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Universidad de Málaga
2013
ANALECTA MALACITANA
(AnMal)
NÚMERO EXTRAORDINARIO
ANEJO XC DE LA REVISTA DE LA SECCIÓN DE FILOLOGÍA
DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
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Este libro es uno de los resultados del Proyecto de Investigación «Historiografía de la literatura gre-
colatina en España, de la Ilustración al Liberalismo (HLGE0)». Su publicación ha sido patrocinada por
la Dirección General de Investigación del Ministerio de Economía y Competitividad (FFI2010-14963).
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extraordinario por cualquier método o procedimiento (reprográico, mecánico o electrónico) sin la de-
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Imprime: Publidisa
ÍNDICE
[7]
bernd marizzi, Friedrich August Wolf y España ............................................ 225
mª del rosario Hernando sobrino, El Rey Carlos III (1759-1788) y la epi-
grafía latina .................................................................................................. 241
[8]
LITERATURA GRECOLATINA E IBEROAMÉRICA*
* Este capítulo ha sido elaborado gracias a una estancia de investigación en la unam sub-
vencionada por el programa de Becas Iberoamérica Jpi del Banco Santander 2011. Nuestro más
sincero agradecimiento al Dr. Gerardo Ramírez Vidal.
1 Citamos la bibliografía fundamental: A. Mª González de Tobía, «Tradición Clásica en
Iberoamérica», Synthesis, 12, 2005, págs. 113-129 [recogido también en Boletín de la Academia
Argentina de las Letras, 69, nº 273-274, 2005, págs. 87-124; versión española de «Lateinamerika»,
Der Neue Pauly. Enzyklopädie der Antike, 15/1 (La-Ot), Stuttgart-Weimar, 2001, págs. 20-47];
I. Osorio, Conquistar el eco. La paradoja de la conciencia criolla, México, 1989 (así como
varias obras específicas de este autor); T. Hampe Martínez (comp.), La tradición clásica en
el Perú virreinal, Lima, 1999; J. M. Rivas Sacconi, El latín en Colombia. Bosquejo histórico
del humanismo en Colombia, Santafé de Bogotá, 19933 (1949); R. Fernández, La enseñanza del
griego en Venezuela, Caracas, 1968; C. Mariano Nava, «Apuntes para una historia de la tra-
dición clásica en Venezuela», Estudios Clásicos, 112, 1997, págs. 131-136; E. Miranda Cancela,
La tradición helénica en Cuba, La Habana, 2003.
[443]
444 ramiro gonzález delgado
1. Antecedentes
Cuando Cristóbal Colón llega al Nuevo Mundo, con él desembarcan las
lenguas de los conquistadores: el castellano y el latín; desde entonces ambas
ejercen, en distinta medida, su inluencia a través del Estado y de la Iglesia.
Especial importancia tendrá la lengua latina en el terreno de la educación.
Ya en 1538 la bula del Papa Paulo III, In apostolatus culmine, creó la primera
universidad en Santo Domingo a partir del convento dominico, lo que sig-
niicó que el Nuevo Mundo adoptara el régimen universitario español3: una
institución de estudios superiores con las facultades tradicionales de teología,
derecho, medicina y artes. Sin embargo, México y Lima fueron las principa-
les ciudades americanas y, por lo tanto, los más importantes focos de cultura
clásica (en 1553 se crean sus universidades, que toman como modelo la de
Salamanca)4. Pese a que el latín se cultivó y se mantuvo como lengua de cul-
tura en las universidades (tesis, exposiciones, exámenes, redacción de trata-
dos...), no hay vestigios de comentarios originales, ni ediciones o traducciones
solventes de obras de la literatura clásica grecolatina. Tampoco se conservan
muchos textos ni detalles que nos hablen de métodos de enseñanza. La lengua
helénica, por otra parte, ofrece un panorama mucho más pobre, por no decir
prácticamente inexistente5, y el conocimiento de su literatura ha sido indirec-
to. En esta época el griego no triunfa en Iberoamérica y no forma tradición,
pues hasta el primer tercio del siglo XiX Virgilio reemplaza la falta de Homero,
Cicerón a Demóstenes y Platón, y no triunfó ningún equivalente latino para
los trágicos.
La enseñanza de las lenguas clásicas, sobre todo del latín, corría a cargo
principalmente de jesuitas, que tuvieron un papel muy activo en la educación
tórica. Por otro lado, en latín medieval, se tomó como modelo a Aristóteles para la Filosofía
(Ética, Metafísica y Lógica) y la Física (Física). El latín era también la lengua de la Teología
y los cimientos del Derecho eran el derecho romano y el canónico.
4 Durante los siglos Xvii y Xviii se crean universidades en la mayoría de los actuales países
el estudio del griego se anquilosó en España. Las cátedras de griego pasaron a considerarse
innecesarias, pues podían conducir a la herejía (lo importante ya estaba traducido). Con la
Contrarreforma, poco a poco se fueron conociendo textos líricos y científicos. Es significa-
tivo que no se hable de América en C. Hernando, Helenismo e Ilustración (El griego en el
siglo xviii español), Madrid, 1975.
literatura grecolatina e iberoamérica 445
mática y retórica con el objetivo de que los alumnos se expresen en latín correcto y elegante.
Véase I. Osorio Romero, Colegios y profesores jesuitas que enseñaron latín en la Nueva
España (1572-1767), México, 1979.
7 I. Osorio Romero, La enseñanza del latín a los indios, México, 1990, comenta la polémica
que se planteó especialmente en el siglo Xvi sobre la conveniencia de que los indios tuvieran
acceso a la escuela superior (fueran instruidos en teología y admitidos a las órdenes sagradas)
y, por lo tanto, aprendieran latín: sólo la orden jesuita insistió en la creación de un clero indí-
gena y, así, les instruían en lengua latina.
8 Véase M. Nava Contreras, La curiosidad compartida. Estrategias de la descripción de
10 Cinco años ocupaba el estudio de la lengua latina en su ratio studiorum: tres años (mí-
Nacional de las obras completas de Menéndez Pelayo, XXvii, Santander, 1948, pág. 180, que
su modelo es Virgilio: «La Musa del P. Landívar es la de las Geórgicas, rejuvenecida y trans-
portada a la naturaleza tropical».
12 La mejor biografía de Francisco Javier Alegre (Veracruz, 1729 – Bolonia, 1788) la es-
cribió el padre Manuel Fabri y antecede a sus Institutiones Theologicae (Venecia, 1789, en
siete volúmenes), traducidas al castellano por Icazbalceta. Sobre el autor véase M. Menéndez
Pelayo, loc. cit., i, págs. 84-87; I. Osorio, Conquistar el eco, págs. 100-104.
13 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., i, pág. 85, la llama «Ilíada virgiliana», remitiendo a lo
que de dicha traducción señaló Hugo Fóscolo, poeta griego y traductor de Homero. Sin em-
bargo, ya en las palabras al lector, señala Alegre: Ergo Homeri mentem, non verba, latinis
versibus exprimere conati, Virgilium Maronem, Homeri, inquam optimum, et pulcherrimum
interpretem ducem sequimur, in quo plura ex Homero fere ad verbum expressa, plurima levi
quidam immutatione detorta, innumera, immo totus quotus Maro est, ad Homeri imitationem
compositus. Ubi igitur Virgilius pene ad literam Homerum expressit, nos eadem Virgilii car-
mina omnino, aut fere nihil immutata lectori dabimus, nec enim aut a bullo mortalium elegan-
tius efferri potuisse quispiam crediderit, aut vitio, plagiove nobis verti poterit, si ubicumque
inventam Homericam supellectilem, ipso jure clamante, vero domino restituamus. Eos
itaque versus, quos immutatos a Virgilio desumimus asterisco notatos exhibemus (tomado de
I. Osorio, loc. cit., pág. 103).
literatura grecolatina e iberoamérica 447
Joaquín Arcadio Pagaza (Memorias de la Academia Mexicana, iii, págs. 422-425), pero que ya
en su original era una imitación elegante de la segunda Égloga de Virgilio, hasta sin cambio
de sexo en el protagonista.
15 I. Osorio, Conquistar el eco, pág. 101, comenta: «no se apega literalmente al texto griego
sino que, cuando considera oportuno, no muchas veces por cierto, introduce digresiones».
16 M. Menéndez Pelayo, op. cit., i, pág. 87. También G. Méndez Plancarte, Horacio en
México, México, 1937, pág. 43. Se han conservado íntegras las Sátiras i 1, 3, 6 y 9 y la Epístola
i 6. También tradujo varios pasajes de la Epistola ad Pisones, señalando: «Mi traducción no
será literal, ni aun casi será traducción. Hago con Boileau lo que él hizo con Horacio, esto es,
tomar yo los pensamientos y los preceptos, y verterlos a mi modo». Véase T. Herrera Zapién,
México exalta y censura a Horacio. Ensayos en el segundo milenio de su muerte e inmorta-
lidad, México, 1991, págs. 62-71.
17 G. Méndez Plancarte, loc. cit., pág. 44.
18 Véase T. Herrera Zapién, op. cit., págs. 44-61. M. Menéndez Pelayo, op. cit., i, pág. 82.
México, 1998, se centra especialmente en la poesía neolatina novohispana del Xvi. Tiene un
apartado dedicado a estas «lamentables pérdidas» (págs. 29-30); llama a Bernardino de Llanos
(1560-1639), «el primer Virgilio mexicano» (págs. 81-90).
20 Es el padre Agustín Pablo Pérez de Castro (Puebla, 1728 – Bolonia, 1790). Señala
G. Méndez Plancarte, op. cit., pág. 58: «Desgraciadamente, estas obras —como casi todas las
del P. Castro—, quedaron, al parecer, inéditas y fueron a aumentar el número de los tesoros
literarios irremediablemente perdidos para nosotros».
448 ramiro gonzález delgado
Cuatro son los prosistas neolatinos del Xviii novohispanos cuya obra
merece destacarse del rico conjunto de textos producidos en este siglo:
Vicente López, Juan José de Eguiara y Eguren, Manuel Fabri y Juan
Luis Maneiro. La obra de los cuatro tiene por objetivo recapitular los
logros culturales de la Colonia y rescatar la memoria de los hombres
que la hicieron posible25.
de Eurípides, «para demostrar que los autores dramáticos españoles, al abandonar a los clá-
sicos griegos —quoniam graecorum exemplaria neglexerant— renunciaron al buen gusto».
También señala que escribió en el destierro de Ferrara una historia del helenismo novohis-
pano, hoy perdida, y que tradujo a Hesíodo.
22 Véase, en el caso de Nueva España, I. Osorio, loc. cit., págs. 33-49.
23 Véase I. Osorio, loc. cit., págs. 33-34 y 93-95; «José de Villerías: poeta novohispano des-
colatina llegó a través del neoclasicismo francés y en pintura y escultura influye mucho la
mitología clásica.
27 La impronta clásica en los símbolos de las nuevas naciones es evidente. Por ejemplo, se
28 C. Acosta, Obras, iii, Caracas, 1907, págs. 276-277. Todavía la polémica llega hasta nues-
tros días. Así, a mediados del siglo XX, H. Cárdenas, «¿Tienen sentido en Latinoamérica los
Estudios Clásicos?», Revista Nacional de Cultura (Venezuela), 121-122, 1957, págs. 138-151,
señala que han sido los propios especialistas con su muralla de citas y monografías quienes
han distanciado la sociedad del mundo clásico, afirmando: «Que los especialistas estudien su
griego y su latín [...] pero que no intenten imponerlos en todo programa de estudios superiores
[...]. La ciencia, la técnica, [...] la matemática de Euclides, o la medicina de Hipócrates han
sido superadas ampliamente» (pág. 146). Concluye: «Nuestra especial situación de latinoame-
ricanos, de hombres que moran un mundo distinto y nuevo, nos demanda la originalidad de
nuestras experiencias y vivencias» (pág. 149).
29 A. Bello, «Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile el día 17
30 I. Osorio Romero, Tópicos sobre Cicerón en México, México, 1976, pág. 27.
31 Véase I. Osorio, Conquistar el eco, págs. 108-110.
32 Véase W. Vogt, «Fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera y la cultura de Jalisco»,
Revista de la Universidad de Guadalajara, iii, 22, 1986, págs. 13-20. Las gramáticas griegas que
se solían estudiar en la época eran la de Burnouf y la de Bergnes de las Casas.
33 I. Osorio, Conquistar el eco, pág. 119, señala que en 1867 se introdujo el griego en la
Los métodos de enseñanza tradicionales (por los que los alumnos debían
enfrentarse a la Gramática de Nebrija sin saber hablar su lengua nativa, leer,
escribir o contar, o incluso, sin que los profesores entiendan lo que enseñan)
no resultaban atractivos ni efectivos34. En este sentido, en el periodo que nos
ocupa surgen nuevos métodos de aprendizaje de la lengua latina. Así, el mé-
todo de Orellana (que puede resumirse en el dicho de Séneca: longum iter
est per praecepta; breve et eficax per exempla) tuvo una buena acogida en
México, a la vista de las varias reediciones de su obra en la segunda mitad
del Xviii y en la primera del XiX. Fundamentándose en este método, Francisco
Zenizo expuso el suyo en Relexiones sobre el modo de enseñar el idioma
latino i-ii (México, 1835-1839): recurrir a los autores latinos desde un princi-
pio, acompañando este estudio de la teoría indispensable, o sea, declinación
y conjugación35.
Lo mismo que sucede en México lo vemos en otros países que se inde-
pendizan. Si ejempliicamos con Venezuela, vemos que proliferan manua-
les escolares nacionales de lengua latina en el segundo tercio del siglo XiX36,
algunos importados de la península, como la Gramática Latina de Juan de
Iriarte, que la imprenta Tomás Antero publica en 1834, o la Nueva Gramática
Latina escrita con sencillez ilológica de Luis de Mata y Araujo, que se im-
prime en 1838 según la quinta edición publicada en Madrid en 1834; pero
la mayoría son de nueva factura: Elementos de la Lengua Latina de Pablo
Arroyo Pichardo (Caracas, 1829), Construcción de Nombres y Verbos Latinos,
nuevamente impresa para el uso de los alumnos de la clase de mayores del
Colegio de Caracas de José Mª Rodríguez (Caracas, 1835), Breve explicación
de las Oraciones Latinas para empezar a traducir de Demetrio Aguerrevere
Véase R. Fernández, op. cit., págs. 14-15, que rescata las palabras de Cecilio Acosta en
34
1856: «Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos».
35 I. Osorio, Tópicos sobre Cicerón, pág. 26.
36 Este auge en Venezuela se debe a que en 1827 Simón Bolívar decreta la reorganiza-
37 R. Fernández, op. cit. Según los preliminares del libro, fechado el 30 de octubre de 1848,
José Manuel Alegría, decano de la Facultad de Humanidades, pide que la obra se adopte en
los colegios nacionales.
38 A pesar de que nueve obras han desaparecido, se encuentran 49 títulos, algunos en
diferentes volúmenes, de: Claudio Eliano, Esquines, Alcifronte, Anacreonte, Safo y Alceo,
Antología Griega, Apiano, Arquímedes, Aristóteles, Arriano, Ateneo, Demóstenes, Diodoro
de Sicilia, Diógenes Laercio, Dión Casio, Dión Crisóstomo, Dionisio de Halicarnaso, Epicteto,
Eurípides, Herodiano, Heródoto, Homero, Isócrates, Juliano el Apóstata, Longino, Luciano
de Samosata, Licofrón, Pausanias, Píndaro, Platón, Plutarco, Antología de poetas griegos,
Polieno, Polibio, Estrabón, Tucídides y Jenofonte. R. Fernández, op. cit., págs. 63-75, repro-
duce el catálogo.
39 Hemos manejado «una nueva edición», M. de Silva, Nuevo sistema para estudiar la
lengua griega, París – México, 1914. Antes del prólogo, en el que alaba la tierra y cultura
griegas y defiende la utilidad del estudio de su lengua en «nuestra nación», el autor escribe
una carta-homenaje en griego a su padre.
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40 E. Miranda Cancela, op. cit. pág. 13, que señala, además, que en la prensa de la época
se anunciaban «academias para la enseñanza casi exclusiva del griego y del latín». Sobre la
situación cubana, véase también de esta autora «Los estudios clásicos en Cuba», en C. Ponce
Hernández – L. Rojas Álvarez (coord.), op. cit., págs. 121-132.
41 J. M. Dihigo, «Los estudios clásicos en Cuba: griego y latín», Revista de la Facultad
de Letras y Ciencias (La Habana), 38, 1928, pág. 73. El griego se impartía también a los estu-
diantes de Medicina.
42 Con posterioridad a nuestras fechas, destacan el colombiano Rufino José Cuervo
(1844-1911), notable filólogo de formación clásica; Miguel Antonio Caro (1843-1909), que pu-
blicó traducciones de Virgilio y Horacio; el cubano José Martí (1853-1895) y otros muchos
autores que incluyeron la presencia de los clásicos grecolatinos en sus obras.
literatura grecolatina e iberoamérica 455
«florece con vigor inusitado, pero apartada, por lo general de la influencia clásica».
46 I. Osorio, Conquistar el eco, págs. 80-85.
456 ramiro gonzález delgado
Tellus, 29. 2, 2011, págs. 235-256; «Una traducción desconocida de Safo de 1815», Mujeres de la
antigüedad: Texto e imagen. Homenaje a Mª Ángeles Durán López, en M. González (coord.),
Málaga, 2012, págs. 75-103 [edición en línea: http://www.aehm.uma.es/catalogo.html; fecha de
consulta: 15 / 10 / 2012].
48 I. Osorio, Conquistar el eco, pág. 125, señala que, además de la deficiente versificación,
pág. Xlvi.
50 M. Menéndez Pelayo, op. cit., ii, pág. 408. Acuña de Figueroa recibió una sólida educa-
habla I. Montes de Oca, Poetas bucólicos griegos, Madrid, 1888, pág. 348, señalando que a
pesar de su inferioridad poética, se propone una nueva versión, ya que las de Pesado parecen
traducciones indirectas que no logran interpretar la esencia del original.
52 C. F. Ortega, Poesías, México, 1839, págs. 291-293 y 333.
Millenium. Essays in honour of Thomas M. Robinson, vi, Sankt Augustin, 2004, págs. 109-126.
55 M. Menéndez Pelayo, op. cit., ii, pág. 174.
literatura grecolatina e iberoamérica 457
Spínola56. José Luis Ramos publica por vez primera en la revista La Oliva
(Caracas), nº 9, 1836, la oda i 14 de Horacio. Además, se encontró un cua-
dernillo de seis páginas donde había recogido las traducciones conocidas en
lengua castellana de esta oda57. Pero para conocer las versiones del venusino,
sólo tenemos que rastrear las conocidas y ya citadas obras de M. Menéndez
Pelayo Horacio en España (que completamos con su Historia de la poesía
Hispanoamericana), Gabriel Méndez Plancarte, Horacio en México, y su
continuación por Tarsicio Herrera Zapién. Así, dos versiones anónimas de
Horacio son citadas por don Marcelino, que leyó recogidas en Colección de
poesías mejicanas (París, 1833) las odas i 30 (O Venus, regina) y i 2 (Iam Satis
terris), caliicándolas de «muy lojas»58.
Méndez Plancarte cita a Cayetano de Cabrera y Quintero, natural de la
Ciudad de México, cuyo loruit se produjo en la primera mitad del siglo Xviii y
tradujo la oda iii 6 (Delicta majorum) y las sátiras i 6 (Non quia, Maecenas) y
i 9 (Ibam forte Via Sacra). De estas traducciones apunta:
60 Véase T. Herrera Zapién, op. cit., págs. 33-43, que señala: «Cayetano de Cabrera y
Quintero es un enorme poeta lírico, gloria tanto de la poesía novohispana, como de la poesía
latina de todos los tiempos».
61 G. Méndez Plancarte, Horacio en México, pág. 53.
458 ramiro gonzález delgado
65 Comenta M. Menéndez Pelayo, loc. cit., i, pág. 106: «bella traducción de Las Heroidas
de Ovidio en romance endecasílabo, muy exacta, y a veces poética, con cierto suave abandono
de stilo que remeda bien la manera blanda y muelle del original y resulta agradable cuando la
fluidez no degenera en desaliño».
66 G. Méndez Plancarte, Horacio en México, pág. 89. Aparecieron publicadas en Poesías
pág. 102.
literatura grecolatina e iberoamérica 459
69 Señala J. M. Rivas Sacconi, op. cit., pág. 277, que ese mismo año autores anónimos
publican una «pretendida traducción» de cuatro versos del Arte Poética y una paráfrasis pa-
ródica del Beatus ille.
70 J. M. Rivas Sacconi, loc. cit., págs. 281-297. De la traducción de Lineros señala: «ni es
traducción libre, como supone su autor, ni aun una paráfrasis siquiera, sino una especie de
composición caprichosa que contiene algunos de los pensamientos de Horacio, o invertidos
o desfigurados» (p. 287). Califica a del Campo Larraondo «padre de la crítica colombiana»
(pág. 297). M. Menéndez Pelayo, Horacio en España, i, pág. 440, las conoció gracias a copias
que le remitió Caro y publicó en su obra los primeros versos de ambas traducciones.
71 J. M. Rivas Sacconi, loc. cit., pág. 278.
En el Constitucional del Cauca del 15 de diciembre de 1832 aparecen 23 versos que son
75
entre las suyas [...], que no agradó representada [...], pero que leída vale más que el Edipo, de
Martínez de la Rosa, y sólo cede a la Virginia, de Tamayo, entre todas cuantas tragedias se
han compuesto en nuestra lengua».
81 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., ii, pág. 363.
82 Señala M. Menéndez Pelayo, loc. cit., ii, pág. 164, que sus odas y elegías pertenecen a la
A los tres poetas latinos citados los encontramos en la obra del periodis-
ta y político Juan Cruz Varela (Buenos Aires, 1794 – Montevideo, 1839), que
cultivó la poesía anacreóntica («frías, amaneradas e insípidas», en opinión
de Menéndez Pelayo) y compuso un poema erótico-mitológico que tituló
«Elvira». Así, en sus ensayos de colegio se encuentran versos latinos y una
traducción de la elegía i 3 de Tristia de Ovidio (interpreta una octava por
cada dos dísticos del original); publicó también cuatro odas de Horacio en El
Patriota de Montevideo83, aunque su labor más importante fue la versión de
algunos libros de Eneida, llevada a cabo durante su destierro en 1829 y 1836.
Sólo llegó a dejar limados y corregidos los dos primeros libros; y sólo el pri-
mero y algún fragmento del segundo, han sido impresos en la Revista del Río
de la Plata (1874). El traductor vierte los hexámetros en agradables endecasí-
labos de rima libre, aunque abusa de los pareados. El propio Juan Cruz señala
cómo lleva a cabo su tarea, por lo que no deben extrañarnos improvisaciones
y algunas inidelidades:
Sin embargo los versos más virgilianos de Juan Cruz no son los de su tra-
ducción de Eneida, sino los de su tragedia Dido, que es una adaptación dramá-
tica del libro iv del poema al que sigue a veces casi a la letra.
Como dato curioso debemos hablar de la obra de J. Joaquín Fernández de
Lizardi (1776-1827), que menciona a varios autores clásicos (Persio, Lucano,
Tácito, Juvenal), de los que no solían por entonces traducirse en las aulas.
En El Periquillo Sarmiento, para «ahorrar a los lectores menos instruidos los
tropezones de los latines», presenta casi siempre traducidos los textos clásicos
(un fragmento de la Sátira Xiv de Juvenal, otro breve de la Eneida de Virgilio,
de Lucano, de Ovidio, de Tibulo, de Fedro... aunque el más frecuente y reite-
rado es Horacio, casi una veintena de ocasiones)85.
83 En los números 40, 41, 42 y 51 aparecen las odas i 15 (Pastor cum traheret), i 34 (Parcus
85 G. Méndez Plancarte, Horacio en México, págs. 77-82 , considera las versiones de Horacio
no muy elegantes aunque bastante literales. También en otras obras de Lizardi (Noches Tristes,
Don Catrín de la Fachenda, La Quijotita y su prima) hay referencias al venusino. Véase tam-
bién T. Herrera Zapién, op. cit., págs. 237-240.
462 ramiro gonzález delgado
sito de las cartas que el autor dirigió a Joaquín de Araujo entre 1823 y 1825, señala Menéndez
Pelayo, loc. cit., ii, pág. 56, que «contienen curiosos juicios de Olmedo sobre Lucrecio, a quien
admiraba mucho, y sobre Lucano, cuyo genio poético estimaba superior al de Virgilio».
87 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., i, pág. 440.
88 M. Menéndez Pelayo, loc. cit., ii, págs. 92-93 señala que Perú y México tuvieron «la
fortuna de ser visitados en el Siglo de Oro por muy preclaros ingenios españoles, que dejaron
allí una tradición castiza y de buen gusto».
89 Odas de Anacreonte. Los Amores de Leandro y Hero, traducidos del griego por G. A.
D. de C. con permiso del Gobierno, Puerto Rico, 1838. Véase M. Menéndez Pelayo, loc. cit., i,
pág. 332, que señala «El Anacreonte y el Museo son de lo mejor o de lo menos malo que hizo».
90 Véanse E. Padrono – G. Santana (eds.), Ilustración y pre-romanticismo canarios. Una
revisión de la obra del Doctoral Graciliano Afonso (1775-1861), Las Palmas de Gran Canaria,
1993; A. Armas Ayala, Graciliano Afonso: prerromántico e ilustrado, Las Palmas de Gran
Canaria, 1993; A. Becerra Bolaños, La conformación de un canon: Graciliano Afonso, Las
Palmas de Gran Canaria, 2010.
91 Sobre sus traducciones, M. Menéndez Pelayo, Bibliografía hispano-latina clásica, viii,
5. Andrés Bello
Es Andrés Bello el ilólogo hispanoamericano más importante de todo este
periodo y merece una mención especial. Su biografía se ha estructurado en
diferentes etapas96. La primera de ellas tiene lugar en Caracas, entre 1781-1810;
allí estudia los clásicos latinos en el convento de la Merced y se gradúa en
97 A. Bello, Obra completa. xix: Historia y Geografía, Caracas, 1957. Sin embargo, en
algún momento, la mayoría de las veces por comparación, cita a personajes históricos de la
Antigüedad: Augusto, Julio César, Epaminondas, Cneo Escipión, Publio Cornelio Escipión,
el tetrarca Filipo, Herodes Agripa, Herodes el Grande, Nerón, el rey Salomón, Marco Aneo
Séneca y Lucio Aneo Séneca, Sejano, Teodosio, Tiberio, Zenobia reina de Palmira...
98 A. Bello, Obra completa. XX: Cosmografía, Caracas, 1957.
99 A. Bello, Obra completa. iii: Filosofía. Filosofía del entendimiento y otros escritos
las Obras completas (vi) publicadas en Santiago de Chile. Sobre este manual inconcluso de
literatura latina, véase F. García Jurado, «Los manuales románticos de literatura latina en
lengua española (1833-1868)», Revista de Estudios Latinos, 11, 2011, 207-235, págs. 229-232, que lo
califica como manual típicamente romántico, de influencia francesa, aunque muestra también
aspectos propios de la preceptiva clásica.
103 Publicado en Londres en El Repertorio Americano, i, octubre de 1826, págs. 19-26; po-
págs. 251-288; de esta traducción señala: «aunque juzgamos poco favorablemente del mérito
poético de esta versión [...], no por eso desestimamos el servicio que el señor Burgos ha hecho
a la literatura castellana, dándole en verso (no sabemos si por la primera vez) todas las obras
de aquel gran poeta; ni negaremos que nos presenta de cuando en cuando pasajes en que cen-
tellea el espíritu del original. Hallamos casi siempre en el señor Burgos, no sólo un intérprete
fiel, sino un justo apreciador de las bellezas y defectos de lo que traduce» (pág. 255).
105 A. Bello, loc. cit., págs. 415-427. Comenta: «Que don José Gómez Hermosilla, aunque
trabajó mucho por acercarse a este grado de fidelidad, no pudiese logarlo completamente, no
debe parecer extraño al que sea capaz de apreciar toda la magnitud de la empresa. [...] Los
epítetos de fórmula son característicos de Homero. [...] Suprimirlos, como lo hace casi siempre
Hermosilla, es quitar a Homero una facción peculiar suya...» (pág. 420).
106 A. Bello, Obra completa, vol. i: Poesías, Caracas, 1952. En este volumen encontramos
imitaciones y traducciones no sólo de autores clásicos, sino también de Byron, Delille, Víctor
Hugo, Lamartine, Petrarca, Pope, Rossi, Tasso... destacando, sobre todos ellos por su exten-
sión, los 9.256 versos del Orlando enamorado, de Boyardo, refundido por Berni.
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parece que Virgilio, al que había dedicado algún ensayo, es uno de sus autores
preferidos, pues no sólo tradujo el libro v de la Eneida, hoy perdido, sino que
también compuso entre 1806-1808, aunque se publicó en 1882, una «Égloga.
Imitación de Virgilio»107. También compuso en 1808, aunque se publicó en
1861, una oda imitada de la de Horacio i 14 (O navis, referent) titulada «A
la nave»108. De este mismo autor, durante su etapa londinense, traducirá la
oda ii 16 (Otium divos rogat), que titula «Pide la dulce paz del alma al cielo»
(treinta versos sin rima en estrofas de cinco versos: cuatro endecasílabos y
un heptasílabo)109 y, en su etapa chilena, la Sátira i 10: «Fuese Lucilio enho-
rabuena» en ocho versos110. También tradujo los veinticuatro primeros versos
de la Elegía i 1 de Tibulo («Atesore el avaro», fechada en Londres en 1828 y
hasta 1952 inédita)111 y el Rudens o El cable del Navío, de Plauto112. Esta última
traducción, fechada en 1849, tiene en total 1342 versos y comprende el prólogo
y los tres primeros actos. Como no está completa, no se sabe si estaba entera
y parte se ha extraviado, o únicamente ha traducido lo conservado. También
tradujo al castellano pequeñas piezas eclesiásticas latinas113.
Su gusto por la poesía le llevó a investigar la métrica antigua114 como «Del
ritmo acentual en la versiicación latina»115, «Qué diferencia hay entre las len-
guas griega y latina por una parte, y las lenguas romances por otro en cuanto a
los acentos y cantidades de las sílabas...»116, «Uso antiguo de la rima asonante
en la poesía latina de la Media Edad y en la francesa, y observaciones sobre su
uso moderno»117, «Teoría del ritmo y metro de los antiguos según Juan María
Maury»118, «Del ritmo latino-bárbaro», «Sobre el origen de las varias especies
107 A. Bello, loc. cit., págs. 28-31. Sobre este autor, L. Correa, «Andrés Bello y Virgilio»,
pág. 367, que está trabajado sobre el modelo de «La Barquilla» de Lope.
109 A. Bello, loc. cit., págs. 164-166.
110 A. Bello, loc. cit., pág. 189. M. Menéndez Pelayo, Horacio en España, i, pág. 379, cree
que Bello la tradujo entera. El polígrafo santanderino también apunta la influencia virgiliana
y horaciana en la obra de Bello (págs. 367-373).
111 A. Bello, loc. cit., págs. 138-140. Esta traducción muestra cuarenta y ocho versos en
estrofas de seis (7- 11A 7- 11A 11-); para el último verso, véase A. Bello, Obra completa. ii:
Borradores de poesía, Caracas, 1962, pág. 630.
112 A. Bello, loc. cit., i, págs. 630-734.
de las Mercedes», quizá recuerdo y fruto de sus años de estudiante, puede leerse en A. Bello,
loc. cit., págs. 338-339; también el «Miserere», traducción del Salmo 50, en A. Bello, loc. cit.,
págs. 357-359 y A. Bello, op. cit., ii, págs. 633-636, con variantes textuales al aparecer manus-
critos inéditos.
114 A. Bello, Obra completa, vol. vi: Estudios Filológicos i, Caracas, 1955.
115 A. Bello, loc. cit., págs. 306-320. Este ensayo se publicó póstumamente en 1882.
116 A. Bello, loc. cit., págs. 433-449; publicado durante su etapa londinense en Biblioteca
Americana (1823).
117 A. Bello, loc. cit., págs. 351-364, publicado en Repertorio Americano (1827).
118 A. Bello, loc. cit., págs. 379-416; publicado en Anales de la Universidad de Chile (1866).
literatura grecolatina e iberoamérica 467
«Bello latinista», págs. Xi-Xci. A raíz de unas notas manuscritas de un ejemplar de Esquilo,
continúa con «Bello helenista», págs. Xcii-XciX, pues señala que las notas en latín revelan un
estudio profundo del original griego.