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Se reconoce entonces, que en esta época del capital del conocimiento, solo las empresas
creadoras de valor a través de la innovación, la información y el conocimiento serán
exitosas. Más que al resto de los bienes, se le presta especial atención al capital
intelectual, al conjunto de activos intangibles (conocimientos, información, valores,
sistemas, relaciones) que posee la empresa que la hacen diferente de la competencia. En
esos elementos del capital intelectual, al conocimiento y la información se le asigna una
importancia estratégica; es en este contexto, en el que aparece la Gestión del
Conocimiento, como un nuevo método de gestión, mediante el cual el conocimiento
adquirido se utiliza y comparte de manera formal para elevar la eficacia organizacional.
Convierte información requerida en información útil para la solución de problemas
reales y obtener de ella suficientes beneficios. (Castro, 2001; Howard, 1998; Malhotra,
1998; Plaz, 2003). La Gestión del Conocimiento identifica y explota, en el trabajo
cotidiano, el conocimiento creado en la organización y el adquirido del exterior,
generaliza las mejores prácticas, propicia el incremento del capital intelectual de la
organización y su valor de mercado, a la vez que facilita la generación de nuevos
conocimientos y su materialización en productos y servicios”. (CITMA, p.8)
Sin embargo, mucho se ha hablado del papel de las tecnologías para implementar
sistemas de gestión del conocimiento; de manera bastante general, se pone el acento en
la gestión de información necesaria para la toma de decisiones y en los mecanismos
para atrapar, procesar y gestionar los conocimientos, y no todos los autores tienen
suficientemente en cuenta el papel de las variables psicosociales: cultura, liderazgo,
motivación, comunicación, aprendizaje; que influyen en la organización e inciden en los
procesos de cambio que deben producirse para lograr la competitividad y excelencia
empresarial. Coincidimos con los autores que sostienen la necesidad de destacar el lugar
de las personas, sus prácticas y la cultura de trabajo, aún antes de pensar en las
tecnologías (Arboníes, 2000). Tal es el motivo de estas reflexiones.
Chun Wei Choo (1999), refiere que los procesos de creación y difusión del
conocimiento, están mediados por las interacciones entre sistemas de actividad de la
organización, individuos (agentes, colegas y grupos) y rutinas u objetos de actividad.
Estas interacciones son mediadas a través de reglas, roles y relaciones estructurales
formales e informales, y el uso de herramientas y tecnologías. De tal forma que la
inteligencia de la organización es situada, es decir, se ve influida por las características
físicas o sociales del medio, las cuales restringen o fomentan las acciones de las
personas; así como la interpretación que las personas hagan del contexto y sus
sentimientos hacia este.
Tarín Martínez (1997), enuncia principios para que la organización logre pasar de los
conocimientos personales a sabiduría capaz de ser usada por todos. Valora la necesidad
del reforzamiento de las mutuas interdependencias entre las personas, equipos y
secciones, saltando el esquema de administración funcional; que se rompan barreras que
impidan los contactos y se consideren las fronteras como un medio para hacer
relaciones y dar forma al proceso interactivo de todos los integrantes de la organización.
Solo con la participación de todos los implicados es factible transformar sabiduría de
conocimientos y experiencias personales en un saber público, al servicio y disposición
de los demás.
Arie de Geus, (1999) a quien se atribuye la paternidad del término organizaciones de
aprendizaje,al evaluar las características de empresas que han logrado sobrevivir gran
número de años, señala entre sus rasgos comunes: cohesión interna, en torno de un
sentido de identidad y comunidad, en el que se forma el núcleo del personal de la
empresa a lo largo de años; y tolerancia con el pensamiento no convencional, la
excentricidad: apertura a las nuevas ideas y a la primacía de la experimentación, porque
las personas no aprenden si son forzadas por los jefes, las personas aprenden si quieren,
si sienten la necesidad y solo aprenden lo que realmente necesitan.
Cuesta (2001), ha señalado la importancia de crear un fuerte sentimiento de confianza
como base del desarrollo de la capacidad individual y del aprendizaje organizacional. Y
describe cómo los ambientes laborales de poca confianza, caracterizados por
dificultades en la comunicación y en las relaciones interpersonales, por poca interacción
entre los empleados, prejuicios y recelos infundados, donde no existe la práctica de
trabajo en grupo o equipo, fomentan el temor a compartir conocimientos.
Varios de los modelos de gestión del conocimiento que se han dado a conocer tienen en
cuenta estos elementos (Vega, 2005). Por ejemplo:
El modelo Anderson y APQC (1999), citado por Sánchez, 2005; propone cuatro
facilitadores: liderazgo, cultura, tecnología y medición; que favorecen el proceso de
administrar el conocimiento organizacional.
Con relación a la Gestión de los recursos humanos, se valoran las acciones que se
realizan para gestionar a los miembros de la organización, que fomenten el aprendizaje
continuo y el intercambio de conocimientos entre los miembros, a saber:
Bibliografía:
Plaz, R. (2003). Gestión del conocimiento: una visión integradora del aprendizaje
organizacional. Madri+d, 18. Extraído el 14 de Enero de 2004 desde
http://www.madrimasd.org/revista/revista18/ tribuna/tribuna2.asp
Senge, P et al. (2000). La Danza del Cambio. Como crear organizaciones abiertas al
aprendizaje. Barcelona: Editorial Gestión 2000 SA.
Schein, E. (1988). La cultura empresarial y el liderazgo. Barcelona: Editora Plaza &
Janes.
Schein, E. (1990). Consultoría de procesos. Recomendaciones para gerentes y
consultores. Buenos Aires: Addison – Wesley.
Disponible en:
http://www.psicologia-online.com/articulos/2010/05/cultura_conocimiento.shtml