «Píndaro Americano»86 y, aunque su «Canto a Bolívar» se puede
caliicar de pindárico, presenta más detalles de Horacio y de Virgilio; también
el venezolano Miguel de Tobar, por los años 1814-1818 compuso algunas odas
horacianas87.
Por otro lado, no debemos olvidar los autores y traductores españoles que
fueron de visita al Nuevo Mundo y que difundieron la cultura clásica allí,
como el poeta de la escuela sevillana Diego Mexía, traductor de Heroidas
de Ovidio88. En esta línea, también en Puerto Rico se publicó un libro, que
hoy caliicaríamos de «raro», que contiene una traducción de las Odas de
Anacreonte, del poema Amores de Hero y Leandro de Museo y de una se-
lección de veintisiete anacreónticas originales, que llevan por título El Beso
de Abibina89; su autor fue Graciliano Afonso (1775-1861), un clérigo helenista
canario que había emigrado a la isla de Trinidad de Barlovento y que, por el
carácter erótico del libro, sólo se atrevió a irmar con las iniciales de su nom-
bre y apellido y de su dignidad de deán de Canarias90. Este clérigo también
publicó en Canarias y en Madrid otras traducciones como todas las obras de
Virgilio o la Poética de Horacio91.
Otra inluencia clásica interesante es la técnica del centón. Sabemos que
en Nueva España se publicaron centones virgilianos desde inales del Xvii,
como el del Licenciado Riofrío en alabanza de la Virgen de Guadalupe (1680).
De nuestra época data un curioso centón elaborado por Bruno Francisco
Larrañaga: Prospecto de una Eneida Apostolica, o Epopeya que celebra la pre-
diación del V. Apostol del Occidente P. Fr. Antonio Margil de Jesús: Intitulada
«Margileida». Escrita con puros versos de P. Virgilio Maron, traducido a
86 M. Menéndez Pelayo, Historia de la Poesía Hispano-Americana, ii, pág. 32. A propó-

sito de las cartas que el autor dirigió a Joaquín de Araujo entre 1823 y 1825, señala Menéndez
Pelayo, loc. cit., ii, pág. 56, que «contienen curiosos juicios de Olmedo sobre Lucrecio, a quien
admiraba mucho, y sobre Lucano, cuyo genio poético estimaba superior al de Virgilio».
87 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., i, pág. 440.

88 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., ii, págs. 92-93 señala que Perú y México tuvieron «la

fortuna de ser visitados en el Siglo de Oro por muy preclaros ingenios españoles, que dejaron
allí una tradición castiza y de buen gusto».
89 Odas de Anacreonte. Los Amores de Leandro y Hero, traducidos del griego por G. A.

D. de C. con permiso del Gobierno, Puerto Rico, 1838. Véase M. Menéndez Pelayo, loc. cit., i,
pág. 332, que señala «El Anacreonte y el Museo son de lo mejor o de lo menos malo que hizo».
90 Véanse E. Padrono – G. Santana (eds.), Ilustración y pre-romanticismo canarios. Una

revisión de la obra del Doctoral Graciliano Afonso (1775-1861), Las Palmas de Gran Canaria,
1993; A. Armas Ayala, Graciliano Afonso: prerromántico e ilustrado, Las Palmas de Gran
Canaria, 1993; A. Becerra Bolaños, La conformación de un canon: Graciliano Afonso, Las
Palmas de Gran Canaria, 2010.
91 Sobre sus traducciones, M. Menéndez Pelayo, Bibliografía hispano-latina clásica, viii,

Santander, 1952, págs. 194-397; iX, págs. 1-150.


literatura grecolatina e iberoamérica 463

verso castellano: la que se propone al público de esta América Septentrional


por subscrición: Para que colectados anticipadamente los gastos necesarios,
se proceda inmediatamente a su impresión. Su autor, Don Bruno Francisco
Larrañaga. Impresa en Mexico en la Imprenta Nueva Madrileña de los
Herederos del Licd. D. Joseph de Jauregui, Calle de San Bernardo. Año de
178892 .
En prosa destacamos los dos volúmenes de Oraciones escogidas de Marco
Tulio Cicerón, edición bilingüe con notas y traducción de Oviedo (México,
1835), que contó con varias reediciones, especialmente en la segunda mitad del
siglo XiX 93. Entre los autores que se tradujeron para la enseñanza, apuntamos
las Fabulas de Phedro, liberto de Augusto de Rodrigo de Obiedo (Bogotá,
1828), edición bilingüe semejante a las versiones interlineales modernas (texto
latino en su orden natural y después en columna, con la traducción al lado,
palabra por palabra).
No debemos olvidar, además, la considerable producción literaria escrita
en latín durante nuestro periodo (especialmente en el ámbito eclesiástico), así
como traducciones castellanas de obras de humanistas, como por ejemplo la
de Juan Amós Comenius94.
A partir de 1850 proliferan las traducciones de la literatura grecolatina en
Iberoamérica. Ya hemos visto en esta pequeña muestra que, conforme vamos
avanzando en el tiempo, se localizan un mayor número de textos. En este
sentido, las páginas de los periódicos y revistas son un importante medio de
difusión, aunque de difícil localización para nuestros estudios. Hoy día, la
colección de textos clásicos más importante en Iberoamérica es la Bibliotheca
Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, que nace en 1944, cuando se
carecía de una colección semejante en lengua española, y en sus inicios prestó
atención particular a obras de ilosofía y ciencia; sigue completándose en la
actualidad95.

5. Andrés Bello
Es Andrés Bello el ilólogo hispanoamericano más importante de todo este
periodo y merece una mención especial. Su biografía se ha estructurado en
diferentes etapas96. La primera de ellas tiene lugar en Caracas, entre 1781-1810;
allí estudia los clásicos latinos en el convento de la Merced y se gradúa en

92 M. Menéndez Pelayo, Historia de la Poesía Hispano-Americana, i, pág. 94.


93 En cada tomo aparecen seis discursos. Véase I. Osorio, Tópicos sobre Cicerón, págs.
231, 247.
94 Véase B. Bruni Celli, «Situación de los estudios clásicos en Venezuela», en C. Ponce

Hernández – L. Rojas Álvarez (coord.), op. cit., págs. 177-206.


95 R. Moreno, El humanismo mexicano. Líneas y tendencias, México, 1999, págs. 55-60;

R. Heredia Correa, Catálogo. Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana,


México, 1996.
96 Véanse G. Méndez Plancarte, «Prólogo», Bello, México, 1943, págs. vii-Xlvi; F. Murillo,

Andrés Bello. Historia de una vida y de una obra, Caracas, 1986.


464 ramiro gonzález delgado

Filosofía, Derecho y Medicina en la Universidad de Caracas; en 1810 la Junta


de Caracas proclama su independencia y Bello es llamado a servir de Secretario
en dicha Junta. El segundo periodo se desarrolla en Londres, entre 1810-1829;
a la capital británica va junto a Simón Bolívar y Luis López Méndez; allí
estudiará griego; en este tiempo, Colombia, Perú y Chile reconocen la impor-
tancia de Bello en su independencia. Se instala en Chile tras la invitación de
su gobierno (tercer período: 1829-1865). Allí vivirá hasta su muerte ocupando
varios e importantes cargos, como Rector del Colegio de Santiago, Secretario
en el Ministerio de Relaciones Exteriores, Oicial Mayor del Ministerio de
Hacienda, Académico de la Real Academia Española, Senador durante 27
años, redactor del Código Civil Chileno, impulsor de la Universidad de Chile
y su primer Rector (cargo que ocupará hasta su muerte).
Si rastreamos los diferentes volúmenes de su Obra completa, editada por
el Ministerio de Educación de Caracas, comprobamos la enorme importancia
que el mundo grecolatino tiene en sus escritos, pues en todos ellos hay algu-
na referencia a autores u obras de la Antigüedad. Así, por ejemplo, respecto
a la historiografía, está más preocupado por la historia de la conquista y la
posterior independencia que por la Historia Antigua, pues no escribió ningún
artículo referente a ella97. Sin embargo conoce bien a los autores antiguos,
pues cita a Clemente de Alejandría, Euclides, Jenofonte, Tito Livio, Plinio,
Plutarco, Salustio, Tácito, Claudio Ptolomeo y Tucídides. También cita en sus
estudios de cosmografía98 a Aristóteles, Julio César, Diocleciano, Dion Casio,
Dioscórides, Heródoto, Hiparco, Hipócrates, Homero, Platón, Plinio, Séneca,
de nuevo a Claudio Ptolomeo y Virgilio. Vemos, por tanto, que junto a autores
principales conoce a otros secundarios.
Los autores grecolatinos que menciona en sus escritos ilosóicos99 son
Aristóteles (el más citado, al hablar de los silogismos en De los racioci-
nios demostrativos, en Del raciocinio en materia de hechos y en Curso de
Filosofía), Epicuro (señala que algunos discípulos suyos calumniaron la doc-
trina del maestro), Euclides (cita los Elementos), Galeno (al ser inventor de
un tipo de silogismos), Homero (le sirve de ejemplo para, en De las causas de
error, hablar de círculo vicioso y ejempliicar con su excelencia), Platón (que
no parece ser ilósofo de su agrado y lo cita una sola vez), Plinio (cita en latín
una vez un pasaje del panegírico) y Zenón (dos veces, ambas sobre el célebre
silogismo de que no hay movimiento en el universo).

97 A. Bello, Obra completa. xix: Historia y Geografía, Caracas, 1957. Sin embargo, en

algún momento, la mayoría de las veces por comparación, cita a personajes históricos de la
Antigüedad: Augusto, Julio César, Epaminondas, Cneo Escipión, Publio Cornelio Escipión,
el tetrarca Filipo, Herodes Agripa, Herodes el Grande, Nerón, el rey Salomón, Marco Aneo
Séneca y Lucio Aneo Séneca, Sejano, Teodosio, Tiberio, Zenobia reina de Palmira...
98 A. Bello, Obra completa. XX: Cosmografía, Caracas, 1957.

99 A. Bello, Obra completa. iii: Filosofía. Filosofía del entendimiento y otros escritos

filosóficos, Caracas, 1951.


literatura grecolatina e iberoamérica 465

Escribió Bello también un Compendio de la historia de la literatura100. Tras


una primera parte sobre la literatura del antiguo Oriente, incluye, en su se-
gunda parte, una «Literatura antigua de Grecia» que llega hasta 1453 con la
conquista de Constantinopla; la tercera, va dedicada a la literatura latina, que
sólo abarca hasta la muerte de Augusto (14 d.C.)101. Las dos primeras fueron
publicadas por Bello en un tomo de 88 páginas (Santiago de Chile, 1850). Un
fragmento bastante considerable de la tercera (hasta el comentario de Catulo),
se publicó en la obra de L. A. Vendel-Heyl, Ensayos analíticos y críticos so-
bre la primera edad de la literatura romana y particularmente sobre Plauto
(Santiago, 1850); el resto del estudio quedó inédito e inconcluso a la muerte
de Bello102. Lo cierto es que desde su etapa londinense venía publicando al-
gunos ensayos sobre literatura grecolatina, como por ejemplo «Estudios sobre
Virgilio»103, y había reseñado importantes traducciones castellanas que vieron
la luz en su época, lo que demuestra su interés por las literaturas clásicas. Este
es el caso de «Las poesías de Horacio», recensión de la traducción en cuatro
volúmenes de la obra completa de Horacio, realizada en verso por Javier de
Burgos, con notas y observaciones (Madrid, 1819-1823)104; o «La Ilíada tradu-
cida por don José Gómez Hermosilla», referida a la traducción en verso del
poema de Homero publicada en tres volúmenes (Madrid, 1831)105.
No sólo comenta traducciones, sino que él mismo imitará y traducirá a
los autores grecolatinos, como podemos ver en su producción poética106. Así,
100 Incluido en A. Bello, Obra completa. ix: Temas de crítica literaria, Caracas, 1956.
101 A. Bello, loc. cit., págs. 36-105 y 106-196 respectivamente.
102 El manuscrito original fue incluido por M. L. Amunátegui Aldunate en la edición de

las Obras completas (vi) publicadas en Santiago de Chile. Sobre este manual inconcluso de
literatura latina, véase F. García Jurado, «Los manuales románticos de literatura latina en
lengua española (1833-1868)», Revista de Estudios Latinos, 11, 2011, 207-235, págs. 229-232, que lo
califica como manual típicamente romántico, de influencia francesa, aunque muestra también
aspectos propios de la preceptiva clásica.
103 Publicado en Londres en El Repertorio Americano, i, octubre de 1826, págs. 19-26; po-

demos leerlo en A. Bello, op. cit., iX, págs. 215-224.


104 El Repertorio Americano, iii, abril de 1927, págs. 93-111; véase A. Bello, loc. cit.,

págs. 251-288; de esta traducción señala: «aunque juzgamos poco favorablemente del mérito
poético de esta versión [...], no por eso desestimamos el servicio que el señor Burgos ha hecho
a la literatura castellana, dándole en verso (no sabemos si por la primera vez) todas las obras
de aquel gran poeta; ni negaremos que nos presenta de cuando en cuando pasajes en que cen-
tellea el espíritu del original. Hallamos casi siempre en el señor Burgos, no sólo un intérprete
fiel, sino un justo apreciador de las bellezas y defectos de lo que traduce» (pág. 255).
105 A. Bello, loc. cit., págs. 415-427. Comenta: «Que don José Gómez Hermosilla, aunque

trabajó mucho por acercarse a este grado de fidelidad, no pudiese logarlo completamente, no
debe parecer extraño al que sea capaz de apreciar toda la magnitud de la empresa. [...] Los
epítetos de fórmula son característicos de Homero. [...] Suprimirlos, como lo hace casi siempre
Hermosilla, es quitar a Homero una facción peculiar suya...» (pág. 420).
106 A. Bello, Obra completa, vol. i: Poesías, Caracas, 1952. En este volumen encontramos

imitaciones y traducciones no sólo de autores clásicos, sino también de Byron, Delille, Víctor
Hugo, Lamartine, Petrarca, Pope, Rossi, Tasso... destacando, sobre todos ellos por su exten-
sión, los 9.256 versos del Orlando enamorado, de Boyardo, refundido por Berni.
466 ramiro gonzález delgado

parece que Virgilio, al que había dedicado algún ensayo, es uno de sus autores
preferidos, pues no sólo tradujo el libro v de la Eneida, hoy perdido, sino que
también compuso entre 1806-1808, aunque se publicó en 1882, una «Égloga.
Imitación de Virgilio»107. También compuso en 1808, aunque se publicó en
1861, una oda imitada de la de Horacio i 14 (O navis, referent) titulada «A
la nave»108. De este mismo autor, durante su etapa londinense, traducirá la
oda ii 16 (Otium divos rogat), que titula «Pide la dulce paz del alma al cielo»
(treinta versos sin rima en estrofas de cinco versos: cuatro endecasílabos y
un heptasílabo)109 y, en su etapa chilena, la Sátira i 10: «Fuese Lucilio enho-
rabuena» en ocho versos110. También tradujo los veinticuatro primeros versos
de la Elegía i 1 de Tibulo («Atesore el avaro», fechada en Londres en 1828 y
hasta 1952 inédita)111 y el Rudens o El cable del Navío, de Plauto112. Esta última
traducción, fechada en 1849, tiene en total 1342 versos y comprende el prólogo
y los tres primeros actos. Como no está completa, no se sabe si estaba entera
y parte se ha extraviado, o únicamente ha traducido lo conservado. También
tradujo al castellano pequeñas piezas eclesiásticas latinas113.
Su gusto por la poesía le llevó a investigar la métrica antigua114 como «Del
ritmo acentual en la versiicación latina»115, «Qué diferencia hay entre las len-
guas griega y latina por una parte, y las lenguas romances por otro en cuanto a
los acentos y cantidades de las sílabas...»116, «Uso antiguo de la rima asonante
en la poesía latina de la Media Edad y en la francesa, y observaciones sobre su
uso moderno»117, «Teoría del ritmo y metro de los antiguos según Juan María
Maury»118, «Del ritmo latino-bárbaro», «Sobre el origen de las varias especies
107 A. Bello, loc. cit., págs. 28-31. Sobre este autor, L. Correa, «Andrés Bello y Virgilio»,

Cultura Venezolana, 14, 1931, págs. 145-153.


108 A. Bello, loc. cit., págs. 36-37. Señala M. Menéndez Pelayo, Horacio en España, i,

pág. 367, que está trabajado sobre el modelo de «La Barquilla» de Lope.
109 A. Bello, loc. cit., págs. 164-166.

110 A. Bello, loc. cit., pág. 189. M. Menéndez Pelayo, Horacio en España, i, pág. 379, cree

que Bello la tradujo entera. El polígrafo santanderino también apunta la influencia virgiliana
y horaciana en la obra de Bello (págs. 367-373).
111 A. Bello, loc. cit., págs. 138-140. Esta traducción muestra cuarenta y ocho versos en

estrofas de seis (7- 11A 7- 11A 11-); para el último verso, véase A. Bello, Obra completa. ii:
Borradores de poesía, Caracas, 1962, pág. 630.
112 A. Bello, loc. cit., i, págs. 630-734.

113 La sequentia o himno eclesiástico Descensionis B. Mariae V. de Mercede «A la Virgen

de las Mercedes», quizá recuerdo y fruto de sus años de estudiante, puede leerse en A. Bello,
loc. cit., págs. 338-339; también el «Miserere», traducción del Salmo 50, en A. Bello, loc. cit.,
págs. 357-359 y A. Bello, op. cit., ii, págs. 633-636, con variantes textuales al aparecer manus-
critos inéditos.
114 A. Bello, Obra completa, vol. vi: Estudios Filológicos i, Caracas, 1955.

115 A. Bello, loc. cit., págs. 306-320. Este ensayo se publicó póstumamente en 1882.

116 A. Bello, loc. cit., págs. 433-449; publicado durante su etapa londinense en Biblioteca

Americana (1823).
117 A. Bello, loc. cit., págs. 351-364, publicado en Repertorio Americano (1827).

118 A. Bello, loc. cit., págs. 379-416; publicado en Anales de la Universidad de Chile (1866).
literatura grecolatina e iberoamérica 467

de verso usadas en la poesía moderna»119, sobre el origen de la rima, etc...


Pero es, sin duda, su gran contribución a los estudios clásicos la Gramática
de la lengua latina120 que, aunque publicada bajo el nombre de uno de sus hi-
jos, Francisco Bello (Santiago, 1838), la letra de los manuscritos nos demues-
tra que son suyas las innovaciones introducidas, así como las correcciones y
anotaciones. La segunda edición fue aumentada y corregida (1847), así como
la tercera (1854). Toma ejemplos gramaticales de Varrón, Plauto, Terencio,
Cicerón, César, Salustio, Nepote, Lucrecio, Catulo, Virgilio, Horacio, Tácito,
Suetonio, Lucano, Aulo Gelio y Séneca. La gramática aparece dividida en dos
partes: lexicología y sintaxis. Los dos últimos capítulos los dedica a «auxilios
para la traducción» y «de las iguras de Sintaxis» (elipsis, pleonasmo, silepsis,
helenismo, arcaísmo e hipérbaton). Sin embargo, como señala Espinosa Pólit:

Los conocimientos de latín de Don Andrés Bello, lejos de exhibirse,


deliberadamente se ocultan en su Gramática Castellana, pero ésta no
ha resultado el monumento inconmovible que es, sino en virtud de
aquellos invisibles cimientos de un dominio perfecto del latín121.

Con estas palabras no nos olvidamos de su obra principal, su Gramática de


la lengua castellana destinada al uso de los americanos y los esclavos espa-
ñoles (Santiago, 1847).
Hemos querido cerrar este capítulo, aunque sólo sea de forma breve y con-
cisa, con el humanista más importante de América, que vive precisamente
durante el segmento temporal que nos incumbe. Las colonias han dejado de
pertenecer a la corona española y los países independientes van avanzando
en solitario. Aunque Bello fue un irme defensor de los estudios clásicos, la
literatura grecolatina tendrá una importancia desigual en las jóvenes naciones
y este hecho se releja en la situación que hoy día encontramos de nuestros
estudios.
119 Estos últimos, también póstumos, en A. Bello, loc. cit., págs. 365-377 y 421-443.
120 A. Bello, Obra completa. vii: Gramática latina y escritos complementarios,
A. Espinosa Pólit (pról.), Caracas, 1958. Se toma para la Gramática la tercera edición de la obra.
Entre los escritos complementarios figura un informe en latín redactado por Bello en Londres
para el papa Pío VII, aunque suscrito por Fernando de Peñalver y José de Vergara; un ensayo
«Sobre el estudio de la lengua latina», publicado en El Arauco en 1831; otro sobre «Latín y
Derecho Romano», que publica en la misma revista en 1834; o «Los cinco libros de Los Tristes
de Ovidio. Ilustrados con notas en español», publicado en Santiago de Chile en 1847.
121 A. Bello, loc. cit., pág. lXXXiX. Estas palabras de Espinosa Pólit figuran en el prólogo

«Bello latinista», págs. Xi-Xci. A raíz de unas notas manuscritas de un ejemplar de Esquilo,
continúa con «Bello helenista», págs. Xcii-XciX, pues señala que las notas en latín revelan un
estudio profundo del original griego.

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