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Moderadoras

Niki26 & Mona

Traducción

Niki26

Corrección

Sareta

Diseño
Bruja_Luna_
CRÉDITOS 3 CAPÍTULO QUINCE 182
SINOPSIS 5 CAPÍTULO DIECISÉIS 189
PARTE I 6 CAPÍTULO DIECISIETE 202
I 7 CAPÍTULO DIECIOCHO 207
II 21 CAPÍTULO DIECINUEVE 216
III 30 CAPÍTULO VEINTE 228
IV 37 CAPÍTULO VEINTIUNO 240
PARTE II 40 CAPÍTULO VEINTIDÓS 249
CAPÍTULO UNO 41 CAPÍTULO VEINTITRÉS 258
CAPÍTULO DOS 51 CAPÍTULO VEINTICUATRO 263
CAPÍTULO TRES 59 PARTE IV 271
CAPÍTULO CUATRO 73 CAPÍTULO VEINTICINCO 275
CAPÍTULO CINCO 84 CAPÍTULO VEINTISÉIS 280
CAPÍTULO SEIS 94 CAPÍTULO VEINTISIETE 288
CAPÍTULO SIETE 101 CAPÍTULO VEINTIOCHO 292
CAPÍTULO OCHO 114 CAPÍTULO VEINTINUEVE 300
CAPÍTULO NUEVE 123 CAPÍTULO TREINTA 310
CAPÍTULO DIEZ 133 CAPÍTULO TREINTA Y UNO 314
CAPÍTULO ONCE 146 CAPÍTULO TREINTA Y DOS 322
CAPÍTULO DOCE 153 CAPÍTULO TREINTA Y TRES 330
PARTE III 158 EPÍLOGO 333
CAPÍTULO TRECE 159 PRÓXIMO LIBRO 338
CAPÍTULO CATORCE 165 SOBRE LA AUTORA 339
E
n el Instituto Central Santa Cruz, los llamaban inadaptados, marginados,
raros. Pero la mayoría los conocía como los chicos perdidos.
Miller Stratton es un sobreviviente. Después de una angustiosa
infancia en la pobreza, hará lo que sea para encontrar seguridad para él y su madre.
Coloca todas sus esperanzas y sueños en el frágil marco de su guitarra y la belleza
que crea con sus cuerdas y su conmovedora voz.
Hasta Violet.
Nadie espera encontrar al amor de su vida a los trece años. Pero la valiente
chica rica roba el corazón de Miller y se niega a devolvérselo.
La vida de Violet McNamara no ha sido tan simple como parece. Su familia
perfecta no es tan perfecta después de todo. Su mejor amigo Miller es su única
constante y está decidida a no arruinar su amistad con complicaciones románticas.
Pero el corazón quiere lo que quiere. Mientras que la fama de Miller comienza
a alcanzar alturas estratosféricas, ¿qué hará falta para que Violet se dé cuenta de que
es la chica de todas sus canciones románticas?
Violet

Q
uerido diario,
Lo primero que debes saber de mí, ya que vamos a ser amigos, es
que me llamo Violet McNamara y tengo trece años. Hoy es mi cumpleaños
y eres uno de mis regalos. Mamá me lo entregó porque estoy en la
“cúspide de la feminidad” —superojos en blanco— y dijo que tal vez quiera escribir mis
emociones. Ella dice que seguramente se volverán “dramáticas” a esta edad y
escribirlas puede ayudar a evitar que se entierren profundamente y luego las vomite
más tarde.
Eso es irónico. Últimamente, ella y papá han estado escupiendo sus “emociones
dramáticas”, gritándose constantemente el uno al otro. Quizás también necesiten un
diario. Quizás eso es lo que les regalaré para su aniversario el próximo mes. Si llegan
tan lejos. No sé qué paso. Todos estábamos tan felices y luego todo comenzó a
desmoronarse, pieza por pieza.
Dios, están gritando ahora mismo. Esta casa es enorme y sin embargo la llenan
de rabia. ¿¿¿De dónde vino??? Esto hace que mi estómago se sienta raro y solo quiero
que se detenga.
Feliz cumpleaños para mí.

Dejé mi bolígrafo y me puse los auriculares. Absofacto sonó en mis oídos,


ahogando las voces elevadas de mamá y papá. Un sonido de cristal quebrándose
irrumpió mi música. Me estremecí, el corazón me dio un vuelco en el pecho y una
lágrima manchó la tinta de la primera entrada de mi diario. Lo limpié con cuidado,
subí la música y esperé a que pasara la tormenta.

Ya terminaron, pero Dios, uno de ellos rompió algo. Probablemente mamá. Es la


segunda vez que sucede. Las cosas están empeorando. Hace apenas dos semanas,
todavía dormían en la misma cama y ahora mamá ocupa el dormitorio por completo y
papá está en el estudio.
Quizás sea una fase. Tal vez si me esfuerzo lo suficiente y los hago sentir orgullosos
de mí, volverán a ser felices y todo volverá a ser como antes. Voy a ser una doctora. Una
cirujana. Alguien que repara las cosas rotas. Tal vez empiece con ellos, ja, ja.
De todos modos, no quiero escribir más sobre lo que le está pasando a esta
familia. Escribiré sobre algo mejor. Mejor dicho, River Whitmore. <3
Probablemente sea cada cliché multiplicado por un millón eso de llenar un diario
con pensamientos sobre chicos, pero he estado enamorada de River desde siempre.
Pero si lo vieras, Diario, lo entenderías. Es como un Henry Cavill de trece años, solo que
no es británico. Se nota que será grande, musculoso y sexy cuando sea mayor (¡DM, no
puedo creer que haya escrito eso!).
DE TODOS MODOS, su padre es dueño del Taller de Autos Whitmore y River le
ayuda en el verano. Cuando papá lleva el Jaguar para cualquier trabajo, yo lo acompaño,
aunque siempre me quedo callada alrededor de River. Otro cliché: la chica nerd y el
deportista popular que no sabe que existe. Es un jugador estrella de fútbol americano
que seguirá jugando como mariscal de campo durante toda la escuela secundaria y
luego en la universidad o tal vez irá directamente a la NFL.
De todos modos, eso es lo que siempre dice su padre.
En cuanto a mí, la Universidad de Santa Cruz en California es la escuela de mis
sueños. Santa Cruz es tan hermosa. No puedo imaginarme viviendo en otro lugar.
Eventualmente tendré que irme a la escuela de medicina, por supuesto, lo cual será
difícil ya que especializarme en cirugía general significa años de estudio. Y una tonelada
de deudas por préstamos estudiantiles. Pero escucha esto: ¡para mi último cumpleaños,
mamá y papá dijeron que lo pagarían todo!
Estaba tan feliz cuando me lo dijeron. Agradecida más allá de las palabras y
contenta porque podría estar cerca de ellos. Solo que ahora parece que nuestra vida
feliz fue temporal y todo se está derrumbando. No sé qué les pasó. Algo relacionado con
el dinero, creo. (¿Ves? El dinero realmente puede apestar).
De todos modos, yo…

Mi bolígrafo arañó el papel cuando un repentino silencio me sorprendió. Había


un enrejado en la pared fuera de mi habitación del segundo piso, y un grupo de ranas
que vivían en las frondosas enredaderas acababan de quedarse en silencio. A veces,
me imaginaba a River Whitmore trepando por el enrejado para rescatarme de mis
padres y su matrimonio desintegrado, pero también sería una escalera perfecta para
un intruso. Apagué la lámpara de mi escritorio y me hundí de nuevo en la oscuridad
de mi habitación, conteniendo la respiración.
Lentamente, las ranas empezaron a hacer ruido de nuevo.
Me subí las gafas a la nariz y miré por la ventana, por encima del bosque de
secuoyas y robles oscurecidos de Pogonip que bordeaba nuestro patio trasero, luego
me incliné sobre mi escritorio y bajé la mirada.
Había un niño. Un chico.
Parecía más o menos de mi edad, aunque era difícil saberlo solo por la luz de
la luna que colgaba gorda en el cielo. Tenía el cabello castaño largo y los hombros
encorvados en una chaqueta oscura. El chico se paseaba en un pequeño círculo con
frustración, como si hubiera llegado a un callejón sin salida, mi casa, y no supiera a
dónde más ir.
Miré mi reloj; eran casi las diez.
¿Por qué está aquí fuera? ¿Solo?
El chico se desplomó contra la pared debajo de mí, junto a una de las
mangueras enrolladas que colgaban del grifo. Las ranas se quedaron en silencio de
nuevo mientras él se deslizaba hacia abajo para sentarse sobre su trasero. Levantó las
piernas, colgó las muñecas sobre sus rodillas dobladas y bajó la cabeza. Me pregunté
si iba a dormir así.
Pasé mi lengua por mis frenillos, pensando. ¿Debería llamar a papá? ¿La
policía? Pero eso pondría al chico en problemas y parecía que ya estaba teniendo un
día horrible.
Levanté la ventana y entró el aire cálido de junio. Las maderas rasparon entre
sí y la cabeza del niño se alzó de golpe. La luz de la luna cayó sobre su rostro y respiré
un poco.
Es hermoso.
Qué pensamiento tan aleatorio y tonto. Los chicos no son hermosos. Al menos
no los que conocía. Ni siquiera River, que era más apuesto y deslumbrante. Antes de
que pudiera seguir debatiendo este tema conmigo misma, el niño se puso de pie, listo
para correr.
—¡Espera, no te vayas! —dije en un susurro sibilante, sorprendiéndonos a él y
a mí en el proceso. No sé qué me impulsó a detenerlo o por qué. Simplemente
apareció, como si no pudiera evitarlo. Como si fuera un error dejarlo ir.
El niño se detuvo al borde del límite donde el camino se convertía en bosque.
Levanté más el marco de la ventana para poder inclinarme y apoyar los brazos en el
alféizar.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurré-grité.
—Nada.
—¿Saliste del bosque?
—Sí. ¿Y qué?
—Bueno, para empezar, estás traspasando. Esta es propiedad privada. No
deberías estar aquí.
Siempre decían eso en la televisión, sonaba bien entonces.
El chico frunció el ceño.
—Me acabas de decir que no me vaya.
—Porque me preguntaba qué diablos estabas haciendo. Ya es tarde.
—Solo estaba… dando un paseo.
—¿Dónde vives?
—En ningún lugar. No sé. Alguien nos va a escuchar.
—Nah. Nuestros vecinos están bastante lejos. —Chupé mis frenillos de nuevo—
. Pero esto de susurrar apesta. Bajaré.
—¿Por qué?
—Para hablar mejor —dije y me pregunté si cumplir trece años había borrado
mágicamente algo de mi timidez.
O tal vez sea solo este chico.
—No me conoces —dijo—. Podría ser peligroso.
—¿Lo eres?
Pensó por un segundo.
—Quizás.
Fruncí mis labios.
—¿Me vas a hacer daño si bajo?
—No —dijo irritado—. Pero no deberías correr riesgos.
—Solo quédate donde estás.
Estaba en pijama, es decir, leggings con una sudadera holgada de UCSC
encima. Cogí mis zapatillas Converse del armario de mi habitación superordenada y
las deslicé sobre mis calcetines.
Volví a asomar la cabeza por la ventana. El chico seguía ahí.
—Bajo enseguida.
Soné como si bajara por el enrejado con regularidad. No era el tipo de niña
que se escapa por la noche, pero esa noche me seguía sorprendiendo a mí misma.
Moví mi cabello oscuro fuera de mi camino, subí a mi escritorio y luego saqué un pie
por la cornisa.
—No —dijo el chico desde abajo—. Te vas a caer.
—No lo haré —dije, y con cuidado encontré mi agarre en el interior de la
cornisa de la ventana con mis manos mientras mi pie derecho serpenteaba hacia un
peldaño en el enrejado.
—¿Cómo sabes que aguantará? —dijo el chico.
No tenía idea de si aguantaría, pero ya había dejado la seguridad del alféizar
de la ventana por los entrecruzados de madera más delgados del enrejado. Aparté
las enredaderas de mi camino y bajé lentamente, asegurándome de tomarme mi
tiempo para encontrar cada punto de apoyo. Luego me dejé caer al suelo y me sacudí
el polvo de las manos.
—¿Ves? Más fuerte de lo que parece —dije.
El chico frunció el ceño.
—Podrías haberte lastimado.
—¿Por qué te importa?
—No… no me importa. Solo lo digo.
Metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se apartó un mechón de
cabello de los ojos. Tenía unos ojos hermosos, azules como el topacio. De cerca, pude
ver que su vaquero tenía agujeros y no porque ese fuera el estilo. Llevaba una
chaqueta desgastada en los codos y unas botas de montaña rayadas y los cordones se
mantenían unidos por varios nudos. Una vieja mochila azul andrajosa colgaba de sus
hombros.
Pero era incluso más guapo de lo que imaginé desde ese primer vistazo,
aunque de una manera totalmente diferente a River. Este chico tenía un rostro más
suave, de alguna manera. Seguía siendo varonil, imaginé que se volvería muy guapo
cuando creciera. Sus cejas eran espesas, pero no demasiado gruesas y se veían
perpetuamente entrelazadas por la preocupación. Tenía una nariz bonita y su boca
era bastante perfecta. De hecho, no tenía idea de cómo se veía una boca “perfecta”
en un niño, excepto que este niño tenía una.
Nos quedamos unos momentos en silencio, mirándonos el uno al otro. Los ojos
del chico me recorrieron y me pregunté si estaría haciendo un inventario de mí de la
misma forma que yo lo había hecho de él. Normalmente, me habría sentido cohibida
por mis anteojos, mis frenillos y mis senos que estaban creciendo más rápido de lo
que estaba preparada. No tenía ningún rasgo que alguien pudiera llamar “perfecto”,
pero de alguna manera, me sentía bien al estar parada allí en la oscuridad con él.
—Así que… soy Violet.
—Miller.
—¿Miller es tu primer nombre?
—Sí, ¿y?
—Suele ser un apellido.
—Violet suele ser un color.
—Sigue siendo un nombre.
Ahora que no estábamos susurrando, noté que la voz de Miller ya había
cambiado. Profundizando, pero sin ese chirrido particular, como la del pobre Benji
Pelcher, que sonaba como si hubiera aspirado aire de globos de helio. Miller tenía
una bonita voz. Baja y un poco rasposa.
—¿Bien? —preguntó Miller—. ¿Qué quieres?
Ladeé la cabeza hacia él.
—Estás terriblemente malhumorado.
—Tal vez tenga una razón para estarlo.
—¿Y cuál es…?
—No es asunto tuyo. —Echó un vistazo al bosque oscurecido detrás de él—.
Debería regresar.
Lo dijo con una especie de tristeza. Como si estuviese rendido. Como si
prefiriera hacer cualquier cosa antes que volver.
Entonces, no dejes que se vaya.
Suavicé mi tono.
—¿Puedes al menos decirme qué estás haciendo aquí?
—Te lo dije. Dando un paseo.
—¿En un bosque oscuro por la noche? ¿Vives cerca? Nunca te había visto antes.
—Nos acabamos de mudar. Mi mamá y yo.
—Genial. Entonces somos vecinos.
Miller señaló con la barbilla hacia mi casa.
—No vivo en una casa así.
La amargura en su voz era tan fuerte que prácticamente podía saborearla.
—¿No se preocupará tu mamá de que estés aquí?
—Ella está en el trabajo.
—Oh.
No conocía a ningún padre que trabajara de noche en mi vecindario, a menos
que estuvieran en el sector tecnológico como mi papá. Solía quedarse hasta tarde en
su computadora, pero dudaba que la mamá de Miller estuviera trabajando hasta tarde
en InoDyne o en uno de los otros grandes lugares cerca de la universidad.
La mayoría de los chicos con padres en ese sector podían permitirse comprar
cordones de zapatos.
Se hizo un silencio y Miller pateó la tierra con su bota, con las manos todavía
atascadas en los bolsillos de la chaqueta, los ojos en el suelo, como si esperara que
sucediera algo a continuación. Las ranas gorjearon y el bosque respiró detrás de él.
—Entonces, ¿eres nuevo aquí? —Asintió—. Voy a la Escuela Media de
Coastline.
—Yo también iré allí.
—Genial. Quizás tengamos algunas de las mismas clases.
Tal vez podamos ser amigos.
—Quizás. —Miró hacia mi casa, con una expresión de nostalgia en su rostro.
—¿Por qué sigues mirando mi casa?
—No estoy mirando. Es simplemente… grande.
—Es decente. —Me dejé caer contra la pared como él lo había hecho antes.
Sonrió y se sentó a mi lado.
—¿Qué tiene de malo? ¿No hay suficientes mayordomos?
—Ja, ja . La casa está bien. En realidad, era perfecta.
—¿Y ahora no lo es?
—Mis padres no están felices últimamente.
—¿Y quién sí? —Miller arrojó un guijarro a la oscuridad.
—Sí, pero quiero decir, son muy infelices. Como gritando a todo pulmón y
tirando cosas… no importa. —Mis mejillas ardieron. ¿Por qué dije eso?
Pero los ojos de Miller se abrieron alarmados.
—¿Tiran cosas? ¿A ti?
—No, fue solo una vez —dije rápidamente—. Quizás dos veces, pero eso es
todo. No es gran cosa. —Aclaré mi garganta—. Todos los padres pelean, ¿verdad?
—No lo sabría. Mi papá murió hace unos meses —dijo, mirando a otro lado—.
Solo somos mamá y yo ahora.
—Oh, Dios mío, lo siento mucho —dije en voz baja—. Eso tiene que ser difícil.
—¿Qué sabes tú al respecto? —preguntó Miller con repentina tensión en su
voz—. Al menos puedes vivir aquí. Al menos si tus padres comienzan a gritar,
probablemente tengas una habitación grande y cómoda para esconderte, en lugar
de…
—¿En lugar de qué?
—Nada.
Se hizo otro silencio. El estómago de Miller gruñó y rápidamente trató de
ocultar el sonido raspando sus botas. Empezó a levantarse.
—Me tengo que ir.
Pero no quería que se fuera.
—Hoy es mi cumpleaños —dije.
Miller se quedó paralizado y luego volvió a sentarse.
—¿Sí?
—Sí. Tengo trece. ¿Tú?
—Catorce en enero. Tuviste una gran fiesta, supongo.
—No. Mi amiga Shiloh y yo vimos una película y luego mis padres me
compraron un pastel. Solo comí una pieza y no creo que mamá y papá hayan comido.
Queda mucho. ¿Quieres algo? —Los estrechos hombros de Miller subieron y
bajaron—. Se desperdiciará si no lo comemos —dije—. Y no hay nada más triste que
un pastel de cumpleaños con solo una pieza cortada.
—Puedo pensar en cien cosas más tristes —dijo Miller—. Pero sí, podría comer
un poco de pastel.
—Estupendo. —Me puse de pie y limpié la suciedad de mi trasero—. Vamos.
—¿A tu casa? ¿Qué hay de tus padres?
—Es seguro en mi habitación. Papá duerme en el estudio ahora. Mamá estará
en su habitación, pero nunca me vigila. Como siempre.
Miller frunció el ceño.
—¿Me vas a dejar pasar el rato en tu habitación?
Empecé a trepar por el enrejado.
—Sí. Nunca hago nada que no deba hacer, pero hoy es mi cumpleaños y se la
pasaron gritándose en mi cumpleaños, así que aquí estamos. —Lo miré por encima
del hombro—. ¿Vienes o no?
—Supongo.
—Entonces, vamos.
Volví a subir a mi habitación y Miller me siguió. Moví la lámpara para hacerle
espacio mientras se arrastraba por mi escritorio y saltaba con gracia.
—Ahora sabemos que el enrejado puede sostenernos a los dos —dije.
No estoy segura de por qué sentí que eso era importante, excepto que algo me
dijo, incluso entonces, que esta no sería la última vez que Miller fuera a subir a mi
habitación.
Pero al tenerlo allí, de cerca, y a la luz de la lámpara de mi escritorio, me sentía
rara por dentro. Un poco asustada, un poco nerviosa, un poco emocionada. Era unos
centímetros más alto que yo y sus ojos azules parecían kilómetros de profundidad.
Llenos de pensamientos y una pesadez que no había visto en ningún niño que
conociera, excepto tal vez en mi mejor amiga, Shiloh.
Me vio mirándolo y cómo mis manos estaban entrelazadas frente a mí.
—¿Qué? —preguntó con cautela.
—No lo sé —dije, levantando mis lentes y jugueteando con un mechón de mi
cabello negro—. Ahora que estás aquí, es un poco… diferente.
—No voy a robar nada. Y no te lastimaré, Violet. Nunca lo haría. Pero me iré si
quieres.
—No quiero que te vayas.
Las cejas de Miller se relajaron por un momento, suavizando toda su cara, y sus
hombros se aflojaron.
—Está bien —dijo con brusquedad—. Me quedaré.
Mi corazón se apretó con un poco de dolor por lo agradecido que sonaba.
Como si no estuviera acostumbrado a que lo quisieran, tal vez.
Apartó la mirada de mí, probablemente yo estaba mirándolo demasiado, para
contemplar mi habitación impecablemente ordenada con mi cama tamaño Queen y
un edredón blanco con volantes. Las estanterías ocupaban la pared que daba a la
ventana y carteles de Michelle Obama, Ruth Bader Ginsberg y la jugadora de fútbol,
Megan Rapinoe, en las paredes.
—¿No todas las chicas cubren sus paredes con estrellas de cine o de rock?
—Sí, porque todas las chicas son exactamente iguales —dije con una sonrisa—
. Estas son mis inspiraciones. Michelle me recuerda que tenga clase, Ruth me
mantiene honesta y Megan me empuja a dar lo mejor de mí. Yo también juego al
fútbol.
—Genial. —Los ojos de Miller se agrandaron, mirando mi baño adjunto—.
¿Tienes tu propio baño? Vaya. Está bien. —Sacudió la cabeza con incredulidad.
Parecía casi molesto.
—Está bien, entonces um, no te muevas —le dije—. Iré a buscar el pastel.
Dejé a Miller en mi habitación y cerré la puerta silenciosamente detrás de mí,
luego me arrastré por el largo pasillo, pasando habitaciones y baños, hacia la
escalera. Mi nerviosismo trató de volver a aparecer.
Es un poco loco dejar que un perfecto extraño entre en nuestra casa. Lo sabes,
¿verdad?
Pero yo era una estudiante sobresaliente, y los profesores siempre me decían
lo inteligente que era, que tenía la habilidad de recordar hechos. Y el hecho es que
Miller se había preocupado por mi seguridad no menos de tres veces en nuestra
breve conversación. Su mal humor provenía de la sospecha, como si no pudiera
entender por qué estaba siendo amable con él.
Porque no está acostumbrado a que la gente sea amable con él. O que tenga
dormitorios con baños adjuntos.
En nuestra enorme cocina de granito y acero inoxidable, saqué la caja del
pastel de cumpleaños del refrigerador. El sonido del estómago gruñendo de Miller
resonó en mi cabeza, así que llené una bolsa de compras con platos de papel, una
bolsa de totopos, un frasco de salsa, dos latas de Coca-Cola, tenedores y servilletas.
Colgué la bolsa en mi hombro, cargué la caja del pastel con ambas manos y me
escabullí escaleras arriba.
Busqué a tientas la puerta de mi dormitorio para abrirla. Miller se había ido.
—Rayos. —Mis hombros se hundieron con una decepción un poco más fuerte
de lo que esperaba. Luego casi se me cae la caja del pastel cuando Miller apareció
de mi vestidor.
—No estaba seguro si eras tú —dijo.
—Pensé que me habías abandonado.
—Sigo aquí. —Miró mi bolsa de la compra y su voz se tensó—. ¿Qué es todo
eso?
—Comida. He estado estudiando toda la noche…
—¿Estudias en verano?
—Sí. Tomo clases de preparación para la secundaria. Algún día seré médico.
Una cirujana. Eso requiere años de escuela y entrenamiento, así que estoy tratando
de adelantarme.
—Oh. Genial.
—Entonces, estaba estudiando y me dio más hambre de lo que pensaba. No es
mucho. Solo totopos, salsa y refresco. Aparte del pastel de cumpleaños. No son
exactamente los bocadillos preferidos de Health Food Weekly…
Miller no dijo nada y sentí que era demasiado listo para enamorarse de mi
caridad apenas disfrazada. Sin embargo, su hambre debe haber superado su orgullo,
porque no discutió, sino que me dejó preparar nuestro pequeño picnic en el suelo,
protegido por la cama en caso de que entrara una unidad parental.
Me senté contra la pared mientras Miller se sentaba perpendicular a mí, contra
mi cama, sus largas piernas frente a él. Acomodé la comida, comimos y hablamos
sobre algunos de los niños en la escuela que conocería.
—El capitán del equipo de fútbol americano juvenil es el mariscal de campo,
River Whitmore —dije e inmediatamente deseé no haber empezado con él. Mi cara
enrojeció—. ¿Juegas fútbol americano?
—No.
—Um, sí, entonces él es el mariscal de campo.
—Ya dijiste eso. —La mirada aguda de Miller se deslizó hacia mí y luego se
apartó—. Te gusta.
—¿Qué? —prácticamente chillé, luego bajé la voz—. No, yo… ¿Por qué piensas
eso?
—Por cómo dijiste su nombre. Y tu cara se puso roja. ¿Él es tu novio?
—Difícilmente. Quiero decir, mírame.
—Te estoy mirando.
Y era cierto. Sus ojos color topacio estaban sobre mí, no solo observándome,
sino viéndome. Sentí como si los secretos más profundos de mi corazón estuvieran
pintados por todo mi rostro. El calor se apoderó de mi piel y tuve que apartar la
mirada.
—Ya sabes cómo es —le dije—. Soy una geek y él es un dios del fútbol. No sabe
que existo. Pero hemos estado juntos en la escuela desde el jardín de infancia y yo…
no lo sé. No recuerdo un momento en el que no estuviera enamorada de él. —Me
golpeé las mejillas con ambas manos—. No puedo creer que te acabo de decir todo
eso. Por favor, no le digas a nadie cuando empiecen las clases. Me mortificaré.
Miller miró hacia otro lado y tomó su refresco.
—Olvidaré que incluso lo mencionaste.
—Bien, entonces… de todos modos, también conocerás a Shiloh. Ella es
superinteligente y sarcástica. Y hermosa también. Se parece mucho a Zoë Kravitz. Ella
es mi mejor amiga. Mi única amiga.
—Yo no tengo. Tú vas por buen camino.
—Sí, pero te acabas de mudar aquí. Yo he vivido aquí toda mi vida. —Pasé un
mechón de cabello detrás de mi oreja—. Pero tú y yo, ahora somos amigos, ¿verdad?
¡Intercambiemos números de teléfono! Para que podamos enviar mensajes de texto.
—Cogí el mío de la cama—. Mierda, será genial recibir un mensaje de texto y no
saber automáticamente que es Shiloh.
—No tengo un celular —dijo Miller, cepillándose las manos en su vaquero roto,
sin mirarme.
—Oh. Espera, ¿de verdad? —Dejé caer mi teléfono en mi regazo—. ¿Cómo
sobrevives?
—Si tienes que vivir sin algo, simplemente hazlo.
—No puedo imaginarlo.
Frunció el ceño.
—Lo apuesto.
—Oye…
—¿Bien? ¿No dijiste que no te lo imaginabas?
—Sí, pero eso no es justo con…
—¿Justo? —se burló Miller—. No tienes idea de lo justo.
—¿Por qué te enojas conmigo?
Abrió la boca y luego la cerró de golpe.
—No estoy enojado.
Dejé pasar unos segundos y luego lo miré.
—Está bien. Puedes contarme cosas. Si tú quieres.
—¿Qué tipo de cosas?
—Cualquier tipo.
Como dónde vives.
—Nos acabamos de conocer —dijo Miller—. Y eres una chica.
—¿Y qué?
—Y eso. Los chicos no hablan de cosas con las chicas. Hablan con otros chicos.
—Los amigos se hablan, ¿recuerdas? Y además… —Hice un espectáculo de
mirar a mi alrededor y luego miré debajo de la cama—. No hay chicos aquí.
Soltó una carcajada.
—Dios, eres una tonta. Pero también un poco valiente.
—¿Crees que soy valiente?
Asintió.
Mis mejillas se sentían calientes.
—Nadie me había llamado valiente antes.
Una pequeña sonrisa apareció en sus labios cuando nuestras miradas se
encontraron. El aire entre nosotros pareció suavizarse y quedarse quieto. Algo
perfecto, estar sentada ahí con este chico en mi cumpleaños.
Entonces mi mamá abrió la puerta de su habitación desde el pasillo con un
estruendo, y sus pasos bajaron por las escaleras.
Me estremecí, y luego Miller y yo nos quedamos paralizados. Unos minutos más
tarde, su voz se elevó y mi padre respondió, ambas haciéndose más y más fuerte,
hasta que estuvieron en una pelea de gritos en toda regla. Podía sentir a Miller
mirándome y mi cara ardía. Mi estómago se hizo un nudo alrededor de toda la comida
que acababa de comer, haciéndome sentir mal.
—No puedo creerlo —gritó mamá desde abajo—. ¿Otro, Vince? ¿Cuántos más?
—Jesucristo, son más de las diez de la noche. ¡Quítate de encima, Lynn!
Sus palabras se volvieron indistintas, probablemente mamá persiguiendo a
papá más adentro de la casa, agitando algunos papeles hacia él como la había visto
hacer.
La humillación me quemaba en el centro. Levanté las rodillas y me tapé los
oídos, deseando que ambos cayeran muertos. El aroma verde de las agujas de pino
y el picante mordisco de la salsa me invadieron.
Miré con un ojo abierto. Miller se había movido para sentarse a mi lado. No me
rodeó con el brazo, sino que se sentó lo suficientemente cerca para que nos
tocáramos. Hombro con hombro. Haciendo contacto. Dejándome saber que estaba
allí.
Me incliné, apoyándome en él, y escuchamos hasta que la explosión de mis
padres se desvaneció. Los pasos de mamá volvieron a subir las escaleras. Su puerta
se cerró de golpe. Abajo, la puerta del estudio también se cerró de golpe y se hizo el
silencio.
—¿Pelean mucho? —preguntó Miller en voz baja.
Asentí contra el gastado material de su chaqueta.
—Antes se amaban y ahora se odian. Siento que estoy en una simulación de la
familia perfecta, pero hay un error en la programación.
—¿Por qué no se divorcian?
—Creo que hay algún tipo de situación monetaria. No me dicen nada, pero sé
que no pueden separarse hasta que se arregle. —Me picaron los ojos—. Pero sigo
esperando que la situación del dinero se solucione por sí sola y también los solucione
a ellos.
Miller no dijo nada, pero sentí su hombro presionarme un poco más.
—Somos amigos, Violet —dijo finalmente, mirando al frente.
—¿Qué?
—Tú preguntaste… y sí. Somos amigos.
Lo miré y él me miró, y la felicidad llenó los fríos espacios que había dejado el
nuevo odio de mis padres hacia el otro.
Encontré una sonrisa.
—¿Listo para el pastel?
Corté rebanadas de pastel de fresa con glaseado de vainilla, y Miller y yo
comimos y hablamos un poco más. Casi lo hago escupir Coca-Cola por la nariz riendo,
contándole sobre la vez que uno de los patinadores, Frankie Dowd, trató de saltar su
tabla de la mesa del almuerzo en la cafetería y se cayó, enviando bandejas de comida
volando a los regazos de la gente.
—Desencadenó una pelea de comida —dije—. Oh, Dios mío, el director estaba
enojado y trató de castigar a todo el séptimo grado.
Miller se rio más fuerte. Me encantaba su risa; sonaba bien en su voz rasposa y
todo su rostro se iluminó. Esa tensión estresada desapareció, solo por unos minutos,
y eso me hizo sentir que había hecho algo incluso mejor que darle de comer.
Comimos hasta llenarnos y Miller exhaló un suspiro.
—Mierda, eso estuvo bien… —Un pensamiento pareció ocurrirle, y esa maldita
preocupación lo recorrió de nuevo—. Me debería ir.
—No tienes que…
—Sí, tengo que. —Se puso de pie y se echó la mochila al hombro—. Gracias
por la comida. Y el pastel.
—Gracias por comerlo conmigo, así no me siento tan patética.
—No eres patética —dijo Miller con fiereza, luego se metió las manos en los
bolsillos—. ¿Crees que tal vez pueda llevarme otra pieza?
—Toma todo. No lo quiero.
—No —dijo en voz baja—. No voy a llevarme tu pastel de cumpleaños. Solo una
pieza. Para mi mamá.
—Oh. Por supuesto. —Envolví un trozo de pastel en servilletas y se lo
entregué—. ¿Miller…?
—No —dijo, poniendo el pastel en su mochila.
—¿Cómo sabes lo que estaba a punto de decir?
—Sé lo que vas a preguntar, pero no te molestes. Esta noche fue una buena
noche. No quiero estropearlo.
—¿Decirme dónde vives lo estropearía?
—Sí, lo haría. Créeme. Podría estropear lo nuestro.
—¿Lo nuestro?
—Nuestra amistad —dijo rápidamente—. Puede que no quieras ser mi amiga.
—Lo dudo, pero está bien. No te molestaré más por eso.
Por ahora.
—Gracias. Y gracias por el pastel.
—Claro —dije. Se dirigió hacia la ventana y me mordí el labio—. ¿Nos vemos
mañana?
—¿Quieres que vuelva? —Sus ojos azules se iluminaron por un segundo rápido,
luego se encogió de hombros descuidadamente—. Sí. Tal vez.
Puse los ojos en blanco y junté las manos frente a mí.
—Oooh, tal vez . Así que esperaré despierta toda la noche por ti, esperando y
orando y suspirando por que regreses.
Rio un poco.
—Eres muy extraña.
—Y tú malhumorado. En cierto modo encajamos. ¿No es así?
Asintió, sus ojos oscuros en la penumbra.
—Te veré mañana. —Empezó a salir por la ventana.
—¡Oye, espera! —dije, deteniéndolo—. No te pregunté tu apellido. ¿Es como
un primer nombre? ¿Ted? ¿John…? ¡Oh! ¿Te llamas Miller Henry?
Sonrió con suficiencia.
—Es Stratton.
—El mío es McNamara. Encantada de conocerte, Miller Stratton.
Sonrió, pero volvió la cabeza antes de que pudiera verlo bien.
—Feliz cumpleaños, Violet.

¡Oh, Dios mío, diario, eso fue una locura! ¡Acabo de meter a un chico en mi
habitación! Hablamos, comimos y reímos, y siento que lo conozco desde siempre. No sé
de qué otra manera explicarlo. Como cuando conocí a Shiloh y fuimos amigas de
inmediato. Miller no es como cualquier otro chico de la escuela, que hace bromas
sexuales tontas y juega videojuegos todo el día. Es profundo. No, eso suena cursi. Tiene
profundidad.
Su mal humor tampoco me molesta, y no le importó, demasiado, que le hiciera un
millón de preguntas. Aun así, sigue siendo un misterio. Creo que podría llevarme años
llegar a conocerlo por completo. No quiso decirme dónde vivía. Tengo la sensación de
que él y su madre son pobres porque él tenía mucha hambre y su ropa estaba en mal
estado. Pero todas las casas por aquí son enormes. No puede haber caminado muy lejos
para llegar aquí.
Lo invité a volver mañana. Espero que venga. Quiero darle más comida sin que
parezca que es mi caso de caridad. Pero, sobre todo, quiero hablar más con él. Quiero
conocerlo y que él me conozca a mí. Quiero decir, ¿con qué frecuencia sucede eso?
Conocer a una persona nueva… es como abrir un regalo de cumpleaños.
Hablando de eso, ahora tengo dos amigos.
¡Feliz cumpleaños para mí!
Violet

M
iller regresó esa noche y la noche siguiente, y durante los siguientes
dos meses seguidos, a medida que el verano se acercaba a su fin. Mi
primera amiga, Shiloh, vivía con su abuela, pero pasaba todos los
veranos en Luisiana visitando a familiares, por lo que Miller se deslizó en su vacante
perfectamente.
Pasábamos el rato en mi habitación por la noche, comiendo bocadillos; Miller
siempre tenía hambre. Yo estudiaba y él escribía en un cuaderno viejo y doblado.
Nunca me mostró lo que estaba escribiendo y yo nunca fisgoneé. Pero una vez capté
el destello de una página y vi lo que parecía poesía.
La mayoría de los días íbamos caminando al centro de la ciudad o íbamos al
paseo marítimo y jugábamos en la sala de juegos antes de caminar por la playa. Otras
veces, Miller estaba ocupado haciendo trabajos ocasionales en la ciudad para ganar
dinero y ayudar a su madre. Dijo que ella trabajaba en el restaurante de la calle 5,
pero nunca me llevó allí para conocerla.
Le presenté a mis padres y, por mi petición secreta, papá contrató a Miller para
que trabajara en el jardín una vez a la semana, a pesar de que ya teníamos un
jardinero.
—Me pagó cincuenta dólares —me dijo Miller más tarde, después de su primer
día de trabajo. Me miró acusadoramente—. Eso es demasiado.
—Tenemos un césped enorme —respondí inocentemente.
Quería discutir, pero creo que necesitaba más el dinero.
Una noche de finales de agosto, Miller se sentó con un cuaderno sobre las
rodillas, garabateando algo mientras yo estudiaba.
Cerré mi cuaderno de álgebra y me quité las gafas para frotarme los ojos.
—Terminé. Una clase menos de la que tengo que preocuparme en la
secundaria.
—Vas a ser como ese viejo programa, Doogie Howser —dijo Miller, terminando
el sándwich de jamón y queso que le hice—. Estarás en la universidad cuando tengas
dieciséis.
—Nah. No soy tan buena.
—Eres muy inteligente, Vi —dijo.
Esa era otra cosa. Empezó a llamarme Vi. Lo que me encantaba.
—¿Alguna vez me vas a decir lo que estás escribiendo? —pregunté.
—Mi tesis de maestría universitaria. —Guardó el cuaderno en su mochila—.
Pensé que podría adelantarme.
—Ja, ja. —Moví los hombros hacia arriba y hacia abajo y estiré las piernas
frente a mí—. Estoy nerviosa.
—¿Por qué?
—Conocerás a Shiloh mañana.
Ella había regresado de Nueva Orleans, y pensé mí que Amiga Uno debía
conocer a mi Amigo Dos.
—¿Eso te pone nerviosa?
Jugué con mi bolígrafo.
—Puede que te guste más ella que yo.
—Entonces no la conoceré.
—Eso es tonto.
—Sí, lo es —dijo, mirándome con esa forma particular suya. Como si me
estuviera absorbiendo de alguna manera, en toda mi gloria nerd—. Porque no hay
manera de que me guste más ella que tú.
—¿Cómo lo sabes?
—Solo lo sé. —Los ojos de Miller se oscurecieron—. Además, ¿qué te importa?
Te gusta River No Sé Qué.
—Es cierto, pero eso es solo una quimera. También podría estar enamorada de
Justin Trudeau, ya que nunca va a suceder. Y, de todos modos, no estoy preocupada
porque te guste Shiloh. Dice que nunca saldrá con un chico, aunque no me dirá por
qué. Me preocupa que ustedes se lleven bien y sean mejores amigos. —Me encogí
de hombros—. No quiero quedarme fuera.
—Nunca te dejaré fuera.
La irritación me lastimó por ser tan cohibida.
—Uff, olvídalo. Primero fui amiga de ella y primero fui amiga tuya, así que ¿por
qué soy yo la que está preocupada por quedar fuera?
—Porque piensas demasiado en todo. —Miller me dio una de sus raras
sonrisas—. Ni siquiera quiero conocerla. Ya la odio.
Sonreí.
—No tienes permitido odiarla. Solo ignórame. Estoy siendo tonta.
—Paranoica, tal vez… —bromeó y luego bostezó.
Ojeras rodeaban sus ojos últimamente, y su rostro lucía pálido ante la luz de la
lámpara de mi escritorio. Miller siempre parecía un poco triste, pero la tristeza había
empeorado en los últimos días. Hundida en él más profundamente, de alguna manera.
Intenté preguntarle sobre eso varias veces, sobre el cansancio y los dolores de
cabeza que parecía tener mucho. Pero siempre se cerraba y me aseguraba que
estaba bien.
Pero es obvio que no está bien.
Me mordí el labio.
—¿Puedo ser honesta?
—¿Cuándo no lo eres?
—Te ves un poco mal. ¿Estás bien? No pierdas el tiempo. Dime la verdad.
—Estoy bien.
—Parece que has perdido peso…
—Estoy bien, doctora McNamara. Es solo un dolor de cabeza.
—Sigues diciendo eso, pero no estás mejorando. ¿Es porque la escuela casi
está comenzando? ¿Estás nervioso por eso?
Miller no dijo nada. Me moví de la silla de mi escritorio para sentarme a su lado,
pero se puso de pie de un salto.
—Necesito usar tu baño.
Se fue y cerró la puerta. Lo escuché orinar y luego abrir el grifo.
—Eso es otra cosa —le dije cuando volvió a salir—. Siempre tienes sed,
siempre estás haciendo pipí.
—Jesús, Vi.
—Es cierto. Entonces, me hace preguntarme. —Tragué saliva—. ¿No tienes…
plomería en tu casa? ¿Agua potable?
—Déjalo.
—Puedes decírmelo, Miller. Sabes que puedes.
—No puedo.
—Sí puedes, y yo…
—Olvídalo. No me mirarías de la misma manera. —Colgó su mochila andrajosa
en su hombro—. Me tengo que ir.
—Como sea —dije, fingiendo estar enojada—. Te veré mañana.
—Vi… no seas así —dijo con cansancio—. No hay nada que puedas hacer, así
que no te preocupes.
—Dije como sea. No quieres hablar de eso, así que no lo haré. —Hice un gran
espectáculo de estiramientos y bostezos—. Me voy a la cama.
Me estudió un momento más y luego asintió.
—De acuerdo. Nos vemos mañana.
—Síp.
Miller salió por la ventana. Cuando estuvo por debajo de mi línea de visión, me
puse los zapatos y agarré mi sudadera, luego miré por encima del borde. Acababa
de llegar al suelo y se dirigía de regreso al bosque. Conté hasta diez en mi cabeza,
luego salí tan silenciosamente como pude y me metí en el bosque detrás de él.
Era una figura oscura e indistinta que se movía en las sombras, serpenteando
entre los árboles que se avecinaban, bloqueando la luz de la luna. Estaba tan oscuro
que apenas podía ver dónde poner los pies. Casi tuve que rendirme y dar la vuelta.
Entonces Miller encendió la mini linterna que mantenía atada a su mochila, y seguí su
luz más adentro del bosque.
Tomó el camino de acceso que probablemente los guardaparques habían
utilizado hacía mucho tiempo. Ahora estaba cubierto de vegetación y baches. Miller
se mantuvo en el borde, en dirección noroeste, adentrándose más en el bosque. Me
pregunté si habría cabañas tan adentro. El Club de Golf estaba al otro lado de la
ciudad de Pogonip. ¿Quizás su mamá trabajaba allí de noche y tenían alojamiento
para sus empleados…?
Equivocada. Tan, tan equivocada.
Justo al lado de la antigua carretera de acceso había una camioneta. Vieja,
verde oliva con paneles de madera. Oxidada. Abollada. Camisetas se hallaban en las
ventanas para hacer cortinas. Una camiseta de mujer yacía arrugada en el tablero,
junto con envoltorios de comida rápida y vasos de bebida vacíos. El auto estaba
hundido en el suelo, como si no se hubiera movido en tanto tiempo, se estaba
convirtiendo en parte del bosque. Mi corazón se apretó como si me hubieran dado un
puñetazo en el pecho. No había ningún destino al que los llevaría este auto. Dicho auto
era el destino.
Eché un vistazo desde detrás de un árbol mientras Miller abría la trampilla
trasera de la camioneta. Arrastró una hielera al suelo, la abrió y agarró una botella de
agua. Se sentó en la nevera cerrada y se bebió toda la botella, luego sus hombros se
hundieron. Derrotado.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Salí del bosque y me dirigí al camino de
acceso donde la luz de la luna brillaba más.
—Hola.
Alarmado, su cabeza se alzó de golpe, luego la volvió a bajar.
—Hola, Vi —dijo con voz apagada.
—¿No te sorprende verme?
—Estoy más sorprendido de que no me hayas seguido antes. ¿O ya lo has
hecho?
—No —dije. Ahora estaba frente a él, los dos de pie en la oscuridad y mi voz se
quebró—. Miller…
—No hagas eso —dijo, señalándome con el dedo—. No llores por mí, Vi. No
sientas pena por mí.
—No puedo evitarlo. Me preocupo por ti. Y nunca dijiste… Nunca me
contaste…
—¿Por qué lo haría?
—Por ayuda. Nunca pediste ayuda.
—Nada ayudaría. ¿Qué puedes hacer?
Sacudí la cabeza con impotencia.
—No sé. Algo. Cualquier cosa.
—Me das comida. Eso es suficiente. Es demasiado.
—No… —miré a mi alrededor, tratando de comprender cómo la vida de dos
personas podía caber en un auto. Cómo hubieron metido todo su ser en ese pequeño
espacio.
¿Cómo es que Miller cabía aquí cuando él es tanto?
—¿Dónde…? —Tragué, lo intenté de nuevo—. ¿Dónde te duchas?
—El Parque de la Amistad, en la casa club.
—Eso es solo para miembros.
—Entro a hurtadillas. No quieres escuchar esto, Vi.
—Sí. Sí quiero.
Las lágrimas corrían ahora.
Es tan valiente.
No sabía lo que quería decir con eso, pero se sentía cierto. Valiente por haber
vivido así, nunca quejándose, nunca robando. Haciendo trabajos ocasionales para
ayudar a su mamá.
—No es por drogas, si eso es lo que estás pensando —dijo Miller de manera
sombría—. Mi papá se fue y se llevó todo el dinero.
—Dijiste que murió.
—Porque desearía que estuviera muerto. Pero se fue y nos desalojaron de
nuestro departamento en Los Banos. Mi mamá pensó que empezaríamos de nuevo
aquí. Muchos trabajos. Pero es demasiado caro y el auto se averió, así que no
podemos irnos. Pero consiguió trabajo en un café y por la noche…
Sacudió la cabeza, sus ojos azules brillando en la oscuridad. Esperé,
conteniendo la respiración.
—A veces hace cosas con hombres por dinero. ¿Qué te parece? ¿Ya escuchaste
lo suficiente? ¿Quieres saber cómo es lavarse el cabello en un baño de Costco? ¿O
escuchar a tu mamá regresar a este maldito auto, oliendo a hombres extraños y
sonriéndote con lápiz labial manchado, diciéndote que todo va a estar bien?
Respiré temblorosamente.
—¿Dónde está ahora?
—¿Dónde piensas?
—¿Volverá esta noche?
—No sé. A veces le dejan quedarse en el motel para ducharse y esas cosas. Si
se lo permiten, ella se queda y duerme en una cama de verdad. No la culpo. Luego
irá directamente a su trabajo en el café por la mañana.
Me limpié la nariz.
—Déjale una nota y trae tus cosas.
—¿A dónde voy?
—Conmigo, Miller. Vienes conmigo.
Parecía demasiado cansado, demasiado derrotado para discutir. Guardó la
hielera y agarró su vieja mochila andrajosa.
—¿Tienes ropa para lavar? —Asintió—. Cógela.
Esperé a una distancia respetuosa mientras él reaparecía de la parte trasera de
la camioneta con una bolsa de basura, medio llena. Caminamos en silencio de regreso
a mi casa, con Miller a la cabeza, ya que él conocía mejor el camino. En lugar de dar
la vuelta a la parte de atrás, subir por el enrejado, pasé por la puerta lateral del garaje
y nos conduje directamente al lavadero.
—¿Tus padres?
—Si nos ven, diré que tu ropa tiene manchas de césped por trabajar en el
jardín. Estás aquí porque tu mamá trabaja hasta tarde y te dejaron fuera de tu… casa.
—Mi garganta se apretó—. Tienes que pasar la noche aquí.
Miller asintió con indiferencia.
Abrí la tapa y vertió su ropa, y algunas prendas de su madre, en la enorme
lavadora. Luego lo tomé de la mano y lo guie a través de la casa, arriba a mi
dormitorio, deteniéndome en el armario de ropa de lino en el camino. Agarré una
toalla y, dentro de mi habitación, le indiqué el baño.
—Toma una ducha si quieres. O un baño. Tómate todo el tiempo que quieras,
pero tira tu ropa y la agregaré al lavado.
—¿Quieres que te dé mi ropa interior?
—Envuélvela en tus vaqueros. No me importa. No miraré de todos modos.
Miller hizo lo que le dije y yo bajé el paquete de su ropa. No olían mal. Olían a
bosque y al cuero del interior del auto y a él.
Cuando la lavadora estaba batiendo, me dirigí a la cocina y agarré una bolsa
de compras. Tomé dos botellas del agua favorita de mamá y las arrojé.
Sin agua potable. Sin inodoro. Sin lavabo. Sin ducha.
Las lágrimas llenaron mis ojos de nuevo, pero parpadeé y agarré dos botellas
de agua más. Estaba decidida a cambiar la realidad de Miller de alguna manera, pero
la culpa por no haberlo seguido antes era ardiente y aguda en mi pecho.
Mamá debió haber ido a la tienda ese día; la nevera y la despensa estaban
surtidas. Hice dos sándwiches de jamón y queso y los envolví en papel de aluminio,
luego agarré una bolsa de Doritos y un paquete de galletas con chispas de chocolate
y me dirigí al piso de arriba.
Miller acababa de cerrar la ducha cuando llegué a mi habitación. Dejé la bolsa
y busqué en mis cajones las cosas menos femeninas que tenía: un pantalón de franela
a cuadros blancos y negros y una sudadera blanca de UCSC con la mascota de la
babosa plátano amarilla en el frente.
La puerta del baño se abrió de golpe y salió vapor.
—¿Eh, Vi…?
—Aquí. —Le puse la ropa en la mano.
Salió del baño unos minutos después. Las franelas eran demasiado cortas para
él, pero se ajustaban a su estrecha cintura. Miró la bolsa de la compra.
—Puedes comer ahora o llevártelo contigo —le dije.
—Estoy cansado.
—Entonces duerme.
En una cama de verdad.
Retiré las mantas y me metí en la cama. Miller vaciló y luego se sentó a mi lado.
Nos acostamos de lado, uno frente al otro. Su cabeza se hundió en la almohada y
suspiró con un alivio tan profundo que casi lloro.
—¿Cuánto tiempo? —pregunté.
—Once semanas, tres días, veintiuna horas.
Mordí el interior de mi mejilla.
—Ya no puedes quedarte allí.
—Lo sé. Cuando empiece la escuela… no sé qué diablos hacer. Me
crucificarán.
—No tienen que saberlo. Pero tienes que salir de ahí. A un refugio, al menos.
Miller negó contra la almohada.
—Mamá se niega. Dice que me alejarán de ella. Dice que al menos el auto sigue
siendo nuestro. Y todo el mundo lo sabría con seguridad. Nadie me ve escondido en
el bosque. Tengo una oportunidad.
—¿Y si un guardabosques te echa?
—Mamá está reuniendo el dinero para un depósito y yo estoy ayudando.
—¿Cuánto tiempo llevará? Ambos deberían mudarse aquí. Tenemos espacio
más que suficiente.
—No, Vi.
—¿Por qué no? ¿No crees que tu mamá querría… no hacer lo que hace?
—Sí —dijo con los dientes apretados—. Pero ella no confía en nadie. Tampoco
yo.
—Puedes confiar en mí, Miller.
Su expresión dura se suavizó y empezó a contestar, pero el temporizador de
mi teléfono sonó.
—Ese es el lavado. Vuelvo enseguida.
Me apresuré a la planta baja, más allá de la sala de estar en el que podía oír el
zumbido de televisión y ver su luz celeste saliendo de debajo de la puerta. Papá,
todavía exiliado del dormitorio principal al sofá plegable, mientras mamá estaba
sentada en su cama tamaño King.
Me detuve frente a la puerta del estudio. Podría pedirle ayuda a mi papá. Como
consejo.
Luego pensé en él despertando a mamá porque Miller estaba en mi habitación,
mi cama. Ellos se asustarían, humillándonos a los dos.
Entonces por la mañana.
En el lavadero, cambié la ropa a la secadora y, cuando volví a subir, Miller
parecía estar dormido.
Apoyé la silla de mi escritorio debajo del pomo de la puerta por si mis padres
recordaban que existía y apagué la luz. Me acosté a su lado y me tapé con las mantas.
Mi cabeza se apoyó en mi almohada y abrió los ojos.
—Vi… —susurró.
—Estoy aquí.
—¿Que voy a hacer? —Su voz era espesa y mi corazón se sentía como si se
partiera en mil pedazos.
—Duerme —dije, tratando de sonar valiente. Como me dijo que era—. Lo
resolveremos.
Sacudió la cabeza.
—No sé. Llevamos semanas en ese auto, pero parece que nací allí. A veces,
solo quiero que la tierra se abra y me trague.
—No dejaré que eso pase. Te necesito.
—No puedes contárselo a nadie. Júrame que no lo harás.
—Miller…
—Júralo, o me iré ahora mismo y nunca volveré.
Parecía demasiado agotado para moverse, pero sabía que se levantaría y se
arrastraría por la ventana si no se lo prometía. Cerré los ojos con fuerza y me salieron
lágrimas calientes.
—Lo juro.
—Gracias, Vi.
Contuve un sollozo, me acurruqué cerca de él y lo rodeé con mis brazos. Olía
tan limpio y cálido, pero delgado. Demasiado delgado.
Ha perdido peso desde que nos conocimos. Lo está enfermando, vivir en un auto.
Miller se puso rígido por un segundo y luego me acercó más, y metí mi cabeza
debajo de su barbilla, y encajamos tan perfectamente. Como piezas de un
rompecabezas.
Su pecho se empujó contra mi mejilla en un profundo suspiro, y escuché los
latidos de su corazón, un poco demasiado rápido, pensé. Si ya fuera médico, podría
ayudarlo en lugar de sentirme tan impotente. Los latidos eran como segundos,
contando algo, aunque no sabía qué. Quizás algo malo. Me quedé dormida, el miedo
hundiéndose conmigo.
Violet

A
l día siguiente, caminamos por el centro de Santa Cruz, a lo largo de
aceras bordeadas de árboles, pasando por lindas pequeñas tiendas,
restaurantes y galerías de arte. Nos dirigíamos al Brewery Café para
encontrarnos con Shiloh. Observé a Miller de cerca, notando cómo su rostro todavía
estaba pálido. Encontré dos botellas de agua vacías en la basura de mi habitación
cuando me desperté y él se había quejado de estar cansado, incluso después de
dormir en mi cama.
—Apenas recuerdo una cama de verdad —había dicho esa mañana—. Olvidé
cómo se sentía.
Mi estómago se apretó.
—Puedes dormir en ella todas las noches.
Lo había dicho como una oferta, pero era una orden. Si su mamá podía dormir
en un motel, entonces lo haría dormir en mi cama y beber toda el agua que necesitase.
Vi a Miller caminar a mi lado, estoico y sin quejarse. Dábamos tantas cosas por
sentado todos los días: calefacción, baños, agua al toque de un grifo. Privacidad,
espacio, una cama. Miller no tenía nada de eso y, sin embargo, lo había guardado
todo dentro, lo había enfrentado solo.
En la acera frente a una casa de empeños, Miller se detuvo y miró hacia
adentro. Una hermosa guitarra acústica estaba al frente y en el centro de un soporte.
Los arañazos estropeaban su madera pálida, pero el marrón más oscuro del cuello
era rico y reluciente.
—Es hermosa —le dije.
—Es mía —dijo Miller en voz baja, para sí mismo.
Me volví para mirarlo.
—¿Qué?
Sus ojos se abrieron y luego frunció el ceño.
—Mierda, nada, no importa. —Comenzó a caminar rápido por la acera y yo me
apresuré a alcanzarlo.
—¿Es tuya? No sabía que tocabas.
—Hay muchas cosas que no sabes sobre mí.
—Supongo que sí —dije, tratando de mantener el dolor fuera de mi voz—.
¿Eres bueno? ¿Llevas mucho tiempo tocando?
—Desde que tenía diez años. Aprendí a tocar viendo YouTube cuando teníamos
una computadora.
—¿Puedes cantar?
Asintió.
—Mayormente covers, pero también escribo mis propias cosas.
Parpadeé ante esta nueva faceta de sí mismo desplegándose frente a mí.
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Es eso lo que has estado haciendo en tu cuaderno
todas las noches? ¿Escribiendo canciones? Podrías haber tocado para mí…
Miller se detuvo y se volvió hacia mí.
—Bueno, es demasiado tarde para eso, ¿no? Santo cielos, Vi. ¿Alguna vez dejas
de hacer preguntas y ayudar y… entrometerte en mi mierda?
Retrocedí como si me hubieran abofeteado.
—No… pensé…
Se pasó una mano por el cabello.
—No debería haberte dicho lo de la guitarra.
—¿Por qué no?
—Porque ahora vas a tomar tu mesada de niña rica y comprarla para mí. Has
ayudado bastante. Has hecho suficiente. No puedo aguantar más.
Me quedé mirando la intensidad en sus ojos que eran kilómetros de
profundidad y me succionaban hacia él, donde el dolor era profundo y oscuro. Donde
el deseo y el sacrificio y la falta habitaban. Cosas que habían despertado al dormir en
una cama de verdad después de una ducha caliente y una comida.
—No la compraré de vuelta —dije.
—Promételo. —Me mordí el labio y moví los pies. Miller apretó la mandíbula—
. Es algo que tengo que hacer por mí mismo. Prométemelo, Violet.
—Lo haré si respondes una pregunta. ¿No tener tu guitarra es lo que te ha
entristecido últimamente?
—No estoy triste…
—Fue hace una semana, ¿verdad? ¿Cuándo la vendiste?
Asintió de mala gana.
—Pero no la vendí, la empeñé. Hay una diferencia. Si se vende, desaparecerá
para siempre. Si está empeñada, puedo recuperarla.
—¿Qué pasa si alguien más la compra? —Los ojos de Miller se agrandaron, el
miedo ardía en ellos al pensarlo—. Tenemos que recuperarla —dije—. Porque no has
sido tú mismo. Como si faltara una parte de ti, y solo pienso…
—No pienses, Violet —dijo, repentinamente sin aliento. Su rostro se puso
colorado, como si acabara de correr—. No hagas nada. Déjalo. Promételo.
—Está bien, está bien, lo prometo —le dije en voz baja, sobre todo porque esta
conversación lo estaba molestando.
—Siento haberme enojado contigo —dijo—. Has sido… realmente buena
conmigo. Demonios, me has hecho la vida soportable. —Su mano se levantó como si
quisiera cepillar el cabello que se había soltado de mi cola de caballo, luego se la
metió en el bolsillo—. Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
Simplemente no estoy acostumbrado a… tener cosas. Una ducha larga. Una cama. Y
me hace extrañar aún más lo que no tengo.
—Quiero que sigas teniendo esas cosas —le dije en voz baja—. En mi casa. En
cualquier momento. Y tu mamá también. Lo que sea que necesites.
Toqué con las yemas de mis dedos su muñeca y luego deslicé mi palma contra
la suya. Para mi sorpresa, los ojos de Miller se llenaron de lágrimas mientras miraba
nuestras manos tocándose. Sus ásperos dedos se entrelazaron con los míos y se
aferraron con tanta fuerza…
Luego me soltó rápidamente y se alejó. Continuamos calle abajo en silencio.
Después de una cuadra, los pasos de Miller se volvieron desiguales. Tambaleándose
ligeramente, tuvo que apoyarse la pared de un restaurante o tienda cuando se
acercaba demasiado.
—Oye. —Lo agarré del brazo—. ¿Qué está pasando?
—No sé. Nada. Solo tengo sed. Necesito agua.
Cruzó la calle hacia el 7-Eleven en la esquina opuesta con pasos arrastrados y
sin mirar el tráfico. Una camioneta frenó con el claxon a todo volumen, pero Miller no
le prestó atención.
Me apresuré a alcanzarlo.
—Miller, oye. Me estás asustando.
Me ignoró, con la mirada fija en el 7-Eleven. Dentro de la tienda, se dirigió a
los refrigeradores de bebidas y tomó el Gatorade más grande que tenían.
—¿Quieres algo? —preguntó, su voz sonaba tensa, mientras buscaba en el
bolsillo delantero de su vaquero un billete de cinco dólares allí.
—No, gracias. —El calor se infiltró en mi preocupación por él, porque estaba
tratando de cuidarme, incluso cuando había tenido que empeñar lo más valioso que
poseía.
Miller pagó la bebida y doblamos la esquina hacia el costado del edificio. Se
deslizó contra la pared y sorbió el líquido amarillo neón. Lo vi beber la mitad de la
botella en unos tragos enormes y luego cerrar los ojos con alivio.
—¿Mejor? —pregunté, agachándome a su lado. Por favor, dime que estás mejor.
Asintió, pero luego bebió la otra mitad, vaciando la botella.
Me quedé mirándolo.
—Esos fueron novecientos mililitros. Miller…
—Estoy bien, doctora —dijo con cansancio—. Debería regresar.
Empezó a ponerse de pie, pero lo detuve.
—No. Necesitas ayuda. Tienes la cara enrojecida y los ojos un poco vidriosos.
—Estoy bien. Lo prometo. Ve a encontrarte con tu amiga sin mí. —Me sonrió
lánguidamente—. Te veré en la escuela el lunes. Cristo, ¿no será divertido? Primer
día de escuela. No puedo esperar.
Lo estudié más de cerca, nuevamente deseando poder leer estos síntomas y
tener la influencia para hacer que me escuchase. Pero se levantó del suelo y bajó por
donde habíamos venido, con la botella vacía de Gatorade todavía en la mano. Pero
caminaba con paso firme, como de costumbre.
Está bien, pensé.
Porque tenía que estarlo.
Tenía sentido, me dije mientras me dirigía al café. El hecho de que Miller
viviera en un automóvil con su madre iba a afectarlo. Estrés. Hambre. Frío.
Probablemente tenía fiebre debido a un refugio inadecuado. Claramente, una noche
en mi casa no fue suficiente.
Eso tiene que terminar. Ellos necesitan ayuda.
Pero Miller me había obligado a guardar el secreto. Exigido incluso. Nunca
volvería a hablarme si trataba de conseguirle ayuda, aunque ni siquiera supiese cómo
hacerlo. Si se supiera que vivía en un auto, lo mataría. Había chicos pobres en nuestro
distrito, pero eso no era lo mismo que estar sin hogar.
Tiene que haber una forma, pensé. Puedo pedirle dinero prestado a papá. O
ganarlo rápido. Quizás sacarlo de mi fondo universitario. Suficiente para un depósito y
el primer mes de alquiler de un apartamento.
Mis pensamientos chocaron contra una pared de ladrillos.
¿Y si no pueden pagar el alquiler todos los meses después de eso?
Shiloh me saludó desde el interior del Brewery Café, sus diversos brazaletes
plateados y cobrizos brillando sobre sus brazos. Reemplacé mi ceño preocupado por
una sonrisa. Ella tampoco podía saber sobre la situación de Miller, a pesar de que me
moría por contárselo. Me diría que tenía que contárselo a alguien más, de inmediato.
Pero le había prometido a Miller, y siempre trataba de cumplir mis promesas.
Pero a veces cumplir una promesa no era bueno ni correcto. A veces, era lo
peor que podía hacer.

Esa noche, dejé la ventana de mi habitación abierta para escuchar a Miller en


caso de que apareciera. Todo estuvo en silencio hasta las nueve más o menos, y luego
sonó como si alguien se estrellara en el bosque. Miré hacia abajo para verlo tropezar
y murmurar para sí mismo. Como si estuviera borracho.
—¿Miller?
Volvió la cara hacia arriba y un jadeo se atascó en mi garganta por lo pálido
que estaba. Blanco fantasmal. Confundido. Como si no supiera quién era yo.
Oh, Dios, esto es malo. Muy malo…
Murmuró algo y cayó de rodillas. Bajé por el enrejado lo más rápido que pude,
resbalando una vez. Mis palmas se rasparon con la madera, luego golpeé el suelo
justo cuando Miller abría el grifo de nuestra manguera de jardín. Bebió como si se
estuviera muriendo de sed. Como si hubiera estado en un desierto durante meses. El
olor a orina —su pantalón estaba oscuro por eso—, me golpeó, mezclado con un olor
afrutado que no pertenecía allí.
—Miller, espera… Por favor, detente.
Alargué la mano para quitarle la manguera. La forma en que la necesitaba era
aterradora, como un animal rabioso, el agua le inundaba la boca, lo ahogaba, se
derramaba por toda su cara y su camisa. Me empujó a un lado y siguió así hasta que
sus ojos se pusieron en blanco por completo. Luego su cuerpo quedó flácido y se
derrumbó en el suelo, duro. Sin moverse.
Un grito ahogado se escapó de mí. Mi corazón se estrelló contra mis costillas.
Arrojé la manguera a un lado y me arrastré para poner mi oreja en el pecho de Miller,
húmedo con agua. Aún respiraba, su corazón aún latía, pero débilmente.
—¡Ayuda!
La noche era oscura y se tragó mi grito. Me balanceé con desesperación
impotente, buscando en mis bolsillos un teléfono que estaba segura de haber dejado
arriba.
Estaba en mi bolsillo trasero.
—Oh, gracias a Dios. —Mis manos temblaron cuando marqué el 9-1-1—.
Aguanta, Miller. Por favor. Aguanta…

Dicen que toda tu vida pasa ante tus ojos cuando estás a punto de morir, pero no
te dicen que también pasa cuando alguien que realmente te importa también podría
morir. Como una película a toda velocidad, vi el funeral de Miller, el primer día de clases
y yo llorando todo el día, sentada en mi habitación sola…
Ahora son las dos de la mañana y acabo de regresar del hospital.
Ayer, Miller bebió un Gatorade enorme como un chico de fraternidad bebiendo
cerveza en un desafío.
Esta noche, se desmayó en mi jardín mientras succionaba agua de nuestra
manguera de jardín como si estuviera tratando de ahogarse en ella.
Llamé al 9-1-1, y luego mamá me gritó desde la ventana de mi habitación, y papá
estaba corriendo desde el patio trasero. Aparecieron los camiones de bomberos, los
técnicos de emergencias médicas, y todos me preguntaban qué estaba pasando.
Mientras tanto, Miller yacía en mi regazo, casi sin respirar, sin moverse, con el rostro
pálido como la muerte.
No me dejaron ir en la ambulancia con él, y como no tenía forma de contactar a
su mamá, viajó solo. Estaba completamente solo. De camino al hospital, mis padres me
interrogaron sobre por qué Miller estaba afuera de la ventana de mi habitación a altas
horas de la noche, y si esto sucedía con frecuencia, y ¿qué demonios estaba pasando?
Y como mis padres eran mis padres, empezaron a gritarse el uno al otro alegando
que nadie había estado prestando atención, así que ahora el “chico del césped” entraba
a escondidas en mi habitación todas las noches.
Bien. Que peleen como idiotas, porque al menos entonces no me preguntaban
por Miller.
Pero en el hospital, los policías me interrogaron. Los médicos, una trabajadora
social… Todos querían saber sobre él para poder contactar a sus padres mientras lo
llevaban a la UCI para recibir un tratamiento. ¿Tuvo un derrame cerebral? ¿Un
aneurisma? Nadie decía nada.
Llorando hasta que apenas pude ver bien, les dije lo que sabía. Que la madre de
Miller, Lois Stratton, trabajaba en el restaurante abierto las 24 horas de la calle 5 durante
el día. Le dije que también trabajaba de noche, pero Miller no me había dicho dónde.
Eso era mayormente cierto, al menos.
¿Dónde vivía? ¿Su dirección?
Lloré más fuerte cuando les dije que no tenía una. No quería romper mi promesa,
pero una parte de mí se sintió aliviada. Como que tal vez ahora, alguien los ayudaría.
Tenía un poco de esperanza de que pudiéramos evitar que los muchachos de la
escuela se enteraran de ello, pero uno de los agentes de policía era Mitch Dowd, el
padre de Frankie. Se lo diría a Frankie, y Frankie lo hablaría por todas partes, andando
en su patineta como si fuera Paul Revere.
En la sala de espera, le dije a Miller en silencio que lo sentía, pero que podría
estar enojado conmigo todo lo que quisiera con tal que se despertara y estuviera bien.
Después de lo que parecieron años de espera aterrorizada, finalmente nos lo
dijeron. Diabetes tipo 1 o juvenil. Los niveles de azúcar en sangre de Miller casi
superaron los seiscientos miligramos, y uno de los médicos planteó el término
“síndrome hiperosmolar diabético”. Había oído hablar de la diabetes, por supuesto,
pero no tenía idea de lo que significaba el resto, excepto que casi había muerto.
Los médicos dijeron que Miller estaba estable. La policía dijo que encontrarían a
su mamá. No quedaba nada más que hacer que irse a casa.
En el auto, mis padres estaban demasiado cansados para hacer algo más que
atacarse el uno al otro, y me enviaron a la cama con la promesa de que “hablaremos de
esto por la mañana”.
Pero apenas cerré la puerta, empezaron de nuevo, culpándose mutuamente por
no saber lo que estaba pasando bajo su propio techo.
Los odio.
Amo a Miller.
Lo digo ahora por primera vez, escribiéndolo en blanco y negro, porque es
absolutamente cierto. Nunca me había sentido así antes. Como si mi cuerpo y todos mis
sentidos estuvieran iluminados, pero también tengo miedo. Estoy segura de que él no
siente lo mismo. ¿Por qué iba a hacerlo? Soy la chica nerd y molesta que se entromete
en sus asuntos. Siempre lo dice. Pero somos amigos. Él es mi mejor amigo. Mi alma
gemela, si un alma gemela es la persona sin la que no puedes vivir. La persona por la
que harías cualquier cosa con tal de mantenerla a salvo y feliz.
Eso es lo que sé con certeza. No puedo perderlo de nuevo, y cuanta más presión
le agregas a dos personas, más aplastadas se vuelven bajo el peso. Solo mira a mis
padres. También fueron mejores amigos una vez.
No voy a estropear las cosas añadiéndonos más. Pero puedo cuidar de él y
asegurarme de que esté a salvo.
Así es como lo conservaré para siempre.
Miller

F
ue entonces cuando supe que la amaría para siempre.
Los médicos se fueron. Explicaron mi diagnóstico y el peso se
hundió en mí, presionándome. Por el resto de mi vida, tendría que vigilar
lo que comía y bebía como si estuviera en un programa para perder
peso, midiendo y contando constantemente carbohidratos y gramos de azúcar para
mantener mis números estables. El ejercicio es bueno, dijeron, pero tengo que tener
cuidado con el esfuerzo o podría quedarme ciego, perder un pie o caer en coma y
morir como lo hizo Julia Roberts en la película favorita de mamá. Una bola y una
cadena de reglas, dietas y restricciones, agujas y pastillas que tendría que llevar por
la cuerda floja sin una red de seguridad, por el resto de mi vida.
Entonces Violet entró en mi habitación del hospital, vestida con una camiseta
amarilla y un pantalón corto de mezclilla. Su cabello negro brillante estaba en una
cola de caballo desordenada y sus ojos azul oscuro detrás de sus lentes estaban llenos
de preocupación y afecto. Por mí.
Y en su mano estaba mi guitarra.
Mi cuerpo pesaba mil kilos, pero en ese momento, una pesada carga se quitó
de mi alma.
—Lo prometiste… —gruñí.
—No sé de qué estás hablando —dijo, tratando de sonreír ante sus palabras
temblorosas y llorosas. Dejó la guitarra en mi regazo—. ¿Siquiera te gustan las
guitarras? No tenía ni idea. Este es un regalo para que te mejores. Lo vi en una ventana
y decidí que debías tenerla.
Se rompió una presa y los sollozos sacudieron sus hombros. No pude levantar
mis brazos para abrazarla mientras ella enterraba su rostro contra mi costado.
—Lo siento. Lo siento mucho —gritó—. Debí haber… hecho más. Quiero ser
una doctora por el amor de Dios y no lo sabía. No vi las señales.
—Me salvaste.
Violet se sentó abruptamente y se quitó las gafas para secarse los ojos.
—No. Llamé al 9-1-1. Pero no habría llegado tan lejos si hubiera hecho algo
antes.
Sacudí la cabeza contra la almohada. Mis dedos alcanzaron la guitarra,
sintiendo su suave madera y su peso en mi regazo. Papá me la dio cuando tenía diez
años, en los buenos tiempos. La primera vez que la sostuve, sentí como si una parte
de mí que ni siquiera sabía que faltaba, había sido restaurada.
Violet tenía razón: empeñar la guitarra había sido como arrancarme una pierna
y entregársela a ese tipo sudoroso detrás del mostrador. No pensé que volvería a
sostenerla nunca.
Y ahora estaba de vuelta. Ahora podía tocar para ella todas las canciones que
había estado escribiendo en su habitación, con ella sentada a menos de treinta
centímetros de mí, ajena a lo perfecta que era…
—Pero nunca volveré a ser tan ignorante —dijo Violet, volviéndose a poner las
gafas y sentándose derecha—. La diabetes tipo 1 significa inyecciones de insulina y
control de la glucosa y seguimiento de tu dieta. Voy a estudiar todo. Aprenderé cómo
poner las inyecciones y hacer esos pinchazos en los dedos y cómo leer los monitores
y asegurarme de que te mantengas nivelado. Y me aseguraré de que tú también lo
hagas. Que te cuides para que no… que nunca…
Los sollozos ahogados se apoderaron de ella y las lágrimas volvieron a
aparecer.
—Vi, no…
—Estaba tan asustada, Miller —susurró.
—Lo siento.
—No es tu culpa.
La culpa por tener que verme así me atravesó, incluso mientras la esperanza
florecía en mi pecho. Sus lágrimas, su angustia… Solo podían significar una cosa.
Ella también me ama…
Luego, una enfermera vino a hacerme una punción en el dedo y me mostró
cómo recoger la gota de sangre en un lector que mide los niveles de azúcar. Vi la
observó de cerca, tomando notas mentalmente.
—¿Puedo verlo? —preguntó Vi cuándo terminó la enfermera—. Voy a ser
doctora algún día.
—Tíralo a la basura cuando hayas terminado. —La enfermera le dio el aparato
para punzar el dedo y salió de la habitación. Violet esperó hasta que se fue y luego se
pinchó el dedo.
—¿Qué estás haciendo?
Ella tomó mi mano, presionó la gota de sangre rojo rubí en la punta de su dedo
contra el mío.
—Prométemelo —dijo—. Prométeme que siempre seremos amigos. No puedo
perderte de nuevo. Jamás…
Siempre seremos amigos.
Quería reírme y decirle lo imposible que era eso. Cómo crucé un límite la
noche que nos conocimos. Cómo todos los pedazos rotos de mi vida se juntan cuando
estoy con ella, aunque sea por un rato. Cómo habíamos estado pasando el rato
durante meses y cada minuto trataba de reunir el valor para decirle que este pobre
chico sin hogar y sin nada que ofrecer moriría por ella.
Pasé saliva, me tragué lo que quería decir, porque tengo trece años y se supone
que no debo amar a una chica así. Tan pronto. Tan completamente.
—Lo prometo…
Cuatro años después
—L
o prometo…
El autobús golpeó un bache, empujando mi
frente contra la ventana y sacándome de mis
pensamientos. Del recuerdo de esa mañana en el
hospital que fue lo mejor y lo peor, porque el día que supe que amaba a Violet fue
también el día que la dejé ir.
—Estúpida promesa de mierda.
Eché un vistazo a los asientos en su mayoría vacíos; estaba oscuro y nadie
parecía haberme oído. O no les importaba si lo hacían. Mi estuche de guitarra se
sentaba en mi regazo, y lo agarré con más fuerza, los nervios se encendieron.
Ahora vivíamos en extremos opuestos del distrito escolar. Resulta que mi
hospitalización y diagnóstico hace cuatro años tuvo un lado positivo. Un programa de
caridad trabajaba con el hospital dedicados a chicos como yo y sus familias para
ayudarnos a ponernos de pie para que no muriera en la parte trasera de la camioneta
tratando de inyectar mi insulina. Nos sacaron del automóvil y nos llevaron a una
vivienda para personas de bajos ingresos en un vecindario de mala muerte en los
acantilados rocosos con vista a la playa de Lighthouse.
Tomaba el autobús para ver a Violet en lugar de caminar por el bosque oscuro
por la noche, pero aun así la veía tanto como podía. Tanto como el tiempo me lo
permitiera, lo cual se sentía cada vez menos con cada año que pasaba.
Ella se está escapando porque eres un idiota sin valor.
Después de que Violet me devolviera la guitarra, me pidió que tocara para ella
todas las noches que me colaba en su habitación. Nunca antes había tocado frente a
nadie. Ella fue mi primera. Sentada en su habitación por la noche, estudiábamos o
hablábamos, y luego me pedía que cantara. Así que lo hice. En lugar de decirle cómo
me sentía, canté y toqué, y ella nunca lo supo. Nunca sospechó. Ella pensaba que era
demasiado nerd para que le gustara a un chico y yo era demasiado tonto para decirle
lo equivocada que estaba.
También me escondí detrás de las canciones de otras personas. Como
“Yellow” de Coldplay. Esa era su favorita. Se convirtió en “nuestra canción”. Ella
pensó que la había elegido porque suena bien en una guitarra acústica. Nunca
sospechó que cada letra era una dedicación a ella. Y siempre lloraba, repitiendo una
y otra vez lo talentoso que era. Dotado. Destinado a la grandeza.
No le creí, pero sabía que quería hacer música por el resto de mi vida. Violet
me mostró el camino y la amaba por eso. La amaba de mil maneras, pero ella
apreciaba nuestra amistad por encima de todo, así que apreté los dientes y lo respeté.
Dejé que se alimentara de mentiras sobre lo terrible que era el amor y cómo lo
arruinaba todo.
La dejé escuchar a sus padres discutir y pensar que eso es lo que les pasaba a
todos.
Y le había prometido ser su amigo. Sellado con sangre.
Para hundir el cuchillo más profundamente, todavía tenía un flechazo por ese
bastardo, River Whitmore. Sospeché que mantenía ese enamoramiento ridículo
porque era lo seguro. Violet también llevaba su mierda cerca de su corazón, solo que
de una manera diferente a la mía.
Pero ya no podía hacerlo. Mañana era el primer día de clases. Estaba a punto
de enfrentarme a otro año, nuestro último año de secundaria, sin que Violet supiera
cómo me sentía. Tenía que decírselo antes de que fuera demasiado tarde.
Convencerla de dejar a un lado su miedo y ver cuán buenos seríamos juntos. Qué
jodidamente perfectos.
Cómo encajábamos.
Violet debió estar esperándome, ya que la ventana se abrió de golpe al
momento en que di la vuelta al costado de su casa.
—¡Entra, rápido!
Me hizo señas con un sobre blanco y rectangular ondeando en sus manos. A
sus padres no les importaba si entraba por la puerta principal o no. Pero todas las
noches que la visitaba, trepaba por el enrejado como lo hace Romeo en la obra.
Excepto que en esta versión Julieta mandó a Romeo la zona de amigos. Hasta el fondo.
Primero empujé el estuche de mi guitarra a través de la ventana, y Vi lo dejó
cuidadosamente a un lado mientras yo entraba y saltaba del escritorio, como siempre
lo hacía. Además, como de costumbre, tomé un respiro para admirarla.
Violet McNamara se autoproclamaba una nerd cuando la conocí, pero durante
los últimos cuatro años, se había transformado de una oruga cálida y difusa en una
mariposa: ojos azul profundo, cabello negro brillante y un cuerpo en forma por el
fútbol, pero redondeado en todas partes que les importaba a los chicos.
Para mí, ella ya había sido perfecta.
Amaba cómo solía pasarse la lengua por los frenillos cuando pensaba mucho,
o cómo se limpiaba las gafas en la parte delantera de la camisa como una profesora
universitaria, seria e inteligente.
Tan jodidamente inteligente.
Hace dos años, se quitó los frenillos. Poco después de eso, la habían golpeado
en la cara jugando al fútbol. Supuse que sus nuevos lentes de contacto eran una
prescripción de mierda, ya que todavía no podía ver lo hermosa que era. O tal vez lo
hacía, aunque nunca lo diría. Pero su confianza creció con su apariencia. Dejó de
andar solo con Shiloh y conmigo todo el tiempo y empezó a andar con amigos del
grupo de estudio, chicas de su equipo de fútbol; se unió al club de debate y de
Matemáticas y Ciencias. Todos la amaban, incluidos los chicos populares.
Chicos como River Jodido Whitmore.
Tosí y desvié mi atención al sobre que tenía en la mano.
—¿Lo tienes?
—¡Sí! —dijo, luego me miró con los ojos entrecerrados—. ¿Cómo están tus
números?
—Yo… ¿qué? Están bien.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste?
Puse los ojos en blanco, pero su preocupación me hizo sentir caliente por todas
partes.
—Después del trabajo. Antes de subir al autobús.
Los grandes e increíblemente oscuros ojos de Violet se entrecerraron,
estudiándome de la misma manera que imagino que evaluaría a sus futuros pacientes.
—¿Puedo…?
Sonreí con satisfacción mientras ella agarraba mi muñeca para mirar los
números en el reloj inteligente que estaba conectado a mi Monitor Continuo de
Glucosa. El pequeño dispositivo MCG estaba conectado a mi estómago con un sensor
incrustado con una aguja debajo de mi piel. Supervisaba continuamente mis niveles
de glucosa y enviaba los números a mi reloj. Si subían o bajaban demasiado, el reloj
daba una alarma. Un regalo, cortesía del Estado de California, ya que éramos
demasiado pobres para pagarlo por nuestra cuenta.
—Está bien —dijo Violet lentamente, soltando mi brazo—. Los números están
bien, pero si necesitas un bocadillo o algo, dímelo.
—Deja de perder el tiempo y cuéntamelo. ¿Estás dentro o no?
—No lo he abierto. Esperando por ti. —Comenzó a rasgar el sobre que tenía el
logo de USCC Medical Center grabado en el frente, luego se detuvo—. ¿Y si no me
quieren?
—¿Cómo es posible que no te quieran?
¿Cómo podría alguien?
—El Programa de Voluntarios de Atención al Paciente es supercompetitivo —
comenzó, pero la despedí.
—Tu promedio es de cuatro puntos por millón y pasaste la entrevista. Sin
mencionar que naciste para esto. Así que abre el sobre y recibe tu asignación.
—Bien. De acuerdo.
Violet abrió el sobre. La sonrisa que apareció en su rostro iba directamente a
mi próxima canción.
—Mierda. —Respiró y se tapó la boca con la mano. Sus ojos revisaron la
primera página—. Estoy dentro. ¡Estoy dentro!
Echó sus brazos alrededor de mi cuello. Su excitación tarareó a través de su
cuerpo y la abracé con tanta fuerza como me atreví. Aspiré su aroma, floral y limpio,
y dejé que mi mano tocara brevemente la seda de su cabello. Sus senos presionaron
contra mi pecho y tuve que luchar para evitar que mis manos se deslizaran por los
contornos delgados de sus costados, hasta sus anchas caderas y su trasero
redondeado. No solo era hermosa, era deliciosa… como a mi cuerpo de diecisiete
años le gustaba recordarme, con frecuencia.
Me aparté de ella antes de que mi polla se encargara de transmitirle a Violet
esos pensamientos. La deseaba desesperadamente, pero ella necesitaba saber
cuánto la amaba primero.
Agarró el papel con ambas manos.
—No puedo creerlo. El PVAP es como el programa que necesito para mis
transcripciones. La cereza del pastel para mis prospectos en la escuela de medicina.
Sonreí.
—Lo has mencionado una o dos veces.
—Sabelotodo. —Me dio un puñetazo amistoso en el brazo y luego pasó a la
segunda página—. Veamos a quién me asignan. Espero que seas tú.
Apoyé mi trasero contra su escritorio, casual, sin dejar que se notara en mi cara
lo mucho que esperaba que fuera yo también.
No quería un voluntario de atención al paciente a menos que fuera Violet, pero
mi endocrinólogo me lo recomendó. Manejar mi diabetes era difícil, más difícil que
la mayoría. Si el universo estuviera siendo benévolo, sería mi nombre y dirección los
que leería Violet. Ella venía a mi casa dos veces por semana, me ayudaba a controlar
la glucosa, la insulina, el cuidado y reemplazo de las agujas, y se aseguraba de que
mi refrigerador estuviera lleno de alimentos que mi plan de alimentación requería.
Violet ya hacía la mayoría de esas cosas, tanto si se lo pedía como si no, pero si la
asignaran oficialmente a mí, tendría que dejar sus estudios interminables y sus nuevos
amigos populares dos tardes a la semana. La tendría toda para mí.
Pero el universo no solo era claramente poco benévolo, sino que era
francamente cruel.
—Oh, Dios mío. —Violet respiró, hundiéndose en su cama. Me miró con esos
ojos azul oscuro que ahora estaban iluminados por el miedo.
—¿Bien? ¿Quién es?
—Quizás no debería decírtelo. Privacidad del paciente.
—Vamos, Vi. Soy yo. Sabes que no voy a decir una palabra.
Violet se mordió el labio.
—Júrame que no lo dirás. Porque es serio. Más serio de lo que esperaba.
—Lo juro.
Bajó la voz.
—Me han asignado a Nancy Whitmore. La mamá de River.
River Jodido Whitmore. Por supuesto.
Aclaré mi garganta.
—¿Ella está enferma?
Violet asintió.
—No da detalles aquí, pero el otro día, papá llevó su auto al taller Whitmore.
Cuando regresó, él y mi mamá estaban hablando en voz baja. Escuché la palabra
“cáncer” más de una vez. —Su mano cayó a su costado—. Jesús, pobre River.
Probablemente por eso no ha estado con nosotros este verano.
Nosotros era relativo, pero lo dejé pasar. Nunca salía con Vi y sus amigos
populares, pero había estado celebrando egoístamente que el verano de Violet había
estado relativamente libre de River. Y fue porque su mamá estaba enferma.
El universo es un imbécil de verdad.
Yo también me sentía como uno.
Me miró con miedo.
—Dios, ¿y si es malo?
—¿Qué esperan que hagas? —pregunté, el impulso de protegerla crecía en
mí—. ¿No es una mierda de trabajo pesado?
—No, no, cosas simples como cambiar la ropa de cama, llevarle comida, leerle,
ponerla cómoda.
Fruncí el ceño.
—Me suena como algo al final de la vida.
—Cierto, ¿no?
—¿Estás preparada para eso?
Violet asintió y se sentó más erguida, con su característico aspecto obstinado y
decidido pintado sobre sus rasgos.
—Puedo hacerlo. Quiero ayudar. Y si voy a ser médico, esto es parte de eso,
¿verdad? ¿Lo bueno y lo malo?
—Supongo que sí. —Asegurarse de que un diabético de diecisiete años
comiera sus verduras no era lo mismo que cuidar de una mujer moribunda.
Violet hizo un gesto con la mano.
—Pero puede que no sea tan grave como pensamos. Ella podría estar en
tratamiento y recuperándose. No deberíamos pasar al peor de los casos.
No dije nada. En mi experiencia, la única forma de prepararse para cualquier
cosa era asumir lo peor. Esa noche, debería haber seguido mi propio consejo.
—Solo ten cuidado —le dije—. Si es demasiado, hazles saber…
Violet sonrió.
—Lo haré.
No lo harás.
Si la madre de River estaba terminal, Violet se quedaría con ella hasta el final,
sin importar cuánto costo mental tuviera. Y lo peor de todo era que estaría en la casa
de River dos veces por semana. Odiaba que los celos me royeran las entrañas cuando
la madre del pobre chico podría estar muriendo, pero sabía lo que pasaría. Violet
haría como Florence Nightingale y se enamoraría más de River Whitmore, y él se
enamoraría de su compasión y valentía. ¿Cómo podría no hacerlo?
Es lo que me pasó.
Violet captó mi expresión oscura.
—Siento que no me hayan asignado a ti, pero me alegro de que alguien te
ayude. No le hagas pasar un mal rato a tu voluntario, ¿de acuerdo?
—¿Quién, yo?
—Lo digo en serio. Me preocupo por ti.
—No lo hagas.
Violet puso los ojos en blanco.
—Como si eso fuera posible. —Inclinó la cabeza y se puso de pie, dio un paso
más cerca. Podía oler su perfume y el jabón que usaba en la ducha—. Te ves un poco
pálido ahora mismo en realidad. ¿Te sientes deprimido? ¿Necesitas un bocadillo?
—No necesito un bocadillo —prácticamente grité, haciéndola estremecerse.
La canción que había venido a cantarle se sentía estúpida e increíblemente
egoísta después de la severidad de su tarea. ¿Y cómo podría decirle lo que sentía
mientras sus pensamientos estaban completamente llenos de River?
Mis manos apretaron el costado del escritorio hasta que me dolieron los
nudillos. La ira contra los Whitmore por arruinar mi plan simultáneamente luchó con
el sentirme como una mierda por la tragedia que se desarrollaba en sus vidas.
Entonces, hice lo más maduro y me desquité con Violet.
—¿Miller…?
—Estoy bien —espeté—. Siempre estoy igual. Tú eres la que está diferente.
¿Qué diablos está pasando contigo, de todos modos?
—¿Conmigo? —Violet volvió a hundirse en la cama—. ¿Qué quieres decir?
—Has estado distante.
Parpadeó.
—¿Cuándo?
—La semana pasada. Este verano. Todo el año pasado. Desde que empezaste
a estar con Ri, Evelyn González y sus amigos. ¿Así será este año? ¿Ya no somos lo
suficientemente geniales para ti?
Jesús, mi petulante mierda se había convertido en un tren fuera de control que
no podía detener.
—Sabes que eso no es cierto —dijo Violet—. ¿Y quién incluye ese somos?
¿Shiloh ha dicho algo? Salí con ella ayer…
—No.
—¿Y tú? Literalmente estamos pasando el rato ahora mismo. —Su rostro se
volvió preocupado—. ¿De verdad crees que te ignoré en la escuela el año pasado?
Eso no es cierto.
—No soy un maldito caso de lástima, Vi. Solo te estoy diciendo lo que he…
hemos… notamos. Algo es diferente y lo ha sido por un tiempo.
—Tengo nuevos amigos. Eso no significa que no me importen mis viejos
amigos.
—A-ja. ¿Cómo van las cosas con River? —grité.
—¿Aparte de que su madre tal vez esté muriendo? No hay “cosas”. Te lo he
dicho cien veces. Apenas me dice una palabra. No estamos saliendo ni nada por el
estilo.
—Aún.
Se cruzó de brazos.
—Celoso, ¿verdad?
Tragué saliva. Aquí estaba. Ahora o nunca. Confiesa o sumérgete en la miseria
para siempre.
Pero en el silencio que se extendió entre nosotros, Violet comenzó a mirarme
con miedo, asustada de que pudiera estar a punto de hacer estallar nuestra amistad.
De romper nuestro voto de sangre.
Mi mandíbula trabajaba mientras luchaba conmigo mismo hasta que, en el piso
de abajo, voces elevadas, una grave y una aguda, se elevaron del suelo como una
erupción sísmica. Como siempre, sacudieron los cimientos de Violet, erosionaron su
felicidad. Apartó la mirada de mí y se quedó mirando al suelo, luego se estremeció al
oír el sonido de cristales rotos desde abajo. Pasos tronaron por las escaleras. Ambos
nos quedamos paralizados cuando las voces de sus padres se hicieron más fuertes.
—No, no vas a hacer esto, Lynn —gritó su padre—. No le hagas esto.
—No me digas lo que puedo y no puedo hacer —escupió su madre—. Esto nos
concierne a todos.
Instintivamente me moví frente a Violet cuando la puerta se abrió de golpe y
sus padres llenaron la puerta, su madre se detuvo en seco al verme. Se alisó un
mechón suelto de cabello oscuro de su loca carrera por el pasillo y se enderezó. El
padre de Vi era un tipo cuadrado que había jugado a fútbol americano en la
universidad. Y lucía como tal: un exjugador de defensiva con una camisa de vestir
arrugada, desabrochada en el cuello. Ambos parecían agotados.
—¿Qué estás haciendo aquí tan tarde? —preguntó Lynn McNamara.
—Lynn… —Vince puso los ojos en blanco y me miró con una sonrisa cansada—
. Hola, Miller.
Levanté la barbilla.
—Hola.
Lynn inmovilizó a Violet con una mirada dura.
—Son casi las once. Tienes clase mañana.
—Lo sé, mamá…
—Y, honestamente, Miller, nuestra puerta de entrada funciona, ya sabes. Ni
siquiera quiero pensar en el daño de mi enrejado.
—No has plantado nada en años —dijo Violet.
—Por supuesto que no —respondió Lynn—. ¿Por qué lo haría, si solo va a ser
pisoteado todas las noches? —Ella se giró hacia mí—. ¿Es todas las noches, joven?
¿Qué estás haciendo en el dormitorio de mi hija?
Violet se sonrojó.
—Mamá. Te lo he dicho un millón de veces, Miller es solo un amigo. Mi mejor
amigo. —Me miró suplicante—. ¿No es así?
Mi corazón estalló, y sentí que mi cabeza asentía, mi garganta se hizo más
gruesa.
—Sí. Así es.
Sus ojos estaban suaves con gratitud, luego se endurecieron cuando se volvió
hacia sus padres.
—¿Y qué están haciendo aquí, de todos modos? No pueden simplemente
irrumpir así.
—Lo siento, cariño —dijo Vince, frunciendo el ceño a su esposa—. Estás
absolutamente en lo correcto.
Lynn se burló, pero ahora estaba más tranquila.
—Hablaremos de eso por la mañana. —Su mirada se disparó hacia mí—.
Hablaremos de todo por la mañana.
Salió furiosa y Vince la siguió, ofreciendo una sonrisa cansada.
—No se queden tan tarde, Vi. Buenas noches, Miller.
La puerta se cerró y Vi se hundió contra mí. La rodeé con mis brazos y la
abracé.
—Lo siento —susurró contra mi pecho—. Dios, es tan humillante.
—Está bien, Vi.
—Solía no ser así. Solíamos sentarnos a la mesa y reírnos. Hablábamos. Se
amaban tanto. Mamá me dijo una vez que tuvo suerte de haberse casado con su mejor
amigo. Éramos tan… felices.
Inhalé, tenía que intentarlo. Suavemente.
—No todas las parejas terminan como ellos.
No dejaría que eso nos pasara a nosotros. Nunca.
Me abrazó con más fuerza y levantó su rostro surcado de lágrimas.
—Dime la verdad, Miller. ¿Estamos… bien?
Su tono valiente no pudo ocultar el miedo en sus ojos. La conclusión agonizante
era que ella necesitaba que yo fuera su amigo. En los últimos años, su familia había
estado en un terreno inestable, lo que obligó a Violet a agarrarse de cualquier cosa
firme que pudiera.
Como nuestra amistad. Incluso si me hace pedazos el corazón.
Pasé saliva. Tragué todo lo que había venido a decirle y cantarle. Incluso logré
esbozar una sonrisa tonta. Para ella.
—Sí, por supuesto que estamos bien. Te lo dije. No es gran cosa. —Cargué mi
mochila al hombro—. Me tengo que ir.
Violet no protestó y eso fue casi peor.
Su propia sonrisa se ensanchó tentativamente, esperanzada. Se secó las
lágrimas de los ojos.
—Nos vemos en la escuela mañana. Primer día del último año. Creo que será
el mejor de todos.
—Sí —dije, tomando mi estuche de guitarra y moviéndome hacia la ventana—.
Nos vemos, Vi.
—¿Miller?
—¿Sí?
—Gracias.
Dios, era tan hermosa en su pijama y camiseta, sus ojos brillaban y estaban
llenos de gratitud. Atlética por el fútbol, pero redondeada con curvas, inteligencia en
sus ojos y una sonrisa que podría derribar las defensas de un chico en un abrir y
cerrar de ojos y dejarlo desnudo, crudo y con ganas…
Sonreí con cuchillos en el pecho.
—Siempre.
El viaje en autobús de regreso a mi vecindario se sintió más oscuro. El autobús
estaba más vacío y las calles fuera de la ventana estaban negras y desiertas. El
estuche de mi guitarra estaba en mi regazo, lleno y pesado. Mil notas inauditas que
estallan al salir.
Ella no te ama así. Supéralo.
Reuní cada pieza rota de mi orgullo, sellé las grietas de mi corazón. Lección
aprendida: amar a alguien no era suficiente para conservarlo. No funcionó para mi
papá. O con Violet.
No sabía por qué seguía esperando algo más.
M
e bajé del autobús a unas pocas cuadras de casa, cerca de los
acantilados con vista al océano, y casi tropecé bajando los escalones.
El suelo se inclinó debajo de mí y mis manos temblaron mientras
agarraba el estuche de mi guitarra. El autobús siseó y retumbó en la noche, justo
cuando en mi reloj sonó la alarma. Miré el número: 69 y bajando.
—Mierda.
Me senté con fuerza en la acera y busqué en mi mochila las gomitas de glucosa
que me había recetado mi médico. El jugo de naranja funcionaba más rápido, pero
no iba a llegar a las dos cuadras de mi apartamento para eso, y estúpidamente me
había olvidado de traer una botella.
Mastiqué tres gomitas y esperé a que mi reloj me diera un número mejor. Unos
minutos más tarde, registró un 74 y mis extremidades se sentían más fuertes y menos
líquidas. Me levanté y caminé penosamente por las calles oscuras.
Complejos de apartamentos de mierda, al igual que el complejo de
apartamentos de mierda en el que vivíamos mamá y yo, se levantaban a mi alrededor:
pintura descascarada, escaleras de concreto y barandas de metal oxidado. Todos
tenían nombres como Vista al Mar, Al Lado de la Playa y La Caleta, como si fueran
condominios de lujo con el océano como patio trasero, en lugar de viviendas en ruinas
donde la “playa” más cercana era una costa rocosa e implacable.
Eran más de las once cuando subí los escalones exteriores de cemento al 2C
en los apartamentos Lighthouse. Nuestro nuevo hogar, después de mi escapada con
la manguera de jardín de Violet. Era una unidad pequeña, de dos dormitorios y un
baño, con un calentador que funcionaba solo cuando le apetecía y una ducha que tenía
una presión de agua de mierda. Las cucarachas entraban y salían de los gabinetes y
las encimeras cuando se encendía la luz.
Pero tenía una ducha. Un baño. Un fregadero. Tenía habitaciones. Tenía una
estufa e incluso un pequeño patio fuera de la sala de estar del tamaño de una caja de
zapatos. Yo tenía una cama y mamá también. Ella lloró cuando nos mudamos.
Yo también quería llorar, pero me recordé la verdad: nada bueno duraba y
todo se podía quitar en cualquier momento.
O podría convertirse en mierda en un abrir y cerrar de ojos.
Giré la llave para entrar en nuestra casa y encontré a mi madre sentada en el
sofá cuando no debía estar en casa de su segundo trabajo en el restaurante hasta la
medianoche. En lugar de su camisa de uniforme amarilla, estaba en sudadera y su
cabello oscuro estaba recogido en una coleta suelta. Su uniforme de casa. Sospeché
que no había ido a trabajar en absoluto. La luz amarilla de nuestra lámpara de pie en
mal estado proyectaba un brillo cálido y hogareño sobre las botellas de cerveza, los
ceniceros desbordados y los envoltorios de comida rápida en la mesa de café.
Un chico de mediana edad que nunca había visto antes se sentaba a su lado.
Con cautela, cerré la puerta y dejé la funda de mi guitarra.
—Hola —dije rotundamente—. No creo que nos hayamos conocido.
—Jesús, Miller —dijo mamá con una risa cansada. Ella solo tenía cuarenta y un
años, ella y papá me tuvieron jóvenes, pero parecía una década mayor y siempre
estaba cansada—. Este es Chet Hyland. Chet, este es mi hijo, Miller.
Chet me miró desde el otro lado de la pequeña habitación, una mano carnosa
sosteniendo una cerveza, descansando sobre el vientre sobre su camiseta sin
mangas, en su mayoría blanca. Esas camisetas no eran lo mío, pero le iba bien a Chet.
Sin afeitar, cabello oscuro sin lavar y vaqueros manchados de grasa o suciedad, me
observaba con ojos brillantes. Activó todas las alarmas internas que tenía; se me erizó
el vello de la nuca.
Luego, una sonrisa amistosa apareció en su rostro.
—Encantado de conocerte, Miller. ¿Cerveza?
—No, gracias.
Me temblaban las manos de nuevo y mi reloj marcaba un 70. Aún era
demasiado bajo. Fui a la cocina, mi piel estallando en un sudor frío.
—Llegas tarde a casa —dijo mamá desde el sofá.
—Fui donde Vi después del trabajo.
—Miller trabaja en el muelle —dijo mamá, y escuché el movimiento de un
encendedor y una inhalación de un cigarrillo.
—Ah, un carnavalero, ¿eh? —Chet se rio entre dientes.
—Trabaja en una de las salas de juegos más grandes —dijo mamá, esbozando
una sonrisa para mí—. Acaba de ascender a subdirector.
Abrí la nevera y mis manos temblorosas alcanzaron un zumo de naranja. Mi
plan de alimentación requería que mantuviera una reserva de ciertos alimentos y
bebidas en todo momento, y teníamos que hacerlo con un presupuesto reducido. No
era tan bueno como Vi en mantener mi mierda en orden, pero había cinco botellas de
jugo esta mañana antes del trabajo y ahora solo había tres.
Cogí uno del estante y cerré la puerta.
—¿Qué demonios?
Mamá frunció el ceño.
—¿Qué demonios, qué?
Levanté el jugo.
—Me faltan dos.
—Puede que haya tomado un par hoy —dijo Chet, sin apartar los ojos de los
míos—. No sabía que estabas contando.
Le di a mamá una mirada de ¿Qué carajo?
—Miller tiene que contar todo —explicó—. Tiene diabetes.
—Sí, en serio. Pensé que podría haberte mencionado eso, Chet.
Como de inmediato, para que no comas ni bebas toda la mierda que necesito
para vivir.
—Mi culpa, amigo. No volverá a suceder.
Le sonrió a mamá y ella le devolvió la sonrisa. Había pasado mucho tiempo
desde que veía esa sonrisa, casi feliz. El tipo de felicidad que proviene de ya no estar
sola y sin otra razón.
Bebí mi jugo, una mano plantada en la puerta del refrigerador para
mantenerme firme.
—¿Te sientes bien? Tu MCG se disparó hace un rato. —Mamá golpeó con los
dedos sobre su teléfono, un modelo antiguo, varias generaciones detrás del más
nuevo, en medio de la basura en la mesa de café.
—Lo sé —dije tratando, y fallando, de quitarle la amargura a mis palabras.
Antes de someterme a la MCG, necesitaba pincharme el dedo cada dos horas,
las veinticuatro horas del día. Se suponía que mamá, siendo mi mamá, debía poner la
alarma y vigilarme por la noche. Después de dos viajes a la sala de emergencias en
tres meses, aprendí a configurar mi propia alarma. Mamá dormía a través de las suyas
y las apagaba en medio del sueño.
No podía culparla. Llevaba dos trabajos para mantenernos a flote, y mi
diagnóstico requería más tiempo y energía del que tenía de sobra desde que mi
páncreas había decidido cerrar el negocio: Sin insulina. No vuelvan.
Aprendí muy rápido que cuando se trataba de cuidar mi diabetes, estaba solo.
Excepto por Violet. El hospital me la podría haber enviado…
Pero no lo hicieron y así es la vida.
Bebí la mitad del jugo, metí la botella en mi mochila y me la eché al hombro
con el estuche de mi guitarra.
—¿A dónde vas? —llamó mamá mientras me dirigía hacia la puerta.
—Fuera.
—Es tarde y tienes escuela mañana.
—¿Te da problemas? —le preguntó Chet a mamá en voz baja y de advertencia.
—No, él…
—Oye. Chico.
Me congelé con la mano en el pomo de la puerta. Mi cabeza se volvió rígida
para encontrar la mirada oscura y dura de Chet.
—¿Le has hecho pasar un mal rato a tu mamá, hijo?
Sus palabras, casualmente amenazadoras, se deslizaron heladas por mi
espalda. Incliné la barbilla y de alguna manera me las arreglé para no parpadear.
—No soy tu hijo.
Se hizo un breve silencio donde solo podía escuchar el latido de mi corazón
chocando contra mi pecho.
Mamá apartó el humo con un gesto como si pudiera disipar la tensión entre
nosotros.
—No, es bueno. Es un buen chico.
Los ojos de Chet nunca se apartaron de los míos cuando me dijo a mí y solo a
mí:
—Será mejor que lo sea.

—Maldito infierno —murmuré, con las manos atascadas en los bolsillos


mientras caminaba por las calles silenciosas y oscuras que bajaban hacia la playa.
Durante los últimos cuatro años, mamá tuvo chicos que iban y venían en varios niveles
de perdedores, pero Chet se sentía como el Rey Perdedor y permanentemente fijo
en nuestro sofá.
Este día fue un día de mierda y no quería nada más que dormir. Pero ahora que
mamá tenía una fiesta de pijamas con el Jodido Chet Hyland, salí por un paseo.
Incluso después de que mamá y yo nos mudamos del auto al apartamento, no
dejé de deambular por la noche. Caminando para estar solo. Escapar. A veces tenía
ganas de caminar toda la noche y no parar. Pero sin mis medicamentos, terminaría
muerto en alguna parte, y no me encontrarían hasta que las gaviotas hubieran
limpiado mis huesos.
—Qué pensamiento tan alegre —murmuré, el viento llevándose mis palabras.
Esa noche, vagué por el remoto tramo de playa rocosa frente a altos
acantilados. Me hundí más en mi chaqueta. Técnicamente era verano, pero la costa
norte de California no recibió el memo.
Olas negras, barbudas de espuma blanca, chocaban contra la arena rocosa,
arañándola y luego retrocediendo, una y otra vez. Hacia el oeste, las brillantes luces
de colores del muelle parecían chillonas y salvajes. Incluso a un kilómetro y medio
de distancia, podía escuchar la última montaña rusa de la noche traqueteando por la
pista, seguida por los gritos felices de los que se subieron mientras caían en picado.
La rueda de la fortuna giraba silenciosa y lentamente detrás de ella.
Le di la espalda al color y la luz y caminé más profundamente entre las rocas
escarpadas y porosas que eran negras y dentadas bajo la escasa luz de la luna. La
marea alta me obligó a permanecer cerca de las rocas y pronto estaba escalando más
que caminando. A mi derecha, se alzaban los acantilados. A mi izquierda, el océano
me golpeaba furiosamente, rociándome con agua fría en cada intento. Nunca había
llegado tan lejos antes.
Solo cuando tropecé, raspándome la palma de la mano con una roca áspera y
batida con sal para recuperar el equilibrio, me rendí. El agua estaba empezando a
hacer ruido alrededor de mis botas, y si esta estúpida incursión dañaba mi guitarra,
nunca me lo perdonaría.
Empecé a dar la vuelta y elegir un camino de regreso entre las rocas y la arena
húmeda, cuando lo escuché. Lejano pero claro, entre el rugido de las olas. Un crujido
seguido de un golpe. Como una puerta de madera sobre una bisagra rota, abriéndose
y cerrándose con cada ráfaga de viento.
Contra todo sentido común, seguí adelante, y mi curiosidad dio sus frutos
cuando las rocas se adelgazaron ligeramente. Pude elegir un camino precario sobre
piedras redondeadas más pequeñas. La costa se curvaba hacia arriba, alejándose del
agua, y las olas ya no podían tocarme. El camino se hizo más fácil. El sonido (¡crack-
pum!) se hizo más fuerte.
Finalmente, rodeé un enorme grupo de rocas. Más adelante, los acantilados se
habían deslizado hacia el océano y no había más playa.
Callejón sin salida.
Entonces lo escuché de nuevo. Detrás de mí.
Me volví y allí estaba la puerta. Colgaba de bisagras sueltas, y cada vez que el
viento la abría, revelaba un rectángulo de tono negro. Me tomó un segundo en la
oscuridad de la noche distinguirlo, pero me di cuenta de que estaba mirando una
choza cuadrada de madera construida contra una colección de rocas altas.
Debería haberlo dejado en paz y haberme ido a casa: primer día de clases y
todo. Pero, ¿qué había en casa? Un extraño en nuestro pequeño espacio. Y la escuela
no era más que un año más de acoso por el imperdonable crimen de ser pobre. Y
gracias a mi colosal fracaso esta noche con Vi, pasaría el tiempo viéndola acercarse
cada vez más a River hasta perderla para siempre.
Saqué mi teléfono celular del bolsillo trasero de mi vaquero y encendí la
función de linterna.
—Así es como mueren los adolescentes en las películas de terror —murmuré
al viento. La puerta chirriante se cerró de golpe, haciéndome estremecer.
Levanté la escasa luz y miré adentro, usando el estuche de mi guitarra para
abrir la puerta.
—¿Hola?
Jesús, sonaba como un tonto asustado. Pero si alguien, o dos o diez vivían aquí,
no quería ser grosero.
O asesinado.
La choza estaba vacía. Y más grande de lo que pensaba. Mi luz no era lo
suficientemente fuerte. Tuve que iluminar partes a la vez. La luz de la luna se filtraba
a través de las grietas del techo y a través de la única ventana sin vidrio cortada en el
costado, montones de arena apilados contra ella.
Supuse que la choza tenía unos veinte metros cuadrados. Tablones de madera
desvencijados e irregulares formaban el piso. Una maraña de postes todavía
enrollados con hilo de pescar, como el cabello blanco de una bruja, estaban en una
esquina. Un balde. Un banco. Incluso una mesa pequeña con un cuchillo grande
oxidado descansando sobre ella.
Encontré una choza de pescadores, curtida por el tiempo, oxidada por la sal.
Fuera de la vista y olvidada y sin usar en meses, sino años. Tenía su propia pequeña
extensión de playa, y el océano se estrellaba a unos cientos de metros de distancia,
demasiado lejos para amenazar.
Mía.
Me hundí en el banco de madera astillado pero resistente. De repente, estaba
tan jodidamente cansado. Apoyé mi cabeza en mi brazo sobre la mesa, oliendo
madera y sal. Mis ojos se cerraron de inmediato.
Cuando sonó la alarma de mi MCG, la primera luz del amanecer se filtraba por
la ventana solitaria de la choza y entraba por los huecos de los tablones como astillas
de oro. Supe de inmediato dónde estaba, como si hubiera venido aquí durante años.
Tesoro. Encontré un tesoro enterrado.
Tal como lo había hecho hace cuatro años, la noche en que salí del bosque a
trompicones para ver el rostro de Violet McNamara mirándome desde la ventana de
su habitación.
Saqué algunas gomitas y terminé la botella de jugo de naranja. Cuando me
sentí más estable, estiré los crujidos de mis huesos por dormir encorvado sobre una
mesa y agarré el estuche de mi guitarra.
Afuera, el sol apenas asomaba por el horizonte hacia el este. Mis ojos se
llenaron de lágrimas, probablemente solo por el viento frío, mientras observaba la
luz derramarse sobre el océano que ya no estaba enojado, sino tranquilo. Sereno.
Frente a mi choza, encontré una roca plana y me senté frente al agua. Saqué mi
guitarra de su estuche y puse la correa alrededor de mi cuello. Los dedos de mi mano
derecha encontraron su hogar en los trastes, y los de la izquierda fueron a las cuerdas.
Salió el sol y toqué la canción de Violet. Con mi voz, áspera y ronca, como
madera vieja, canté las palabras que habían estado atrapadas en mi corazón durante
años. Las canté más fuerte, rasgueé la guitarra con más fuerza. Impulsadas por un
anhelo infructuoso y desesperado, las palabras se elevaron y subieron…
Hasta que fueron atrapadas por el viento y despedazadas.

Todo lo que siempre querré All I’ll Ever Want


Pretendo que estoy bien por mi Pretend I’m doing fine on my own
cuenta a lost soul with nowhere to go
un alma perdida sin ningún lugar a I got holes in my shoes walking
donde ir away from you
Tengo agujeros en mis zapatos there’s living and then there’s life
alejándome de ti
don’t tell me it’ll be all right
Una cosa es vivir y otra cosa es la
vida this nomad needs a home a home
no me digas que todo estará bien So maybe fall in love with me
tonight
este nómada necesita un hogar un
hogar
Así que tal vez, enamórate de mí You’re right there but so far away
esta noche A thousand words in my mouth
And I got nothing to say
Estás justo ahí pero tan lejos put you in my love song, hiding in
Mil palabras en mi boca plain sight
Y no tengo nada que decir Don’t make me say it again
Te pongo en mi canción de amor, Guess I’ll have to play it again
escondiéndome a plena vista And make you fall in love with me
No me hagas decirlo de nuevo tonight
Supongo que tendré que tocarlo de
nuevo
Y hacer que te enamores de mí esta Feels so good and feels so weak
noche This love cuts until I bleed
Don’t touch me, baby, don’t look at
Se siente tan bien y se siente tan my scars,
débil Until you want to know which ones
Este amor me corta hasta sangrar are yours
No me toques, cariño, no mires mis All I’ll ever want
cicatrices All I’ll ever want
Hasta que quieras saber cuáles son Is you and me
por ti
Todo lo que siempre querré
Don’t know how lost you are
Todo lo que siempre querré
Until you’re found
Somos tú y yo
No sabes lo perdido que estás you can’t see the road, when the
Hasta que te encuentran rain’s comin’ down

no puedes ver el camino, cuando You call me home


de la lluvia va cayendo I’ll take you to bed
Me llamas a casa Turn off the light and I’ll pretend
Te llevaré a mi cama that you said

Apaga la luz y fingiré que dijiste I fell in love with you tonight

Me enamoré de ti esta noche


Feels so good and feels so weak

Se siente tan bien y se siente tan This love cuts until I bleed
débil Don’t touch me, baby, don’t look at
Este amor me corta hasta sangrar my scars,

No me toques, cariño, no mires mis Until you want to know which ones
cicatrices are yours

Hasta que quieras saber cuáles son All I’ll ever want
por ti All I’ll ever want
Todo lo que siempre querré Is you to fall in love with me tonight
Todo lo que siempre querré
Es que te enamores de mí esta
noche
E
l primer día del último año. Tendría muchos primeros días de clases por
venir —años en la escuela de pregrado y medicina— pero este era el
último año de la secundaria. A Shiloh le gustaba señalar lo ridículamente
emocionada que estaba por el primer día de clases cuando todos los demás se
lamentaban del final del verano.
—Como un rito de iniciación —murmuré, mientras me vestía con un vaquero
ajustado y una sudadera con hombros descubiertos hasta la cintura.
Me estudié en el espejo. El vaquero resaltaba mis curvas más de lo que estaba
acostumbrada, pero por lo demás lucía simple. Pero al elegir mi atuendo para el día,
Evelyn me había advertido que no lo hiciera parecer que me estaba esforzando
demasiado.
—Eres naturalmente impresionante, perra —me había dicho, riendo, mientras
íbamos de compras al King's Village Shopping Center la semana anterior—. Solo
muestra ese trasero tuyo, y a nadie le importará una mierda lo que lleves puesto.
Me volví frente al espejo esa mañana en mi habitación, con los labios fruncidos.
Hace dos años, Evelyn González y su equipo de amigos populares no me habían
mirado dos veces. Pero una amiga de mi equipo de fútbol me llevó a una fiesta en la
playa el año pasado. De alguna manera, terminé en el baño con suelo de arena,
consolando a una Evelyn llorando que acababa de romper con Chance Blaylock, su
novio de seis meses.
—Eres realmente dulce —había dicho, secándose los ojos—. La mayoría de las
chicas en la escuela estarían encantadas de verme así. Débil y patética.
—Tú tampoco lo eres —dije suavemente—. Eres humana.
Algo en esas palabras debió haber tocado a la abeja reina porque de repente
se halló entrelazando su brazo con el mío y presentándome a sus amigos. Que incluían
a River Whitmore. Todavía no tenía las agallas para hablar con él, pero cada vez que
salí con ellos ese verano, intercambiábamos sonrisas y una vez me compró un batido
en el restaurante Burger Barn. Es cierto que les había estado invitando a todo el
mundo a un batido, pero se sentía bien estar incluida. Una experiencia de secundaria
que una chica aficionada a los libros como yo nunca hubiera imaginado.
Pero luego River dejó de estar con nosotros y ahora sabía por qué.
Agarré el sobre que contenía mi asignación de Voluntario de Atención al
Paciente del USCC Medical Center y lo metí en mi mochila, luego bajé las escaleras.
Mis padres estaban desayunando en la espaciosa cocina iluminada por el sol,
sentados lo más separados posible el uno del otro: papá en la encimera de mármol
gris, bebiendo café y leyendo el periódico. Mamá en la mesa, untando mermelada en
una rebanada de pan tostado.
Sin peleas. Sin tensión. Por ahora. Me sentí como en una de esas películas
donde el espía tiene que cruzar una habitación sin tropezar con los láseres rojos que
se entrecruzan por todas partes. Tenía que moverme con cuidado, lentamente, para
no provocarlos.
—Buenos días —dije alegremente.
Mamá no levantó la vista de su tostada.
—Buenos días, cariño.
—Buenos días, calabaza —dijo papá con una sonrisa cansada.
A Shiloh le gustaba decir que el universo tomó los mejores rasgos de mis
padres y me los dio. Tengo el cabello espeso, casi negro de mamá y los ojos azul
oscuro de papá. Después de eso, no me parecía en nada a ellos. Mamá era alta,
delgada, con ojos azul claro, mientras que papá tenía el cabello color arena y era más
robusto.
—¿Estás emocionada por tu primer día de último año? —preguntó papá.
—Definitivamente. Voy a estar bastante ocupada, con el fútbol, el debate y
ahora esto. —Me senté junto a mamá, saqué mi carta de aceptación del PVAP y la
coloqué sobre la mesa.
—¿Entraste? —Mamá sonrió y extendió la mano para apretar mi brazo—. Sabía
que lo harías.
Papá tomó su taza de café y me dio un beso en la parte superior de la cabeza.
—Estoy orgulloso de ti, calabaza. —Se sentó de modo que yo estuviera entre
él y mamá—. ¿Y sabes cuál es tu asignación?
—¿Es ese Miller? —dijo mamá, concentrándose en su tostada y teniendo
cuidado de mantener su tono casual.
Cuatro años más tarde, mi mejor amigo seguía siendo ese Miller para ella: el
chico que había vivido en un auto y casi muere en su patio trasero.
—No, no es Miller —dije con fuerza, aferrándome a mi sonrisa—. Nancy
Whitmore.
Mis padres intercambiaron miradas.
Papá se movió en su silla.
—Visité el taller Whitmore la semana pasada.
—Lo sé. Es cáncer, ¿no?
—Me temo que sí. Cáncer de hígado. Y no se ve bien.
—Ella está terminal —interrumpió mamá, su voz rígida—. Seamos honestos con
Violet, para variar.
Los labios de papá formaron una delgada línea, pero se volvió hacia mí.
—¿Vas a estar bien con eso, cariño?
—Voy a ser doctora. Como le dije a Miller, lo difícil es parte del trato.
Mamá dejó su tostada.
—¿Se lo dijiste a Miller antes de contarnos? ¿Cuándo? ¿Anoche?
—Lynn…
—Sí —dije—. Anoche.
Antes de que irrumpieran en mi habitación como un par de locos.
—No puedo entender por qué todavía sigue trepando por mi enrejado —dijo
mamá, echando humo—. Si no estás tratando de esconderlo, Violet, entonces él puede
entrar por la puerta principal como todos los demás.
—Lynn, ya hemos pasado por esto —dijo papá—. Son amigos. Así es como
hacen las cosas. ¿Verdad, calabaza?
—Sí —dije, sin agregar que las pocas veces que había hecho que Miller entrara
por la puerta principal, mamá y papá habían estado enfurecidos o con un frente frío.
Humillante para mí y embarazoso para él.
—Y, de todos modos —dije—, él tiene las mismas preocupaciones que tú sobre
que yo trabaje con la señora Whitmore. Porque es una buena persona. El mejor.
Mamá lo dejó pasar, pero los pensamientos detrás de sus ojos me dijeron que
hablar de “ese Miller” no había terminado.
—¿Cuándo empiezas? —preguntó papá.
—Esta semana. Martes y viernes.
—Eso es rápido. Bueno, estoy orgulloso de ti —dijo papá—. Vas a ser una
doctora excelente y este programa será el final perfecto para tus solicitudes
universitarias.
—Gracias papá.
—Y en esa nota… —Mamá alisó su servilleta en su regazo—. Dado que ese
proceso comenzará pronto, podría ser una buena idea buscar algunas oportunidades
de becas.
—Por el amor de Dios, Lynn…
—¿Qué? Ella es la mejor de su clase. Casi con un pie dentro para ser
Valedictorian. ¿Por qué no debería ser recompensada por todo su arduo trabajo?
Eché un vistazo entre ellos.
—¿Necesito solicitar becas?
—No —dijo papá con firmeza mientras mamá comenzaba a hablar, luego cerró
la boca de golpe.
Mi estómago se sentía como si de repente se hubiera convertido en piedra. El
ofrecimiento de mis padres para pagar toda la matrícula universitaria, incluso hasta
la escuela de medicina, había sido el regalo más grande y preciado de mi vida. No
solo por el dinero, sino porque significaba que creían en mí.
—¿Está todo bien? —pregunté.
—Todo está bien —dijo papá, mirando a mamá—. No es necesario que solicites
ninguna beca. Prometimos que lo cubriríamos y lo haremos. ¿No es así, Lynn?
Mamá lo miró fijamente a los ojos.
—Si tú lo dices, Vince.
—Lo digo. Y voy a llegar tarde al trabajo. Que tengas un gran primer día,
cariño. —Pasó su dedo por la punta de mi nariz y se fue sin decir una palabra más.
Me volví hacia mi mamá, con miedo de preguntar y con miedo de la respuesta.
—¿Mamá…?
Ella removió su café.
—No me preguntes, pregúntale a tu padre.
—Él no me lo dirá. Ustedes nunca me dicen nada. Solo se gritan el uno al otro.
Ahora también frente a mis amigos.
Mamá tomó un sorbo de su taza.
Mis manos se retorcieron debajo de la mesa.
—Mamá, por favor. Quiero ser cirujana. Incluso con los créditos universitarios
que ya obtuve, son diez años de escuela como mínimo. Si es demasiado, lo entiendo.
Las cosas cambian. Si hay algún problema con mi matrícula, puedes decírmelo.
Dime que tú y papá estarán bien.
—Hablaremos de eso más tarde —dijo mamá, levantándose de su silla—.
Llegarás tarde a la escuela. —Sus dedos se deslizaron sobre el sobre de mi asignación
de voluntaria—. Has sido bastante amigable con River Whitmore, ¿no es así? Te
escucho hablar de él cada vez más. Incluso más que de ese Miller, por eso me
sorprendió verlo en tu habitación anoche. Pensé que ya estaba fuera de la escena.
Parpadeé ante el abrupto cambio de tema.
—Miller nunca estará fuera de escena. Porque somos mejores amigos.
—Pensé que Shiloh era tu mejor amiga.
—Lo es. Ambos lo son.
—¿Y River? Has estado enamorada de él durante años y ahora estás saliendo
con su grupo.
—Sí, pero…
—Pedí una cita para que veas al doctor Crandle el próximo jueves.
—El ginecólogo.
—Sí. Ya que me quedó claro que no puedo controlar los chicos que vienen a tu
habitación por la noche, es mejor prevenir que lamentar.
—Buena idea —dije, mi cara ardía—. Yo misma podría perder ese control.
Mamá suspiró.
—Solo estoy siendo realista. Ahora tienes diecisiete años y sé cómo funciona el
mundo. —Frunció los labios—. ¿Debería haberlo hecho antes?
Dios, quería hundirme en el suelo.
—Uh, no, mamá. Ni siquiera me han besado. Usar anticonceptivos es una
exageración, ¿no crees?
—Oh, cariño —dijo, el arrepentimiento nadaba en sus ojos—. Trabajas muy
duro, y sé que no hemos estado alrededor tanto como deberíamos. No como solíamos
hacerlo. —Tomó mi barbilla en su mano—. Solo estoy tratando de hacer algo maternal
y cuidarte. ¿De acuerdo?
Esbocé una sonrisa.
—De acuerdo. Gracias.
Me devolvió la sonrisa con dolorida diversión.
—Se suponía que tenías que decir: “No es necesario, querida madre, me voy a
guardar hasta el matrimonio”.
—Viendo que nunca me casaré, es demasiado tiempo para esperar.
—Espero que eso no sea cierto, aunque Dios sabe que no hemos dado el mejor
ejemplo.
Tragué saliva.
—Solían serlo. Tú y papá solían ser… tan felices.
Se puso rígida.
—Sí, bien. Han surgido cosas.
—¿Mamá…?
Parpadeó y me dio unas palmaditas en la mano.
—Pediré esa cita. Que tengas un gran primer día.

Shiloh y yo no tuvimos ninguna clase juntas hasta la tarde de Historia. Le di el


encuentro en la extensión de césped frente a las mesas sombreadas de la cafetería en
la Secundaria Central de Santa Cruz durante el almuerzo. Mi amiga llevaba un vestido
suelto de estilo bohemio sobre su esbelta figura, y su cabello oscuro estaba trenzado
en estilo caja en cientos de pequeñas trenzas, las puntas sueltas y onduladas sobre la
piel marrón clara de sus hombros. Pulseras gruesas, collares y anillos, la mayoría de
los cuales hizo ella misma, completaron su look que llamé Diosa Terrenal Chic.
Nadie podía dejar de decirme cómo había “florecido” en los últimos años, pero
Shiloh Barrera era una belleza natural en gran parte porque, como todo lo demás, le
resultaba muy natural. Nunca había conocido a nadie tan seguro como Shiloh.
Cómoda en su propia piel.
—Oye, tú —dije, dejándome caer junto a ella. Nos abrazamos y olí el dulce
perfume que ella misma hizo con flores del jardín de su abuela.
—¿Qué hay contigo? —preguntó, estudiándome—. No te ves como tu primer
día de clases habitual.
—Mamá me está poniendo anticonceptivos y empiezo a sospechar que no hay
dinero para mi universidad. ¿Como estuvo tu mañana?
No muchas cosas sorprendían a Shiloh. Ahora sus ojos se agrandaron.
—Disculpa… ¿qué?
—Es más del mismo drama de mis padres. Olvídalo. ¿Cómo estuvo Luisiana?
—Caliente —dijo—. Y no vayas cambiando de tema después de dejar caer
pequeñas gemas como anticonceptivos y… ¿En serio? ¿No tienes fondos para la
universidad? Pensé que era algo seguro.
—Yo también. Papá lo niega, pero mamá sugirió que buscara becas. Pero, ¿y
si es peor que eso? ¿Y si están en quiebra?
—Tu papá todavía tiene su trabajo, ¿verdad? ¿Tu mamá todavía conduce el
Jaguar? —Le dio un apretón a mi brazo—. Probablemente no sea tan malo como crees.
—Quizás. Pero Dios, desearía que fueran honestos conmigo. De todos modos,
voy a solicitar becas basadas en mérito. Son competitivas como el infierno, pero no
puedo sentarme sin hacer nada. Y si hay una situación de la que no me hablan,
debería ayudar. —Inhalé y exhalé más fácilmente. Hacer planes y seguir un curso de
acción siempre me hacía sentir mejor—. Haré lo que tenga que hacer.
—Por supuesto que lo harás —dijo Shiloh—. Ahora revisemos la situación de
los anticonceptivos. ¿Qué le dio a tu mamá la idea de que necesitabas tomar la
píldora, traviesa?
—Mis padres entraron en mi habitación anoche y Miller estaba ahí.
—¿Ustedes dos…?
—No —dije, ignorando cómo Shiloh parecía casi decepcionada—. Ya conoces
la situación con nosotros. Mi mamá está paranoica porque Miller viene todo el tiempo
y porque me asignaron a los Whitmore como voluntaria. —Bajé la voz—. La mamá de
River está enferma.
—Eso he oído. —Se sacudió las manos en el regazo—. Está bien, dime la
verdad. Tú y Miller. Tú y River. ¿Qué está pasando con… todos ustedes?
—Miller y yo somos…
—Solo amigos. Ajá. ¿Él sabe eso?
Mi cabeza giró hacia ella.
—Por supuesto que sí. ¿Por qué? ¿Te ha mencionado algo?
Shiloh me miró durante un largo momento y luego dijo:
—No. No lo ha hecho.
Solté un pequeño suspiro de alivio.
—Bien.
Shiloh puso los ojos en blanco.
—Porque tienes miedo de estropear las cosas y no crees en el amor real de
todos modos.
—Creo en el amor, pero sí, tendría miedo de estropear las cosas con Miller. Es
demasiado… especial para tener una cita o lo que sea y luego hacer que las cosas
vayan mal. Nos arruinaría. —Sacudí la cabeza—. Casi lo pierdo una vez, Shi. No puedo
volver a hacerlo.
—¿Entonces Miller vive permanentemente en la zona de amigos, pero River
obtiene un pase gratis?
—He estado enamorada de River desde siempre, lo sabes. Pero es el chico más
popular en la escuela, en su último año y en camino a una carrera histórica en la NFL.
Estoy completamente ocupada estudiando y preparándome para la universidad.
Ninguno de los dos tiene tiempo para nada serio. Quiero decir, apenas me ha
hablado, pero sí… podríamos salir. Eso estaría bien.
—Te refieres a algo seguro.
—Bueno, sí. No quiero llegar a la universidad sin ninguna experiencia, pero si
resulta que no hay dinero para la universidad, tendré que trabajar aún más duro que
ahora.
—Entonces, ¿quieres salir con River y tener qué tipo de experiencias? ¿Del tipo
que requieren anticonceptivos?
—Quizás.
Los ojos marrones de Shiloh se agrandaron.
—¿Le dejarías perforar tu tarjeta V?
—¿Qué? ¿Crees que porque soy una ñoña que pasa todo su tiempo en la
biblioteca que no tengo el mismo deseo sexual que todos los demás? Soy una nerd,
Shi, no una monja. Y, Dios, ni siquiera me han besado todavía. Estoy ridículamente
atrasada.
—No es una carrera —dijo Shiloh—. Y, de todos modos, ya no eres una nerd.
Vas a estar en la corte de bienvenida y probablemente serás la reina del baile.
Especialmente si empiezas a salir con el futuro rey del baile.
—De ninguna manera. Evelyn tiene asegurado el título de reina…
—No estaría tan segura. —Shiloh se reclinó sobre la hierba apoyada en los
codos—. ¿Qué pasa si te enamoras de River, a pesar de tus mejores intentos por
seguir siendo una puta casual? ¿Y si se enamora de ti?
Me reí.
—Si algo pasara entre nosotros, y eso es un gran bastante si…, sería pragmática
al respecto. Voy a USCC, que no tiene equipo de fútbol americano. River tiene que ir
a otro lugar, como Alabama o Georgia. Sería estúpido ponernos serios y luego ir por
caminos separados.
—Vaya, lo tienes todo resuelto, ¿no?
—Tengo grandes planes, Shi. Destrozar mi corazón no es uno de ellos.
—No siempre tenemos voto en lo que quieren nuestros corazones —dijo en un
tono tranquilo que rara vez la había escuchado usar—. Lo sabes, ¿no? ¿No me dijiste
que amabas a Miller?
Mi estómago se revolvió inexplicablemente al escucharla decir eso en voz alta.
—Sí. Sabes que es como… un hermano para mí.
Las palabras me sabían agrias en la boca, pero no las retiré.
—¿Has visto a tu hermano últimamente? No eres la única que ha madurado hasta
convertirse en un fresco bombón. —Arqueó una ceja hacia mí—. ¿No te has dado
cuenta?
—No. O sea, sí. Pero no pienso en él… de esa manera.
Shiloh me miró un momento más y luego se encogió de hombros.
—Si tú lo dices.
Surgieron más palabras de protesta, pero tenía razón. Había notado que Miller
ya no era el chico flaco y desnutrido de trece años que era cuando nos conocimos. Se
había vuelto más alto, más grande, sus hombros se ensancharon, sus músculos se
definieron. Sus hermosos rasgos se habían vuelto más cincelados, más masculinos, su
mandíbula y pómulos más angulosos. Una sombra de barba incipiente y su cabello
largo, combinado con su habitual camisa de franela y gorros tejidos, le daban un aire
desaliñado y alternativo de rockero.
Era muy fácil imaginárselo en el escenario de un festival, miles de fans, chicas,
clamando por él mientras cantaba con esa voz áspera y conmovedora suya…
—Oye. —Shiloh me empujó suavemente de mis pensamientos, su voz
inusualmente suave—. Lo entiendo. Estás protegiendo algo precioso.
Asentí.
—He visto cómo se ve el amor podrido. Mis padres también fueron mejores
amigos.
Me rodeó con el brazo y me abrazó.
—Lo sé.
Se hizo un breve silencio y luego respiré profundamente.
—¿Estamos bien?
—Por supuesto. ¿Por qué?
—No sé. Miller dijo algunas cosas anoche. Que he estado distante últimamente.
Saliendo con nuevos amigos en lugar de ustedes dos.
—Estás ascendiendo en la cadena alimentaria social. No, mejor dicho. Estás
lanzando una red más amplia. Todo el mundo te ama.
—No sé si eso es cierto.
—Yo sí. Eres amable con todos. Y resuena.
—Supongo. Evelyn dijo que hay una fiesta en casa de Chance Blaylock este
sábado…
—No. No son mi gente.
—¿Por qué no? Me tienes a mí y haré que Miller venga…
—Lo dudo. —Me dio una mirada de reojo—. ¿Tienes el capital político para
invitarme a una fiesta que no estás organizando?
—Es una fiesta casual. Nadie sabe cómo llega la gente allí.
—Usted, doctora Violet McNamara, ¿irá a una fiesta casual?
—Es una experiencia. —Sonreí y aparté la mirada, fijándome en otros
estudiantes arremolinándose en el césped o hablando y comiendo en las mesas—.
Evelyn dijo que River preguntó específicamente si iba a ir.
—Entonces supongo que tu plan maestro está funcionando. —Se protegió los
ojos con una mano y señaló con la barbilla a través de la concurrida cafetería—. Oye,
mira. Sangre fresca.
Seguí su línea de visión hasta un chico devastadoramente guapo con cabello
que probablemente era rubio bajo el tinte plateado. Apoyó su alto cuerpo contra una
columna de cemento en el borde de la cafetería, inspeccionando la escena con
indiferencia casual.
—Ese es Holden Parish —dije—. Evelyn me habló de él esta mañana.
—Evelyn es como el noticiero de esta escuela. Debería tener su propio canal.
Sonreí con satisfacción, aunque no estaba equivocada.
—Ella dijo que se mudó aquí desde Seattle y que es megarico.
—Eres megarica.
Me estremecí interiormente. No estoy tan segura de eso.
—Holden es rico tipo millonario —dije—. Quizás miles de millones.
—Ciertamente se viste como tal.
Holden se apoyó en la mesa, con las manos metidas en un chaquetón negro de
aspecto caro. Llevaba un pañuelo verde esmeralda con dibujos dorados alrededor
del cuello y lo ataba con un elegante nudo. Su vaquero estaba perfectamente hecho a
la medida para adaptarse a su delgado físico, y gracias a las interminables horas que
pasaba con Evelyn González, quien tenía su propio canal de YouTube de moda
popular, reconocía un par de botas de Balenciaga cuando las veía.
—Holden Parish —dijo Evelyn, materializándose a mi lado como si la hubiera
conjurado. Se paró sobre nosotras, con las manos en las caderas de su corta falda de
mezclilla. Una camiseta negra ceñida a la piel abrazaba su esbelto torso, resaltando
sus pequeños y perfectos senos. Sus enormes pendientes de aro brillaban en oro por
la tarde, al igual que su piel cálida de color marrón claro—. Es tan caliente.
Shiloh sonrió.
—Estoy segura de que sí. Hace setenta y cinco grados, y lleva abrigo y
bufanda.
Evelyn puso los ojos en blanco.
—Tiene un estilo impecable y se ve tan fresco como un pepino. Apuesto a que
también la tiene grande como uno. Es hora de presentarme. —Me tendió la mano—.
Vamos.
Dejé que Evelyn me ayudara y luego miré a Shiloh.
—¿Vienes?
Ella nos despidió con un gesto.
—Anda. Nos vemos en la clase de Historia.
—¿Cuál es su problema, de todos modos? —preguntó Evelyn mientras
cruzábamos la cafetería al aire libre—. No he sido más que amable con ella.
—Ella hace lo suyo.
—Bueno, no tiene por qué ser una perra al respecto.
Empecé a defender Shiloh, pero habíamos llegado a Holden Parish. Nos vio
acercarnos, sacando casualmente un elegante paquete de cigarrillos del bolsillo de
su chaquetón con Djarum Black grabado en la parte delantera en oro.
Evelyn le dedicó su mejor sonrisa y se echó la cola de caballo tipo Ariana
Grande por encima del hombro.
—Soy Evelyn, esta es Violet. Pensamos en venir y presentarnos, ya que eres
nuevo y todo.
—¿Lo soy? —Holden exhaló un suspiro—. Es solo mediodía y se siente como si
hubiera estado aquí durante mucho tiempo.
Se metió un cigarrillo entre los labios mientras sus ojos, de un impresionante
peridoto verde, claro y ligero, nos veían por debajo de unas cejas rubias como la
arena. Abrió la tapa de un encendedor dorado y esos ojos brillantes se entrecerraron
mientras inhalaba profundamente y soplaba; el aire entre nosotros se llenó con el olor
acre del clavo y el tabaco antes de alejarse con la brisa de la tarde.
Evelyn le dirigió una mirada de apreciación.
—Esto es California, no París. No se permite fumar en la escuela.
Holden se cruzó de brazos, el cigarrillo negro sujeto elegantemente en sus
manos delgadas con dedos manchados de tinta.
—Estoy seguro de que no —dijo y dio otra calada.
—Hay un lugar debajo de las gradas en el extremo norte del campo de fútbol
—dijo Evelyn, su sonrisa se volvió tímida—. Buen lugar para fumar o hacer otras cosas
que no quieres que nadie vea. —Ella ladeó la cabeza, su brillo de labios reluciendo a
la luz del sol—. ¿Te apetece un recorrido?
Holden la miró de arriba abajo, con una sonrisa en los labios y una astuta
inteligencia en los ojos. Pero también eran pesados. Sombreados. Se encorvó contra
el poste, como si se refugiara de un viento frío que solo él podía sentir.
Tal vez un alma vieja, pensé.
—Por muy tentador que suene, pasaré. ¿Para otra ocasión, princesa?
Evelyn González, dos veces reina del baile de bienvenida y designada como
la “Chica más sexy de la escuela”, que por lo general tenía chicos comiendo de su
mano, tomó el rechazo con calma.
—Definitivamente. Hay una fiesta el sábado por la noche en la casa de Chance
Blaylock. Una cosa de regreso a clases. Debería ser bastante épica.
La mirada verde de Holden parpadeó hacia mí.
—¿Qué piensas, Violet?
—Creo que fumar es malo para tu salud y para quienes te rodean.
Sus ojos se abrieron, gratamente sorprendido.
—Así es.
Evelyn me dio un codazo en el costado.
—No le hagas caso. Violet va a ser doctora, así que es como un anal con ese
tipo de cosas.
Holden me guiñó un ojo.
—Yo también.
Después de un breve momento de incomodidad, Evelyn aumentó su sonrisa
otro vatio.
—De todos modos, si quieres venir a la fiesta, dame tu número y te enviaré un
mensaje de texto con la dirección.
Tuve que dárselo a Evelyn, cuando quería algo, o alguien, no perdía el tiempo.
Holden esbozó una sonrisa perezosa.
—Oh, creo que podré encontrar mi camino.
—Genial. Pero si cambias de opinión acerca del recorrido, estaré cerca.
—Sí, tienes bastante recorrido —dijo una voz detrás de nosotros. Chance y
River Whitmore se acercaron con Frankie Dowd siguiendo a los jugadores de fútbol
americano como un cachorro escuálido que acompaña a los perros alfa.
—Vete a la mierda, Frankie. —Evelyn le dio un puñetazo al pelirrojo
larguirucho en el hombro.
La mirada de River parpadeó hacia mí y sonrió antes de volverse hacia Holden.
Observé a los chicos evaluarse unos a otros. Si Holden se sintió intimidado por los dos
deportistas y un punk skater que lo rodeaba, no lo demostró.
—Solo estaba invitando a nuestro nuevo amigo a tu fiesta, Chance —dijo
Evelyn, recuperando su equilibrio—. Chicos, este es Holden.
—Encantado de conocerte, hombre —dijo River, ofreciendo su mano.
—Del mismo modo —dijo Holden, sin tomarla.
Las dos miradas se cruzaron por un momento y luego River rompió a reír.
—Bueno, como sea.
—Holden es de Seattle —dijo Evelyn—. ¿No es así…?
Sus palabras se arrastraron mientras Holden, con esa extraña y débil sonrisa
suya, rodaba lánguidamente los hombros a lo largo de la curva del poste hasta que
estuvo del otro lado y luego se alejó.
—Está vestido como si fuera invierno —murmuró Frankie—. Qué jodido bicho
raro.
—¿Alguna vez dejas de ser un idiota? —le disparé.
Se rio y fingió estar asustado.
—Ooooh . Alguien está con su periodo.
Mi cara enrojeció. Frankie Dowd y un par de sus amigos patinadores
intimidaron a Miller durante toda la secundaria y preparatoria. Miller siempre me dijo
que me mantuviera al margen y yo sabía que podía cuidarse solo, pero lo odiaba.
Chance y River nunca estuvieron entre los matones; apenas toleraban a Frankie, pero
todos habíamos ido a la escuela juntos desde siempre. Como una gran familia
disfuncional.
La mirada de River se detuvo por donde Holden se había ido, luego se cernió
sobre Frankie.
—Piérdete, idiota.
Frankie se rio entre dientes.
—Demasiado susceptible, Whitmore. Hasta luego, chicos míos. —Hizo una
señal de paz y se alejó hacia atrás, como si la decisión de irse hubiera sido suya.
River atrajo su mirada hacia mí.
—Vas a venir a la fiesta, ¿verdad, Vi?
Asentí. Dios, era lindo. Alto, cabello oscuro, ojos azules. De buen cuerpo como
el mariscal de campo que era, su camisa se aferraba a los músculos que apretaban su
brazo y torso. Mi corazón dio un vuelco, que nunca hacía con Miller.
Excepto que eso no era exactamente cierto.
Mi corazón latía por Miller de una manera completamente diferente a la de
cualquier otra persona: cuando sus números estaban mal y se enfermaba. Cuando
recordaba esa horrible noche en la que casi muere en mis brazos. Cuando lo
abrazaba al despedirme después de pasar el rato, y podía sentir su propio corazón
latir en su pecho, como si estuviera hablando con el mío.
Me di cuenta de que River estaba esperando a que respondiera a su pregunta
mientras yo estaba allí como una tonta, perdida en mis pensamientos sobre otro chico.
—Eh, sí, estaré allí.
—Estupendo. Te veré entonces —dijo y se marchó con su amigo.
—Sí. Hasta entonces.
Evelyn me estaba mirando con las manos en las caderas.
—¿Qué?
—¿Tienes que ser tan niña buena? Ahuyentaste a Holden.
—¿Yo? Difícilmente. Y, de todos modos, tengo la sensación de que se
necesitaría mucho más que alguien dándole un sermón sobre el humo de segunda
mano para asustarlo.
—Cierto. Parece que ha visto algo de mierda. Me pregunto cuál es su historia.
—Se pasó la lengua por el labio inferior—. Ese es mi tipo de desafío.
Cruzamos el césped de nuevo y vi a Miller sentado en una roca justo afuera de
la multitud de mesas de la cafetería. Llevaba un vaquero roto, botas y una camiseta
vintage de Sonic Youth desteñida. Había una bolsa de almuerzo en su regazo y estaba
rebuscando en su mochila, probablemente en busca de su estuche de insulina.
Evelyn siguió mi línea de visión y suspiró.
—Vas a contarle sobre la fiesta de Chance, ¿no?
—Claro que sí. ¿Por qué? ¿Crees que Frankie y esos tipos todavía le van a hacer
pasar un mal rato?
Evelyn se encogió de hombros.
—Frankie es un idiota sin nada mejor que hacer. Pero Miller parece que puede
manejarse solo. Tu pequeño ha crecido, ¿no? Una lástima.
—Lástima, ¿qué? —pregunté, enfureciéndome—. ¿Una lástima que sea pobre?
¿Por qué importa eso?
—No es que sea pobre. Es la imagen completa. Vivía en un auto. Su mamá se
prostituyó. Todo el asunto pone un… algo a su alrededor. ¿Una nube?
—¿Un aura? —dije, cruzando los brazos.
—¡Aura, sí! Irradia de él como un mal olor.
—Evelyn, eso es algo horrible para decir.
Antes olía a bosque y ahora huele a playa.
—No te pongas las bragas de mala. Sé que es tu amigo. O tu proyecto favorito,
con lo de la diabetes y eso.
—Sí, es mi amigo y no puedes hablar así de él. Nunca.
—Está bien, está bien, lo siento. ¿Perdóname? —Ella me dio un abrazo rápido—
. Anda. Invítalo a la fiesta si quieres y te llamo más tarde. —Me besó en la mejilla y se
alejó rebotando, balanceando su cola de caballo.
Miré hacia donde estaba sentado Miller.
No es mi proyecto favorito ni una causa perdida. Es brillante.
Solo deseaba que todos en la escuela pudieran ver lo que yo veía cuando lo
miraba. También veía al chico que había vivido en un auto, pero eso mejoraba su
imagen ante mis ojos, no lo hacía menos. Más bello, más fuerte, más valiente. Y nunca
se quejaba, sino que se canalizaba a través de su música.
Y ya era hora de que todos en la escuela lo supieran.
—H
ola, tú.
Alcé la mirada para ver a Violet acercarse.
Mi corazón latía sordamente, cada latido era como
pinchar un viejo moretón. Estaba tan hermosa,
empapada por el sol de finales de verano. Brillaba en su cabello negro, entresacando
hebras de azul. Azul oscuro, como sus ojos que hoy eran más pesados, a pesar de la
brillante sonrisa que puso para mí.
Algo está mal.
Se dejó caer en la hierba junto a la roca en la que me senté.
—Hola —dije, con mi inyección de insulina en la mano—. A punto de
inyectarme. Pensé en darles a los chicos nuevos algo de qué hablar. Primer día de
clases y todo.
Vi sonrió lánguidamente. Sabía que había soportado mi parte de estúpidas
burlas: que era un drogadicto que se inyectaba descaradamente a plena luz del día.
Que se jodan los imbéciles si pensaban que me escondería en un baño para tomar la
medicina que me mantenía con vida.
Tenía que rotar las inyecciones por todo mi cuerpo para que ninguna parte
estuviera sobresaturada. Hoy, me subí la manga corta de mi camiseta.
—Espera, déjame adivinar tu dosis —dijo Violet—. Para practicar.
Se asomó a mi bolsa de almuerzo: sándwich de jamón, algunas fresas, bolsa de
palomitas de maíz, botella de agua.
—Parecen cuarenta gramos de carbohidratos, así que… cuatro unidades de
insulina.
—Correcto, doctora M —dije y me inyecté la pluma de insulina.
El dolor picó, luego se suavizó hasta convertirse en un ardor, mientras
empujaba los medicamentos debajo de mi piel. Cuando devolví la pluma a su estuche,
Violet me entregó mi almuerzo, aunque no empecé a comer; tenía que esperar unos
minutos para que la insulina hiciera efecto.
—¿Cómo va tu primer día? —preguntó Vi. Me miró con los ojos entrecerrados,
observando mis círculos oscuros—. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
—Sí. Noche dura, eso es todo. —La observé fijamente con una mirada severa
que le decía que no me presionara. No estaba de humor para hablar sobre el nuevo
novio de mamá—. Iba a preguntarte lo mismo.
—¿Qué quieres decir?
—Vamos, Vi. Soy yo.
Sonrió con tristeza.
—Debes ser psíquico.
—Puedo leer tu cara —dije. Te he memorizado—. ¿Tus padres?
Asintió.
—Lamento lo de anoche.
—Ellos son los que deberían lamentarse —dije sombríamente—. ¿Te dijeron
de qué se trataban todos los chillidos?
—No realmente, pero tengo mis sospechas. Creo que mi fondo para la
universidad se está agotando. O tal vez ya se haya ido.
Mis ojos se agrandaron.
—Oh, mierda. ¿Estás segura?
—No estoy segura de nada. —Hizo un gesto con la mano—. Está bien. Si es
verdad, me ocuparé de eso. Solicitaré becas y lo aprovecharé al máximo.
—No intentes pasar todo por alto, Vi. Es un puto gran problema. ¿Pasar de estar
limpia a doscientos mil de deudas? Más, ya que vas a ser cirujana. Tienes derecho a
enojarte.
—No puedo estar enojada con ellos por eso —dijo—. Eso se siente de mal gusto
y ¿de qué sirve? Dije que solicitaré préstamos…
—Tendrás que solicitar todos los préstamos bajo el sol para cubrir la escuela
de medicina, pero los de bajo interés son para los pobres como yo.
—No estás ayudando, Miller —dijo, con lágrimas en las comisuras de los ojos—
. Ni siquiera sé si es verdad, así que no tiene sentido insistir en ello.
Me mordí la lengua. Violet enfrentaba todo con esperanza y una sonrisa y aún
más esfuerzo. Admiraba eso de ella. Demonios, lo envidiaba. Pero hacía que el deseo
de protegerla de cualquier cosa que pudiera lastimarla fuera aún más fuerte.
Pagaré su universidad. Cada maldito centavo.
Después de un momento, preguntó alegremente:
—¿Has pensado en lo que harás después de graduarte?
Me encogí de hombros como si no hubiera estado pensando exactamente en lo
que haría después de la secundaria.
—Me largaré de aquí y haré mi música.
Su sonrisa vaciló como siempre lo hacía cuando mencionaba que me iba de
Santa Cruz.
—¿Te das cuenta de que tienes que tocar para gente real antes de poder
triunfar como músico?
—Voy a hacerlo. Cuando me apetezca.
—¿Cómo suena este sábado? ¿La fiesta de Chance Blaylock?
Dejé mi comida y la miré.
—¿Quieres que sea el idiota que lleva su guitarra a una fiesta a la que
técnicamente no está invitado? Plan sólido.
Se rio y me dio un codazo en la rodilla.
—Cállate. La gente se volverá loca al escucharte. ¡Eres un diamante en bruto!
¡Nunca te verán venir!
Sonreí, tomé un trago de mi agua.
—Ajá. A continuación, sugerirás que me ponga un sombrero de fieltro y
anuncie mi presencia con una versión ruidosa y pretenciosa de “Wonderwall”. Eso
debería solidificar mi reputación estelar.
La risa de Vi se elevó y luego su voz se volvió suave.
—Si dejas que te escuchen tocar… si escuchan tu voz, te amarán. ¿Cómo
podrían no hacerlo?
No lo sé, Vi. ¿Por qué no me lo dices?
Me puse rígido con repentina amargura y aparté la mirada.
—No les debo nada.
Violet comenzó a protestar, pero sonó la campana, terminando el almuerzo. Los
estudiantes comenzaron a salir del área de la cafetería.
Se levantó y se sacudió la hierba del trasero.
—¿Caminas conmigo a clase?
—Adelántate —le dije—. Tengo que terminar mi comida o de lo contrario mi
MCG se disparará en Cálculo.
—De acuerdo. Y sé que odias estas cosas, pero prométeme que al menos
pensarás en venir a la fiesta. Incluso si no tocas, quiero que estés allí.
De ninguna manera.
—Lo pensaré.
Me sonrió.
—Estupendo. Nos vemos luego. ¿O esta noche? ¿Vendrás?
De ninguna manera eso tampoco.
—Tengo que trabajar esta noche.
—Oh. De acuerdo. —Sonrió levemente. Desafortunadamente—. Bueno… no te
pierdas.
—Nop.
Se alejó, casi a regañadientes. Quería seguirla. Quería pasar cada jodido
segundo de mi día con ella. Pero después de anoche, todo cambió. La desesperanza
entre nosotros…
Ya es demasiado duro.

Los siguientes días del nuevo año escolar transcurrieron afortunadamente sin
incidentes. Hasta aquí. Me había peleado al menos una vez al mes desde la
secundaria. Los rumores y susurros me habían estado esperando cuando salí del
hospital.
Frankie Dowd y su banda de imbéciles me habían estado esperando.
Violet se sintió terrible de que todos supieran que había estado viviendo en un
automóvil.
—Pero ¿cuál era la alternativa? —me había dicho—. ¿Dejarte morir en mis
brazos?
Eso no me pareció tan terrible.
La primera vez que llegué a casa con el labio partido y el ojo hinchado, mamá
apartó la vista de la televisión en su breve descanso entre su trabajo en la tintorería y
su trabajo en el restaurante de 24 horas en la calle 5 y luego volvió a mirar la televisión
de nuevo.
—Defiéndete, Miller. Defiéndete o no quiero volverte oír hablar de ello.
Entonces, me defendí, aunque me arriesgué a romperme los dedos y perder la
destreza que necesitaba para tocar la guitarra, mi boleto para salir de esta vida de
mierda.
Una vida que, gracias al jodido Chet Hyland, se había vuelto más horrible.
Como temía, se convirtió en un elemento permanente en nuestro sofá y en la
cama de mamá; tuve que dormir con una almohada sobre mi cabeza para bloquear
los chirridos de los resortes de la cama.
Peor aún, mamá parecía haber abandonado su segundo trabajo para pasar el
rato con Chet, quien era una carga para nuestra ya delicada economía familiar y no
contribuía con nada. A pesar de su promesa, no dejó de robar mi plan de comidas, y
mamá parecía impotente sobre cómo reemplazarlo todo. La cerveza se convirtió en
la principal importación en nuestro departamento, y los cigarrillos en un cercano
segundo lugar.
—¿Cuánto tiempo va a estar aquí? —le susurré a mamá la mañana del cuarto
día de clases. Me colé en su habitación mientras se preparaba para su trabajo en
tintorería y Chet veía El precio justo en la sala de estar.
—Mientras yo quiera que lo esté —dijo—. No le hagas pasar un mal rato, Miller.
—Jesús, mamá, es una maldita sanguijuela. ¿Tiene siquiera un trabajo?
¿Siquiera…?
Mamá se acercó, sus ojos marrones duros cuando se clavaron en los míos.
—No le hagas pasar un mal rato, Miller —repitió, su aliento ahumado siseaba y
vacilaba—. ¿Me escuchas? No lo hagas.
—Pero mamá…
—Estoy cansada, cariño. Tan cansada. —Me sonrió débilmente y me dio un
apretón en el brazo—. Llegarás tarde a la escuela.
Salí sin decir una palabra más. En la sala de estar, Chet me vio preparar la
comida y mis medicamentos del día.
—¿Vas a la escuela, hijo? —preguntó con una dura sonrisa. Soltó esa palabra
solo para provocarme. Lanzando un anzuelo para ver si mordía.
Incliné mi barbilla hacia arriba.
—Sí. Y luego a mi trabajo. Sabes lo que es un trabajo, ¿verdad? Uno de esos
lugares a los que vas para ganar dinero, que luego se usa para hacer cosas como
pagar facturas y comprar comida.
—Chico inteligente, ¿no es así? Tienes una boca inteligente. —Sonrió con
suficiencia—. ¿Qué pasó? ¿Tu papá no te enseñó modales antes de irse?
Sentí que algo en mí, ese mecanismo interno humano que nos seguía
impulsando hacia adelante, a pesar de que todo comenzaba a romperse y flaquear.
La rabia y la humillación me inundaron. Pensé en lo que había dicho Violet, que
nuestro último año era el mejor hasta ahora.
Mierda. Todo es una mierda.
Chet se rio entre dientes.
—Puedo ver por qué se fue.
—Vete a la mierda.
Escuché un grito ahogado desde el pasillo. Mamá, mirándome y sacudiendo la
cabeza. Le devolví la mirada, rogándole en silencio que se deshaga de este tipo antes
de que se hundiera más profundamente, como una espina que se hundía demasiado
bajo la superficie para arrancarla.
La boca de mamá se abrió y luego se cerró. Fui hacia la puerta.
—Será mejor que cuides esa boca inteligente tuya, hijo —me llamó Chet, su
voz persiguiéndome en la niebla de la mañana—. Sí, eso mismo. Mejor que tengas
cuidado.
Por lo general, tomaba el autobús para ir a la escuela, pero caminé a través de
la mañana gris, dejando que el aire frío me refrescara la piel. El sol ya había salido
cuando llegué a la entrada principal de Santa Cruz Central, la campana sonó cuando
pisé el primer escalón.
El subdirector Chouder se hallaba frente al edificio de administración, con las
manos en los bolsillos de su traje gris.
—Apúrese, apúrese, señor Stratton. Va a llegar tarde.
Mantuve la cabeza gacha y continué por el camino, pasando por bancos de
casilleros y puertas de aulas. Mi primera clase, Literatura Inglesa, era al final del
campus abierto en una colina cubierta de hierba con vistas a las salas de banda y
ciencias.
La clase ya había comenzado. La señora Sanders me miró con severidad, pero
no cesó en su conferencia sobre El gran Gatsby, que se esperaba que leyéramos
durante el verano. El único escritorio disponible estaba al lado de Frankie Dowd.
Porque por supuesto que sí.
El tipo larguirucho tenía las piernas estiradas, rodillas con costras visibles
debajo de su pantalón corto que estaba perpetuamente hasta la mitad de su trasero.
Volteó la cabeza para quitarse un mechón de cabello rojizo de los ojos y me sonrió.
—¿Por qué llegas tarde, Stratton? —susurró. ¿El auto no arranca?
—Vete a la mierda.
Se rio sacando la lengua, como una hiena trastornada. Puse mis manos en
puños, recitando en mi mente: “sin dolor ni moretones”. Pensé que al final de este
maldito día de mierda, eso no sería posible.
—Frankie —llamó la señora Sanders—. Ya que eres tan hablador, quizás
puedas responder algo por mí. Fitzgerald hace numerosas referencias al polvo en
esta novela. Hombres “grises como ceniza” y polvo cubriendo todo, desde
automóviles hasta personajes reales. ¿Qué crees que simboliza?
—Eh… creo que significa que las cosas son viejas o… lo que sea.
Algunos estudiantes se rieron y Frankie, triunfalmente, le dio un puñetazo a un
amigo.
La señora Sanders frunció los labios.
—Intentemos un poco más la próxima vez, ¿eh? —Me miró—. ¿Miller? ¿Te
importaría intentarlo?
Algunas cabezas de la clase se volvieron para mirarme con curiosidad. Frankie
con burla. Nunca he encajado aquí. No en cuatro años. Todavía era el niño que había
vivido en un auto y casi muere después de orinarse en los pantalones en el patio
trasero de McNamara.
—Él escribe que el polvo se asienta sobre todo —dije—. Porque es cierto. Se
asienta sobre toda la puta ciudad. La escuela. Incluso llega a tu casa. No puedes
deshacerte de él.
La señora Sanders asintió, ignorando mi lisura y las risitas que la habían
seguido.
—¿Y qué crees que significa?
—Que no hay esperanza.
Me arrinconaron durante la clase de educación física, de camino a mi casillero.
A pesar de todos mis cálculos y precauciones, mis números eran bajos después
de correr vueltas. Todavía estaba usando mi ropa de gimnasia: camiseta blanca y
pantalón corto amarillo, como un idiota. Mi casillero estaba a tres metros de distancia
cuando Frankie y dos de sus amigos doblaron la esquina.
—Maldito sea todo —murmuré, mis manos temblaban y mi reloj sonaba
furiosamente.
—Bueno, ¿qué tenemos aquí? ¿Sabe el entrenador Mason que estás
abandonando la clase de educación física para irte a drogar, Stratton? —preguntó
Frankie, moviéndose frente a mí para bloquear el camino. Sus dos amigos, Mikey
Grimaldi y Tad Brenner, se quedaron detrás de mí.
—Jódete, Dowd —dije y comencé a empujarlo a un lado.
Me empujó hacia atrás y tropecé.
—¿Tu mamá sigue haciendo favores? —preguntó Frankie, y una risa burlona
me llegó de todos lados.
—No lo sé —herví, mi corazón ahora estallaba y mis manos temblaban tanto
que tuve que meterlas bajo mis brazos—. ¿Por qué no le preguntas a tu papá?
Los ojos de Frankie brillaron por un momento, luego se rio.
—Tienes razón. Él lo sabría, ya que parte de su trabajo es sacar prostitutas de
la calle.
Mi visión se nubló de color rojo, pero ahora me balanceaba sobre mis pies.
—No te ves tan bien, Stratton. ¿Te vas a orinar de nuevo?
Mi reloj sonaba incesantemente y los músculos de mis piernas comenzaban a
sentirse como arena. Traté de empujar a su lado una vez más, sabiendo que era inútil.
Por lo general, en una pelea con Frankie Dowd, daba lo mejor que pude, pero en este
momento, apenas podía estar de pie.
—Sal de mi puto camino.
—Estoy bien aquí —dijo Frankie, cruzando los brazos—. Un poco curioso
acerca de lo que va a pasar a continuación.
Sus amigos se movieron y miraron a su alrededor.
—Oye, Frankie, realmente no se ve tan bien —dijo Mikey.
Tad asintió.
—Sí, y tiene esa alarma…
—No, él está bien, ¿no es así, Stratton? —Frankie puso una mano alrededor de
mi cuello—. ¿Sigues usando esa pequeña máquina atascada en tus entrañas? ¿Qué
pasaría si alguien te lo quitara? ¿Solo para ver mejor?
—Oye —dijo Mikey.
—Eso es enfermo, hombre —agregó Tad, aunque ninguno se movió para
ayudarme.
Reuní toda la fuerza que pude, cerré mi mano en un puño y lo tiré hacia arriba,
golpeando a Frankie debajo de su barbilla. Su mandíbula se cerró de golpe con un
chasquido y se apartó de mí, farfullando y maldiciendo.
—¡Hijo de puda! —escupió un chorro rojo—. Me modí mi puda dengua.
Vino hacia mí un segundo después, preparando un golpe que no tenía fuerzas
para esquivar. De repente, una mano áspera me empujó a un lado y un puño golpeó,
golpeando a Frankie de lleno en la nariz con un crujido audible de huesos y cartílagos.
A excepción de Frankie, que estaba jadeando y maldiciendo, el grupo se
quedó en silencio, mirando al tipo grande de cabello oscuro que había aparecido de
la nada. Llevaba vaqueros rotos, botas de combate desgastadas y nos superaba a
todos en unos buenos siete centímetros. Su camiseta descolorida reveló tatuajes en
sus bíceps y un antebrazo. Parecía un preso fugitivo, en lugar de un estudiante de
secundaria.
Quizás lo sea. Uno de los arrestos del padre de Frankie está aquí para vengarse.
Pero pude ver la juventud en el chico, enterrada bajo los músculos, los tatuajes
y los ojos grises y planos que miraban fríamente a Frankie. Poder se enroscaba y
vibraba en él, listo para retumbar.
El subdirector Chouder, quien tenía un sexto sentido sobre los problemas en
su campus, se materializó como un fantasma detrás de nosotros.
—¿Qué es todo esto?
—Esde hijo de duta me rompió da nariz —dijo Frankie, su voz nasal y
amortiguada detrás de su mano.
Chouder frunció los labios con desdén ante la sangre que se filtraba a través
de los dedos de Frankie.
—Vaya a ver a la enfermera, Dowd. —Fijó su mirada en el chico nuevo—.
Señor. Wentz. Mi oficina. El resto de ustedes, regresen a clase.
Mi reloj con pitidos finalmente llamó su atención. Me midió de arriba abajo.
—¿Estás bien?
—Oh, por supuesto. Mejor que nunca.
Me impulsé del poste contra el que me había estado hundiendo y logré llegar
a mi casillero y subir mi nivel de azúcar en la sangre antes de caer en un maldito coma
diabético, preguntándome de dónde diablos vino ese tipo.
No tuve que preguntarme mucho. Los rumores se esparcieron rápidamente de
que un chico nuevo había golpeado a Frankie en la cara. Al final del día, supe que
Ronan Wentz se mudó aquí desde Wisconsin hace dos semanas. Había faltado los
primeros días de clases y ahora estaba suspendido.
También me salté el resto de mis clases para esperar a que saliera de la oficina
de Chouder.
—No tenías que hacer eso por mí —le dije, colocándome a un lado de él
mientras se dirigía hacia el frente de la escuela.
—No lo hice por ti —respondió Ronan. Su voz era baja y profunda, su mirada
fija en el camino frente a él.
—¿Entonces por qué?
Se encogió de hombros con su chaqueta de mezclilla gastada con lana de
cordero falso en el interior. Se vestía como yo, con ropa gastada, porque estaba
gastada, y no estaba rota a propósito como la moda actual. No entendía por qué los
niños ricos querían vestirse como niños pobres si solo iban a criticar a los niños
pobres por ser pobres. Pero eso es la secundaria.
Continuamos calle abajo juntos; se dirigía hacia mi vecindario que supuse que
podría ser su vecindario también.
La mirada de Ronan se movió rápidamente hacia mí y de regreso.
—¿Es cierto que vivías en un auto?
Me quemó la piel y aparté la mirada.
—Has estado en el campus durante diez minutos, ¿y ya lo escuchaste? Un nuevo
récord. Sí. Hace mucho tiempo. Nadie parece ser capaz de olvidarlo.
—Entonces haz que se olviden.
—¿Cómo? —Se encogió de hombros de nuevo—. ¿El tipo al que golpeaste? Su
padre es policía.
Los labios de Ronan se curvaron en una sonrisa que era principalmente un
gruñido.
—Que se jodan los dos.
—¿Qué tienes contra la policía?
No dijo nada y seguimos caminando.
Llegamos a mi vecindario lleno de cajas de cemento deterioradas con hierro
forjado oxidado en todas las ventanas. Ronan se detuvo y miró fijamente a un
apartamento en la esquina del segundo piso. Se podía escuchar un televisor a todo
volumen a través de la pantalla rota.
—¿Aquí te quedas? —Asintió—. Estoy a una cuadra abajo.
No se movió y tuve una sensación que se apoderó de mí. Una reacción extraña,
extracorporal, normalmente reservada para cuando la letra de una canción encaja tan
perfectamente que es como si no viniera de mí, sino de otra parte.
Muéstrale la choza.
—¿Necesitas llegar a casa? —le pregunté.
—Casa. —Resopló la palabra—. No.
Asentí. La comprensión pasó entre nosotros como telepatía.
—Sígueme.

—Lo encontré hace cuatro días —dije—. He venido aquí todas las noches,
desde entonces. Después del trabajo.
—¿Sí? —Ronan se giró en círculo. Su volumen prácticamente llenó la cabaña
de pescador por completo—. ¿Dónde trabajas?
—En la sala de juegos, en el muelle.
Ronan asintió y se sentó en el banco.
—Se puede ver el océano —dijo, sus palabras casi suaves, saliendo con una
voz ronca.
—Sí, es lindo. Un buen lugar para simplemente…
—¿Alejarte de todo el mundo?
—Precisamente.
—Te veías enfermo antes. —Señaló con la cabeza mi muñeca—. ¿Qué pasa con
el reloj? ¿Es parte de eso?
—Es una alarma. Mis niveles de azúcar en sangre estaban bajos. —Levanté mi
camisa para mostrarle el MGC—. Tengo diabetes.
Ronan asintió, y luego una sonrisa repentina se extendió por sus labios que
cubrió con su mano.
—¿Algo gracioso? —pregunté, ignorando la punzada en mi corazón de que tal
vez había juzgado mal a Ronan. Solo otro imbécil…
Sacudió la cabeza.
—Conocí a una niña cuando era menor… cinco años. —La risa comenzó a
sacudir sus hombros, invadiéndolo como un ataque de tos, incontrolable y que
pareció tomarlo por sorpresa. Como si hubieran pasado siglos, incluso años, desde
la última vez que se rio—. Su tía tenía diabetes. La niña la llamaba dia-ba-tetas.
Me quedé mirándolo por un segundo y luego su risa me contagió hasta que
ambos estuvimos inclinados, riéndonos como idiotas.
—¿Nadie… la corrigió? —Jadeé.
Ronan sacudió la cabeza.
—¿Lo harías?
—Diablos, no.
Otra ronda de risas rugió a través de la choza como una tormenta, luego se
calmó con jadeos y risas.
—Mierda, no había pensado en eso en años —dijo Ronan después de un
minuto.
—Es una palabra de un millón —dije, secándome los ojos—. Dia-ba-tetas.
Suena como algo que el nuevo novio de mi madre diría. A propósito.
Incluso la mención casual de Chet mató los restos de la risa.
Ronan alzó su vista.
—¿Es uno de esos?
—Sí. Uno de esos.
Asintió.
—No te joderán más.
Parpadeé confundido hasta que me di cuenta de que se refería a Frankie Dowd
y compañía. Arqueé una ceja.
—¿Vas a ser mi guardaespaldas o algo así? Olvídalo. Puedo hacerme cargo yo
solo.
¿Porque presentaste un caso tan convincente esta tarde?
Ronan no dijo nada, esperando.
Cristo, necesitaba mis manos para tocar. Para hacer algo con mi música. Para
ganar una tonelada de dinero, para poder darle al mundo un dedo medio sano por
ser tan despiadado.
Violet siempre me decía que era buena leyendo a la gente. Lo que vi al acecho
bajo las profundidades grises y planas de los ojos de Ronan Wentz me entristeció.
Dolor. Peligro. Violencia. El mundo también había sido despiadado con él. Algo en él
estaba roto. Podría ser su amigo dejándolo pelear cuando necesitaba pelear.
—Está bien —dije ante el silencio, aunque dudaba que esperara mi permiso,
de todos modos.
Pero Ronan pareció satisfecho y volvió su mirada hacia el agua.
Cargué mi mochila al hombro.
—Tengo que ir a trabajar. Quédate todo el tiempo que quieras —agregué, pero
no era necesario.
Ahora también era el lugar de Ronan.
E
l viernes por la mañana, me vestí para la escuela con leggings
estampados de flores y una blusa blanca larga y salí de una casa vacía.
Mis padres se habían ido a trabajar antes: papá a su trabajo en el gigante
tecnológico, InoDyne, mamá a su trabajo como gerente de comunicaciones de la
ciudad. Ambos se dedicaban cada vez más horas a trabajar, ya sea para evitarse el
uno al otro o porque nuestra situación financiera, cualquiera que sea, lo requería.
O ambas.
En la escuela, se había colocado una mesa en el patio central. Un mantel de
papel la cubría con el mensaje ¡VOTA POR TU CORTE DEL BAILE DE BIENVENIDA! en
pintura dorada y azul. Globos de los mismos colores atados a unas pesas flanquearon
los lados.
Evelyn, Caitlin Walls y Julia Howard me rodearon mientras me dirigía a mi
casillero.
—Uh oh —dije con una risa—. ¿Estoy en problemas? ¿Era hoy el día en que se
suponía que debíamos vestirnos de rosa?
Caitlin y Julia se rieron mientras Evelyn puso los ojos en blanco.
—Te juro que has memorizado toda la película Chicas Pesadas.
—¿Memorizado? La estoy viviendo —dije con una sonrisa—. Excepto que
ustedes son dulces. —Me incliné para mirar un collar que llevaba Caitlin, un pequeño
relicario de oro en forma de corazón—. Es hermoso, Cait.
Ella puso su mano sobre el amuleto, conmovida.
—Oh, gracias. Mi abuela me lo dio…
—Tenemos diez minutos hasta que suene la campana —intervino Evelyn con
un movimiento de cabeza hacia el patio—. Es hora de votar.
Pasamos de los casilleros a la mesa. Dos estudiantes, sentados entre los grupos
de globos, tomaron nuestros nombres para asegurarse de que solo votáramos una vez
y nos entregaron unos portapapeles.
La boleta enumeró a los nominados para Rey, Reina, Príncipe y Princesa, y sus
logros y contribuciones a la escuela. Evelyn fue nominada; su vlog de moda, con más
de 25.000 suscriptores, fue elogiado por su “espíritu emprendedor”.
Julia y Caitlin también fueron nominadas y, para mi sorpresa, también lo fui yo,
en un párrafo grueso de todas mis actividades extracurriculares y logros.
—Mierda —dije, una pequeña y extraña emoción me atravesó—. ¿Cómo pasó
esto?
Julia me sonrió.
—Ni idea.
—Yo tampoco —dijo Caitlin.
—Asegúrense de votar por ustedes mismas como Princesa —dijo Evelyn, que
sabía que tenía el título la Reina del baile asegurado—. Quiero al menos a una de
ustedes en ese desfile conmigo.
Julia y Caitlin intercambiaron miradas y dieron la espalda para llenar sus
papeletas, luego las doblaron y las metieron en la ranura.
—No voy a votar por mí misma —dije—. Eso se siente… raro. Es un honor estar
nominada. —Me reí—. ¿No es eso lo que dicen? Pero felizmente votaré por ustedes.
Marqué las burbujas de Evelyn para Reina y River Whitmore para Rey. Fácil.
Cualquier otra persona era una pérdida de voto. En el caso de Princesa, incluí a
Caitlin y Julia, dejando que el destino decidiera. Para Príncipe, quería nominar a
Miller, pero sabía que él pensaría que era una broma o que me estaba burlando de
él.
—Listo —dije y lo metí en la ranura—. He cumplido con mi deber cívico. ¿Soy
libre ahora?
—Más despacio —dijo Evelyn—. Solo quédate aquí hasta que suene la
campana.
—¿Por qué?
—Se ve bien quedarse en la mesa de votación un rato —dijo Julia, dándose
golpecitos en la sien—. Estrategia.
Sonreí.
—¿Nos pone en la mente del electorado?
—Exactamente.
El pequeño entusiasmo de ser nominada persistió, pero estar alrededor de la
mesa parecía esforzarse demasiado.
—Oh, mierda, casi lo olvido —dijo Evelyn—. ¿Lo oyeron? Tenemos otro chico
nuevo en la clase de último año. Ronan Wentz .
Sabía ese nombre. Mi profesor de historia había pasado lista ayer, pero no se
había presentado.
—Aparentemente, Ronan es un delincuente juvenil. Dentro y fuera de la
cárcel…
—¿En serio?
—Escuché que mató a sus padres y huyó del estado.
—No bromees así, Cait…
Me agradaban mis nuevas amigas. Cada una de ellas tenía hermosas
cualidades si llegabas a conocerlas fuera del ecosistema de la escuela secundaria,
pero mi cuota de chismes alcanzó su capacidad máxima. Me desconecté y mi mirada
vagó hasta que vio a Miller. Estaba cruzando el patio, con la mirada baja, los hombros
encorvados como si su mochila pesara quinientos kilos.
—Hablando del chico nuevo —dijo Evelyn, dándome un codazo—. Tu mejor
amigo y Frankie se pelearon ayer después de la clase de educación física.
Aprieto los dientes cuando una oleada de ira me recorrió.
—¿Qué pasó?
—Escuché que Frankie le estaba pateando el trasero a Miller, o que Miller
estaba enfermo o algo así, hasta que Ronan apareció y le dio una paliza a Frankie. Le
rompió la nariz y le cortó un trozo de lengua.
Caitlin y Julia jadearon y murmuraron cuando me acomodé el bolso y me
apresuré hacia Miller, ignorando a Evelyn que me llamaba. Lo alcancé y ajusté mi
paso a su lado.
—Hola.
—Hola —dijo con voz apagada.
Lo examiné en busca de alguna señal de la pelea con Frankie, pero sus nudillos
se veían bien y su rostro estaba tan guapo como siempre.
Quizás Evelyn escuchó mal.
Levanté la vista de mi escrutinio para ver los ojos azules de Miller
inspeccionando cada parte de mi rostro, y luego desvió la mirada. Señaló con el
pulgar la mesa de votación.
—¿Cumpliste con tu deber cívico?
—Ja, así es exactamente como lo llamé. —Intenté sonreírle. Él no me devolvió
la sonrisa—. O sea, es tonto pero divertido.
—Qué desperdicio —murmuró Miller sombríamente.
—¿Por qué dices eso?
—Puedo pensar en un centenar de programas que podrían usar el dinero que
la escuela gasta en alquilar carrozas para deportistas y princesas moviéndose por la
pista durante veinte minutos después del partido de fútbol.
—Es tradición. Y para el Baile de Bienvenida se recaudan fondos como para
cualquier otra cosa. No le quita dinero a…
—Claro —escupió Miller—. El señor Hodges tiene que organizar una venta de
pasteles todos los años para mantener el departamento de música en funcionamiento
y apenas mantiene su trabajo. Pero, por supuesto, financiemos un concurso de
popularidad, por tradición.
Dejé de caminar y puse mi mano en su brazo.
—Oye. Sé que odias estas cosas, pero…
—Pero tú no.
Me encogí de hombros.
—Estoy nominada, lo cual es una locura…
—Ah. Ahora todo tiene sentido.
—Oye, eso no es justo.
—Hace un año, no te habrían pillado ni muerta votando por esa mierda.
Supongo que es diferente si estás en la carrera, ¿eh?
Me estremecí, me crucé de brazos.
—Estás siendo un verdadero idiota en este momento.
Echaba humo, frustrado.
—¿No se supone que debes empezar con Nancy Whitmore hoy?
—¿Sí? ¿Y?
—¿No es eso un millón de veces más importante?
—Por supuesto que sí. Pero eso… —Agité mi mano hacia la mesa de votación—
. Eso es simplemente divertido. Es parte de la secundaria. Son experiencias y las
quiero. Las necesito. Todas mis horas ya están ocupadas con estudios y actividades
extracurriculares… mi vida en casa se está derrumbando. Y si Nancy está realmente
enferma, como terminal, tomaré cualquier distracción que pueda que no sea una
completa mierda. ¿De acuerdo?
—Bien. Lo que sea.
Nos quedamos en un terrible y tenso silencio que me rompió el corazón porque
así no éramos nosotros. Había tanto estrés grabado en el hermoso rostro de Miller, y
vi una nueva preocupación en sus ojos que ya tenían su parte justa.
—Me enteré de lo que pasó ayer con Frankie —aventuré.
—Por supuesto que sí.
—¿Estás bien?
—Estoy bien. Hice un nuevo amigo.
—¿Ese chico nuevo, Ronan? Llevamos juntos Historia. En teoría. No ha
aparecido…
—Está suspendido —dijo Miller.
—Escuché que le rompió la nariz a Frankie.
—Escuchaste bien. No me sentía bien como para hacerlo yo.
Mi mano en su brazo se apretó.
—¿Tus números estaban bajos? ¿De nuevo? Quizás debería hablar con tu
endocrinólogo. ¿O qué pasa con tu voluntario? ¿Cómo está funcionando eso?
—No.
—¿Qué significa eso?
Suavemente sacó su brazo de mi agarre.
—Deja de preocuparte por mí, Vi. Por favor. Solo para.
—No puedo. Nunca dejaré de preocuparme por ti. Eres mi mejor amigo.
Sonó el timbre y me miró por lo que duró el sonido, luego desvió la mirada.
—Tengo que ir a clase.
—Miller, háblame. Por favor.
Su voluntad para pelear cayó de sus hombros. Su voz grave y ronca sonó aún
más áspera.
—Mi mamá tiene un nuevo novio.
—Oh. —Mi corazón se hundió ante el subtexto incrustado en esas palabras—.
¿Es… malo?
—Queda por verse qué tan mal, pero sí. El voluntario, Marco, vino el otro día.
Chet se comportó como un completo idiota. Fue jodidamente humillante. Así que le
dije al chico que no regresara.
—Miller, no. Necesitas la ayuda.
—Estaré bien. Y no quiero hablar de eso, Vi.
Asentí de mala gana.
—Está bien. Lamento que tengas que aguantar eso. Con él.
Sus ojos se encontraron con los míos y las duras paredes se derrumbaron un
poco, como solo hacían por mí. Suspiró, se pasó una mano por su largo cabello
castaño.
—Disculpa por ser un idiota, pero es con lo que he estado lidiando.
Sin decir una palabra, lo abracé con fuerza. Se inclinó hacia mí, me dejó
abrazarlo, pero sus manos se mantuvieron livianas en mi espalda como si le quemara
tocarme.
—¿Señor Stratton? ¿Señorita McNamara? —Por encima del hombro de Miller,
el subdirector Chouder golpeteó su reloj—. Ambos llegan tarde.
Miller se echó hacia atrás, se puso el bolso al hombro y miró a cualquier parte
menos a mí.
—¿Nos vemos más tarde? —pregunté.
Quería preguntarle si vendría esa noche, como lo había hecho mil veces en
cuatro años. Pero se sentía mal. Todo entre nosotros ahora se sentía mal.
—Sí, nos vemos, Vi —dijo y se alejó rápidamente.
En la clase de Historia ese día me senté junto a Shiloh como de costumbre. El
señor Baskin pasó lista.
—¿Watson?
—Aquí.
—¿Wentz? —Siguió un silencio, y luego Baskin, un tipo corpulento con barba
canosa, murmuró para sí mismo—. Oh, es cierto. Suspendido.
Marcó su libro de registro, luego reinició la película proyectada en la pizarra
que habíamos comenzado la última clase: un documental sobre la revolución rusa.
Cuando el salón de clases estuvo a oscuras y el documental rodaba, Shiloh se
inclinó hacia mí y me susurró:
—Está bien, señorita amiga-del-noticiero. ¿Quién es este chico nuevo que
sigue sin aparecer?
—Ronan Wentz —le respondí en un susurro—. Está suspendido por golpear a
Frankie Dowd. Le rompió la nariz.
—Mi héroe —murmuró Shiloh—. Ese idiota se lo tenía merecido.
Asentí.
—Le estaba haciendo pasar un mal momento a Miller. De nuevo.
Shiloh frunció el ceño y se echó un grupo de pequeñas trenzas por encima del
hombro.
—Frankie es un psicópata. Lo obtiene de su padre, estoy segura.
—¿El oficial de policía?
—Sí. No eres la única con acceso chismes. Bibi es amiga de uno de los
detectives en la comisaría cerca de nuestra casa.
Sonreí.
—Bibi es amiga de todos.
La abuela de Shiloh tenía cerca de ochenta, casi totalmente ciega y activa en
casi todos los clubes de Rotary, urbanos y sociales de la ciudad.
—Bibi dijo que su amigo detective le advirtió sobre el oficial Dowd.
Últimamente ha tenido algunos problemas disciplinarios.
—Evelyn dijo que este tipo Ronan también parecía un criminal. No es que ella
estuviera allí…
—Entonces será mejor que se cuide el trasero —dijo Shiloh, mirando hacia
delante—. Si le rompió la nariz a Frankie, su padre estará en busca de sangre.
Me quedé en silencio por un minuto y luego me incliné hacia Shiloh.
—¿Miller te mencionó que su mamá tenía un nuevo novio?
—No. Últimamente ha estado bastante callado. ¿Por qué?
—Creo que no es un buen tipo. Miller no me quiere contar mucho y creo que
ya no vendrá a mi casa. Creo…
—¿Qué?
Pero no pude decirlo. Solo pensar que algo andaba mal entre Miller y yo me
revolvía el estómago. Demasiadas cosas se sentían a punto de colapsar a mi
alrededor.
Sonreí.
—Nada.

Después de la escuela, conduje mi camioneta Rav-4 blanca al Centro Médico


de USCC. Estacioné y recorrí la planta baja, saludando a las recepcionistas y
enfermeras de las que me hice amiga en el transcurso de mi capacitación de
Voluntaria de Atención al Paciente de tres semanas este verano.
La directora me indicó que entrara a su oficina. La doctora Alice Johnson tenía
cincuenta y tantos años, aunque parecía más joven. Su elegante cabello negro estaba
peinado en un corte bob lateral, y su lápiz labial rojo resaltaba los tonos cálidos en su
piel morena mientras me sonreía.
—Violet. ¿Cómo estás? ¿Lista?
—Creo que sí. Espero que sí. También esperaba ser emparejada con Miller
Stratton.
—Sé que esperabas eso, pero te asigné a Nancy Whitmore debido a que, de
todos nuestros voluntarios, creo que eres la más calificada. Y la más compasiva. Pero
si es demasiado duro, no dudes en decírmelo.
Inhalé.
—¿Se está muriendo?
La doctora Johnson asintió.
—Me temo que sí. Su oncólogo estima seis meses como máximo. Nancy es una
dama encantadora. Positiva, como tú. Y la positividad puede facilitar las cosas. —Me
estudió desde el otro lado de su escritorio—. ¿Has elegido en qué área de medicina
te gustaría especializarse? Cirugía general, ¿no?
Una nota de duda tiñó sus palabras.
—¿No crees que estoy hecha para eso?
—Creo que serías una buena cirujana. Tienes una de las mentes más brillantes
que he visto en el programa. Pero, ¿es la cirugía realmente donde residen tus
mayores fortalezas? Los médicos son, en su esencia más básica, personas capacitadas
para cuidar de otras personas. La forma en que elijas cuidarlos habla de quién eres
como persona. Por lo tanto, no se trata de estar hecho para eso, sino más bien de qué
especialidad te permite utilizar todos sus dones. ¿Tiene sentido?
Sonreí levemente.
—¿Está diciendo que soy demasiado suave para empuñar un bisturí?
—Estoy diciendo que estudiar tan duro como lo haces y dominar la ciencia de
ser médico es solo la mitad de la ecuación. Por eso te elegí para Nancy Whitmore.
Quiero que experimentes el lado humano de nuestra profesión antes de decidir tu
especialidad. Tu “suavidad” es la razón por la que eres la única estudiante aquí en
quien confiaría esta tarea.
—Está bien —le dije, reforzada por su fe en mí—. Gracias.
La doctora Johnson me dio un resumen final de mis deberes y me entregó una
lista de cosas que a la señora Whitmore le gustaban: té Earl Grey, tejido, literatura
clásica, empanadas instantáneas…
Levanté la vista de la lista.
—¿Empanadas instantáneas?
La doctora Johnson se encogió de hombros con una sonrisa.
—Todos tenemos nuestros placeres culpables. Puedo comerme una bolsa
entera de caramelos Smarties si no tengo cuidado.
Sonreí.
—Yo igual. Los Smarties son vida. Gracias, doctora Johnson.
—Buena suerte.
Salí del Centro Médico y conduje por Santa Cruz con sus pequeñas tiendas,
cafés y zonas verdes. Mi ciudad natal estaba en medio de un bosque, al borde de la
costa, y chocaba contra una cadena montañosa. Tenía todas sus bases geográficas
cubiertas y era, a mis ojos, el lugar más hermoso de la tierra.
Los Whitmore vivían cerca de mi barrio en Quarry Lane. Me estacioné en la
entrada de una casa que era más pequeña que la mía, pero nueva. Dos pisos con un
garaje para dos autos y otro garaje que parecía agregado al costado. La puerta estaba
abierta y el esqueleto de un automóvil y varias partes estaban esparcidos por todas
partes. Supuse que al señor Whitmore le gustaba llevarse el trabajo de su taller a casa.
No había ni rastro del Chevy Silverado de River.
En la puerta principal, toqué el timbre. Sonó dentro, y después de unos
momentos, una mujer de cabello oscuro de la edad de mi madre respondió. Abrió la
puerta con entusiasmo y una amplia sonrisa.
—¿Eres del hospital?
Asentí.
—Violet McNamara. ¿Y usted es…?
—Dazia Horvat —dijo, mirándome de arriba abajo—. La mejor amiga de Nance.
Mírate. Ojos de venado. Carita linda. Gracias por estar aquí. Entra, entra.
Seguí a Dazia a la casa, la mujer charlando con un leve acento que no pude
identificar sobre una de las enfermeras que no le gustaba, lo agradable que había
estado el clima y cómo a Nancy le encantaba el té, pero no podía tomarlo demasiado
caliente.
Escuché mientras observaba mi entorno. Las fotos se alineaban en la pared de
las escaleras: River cuando era un bebé, cuando era un niño pequeño, jugando fútbol
americano en la liga de menores y luciendo casi enterrado bajo el equipo. Retratos
familiares, uno por cada año: el señor Whitmore, corpulento, cabello grande oscuro,
sonriendo alegremente. River, como una versión más joven de su padre. Su hermana
pequeña, Amelia, tres años menor, sin un par de dientes y sonriente cuando era
pequeña, hermosa como adolescente. Y Nancy…
Mi garganta se atascó. Brillante, vibrante. Ojos azules y cabello rubio oscuro y
una sonrisa que mostraba felicidad.
Fuera del dormitorio principal, inhalé profundamente.
Dazia llamó a la puerta.
—¿Estás decente? —Me guiñó un ojo y luego me llevó adentro.
La Nancy acostada en la cama no se parecía a la mujer de las fotos. Esta mujer
era delgada, frágil, con un pañuelo alrededor de la cabeza. Sin cejas ni pestañas, pero
sus ojos…
Ella todavía está ahí. Está toda allí.
—Hola, Violet —dijo Nancy—. Mucho gusto.
—Igualmente —dije y luché por contener las lágrimas repentinas. No porque
la compadeciera, sino por el repentino y extraño deseo que tuve de estar con esta
mujer y cuidarla en estos últimos y sagrados momentos de su vida. Pero me
recompuse, decidida a no derrumbarme el primer día, el primer minuto, de mi
trabajo.
—¿Conoces a mi hijo, River?
—Sí. No bien, pero… sí.
—Habla muy bien de ti.
—¿En serio? —Bajé la voz—. Quiero decir… eso es genial. Yo también pienso
muy bien de él.
Dios mío, dispárame ahora.
Pero Nancy tuvo la gentileza de fingir que no se había dado cuenta de que me
había puesto rosa hasta las raíces.
—Está muy ocupado con las prácticas y los partidos de fútbol en estos días. No
lo veo mucho.
La tristeza se infiltró en la habitación como una niebla.
Dazia tiró de la manta sobre su amiga y le dio unas palmaditas en la pierna.
—Es un chico popular. Eso es todo. Ocupado, ocupado, ocupado. ¿No es así,
Violet?
—Cierto. Todo el mundo lo ama.
Nancy sonrió amablemente. Cansada.
—Gracias por decir eso. Me temo que hoy no tengo mucho para ti. Dazia está
en la ciudad unos días y ha estado rondando sobre mí como una gallina.
—Robé tu trabajo, ¿no? —Dazia se sentó en una silla junto a la cama y tomó un
montón de hilo. Nancy estaba tejiendo una bufanda en azul y morado.
—Está bien —le dije—. Puedo hacerme útil. ¿Puedo traerte algo? ¿Una taza de
té?
—Eso sería perfecto.
—¿Dazia?
—Que sean dos. Eres una dulzura.
—No hay problema. —Salí de la habitación y pegué la espalda a la puerta, y
esta vez no luché contra las lágrimas.
Sí, era suave. Pero eso no significaba débil. Ser médico no se trataba de tener
cero emociones. Se trataba de canalizarlas hacia el paciente para darle la mejor
atención posible. No renunciaría a ser cirujana, pero en esos primeros momentos con
Nancy, sentí un poco lo que la doctora Johnson debió haber visto en mí. Dejé que
algunas lágrimas cayeran por ella. Y por Dazia, Amelia, el señor Whitmore y River.
Especialmente River.
Y luego las limpié y me puse a trabajar.
E
l sábado trabajé desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde
en la sala de juegos. Era la más grande en el muelle, a corta distancia de
las atracciones, la montaña rusa y la rueda de la fortuna que se cernía
sobre la playa.
Mientras caminaba a casa, los sonidos de explosiones, disparos y fichas
cayendo en ranuras sonaron en mi cabeza. A veces, los sonidos waka de Pac-Man me
mantenían despierto por la noche, evocando destellos del pequeño disco amarillo
corriendo sin cesar de fantasmas que eran cada vez más rápidos, inevitablemente
arrinconándolo.
Odiaba ese puto juego.
Fuera de mi complejo de apartamentos me detuve, inhalé y reuní la voluntad
para subir las escaleras de cemento. En el interior, Chet estaba en su lugar habitual:
su trasero pegado a nuestro sofá, sus ojos fijos en nuestra televisión, su boca
atiborrada de nuestra comida. El humo del cigarrillo flotaba pesado en el aire. El
hecho de que un diabético (o cualquier otra persona, en realidad) no debería vivir
rodeado de humo de segunda mano no pareció desconcertar al bueno de Chet.
—¿Cómo estuvo la sala de juegos? —preguntó—. Cambiando billetes e
intercambiando boletos por mierda de plástico que simplemente van a tirar en un día.
Estás haciendo la obra de Dios, ¿no?
—Es trabajo —murmuré—. ¿Dónde está mamá?
—Comprando comestibles.
—No podemos pagar comestibles desde que ella dejó el restaurante.
Chet se burló.
—Oh, ¿crees que tu mamá tiene que tener dos trabajos para mantener un techo
sobre tu cabeza mientras juegas videojuegos todo el día?
—Tengo la escuela y tengo un trabajo —dije, apretando los dientes—. ¿Y qué
diablos haces tú?
—Para tu información, señor Sabelotodo, me lesioné. Recibo paga por
discapacidad y un buen cheque de compensación de trabajador. Por eso tu mamá no
necesita dos trabajos. Yo la estoy cuidando. Y a tu lamentable trasero.
Jesús, eso era aún peor. Mamá no solo lo quería cerca, también lo necesitaba.
No por primera vez, contemplé abandonar la escuela para conseguir un trabajo
mejor. Mis sueños de salir de este lugar y tocar mi música se estaban oscureciendo
por los bordes. Si las cosas empeoraban, se incendiarían por completo.
—La palabra que estás buscando es “gracias” —dijo Chet, sacándome de mis
pensamientos.
Lo ignoré y fui a mi habitación, un pequeño cuadrado que tenía suficiente
espacio para una cama doble, un tocador y una pequeña mesa y una silla debajo de
una pequeña ventana. Había un desorden de ropa por el suelo y papeles por todo el
escritorio, pero siempre había guardado mi guitarra bajo la cama en su estuche.
El estuche estaba ahora encima de la colcha de cuadros verde oscuro de mi
cama, abierto y vacío. Destripado salvo por unas cuantas páginas de canciones
garabateadas que brotaban como entrañas. Me apresuré a regresar a la sala de estar,
con el estómago hecho un nudo.
—¿Qué demonios…?
Mis palabras se arrastraron cuando Chet se puso de pie, recuperó mi guitarra
del suelo detrás de la mesa de café y la sentó sobre sus rodillas.
En dos zancadas, me cerní sobre él, la mesa entre nosotros.
—¿Qué crees que estás haciendo?
Chet sopesó el cuello con una mano, un cigarrillo aferrado entre sus dedos. Sus
otros dedos carnosos rasguearon las cuerdas.
—Buen instrumento. ¿Tu papá te dio esto?
—Dámela —le dije con la mano extendida, temblorosa.
Impertérrito, tocó una nota discordante. Cenizas cayeron a lo largo de la
superficie de la guitarra y entraron en la boca.
—Linda. Demasiado linda, tal vez.
—Dámela… —dije, escupiendo las palabras entre mis dientes.
Chet me miró a los ojos mientras sostenía lentamente la guitarra extendida.
Se la arrebaté por el cuello.
—Mantente jodidamente fuera de mi habitación.
Se rio entre dientes.
—Demasiado susceptible.
Regresé a mi habitación, devolví mi guitarra a su estuche y la saqué. Tuve que
hacer una parada en el refrigerador donde metí algunos bocadillos y una botella de
jugo en mi mochila. La mirada perezosa de Chet estuvo sobre mí todo el tiempo, como
hormigas arrastrándose sobre mi piel.
—Escribes mucha mierda florida, ¿no? —observó Chet.
Cerré la puerta del refrigerador.
—¿Qué dijiste?
—Leí tus canciones, Bobby Dylan. ¿Crees que estás enamorado? —Resopló—.
Esta chica para la que escribes… Crees que se enamorará de ti una vez que vea todo
esto… —Hizo un gesto hacia el apartamento en ruinas, luego se rio entre dientes de
nuevo—. Tendría que ser una canción increíble.
La rabia hervía en mí, una neblina roja que nublaba mi visión. Entonces se
quemó igual de rápido, dejándome vacío. Estaba en lo cierto. La preocupación de
Violet por mí nunca había vacilado, ni siquiera cuando, especialmente cuando, había
estado viviendo en un maldito auto. Pero una cosa era ser amigo de un caso de
caridad. Otra era besar y follar y pasear por la escuela cogida de la mano con uno.
Chet murmuró algo más, pero apenas lo escuché. Salí, cerrando la puerta
detrás de mí, mis pies me llevaron a la playa. A la cabaña.
Ronan ya estaba allí. Había reunido madera flotante y trozos carbonizados de
fogatas de otras personas para construir la suya propia en el pequeño tramo de playa
frente a la Choza. Dejó el último tronco, creando un tipi de madera, se enderezó y se
apartó un mechón de cabello oscuro de los ojos.
Señaló con la barbilla el estuche de mi guitarra.
—¿Tocas?
Asentí y me senté en una pequeña roca, apoyando el estuche sobre mis
rodillas.
—Pillé a Chet jodiendo con ella. Tendré que llevarla a todas partes a partir de
ahora. Aquí. A la escuela… Maldito idiota.
Ronan abrió una pequeña hielera rota y sacó dos botellas de cerveza. Me
entregó una y se sentó en otra roca baja.
—Gracias —dije y revisé la etiqueta.
—Es solo cerveza —dijo Ronan—. Agua, cebada, lúpulo.
—Necesito saber el recuento de carbohidratos. Para mis dia-ba-tetas.
—Oh, claro —dijo Ronan, abriendo su lata—. Eso apesta.
—Dímelo a mí. —Hice algunos cálculos mentales—. No me dejes tomar más de
dos.
—¿Qué pasa si tomas más de dos?
—Depende. Dos podrían aumentar mis azúcares. Más que eso podría hacerlos
caer.
Los ojos oscuros de Ronan se agrandaron.
—¿Estás diciendo que nunca puedes emborracharte?
—Puedo. —Me llevé la botella a los labios con una sonrisa—. Pero no es
recomendado por el doctor.
Sopló aire de sus mejillas.
—Mierda.
—Sí.
Se hizo un silencio. Solo tuve que pasar el rato con él durante dos noches para
saber que Ronan no era un gran conversador. No me importaba. El silencio entre
nosotros era cómodo. Podía pensar y respirar a su alrededor sin ninguna tontería.
El sol tardaría horas en ponerse, pero Ronan buscó en su destartalada mochila
una botella de líquido para encendedor y una caja de fósforos. Mientras lo hacía,
conté al menos cuatro tatuajes en sus antebrazos y bíceps.
—¿Cuántos años tienes? —pregunté.
—Dieciocho —dijo, rociando una tonelada de líquido para encendedores en la
madera. Diecinueve en marzo. Me retuvieron en Manitowoc.
Dieciocho. El tipo parecía tener veinticuatro años, al menos. Como si la vida lo
estuviese moliendo a golpes, forzando todo lo que era joven fuera de él.
—¿Obtuviste toda esa tinta en un año o tus padres te dieron permiso?
—No —dijo y encendió un cerillo. Lo arrojó sobre la madera, que se convirtió
en un fuego crepitante de inmediato.
Me eché hacia atrás, protegiéndome los ojos con mi cerveza.
—Jesús…
Ronan miró fijamente las llamas, viendo arder la madera. Cuando el infierno
disminuyó a un nivel normal de fogata, volvió a sentarse.
—¿No qué? —pregunté—. No tuviste permiso o…
—Padres —dijo Ronan. Dio un largo trago a su cerveza—. Mamá murió cuando
yo era un niño. Papá murió en prisión.
—Mierda —suspiré—. Lo siento. ¿Por qué estuvo tu papá en la cárcel?
Ronan volvió sus ojos oscuros hacia mí, grises y planos, como las piedras
redondeadas a nuestros pies.
—Por matar a mi mamá.
—Santa mierda… —Tomé un sorbo de cerveza ya que mi garganta se había
secado—. ¿Con quién vives ahora?
—Un tío.
Antes de que pudiera decir una palabra más, Ronan apuntó al fuego con el
líquido del encendedor. Se arqueó como una meada y el fuego se encendió, caliente
y brillante. Pronto, no quedaría madera para quemar.
Se hizo otro silencio, este completamente incómodo ya que no tenía ni idea qué
debía decir. Pero ese sentimiento me invadió de nuevo, ese silencioso saber que me
había unido a Ronan en primer lugar. No necesitaba ni quería que dijera nada, así que
no lo hice. Muy pronto, el silencio volvió a sentirse bien.
El sol comenzó a hundirse en el océano, prendiéndole fuego, mientras que el
cielo se volvió de un azul tan profundo como los ojos de Violet. Cuando Ronan fue a
buscar más madera, saqué mi guitarra y toqué algunos acordes.
Ronan regresó con los brazos llenos de leña.
—Ya es hora.
Tímidamente, jugué con los trastes, afinándolos.
—No toco mucho para la gente.
—¿Por qué no?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Además, no querrás escuchar la mierda que he estado escribiendo.
—¿Cómo diablos sabes eso?
—¿Qué tipo de música escuchas?
—Material pesado. Bandas como Melvins y Tool.
—Sí, lo que toco no es eso. En su mayoría, he estado escribiendo canciones
para una chica.
—Una chica. —Ronan tomó otra cerveza y me la entregó—. Ahora realmente
me siento mal porque no puedes emborracharte.
—Amén.
Chocamos las botellas de cerveza.
—¿Cuál es la historia?
Lo miré con recelo.
—Me llamarás marica, me dirás que me folle a otra persona y lo supere.
—Sí, tal vez lo haga —dijo con una leve sonrisa.
Me reí y luego sacudí la cabeza.
—Es inútil, es lo que es. Ella es perfecta y rica, y yo soy un pobre bastardo con
un páncreas que no funciona.
Le di a Ronan un breve resumen de mi relación con Violet. Después de un
tiempo, asintió.
—Sí. Tienes que follarte a alguien más y superarlo.
Compartimos una risa, mirando las llamas, luego la voz de Ronan se hizo más
baja.
—No, eso es una mierda —dijo—. Tienes que decírselo.
—Está empeñada en que seamos amigos. Cree que nos arruinaría si
intentáramos ser más.
—¿Y qué? Díselo de todos modos.
—No puedo. Me rechazaría y las cosas nunca volverían a ser las mismas.
Aunque, supongo que ya están bastante jodidas.
Ronan asintió.
—Entonces no hables con ella. Solo… no lo sé. Bésala.
—De ninguna manera.
—¿Porque diablos no?
—Eh, hay unos putos límites, para empezar. Ella me ha dicho cómo se siente,
explícitamente. Amigos. Tengo que honrar eso.
Ronan resopló y secó su cerveza.
Me incliné hacia delante sobre mis rodillas.
—¿Qué puedo hacer? Te lo dije, hicimos un juramento de sangre.
—Cuando eran niños. ¿Sospecha que te gusta?
No me gusta. La amo con cada maldita parte de mi alma.
Las espesas cejas de Ronan se arquearon, esperando.
—No exactamente —admití.
—¿Dónde está ella ahora?
—No lo sé. —Le di una pequeña patada a la arena a mis pies—. Hay una fiesta
esta noche. Estará allí.
—Entonces, ve a la fiesta y díselo.
—Te acabo de decir…
—Tienes que pelear, hombre —dijo Ronan, su voz profunda se elevó, sus ojos
brillaron de ira—. Pelea, porque si no lo haces, será demasiado tarde. Y demasiado
tarde es como la puta muerte.
Apartó la mirada rápidamente, con las manos cerradas en puños, recuerdos
que no tenían nada que ver conmigo corriendo a través de él como sangre.
Esperé hasta que lo dejaron ir, luego dije en el crepúsculo:
—Ella necesita que yo sea su amigo. Me necesita.
—Así que eres su mula de carga. Cargas con toda su mierda y tratas de hacerle
la vida más fácil porque te preocupas por ella. ¿Y qué hay de ti?
Ronan giró la cabeza en mi dirección, sus ojos preguntándome algo en lo
profundo: ¿Quieres que te necesiten o quieres que te amen?
Tal vez la cerveza me estaba poniendo borracho, o tal vez era simplemente la
pura verdad de todo. La vida de casa de Violet podría estar derrumbándose debajo
de ella, pero la mía estaba jodidamente en llamas. Si no rescataba algo bueno, no
quedaría nada.
Me levanté, me sacudí la arena del culo y tomé el estuche de mi guitarra.
—¿Quieres venir? —le pregunté—. Quiero decir, probablemente habrá un
montón de deportistas borrachos jugando beer pong con música electrónica de
mierda.
Ronan se puso de pie también y pateó arena sobre el fuego.
—Sí, voy. Te lo dije. Te cubro la espalda.
Empecé a sonreír cuando algo parecido a la felicidad trató de llenar mis
grietas. La sospecha llegó primero.
—¿Por qué?
—No me jodes tanto. ¿Te parece bien? —Su tono fue duro, pero vi un matiz de
calidez en sus ojos grises.
La felicidad volvió.
—Me parece bien.
L
a enorme casa de dos pisos de Chance Blaylock en la avenida Ocean hizo
sonar a todo volumen “Godzilla” de Eminem por sobre un centenar de
conversaciones risueñas. Sentí que los cimientos se nivelaban por la calle
mientras Evelyn y yo nos dirigíamos hacia el camino, murmurando una maldición.
Estaba en guerra con mi minivestido ajustado; un constante empujón y tirón, entre
jalar de él hacia abajo y levantarlo para cubrir mejor mis senos.
—¿Te relajas? —dijo Evelyn, luciendo impresionante en leggings negros y una
blusa negra estilo corpiño—. Estás que ardes. River va a perder su mierda cuando te
vea.
—Me siento semidesnuda.
Me sonrió.
—Exactamente.
En mi vida pasada, nunca había usado más que vaqueros y sudaderas para
eventos sociales. Esta era mi primera fiesta en una casa y me sentí como una
impostora. O una espía del “otro lado” viniendo a ver cómo lo pasan los chicos
geniales.
No los podré engañar.
Luego me reprendí a mí misma por ser tonta y recordé lo que dijo una vez
David Foster Wallace: Te preocuparás menos por lo que la gente piensa de ti cuando
te des cuenta de lo poco que lo hacen.
En el interior, la casa estaba a oscuras con solo pequeñas lámparas encendidas
aquí y allá y una cadena de luces sobre un sistema de sonido. Cuerpos llenaban las
habitaciones, hablando, bailando, besándose. La mayoría con un vaso rojo de plástico
en la mano. La música y la gente llenaban todos los rincones de la casa, arriba y abajo.
Evelyn tomó mi mano.
—Cocina. Tenemos que empezar a beber ya.
Nos abrimos paso entre la multitud y llegamos a una cocina espaciosa y bien
iluminada que parecía cegarme después de la oscuridad del resto de la casa. La
cocina daba al amplio jardín trasero donde la fiesta se había extendido al patio
alrededor de la piscina. Más luces de colores colgaban en guirnaldas, y la gente se
acurrucaba en grupos en sillones, con la brasa resplandeciente de porros siendo
pasados de una mano a otra.
Un grupo de jugadores de fútbol había acampado alrededor del barril de
cerveza junto a una enorme isla de mármol gris cubierta de botellas, vasos vacíos y
una ensaladera llena de ponche rojo cereza. River estaba entre ellos.
—Hola chicos. Esta es la primera fiesta en una casa de Violet. —Evelyn puso un
vaso de cerveza en mi mano y miró significativamente a River—. Sé gentil.
Puse los ojos en blanco mientras mi cara se sonrojaba.
—Gracias por eso.
—Shh, aquí viene.
Evelyn se hizo a un lado cuando River dio la vuelta a la isla en vaqueros, una
camiseta blanca y una camisa a cuadros, abierta y remangada. La camisa revelaba
cada línea marcada de su pecho, pero sus antebrazos eran absolutamente fascinantes.
—Hola —dijo.
Mi mirada se disparó hacia un rostro cincelado que parecía cortado de granito,
una sombra ligera sobre su mandíbula cuadrada.
—Hola.
La leve sonrisa de River tenía la cantidad justa de diversión casual y confianza
que esperaba del capitán del equipo de fútbol, un tipo que probablemente terminaría
ganando el Heisman y siendo reclutado para la NFL en unos pocos años. Pero sus ojos
se movían aquí y allá, como si supiera que teníamos audiencia. O nervioso por estar
hablando conmigo.
Hola, ego. Eso es imposible.
—Entonces… ¿realmente es tu primera fiesta?
—¿Es tan obvio?
—No, lo estás haciendo bien.
—¿Algún consejo?
Rio.
—Sí. En caso de que Chance te ofrezca un vaso de su “mundialmente famoso”
ponche festivo, no lo aceptes. Esa mierda es como gasolina.
También me reí y sentí que se me soltaba el pecho. River Whitmore, a quien
había convertido en esta figura mítica, un dios olímpico que no se atrevería a hablar
con simples mortales como yo, era solo un tipo que necesitaba una conversación para
romper el hielo como cualquier otra persona.
River se acercó un poquito más; podía oler su colonia, amaderada y limpia,
mezclada con un leve aroma a aceite de motor. Su voz se hizo más baja. Privada.
—Esto, escucha…
Tragué.
—¿Sí?
—Mi mamá dijo que fue maravilloso conocerte.
—Oh. Por supuesto.
—La hiciste feliz y eso es muy importante para mí. Así que, gracias por eso.
—Claro. Ella es maravillosa.
—Sí, lo es. —Sus ojos brillaron, y rápidamente tomó un trago de su vaso.
Chance y un par de chicos lo llamaron desde la habitación contigua, llevando a su rey
a la mesa de beer pong—. Entonces… ¿tal vez podamos hablar más después? —
preguntó. Casi con timidez.
—Claro. Sí. Me gustaría eso.
Me dio una última sonrisa.
—No bebas el ponche.
Me dolía el corazón por él; también lucía un poco como un impostor. El chico
más popular tenía que fingir que se lo pasaba bien en una fiesta mientras el miedo y
el dolor lo esperaban en casa.
La fiesta fluía y refluía a mi alrededor. Terminé mi cerveza y alguien me dio
otra. También terminé esa, y el suelo se inclinó un poco bajo mis pies cuando Evelyn
me tomó de la mano para hacer las rondas. Era popular sin esfuerzo, segura de sí
misma, perfectamente coqueta, todo lo que yo no era.
Afuera, junto a la piscina, la aparté a un lado.
—Tengo que preguntar. ¿Cómo es que tú y River…?
—¿Nunca cogimos? —Ella se encogió de hombros—. Tiene sentido, ¿no? Pero
no lo sé. Hay algo en él que no puedo entender. No estamos en la misma onda.
Me pregunté si eso era un código, lo intenté pero me rechazó. Pero me había
acercado mucho a Evelyn; mentía tanto, era más fácil de leer cuando no éramos
cercanas.
—Pero bueno, mi pérdida es tu ganancia —dijo—. Se veían bastante cómodos
en la cocina antes.
—Es dulce.
—Dulce. A-ja. ¿Ya te invitó al baile?
—No. Pero está pasando por cosas difíciles.
—Cierto. El pobre chico necesita una distracción, ¿no crees? ¿Y un pequeño
empujón?
—¿Qué significa eso?
—Déjamelo a mí. —Su sonrisa traviesa se derrumbó cuando vio algo por
encima de mi hombro—. Dios. Tu chico perdido está aquí.
Me di la vuelta para ver a Miller sentado en una tumbona, con el estuche de su
guitarra a sus pies, hablando con un tipo grande y de cabello oscuro que estaba
sentado en una tumbona a su lado.
—Ooh, parece que trajo a su guardaespaldas —dijo Evelyn—. Ese es Ronan, te
apuesto. El tipo que le rompió la nariz a Frankie. —Miró apreciativamente al chico
nuevo—. Dios, mira esos brazos. Delicioso. También me encanta la tinta, pero… no es
mi tipo. Parece que acaba de salir de la cárcel.
Miller me miró a los ojos y lo saludé. No me devolvió el saludo, pero le dijo
algo a Ronan, quien asintió. Entonces Miller dejó su guitarra y se acercó.
—Uh oh —dijo Evelyn—. Ahora no es el momento de dejar que River te vea con
otro chico.
—Eso es tonto. Es solo Miller.
Las palabras me sabían raras en la boca. Es solo Miller. Como decir que es solo
aire; siempre ahí pero imprescindible para vivir.
—Hola —dijo, asintiendo hacia Evelyn.
—Estoy tan contenta de que hayas venido —le dije, abrazándolo.
Su olor era tan diferente al de River: humo del cigarrillo que llevaba de casa
mezclado con aromas más limpios del humo de hogueras y sal del océano. La tensión
zumbaba en él, vibrando en su cuerpo como una corriente.
Di un paso atrás.
—¿Estás bien?
—Eh… sí, está bien. ¿Te gustaría algo de beber? —Se fijó en mi escaso vestido
por primera vez y frunció el ceño—. ¿O un abrigo, tal vez?
Me burlé.
—Sí a la bebida. Puedes quedarte con el sermón.
—Sin sermones. Simplemente no me di cuenta de que se trataba de una fiesta
de disfraces.
—¿Que se supone que significa eso?
—Significa que nunca antes necesitaste vestirte así.
—No necesito vestirme así ahora —le respondí—. Elijo hacerlo. ¿Y por qué te
importa lo que me ponga, de todos modos?
—No me importa, ese es el punto. —Se pasó una mano por el cabello largo,
frustrado—. Mierda, lo siento, no importa. ¿Podemos ir a un lugar tranquilo? Necesito
hablar contigo.
—Podría necesitar esa bebida primero. Solo agua. Estoy un poco tambaleante.
Nos abrimos paso entre la multitud hacia la cocina. Nos siguieron miradas
llenas de curiosidad, pero nadie le hizo pasar un mal rato a Miller. Me sirvió un vaso
de agua de una jarra en la encimera y luego se sirvió una cerveza del barril.
Se la bebió toda y luego aspiró para tranquilizarse.
—¿Está todo bien? —pregunté—. ¿Shiloh vino contigo?
—Solo Ronan. Escucha…
En ese momento, el juego de beer pong se interrumpió y los chicos volvieron
a la cocina, seguidos por un grupo de chicas, Evelyn, Julia y Caitlin entre ellas. Más
miradas curiosas aterrizaron en Miller, pero los ojos y la sonrisa de River eran solo
para mí. Le devolví la sonrisa y luego aparté la mirada, muy consciente de que Miller
estaba a mi lado.
Evelyn sonrió como el gato de Cheshire.
—Oh, qué bueno, todos están aquí… —El chasquido de un encendedor Zippo
llamó su atención—. Lo retiro —ronroneó—. Ahora todos están aquí.
El aroma de los cigarrillos de clavo de olor impregnó de repente la cocina, y
todos nos volvimos para ver a Holden Parish apoyado en la esquina entre la estufa con
capota y el lavavajillas de acero inoxidable. Su repentina aparición fue tan
sorprendente, fue como si hubiera sido conjurado en una bocanada de su propio
humo.
Iba vestido todo de negro: camisa de seda con botones, vaquero oscuro y
elegante Oxford. A pesar de ser la última noche de verano, llevaba un chaquetón
negro, desabrochado, con el cuello levantado. Un pañuelo rojo sangre estaba
colgado alrededor de su cuello y goteaba a ambos lados de su torso. Alto, delgado,
elegante, con sus ojos llamativos y cabello plateado, Holden me recordó un poco a
Spike de Buffy, la cazavampiros.
—Los vampiros tienen que ser invitados a pasar —le susurré a Miller con una
risita inducida por la cerveza—. Si comienza a alimentarse de nosotros, culpa a
Evelyn.
Ella se acercó sigilosamente a Holden, entrelazó su brazo con el de él.
Tomando posesión.
—Todos, recuerdan a Holden Parish.
Chance, con el rostro enrojecido por la cerveza, frunció el ceño.
—Fuma afuera, amigo.
Una sonrisa perezosa se dibujó en los labios de Holden.
—¿Estás seguro de eso? Tu sala huele a un concierto de Snoop Dog. —Se metió
el cigarrillo en la comisura de la boca, entrecerrando los ojos para protegerse del
humo, y le entregó a Chance una pequeña bolsa de papel—. Una muestra de gratitud
por invitarme a tu pequeña fiesta.
Chance sacó una botella de Patrón Silver y una sonrisa apareció en su rostro.
—Amigo. Gracias.
—Perfecto —dijo Evelyn, todavía apegada a Holden como si fuera su droga
personal—. Alineen los chupitos, muchachos, porque es hora de jugar Siete Minutos
en el Paraíso.
Los aplausos y los gritos corrieron y el ponche de vodka barato de mierda fue
reemplazado por el tequila caro. Holden sirvió los dos primeros tragos.
—Para nuestro anfitrión —dijo y le entregó uno a Chance.
Los chicos tintinearon vasos y se tomaron el licor de golpe. Chance sacudió la
cabeza, resoplando con los ojos llorosos. Holden lo tomó con suavidad, como si fuera
agua. Pero el alcohol pareció animarlo, calentando instantáneamente su frente frío.
Tomó el mando de la cocina como un maestro de ceremonias de circo.
—Adelante, damas y caballeros, y hagamos hermosos recuerdos.
—Necesito hablar contigo —dijo Miller en mi oído, bajo otra ronda de vítores.
—Está ocupada —dijo Evelyn. Se había separado de Holden el tiempo
suficiente para presionar un vaso con unos centímetros de tequila en mi mano—. Y es
una fiesta. Bebe ahora, habla después. Después de que juguemos.
—Ella no necesita beber eso —dijo Miller.
—Y ella puede hablar por sí misma —le dije, mirándolo—. ¿Qué te ha pasado
esta noche?
—Dijiste que necesitabas agua.
—Tal vez cambié de opinión.
—Tal vez no quiero que un deportista te viole en un armario.
Mis ojos se encendieron.
Evelyn se quedó boquiabierta.
—¿Qué diablos…? ¿De verdad?
Pero Miller la ignoró y sus ojos azul topacio se clavaron en los míos. Nunca
había visto este lado de él. Siempre había sido intenso, pero nunca conmigo. Así no.
Protector. Posesivo, incluso.
—Yo… yo puedo cuidar de mí misma —balbuceé.
Miller no dijo nada, pero me quitó la taza de la mano. Su mirada nunca dejó la
mía, se empujó el chupito, sacudió el vaso hacia el suelo, luego se giró y salió de la
cocina.
Empecé a ir tras él.
—Miller, espera…
—Déjalo ir —dijo Evelyn, tirándome hacia atrás—. Está totalmente fuera de
lugar. River es un buen tipo.
—Lo sé, pero Miller no puede estar bebiendo así.
Me puso los ojos en blanco.
—Puede cuidarse solo. River va a jugar. ¿Ves a dónde voy con esto? Tú. Él. ¿Un
armario oscuro durante siete minutos?
Miré por donde Miller había regresado al patio trasero, y luego las palabras de
Evelyn se hundieron en mis pensamientos empapados de cerveza.
Mi primer beso. Podría pasar. Esta noche.
Mi corazón se tambaleó y mis mejillas se sentían calientes. Evelyn miró mi
rostro.
—Ah, ahora lo entiendes. —Me ofreció su tequila—. Bebe.
Alejé el chupito.
—Eso me enfermará. Y si voy a besar a River esta noche, no quiero
emborracharme para ello. Quiero estar presente en el momento. Para recordarlo y
saborearlo.
—Dios mío, eres como Blancanieves. Pura como la nieve o alguna mierda.
Sucederá. Créeme.
Asentí. Porque Miller estaba equivocado con River.
El hecho de que desconfíe de todos no significa que yo tenga que hacerlo.
—¿Cómo vas a asegurarte de que River y yo terminemos juntos en el armario?
Evelyn sonrió.
—Porque hago que las cosas sucedan.

Un grupo de nosotros, cinco chicos y cinco chicas, despejamos un espacio en


la sala de estar. La música aún resonaba por el sistema de sonido, pero el baile había
disminuido y teníamos una pequeña audiencia. Me senté en círculo entre Evelyn y
Caitlin. River, Chance y Holden, que era la nueva persona favorita de todos, se
sentaron frente a nosotras. Otros dos jugadores de fútbol, Donte Weatherly e Isaiah
Martin, completaron a los chicos, mientras que Julia y otra chica que apenas conocía
conformaron el resto.
Miller se había sentado con Ronan y un pequeño grupo de personas en la
esquina de la sala de estar junto a la ventana delantera. Tenía su guitarra en su regazo
y me estaba mirando, con una expresión ilegible en su rostro.
Pero sus ojos. Se ven casi… tristes.
Luego apartó la mirada y centró su atención en Amber Blake. Una chica guapa
con el cabello largo y rubio. Evelyn la llamaba chica granola, su apodo para los
ecologistas, veganos que fumaban marihuana y ella pensaba que constituían un buen
porcentaje de los jóvenes de Santa Cruz.
Las cabezas de Amber y Miller estaban tan juntas que casi se tocaban. Quizás
solo para escucharse sobre la música.
Tal vez no.
Supongo que no está tan triste después de todo.
—Sí, este juego es viejo y cursi, pero no de la forma en que yo lo ejecuto —dijo
Evelyn, rasgando tiras de papel a lo largo—. Si su nombre es elegido, ingresan. Luego
elegimos a alguien que se les una en la oscuridad. —Ella sonrió con picardía—.
Dejaré que ustedes decidan cómo averiguar quién. Cuando se acaba el tiempo, te
vas, pero esa persona se queda en el armario y se elige otro nombre. ¿Lo captan?
Como una cadena. Si no te eligen para entrar, ¡bebes!
El grupo expresó su aprobación.
—Esta es una versión consciente de Siete minutos en el paraíso —continuó
Evelyn, escribiendo nuestros nombres en las tiras de papel—. Eso significa que me
importa un carajo si eres un chico y te emparejan con otro chico, o una chica con una
chica. Entran y se empiezan a conocer. —Sonrió de nuevo—. Qué tan bien lleguen a
conocerse depende de ustedes. ¿Alguien tiene un temporizador?
—Sí, mi reina —dijo Holden y se quitó la manga del brazo para revelar un reloj
de Philip Patek. Reconocí la marca supercara porque mi papá también tenía uno.
Evelyn desdobló un papel.
—Primero… Violet McNamara. —Se inclinó hacia mí—. Confía en mí, chica.
Respiré profundamente y luego exhalé lentamente. Por el rabillo del ojo,
encontré a Miller mirándome de nuevo, su expresión pétrea, su boca una línea
sombría. De repente, sentí como si estuviera parada frente a un pelotón de
fusilamiento. La culpa me asaltó, y me congelé por un segundo, tratando de sortear
una extraña maraña de emociones.
Entonces Evelyn me dio un codazo y me dirigí al armario.
Dentro, me abrí camino a tientas a lo largo de una pared llena de toallas,
sábanas y suavizante de telas del señor y la señora Blaylock, y me senté en la
alfombra. Unos momentos tensos y angustiosos después, la puerta se abrió y una
forma enorme llenó la penumbra. El aroma de la colonia amaderada llenó el espacio
cuando River cerró la puerta, cortando el ruido de la fiesta a la mitad.
—¿Violet?
—Estoy por aquí.
—Está jodidamente oscuro… —La abultada sombra de River se abrió paso
frente a mí, y se sentó contra la pared opuesta. Se hizo un silencio.
—Esta es una fiesta loca, ¿eh? —dije mientras nuestros siete minutos
comenzaban a transcurrir—. Ese Holden es un tipo extraño.
—Oh. Sí. —River tosió—. Es jodidamente extraño. Me recuerda a ese vampiro,
Lestat.
—Oh, Dios mío, dije casi exactamente lo mismo, vampiro diferente. No sabía
que leías a Anne Rice.
—No. Vi la película. Quiero decir… mi mamá la vio una vez. Recuerdo algo de
eso, supongo.
—Está bien.
Se hizo otro silencio y la incomodidad entre nosotros creció. Quería
preguntarle cómo le estaba yendo con su madre enferma, pero probablemente
necesitaba de la fiesta para escapar un poco, así que decidí platicar de deportes.
—¿Cómo van las prácticas de fútbol americano?
—Bien. Largas. Tú también practicas un deporte, ¿verdad?
—Fútbol. No empezamos hasta la primavera.
—Genial.
Más silencio. Esta conversación era como un motor que no se enciende.
—Entonces, Violet.
—Entonces, River.
—El baile de bienvenida es en unas semanas.
Mi corazón se disparó. Finalmente.
—Sí.
—¿Vas con alguien?
—¡No! —solté y luego me pellizqué en el brazo, maravillándome de que
después de meses de estar con Evelyn, ninguna de sus habilidades para coquetear
me había contagiado.
—Grandioso. Entonces… ¿te gustaría ir conmigo?
—Claro. Sí. Me gustaría eso. Gracias.
Mi piel ardía tanto con una mezcla de felicidad y vergüenza que pensé que
debía estar brillando en la oscuridad.
—Estupendo. Podemos resolver los detalles más tarde —dijo River.
—Claro.
Otro silencio y luego alguien golpeó la puerta, haciéndome saltar.
—¡Se acabó el tiempo! Sal, Violet. River, quédate quieto.
—Esa es mi señal.
Empecé a ponerme de pie cuando la mano fuerte y pesada de River encontró
la mía. Lo sentí inclinarse; la oscuridad entre nosotros cambió, y mi espacio se llenó
con él. Cerré mis ojos. Corazón golpeando. Labios entreabiertos.
Este es el momento. Mi primer beso…
—Gracias, Violet —dijo River y su aliento, teñido con cerveza y los tonos más
fuertes del tequila, flotó en mi mejilla una fracción de segundo antes de que sus labios
aterrizaran allí.
Un escalofrío recorrió mi cuello, haciendo que mi piel temblara
agradablemente… hasta que me di cuenta de que el beso en mi mejilla no fue un
aperitivo. Fue el plato principal.
Se sentó contra la pared y soltó mi mano.
—Será mejor que salgas de aquí antes de que Evelyn empiece a chillar.
—Oh. Cierto. —Me levanté mientras me bajaba la falda—. Está bien… eh.
Adiós.
Me apresuré a salir, con una sonrisa forzada en mis labios, ignorando los
aullidos del grupo y las demandas de detalles.
—¿Bien? —siseó Evelyn cuando volví a tomar asiento a su lado—. ¿Qué pasó?
—Eso se sintió como Siete Años de Torpeza —dije con una sonrisa—. Dios, eso
estuvo mal. No dije nada que valga la pena o ingenioso. Me callé como una idiota.
—Se suponía que no debías hablar —dijo Evelyn, frunciendo el ceño.
—Me invitó al baile…
—¡Sí! ¡Lo sabía!
—Lo sé, pero… no tuvimos química. Nada. Simplemente no me sentí como yo
misma.
Y él tampoco fue exactamente todo encanto y dulzura.
—Te pusiste nerviosa porque es un chico atractivo y te gusta. Dale tiempo. Ir al
baile con él es solo el comienzo.
—Estás en lo cierto. Lo estoy pensando demasiado.
Mi sonrisa falsa se volvió genuina y solté un suspiro… hasta que vi a Miller
mirándome. Rápidamente alejó la vista, de regreso a su conversación con Amber.
Eso es… bueno, ¿verdad? Quizás la invite al baile. Quizás podamos ir todos juntos.
Por alguna razón, el pensamiento me dio ganas de reír. O llorar. O ambos.
Probablemente había bebido demasiado.
La multitud se estaba impacientando, así que Evelyn sacó otro nombre de la
pila para unirse a River.
—Holden Parish.
La multitud, especialmente los chicos, gritaron con uuuuuuuhs y se dieron
codazos entre sí.
—Nada de esa mierda neandertal —regañó Evelyn—. Es el siglo XXI, por el
amor de Dios.
Holden se tomó un chupito y se puso de pie, balanceándose levemente.
—Si no vuelvo en siete minutos… esperen más tiempo.
El grupo se rio mientras caminaba hacia el armario y desaparecía.
—Oh, maduren —dijo Evelyn a los chicos que todavía se reían—. Mi juego. Mis
reglas.
Todos tomaron un trago menos yo, y los siete minutos, cronometrados por
Isaías, pasaron. Dos minutos después, la puerta del armario se abrió de golpe y River
salió.
—Maldito idiota —murmuró y se dirigió a la cocina como un toro a la carga.
Los chicos parecían dispuestos a seguirlo, pero Evelyn no estaba de acuerdo.
—El juego no ha terminado. —Cogió un nombre de la pila—. Oh. ¡Soy yo!
—Mierda —dijo Chance—. Alguien tiene sed por el chico nuevo…
Le mostró el dedo medio a su ex, se ajustó la blusa estilo corpiño y desapareció
dentro del armario. Pero sin que Evelyn inspeccionara todo, el juego había
terminado. Los muchachos se levantaron para unirse a su mariscal de campo en la
cocina. Julia y Caitlin querían esperar a Evelyn, pero Miller todavía estaba a tres
metros de distancia, hablando con Amber. Íntimamente.
De repente necesitaba salir y tomar un poco de aire.
¿Qué sucede contigo? River te invitó a salir. Esto es lo que querías.
Aun sintiéndome como si estuviera en un barco siendo volcado por un oleaje
suave, me dirigí con cuidado a una tumbona cerca de la piscina. Evelyn, Caitlin y Julia
me encontraron unos minutos después.
—Bueno, eso fue una pérdida de tiempo —dijo Evelyn, echando humo—. River
tiene razón. Ese Holden es un puto imbécil. Un psicópata.
—¿Qué pasó? —pregunté alarmada—. ¿Intentó algo?
Me miró como si fuera una estúpida.
—No. Ese era el punto. En cambio, simplemente se sentó allí, cantando.
—¿Cantando?
—Sí, Violet. Está superborracho y… —Las otras chicas comenzaron a reír y
Evelyn les lanzó miradas sucias—. Cállense. Necesito ponerme superborracha.
Se alejó y Julia y Caitlin se echaron a reír.
—Vi, te lo perdiste. Evvie salió furiosa del armario y Holden se arrodilló frente
a todos, dándole una serenata con esa canción de Shawn y Camila, “Señorita”.
Fruncí el ceño.
—Pero esa es una canción sexy.
Caitlin sacudió la cabeza.
—A ella no le gustó que él le cantara a ella, “Me encanta cuando me llamas
señorita”. Fue bastante épico. Ese tipo está loco.
Julia asintió.
—Rico pero loco. Una pena.
Conseguí sonreír y me puse de pie.
—¿Le pueden decir a Evelyn que me fui? Creo que he terminado aquí. Pediré
un Uber.
—¿Ya? Son solo las diez en punto.
—Sí, es que…
Desde el interior de la casa se oían gritos y un repentino sonido de cristales
rompiéndose. La música de la casa de repente se quedó en silencio, y la voz de
Holden Parish sonó fuerte y clara.
—Todos cállense la puta boca.
Y ahí fue cuando lo escuché. Los débiles acordes de una guitarra.
Me apresuré a regresar a la casa. El comedor de Blaylock daba a la sala de
estar. Holden estaba de pie encima de la mesa del comedor. Los restos destrozados
de la botella Patrón yacían esparcidos a sus pies, los fragmentos brillaban y raspaban
la caoba pulida. Le gritó a cualquiera que todavía hablara que se callara, dominando
una habitación que se había vuelto silenciosa bajo su mando.
Por Miller.
Mi mejor amigo tocaba la guitarra y cantaba “Yellow”.
Nuestra canción…
Otros se apresuraron a entrar desde la cocina detrás de mí, Chance exigiendo
saber qué diablos pasó con la mesa del comedor. Apenas me di cuenta. Tampoco lo
hicieron el resto. La voz de Miller, rasposa, baja y perfecta, llenó la habitación a
oscuras, las sobrias notas de su guitarra se movían debajo de ella. Su tono y sus notas
eran inquietantes, melódicos. Todo a la vista. El talento que había guardado para sí
mismo durante tanto tiempo, ahora libre y conmoviendo a todos los que escuchaban.
Incluida Amber Blake.
Ella se sentó con las piernas cruzadas frente a él, con una sonrisa soñadora en
los labios. Los ojos de Miller estaban cerrados; no la estaba mirando con nostalgia,
pero mi corazón me dijo que bien podría haberlo estado.
¿Qué te importa? Te gusta River. ¡Te invitó al baile!
Pero Miller estaba cantando por primera vez en público, con Amber. Para
Amber, tal vez. Y había elegido nuestra canción. Mi corazón se inundó de alegría y
dolor, como si tuviera fiebre y frío al mismo tiempo.
La habitación estaba absorta. Algunos prendieron sus encendedores; otros
activaron la función de linterna en sus teléfonos para que la oscuridad se volviera
fantasmal y estrellada. Fue muy fácil volver a imaginar la sala de estar como un salón
de conciertos en penumbra en la que Miller y su guitarra se sentaban bajo el foco de
atención.
Aparté mi mirada de él para ver la sombra amenazadora de Ronan apoyado
contra la pared casualmente, con los brazos cruzados, pero vigilando a Miller.
Protectoramente. Volví a mirar a Miller, que ahora me estaba mirando.
Nuestras miradas se encontraron y él se aferró a mi mirada mientras cantaba,
sin piedad.
—Por ti me desangraría por completo.1
Debo haber bebido demasiado porque de repente me sentí mal. No podía
moverme. Mi estómago se había retorcido en nudos tan apretados que apenas podía
respirar.
¿Qué está mal conmigo?

1 Parte de la letra de Yellow: For you I’d bleed myself dry.


La canción terminó y descendió el silencio, hasta que Holden, todavía en la
mesa del comedor, dejó caer dos palabras en el aturdido silencio:
—Santa. Mierda.
El resto de la fiesta estalló en vítores y aplausos, y fue entonces cuando me
liberé de mi estasis. Yo también aplaudí. Aplaudí con tanta fuerza que me dolieron las
palmas. Mi sonrisa era tan amplia que me dolían las mejillas. La alegría llenó mi
corazón y, sin embargo, las lágrimas corrían.
Miller fue testigo de mi reacción. Su expresión se suavizó y empezó a
levantarse, pero me abrí paso entre la multitud, salí por la puerta principal y me hundí
en la noche.
L
a perdí.
Mi corazón ya se había hecho añicos en un millón de pedazos al
ver a River seguir a Violet al interior de ese armario. Se rompió de nuevo
cuando ella se escapó.
Síguela. Díselo. Ahora.
Me puse de pie para seguir a Violet hasta la puerta cuando Frankie Dowd y sus
amigos, Mikey y Tad, entraron, apiñándome y empujándome hacia atrás.
—Bueno, mira quién se coló en esta fiesta. ¿A dónde vas corriendo, Stratton? —
dijo Frankie, dándome un empujón. Su nariz estaba vendada con gasa blanca y
esparadrapo; círculos oscuros rodeaban ambos ojos.
—Retrocede, idiota —gruñí.
La mano de Amber estaba en mi brazo, y murmuró palabras suaves para que
volviera y me sentara con ella. La aparté.
Frankie se burló.
—¿O qué? ¿Vas a hacer que tu guardaespaldas convicto me golpee de nuevo?
Ronan apareció detrás de mí, con los brazos cruzados y las botas plantadas.
Los ojos de Frankie se abrieron de miedo al ver a Ronan, luego gruñó.
—Estás jodidamente muerto, amigo. No tienes idea de quién soy.
—Sé quién eres. —La voz de Ronan sonaba como si viniera del suelo—. Sé
exactamente quién eres.
La tensión nos unió a los cinco como bandas apretadas que estaban listas para
romperse. Y Violet se estaba alejando más…
—¡Oye! ¿Qué diablos estás haciendo?
El ruido de la fiesta se calmó cuando todos los ojos se volvieron hacia la mesa
del comedor. Holden estaba bailando tap en la caoba, en medio del vidrio roto, y
entonando una versión acuosa de “Singing in the Rain”. Estaba borracho hasta la
locura, pero se las arregló para mantenerse fuera del alcance de Chance mientras el
grandullón trataba de derribarlo. La habitación estaba iluminada, llena de chillidos y
risas, con los teléfonos a la vista.
—Mis padres me van a matar, joder —se enfureció Chance—. Alguien que
venga aquí y ayúdeme a sacar a este idiota de la mesa.
Holden se rio y bailó para apartarse del camino de la mano de Chance. River
salió de la cocina.
—El espectáculo ha terminado —dijo, su voz fría y baja—. Vete a la mierda.
Holden se agachó y le tendió la mano a River, canturreando:
—Qué sentimiento tan glorioso, estoy feliz de nuevo.
River gruñó y apartó la mano de un golpe. Intentó agarrarlo, pero Holden saltó
de la mesa con asombrosa agilidad. Tanto él como Chance lo persiguieron la corta
distancia hasta la sala de estar, donde Holden saltó sobre el respaldo del sofá, aterrizó
entre dos personas y luego saltó a la mesa de café. Latas de cerveza se
desparramaron, una botella se hizo añicos y el vidrio se molió bajo los zapatos de
Holden.
—Solo cantando y bailando bajo la lluuuuuuvia…
Como todos los demás, me había fascinado tanto la escena surrealista frente a
mí que había estado ignorando la escena detrás de mí.
—Estás muerto, hijo de puta —le gruñó Frankie a Ronan, y me giré a tiempo
para ver al loco bastardo sacar una pistola Taser de la policía del bolsillo trasero de
sus shorts de playa caídos.
—Vaya, oye… —comencé, luego me agaché cuando Frankie se abalanzó sobre
Ronan.
Ronan, que había estado como una estatua de piedra toda la noche,
rápidamente hizo una finta hacia la derecha y tiró del brazo de Frankie hacia arriba y
hacia afuera. El Taser salió volando, y Ronan agarró a Frankie por la pechera de su
camisa y lo condujo unos pasos hacia Holden y la mesa de café. La multitud se apartó
del camino mientras los chicos caían amontonados en la alfombra, con los puños
volando y las manos agarrándose y desgarrándose el uno al otro.
River y Chance se apresuraron a separarlos, pero Frankie, con rosas rojas de
sangre floreciendo en las vendas blancas de su nariz, escupió y luchó como un perro
rabioso.
—Que se joda este tipo —gritó, librándose del agarre de Chance—. Estás tan
muerto. —Agarró la botella de cerveza rota de la mesa de café a los pies de Holden y
blandió el extremo irregular hacia Ronan—. ¡Te voy a matar, hijo de puta!
Más gritos de River y Chance, pero Frankie agitó la botella para alejarlos.
Amber me agarró del brazo y la protegí del caos lo mejor que pude mientras
intentaba tirar de Ronan hacia atrás, pero estaba tan inamovible como una piedra.
La multitud se calló cuando Frankie le dio algunos golpes a Ronan, y todos
jadeamos cuando uno de ellos se manchó sangre en el antebrazo.
Ronan miró la línea roja abierta en su piel, luego volvió a mirar a Frankie.
—Eso fue un error.
Sus manos se cerraron en puños y sentí la tensión en él. Listo para saltar. Lo iba
a cortar peor, tal vez incluso lo apuñalaría, pero no hasta que le diera una paliza a
Frankie.
O lo matase.
Entonces Holden saltó de la mesa de café al medio de la refriega. Se interpuso
entre los dos chicos, se rasgó la camisa por debajo de su abrigo y le mostró el lado
izquierdo del pecho a Frankie.
—Justo aquí —siseó enfurecido, su voz baja, fría y vacía. Golpeó su pecho,
sobre su corazón—. Ponlo aquí mismo. Vamos. Hazlo. Hazlo.
La multitud se calló. Todos miraron. Nadie se movió. Frankie respiró por la
nariz como un toro, con los ojos muy abiertos por la sorpresa. La botella en su mano
tembló.
Lentamente, me abrí paso y agarré el brazo de Holden.
—Oye, hombre. Vamos. Oye…
Holden retrocedió mientras River le quitaba la botella de la mano a Frankie. Un
momento de alivio y luego Holden se soltó de mi agarre, se ajustó el abrigo, sacó un
cigarrillo de clavo de olor de su bolsillo y dijo jovialmente:
—¿Alguien tiene un encendedor?
Los ojos nublados de Chance se agrandaron.
—¿Qué cara…? Salgan. Ustedes tres. —Hizo un gesto con el dedo entre Holden,
Ronan y yo—. Lárguense de mi casa, joder.
Holden se volvió hacia mí con una expresión burlona de sorpresa.
—Grosero, ¿verdad?
Una risa incrédula se me escapó y luego otra, hasta que un arrebato en todo su
esplendor se fue formando en mí. El tequila que había bebido estúpidamente no me
hizo ningún favor; no necesitaba mirar mi reloj para saber que mis números se
estaban hundiendo, haciéndome sentir bajo el agua.
O tal vez sea solo esta noche loca.
—¡Fuera! —gritó Chance.
Se abalanzó, y Holden y yo, riéndonos como locos, salimos corriendo. Nos
giramos en la puerta para ver a Ronan nivelar a Frankie con una última mirada, y luego
caminó a pasos largos detrás de nosotros.
—Estás muerto, Wentz —gritó Frankie detrás de nosotros—. ¡Estás
jodidamente muerto!
Bajamos los escalones de la entrada y entramos en el extenso césped
delantero. Tropecé, o tal vez me estaban fallando las fuerzas, pero golpeé la hierba
con fuerza, jadeando, pero todavía riendo.
Holden bajó a mi lado y nos acostamos de espaldas, mirando el cielo nocturno.
—No creo que nos hayamos conocido oficialmente. Holden Parish.
—Miller Stratton.
Nos dimos la mano y Holden señaló con la barbilla a Ronan que se cernía sobre
nosotros.
—¿Y quién es el Escuadrón Bruto?
Me reí más fuerte.
—Ro-Ronan Wentz.
Holden levantó su mano de golpe.
—Un placer.
Ronan se cruzó de brazos.
—Bastardos locos.
Otra ronda de risas nos recorrió.
—¿Cómo hiciste eso? —me preguntó Holden, secándose los ojos.
—¿Hacer qué?
—Tocar y cantar como lo hiciste. Como… un jodido milagro.
El calor floreció en mi pecho.
—No. Todos han escuchado esa canción. Tiene un millón de años.
Holden se encogió de hombros y miró al cielo.
—Han escuchado la canción, pero pones tu corazón y tu alma al descubierto.
Eso no es algo que la gente escuche todos los días.
Él estaba equivocado. No expuse mi corazón por ellos, sino por Violet. Y luego
se lo empujé a la cara. Las lágrimas en sus ojos…
Era nuestra canción y la regalé.
La puerta principal se abrió de golpe.
—Dije ¡lárguense de mi propiedad!
Chance se precipitó por el camino. River, el puto imbécil que probablemente
le dio a Violet su primer beso en el armario esa noche, lo siguió, su expresión oscura
y solemne. Tranquilo y sobrio comparado con el borracho enfurecido de Chance.
Jódanse.
Mi risa murió y me levanté del césped. Holden se puso de pie y llamó la
atención de Chance subiendo sobre un Range Rover aparcado en la entrada. La
alarma del auto sonó en la calle oscura, las luces parpadearon. Amber se apresuró a
salir de la casa, con el estuche de mi guitarra en la mano.
—Aquí —dijo, entregándomela. Sus ojos eran azul aciano. Claros, donde los de
Violet eran oscuros. Su cabello era el sol, cuando el de Violet era negro azabache.
Sus labios delgados, mientras que los de Violet eran llenos y listos para ser besados…
River tomó su beso. Tomará todas sus primeras experiencias…
—¿Miller?
—Oh, oye —dije, quitándole el estuche—. Que puta noche tan extraña.
—Tocaste maravillosamente. Simplemente increíble.
—Sí, gracias. —No tenía la menor idea de qué decirle. No era con ella con quien
quería hablar.
Holden pasó corriendo a mi lado, riendo.
—Hora de irse.
—Hora de irse —le repetí a Amber, la risa comenzaba a fluir de nuevo—. Em…
¿nos vemos luego?
Ella sonrió.
—Eso espero.
El sonido de las sirenas de la policía sonó en la distancia mientras Holden nos
conducía a Ronan y a mí hacia un sedán negro estacionado al otro lado de la calle. Un
conductor uniformado estaba sentado en el asiento delantero.
—Buenas noches, James —dijo Holden mientras subíamos por la parte de
atrás—. ¿Serías tan amable de sacarnos a mis amigos y a mí del área?
James asintió y el auto aceleró por la avenida oscurecida.
—¿A casa, señor?
—Joder, no —dijo Holden. Nos miró—. ¿Alguna, caballeros?
Intercambié miradas con Ronan, quien asintió una vez.
—Mi lugar —le dije y le di a James la dirección.
En los apartamentos Lighthouse, James estacionó el sedán en un lugar para
visitantes y bajamos.
—Acogedor —dijo Holden, mirando el complejo—. ¿Continuamos la fiesta en
Chez Stratton?
—No exactamente. —Asentí hacia James en el sedán—. ¿Cuánto tiempo
esperará?
—Tanto como necesite. —Holden encendió un cigarrillo de clavo de olor y
apartó el humo y nuestras miradas curiosas—. No teman, James está siendo bien
compensado por su tiempo.
—De acuerdo. Vamos.

Ronan y yo encabezamos el camino por la playa, sobre la roca más áspera y el


oleaje. Si Holden estaba molesto porque su ropa cara se estaba mojando y cubriendo
de arena, no se quejó.
En la cabaña de pescador, miró a su alrededor, escudriñando el espacio
oscuro.
—No está mal. Le vendrían bien algunas remodelaciones.
Frente a la cabaña, Ronan encendió una hoguera. El vasto océano negro tocaba
la orilla en una espuma blanca a treinta metros de distancia mientras un millón de
estrellas giraban sobre él.
Me senté pesadamente en mi piedra y saqué algunas gomitas.
—¿Gomitas de marihuana? —dijo Holden—. Compartir es divertir Stratton.
—No son gomitas de marihuana. Glucosa. Tengo diabetes.
Una genuina mirada de preocupación brilló sobre sus ojos verdes.
—¿Estás bien?
—Sí. Gracias. —Lo miré de reojo—. ¿Qué hiciste para cabrear a River
Whitmore?
—Cabreé a mucha gente esta noche. Tendrás que ser más específico.
—El mariscal de campo. Cuando jugabas ese juego de Siete Minutos.
—Ah, sí. —Holden se aclaró la garganta, luego se encogió de hombros y miró
al océano—. No lo recuerdo.
—¿Estás seguro?
—Suenas decepcionado.
—Esperaba que le dieras una patada en las bolas.
—¿Dime más?
El peso de la noche y todo lo que había sucedido, y no sucedido, pesaba sobre
mí, presionándome. Haciendo que me cansase.
—No esta noche.
—Suena justo.
Ronan nos ofreció cervezas de la hielera que había escondido en la choza.
Holden tomó una, yo lo rechacé.
—Todavía me siento mal —dije y saqué un jugo de naranja de mi mochila.
—Es agradable aquí —dijo Holden después de un minuto—. Realmente
jodidamente agradable. Como si pudiera… respirar.
Asentí.
—Igual.
—Igual —dijo Ronan.
—¿Ustedes pasan mucho tiempo aquí? —preguntó Holden, y vi vulnerabilidad
en sus ojos. Sus escudos bajaron un poco. Hasta ahora solo lo había visto a dos
velocidades: tranquilo y sereno o salvajemente borracho. Por primera vez, parecía
más un chico de diecisiete años sin ningún disfraz.
—La mayoría de los días. —Tomé un trago de mi jugo. Comprobé con Ronan,
quien asintió—. Eres bienvenido a venir aquí también. En cualquier momento. My
house is your house. Excepto que no es una casa. ¿Cómo se dice que nuestra choza de
mierda es tu choza de mierda en inglés?
—Our shitty shack is your shitty shack —respondió Holden, de inmediato, con
un impecable acento inglés.
Ronan y yo intercambiamos miradas.
—¿Hablas inglés?
—Y francés. Italiano. Un poco de portugués y algo de griego.
—¿Eres una especie de genio? —preguntó Ronan.
—Eso es lo que dicen —dijo Holden, con la mirada fija en el océano—. Mi
coeficiente intelectual es 153.
Solté un silbido bajo.
Holden asintió.
—Suena como si pudiera ser útil, ¿verdad?
—¿Útil? —Resoplé—. Es como tener la clave de la vida.
Él se burló.
—Bueno casi. Por lo que puedo decir, solo significa que los pensamientos sin
parar en mi cabeza son más astutos y pueden atormentarme en varios idiomas.
Esperé hasta que la tensión se alivió un poco, luego pregunté casualmente:
—Entonces, ¿te envío un correo electrónico con todas mis asignaciones de
tarea directamente o prefieres una copia impresa?
Holden puso los ojos en blanco, riendo, y la sombra oscura que había caído
sobre él pareció desaparecer.
—Ni de broma, Stratton.
Sonreí.
—Vale la pena intentarlo.
Se hizo un silencio más cómodo.
—Sí, es bastante perfecto, aquí mismo —dijo Holden—. Como si estuviéramos
en el borde del mundo y nadie pudiera tocarnos.
—Sí —dije, y Ronan asintió.
Holden inhaló y luego exhaló.
—Soy gay —dijo—. Solo quiero sacar el tema. En caso de que no fuera obvio.
¿Va a ser un problema?
Fruncí el ceño.
—No. ¿Por qué lo sería?
—Pregúntale a mi padre. —Miró a Ronan—. ¿Y tú?
Ronan tomó un trago de su cerveza.
—No, no soy gay.
Pasó un latido y luego la risa regresó rugiendo. Me dolían los costados y las
lágrimas se acumulaban en las esquinas de mis ojos. Incluso Ronan se rio entre
dientes y arrojó más líquido para encendedor al fuego. Cualquier tensión que pudiera
haber existido entre nosotros tres se quemó en las llamas, y me sentí como cuando
conocí a Ronan. Holden Parish también pertenecía aquí. Con nosotros.
—Eres un loco hijo de puta, ¿lo sabías?
Se secó los ojos.
—Eso me han dicho.
—Podrías haber estado con ellos, ¿sabes? Los populares.
—¿Por qué haría eso cuando joderlos es mucho más divertido?
—Divertido —dijo Ronan, su voz plana, cortando la risa como un cuchillo frío—
. ¿Eso fue esa mierda con Frankie? ¿Divertida?
La sonrisa de Holden desapareció y una sombra fría pareció caer sobre él.
—Lo hice para que bajara la guardia. Eso es todo.
Eso no era todo. Ni de cerca. Pero todos teníamos secretos y mierda oscura en
nuestro pasado. Lo que hizo que Ronan se quedara alrededor fue que yo no era un
fisgón, y ninguno de los dos estaba a punto de empezar ahora con Holden. Pero a
medida que la noche se hizo más profunda, nos contó un poco sobre sí mismo. Cómo
se había mudado aquí desde Seattle y que vivía con su tía y su tío en Seabright, el
barrio más rico de Santa Cruz. Esas mansiones incluso empequeñecían la casa de
Violet.
—Solo tenías un año más de secundaria —le dije—. ¿Por qué te fuiste?
—No dependió de mí. Después de mi segundo año, mi padre hizo arreglos para
que me tomara un pequeño desvío en el bosque.
—¿Te refieres a un campamento?
—Claro —dijo con amargura, encogiéndose en su abrigo, a pesar del fuego y
la cálida noche de verano—. Un campamento. Y ese campamento requirió que pasara
un año en Suiza. En el Sanatorio du lac Léman —dijo con un acento francés tan
impecable como su inglés—. Está en lago de Ginebra, para que lo sepan.
—¿Sanatorio…?
—Manicomio. Casa de locos. Institución mental. Como quieras llamarlo.
Yo miré hacia adelante.
—Jesús.
—Hasta donde pude ver, Jesús no estaba allí —dijo Holden, sonriendo con
tristeza—. Créeme. Lo busqué.
Se hizo un breve silencio y luego Ronan arqueó otro chorro de combustible
sobre el fuego.
—Ese debe haber sido un campamento en el bosque increíble.
Contuve la respiración mientras Holden lo miró fijamente. Luego echó la
cabeza hacia atrás y se rio.
—Joder, hombre, ¿eres real?
—Cien puto por ciento. —Choqué mi jugo contra la botella de cerveza de
Holden—. Un brindis por ti, por sobrevivir al campamento. Y por Suiza.
Holden tragó saliva, tratando de no mostrar cómo esas palabras lo
conmovieron.
—Por Ronan, magnífico bastardo. —Se acercó a mí para brindar por el
grandullón—. Por ser cien puto por ciento real.
Ronan buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó un pequeño dispositivo
amarillo.
—Por Frankie, el estúpido hijo de puta que no se dio cuenta de que le robé su
Taser de la policía.
La tierra se detuvo por una fracción de segundo y luego nos reímos. Los tres.
Nos reímos tan jodidamente fuerte que, durante unas horas, olvidé que mi corazón
estaba roto.
E
l gimnasio estaba lleno de vítores, pisadas y música. Las porristas, con
Evelyn a la cabeza, realizaban una rutina con sus faldas azules y amarillas
y suéteres sin mangas. Los pompones de oro metálico crujían y brillaban
bajo el sol que entraba por las enormes ventanas detrás de los aros de baloncesto.
La multitud jadeó cuando dos porristas masculinos lanzaron a Evelyn por los
aires, donde ella realizó un intrincado giro gimnástico y aterrizó en la cuna de sus
brazos.
Me senté con algunos amigos de mi grupo de estudio, chicos y chicas que
estaban trabajando para lograr sus propios sueños de ingresar a escuelas de
medicina o institutos tecnológicos, y Shiloh, que tenía los auriculares puestos y los
ojos cerrados, desintonizándose del espectáculo como si estuviera meditando en un
bosque.
Revisé a la multitud y encontré a Miller sentado en lo alto de una esquina del
gimnasio con Ronan y Holden. Los videos capturados con celulares habían circulado
en las pocas semanas desde la fiesta de Chance. El baile de tap de Holden en la mesa
del comedor de Blaylock fue un éxito, pero su confrontación con Frankie había
asustado a la gente.
—Es tan sexy —se había lamentado Evelyn unos días después de la fiesta—. No
lo entiendo. Tiene carisma de sobra, pero también, aparentemente, un deseo de
muerte. Sin mencionar que quemó todos sus puentes con River y Chance, por lo que
ahora está relegado a salir con tu chico y el criminal.
Pero Holden parecía perfectamente feliz con Miller y Ronan. Esa mañana, los
tres estaban viendo la actuación, hablando y riendo. Un trío extraño: un músico sucio,
un chico malo tatuado y un genio multimillonario que se vestía como si estuviera
caminando por las pasarelas de invierno en Milán todos los días. A ninguno le
importaba una mierda lo que pensaran de ellos.
Había pasado mucho tiempo desde que Miller había pasado tiempo conmigo
con tanta libertad.
Las porristas terminaron su rutina entre aplausos que resonaron por todo el
cavernoso gimnasio de madera pulida.
El director Hayes llevó un micrófono al centro de la cancha.
—Y ahora, la organizadora del Baile de Bienvenida, Layla Calderon, anunciará
la corte del baile.
Layla, una chica de cabello largo y oscuro con una minifalda y una camiseta
ajustada, empujó una pequeña mesa con ruedas cubierta con un paño negro hacia el
centro de la cancha. Sobre esta había cuatro coronas: dos grandes y dos pequeñas.
Cogió el micrófono del director Hayes con la facilidad practicada de un presentador
de noticias.
—Se han contado los votos y se han tabulado los resultados. Un fuerte aplauso
y abran paso al Príncipe del Baile de Bienvenida… ¡Donte Weatherly!
La multitud aplaudió, atronadoramente en el gimnasio. El equipo de fútbol
americano, sentado en un grupo cerca de la parte delantera de la asamblea con sus
chaquetas, gritó y golpeó a su receptor estrella en la espalda cuando se unió a Layla
en la cancha y dejó que ella le pusiera una corona de plástico brillante sobre su frente.
Trató de alejarse, pero Layla lo agarró del brazo.
—No tan rápido. Todo príncipe necesita una princesa. La Princesa del baile de
bienvenida de este año es… ¡Evelyn González!
Una pequeña onda de sorpresa atravesó la multitud que se transformó con
agonizante lentitud en vítores.
Jadeé.
—Oh, mierda. Oh, no. Pobre Evelyn.
Las cejas de Shiloh se alzaron y se volvió hacia mí.
—¿Reina Vi…?
—¿Qué? No. De ninguna manera. Julia o Caitlin —dije mientras Evelyn
esbozaba una sonrisa tensa y se abría paso desde el banco de porristas para aceptar
su corona.
Shiloh sonrió.
—No estaría tan segura de eso.
—Y ahora, su Rey del baile —dijo Layla y se detuvo para darle efecto.
Los jugadores de fútbol empujaron y se burlaron de River, quien le restó
importancia con una perezosa diversión.
—¡River Whitmore!
El gimnasio estalló en vítores y agregué mi voz a la multitud.
—No es una sorpresa. Pero todavía estoy en conmoción por Evelyn… mierda.
—Ajá —murmuró Shiloh—. ¿Tienes listo tu discurso?
—Oh, ya para.
—Y ahora… —dijo Layla, calmando a la multitud—. Es un placer para mí
anunciar que su Reina del Baile de Bienvenida de la Secundaria Central de Santa Cruz
es…
El gimnasio se quedó en silencio, conteniendo la respiración. Frankie Dowd
gritó en el silencio:
—¡Tu mamá!
Le siguieron risas y un severo movimiento de cabeza con la cabeza del director
Hayes. Layla esperó hasta que volvió a tener nuestra atención.
—¡Violet McNamara!
Me quedé sentada y aturdida, mientras mis amigos vitoreaban y aplaudían y
me instaban a bajar y reclamar mi corona.
—Esto es una locura —le susurré a Shiloh.
Ella exhaló un suspiro dramático.
—Tener la razón todo el tiempo es tan agotador.
Una pequeña risa salió de mí, pero se ahogó cuando vi la devastación en el
rostro de Evelyn; ella lo quería mucho más que yo. Realmente no lo había querido en
absoluto, me di cuenta, y ahora que lo tenía, no tenía idea de qué hacer.
Trepé sobre las piernas de mi compañero para llegar a las escaleras, luego
bajé a la cancha. River me sonrió, con una tonta corona de plástico dorado y
terciopelo rojo en la cabeza. Layla colocó una versión más pequeña en la mía,
mientras yo le enviaba a Evelyn una sonrisa de disculpa. Rápidamente apartó la
mirada, su propia sonrisa amplia, pero sin humor, mientras aplaudía con el resto de
la escuela.
Me incliné hacia River.
—¿Cómo pasó esto?
—Democracia en acción. Obtuviste la mayor cantidad de votos, simple y
llanamente. —Su sonrisa confiada se desvaneció y se aclaró la garganta—. Como que
funciona perfecto, ¿verdad? Ya que vamos al baile juntos.
—Cierto. Excepto que… ¿en serio iremos juntos?
—Sí, lo siento, por no llamar ni nada. He estado ocupado con la práctica y los
juegos. Y… cosas en casa.
—No, por supuesto. Lo siento. Debería haber pensado en eso.
—Oye, está bien —dijo rápidamente, hablando bajo la voz de Layla leyendo
una lista de los logros de la Corte del Baile de Bienvenida que nos ayudaron a ser
elegidos—. Aun así, debí haberte llamado. O enviado un mensaje de texto.
—No estoy sentada junto al teléfono ni nada —agregué, luego me estremecí—
. Dios, eso sonó mal. Lo que quiero decir es que, de todos modos, también estoy
ocupada estudiando la mitad del tiempo…
—Ni siquiera te he visto en mi casa.
—Debemos estar en horarios diferentes.
—Sí.
Como en el armario de la fiesta de Chance, la conversación con River se sentía
como caminar penosamente por fango sin llegar a ninguna parte.
Aclaré mi garganta.
—Dime, ¿este puesto de la realeza viene con muchos deberes?
Se rio entre dientes.
—¿Aparte de sentarte en un auto y saludar? No.
También reí con alivio. Un paso minúsculo para sentirnos más cómodos el uno
con el otro. O tal vez era él. Parecía más nervioso a mi alrededor que yo alrededor de
él.
Los anuncios terminaron y nos dejaron volver a nuestros asientos.
—Te llamaré pronto —dijo River—. Prometido. ¿O te veré en mi casa?
—Definitivamente. —Abrí los ojos y puse una sonrisa aterradora, haciendo mi
mejor imitación del meme de la novia demasiado apegada—. No puedes escapar de
mí…
Se echó a reír.
—Gracias por la advertencia. —Extendió la mano y palmeó torpemente mi
brazo—. Nos vemos.
Mi sonrisa se sintió permanente hasta que mi mirada se dirigió a Miller en la
esquina del gimnasio. Le saludé con la mano y señalé mi corona.
—Loco, ¿verdad? —murmuré.
Ni siquiera sonrió, y rápidamente se volvió hacia sus amigos. Y Amber Blake.
La bonita rubia había aparecido y se acercó sigilosamente a Miller.
Un dolor extraño apuñaló mi corazón. Como cualquier buen científico, me
aferré a la lógica y los hechos para desenredar las emociones desordenadas que
habían surgido la noche de la fiesta, después de que Miller tocara nuestra canción de
manera tan hermosa. Tan poderosamente… Con Amber prácticamente sentada en su
regazo.

1. Bebí demasiado esa noche, lo que me emocionó demasiado.


2. Estaba enamorada de River, y finalmente me invitó a un baile. ¡Logro
desbloqueado!
3. Miller era libre de salir con cualquier chica que quisiera, y yo estaría feliz
por él.*

Excepto que ese asterisco mental no desaparecería. Si él y Amber se juntaran,


¿por qué no estaría feliz por él? ¿Por qué importaría que eligiera nuestra canción para
presentarse al mundo como el músico brillante que era? Él era mi mejor amigo. Ser
feliz por él era mi trabajo.
Excepto que mi mejor amigo ya nunca llamaba ni me visitaba. En la escuela,
apenas me miraba.
Como ahora.
—Emergencia en el baño —dijo Julia, tirando de mi brazo y sacándome de mis
pensamientos—. Es Evelyn.
Corrí con ella y Caitlin al baño más cercano, fuera del gimnasio. Julia echó a
una estudiante de primer año que se estaba lavando las manos y llamó suavemente a
la puerta de un cubículo cerrado.
—¿Evelyn? ¿Estás bien?
—Estoy bien —fue una respuesta gutural—. Me vino mi periodo.
Julia me miró y sacudió la cabeza. Aclaré mi garganta.
—¿Ev? Soy yo. ¿Segura que estás bien?
—Dije, estoy bien. Jesús.
Caitlin se encogió de hombros y se acercó al espejo para rehacerse el brillo
de labios.
—Entonces, dímelo, mi reina. ¿Cuál es la historia de Miller Stratton?
Me estremecí y eché un vistazo al cubículo del baño.
—¿A qué te refieres?
—Nos moríamos por hablar contigo sobre él, pero estás tan ocupada todo el
tiempo.
Julia sacó su teléfono celular de su bolso, empezó a mover su dedo y luego
apuntó en mi dirección.
—Se refiere a esto.
Un video se reproducía: la sala de Chance a oscuras, excepto por
encendedores prendidos y linternas de teléfonos fantasmales cayendo sobre Miller
mientras cantaba “Yellow”.
Julia sonrió soñadora.
—Todo este tiempo era… esto, y nunca lo supimos.
—Sí, ¿qué más nos estás ocultando? —dijo Caitlin con un codazo.
Oh, la ironía.
Le había estado diciendo a cualquiera que escuchara lo talentoso que era Miller
durante años, pero se necesitaban pruebas visuales para disipar el aura de pobreza
y falta de vivienda.
Caitlin miró por encima del hombro el video.
—Tiene esta vibra desaliñada, de rockero alternativo y sexy. ¿Ustedes dos
alguna vez…?
—No, nunca —dije, dando un paso atrás y dejándoles espacio para ver su
actuación.
—¿En serio? ¿Han sido amigos durante años y nunca…? ¿Ni siquiera un beso?
—Casi lo hicimos. Una vez. Hace dos años.
Me apoyé contra el lavabo, el recuerdo cayendo sobre mí. Miller y yo en mi
habitación, pasando el rato como de costumbre. Tocaba su guitarra y cantaba para
mí. Emoción más allá de sus años brotando de él. Observé su boca todo el tiempo,
hipnotizada por cómo se movían sus labios carnosos y los sonidos que provenían de
ellos. Y por alguna razón, en ese momento, comencé a pensar en cómo ninguno de
los dos había sido besado. Nadie había besado esa boca suya y eso era una locura.
—¿Qué pasó?
—Teníamos quince años, y ninguno de los dos teníamos ninguna acción —
comenté—. Le dije que deberíamos besarnos para practicar. Así, cuando llegara el
momento, no estaríamos totalmente desprevenidos. Le dije que no contaría para un
primer beso real ni nada por el estilo. Solo práctica.
—¿Y? —preguntó Julia, sacándome de mis pensamientos.
—Se negó.
—No te voy a besar por práctica —dijo Miller, y la última palabra salió con
amargura—. Para que otro tipo… —Se mordió las palabras y volvió a su guitarra,
jugando con los trastes.
Mis mejillas ardieron.
—Lo siento. Olvida que lo mencioné. Probablemente mejor, de todos modos.
Podría ser extraño.
—Sí —dijo Miller, todavía sin mirarme—. Extraño.
Alcé la vista para observar a Caitlin y Julia ofreciendo miradas de vergüenza
en mi nombre. Las rechacé con un gesto, mis mejillas se sonrojaron de nuevo como
lo habían estado entonces.
—No, está bien. Simplemente demostró lo que pensaba: que solo somos
amigos y que él no está interesado en mí de esa manera.
—Parece muy interesado en Amber Blake —dijo Julia con un suspiro y guardó
su teléfono—. Una pena. Parece que perdimos el barco.
Mis cejas se arrugaron.
—Estás ¿interesada?
—Quizás. Intrigada, definitivamente.
—No puedo culparla —dijo Caitlin—. ¿A qué chica no le gustaría que le
cantaran así?
La puerta del cubículo se abrió de golpe y saltamos; todas nos habíamos
olvidado de Evelyn. Fue al lavabo y se lavó las manos. Las chicas y yo esperamos, con
la tensión en espiral, y luego Evelyn captó nuestras miradas en el espejo mientras se
alisaba un cabello suelto de su cola de caballo.
—Los períodos son una mierda, ¿verdad?
Julia y Caitlin sonrieron con alivio cuando Evelyn se volvió hacia mí, con una
dulce sonrisa en su rostro. Me rodeó con sus brazos y me abrazó fuerte.
—Felicidades, Vi. Te lo mereces.
—Oh, gracias. Es algo surrealista.
—¿Le dijiste a las chicas? —Evelyn me rodeó con el brazo—. Violet no necesita
los besos de práctica de nadie. Muy pronto, tendrá una relación de verdad con River
Whitmore. El rey y la reina del Baile de Bienvenida irán a la fiesta juntos. ¿Qué tan
perfecto es eso?
Busqué en el rostro de Evelyn una señal de que mi coronación le molestara más
de lo que dejaba ver, pero su sonrisa parecía genuina.
Las demás me felicitaron emocionadas.
—Y ni un momento demasiado pronto —dijo Evelyn—. Vi, nuestra pequeña y
dulce Blancanieves, nuestra Drew Barrymore, nunca ha sido besada. Chica, tienes
mucho que ponerte al día. Mucho.
Caitlin la miró fijamente.
—¿Nunca has sido besada? ¿En serio?
Me encogí de hombros, con los ojos en el suelo de baldosas.
—Simplemente nunca… sucedió.
Julia rio.
—Pones el listón alto yendo directamente a River.
—¿Cierto? —dijo Caitlin—. Como comer el postre primero, sin tener que tragar
las verduras. Dios, recuerdo mi primer beso. Trece, con Danny Cunningham. Aagg.
Salimos del baño bajo el brillante sol de media mañana, las chicas recordando
sus primeros besos, sus primeros todo. Todas tenían mucha experiencia en
comparación conmigo, habiendo cubierto todas las bases con más de un novio,
mientras yo estaba sentada en el banco, estudiando y trabajando y dejando pasar
esos eventos.
Quizás Julia tenía razón en que había estado esperando a River. Mi
enamoramiento de toda la vida finalmente estaba llegando a buen término. Tal vez
seríamos novios y compensaríamos todo lo que me perdí. Luego se iría a Alabama o
Texas a jugar al fútbol y yo daría los primeros pasos para convertirme en doctora.
Todo de acuerdo al plan.
Excepto que mi gran plan últimamente se sentía seco y vacío, y la razón era tan
cruda y simple como una ecuación matemática con una sola respuesta: porque Miller
no estaba en él.

Manejé hasta la casa de los Whitmore después de la escuela para mi tiempo de


voluntaria con Nancy. La camioneta de River estaba estacionada en la entrada. Dazia
me había dicho que entrara por mi cuenta de ahora en adelante, ya que ella entraba
y salía, y el señor Whitmore trabajaba en el taller de autos hasta tarde.
Subí las escaleras hasta el segundo piso, hasta la habitación de Nancy. La
puerta estaba entreabierta y desde el interior llegaron voces bajas. La voz de River.
Comencé a retroceder para darles privacidad, pero algo en el tono de Nancy, suave
e intenso a la vez, me detuvo.
—… más que nada, solo quiero verte feliz.
—No sé sobre eso ahora, mamá —dijo River—. Están pasando muchas cosas.
—Lo sé. Pero mantén tu corazón abierto. Eso es todo lo que pido. Y, por favor,
no fuerces nada en mi nombre. Solo tenía curiosidad por saber si podría haber
alguien especial.
Se hizo un breve silencio y me di la vuelta, avergonzada de mí misma por
escuchar a escondidas.
—Violet —espetó River.
Me congelé, mi corazón se aceleró.
—¿Mi Violet? ¿En serio? Ella es encantadora, pero…
—Sí y, de hecho, tengo algunas noticias. Creo que escuché su auto
estacionarse. Espera.
Oh, mierda.
Caminaría por el pasillo, pero sería obvio que había estado huyendo. Me di la
vuelta y alcancé la puerta justo cuando River la abría.
Salté hacia atrás con un pequeño grito, mis nervios se encendieron.
—Mierda, lo siento, te asusté —dijo River. Se frotó la nuca, luciendo tan
nervioso como yo.
—Está bien. Puedo volver si…
—No, pasa. Por favor.
Seguí a River adentro. Nancy, pálida e ictérica, sonrió al verme. Un rayo de luz
cálido la atravesaba desde la ventana.
—Hola, cariño.
—Hola, señora Whitmore.
—Nancy, por favor. ¿Recuerdas?
—Cierto. Está bien.
Para mi sorpresa, River tomó mi mano en la suya grande y áspera. Lo miré, se
elevaba por encima de mi baja estatura, pero su mirada estaba en su madre.
—Violet y yo iremos juntos al Baile de Bienvenida después del partido del
viernes.
Los ojos de Nancy se agrandaron, aunque su sonrisa permaneció igual.
—¿Ah, sí? Qué adorable.
—Él es el Rey y hubo una falla en la matriz, así que terminé como Reina —dije
con una pequeña risa—. Creo que está obligado por contrato.
—Ja, no. Estoy feliz de hacerlo. —River me dio un apretón en la mano y la
soltó—. Tengo que ponerme a practicar. Fue hacia su mamá y la besó en la frente—.
Adiós, mamá.
—Cuídate, querido.
River me dedicó una rápida sonrisa.
—¿Te llamo más tarde?
—Eh, claro.
Esta es la primera vez.
—Estupendo. —Me dio un torpe beso en la mejilla y se fue, dejándonos a Nancy
y a mí solas en el silencio.
—Es realmente dulce —dije finalmente.
—Lo es. ¿Se están volviendo cercanos?
—Yo diría a pasos de bebé. Ambos estamos muy ocupados.
Nancy asintió.
—En efecto. ¿Puedo molestarte por un poco de té?
—¿Y una empanada instantánea, tal vez?
Me sonrió.
—Me lees la mente.
Le devolví la sonrisa y me dirigí a la cocina. Nancy rara vez tenía apetito para
más de unos pocos bocados de comida, pero quería forzar la mayor nutrición posible
en ella sin ser obvia. Darle de comer a Miller todos esos años había sido una buena
práctica para ser discreta.
Bajé las escaleras, moviéndome a través de una corriente de colonia de River.
Débil, pero poderosamente masculina.
Y le dijo a su mamá que soy alguien especial.
Puse la tetera en la estufa y puse un paquete de manzanilla en una taza e inhalé,
dejando entrar un poco de positividad. Desde aquella fiesta loca, la vida finalmente
estaba comenzando a calmarse. Mis padres no habían tenido una explosión en
semanas, River y yo íbamos al baile. Si Miller me volviera a hablar, todo iría
perfecto…
Mi teléfono sonó un mensaje de texto y un pequeño sonido de alegría brotó de
mí al ver que era de él.
Siento haber sido un idiota últimamente. ¿Estaba pensando en ir esta noche?
Ha pasado un tiempo.
Mis pulgares volaron. ¡SÍ! Te echo de menos.
Los puntos rodantes iban y venían. Luego iban de nuevo.
Yo también.
—S
tratton. Vamos.
Parpadeé para despegarme de la letra que
había garabateando y dejé mi bolígrafo. Ronan y
Holden estaban en la puerta de la Cabaña,
esperando.
—Sí. Ya voy.
Eché un vistazo a las palabras una vez más. Fragmentos de pensamientos.
Bocetos de sentimientos. Por Violet. Porque, por supuesto, eran por Violet. Cada nota,
cada melodía, cada frase y letra nacieron del mismo lugar en mí que la amaba y
siempre lo haría.
Pero tengo que dejarla ir.
Guardé el cuaderno con el estuche de mi guitarra en un baúl con llave que
había comprado Holden, para no tener que llevar el instrumento conmigo todo el día.
Una mejora muy apreciada.
El crepúsculo hacía que el cielo se volviera dorado y púrpura, aunque estaba
oscuro en la Cabaña. Me puse una camisa de franela a cuadros sobre mi camiseta y
me puse un gorro tejido sobre la cabeza para mantener el cabello fuera de mis ojos.
Cogí un jugo de la mininevera, que funcionaba con un pequeño generador de batería
de litio. Más mejoras de Holden. Mantenía la nevera llena de comida para
preocuparme menos por los robos de Chet. Ronan guardaba su cerveza en ella, a
Holden le gustaba tener una botella de su vodka favorito.
Para no quedarnos atrás por los refrigeradores nuevos y la iluminación
decente, Ronan y yo también hicimos contribuciones valiosas a nuestro domicilio. Mi
jefe en la sala de juegos me dio tres sillas de playa para nuestras hogueras nocturnas.
Ronan trajo pesas para levantar, un suministro interminable de líquido combustible y
un andrajoso, pero limpio futón en el que Holden se negaba a sentarse.
En cambio, Su Señoría había traído una silla con respaldo que apenas entró en
la puerta. Se sentó y fumó sus cigarrillos de clavo de olor como si fuera un viejo
bastardo rico tomando un coñac frente a la chimenea de la biblioteca de su mansión.
El tipo tiraba dinero como si el mundo estuviera llegando a su fin. Eso debería
haberme cabreado, pero, sobre todo, estaba preocupado por él. Seguro que bebía
como si no hubiera un mañana.
Me uní a Ronan y Holden, e hicimos nuestra caminata desde nuestro lugar
escondido a lo largo de la playa hasta la calle Cliff Drive y nos dirigimos hacia el este
hasta las luces brillantes del paseo marítimo. Holden lo llamó nuestro “acecho
nocturno”. Reuníamos miradas curiosas y algunos murmullos de los estudiantes de
Central High que continuaban en la escuela.
Me importaba una mierda lo que pensaran de nosotros, pero si lo hiciera,
habría culpado a Holden. Se vestía con abrigos y bufandas caras, a pesar de que el
verano apenas acababa. Violet me dijo que Holden le recordaba a un vampiro. Estuve
de acuerdo. Un vampiro del viejo mundo cuya piel era pálida y fría hasta que tomara
una copa. De alcohol, no de sangre, parecía ser lo único que lo calentaba.
Mientras caminábamos, bebió un sorbo de una petaca metida en el bolsillo de
su abrigo de lana gris en espiga que casi llegaba al suelo, el cuello de una camisa de
seda negra sobresalía y un pañuelo de cachemira verde y dorado.
—¿Algo en tu mente? —preguntó mientras caminábamos por el camino lleno
de gente, los aromas de algodón de azúcar, pastel y maíz asado en el aire—.
¿Preocupado por la grandeza desde tu actuación en la fiesta?
—Difícilmente.
Preocupado por cómo lució el rostro de Violet esa noche, tal vez. Preocupado
por cómo las lágrimas corrieron por sus mejillas mientras me aplaudía y luego salió
corriendo. Porque había sido frío con ella entonces y continué ignorándola desde
entonces.
Tengo que arreglar esto. Extraño a mi amiga.
Saqué mi teléfono.
Siento haber sido un idiota últimamente. ¿Estaba pensando en ir esta noche?
Ha pasado un tiempo.
La respuesta llegó rápidamente. ¡SÍ! Te echo de menos.
Dios, esas palabras. Me las comí. Las tragué y traté de dejar que me
alimentaran. Todavía estaba hambriento de ella. Mi estúpido corazón de mierda
todavía latía por ella. No la dejaría en paz.
Pero tengo que hacerlo.
Yo también. Envié de vuelta y metí el teléfono en mi bolsillo con un suspiro.
Holden me dio un codazo en el brazo.
—¿De qué va todo eso?
—Le pregunté a Vi si podíamos pasar el rato esta noche.
—¿Y eso es motivo de tu mirada dramática porque…?
—Porque está enamorado de ella, pero no se lo quiere decir —dijo Ronan.
—No estoy enamorado de ella.
—Mi culo.
Ronan se detuvo en el juego Lanza Bolas, su favorito; le gustaba romper cosas.
No había estado en la escuela ni en la Cabaña durante unos días y finalmente
había regresado de un humor más oscuro de lo habitual con un moretón en un ojo y
otro asomando por su camiseta. Me pregunté cuántos más se escondían debajo de su
ropa y quién se los dio. Pero cuando le preguntamos esa tarde, nos gritó que no era
asunto nuestro.
También me preocupaba por él.
Ronan lanzó la pelota con tremenda fuerza, y las botellas de plástico cayeron
en un montón.
El carnavalero que manejaba el juego se estremeció.
—Jesús, tómatelo con calma.
Holden sonrió.
—Se supone que este juego está manipulado, ¿no?
—No cuando Ronan lo juega.
—Puedes llevarte un pequeño premio ahora o probar suerte nuevamente para
mejorar —dijo el carnavalero—. Si pierdes, no obtienes nada.
Ronan le tendió la mano.
—Bola.
El carnavalero suspiró y se la entregó.
—¿Bien? —me preguntó Holden—. ¿Entonces? ¿Estás enamorado de ella o no?
—Sí —dijo Ronan, apuntando—. Solo está tratando de convencerse a sí mismo
de no estarlo.
Dejó volar la pelota y demolió otra pila de botellas. Una más y se llevaría a casa
uno de los gigantescos osos de peluche pegados al techo de la cabina.
—Estoy tratando de convencerme de no estarlo porque ella quiere seguir
siendo solo amigos.
Holden se llevó la petaca a los labios.
—El amor no correspondido es el primer círculo del infierno.
—Ni que lo digas.
Ronan lanzó la última bola. Voló tan rápido y golpeó tan fuerte que las botellas
salieron volando y abrieron un agujero en la lona de lino barata que había detrás.
—Oye, viejo. —El carnavalero miró a Ronan con una mirada sombría. Habló por
el micrófono pegado a su mejilla en un tono desganado—. Tenemos ganador,
tenemos ganador. ¿Ven gente? Se puede hacer. —Sacó un oso de peluche enorme,
barato, amarillo y blanco—. Ahora, largo.
—Eso es algo que no ves todos los días —me murmuró Holden, y tuve que
reírme de nuestro enorme amigo tatuado con un vaquero roto y una camiseta de la
banda Tool, llevando ese oso de peluche por el paseo marítimo.
Una niña estaba de pie con sus padres, comiendo helado. Ronan le entregó el
osito de peluche sin decir una palabra —era casi tan grande como ella— y siguió
caminando. No vio cómo su rostro se iluminó de alegría y sorpresa, mientras sus
padres sonreían a regañadientes, sin duda preguntándose dónde diablos se suponía
que iban a dejar la cosa cuando llegaran a casa.
Holden suspiró.
—Él mismo es un oso de peluche, ¿no?
—Cállate —dijo Ronan por encima del hombro. Supuse que no había terminado
de romper cosas, ya que se detuvo en el juego de dardos con globos.
Mis mejores amigos son un vampiro y un criminal, pensé mientras sacábamos
unos dólares para jugar. ¿En qué me convierte eso?
El texto de Violet nadó en mi mente, calentando mi piel como un trago de la
petaca de Holden. Te echo de menos.
Oh, es cierto. Soy el patético perdedor.
—Volvamos al tema en cuestión —dijo Holden—. En la fiesta de Chance,
estabas absorto con esa chica rubia. La forma en que le cantabas…
—No le estaba cantando a Amber, le estaba cantando a Violet. Pero no importa.
No está interesada, y de todos modos llego demasiado tarde.
—¿Por qué?
—Besó a River en el armario.
Su primer beso. Se lo dio a otra persona…
Holden pareció pensativo.
—¿Estás seguro de eso?
—¿No es ese el objetivo del juego?
Se encorvó en su abrigo y no respondió.
—¿Entonces te estás rindiendo? —preguntó Ronan.
—Ya no puedo ser ese idiota patético. Ha estado enamorada de River desde
antes de que yo llegara, y ahora lo tiene. Necesito madurar y estar feliz de que ella
sea feliz. Eso es todo lo que quiero. Que ella sea feliz. —Lancé un dardo y fallé—. Eso
es lo que le voy a decir esta noche.
—Honorable hasta el extremo —dijo Holden—. Eres el mejor de nosotros,
Miller.
—Si eso es cierto, necesitas poner la barra más alto —murmuré—. Yo solo… la
extraño, ¿sabes? Extraño salir con ella. Hablar con ella. Fue mi mejor amiga antes que
ustedes y no quiero perderla.
—¿Y Amber?
Me encogí de hombros.
—Algo podría pasar allí, pero no lo sabré si no dejo a Violet. —Tragué un nudo
irregular de dolor y me obligué a decir las palabras en voz alta—. Ella no me ama. No
como yo la amo. Ya es tiempo de superarlo.
—Suena como un buen plan —dijo Holden—. Excepto por un pequeño detalle.
—¿Y eso es?
—Te ves jodidamente miserable —dijo Ronan.
Holden sonrió con los ojos muy abiertos y sorprendido.
—¡Qué astuto! Nuestro Ronan realmente es un gran blando bajo todo ese
músculo brutal y ceñudo.
Ronan le estiró el dedo medio.
—¿Qué tal esto? —Holden pasó su brazo alrededor de mi cuello—. Tú y el
doctor Phil, aquí, lancen dardos. Si Ronan hace estallar más globos que tú, le dices a
Violet la verdad. Si haces estallar más, puedes continuar revolcándote en tu
honorable miseria para siempre y te dejaremos en paz al respecto.
—Eso es tonto. Y Ronan va a ganar. Siempre lo hace.
Ronan le tendió la mano.
—Petaca.
—Ah, sí. Una pequeña desventaja. —Holden le entregó su petaca y Ronan tiró
la cabeza hacia arriba, tragando todo el contenido en cuestión de segundos.
—Eso es aproximadamente cien mililitros de Ducasse, es el epítome de vodkas
caros. —Holden palmeó a Ronan por la espalda—. ¿Cómo te sientes, campeón?
Los ojos de Ronan se llenaron de lágrimas y soltó aire por las mejillas
hinchadas.
—Mejor.
Holden sonrió satisfecho.
—Ya las probabilidades son parejas. En este momento, nuestro amigo no
podría encontrar su propio reflejo en un espejo.
En verdad, Ronan se veía superebrio, balanceándose levemente, mientras
Holden sacaba un fajo de billetes.
—Seis dardos, mi buen hombre.
El carnavalero los colocó fuera.
—Miller va primero y sin hacer trampas. El honor exige que intentes ganar.
—Esto es ridículo —murmuré.
Cogí mis tres dardos. Fallé el primer tiro, luego acerté los otros dos.
Ronan tomó sus dardos y apenas le echó un vistazo los objetivos del globo
frente a él. Entonces sus ojos se enfocaron de repente y disparó a los tres, uno tras
otro, como fuego rápido. Estallaron tres globos.
—Jodido infierno.
—Un trato es un trato —dijo Holden entre risas—. Toma tu premio… Llévale
este llavero barato de Bob Esponja a la señorita Violet como muestra de tu amor.
Les di a mis amigos una mirada de muerte. Holden sonriendo. Contento. Sus
ojos claros en lugar de llenos con pensamientos o adormecidos en alcohol. Ronan ya
no lucía tan borracho como se veía hace un segundo, pero también se estaba riendo.
Risas silenciosas sacudieron sus hombros.
Reprimí mi propia sonrisa y les arrojé el peluche a la cabeza.
—Idiotas.

Juego o no juego, no estaba dispuesto a confesarle una maldita cosa a Violet.


Había sido un idiota con ella, ignorándola y haciéndole sentir como una mierda. Era
como el tipo de esa película navideña que mamá veía todos los años: estaba
enamorado de Keira Knightly, quien estaba jodidamente casada. Violet besando a
River no era exactamente lo mismo, pero bien podría haberlo sido. Había estado
aguantando durante cuatro años, esperando ser el primer… todo de Violet.
Y alguien más llegó primero.
Tomé un Uber rumbo a las fincas ricas cerca del bosque de Pogonip, mis
pensamientos vagando hacia el pasado lleno de recuerdos. Casi nos besamos. Una
vez. Cuando teníamos quince. Violet quería practicar, pero preferiría masticar vidrio
antes que ser su muñeco de prueba. Un sustituto del chico al que en realidad quería
besar. Yo quería algo real.
Pero ella no me quiere.
Salí del Uber y fui a su patio trasero. El estuche de mi guitarra golpeó contra
mis hombros al trepar por el enrejado. Violet me había enviado otro mensaje de texto
pidiendo que la trajera.
Me estaba esperando, la emoción y la vacilación bailaban en sus ojos,
iluminándola. Haciendo su piel pálida luminosa. Su cuerpo delicioso era abrazado por
una camiseta ajustada y un pantalón de pijama. Sus pechos eran perfectamente
redondos y pesados; ansiaba llenar mis manos con ellos y convencer a sus pezones
para que se pusieran firmes con mi lengua…
Jesús, amigo. Eso no es lo que hacen los amigos.
—Hola —dije, cortando mis acalorados pensamientos antes de que me
metieran en problemas.
—Hola —dijo, de manera entrecortada y nerviosa—. Estoy tan contenta de que
hayas venido. Ha pasado un tiempo.
—Sí, lo siento, Vi. Siento haber sido tan frío últimamente. Y quería…
—Está bien —dijo, agitando las manos—. Sé que las cosas no te han ido muy
bien desde que llegó Chet.
—Sí, es un maldito percebe. No sé cómo deshacerme de él.
—Sí —dijo Violet—. Bueno, no directamente. Pero sé cómo puedes ganar un
montón de dinero para cuidar de tu madre y deshacerte de él para siempre. —Ella
levantó su teléfono celular—. YouTube.
Me apoyé en su escritorio.
—Sé a dónde vas con esto.
—He estado haciendo mi tarea. Shawn Mendes es literalmente una
superestrella por sus videos de Vine. Billie Eilish puso una canción en SoundCloud y
ahora mira dónde está. Después de la reacción a tu forma de tocar en la fiesta, es
obvio. Publicamos videos tuyos y el mundo va a pedir más.
Sonreí, reconfortado por su confianza en mí.
—Es así de fácil, ¿eh?
—¿Con tu talento? Sí.
—No es que vaya a suceder, pero no quiero ser famoso como Mendes.
—¿Qué quieres?
A ti.
—Esto… eh, no lo sé. Me gusta tocar frente a la gente. No me di cuenta de
cuánto hasta que lo hice en la fiesta. Sentí que toda la mierda con la que camino todo
el día tenía un escape. Uno seguro, donde no tengo que hablar sobre mi papá o mi
pasado o… —Lo que siento por ti—. O lo que sea… puedo sentirlo a través de la
canción. Y la audiencia escucha y tal vez entienden. Ellos me entienden. —Me encogí
de hombros—. Me hace sentir menos solo.
Los ojos azul oscuro de Violet tenían kilómetros de profundidad, tan hermosa
la forma en que me miraba, viendo y aceptando cada parte defectuosa y rota de mí.
El aire se espesó.
Aclaré mi garganta.
—Respuesta corta, quiero hacer música y ganar suficiente dinero para vivir sin
estar tan estresado todo el tiempo. Y para ayudar a mi mamá.
Violet sonrió suavemente.
—Lo entiendo. Pero con un talento como el tuyo, ser famoso o no puede estar
fuera de tus manos.
Sonreí.
—Creo que eso es exagerar.
—Yo no.
Dios, su fe en mí era total. Como si el estrellato fuera una cuestión de cuándo,
no de sí. Pero internet se inundó de aspirantes Shawns y Billies. Solo sería otra voz
gritando en un vacío abarrotado. Por otro lado, mi propio plan de enviar demos no
producidos y crudos como el infierno a las compañías discográficas tampoco era
exactamente una apuesta segura.
—Podemos intentarlo, pero…
—¡Grandioso! Estoy lista cuando tú lo estés.
Pero aún necesitaba decirle que estaba listo para dejar de ser un idiota y ser el
amigo que ella quería. Cuidarla como ella me cuidó a mí. Lo mejor era hacerlo rápido,
como quitarse una bandita.
—Entonces, ¿cómo van las cosas con River? —pregunté, abriendo mi maletín.
Se sentó en su cama, cautelosa.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque eres mi amiga. Y quiero que seas feliz.
Sus hombros se relajaron y su sonrisa era malditamente hermosa…
—Gracias. También quiero eso para ti. Te he extrañado. —Su sonrisa vaciló—.
¿Pero River? No estoy segura de lo que hay ahí. Si es que hay algo.
—¿No? —Mi corazón se puso firme y mis planes instantáneamente quisieron
arder en llamas—. ¿Por qué no?
Se encogió de hombros.
—Parece interesado, pero luego no. Me invitó a al Baile de Bienvenida y no me
ha enviado mensajes de texto desde entonces. Es simplemente extraño.
—Oh. —Saqué mi guitarra y la puse en mi regazo, fingiendo ajustar los trastes—
. Parecías muy feliz con él en la presentación de la escuela.
—Eso es solo porque tengo que trabajar extra con mi formidable encanto e
ingenio solo para hacer la conversación más simple —bromeó—. Demonios, tuvimos
un juego de besos, y él ni siquiera me besó.
Mi cabeza se alzó de golpe, mi corazón latiendo a mil.
—¿Ah, que no?
—Es como si estuviera nervioso a mi alrededor, lo cual tiene que ser imposible,
¿verdad?
—No. No es imposible en absoluto. —Mi voz se había vuelto ronca. Gruesa.
Violet lo notó.
—¿Y qué me dices de ti? —preguntó, quitando un trozo invisible de pelusa de
su pantalón de pijama—. ¿Amber y tú irán al baile?
¿Fue mi imaginación o parecía tener miedo de la respuesta? ¿Pero miedo de
que diga que sí? ¿O no?
—No le he preguntado todavía. De todos modos, no sé si voy a ir —agregué
rápidamente.
Violet se colocó un mechón de cabello negro azabache detrás de la oreja, sus
ojos en cualquier lugar menos en mí.
—Entonces… ¿empezamos?
Asentí mientras cada intención honorable se alejaba de mi ser. La canción
neutral que había estado pensando en tocar la siguió por la puerta también. “All I'll
Ever Want”, la canción que quise cantarle la víspera del primer día de clases, estaba
ahora al frente y al centro.
—¿Listo? —preguntó.
—¿Qué debo hacer?
—Preséntate y dinos el nombre de la canción con la que estás a punto de
destruirnos.
Me senté en el borde de la cama de Violet, y ella se sentó a mi lado, con las
piernas cruzadas y el teléfono levantado.
—Cinco, cuatro, tres…
—Esto, hola. Soy Miller Stratton —dije, repentinamente nervioso sin el coraje
líquido del tequila que había tomado en la fiesta. El ojo de la cámara del teléfono de
Violet me miró fijamente—. Eh, soy de Santa Cruz, California…
De repente, mi gorro tejido me picaba como el infierno. Me lo quité y me pasé
la mano por el cabello. Algunos mechones cayeron sobre mi frente. Los ojos de Violet
se abrieron y se quedó sin aliento. Probablemente porque estaba arruinando todo
esto. Me quité el cabello de los ojos, me aclaré la garganta y puse mi atención con
seguridad en mi guitarra.
—Voy a tocar una canción llamada “All I'll Ever Want”.
Mis dedos encontraron las cuerdas y rasguearon, creando sonidos que
ayudaron a poner orden en mis caóticos sentimientos. Las emociones y armonías eran
como corrientes gemelas que transportaban mi voz, y mi voz pronunció las palabras:
cien formas diferentes de decir lo mismo. Pidiéndole a Violet lo mismo: que se
enamorara de mí como yo la amaba.
En el último estribillo, mi voz se elevó y mi corazón se apretó, estrujándose con
fuerza y vaciándose, dándolo todo.

Se siente tan bien y se siente tan débil


Este amor me corta hasta sangrar
No me toques, cariño, no mires mis cicatrices
Hasta que quieras saber cuáles son por ti
Todo lo que siempre querré
Todo lo que siempre querré
Es que te enamores de mí esta noche

La última nota tembló y luego se disipó. Violet sostuvo el teléfono un momento


más, luego apretó el botón de stop y dejó caer las manos en su regazo. Su boca estaba
abierta, sus labios carnosos y exuberantes separados. Su piel de porcelana estaba
sonrojada y sus ojos se iluminaron. Me vi reflejado en sus ojos. Alguien que, después
de todo, podría salir adelante de esta vida de mierda con el talento que Dios o el
universo consideraron oportuno darme.
—Miller, Dios mío… —Suspiró—. Eso fue…
Para ti. Eso fue para ti. Eres la chica de cada canción.
—Eso fue… irreal —dijo.
—¿Sí?
Violet se tapó el corazón con la mano.
—Sí. Sí. Dios mío, Miller…
Se estiró a través de la corta distancia entre nosotros con ambos brazos y me
abrazó. Deslicé mi guitarra y la abracé con fuerza, cerrando los ojos y hundiéndome
en el círculo de su abrazo. Suave, cálido… olía a su piel, su cabello, su dulce aliento
en mi cuello.
—Vas a llegar hasta el final —dijo, sus labios contra mi hombro—. Puedo
sentirlo.
Y en ese momento, reforzado y envuelto por su fe en mí, yo también lo sentí.
Mi cabeza se movió un poco, guiada por mi boca que quería la suya. Su suave
mejilla rozó la mía sin afeitar. Otro pequeño movimiento, vacilante, pero con todo mi
corazón al descubierto detrás de él, y mis labios rozaron la comisura de su boca. Ella
se echó hacia atrás, pero solo lo suficiente para encontrarse con mi mirada que estaba
llena de deseo al desnudo. Sus labios se separaron con un pequeño jadeo
entrecortado, quitando cualquier restricción que me quedaba.
Con un pequeño y áspero sonido de pura necesidad, la besé.
Besé a mi mejor amiga. Nos alteré para siempre. No había vuelta atrás y
tampoco lo quería. No quería nada más que esto.
Mis labios reclamaron los suyos, suavemente al principio, y luego con
creciente necesidad cuando no se apartó. Me asombró que no se apartara. Me
devolvió el beso. Su lengua, suave y cálida, buscó tímidamente entrar en mi boca.
Curiosa y vacilante. Le dejé entrar, tomando este beso y devolviéndolo en oleadas de
caliente y húmeda perfección.
Maldita sea, sabía a manzanas y azúcar, era cálida, como casa. Ella era donde
yo quería estar, siempre.
Le sostuve la cara con ambas manos, tomando y chupando y bebiendo de ella.
Las respiraciones salían en breves sonidos rasposos por mi nariz; la necesitaba más
de lo que necesitaba el aire. Con cada momento que pasaba, me sorprendía más, y
me asusté, de lo fuerte que era esa necesidad. Cómo besarla era todo y, sin embargo,
nada para lo que estuviese preparado.
No podía separarme o salvarme de la profundidad de mi amor por ella. Pensé
que ya lo había explorado en mis canciones. Navegado en cada pendiente y giro. Sin
embargo, tocarla así… complacerla… me mostró que no sabía nada. Que había estado
deambulando por una vasta caverna durante años con solo una pequeña linterna.
Ahora las paredes se estaban cayendo y la luz del sol entraba a raudales.
Demasiado. Demasiado bueno. No puede ser real. No puede durar. Nada tan
bueno dura para siempre.
Y luego se detuvo.
La fría nada reemplazó el calor y la humedad de su boca cuando Violet dio un
pequeño grito y se echó hacia atrás, apartando mis manos. Sus grandes ojos buscaron
los míos. Sus labios carnosos estaban hinchados y todavía húmedos por mi beso. Su
delicada piel irritada por mi barba. Sus pezones, ahora duros y tensos contra su
camisa, me torturaron por no tocarlos.
—¿Qué estamos haciendo? —susurró.
Busqué a tientas algo que decir. La poesía que vivía en mi corazón para ella
solo salía en papel. En mi boca, se enredó y tropezó con mis dudas. Mis miedos. La
voz en mi cabeza que decía que yo era un pobre don nadie y que ella era una chica
rica que se merecía algo mejor. El susurro siniestro, con la voz de Chet, que me dijo
que ella se despertaría algún día y también se daría cuenta.
Las yemas de sus dedos volaron hacia el enrojecimiento de sus labios.
—¿Por qué me besaste?
—No lo… Simplemente sucedió…
—Te dije que River no me besó y todo tu rostro cambió —dijo, deslizándose de
la cama y retrocediendo, con los dedos aún en los labios—. Dijiste que estabas feliz
por mí.
—Eso no es lo que dije —le dije, mi voz se endureció—. Dije que quería que
fueses feliz. Eso es todo lo que me importa. Eso es todo lo que siempre me ha
importado.
Sacudió la cabeza, mirando hacia la nada, mil pensamientos en sus ojos. La
mano en su boca se deslizó para tocar la piel pálida de su cuello que estaba sonrojada.
—Me has estado ignorando durante semanas y ahora me besas…
—Y me devolviste el beso —le dije, apretando la mandíbula.
Y lo fue todo. Fue tanto. Demasiado…
Los sonidos familiares de sus padres gritándose mutuamente con voces
amortiguadas pero fuertes retumbaron desde abajo. De repente y
desconcertantemente. Como una hoja ardiendo en un rayo de luz, Violet se acurrucó
sobre sí misma, abrazó sus codos y miró al suelo.
Dijo en voz baja:
—River y yo… iremos al Baile de Bienvenida.
—¿Y qué? No te gusta. Esa es una historia que te cuentas a ti misma en lugar
de…
Amarme.
Violet levantó sus ojos hacia mí, pesados y brillantes.
—¿Los escuchas? ¿Eso es lo que pasa? ¿Todo se ennegrece y se pudre?
La furia se apoderó de mí. Por ella, pero más por mí mismo, porque una parte
de mí estaba tan jodidamente asustado como ella. Nada bueno dura. Ni tu salud, ni el
techo sobre tu cabeza…
Ni los padres que deberían quedarse, pero no lo hacen.
El pensamiento me detuvo en seco, como un puñetazo en el pecho. Nunca me
permitía pensar en él. Nunca. Fingí que estaba bien. Me dije a mí mismo que su
partida no me había cortado hasta la médula, pero ahora podía ver que mis cicatrices
eran las mismas que las de Violet. Sus padres no habían hecho nada para guiarla,
tampoco. A los dos nos habían dejado en el frío las personas que deberían habernos
protegido más.
Inhalé por la nariz, un millón de palabras ardientes quemando en mi lengua, y
salí de la habitación de Violet. Sus pasos me siguieron.
—Miller, espera. ¿Qué vas a…?
Los encontré en la cocina. El señor y la señora McNamara gritando el uno sobre
el otro, un plato hecho añicos en el piso frente a ellos.
—¿Qué carajos están haciendo?
Se detuvieron y guardaron silencio, sorprendidos y mirando. Sentí a Violet
deslizarse detrás de mí, su mano en mi brazo, pequeña y temblorosa.
—Miller, no… —susurró.
—Sí —grité, mi mirada iracunda pasó entre sus padres—. ¿Saben lo que le
están haciendo? ¿Les importa? ¿Simplemente gritan y rompen mierda y luego fingen
que todo es normal? ¿Como si ella no pudiera escucharlos? Porque sí puede y la están
destrozando.
Los suaves sonidos de Violet llorando detrás de mí. Miradas incrédulas frente
a mí.
El señor McNamara fue el primero en liberarse de su conmoción.
—Ahora, espera, muchacho. No puedes simplemente…
—¡Cállense! —espeté—. Cállense, por una vez en sus vidas. Cállense cuando
crean que necesitan gritarse el uno al otro. Cierren la boca y piensen en lo que
podrían estar haciéndole a su hija.
Debo haber estado perdiéndome, ya que todo mi propio dolor burbujeó a la
superficie. El dolor que había intentado con todas mis fuerzas mantener enterrado
puso una bruma roja sobre mis ojos. Apenas entendí las palabras que salieron de mi
boca. O con quién estaba hablando siquiera.
—No pueden hacerle eso a su hija —me enfurecí—. Joder, no pueden. No
pueden simplemente irse. No pueden ir y dejar atrás gigantes jodidos agujeros
negros que absorben la luz de todo en la vida de alguien.
—¿Miller?
La mano de Violet en mi brazo me dio un apretón, conectándome a la realidad.
Parpadeé para alejar la neblina roja, mi respiración se aceleró.
Jesús, ¿qué fue eso?
—¿Cómo te atreves a venir aquí y hablarnos así? —dijo la señora McNamara en
un tono hirviente.
—Ya es hora de que alguien lo haga. Violet no lo hará. No dice nada porque
hace lo de siempre. Intenta hacer las cosas bien. Pone una sonrisa y sigue adelante.
Trabajando duro para mantenerse por delante de cualquier mierda que estén
haciendo ustedes. —Mi garganta comenzó a cerrarse y luché por mantener el
control—. Por ustedes, ella no cree en el amor. Felicidades. Trabajo bien hecho.
El señor McNamara levantó la cabeza.
—Ya es suficiente, ahora, Miller…
—Sí, lo es —dije, de repente cansado. La adrenalina había seguido su curso y
ahora la alarma de mi reloj comenzó a sonar. El arrebato y la confusión me habían
agotado. Me volví y miré a Violet, con lágrimas en los ojos. Mi propia visión se volvió
borrosa—. Ya es suficiente y es demasiado tarde.
Salí de la cocina. La señora McNamara comenzó a gritar, pero su esposo le siseó
que se callara. Los suaves pasos de Violet me siguieron escaleras arriba.
En su habitación, empaqué mi guitarra en su estuche y comencé a salir por la
puerta.
—Miller, espera —dijo entre lágrimas—. ¿A dónde vas?
—Me voy. Por la puerta principal.
—No puedes simplemente irte. No ahora.
Me detuve en la puerta de su dormitorio.
—Lamento haberte besado, Violet. No volverá a suceder —dije y luego me fui.
Sin una palabra más ni un pensamiento más por la angustia en ese rostro que tanto
amaba, preguntándome si habría sido lo mismo para mi papá.
Como arrancar una bandita.
D
ía del Baile de Bienvenida, último año: un día de épicos fracasos y
malas decisiones.
Contra todo juicio, fui al partido de fútbol americano con Shiloh
y vi a los Capitales de la Secundaria Central derrotar a los Santos de la
Secundaria Soquel 42-16. Un juego de mentira contra una división inferior diseñada
para que nuestros muchachos se vean bien. Y River, por supuesto, jugó como un
héroe y lanzó cuatro pases de touchdowns.
El desfile vino después. River, todavía con su uniforme de juego, se sentó junto
a Violet sobre el asiento trasero de un convertible. Estaba deslumbrante en terciopelo
negro, una tiara brillante en la cabeza y una banda sobre su vestido. Ella y River
sonrieron y saludaron a la multitud. Se sonrieron el uno al otro. Ella se veía feliz.
Radiante, incluso.
Sentí los ojos de Shiloh sobre mí.
—¿Por qué te haces esto a ti mismo?
—¿Disculpa?
—Eso de verla estar con otra persona.
Debería haberme sorprendido que Shiloh pudiera leerme así, pero siempre
había tenido un instinto sobre las personas y una política de cero tonterías. Admiraba
eso de ella, probablemente porque me revolcaba en mi propia mierda con
regularidad. Salí de la habitación de Violet la otra noche fingiendo que había logrado
dejarla ir. Qué jodida tontería. Todo lo que se necesitó fue un recuerdo sensorial de
sus labios en los míos, nuestras lenguas explorando y nuestras manos tocándose de
maneras que desafiaban la amistad, y fui absorbido desesperadamente de nuevo en
un miserable deseo por ella.
—Necesito prueba de que ella está bien con él. Que él cuidará de ella, o le
enviaré a Ronan.
Shiloh se encogió de hombros.
—River no es problemático. Al menos está eso.
Que River se joda, pensé con estúpido y posesivo orgullo, sabiendo que había
sido el primer beso de Violet.
Y era mía. Porque no podía haber nadie más.
—Hablando de River, ¿Vi mencionó que ella y yo nos besamos?
La cabeza de Shiloh giró hacia mí, sus trenzas cayeron en cascada por su blusa
ondulada. Trató de contener su sorpresa, pero ya era demasiado tarde.
El dolor me golpeó en el pecho. Miré hacia adelante.
—Lo tomaré como un no.
—No la he visto mucho últimamente. Pero no, no dijo una palabra. —Me dio un
codazo en el brazo—. Lo siento. Siempre supe que algo estaba pasando allí.
—No te arrepientas. Simplemente confirma todo lo que me ha estado diciendo
durante años.
Que nuestro beso no había merecido una mención a su mejor amiga. Que ya
no estaba en sus labios como ella en los míos. No había conmocionado y trastornado
por completo su vida como lo había hecho con la mía, arrojando la profundidad de mi
amor por ella, junto con mis miedos, en mi cara. Me desvanecí fácilmente de sus
sentidos; sin embargo, yo aún podía saborearla.
—¿Es por eso que invitaste a Amber al baile? —preguntó Shiloh—. ¿Para
olvidarla de verdad?
Para protegerme…
—Tengo que intentarlo. Quizás podría pasar algo con Amber. Tal vez si le doy
una oportunidad, podría seguir adelante y ser el amigo que Violet quiere que sea.
—Ajá. Amber es amiga mía. —Shiloh me atravesó con su fuerte mirada con de
ojos oscuros—. Un ser humano real de carne y hueso. No es una muñeca inflable para
que desahogues tus frustraciones.
—Jesús, lo sé.
Me liberó de su mirada.
—Sí. También eres un buen chico.
—Intenta decirle eso a Vi.
—Ella ya lo sabe. Por eso está luchando tanto. En su mente, las cosas se están
desmoronando o están paralizadas. Nunca se convierten en algo hermoso. —Me dio
una sonrisa triste—. Está tratando de mantenerlos inmóviles a los dos, para que no se
desmoronen.

—¿A dónde crees que vas? —gritó Chet desde la sala de estar. Ebrio. De nuevo.
Por lo general, se bebía unas cuantas cervezas, pero últimamente, había comenzado
sus festividades nocturnas con un whisky de mala muerte.
Me puse rígido mientras mamá me ajustaba la corbata en la sala de estar.
—Te lo dije. Miller tiene un gran baile en la escuela. —Me miró a los ojos
brevemente, sonriendo con cansancio. Mamá era bonita antes de que papá se fuera.
Ahora, parecía que le estaban succionando la vida—. Te ves muy guapo.
—Gracias. Es solo un estúpido baile. No sé por qué me molesto en ir.
—¿Irán tus amigos? ¿Los dos chicos?
—No. No esta noche.
Esos bastardos. Ronan no iría ni muerto y Lord Parish dijo que tenía “otros
planes”.
Regresé a mi habitación para agarrar mi billetera y mi teléfono y mirarme por
última vez en el espejo. Me había puesto mis mejores vaqueros negros descoloridos,
una camisa de botón blanca, corbata y un viejo blazer gris que mamá había
encontrado en Goodwill.
Nada mal. Estaba seguro de que River estaría vestido con un impecable
esmoquin alquilado y Violet luciría impresionante en su brazo…
Aparté los pensamientos y salí.
—¿Dónde está tu cita? —preguntó Chet con un eructo. Se rio entre dientes—.
¿Ella viene a recogerte?
Le encantaba señalar que no tenía un auto. Mamá todavía conducía la
camioneta en la que habíamos vivido, pero sería un día frío en el infierno antes de
que yo condujera eso al colegio. Apenas tuve dinero para los boletos del baile, y
cuando nos cortaron el suministro de electricidad hace una semana, tuve que trabajar
turnos extra para ganar el dinero para volver a activar el servicio, mucho menos
podría llevar a Amber a cenar.
—Me reuniré con ella allí. —Besé a mamá en la mejilla—. Adiós.
—Diviértete. No te quedes fuera demasiado tarde.
Chet resopló.
—¿Tarde? La mayoría de noches ni vuelve a casa. No hasta la madrugada. —
Me paré en la puerta—. No sabías que yo sabía eso, ¿eh? Sí, regresa antes del
amanecer, apestando a cerveza y humo. ¿Qué hay sobre eso?
Agarré el pomo de la puerta con fuerza.
—¿Qué tal si te ocupas de tus propios jodidos asuntos?
Se sentó y me señaló con un dedo.
—Cuidado con tu boca, hijo. Será mejor que tengas cuidado.
¿O qué? ¿De verdad te levantarás del sofá?
No lo dije, solo porque no quería dejar a mamá con él furioso. La miré,
rogándole en silencio que se deshiciera de este imbécil antes de que las cosas
empeorasen. Ella solo me dio una última y cansada sonrisa, luego se volvió y
silenciosamente regresó a su habitación.
Me fui, dejando que la puerta mosquitera azotara detrás de mí y puse: Deshazte
del Jodido Chet Hyland, en mi lista mental de tareas pendientes. Justo después de
convertirme en una superestrella musical mundial. Ja, que tal broma. Como sospeché,
el video que Violet había subido de mí en YouTube tenía solo unas pocas vistas y
ninguna de ellas provenía de ejecutivos discográficos salivantes.
Mi amargura me inundó. Cuando llegué a la escuela, mi estado de ánimo
estaba completamente podrido. La temática del Baile de Bienvenida era Hollywood.
Se habían instalado luces de pie en el camino que conducía al gimnasio, con una
alfombra roja. Profesores y fotógrafos, en su mayoría padres voluntarios, se alineaban
en la caminata, llamando a los asistentes como si fueran paparazzi.
Amber me esperaba cerca de la alfombra roja. Se veía bonita con un vestido
rosa de aspecto bohemio, holgado y suelto alrededor de sus tobillos. Su largo cabello
rubio fluía sobre sus hombros y me sonrió alegremente.
—Hola.
—Hola —dije, esbozando una sonrisa a cambio.
Asintió hacia el pequeño grupo de margaritas en mi mano que había recogido
en el camino.
—¿Son para mí?
—Oh, sí —dije, mi cara se calentó de vergüenza—. No te conseguí un ramillete,
pero vi estas. Pensé que te podrían gustar.
—Son perfectas. —Se entrelazó algunas en el cabello y se colocó la más grande
detrás de la oreja. Ella tenía razón, le quedaban perfectamente.
—Te ves… muy bien —le dije.
—Tú también. ¿Empezamos?
Eso era algo que a Violet le gustaba decir. Forcé una leve sonrisa en mi rostro
y puse la mano de Amber en el hueco de mi codo.
Soporté la caminata por la alfombra roja de los “paparazzi” y entré a un
gimnasio oscuro iluminado con focos gigantes que brillaban en el techo. Un letrero
de Hollywood de papel maché había sido erigido en un lado, y por todas partes había
grandes serpentinas plateadas y globos blancos y negros. Un DJ reproducía las
canciones pop y de rock alternativo más recientes para una multitud de estudiantes
bailando. Dos minutos dentro y ya quería irme.
—¿Quieres algo de beber? —grité en el oído de Amber.
—Claro. Veo a unos amigos. ¿Me das el encuentro ahí?
Los apuntó. Asentí y me fui para conseguir algo de ponche, revisando la
multitud en busca de Violet sin pensarlo conscientemente. La advertencia de Shiloh
sonó en mis oídos sobre la música atronadora del gimnasio. Ella tenía razón. Tenía
que ser justo con Amber y no darle ilusiones.
En la mesa de ponche, la señora Sanders, mi profesora de inglés, protegía el
cuenco de líquido rojo como un halcón. Sonrió cuando me vio.
—¡Miller! Qué bueno verte aquí.
—Gracias. Dos, por favor.
—Tu ensayo final sobre El Gran Gatsby fue bastante brillante —dijo,
sirviéndome dos vasos con un cucharón—. Los devolveré el lunes, pero alerta de
spoiler: recibiste una A.
—Genial. —Cogí las tazas—. Y gracias por estos.
—Miller, espera. —Se inclinó sobre la mesa con ambas manos—. Tu ensayo fue
hermoso, poético, incluso. Pero había… elementos que, francamente, me
preocuparon. —Sonrió gentilmente—. ¿Está todo bien en casa? Quiero decir… ahora
no es el momento ni el lugar…
—No, no lo es —dije y luego suavicé mi tono—. Estoy bien. Gracias por
preguntar.
Traducción: las cosas son una mierda, no hay nada que usted pueda hacer al
respecto, pero es bueno que se preocupes.
La señora Sanders me leyó alto y claro.
—De acuerdo. Pero mi puerta siempre está abierta si necesitas hablar.
—Gracias.
—Y, cierto, se corre la voz de que eres todo un músico. Guitarra, ¿verdad?
—¿Dónde escuchó eso?
—Algunos muchachos estaban pasando un video de ti tocando en una fiesta. El
señor Hodges ha iniciado un club instrumental. Martes y jueves. —La señora Sanders
sonrió alentadoramente—. Podría ser algo que te guste.
Apreté los labios.
—Tengo que trabajar todos los martes y jueves. Tengo que trabajar todos los
días después de la escuela y todo el sábado.
Los hombros de la señora Sanders se hundieron.
—Desearía que ese no fuera el caso. Qué falla la de nuestro sistema que
permite que los muchachos talentosos como tú caigan en el olvido con tanta facilidad.
—Estaré bien. Los muchachos como yo tenemos que hacer las cosas por
nuestra cuenta. —Acomodé los vasos—. Gracias por el ponche, señora S.
Sonrió con tristeza.
—Cuídate, Miller.
Apenas me hube alejado de la mesa, tres chicas que reconocí vagamente como
las nuevas amigas de Violet se me acercaron.
—Miller, ¿verdad? —dijo una—. Soy Julia. Estas son Caitlin y Evelyn.
Di un paso atrás, consciente de que sostenía dos vasos de ponche rojo mientras
vestía una camisa blanca.
—¿Puedo ayudarte?
—¡Relájate! Solo queríamos decirte que tu show en la fiesta de Chance fue
increíble —dijo Caitlin.
—Increíblemente bueno —dijo Julia—. Eres muy talentoso.
—Sí, gracias.
—¿Estás aquí con alguien? —preguntó Evelyn, mirando mis vasos con ojos
astutos y calculadores bajo sus pestañas postizas. Era la más bonita de las tres.
—Amber Blake. Debería volver.
Julia hizo un puchero.
—Lo sabía. Demasiado tarde.
—¿Demasiado tarde para qué? —Pero mis palabras fueron ahogadas por el DJ
que cambió de ritmo y el gimnasio explotó con el sonido.
—Debieron haberte contratado para tocar aquí —gritó Evelyn en mi oído,
acercándose—. Habrías sido una bomba. Violet siempre nos dice lo talentoso que
eres.
Mi pecho se apretó ante su mención.
—Gracias. Debería irme.
—Espera. ¿Te importaría alegrar tu ponche? —Sacó dos minibotellas de vodka.
Estuve a punto de decir que no, pero luego Julia dijo:
—¡Oh, ya veo a Violet! Dios, se ve tan jodidamente bonita.
Apreté los dientes y me obligué a no seguir la línea de visión de Julia. La
tradición en Central era que el Rey y la Reina tomaran su baile frente a todos los
demás, solo ellos dos. Toda la escuela formaría un círculo alrededor de River y Violet
para verlos bailar como una pareja casada en su boda.
No puedo. Joder, no puedo.
Evelyn me dio una mirada de complicidad.
—Claro, adelante —le dije.
Sirvió una botella en cada vaso, se inclinó y me dio un largo beso en la mejilla.
—Que tengas una buena noche, Miller.
Las chicas se fundieron en la multitud de cuerpos retorciéndose,
probablemente para unirse a Violet y River. Bebí un vaso de ponche, la dulzura
empalagosa golpeó mi lengua primero, seguida por el ardor de vodka en la parte
posterior de mi garganta. Me calentó de adentro hacia afuera, y sin pensar en la
ingesta de azúcar ni en mis números, me tomé el segundo.
La noche se suavizó y cambió. Se volvió líquida y turbia en mi visión. De alguna
manera, volví hasta Amber.
—¿Sin bebidas? —Ella se rio y tomó mi mano—. Vamos. Vamos a bailar.
El DJ tocó “Dance Monkey” y Amber se sacudió al ritmo, con mis manos en las
suyas.
—No bailo —grité sin ganas.
—Eres tan lindo.
Se dio la vuelta en mis brazos, pero me solté de su agarre. Ya estaba teniendo
problemas para mantenerme en pie. La habitación dio vueltas y pude sentir que mis
números caían.
—Tengo que parar. Necesito aire.
Amber se acercó.
—Buena idea. Vamos a estar a solas.
Me tomó de la mano y me llevó fuera del gimnasio al aire fresco de la noche.
Al doblar una esquina y en un pasillo desierto, me derrumbé contra la pared. Amber
presionó su cuerpo contra mí y me besó con fuerza, sus manos vagando.
—He querido hacer esto durante semanas —dijo Amber entre besos, su voz
sonaba como si viniera de kilómetros de distancia—. ¿La forma en que cantaste en la
fiesta? Era como si me estuvieras cantando directamente. Directo a mi alma.
Dios, soy un idiota.
Debería haberla apartado y decirle que nada podría pasar entre nosotros. Pero
su boca era insistente y caliente. Su beso no se parecía en nada al de Violet, pero ese
era el punto, ¿no? ¿Olvidarla y seguir adelante?
Convertirme en una superestrella musical reconocida mundialmente se sintió
más realista que lo anterior.
Luché por mantener la cabeza con claridad, pero nadaba en vodka. Estaba
sumergido bajo las sensaciones de mi cuerpo, las manos y la lengua de Amber,
viendo las imágenes pasar: Violet sonriéndole a River, los gruñidos de Chet, la mirada
de lástima de la señora Sanders… luces apagándose en mi vida, una por una.
Amber cayó de rodillas, sus manos sobre la bragueta de mi vaquero.
—Amber, espera. —Después de lo que vendría después, no habría vuelta
atrás.
Alzó la mirada.
—¿Qué ocurre?
Desde dentro del gimnasio, llegó el sonido amortiguado del maestro de
ceremonia llamando al Rey y la Reina a la pista para su baile, seguido de vítores
estridentes.
Violet en los brazos de River, mirándolo con adoración…
—Nada.
Mi cabeza cayó hacia atrás contra la pared cuando Amber me liberó de mi
vaquero. Gemí suavemente, cerré los ojos y dejé que el mundo girara debajo de mí.
Q
uerido diario,
Ha pasado mucho tiempo desde que escribí aquí. Incluso años. La
última entrada fue la noche en que le dije a Miller que deberíamos
besarnos. Para practicar. Para que cuando llegara alguien de verdad, no
estuviéramos tan desprevenidos.
Pero tuve mi primer beso de verdad y nada podría haberme preparado.
Miller cantó para mí para que pudiera ponerlo en YouTube y convertirlo en una
estrella. Y, Dios, incluso antes de que cantara una nota, mi cuerpo ya estaba tarareando.
Se quitó el gorro y se revolvió el cabello… Nunca había visto nada más sexy en mi vida.
Tan sexy porque ni tuvo idea del efecto que estaba creando en mí. Difícilmente podía
soportarlo yo misma.
Luego comenzó a cantar y apenas pude sostener el teléfono quieto. Su voz,
áspera, baja y tan masculina, me atravesó. Mi corazón y mi alma, y Dios incluso entre
mis piernas. Lo sentí —a él— en todas partes. Como la mejor fiebre.
Y entonces me besó.
Me tomó completamente desprevenida. No solo porque fue el primero, sino que
me sorprendió lo mucho que me dejó sin aliento. Cómo olía, sonaba y sabía tan bien.
Qué perfecto se sentía. Cuán correcto. Fue todo lo que se suponía que debía ser un
primer beso; me enloqueció y me hizo querer más.
Me hizo quererlo. Mi cuerpo ahora se siente despierto. Vivo.
Miller me dijo que estaba de acuerdo con que fuéramos amigos, pero eso era
mentira. Ningún chico besa a una chica así a menos que la quiera más de lo que ella
podría haber imaginado. Sentí todo en Miller con su beso. Cómo se sentía por mí; cómo
probablemente se había estado sintiendo por mí durante Dios sabe cuánto tiempo. Tal
vez me ha amado tanto tiempo como yo lo he amado… lo que se siente como toda una
vida.
Y eso me asusta.
He pasado años haciendo exactamente lo que me acusó de hacer, manteniéndolo
a distancia por el simple hecho de que lo amaba demasiado. Lo amo tanto que mi
corazón se siente como si fuera a estallar. Lo amo tanto que prefiero mantenerlo en mi
vida como amigo que arruinarnos. Sé que suena loco, pero las cosas buenas y preciosas
como Miller Stratton solo aparecen una vez en la vida. ¿Tenerlo y perderlo…?
Ni siquiera puedo escribirlo. Casi sucedió hace cuatro años, y esa noche me
marcó de por vida.
Pero me besó y ahora todo es diferente. Me siento diferente. Y enojada. No debió
haberme besado. Pero lo hizo y, ahora, no puedo volver atrás.
Y lo peor es que no quiero.

Cerré mi diario con esas palabras, mi confesión, y exhalé un suspiro


tembloroso. Si no me apuraba, llegaría tarde a la escuela donde River Whitmore me
estaría esperando. Después del desfile, nos separamos para que yo pudiera
cambiarme para el Baile de Bienvenida mientras él tenía una cena de victoria con su
equipo. Sugirió que nos encontráramos en el baile en caso de que su cena se
retrasara. No es exactamente romántico, pero está bien.
Y me di cuenta de que no me molestaba de todos modos. Mi enamoramiento
por River había comenzado mucho antes de conocer a Miller, pero ahora sentía que
me estaba aferrando a él como una red de seguridad. El beso de Miller cortó los
cables y, ahora, me estaba cayendo…
Deseé que Shiloh estuviera allí para darme un poco de sentido común, pero
tampoco iría al baile. Tenía otros planes. Evelyn se había comportado con frialdad
conmigo y me encontraba demasiado agitada emocionalmente para llamar a alguien
más.
Me vestí sola, con un vestido halter estilo patinadora sobre hielo blanco con
encaje en el dobladillo, la cintura y debajo de los brazos. Mamá me había llevado a
un salón ese mismo día, y me habían atado el cabello en un moño elegante pero
desordenado con pequeños alfileres de margaritas clavados aquí y allá y zarcillos
enroscados alrededor de mis orejas.
Me examiné en el espejo. Reina del baile. Nada se sintió especial o
emocionante. Estaba más sola que nunca un sábado por la noche. Y Miller no iba a
venir trepando por mi ventana para cantarme.
Estará en el baile con Amber.
Shiloh me lo había dicho. Eso había dolido, pero no fue menos de lo que
esperaba.
—O merecía —le dije en voz baja a mi reflejo.
Lo había lastimado, lo cual era precisamente lo que quería evitar desde el
principio. Pero eso es lo que hace el amor. Lastima.
Y, sin embargo, besar a Miller se sintió tan bien.
Me puse otra capa de brillo de labios, pero no ayudó. Habían pasado cuatro
días y todavía podía saborearlo.
Esperé a River frente a la escuela a las siete como estaba planeado, pero no
había ni rastro de él. Le envié un mensaje de texto y no hubo respuesta. Pasaron los
minutos y me cansé de saludar tímidamente a los estudiantes que pasaban en parejas
o grupos, muchos de los cuales me miraban con curiosidad.
Quizás River ya está en el gimnasio y no puede escuchar su teléfono.
Caminar sola por la alfombra roja fue más que un poco vergonzoso y, adentro,
todavía no había señales de River. Espié a sus compañeros de equipo y sus citas. Sin
mariscal de campo.
La vergüenza combatió con la preocupación. Quizás le había pasado algo. O a
su mamá.
—¿Has visto a River? —le grité a Donte Weatherly, el gran receptor estrella del
equipo.
—Sí, estuvo cenando con nosotros. Pensé que venía directamente aquí.
—Yo también.
—Probablemente está algo retrasado. —Me mostró sus perfectos dientes
blancos, que contrastaban brillantemente con su cálida piel morena—. Le enviaré un
mensaje de texto por ti, mi reina, y te avisaré cuando responda.
Sonreí.
—Gracias —dije y me alejé, a través de un pantano de cuerpos danzantes.
Observé a la multitud, pero me di cuenta de que no era River a quien buscaba.
Evelyn, Caitlin y Julia me encontraron. Las tres se veían hermosas: Caitlin de
rojo, Julia de azul y Evelyn de negro con rosas rojas recortadas en su largo cabello
negro.
—¿Dónde está River? —preguntó Julia.
Mis mejillas ardieron.
—Buena pregunta.
Las cejas de Caitlin se alzaron, mientras que Evelyn lucía una extraña sonrisa.
—¿Él no está aquí? —preguntó.
—Me estoy preocupando un poco, en realidad —dije para combatir el miedo
real de que me fuera a dejar plantada.
—Acabamos de ver a uno de los Chicos Perdidos —dijo Evelyn. Chicos
Perdidos era su nuevo apodo para Miller, Ronan y Holden. Parias que eran vistos
deambulando por el paseo marítimo casi todas las noches. Dada la conexión entre
Santa Cruz y la clásica película de vampiros que se desarrolló aquí, el nombre se
había extendido como el fuego.
Me sonrió dulcemente.
—Tu Miller.
Mi estúpido corazón se aceleró, aunque endurecí mi voz.
—No es mío.
—Supongo que eso es cierto —dijo cuando el DJ empezó “Dance Monkey”. Ella
señaló a través de la multitud—. Está aquí con Amber.
Seguí su mirada. Amber se veía hermosa en rosa, verdaderas margaritas
entrelazadas en su largo cabello rubio que se balanceaba y fluía mientras, riendo,
trataba de hacer bailar a Miller.
Mis ojos lo bebieron. Llevaba un abrigo de traje y su cabello estaba húmedo
por la ducha excepto por un mechón suelto que le caía sobre la frente. Rastros de una
barba todavía ensombrecían sus angulosas mejillas, resaltando su boca llena y esos
labios que me besaron tan perfectamente…
Mientras lo miraba, algo en mi corazón se desplegó. Como un puño apretado
que finalmente se soltó, calidez y ligereza se expandieron en mi pecho. Respiré
profundamente.
Él es mío. Siempre ha sido mío.
Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero hice que no cayeran. No era justo por
mi parte arruinar las cosas entre él y Amber, pero si pudiéramos tener una
conversación real antes de que una chispa se encendiera entre ellos, podríamos tener
una oportunidad. Si es que no se hubiera dado por vencido. Si no fuera demasiado
tarde.
Di un paso hacia él y luego Caitlin me agarró del brazo, rebotando
emocionada.
—¡Está comenzando! Tu baile con River.
La sonrisa de Evelyn podría haber cortado el cristal, sus ojos me perforaron.
Me giré para buscar a Miller de nuevo, pero él y Amber se habían ido.
—Oh, no… —Me puse de puntillas en mis talones, buscándolos.
—Y ahora —entonó el DJ—, es hora de que el Rey y la Reina del Baile de
Bienvenida vengan aquí para su baile oficial de coronación. ¡Ayúdenme primero a
darle la bienvenida a su rey, River Whitmore!
La multitud vitoreó y las cabezas se movieron de un lado a otro para mirar.
El DJ lo intentó de nuevo.
—¡Su rey, River Whitmore!
Mis mejillas ardieron cuando una habitación llena de ojos ahora se volvió hacia
mí con lástima y curiosidad. Algunos riéndose y susurrando. Mi teléfono vibró con un
mensaje de texto dentro de mi bolso de mano. Consciente de que toda la escuela me
estaba mirando mientras el DJ ganaba tiempo con bromas tontas, lo saqué y leí el
texto de River.
No podré ir. Lo siento.
La preocupación de que algo le hubiera pasado a él o a su madre se evaporó y
la humillación me inundó. Llevaba consigo una extraña ligereza. Como si me hubiera
quitado una carga.
—No vendrá —murmuré.
Mi teléfono se deslizó de mi mano temblorosa y golpeó el piso del gimnasio.
Miré hacia un mar de ojos que aún me observaban. Julia y Caitlin me miraron con
lástima, mientras que Evelyn no pudo ocultar el triunfo en su sonrisa. Alguien le dijo
al DJ que pusiera otra canción y la música llenó el gimnasio, cubriendo los murmullos
y las habladurías.
Nada de eso importaba. Tenía que encontrar a Miller. Él importaba, y me había
tomado bastante tiempo darme cuenta.
Salí corriendo del gimnasio y doblé la esquina, el aire frío de la noche
refrescando mis mejillas ardientes, y me detuve en seco. Se me escapó el aliento.
A unos veinte metros de distancia, justo fuera de un cono de luz, Miller yacía
apoyado contra una pared mientras Amber se encontraba arrodillada frente a él, de
espaldas a mí, con las manos en sus caderas y la cabeza inclinada. Él tenía los ojos
cerrados y su hermoso rostro se torcía en una mueca. De dolor o de placer, no podría
decirlo.
Me di la vuelta por la esquina, mis omóplatos desnudos chocando contra el
cemento áspero. Me tapé la boca con una mano antes de que pudiera escapar ningún
sonido. Mi aliento raspó en mi nariz y mis piernas se debilitaron.
—Estúpida —susurré detrás de mi mano, las lágrimas fluyendo—. Soy tan
estúpida.
Y ya era demasiado tarde. Cuatro años y unos minutos demasiado tarde.
Después de unos momentos desiguales, se me pasó el primer dolor agudo. El
puño en mi pecho se cerró con fuerza de nuevo y se hundió en mi estómago como una
pesada bola de plomo. Respiré hondo y me sequé las lágrimas, dejando manchas de
rímel en las palmas de mis manos.
Luego me aparté de la pared y me fui a casa.
M
arzo

¿Vamos a vernos hoy o no?


Leí el texto de Amber y suspiré.
—Oh-oh —dijo Holden, caminando hacia mi izquierda. Ronan estaba a mi
derecha cuando cruzamos la extensión de césped que conducía a la escuela en una
mañana soleada—. Problemas de chicas. De nuevo. Siempre puedes cambiarte a mi
equipo, ¿sabes? Menos drama.
Le lancé una mirada
—Menos drama.
—Bien, de acuerdo, soy un problemático, pero si le dijeras a Amber que eres
gay, finalmente podrías romper con ella y sacarnos a todos de nuestra miseria.
—Cierto —coincidió Ronan.
No dije nada. No lo entendían. Sí, me quedé con Amber porque, como un idiota,
le permití que me diera una mamada en el Baile de Bienvenida. Otros chicos podrían
haberla ignorado por completo a estas alturas, pero yo no era así. Amber era un ser
humano que merecía no ser tratada como si fuera desechable.
Además, me había convencido de querer salir con ella. Era dulce, inteligente
y hermosa, como una Cara Delevingne sin pulir, con cabello largo y rubio y cejas
espesas. Salí con ella porque seguía pensando esta noche, o esta cita sería aquella en
la que la chispa se encendiera y se esparciera, y finalmente podría superar a Violet.
Pero la chispa nunca se encendió, ni física ni emocionalmente. Mi obstinado
corazón se negaba a soltar a Violet. Sabía que nunca lo haría.
—Tienes razón —admití—. Es solo que… —Me detuve, mirando a mi alrededor.
Los estudiantes estaban apiñados en sus grupos habituales antes del primer timbre,
pero ahora todos nos miraban, hablaban detrás de sus manos y sonreían. Las chicas
ofrecían pequeños saludos coquetos. Los chicos inclinaban la cabeza a modo de
saludo.
—¿Qué demonios es esto? —Miré a Ronan—. ¿Tú?
Se encogió de hombros.
—Acabo de regresar de otra suspensión.
Su cuarta suspensión. Ronan y el subdirector Chouder tenían una relación
inspirada en Bender y el señor Vernon de la película The Breakfast Club. Ronan
pasaba más tiempo detenido o suspendido que en un salón de clases.
—Pintaste con spray violador en el nuevo Jeep Rubicon de Mikey Grimaldi —
dije—. La mayoría de las chicas te consideran un héroe. Esto podría ser por ti.
—No saben que yo lo hice —dijo Ronan—, y no fue por eso que me
suspendieron.
Holden me lanzó una mirada compasiva.
—Lo sé, tampoco puedo seguir el ritmo de su vigilantismo. —Hizo un gesto a la
multitud con una floritura—. Esto, amigo mío, es por ti. ¿Tu presentación en el Show
de Talentos de invierno, tal vez?
Holden y Amber me habían molestado para que participara en el concurso
anual de talentos de la escuela tan implacablemente que lo hice más por callarlos que
por cualquier otra cosa. Además, pensé que necesitaba la práctica de tocar frente a
una multitud. Pensé que estaría cagado de miedo, pero fue fácil. Perfecto. El
escenario era donde quería estar. Me sentí como en casa. Más seguro que en mi casa
de verdad.
—Eso fue hace meses —dije—. Esta mierda es nueva.
Cruzamos el patio y nos sentamos en el muro de cemento que separaba el nivel
inferior de la escuela con el superior. Nos siguieron miradas, saludos y murmullos.
—Que tal misterio —dijo Holden, apoyado casualmente contra la pared, con
una mano en el bolsillo de su abrigo largo de tweed, a pesar de que la primavera se
acercaba rápidamente.
Ronan puso una bota en el borde y apoyó su codo en su rodilla.
—Quizás Miller finalmente se folló a Amber, y ella le contó a la escuela sobre
su polla gigante y mágica.
Los ojos de Holden se agrandaron.
—¿Cómo sabes que su polla es mágica y/o gigante? ¿Qué me están ocultando?
—¿Ambos pueden dejar de hablar de mi polla? —espeté—. Y no, no es eso.
Nosotros no… No importa.
Holden suspiró.
—Todavía seguimos con la lluvia de abrazos, ¿verdad? ¿A qué estas
esperando?
—A Violet —dijo Ronan.
No me molesté en discutir.
—Amber se está hartando de mí. No puedo culparla.
—Lo intentaste —dijo Holden—. Cumpliste tu sentencia por la mamada, pero
por la presente te concedo libertad anticipada por buen comportamiento.
—Déjala —dijo Ronan.
—O lo que él dijo.
Solté una carcajada ante mis amigos cuando Evelyn González se acercó.
Llevaba una falda corta y ajustada, una camiseta que le abrazaba el pecho y su largo
cabello negro ondeaba sobre su pequeña y ágil estatura. Hice un inventario de sus
atributos con el mismo entusiasmo que solía hacer un inventario de los premios en la
sala de juegos. Ella era otra chica hermosa en una escuela de chicas hermosas que a
mi corazón, y a mi polla “mágica” antes mencionada, no le importaba una mierda.
Incluida mi propia novia.
—¡Ah, ja! Respuestas —dijo Holden cuando Evelyn se unió a nosotros—.
Señorita Noticiero, ¿sabe por qué toda la escuela está mirando a nuestro Miller?
—Tal vez —dijo, con un brillo travieso en sus ojos oscuros debajo del
delineador de ojos de gato—. Ahora shuu. Necesito hablar con mi Miller, a solas.
—Este es nuestro lugar —entonó Ronan.
—Bien. Miller, ¿podemos ir a un lugar privado?
—Claro —dije y salté de la pared.
—¿También escuchaste sobre su polla mágica? —Holden llamó detrás de
nosotros—. ¿Cómo soy el último en saberlo?
Le saqué el dedo medio detrás de mi espalda mientras Evelyn me conducía a
un banco debajo de un enorme roble. A pesar de su confiada calma, prácticamente
estaba rebotando en su piel mientras sacaba un portátil de su elegante mochila de
cuero.
—Recibiendo algo de atención esta mañana, ¿verdad? —dijo, encendiéndola.
—¿Sabes por qué?
—Sí. —Giró la pantalla de su portátil para mirarme—. Este es mi vlog de moda.
Notarás que el recuento de suscriptores supera los cincuenta mil.
—¿Felicitaciones?
—No seas un idiota. Hasta la semana pasada, tenía la mitad. Pero gracias a ti…
Presionó el botón de reproducir en uno de sus videos altamente producidos.
Después de dar una breve introducción sobre mí, la pantalla mostró una compilación
de mis presentaciones: la fiesta de Chance, el video de Violet en YouTube y el Show
de Talentos de Invierno.
—Es por eso que todo el mundo te está mirando.
Fruncí el ceño.
—Ese era el video de YouTube de Violet. Que ella eliminó.
Por curiosidad mórbida, había ido a YouTube para ver si mi video
interpretando “All I'll Ever Want” había ganado tracción o era solo un caldo de cultivo
para comentarios sarcásticos, pero ya no estaba.
—Yo lo borré —dijo Evelyn.
—Eh… ¿por qué? ¿Cómo?
—Cuando River la dejó plantada en la noche del Baile de Bienvenida, Violet
dejó caer su teléfono y salió corriendo.
Apreté la mandíbula. No era una novedad para mí lo que había hecho ese
bastardo, pero todavía me cabreaba que la hubiera humillado así frente a toda la
escuela.
—De todos modos, su teléfono estuvo en mi poder durante más de veinticuatro
horas, y soy una persona muy curiosa por naturaleza. Encontré el video…
—¿Estuviste fisgoneado en su teléfono?
—Relájate. Las chicas comparten todo. De todos modos, encontré el video tuyo
tocando, y fue… vaya. Jodidamente vaya.
Por un segundo, el artificio cuidadosamente elaborado y estilizado de Evelyn
se derrumbó, y parecía realmente conmovida. Entonces sacudió la cabeza.
—Por una corazonada —continuó—, busqué en Google tu nombre para ver si
ese video, o cualquier otro de la fiesta de Chance, estaba disponible. Fue entonces
cuando encontré el pequeño y triste canal de YouTube de Violet. Ella ya había
iniciado sesión desde su teléfono, por lo que fue bastante fácil ingresar y eliminarlo.
—¿Por qué?
—Porque no puedes simplemente lanzar tus productos a Internet de forma
gratuita.
—¿Pero puedes ponerlo en tu vlog? Joder, lo robaste…
—Lo reutilicé. Vale demasiado. Lo puse donde me brindaría algunos ingresos
publicitarios y lo ayudaría a obtener exposición.
—Jesús, ¿cuánto tiempo llevas planeando esto?
—Desde el Baile de Bienvenida. Tu presentación en la fiesta de Chance fue
genial, pero necesitaba un as más. Prueba de que puedes sacudir a una multitud. El
Show de Talentos de Invierno encajaba bastante bien en ese proyecto. Pero luego
fuimos a Barbados para Navidad y todo tomó un tiempo para producir… —Hizo girar
la mano en círculos perezosos—. Para resumir, este fin de semana fuiste el tema del
primer segmento musical de mi vlog. Mis suscriptores probaron tu talento y, a partir
de esta mañana, el video de ti cantando “All I'll Ever Want” ha sido reposteado en
blogs y compartido en Twitter y TikTok miles de veces y contando. —Ella sonrió
triunfalmente—. Oh, olvidé mencionar que también tengo un gran número de
seguidores en TikTok y Twitter.
Traté de asimilar el hecho de que mis actuaciones habían llegado a un montón
de gente.
—¿Les gusta?
Una vez más, el rostro de Evelyn se suavizó.
—Oh, cariño, por supuesto que sí. Les encanta. Te aman. Deberías leer los
comentarios. Déjame darte una muestra.
Agité mis manos.
—No, no. Yo… —No podía sentirme así. Así de esperanzado. No llegaría a
nada.
Absolutamente nada.
—¿Por qué harías esto? ¿Solo para promocionarte?
Puso los ojos en blanco.
—Dah. Pero también para promocionarte a ti. Soy tu boleto al estrellato. Pero
tenemos trabajo por hacer. Para empezar, necesitamos más videos. Preferiblemente
tuyos haciendo covers como ese supergenial “Yellow”. Tu propia canción es
hermosa, pero si alguien quiere una canción original de Miller Stratton, entonces
deberán pagar por ella. Además, a la gente le encanta cuando alguien mata a todos
con una canción que saben y reconocen. Forma una conexión…
—Espera. ¿Qué estás diciendo? ¿Quieres ponerme en tu vlog y esperar que se
vuelva viral?
—Cariño, ya eres viral. ¿Por qué crees que la mitad del alumnado,
especialmente la mitad femenina, ha estado babeando por ti desde lejos toda la
mañana?
—Entonces, ¿cuál es tu conclusión? ¿Hacemos más videos?
—Después de que te hagamos un pequeño cambio de imagen, por supuesto.
—De ninguna jodida manera.
—¿Quieres tener una carrera en la música o no?
Me recosté contra el banco. Quería hacer música, y tener suficiente dinero para
cuidar de mamá, deshacerme de Chet y nunca más tener que elegir entre hacer las
compras de casa o mantener las luces encendidas. O ver un aviso de desalojo en
nuestra puerta. Mis recuerdos se mezclaron a través de meses de lavarme el cabello
en los baños de las estaciones de servicio y meter mis largas piernas en el asiento
trasero de la camioneta mientras la noche del bosque era espesa y resonaba por la
ventana, mientras mamá estaba tratando de traer a casa unos dólares…
—Sí —espeté—. Sí quiero.
Evelyn sonrió.
—Entonces así es como lo hacemos. Confía en mí. Filmamos algunas canciones
más, conseguimos un mayor número de seguidores y el mundo se pondrá de pie y se
dará cuenta. Te llevarán a Los Ángeles y el resto es historia.
Sinceramente, dudaba que fuera tan fácil, pero ¿qué tenía que perder?
—¿Y qué sacas de eso? —pregunté, mis sospechas volvieron a aparecer—. Sé
que no estás haciendo esto por la bondad de tu corazón. Soy ese chico sucio que vivía
en un auto, ¿recuerdas?
Se encogió de hombros, no desanimada por mi acusación.
—Un diamante en bruto solo puede brillar si alguien raspa la tierra. Y, por
supuesto, no lo haré gratis. Tengo mis demandas.
—¿Cuáles son?
Se echó la mochila al hombro cuando sonó la primera campana.
—Te avisaré cuando llegue el momento, pero tienes que jurar que las
cumplirás.
—¿Cómo puedo hacer eso si no sé cuáles son tus demandas? —Le lancé una
mirada—. No voy a matar a nadie por ti.
Ella rio.
—Te prometo que no es algo ilegal. —Me ofreció su mano larga, con uñas de
postizas—. ¿Trato?
Mi eterno pesimismo me decía que esto era una locura, pero ¿a dónde me había
llevado escuchar esa voz?
Tomé su mano.
—Trato.
Lo sellamos con una sacudida de manos y luego saltó del banco.
—Estupendo. Reúnete conmigo en mi casa después de la escuela hoy.
—No puedo. Trabajo. El domingo es mi único día libre.
Exhaló un suspiro.
—Bien. Domingo. Te enviaré un mensaje de texto con la dirección.
—¿Cómo obtuviste mi número?
—Tuve el teléfono de Violet durante todo un día, ¿recuerdas? —Miró mi
camiseta debajo de una franela a cuadros desabrochada y se tocó la barbilla con la
uña—. Este adorable look desaliñado funciona, pero necesita accesorios…
—Diablos, no —dije—. No me voy a disfrazar de alguien que no soy.
Me puso los ojos en blanco.
—Por supuesto que no lo harás. Afortunadamente, esto funciona a nuestro
favor. De la pobreza a la riqueza… humildes comienzos. —Tocó con el dedo la punta
de mi nariz—. Déjamelo a mí. Yo me encargo, bombón.
Evelyn se alejó, dejándome con una extraña sensación en el pecho. Su plan era
una locura. Las posibilidades de que saliera algo eran escasas. ¿O no?
Ella había dicho que un diamante en bruto solo puede brillar si alguien raspa
la tierra. El polvo. Y ahí fue cuando reconocí el sentimiento en mi pecho. Esperanza.
L
levé la taza de té humeante al dormitorio de Nancy Whitmore. La
primavera se acercaba rápidamente, trayendo consigo un clima más
cálido. Un rayo de sol brillante de la tarde caía sobre ella y absorbí su
resplandor.
Está mejorando.
De alguna manera, contra todo pronóstico médico, el cáncer en etapa IV de
Nancy estaba en una pausa. No estaba en remisión, pero su tumor se había reducido
y el cóctel de medicamentos que tomaba todos los días lo mantenía a raya. Dándole
tiempo.
Dazia, su mejor amiga, estaba de nuevo en la ciudad y su sonrisa coincidía con
la mía.
—Ah, sí, se ve radiante, ¿no? —dijo con su leve acento. En los últimos meses,
supe que Dazia era de Croacia y que ella y Nancy habían sido compañeras de cuarto
en la Universidad de Washington. Amigas de por vida, como Shiloh y yo.
—Se ve radiante —le dije a Nancy y me senté al otro lado de la cama—. Me
entristece que mi tiempo como voluntaria esté terminando. Pero parece que no me
necesitarás de todos modos.
Nancy sonrió. Su piel ya no estaba cetrina y había ganado algunos kilos.
—Eres tan dulce por quedarte conmigo tanto tiempo. Te extrañaré.
—Yo también —dije, con un nudo en mi garganta.
Durante los últimos meses, había llegado a ansiar mi tiempo con ella. Su tono
tranquilo y su gentil sabiduría se sentían tan maternas, especialmente ya que mi
propia mamá estaba atrapada en su propia confusión con papá.
—¿Te importaría darnos un minuto, Daz? Me gustaría hablar con Violet.
—OH, oh. —Dazia sonrió—. Siento que tendrás una de esas charlas de Nancy.
—Me pellizcó la mejilla al salir—. Es una maestra maravillosa, pero se perdió la
oportunidad en su verdadera vocación como terapeuta.
—Concuerdo —dije con una sonrisa, aunque se desvaneció rápidamente.
Sospeché que sabía de qué quería hablar Nancy.
—No se trata de River —dijo tan pronto como la puerta se cerró con un clic
detrás de Dazia .
Me reí.
—¿Soy tan transparente?
—Llevas tus emociones por todo tu dulce rostro. —Tomó mi mano entre las
suyas—. Sé que no le has perdonado por dejarte plantada en el Baile de Bienvenida.
Me imagino que debe haber sido muy humillante.
—Un poco. Pero lo he perdonado. Le he dicho cientos de veces que lo he
perdonado. No entiendo por qué sigue pidiendo verme.
Nancy frunció los labios.
—Tendrás que discutir eso con él. Sabe que estoy decepcionada por lo que te
hizo, pero no quiero entrometerme en sus asuntos más allá de eso. Preferiría que me
viniera a hablar de sus cosas personales cuando esté listo. Pero de lo que quería
hablarte era de ti.
—¿De mí?
—Luces tan triste últimamente, y sé que no es por mi hijo. —Ladeó su cabeza
envuelta en un pañuelo—. Sabes que el mismo trato que tengo con él se extiende a ti.
No sientas presión para compartir tus asuntos conmigo. Solo quiero que sepas que mi
puerta está abierta.
Mis dedos tiraron de la colcha.
—Mis padres no son felices. Se pelean mucho y… hay otras cosas que les están
sucediendo con las que no quiero aburrirte.
Por mucho que amaba a Nancy, no había forma de que fuera a ventilar los
supuestos problemas financieros de mi familia con ella.
—¿Algo más? —preguntó Nancy gentilmente, de una manera que decía, sé que
hay algo más.
—Sí. —Suspiré—. Pero por mucho que me encantaría tu consejo, no estoy
segura de que sea apropiado hablar contigo sobre otro chico.
Nancy me dio unas palmaditas en la mano.
—Porque soy la mamá de River. Lo entiendo. ¿Qué tal si me dices lo que te
molesta y omites los detalles? No el quién, qué y dónde. Solo cómo te sientes. Pero
solo si tú quieres.
—Sí quiero. Desesperadamente. La última vez que mi mamá y yo tuvimos una
“charla de chicas” consistió en que ella me hiciera una cita para ver a un ginecólogo.
Los labios de Nancy formaron una delgada línea, luego sonrió.
—Estoy aquí.
Me encontré con sus ojos azul claro y las lágrimas llenaron los míos.
—Arruiné todo.
—De acuerdo.
—Tenía tanto miedo de perderlo o de que nuestra hermosa amistad se
desmoronara, que lo alejé. Lo empujé hacia otra persona y nuestra amistad ahora
pende de un hilo de todos modos. Todo lo que temía que sucediera, sucedió, pero no
como temía que sucediera.
Nancy me ofreció un pañuelo de papel de su caja.
—Me recuerda ese viejo proverbio, una persona a menudo encuentra su destino
en el camino que toma para evitarlo.
—Hay una foto mía junto a esa cita en algún libro. —Miré el pañuelo que tenía
en las manos—. Dios, soy una cobarde.
—No eres una cobarde. —La voz de Nancy era firme—. ¿Cuántas veces viste al
señor Whitmore aquí el invierno pasado?
—No mucho. Supuse que estaba trabajando…
—Sí. Pero además estaba asustado. River y Amelia también. Lo superaron, pero
tomó tiempo. Es muy difícil mirar a alguien que amas y ver solo el día en que podrían
dejarte. —Su voz se suavizó—. El impulso de proteger el corazón es el impulso más
fuerte de todos. Pero también es imposible si quieres vivir una vida plena y feliz.
Pensé en la noche en que Miller casi muere en mis brazos. Y cuando lo vi fuera
del baile con Amber. El dolor fue brutal y parecido a un cuchillo. No había nada feliz
o pleno en una vida sin Miller en ella. O verlo estar con otra persona.
Especialmente cuando fui yo quien lo alejó.
Sequé mis lágrimas y puse una sonrisa.
—Gracias por hablar conmigo.
—Pero no me crees —dijo con suavidad.
—Aprecio su consejo, pero no hay nada que pueda hacer.
—¿Háblale?
—No quiere hablar conmigo, y no puedo estropear lo que tiene con… ella. Han
estado juntos durante meses. Lo último que quiero es causar más problemas. —Sonreí
sombríamente—. Otro proverbio: Cosechas lo que siembras.
A solas.
Me puse de pie.
—Iré a decirle a Dazia que ya no está desterrada.
En la puerta, la voz de Nancy me detuvo.
—Si todos nacemos perfectos y sabios, siempre tomando las decisiones
correctas y nunca cometiendo errores, no tendría mucho sentido vivir, ¿verdad? —
Me giré y ella me sonreía con complicidad—. La vida es un viaje no un destino.
Sonreí.
—Veo lo que hiciste allí. Su conocimiento de proverbios es fuerte, señora W.
Se rio, de manera llena y gutural. Y saludable.
—Y el tuyo también, Violet. Más de lo que imaginas.
Salí de la habitación de Nancy, cerré la puerta detrás de mí y me estrellé de
cabeza contra River. Me escocía la nariz por encontrar los duros planos de su pecho.
Llevaba vaqueros y su chaqueta letterman sobre una camiseta y olía levemente a
aceite de motor del taller de su padre.
—Ay, hola —dije, frotándome la nariz. Alcé la mirada. Bien arriba. El chico era
una montaña y tan hermoso como siempre, y, sin embargo, mi corazón no se
estremeció por estar tan cerca de él.
—Oye —dijo—. ¿Tienes un minuto? Quiero hablar contigo.
—River, te lo dije. Estamos bien.
—Lo sé. Pero yo… —Se frotó la parte de atrás de su cuello y luego me alejó de
la habitación de su madre—. Quiero que me des una segunda oportunidad.
—Hemos pasado por esto. No creo…
—Me gustas, Violet.
Parpadeé.
—¿Te gusto?
—Bueno sí. Creo que hacemos una buena pareja.
Arrugué mi nariz.
—¿Buena pareja? Apenas nos hablamos.
Resopló de frustración.
—Mira, he estado muy ocupado todo el invierno y no he tenido tiempo de
recuperar el aliento. Mi papá me presionó para que jugara bien y entrara en una de
las diez mejores universidades con ligas de fútbol americano. Los reclutadores se
arrastraban por todo el campo en cada práctica y observaban cada juego. Ha sido una
locura.
—Lo capto, pero…
—Pero la temporada de fútbol ha terminado. —Tomó mis dos manos entre las
suyas. Ligeramente—. Quiero que lo intentemos de nuevo. Y esta vez, no te fallaré, lo
juro.
—Nunca hemos hablado ni salido, nunca.
—Eso es culpa mía, porque he estado muy ocupado. ¿Sabes cómo es verdad?
¿Preparar tus aplicaciones universitarias?
—Sí, eso fue estresante como el infierno —dije con una risa—. Peor aún, postulé
para admisiones anticipadas. Debería recibir noticias en cualquier momento.
Solicité a la Universidad de Santa Cruz, por supuesto, y luego la Universidad
de San Francisco, Georgetown, Baylor y la Universidad de Cincinnati como respaldo.
El solo hecho de pensar en recibir la carta con USCC en el sobre me mareó de
emoción.
River interpretó mal la luz de mis ojos. Sonrió y una pizca de su habitual y
despreocupado encanto regresó. La confianza casual del mariscal de campo estrella
que podía conseguir a cualquier chica que quisiera.
Entonces, ¿por qué yo?
—Solo prométeme que lo pensarás, ¿de acuerdo?
Se inclinó y besó mi mejilla, dejándome en el pasillo con la cálida sensación de
sus labios y el leve roce de su barba en mi piel.
Suspiré. Lo había pensado. Sobre él. Pero el problema de pensar en River
Whitmore en estos días fue que mis pensamientos giraron inmediatamente hacia
Miller Stratton. Había establecido una residencia permanente en mi mente y en mi
corazón, y no había lugar para nadie más.
Demasiado tarde. Me enamoré de mi mejor amigo y llegué demasiado tarde.

—Oye, tú —dijo Shiloh, alcanzando mi lado después de la escuela al día


siguiente. Llevaba un pantalón bohemio ondulado y una camisa de lino sin mangas,
con las trenzas recogidas de su elegante cuello. Las joyas de metal terroso de su
propia creación brillaban bajo el sol de la tarde—. Eres una persona difícil de
encontrar estos días.
—Lo siento. Ocupada con la escuela y ahora las prácticas de fútbol. Se acerca
el primer juego. —La miré de reojo. Mi amiga siempre fue hermosa, pero últimamente
se veía más radiante—. Y podría decir lo mismo de ti. Siento que han pasado años
desde que salimos. ¿Qué has hecho últimamente?
¿Y con quién?
—Sientes eso porque han pasado años —dijo, evitando mi pregunta—. Pero
estamos aquí para hablar de ti. Específicamente, de ti y de Miller.
Me detuve y sacudí la cabeza.
—No vamos juntos en esa oración. ¿Recuerdas el Baile de Bienvenida?
¿Necesitas un recuento de los hechos?
—No seas amargada; no es tu estilo. —Frunció los labios—. Está bien, aquí está
la cosa. He sido paciente tanto contigo como con Miller, y Amber es una amiga, pero
ya es suficiente.
—¿Qué significa eso?
—Significa…
Sus palabras se arrastraron cuando vio algo por encima de mi hombro. Me di
vuelta para mirar, y mi garganta se apretó al ver a Miller y Amber caminando de la
mano hacia el frente de la escuela. Una bola pesada golpeó mi pecho y luego se
hundió en mi estómago. Ella estaba en su teléfono, y la mirada de él estaba en otro
lugar. Caminaban lo más lejos posible el uno del otro excepto por sus manos
entrelazadas. Como si fuera lo único que les impidiera flotar en diferentes
direcciones.
Shiloh me dio un suave apretón en el brazo, trayéndome de vuelta.
—¿Ves ese lenguaje corporal? ¿Parecen una feliz pareja enamorada?
Me estremecí ante su elección de palabras.
—Es solo un momento en el tiempo. ¿Quién sabe cómo son a solas?
Por la noche. En su cama.
Dios, mi estúpido corazón no tenía derecho a doler ante el pensamiento. Por
supuesto que ya había perdido su virginidad con ella. O diablos, tal vez con alguien
más durante cualquiera de los años en los que lo tuve encerrado en la Zona de
Amigos. Y tenía todo el derecho.
Me esperó lo suficiente.
—Oye —dijo Shiloh, sacándome de mis pensamientos—. Yo sé cómo son a solas
porque ambos me dicen. En una palabra, son miserables. Y ella está frustrada y a
punto de dejar su culo.
No escuché mucho después de miserables.
—¿En serio? Pero, ¿por qué quedarse con ella? ¿Por qué salir con ella en primer
lugar?
La voz de Shiloh se suavizó.
—¿Por qué crees? Para superarte.
Pasó un momento mientras asimilaba esto. Me tragué las lágrimas.
—No sé qué decir, Shi. Están juntos ahora y…
—Créeme. No es nada serio.
—Lo de Baile de Bienvenida me pareció bastante serio.
Ella suspiró.
—Lo sé. Le advertí a Miller que no se involucrara con Amber y lo hizo de todos
modos. Ahora está haciendo todo lo posible por ser un buen tipo. Estoy segura de
que incluso le gusta, pero no estoy segura de que alguna vez te supere.
Traté de mantener mi rostro neutral y mi voz firme.
—Entonces, ¿por qué no terminan?
—Porque está haciendo algo honorable. Porque las cosas fueron demasiado
lejos esa noche, y no quiere dejarla en el aire. Porque es un buen tipo, incluso si es
endemoniadamente terco. —Arqueó una ceja—. Ustedes dos tienen eso en común.
Meneé la cabeza.
—¿Qué se supone que debo hacer, Shi? Irrumpir en su relación y luego ¿qué?
¿Qué pasa después? No es que mis temores de arruinarnos se hayan evaporado
mágicamente.
—Ajá. ¿Y cómo ni siquiera hablar con él te está funcionando? Él es miserable,
pero tú también. Ninguno de los dos es capaz de ser feliz sin el otro. Por lo menos,
necesitan arreglar su amistad. Empiecen por ahí y vean qué pasa.
—¿Cómo sabes todas estas cosas sobre él y Amber de todos modos? ¿Ella te lo
contó?
Shiloh comenzó a caminar y la seguí para alcanzarla.
—Y él. Es como un estéreo…
—¿Miller… te habla mucho?
—Algo así. He estado pasando el rato con los llamados Chicos Perdidos en su
choza en la playa debajo de los acantilados del faro.
Los celos me apuñalaron en el estómago.
—No sabía que tenían una choza.
—Porque has estado muy ocupada con las aplicaciones de la universidad y
estudias mucho y no hablas con Miller. —Me sonrió y desvió la mirada—. Es
agradable. Hogueras por la noche… Los chicos beben cerveza y se comportan como
asnos la mayor parte del tiempo, pero es… agradable.
—¿Miller te invitó?
—No, Ronan.
Mis cejas se alzaron.
—¿En serio? ¿Desde cuándo ustedes dos son amigos? Se sienta a tu lado en
nuestra clase de Historia y nunca se hablan.
Hizo un gesto con la mano.
—Es un idiota. Apenas puedo tolerarlo, pero vale la pena sentarse y mirar el
océano, y nada huele mejor que una hoguera en la playa. Y digo todo esto porque ya
es hora de que tú también estés allí.
—No voy a ningún lugar donde no me quieran, Shi —le dije—. A pesar de que
me dejaron plantada en el Baile de Bienvenida al frente a toda la escuela, todavía
tengo una pizca de dignidad.
—Hablando de eso, Miller me dijo que Evelyn González robó tu teléfono esa
noche, tomó el video de él cantando “All I'll Ever Want” y lo puso en su vlog.
Mi boca se abrió.
—¿Ella hizo qué?
Shiloh sacó su teléfono.
—Esperaba que le hubieses dado permiso, pero supongo que ni siquiera te lo
dijo.
—Me lo devolvió al día siguiente, pero no dijo una palabra sobre Miller. Ella y
yo no hemos sido… cercanas últimamente.
¿Pero ella y Miller lo son?
Vi las imágenes del vlog, maravillándome a través de mi sorpresa por la
hermosa voz de Miller, su talento y esa forma tan sexy como el infierno en que se quitó
el gorro para pasarse la mano por el cabello. Momentos después de que terminara
esa canción, me había besado…
El video terminó.
—Eso explica por qué todos han estado sonriendo y siendo amables con él.
—Oh, ¿también te diste cuenta de eso? —Shiloh guardó su teléfono—. Sí, de
repente es el personaje famoso de la ciudad.
—Deberían ser amables con él, pero debieron haber sido amables todo este
tiempo. No solo por esto.
—Concuerdo. —Shiloh me rodeó con el brazo—. Siempre lo has tratado como
se merecía ser tratado. Ven a la Choza. Se extraña tu presencia. Créeme. —Me dio un
apretón—. Y no solo yo.

Unos días después, me armé de valor para aceptar la oferta de Shiloh. Mientras
el sol se ponía detrás del océano, ella me condujo por un camino loco sobre rocas
irregulares y porosas, mientras la marea bañaba nuestros tobillos.
—No me estás trayendo aquí para asesinarme, ¿verdad? —pregunté,
tropezando con una maraña de algas mientras agarraba protectoramente una bolsa
de papel que contenía el paquete de seis cervezas que le había robado a papá, una
ofrenda a los Chicos Perdidos por aceptarme en su fogata. Mis Converse estaban
empapadas y los puños remangados de mi vaquero estaban húmedos—. Esto se está
poniendo un poco difícil, Shi.
—Casi llegamos.
Shiloh llevaba sandalias y otro pantalón de lino ondulado. Ambas habíamos
usado sudaderas con capucha, ya que ella me había advertido que el viento podría
ser fuerte por la noche, con fuego o sin fuego. Seguí su forma delgada, sus largas
trenzas fluyendo detrás de ella, y me sentí aliviada al ver que el terreno se volvía más
fácil y más alejado del océano.
Rodeamos una enorme roca y allí estaban. Miller se hallaba sentado en una silla
de playa gastada frente a un fuego crepitante, con el estuche de su guitarra a su lado.
Ronan Wentz y Holden Parish sentados en sillas similares, y todos estaban hablando
mierda y riendo. La choza era una pequeña cabaña de pescadores construida contra
la roca.
—Hola, chicos —dijo Shiloh, entrando en el anillo de luz. Miró
intencionadamente a Miller—. Todos recuerdan a Violet, ¿no es así?
Miller me miró a los ojos y juro que el más mínimo destello de sonrisa tocó sus
labios y luego se desvaneció. Se apagó. Estaba protegiendo su corazón de la misma
manera que yo lo había estado haciendo durante cuatro años.
Somos como un péndulo, oscilando hacia adelante y hacia atrás, pensé,
preguntándome cuándo o si alguna vez estaríamos desprotegidos al mismo tiempo.
—Señorita Violet —dijo Holden, poniéndose de pie y ofreciéndome su silla,
justo al lado de Miller—. Por favor. Tome asiento. —Pateó la bota de Ronan—. ¡Wentz!
Mejora tus modales, por el amor de Dios. Tenemos compañía.
Ronan tiró de sus largas piernas que habían estado extendidas hacia el fuego
para que pudiera cruzar a la silla.
—Vengo con regalos —dije con una pequeña sonrisa—. Una cerveza artesanal
india. Escuché que es buena.
—Eres un ángel —dijo Holden, tomándome la bolsa y tirándola en el regazo de
Ronan—. Está a cargo de las libaciones.
Ronan gruñó y le disparó a Holden su ceño fruncido, luego volvió sus ojos
plateados hacia mí. No sabía casi nada sobre él, excepto que estaba constantemente
en problemas en la escuela y que Frankie Dowd había hecho de la misión de su vida
matarlo algún día. A juzgar por la masa corporal de Ronan, sus brazos musculosos y
tatuados, y el aura peligrosa que lo rodeaba, supuse que tenía poco que temer. Podría
partir al escuálido Frankie por la mitad.
Pero no estaba preparada para la astuta inteligencia en su mirada que me
siguió hasta mi asiento.
Holden consiguió dos sillas más, una para Shiloh, entre Ronan y Miller, y otra
para él, entre Ronan y yo.
—El círculo está completo —dijo Holden, y luego su sonrisa se desvaneció ante
un pensamiento repentino—. Casi.
—Hola —le dije a Miller. Shiloh me había asegurado que sabía que vendría,
pero todavía me sentía como un invitado no deseado.
—Hola. —Tomó un sorbo de su cerveza. Reprimí el impulso de preguntarle
cómo se sentía y cómo le había ido con el control de la diabetes. Ese era el trabajo de
Amber ahora y el de sus amigos. No estaba segura de si seguíamos siéndolo siquiera.
—¿Cómo has estado? —pregunté.
—Bien. ¿Tú?
—Bien.
Jesús. Tener una charla insignificante con Miller después de años de debates
profundos y reflexivos y discusiones sobre la vida era una tortura.
Me encontré con la mirada de Shiloh desde el otro lado del fuego. Hizo un gesto
con la cabeza y articuló la palabra: Ánimo.
Aclaré mi garganta y me incliné hacia Miller. Olía a humo y sal y lo que fuera
que lo hacía él.
—¿Podemos hablar? ¿Quizás dar un paseo?
Se quedó mirando el fuego, las paredes levantadas, los ojos duros. Pero cuando
se volvió para responderme con un no en los labios, su mirada se suavizó un poco.
—Claro.
Se puso de pie y me ofreció su mano. La tomé, mi corazón latiendo con fuerza.
La última vez que nos tocamos fue hace meses. Cuando me besó. Su mano era dura y
áspera en la mía, pero gentil, me puso de pie y luego me soltó.
—Volveremos enseguida —le dijo al grupo, con un ligero énfasis en enseguida.
Sintiendo tres pares de ojos sobre nosotros, sacudí la arena de mi trasero y
seguí a Miller. La choza se encontraba en un callejón sin salida donde los acantilados
se habían derrumbado y se habían deslizado hacia el mar. Nos llevó de regreso por
el camino por el que habíamos venido, lejos de la hoguera, hasta la zona de arena
relativamente suave antes de que el camino se volviera más complicado de nuevo. La
luna llena nos proporcionó luz.
Miller estuvo en silencio, encorvado en su camisa de franela a cuadros,
esperando a que hablara. Mi pulso latía en mis oídos como las olas, muerta de terror
de haberlo perdido por completo y con miedo de saberlo con certeza. Las palabras
de Nancy volvieron a mí, que no era una cobarde.
Respiré hondo.
—Lo siento.
Miller frunció el ceño, cauteloso.
—¿Por qué?
—Por lo que pasó entre nosotros. Por todo.
Sus hombros bajaron un poco.
—No es tu culpa. No debí haberte besado.
El viento sopló mi cabello sobre mi cara, ocultando el dolor que destellaba
sobre mí. Mientras yo no podía pensar en nada más que en nuestro beso, él se
arrepentía. El péndulo se había balanceado hacia mí y no iba a moverse.
—Lo que sea que pasó, pasó —dije—. Vine aquí esta noche por el simple hecho
de que te extraño. Extraño a mi amigo. Eso es todo lo que quería decir. Que estos
últimos meses han sido muy duros sin ti, y… solo quería que lo supieras.
Todo era silencio excepto por el viento y el océano rompiendo en la orilla.
Miller se detuvo y se sentó a medias, medio apoyado en una roca, con las manos en
los bolsillos, su gorro tejido apartando el cabello de sus ojos mientras me miraban.
—Un montón de cosas me vinieron a la cabeza cuando me preguntaste si
podíamos hablar —dijo con brusquedad—. Cosas cortantes y frías destinadas a
alejarte. A mantenerte a una distancia segura. Pero no quiero hacerte daño. En
realidad, es la última jodida cosa que quiero hacer.
Me estremecí, me abracé en mi sudadera.
—No quiero lastimarte tampoco. Me encanta verte aquí con tus amigos. Me
alegro de que los tengas. Me alegro mucho por eso.
Miller apretó la mandíbula y un músculo en su mejilla se tensó. Finalmente,
levantó las manos.
—Jesús, Vi. Estás parada ahí, luciendo como siempre, diciendo cosas dulces y
haciendo que sea imposible…
—¿Qué? —Respiré.
—Nada. No importa. Solo… también te extraño. Siempre has estado ahí para
mí. Siempre. Y no tenerte… —Se cruzó de brazos, como si eso mantuviera sus paredes
en su lugar. Su voz se tornó entrecortada por el pesar—. Pero estoy saliendo con otra
persona y no tomo ningún compromiso a la ligera.
—Sé que no. No estoy aquí para interferir, lo prometo. Pero si eso te parece,
me iré. Te dejaré en paz.
Incluso si me destroza.
Me miró por un segundo, luego soltó una breve carcajada, sacudiendo la
cabeza.
—¿Tú? ¿Me dejarás en paz?
Fruncí el ceño, confundida.
—No…
—La doctora McNamara no puede dejar a un paciente en paz aun así lo
intentase. ¿Qué tan difícil ha sido para ti no preguntarme por mis números?
Contuve un respiro, comprendiendo lo que estaba haciendo.
—Maldita sea, casi imposible. —Me crucé de brazos y le dirigí una mirada
severa, incluso cuando mi corazón estaba a punto de estallar de alegría y alivio—. ¿Y
bien? ¿Cómo están? ¿Cuántas cervezas has bebido?
Se rio entre dientes y se empujó lejos de la roca, hacia mí.
—Están bien. Tomé una cerveza y tomaré una más. Eso es todo. —Ahora estaba
parado frente a mí.
—Bien —dije, con un bulto en mi garganta—. Y si intentas tomar una tercera, le
arrojaré arena.
—Apuesto que lo harás.
La sonrisa de Miller se desvaneció cuando me miró. Mechones de cabello
estaban pegados a mi mejilla por el viento. Su mano se levantó como si quisiera
apartarlos, sus ojos en mi boca. Luego se contuvo y dio un paso atrás.
—Estás temblando —dijo—. Deberíamos volver al fuego.
—De acuerdo.
Quería un abrazo para sellar el trato. Ansiaba sentir sus brazos a mi alrededor,
perderme en su familiaridad, pero supuse que sentía que aún no estábamos tan bien.
Me tragué mi decepción y me contenté con el hecho de que estábamos hablando de
nuevo. Ahora tenía novia y no era justo, ni correcto, pedir más.
Regresamos al círculo de amigos. Shiloh inmediatamente leyó en mi cara que
las cosas estaban mejor. No donde habían estado; después de ese estremecedor
beso, probablemente nunca lo serían, pero era un comienzo.
Ella sonrió y le devolví la sonrisa.
Holden notó la disminución de la tensión entre Miller y yo como un maestro de
ceremonias. Estaba bastante borracho, me di cuenta, sus ojos color verde claro
estaban nublados por lo que fuera que estuviese bebiendo de su petaca.
—Están de vuelta. ¿Aclararon las cosas? ¿Hicieron las paces?
—Cállate, Parish —entonó Ronan.
—Jódete, Wentz —respondió Holden—. El largo invierno de nuestro
descontento y su miseria finalmente ha terminado. Tiempo para celebrar.
Miller ignoró las discusiones de sus amigos y me miró.
—¿Quieres una manta o algo?
—Por supuesto, gracias.
Me levanté de la silla para sentarme en la arena suave. Miller y Ronan
obtuvieron más mantas de la choza, junto con perritos calientes, papas fritas e
ingredientes para hacer s'mores.
Los cinco hablamos, reímos y comimos, Holden más alto que el resto de
nosotros, Ronan el más callado. Lo miré a él y a Shiloh de cerca sin que fuera muy
obvio, pero si había algo entre ellos, no se notaba. Todas sus conversaciones esa
noche consistieron en intercambiar insultos y sarcasmo.
Holden se inclinó hacia mí.
—Es descarado cómo coquetean, ¿no?
—¿Coquetean? Se odian el uno al otro —le susurré en respuesta.
—¿Ellos? —Se frotó pensativamente su estrecha barbilla—. Supongo que
depende de tu perspectiva.
Antes de que pudiera preguntarle qué significaba eso, se volvió hacia Miller.
—Oye, superestrella. Deja de ser tan tacaño. Es contra la ley tener una noche
perfecta, una fogata en la playa, pero sin música. Toca algo.
Shiloh y yo aplaudimos y silbamos, y luego Holden se unió.
—Está bien, está bien —dijo Miller—. No quería ser ese idiota.
—Demasiado tarde —dijeron Ronan y Holden a la vez, y tintinearon una botella
de cerveza contra una petaca.
Miller mostró su dedo medio y puso su guitarra en su regazo. Sus dedos
tomaron su lugar en la guitarra como si hubieran nacido allí, y se lanzó a una versión
acústica de “Take Me to Church” de Hozier.
La voz de Miller no era tan profunda como la de Hozier, pero el gruñido áspero
de Miller había hecho que las letras empapadas de sexo fueran aún más sexys. Me
senté más erguida, con los ojos en el fuego, incluso cuando cada molécula de mi
cuerpo quería volverse hacia Miller tocando a mi lado. Quería sentarme en su regazo,
arrancarle la guitarra de las manos y besarlo fuerte y profundo. Quería probar esas
letras en su lengua, beberlas y ahogarme en el talento de Miller, esa esencia suya que
lo hacía tan extraordinario.
Dios, ¿qué me pasa?
Cuando el péndulo se balanceó, me golpeó con fuerza. El beso de Miller hace
todos esos meses había despertado algo profundo en mí. Me cambió. Cambió el amor
que tenía por él, alterando su estructura química para incluir mi cuerpo, mis
hormonas, mi necesidad. Meses de diferencia solo lo habían fermentado hasta que se
hubo vuelto fuerte y potente. Quería a Miller, y el miedo que tenía de arruinar nuestra
amistad había pasado a un segundo plano frente a la lujuria llena de necesidad.
La canción terminó y el pequeño grupo se quedó atontado por un momento.
Entonces Shiloh se abanicó.
—Ya lo dije antes, maldita sea.
—Si pudieras embotellar eso y venderlo en tiendas de sexo, sería una matanza
—dijo Holden.
—Eso no es parte del plan —dijo Miller.
—¿Hay un plan? —pregunté, arriesgándome a mirarlo.
—Evelyn está como que… ayudándome.
—Cierto. Vi su vlog. —Sonreí—. Un poco mejor que mi pequeño canal de
YouTube.
—Tu video es lo que empezó todo —dijo Miller—. O algo así.
—Ese algo está haciendo que recibas el reconocimiento que te mereces.
Me miró a los ojos y me hundí en ellos, el resto del mundo se desvaneció…
hasta que escuché un fuerte resoplido. Alcé la vista para ver a los demás mirándonos,
Holden fingiendo secarse los ojos.
—Cállate —dijo Miller—, o la próxima canción que toque será algo de
Nickelback.
Todos gimieron y el estado de ánimo se alivió. Miller tocó una variedad de
canciones, pero ninguna suya. La tensión en el aire fue eliminada por el viento del
océano y, en cambio, la llenó de su voz.
La noche se hizo más profunda, se bebió más cerveza y los demás se deslizaron
de sus sillas para acurrucarse bajo las mantas en la arena. Shiloh se estremeció y
Ronan se quitó la chaqueta de mezclilla con cuello lana de cordero falsa. Sin decir
palabra, le quitó la manta de los hombros, la cubrió con la chaqueta y luego la
envolvió con la manta.
—Gracias —dijo a regañadientes. Suavemente. Noté algo parecido a una
tregua entre ellos. Se sentó a su lado, y cuando Miller terminó su canción, su mejilla
estaba apoyada contra el brazo de Ronan.
La felicidad y la tristeza lucharon dentro de mí. Feliz por Shiloh y triste por
haberme distanciado tanto de todos en los últimos meses. Me había retirado para
cuidar mi corazón magullado y me había perdido de mucho.
—Es tarde —dijo Miller, haciendo a un lado su guitarra.
Circuló un coro de protestas.
—Una más, amable señor —dijo Holden, cansado, su voz teñida de tristeza que
me hizo querer poner mis brazos alrededor de él también—. Una más para cerrar la
noche.
Miller asintió, dejó la guitarra en su regazo y me dio una mirada que no pude
descifrar. Luego comenzó a tararear los suaves acordes de “When the Party is Over”
de Billie Eilish. Cantó las primeras letras a capella, solo trayendo su guitarra en el
primer coro.
Los cuatro escuchamos, absortos, mientras la voz masculina de Miller convertía
la suave canción en algo con un poco más de filo. Más masculino en su doloroso
anhelo.
—Solo te lastimaré si me dejas —cantó a mi lado, las palabras llenando mis
oídos. Mi corazón—. Llámame amigo, pero mantenme más cerca…2
Cerré los ojos, me hundí más profundamente en mi manta, en mis errores,
mientras la voz de Miller me arrullaba hasta dormir.

Me desperté, parpadeando, con los primeros rayos del sol asomando por el
horizonte. Los vestigios del sueño se despejaron de mis ojos lo suficiente como para
ver una tela a cuadros azul, una camiseta blanca, una piel suave ensombrecida con
una barba incipiente en la mandíbula…

2 Letra de la canción “When the Party is Over” de Billie Eilish.


Se me escapó un pequeño grito ahogado. Estaba completamente envuelta en
Miller, ambos bajo una manta. Me abrazaba con fuerza, mi cabeza estaba
perfectamente metida debajo de su barbilla. Nuestras piernas vestidas con vaqueros
entrelazadas como enredaderas, y su pecho subía y bajaba contra el mío.
Moviendo solo mis ojos, miré a mi alrededor. La hoguera ardía. La playa estaba
vacía. Estábamos solos.
Debería haberme sentado. Debería haberme desenredado, agarrado mis
cosas y marchado. Pero mi cuerpo se sentía pesado y satisfecho. Perfectamente
contento. Las noches inquietas de los últimos meses desaparecieron y no podía
moverme ni quería hacerlo.
Solo un momento más…
Dejé que mis ojos se cerraran y se adormecieran.
Cuando volví a estar consciente, estaba en un estado turbio, medio dormida,
medio soñando. Los brazos de Miller a mi alrededor se tensaron, y su nariz estaba en
mi cabello, acariciándome. Sus labios tocaron mi frente. Un beso ligero como una
pluma. Incliné mi barbilla ligeramente hacia arriba y mi boca rozó su cuello. Medio
despierta, y sin pensar, le di un beso allí, con la boca abierta, saboreando la sal de su
piel con un movimiento de mi lengua.
Se movió contra mí de nuevo, y sentí su pesada erección presionando contra
mi centro. Sus manos recorrieron mi espalda, se deslizaron por mi cabello, tirando lo
suficientemente fuerte. Mi boca se abrió más y chupé su cuello ligeramente,
mordiendo y luego pasando mi lengua por su piel.
La mano de Miller hizo un puño en mi cabello, tirando de mi cabeza hacia atrás.
Ante ello, arrastré besos por su mandíbula, sintiendo la barba incipiente bajo mis
suaves labios, raspándome contra ella, hasta que encontré su boca. Con un gruñido,
Miller me hizo rodar sobre mi espalda y hundió su peso contra mí, su ingle se clavó
entre mis piernas, buscando entrar a través de nuestros vaqueros, justo cuando su
boca chocó contra la mía, buscando entrar allí también.
Me rendí de buena gana. Con impaciencia. Tomando su beso con largos
barridos de mi lengua que se deslizaba contra la suya. Dios, el beso de Miller era…
así como él. Duro, intenso, pero también hermosamente considerado. Dientes
mordisqueando y labios suaves. Rastrojo áspero alrededor de una boca blanda.
Maldiciones murmuradas pronunciadas con aliento suave.
Se apoyó en un antebrazo, con esa mano agarró mi cabello, sosteniéndome en
su beso con deliciosa posesión. La otra se movió por mi cuerpo, bordeando mi pecho,
sabiendo que nunca antes me habían tocado así.
Quería que me tocara. Nunca había querido algo con tantas ganas.
Tomé su mano y la guie debajo de mi sudadera con capucha, debajo de mi
camiseta, para que pudiera llenar su mano con mi pecho. Acarició y exploró, sopesó
mi pecho. Mis suaves gemidos y jadeos lo estimularon, y se metió debajo de mi
sujetador donde encontró mi pezón, duro y dolorido. Pellizcó y pellizcó mientras yo
gemía en su boca, mis manos se deslizaron hacia abajo sobre su ancha espalda y
luego hacia arriba en su espeso cabello.
Sus caderas chocaron y se molieron contra las mías. Levanté las mías para
recibirlo y envolví mis piernas alrededor de su cintura. Había tanta ropa entre
nosotros; tela de mezclilla frotando con un dulce dolor en mí mientras su dura
erección buscaba mi suave calor.
—Miller…
El nombre salió de mis labios entre besos. Se escapó de ellos. Porque en ese
momento, él era mi mundo entero. Todo lo que conocía era él… y luego se fue.
El aire frío entró en picado cuando Miller se apartó de mí con un grito
entrecortado y una vil maldición. Sentí como si me hubieran despertado
violentamente del sueño más dulce. Me incorporé lentamente, Miller a mi lado.
Agarró un puñado de arena y lo arrojó a las brasas humeantes, luego se puso de pie.
—Mierda —dijo, frotándose el cabello con ambas manos—. ¡Mierda!
Alisé mi ropa arrugada y me envolví con la manta. Arrepentimiento,
remordimiento, culpa… Todos me inundaron, apagando el calor que habíamos
construido.
—Lo siento mucho —susurré, las palabras arrancadas por el viento.
—Yo no soy así —gritó, su hermosa voz ahora levantada con ira—. Nunca quise
ser este tipo. Un tipo que pone los jodidos cuernos.
—Miller, lo siento —dije, las lágrimas se acumulaban, pero quería que no
cayeran—. Pero siéntate y habla conmigo. Por favor. Necesitamos hablar. Hablar de
verdad.
Se volvió hacia mí, con los ojos ardiendo de dolor.
—Estoy cansado de hablar. Llevamos cuatro años hablando . Es por eso que en
el puto segundo que estás cerca de mí, tengo que tocarte y besarte… —Se pasó la
mano por la boca como si nos limpiara—. ¿Pero mierda, ahora? Estoy con otra
persona.
—Lo sé. Lo siento.
—No todo es tu culpa —dijo—. Ese es el problema. Yo también hice esto. Dejé
que esto sucediera, y ahora…
Cayó en un frustrado silencio, sacudiendo la cabeza hacia el suelo.
—La quieres —dije en voz baja, el remordimiento me hizo estremecer.
—No sé. No, yo… Joder, soy un idiota. Porque pase lo que pase, esto la
lastimará, y no quiero eso. Yo nunca quise eso. Solo fui con otra persona porque
necesitaba intentar seguir adelante. Porque pensé que tú y yo éramos algo imposible.
Y tal vez lo seamos.
Me hundí más profundamente en la manta, defendiéndome del aire helado de
la mañana y de la fría finalidad de sus palabras.
Me miró, y me partió el corazón en dos al ver brillar sus ojos color avellana.
—Tuviste razón todo el tiempo. No podemos hacer esto bien. Está jodiendo
todo.
Sin decir una palabra más, recogió su estuche de guitarra y su chaqueta.
—Miller, espera —dije—. No puedes simplemente salir corriendo cada vez que
nos tocamos y besamos y sentimos la profundidad de todo. Sé que es mucho. También
es mucho para mí…
—¿No? —Rio amargamente—. Eso es lo que hace la gente, Vi. Huyen. Incluso
tú, eventualmente.
—¿Qué? —Me puse de pie—. ¿Por qué dirías eso?
Pero me dio la espalda.
—Vamos, es hora de irnos —dijo, su voz fría y vacía. Irreconocible—. Hemos
terminado aquí.
C
aminé por el difícil camino desde la choza, Violet detrás de mí. Escuché
por señales de que estuviese luchando contra las rocas o si había
perdido un zapato en la arena porque no estábamos hablando. Ni una
palabra.
Su auto estaba estacionado en una calle lateral cerca del camino una calle más
allá. Esperé hasta que estuvo a salvo dentro. Los neumáticos chirriaron cuando Violet
se alejó en su Rav 4 blanco y me dejó en una nube disipada de vapores de gasolina.
Lo último que vi fue su cara a través de la ventana. Estoica. De piedra.
¿Qué esperabas?
Nos arruiné la primera vez que la besé. Había demolido nuestra amistad y
ahora ninguno de los dos sabía qué hacer el uno con el otro. Yo no sabía qué hacer
con la avalancha de sentimientos que me inundaban cada vez que nos tocábamos.
Cada beso era como una puerta que se abría a otra vida que era demasiado
jodidamente buena. La había estado deseando durante tanto tiempo, manteniéndola
en mis canciones de amor donde yo controlaba el resultado.
Pero cada vez que la fantasía se acercaba a la realidad, mis viejos miedos
volvían rugiendo. Desde que mamá y yo nos quedamos a nuestra suerte, había
arrastrado el odio hacia mi papá a mi alrededor como una armadura, construyendo
fuerza a partir de la impotencia y el miedo. Me había prometido a mí mismo que
siempre sería el que se fuera antes de que alguien pudiera dejarme. Siempre.
Pero al ver a Violet alejarse, no me sentí fuerte. Verla irse fue como despertar
de un sueño que se desvanecía antes de que pudiese atraparlo.
Te estás quedando sin oportunidades para arreglar las cosas.
Si iba a hacer algo bien, tenía que empezar con Amber. Saqué mi teléfono.
¿Podemos hablar? ¿Hoy?
Comencé a caminar a casa y la respuesta llegó unos minutos después. Estás
rompiendo conmigo.
No fue una pregunta.
¿Nos vemos en el banco después de la escuela?
Lo tomo como un “sí”. Claro. Bien. Nos vemos.
Resoplé y guardé mi teléfono. Tuve suficiente tiempo para comer y tomar mi
insulina, pero ya era demasiado tarde para ducharme y cambiarme. Tendría que ir a
la escuela y romper con Amber, oliendo a Violet.
Mi estupidez no conoce límites…
Después de un día de clases que me pareció una eternidad, fui al banco en la
periferia del patio principal. El mismo banco donde me senté con Violet el día en que
se emitieron las votaciones de Baile de Bienvenida. Amber ya me estaba esperando.
—Hola —dije, sentándome a su lado.
Me miró de arriba abajo.
—Te ves como la mierda. ¿Es esto realmente difícil para ti? ¿O estuviste
despierto toda la noche haciendo otra cosa? ¿Con alguien más?
—Me quedé despierto muy tarde y no me acosté con nadie, pero…
—Por supuesto que no —dijo con amargura—. Me sorprende que no te hayas
unido a un monasterio ahora. O salido del armario.
Pasé una mano por mi cabello. Para Amber, uno de mis muchos defectos en
nuestra “relación” fue mi negativa a tener sexo con ella. Pero mi corazón y mi cuerpo
pertenecían a otra persona, y no importaba cuántos días, semanas y meses se
hubieran acumulado, eso nunca cambió.
Amber levantó las manos.
—¿Hola? Ni siquiera puedes romper conmigo sin desconectarte.
—Lo sé, lo siento.
—Así que esto es todo, ¿eh? Estoy sorprendida —dijo con voz inexpresiva—.
Sorprendida, de verdad. Esta es mi cara de asombro.
—Amber…
—¿Qué pasó? ¿Cuál fue la gota que colmó el vaso?
—¿Qué quieres decir?
—Ten un poco de seriedad. Siempre tuviste un pie fuera de la puerta.
Conseguir que pasaras tiempo conmigo era casi imposible, y cuando lo hacías, nunca
querías tener intimidad. Casi nunca me besaste a menos que te hubieras tomado unas
cervezas. ¿Entonces? ¿Por qué ahora?
—Besé a otra persona —le dije.
La mandíbula de Amber se tensó.
—Esta historia es cada vez mejor. ¿Quién?
—Violet McNamara.
—¿Solo una vez? ¿O me has estado engañando por un tiempo?
—Solo una vez. Anoche.
Pero eso ni siquiera era cierto. Siempre había estado con Violet, desde el día
en que nos conocimos.
Amber me estaba mirando.
—De seguro que te mueves rápido, ¿no? Pero no lo suficientemente rápido.
Debiste haber roto conmigo antes de besar a otra chica.
—Estás en lo correcto. Lo siento. Solo sucedió. Eso no es excusa. Me puse en
una posición…
Envuelto alrededor de Violet. Esa es mi posición. Y no quiero irme nunca.
—He sido un idiota.
Amber suspiró, algo de la fuerte agresión desapareciendo de su voz.
—No, no lo has sido. Ese es el punto. De hecho, eres un buen tipo que intenta
hacer lo correcto. Pero fuimos demasiado lejos en la noche del baile de bienvenida,
y desde entonces has intentado compensarlo. No soy estúpida, sabes. Sé que te
sentías atado.
—No fue tu culpa. Quise intentarlo.
—¿Intentarlo? ¿Intentarlo así como probándote ropa? ¿Como un abrigo de
novia para ver si me quedaba bien?
—No.
Sí. Quizás.
—Me gustaste, Amber —le dije—. Sí me gustas. Pero…
—La amas.
—¿Por qué piensas eso? —pregunté patéticamente.
—Vi el vlog de Evelyn. Shiloh me dijo que Violet tomó el video original de ti
cantando “All I'll Ever Want”. La forma en que la mirabas cuando la cantabas… Eso
no era para ella, ¿o sí? Después de la fiesta de Chance, nunca me volviste a cantar.
Tampoco había cantado para Amber en la fiesta de Chance, pero no tenía
sentido empeorar las cosas. Me sentía como una mierda por dejar que esto continuara
tanto tiempo. Una farsa. Un acto tan tedioso que incluso Amber estaba cansada de
ello.
—Lo siento, Amber. Realmente. Si de algo ayuda, nunca quise hacerte daño.
—Qué palabras tan célebres. —Se echó el cabello largo por encima del
hombro—. Está bien, entonces supongo que eso es todo. Solo hazme un favor.
—Cualquier cosa.
—Dame algo de tiempo antes de que comiences a caminar por los pasillos con
Violet, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Dudo que eso suceda pronto de todos modos. Tengo que
arreglar mi mierda. —Sonreí levemente—. No es necesario que te lo diga.
—No, no es necesario. —El rostro rígido de Amber se suavizó—. Pensé que
estaría más herida. Y lo estoy. No te lo voy a poner tan fácil.
—No deberías.
—Pero cuando me enviaste ese mensaje de texto esta mañana, casi me sentí
aliviada. —Me lanzó una mirada seca—. Miller Stratton, eres como un caballero que
comparte un cerebro con un idiota.
Me reí un poco.
—Preciso.
El imbécil nació el día que mi padre se fue. Pero Amber no necesitaba escuchar
más excusas.
—Y tengo una confesión —dijo—. Como que idealicé nuestra relación. De ti
siendo este músico famoso y yo siendo la chica de tus canciones de amor. Así que tal
vez me quedé un poco más tiempo del que debería. Pero eso no significa que debiste
haber besado a otra persona.
—No, no debí. Siempre me arrepentiré.
Me lamentaba el momento. Nunca podría arrepentirme de haber besado a
Violet. Incluso cuando nos destrozó.
Amber exhaló un suspiro.
—Está bien, te ves lo suficientemente arrepentido. Tengo que irme. —Se echó
al hombro su bolso bordado—. Cuando consigas arreglar tu mierda, asegúrate de
darle a Violet más de tu lado de caballero y menos de tu lado idiota.
Levanté una mano.
—Haré todo lo posible para darle menos de mi lado idiota.
Estalló en carcajadas.
—Nos vemos, Stratton.
—Oye, Amber.
—¿Sí?
—Gracias por ser genial.
Sonrió levemente, me saludó con la mano y se alejó.
Me dejé caer en el banco, el alivio y el arrepentimiento salieron de mí. Alivio
por haberlo terminado, arrepentimiento de que me hubiera tomado tanto tiempo.

Unos días después, estaba en el mismo banco, leyendo Tierna es la noche,


cuando se acercó Evelyn González.
—Eh, tú. ¿Qué estás haciendo? —Miró la portada de mi libro—. Fitzgerald. Eso
no está en nuestra lista asignada.
—Lo sé. Lo leo porque quiero.
—¿No eres el tipo de artista perfecto y sensible?
Suspiré.
—¿Qué quieres, Evelyn?
—A ti. —Se rio de mi expresión oscura—. Relajáte. Es puramente profesional.
Necesitamos ponernos manos a la obra con tu próximo video. El último fue genial,
pero tengo algunas ideas nuevas que quiero revisar contigo esta noche.
—Sabes que solo puedo los domingos.
—Este domingo no puedo. Tiene que ser esta noche.
—No puedo. Tengo trabajo después de la escuela en la sala de juegos.
—Después, entonces.
—Será tarde. Como las diez en punto.
—Eso funciona. —Me miró por debajo de las pestañas—. Y si te cansas, puedes
quedarte.
—Evelyn…
—Oh, Dios mío, estoy bromeando. Eres un cascarrabias. —Se levantó y se
enderezó la falda ajustada—. A las diez en punto, Stratton. No llegues tarde. Tenemos
que aprovechar el momento, mientras eres tendencia y te pones más caliente aún.
Musicalmente, hablando. —Me lanzó un beso y se alejó, balanceando la cola de
caballo.
No quería ir a casa de Evelyn y hacer otro video. Quería ir donde Violet. Quería
trepar por el enrejado como siempre lo hacía y tocar para ella. Luego besarla y no
salir corriendo por la puerta sino quedarme. Abrazarla y dormir con ella. Sin sexo,
solo dormir. Como hice esa noche de hace cuatro años cuando se enteró de dónde
vivía.
Pero le había prometido darle algo de tiempo a Amber y estaba bastante
seguro de que Violet ya estaba harta de mi mierda. Huyendo y luego apareciendo,
pero sobre todo huyendo.
Después de la escuela, me fui a casa y me di una ducha rápida antes del trabajo.
Chet estaba allí, como de costumbre, exigiendo saber a dónde iba cada noche y
enojándose cuando me negué a decírselo.
—Si fueras mi hijo… —advirtió.
—No lo soy —le respondí—, así que ocúpate de tus malditos asuntos.
Dejé que la puerta se cerrara de golpe, la ira me quemaba la piel. Si papá no
se hubiera ido, mamá y yo no hubiéramos tenido que lidiar con el Jodido Chet Hyland.
No estaríamos viviendo en un apartamento de mierda después de vivir en un auto. Si
él todavía estuviera por aquí, no sería un jodido desastre. Podría ser el chico que
Violet se merecía.
En la sala de juegos, pasé horas viendo a los turistas meter monedas en las
máquinas o jugar Skee-Ball por premios de plástico mierdoso. En un mar de ruido, el
juego Pac-Man parecía el más ruidoso. Una y otra vez, los fantasmas atraparon a Pac-
Man y luego vino el efecto de sonido de su desaparición.
Tengo que largarme de aquí.
Así que tomé el autobús hasta la gran casa blanca de dos pisos de Evelyn.
Parecía fantasmal y silenciosa en la noche. Como de costumbre, le envié un mensaje
de texto diciendo que estaba allí, y ella me dejó entrar, guiándome a través del
espacio limpio y cálido de su casa; sonrientes fotos familiares colgadas en cada
pared.
Las paredes de su dormitorio estaban cubiertas de recortes de labios, ojos y
ropas de revistas y bocetos de atuendos que supuse que ella había hecho. Me
importaba una mierda la moda, pero reconocía el talento cuando lo veía.
—Hueles a palomitas de maíz —dijo Evelyn, preocupándose por mí.
—Peligro del trabajo.
—¡Ja! Eres lindo. —Pasó sus dedos por mi cabello.
—¿Es eso necesario?
—Estoy tratando de recrear esa apariencia que tenías en el primer video.
Cuando te quitaste el gorro y te pasaste las manos por el cabello. Si tuviera un dólar
por cada comentarista que decía que ese movimiento prendió fuego a su braga… —
Se golpeó la barbilla con una de sus uñas—. Ahora que lo pienso, sí me pagan cuando
esto sucede.
—Sí, sobre eso —dije—, ¿recibiré algo por eso, o pasé de dar mi mierda gratis
en internet a dártela a ti?
—Te lo dije, solucionaremos todo eso más adelante.
—Dijiste que tenías demandas por ayudarme.
—Sí las tengo. A su debido tiempo.
Enroscó un collar con un pendiente de cuerno de hueso con una cuerda de
cuero alrededor de mi cuello.
—¿Esto también es necesario?
—Va con las pulseras de cuero que usas en tus muñecas —dijo—. Llama la
atención a tus antebrazos. Bastante sexy. El collar hará lo mismo con tu pecho y cuello.
Se movió frente a mí, inclinándose para escudriñarme, sus manos en mi cabello
de nuevo. Tuve la oportunidad de ver sus pechos saliendo de su blusa. Me sorprendió
mirando y una lenta sonrisa se extendió por sus labios.
—Me estás mirando. —Sus manos se deslizaron por mi pecho, con las palmas
planas—. ¿Te gusta lo que ves?
—Evelyn, detente… —Le agarré por las muñecas y las aparté.
—¿Qué ocurre? Ya no te veo con Amber. O cualquier chica para el caso. —
Sonrió y se acercó más, su rodilla descansando en la silla entre mis piernas—. No hay
nada de malo en divertirse un poco.
Me levanté suavemente y la aparté.
—¿Es esto a lo que te refieres con tus demandas? ¿El costo de tu ayuda?
Sus ojos oscuros se agrandaron, el calor en ellos se volvió frío.
—¿Por quién me tomas, una especie de prostituta? ¿Crees que cambiaría sexo
por un favor?
—No —dije, frustrado—. No, claro que no. Lo siento. Pero ¿qué diablos estás
haciendo?
—Lo que estoy haciendo es ayudarte a difundir tu música.
—Sabes a lo que me refiero. —Mi teléfono sonó con un mensaje de texto—.
Mierda. Solo… espera.
Me moví al otro lado de la habitación. El texto era de Shiloh.
Acabo de escucharlo. Violet está en el Centro Médico de USCC. Lesión
craneal. No me quieren dar más información.
Cada molécula de mi cuerpo se convirtió en piedra. Sentí como si el piso se
hubiera caído, succionando mi corazón con él.
Mis dedos temblaron mientras escribía. Estoy en camino.
Evelyn hizo un puchero.
—¿Qué ocurre?
Frenéticamente, me puse la chaqueta, metí la guitarra en su estuche y me eché
la correa al hombro.
—Me tengo que ir.
—¿Ahora? No hemos filmado el video. ¿Qué pasó?
—Violet. Algo… no lo sé. Tengo que irme —dije de nuevo y salí corriendo, con
el pulso acelerado. Evelyn me llamó, pero apenas la escuché.
Había pocos autobuses a esta hora y no podía permitirme esperar ni un puto
segundo. Mi teléfono decía que el Centro Médico de USCC estaba a dos kilómetros y
medio de distancia. Treinta minutos a pie.
Las palabras lesión craneal seguían parpadeando en mi cabeza como sirenas
de ambulancia, luego comencé a correr.
U
n día antes…

Habían llegado.
Mis manos temblaron levemente cuando tomé cuatro sobres del resto del
correo. Mis ojos revisaron las direcciones de retorno: Baylor, Georgetown, U de San
Francisco y U de Santa Cruz. Cartas de aceptación o rechazo.
Mi corazón latía con fuerza mientras llevaba el correo a la cocina. Habían
pasado varios días desde la hoguera en la choza y Miller me hubo contactado ni una
vez. Las palabras de Miller me perseguían todas mis horas despierta y me seguían
incluso hasta el sueño.
Quizás seamos imposibles.
Hemos terminado aquí.
Quizás habíamos terminado antes de comenzar. La enormidad de eso me
robaba el aliento cada vez que lo pensaba. Así que intentaba no hacerlo. Cuando mis
pensamientos se dirigían a Miller, lo que era cada dos minutos, los alejaba. Cerré mi
corazón. Había tenido razón todo el tiempo. En todas las ocasiones en que Miller y yo
nos tocamos o nos besamos, explotamos. Como imanes, unidos en una polaridad,
repeliendo al otro.
Y tal vez sus sentimientos por Amber eran más profundos de lo que
sospechaba. Porque si no, ¿no me habría llamado al menos para decirme lo que
estaba pensando?
Podría haberle preguntado a Shiloh, pero no quería una relación que fuese
como ese juego de “teléfono malogrado”, donde nos comunicábamos a través de
alguien más. Pero la incertidumbre me enloquecía. Había sido una tonta al romper las
promesas que me había hecho y ahora la angustia era demasiado. Tenía que dejar
todo atrás, estudiar las cosas, prepararme para que cuando comenzara la siguiente
fase de mi vida, contenida en uno de los cuatro sobres de la encimera de mi cocina,
estuviera lista para ello. Más fuerte.
El sol de la tarde llenaba nuestra espaciosa cocina. Vestía mi pijama, mi cabello
todavía estaba húmedo después de la ducha. Tuve una dura práctica de fútbol en la
que mi entrenadora y mis compañeras de equipo se sorprendieron por mi juego
agresivo. Acostúmbrense, quería decirles. Tenía que patear y correr hasta que este
dolor fuese molido y quemado fuera de mi sistema, o colapsaría y lloraría.
Y ya no voy a ser esa chica.
Me senté en la encimera de la cocina y abrí los sobres uno por uno. Baylor:
aceptada.
Georgetown: aceptada. U de San Francisco: aceptada.
La alegría y el orgullo me invadieron. Ninguna de estas universidades era fácil
de ingresar, por lo que mis probabilidades de obtener un cupo en USCC eran buenas.
Aun así, contuve la respiración mientras abría el último sobre.
Si entro, podría quedarme en la ciudad que amaba, rodeada de bosques y
mar…

Estimada señorita McNamara,


Nuestra junta de lectores de Admisiones capacitados profesionalmente ha
realizado una revisión profunda de sus logros académicos y personales y siente que ha
demostrado una capacidad para contribuir a la vida intelectual y cultural en USCC.
¡Felicidades! Acepte la oferta de admisión a través de nuestro portal en línea antes de la
fecha límite del 1 de mayo…

—Lo logré. Mierda…


El papel flotó hasta el suelo y me tapé la boca con una mano. Por primera vez
en meses, sentí algo más que una tensión que me revolvía el estómago y un dolor de
cabeza. Todas las noches de estudio, los cursos de preparación para la universidad
en los que había trabajado tan duro, como voluntaria en el hospital y con Nancy, los
puntajes de los exámenes SAT y ACT por los que me había estresado… todo había
valido la pena.
Papá llegó a casa con aspecto agobiado y exhausto: camisa arrugada, corbata
torcida.
—Hola, calabaza. —Besó la parte superior de mi cabeza y esbozó una sonrisa.
Su mirada fue a las cartas de aceptación y sus ojos se abrieron—. ¿Recibiste buenas
noticias?
—La mejor noticia. USCC dijo que sí. —Agité el sobre—. Los demás también lo
hicieron, pero este es el boleto dorado. Puedo quedarme aquí y… —Mis palabras se
arrastraron cuando la expresión de mi padre colapsó—. ¿Papi?
—Eso es genial, Violet. —Me dio un abrazo corto y tenso—. Estoy tan orgulloso
de ti.
—Gracias —dije con cautela—. Entonces… tenemos que hablar sobre los
próximos pasos.
—Sí. Mejor trae a tu madre aquí. —Sonó como si hubiera pedido a su propio
verdugo.
—Salió con unos amigos del trabajo. Me envió un mensaje de texto para decir
que llegaría tarde a casa.
Suspiró y se aflojó la corbata mientras se sentaba en un taburete a mi lado.
—Quizás eso sea lo mejor. —Observó la pila de cartas de aceptación—. Lo
siento, calabaza. Lo intenté.
Mi corazón se desplomó hasta mi estómago.
—¿Qué quieres decir?
—La promesa que hicimos en tu duodécimo cumpleaños. Quería más que nada
poder cumplirla. Pero… no puedo. Lo siento.
Me recosté, absorbiendo esto como un golpe.
—Está bien. ¿Qué tan malo es?
Sus ojos, del mismo azul oscuro que los míos, estaban pesados y muy muy
cansados.
—Nada bueno. No quiero entrar en detalles…
—Quiero que entres en detalles. Durante tanto tiempo, asentí y acepté tus
promesas. Papá… —Agarré la manga de su chaqueta—. Solo dime la verdad.
—No es necesario que te dé un recuentro de todo —dijo—. Pero sí, las cosas
han sido difíciles últimamente y hemos tenido que sacar dinero de varias fuentes,
siendo tu fondo uno de ellos. Tuve un trato que se suponía que lo cubriría, pero… no
se concretó. Lo siento. Lo siento mucho, cariño.
Parecía al borde de las lágrimas.
—Lo sabía —dije—. De alguna manera siempre lo supe. Solicité becas, pero
las que se basan en el mérito son difíciles de ganar y ninguna cubre todo. Necesitaré
ayuda financiera. —Lo miré—. ¿Necesitaré ayuda financiera? Nunca me dices nada. Y
dijiste que no me preocupase. Confié en ti y en mamá…
Dios, Miller tiene razón. La confianza es algo tan estúpido para apostar en el
futuro.
—Sé que lo hiciste —dijo papá—. Pero estuve tan cerca. El trato parecía algo
tan seguro…
—¿Qué trato?
—Una aplicación en la que había estado trabajando. Pero hubo… problemas
de patentes. —Hizo un gesto con la mano—. No es importante. Lo importante es
arreglar esto. Quería tanto que evitaras comenzar tu vida con una deuda masiva. —Se
iluminó con un optimismo acuoso que hizo que mi corazón se partiera en dos—. Pero
hay otras becas para las que estoy seguro de que calificas. Más que calificas.
—Las hay —dije lentamente—. Pero los plazos de solicitud de la mayoría
probablemente hayan pasado o estén a punto de hacerlo. No hay tiempo.
—Para el otoño. Pero podrías postular para la primavera del próximo año.
Mis ojos ardieron cuando se encontraron con los suyos. Ambos sabíamos que
me había estado rompiendo el culo durante años para salir adelante. Si quería ser una
cirujana, estaría en la escuela de medicina durante la mayor parte de mi vida adulta
joven. Quería terminar con eso y comenzar una carrera y tener una familia lo antes
posible.
—Está bien —dije, sentándome y parpadeando para contener las lágrimas.
Recogí mis cartas y me bajé del taburete—. Solicitaré ayuda financiera y veré qué
becas aún están abiertas.
—Violet, espera —dijo papá—. Sé que lo arruiné, pero por favor, háblame.
Mi corazón quería romperse. Nunca había visto a mi padre grande y fuerte tan
derrotado. Me asustó hasta los huesos. Y supe que había más que no me estaba
contando.
Levanté las cartas.
—Esto apesta y es decepcionante, pero puedo lidiar con eso. Pero nunca me
diste la oportunidad de prepararme porque no has sido honesto conmigo. No sobre
el dinero, ni sobre ti y mamá.
—Lo sé. Pero es… complicado. Lo último que queremos hacer es lastimarte.
Quería decirle que cada vez que peleaban, me lastimaban. Cada vez que
rompían un vidrio o golpeaban una puerta, me lastimaban. Pero Miller les había
gritado por mí y nada había cambiado.
—Estoy cansada —dije, tragándome las lágrimas—. La práctica de fútbol fue
larga.
—De acuerdo. Buenas noches, Violet —dijo—. Lo siento.
No hace mucho, hubiera querido correr hacia él, abrazarlo, llorar en su hombro
por todo eso. Acerca de Miller. Como solía hacerlo cuando era pequeña. Cuando él y
mamá habían sido felices. Antes de que ambos se convirtieran en personas que ya no
reconocía.
Pero me fui sin decir una palabra más y me dirigí a mi habitación. Me estaba
volviendo irreconocible.

En la escuela al día siguiente, anduve en piloto automático, manteniendo la


cabeza gacha. A pesar de lo que le había dicho a papá acerca de estar cansada, me
quedé despierta hasta tarde solicitando ayuda financiera e investigando los plazos de
las becas para cada una de las escuelas en las que me habían aceptado y luego le
envié un correo electrónico a mi consejera para una reunión de emergencia esa tarde.
Estaba de camino a esa reunión y casi choco contra Evelyn González.
—Oye, chica —dijo, con una sonrisa triunfante y ganadora—. Mucho tiempo sin
verte. Has estado tan ocupada. Siento que han pasado años desde que pasamos el rato
juntas.
Encontré su mirada con la mía, como el acero.
—¿Eso es lo que pasó? ¿O te avergonzaba que te vieran con la chica a la que el
capitán del equipo de fútbol americano dejó plantada frente a toda la escuela? —No
dejé que respondiera—. Hablando del Baile de Bienvenida, ¿alguna vez me ibas a
decir que robaste el video de Miller de mi teléfono?
—Vaya, ¡qué hostil! ¿Qué pasó con la dulce Blancanieves? Y, de todos modos,
no robé nada. Publicaste ese video en internet. Es una economía de libre mercado.
Me crucé de brazos.
—No es exactamente así como funciona, pero está bien. ¿Qué fue eso de
eliminar mi cuenta de YouTube?
—Era un obstáculo. ¿Cuál es tu problema, de todos modos? Le hice un favor a
Miller. En caso de que no lo hayas notado, estoy contribuyendo a convertirlo en una
sensación viral. No es que sea difícil. —Se lamió el labio inferior—. Realmente es un
hermoso ejemplar de hombre.
Me puse rígida y una sensación desagradable se apoderó de mi sangre.
—Soy consciente de su repentina popularidad. Vi el video que yo tomé en tu
vlog. Es curioso cómo todos lo trataron tan mal hasta que pensaron que podían
obtener algo de él.
—Estamos un poco posesivas, ¿verdad? Qué linda. ¿No quieres que sea un gran
éxito?
—Por supuesto que sí. Pero aparecer en un vlog de moda no se siente como su
estilo. O algo que él quisiera hacer.
—Lo es ahora. ¿No te lo dijo?
Me puse alerta.
—¿Decirme qué?
—Ha estado viniendo a mi casa los domingos. Nos hemos estado quedando
despiertos hasta muy tarde, trabajando en nuevos covers. De hecho, vendrá a mi casa
esta noche. Así que, tal vez alguna vez fuiste una experta en lo que él quiere, pero…
ya no tanto. —Meneó los dedos—. ¡Nos vemos!
La vi irse, hermosa, inteligente y siempre enfocada como un láser en conseguir
exactamente lo que quería.
No es de mi incumbencia, pensé, profundizando en mí. No me habla. No es mío.
Somos imposibles.

—El cronograma no es excelente —dijo mi consejera, la señora Taylor,


mientras examinaba mi investigación sobre becas—. Y la USCC no ofrece mucho a
menos que sea para familias de bajos ingresos, para lo cual todavía no estamos
completamente seguros de que califique. ¿Has recibido noticias sobre alguna de las
becas basadas en el mérito?
—Aún no. Pero compensaré todo lo que necesite en ayuda financiera.
La señora Taylor se quitó las gafas de media luna y se recostó.
—Esto tiene que ser increíblemente decepcionante para ti, Violet.
Le dediqué una pálida sonrisa.
—Problemas del primer mundo, ¿verdad? Mamá y papá no pueden pagar mi
costosa escuela.
Frunció el ceño.
—No necesito decirte que estar agobiada por deudas es increíblemente
estresante, sin importar quién o por qué. Es la trágica razón por la que miles de
jóvenes evitan la universidad por completo. Tenías un camino libre y ahora no lo
tienes. Está bien sentirse molesta por eso.
—Estar molesta no me va a ayudar a superarlo —dije—. Haré lo que sea
necesario, pero si quiero comenzar la escuela en el otoño, debo enfocarme.
—Haré todo lo posible para ayudarte, Violet, pero USCC podría no ser la
escuela adecuada para ti. Tienes que ser flexible, ¿de acuerdo?
Asentí y lo prometí, pero había estado planeando mi carrera desde que tenía
diez años. Amaba la ciudad de Santa Cruz. Amaba mi hogar. Mi familia. Miller. No
tenía idea de dónde estaba parada. Como si el suelo bajo mis pies temblara y se
rompiera, y no sabía si resistiría esta brecha o me caería.

Esa tarde, entré a la casa de los Whitmore como de costumbre, pero el


dormitorio principal estaba vacío. Una pizca de miedo se alojó en mi estómago hasta
que recordé que Nancy había programado una cita con el médico.
Me di la vuelta para irme, volver a casa y seguir trabajando en las solicitudes
de becas hasta la práctica de fútbol. Entonces River subió las escaleras.
Se veía tan guapo como siempre y sus ojos se iluminaron al verme.
—Hola —dijo.
—Hola —dije.
Ladeó la cabeza.
—¿Estás bien? Te ves un poco triste.
—Han sido un par de días difíciles —dije, con la garganta gruesa.
—Te escucho. ¿Quieres ir a algún lugar y comer algo? ¿Alejarte de los
problemas?
Era tan guapo y amable, sonriéndome con genuina compasión. Su amabilidad
amenazó con deshacer todo el arduo trabajo que había hecho para mantener mis
sentimientos bajo control. Salieron a la superficie, pero, Dios, estaba tan cansada de
llorar. Tan harta de sentirme como un trozo de arcilla, moldeado y estirado por fuerzas
externas. Tenía que ser más resistente que esto o nunca sobreviviría.
Me sonrió.
—Es una pregunta de sí o no…
Salté hacia River. Lancé mis brazos alrededor de su cuello y lo besé. Besé sus
labios, su mandíbula, su barbilla y luego sus labios de nuevo. Urgentemente.
Desesperada por borrar a Miller de la memoria sensorial de mi cuerpo. Por hacer lo
que él hizo: seguir adelante con otra persona y recuperar el control de mi propia vida
que se estaba desmoronando ante mis ojos.
River se congeló por la sorpresa, sus labios rígidos e inflexibles, pero
finalmente se separaron lo suficiente. Me devolvió el beso, suavemente y luego con
más fuerza, cerró los ojos con fuerza y frunció el ceño, como si nuestro beso fuera un
trabajo que debía hacerse. Nuestras lenguas se enredaron, desincronizadas, nuestras
narices se golpearon, nuestros dientes chocaron.
Se separó, sin aliento.
—¿Violet?
—Tu cuarto.
—¿Estás segura?
—Sí. No más charla.
Hablar llevaría a pensar y pensar llevaría a admitir que todo esto estaba mal.
Tropezamos en su habitación; nuestras bocas todavía se apretujaban
torpemente. Le quité la chaqueta de los hombros. Se dejó caer sobre la cama y me
subí encima de él.
—Nunca esperé esto de ti —dijo.
—Yo tampoco —dije. Excepto que quería escapar de estar a merced de mis
sentimientos por Miller. River fue mi amor platónico de toda la vida. Esto debería
funcionar…
Pero no fue así.
Como tratar de hacer que un encendedor funcionara cuando ya no tenía
líquido, tratamos de encenderlo con caricias poco entusiastas y besos que se hicieron
menos profundos. No estaba duro en sus vaqueros. No estaba desesperada por
tenerlo. Éramos como actores sin química, ensayando una escena.
Con un pequeño grito de desesperación, me aparté de él. Nos acostamos de
espaldas, uno al lado del otro, con la mirada en el techo.
—Lo siento —dije.
—Yo también. Normalmente soy mejor… en esto. Me tomaste por sorpresa, eso
es todo.
—De acueeeeerdo.
—Por eso no fui… mejor.
—Ya dijiste eso —dije, la humillación por lo que había hecho me quemaba. Me
tapé los ojos con una mano, pero las lágrimas calientes se derramaron—. Lo siento
mucho.
Lo siento, Miller.
—Oye. —River apartó suavemente mi mano—. Está bien.
—No está bien. No sé qué me pasa.
—No te pasa nada. Soy yo quien se equivocó. Créeme.
Sacudí la cabeza.
—No. No te merecías eso. Todo ha ido mal. Solía ser muy organizada y estar al
tanto de las cosas. Ahora… —Hice un gesto hacia el techo—. Ahora todo se está
desmoronando. Me estoy desmoronando. Haciendo cosas que nunca haría. Siendo
alguien que no soy.
River volvió su mirada hacia el techo, su boca era una línea dura.
—Sí. Sé exactamente cómo es eso.
—¿Lo sabes?
—Definitivamente.
Me limpié la nariz con la manga de mi sudadera y me giré de costado para
enfrentarlo.
—¿Cómo? Quiero decir… parece que todo va como debería para ti.
—Eso es porque soy muy bueno haciendo que parezca que todo va como
debería —dijo con amargura. Estiró la mano, sacó un pañuelo de papel de la mesita
de noche y me lo entregó.
—Gracias. —Me sequé los ojos—. Nancy me dijo que entraste en la
Universidad de Alabama y Texas A&M.
—Sí —dijo.
—No te ves feliz.
Giró la cabeza sobre su almohada para mirarme.
—¿Puedo contarte un secreto?
—Por supuesto.
—¿Juras que no le dirás a nadie?
—Hasta la tumba.
Volvió a mirar al frente, su nuez de Adán se balanceó con un trago pesado.
—Ya no quiero jugar fútbol americano.
Apoyé mi cabeza con mi codo.
—¿Qué? ¿De verdad?
—No he querido jugar… nunca, en realidad. Siempre ha sido más el sueño de
mi papá que el mío. Fue una gran estrella en su día y pudo haberse convertido en
profesional, hasta que una lesión en la rodilla se lo impidió.
—Vaya —dije, absorbiendo eso—. Pero eres tan bueno en eso. Como Tom
Brady o Peyton Manning.
Sonrió lúgubremente.
—Es un desperdicio, ¿verdad? ¿Querer tirarlo todo por la borda?
—Bueno no. No si eso te hace infeliz. ¿Qué quieres hacer realmente?
—Te vas a reír. O creer que soy un gran ñoño.
Sonreí.
—Como alguien que incursionó en no ser una ñoña por un corto tiempo hasta
que Evelyn González me devolvió a la Tierra de los Ñoños de donde vine, tienes mi
palabra.
Se rio, pero se desvaneció rápidamente.
—Quiero quedarme aquí. Quiero estar con mi mamá hasta… todo el tiempo
que me necesite. Quiero trabajar en la empresa familiar. Quiero vivir en Santa Cruz y
formar mi propia familia.
—Sé exactamente a qué te refieres, River. Todo eso suena perfecto. ¿No
puedes decirle eso a tu papá?
Sacudió la cabeza.
—Lo mataría. Tiene esta idea de mí. De quién debería ser. He pasado toda mi
vida tratando de estar a la altura. Cuando juego a fútbol… —Se encogió de hombros
con impotencia—. Ahí es cuando está feliz. Ahí es cuando me siento…
Se mordió la palabra, pero la escuché de todos modos.
Amado.
La cabeza de River se volvió hacia mí de nuevo.
—Por favor, no se lo digas a nadie. No sé por qué te lo dije, excepto que me
siento cómodo contigo. —Una pequeña sonrisa tocó sus labios—. Solo que no cuando
nos estamos besando.
Solté una breve carcajada.
—La historia de mi vida.
Nos recostamos para mirar al techo, riendo. Se hizo un silencio que se sintió
cálido y calmado y luego River se movió a mi lado.
—Así que… Violet.
—Así que… River.
—Ya que los dos somos secretamente ñoños disfrazados, ¿qué tal si vamos
juntos al Baile de Graduación?
Una risa incrédula salió de mí.
—Oh, por supuesto. ¿Por qué no? —Lo miré. Arqueó una ceja—. ¿Lo dices en
serio?
—Como un infarto. Simplemente iríamos como amigos.
—¿No tienes un grupo de chicas esperando que las invites a salir?
—Ja, no. Honestamente, ni siquiera quiero ir…
—Qué manera de convencerme, Whitmore.
Rio.
—Lo siento. O sea. Sí quiero ir, por el bien de mis padres. Papá sigue
preguntando qué chica voy a llevar… —Se aclaró la garganta—. Y mamá te ama.
Deberíamos irnos. Es nuestro último año.
—Me parece recordar cierto otro baile al que se suponía que debías llevarme
y luego no lo hiciste.
—Lo sé, lo siento mucho. Pero así es como te lo compensaré.
—Supongo —dije, la tristeza arrastrándose de regreso a mi corazón.
Miller odiaba los bailes. Odiaba el dinero gastado que podía ir a otros lugares
que lo necesitaban más. Odiaba los trucos y temas tontos. Pero yo no. Quería todas
las experiencias de la secundaria e ir con River había sido mi plan desde el principio.
Pero después de que Miller me besó, incluso mis fantasías sobre esas
experiencias se habían reorganizado. Me imaginé a Miller y a mí al pie de las
escaleras de mi casa. Mamá tomando un millón de fotos y papá bromeando, pero no
realmente, de que era mejor que Miller me trajera a casa a tiempo y me cuidara.
Y Miller lo haría, porque eso es lo que hacía. En el baile, me abrazaría fuerte y
nos balancearíamos al ritmo de la música. Tal vez cantaría una de sus canciones en mi
oído y luego me besaría…
Me sacudí de mis pensamientos con un escalofrío. Miller no me iba a invitar a
ningún Baile de Graduación, me recordé. Tenía novia.
Y él y yo somos imposibles.
—Iré al baile contigo —le dije a River—. Pero solo como amigos.
Su rostro se iluminó y, aunque era un tipo enorme y fuerte, algo intangible en
sus ojos me rompió el corazón. Alivio, tal vez, de que iba a hacer algo que complaciera
a su padre.
—Solo amigos —dijo, luego sonrió y tocó un pequeño corte en su labio que mis
dientes habían dejado gracias a nuestros torpes besos—. Más seguro para mí de esa
manera.
—Nunca voy a olvidar esto, ¿verdad?
Sonrió y me dio un codazo en el brazo.
—Ya está olvidado.

Dejé la casa Whitmore sintiéndome sorprendentemente tranquila. Casi


optimista.
Hice un nuevo amigo.
Se sentía extraño pensar en River de esa manera, ya que nos conocíamos desde
hacía mucho tiempo. Pero mi torpe intento de sacar a Miller Stratton de mi sistema
había fracasado de la mejor manera posible. Fui a la práctica de fútbol sintiéndome
mejor que en días.
Mi teléfono vibró con un mensaje de texto mientras caminaba hacia el campo.
Shiloh.
Amber me dijo que ella y Miller rompieron.
Mi corazón se paralizó de nuevo. Ok. ¿Cuándo?
Hace unos días. Justo después de la fogata.
Me quedé mirando el texto. Hace días. Pero no había tenido noticias suyas
desde entonces.
Me envió otro. ¿Pasó algo entre ustedes esa noche?
No le había dicho a Shiloh que nos besamos. Ella estaría enojada con ambos y
a la defensiva por su amiga. Y tendría razón en ambos aspectos. No tenía ni idea de
qué decir. O incluso pensar. Mi silencio provocó una llamada telefónica.
—Hola, Shi.
—¿Estás bien? —preguntó.
—He estado mejor.
—Mira, no te iba a decir esto ya que odio los chismes, pero tal como has estado
últimamente, creo que necesitas escucharlo. Todo.
Mi mano agarró el teléfono.
—¿Hay más?
—Sí. —Inhaló—. Amber me dijo que se dio cuenta de que “All I'll Ever Want”
fue escrita para ti.
—Para mí…
Las palabras me inundaron y un pequeño suspiro salió de mi boca abierta. Me
sentí caliente por todas partes. Llena de luz. Las letras nadaron en mi mente, su
belleza adquirió un nuevo significado. Hundiéndome más profundamente en mi
corazón.
Porque son para mí.
—Creo que lo sabía —murmuré—. Creo que siempre lo supe. Pero insistí tanto
en ceñirme a mis planes…
—Diría que te lo dije —dijo Shiloh—, pero soy una mejor persona que eso.
Me reí. La euforia me llenó como aire caliente durante unos preciosos
segundos, y luego la realidad me hizo caer al suelo.
—Oh, Dios mío —dije, mi mano sobre mi boca que todavía me dolía por mis
torpes besos con River—. Nunca acertaremos con esto. Nunca.
—¿Qué dijiste? —preguntó Shiloh—. No puedo oírte.
—El péndulo va y viene. Nunca estamos sincronizados. Nunca.
—¿De qué estás hablando?
—Besé a River —le dije—. Besé a River e iremos juntos al baile de graduación.
—Oh, Cristo. —Shiloh siseó el aire por la nariz—. ¿De nuevo con eso?
—No, el beso fue un desastre. Solo vamos como amigos.
—Está bien. Eso no es… ideal, pero habla con Miller. Ustedes dos vienen
arrastrando esto desde hace mucho tiempo. Espera. ¿Aún no te ha llamado?
—No.
—Quizás solo necesita tiempo. O quiere darle tiempo a Amber.
—Quizás. Pero, Dios, no debería ser tan complicado, ¿verdad? Es como si
estuviéramos en extremos opuestos de un laberinto, y cada vez que nos acercamos,
alguien toma un camino equivocado.
—Explícale sobre River —dijo Shiloh—. Él lo entenderá. No es como si lo
hubieras engañado.
—Se siente así. —Respiré profundamente—. Pero sí, hablaré con él.
Necesitamos hablar. Necesitamos hablar desde siempre.
—No te discutiré allí.
—Tengo que irme, Shi —le dije—. La práctica está a punto de comenzar.
—Disfrútalo. Cuídate.
—Lo haré.
Dejé mi teléfono en mi bolso y corrí hacia el campo de práctica. Hicimos
ejercicios y entré y salí de conos con el balón en modo automático, mis pensamientos
corriendo por delante de mí. Comenzaron los partidos de práctica y no pude
concentrarme. Dos veces, la entrenadora Brimner me hizo a un lado por cometer
errores estúpidos.
—¿Estás bien? —me preguntó—. Has estado con la cabeza en la estratósfera.
—Sí, lo siento. Me recompondré.
—Haz eso o te sacaré del juego del sábado.
Respiré profundamente, enojada conmigo misma por estar a merced de mis
sentimientos por Miller, una vez más. Angela Marino estaba corriendo el balón por el
campo hacia mí. Cargué contra ella, deslizándome con una pierna hacia afuera,
decidida a sacar el balón de su posesión y demostrarle a la entrenadora que no era
una causa perdida. Que era más fuerte que eso.
Me deslicé demasiado fuerte, demasiado rápido. La hierba voló. Tacos y
espinilleras llenaron mi visión. Angela gruñó, tratando de saltar sobre mí.
Lo último que vi fue su rótula dirigiéndose hacia mi cabeza y luego nada.
M
e desperté para ver el vasto paisaje blanco. Una cama. La confusión
nubló mis pensamientos; no tenía ni idea de dónde estaba, hasta que
vi la pulsera del hospital en mi brazo izquierdo. La noche anterior
regresó en pedazos. Los médicos se habían agrupado con mis ansiosos padres y les
habían dicho que había sufrido una conmoción cerebral. Los escáneres no mostraban
hemorragias ni hinchazón, pero como quedé inconsciente, quisieron que me quedara
toda la noche. Finalmente, cerca del amanecer, me dejaron dormir.
Me dolía la cabeza y sentí náuseas en el estómago. Empecé a intentar volver a
dormirme, cuando una mancha azul oscuro cerca de la ventana se movió. Parpadeé
para enfocar dicha mancha. Miller. Estaba acurrucado de lado en una silla, con sus
largas piernas dobladas hacia arriba y su cabeza apoyada en las rodillas. Su guitarra
y mochila en el suelo a su lado.
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
Él está aquí.
—Hola.
Mi voz estaba hecha jirones, pero Miller se despertó instantáneamente.
Desplegó su figura alta y se apresuró a mi cama, todavía medio dormido.
—Oye, tú. —Se dejó caer en la silla a mi lado. El rastrojo ensombrecía su
mandíbula; círculos oscuros rodeaban sus ojos—. ¿Cómo estás? ¿Cómo te estás
sintiendo?
—Duele un poco, pero estoy bien. Mejor ahora. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Toda la noche.
—¿Has estado aquí toda la noche? —La habitación del hospital estaba helada,
pero de repente sentí todo el calor.
Asintió.
—Shiloh estuvo aquí por un tiempo, pero su abuela la llamó a casa. Quería que
te dijera que espera que te recuperes pronto, y si no lo haces, te pateará el trasero.
—Ella es así de sentimental.
—Tus padres también se quedaron hasta tarde, pero les dije que haría la
próxima guardia —dijo Miller—. A tu mamá no le gustó mucho que me quedara por
aquí, pero ni de broma me iría a ninguna parte. Luché como el infierno para tratar de
verte, pero no me dejaron entrar hasta que tu papá dijo que estaba bien.
—Estoy tan contenta de que hayas luchado como el infierno.
Miller apretó la mandíbula.
—Debería haberlo hecho antes. Hace años. Lo de luchar por ti.
Las lágrimas amenazaron con caer de nuevo, y los ojos cobalto de Miller, que
a menudo eran acerados y fríos, ahora eran oscuros y suaves y no estaban en ninguna
parte más que en mí.
—¿Necesitas algo? —preguntó—. ¿Qué puedo hacer?
Sonreí y aparté un mechón de cabello rebelde de sus ojos.
—Nada. Solo quédate aquí.
Tomó mi mano y la sostuvo en la suya. La energía entre nosotros era diferente
de lo que había sido en meses. O nunca. Desde que teníamos trece años y él fue quien
estuvo en la cama del hospital. El día que supe que lo amaría por siempre.
Inclinó la cabeza.
—Dios, lamento que esto haya pasado, Violet.
—No es tu culpa. Me arrojé en el camino de la rótula de Angela Marino. Oh,
mierda, espero que esté bien…
—Lo está. Escuché a tus padres hablar.
—Gracias a Dios, aunque probablemente me sacarán del equipo.
—No deberías estar jugando de todos modos —dijo Miller sombríamente—.
No hasta que estés mejor. Dijeron que es una conmoción cerebral. Deberás tener
cuidado durante semanas.
—Lo tendré.
Se hizo un breve silencio. Seguía sosteniendo mi mano.
—Miller…
—Lo siento, Vi. Por muchas cosas. Lamento haberme alejado de ti. Haber
desaparecido. Lamento haber corrido hacia otra chica cuando debí haberte dicho la
verdad, que siempre nos sentimos más que amigos. Desde el primer día. Pero no dije
nada.
—No nada. Lo pusiste en tus canciones —dije con una sonrisa. Mi mano en la
suya se apretó—. Lamento tantas cosas también. Evelyn me llama Blancanieves y lo
odio. Pero creo que es bastante acertado. Me he estado envenenando pensando que
nos convertiríamos en mis padres. Pero luego me besaste esa primera vez y desperté.
—¿Sí? —La vulnerabilidad en sus ojos era cruda y desnuda.
—Sí. Tus besos tienen propiedades mágicas, Stratton. El primero reorganizó
mi universo. El segundo en la choza me convirtió en un charco de lujuria. Estoy un
poco asustada de lo que pasará con el número tres.
Su pequeña sonrisa se desvaneció.
—Todavía no te he contado el resto. Sobre Amber.
—Lo sé. Shiloh me lo dijo.
—Te lo hubiera dicho en el momento en que terminó, pero ella me pidió que
le diera tiempo y así lo hice. Se merecía algo mejor que yo. Tal vez tú también lo
hagas.
Sacudí la cabeza y luego hice una mueca.
—No digas cosas así y me hagas sacudir la cabeza —le dije con una pequeña
risa.
Miller no estaba sonriendo.
—Es cierto. —Estudió nuestras manos unidas mientras hablaba, frotando su
pulgar hacia adelante y hacia atrás sobre mi piel—. Camino todos los días fingiendo
que no importa lo que hizo mi padre. Le digo a la gente que está muerto porque si
está muerto y se ha ido, ¿y qué si se fue? Pero no está muerto. Podría volver en
cualquier momento y no lo hace. Y lo que hizo importa.
—Por supuesto que sí —dije en voz baja, sorprendida. Miller rara vez había
hablado de su padre en los cuatro años que lo conocía.
—Importa —dijo—, no solo porque mamá y yo tuvimos que vivir en un maldito
auto. También me arruinó. Perdí mucho, muy rápido. Mi papá, mi casa, mi escuela y
nuestro barrio en Los Banos. Mis amigos. Demonios, casi pierdo la vida. No es su culpa
que tenga diabetes, pero él no sabe lo que tengo y debería. Soy su hijo.
Asentí, escuchando, deseando poder sacarle el dolor para que no tuviera que
cargarlo más.
Levantó sus ojos hacia los míos.
—Se llevó todo, así que eso es lo que me queda. El miedo a que me puedan
quitar cualquier cosa, en cualquier momento. Cuando escuché que estabas herida,
me mató. Porque tal vez te alejé con tanta fuerza que mi miedo se convirtió en una
realidad.
Se inclinó y apretó mis manos contra su corazón.
—Esto es tuyo. Siempre. Seré lo que tú quieras que sea. Seré tu amigo si eso es
lo que quieres. No más tonterías. O seré… más. No seré nada. Todo lo que quiero es
que seas feliz.
Mi garganta se sentía espesa y mi corazón lleno por lo que me estaba
ofreciendo.
—Nunca podrás ser nada para mí, Miller. Jamás.
La expresión que apareció en su rostro fue desgarradoramente hermosa. Miller
inclinó la cabeza hacia mí, y aunque no quería nada más que su beso, no habíamos
terminado de despejar el camino por delante de nosotros. Puse mis manos sobre su
pecho.
—Espera. Tenemos que ser honestos entre nosotros todo el tiempo y hablar de
todo, ¿de acuerdo? Esa es la única forma en que vamos a sobrevivir. Esa es la
verdadera lección que mis padres me han estado enseñando.
—Está bien —dijo lentamente.
—Hay algo que tengo que decirte.
Se reclinó en su silla.
—¿Y eso es?
Inhala, exhala.
—Besé a River.
La mirada de Miller quedó en blanco, sus manos alrededor de las mías se
quedaron quietas.
—¿Cuándo?
—Ayer.
—Ayer —repitió rotundamente.
—Sí, y fue un gran error. Lo supe antes de hacerlo, y lo supe mientras sucedía.
Éramos como dos piezas de madera chocando. Fue doloroso, incómodo y todo mal.
Pude ver a Miller ponderando esto en su mente. Y no estaba feliz.
—Hasta donde yo sabía, todavía estabas con Amber, y estaba tratando de hacer
lo que hiciste. Sacarte de mi sistema. Pero no es posible.
—No, tampoco para mí —dijo—. Supongo que no puedo estar enojado, pero
simplemente… no me gusta.
—Lo sé. Y no me gustó verte con Amber. No fue una venganza, fue solo… tratar
de tomar el control de mis sentimientos. No funcionó.
Miller inhaló profundamente por la nariz y lo dejó salir.
—De acuerdo. Bueno, me alegro de que me lo hayas dicho.
—Hay más.
—¿Más?
—Me invitó al Baile de Graduación y le dije que sí.
Ahora Miller soltó mis manos y se frotó la cara con las suyas.
—No sé si siento que estoy a punto de llorar o reír como un loco.
—Solo iríamos como amigos. Y lo quiero como un amigo. Tuvimos una charla
increíble. Creo que está bajo mucha presión de sus padres.
—Me perdonarás si no tengo mucha simpatía en este momento.
—No tienes que hacerlo, pero tienes que confiar en mí. Tenemos que confiar
mutuamente y contarnos todo.
—Entonces voy a decirte que no quiero que vayas al Baile de Graduación con
River. —Empecé a hablar, pero Miller volvió a tomar mi mano entre las suyas—. Pero
ya se lo prometiste y sé que cumplir tu palabra significa algo. Confío en ti, Vi.
Las lágrimas brotaron de mis ojos.
—Lo que dijiste significa todo, Miller. Como si tuviéramos una oportunidad.
—La tenemos —dijo—. Porque no quiero perderte nunca.
Miller se inclinó sobre mí y mis manos formaron puños en las solapas de su
camisa a cuadros. Mi corazón latía como loco. Presionó su boca con la mía
suavemente. Mis labios se separaron en un pequeño jadeo entrecortado, y besó mi
labio superior e inferior. Luego se movió más profundo y gemí suavemente. Mis ojos
se cerraron cuando esa euforia hormigueante y desconcertante me llenó y se movió
hacia mi estómago para hacer que se agitara.
Miller se movió para sentarse en el borde de la cama, una mano ahuecando mi
mejilla mientras su boca se movía sobre la mía con reverencia. Explorando
suavemente, tocando tentativamente, sellamos promesas, habladas y no habladas, de
cuidar el corazón del otro.
El beso terminó naturalmente, y Miller se apartó, sus ojos vagando por cada
parte de mi rostro. Pasó las yemas de sus dedos por el vendaje de mi sien derecha.
—¿Estás realmente bien?
Asentí.
—Me van a echar en cualquier momento.
—Bien. No quiero volver a verte aquí.
—El sentimiento es mutuo —le dije, acariciando su mejilla—. Pero ya que se
están tomando su tiempo, ¿tocas algo para mí?
—Cualquier cosa.
—“All I’ll Ever Want”. Shiloh dijo que la escribiste para mí.
—Son todas para ti, Vi. Incluso las que no escribí. Esas también son para ti.
Miller me besó suavemente, luego presionó su frente contra la mía.
—Vine aquí —cantó parte de la letra de “Yellow” en voz baja, casi un susurro—
, escribí una canción para ti…
Se me escapó un pequeño sollozo y le rodeé el cuello con los brazos,
atrayéndolo hacia mí. Inhalando ese olor limpio y oceánico suyo, directamente en mis
células, en cada molécula de mi cuerpo. Lo abracé fuerte, porque ahora lo tenía, y
nunca quería soltarlo.
M
ayo

—¿A dónde vamos? —pregunté, riendo, mientras Violet me


arrastraba por el campus. El sol era brillante y reluciente, no se veía una nube.
—Siempre he querido hacer esto —dijo—. Una experiencia de secundaria que
no debe perderse.
De la mano, me llevó desde el campus principal hacia el campo de fútbol.
—¿El punto de besuqueo debajo de las gradas? —pregunté—. ¿No es eso
jodidamente cursi?
Arqueó una ceja hacia mí.
—Bueno, no tenemos que ir… —Sus palabras fueron interrumpidas con un
chillido cuando la llevé al rincón oscuro de las gradas donde se conectaban con la
pared del gimnasio. Afortunadamente desocupado.
La enjaulé contra la pared, mis ojos vagaron por su rostro, tomándome mi
tiempo.
—Eres un provocador. —Suspiró. Sus manos fueron a mis caderas y me
atrajeron hacia ella.
Solté una breve carcajada ante su audacia. No lo había esperado de Violet,
pero durante las últimas semanas, la había estado conociendo de una manera que
nuestras vacilaciones y miedos pasados no me habían permitido antes.
Todos los besos y caricias también fueron jodidamente geniales.
—¿Por qué estás sonriendo? —preguntó, levantando la barbilla y arqueándose
hacia mí de modo que sus senos rozaron mi pecho.
—Por ti —le dije, moviéndome, presionándome contra ella. Pero incluso antes
de besarla, mi erección ya era dura y obvia a través de mi vaquero. Empecé a
retroceder.
Tiró de mí de nuevo.
—No hagas eso. Solo bésame…
Nuestras bocas chocaron, y gemí en nuestro beso cuando Violet separó sus
piernas para acercarme. Maldita sea, se sentía tan bien, olía tan bien, sabía tan bien.
No podía tener suficiente de ella. Su cuerpo delicioso por el que había estado
agonizando desde lejos estaba ahora contra mí, bajo mis manos, ofrecido de buena
gana por la chica que amaba tanto que apenas podía respirar.
La besé con fuerza, todo un enredo de lenguas y respiraciones ásperas,
mientras ahuecaba uno de sus pechos sobre su camiseta, mi pulgar recorría círculos
sobre su pezón. Gimió y deslizó sus manos por mi cabello, por mi espalda y luego por
debajo de mi camisa. Sus dedos trazaron mis abdominales, maniobrando hábilmente
alrededor de mi implante MCG.
—Dios, Miller —susurró entre besos—. Eres tan hermoso.
—Esa es mi línea.
—Lo eres —dijo, con su pequeña palma cálida presionada contra mi abdomen,
las yemas de sus dedos recorriendo mi piel—. Quiero explorarte… —Entonces me
besó, lenta y profundamente, mientras su mano comenzaba a deslizarse dentro de mi
vaquero—. ¿Puedo?
Asentí una vez. Rápidamente. Durante las últimas semanas, había estado
tratando de que las cosas avanzaran lentamente, con la ropa puesta, para que no nos
dejáramos llevar. Tener acceso ilimitado a su habitación casi todas las noches no
ayudaba.
—Ah, joder —gruñí cuando envolvió sus dedos alrededor de mí.
—Eres grande —dijo con curiosidad, casi como un hecho—. Tan grande…
—Dios, Vi —dije, respirando con dificultad—. Tenemos que parar antes de
que…
—¿Tomes mi virginidad aquí mismo?
Una risa sorprendida salió de mí.
—Jesús, mujer.
También se rio y me soltó, luego enderezó mi camiseta.
—Lo siento. Parte de mí siente que necesito ponerme al día. Nunca he hecho
ninguna de las cosas que hacemos. Pero realmente eres solo tú, Miller. No estoy ni un
poco nerviosa. No contigo. —Me miró a través de sus ojos entrecerrados—. Todo lo
contrario. No puedo esperar por mi primera vez.
—Nuestra primera vez.
Se me quedó mirando.
—¿Qué? ¿Tú y Amber nunca…?
—Nunca. —No quería faltarle el respeto a Amber, así que me guardé para mí
mismo que, aunque ella era bonita e inteligente, mi mente, corazón y pene no estaban
interesados—. ¿Cómo lo dijiste? Como dos piezas de madera chocando.
Violet no sonrió, pero sus ojos azul oscuro, como el color de la noche justo
después de la puesta del sol, me acogieron, mirándome con una nueva luz.
—Nunca me dijiste.
—Supuse que no querías saber nada sobre Amber y yo.
—Quizás no, pero… estoy sorprendida. Y conmovida.
Me encogí de hombros.
—Te estaba esperando.
Violet me abrazó y me besó profundamente, con lengua y una caliente
humedad que me mareó.
—¿Qué tal si no esperamos más? —susurró.
Solté una risa nerviosa y me desenredé de ella.
—Tienes que dejar de decir cosas así en público o me suspenderán. —Pasé mi
brazo por encima de su hombro y la acerqué mientras salíamos de debajo de las
gradas—. Tengo dieciocho años, pero te quedan algunas semanas. El estado de
California sugiere enfáticamente que esperemos.
—¿Lo buscaste? —bromeó Violet.
—Diablos, sí, lo hice. Tu papá me cortaría las bolas…
Su rostro decayó.
—Dudo que se diera cuenta así lo hiciéramos en la mesa del comedor mientras
comían.
—Qué interesante imagen. —Le di un apretón—. ¿Alguna novedad?
Sacudió la cabeza contra mi pecho. Llegamos a su última clase del día, Historia.
—Todavía no me han dicho todo, pero he enviado todas mis solicitudes de
becas y ayudas económicas. Lo único que queda por hacer es esperar y ver con
cuánto me endeudaré.
Su brillante y optimista sonrisa regresó, la que tanto amaba. Sobre todo porque
era el yin de mi yang del eterno pesimismo.
—Haré lo mejor que pueda, siempre que pueda quedarme aquí. —Violet me
besó suavemente—. Después de todo, Santa Cruz está a solo un corto vuelo de Los
Ángeles, donde pronto estarás haciendo discos.
Ese pesimismo puso una sonrisa en mi rostro.
—Lo dudo.
No agregué que detestaba la idea de estar separado de ella por un período de
tiempo. No queriendo parecer un idiota posesivo, pero estar con Vi me hacía sentir
completo. Como me sentí cuando me compró mi guitarra en la casa de empeño. Una
parte de mí había sido devuelta y no quería volver a estar sin ella nunca más.
—No tengo ninguna duda —dijo—. ¿Te has oído?
Su fe inquebrantable en mí calentó mi maldito corazón. Y esperaba que tuviera
razón. Si llegaba a lo grande, podría pagarle la universidad, y sus padres podrían
tomar su mierda disfuncional y comérsela.
El timbre sonó.
—Tengo que irme —dijo Violet—. ¿Vienes esta noche?
—Estaré allí. Oye, Ronan está en esta clase, ¿verdad?
—En teoría. No ha aparecido en los últimos días. —Frunció el ceño mientras los
estudiantes desfilaban a nuestro alrededor—. ¿Está todo bien?
—No lo sé. Estoy preocupado por él. Por Holden también. Ambos están
actuando de forma extraña y no pasan mucho tiempo en la cabaña.
Violet miró a su alrededor.
—Shiloh tampoco está aquí hoy. Le enviaré un mensaje de texto y veré qué
pasa. Ya voy tarde y tú también. —Besó mi nariz y se apresuró a entrar al salón de
clases.
Técnicamente, llegué tarde a Educación Física y, técnicamente, no me
importaba una mierda. Vagué en dirección general al gimnasio, esperando que el
subdirector Chouder y su sexto sentido para olfatear a los estudiantes que llegan
tarde no me atrapasen.
Mi teléfono vibró con un mensaje de texto. Lo saqué del bolsillo trasero de mi
vaquero. Evelyn.
¿Cuánto me amas?
Ignoraría eso. Antes de que pudiera responder, envió otro y el teléfono casi se
me cae de las manos.
La respuesta correcta debería ser MUCHO. ¡¡¡Porque sucedió!!! ¡Un
representante de Gold Line Records me envió un correo electrónico!
Mis dedos temblaron mientras escribía. No me jodas, E.
¡Lo juro por Dios!
Una cadena de corazones, luego emojis emocionados y con los ojos abiertos.
Mi pulso se aceleró en mis oídos.
¿Dónde estás? Escribí.
Playa. Demasiado bonito para la escuela. Pero desde que te volviste viral,
reviso mi correo electrónico religiosamente y ¡¡SANTA MIERDA, BEBÉ!!
También ignoraría eso de “bebé”; estaba demasiado ocupado a punto de sufrir
un infarto. Me dejé caer en un banco fuera del gimnasio y presioné el botón de llamar,
luego sostuve el teléfono lejos de mi oído mientras Evelyn chillaba.
—Más despacio —dije—. Me estás volviendo loco. Empieza por el principio y
cuéntemelo todo.
—Fue “Take What You Want from Me”, el cover de Post Malone que hiciste. Te
llevó al siguiente nivel. Tres millones de visitas. Millones.
—Mierda, está bien. —Suspiré.
—Lo sabía. Sabía que esto iba a pasar —cantó—. El correo electrónico llegó
esta mañana de una asistente ejecutiva de un tipo llamado Jack Villegas. No soy una
completa idiota, así que lo busqué en Google para asegurarme de que no nos estaban
estafando. Efectivamente, tipo importante en Gold Line. Pero tenía que estar cien por
ciento segura, así que llamé al número de teléfono y el asistente contestó el teléfono.
Cuando le dije que estaba llamando a Jack Villegas, ella no dijo ¿Quién? O número
incorrecto. Ella dijo: Está en una reunión, ¿de qué se trata esto? O sea… Joder.
Pasé una mano por mi cabello. ¿Es esto real? Esto no puede ser real.
—¿Qué… eh, qué pasó entonces?
—Colgué.
—¿Hiciste qué? —La sangre desapareció de mi cara.
—Lo sé, entré en pánico, lo cual es tan impropio de mí. Pero se sintió tan
surrealista. Como si estuviera haciendo una llamada de broma. Pero está bien. Sabía
sin lugar a dudas que Villegas era legítimo, así que le escribí un correo electrónico
como tu asistente. O sea, ha visto el blog; él sabe que básicamente te represento. Una
hora después, respondió. Quiere una reunión. Contigo. En Los ángeles. El 4 de junio.
Más chillidos y esta vez, dejé caer el teléfono. Se estrelló contra el suelo y me
senté con las manos en el regazo, cada músculo de mi cuerpo se aflojó.
La voz de Evelyn era pequeña, gritándome.
—¿Miller? Miller, ¿hola?
Cogí el teléfono de nuevo.
—No… no sé qué decir.
Una reunión en Los Ángeles. Con un sello discográfico importante. Esto no
podía ser real. El universo me estaba jodiendo y no iba a caer en él.
—No puedo volar a Los Ángeles —dije—. No puedo pagar un vuelo o incluso
un taxi al aeropuerto. ¿Y dónde me quedaría? No conozco a nadie allí…
—Cariño, relájate —dijo Evelyn en un tono más tranquilo del que nunca la había
escuchado usar—. Sé que esto es mucho. Créeme. Pero es real. Están pagando el
vuelo. Van a enviar un auto al aeropuerto. Te van a instalar en un hotel.
Apreté la mandíbula para evitar reírme o romper a llorar.
—Es real —croé.
—Es real —dijo Evelyn, luego se iluminó—. Ahora, tienes que venir para una
sesión estratégica. ¿Y tienes un traje? ¿Algo bonito para llevar a la reunión? No
importa, armaré algo.
Parloteó una y otra vez, y yo solo miré hacia adelante, hacia el camino que se
había abierto para mí. Un futuro posible lejos de la rutina y la ansiedad de la pobreza
sin fin.
—Evelyn —dije, interrumpiendo su charla—. Gracias.
—Gracias más tarde, bebé. ¡Dios mío, esto es tan emocionante! No es que me
sorprenda. Me tengo que ir. Llámame tan pronto como hayas terminado con la escuela
o el trabajo o lo que sea. Mierda, Miller, presenta tu renuncia en esa maldita sala de
juegos. ¡Eso es todo!
Le colgué y miré el teléfono que tenía en la mano. No estaba dispuesto a dejar
mi trabajo. Era solo una reunión en Los Ángeles. Eso no significaba nada.
Probablemente era una audición. Tal vez apestaría frente a este tipo, Jack Villegas. O
vería a través de mí. Que yo era solo otro pobre bastardo con una historia triste
tratando de lograrlo.
—Jesús, detente —le dije al tren desbocado de pensamientos de mierda
mientras guardaba mi teléfono en el bolsillo—. ¿Puedo tener un poco de esperanza
por un maldito minuto?
—¿Hablando contigo mismo de nuevo, Stratton?
Levanté la mirada para ver a Frankie Dowd de pie a unos metros de distancia,
—¿Qué quieres, Dowd?
—¿Quién yo? No tengo nada que decirle a la perra de Evelyn.
Solté una carcajada. Si tan solo supiera. Empecé a empujar a su lado, pero se
paró frente a mí.
—¿A dónde vas?
—No es de tu maldita incumbencia. —Apreté mis manos en puños—. ¿Te vas a
mover o tengo que moverte yo?
—¿Cómo? ¿Vas a mandarme a tu perro rabioso? —Sonrió como un loco—. Oh,
es cierto. Wentz no está por aquí, ¿verdad?
Algo en su tono conocedor goteó por mi columna como hielo. Agarré a Frankie
por el cuello y lo tiré hacia mí.
—¿Qué sabes tú al respecto?
Se soltó de mi agarre y caminó hacia atrás, con las manos extendidas. Quería
quitarle la sonrisa de comemierda de su rostro.
—No sé nada. Nos vemos, perra.
Cuando se fue, saqué mi teléfono de nuevo y le envié un mensaje de texto a
Ronan mientras salía de la escuela. A la mierda eso de ir al gimnasio.
¿Dónde estás?
Iba a mitad de camino a casa cuando llegó la respuesta.
Ayuntamiento, recogiendo mi premio de ciudadano del año.
Solté una breve carcajada. Ronan era mucho más inteligente de lo que nadie
creía. Inteligente tipo de calle y sabelotodo. Pero reconocí sus desviaciones.
En serio. ¿Estás bien?
Era arriesgado, presionarlo tanto. Podría ignorarme por completo como una
señal para que me ocupe de mis propios asuntos.
Mantente fuera de mi mierda, Stratton.
Lo que dije.
Pero Ronan estaba siendo Ronan. Suspiré aliviado de que estuviera bien, pero
necesitaba más garantías, y la noticia de Evelyn fue como una corriente eléctrica,
subiendo por mis nervios y haciendo una bola en mi estómago. Necesitaba hablarlo
antes de vomitar. Quería sentarme alrededor del fuego en la choza con mis amigos.
Ronan me daría un sinfín de mierdas, mientras que Holden querría hacer una fiesta. Y
ambas reacciones significarían todo para mí.
Y Violet… Violet lloraría y me diría lo que había sabido todo el tiempo. Porque
ella había creído en mí desde el principio. Parpadeé con fuerza hasta que el teléfono
volvió a enfocarse.
¿Choza esta noche? Le envié un mensaje de texto.
Caminé otra cuadra antes de que llegara la respuesta.
Ocupado. ¿Puedes decirle a Lord P que vuelva a poner las malditas pesas
cuando haya terminado?
Otro desvío. Ronan nunca pediría un favor. Jamás. Incluso uno disfrazado de
queja. Probé otra táctica.
No he tenido noticias de H. ¿Tú?
Pero ya sabía que Ronan había terminado de hablar.
—Mierda. —Mi preocupación por él volvió a aumentar. Le envié un mensaje de
texto a Holden, pero tampoco hubo respuesta con él. No había nada que hacer. Mis
amigos hablaban cuando querían hablar. Tenía que respetar eso; les exigí lo mismo.
Como mis amigos no estaban y Violet todavía estaba en clase, la primera
persona en escuchar mis noticias sería mamá. Mientras miraba el edificio infestado
de cucarachas con la tubería de mierda, me sentí exactamente bien.
Entré a nuestro lugar con cautela, el nudo en mi estómago se tensó en miedo.
Volver a casa no debería sentirse así.
Porque no era mi casa. Era solo un refugio y ya ni siquiera el nuestro. Al menos
cuando vivíamos en el auto, era nuestro.
Mamá estaba sentada en el sofá viendo un programa de juegos. La mesa de
café estaba llena de basura, latas de cerveza y ceniceros desbordados. Mamá se veía
gris, como si la ceniza del apartamento también se hubiera posado sobre ella.
No ceniza, polvo.
—Hola, mamá —dije, moviéndome para sentarme a su lado. Solo tenía cuarenta
y dos años, pero los últimos cinco años la habían envejecido toda una vida. Su cabello
oscuro, veteado de mechones grises, colgaba sin fuerzas alrededor de sus hombros
y las arrugas se formaban en las esquinas de sus ojos. Todo, culpa de papá.
Que se jodan él y Chet, ambos.
Mamá sonrió con cansancio.
—Hola, bebé. ¿Cómo te fue la escuela? Llegas temprano a casa, ¿no?
Eché un vistazo a mi alrededor. El lugar estaba en silencio excepto por la
televisión, y la puerta de nuestro baño estaba abierta, mostrando que estaba vacío.
—¿Dónde está Chet?
—Fue a pescar en Capitola con algunos amigos. No volverá hasta mañana.
—Bien. —Me senté en el sofá y la sorprendí tomando su mano entre la mía—.
Voy a sacarnos de aquí, mamá.
Me miró con indulgencia.
—¿Ah, sí?
—Lo digo en serio. Algo pasó hoy. Algo grande y yo… —Mis palabras se
cortaron cuando vi un moretón en el antebrazo de mamá. Varios hematomas en forma
de dedos. Los dedos de un hombre—. Mamá… ¿qué diablos es esto?
Retiró la mano y se bajó la manga de la camisa, a pesar de que hacía al menos
ochenta y cinco grados en nuestra casa de mierda sin aire acondicionado.
—No es nada. Cuéntame sobre este algo grande.
—Chet hizo eso, ¿no?
—Déjalo, Miller. No es gran cosa…
—¿Cuándo? —Eché humo—. ¿Cuándo hizo esto?
—La otra noche. No recuerdo. Te lo dije, no es nada.
—¿Ha sucedido antes?
—No —dijo, y su tono severo me dijo que era la verdad—. Fue una vez.
Una vez ya era demasiado. Apreté los dientes. La había lastimado. La había
lastimado y yo no había estado allí para protegerla. Estuve en la choza o en la casa de
Violet. Dejé que esto sucediera.
—Lo siento, mamá. Lo voy a arreglar, lo prometo.
—Eres un buen chico. Pero no hay nada que arreglar.
—Sí. Podemos tirar su culo a la calle. Tiraré su mierda ahora mismo…
Mamá me agarró del brazo con una fuerza sorprendente y volvió a sentarme.
—No, Miller. Déjalo. Necesitamos su cheque por discapacidad. No puedo
seguir como antes. Mi espalda está empeorando y no puedo volver a tener dos
trabajos. Simplemente no puedo.
—No tendrás que hacerlo. —Tragué saliva e inhalé un poco—. Un ejecutivo
discográfico de Los Ángeles quiere reunirse conmigo. Voy a hacer que me dé un trato
en el acto y un adelanto. No tendrás que preocuparte, ¿de acuerdo? Ya no necesitarás
a Chet. —Las lágrimas me picaron en los ojos y parpadeé con fuerza. Mi voz se volvió
ronca—. Voy a cuidar de ti, ¿de acuerdo?
Sonrió gentilmente. Su mano, áspera y callosa por el trabajo, me tocó la mejilla.
—De acuerdo, cariño. Estoy cansada. Voy a tomar una siesta. Hay restos de
pizza en la nevera si tienes hambre. Solo asegúrate de guardar algo para Chet. Tendrá
hambre cuando regrese.
Excepto que no podía comer pizza. Demasiado difícil de calibrar con mi
insulina ya que la liberación de carbohidratos duraba horas. Algo que mamá ya sabía.
Se retiró a su dormitorio, de ella y Chet ahora, y cerró la puerta. Mi corazón se
apretó. Estaba tan abatida que no creía que fuera posible una salida, incluso cuando
la escuchó.
Me senté unos minutos en silencio, excepto el programa de televisión. Tenía
que ir a la escuela y trabajar y, finalmente, esta reunión, dejando a mamá sola con
Chet. Contemplé cambiar las cerraduras de nuestra puerta, pero solo lo enfurecería
cuando regresara. Y mamá lo dejaría entrar, de todos modos.
—Mierda.
Pasé mis manos por mi cabello, esa maldita impotencia descendió en picado
para sofocar la pizca de emoción que había tenido.
Necesito a Violet.
Me arrastré al trabajo en la sala de juegos, entregando premios baratos a
cambio de boletos de Skee-Ball y liberando fichas que se habían atascado en sus
ranuras. Un idiota borracho pateó la consola de Mortal Kombat cuando recibió una
paliza.
—Pero tengo una reunión con un ejecutivo discográfico —murmuré.
Las palabras se ahogaron en un mar de ruido y explosiones. No sonaba ni se
sentía real, y no lo sería hasta que Violet lo oyera. Entonces tal vez yo también podría
creerlo.
U
n poco después de las nueve, escuché el familiar crujido del enrejado
afuera de la ventana de mi habitación. Las mariposas volaron en mi
estómago. Me senté en mi cama, vistiendo solo una camiseta sin mangas
transparente y shorts, los nervios y la emoción me recorrían a partes iguales. Durante
las últimas semanas, Miller había continuado su racha de ser un perfecto caballero,
besándome y tocándome sin quitarme la ropa. Tomando las cosas con calma y
asegurándose de que estuviese lista para cada paso que dábamos juntos. Pero nunca
me había sentido más segura de nada en mi vida. Nunca me había sentido más segura
de nosotros.
Esta noche, quería mostrarle esa confianza. Mostrarle mi cuerpo, sentir nuestra
piel tocarse en cientos de lugares.
No tenemos que tener sexo para que yo le demuestre que soy suya.
La noche era cálida y mi ventana ya estaba abierta. Miller se arrastró y saltó de
mi escritorio.
—Hola, tú —dije, mi voz un poco entrecortada.
Se quedó helado cuando me vio. Sus ojos azules eran líquidos y suaves,
bebiéndome.
—Dios, te ves tan hermosa… —dijo y luego se cubrió la cara con una mano. Sus
hombros empezaron a temblar.
Corrí hacia él.
—¿Miller? Oye…
Sin decir palabra, me abrazó y apretó su rostro contra mi cuello. Sus lágrimas
calientes se absorbieron en mi piel mientras lo abrazaba con fuerza y le acariciaba el
cabello.
Después de un rato, se apartó y se giró, secándose las mejillas con su
antebrazo.
—Lo siento.
—No lo sientas —dije en voz baja, mi corazón preparándose—. ¿Qué pasó?
—Un ejecutivo discográfico quiere reunirse conmigo —dijo con brusquedad—
. En Los Ángeles.
Me quedé mirándolo, mi mandíbula se abrió. Mis manos volaron a mi pecho.
—Dios mío… Dios mío, Miller, ¿hablas en serio?
—Gold Line Records se puso en contacto con Evelyn a través de su vlog. —
Sacudió la cabeza, incrédulo—. Incluso van a pagar el vuelo y el hotel.
Dios, mi corazón se estaba rompiendo por él, incluso mientras se elevaba de
gozo. De repente parecía un niño pequeño, deseando la nueva vida que se le había
ofrecido, pero aún no se permitía creer que era suya.
—Por supuesto que lo harán —le dije, con un nudo en la garganta—. Sabía que
esto te pasaría. Lo sabía.
—Yo no. Todavía no lo hago. No se siente real.
Tomé su rostro entre mis manos. Sus hermosos ojos eran una tormenta salada
de esperanza y miedo, buscando la verdad en los míos.
—Es real —dije—. Este es el primer paso. Tu gran oportunidad.
Podía verlo luchar.
—Esto no le pasa a chicos como yo, Vi. Voy a arruinarlo. O me echarán un
vistazo y se darán cuenta de que han cometido un error.
—No lo harán —dije mientras un agudo pinchazo de ira hacia su padre me
atravesaba. Por dejar a su hermoso hijo y condenarlo a una vida de incertidumbre—.
Esto no le pasa a cualquiera. Pero tienes un don, Miller. Te van a escuchar y te van a
amar. Como todo el mundo.
Como yo.
Miller permaneció en silencio durante unos segundos y luego soltó una
carcajada.
—Dios, soy un puto desastre. —Me miró, una leve sonrisa tocando sus labios
por primera vez—. Ven aquí —dijo mientras me acercaba de nuevo y me abrazó con
fuerza—. Sabía que, si te lo decía, no parecería tan jodidamente loco.
—Es una locura —dije, la risa estalló en mí—. Es una locura fuera de este
mundo, pero estoy muy feliz por ti. Y tú también puedes estar feliz. ¿De acuerdo?
Respiró para tranquilizarse.
—Supongo. Es solo… mucho. Estoy jodidamente exhausto.
—Así te ves —le dije, apartando el cabello de sus ojos—. ¿Quieres dormir
conmigo?
Miller sonrió.
—Esa es una pregunta con doble sentido.
Sonreí y tiré de él hacia la cama con ambas manos.
—Quería simplemente dormir. Aunque soy flexible en ese punto.
Se rio con cansancio mientras se quitaba las botas. Nos acostamos cara a cara,
nuestras manos entrelazadas, nuestras miradas vagando, rastreando y memorizando.
—¿Quién más sabe de esto? —pregunté—. ¿Le dijiste a tu mamá?
Asintió.
—Ella tampoco lo creía. No realmente. —Sus ojos se oscurecieron—. Chet, ese
idiota, la está lastimando.
—Oh, mierda —suspiré—. Oh, no. Dios… ¿Qué podemos hacer?
—Se ha ido hasta mañana, pero voy a tener que quedarme en casa la mayoría
de las noches a partir de ahora.
—Para protegerla.
Asintió.
—Dios, Miller, ten cuidado.
—Lo tendré. Si intenta algo, haré que arresten su trasero ya que mamá no lo
hará. Pero estaré en Los Ángeles por dos días y ella estará sola.
—Volverás con un contrato discográfico y echarás su trasero a la calle de una
vez por todas.
—Ese es el plan, por imposible que parezca. —Los ojos de Miller se
agrandaron—. Oh, mierda. El 4 de junio es tu cumpleaños.
—La última vez que lo comprobé, sí —dije, sonriendo—. Y es el Baile de
Graduación también, de hecho. Lo que me recuerda, sé que le prometí a River, pero
eso no significa que no podamos ir todos en grupo…
Miller movió la cabeza contra la almohada.
—Ese es el fin de semana de esa reunión. Maldita sea, no quiero perderme tu
cumpleaños.
—Yo tampoco, por múltiples razones —dije con lo que esperaba fuera una
sonrisa seductora—. Pero tienes una excusa. La mejor excusa. Demasiado, de verdad.
A la mayoría de los chicos se les hubiera ocurrido algo menos extravagante que un
contrato discográfico con Gold Line Records.
—No tengo un contrato. Aún no. No sé qué va a pasar con esto, si es que pasa
algo siquiera, pero voy a cuidar de mamá. Y de ti.
—No necesitas…
Me hizo callar con un suave beso y luego apoyó la cabeza pesadamente en la
almohada.
—Lo haré. No discutas conmigo, Vi —murmuró con una sonrisa, cerrando los
ojos—. Demasiado cansado.
—Duerme entonces. —Acaricié su mejilla, trazando el contorno de sus labios
carnosos, hasta su barbilla y a lo largo de su mandíbula.
Hermoso. Mi hermoso, amable y valiente Miller.
Lo besé suavemente, y mis ojos comenzaron a cerrarse también, mientras una
pequeña punzada de inquietud eclosionaba en mi estómago. Una pequeña semilla de
incertidumbre. Todo lo que le había dicho a Miller sobre su futuro era cierto. Esta era
su gran oportunidad; podía sentirlo.
Pero eso significaba que nuestros caminos estaban a punto de divergir
drásticamente y me preguntaba adónde nos llevarían.
Alguien había activado la alarma de un auto. O tal vez había cambiado la alarma
de mi teléfono del canto de unos pájaros a un pitido agudo y metálico…
Luego, a través de la bruma del sueño, reconocí el sonido. Corrí para sentarme,
apartándome el cabello de mis ojos en un movimiento. El reloj de Miller parpadeaba
con el número 195 en rojo.
—Miller —le dije, empujándolo—. Despierta.
Se despertó lentamente, perezosamente, y se agarró la frente con una mueca
de dolor mientras se sentaba.
—¿Qué…? Oh, mierda.
Salí disparada de la cama y rebusqué en su mochila.
—Están altos. Es por el fenómeno de la mañana, ¿verdad? Leí sobre esto.
¿Comiste un montón de carbohidratos anoche?
—Pasta —dijo y comenzó a salir de la cama—. Necesito agua.
Suavemente, lo empujé hacia atrás.
—Yo me encargo. —Me apresuré a traerle un vaso de agua del lavabo del
baño. Lo bebió en tres largos tragos mientras yo corría hacia su botiquín para
encontrar la insulina de acción rápida.
Murmuré para mí misma mientras abría la bolsa, recordando lo que había
estudiado desde la primera hospitalización de Miller hace cuatro años.
—Una unidad de insulina por cada quince miligramos por encima de uno
cincuenta… —Hice los cálculos en mi cabeza—. Tres unidades.
Hice clic en su pluma de inyección para distribuir tres unidades de insulina y
me subí a la cama. Miller yacía pesadamente contra el armazón de la cama,
mirándome mientras le subía la manga para exponer su brazo.
—Eres increíble, Vi.
Estoy cagada de miedo.
Durante meses, Miller y yo estuvimos separados, y no había estado presente
para sus altibajos. Había olvidado lo aterradores que podían ser, y la noche en que
casi muere regresó corriendo, sentándose al frente de mis pensamientos.
Inyecté la insulina y luego me senté con su muñeca en mi agarre, mirando cómo
bajaban los números.
—¿Cuál es tu nivel de ayuno?
—Entre 80 y 120 —dijo, con los ojos cerrados, su cabeza inclinada hacia arriba
y apoyada contra la cabecera.
Me mordí el labio.
—Están bajando.
Llegó a 110 y se niveló y también me dejé caer contra el marco de la cama.
—Lo siento, Vi —dijo después de un minuto—. Odio hacerte eso.
—No me estás haciendo nada.
—Te asusté.
Sonreí.
—El miedo que tengo es directamente proporcional a lo mucho que me
preocupo por ti. —Besé su hombro y dejé mis labios contra su piel—. ¿Ha sido difícil?
—Siempre ha sido difícil. Pero no peor de lo habitual. —Abrió los ojos y me
miró—. Extrañaba esto. A ti. Mamá tiene sus propias cosas con las que lidiar, y las
agujas mareaban a Amber. Extrañaba estar cerca de alguien a quien le importara.
Las lágrimas amenazaron con caer, pero las detuve.
—Me importas. Nunca paré. Incluso cuando no hablábamos mucho o… nada.
Nunca dejé de preocuparme.
—Lo sé —dijo, su mirada vagando por mi rostro, trazándome con sus ojos—.
Yo tampoco. Solo que tuve una forma horrible de demostrarlo.
Me acercó para besarlo, pero antes de que nuestros labios se tocaran, nuestros
ojos se encontraron. En esa instancia, la duración de un latido del corazón, pasó una
vida entre nosotros. Un entendimiento de que él y yo éramos inevitables.
Predestinados. El niño con diabetes y la niña que iba a ser doctora. La chica del
corazón romántico y el chico que escribía canciones de amor.
Nuestros labios se juntaron en un beso profundo que era a la vez apasionado
pero gentil, terrible pero reverente. La dulzura del jugo en nuestras lenguas se
mezcló con la propia dulzura de Miller. A pesar de todas sus acciones espinosas,
malhumoradas y desconfiadas, tenía el alma más pura que jamás había conocido. Y
su bondad innata era lo más sexy en él.
Bueno, eso y su cara, su cuerpo, su voz, su talento…
Mi risa rompió nuestro beso.
—¿Algo gracioso? —dijo Miller, sus manos deslizándose alrededor de mi
cintura.
—No, en realidad —dije, mi pulso latía con fuerza mientras me subía a su
regazo, a horcajadas sobre él—. Me tomo muy en serio lo que siento por ti.
La sonrisa de Miller se desvaneció cuando observó mis pesados pechos,
apenas cubiertos por un fino trozo de algodón y sostenidos por dos tiras tipo
espagueti.
—Jesús, Vi.
—Tócame, Miller.
Me incliné, dándole una vista completa. Debajo de mí, su erección era dura y
pesada en su vaquero. Balanceé mis caderas sobre él mientras sus manos subían por
debajo del top. Ambas manos amasaron mis pechos, sus pulgares rodeando mis
pezones.
—¿Puedo…? —preguntó con voz ronca.
—Quítamelo —dije, con el pulso tronando en mis oídos con anticipación, por
tener los ojos de Miller en mi carne desnuda por primera vez. Sus manos se deslizaron
por los lados de mi torso, sintiendo las curvas de mi cintura, y luego hacia arriba,
enganchándose en mi top a medida que avanzaban. Me lo quitó y lo tiró.
—Mierda —susurró, su mirada elevándose para encontrarse con la mía—. Eres
tan hermosa.
Antes de que pudiera responder, se movió y jadeé cuando su boca tomó un
pezón, enviando lamidas de fuego por mi columna hasta entre mis piernas. Un toque
y luego se retiró.
—Mierda, espera. ¿Tus padres?
—Puse una cerradura en mi puerta después de la última vez que entraron.
—Eres una maldita genio —murmuró Miller y luego su boca descendió de
nuevo.
Su lengua era suave, caliente y húmeda, rodeando mi pezón, mientras que su
pulgar hacía lo mismo con el otro pecho. Chupó y tiró, sus dientes me rozaron
mientras me aplastaba contra él, sin aliento por las corrientes eléctricas que me
atravesaban. Arqueé mi espalda, presionándome más profundamente en su toque.
Sus manos se deslizaron hasta mis caderas, apretándome contra él mientras su boca
me trabajaba.
—Necesito sentirte —me las arreglé para decir.
Mis manos encontraron el dobladillo de su camiseta. La levanté y la aparté de
él, rompiendo nuestro contacto por un momento, luego envolví mis brazos alrededor
de su cuello y lo acerqué. Piel cálida contra piel cálida, pecho con pecho, corazón con
corazón.
Tan perfecto…
Miller besó mi garganta, mi barbilla y luego mi boca. Mis manos recorrieron
su pecho y bajaron hasta su abdomen. Me separé solo porque necesitaba mirarlo
también, desnudo para mí por primera vez. Su cuerpo era tan hermoso, suave sobre
músculos duros. El MCG incrustado en su abdomen inferior derecho también era
hermoso. Lo mantenía vivo.
La realidad del momento, ambos desnudos de cintura para arriba y yo en su
regazo, me golpeó, todos mis sentidos de repente se sintonizaron y despertaron.
Cada toque, cada respiración, cada momento brillaba con una claridad
deslumbrante, robando mi aire e iluminando mis nervios. Mis manos temblaban
mientras desabrochaba su vaquero, con ganas de más, pero no estando segura de
dónde más nos llevaría.
Miller tomó mi mano entre la suya.
—¿Estás bien?
—Sí, seguro. Solo… emocionada. O nerviosa, tal vez. —Tragué saliva—. Quiero
esto. Te deseo.
Sus ojos buscaron los míos intensamente.
—Yo también te deseo, Vi. Pero te quiero de la manera correcta.
Asentí, nuestra mirada nunca separándose cuando me puso de espaldas y se
colocó sobre mí. Me besó larga y lentamente, nuestra piel se fundió, sus manos
acunaron mi rostro como si fuera preciosa. Todo suave y cálido entre nosotros,
excepto el rígido denim de su vaquero. Hice una mueca cuando el botón me pinchó.
Se quitó el vaquero, quedándose en bóxer.
—Solo esto —susurró, moviéndose sobre mí de nuevo, la longitud de su cuerpo
alineado con el mío—. ¿De acuerdo?
Asentí de nuevo, y la calidez me inundó ante su consideración, lo sintonizado
que estaba con nosotros, creando armonía entre nuestro deseo y para lo que me
sentía lista. Deslicé mis brazos alrededor de él, sellándolo hacia mí. Su erección
presionó entre mis piernas, solo unos trozos de tela entre nosotros. Y eso se sintió
perfecto. Correcto.
Miller me besó larga y lentamente, concentrándose en mi rostro, mi boca, sus
manos en mi cabello, mientras la parte inferior de nuestro cuerpo comenzaba a
moverse, buscando más conexión. Extendí mis piernas más, dejándolo asentarse más
profundamente contra mí. Sus caderas se levantaban y bajaban en suaves y lentos
movimientos. Un pequeño gemido se me escapó ante las sensaciones que se
acumulaban donde su dureza anidaba mi suavidad. Mis caderas se levantaron en
respuesta, una y otra vez.
—¿Estás bien? —preguntó, su aliento caliente contra mis labios.
—Sí. Es perfecto. Tan perfecto…
La tensión placentera y necesitada zumbaba a lo largo de nuestros cuerpos,
haciéndose más y más potente con cada subida y bajada. Mi braga estaba húmeda.
Una mancha de humedad oscureció su ropa interior. Nuestro beso se rompió en
jadeos entrecortados por aire; nos movimos como si estuviera dentro de mí. Más
duro. Más rápido. Mis manos se deslizaron por la curva de su espalda baja,
presionándolo contra mí. Un fuerte dolor de placer se estaba formando en mí, un pico
que buscaba escalar más y más alto. Miller se apoyó en sus codos, sus caderas
chocando contra las mías, la ropa entre nosotros era un obstáculo enloquecedor y la
fricción perfecta.
—¿Vi…? —Respiró.
—Voy a… —Me aferré a él, cada parte de mí se tensó y apretó, listas para
romperse.
—Córrete —se las arregló para decir Miller, su voz tensa, sus caderas
implacables—. Córrete, Vi.
Dejé escapar un pequeño grito que ahogué en su cuello, mordiendo su piel
cálida y salada mientras mi primer orgasmo real recorrió cada terminación nerviosa,
más fuerte y más poderoso que cualquier cosa que hubiera imaginado. O que produje
por mi cuenta. Una onda de choque me atravesó, dejándome débil y sin huesos.
Las caderas de Miller se movieron unas cuantas veces más, persuadiendo lo
último de mi orgasmo mientras conducía hacia el suyo. Con un gruñido ahogado, de
repente se apartó y agarró un pañuelo de papel de la caja de mi mesita de noche. Se
sentó en el borde de la cama, y vi cómo los músculos de su espalda se deslizaban y
se movían bajo su piel mientras su liberación se estremecía a través de él. Un pequeño
sonido brotó de su pecho, y mi único deseo fue que todavía estuviera encima de mí
para que pudiera sentirlo, verlo y escucharlo venirse.
En otra ocasión, pensé mientras una pura satisfacción se apoderaba de mí. Y
sería perfecto.
Miller se limpió y luego se tendió a mi lado de nuevo con una risa cansada.
—¿Bien?
—¿Bien? Tuve una experiencia extracorporal.
—Creo que eso es lo que se supone que debe pasar.
—Y pasó —dije, sonriendo suavemente y apartando un mechón de cabello de
su frente—. Fue exactamente lo que se suponía que iba a pasar.
Y él lo sabía.
Me besó suavemente.
—Tengo que irme. Tienes que irte. Llegaremos tarde a la escuela. En realidad,
no me importa una mierda, pero tienes un historial de asistencia estelar que
mantener.
—No quiero que te vayas. —Me acurruqué entre las sábanas—. Estoy teniendo
el resplandor de mi primer orgasmo. Quiero dormir por días. Contigo.
Me sonrió.
—Yo también. Pero tengo que llegar a casa para comer y tomar mi insulina, o
tendré un tipo de experiencia extracorporal completamente diferente.
—Jesús, Miller, no digas eso.
—Lo siento, broma de mal gusto. He estado pasando el rato con Ronan y Holden
durante demasiado tiempo. —Se levantó y se puso el vaquero, luego se inclinó sobre
la cama para besarme de nuevo, lenta y profundamente—. Eres lo mejor que me ha
pasado, Vi.
Y luego se fue de la misma forma en que entró, a través de la ventana.
Lo vi irse, luego me dejé caer contra mi almohada. Una risa salió de mí que se
transformó en un escalofrío de cuerpo entero. El toque de Miller persistía en cada
parte de mí, especialmente en la unión entre mis piernas, donde aún podía sentir el
bajo reflujo de la ola que se había estrellado sobre mí.
Pero era mi corazón el que cantaba más fuerte.
Eres lo mejor que me ha pasado.
Eso dijo Miller Stratton en las mismas veinticuatro horas que un ejecutivo
discográfico de un sello importante quiso reunirse con él. Luego salió de mi
habitación como un príncipe en un cuento de hadas.
No pude dejar de sonreír hasta que la realidad deslizó sus fríos dedos en mi
calor somnoliento. Esta princesa iba al baile con otra persona, mientras su príncipe
cabalgaba hacia un atardecer de Los Ángeles.
Y si todo iba como debería, no volvería.

En la escuela ese día, llegué a la hora del almuerzo sin ver a Shiloh. No tenía
hambre, así que vagué sola por el campus, mi stock de popularidad claramente había
caído en picado desde el #FracasoDelBaile. Caitlin y Julia solo me saludaban desde
lejos estos días, ambas luciendo cobardes y avergonzadas, como si la cuestión de ser
mi amiga o no estuviera fuera de sus manos. Sin duda la obra de Evelyn.
Miller me había enviado un mensaje de texto, diciendo que iba a saltarse la
escuela para quedarse en casa con su madre en caso de que Chet volviera borracho
y beligerante. Yo estaba sola.
Le envié un mensaje de texto a Shiloh. ¿Dónde estás?
La respuesta llegó unos minutos más tarde mientras seguía el camino hacia el
gimnasio.
Casa. Bibi no se siente bien.
Mi corazón se apretó. La abuela de Shiloh estaba cerca de los ochenta y casi
confinada a una silla de ruedas. ¿Está bien?
Creo que sí. Me voy a quedar en casa para estar segura. Una pausa, luego
otro mensaje de texto. ¡¡Escuché las noticias de Miller!! Seguido por el emoji
“alucinante”.
Estoy tan orgullosa de él. Caminé hasta las gradas, tal vez atraída por mis
hormonas después de esta mañana. Y, Dios mío, necesitamos una charla de chicas,
URGENTE.
Estaba a punto de presionar enviar en ese texto cuando el teléfono casi se me
cae de la mano. Holden Parish emergió del rincón de los besos y River Whitmore lo
siguió.
Ambos tenían expresiones oscuras, casi enojadas y parecía como si hubiesen
estado peleando, pero luego hecho las paces de mala gana. Holden se alisó las
solapas de su abrigo y se pasó una mano por su revuelto cabello plateado. River tiró
del cuello de su chaqueta en su lugar y se metió la camisa.
Inmediatamente comenzaron a tomar direcciones separadas, pero sus miradas
nerviosas y rápidas aterrizaron en mí al mismo tiempo.
Holden volvió sus pasos en mi dirección, inclinó un sombrero imaginario hacia
mí.
—Lady Violet —dijo al pasar. Tenía una sonrisa tensa en sus labios que estaban
rojos e irritados. Olía a la colonia de River.
Me le quedé mirando y luego giré la cabeza hacia River. Se quedó inmóvil
mirándome, en una postura tensa y enroscada de lucha o huida. Luego sus hombros
cayeron y se metió las manos en los bolsillos mientras caminaba hacia mí.
—Hola —dije.
—Hola —respondió, su mirada volando por todas partes y finalmente se
encontró con la mía—. Escucha. Lo que viste…
—No es de mi incumbencia.
Él se echó hacia atrás en estado de conmoción. Sus ojos se suavizaron y esa
misma vulnerabilidad desgarradora que había visto el otro día regresó. Entonces una
ira sospechosa endureció su mirada.
—Tú y yo vamos al baile de graduación juntos. ¿No estás cabreada? ¿O un poco
curiosa? —Sus ojos se abrieron cuando se le ocurrió un pensamiento horrible—. ¿Ya
lo sabías? Él es amigo de Miller.
—No tenía idea —dije—. Nadie la tiene. Pero si es un secreto, venir aquí es una
forma terrible de guardarlo.
Las ganas de pelear lo dejaron y sus hombros se hundieron. Había un banco
cerca y River se dejó caer sobre él. Su mirada se posó por donde se había ido Holden.
—Dímelo a mí. Pero no puedo jodidamente parar… —Apoyó sus antebrazos en
los muslos y bajó la cabeza—. No le dirás a nadie, ¿verdad? Joder, me destrozará.
—No creo que eso sea cierto —dije, sentándome a su lado—. Pero no diré una
palabra.
—¿No es cierto? —se burló.
—No te arruinaría aquí en la escuela. Estamos en uno de los rincones más
progresistas de uno de los estados más progresistas del país.
—Olvídate de este lugar —dijo River—. Nombra a un jugador de la NFL
abiertamente gay. —Pareció darse cuenta de lo que había dicho y su rostro
palideció—. Quiero decir, no soy… gay. No lo soy. Soy… joder, no sé lo que soy.
—¿Es por eso que quieres que vaya al baile contigo? ¿Para mantener las
apariencias por el bien de tu padre?
Asintió miserablemente.
—¿Crees que se enfadaría si lo supiera? —Después de pasar meses con Nancy
Whitmore, no podía imaginar que ella no fuera a apoyar completamente a su hijo o
que se hubiese casado con alguien que no fuera a hacer lo mismo.
Demonios, probablemente lo sabía antes que River.
—No lo sé —dijo River—. Pero sí sé que la respuesta a mi desafío de trivia de
la NFL es cero. No hay jugadores de fútbol profesional que estén fuera del closet. Un
tipo fue reclutado y duró solo una temporada. Y para mi papá, cualquier cosa que me
impida ir hasta la Super Bowl es una gran desventaja.
No tenía ningún buen consejo para River, así que me senté con él, dejé que
apoyara su enorme cuerpo contra mí por unos momentos de silencio.
Finalmente, habló en voz baja.
—Lo entenderé si no quieres ir al baile de graduación conmigo.
—Olvídame por un segundo. ¿Quieres ir con él?
—No va a pasar.
—¿Él está de acuerdo con eso? ¿Tú lo estás?
River frunció el ceño.
—Él es un idiota y yo soy un cliché como en la película Brokeback Mountain
porque no puedo mantenerme alejado. Pero mierda, Vi, deberías ir con tu novio. Se
dice que tú y Miller son novios oficialmente. ¿Por qué te quedas conmigo?
—Porque quiero cumplir mi palabra. Y resulta que Miller no puede ir de todos
modos. Lo hablamos. Incluso si pudiera ir, me quedo contigo, si quieres que lo haga.
—Sí —dijo, con una sonrisa débil y triste—. Probablemente eres mi mejor
amiga. Y definitivamente la única persona en la que confío no esparcirá mi mierda
por toda la escuela.
—Nunca lo haría. Y, sí, soy tu amiga, River. Siempre.
Su sonrisa agradecida casi me hizo llorar.
—Te llevaré a cenar primero, a diferencia de la última vez.
—La última vez… —reflexioné—. ¿Fue él la razón por la que no llegaste?
River asintió.
—Ese hijo de puta es mi kriptonita. Pero te prometo que eso no volverá a
suceder.
—Confío en ti. Pero River, si las cosas cambian…
—No lo harán.
—Pero si cambian, lo entenderé. Solo avísame antes de que comience nuestro
baile. —Me reí—. Tacha eso. Tu baile, no el nuestro. Dudo que esta vez esté siquiera
cerca de la corte del baile de graduación.
—También mi culpa.
—No es importante. Pero ahora que hemos establecido nuestro estado de BFF,
¿puedo sugerir algo? Habla con tu mamá y tu papá antes de irte a la universidad,
mudarte de Santa Cruz y comenzar una vida que no quieres.
Sacudió la cabeza.
—La presión… es como el peso de un océano. Papá ha puesto todas sus
esperanzas rotas en mí. Lo mataría si lo dejara. Y con mamá enferma, no puedo
hacerle eso. —Se puso de pie antes de que pudiera discutir y me ofreció su mano para
sacarme del banco—. Vamos, BFF. Se acabó la confesión.
Caminamos en un agradable silencio mientras sonaba la campana al final del
almuerzo. Cuando llegamos a mi casillero, le di un abrazo.
—Gracias —dijo en mi oído—. Lo digo en serio.
—En cualquier momento. Oh, ¿y River? Es azul.
—¿Qué?
—El color de mi vestido de graduación es azul. ¿Para mi ramillete? —bromeé,
arqueando una ceja hacia él—. En caso de que necesites el recordatorio.
—No lo olvidaré —dijo pesadamente—. Mi papá no me deja.
L
legó el 3 de junio. Mi vuelo a Los Ángeles no era hasta esa noche. Violet
tenía una cita con el médico tarde para un chequeo final después de su
conmoción cerebral, por lo que Evelyn me llevaría al aeropuerto para
darme un consejo de última hora. En Los Ángeles, un automóvil me llevaría al hotel
Fairmont Miramar. A la mañana siguiente, me reuniría con Jack Villegas,
vicepresidente senior de Gold Line Records.
Mierda, pensé por millonésima vez ese día mientras empacaba.
No tenía mucho. Puse mis mejores vaqueros oscuros en una bolsa de lona junto
con mi camiseta de Sonic Youth, que era la menos descolorida. Evelyn me había
aconsejado que me pusiera el collar de cuero con el cuerno de hueso que había
encontrado para complementar mis brazaletes de cuero trenzado.
—Y tu gorro —había dicho—. Por el amor de Dios, usa tu gorro.
La ropa se sentía gastada y demasiado informal, pero no tenía nada más. Evelyn
dijo que así era el “verdadero yo”.
Pero, ¿y si mi verdadero yo no es lo suficientemente bueno?
Me maldije a mí mismo por estar tan nervioso y esperanzado, pero no pude
evitarlo. La esperanza a veces era tan poderosa como el miedo e igualmente
debilitante.
Fui al refrigerador con mi bolsa portátil de almacenamiento de medicamentos
e hice un inventario rápido de los bocadillos que necesitaba llevar, calculé lo que
comería en el viaje y calculé cuánta insulina tomar. Sentí los ojos de Chet sobre mí
mientras sacaba las cápsulas refrigeradas y las metía en la bolsa de viaje.
Desde que escuchó la noticia sobre mi entrevista, había estado de mal humor.
Como una olla a fuego lento lista para hervir.
—Oye, pez gordo —gritó Chet desde el sofá, y luego murmuró en una lata de
cerveza—: Sí, se cree que ahora es una jodida gran cosa. Una perra es lo que es.
Mi pulso se aceleró. Solo eran las diez de la mañana. Todos, con la posible
excepción de Ronan, todavía tenían clases hasta las tres. Mamá se había reportado
enferma al trabajo y yo me quedé en casa con ella para asegurarme de que estuviese
bien.
Me había quedado en casa y no había ido a la escuela tan a menudo como
podía, desde el día en que encontré los moretones en su brazo, pero ella me había
dicho que no lo hiciera. Me salté la escuela, por un lado, pero en lugar de protegerla
de Chet, dijo que estar en casa todo el tiempo empeoraba las cosas. Ponía a Chet más
nervioso.
—Nunca me volvió a tocar después de eso —había jurado, así que fui a la
escuela.
Pero esa mañana, estaba demasiado emocionado como para ir a la escuela y
aún más reacio a dejar a mamá. Entré en su habitación para ver cómo estaba.
—Está listo para explotar.
—Lo sé —dijo—. Pero tienes que irte. Por favor. Solo lo empeorarás.
—¿Irme yo? Échalo a patadas, mamá —siseé—. Llama a la policía.
Se sentó contra las almohadas, cansada y gastada.
—Te arruinará el día. Puedes perder tu vuelo y eso no puede suceder. Ve,
cariño. Estaré bien.
Apreté los dientes y me incliné para besar su frente.
—Llámame si me necesitas. Promételo.
—Lo haré.
Me arrastré fuera de su habitación y fui a la mía a buscar mis cosas.
Vi, Shiloh y los chicos se reunirían para lo que Holden llamó una fiesta de
Recuérdanos cuando seas famoso. Pensé en ir a la playa y deambular, tratar de
calmarme.
Me colgué mi bolso sobre mi brazo y saqué el estuche de mi guitarra, luego
me detuve en seco. Chet bloqueaba el pasillo. Tenía la papada pastosa bajo su barba
de varios días y apestaba a cerveza rancia y humo.
—¿Crees que tu pequeño viaje va a cambiar algo? —dijo, mirándome de arriba
abajo—. Ellos verán a través de ti. Un sucio y vándalo bastardo cantando esas
estúpidas canciones.
Mi pulso se aceleró en mis oídos y mi garganta se secó.
—Retrocede, idiota.
Chet parecía dispuesto a luchar, pero la puerta del dormitorio se abrió y salió
mamá.
—¿Qué está pasando aquí?
—Nada —dijo y me dejó ir, dándome un fuerte golpe en el hombro cuando
pasé, luego me siguió a la sala de estar—. No pasa nada —dijo más fuerte mientras
me acercaba al perchero en mal estado cerca de la puerta para agarrar mi chaqueta—
. ¿Me escuchas? Eres un maldito carnavalero pretendiendo ser más grande de lo que
eres. Pero no eres una mierda.
Incliné mis hombros contra sus palabras, pero se hundieron de todos modos.
—Gracias por la charla de ánimo —murmuré y alcancé la puerta. Detrás de mí,
mamá soltó un grito y luego me arrancaron el estuche de la guitarra de la mano. Me
di la vuelta para ver a Chet arrojarlo a la pared detrás del sofá. Golpeó lo
suficientemente fuerte como para dejar una marca y cayó sobre los cojines.
—¿Qué estás…?
—Mis palabras, y el aire, se cortaron cuando Chet me agarró por la garganta y
me empujó contra la puerta. Se acercó, hirviendo, saliva salpicando mis labios
mientras hablaba.
—Durante demasiado tiempo, has sido un mocoso listillo que se cree la gran
cosa. Sigo diciéndole a tu mamá que eche tu culo a la calle. Ya tienes dieciocho años.
Creo que es el momento.
Estallidos de manchas negras brillaban en mi visión. Mamá le estaba gritando
que me dejara ir, tirando de su brazo y suplicando. Puse mis manos alrededor de su
muñeca y tiré de él.
—Jódete —grité con voz ronca, luego corrí hacia mi guitarra.
Sentí a Chet detrás de mí, luego su mano agarró mi camiseta entre mis
omóplatos. Me tiró hacia atrás, haciéndome perder el equilibrio y luego me empujó
hacia adelante. Tropecé y me golpeé la espinilla contra la mesa de café, luego me
estrellé de cabeza contra el sofá. El lado derecho de mi cara se raspó contra el borde
de la funda de mi guitarra. El dolor estalló como una quemadura.
—¡Para! —Mamá lloró—. ¡Déjalo en paz!
Me puse de pie y agarré el estuche de mi guitarra. Solo por instinto, lo giré
hacia atrás sin mirar y lo escuché conectarse con las entrañas de Chet. Soltó un ruido
de dolor y se tambaleó hacia atrás. Corrí hacia la puerta, agarrando el brazo de mi
mamá en el camino, arrastrándola conmigo.
Ella se escapó de mi agarre.
—Miller, no.
Me detuve. La miré fijamente. Tomando aire, mi pulso acelerándose en mis
oídos.
—Mamá… vamos. No puedes quedarte aquí.
Desde detrás de ella, Chet respiraba con dificultad, una sonrisa triunfante
dividía sus gruesos labios.
—Ella no quiere irse contigo. Sabe lo que le conviene.
Le señalé con un dedo en el aire.
—Vete al infierno, imbécil, voy a llamar a la policía.
Él se rio entre dientes.
—¿Y decir qué? ¿Crees que ella va a presentar cargos? ¿Vas a presentar
cargos, Lynn?
La miré, esperando su respuesta. Ella miró al suelo y sentí que algo en mí se
rompía y se caía.
—Eso es —dijo Chet—. No es tu casa. Es de ella. Esta es su casa. Pero eres un
hombre adulto, hijo. Yo diría que ya es hora de que te vayas.
—¿Mamá?
Levantó los ojos lentamente, pesados por el dolor y muy cansada. Me besó en
la mejilla que ardía.
—Solo vete —susurró—. Ve a Los Ángeles. Sé asombroso.
Me quedé mirándola, primero a ella, luego a Chet sonriendo perezosamente,
apoyado contra la encimera de la cocina como si fuera suya. Porque ahora lo era.
Volví a mirar a mi mamá, con las palabras para decirle que su seguridad era más
importante. Su felicidad. Pero ya se había dado la vuelta y regresó por el pasillo a su
habitación con pasos arrastrados.
Los ojos brillantes de Chet se encontraron con los míos.
—Escuchaste a tu madre. Vete.
Así que me fui.
Abrí la puerta con manos temblorosas y salí con piernas igual de temblorosas.
Se cerró detrás de mí y escuché el clic de la cerradura.
Medio aturdido, con un subidón de adrenalina, me dirigí a la choza como un
zombi. Mi cara estaba en llamas en la parte que había raspado contra mi estuche, y
mi garganta se sentía como si me hubiera tragado un puñado de piedras.
Entré en la vieja y destartalada habitación. Holden había clavado un pequeño
espejo en la pared del fondo. O tal vez fue Shiloh. Había estado pasando el rato aquí
más, agregando toques artísticos aquí y allá, haciendo que el lugar se sintiera
hogareño. La choza era más un hogar que mi propio apartamento.
Me miré bien en el espejo para examinar mis heridas. Unas huellas dactilares
se estaban oscureciendo en mi cuello y el área alrededor de mi ojo derecho estaba
inflamado. Pequeños rasguños de sangre me recorrían el pómulo. La ansiedad
sacudió mi estómago como una corriente eléctrica.
No puedo ir a Los Ángeles con este aspecto. No puedo tocar para ellos así…
Otro miedo terrible me atormentó, iluminando mis entrañas con pánico.
Rápidamente me arrodillé frente a la funda de mi guitarra y abrí los pestillos. Con las
dos manos, saqué con cuidado la guitarra y le di la vuelta, inspeccionándola. Un
suspiro de alivio con kilómetros de profundidad salió de mí, mientras la guardaba de
vuelta en su estuche, entera y sin daños.
Pero el daño ya estaba hecho. Lucía exactamente como Chet me había descrito.
Un chico pobretón que no pudo evitar meterse en problemas el tiempo suficiente para
poder atender a una reunión importante.
Las fuerzas se me agotaron, me senté con fuerza en el banco de madera y miré
el océano a través de la única ventana de la choza. La batalla con Chet se repetía en
destellos, haciéndome estremecer. Pero el rostro derrotado de mi mamá me asustó
más.
Lo último que quería hacer era comer; pero tomé mi insulina y tragué algo de
comida, cada bocado como una piedra en mi tráquea magullada. El pánico se
extendió de nuevo.
Jesús, ¿y si no puedo cantar?
Tarareé algunos compases, haciendo una mueca de dolor. Algunas letras
chirriaron. Aclaré mi garganta y lo intenté de nuevo, más fuerte. Durante unos minutos
angustiosos, calenté mi voz hasta que pude cantar más allá del dolor y sonar como yo
mismo.
—Maldita sea —murmuré. Chet casi lo había arruinado todo.
Quizás lo hizo. Ellos tampoco me querrán.
Los últimos vestigios de adrenalina me dejaron agotado y apoyé mi cabeza en
la mesa. Los aromas de sal y madera vieja y el sonido del océano rompiendo y
alejándose me calmaron como solían hacerlo los perfumes y las canciones de cuna de
mamá cuando era niño. Hace toda una vida.

Una mano suave me tocó para despertarme. Abrí los ojos pesados para ver a
Violet de pie junto a mí. Llevaba un vaquero y una sudadera con capucha holgada, sin
maquillaje, con el cabello recogido en una cola de caballo.
Tan hermosa…
Sonrió.
—Oye, tú. ¿Durmiendo antes de tu…? —Sus palabras se cortaron en un jadeo
mientras me sentaba y la luz del sol de la tarde caía sobre mi rostro—. Miller… Dios
mío, ¿qué pasó? —Me tocó la barbilla, girándome hacia ella para verme mejor y luego
reprimió un pequeño grito—. Tu cuello. ¿Quién te hizo esto? ¿Chet?
Asentí.
—Estoy bien. Pero mierda, mírame. No puedo ir a Los Ángeles ahora.
—Por supuesto que puedes —dijo con fiereza, su voz vacilante—. No puedes
dejar que te detenga.
—¿Voy a encontrarme con un ejecutivo de alto nivel con este aspecto? Es
patético. No quiero que sientan lástima por mí.
—No lo harán. No después de oírte cantar. —Me atrajo hacia ella, acunando mi
cabeza contra su suave sudadera.
—Me echó, Vi —le dije contra su cuerpo—. Me echó de la casa.
Me encontraba sin hogar por segunda vez en mi vida.
—No —dijo Violet con voz temblorosa—. Él no puede hacer eso.
—Lo hizo. Mi mamá está demasiado asustada y golpeada como para
enfrentarse a él. Mi única oportunidad ahora es ir a Los Ángeles, convencerlos de que
inviertan en mí y patearle el trasero cuando regrese.
Decirlo en voz alta lo hizo sonar aún más inverosímil.
Violet se sentó en el banco a mi lado.
—Puedes hacer eso, y lo harás —dijo, parpadeando para quitarse las lágrimas,
la determinación se apoderó de ella. Echó un vistazo a la choza—. Creí haber visto un
botiquín de primeros auxilios por aquí.
—Holden trajo uno. —Señalé la pequeña caja de medicinas, posada cerca del
generador que zumbaba suavemente en la esquina.
Violet lo trajo a la mesa. Hice una mueca cuando puso toallitas antisépticas en
los rasguños de mi mejilla.
—Mañana no estará tan rojo. Mañana lucirá mejor.
Me di cuenta de que no dijo nada sobre las huellas dactilares en mi cuello que
se veían exactamente como lo que eran. No podría esconderlas.
Sonaron voces en el exterior.
—Mierda, los demás están aquí —dije—. No quiero que me vean así. Es
jodidamente humillante.
Violet tocó mi mejilla.
—No lo es. Es solo lo que pasó. Son tus amigos y se preocupan por ti.
Pudimos escuchar a Holden y Ronan discutiendo entre sí mientras preparaban
la hoguera, Shiloh intervino para regañarlos por ser unos idiotas.
A pesar de todo, sonreí. Los había extrañado.
Salimos de la choza. Tres cabezas se volvieron y tres pares de ojos se abrieron
al mismo tiempo al ver mi rostro. Levanté la mano antes de que cualquiera,
principalmente Holden, pudiera hablar.
—No quiero hablar de ello. El novio de mi mamá es un idiota. Vamos a dejar
las cosas así.
—Pero maldita sea, Miller —comenzó Holden.
—Dije que no quiero hablar de eso. Me ocuparé de él cuando vuelva.
De algún modo.
Holden retrocedió a regañadientes. El rostro de Shiloh era una máscara de
preocupación. Pero Ronan… Ronan parecía dispuesto a matar. Mientras los demás
estaban ocupados en encender el fuego y acomodar la comida, él me llevó a un lado.
—Cuando regreses —dijo en un tono plano, sus ojos grises duros como la
piedra—, vamos a manejarlo. ¿De acuerdo?
Asentí, apretando los dientes para apartar las malditas lágrimas de mis ojos.
—De acuerdo.
—Bien —dijo, luego casi me caigo cuando extendió la mano y agarró mi
hombro por un breve segundo. Ronan nunca tocaba a nadie. Me dio un golpe y me
dejó ir.
Encendió el fuego mientras Holden ponía en marcha la conversación. Durante
unas horas, pude dejar lo que sucedió en un segundo plano. Me senté en la arena,
Violet frente a mí, de espaldas a mi pecho, mis brazos alrededor de ella, su cabeza
apoyada en el hueco de mi hombro.
Comimos perritos calientes y papas fritas. Holden contó una historia
extravagante sobre la vez que él y otro paciente en el sanatorio en Suiza intentaron
una fuga mal planificada y terminaron siendo perseguidos a través de rociadores en
el jardín delantero vistiendo solo batas, sus traseros desnudos ondeando al viento.
Violet se rio con el resto de nosotros, pero noté que miraba a Holden de manera
diferente, como si lo viera bajo una nueva luz.
Después de que la comida se hubo asentado, Shiloh me pidió que tocara las
canciones que había preparado para la reunión.
—No estoy de humor —dije con firmeza.
Nadie me presionó.
Finalmente, llegó el momento de despedirme.
Holden puso ambas manos sobre mis hombros, sus ojos verdes de peridoto
mirando fijamente a los míos, serios como la muerte.
—Escúchame. Si llegas a esta reunión y empiezas a entrar en pánico o
enloquecer, tengo una solución infalible que uso cuando me encuentro en situaciones
difíciles.
—¿Qué es? —pregunté, preparándome para algo ridículo.
—Me hago una pregunta y solo una pregunta… ¿Qué haría el actor Jeff
Goldblum?
Sí.
—Gracias, eso es muy útil.
Holden sonrió y de repente se le cayó de la cara cuando su mirada se posó en
mis moretones. Sin decir palabra, se quitó la bufanda que llevaba, a pesar de la cálida
tarde, y la colgó alrededor de mi cuello. Lo enrolló sin apretar para que cubriera las
marcas.
—No tienes que explicarles nada, ¿de acuerdo? —dijo—. Ni una maldita cosa.
—Maldita sea, Parish. —Me escocieron los ojos cuando lo abracé con fuerza—
. Gracias hombre.
Me soltó y Shiloh se volvió y me dio un abrazo y un beso en la mejilla.
—Déjalos muertos. Sé que lo harás.
Ronan ya había dicho su paz antes; me asintió brevemente mientras los tres
dejaban la choza. Violet y yo nos quedamos un poco antes de salir; sabía que tenía
algo en mente. Ella recogió mi maletín médico mientras yo me echaba al hombro mi
bolso y recogía el estuche de mi guitarra.
—Ojalá pudiera llevarte al aeropuerto —dijo en voz baja mientras
caminábamos por la playa—. Quiero llevarte.
—No puedes saltarte esa cita, Vi —le dije, apartando mechones de cabello
negro azabache de su sien—. Necesitan asegurarse de que estás bien.
—Sé que estoy bien. —Se mordió el labio—. Pero… ¿tiene que llevarte Evelyn?
—Tiene algunos consejos de última hora. Probablemente algo tipo: No jodas
esto.
—¿Pero qué saca ella de esto? Nunca hace nada sin un motivo.
—Cantidades masivas de ingresos publicitarios para su vlog —dije. No
agregué que Evelyn había dicho que el verdadero propósito de llevarme al
aeropuerto era finalmente decirme el favor que quería a cambio de ayudarme. Si era
algo tremendamente inapropiado, lo cual sospechaba que era, la rechazaría y Violet
nunca tendría que oír hablar de eso y salir lastimada.
Ella no parecía feliz.
—Confías en mí, ¿verdad?
—Por supuesto que sí. ¿En Evelyn? No tanto.
Aclaré mi garganta.
—Quiero decir, no para señalar lo obvio, pero vas a ir al baile de graduación
con otro chico.
—Definitivamente no tienes nada de qué preocuparte —dijo con una sonrisa
divertida, luego me miró a los ojos intensamente—. Pero lo digo en serio. Confío en
ti, Miller.
—También confío en ti, Vi —dije. Y era cierto, pero la idea de River tocándola,
bailando con ella y tomándose fotos como si fueran una pareja era como frotar sal en
una herida después de esta mañana. Violet era la última cosa buena que era mía y no
quería compartirla.
Estás siendo un imbécil posesivo, me dije. Un Chet. No seas un Chet.
—Te voy a extrañar —dijo mientras salíamos de la zona de la playa y nos
dirigíamos a la calle Cliffside en su todoterreno. Le había enviado un mensaje de texto
a Evelyn para que se reuniera conmigo en el café Whole Grounds en lugar de en mi
apartamento para evitar más mierda con Chet.
—Yo también —le dije—. Y lamento perderme tu cumpleaños.
—Yo más —dijo con una sonrisa maliciosa.
Violet estacionó el auto en un lugar frente a la cafetería. Se volvió hacia mí y
me besó suavemente.
—Buena suerte. Llámame en cuanto termines.
—Lo haré. —Tomé su mejilla y la besé de nuevo. Traté de llevarme un poco de
su eterno optimismo; de dejar que su dulzura lavase mi amargura. Pero mi estómago
era una maraña de nudos y mis pensamientos se llenaron de dudas y miedo.
—Te llamaré mañana por la noche. Y diviértete en el baile de graduación. Sé
que lucirás tan hermosa.
—Desearía estar contigo. —Me besó por última vez y luego salí de su auto,
llevándome las maletas y el estuche de la guitarra.
Estaba entrando en el café cuando un chirrido de neumáticos sonó detrás de
mí. Violet había retrocedido del lugar de estacionamiento, luego volvió a entrar.
Abrió la puerta y corrió hacia mí, se paró frente a mí, sin aliento, con los ojos bien
abiertos. La pálida piel de porcelana de sus mejillas estaba sonrojada y sus labios
rojos se separaron.
—Te amo —espetó.
Me golpeó con tanta fuerza en el pecho, que me dejó sin aliento.
—Empecé a alejarme y no pude hacerlo. No puedo dejarte ir a Los Ángeles sin
que sepas que te amo. Siempre te he amado. Desde que teníamos trece años y éramos
estúpidos y asustados. Asustada por lo mucho que te amaba. De cuán profundos eran
mis sentimientos. —Sacudió la cabeza, sus profundos ojos azules brillaban—. Porque
son tan profundos, Miller. No puedo ver el fondo.
Me quedé mirándola mientras su discurso se hundía en mí como una cálida
lluvia. Cada palabra desvanecía la ansiedad, aflojaba el miedo y me llenaba de
calidez.
Violet estudió mi expresión aturdida.
—No tienes que decirlo de vuelta…
La silencié con un beso, sosteniendo su rostro con ambas manos, besando mi
amor en ella, cuatro años de amor tácito detrás de nosotros y toda una vida por
delante.
—Te amo —le susurré contra sus labios—. Estoy tan enamorado de ti. Dios,
Violet. Las cosas eran una mierda y luego, una noche, salí de un bosque oscuro,
tropezando y perdido, y allí estabas tú.
Las lágrimas llenaron sus ojos, pero su sonrisa era amplia y brillante.
—Bueno —resopló, llorosa y entrecortada—. Me alegro de que hayamos
arreglado eso. Y para que conste, ese es el mejor… regalo… de… cumpleaños… de
todos los tiempos.
Me besó de nuevo, sosteniendo mis manos entre las suyas, luego retrocedió y
se dirigió a su auto. Hizo un pequeño saludo desde la ventana y se fue.
Me hundí en una mesa fuera del café, asombrado de cómo un solo día podía
ser el peor y el mejor al mismo tiempo.
Unos minutos más tarde, una camioneta negra entró en el estacionamiento y se
detuvo en paralelo a la tienda. La ventanilla del pasajero bajó y Evelyn movió sus
gafas de sol.
—Oye, cariño, ¿necesitas un aventón?
Sonreí y abrí la puerta del asiento trasero para guardar mis cosas, luego subí
al frente.
Evelyn se quitó las gafas por completo.
—Mierda, ¿qué te pasó?
Me puse rígido.
—No es nada.
—¿Nada? —chilló—. Estás hecho un desastre y… Jesús, ¿qué es eso en tu
cuello?
La bufanda de Holden se había caído y me la quité.
—No te preocupes por eso.
—¿Qué no me preocupe…? Dios, ¿estás bien?
—Estoy bien, pero… se ve mal, ¿verdad? ¿Para la entrevista?
—No es lo ideal —dijo Evelyn, poniendo el auto en marcha y saliendo. Sus ojos
se llenaron de repente de pensamientos. Calculando. Después de unos minutos,
dijo—: Te daré un corrector para que te lo pongas en el cuello. Lo uso todo el tiempo
para ese tipo de cosas.
Giré mi cabeza de golpe.
—¿Todo el tiempo para qué tipo de cosas?
Tragó saliva, agarrando el volante con ambas manos.
—No importa —dijo llevándonos al norte de Santa Cruz hacia el aeropuerto de
San José—. El tiempo ha llegado.
—Tus demandas.
—Piensa en ello más como un quid pro quo. Te ayudé a llegar a donde vas,
ahora quiero que me ayudes a cambio.
—No he firmado un contrato todavía.
—Pero lo harás. Y cuando lo hagas, te pedirán que te mudes a Los Ángeles para
grabar un disco. Probablemente unas canciones extra. Querrán que grabes algunos
videos, tal vez incluso que hagas una gira como telonero de alguien. Y cuando todo
eso suceda —dijo Evelyn—, yo también quiero estar allí.
—¿Qué significa eso?
—Quiero que me lleves contigo.
Me burlé.
—Sí, eso no va a pasar.
—Miller, escúchame…
—No te llevaré a Los Ángeles, Evelyn. ¿Para vivir conmigo? Estoy con Violet.
—Esto no tiene nada que ver con ella —dijo Evelyn—. Y no te estoy pidiendo
que me consideres una de tus malditas groupies, por el amor de Dios. ¿Qué tal ego?
—¿Entonces qué quieres?
—Necesito un pie en la puerta. Contactos. No puedes lograr cosas en cualquier
parte del mundo sin conocer a alguien. Tú serás ese alguien y yo seré tu asistente
personal.
Solté una carcajada.
—¿Un asistente personal? No. No puedo hacer eso, Evelyn. De todos modos, no
tengo la influencia.
—¿Te has molestado siquiera en ver alguno de tus videos? —preguntó,
manejando su auto a través del tráfico—. ¿Has leído alguno de los comentarios? Vas a
ser enorme, Miller. ¿A dónde vas mañana? No es una entrevista de trabajo. Vas a
firmar un contrato discográfico.
Me recosté contra el asiento de cuero de su camioneta, contemplando sus
palabras. Luego meneé la cabeza.
Imposible. ¿No es así…?
—Te estás adelantando mucho —le dije—. Y no. Lo siento. No puedo hacer eso,
Evelyn. No puedo hacerle eso a Violet.
—Tengo que salir de aquí, Miller —dijo Evelyn, y me sorprendió ver las
lágrimas repentinas que llenaban sus ojos—. Tengo que. ¿Lo qué te pasó hoy? A mí
también me pasa.
Me quedé mirándola, mi cerebro tratando de comprender lo que me estaba
diciendo. Todas las veces que estuve en su casa, nunca sentí nada siniestro. Fotos
felices en las paredes, bromeando con su papá, una mamá indulgente que claramente
estaba orgullosa de ella.
—¿Quién? —pregunté—. Nunca he visto…
—Entonces, si no lo viste, ¿nunca sucedió? —Sin apartar la vista de la carretera,
bajó la mano hasta el dobladillo de su minifalda y la subió. Un hematoma de forma
rectangular, de diez centímetros de largo y cinco de ancho, recorría la parte superior
de su muslo. Ella se bajó la falda.
—Me pega allí. Entonces no se nota.
—Mierda —suspiré—. ¿Quién?
—No importa.
—Sí importa. Jesús, Evelyn, lo siento.
—Está bien —dijo, agitando una mano—. Puedo cuidar de mí misma. Y lo haré,
una vez que llegue a Los Ángeles. Prométemelo, Miller. Prométeme que no dirás
nada. Prométeme que cuando tus sueños se hagan realidad, me ayudarás con los
míos.
Todavía no había pasado nada, pero si por algún milagro ella tenía razón y me
ofrecían todo lo que podía esperar, era mi responsabilidad ayudar a otras personas.
Mi deber. Había vivido en un auto. Una vez estuve sin hogar y volví a estar sin hogar.
Si el universo iba a cuidar de mí, tenía que devolverlo.
—Lo prometo —dije, sellando el trato. Mi palabra era inquebrantable. Recé a
Dios para que Violet lo entendiera. Que no le estaba pidiendo demasiado…
—Gracias, Miller —dijo Evelyn, dejando escapar un suspiro tembloroso—.
Eres uno de los buenos. ¿Lo sabes bien? Por eso te aman tanto.
—¿Quiénes?
—Todas esas chicas en mi vlog. Eso es lo que todas quieren. Alguien como tú,
mirándolas como miras a Violet. Todas quieren ser la chica de tu canción de amor. —
Me miró, sus ojos usualmente agudos ahora suaves—. Gold Line Records lo sabe. Te
van a embotellar y venderte, Miller. ¿Estás preparado para eso?
Pensé en el rostro de mi madre, grabado en desesperanza. Cubierto de polvo.
—Lo que sea necesario.
T
erminé mi chequeo en el Centro Médico. Como sospechaba, mi cabeza
estaba bien, sin efectos residuales de la conmoción cerebral que había
tenido meses atrás. Pero por seguridad, me había sentado en la banca
durante el resto de la temporada de fútbol, animando al equipo desde la tribuna.
Acababa de llegar a mi auto cuando la señora Taylor, mi consejera, me llamó.
—Tengo buenas y malas noticias. ¿Qué quieres escuchar primero?
—Las malas —dije, cerrando la puerta del lado del conductor y subiendo al
volante—. Entonces golpéame con las buenas para quitarme el dolor.
—Me temo que es un dolor bastante grande. La U de Santa Cruz te ha otorgado
la beca Joan T. Bergen por un monto de 5000 dólares.
—Eso es bueno. ¿Por año?
—En total. Este año hubo mucha competencia y la mayoría de las becas ya
fueron otorgadas. Eso te deja con la necesidad de cubrir alrededor de 55000 dólares
durante cuatro años. Por no hablar de la vivienda, la comida, los libros, etcétera.
Tragué saliva.
—De acuerdo. Eso no es imposible. Puedo sobrevivir el primer año con ayuda
financiera y luego volver a solicitar más ayuda el año que viene.
—¿Estás segura? Eso es mucho para asumir.
—Puedo hacerlo. Viviré en casa, conseguiré un trabajo… —Dejé escapar un
suspiro tembloroso—. Sí, puedo hacer esto.
Podía escuchar la sonrisa de la señora Taylor colorear sus palabras.
—Bien por ti, Violet. Pero antes de tomar una decisión, las buenas noticias son
bastante buenas. La Universidad de Baylor quedó muy impresionada contigo. Te han
otorgado la beca Médicos del Futuro.
Me quedé boquiabierta.
—Eso es… enorme.
—Lo es. Y aceptarla se vería increíble en las solicitudes de la escuela de
medicina cuando llegue el momento. Cubrirán la matrícula en su totalidad siempre
que mantengas un promedio de calificaciones de 3.5.
—¿En su totalidad? ¡Santo cielo! —Me mordí el labio.
Baylor estaba en Texas, muy lejos de amigos y familiares. Y de Miller. Ya estaba
en Los Ángeles, probablemente construyendo un futuro allí. Santa Cruz era un vuelo
corto, apenas una hora. Pero Texas…
—Tendrías que cubrir tu propia vivienda —continuó la señora Taylor—, pero
considerando que la matrícula es más alta para los estudiantes de fuera del estado,
esta es una gran victoria.
Asentí. Mis primeros años de universidad, libres de deudas.
—Es una gran oportunidad, pero USCC ha sido mi sueño desde siempre. Santa
Cruz es mi hogar. Sé que dijo que fuera flexible, pero déjeme hablar con mis padres
antes de tomar una decisión. Es mucho en lo que pensar.
—Bueno, déjame saber lo que decides y te ayudaré a responder a las escuelas
y averiguar los detalles.
—Gracias, señora Taylor. Por todo.
—Por supuesto. Y diviértete en el baile de graduación. ¿Vas con River
Whitmore?
Mi frente se arrugó.
—¿Cómo lo supo?
—Él me dijo. Lo he estado ayudando con sus aplicaciones universitarias. Ese
chico está destinado a grandes cosas. Incluso la NFL.
—Oh, ¿todavía está persiguiendo eso? —pregunté casualmente.
—No puedo dar detalles; estoy segura de que te lo contará todo en el baile de
graduación. Pero las universidades de la liga están clamando por él.
Sonreí levemente.
—Estoy segura de que sí.
Colgué con la señora Taylor, pensando que River y yo teníamos mucho en
común. Ambos queríamos cosas simples: quedarnos en la ciudad que amábamos y
construir nuestro futuro allí, pero la vida tenía sus propios planes.
Llegué a una casa inquietantemente silenciosa, pero no vacía. Respiraba con
tensión y ansiedad. Se me erizaron los vellos de la nuca cuando entré a la cocina,
teñida con la luz ámbar del crepúsculo. Mamá y papá estaban sentados a la mesa, con
papeles esparcidos por todas partes. El logo del Servicio de Impuestos Internos
resaltando en las páginas más de una vez.
—¿Qué está pasando? —pregunté lentamente, me moví lentamente, respiré
lentamente. El aire se sentía como vidrio.
Mamá resolló y se secó los ojos rojos con un pañuelo de papel.
—Siéntate, Violet.
Con las piernas rígidas, me senté entre ellos a la mesa y crucé las manos. Miré
a mi papá y mi corazón se partió. Nunca lo había visto tan destrozado, sin afeitar,
despeinado, más delgado.
—¿Papi?
Me sonrió débilmente.
—Oye, calabaza. Tenemos malas noticias.
—Estoy segura de que ella notó eso —espetó mamá, pero sin mucha energía.
Hizo un gesto con la mano—. Lo siento. Lo siento. Solo díselo ya. O lo haré.
—Como quieras.
Mamá resopló y me miró.
—Primero, déjame decirte que esto no es tu culpa. Vas a pensar que lo es, pero
no lo es. Es el resultado de años de acumulación de malas ideas, agravado por los
errores que cometimos.
—De acuerdo.
Mamá respiró fuerte de nuevo.
—Tus solicitudes de ayuda financiera han provocado una auditoría del Servicio
de Impuestos Internos de nuestras finanzas. En circunstancias normales, esto no sería
gran cosa. Pero…
—Pero estamos en quiebra —dijo papá—. Más que en quiebra.
—Estamos completamente jodidos. —Mamá tomó un sorbo de una taza de café,
la cual no estaba segura de que solo contenía café.
Me quedé mirando entre ellos.
—¿Qué pasó?
—Hace unos años, me metí en problemas —dijo papá—. Desarrollé una
aplicación. Se suponía que iba a ser un éxito, pero el trato no se concretó.
—No funcionó porque tu padre robó el código de otro desarrollador que
trabajaba en una aplicación similar —dijo mamá.
Papá sacudió la cabeza hacia ella, sus labios se fruncieron con pura malicia.
—No robé nada —soltó enfurecido—. Pero sí… ya había una patente pendiente
que ignoré tontamente. Me demandaron y se necesitó todo lo que teníamos para
mantenerlo en silencio o, de lo contrario, habríamos estado arruinados.
—¿A eso se destinó mi fondo universitario? —pregunté—. ¿Para cubrir la
demanda?
—No solo eso —dijo mamá, moviéndose en su asiento—. El juicio de la
demanda fue más de lo que pudimos manejar. Estaban listos para tomar nuestra casa,
los autos. El estilo de vida que tenemos desaparecería.
—Y tu madre no podía soportar eso —dijo papá con acritud, y me di cuenta con
una punzada, de que no quedaba amor entre ellos. Ni un ápice.
—¿Y tú sí? —le respondió mamá bruscamente—. ¿Podrías admitir ante el
mundo que estábamos arruinados? Tapé un agujero en la maldita presa.
—¿Cómo? —pregunté, a pesar de no tener ganas de escuchar la respuesta.
—Dejé de pagar los impuestos —dijo mamá.
Me quedé boquiabierta.
—¿Hiciste qué?
—Para mantener dinero en el banco. Despedí a nuestro recaudador de
impuestos y le dije que íbamos a otra empresa. Tu padre me aseguró que su próximo
trato nos volvería a poner en la cima. Podríamos devolverlo todo. Pero nunca se
materializó ningún nuevo acuerdo mágico. De alguna manera, nos mantuvimos bajo
el radar del SII hasta ahora.
—Hasta que solicité ayuda financiera. —Me dejé caer en la silla, mi mirada fue
a los papeles sobre el escritorio—. Por eso no podían divorciarse.
Papá asintió.
—No queríamos mostrarle a un juez el verdadero estado de nuestras finanzas.
—¿Qué pasa ahora? —Mi mirada se lanzó entre ellos, el miedo me dejó sin
aliento—. No pagar impuestos es un gran problema. ¿Van a… ir a la cárcel?
—No, gracias a Dios —dijo papá—. Mi amigo, Charlie… ¿te acuerdas de él? Es
abogado y accedió a ayudarnos a salir del lío, pro bono. Tenemos que vender la casa,
todos nuestros activos y destinarlos a pagar la deuda del SII.
—Vender la casa…
La casa en la que había vivido toda mi vida. Mi hogar. Me agarré a la mesa de
la cocina donde una vez me hube sentado en una silla alta, mamá sirviendo comida y
papá haciendo muecas. Donde habíamos comido miles de comidas juntos, riendo y
felices, en una época que se volvía más difusa y distante a cada segundo.
—¿Dónde vamos a vivir? —pregunté.
—Tu padre y yo nos separaremos —dijo mamá—. Me mudaré de regreso con
la abuela en Portland.
—Me quedaré con el tío Tony —dijo papá.
—¿En Ohio?
Asintió miserablemente.
—¿Y yo qué?
Mamá se mordió el labio y apartó la mirada.
Papá intentó sonreír.
—Bueno, cariño, eso depende de ti.
Me quedé mirándolos.
—¿Quieres que elija entre tú y mamá? —La idea me enfermó, pero luego me di
cuenta de que mi destino ya estaba decidido por mí—. No, olvídenlo. No voy a ir con
ninguno de los dos. La Universidad de Baylor me va a dar una beca completa.
—¿Baylor? —Los ojos de papá se agrandaron—. Esa es una escuela
maravillosa. Felicitaciones, cariño.
Su orgullo lloroso amenazó con destrozarme.
—¿Están pagando por todo? —preguntó mamá.
—Casi todo —dije—. Tengo algunos ahorros. Encontraré un lugar. Conseguiré
un trabajo. Estaré bien.
—Estamos orgullosos de ti, calabaza —dijo papá—. Tan orgullosos. Tanto
potencial… y te fallamos…
—Está bien, papá —dije abruptamente. Nada estaba bien, pero necesitaba que
dejara de hablar. Su quebrantamiento fue demasiado para soportarlo. Él era mi
padre. Se suponía que fuera fuerte. Protector. Se suponía que mamá también fuera
fuerte y cariñosa. Ambos habían sido esas cosas, una vez.
Mamá tomó mi mano, con lágrimas en los ojos.
—Violet… lo siento. Lo siento mucho. Y, Jesús, mañana es tu cumpleaños…
Un sollozo brotó de ella que inmediatamente cubrió con su mano. Se apartó de
la mesa y salió corriendo de la cocina. Papá también se puso de pie y me palmeó el
hombro. Se inclinó y besó mi cabeza.
—Te lo compensaremos —dijo—. De algún modo.
Se fue y me quedé sola en la cocina. La casa volvió a quedar en silencio, un
silencio que parecía permanente. Vacía. Se tragó los ecos de tiempos más felices
hasta que no quedó nada.

Al día siguiente, Shiloh vino a ayudarme a prepararme para el baile de


graduación. Me trajo una caja de regalo blanca envuelta en una cinta dorada. Dentro
había un anillo que había hecho ella misma. Una mezcla bellamente intrincada de
hebras de bronce, oro y plata entrelazados.
—Feliz cumpleaños, Vi.
—Es hermoso —dije, deslizándolo sobre el dedo medio de mi mano derecha—
. Impresionante, Shi. Eres tan talentosa. No puedo esperar a que algún día tengas tu
propia tienda en el centro de la ciudad.
—Yo igual. También hay una inscripción.
Me lo quité. En el interior, había grabado a Vi y Shi donde los metales estaban
soldados. Las lágrimas amenazaron cuando abracé a mi amiga con fuerza.
—Te voy a extrañar mucho.
—Yo también.
Rápidamente me soltó para moverme hacia atrás y ayudarme a abrocharme el
vestido, azul regio con un corpiño bordado con cristales y una falda larga de gasa. En
el espejo, vi sus trenzas caer sobre sus delgados hombros mientras trabajaba, sus
ojos brillando.
—Odio que te vayas —dijo—. Se suponía que íbamos a tener cuatro años más
juntas antes de que me abandonaras para ir a la escuela de medicina.
—Lo sé. Me enferma pensar en eso.
—¿Qué pasa con todo lo demás? ¿Cómo estás tomando el divorcio?
—Es lo mejor. En un momento de mi vida, hubiera sido lo peor que me hubiera
pasado. Ahora, es un torrente más en una tormenta de mierda gigante.
—Eso te dejó en la nada. Me preocupa que te vayas a Texas por tu cuenta.
—He ahorrado un poco.
—¿Será suficiente?
—Tendrá que serlo. No puedo pedirles nada. No tienen nada.
La realidad me impactó mucho, lo rápido que habían cambiado las cosas. Me
paré en mi habitación que había sido mía desde que tenía uso de razón, y ya sentía
que no pertenecía aquí.
Shiloh se mordió el labio y terminó el último botón.
—¿Has pensado en pedirle un préstamo a Holden? —Levantó las manos ante
mi mirada horrorizada—. Lo sé, lo sé. Yo también lo odiaría. Pero tiene más dinero
que Dios y no parece importarle una mierda. Te daría algo de dinero en efectivo para
comenzar, fácil.
—No lo conozco lo suficiente como para pedirle eso, y de todos modos es
demasiado humillante. —Sacudí la cabeza, examinándome en el espejo—. No, tengo
que hacerlo por mi cuenta. Quizás esta es la forma en que el universo me endurece
antes de convertirme en doctora.
—¿Cuándo te vas?
—Creo que tengo que estar lista para partir cuando se venda la casa.
—Maldita sea, Vi…
—Es mejor así —dije en voz baja—. Así puedo conseguir un trabajo e
instalarme antes de que empiecen las clases en el otoño.
En Texas. Tan lejos de ella. Y de Miller. Tengo que dejar a Miller.
No me había permitido pensarlo, pero ahora estaba allí, golpeando dentro de
mi corazón. Me hundí en la cama y me tapé la boca con la mano.
—Oh, cariño… —Shiloh se sentó a mi lado y me rodeó con el brazo—. No llores,
arruinarás tu maquillaje. No le has dicho a Miller, ¿verdad?
—Aún no. Apenas puedo afrontarlo yo misma. ¿Qué voy a hacer, Shi?
—No lo sé, cariño. ¿Pero estás segura de que estás preparada para este baile
de graduación con River? ¿No puedes llamar y decir que estás enferma y venir a mi
casa? Bibi te preparará algo bueno para celebrar tu cumpleaños, y podremos comer
y ver a Ozark.
Nada sonaba mejor, pero sacudí la cabeza.
—Se lo prometí a River.
Shiloh frunció el ceño.
—¿Qué pasa con ustedes dos? ¿Te está chantajeando?
—No. —Me reí. Me levanté rápidamente y alisé la parte delantera de mi
vestido. Shiloh había apilado la mitad de mi cabello en mi cabeza, sujetándolo en un
moño desordenado y dejando que el resto fluyera sobre mis hombros.
—Te ves hermosa —dijo, de pie junto a mí—. Miserable pero hermosa.
—Voy con el chico equivocado.
—¿Has tenido noticias de tu chico?
—No. Su reunión es hoy. Todo el día.
—¿En un sábado?
—Les preocupaba que se perdiera días de escuela. Regresará mañana. —Me
giré hacia ella—. ¿Y qué hay de ti? Ojalá fueras.
—No es lo mío —dijo.
—¿Y qué es lo tuyo? ¿Ronan Wentz?
Shiloh apartó la mirada.
—Es complicado. Sé que es un cliché cursi de Facebook, pero es exactamente
eso.
Sonreí suavemente.
—¿Lo quieres?
—No —dijo, echando humo. Se dejó caer de espaldas en mi cama—. La mitad
del tiempo, me vuelve jodidamente loca y quiero estrangularlo. Las otras veces…
Me acosté a su lado.
—¿Otras veces quieres besarlo?
Se burló.
—Vas a arruinarte el cabello. —Le hice una mueca y ella se rio, luego tomó mi
mano y la apretó—. Feliz cumpleaños, Violet. Sé que todo está jodido en este
momento, pero si estás empeñada en ir a este baile, tal vez intenta divertirte un poco
esta noche. Olvídate de todo por un momento.
—Lo intentaré.
Shiloh se quedó mientras mis padres fingían ser una familia normal y funcional.
Tomaron un millón de fotografías de Shiloh y de mí, y cuando llegó River, tomaron un
millón más. Papá hizo bromas forzadas sobre no quedarme fuera demasiado tarde y
parecía que mamá estaba conteniendo las lágrimas.
—¿Podemos tomarnos una foto los tres? —dijo papá, entregándole su teléfono
a River—. Es una ocasión especial.
Ella cedió y yo me interpuse entre ellos, todos con sonrisas pegadas en la cara.
La última foto que nos tomaríamos los tres en nuestra casa.
River me llevó de regreso a su casa para otra ronda de fotos. El contraste entre
sus padres y los míos fue marcado. Nancy y Jerry Whitmore nos adularon con sonrisas
fáciles y risas reales. Pero había una tensión diferente en la casa Whitmore. Jerry
estrechó la mano de River y le dio una palmada en la espalda, como si hubieran
sellado un trato comercial.
Nancy me dio un beso en la mejilla.
—Me dice que has sido una amiga muy dulce para él.
—También ha sido un gran amigo para mí.
—Eso es todo lo que importa entonces. Que los dos sean felices. Diviértete esta
noche.
También tengo que despedirme de ella.
Sentí como si mi sonrisa fuera un andamio, conteniendo mis emociones. Si la
dejaba caer, todo se derrumbaría.
River nos llevó a cenar a Lillian's Italian Bistro, donde nos sentamos uno frente
al otro en una mesita para dos. River estaba deslumbrantemente guapo con un
esmoquin negro con una corbata azul regio y un fajín que combinaba con mi vestido,
pero mi mente seguía queriendo poner con Photoshop a Miller sentado allí en su
lugar. Se vería bastante guapo, con su barba incipiente sobre las mejillas, tal vez con
vaqueros oscuros y una chaqueta deportiva y una corbata de la que no pararía de
tirar. Sin pulir y perfecto.
—Te ves muy hermosa —dijo River—. Y feliz cumpleaños.
—Gracias.
—Pero pareces un poco deprimida. —Jugó con su tenedor—. Sé que preferirías
estar con otra persona.
—¿Tú no? —pregunté con una sonrisa gentil.
Empezó a sacudir la cabeza y luego asintió.
—Sí. No necesariamente en el baile, pero solo…
—Estar con él.
—Sí.
—Yo también.
Pasó un breve silencio y luego River se echó a reír.
—Dios, qué pareja somos. Tenemos que animarnos o algo así. Hoy es tu
cumpleaños. Dieciocho, ¿verdad? Ahora eres una adulta oficialmente. Bienvenida al
club. Es una mierda total.
Me reí con tristeza.
—Lo sé. Dios, se siente como si me golpeara todo a la vez. En el espacio de un
día, tuve que crecer y aprender a arreglármelas sola.
—¿Te refieres a ir a la universidad? Pensé que te quedarías aquí. USCC.
—No —dije, sintiendo temblar el andamio—. Baylor, en Texas.
—¿Ah, sí? Me aceptaron en la Universidad de Alabama. Casi seremos vecinos.
—¿De verdad te vas también? ¿Para jugar fútbol americano?
—¿Para qué más soy bueno? Quería quedarme a trabajar en la tienda de papá,
pero él no quiere ni oír hablar de eso. Su corazón está puesto en la NFL. Tal vez me
haga cargo de la tienda cuando se retire. Entonces puedo volver y estar…
—En casa —dije.
—Sí —dijo River—. En casa.

La cena estuvo deliciosa y de alguna manera me las arreglé para no dejar caer
ni un fideo en mi vestido. River acababa de solicitar la cuenta cuando mi teléfono en
mi bolso sonó con un mensaje de texto de Miller.
A punto de abordar el avión. Un día largo, pero joder, lo hicieron. Tengo un
contrato… La cabeza me está explotando. Te contaré todo cuando vuelva. Te amo,
Vi.
Casi se me cae el teléfono. La alegría pura me invadió, inundando toda la
decepción y el dolor de los últimos días.
River arqueó una ceja.
—¿Buenas noticias?
—La mejor de las noticias. Yo… no puedo ni creer que pueda decir esto en voz
alta, pero Miller consiguió un contrato discográfico con Gold Line.
—¿No me jodas? Eso es genial. ¿Es por el vlog de Evelyn?
—Sí —dije, desinflándome un poco—. Ella le dio una plataforma. Y lo
encontraron.
Rápidamente le respondí. ¡Felicidades OMJD! Te mereces todo lo bueno
porque eres todo lo bueno. ¡¡Te amo!! XOXO.
El texto se marcó como entregado, pero no leído. El avión debió haber
despegado. Guardé mi teléfono.
River levantó su vaso.
—Por Miller. Una estrella de Rock en ciernes.
Mi alegría por él se mezcló con dolor en igual medida.
—Por Miller —dije. El hombre del que tendría que despedirme.
E
n el Country Club de Pogonip, se colgaron guirnaldas de luces sobre la
pasarela. La cálida noche estaba llena de insectos y olor a flores frescas.
Dentro del salón de baile, un DJ puso “The Best” de Awolnation . Parejas
en varios tonos de ropa formal bailaban, se amontonaban en grupos, conversaban,
comían de la mesa de aperitivos o bebían sidra espumosa.
—Oye, ahí está Chance —dijo River—. Vamos.
—Claro —dije y luego mi estómago se apretó. Evelyn González estaba en el
grupo con Chance y algunos otros jugadores de fútbol americano y sus citas. Se veía
deslumbrante en rojo rubí.
Ella me dio una mirada descarada.
—Violet. ¡Luces supersexy!
—Gracias, tú también —le dije y lo decía en serio. Su vestido escarlata
abrazaba sus curvas, y su espeso cabello negro caía por su espalda en ondas,
destellos atrapando la luz.
—Oh, Dios mío, ¿tuviste noticias de Miller? —dijo—. ¡Consiguió el contrato!
—Sí, me envió un mensaje de texto. —Me pregunté con una punzada si él había
llamado a Evelyn primero y traté de acorralar los celos.
—¿No es increíble? —gritó—. No es que me sorprenda. Nunca dudé de mi
chico ni por un segundo.
Mi chico.
Empecé a pedirle que no hablara así de mi novio, pero ella se acercó.
—Escucha, Vi. Necesito disculparme contigo.
—¿Por qué? —pregunté con cautela.
—Por ser fría y distante últimamente. Bien, de acuerdo. He sido una perra
furiosa.
—Pensé que estabas cabreada conmigo por ser la reina del baile.
—Oh, eso. —Hizo un gesto con la mano—. Eso fue hace una eternidad. —Tenía
la sensación de que estaba siendo magnánima porque se rumoraba que iba a ser la
reina del baile de graduación y que River sería su rey—. Pero, de verdad —dijo
Evelyn—. Me quedé ocupada en tratar de manejar la carrera de Miller y me dejé
llevar. Pero ahora que todo está en su lugar, no quiero ningún resentimiento entre
nosotras. ¿Me perdonas?
Antes de que pudiera preguntarle a qué se refería con que todo estaba en su
lugar, Donte Weatherly la agarró por la cintura y le susurró algo al oído.
—¡Qué cerdo! —Se rio, golpeando su brazo. Agitó su mano como despedida y
luego Donte la arrastró hacia la multitud de bailarines.
River me ofreció su mano.
—¿Quieres bailar?
Forcé una sonrisa.
—Claro.
Nos apretujamos en la pista de baile llena de gente y nos sumergimos en la
energía y la música. River se inclinó.
—¿Cómo estoy en comparación con el Baile de Bienvenida?
—Bueno, considerando que nunca te presentaste para ese…
Se rio.
—No me queda más que mejorar.
También me reí y bailamos. Una canción tras otra, ambos tratando de olvidar
lo que se avecinaba: la universidad, las separaciones, la distancia entre nosotros y lo
que amábamos. En el transcurso de la noche, River fue un perfecto caballero y me
trajo entremeses y agua con gas cuando necesitábamos repostar.
Luego, el DJ anunció que era hora de revelar al Rey y la Reina del baile, y nos
sentamos en una de las doce grandes mesas redondas.
Me incliné hacia River.
—¿Tiene tu discurso planeado?
Sacudió la cabeza.
—No creo que vaya a ser yo.
—¿Quién más podría ser?
Se encogió de hombros.
—Supongo que estamos a punto de averiguarlo.
El subdirector Chouder subió al escenario, micrófono en mano, y presentó a
Layla Calderon y su comité de graduación. Se leyeron las nominadas para Reina, las
sospechosas habituales, y no era de extrañar que mi nombre estuviera ausente. No
me importaba, excepto que era un síntoma de la fracasada amistad entre Caitlin, Julia
y yo.
O tal vez todo fue producto de mi imaginación.
Entonces Layla calmó a la multitud.
—La reina del baile de graduación de la Secundaria Central de Santa Cruz es…
El DJ tocó en la versión eléctrica de un redoble de tambores.
—¡Evelyn González!
Aumentaron los aplausos y los vítores, y Evelyn subió al escenario luciendo
radiante y triunfante. Y para nada sorprendida. Layla y ella se abrazaron y besaron, y
luego Layla colgó un fajín sobre el vestido de Evelyn mientras otra chica le colocaba
una tiara alta en la cabeza.
—Es como un concurso de belleza que mi hermana menor ve en TLC.
¿Princesitas?
Ahogué una risa con mi mano.
—Cuidado ahora. Tú eres el siguiente.
Layla volvió a ocupar el centro del escenario.
—Y ahora, estoy más que emocionada de anunciar a su Rey de la graduación
de la Secundaria Central… ¡Miller Stratton!
El salón de baile se volvió loco, un coro de chicas gritando y vitoreando más
fuerte.
La sorpresa me atravesó, dejándome aturdida. Miré a mi alrededor en busca
de Miller como todos los demás, preguntándome si se acercaría entre la multitud para
tomar su corona.
—Bueno, eso es algo —dijo River—. ¿Sabías que iba a pasar?
—No tenía ni idea.
Los vítores se convirtieron en murmullos confusos, todos seguían buscando a
Miller. Evelyn le dijo algo a Layla y Layla le entregó el micrófono.
—Miller no puede estar aquí esta noche para aceptar su corona, pero les
aseguro que tiene una muy buena razón. —Evelyn hizo una pausa para hacer efecto—
. ¡Acaba de firmar un contrato discográfico con Gold Line Records!
El salón de baile volvió a estallar, las chicas se tomaron de las manos y saltaron
de arriba a abajo con sonrisas de complicidad y emoción. Era irracional, solo lo
conocían por los videos, pero había una familiaridad en su reacción que se sentía
como si me estuvieran quitando algo de él. Evelyn sonrió especialmente como si se
lo hubiera dado como una reina benévola arrojando sobras a sus súbditos.
—Supongo que tocaré las propias canciones de su Rey en la próxima fiesta —
intervino el DJ—. ¡Un aplauso para sus Rey y Reina, Miller Stratton y Evelyn González!
La multitud vitoreó más fuerte y Evelyn lanzó ambos brazos al aire
triunfalmente.
Me sentí enferma. Algunas cabezas se volvieron para mirarme con curiosidad.
Lastimosamente. Algunos sabían que Miller y yo estábamos juntos, pero la mayoría
no. Mis mejillas dolían por mantener mi sonrisa en su lugar mientras una extraña
sensación se apoderaba de mí. Que Miller les pertenecía a ellos. A Evelyn. Ella se
había apoderado de él, reclamando su éxito para sí misma. Fue quien lo impulsó al
contrato discográfico, pero la sensación en mi estómago era verde y retorcida, y lo
odiaba.
—¿Estás bien? —preguntó River.
—Bien. Solo han sido un par de días locos.
Por decir lo menos.
—Sí, no es broma. —Me estudió más de cerca—. Pero, de verdad, parece que
necesitas un poco de aire. ¿O quizás una bebida?
—Agua sería genial.
—Ya regreso. —River se levantó y luego se congeló, su mirada se fijó en algo
por encima de mi hombro. Su rostro se endureció en una mueca, incluso cuando sus
ojos se suavizaron.
Me di la vuelta y vi a Holden Parish apoyado casualmente contra una pared,
vistiendo un abrigo largo, el cuello levantado, con un chaleco sobre una camisa
abotonada. Pero su camisa estaba suelta en el cuello, su cabello despeinado.
Escudriñó la escena con ojos apagados, sorbiendo de un frasco.
Entonces su mirada se posó en River. Una extraña sonrisa apareció en sus
rasgos marcadamente hermosos. Inclinó el frasco hacia atrás, lo vació y luego lo
arrojó a la mesa de bebidas.
Salté en mi asiento y River murmuró una maldición cuando el frasco de metal
se estrelló contra una fila de agua con gas y sidra de manzana, rompiendo una botella
y haciendo chorrear agua burbujeante. Se escucharon gritos de sorpresa y los
chaperones comenzaron a buscar al culpable. Pero Holden ya había salido furioso.
Miré rápidamente a River. Su rostro era una máscara de angustia. Y anhelo.
—Le dije que me iba a Alabama… —Tragó saliva—. Y que no podía venir
conmigo.
Puse mi mano en su brazo.
—Ve.
River parpadeó y me miró.
—¿Qué? No…
—Ve con él.
—Ya serían dos-de-dos que te dejo plantada en un baile.
Sonreí.
—Strike tres y estás fuera.
—Violet…
—No me siento tan bien, de todos modos. Me voy a ir.
—¿Estarás bien? No, al diablo con eso. No puedo dejarte.
—Estaré bien. Ve. —Tomé su mano y le di un suave apretón—. No lo pierdas,
River.
—Creo que es demasiado tarde —dijo pesadamente, su sonrisa triste—. Pero
gracias.
River me besó en la mejilla y salió rápidamente por la puerta lateral por donde
había ido Holden.
También salí del gimnasio y me detuve para hablar con algunas amigas del
equipo de fútbol y del club de matemáticas. Cada conversación se sintió cada vez más
forzada, hasta que finalmente pude escabullirme y llamar a un Uber. Mi cabeza
descansaba contra el cristal frío del auto. Quería subirme a la cama, levantar las
mantas y salir de esta pesada tristeza.
—¿Cuál? —preguntó el conductor de Uber.
—Esa —dije—. La que tiene el cartel de “Se vende” en el frente.
El peor… cumpleaños… de mi vida, pensé y tuve que reírme para no llorar.
La casa estaba en silencio. Probablemente mamá yacía en su habitación y papá
en el estudio, donde podía ver la luz azul del televisor parpadeando debajo de la
puerta. Subí a mi habitación y luché por desabrochar los botones de mi vestido. Me
quité el maquillaje, me solté el cabello y me puse mi pantalón corto de dormir y una
camiseta.
Durante mucho tiempo, me quedé mirando al techo, pensando en lo que
vendría después. Mudarme a Texas. Miller se mudaría a Los Ángeles para hacer su
disco. Mis padres se mudarían a extremos opuestos del país para alejarse el uno del
otro. Tantos caminos que una vez corrían paralelos ahora divergían, y no tenía idea
de adónde me llevaría el mío. O qué tan lejos de Miller.
Casi me había quedado dormida, cuando el familiar crujido vino del exterior
de la ventana de mi habitación en el enrejado. Estaba abierta para dejar entrar el aire
de verano, y luego Miller estaba allí. Trepó y saltó de mi escritorio, dejando sus
maletas y su estuche de guitarra en el suelo.
Me levanté de golpe para sentarme, mis ojos y mi corazón absorbiéndolo.
—Estás aquí.
—Espero que esté bien que haya venido. No puedo ir a casa.
Salí de la cama y corrí hacia él, lo rodeé con los brazos, ocultando mi confusión
contra su cuello.
—Hola… —Me acarició el cabello—. ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?
Sacudí mi cabeza contra su pecho y me recompuse.
—Nada. Dios, Miller, estoy tan feliz por ti. Cuéntamelo todo.
Retrocedió; sus hermosos ojos color topacio estaban iluminados y, por primera
vez en mucho tiempo, parecía feliz. La pesada carga de la pobreza se le quitó un poco.
—Joder, no puedo creerlo —dijo—. Hablaron conmigo un rato y luego me
llevaron a un estudio. Querían conseguir algo ese día. Ponerme a prueba, o… no sé
qué. —Sacudió la cabeza con incredulidad, luego su mirada se suavizó—. Canté
“Yellow”. Nuestra canción. Porque fue la primera canción que interpreté frente a otra
persona. Para ti, Violet. Tú eres la razón por la que me pasó esto.
Sacudí la cabeza.
—Fue Evelyn. Su vlog…
—No —dijo con fiereza, sosteniendo mi cara entre sus manos—. Tú creíste en
mí primero. No esperaste mil visitas ni cien comentarios. Supiste quién era yo desde
el principio. Me aceptaste, un sucio pobretón apestando a camioneta. —Se acercó
más, su mirada se clavó intensamente en la mía—. Voy a hacer este álbum, y cada
maldita canción será para ti. Todas.
Mis ojos se cerraron y me incliné hacia él, con las manos en su cintura,
dejándolo apoyarme. Sintiendo la solidez suya. Sintió que algo más profundo estaba
sucediendo en mí, como siempre hacía.
—¿Vi? —Se apartó y su expresión cayó al ver mis lágrimas—. Lo sé. Va a
apestar estar en Los Ángeles, lejos de ti. Pero puedo subirme a un avión y estar aquí
en una hora.
—Quiero que me beses, Miller. Por favor. —Su ceño preocupado se demoró,
así que acerqué mis labios a los suyos y lo besé. Suavemente, luego más fuerte.
Buscando entrada. Necesitando perderme en él.
Mi ardor despertó el suyo y su boca se apoderó del beso, devorando la mía.
Nuestras lenguas se deslizaron una contra la otra en perfecto tándem, perfecto ritmo;
nuestras cabezas moviéndose de lado a lado, respirando en sincronía. En armonía.
Porque simplemente encajamos.
Se apartó sin aliento.
—Jesús, casi lo olvido. Feliz cumpleaños, Vi.
—Sabes lo que significa.
—Sí —dijo, sus ojos se oscurecieron, su nuez de Adán se balanceaba en su
garganta—. ¿Estás segura?
Ya no estaba segura de nada excepto de él. Tenía que saber sobre Baylor, pero
todavía no. No teníamos que hacer nada más que esto.
Respiramos juntos, nuestros ojos clavados en la densidad del momento.
Nuestros labios se tocaron y se retiraron; otra mirada de Miller, comprobándome. Y
luego nos besamos larga y profundamente. Como bebiendo el uno del otro. Besos
lentos que no dejaban espacio para respirar, y me vertí en cada uno de ellos. Llené
mis manos con su cabello, sus anchos hombros sobre su camiseta, hasta la parte baja
de su espalda. Pero, aun así, sentí su vacilación con el deseo hirviendo a fuego lento
debajo.
—Tócame, Miller —le susurré—. Tócame en todas partes.
La certeza en mis palabras lo liberó. Levantó mi camisón por encima de mi
cabeza, mi cabello caía sobre mis hombros. Su mirada encapuchada me recorrió,
dejando escalofríos a su paso.
—Tan hermosa —dijo, sus manos llenas de mis pechos, sus labios calientes
contra la delicada piel de mi cuello—. Quiero esto tanto.
Un pequeño sonido salió de mis labios al escuchar palabras tan desnudas y
vulnerables en su voz áspera.
—Yo también.
Luego más besos hasta que llegamos al final de los toques castos. Le quité la
camiseta y me empapé de él, mis manos sobre él por todas partes, hasta el implante
MCG.
—¿Será seguro?
—Eso creo —dijo—. No lo sé, en realidad. Nunca he hecho esto antes.
—Todavía no puedo creer que me esperaste.
Se encogió de hombros con una pequeña sonrisa.
—Tú me esperaste. Nos esperábamos el uno al otro, porque cuando dejas a un
lado todas las tonterías, ¿quién más está ahí? No hay nadie para mí más que tú. Nunca
lo hubo.
Me besó de nuevo, nuestros cuerpos se amoldaron juntos, su cuerpo era una
pared de músculos bajo piel cálida, sus manos ásperas mientras se deslizaban arriba
y abajo por mi espalda. Había trabajado tan duro con esas manos, había llevado tanto
sobre sus hombros, y el hecho de que le regalaría esta noche me llenó de orgullo.
Me acerqué a la cama, lo arrastré conmigo y me recosté. Su peso se sentía tan
bien. Tan sólido y real, anclándome en el momento presente cuando mis
pensamientos querían ir a la deriva hacia un futuro en el que estaríamos a kilómetros
de distancia.
Me besó profundamente y con tanta reverencia. Nuestros cuerpos
respondiendo entre sí, sin pensar. Solo instinto. Mis caderas se arquearon hacia
arriba para encontrarse con las suyas mientras las suyas aterrizaban en mí, como lo
hicieron la última vez que estuvo aquí. Esta vez, la anticipación de lo más que venía
electrizaba cada momento. Sensaciones inexploradas y piel intacta, esperando.
Desabrochó los botones de su vaquero mientras yo me quitaba mi pantalón
corto. Se quitó la ropa interior mientras yo me bajaba la braga y la tiraba a un lado.
Un destello de calor me recorrió junto con un tinte de anticipación nerviosa al
ver su pene, enorme y erecto, pero rápidamente se movió para recostarse sobre mí.
Mi corazón latía con fuerza y parecía que podía sentir cada parte de Miller. Podía
escuchar su sangre bombeando por sus venas, sentir cada leve movimiento y
vibración de su cuerpo: sus huesos, carne y tendones. Sentí todo eso sobre mí y lo
quería dentro de mí. Quería ese poder masculino, esa esencia suya, moviéndose y
tomándome.
Nos besamos y nos tocamos hasta que nuestros cuerpos estuvieron al borde,
cruzando la línea de la vacilación hacia el puro deseo. Se sentó y yo me senté con él,
desnuda en mi cama. Me quedé mirando su tamaño, sorprendida por mi propia calma.
Me sentí femenina frente a su masculinidad. Puse mi mano sobre su corazón, lo sentí
latir con fuerza, luego bajé por su pecho, hasta su magnífica y dura longitud. Envolví
mis dedos alrededor de su circunferencia y él hizo un sonido tenso en su pecho.
Pareció crecer más grande en mi mano mientras lo acariciaba vacilante.
—¿Esto se siente bien?
Asintió sin decir palabra.
—Todo lo que haces se siente bien.
Miller me besó mientras lo acariciaba, y su mano se deslizó entre mis piernas,
sintiendo el calor y la humedad que ya había creado en mí.
—Jesús, Vi.
—Te deseo —le susurré—. Ahora.
Sus ojos buscaron los míos de nuevo, su respiración temblaba sobre sus labios.
Asentí.
—Sí.
Me besó suavemente, luego tomó un condón de su billetera y lo bajó. Me
recosté, llevándolo conmigo. Se colocó sobre mi centro, su cuerpo palpitando y
vibrando sobre mí. Levanté mis rodillas, dejándolo entrar, mis manos agarrando sus
caderas mientras él se guiaba hacia mí, un centímetro a la vez.
Mi respiración se atascó por el dolor.
—Te estoy lastimando.
—No te detengas. Por favor, no te detengas.
Lentamente, empujó más adentro, y sentí que me estiraba para contenerlo,
abriéndome para atraparlo por completo. El dolor era punzante y áspero, pero
también hermoso, y remitió rápidamente.
—Dios, Vi —susurró—. No tenía ni idea…
—Yo tampoco —dije en voz alta. Estábamos completamente a salvo y a solas,
compartiendo esta experiencia completamente con nadie más en la habitación.
—¿Se siente bien? —le pregunté tentativamente. Herméticamente.
Asintió contra mi cuello.
—Increíble. Te sientes increíble.
Nos besamos de nuevo, más fácil ahora. Me estaba adaptando a la sensación
de él dentro de mí, mi cuerpo se estaba acostumbrando a su tamaño y dureza.
Lentamente, se retiró y luego empujó hacia adentro. Una y otra vez.
Me mordí el labio ante las sensaciones, el dolor desvaneciéndose y un
tormento de placer, como una promesa esperando para arder con más fuerza en otro
momento. Sus embestidas lentas y cuidadosas rápidamente se volvieron más. Se
movió más rápido, besándome constantemente, sujetándome la cara y
preguntándome si estaba bien. Nunca me dejó olvidar que no se estaba perdiendo
en su propio placer hasta que finalmente las palabras se desvanecieron.
Envolví mis piernas alrededor del cuerpo de Miller, anclándolo a mí mientras
se movía dentro de mí. Mis brazos agarraron su cuello y mis dedos en su cabello que
estaba húmedo por el sudor.
Él gruñó y apretó la mandíbula.
—Vi…
—Córrete —me las arreglé para decir—. Córrete dentro de mí.
Mis palabras lo llevaron al borde. El cuerpo de Miller se estremeció contra el
mío, su rostro se contrajo en una expresión de placer y dolor. Unas cuantas
embestidas finales erráticas y luego se derrumbó sobre mí.
Las lágrimas se acumularon en las esquinas de mis ojos y se derramaron por
mis mejillas mientras envolvía mis brazos alrededor de él, sintiendo su pecho
desnudo expandirse contra el mío mientras recuperábamos el aliento. Lo abracé
fuertemente, aferrándome a él y a este momento, esta experiencia de tenerlo y
entregarme a él. Era mío. Siempre había sido mío desde el día en que nos conocimos
y tal vez incluso antes de eso.
El sol iba a salir en un nuevo día y alejarlo de mí, pero durante esos momentos
delirantes y el puñado de horas que vinieron después, lo tuve, y fue perfecto.
C
uando la luz de la mañana entró a raudales por la ventana, me desperté
con Miller envuelto a mi alrededor. Mi cuerpo dolía de la mejor manera.
Me aferré al sentimiento, lo disfruté. Había estado dentro de mí y
todavía podía sentirlo allí. Mi primera vez.
Mi única.
Cerré los ojos y me acurruqué más cerca de él, de espaldas a su pecho. Su
brazo alrededor de mí y su respiración, profunda y constante mientras dormía, contra
mi cuello. Empecé a quedarme dormida de nuevo cuando mi teléfono vibró con una
llamada entre la pila de ropa desechada.
Adormilada, bajé la mirada para ver el nombre de Evelyn. Empecé a ignorarla,
pero entonces, ¿por qué me llamaría? ¿Para regodearse? ¿O era una emergencia?
Me estiré lejos del abrazo de Miller y agarré el teléfono. Me acurruqué hasta el
borde de la cama y mantuve la voz baja.
—Oye, Evelyn, ¿qué pasa?
Un breve silencio.
—¿Violet?
—Sí. —Fruncí el ceño—. ¿Querías llamar a alguien más?
—Estoy llamando a Miller. ¿No es este su teléfono?
—¿Qué? No… —Examiné el teléfono que sostenía y me di cuenta de que tenía
razón—. Oh, lo siento. Estaba medio dormida.
—¿Él está ahí?
—Sí —dije con fuerza—. Dormido.
Si a Evelyn le sorprendió o disgustó saber que Miller y yo estábamos juntos en
la cama, no lo demostró.
—Está bien, no lo despiertes. Simplemente pásale el mensaje de que estoy lista
para irme cuando él lo esté. ¡Oh, y dile que gracias de nuevo! ¡Ciao!
El teléfono se quedó en silencio y lo miré durante unos momentos. La pantalla
volvió a su posición de bloqueado, pero había una notificación de texto, el inicio del
mensaje visible. De Evelyn, enviado anoche.
¡¡Lo hiciste, cariño!! xoxoxoxo…
Dejé el teléfono en la mesita de noche y me acosté de espaldas.
Lista para irse… ¿a dónde?
Miller durmió unos minutos más y luego se despertó lentamente. Miró a su
alrededor confundido, el sueño todavía se aferraba a él, y su mirada se posó en mí.
La sonrisa que se apoderó de él al verme fue tan hermosa y suave… y de corta
duración.
—¿Qué pasa? ¿Fue anoche…? ¿Fue demasiado?
—Anoche fue perfecto.
Parecía casi tímido.
—Yo también pensé lo mismo. Pero ¿qué pasa?
—Evelyn te llamó —le dije, sentándome contra la cabecera y metiendo la
sábana a mi alrededor—. Respondí tu teléfono por error. Me dijo que te dijera que
está lista para irse cuando tú lo estés.
La cabeza de Miller cayó hacia atrás y puso los ojos en blanco hacia el techo.
—Maldita sea.
—¿De qué está hablando?
Se sentó a mi lado, cubriéndose hasta la cintura, y pasó una mano por su cabello
despeinado.
—Está hablando de Los Ángeles. Le prometí que, si firmaba un contrato, la
llevaría conmigo a grabar el álbum. Como mi asistente personal.
Mi piel se enfrió por todas partes, mientras mis mejillas ardían como si me
hubieran abofeteado.
—¿Por qué… por qué harías eso? ¿Necesitas un asistente personal?
—No necesito nada —dijo—. Es para ella. Para poner su pie en la puerta. Para
hacer sus propias conexiones y luego se va. Ni siquiera habría considerado la idea
excepto que ella necesita… ayuda. No puedo decirte más. Le prometí que no lo haría.
—Se mordió una maldición—. Sé cómo se ve…
—¿Cómo se ve, Miller? —pregunté, con la voz quebrada—. ¿Vas a vivir con
ella?
—No. No sé dónde voy a vivir, pero… no. No hay nada entre nosotros, lo juro.
Y, sí, puedo oírme a mí mismo. Sueno como un puto imbécil. Iba a contártelo primero
y explicarte todo.
—¿Por qué no me lo dijiste antes de irte? ¿Cuánto tiempo han estado planeando
esto tú y ella?
—No hay nada planeado. Ella me lo hizo prometer antes de irme. Literalmente,
de camino al aeropuerto. Parecía loco e imposible, pero, de nuevo, también lo fue
conseguir un contrato discográfico en primer lugar.
Sacudí la cabeza y me levanté de la cama, sintiéndome más desnuda de lo que
estaba. Rápidamente me puse una camiseta y mis shorts.
—Háblame, Vi —dijo Miller. Se aclaró la garganta—. Pensé que confiabas en
mí.
—No confío en ella. Ella es una manipuladora, Miller. Le tomó todo el año
escolar para vengarse de mí por ser la reina del baile, pero lo hizo. Y de alguna
manera arregló para que tú fueras el Rey del baile.
Hizo una mueca y luego resopló.
—De ninguna manera. Eso es jodidamente ridículo.
—Es cierto. No lo viste. A ella. Tomando posesión de ti frente a toda la escuela.
En frente de mí. Fue humillante. Pero más que eso… simplemente me dolió.
Miller rebuscó en el suelo por su ropa interior, se la puso y luego se acercó a
mí.
—Lo siento, Vi. No sé qué está haciendo, excepto que no tendría un contrato si
no fuera por ella. Y justo en este segundo, lo necesito. Me dieron dinero. Un avance.
Puedo dárselo a mi mamá y deshacerme de Chet. —Tentativamente sostuvo mis dos
hombros—. Lo juro, te pertenezco. Y sé que se siente como una bofetada en la cara.
Puedo verlo en tus ojos, y yo… —Se mordió las palabras, la frustración y el dolor lo
invadieron. Tragó saliva—. Estoy enamorado de ti. Nada puede cambiar eso.
—Ella lo va a intentar —dije en voz baja.
—Y va a fracasar. Va a fallar porque ni siquiera la dejaré intentarlo.
Los celos y las dudas sobre mí misma se apoderaron de mí. Pero conocía a
Miller. Una vez que hacía una promesa, la cumplía. Prometió ayudar a Evelyn y no
podía pedirle que no lo cumpliera.
—Tengo que confiar en ti —le dije—. O no tenemos nada.
Miller me atrajo hacia él, envolviéndome en su fuerte abrazo. Su voz retumbó
en mi oído que estaba presionado contra su cálido y desnudo pecho.
—Puedes confiar en mí. Le estoy haciendo un favor, eso es todo. Estarás a una
hora de distancia. Te visitaré, o puedes visitarme este verano, antes de que empiecen
tus clases. Y en el puto segundo que termine el álbum, volveré…
—No estaré aquí.
Sus brazos alrededor de mí se tensaron.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Mis padres se van a divorciar y vender la casa. No hay dinero para la USCC,
así que me voy a Texas. Baylor pagará mi matrícula.
—Texas —dijo, soltándome y dejándome sentar en el borde de la cama—.
Jesús. ¿Cuándo pasó esto?
—Me enteré ayer. Están en la quiebra. No queda nada.
Sacudió la cabeza, sus ojos en el suelo.
—Lo siento, Vi. Y la USCC. Sé que ese era tu sueño.
Me senté en la cama junto a él.
—¿Qué vamos a hacer?
—No lo sé. Gold Line quiere hacer un álbum corto, y si el tiempo se presta,
puede que haga una gira. Me uniría a Ed Sheeran como acto de apertura.
—¿Ed Sheeran? Dios mío… Eso es enorme —dije, preguntándome cómo mi
corazón podía hincharse de felicidad y romperse al mismo tiempo.
—No es una cosa segura, pero, mierda, Vi. Pensé que sería lo más difícil de
afrontar. Estar lejos de ti durante tanto tiempo. —Sus ojos se agrandaron ante un
pensamiento repentino, y se volvió hacia mí, tomando mi mano—. Ven conmigo.
—¿A dónde? ¿A Los Ángeles?
—Sí, y si se realiza la gira, tú también vienes conmigo.
—¿Qué hay de mi universidad?
—Solo por un año. Jack Villegas, el tipo de Gold Line, realmente cree en mí, Vi.
Como tú. Quizás gane suficiente dinero para pagar tu universidad. El año que viene,
puedes ir a USCC o UCLA. Podemos hacerlo funcionar.
Estaba tan lleno de esperanza después de años de desconfianza y duda. Pero
sacudí la cabeza.
—No puedo —dije.
Su rostro decayó, sus ojos se endurecieron.
—¿Por Evelyn?
—No solo ella, pero sí, eso es parte de eso. Al menos tendrá un trabajo. Un
propósito. ¿Qué debería hacer? ¿Seguirlos como un cachorro? ¿Y mis propios planes?
Aceptar la oferta de Baylor ayudará a mis solicitudes para la escuela de medicina.
Porque todavía tengo unos diez años más de universidad por delante. Tengo que
mantenerme alerta. No puedo tomarme un año libre o dejarlo en espera.
Su mirada se endureció, su mandíbula apretada.
—Entonces yo sí. Puedo llamar a Jack y…
—Absolutamente no —dije—. Tienes que ir y hacer ese álbum, y tengo que
perseguir mis objetivos. No puedes pagar por ellos y no puedo abandonarlos durante
un año para seguirte. Sería miserable.
—Miserable —afirmó—. Estarías conmigo.
Las lágrimas llenaron mis ojos.
—Miller…
—No, lo entiendo. No es suficiente —dijo y pude escuchar las palabras que no
dijo.
No soy suficiente. De nuevo.
El pensamiento era fuerte en sus ojos, nadando con recuerdos de aquella vez
que alguien lo dejó.
—Miller, espera —le dije mientras comenzaba a ponerse la ropa—. Tenemos
que seguir hablando. Podemos resolver esto.
—No puedo. Me tengo que ir. Mamá ya ha lidiado con Chet el tiempo suficiente.
Se calzó las botas, se echó el bolso al hombro y sopesó el estuche de su
guitarra. Cuando estuvo vestido, se paró frente a mí, su tono fue duro.
—Hablaremos más tarde.
Se inclinó y me besó la cabeza, un beso corto, y empezó a girarse. Agarré su
mano y me puse de pie, frente a él, y esperé hasta que se encontró con mi mirada
inquebrantable. Inmediatamente, sus ojos azul acerado se suavizaron. Dejó caer sus
maletas y su estuche y me rodeó con sus brazos.
Sin decir palabra, nos abrazamos. En un callejón sin salida. Nuestro amor
mutuo nos unía, mientras que las circunstancias nos separaban.
Después de unos momentos, recogió sus maletas de nuevo y se fue.
Me hundí de nuevo en mi cama, donde mi sangre manchaba las sábanas.
Evidencia vívida de lo que había sucedido la noche anterior, aunque me sentí como
si me hubiera despertado para descubrir que todo había sido un sueño.
—E
s una circunstancia muy inusual para
nosotros darle un cheque a un nuevo
artista el mismo día que lo conocemos.
Jack Villegas me recordaba a
Andy García. Alto. Bien vestido.
Autoritario pero amable. Nos sentamos en lados opuestos del escritorio pulido en su
oficina que tenía una vista del letrero de Hollywood. Sus ojos marrones fueron a la
abrasión en mi mejilla y las huellas dactilares en mi cuello. Traté de mantenerlos
cubiertos, pero en LA hacía calor y dejé la bufanda de Holden en el hotel.
—Pero tu situación es un poco especial, ¿no? —Se puso de pie y caminó alrededor
del escritorio. Los gemelos de sus mangas brillaban bajo el sol de Los Ángeles, y su traje
gris probablemente costó más que seis meses de mi alquiler—. Eres un talento poco
común. Un poco más angustiado que Shawn Mendes, un poco menos que Bon Iver. Pero
tienes esa cualidad intangible, esa atracción magnética que hace que los oyentes se
sientan conectados contigo. Tienes una historia que contar, ¿no?
No esperó una respuesta porque ya la tenía. Escuché sus palabras antes de que
las pronunciara; un eco inverso que se sintió como un sueño hasta que lo hizo realidad.
—Por eso te contratamos, Miller. Y como nos gusta considerar a todos nuestros
clientes como parte de la familia, te irás de aquí con algo de dinero. —Puso su mano
sobre mi hombro, como un padre lo haría con su hijo—. Aquí cuidamos de los nuestros.

En el autobús del vecindario de Violet al mío, prácticamente podía sentir el


cheque de 20000 dólares en mi billetera. Me sentí como un ladrón e imaginé a la
policía rodeando el autobús y deteniéndolo, sacándome y deteniéndome. Jack
Villegas estaría allí de alguna manera, diciendo que todo había sido un gran error.
Era una mierda estúpida en la que pensar, pero era mejor que enfrentar la
realidad de que Violet se mudara a Texas. Necesitaba mantener mi mente ocupada.
La primera orden del día esa mañana era deshacerse de Chet y cederle ese cheque
a mamá.
Pero Violet saturó mis pensamientos. Sentidos recuerdos de acostarme con ella
por primera vez se filtraron y expulsaron todo lo demás, incluso el recuerdo de estar
sentado en la oficina de un ejecutivo discográfico mientras me decía que me iba a dar
una nueva vida.
El autobús rodó y se sacudió, y en mi mente, Violet estaba debajo de mí en su
cama. Hermosa y perfecta. La había amado durante tanto tiempo, fantaseado con esa
noche de mil maneras diferentes. Pero estar desnudo con ella, estar dentro de ella,
fue mejor que cualquier imaginación febril. Ella había creado sensaciones en mí un
millón de veces más potentes que cualquier cosa que hubiera podido darme en todos
esos infructuosos años de desearla.
Y ahora, la estaba perdiendo.
Una vez más, aparté mis pensamientos de ella.
Una tormenta de mierda a la vez, gracias.
El autobús se detuvo en el complejo de apartamentos Lighthouse. Salí, pero
seguí caminando hasta la choza para guardar mi bolso y mi guitarra. Tomé mi insulina
con una comida que consistió en una manzana, una bolsa de Fritos y una botella de
agua que compré en el aeropuerto la noche anterior. Desayuno de campeones.
Cuando terminé, saqué mi teléfono y les envié un mensaje de texto a Ronan y
Holden.
Es hora.

Frente a la puerta de mi apartamento, respiré profundamente, exhalé con un


suspiro tembloroso y luego hice tronar mi cuello de lado a lado, como un luchador
que se preparaba para una contienda. Holden estaba pegado a la pared de la
izquierda. Ronan a la derecha. Asintió, sus ojos planos y sin emociones, pero sentí el
poder emanando de él como un fuego lento.
Holden estaba vestido tan impecablemente como siempre, aunque su ropa
parecía arrugada y desaliñada. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados, y apestaba a
alcohol rancio y humo de hoguera. Como si se hubiera desmayado anoche en una
playa.
—¿Estás preparado para esto? —le susurré.
Me lanzó un guiño cansado.
—Redirecciona mi correo, cuenta mi historia, no voy a regresar.
A pesar del pozo de miedo que me roía el estómago, solté una carcajada y
luego tomé otro respiro. Llamé a la puerta de mi propio apartamento.
Se abrió una rendija y mamá miró hacia afuera. Sus ojos se abrieron por un
momento con alegría y luego se cerraron de nuevo con miedo.
—Miller. Estás de vuelta.
—¿Está aquí?
—Sí, él es…
La puerta se abrió por completo y Chet llenó el espacio.
—Ve a acostarte, Lynn. Yo manejaré esto.
Mamá me miró con incertidumbre. Le di un asentimiento casi imperceptible,
esperando que hiciera lo que él decía y se refugiara de la tormenta que se avecinaba.
Ella vaciló, luego se retiró a la oscuridad del apartamento.
Me tomó todo lo que tenía para no mirar a Ronan y Holden, parados como
centinelas a ambos lados del marco de la puerta.
—Tienes que salir de mi casa.
—Ya no vives aquí, hijo. Ahora eres un hombre adulto y no puedes vivir de tu
madre como un parásito. Ahora vete.
Comenzó a cerrar la puerta, y la bloqueé con mi bota, al mismo tiempo que
Ronan se giró desde la pared, abriendo la puerta del todo con un bam. Entró en la
casa, agarró a Chet por el cuello de la camisa y lo hizo retroceder. Chet dio un grito
de sorpresa, tropezó y cayó de culo.
—¿Quién diablos eres tú? ¡No puedes estar aquí!
Ronan estaba de pie junto a él, quieto y duro como una piedra, con las manos
en puños y los ojos como los de una serpiente antes de atacar.
—Somos tu tren de despedida —dijo Holden, apoyándose casualmente contra
la puerta, examinándose las uñas—. Como en, ya no eres bienvenido aquí, pepita de
mierda.
La mirada de pánico de Chet se pasó entre ellos mientras se ponía de pie.
—Lárguense de mi casa.
—¿Estás bien? —le pregunté a Ronan.
—Yo me encargo de esto. —Su mirada no se había movido de Chet por un
segundo.
Fui a rodearlos en el pequeño espacio.
—¿A dónde crees que vas?
La mano de Chet salió disparada para agarrarme, y Ronan estaba allí. Como
una estatua que cobró vida, su puño se disparó, conectando directo con la mejilla
flácida de Chet. Chet gruñó, maldijo y voló hacia Ronan, tirándolo al suelo. Los dos se
convirtieron en una maraña de brazos y piernas, forcejeando y agarrando,
maldiciendo y gruñendo.
—Estamos bien. —Holden hizo un gesto con la mano—. Me lo pedirá si me
necesita.
Asentí y corrí por el pasillo corto, casi chocando contra mamá.
—Miller, no hagas esto. Por favor.
—¿Lo amas?
—N-no —dijo en voz baja. Luego más fuerte—. No.
—Bien. —Pasé junto a ella a su dormitorio mientras los sonidos de nuestra mesa
de café siendo demolidos venían de la sala de estar—. ¿Esta es su maleta?
Mamá señaló con la cabeza la sucia bolsa de lona roja que tenía en la mano.
Se la entregué.
—Empaca sus cosas —dije y volví a la sala de estar.
Ronan tenía a Chet inmovilizado en el suelo boca abajo, con una rodilla entre
los omóplatos de Chet y la otra en su codo. Tenía un puñado de cabello grasoso y
estaba presionando su cara contra el suelo de lado.
—Te mataré, joder —soltó Chet enfurecido, con la cara destrozada y saliva
volando.
—¿Cómo nos va aquí? —pregunté.
—Bueno, casi se nos fue de las manos por un segundo —observó Holden desde
la puerta, pasándose un pañuelo por el labio sangrante—. Chester, aquí, tenía a Ronan
inmovilizado, lo que me hizo saltar heroicamente a la refriega y llevarme un codazo
en la boca. Mi error. Ronan se lo estaba poniendo fácil para prolongar la violencia.
Conoces a nuestro chico. Necesita sacarlo de su sistema de vez en cuando.
Sacudí la cabeza hacia Ronan, quien se encogió de hombros.
Mamá salió del dormitorio de atrás con una bolsa de lona llena de cosas de
Chet. Se la quité y me uní a Ronan en el centro de nuestra sala destrozada.
—Déjalo levantarse.
Ronan soltó a Chet, sus ojos nunca lo dejaron, claramente listo, tal vez
esperando, para más pelea. Empujé la bolsa de Chet en sus brazos.
—Lo diré una vez más. Lárgate de mi casa.
Dudó por un segundo, lo cual fue un segundo demasiado para Ronan. Agarró a
Chet por la pechera de su camisa con ambas manos y lo condujo hacia la puerta.
Holden la abrió con suavidad.
—Gracias por elegir Aerolíneas Ronan para todas sus necesidades de viaje.
Por favor, cuide sus pasos al salir, ya que podría tener un aterrizaje brusco.
Jesús, Ronan lo va a matar.
Pero en lugar de tirar a Chet por las escaleras de cemento como temía, Ronan
lo agarró por el cuello de la camisa y lo tiró hacia atrás por el balcón.
Los brazos de Chet se movieron como un molinete.
—¿Estás jodidamente loco?
—Vivo a menos de una cuadra de aquí —dijo Ronan—. Te estaré vigilando. Si
vuelves a poner un pie cerca de este lugar, acabaré contigo. ¿Me escuchas? Joder,
acabaré contigo.
Lentamente, lo soltó, sus ojos nunca rompiendo el contacto cuando el hombre
mayor volvió a colocar su camisa en su lugar.
Me lanzó una mirada de dolor.
—Necesitabas un hombre en la casa. Hice mi mejor esfuerzo. Eso es todo.
—Tu mejor esfuerzo fue lamentablemente deficiente, Chester —observó
Holden.
El labio de Chet se curvó, pero ya no le quedaban fuerzas. Bajó las escaleras,
murmurando y maldiciendo con impotencia.
Ronan regresó al apartamento. Holden cerró la puerta. Pasó un breve silencio,
los cuatro absorbiendo lo que acababa de suceder.
Entonces Holden juntó las manos.
—¿Quién podría ir por unos panqueques ahora mismo?
Sacudí la cabeza, el afecto y la gratitud por mis dos amigos me inundaron,
calmando el efecto de la adrenalina.
—¿Pueden darme un minuto, chicos? Nos reuniremos en la choza.
Ronan asintió y miró a mi mamá.
—Señora.
Holden inclinó una gorra imaginaria.
—Buen día, señora.
Cuando se fueron, fui con mamá al sofá, pasando por encima de los remanentes
de nuestra mesa de café. Ella miró el desorden con miedo, sin comprender
completamente aún que era libre.
—Mamá —dije—. Mírame. Gold Line Records me dio un contrato. Me quieren.
No sé cómo ni por qué… —Mi garganta se cerró de repente con una emoción que
finalmente estaba saliendo a la superficie. Elación. Temor. Todo ello. Tragué saliva,
las lágrimas picándome los ojos—. Las cosas van a ser diferentes ahora, ¿de acuerdo?
—Oh, cariño —dijo, sus ojos marrones también se llenaron de lágrimas—.
Estoy tan orgullosa de ti. Sé que no he estado aquí para ti como debería…
—Está bien. Puedo cuidarme solo y yo te cuidaré a ti. Pero tienes razón, no has
estado aquí. No has sido tú. Necesito que regreses, ¿de acuerdo? Te necesito… te
necesito.
No pude detenerlo. Traté de contener la respiración, pero los sollozos salieron
de mí. Mamá puso sus brazos a mi alrededor y me abrazó y me sostuvo como solía
hacerlo cuando era niño. Antes de que papá se fuera y la dejara solo con un deseo de
sobrevivir.
—Tienes razón —dijo, abrazándome, acariciando mi cabello—. Lo siento.
Simplemente se puso demasiado difícil. Perder nuestra casa en Los Banos . El auto. Tu
enfermedad. Sentí que cualquier cosa me podría ser quitada en cualquier segundo.
Incluyéndote.
Levanté la cabeza, sorprendido al escuchar mis propios pensamientos
familiares repetidos.
—Yo también lo sentí. Pero no podemos vivir de esa manera. Tenemos que
seguir adelante.
De alguna manera tengo que seguir adelante, sin Violet.
Limpié mis lágrimas con la manga de mi camisa.
—Me voy a Los Ángeles y quiero que vengas conmigo. Te acomodaré en un
lugar nuevo. Un lugar mejor que este, ¿de acuerdo?
—Eso suena bien, cariño. Muy bien.
Por primera vez en mucho tiempo, había una luz en sus ojos y un poco de color
en su piel donde antes solo había gris.

Todo sucedió a la vez.


Dos semanas después de que echamos a Chet de culo, todos nos graduamos
del Instituto Central de Santa Cruz, Ronan por un pelo. Holden con honores gracias a
su coeficiente intelectual y no porque haya estudiado un día en su vida. Violet fue la
mejor estudiante de clase. Sus padres vendieron su casa y, al día siguiente, ella
conduciría su camioneta repleta de cosas a Texas. Ese mismo día, estaría subiendo a
un avión a Los Ángeles con Evelyn. Ella había querido ir conmigo al aeropuerto, pero
insistí en encontrarme con ella allí.
Tenía que despedirme.
Ronan, Holden, Violet y Shiloh se reunieron en la choza. La tarde estaba
nublada y gris, lo que reflejaba nuestro estado de ánimo colectivo. Holden estaba
inusualmente bajo y callado, casi sin decir una palabra. Después de escuchar todo lo
que le había pasado en la noche de graduación, me preocupé más por él.
Violet se sentó en la arena frente a mí en nuestra posición habitual, de espaldas
a mi pecho, mis brazos la rodearon. Habíamos pasado los últimos días en su casa, para
que yo pudiera ayudarla a empacar o en la mía, para que ella pudiera ayudarme. No
es que tuviera mucho.
Las noches las pasaba en su cama, teniéndome dentro de ella sin decir palabra,
a veces desesperadamente. Besando, tocando y agarrando, como si tratáramos de
llevarnos un pedazo del otro con nosotros, a medida que los días se acercaban a este.
El sol comenzó a ponerse sobre el océano y era hora de irse. Shiloh me dio un
abrazo y un beso primero.
—Cuídate. Que te vaya bien.
Holden me dio un abrazo saturado de vodka caro.
—Si alguna vez necesitas algo y escucho que no me preguntaste primero, te
perseguiré personalmente y te mataré.
Sonreí y le devolví el abrazo.
—Lo único que necesito es que te cuides, ¿de acuerdo?
—¿Yo? —se burló—. Soy un modelo de buenas elecciones de vida.
—Mi culo. —Y luego lo abracé de nuevo, un miedo repentino de no volver a
verlo nunca más, inundándome—. Lo digo en serio. Cuídate.
—Cuidado, Stratton, o tendré que asumir que estás enamorado de mí.
Pero lo estaba, en cierto modo. De él y de Ronan, ambos. Dejarlos era casi tan
difícil como dejar a Violet.
Ronan tomó mi mano y tiró de mí hasta que nuestros codos se tocaron.
—Vigilaré la casa de tu madre hasta que te instales allí.
—Gracias, hombre. No debería demorar mucho.
—No importa lo que demore.
Me dolía el maldito corazón y estaba peligrosamente al borde de las lágrimas.
Tenía que decir algo ridículo, pronto.
—Prométemelo, Ronan. Prométeme escribirme todos los días.
Ronan soltó una carcajada.
—Lárgate de aquí. —Me dio un empujón, aunque no me perdí la casi sonrisa
que le sacó mi tonta broma.
Violet me llevó al aeropuerto, por la sinuosa carretera 14, a través del bosque
que salía de Santa Cruz. Antes de llegar a la carretera que nos llevaría a las terminales
del aeropuerto en San José, de repente estacionó su camioneta en el estacionamiento
de un restaurante.
—¿Vi?
—La policía del aeropuerto no me dejará quedarme y abrazarte y besarte tanto
como necesito. Así que tengo que despedirme aquí… —Agitó la mano hacia el letrero
del restaurante—. En el estacionamiento de un Denny's, por el amor de Dios. Y no
quiero despedirme en absoluto.
Alargué la mano, la atraje hacia mí y la abracé durante más tiempo.
Acariciando su cabello, inhalando su aroma, memorizando cómo se sentía en mis
brazos, lo bien que se sentía ser abrazado por ella.
Por millonésima vez, las palabras para rogarle que viniera conmigo salieron a
mis labios. Pero no podía volver a oír un no. Y ella tendría razón. Sería una doctora
brillante y tenía un largo camino en la escuela de medicina antes de que pudiera
siquiera comenzar una carrera. La mía despegaba como una escopeta, la suya era una
pista larga. No podía interponerme en su camino.
Aun así, me roía las entrañas que no viniera conmigo. No era lógico, no era
justo; tenía que ser uno de los bastardos más afortunados del mundo por tener un
contrato discográfico desde el principio y, sin embargo, en ese momento, estaba tan
cerca de tirarlo todo por la ventana e ir con ella a Texas.
Mientras la abrazaba y la besaba, un futuro diferente apareció frente a mí.
Conseguiríamos un lugar juntos. Conseguiría un trabajo mientras ella iba a
clase. Demonios, conseguiría dos trabajos para ayudarla a mantenerse, para que no
tuviera que trabajar en absoluto. Podía concentrarse en ser estudiante y luego volver
a casa y meterse en la cama conmigo. Domingos largos y perezosos en el calor de
Texas, sudando entre las sábanas. La haría correrse tan fuerte que sus gritos llenarían
el espacio de nuestro lugar que sería solo suyo y mío. Podría tocar en clubes
pequeños los fines de semana y construir mi carrera pieza por pieza, en lugar de ser
una honda en la estratosfera. Nunca quise la fama. Quería a mi mamá en un lugar
seguro, no en uno lleno de cucarachas y sin aire acondicionado. Quería un poco de
seguridad y quería a Violet.
Una parte de mí sentía que el universo me estaba jugando una tremenda
broma, arrojando riquezas en mi regazo mientras me quitaba mi mayor tesoro.
La besé y probé sus lágrimas saladas.
—Miller —dijo de manera entrecortada, su mano en mi cabello, nuestras
frentes juntas—. Se siente como si me estuvieran arrancando la otra mitad del
corazón.
—Te llamaré todos los días —le dije—. Nos visitaremos todo lo que podamos,
¿de acuerdo? Fines de semana, vacaciones, feriados. —Las palabras sonaban huecas
e inadecuadas, incluso en mis propios oídos. La deseaba todo el tiempo, cada minuto,
en mis brazos, en mi cama, en mi vida.
La punzada de amargura en mi estómago creció y se expandió. Y me
preocupaba lo grande que sería dentro de un mes. O tres, o seis.
—Está bien —dijo, aunque también pude leer la duda en sus ojos. El dolor de
soportar una relación a larga distancia cuando apenas habíamos comenzado a
explorar lo que éramos el uno para el otro.
Nos besamos y ella lloró hasta que estuve en peligro de perder el vuelo. Pero
Violet nunca permitiría que eso sucediera. Se recompuso y me llevó al aeropuerto.
En la acera, la abracé una última vez.
—Llámame cuando llegues.
—Lo haré. —La besé por última vez, vertiéndome en ese beso, en ella, tratando
desesperadamente de sellar un pacto, la esperanza de que pudiéramos lograrlo.
Luego, el oficial de policía nos pidió que nos moviéramos.
La dejé ir y ella regresó a su auto.
—Violet —llamé con voz ronca—. Vas a ser una doctora increíble algún día.
Se detuvo, alarmada; nuevas lágrimas se asomaron en sus ojos ante el extraño
tono de mi voz y la finalidad en mi elección de palabras. Yo mismo apenas las entendí.
—Te veré pronto —dijo con firmeza, como si tratara de tapar un agujero que
había abierto en nuestra esperanza. Rápidamente se subió a su auto y se fue.
Esperé, mirándola irse, hasta que la camioneta blanca se perdió en un mar de
otros autos. Hasta que finalmente, no pude verla más.
N
oviembre

Ha pasado un tiempo desde que escribí en esta vieja cosa, pero


tiempos desesperados y todo… Está bien, en realidad no estoy desesperada.
Simplemente sola. Desesperadamente sola.
Miller terminó unos sencillos y, por supuesto, se disparó directamente a la cima
de todas las listas. Antes de que supiera lo que estaba sucediendo, se lo llevaron de gira
para abrir para Ed Sheeran. Vi el espectáculo en Austin hace dos noches y todavía se me
pone la piel de gallina al pensar en ello. Miller fue simplemente… No tengo palabras.
Verlo en un escenario real con una banda detrás de él y miles de fanáticos fue
extraordinario. Eran fanáticos de Ed, pero al final de la primera canción, también eran
de Miller. Debo haberme visto como la groupie obsesionada y enloquecida de la
primera fila, llorando antes de que él siquiera cantara una nota. Fue mágico. Era el lugar
al que pertenecía.
Pasamos el rato entre bastidores con Ed Sheeran, es encantador, y luego fuimos
al hotel. No voy a mentir; el sexo fue asombroso. Con Miller, no con Ed Sheeran ;-) Miller
estaba eléctrico y tarareaba y podía sentir la energía todavía palpitando en él. Llevó ese
aura sudorosa y sexy que tenía en el escenario, derramando su corazón hacia la multitud,
directamente a la cama, derramándose en mí. Eso también fue una especie de magia.
Pero a la mañana siguiente tuvo que tomar el autobús a Dallas y yo tuve que
regresar a Waco. No sabemos cuándo nos volveremos a ver. Estará de gira con Ed
durante al menos seis meses y luego el sello quiere que vuelva al estudio. Estoy tratando
de mantener una actitud positiva, pero lo extraño mucho. Llama tan a menudo como
puede, pero es difícil.
Y por más difícil que supiéramos que iba a ser, es mucho más difícil que eso.

Mayo

Otro plan hecho, otra cancelación. Esta es la quinta vez que Miller y yo tratamos
de ganar un poco de tiempo solo para que los planes fracasen debido a su loca agenda.
No es que esté contando ni nada. Bien, estoy contando totalmente. Desde que salimos
de Santa Cruz, Miller y yo hemos pasado un total de trece días juntos, repartidos en once
meses.
Terminó la gira con Ed Sheeran y pensé que tendría un poco de tiempo libre entre
eso y la grabación de su álbum completo. Pero hay videos musicales para filmar y
eventos publicitarios, y si el álbum se vende bien, lo próximo será encabezar su propia
gira.
Realmente estoy tratando de no ser la novia pegajosa y necesitada que espera a
su hombre junto al teléfono. No es que Miller me haga sentir así. Nunca pierde nuestra
llamada nocturna a menos que esté en un avión. Su horario es agotador, pero también
el mío. En enero pasado no pude estar con él cuando aceptó su Grammy al Mejor Artista
Nuevo porque tenía un trabajo de investigación masivo pendiente. Lo vi en la tele. Llevó
a su mamá como su cita y en su discurso me agradeció. No por nombre; evitamos eso
para evitar que los paparazzi aparezcan en mi puerta.
Me llamó la chica de sus canciones de amor.
Lloré tanto que mi compañera de cuarto, Veronica, pensó que estaba sufriendo
un derrame cerebral. Lágrimas por extrañarlo, lágrimas por amarlo tanto que cada
segundo que estábamos separados comenzaba a sentir que íbamos en contra del orden
natural del universo.
Veronica me consoló con una cita que le gusta: El cambio es difícil al principio,
desordenado en el medio y hermoso al final. No sé si esto es el principio o el medio. Es
duro y desordenado. Son largos períodos de no verse salpicados por un fin de semana
robado aquí y allá que termina con otro adiós desgarrador.
Solo puedo esperar que tenga razón, que todo este dolor valga la pena y que al
final sea hermoso.

Octubre

No he escrito mucho aquí últimamente. He estado demasiado ocupada; mis


estudios se vuelven más difíciles con cada semestre que pasa. Pero estar tan atareada
me ayuda a mantenerme ocupada, así que no paso todas mis horas de vigilia extrañando
a Miller.
Por supuesto que eso no es cierto. Lo extraño siempre. Cada minuto está
ligeramente manchado por no tenerlo. Probablemente suene dramática, escribiendo
cosas así, pero este es mi escape. El de Miller es su música. Como todos lo predijeron,
su primer álbum de larga duración, Out of Reach, fue triple platino. Es hermoso y puedo
escucharnos en él. Nuestra distancia y nuestras duras despedidas.
Ahora está en Europa, encabezando su propia gira mundial. La última vez que lo
vi fue hace un mes. El sello le dio todo un fin de semana libre antes del inicio de la gira.
Nos escondimos en una cabaña en Lake Tahoe para evitar a la prensa, desesperados por
aprovechar esas cuarenta y ocho horas. Se veía tan cansado. Exhausto. Le encantan sus
fanáticos y tocar en vivo, pero el resto es abrumador. Le dije que podía disfrutar de su
éxito y cuidarse mejor, pero está decidido a hacer esta gira. Ha negociado que la mitad
de sus ganancias se destinarán a una organización benéfica que alimenta a las personas
sin hogar y les ayuda a encontrar una vivienda.
Hago esto y todo tiene sentido, me dijo. Entonces puedo mirarme en el espejo
todas las mañanas.
Lo amé por eso, incluso más de lo que creí posible. Me pidió que lo esperara y le
prometí que lo haría. Por supuesto lo haría. Porque soy yo quien tiene que hacer la
espera. No puedo volar con él; tengo mi propio trabajo y mis propias metas que lograr
para poder estar orgullosa de mí misma.
Nos besamos e hicimos el amor, y luego se fue de nuevo, y ahora no puedo hacer
nada más que esperar.
M
arzo

—¡Violet, la orden!
El chef Benito, a quien todos llamaban “papá”, puso dos platos de huevos,
tocino y papas fritas en la ventana. Golpeó el timbre y volvió a desaparecer.
Me limpié el sudor de la frente con el dorso de la mano, terminé de tomar el
pedido de una mesa y me apresuré a la ventana para pegar el boleto. Otras dos mesas
necesitaban recargas de café, pero nada se enfría más rápido que los huevos. Lo
había aprendido de la manera más difícil cuando me contrataron en la Cafetería
Mack's hace dos años.
Cogí los platos que había preparado papá, volví a llenar el café y dejé caer una
cuenta. Cuando terminó la hora punta del desayuno, tuve un momento para recuperar
el aliento.
—Oye, V. —Dean, otro mesero, se acercó sigilosamente y me mostró una de
sus encantadoras sonrisas suyas—. Hay una exhibición de arte que se inaugura esta
noche en el centro de la ciudad. ¿Quieres echarle un vistazo?
—No puedo —dije, unificando el contenido de dos botellas de kétchup—.
Tengo que estudiar.
—¿Cómo supe que ibas a decir eso?
—Porque durante dos años me has estado pidiendo que salga contigo, y
durante dos años he dicho que no.
Sonrió.
—Me haces parecer patético, ¿por qué?
Le di una sonrisa cansada.
—Ya sabes cómo es.
—Sé que mucho trabajo y nada de diversión es malo para la salud. —Dean se
inclinó sobre el mostrador y se quitó un mechón de cabello rubio arena de la frente.
Tocó mi brazo suavemente, sus dedos demorándose sobre mi piel—. Me preocupo
por ti.
—Oh, por favor —dije con una risa irónica, luego bajé la mirada hacia donde
me estaba tocando y de vuelta a él, arqueando las cejas.
Apartó la mano y se puso erguido, sonriendo.
—No entiendo cómo puedes permanecer inmune a mi considerable encanto.
No es como si tuvieras novio, ¿verdad?
Hice una mueca y me concentré en el kétchup.
—Cierto. —Le di una mirada—. ¿Alguna vez te has parado a pensar que tal vez
simplemente no me gustas?
Sus ojos se abrieron con inocencia.
—¿Yo? Nah.
Papá apareció en la ventana de la cocina.
—¡Violet! La orden. —Golpeó el timbre.
—Tengo que encargarme de eso.
Dean exhaló un suspiro y caminó hacia atrás, con las manos en alto.
—No voy a renunciar a ti, V. Algún día, voy a conquistarte y vas a decir, ¿por
qué no pedí el Especial de Dean antes?
Le puse los ojos en blanco. Estaba tan lleno de mierda; la mayoría de las chicas
no eran inmunes a su considerable encanto. Solo me quería porque no había caído en
su cama de inmediato. No tenía idea de lo imposible que era. Cómo ni siquiera la idea
de eso podría encontrar un asidero en mis pensamientos.
Mi turno terminó, y fui a la trastienda para quitarme el delantal y quitarme la
estúpida gorra de tela de la cabeza. Otros muchachos en la parte de atrás y los
meseros que comenzaban sus turnos me saludaron calurosamente o se despidieron
por el día. El grupo de Mack's se había convertido en una segunda familia para mí,
con el malhumorado papá como cabeza de familia. Era una de las cosas que más me
gustaban de Texas: la mentalidad sureña de calidez y familiaridad sin la que habría
muerto de soledad.
Conduje mi camioneta, la cual estaba envejeciendo y necesitaba un poco de
trabajo, por Waco, Texas. A medio camino entre Dallas y Austin, la ciudad estaba
completamente sin salida al mar. Nada más que extensiones planas de tierra hasta
donde alcanzaba la vista. Tenía su propia belleza, pero extrañaba el océano, los
bosques y las montañas de Santa Cruz. Las hogueras en la choza se estaban
convirtiendo en un recuerdo lejano, reemplazadas, en cambio, por aromas de comida
frita en Mack's y el aire reciclado en la Biblioteca de la Universidad de Baylor.
Cada vez más débiles fueron los aromas de la piel y la colonia de Miller. La
forma en que olía su camisa cuando me la ponía después de que él durmiera con ella.
La sal de su sudor en la cama después de haberme llevado de un orgasmo delirante
a otro…
—Deja de torturarte —murmuré mientras estacionaba el auto en el
estacionamiento cubierto del complejo de apartamentos Desert Dune.
Era un lindo complejo a un kilómetro y medio de Baylor. A pesar de que mi
compañera de cuarto, Veronica, me instaba a hacerla mía, tenía muy poco de mí. Sus
tapices y extrañas chucherías artísticas llenaban la acogedora unidad de dos
dormitorios y un baño. Mi contribución había sido traer algunas plantas de interior
para tener un poco de verde, pero nunca me sentí del todo asentada allí. Como llevar
un suéter demasiado ajustado.
Dentro de nuestro apartamento, me dirigí directamente a la ducha para lavar
el olor a grasa de tocino de mi cabello y piel. Después, me vestí con una camiseta sin
mangas y un pantalón de dormir, mi atuendo habitual de los viernes por la noche. La
puerta del dormitorio de Veronica yacía abierta, pero ella no se hallaba en casa. El
apartamento estaba lleno de silencio.
Tenía que redactar un informe para el Laboratorio de Física, pero el sofá me
llamó porque de repente estaba muy cansada. Cansada de estar triste. Cansada de
extrañarlo. Dios, echaba tanto de menos a Miller que me dolían los huesos . A veces,
en momentos como ese, tenía la necesidad de tirar todo por la borda, dejar la escuela
y estar con él de gira. Pero sabía que nos destrozaría. Por duro que fuera estar
separados, me resultaría todavía más difícil no hacer nada y ver cómo mis propios
objetivos se desvanecían, ciudad por ciudad, concierto tras concierto. Perdería el
sentido de mí misma. Miller y yo éramos dos mitades de la misma ecuación. Si me
desvaneciera, no funcionaríamos más.
Aun así, las lágrimas llenaron mis ojos al mirar los restos de mi antigua vida.
Extrañaba a mamá y papá. Extrañaba mi casa en Santa Cruz y la familia que habíamos
sido una vez. Echaba de menos a Shiloh y River… todos nos destrozamos y nos
lanzamos a todos los rincones del país.
Como si hubiera escuchado mi súplica silenciosa, mi teléfono se iluminó con el
número de Shiloh.
Me tragué las lágrimas.
—Hola, Shi.
—¿Qué ocurre?
Solté una risa llorosa.
—Hola a ti también.
—Soy yo, Vi —dijo—. Te conozco.
—Estoy tan contenta de que seas tú —dije, acurrucándome en el sofá—.
Extraño tu voz.
—Yo también, chica. ¿Cómo están las cosas? Aunque creo que ya lo sé.
—He estado mejor. —Dudé, luego pregunté de todos modos—. ¿Cómo está
Ronan?
—Igual. —Espetó la palabra.
—¿Y tú? ¿Cómo estás, Shi?
Exhaló suavemente en el teléfono, pero cuando habló, su voz volvió a sonar
dura.
—Estoy bien. Eres tú quien me preocupa. Leí que Miller estará en la próxima
portada de Rolling Stone y algo me dijo que llamara.
—¿Ah, sí? —dije, mi corazón latiendo y estallando al mismo tiempo.
—¿No te lo dijo?
—Nunca me dice cosas así. Lo considera fanfarronear.
—Señor, ese chico. Es la persona famosa menos famosa que conozco. ¿Cómo
lo estás pasando?
—Bien. Tuve que tomarme un tiempo libre de la cafetería para completar un
gran proyecto de Bioquímica . Ahora se acercan los exámenes parciales.
—Deberías estar orgullosa —dijo Shiloh—. Estás trabajando duro allí.
—Gracias. Estoy algo orgullosa de mí también. —Las lágrimas llenaron mis
ojos—. Esto es duro.
Su tono se volvió suave.
—Sé que lo es.
Resollé y me limpié los ojos, tratando de mantener la calma.
—Pero sabíamos que lo sería. Está encabezando una gira mundial. Tiene shows
casi todas las noches. Hay diferencias de zona horaria… —Lancé un suspiro—. Estoy
tratando de mantener una actitud positiva.
—Lo sé. Las relaciones a larga distancia apestan y estás allí sin siquiera un
salvavidas de tus padres. ¿Miller se ha ofrecido a ayudar con tu universidad? Estoy
segura de que…
—No, no. Mi matrícula está pagada. Me gané esa beca por mi cuenta y quiero
seguir ganándola.
—Está bien, pero ¿qué hay del alquiler? Te envió dinero, ¿verdad? Está
haciendo una fortuna allí. No hay forma de que no te ayude.
—Quiere. Y si me metiera en problemas, él me ayudaría, pero no quiero su
dinero. Toda mi vida he sido una niña rica mimada que nunca tuvo que desear nada.
Demonios, ni siquiera tuve un trabajo hasta Mack’s.
—Chica, te ofreciste como voluntaria para todos los programas médicos bajo
el sol.
—Es cierto, pero al final eso me ayudó a avanzar en mi carrera. Nunca tuve que
ganarme la vida. Creo que necesito esto. Todavía no puedo ver el panorama, pero
siento que mi trabajo de mierda, mi carga de trabajo escolar loco e incluso estar
separada de Miller me están haciendo una mejor persona. Alguien que entienda lo
que es luchar para que pueda apreciar lo que tengo aún más.
Como lo ha hecho Miller, toda su vida.
—Bueno, maldita sea, chica. Supongo que Blancanieves ha abandonado el
edificio.
Me reí.
—Eso espero. —Arranqué un trozo de pelusa del sofá—. Shi, sabes que puedes
hablar conmigo, ¿verdad? ¿Así como yo te hablo?
Un silencio. Entonces.
—Lo sé.
—Quiero decir, si es mucho como para hablarlo, lo entiendo. No quiero que
revivas nada por teléfono conmigo. Pero solo quiero que sepas que estoy aquí, ¿de
acuerdo?
—Está bien —dijo, su voz entrecortada por las lágrimas. Luego se aclaró la
garganta, tirando de sus propias paredes protectoras a su alrededor. Después de
todo lo que pasó, no podía culparla.
—¿Shi?
—Estoy bien. Lo prometo.
—De acuerdo. Llámame si eso cambia alguna vez. Demonios, llámame de todos
modos.
—Lo haré. Te quiero.
—También te quiero.
Le colgué y cerré los ojos, permitiéndome un raro momento de descanso no
programado, mientras derramaba algunas lágrimas por mi amiga que había sufrido
tanto.
Pero solo por unos minutos. Luego me senté, me sequé las lágrimas y volví al
trabajo.
U
n golpe fuerte y agudo llegó a la puerta de la sala de descanso.
—Cinco minutos —llamó Evelyn.
—Ya voy —le respondí.
Presioné la aguja, vaciando el pequeño frasco de insulina en mi muslo. Ya había
llegado a mi tope para manejar los carbohidratos que había comido en la cena para
pasar el concierto de esta noche, pero mis números se habían disparado nuevamente.
—Joder —murmuré, subiéndome el pantalón.
Otros diabéticos manejaban bien su mierda, pero para mí era una batalla
constante. Seguía los planes, contaba carbohidratos hasta que mis ojos se cruzaban
y, sin embargo, mis números subían y bajaban sin importar cuán cuidadoso fuera.
Hace unas semanas, me desmayé después de un concierto en Lisboa, así que el sello
asignó a un médico para que me cuidara durante la gira, e incluso él estaba
desconcertado. Quería llevarme a un hospital y hacer un montón de pruebas y
comprobar mi A1C, lo cual ya llevaba tiempo sin chequear, pero significaba detener
la gira, y eso no podía suceder.
Guardé mi kit de insulina mientras los gritos, pisadas fuertes y aplausos de
veinte mil fanáticos en la Arena T-Mobile en Las Vegas me golpeaban como un trueno.
Entonces el sonido se hizo más fuerte: mi banda subió al escenario delante de mí.
Eran buenos chicos, todos ellos talentosos. Podríamos haber sido cercanos como
hermanos si los hubiera dejado, pero quemé ese puente desde el principio. Todos
pensaban que yo era engreído y distante. Bien por mí. Ya había tenido amigos que
eran como hermanos y mira cómo resultó.
El dolor apretó mi pecho por Ronan y Holden. Por Violet.
La extraño tanto que me está enfermando.
Me di una última mirada al espejo. Mi reflejo me frunció el ceño hacia mi
vaquero, camiseta y botas habituales. Excepto que ahora la camiseta costaba 190
dólares, el vaquero 450 dólares y las botas, más de lo que quería pensar.
—Es demasiado.
Pasé de no tener nada a tenerlo todo, casi de la noche a la mañana. Me recordó
a la leyenda urbana que decía que, si tomabas a una persona del Polo Norte y la
dejabas en medio del ecuador, moriría instantáneamente por el cambio repentino de
latitud.
Podría relacionarme.
La máquina del concierto que habían construido a mi alrededor, un enorme y
pesado aparato que se arrastraba de ciudad en ciudad, rompiéndose y reformándose
en unos días, era abrumador para un exniño pobre como yo. Puse mi atención en lo
que amaba de la música. La creación de una canción y dejar que la armonía se mueva
alrededor de la letra. La energía que me daban mis fanáticos y la que yo les daba.
Trabajaba para mantener esa conexión con ellos, sin importar cuán grandes fueran
las arenas, porque eso es lo que importaba. La música y el oyente. Todo el resto se
sentía como algo que no me había ganado.
Abrí la puerta de la sala de descanso. Evelyn estaba allí en sus auriculares con
un portapapeles en la mano. Una insignia colgaba de un cordón alrededor de su
cuello y la marcaba como una de las doscientas personas más que estaban haciendo
que esta gira sucediera.
Caminé por el pasillo, las botas negras hasta los muslos de Evelyn
repiqueteando a mi lado. Llevaba una minifalda negra corta y una chaqueta ajustada
que mostraba su escote. Parecía más una ejecutiva de una revista de moda que una
asistente personal.
—¿Tienes mi teléfono? —exigí.
Se estremeció ante mi tono áspero, luego me miró con severidad.
—Lo dejaste en el hotel. De nuevo.
Me lo entregó y le eché un vistazo. Había llegado un mensaje de texto de Violet
antes.
Te extraño. Te amo. Que tengas un gran espectáculo esta noche. XOXO.
Me dolió el corazón.
—Dios, Vi.
Ella todavía estaba allí, esperándome. Incluso después de meses de
separación, todavía estaba al otro lado de la línea. Incluso cuando solo tenía dos
minutos de mí antes de que me apartaran de nuevo.
La historia de nuestra vida.
Reprimí una maldición y le devolví mi teléfono a Evelyn.
—Después del espectáculo de esta noche, no quiero a nadie en la sala de
descanso. Nadie. No me importa si el puto Elvis regresa de entre los muertos, necesito
una hora a solas.
Evelyn puso los ojos en blanco.
—Tu llamada nocturna con Vi. Conozco la rutina.
—Es lo único que me mantiene cuerdo.
—Y aquí pensé que ese era mi trabajo. —Ella ladeó la cabeza—. ¿Le has dicho?
—¿Le he dicho qué?
—Sobre Lisboa. Acerca de cómo el doctor Brighton cree que deberías
abandonar la gira de inmediato.
—¿Por qué habría de hacer eso? Solo la preocuparía. Y no puedo dejar la gira.
Aún no.
—Estoy preocupada por ti —dijo mientras seguíamos caminando por el túnel—
. No solo por lo que pasó en Lisboa. Parecías un poco desorientado en San Diego. De
hecho, con frecuencia pareces desorientado. Los tabloides creen que estás drogado
o eres un alcohólico furioso.
—Los tabloides pueden escribir lo que quieran. Estoy jodidamente cansado,
Evelyn —dije, caminando hacia el escenario donde el ruido de la multitud se hacía
cada vez más fuerte, reverberando a mi alrededor—. Hemos hecho cincuenta y cinco
shows en seis meses. Dame un maldito respiro.
La culpa por criticarla me obligó a detenerme. Miré hacia el techo, mis manos
en mis caderas. Ella no se merecía mi humor ácido.
—Lo siento.
Me estudió, sus ojos marrones se suavizaron.
—¿El doctor Brighton te ha revisado recientemente?
—Solo cada dos minutos. Estoy bien.
—No te ves bien. Creo que tiene razón. Necesitas tomarte un descanso, Miller.
Haz las pruebas que él quiere que hagas.
—No puedo. Tengo que seguir adelante.
—¿Incluso si te mata? —Me agarró del brazo y me obligó a mirarla—. Amo esto.
El turismo. Las grabaciones de video. Las multitudes y los paparazzi. Todo ello. Pero
tú no. Entonces, ¿por qué te esfuerzas tanto cuando te enferma?
—Sabes por qué, Ev.
—¿Esa caridad?
—Sí, esa caridad. Manos Que Ayudan me va a salvar el trasero.
—¿Salvarte? Tú eres el que les dará la mitad de tus ganancias por la gira.
Ella no lo entendía. Yo fui un niño que vivía en una camioneta y tocaba una
guitarra, y ahora era un tipo que encabezaba una gira mundial de arena con entradas
agotadas. La caridad era mi seguro para que ese tipo no se olvidara de ese niño. Para
poder aferrarme a quién era y de dónde venía cuando todos los que me importaban
estaban tan lejos.
—Solo nos queda un tramo más —le dije a Evelyn—. Pasamos por eso y Manos
Que Ayudan recibirá un cheque muy grande. Entonces podré sentir que todo esto…
—Agité los brazos para rodear la arena—. Me lo gané de verdad.
Y ser el tipo de hombre que se merece una mujer como Violet.
—Solo un tramo más de la gira son veintitrés ciudades más en los Estados
Unidos —dijo Evelyn—. Me preocupo por ti, Miller. Dejas tanto en el escenario, noche
tras noche.
—Porque los fanáticos se lo merecen. Si van a despilfarrar tanto dinero en mí,
será mejor que dé lo mejor de mí. Cada noche, cada espectáculo, lo mejor de mí.
Evelyn empezó a discutir, pero Simon, el director del equipo, se acercó y me
puso una guitarra eléctrica al cuello.
—Solo… ten cuidado —dijo Evelyn en un tono que no me gustó. Suave y lleno
de preocupación.
Hace dos años, ella había sido completamente descarada y coqueta, y tuve que
recordarle muchas veces que no cruzara una línea conmigo. Pero últimamente, se
había vuelto más suave, me miraba cuando pensaba que no estaba mirando. Eficiente,
inteligente, buena manejando a la gente, ya podría haber comenzado su propia
compañía de relaciones públicas. Ya había más que metido el pie en la puerta, pero
se quedó conmigo, trayendo mierda y eligiendo ropa para las sesiones de fotos.
Una razón más para completar la gira.
Mi corazón le pertenecía a Violet. Solo a ella y para siempre. La atención de las
mujeres dispuestas estaba disponible en el camino, pero no importaba cuántas fiestas
la banda organizara, me mantuve alejado. No podía beber, y estaba seguro de que
alguien tomaría una foto que me pondría en una posición comprometedora y
rompería el corazón de Violet.
Estaba haciendo un buen trabajo por mi cuenta, gracias.
Ajusté la correa alrededor de mi cuello y me moví hasta el final del pasillo. El
escenario estaba delante, la multitud más allá. Las luces se apagaron y las luces de
neón de treinta mil barras luminosas se balancearon en un océano de fanáticos.
—Diez segundos —murmuró Evelyn por sus auriculares. Escuchó la señal del
director del programa, luego me dio un suave empujón en el brazo—. Ve.
Cerré los ojos por un momento, como lo hacía antes de cada show.
Para ti, Violet.
Todo era para ella. Cuando subía al escenario, podía amarla. Podría arrojarlo
al universo y esperar que lo encontrara y lo sintiera. Solo tenía que pasar por esta
gira, hacer algo bueno en el mundo y luego estaría con ella. Y hacer el bien era cómo
podía ser el tipo de chico que Violet se merecía.
Había un millón de formas de pasar mi vida, pero solo una importaba.
Dejé que el creciente trueno de la multitud me llenara. Su energía me sostuvo.
Todas las noches, me alimentaba de eso y lo devolvía con mi sudor y mis lágrimas.
Entré al escenario, seguí la cinta que marcaba mi camino en la oscuridad hasta
mi soporte de micrófono. Y luego una solitaria luz verde cayó sobre mí. El estadio se
volvió loco, una avalancha de sonidos. Cerré los ojos y dejé que me inundaran. La
gratitud de que tanta gente quisiera escuchar lo que tenía que decir me llenó. Por
dejarme desnudar mi alma y contar mi historia todas las noches en el escenario.
Cada noche, un paso más hacia Violet.
Espérame Wait for Me
A slow burn kiss caught fire
Un beso lento se incendió I tasted the sun, and you smiled
Probé el sol y tu sonreíste said let’s try together alone

dijiste que lo intentemos juntos a We’ve both cried our last goodbye
solas
 You’re calling my name
Ambos lloramos nuestro último I’m calling you home
adiós
Wait for me
Estás llamando mi nombre
Wait for me
Te estoy llamando a casa
Espérame
When the noise gets loud
Espérame
Put down the phone
I can’t stand the sound no more

Cuando el ruido se vuelva fuerte
An empty bed and an endless
Deja el teléfono
road

Ya no soporto el sonido

drowning in the sea so cold 

Una cama vacía y un camino sin
Please wait for me
fin

Wait for me
ahogándome en el mar tan frío 

Por favor, espérame
People talk to me but I fade
Espérame
they all look the same
Looking for you
La gente me habla, pero me
desvanezco in somebody’s face
Todos ellos lucen iguales Hard to love and hard to chase
Buscándote I felt so high, I crashed to earth
en la cara de alguien Please wait for me
Difícil de amar y difícil de While I search
perseguir
Me sentí volando, me estrellé When the noise gets loud
contra la tierra Put down the phone
Por favor, espérame
I can’t stand the sound no more

Mientras busco
An empty bed and an endless
road

Cuando el ruido se vuelva fuerte drowning in the sea so cold 

Deja el teléfono Please wait for me
Ya no puedo soportar el sonido 
 Wait for me
Una cama vacía y un camino sin
fin
 Every night it’s the same old
Ahogándome en el mar tan frío
 thing

Por favor, espérame You're my best friend in my dreams
Espérame I go to sleep and I think of you
When I wake up it can’t be true 

Todas las noches es lo mismo de Wait for me
siempre
 Wait for me
Eres mi mejor amiga en mis sueños
Me voy a dormir y pienso en ti I know that this can’t be pretend 

Cuando me despierto no puede ser I’m here waiting till the end 

verdad 

One day I know it won’t be hard
Espérame
One day I know we’ll feel so free 

Espérame
Baby please I’m asking you
To wait for me
Sé que esto no se puede fingir 

Wait for me
Estoy aquí esperando hasta el final

Algún día sé que no será difícil
Algún día sé que nos sentiremos
tan libres 

Nena, por favor, te pido
Que me esperes
Espérame

Salí del escenario, empapado en sudor. Los otros chicos chocaban los cinco y
se felicitaban entre sí. Dan, el bajista, se puso a caminar a mi lado en el pasillo, los
ecos de la música y veinte mil fans gritando aún resonaban en mis oídos.
—Oye, hombre, gran espectáculo —dijo.
—Gracias, a ti también. —Mi respuesta común.
—¿De dónde salió esa última? —preguntó Antonio, el teclista—. ¿“Wait for
Me”? No estaba exactamente en la lista de canciones.
—Sí, lo siento —le dije—. Fue algo que escribí en el vuelo. Necesitaba sacarlo.
—Hermosa mierda, hombre.
—Gracias.
Frunció el ceño mientras me miraba de arriba abajo.
—¿Estás bien? Te ves un poco pálido.
—Estoy bien —dije, incluso cuando mi reloj comenzó a advertirme de que mis
números estaban bajando.
Mierda. Demasiado alto antes del show. Demasiado bajo, después.
—Oye, Miller…
—Tengo que manejar esto.
Obligué a mis piernas a moverse más rápido hacia mi camerino privado.
Evelyn estaba allí con otra asistente, Tina Edgerton, que estaba ocupada terminando
de preparar mi comida y bebidas posteriores al espectáculo.
Los ojos de Evelyn se agrandaron cuando levantó la vista de su teléfono.
—Jesús, Miller… estoy llamando al doctor Brighton.
—No —dije, dejándome caer en una silla. Mi camiseta estaba empapada en un
sudor frío—. Solo dame mi maletín médico.
Evelyn se apresuró a hacer lo que le pedí. Me metí un puñado de gomitas de
glucosa en la boca mientras Tina me servía un vaso de jugo de naranja. Ambas
conocían la rutina.
—Gracias. Ambas pueden irse. ¿Puedo tener mi teléfono, Ev?
Evelyn me entregó lentamente mi teléfono.
—¿Estás seguro? Todavía no luces…
—Estoy bien. Por favor. —Dios, estaba tan cansado—. Necesito hablarle.
La necesito. Necesito a Violet. Ya no puedo hacer esto…
—Está bien —dijo Evelyn de mala gana—. Pero estaré justo afuera de esta
puerta.
Ambas empezaron a irse y luego Tina se detuvo, se volvió.
—Oh, casi lo olvido. Tu papá llamó. Supongo que no ha podido contactarte.
Me quedé helado. El mundo se detuvo. Me hundí más en mi silla, como si el
suelo se hubiera caído debajo de ella.
—¿Qué dijiste?
Evelyn se volvió hacia Tina.
—¿Qué dijiste?
Tina retrocedió ante nuestro escrutinio, su mirada se lanzó entre nosotros.
—Tu padre llamó hace unos veinte minutos. Sharon recibió el mensaje y me dio
su número. Quiere que le devuelvas la llamada… —Ella frunció el ceño ante mi
expresión deteriorada—. ¿Hay algún problema?
Evelyn se giró para mirarme, horrorizada. Le dije que mi papá estaba muerto.
Porque lo estaba, en lo que a mí respecta. Y ahora estaba de vuelta,
atormentándome…
Mi mandíbula se había entumecido.
—¿Estás segura de que es él?
—¿Dijo que se llamaba Ray Stratton? —Tina se mordió el labio—. Lo siento. ¿No
son cercanos?
—No —dije—. No, no somos cercanos.
Porque está muerto. Muerto para mí.
—¿Quieres su número?
Me di cuenta de que respiraba con dificultad, con las manos agarradas a los
reposabrazos de la silla. Las emociones arrasaron mi cráneo como una avalancha.
—-No, no quiero su número. Solo llama porque… quiere algo. Quizás vio el
artículo de la revista Rolling Stone. Ha visto mi éxito y ahora quiere una parte…
Evelyn recuperó el equilibrio y empujó a Tina hacia la puerta.
—Dame el número. Yo manejaré esto.
El entumecimiento se estaba extendiendo, vaciándome, haciéndome temblar.
Mi visión bailaba con puntos negros. Ray Stratton. El nombre fue como un bate de
béisbol en mi corazón.
—¡Miller!
Evelyn corrió hacia mí.
—No —dije, apenas capaz de hacer que mis labios se movieran. Mi lengua
pesaba quinientos kilos—. Dile… si vuelve a llamar, dile que se vaya al infierno…
Dile…
Los puntos negros se ensancharon hasta convertirse en un abismo, y luego caí.
—H
ola, V. —Veronica entró por la puerta de nuestro
apartamento, con los brazos cargados de víveres.
Levanté la vista de mi texto de Física y comencé
a despegarme del sofá.
—Hola, V —le respondí con una sonrisa, pensando, no por primera vez, que el
universo había tenido la amabilidad de otorgarme a Veronica Meyers para
compensar a todas las personas que extrañaba.
Veronica, dos años mayor que yo, me acogió como a una hermana mayor y me
ayudó a conseguir el trabajo en Mack's. No teníamos nada en común. Hablaba con
suavidad, pero escuchaba a todo volumen una vieja música gótica de metal con
nombres de bandas como Type O Negative y Motionless in White en nuestro pequeño
apartamento. Ella tenía una rotación de novios mayores de los cuales no podía
mantener registro, mientras yo era una reclusa, estudiaba en mi habitación y apenas
me aventuraba a socializar.
—¿Necesitas ayuda?
—Yo me ocupo —dijo, arrojando su cabello teñido de negro sobre su
hombro—. Creo que será mejor que te quedes sentada. Tu hombre está en la portada
de la revista Rolling Stone de este mes.
—Eso oí. ¿Puedo ver?
Veronica sacó una revista de una de las bolsas de la compra y se acercó a mí.
—No la he leído, pero el titular es un poco alarmante.
Me entregó la revista y una ráfaga de calor me inundó. Miller Stratton, el chico
que había tenido que empeñar su guitarra, estaba ahora en la portada de la revista de
rock and roll más grande de todos los tiempos.
Y parecía que pertenecía allí.
Era una foto natural tomada en uno de sus conciertos con entradas agotadas. Se
hallaba en el borde del escenario donde un mar de admiradores que lo adoraban
gritaba por él, extendiendo sus brazos clamando por él. Una guitarra eléctrica
colgaba de su esbelta estructura que se había llenado y se había vuelto más masculina
y definida en los últimos dos años. Llevaba un vaquero roto, botas y una camiseta
ajustada que se pegaba a su cuerpo empapado de sudor, revelando cada línea de sus
abdominales y las amplias llanuras de su pecho. Tenía los ojos cerrados y la boca
abierta mientras sostenía el micrófono. Las bandas de cuero en sus muñecas
resaltaban la definición de sus antebrazos, su cabello largo caía sobre sus ojos. La
imagen perfecta de una estrella de rock.
Durante unos hermosos y brillantes momentos, había sido todo mío. Ahora
pertenecía al mundo.
Las lágrimas nublaron mi visión mientras pasaba mi dedo por su mandíbula.
—Hola, amor.
—Lo siento, cariño. —Veronica me dio un apretón en la mano—. ¿No debería
haberla comprado?
—No, me alegro de que lo hicieras. Se ve sexy como el infierno, ¿no?
—No te puedo discutir ahí. Voy a guardar los comestibles. Estaré a dos pasos
de distancia si me necesitas.
Asentí distraídamente y volví a examinar la portada. Miller parecía a punto de
caer entre la multitud y el titular lo reflejaba. En el borde: el meteórico ascenso (¿y
caída?) De Miller Stratton, el nuevo semidiós del pop/rock alternativo.
—¿Se está cayendo? —murmuré.
Un periodista había seguido a Miller en la etapa europea de su gira mundial.
La primera parte del artículo fue hermosa, detallando cómo Miller visitó los refugios
en cada ciudad, a pesar de su apretada agenda. Cómo regaló cientos de boletos para
sus espectáculos a fanáticos desfavorecidos, donó dinero para financiar la
investigación de la diabetes y cómo había prometido la mitad de las ganancias de su
gira a una organización benéfica para jóvenes sin hogar.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver una foto de Miller sentado junto a una
persona sin hogar en Dublín, Irlanda. Las largas piernas de Miller estaban recogidas,
las manos metidas en el bolsillo de su chaqueta. El hombre llevaba una barba rala y
su rostro estaba manchado de mugre. Los dos se sentaban contra la pared casi
hombro con hombro, como dos amigos esperando un autobús.
Como cuando Miller y yo nos sentamos contra la pared de mi casa la primera
noche que nos conocimos.
Leí el texto del artículo, aferrándome cada palabra como una mujer hambrienta
y saboreándolas.

Hablaron durante más de veinte minutos. Stratton le dio al hombre algo de dinero
de su propio bolsillo y luego ordenó a su equipo que lo llevara a un lugar seguro para
pasar la noche: una comida caliente y una ducha. Ese incidente lo solidificó a los ojos de
los fanáticos, especialmente las mujeres, como prueba de que era digno de la rabiosa
atención que lo seguía por todo el mundo. Otros lo criticaron como un truco publicitario.
A eso Stratton pone los ojos en blanco.
“Fue algo que sucedió. El hecho de que la prensa me siguiera lo convirtió en un
'truco'. Eso es una mierda. Nadie planea quedarse sin hogar. Nadie cree que acabará en
la calle. Pero estuve allí, así que me senté con el chico y volví a estar allí. Me ayudó
mucho más de lo que yo lo ayudé a él”. Cuando se le preguntó cómo, Stratton hizo una
pausa durante un largo momento. “Porque, la mayoría de los días, me siento como un
impostor, tomando prestada la vida de otra persona. No puedes volver al lugar de donde
viniste, pero puedes olvidarlo. Sentarme con ese hombre, me ayudó a recordar quién
soy”.

Dios, quería meterme en la revista y estar con Miller. Pero él siguió adelante.
A otra ciudad. Otro espectáculo. Largas semanas de giras interminables, y el tono del
artículo ahondó en el aspecto de “caída” del titular. Mi dolor solitario por él comenzó
a transformarse en miedo.
El periodista quería saber si lo que los tabloides habían estado reclamando a
todo volumen durante meses era cierto: que Miller había caído preso de los vicios del
estrellato, es decir, las drogas y el alcohol. Miller lo negó todo, pero hubo informes
de que se quedó dormido en medio de las entrevistas. Fotos de paparazzi
acompañaron la pieza; Miller tropezando por las calles parisinas con Evelyn cerca.
Una imagen lo mostraba con un corte en la frente debido a que tropezó y se partió la
cabeza contra una pared de adoquines en Florencia.

“A veces parece bastante distraído”, señaló un observador que deseaba


permanecer en el anonimato. “Fuera del escenario, es como si estuviera muy
emocionado. Pero siempre parece esforzarse para montar un espectáculo increíble”.

Excepto que Miller no bebía. No podía. Agregar alcohol solo causaría estragos
en sus niveles de azúcar en sangre.
La compañía discográfica había enviado a un médico personal en la gira de
Miller. La declaración del doctor Brighton fue vaga y optimista, pero leí entre líneas.
Le estaba advirtiendo a Miller —y a Gold Line Records— que lo mejor para Miller
sería renunciar o posponer la gira y tomarse un tiempo libre.
Porque está enfermo.
Desde que tenía trece años, había estado investigando todos los aspectos de la
diabetes, para que nunca más me sorprendieran desprevenida si algo le pasaba a
Miller. Me había comprometido a hacer todo lo posible para protegerlo, para
atenderlo en sus altibajos porque su diabetes siempre había sido difícil de controlar.
Agresiva. Hojeé el artículo, buscando señales reveladoras. Confusión, mala visión
(del tipo que te lleva a chocar contra las paredes), cansancio. Todo estaba allí y el
médico lo sabía. Pero ni la compañía discográfica ni el propio Miller lo escuchaban.
Es Miller. No se rendirá. Está comprometido con el sello, con la caridad, con sus
fanáticos.
Agarré mi teléfono y llamé a su número. Inmediatamente fue al correo de voz.
Le envié un mensaje de texto: Llámame tan pronto como recibas esto.
Pero quedó sin leer. Caminé por la sala de estar, mis nervios se encendieron
como un circuito.
—¿V? —preguntó Veronica desde la cocina—. ¿Qué ocurre?
—Es Miller —dije—. Creo… o sea, no lo sé con certeza, pero tengo un mal
presentimiento.
—¿Acerca de qué? ¿Pasó algo?
—No, pero yo…
Di un pequeño grito de sorpresa cuando mi teléfono se encendió con una
llamada. Evelyn.
—Evelyn, háblame. ¿Cómo está? ¿Qué está sucediendo?
—Violet —dijo, su tono tranquilo, pero teñido de miedo—. No quiero asustarte,
pero… ¿qué tan rápido puedes llegar aquí?
T
odo ocurrió en un borrón. Un minuto estaba en mi habitación tirando ropa
en un bolso, y al siguiente, estaba en un avión rumbo a Las Vegas, en
primera clase, cortesía de Gold Line Records. Evelyn me recogió en el
aeropuerto McCarran en un elegante sedán negro con conductor. El Strip pasaba por
fuera de los cristales polarizados.
Ambas teníamos solo veinte años, pero Evelyn vestía una impecable falda de
corte A y un blazer, mientras que yo parecía una pila de ropa sucia en vaqueros y una
sudadera, con el cabello en una cola de caballo desordenada.
—Cuéntamelo todo —dije después de tensos saludos—. La verdad. No esa
mierda de relaciones públicas de que fue hospitalizado por “agotamiento”.
Evelyn desplazó su teléfono con largas uñas cuidadas.
—Te dije cuando llamé que fue agotamiento porque eso es todo lo que el
mundo necesita saber. Ahora que estás aquí, puedo decirte que sí, Miller colapsó
después del espectáculo hace dos noches. Sus números eran muy bajos, pero en
Urgencias lo estabilizaron. Ahora está en el hotel, descansando.
—¿Colapsó? —Sentía el estómago como si estuviera hecho de piedra—. ¿Qué
tan malo es?
—Lo suficiente malo como para que tenga que dejar la gira, y no quiere —dijo
Evelyn, dejando finalmente su teléfono para prestarme toda su atención—. Su médico
dice que Miller se está esforzando demasiado. Pero está decidido a terminar la gira
para darle un montón de dinero a esa organización benéfica. Se siente culpable por
todo esto. —Hizo un gesto hacia el elegante sedán—. Y se siente miserable sin ti. Lo
ha convertido en un bastardo, para ser honesta. La larga distancia es demasiado dura
para él. Sabes cómo es. Es todo o nada.
—Lo sé. Va a estar igualmente dedicado a la caridad. No querrá renunciar.
—Tienes que obligarlo a renunciar. Eres la única que puede convencerlo. No
me escucha.
La miré de reojo, la vieja punzada de amargura de nuestro pasado aún flotaba
entre nosotras.
—He visto las fotos de ustedes dos. Parecen bastante cercanos —admití.
—Lo que estás viendo es una amistad. —Se alisó el cabello recogido en una
elegante coleta—. A pesar de mis mejores esfuerzos.
Giré mi cabeza hacia ella.
—¿Qué significa eso?
Se encogió de hombros.
—Significa que juego para ganar, siempre. —Sonrió con cariño para sí misma—
. A mi papá le gusta bromear diciendo que la ambición es mi Gatorade.
Eventualmente habría superado nuestra pequeña rivalidad. Pero luego Miller
escribió esa canción para ti. Tantas canciones para ti. Yo también quería eso. ¿Qué
chica no lo haría?
—Entonces, ¿arreglaste pasar los próximos dos años y medio con él para ser
esa chica?
—Él es hermoso. Talentoso. Cuando canta… —Se mordió las palabras y
sacudió la cabeza—. Yo quería eso. Quería ser la chica de la canción de amor. Pensé
que, si me quedaba el tiempo suficiente, si estaba allí para él, lo sería. Ese era mi
objetivo y nunca pierdo.
—Jesús, Evelyn.
—Pero perdí. A lo grande. No, eso no es verdad. Perder significaría que había
estado jugando, y nunca lo estuve. —Ella se giró hacia mí—. No hay nadie más en su
universo excepto tú. Ni yo ni otras mil chicas gritonas podrían cambiar eso. Dios lo
sabe, he visto mujeres que intentan sin éxito llamar su atención, pero él mira a través
de ellas. Ni siquiera consideraría la posibilidad de acostarse con otra persona. Lo que
también contribuyó a que él fuera un idiota, estoy segura.
—Lo sé. También me ha costado mucho. Prometimos tratar de hablar todas las
noches, pero…
—Él está hablando contigo. Cada noche. —Desplazó su teléfono y luego me
acercó la pantalla—. Esto fue hace dos noches. Justo antes de que colapsara.
Un video se reprodujo, tomado de alguien que acaba de salir del escenario.
Miller se sentó solo en un taburete en el centro del escenario, una sola luz lo bañaba.
Tocó su solo de guitarra acústica y cantó una canción que nunca antes había
escuchado. “Wait for Me”, una canción vibrante de desesperación, su rica voz
gritando en el oscuro vacío de la multitud, una y otra vez. Estaba saturado de emoción
y anhelo de una manera que solo se manifestaba en su música. Cada palabra se
hundió en mi corazón.
—Todo eso es para ti —dijo Evelyn en voz baja—. No hay nadie más.
El video terminó y, sin decir palabra, me entregó un pañuelo.
Se me sequé los ojos.
—Gracias por eso.
—No deberías agradecerme —dijo—. Pero tampoco tienes que preocuparte
más por mí. Voy a entregarle mi renuncia.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿En medio de su gira?
—Tengo mis razones. —Se giró hacia mí de nuevo—. Pero tiene que dejar de
trabajar hasta los huesos. Necesita que lo convenzas de eso, especialmente ahora. Su
papá ha estado llamando.
Me quedé mirándola, mis ojos muy abiertos.
—Mierda. —Suspiré—. ¿En serio? ¿Es… estás segura de que es él?
Asintió.
—Desde que salió el artículo de Rolling Stone, Ray Stratton llama casi todos los
días. Miller no le habla. Ni siquiera quiere oírlo.
—Oh, Dios mío… —Me sentí empujada hacia atrás en el asiento, mi corazón
dolía por Miller. Por lo confundido que debía estar. O cuánto dolor debía sentir, viejas
heridas abiertas cuando nunca sanaron por completo en primer lugar—. Nunca me lo
dijo.
—Porque no quiere preocuparte con nada de eso. Pero estoy preocupada, Vi.
Y también el doctor Brighton.
El sedán entró en el Hotel y Casino Bellagio y siguió en el camino circular.
—Se va a Seattle mañana —dijo Evelyn—. El espectáculo es grande. Los
ejecutivos de la organización benéfica Manos Que Ayudan estarán allí y traerán a un
montón de niños tras bambalinas. Invitación de Miller. Me iré al final de la semana.
Cogió su bolso y su teléfono y se puso un par de gafas de sol Gucci para ocultar
las lágrimas en los ojos.
—Asegúrate de que sea su último espectáculo.

Evelyn me llevó al casino Bellagio, más allá del vestíbulo donde mil flores de
cristal cubrían el techo en un derroche de color. Su belleza calmó las turbulentas
emociones que me recorrían. Alcé la mirada todo lo que pude mientras Evelyn
caminaba con paso rápido, sin impresionarse. Parecía que pertenecía a la elegancia
del hotel, mientras que yo me sentía sucia y desgreñada.
—Ella está conmigo —le dijo al guardia en un ascensor privado que nos dejó
entrar. El ascensor subió y se abrió a un pasillo amplio y silencioso.
—Siento que los paparazzi van a saltar en cualquier segundo —dije mientras
pasábamos puerta tras puerta.
—Tenemos todo el piso. —Evelyn se detuvo en una suite donde estaba de pie
un tipo grandote con una placa colgando de su robusto cuello—. Hola, Sam.
—¿Qué pasa, G? —Me asintió mientras nos abría la puerta.
Asentí en respuesta, sorprendida de cuánto había construido la disquera
alrededor de Miller: ascensores privados y seguridad y pisos enteros de hoteles
ostentosos. El orgullo se hinchó en mi pecho, incluso cuando me sentía más fuera de
lugar e insegura de que él me quisiera aquí.
La suite por la que me llevó Evelyn era enorme, dos veces más grande que mi
apartamento y el de Veronica, con muebles elegantes, como una sala de estar real en
Italia. Un hombre alto con traje, con un estetoscopio alrededor del cuello, estaba de
pie junto a la ventana salediza. Miller se sentaba en la cornisa.
Ahí está.
Me detuve en medio de la habitación, mirándolo. Bebiéndolo. Parecía cansado,
un poco más delgado que en la portada de Rolling Stone. El médico tenía un manguito
de presión arterial alrededor de la parte superior del brazo de Miller, tomando una
lectura.
Miller me vio y su expresión se congeló. Se puso de pie, como si lo tiraran de
unas cuerdas, se acercó a mí y le quitó la bomba de la mano al médico.
—Vi… ¿qué estás haciendo aquí?
Su voz ronca fue directa a mi corazón. Habían pasado meses desde que lo
escuché decir mi nombre en persona.
—Evelyn me llamó —dije, las lágrimas llenando mis ojos—. Es tan bueno verte.
—Dios, bebé… —Se dirigió hacia mí, luego se detuvo, dándose cuenta también
de que teníamos una audiencia. Se quitó el brazalete de presión arterial del brazo y
se lo entregó al médico—. ¿Pueden darnos un minuto?
—Regresaré en una hora para terminar el chequeo —dijo el médico con
severidad.
—También tengo un asunto urgente que discutir contigo —dijo Evelyn,
dándome una mirada de despedida y pidiéndome que le dejara decirle la verdad.
Cuando se fueron, Miller me tomó en sus brazos y colapsé sobre ellos, mis ojos
se cerraron con alivio al sentir su solidez y escuchar su corazón latir contra mi mejilla.
—Vi, tienes exámenes parciales. ¿Por qué dejaste Baylor?
—¿Crees que no lo haría? Te amo, Miller. Y colapsaste después del
espectáculo. Evelyn dice que debes dejar la gira.
Se puso rígido y me soltó suavemente.
—Ya veo. Te llamó y te asustó, así que dejaste todo para estar aquí. Ella no
debió haber hecho eso.
—Tu salud es más importante que mi escuela o tu concierto.
—Mi salud no va a cambiar, Vi. Siempre ha sido así de difícil y seguirá siendo
así. Salir de la gira no cambiará eso, pero decepcionará a un montón de gente que ha
pagado para escucharme. Las personas que me alojaron en hoteles lujosos como este
y me permitieron cuidar a mi mamá. Y a ti.
—Tienes que ir más despacio, amor. Antes de que suceda algo.
—No puedo —dijo, dejando caer la cabeza para que estuviéramos frente a
frente—. Hay demasiado en juego.
—Demasiada presión sobre ti —le corregí. Tomé su mejilla, sintiendo la barba
incipiente bajo mi mano, mis ojos buscando los suyos—. ¿Todavía crees que no te has
ganado esto?
—Leíste ese artículo de la revista. Sabía que había dicho demasiado.
—Me asustó, Miller. Todas esas habladurías de tu confusión y eso de quedarte
dormido en las entrevistas. —Mi mano en su rostro se movió hacia arriba para tocar
una cicatriz en su frente que no estuvo allí antes—. Nunca me dijiste.
—No quería asustarte, Vi. Dios sabe que he hecho suficiente de eso durante
toda nuestra vida. Me imagino que, si puedo seguir adelante y terminar esta gira, se
acabará. Habré ganado suficiente dinero para cuidar de ti. Podría pagar tu matrícula
en cualquier lugar que quisieras. En Santa Cruz. Pensé que cuando estuviera
terminado, podríamos irnos a casa.
—A casa —murmuré y luego sus brazos se tensaron a mi alrededor,
manteniéndome unida cuando sentí que me estaba cayendo a pedazos.
—Te amo, Violet. Estoy tan completamente enamorado de ti que estar lejos de
ti me está volviendo loco.
Las lágrimas nublaron mi visión cuando mi corazón se acercó a él, la polaridad
magnética de nosotros realineándose.
—Lo sé. Yo también lo odio. Cada día es imposible. Pero estoy aquí ahora. No
más despedidas.
Sus ojos se posaron en los míos, esperanza y alivio brillando en ellos. Luego su
expresión se endureció, y esta vez con un deseo que me atravesó. Un calor posesivo
que inundó sus ojos.
Se puso de pie, se elevó sobre mí. Sentí que el aire entre nosotros se tensaba,
tirando. Sus manos tomaron mi rostro, su pulgar rozó mi labio inferior. Mi pulso era
un tambor en mi pecho, contando los segundos hasta que él fuera mío de nuevo. Pero
se tomó su tiempo, empapándome, saboreando este momento en el que solo lo quería
a él. Habíamos estado separados el tiempo suficiente.
—Miller…
Y luego su boca descendió, capturando la mía en un ardiente y profundo beso.
Mis ojos se cerraron mientras me saturaba con todo lo que era él. El olor a ropa cara
y colonia me invadió, pero debajo, él todavía estaba allí. Su piel. Su sabor. Tan familiar
y seguro.
Como volver a casa.
Sus besos borraron la distancia entre nosotros. Sus dientes mordisqueaban, su
barba incipiente rozando mi barbilla, su lengua deslizándose y enredándose con la
mía, un reencuentro. Una reunión de cuerpos y almas, manos tirando de la ropa en un
intercambio de jadeos y gemidos. Nos besamos hasta que nos conocimos de nuevo,
nos acomodamos en los espacios del otro después de la larga ausencia. Nos besamos
hasta que volvimos a estar en el lugar al que pertenecíamos.
Me levantó y me llevó al dormitorio, las cortinas de la ventana corridas.
—Necesito una ducha —susurré contra sus labios.
Necesitaba más tiempo para volver a aclimatarnos. Estar con él sin nada entre
nosotros. Desnudos juntos bajo una luz brillante, la distancia entre nosotros
desapareciendo.
Asintió en comprensión y me ayudó a ponerme de pie. Nos besamos mientras
nos quitábamos la ropa, pieza por pieza. En el cavernoso baño, abrió la ducha y me
atrajo bajo el rocío. Vi las gotas de agua posarse sobre su piel y deslizarse en
riachuelos sobre las líneas de corte de su cuerpo. Mis ojos lo absorbieron mientras
mis manos se deslizaban arriba y abajo por la perfección suave y musculosa de su
espalda.
—Tan hermoso —murmuré—. Magnífico.
—Dios, Vi… Nunca más. No te dejaré ir, nunca más.
Envolvió sus brazos a mi alrededor, atrayéndome hacia él. Planté besos con la
boca abierta en su pecho, sobre su corazón, saboreando el agua y la sal de su piel.
Mis labios exploradores encontraron uno de sus pequeños pezones y lo chupé entre
mis dientes.
Miller siseó, y sus manos que habían sido vacilantes y suaves sobre mí, ahora
vagaron y agarraron, llenándose. Se volvió a familiarizar con mis pechos, la curva de
mi cadera, mi estómago. En todas partes que tocaba dejaba lamidas de fuego
mientras su dureza buscaba entrar en mi calor suave y húmedo.
—Vi… —dijo entre dientes.
—Aún no.
Le di un beso largo y lento y luego le di la vuelta para contemplar la belleza de
su espalda, las líneas de su cuello, los músculos que se movían bajo su suave piel,
afinándose hasta su cintura. Lo besé entre los omóplatos, lo probé con la lengua y
luego tomé el jabón.
Enjaboné las amplias llanuras de su espalda y luego me moví hacia su
abdomen, bordeando una bomba de insulina que había reemplazado su implante
MCG, otro cambio en su vida del que no había sido consciente.
Mi exploración de su cuerpo se volvió más decidida; nunca quería no
conocerlo.
Deslicé mi mano hasta su erección dura como una roca, agarrando su
circunferencia y acariciándolo. La anticipación encendió mis terminaciones
nerviosas, volviendo a aprender lo que le gustaba. Cómo tocarlo para sacar ese
gruñido sexy y masculino de su pecho. Solo había sido mío un puñado de veces, y
ahora lo estaba recuperando, centímetro a centímetro.
Miller agarró mi muñeca que lo sostenía y me miró por encima del hombro.
—Voy a correrme si sigues haciendo eso.
Lo dejé ir, y se volvió hacia mí, su cabello caía sobre sus ojos que eran azules,
oscuros y entrecerrados. Mis extremidades se debilitaron por el puro deseo que vi
allí, pero le di la espalda, antes de rendirme a él por completo. Quería sus manos
sobre mí, quitando la arena del tiempo y la distancia, borrando nuestra separación
con cada toque.
Levanté la larga y húmeda masa de mi cabello de mi cuello y lo sostuve,
ofreciéndole mi espalda desnuda y mis pechos, expuestos e indefensos al frente. Las
manos de Miller los encontraron primero, amasándolos, volviéndolos resbaladizos
con jabón, mientras su boca se aferraba a la pendiente de mi cuello. Jadeé,
arqueándome ante su toque mientras presionaba mi trasero contra su erección.
Sus manos se deslizaron por la curva de mi columna, hasta la carne redondeada
de mi trasero, luego volvieron a subir por mi espalda. Sentí la moderación en cada
uno de sus movimientos hasta que se le acabó la paciencia y mi necesidad me
consumió hasta el punto del delirio. Rápidamente, lavamos el jabón y luego Miller me
levantó de nuevo y me llevó a la cama. Mi piel se estremeció con el aire fresco, pero
su cuerpo me cubrió con su perfecta pesadez y calor. Me besó hasta que ambos
quedamos sin aliento y luego apoyó su frente en la mía.
—No puedo dejar de mirarte. —Suspiró.
—Yo tampoco puedo.
—Dime que no ha habido nadie más.
—Por supuesto que no. Nadie más que tú. Jamás —dije y tragué—. ¿Tú…?
—Nadie —respondió, su voz ronca pero sus ojos suaves y cálidos—. Eres mi
primera y mi última.
Sus palabras y la intensidad detrás de sus ojos me fulminaron, borrando
cualquier vacilación o duda persistente. El aire frío entró en picado mientras se
retiraba para ponerse un condón de su billetera. Luego regresó, con gotas de agua
de la ducha salpicando sus hombros. Se apoyó en sus antebrazos, acomodándose
completamente contra mí, sus manos en mi cabello. Nuestras miradas se encontraron
en la penumbra de las ventanas sombreadas de la habitación, sin parpadear. Lo guie
hasta mi entrada y deslicé su punta sobre mi calor húmedo. Su cuerpo se enroscó y
se tensó, usando todo lo que tenía para reprimirse, mientras me besaba. Suavemente.
Y luego se deslizó profundamente dentro de mí con un movimiento suave.
Cada parte de mí se tensó ante la repentina y pesada plenitud, luego se relajó
inmediatamente debajo de él, dejándolo entrar por completo, tan profundo como
pudo. Se hundió en mí y se quedó quieto un momento, con la cabeza gacha.
—Jesús, Vi. Tan bien. Te sientes muy bien.
Acaricié su cuello, besando su oreja, su mandíbula y luego su boca mientras
levantaba la cabeza y comenzaba a moverse dentro de mí. Unas cuantas estocadas
lentas, profundas y penetrantes pronto dieron paso a un ritmo rápido y duro porque
había pasado demasiado tiempo. Nuestros cuerpos habían sido privados y ahora
buscábamos compensarlo.
Su toque en la ducha ya me había preparado. Nuestra separación hizo que
todas mis terminaciones nerviosas clamaran por este momento. La perfecta y pesada
presión de él golpeó ese punto dentro de mí una y otra vez, llevándome rápidamente
al borde.
—Miller…
—Córrete, Vi —dijo, su cuello rígido por la tensión, su cuerpo gloriosamente
masculino y duro sobre mis pechos balanceándose mientras conducía hacia mí.
Extendió la mano hacia atrás y levantó una de mis piernas sobre la curva de su codo,
abriéndome más.
Jadeé ante el sutil cambio de ángulo que me llevó al borde. Agarré a Miller por
los hombros, mis uñas arañando para sostenerme, mientras su cuerpo golpeaba
contra mí, empujando el orgasmo más y más alto hasta que un grito final salió de mí y
caí hacia atrás, como si cayera desde una gran altura, incoherente ante el placer que
me recorrió en oleadas.
Dejé que mis piernas se abrieran, extendí los brazos hacia la cabecera y dejé
que me tomara. Miller se levantó para apoyarse en sus manos y empujó con
abandono, penetrando en mí una y otra vez hasta que, por fin, su orgasmo se apoderó
de él, tensándose su cuerpo y luego soltándose en el mío.
Se estremeció y un gruñido escapó de sus dientes cerrados, un sonido tan
puramente masculino que me hizo quererlo de nuevo. Pero teníamos tiempo. Ahora,
por fin, teníamos tiempo. Sin fines de semana furtivos. Sin horas robadas.
Miller se derrumbó encima de mí, se envolvió a mi alrededor y nos quedamos
enredados de esa manera, empapados de sudor y saciados, nuestros corazones
ralentizando sus latidos atronadores hasta que finalmente nos dormimos.
E
sa noche fue mía y de ella.
Le dije a mi equipo que nos dejara en paz y ordené servicio a la
habitación. Tomé mis medicamentos, comimos, reímos y hablamos, y
mantuve a Violet en mi cama toda la noche. Desnuda y perfecta, su
cabello negro extendido sobre la almohada blanca, su cuerpo suave y pálido a la luz
brillante del Strip fuera de la ventana. Mis manos rozaron sus curvas, moldeándola,
creándola debajo de mí, después de meses de tener solo una fantasía. Borrando las
noches solitarias que pasaba con mi mano envuelta alrededor de mi polla,
arrastrándome hacia algo parecido al alivio.
Ahora ella estaba aquí, su piel cálida y sedosa, sus brazos extendiéndose hacia
mí y jalándome hacia su suave calor, una y otra vez.
Finalmente, saciados en la última hora antes del amanecer, yacíamos envueltos
el uno en el otro, su cabeza en mi hombro, mis dedos entrelazados perezosamente en
su cabello.
—Por mucho que deteste mencionarlo —dije—, ¿qué vas a hacer con tu
escuela?
—Te dije que no más despedidas, ¿recuerdas? Si no me presento a mis
exámenes parciales, mi matrícula estará en peligro, pero…
—Yo pagaré tu matrícula.
Suspiró, sus pechos desnudos presionando contra mi pecho con un suave
ascenso y caída.
—No lo sé, Miller. He estado luchando, pero le estaba diciendo a Shiloh que no
creo que eso sea lo que me está lastimando. Me está haciendo más fuerte. Más
concentrada. Puedo manejar el trabajo duro. Pero no estaba preparada para lo difícil
que es estar separada de ti.
—Yo tampoco. ¿Es pedir demasiado que vengas conmigo en la gira?
—Sí —dijo con firmeza—. Porque no debería haber más gira, ¿verdad? ¿Qué
dice el doctor Brighton?
—Que necesito descansar más. Quizás tenga razón. No quiero arrastrarte por
el país, Violet, y no quiero renunciar a ti otra vez. Pero la ejecutiva de Manos Que
Ayudan estará en el concierto de Seattle mañana y traerá un montón de niños. No
puedo defraudarlos. Demonios, ya los estoy decepcionando. Si cancelo las fechas de
la gira, eso son menos ingresos para ellos y para el sello.
—Habrá otras giras, Miller. Nadie te culpará si necesitas cuidarte.
—Voy a hacer este espectáculo. Por ellos. Un espectáculo y luego podemos
planificar nuestro próximo paso.
Violet se quedó callada por un momento, luego levantó la barbilla para
mirarme.
—¿Disfrutas algo de esto? Rolling Stone hizo que pareciera que no.
—Me encanta estar en el escenario. Estar con los fanáticos. Pero el resto es
surrealista.
—¿Cómo?
—Dondequiera que voy, la gente me dice lo genial que soy, incluso si no me
conocen. Incluso cuando estoy siendo un completo imbécil. No he tenido una
conversación real con nadie en seis meses. Solo tengo que decir: “tengo sed” para
hacer que diez personas diferentes luchen por traerme una bebida. Sé que es el
colmo de la idiotez quejarse de una mierda como esa, pero creo que sería muy fácil
dejar que todo se me suba a la cabeza. Dar a la caridad me hace sentir que estoy
honrando la lucha de mi madre y no olvidar de dónde vengo.
Violet sonrió y besó mi pecho sobre mi corazón.
—Me encanta que hayas dicho eso. —Bajó la mirada, su voz se suavizó—. ¿Qué
hay de tu papá?
Mi estómago se hizo un nudo, borrando la perezosa pesadez. Me senté y tomé
un vaso de agua de la mesita de noche.
—¿Qué hay de él? Sé por qué llama después de siete años, y no es para
felicitarme. Quiere una ganancia.
Violet se movió para sentarse a mi lado y se tapó el pecho con la sábana.
—Quizás. Pero quizás no. En lugar de preguntarte qué quiere él, pregúntate a
ti mismo qué quieres. ¿Quieres hablar con él?
—¿Por qué querría hablar con él? Arruinó nuestras vidas. Tuvimos que vivir en
un maldito auto. Mamá tuvo que hacer… cosas horribles para ayudarnos a sobrevivir.
No se merece que conteste el teléfono.
Apoyó su mejilla contra mí.
—No se trata de lo que se merece, Miller. Se trata de lo que te mereces. Si
hablas con él, tal vez te traiga algo de paz.
—O podría empeorar todo.
La mano de Violet se deslizó en la mía y besó mi hombro.
—Solo tú sabes lo que te conviene.
—Lo pensaré —dije—. De todos modos, es posible que no vuelva a intentarlo.
Le dije a todo el equipo que no atendería sus llamadas. Quizás perdí mi oportunidad.
—Apreté los dientes contra el dolor de mi corazón ante ese pensamiento.
—Creo que todo sucede por una razón, pero no siempre podemos verlo en ese
momento.
Le di una mirada.
—¿Incluso nosotros? Nos ha llevado años llegar aquí. Excepto que ahora no te
dejaré ir.
—No voy a ninguna parte. —Se acurrucó contra mí—. Si antes pensabas que
era un fastidio con tus números…
Me reí y besé la parte superior de su cabeza.
—Extraño tus regaños. El doctor me irrita muchísimo, pero siempre me hizo
sentir bien que me estuvieras cuidando.
—Quizás eso también estaba destinado a ser —dijo—. He estado pensando
cada vez más en mi camino como doctora. Ser cirujana fue una idea en la que me
quedé estancada, como estar enamorada de River Whitmore. Siempre estuvo ahí,
pero nunca lo examiné. Pero ahora lo he hecho y no creo que ser cirujana sea
adecuado para mí.
—Ese ha sido tu sueño desde antes de conocerte.
Tomó mi mano, trazó las líneas en mi palma con su dedo.
—Puede sonar extraño, pero cada vez siento más que la clave para saber qué
es lo correcto es salirme de mi propio camino. Así fue contigo. Tuve que dejar de
llamar lo que sentía por ti de otra manera que no fuera lo que era. Verdadero.
Inevitable. Tal vez sea lo mismo con mi carrera. —Me miró, su sonrisa brillante en la
suave luz—. Tal vez estuvo justo frente a mí, mirándome a la cara todo el tiempo.
Mis ojos se agrandaron.
—¿Qué estás diciendo?
—No quiero parecer demasiado extraña o loca, pero tal vez ser una
endocrinóloga es parte de cómo encajamos.
Fruncí el ceño.
—¿Soy el chico del que tendrás que cuidar?
—Nos cuidamos mutuamente.
—¿Cómo? ¿Qué te doy a cambio?
—Cuidas mi corazón —dijo en voz baja, luego sonrió—. Serás mi músico de
guardia que me escribe canciones de amor cuando las necesito. Hablando de eso,
dado que este es tu último concierto por un tiempo, ¿crees que podrías conseguirme
una entrada?
—Demonios, puedo ponerte en el escenario.
—No, no, no. Quiero ser como todos los demás, mirándote en tu hábitat natural
mientras el mundo entero grita por ti. —Sacudió la cabeza con fingida molestia—.
Quiero decir… ¿con quién tienes que acostarte por aquí para conseguir una entrada
para un espectáculo de Miller Stratton?
Me reí y la arrastré encima de mí.
—Lo estás mirando, bebé.

La mañana se convirtió en el mediodía y nos levantamos de la cama. Violet


estaba en la habitación contigua vistiéndose para nuestro vuelo a Seattle mientras yo
merodeaba cerca de la mesa con el desayuno que trajeron los de servicio a la
habitación.
El doctor Brighton llegó para controlar mis signos vitales y los niveles de azúcar
en sangre.
—Se ve bien ahora —dijo—, pero es el posconcierto lo que me preocupa,
Miller. Esperaba que ponerte en la bomba de insulina te hubiera ayudado a
estabilizarte, pero ese no ha sido el caso. Sospecho que tu diabetes es de las más
raras. Lábil, la llamamos, o frágil. Es decir, no responde al tratamiento con la misma
eficacia y conlleva mayores riesgos.
—Lo que significa que estoy jodido si salgo de gira y estoy jodido si no lo hago
—dije, la amargura me inundó—. No quiero ser imprudente, doc, pero los números
varían tanto si estoy en el escenario como si no. Es lo de siempre.
—Ese es un sello distintivo de la labilidad, pero el estrés puede elevar los
niveles de azúcar en la sangre, y para mí está claro que has estado bajo una tremenda
presión con esta gira.
—Es cierto, pero ahora me siento bien. Mejor de lo que me he sentido en
mucho tiempo. ¿Qué hay de esta noche?
—¿Me estás preguntando si puedes hacer el espectáculo? Sí. ¿Deberías?
Preferiría que no lo hicieras hasta que pueda obtener una evaluación endocrina y
renal completa y controlar tu A1C, preferiblemente en un hospital.
Hice una mueca.
—No puedo. Esta noche es una gran presentación. Hablaremos de eso
después. —Frunció los labios—. Después. Entonces haré lo que quiera.
—Muy bien. Me comunicaré contigo antes del espectáculo, después y a
primera hora de la mañana.
—Gracias, doc.
Empacó sus artefactos y saludó a Evelyn al salir.
—Oye, Ev —dije—. ¿Has comido? ¿Puedo pedirte algo…?
—No, gracias —dijo, alisándose la falda con nerviosismo. Evelyn nunca estaba
nerviosa.
—¿Qué pasa?
—Tina tiene tu horario para hoy y coordinará contigo más tarde para la reunión
con Brenda Rosner, la directora ejecutiva de Manos Que Ayudan. De hecho, Tina
asumirá todas mis funciones a partir de ahora. —Enderezó los hombros—. Estoy aquí
para presentarte mi renuncia.
Parpadeé
—¿Qué? ¿Por qué?
Evelyn miró hacia la puerta cerrada del dormitorio.
—¿Violet está aquí?
—Sí. ¿Es ella la razón por la que te vas?
—No exactamente —dijo Evelyn con rigidez—. Acepté un puesto en una
empresa de relaciones públicas en Hollywood. Algo que debí haber hecho hace
mucho tiempo.
Me puse de pie y le di un abrazo.
—Felicitaciones, Ev. Eso es genial. —Se puso rígida en mis brazos y la dejé ir.
—Me has apoyado mucho, Miller.
—Y tú también. Mantuviste mi mierda de una pieza cuando me hubiera
descarrilado. Demonios, ni siquiera estaría aquí si no fuera por ti. Me quejo mucho,
pero cuando estoy en el escenario y es solo la música, yo y los fans… Tú me ayudaste
a obtener eso.
—No te pongas blando conmigo ahora —dijo y de repente lucía menos segura
de lo que nunca la había visto—. Hay algo que necesito decirte. No… no he sido
honesta contigo.
Me apoyé en el escritorio y me crucé de brazos.
—Bien.
—Esto es más difícil de lo que pensaba. —Resopló y puso sus manos en sus
caderas—. Y sabes, ni siquiera tengo que decírtelo. Recibí otra oferta, y podría
simplemente aceptarla y terminar con esto. Pero no puedo. No puedo dejar mi
mentira colgando en el mundo.
—¿Qué mentira?
—Acerca de por qué necesitaba que me trajeras a Los Ángeles.
Mis brazos cayeron.
—Me dijiste que necesitabas ayuda.
—Porque sabía que eras un buen tipo, que harías todo lo que pudieras. —Se
aclaró la garganta con delicadeza—. Especialmente si pensabas que alguien estaba
en peligro.
—Estabas en peligro. Del mismo tipo que yo.
Evelyn volvió la mirada hacia sus talones.
—Excepto que no era así. Te llevé al aeropuerto y vi los moretones en tu cuello.
Cuando parecía que no me llevarías contigo, yo… improvisé.
Me quedé mirándola, la comprensión comenzaba a deslizarse sobre mí como
dedos fríos.
—Estás jodiendo.
—Dos días antes, me había golpeado el muslo con la estúpida mesa de air
hockey de mi hermano en la sala de recreación y me dejó un moretón bastante
grande. En ese momento, se sintió como una casualidad. El universo sellando mi
boleto fuera de la ciudad. —Sonrió lánguidamente—. Y funcionó.
Me quedé boquiabierto.
—¿Qué estás diciendo? ¿Que viste dónde me ahorcó Chet y dijiste…?
—Que a mí me pasó lo mismo. —Sacó un pañuelo de papel de la bolsa Fendi y
se secó los ojos con cuidado—. Sí. Lo hice.
—Evelyn, eso es… despreciable.
—Sé que lo es. No estoy orgullosa de mí misma, pero hice lo que tenía que
hacer. Santa Cruz es demasiado pequeña y aletargada. Tenía que salir.
—Así que mentiste sobre tu papá…
—Nunca dije que fuera mi papá —dijo con fiereza—. Yo nunca… Él nunca lo
haría.
—Pero lo expresaste de esa manera para que yo lo creyera.
—Y ahora me estoy retractando. Tengo que retirarlo. Lo siento, Miller. —
Enderezó los hombros—. Estuvo mal y lo siento.
—No necesitabas hacer eso. Tu vlog te habría llevado a donde quisieras estar.
—Quizás. Pero yo quería estar contigo.
Me hundí contra el escritorio, pasé una mano por mi cabello mientras dos años
se extendían entre nosotros. Dos años de ella soportando mis tonterías, estados de
ánimo y problemas médicos por algo que nunca sucedería.
—Lo sabía. Lo sabía y no quise verlo. Lo siento, Ev.
—No me compadezcas, Miller. Siempre supe lo que estaba haciendo. Puedes
preguntarle a Violet qué quise decir con eso. —Respiró hondo, luego extendió la
mano y yo la tomé—. Gracias. Por todo.
—Gracias, Ev . Te voy a extrañar.
La sorpresa bailó sobre su expresión y luego recuperó la compostura.
—Por supuesto que lo harás. La mayoría de los días, Tina apenas puede
recordar su propio nombre.
Se apartó rápidamente y fue hacia la puerta. La abrió, se giró, su expresión
desprotegida y suave.
—Dile a Violet que ganó la mejor mujer.
Luego se fue.
Nuestro avión aterrizó en Seattle a última hora de la tarde. Le presenté a Violet
a los chicos de la banda. Fue una rompehielos instantánea, calentándose sobre el
frente frío que les había presentado durante tanto tiempo. Al final de la prueba de
sonido, nos sentimos más cohesionados como banda de lo que nos hubimos sentidos
toda la gira, y me maldije por ser tan idiota. Por contenerme a mí mismo para que no
me importase una mierda nadie.
Me di cuenta de que contenerme me había causado más problemas de los que
jamás había resuelto. Mi padre flotó en la cola de ese pensamiento, pero lo rechacé.
Eso es diferente. Nos destrozó. Se mantuvo alejado de nosotros.
Aun así, aparté a mi nueva asistente a un lado.
—¿Ha llamado mi padre?
El miedo se apoderó instantáneamente del rostro de Tina.
—Pensé que habías dicho que le dijera que nunca estás disponible.
—Sí —dije irritado—. Solo estaba… preguntando.
—¿Cómo es que no tiene tu número de celular?
Me froté la cara con las manos, extrañando ya a Evelyn.
—No importa. Si vuelve a llamar…
—¿Sí?
Sopesé ante el precipicio de dos posibilidades. La manera en que había sido
durante siete años y un futuro desconocido en el que no me contuve.
Tina esperaba.
—Nada.

La ejecutiva de Manos Que Ayudan, Brenda Rosner, llegó antes del show con
media docena de niños pequeños, la mayoría de alrededor de ocho o nueve años.
Llevé a Violet.
—Quiero que veas para qué sirve todo.
Nos reunimos en la sala de descanso con una gran cantidad de fotógrafos y
reporteros. Se tomaron fotografías para sesiones publicitarias, y Violet pasó el rato
con los niños, hablando y riendo con ellos y haciéndolos sentir menos intimidados
por los alrededores.
Brenda me estrechó la mano y me agradeció mi contribución.
—No sé cuántos shows me quedan —le dije—. Mis médicos —le dije con un
gesto de la cabeza en dirección a Violet—, están diciendo que tengo que ir más
despacio.
Brenda sonrió.
—Estamos todos muy agradecidos. No necesitamos pedirle nada más de lo que
ya nos ha dado.
Le creí, pero todavía me dolía tener que dejar a esos niños. Firmé autógrafos y
tomé fotos con ellos. Me agradecieron, sin saber nunca que obtuve más de ellos de lo
que podría darles.
Un niño se mantuvo apartado de los demás. Brenda me dijo que había tenido
una situación particularmente difícil y se mantenía alejado de los demás. Un niño, de
ocho años, había sido trasladado de un refugio a otro antes de que lo alejaran de sus
padres y lo pusieran en un hogar de acogida. Mientras todos participaban en la
distribución de comida y bebida, él se apoyó contra la pared solo. Me moví para estar
con él y también me apoyé contra la pared, uno al lado del otro.
—Tu nombre es Sam, ¿verdad?
Asintió, sus ojos fijos en la conmoción que nos rodeaba.
—Nunca había visto tanta comida en un solo lugar.
Tragué saliva ante el repentino nudo en mi garganta.
—Sí, sé a qué te refieres.
Me miró con una profundidad en sus ojos marrones que no debería haber
estado allí para un niño de ocho años.
—Escuché que no tenías un hogar cuando eras niño.
—Así es. Mi mamá y yo vivimos en nuestro automóvil durante unos seis meses.
—¿Fue duro?
—Demonios, sí, fue duro. Tuve que lavarme el cabello en el baño de una
gasolinera. Eso apesta.
—Pero ahora eres esta estrella de rock de fama mundial.
—Es cierto, pero tuvieron que pasar muchas cosas afortunadas para que yo
llegara aquí —dije—. ¿Qué te gusta hacer, Sam? Si pudieras hacer cualquier cosa en
el mundo, ¿qué sería?
—Quiero ser fotógrafo. Sé que suena tonto…
—No suena tonto. ¿Te gusta tomar fotografías?
—Sí, me gusta. Annie, ella es mi madre adoptiva en este momento, dice que
soy bastante bueno en eso.
—¿Tienes una cámara?
Sacudió la cabeza.
—Annie me deja tomar fotografías con su teléfono a veces. Pero no es lo mismo
que una cámara real.
Miré a uno de los fotógrafos de prensa que tomaba fotos de los niños y le di un
silbido agudo entre los dientes para llamar su atención. Él alzó la mirada y sacudí mi
cabeza para llamarlo.
—A Sam, aquí, le gustaría ser fotógrafo. ¿Te importa si toma algunas fotos con
tu cámara?
El fotógrafo pareció dudar de entregar su costosa cámara profesional a un niño.
—Yo me encargo si pasa algo —dije. No solía usar mi estatus, cualquiera que
fuese esa mierda, para conseguir favores, pero este chico valía la pena. Le di al chico
una mirada de “¿Sabes quién soy?” ante la cual Violet habría puesto los ojos en
blanco, si la hubiera visto.
—No, sí, por supuesto —dijo el fotógrafo—. ¿Sabes cómo trabajar con una de
estas? —preguntó, pasando la correa alrededor del cuello de Sam—. Esta es la
apertura…
—Lo sé —dijo Sam—. Este es el zoom y el enfoque. —Se llevó la cámara al ojo
conmigo en el encuadre. Me apoyé contra la pared, con los brazos cruzados y una
rodilla doblada. Sam tomó mi foto, luego me mostró la imagen.
—Me han tomado una foto miles de veces, Sam —dije—. Demasiadas. Pero esta
es mi favorita.
Me sonrió de orgullo y mi maldito corazón se partió. Sacudí mi barbilla.
—Ve. Toma tantas fotos como quieras. —Me volví hacia el fotógrafo y le mostré
esa sonrisa de soy famoso—. No te importa, ¿verdad?
—Eh, no. Para nada.
—¡Gracias! —dijo Sam y se alejó, fotografiando todo en la habitación,
incluyendo primeros planos de la comida en esa maldita mesa de buffet. El periodista
lo siguió a él y a su cámara de mil dólares.
Llamé a Brenda.
—¿Me puede hacer un favor? Hágame saber qué necesitan estos niños. Todo
lo que quieran, solo dígamelo.
Ella sonrió.
—Lo haré. Gracias.
—Sam necesita una cámara. Envíame la factura, ¿de acuerdo?
Brenda parecía a punto de soltar más gracias, pero leyó mi expresión.
—Muy bien, señor Stratton.
—¿Todo bien? —preguntó Violet, uniéndose a mí mientras yo parpadeaba con
fuerza, viendo a Sam tomar sus fotos y sonreír y reír como se supone que debía hacer
un niño pequeño.
—Todo es perfecto.
L
legó la hora del espectáculo. Esa noche, el aire se sintió eléctrico. La
multitud estaba llegando a la Arena Key en el Centro de Seattle, y Violet
escuchó el trueno arriba y alrededor de nosotros desde la sala de
descanso, sus ojos brillando.
—Están todos aquí para verte —dijo.
Un asistente asomó la cabeza.
—Oye, Miller. Es hora de empezar.
—Sabes lo loca que se pone la gente en la primera fila —dije mientras nos
dirigíamos hacia la puerta—. ¿Estás segura de que puedes manejarlo?
Rodeó con sus brazos mi cuello.
—Me voy a ahogar y me encantará cada minuto, viendo a mi estrella de rock.
Puse los ojos en blanco.
—Odio esa palabra.
—Pero lo usas tan bien. —Me besó suavemente y luego sonrió—. No te
distraerá, ¿verdad? ¿El saber que estoy ahí fuera?
La arrastré hacia mí. Llevaba una camiseta blanca ajustada y una falda negra
corta. Mi mirada la recorrió, asimilando cada detalle.
—En cada show que he hecho, estás ahí fuera. —Le rocé el labio con el pulgar—
. Te lo dije, Vi. Es todo para ti.
Vi su delicado cuello moverse mientras tragaba.
—Yo también te amo, Miller. —Cerró los ojos y me besó, luego se apresuró a
salir donde otro asistente la esperaba para llevarla a la primera fila.
Me uní a la banda y subimos juntos al escenario mientras se apagaban las luces.
Un rugido atronador de la multitud se elevó. Nos acurrucamos en la oscuridad
alrededor de la batería de Chad.
—Han sido realmente jodidamente geniales, en todos los shows —dije—. No
digo eso lo suficiente.
—O nunca —dijo Antonio con una sonrisa—. Solo hemos estado de gira contigo
durante unos seis meses.
—Sí, sí, sí. Saqué mi cabeza de mi trasero. Mejor tarde que nunca.
—Está todo bien, hombre —dijo Robert, el otro guitarrista—. Hay que darles
un gran espectáculo.
Y lo hicimos. Maldita sea, nunca me había sentido tan vivo en el escenario en
mi vida. La música fluyó a través de mí, amplificada por los chicos de la banda. Y
Violet estaba allí en la primera fila, balanceándose en un mar de rostros, tan
malditamente hermosa.
Vertí mi corazón en ese escenario, en el micrófono, dejándolo todo ahí, sin
dejar nada atrás. Y cuando llegó el momento de cantar “Wait for Me”, solo estuve yo
en el taburete, mi guitarra acústica y Violet.
Todo lo que no le había dicho en los últimos dos años se me escapó. El anhelo,
la soledad, el amor. Dios, el infinito pozo de amor que tenía por esa mujer, como si
hubiera nacido con él ya dentro de mí, en mi médula y en mis células. Ella estaba en
cada parte de mí, cada parte completa y buena, y lo que se rompió en mí, ella se había
dedicado a curarme.
Cuando se disipó la última nota de la última canción, los aplausos y los vítores
me recorrieron. Absorbí cada pedacito de esa energía hasta que me sentí invencible.
Potente y empapado de sudor. Salí del escenario después de actuar para quince mil
fanáticos que gritaban y, por primera vez, dejé que mi ego aprovechara el momento.
Mi sangre corría caliente por mis venas con la imperiosa necesidad de tener a Violet.
Ya me estaba esperando en la sala de descanso, y en una mirada, sentí la misma
necesidad suya. Un grupo de otras personas estaban merodeando, felicitándome tan
pronto como entré por la puerta. Los ignoré, acercándome a Violet con un propósito
resuelto.
—¿Puedo hablar contigo? —le dije en voz baja, prácticamente un gruñido.
Sus labios se separaron con un pequeño jadeo entrecortado.
—Sí —susurró—. Sí.
Le tomé la mano y la saqué, aunque quería arrojarla sobre mi hombro como un
maldito cavernícola. Detrás de la sala de descanso, el lugar tenía una suite ejecutiva
reservada para mí. Cerré la puerta detrás de nosotros, levanté a Violet sin decir una
palabra y la deposité en el largo mostrador que corría a lo largo de una pared.
Su falda y camiseta se pegaban a sus curvas, sin ocultar nada. Me moví entre
sus piernas, besándola ferozmente, mordiéndola, mis manos en su cabello, mientras
sus manos rasgaban los botones de mi vaquero, su necesidad era tan terrible como la
mía.
—Una cosa fue verte aperturar para Ed, pero tú… —Respiró entre besos,
quitándome la camiseta—. Toda esa gente ahí para ti. Ahora sé por qué las estrellas
de rock tienen tanto sexo como quieren. Por qué las mujeres tiran sus bragas…
muestran sus senos. Ahora lo entiendo. —Sus manos estaban por todas partes sobre
mi piel caliente—. Eso fue lo más sexy que he visto en mi vida.
No tuve palabras más que besarla con fuerza, chupando sus deliciosos labios
que estaban rojos y dulces. Algo primordial en mí se estaba despertando. Necesitaba
tenerla. Poseerla. Durante años, le había estado cantando desde que éramos niños,
acariciándola con cada respiro que tomaba. Cuando finalmente la tuve, nos
desmoronamos en pedazos, eso me dejó deseándola a través de tantos kilómetros y
continentes. Mi corazón había suspirado, dolido y amado. Y ahora ella estaba aquí
para siempre, y mi corazón y mi alma podían relajarse mientras mi cuerpo tomaba el
control. Quería follarla duro y crudo. No más poesía. No más música excepto por los
golpes de los muebles, sus gritos de placer cantando, el golpe de carne contra carne
y mis propios gruñidos salvajes mientras la tomaba.
Mis manos se deslizaron por sus muslos y volvieron a bajar con su braga de
seda, ya húmeda. Saqué un condón del bolsillo de mi vaquero antes de que pudiera
caerse hasta los tobillos, lo puse allí para este momento exacto.
Sostuve su cara en una mano, la otra deslizándose debajo de su trasero,
arrastrándola hasta el borde de la barra. Abrió más las piernas para dejarme entrar y
gritó cuando empujé dentro con fuerza.
—Sí —siseó, sus manos cayendo a mis caderas para acercarme a ella. Más
adentro.
Me incliné sobre ella, sosteniendo su cadera con una mano, la otra plantada en
el frío mármol. Los gritos de éxtasis de Vi sonaron, sumándose al delirio de esta
posesión pura y sin sentido.
—Miller, voy a… —Su cuerpo entero se tensó contra el mío, interrumpiendo
sus palabras, sus brazos envolviéndome, sus piernas cerradas a la altura de los
tobillos, abrazándome fuerte contra ella. Su núcleo se apretó a mi alrededor mientras
su orgasmo aumentaba.
Lo sentí acumularse en ella, y yo también quería eso. Codicioso por todo su
cuerpo después de haber pasado tanto tiempo sin ella. Reduje la velocidad de las
empujadas de mis caderas, me retiré casi por completo, y luego empujé hacia
adentro, persuadiendo y llevando su orgasmo a la cima. Se aferró a mí, brazos,
piernas y dientes mordiendo la pendiente de mi cuello, gritando su placer en mi piel
cuando la ola la sacudió.
Mi propia liberación se estrelló contra mí. Me rendí, guiándome dentro de ella
con un último y furioso frenesí, hasta que el nudo de calor y electricidad en la base
de mi columna estalló dentro de ella. Apreté los dientes, mis dedos se hundieron en
sus caderas lo suficientemente fuerte como para dejar moretones, pero no quería
soltarla.
Ella está aquí. Es mía.
—Sí. —Suspiró, sus manos en mi cabello—. Sí, vente dentro de mí.
Mi cuerpo obedeció. Entré en un último y estremecedor empujón, vaciándome
en ella antes de hundirme contra su cuerpo.
Por unos momentos, los únicos sonidos fueron la respiración entrecortada y los
sonidos apagados de la fiesta en la sala de descanso. Lentamente, Violet me soltó, sus
brazos y sus piernas cayeron sueltos y pesados.
—Jesucristo, Miller… —dijo Violet con una risa cansada, los dos bañados en
sudor y respirando con dificultad—. Acabo de vivir la fantasía de cada mujer en esa
arena. —Su voz se suavizó—. Excepto que yo sí puedo tenerte por completo.
Solté una risa cansada en el hueco de su cuello.
—Incluso la parte posesiva que enorgullecería a nuestros antepasados
cavernícolas.
—Me gusta —dijo, empujándome hacia atrás lo suficiente para besarme y
deslizar su dedo por mi mandíbula—. No, la amo. Me encanta cómo me haces el amor
y cómo me follas y cómo me sigo sintiendo segura contigo sin importar cuál. Siento
cuánto me amas, incluso cuando te conviertes en una bestia. —Sus dedos fueron a los
pequeños moretones que se formaban en su muslo.
—No quiero lastimarte nunca… —dije alarmado.
—Quiero estos. Quiero sentirme marcada por ti. Dentro y fuera. Porque no hay
nadie más, Miller. Nunca lo hubo y nunca lo habrá.
Sus palabras se hundieron profundamente en mi pecho y, esta vez, se
quedaron. Confiaba en esas palabras. Y en ella.
—He querido esto durante tanto tiempo, Vi. Años.
—Yo también. Nos tomó mucho tiempo llegar aquí.
Mi pulgar trazó sus labios hinchados por mis besos.
—Estamos aquí ahora.
N
os recuperamos y nos unimos al resto de la banda, algunos fans VIP y la
prensa en la sala de descanso. Estaba segura de que todos sabrían lo
que habíamos hecho, pero la sala estaba llena de adrenalina y
celebración después del espectáculo. Miller se quedó el tiempo suficiente para tomar
algunas fotos, luego regresamos a nuestra habitación de hotel.
El doctor Brighton realizó un chequeo y revisaron sus dosis de insulina,
recargando la bomba colocada en su abdomen para compensar el esfuerzo del
concierto y la comida que había comido después del espectáculo. El médico nos miró
con severidad.
—Tendremos que tomar en cuenta cualquier otro “esfuerzo” en el que pueda
sentirse inclinado a participar esta noche.
Miller sacudió la cabeza.
—Estoy exhausto. Y, además, Violet sabe que me voy a esperar hasta el
matrimonio.
Solté una carcajada y Brighton sonrió.
—Volveré a primera hora de la mañana.
Miller y yo nos duchamos, por separado, para evitar esfuerzos tentadores, y
luego nos vestimos con ropa de dormir, él con un pantalón de franela y una camiseta
con cuello en V mientras yo usaba una de sus camisetas y mi pantalón corto. Nos
metimos en la cama y nos enredamos. Miller se hundió pesadamente en su almohada.
—¿Estás bien? —pregunté.
—El concierto me agotó por completo. En realidad, el concierto no fue lo único
que me agotó.
—Uf, qué terrible. —Me reí, acurrucándome contra él. Me acerqué y tomé su
brazo para leer su reloj.
—¿Cómo me veo, doc?
—Te ves perfecto —le dije—. Estuviste increíble esta noche. Fue como si todo
lo que amo de ti que guardas dentro saliera a la luz. Por eso vienen a verte, Miller. Tú
brillas.
Jugó con un mechón de mi cabello y luego dejó caer su mano pesadamente.
—He terminado con la gira. Voy a cancelar el resto de las fechas.
Levanté la cabeza de su pecho.
—¿Lo harás? ¿Y luego qué?
—Estaré contigo.
Rápidas lágrimas brotaron de mis ojos ante la simple declaración.
Tocó mi mejilla, sonriendo con cansancio.
—Tenías razón, Vi. Ya terminamos eso de despedirnos. Pero no puedes tirar
por la borda la universidad y todo por lo que has trabajado. Conseguiremos un lugar
en Waco, y cuando termines el año, puedes transferirte a USCC. Si es lo que quieres.
—Sí, pero mi beca es con Baylor.
—Tu casa está en Santa Cruz. Si no me dejas encargarme de tu matrícula, me
volveré jodidamente loco. Conseguiremos un lugar junto al océano. Tal vez escriba
un nuevo álbum, un álbum más pequeño, mientras tú estudias y eres brillante. —Me
sonrió, sus ojos pesados—. Nos cuidaremos el uno al otro. ¿De acuerdo?
Asentí y lo besé suavemente.
—De acuerdo. Te amo. Mucho.
—Te amo, Vi… —dijo, y eso fue lo último que me dijo antes de dormir.
Caí dormida más lentamente, flotando en las corrientes de una nueva vida que
estaba en el horizonte.

Una alarma me sacó de la cálida y somnolienta comodidad, y me senté,


parpadeando, el nombre de Miller salió de mis labios automáticamente. Seguía
durmiendo, aunque su alarma sonaba frenéticamente.
—¿Miller? Despierta. —Encendí la luz de la mesita de noche. Un grito atrapado
en mi garganta. Temblaba como si una corriente eléctrica lo atravesara, respirando
entrecortadamente con jadeos. Su rostro estaba tan pálido como la almohada.
—Oh, Dios mío… —Mi mirada se dirigió a los números de su reloj. Cuarenta y
cinco. Luego cuarenta y cuatro…—. Oh, Dios mío.
Instantáneamente, mi boca se secó y mi sangre se agitó en mis oídos. Las
palabras evento catastrófico de hipoglucemia pasaron por mi mente, evocadas por mis
años de investigación sobre la diabetes cuando era niña. Investigación que había
hecho por él. Para que esto no sucediera.
Me invadió una sensación de calma sobrenatural. El terror se convirtió en una
bola de piedra, y la empujé hasta el fondo de mi estómago para poder hacer lo que
tenía que hacer. Quité las mantas y corrí hacia la mini nevera donde estaba
almacenada su medicina. Insulina para reducir su nivel de azúcar en sangre si los
números eran altos y jeringas de emergencia de glucagón si los números eran bajos.
—¡Miller! Miller, estoy aquí —dije con la voz entrecortada por el miedo. Rompí
el empaque de plástico de una pluma de inyección de glucagón—. Quédate conmigo,
Miller. Quédate aquí.
Me subí a la cama y le subí la manga corta de la camiseta. Pellizqué la piel con
dedos temblorosos e inyecté la aguja, presionándola hasta que el vial estuvo vacío.
—Despierta, Miller. —Tiré la jeringa y alcancé mi teléfono en la mesita de
noche—. Vamos, amor, despierta.
Marqué el 911 y puse mis dedos en el cuello de Miller mientras esperaba una
respuesta. Su pulso latía tan rápido que apenas podía distinguir un latido de otro.
—911, ¿cuál es su emergencia?
Con calma, pero rápidamente, le expliqué la situación, viendo cómo
aumentaban los números de Miller pero no lo suficientemente rápido.
—No se despierta. Por favor, apúrense. No se despierta.
Una eternidad se abarrotó en los siguientes quince minutos, el tiempo que
tardaron los técnicos de emergencias médicas en atravesar la puerta. Me aparté de
su camino, la bola de terror en mi estómago quería subir a mi garganta.
Se produjo el caos cuando el equipo de seguridad de Miller entró en la sala
con Brighton y un puñado de asistentes y gerentes de gira. Me puse un vaquero,
zapatos y una sudadera mientras los técnicos de emergencias médicas subían a Miller
a una camilla. Las caras nadaron frente a mí, pero empujé a todos para quedarme con
Miller. Todavía no se había despertado.
Los paramédicos hicieron preguntas sobre su historial médico mientras
Brighton y yo corríamos junto a la camilla a través del hotel. Los huéspedes se
asomaban al exterior, boquiabiertos ante la conmoción. Le conté a los técnicos de
emergencias médicas sobre su pasado y Brighton explicó sus problemas más
actuales. Los números de Miller siempre habían sido difíciles de manejar, pero mi
corazón se partió al escuchar cómo había estado luchando recientemente.
Exigí ir con él al hospital, temiendo perderlo de vista, incluso por un momento.
Miedo de que, si apartaba la mirada, desaparecería. En el caos de la ambulancia, con
los paramédicos hablando por encima del pitido de las máquinas, me senté junto a
Miller, sostuve su mano flácida en la mía y me incliné más cerca. Mi rostro estaba en
llamas, todavía demasiado asustada como para llorar. No había una gota de agua en
mi cuerpo.
—Quédate conmigo. Lo digo en serio. Quédate aquí —le dije, por encima de
la sangre que me golpeaba en los oídos—. Quédate conmigo, cariño, por favor.
Bajo una máscara de oxígeno, Miller permaneció pálido, con los ojos cerrados,
la boca entreabierta y floja.
En el hospital, se lo llevaron rápidamente, fuera de mi vista y lo llevaron a la
Unidad de Cuidados Intensivos. Alguien me llevó a la sala de espera, justo afuera de
las puertas corredizas. Alguien más me dio un vaso de agua.
Llegó el doctor Brighton. Tocó mi hombro en un gesto paternal.
—Lo hiciste bien —dijo, luego empujó las puertas de la UCI. Porque él era
médico y yo no.
Los asistentes y representantes llegaron para abarrotar la sala. Reconocí a una
mujer joven, Tina, como su nueva asistente, con un teléfono pegado a la oreja.
—Su mamá —dije con voz hueca—. Que alguien llame a su mamá.
La impotencia se apoderó de mí ahora que el cuidado de Miller había sido
arrebatado de mis manos. No tenía nada que hacer más que esperar. El terror se había
apoderado de mi corazón en un puño helado y no me soltaba. Finalmente, un joven
médico con la cabeza calva pero una completa barba oscura salió a buscar a la familia
de Miller. Su rostro era inescrutable, no había forma de saber si tenía buenas noticias
o…
Un destello de memoria atravesó mi visión: Miller trepando por el enrejado y
atravesando la ventana de mi habitación. Miller y yo, a los trece años, acostados en la
cama cara a cara. Miller sentado frente a mí, con la guitarra en su regazo, cantando
canciones que escribió para mí y nunca supe…
—Yo —dije con voz ronca, reuniendo cada gramo de coraje que tenía—. A mí.
Me puede decir a mí.
Lo aceptaré. Aceptaré lo que sea porque él es mío y yo soy suya. Siempre.
El doctor se sentó frente a mí, con una tranquila sonrisa bajo la barba. En la
etiqueta con su nombre se leía doctor Julian Monroe.
—Miller está en coma diabético.
Mi cabeza se movió en asentimiento.
—Sí. Bien.
—Le hemos dado fluidos y glucosa, y ahora está perdiendo y recuperando la
consciencia esporádicamente. Muy buena señal.
Mis ojos se cerraron cuando el alivio se apoderó de mí.
—¿Está… despierto?
—Todavía no, pero lo está intentando. ¿Fuiste tú quien administró el glucagón?
Asentí.
—No tenía síntomas —dije en voz baja—. La noche anterior no tuvo síntomas.
Estaba bien. Estaba perfecto. Me perdí algo. Debería haber sabido…
El doctor Monroe me interrumpió.
—No podrías haberlo sabido. La bomba de insulina de Miller funcionó mal y
administró mucho más de lo que necesitaba. También entiendo por el doctor Brighton
que Miller ha luchado por controlar su diabetes a lo largo de su vida. La fluctuación
prolongada de los niveles de azúcar en sangre puede provocar una supresión
peligrosa de los síntomas denominados inconsciencia hipoglucémica.
Ese término también surgió de la investigación de mi infancia.
—No tenía idea de que fuera tan malo. Debería haber… hecho algo. Algo más.
—No hay nada que pudieras haber hecho más que lo que hiciste. Lo tenemos
estabilizado y estamos haciendo más pruebas. La diabetes frágil no es típica. Es
impredecible y desconcierta incluso al mejor tipo de atención que recibió con el
doctor Brighton. Para ser honesto, la verdadera preocupación en este momento son
sus riñones. Miller manejó su diabetes por su cuenta durante bastante tiempo, pero
sospecho que sus niveles inestables a lo largo de los años le han pasado factura.
—¿De qué manera? —pregunté, aunque ya lo sabía.
—El nefrólogo lo confirmará, pero es probable que haya desarrollado una
enfermedad renal crónica.
Luché contra el impulso de enterrar mi cabeza entre mis manos, pero el médico
leyó mi rostro.
—Las primeras etapas de la enfermedad renal crónica muestran pocos signos
o síntomas. A menudo, no es evidente hasta que la función renal se ve afectada
significativamente.
Las palabras me golpearon, pero Miller necesitaba que me mantuviera fuerte.
Mantener la mente lúcida y cuidarlo como lo haría un médico.
—¿Qué pasa después?
—El primer paso es lograr que recupere la conciencia. Las pruebas
determinarán cuál es su insuficiencia renal exacta, y luego partiremos de allí. —
Sonrió amablemente—. Una de las enfermeras le dirá cuándo podrá verlo.
Se fue y Tina se inclinó hacia mi línea de visión.
—La mamá de Miller está en camino.
—Genial, gracias —dije, tratando de no sonar tan indefensa como me sentía.
Después de otro período de tiempo agonizante, me dejaron entrar a la sala de
cuidados intensivos. En el interior, Miller estaba conectado a una docena de máquinas
diferentes. Las vías intravenosas atravesaban su brazo y un sistema de control de
glucosa en la cama mostraba sus niveles. Una enfermera se inclinó sobre él y lo instó
a que abriera los ojos. Debajo de sus párpados, se movieron hacia adelante y hacia
atrás, abriéndose y cerrándose nuevamente. Me uní a ella junto a la cama.
—Ya casi está —dijo la enfermera con una sonrisa amable—. ¿Eres la novia?
—Sí.
—Habla con él, cariño. Te escuchará mejor que a mí.
—Miller —dije en voz baja—. Miller, despierta. Despierta y mírame. Por favor.
Abrió, cerró y volvió a abrir los ojos, vidriosos y desenfocados. Luego se
encontró con mi mirada.
Un alivio tan profundo que casi me arranca las piernas y me atravesó. Tomé su
mano.
—Hola, bebé.
Su rostro todavía estaba tan pálido bajo su barba.
—Vi —gruñó.
—Ahí está —dijo la enfermera—. Bienvenido de nuevo, cariño. Déjame echarte
un vistazo.
Se abrió camino por la habitación, haciendo comprobaciones y tomando
lecturas, mientras yo arrastraba una silla junto a la cama y me hundía en ella, sintiendo
una sensación de déjà vu. Otro hospital, hace siete años.
—¿Qué pasó? —preguntó, girando la cabeza ligeramente sobre la almohada.
—La bomba funcionó mal y vertió demasiada insulina en tu sistema —dije—.
Tus números cayeron.
—Esa es la respuesta larga. —La enfermera se acercó para comprobar sus vías
intravenosas—. Respuesta corta: ella te salvó la vida, eso es lo que pasó.
Los labios de Miller se apartaron mientras trataba de sonreír.
—Sí, lo hizo. Hace mucho tiempo.
Cerró los ojos y miré a la enfermera con miedo.
—Solo está descansando, cariño. Parece que también te vendría bien dormir.
—Estoy bien. —No estaba dispuesta a dejar esa silla por nada, mi mano estaba
soldada a la suya.
Pasaron las horas y Miller se despertó durante unos minutos seguidos y luego
volvió a dormirse. Hicieron más pruebas y vi al doctor Monroe tener una charla en la
puerta con el nefrólogo, ambos luciendo sombríos.
La madre de Miller llegó cerca de las nueve de la noche. Solo había visto a Lois
Stratton unas cuantas veces cuando estaba en la escuela. Siempre había lucido
cansada y gris antes de tiempo. Miller la había trasladado a un apartamento luminoso
en Los Ángeles, y ahora parecía más saludable y vibrante, aunque su rostro estaba
teñido de preocupación.
Corrió al lado de Miller, su mirada lo inspeccionó frenéticamente.
—Pensé que se había despertado. Me dijeron que estaba en coma, pero que se
despertó.
—Lo hizo —dije—. Está durmiendo ahora.
Ella se hundió en una silla.
—Mi dulce niño —dijo, luego me miró con lágrimas en los ojos—. Oh, Violet.
Gracias cariño. Estoy muy agradecida de que estuvieras allí cuando más te
necesitaba. Ambas veces. La noche en tu patio trasero y ahora. El máximo más alto y
el mínimo más bajo.
—Debí haber estado con él en todas partes. Todo el tiempo. Podría haberme
hecho cargo de él.
—Ese era mi trabajo primero. —Resolló y se secó los ojos—. Yo también lo
dejé, en cierto modo. Lo dejé para que se cuidara solo. Traje cosas malas a su vida
porque estaba muy cansada. Necesitaba ayuda y no la tenía.
—Hizo lo mejor que pudo —dije.
—Y tú también.
Un momento cálido pasó entre nosotras, las dos personas que más amaban a
Miller.
Entró una trabajadora social con un ramo de flores.
—De parte de alguien llamada Brenda de Manos Que Ayudan. Los pondré junto
a la ventana.
Dejó las margaritas de color amarillo brillante mezcladas con rosas blancas en
el alféizar de la ventana, se ofreció a traernos café a los dos y se fue.
—¿Manos Que Ayudan? —preguntó Lois, ambas hablando en voz baja—. ¿Es
esa la organización benéfica a la que Miller va a dar todo ese dinero?
Asentí.
—Para familias sin hogar.
Ella sonrió con tristeza.
—Por supuesto. Se mantuvo firme en hacer algo para retribuir. Pero incluso
antes de hacerse famoso, tenía una vena compasiva en él. La injusticia lo entristecía.
Y enojaba. Incluso de niño.
“No hay nada más triste que un pastel de cumpleaños con solo una pieza cortada”.
“Puedo pensar en cien cosas más tristes”, dijo Miller.
Sonreí para mí misma.
—Era así cuando nos conocimos.
—Nació con eso, creo. Ciertamente, Ray y yo no se lo enseñamos. Éramos tan
jóvenes cuando lo tuvimos. Apenas tenía más de veinte años, como ustedes dos ahora.
Con una suave sonrisa, Lois apartó un mechón de cabello de la frente de Miller,
una acción reflexiva que probablemente había hecho mil veces cuando él era
pequeño.
—Una vez, él y otro niño jugaban en el arenero —dijo—. Miller debía de tener
tres años; el otro chico era un poco mayor. Este chico mayor extendió la mano y
arrebató la pala de plástico de la mano de Miller y la partió en dos. Me apresuré y lo
regañé, esperando tener que consolar a Miller por su pala rota. En cambio, solo lució
desconcertado. Es difícil imaginar una expresión así en el rostro de un niño de tres
años. No lloró. Solo quería saber por qué. “¿Por qué hizo eso, mamá?”. No podía
comprenderlo, la crueldad de eso.
Lois le sonrió con cariño a su hijo.
—Fue así durante mucho tiempo. Abierto. Curioso por la vida. Creo que de ahí
es de donde obtuvo su talento para escribir canciones. Tenía observaciones sobre la
vida y las escribió con la música de esa guitarra que Ray le dio. Su posesión más
preciada. —Ella suspiró profundamente—. Pero todo cambió cuando Ray se fue.
Miller se cerró. Se volvió cauteloso. Ya no quería amar nada. Si tocaba música, nunca
la escuché. Eso me rompió el corazón.
Lois me miró por encima del cuerpo dormido de Miller.
—Y luego llegaste tú. Abriste su corazón, Violet. Sé que esa tipa Evelyn recibe
mucho crédito por descubrir a Miller, pero él cantó para ti primero. Tú eres la razón
por la que tiene la carrera que tiene. Porque te ama tanto que no pudo contenerlo.
Incluso cuando te apartó, lo supe. Siempre supe que eras su chica.
Su chica. Siempre he sido su chica.
—Creo que yo también —dije, sonriendo entre lágrimas—. Incluso cuando no
fue así.
A
brí los ojos para ver la luz del sol entrando por la ventana al final de la
pequeña habitación. Mi cuerpo se sentía soldado a la cama, pesado y
débil. Violet estaba allí, su cabeza apoyada en mi colchón, su mano
entrelazada con la mía.
No se había apartado de mi lado en los dos días desde que me sacaron de la
UCI. Dos días en los que el doctor Monroe y su equipo realizaron todas las pruebas
bajo el sol y me dieron la solemne noticia de que mis riñones, como mi páncreas, me
habían fallado. Se había agregado una máquina de diálisis al banco de máquinas en
la habitación, y mi nombre se había agregado a la larguísima lista de espera de
donantes. Y debido a que mi diabetes solo destruiría los riñones que pudieran estar
disponibles, solo se me podría aprobar para un trasplante simultáneo de páncreas y
riñón.
—Una nueva oportunidad para mis entrañas —le dije a Violet para tratar de
hacerla reír cuando quería llorar. Ella había sostenido mi mano a pesar de todo, y esa
vieja culpa me encontró también, por hacerle pasar por esto de nuevo.
Esa mañana, ella sintió mi despertar, levantó la cabeza y me sonrió con
cansancio.
—Eh, tú.
—¿Dónde está mamá?
—Bajó a la cafetería a tomar un café. ¿Cómo te estás sintiendo?
—Listo para salir de aquí.
—Dijeron que podría ser pronto. Mañana tal vez.
Porque no hay un donante compatible.
Sonrió lánguidamente y no quiso mirarme a los ojos.
—Vi, ¿qué pasa? Aparte de… —Hice un gesto con la mano—. Todo esto.
—Nada. Solo estoy cansada.
—Olvidas que he memorizado todas tus expresiones. Algo está mal, y no son
solo mis riñones de mierda.
Violet fingió pensar.
—Esa es una banda de punk, ¿no? ¿Los Riñones de Mierda? Creo que
encabezaron en el Festival Burning Man…
—Dime.
Arrancó un hilo de la sábana.
—Me hice la prueba para ver si podía ser un donante para ti. Tu mamá también
lo hizo. Pero no somos compatibles.
La atraje hacia mí.
—Estoy en desacuerdo. Creo que somos jodidamente compatibles.
Violet soltó una carcajada y se subió a la cama, enterrándose en mí. Descansó
su cabeza contra mi pecho, y nos acostamos en el relativo silencio de las máquinas
que emitían pitidos, yo acariciando su cabello que era negro contra el blanco de mi
camisa.
—Vas a estar bien, Miller —dijo—. Me aseguraré de ello.
—¿De verdad vas a renunciar a ser cirujana?
—No voy a renunciar; lo voy a apartar de mi camino. Estaba destinada a
cuidarte y lo haré. Hay hemodiálisis que puedes hacer en casa. Voy a aprender todo
lo que pueda al respecto mientras esperamos un donante.
Presioné mis labios en su cabello, besándola y abrazándola con fuerza. Lo
estaba haciendo sonar más fácil de lo que sería. Había escasez de donantes de
órganos; podría estar esperando durante años y ambos lo sabíamos.

Al día siguiente, estaba empacando mi mierda para irme mientras Violet se


peleaba con todos los globos, ramos y montones de tarjetas de felicitaciones de los
fanáticos que cubrían cada superficie disponible del alféizar de la ventana.
—Parece que alguien vació la maldita tienda de regalos aquí —murmuré.
—Tus fanáticos te aman. —Violet dio la vuelta a una tarjeta para mostrarme el
frente. Una foto mía en la sala de descanso de la Arena Key—. De Sam. No leas lo que
escribió dentro a menos que esté listo para llorar durante tres días seguidos.
—¿Qué es eso de llorar? —El doctor Monroe entró en la habitación con una
extraña y tensa sonrisa en el rostro—. No lloren cuando tengo buenas noticias. Hemos
encontrado a alguien compatible.
La tarjeta se cayó de la mano de Violet. Dejé caer la camiseta que había estado
metiendo en una pequeña bolsa de viaje.
—¿Qué? ¿Ya?
—Necesitamos realizar algunas pruebas más, pero estoy seguro de que
podemos programar la cirugía para pasado mañana.
—Eso es asombroso —dijo Violet, con una esperanza reacia que quería florecer
sobre sus rasgos—. Ay, Dios mío…
—Pero la Red de Donantes dijo que el tiempo de espera podría ser de años —
dije—. ¿Ya encontraron alguien compatible?
—Para un riñón y un páncreas parcial, sí.
Violet y yo intercambiamos miradas.
—Entonces, es de un donante vivo —dije. Resultó que los páncreas, como los
hígados y los pulmones, podían dividirse para dar al receptor una parte del órgano
sin dañar al donante.
El doctor Monroe se balanceó sobre sus talones.
—Esto cambiará tu vida, Miller. No más inyecciones de insulina, no más
altibajos…
—¿Quién? —pregunté, enfriándome por todas partes—. ¿Quién es el donante?
El doctor Monroe se movió.
—Me temo que no puedo hablar más de eso. La confidencialidad es de suma
importancia en situaciones como esta…
—Dígame.
—Miller, no…
—Es mi papá. Mi papá es el donante. ¿No es así?
La expresión del doctor Monroe cambió, una mueca minúscula, y supe que
tenía razón. Me hundí en la cama.
—Mierda.
El doctor se aclaró la garganta.
—El protocolo dicta que tendrás que hablar con Alice, de la Red de Donantes
antes de cualquier…
—No —dije, volviendo a ponerme de pie—. Dile a Alice, dile a Ray que no
quiero su maldita donación. Espere, ¿dijo que podíamos hacer la cirugía en dos días?
—Mi sangre corría caliente por mis venas—. Está aquí, ¿no?
Violet se movió para poner una mano tranquilizadora en mi brazo.
—Miller, mantengamos la calma…
El doctor Monroe tenía una expresión comprensiva.
—Entiendo que es una situación complicada…
—No es jodidamente complicado —espeté—. Es muy fácil. No quiero su ayuda.
Dígale que regrese a donde haya estado durante los últimos siete años y se quede
allí.
—Tienes derecho a dar tu consentimiento o no para este procedimiento —dijo
el doctor Monroe, tratando de calmarme—. Pero debo advertirte que si rechazas esto,
dedicarás el tiempo que sea necesario para encontrar a alguien compatible y
adecuado con los mismos niveles de glucosa peligrosos y tremendamente
fluctuantes, agravados por la insuficiencia renal crónica. Deberás reservar tres días a
la semana para pasar cuatro horas al día en una máquina de diálisis hasta que ese
donante esté disponible. —Su rostro se suavizó—. Es un donante perfecto, Miller. Uno
en un millón. Por favor, piensa con mucho cuidado antes de tomar cualquier decisión.
Apreté los dientes y esperé hasta que se fuera.
Violet deslizó su mano en la mía.
—Miller…
—De ninguna maldita manera.
—Escucha lo que dijo el doctor Monroe.
—Escuché lo que dijo y no lo haré, Vi. Cuando papá se fue, juré que no
importaba lo que pasara, nunca más lo necesitaría. Jamás. Y así fue. Cuidé de mamá
y… —Las emociones subieron a mi garganta, amenazando con ahogarme. Escociendo
mis ojos—. No está bien. No es jodidamente correcto que aparezca después de todo
este tiempo. ¿Y cuando lo hace, es por esto? ¿Un puto trasplante de órganos que sería
un idiota si me negara?
Pasé junto a ella para pasear por el pequeño espacio frente a la ventana. Un
globo gigante de aluminio con una cara amarilla feliz flotó frente a mí. Lo aparté de
mi camino.
—Lo sé —dijo Violet con suavidad—. Es mucho.
—Es demasiado. No puedo decir que no, ¿verdad? Soy un puto idiota si digo
que no. Si digo que sí, traiciono cada maldita cosa por la que trabajé tan duro.
Ella se movió para pararse a mi lado.
—Solo se siente así porque no te has reconciliado con él. O intentado. Habla
con él, por favor. Habla con él primero antes de decidir algo.
Sacudí la cabeza, secándome los ojos con el hombro de mi camiseta.
—¿Qué diablos le digo, Vi?
—Todo, Miller, todo lo que alguna vez quisiste decirle.
—Eso es demasiado. —Sacudió la cabeza, la armadura que había forjado en el
fuego del abandono se reformó a mi alrededor—. No, olvídalo. No puede hacerme
esto. No es así como suceden las cosas.
—Miller —dijo suplicando—. Necesitas esto. Necesitas su ayuda.
—Así no.
—Miller…
—Me daré de alta de una puta vez. Pasaré por esto de la misma manera que lo
he hecho durante los últimos siete años. Sin su maldita ayuda.
—¿Y se supone que debo estar de acuerdo con esto? —dijo Violet, alzando la
voz, las lágrimas se asomaban a sus ojos—. Estás enfermo, Miller. Y tu papá está
tratando de hacer lo que se supone que deben hacer los padres. Ayudarte a mejorar.
Cerré los ojos, deseando que sus palabras no se filtraran entre las grietas de
mi pared. Pero estaba tan cansado de pelear. Cansado de llevar el dolor conmigo.
Me está enfermando.
Violet tomó mi mano de nuevo, su voz más suave, tranquilizadora. La voz que
usaría con sus propios pacientes dentro de una década.
—Tienes derecho a estar enojado y herido, pero te está devorando por dentro.
Deja de retenerte para alejarte de él. Retenernos para evitar ser heridos nunca nos
sirvió de nada a ninguno de los dos. —Se llevó el dorso de mi mano a sus labios—.
Háblale. No por él, sino por ti. Obtén un poco de paz.
Miré al techo, luego al hermoso rostro de Violet. La angustia en sus ojos, la
misma que había estado hace siete años. La misma que había estado cada vez que la
apartaba y me odiaba por eso más tarde.
Pero, Dios, ¿cómo podría mirar a mi mamá a los ojos?
Sacudí la cabeza.
—No puedo hacerlo. Incluso si quisiera… —Me aclaré la garganta—. No puedo
hacerle eso a mi mamá. Sería una traición.
—Ya lo sé —dijo mamá, entrando en la habitación—. ¿Sobre Ray? Lo siento, no
quise escuchar a escondidas. Él también me ha estado llamando. —Ella sonrió
amablemente a Violet—. ¿Puedes darnos un minuto, cariño?
—Por supuesto. —Me dio un apretón final en la mano y salió.
—¿Hablaste con él? —le pregunté a mamá—. ¿Cuándo?
—La semana pasada. Estaba preguntando por ti. Preocupado.
—¿Y te parece bien hablar con él después de tanto tiempo? ¿Después de lo que
hizo?
—No al principio. Pero cuando echaste a Chet de la casa en Santa Cruz, fue
como salir de un trance. Dejé que ese hombre te lastimara y eso fue imperdonable.
Pero me perdonaste.
Tragué saliva.
—No es lo mismo.
—No estuve allí para ti cuando debí haber estado —dijo mamá—. Chet se había
ido y eso fue una segunda oportunidad. Juré que había terminado de dejar que los
hombres dictaran mi vida. Cuando tu papá llamó la semana pasada, tuve miedo de
contestar. Pero, Dios mío, estoy cansada de tener miedo. Entonces respondí. Y estoy
tan contenta de haberlo hecho. Nunca seremos amigos, pero ya no tengo que llevarlo
conmigo. Lo dejé ir.
—¿Es por eso que está aquí ahora?
—Él está aquí por ti. No hay otra razón. —Tomó mi mano—. Si quieres decirle
que no, eso es cosa tuya. Pero no lo hagas por mí. Soy tu madre. Lo único que quiere
una madre es que su hijo esté sano y feliz. —Apartó un mechón de cabello suelto de
mi frente—. No es demasiado esperar que puedas ser ambos.
A la mañana siguiente, me vestí con vaqueros y una camiseta. Acepté reunirme
con mi padre, pero no en mi maldita habitación del hospital con un aspecto patético
y débil. Alguien por quien sentía lástima. Pero una mirada en el espejo mostró que
me veía patético y débil. Pálido y cansado y al menos cinco kilos más ligero que
cuando fui admitido.
El hospital tenía un jardín en el terreno con caminos sinuosos y un laberinto
celta pintado sobre el cemento. Bajo un sol brillante, caminé por el laberinto, con la
cabeza gacha, las manos en los bolsillos, siguiendo el camino que se curvaba sobre
sí mismo, dando vueltas y más vueltas.
—Miller.
La voz me congeló en mi lugar. No la había escuchado en siete años. No había
escuchado mi nombre en esa voz en siete años. Lentamente, me di vuelta. Mis propios
ojos me devolvieron la mirada.
Mi papá se encontraba de pie junto a un banco que daba al laberinto, con las
manos en los bolsillos de su vaquero también. Tuve una visión de mí mismo en veinte
años. Su piel lucía más oscura, tal vez por trabajar afuera, pero el parecido era tan
marcado que era difícil mirarlo.
Mil emociones golpearon mi corazón. Mil pensamientos se arremolinaron en
mi mente, ninguno más fuerte que este era el hombre que nos había abandonado a
mamá y a mí y nos había dejado sin hogar. Y, sin embargo, casi me dejo ablandar con
él.
—Te ves bien —dijo.
—No, no es así.
—Está bien, tal vez no como lo haces normalmente. Pero te ves bien para mí.
Verte ahora mismo… —Se aclaró la garganta—. He estado llamando.
—Lo sé.
—No te culpo por no querer hablarme. No sé por dónde empezar.
—Yo tampoco —admití.
Se sentó en el banco y apoyó los codos en sus largas piernas. Exactamente de
la misma manera que yo.
—Leí el artículo de la revista —dijo—. ¿Cuánto tiempo lo has tenido?
—¿Diabetes? Desde que tenía trece años. Eso es algo que, como mi padre,
probablemente deberías haber sabido.
—Lo sé. No estoy aquí para pedir perdón. O tomar una parte de tu fortuna.
—¿Qué quieres?
—Ayudar. Mi esposa, Sally, leyó el artículo de la revista. Sonaba como si
estuvieras en problemas.
Hice una mueca, sintiendo como si me hubiera golpeado en el estómago con
todas las cosas sobre su vida que no sabía.
—Mi madre es tu esposa —dije con acritud—. Pero supongo que lo olvidaste.
Miró sus manos en su regazo.
—Sally es la mujer por la que dejé a tu madre.
—¿Por eso nos abandonaste? ¿Por otra mujer? —Mis emociones estaban
saliendo a la superficie, pero las rechacé, las enterré bajo mi ira, escupiéndole
veneno a mi padre—. Jesús, eres un jodido cliché. No podías guardarlo en tu pantalón,
así que decidiste seguir tu polla, dejándonos sin hogar. Mamá no pudo pagar las
facturas cuando te fuiste, así que vivíamos en la camioneta. ¿Sabías eso? ¿O la maldita
Sally lo leyó en Rolling Stone?
—Lo siento, Miller —su voz ronca pero dura—. Era joven y estúpido, e hice lo
incorrecto. Pero me enamoré de ella.
—¿Te enamoraste de ella? —Solté una risa áspera—. ¿Se supone que eso hará
que todo sea mejor? Los matrimonios hacen mierda porque la gente se enamora de
otras personas, pero no dejan de amar a sus hijos.
—Nunca lo hice —dijo mi padre, con los ojos brillantes—. Te prometo que no
lo hice. Y no espero nada de ti. Ni una sola cosa. Ni siquiera tu perdón. Pero no tengo
nada más que darte. Ya no necesitas mi dinero. Lo necesitaste hace mucho tiempo.
También renuncié a mi derecho a ser tu padre hace mucho tiempo. Pero estás
enfermo y puedo ayudarte a mejorar.
Me froté la cara con ambas manos.
—Jesús, Violet dijo exactamente lo mismo.
—¿Tu novia?
Asentí.
—¿Es bonita?
—Hermosa.
—¿Estás enamorado de ella?
—Ella es la única razón por la que estamos hablando ahora. Iba a decirte que
te vayas a la mierda. Incluso si me moría.
—Obstinado —dijo con una sonrisa orgullosa y lágrimas en los ojos—. Como
siempre. Dios, mírate. Todo un adulto.
—Papá… —Tragué saliva—. No hagas eso.
—Déjame hacer esto por ti y luego me iré —dijo con voz ronca—. No tienes que
hablar conmigo ni verme. No tienes que invitarme a tu vida. Solo quiero asegurarme
de que tengas una.
—¿Para hacerte sentir mejor? —pregunté, con la voz quebrada, las lágrimas
amenazando con caer. Odiaba cómo su dolor sacaba el mío, derritiendo la dura
armadura de ira y dejando solo las heridas abiertas y desnudas—. ¿Es esa la única
razón?
Se puso de pie.
—No. No es por eso.
—Porque es una buena razón, papá. Solo un idiota lo rechazaría. ¿Contabas con
eso? ¿Con que no tendría una verdadera elección? Bueno lo haré. —Me sentí
agrietado, siete años de dolor brotando de mí—. Puedo aceptar tu donación y aún no
perdonarte. No te perdonaré. No lo haré…
Sin decir palabra, me rodeó con sus brazos, y de repente me transporté a mil
recuerdos de mi infancia sobre los abrazos de mi padre. Me abrumaron y me aferré
a ellos, me aferré a él. Real y sólido, de carne y hueso.
—Lo siento —dijo, sus manos ásperas en mi cabello, agarrando mi camiseta—
. Lo siento mucho.
Lo dijo una y otra vez, y cada vez, las palabras se hundieron más
profundamente.
Hasta que finalmente las dejé entrar.
C
aminé por los pasillos demasiado iluminados, iluminados como el
mediodía, a pesar de que era cerca de la medianoche. La noche y el día
no tenían distinción en los hospitales, lo cual era apropiado, pensé.
Tampoco tenía una distinción para las personas que tenían seres queridos acostados
en las camas aquí. Las horas se fundían, interrumpidas por noticias, buenas o malas,
que alteraban todo el curso de las siguientes horas. O toda la vida.
—¿Vas a tocar algo para nosotros, Violet? —preguntó uno de los enfermeros
mientras pasaba, el estuche de la guitarra de Miller estaba bien sujeto.
—Te mereces algo mejor que eso, Eric —bromeé.
Se rio y continué hasta el final del pasillo, hasta la habitación de Miller.
Margarite, la enfermera de guardia esa noche, me saludó con una cálida sonrisa.
—Es tarde —dijo—. Gran día mañana.
—No lo mantendré despierto. Pero tenemos una lección de guitarra
programada. No me la puedo perder.
—Estoy segura. —Se rio entre dientes—. Diviértanse. Pero no demasiado.
Sonreí, aunque mi pecho se apretó. No, nada de divertirse la noche anterior a
una cirugía mayor. Pero Miller me había pedido que volviera después de las horas de
visita y no estaba dispuesta a irme, siempre y cuando él quisiera que estuviera allí.
Se sentaba en el borde de la cama, encima de las mantas; odiaba la sensación
de impotencia de estar acostado, y odiaba absolutamente las batas. En cambio, vestía
un pantalón de franela y una camiseta, con los ojos llenos de pensamientos.
—Hola —dije, sentándome a su lado, su estuche de guitarra descansaba sobre
mis rodillas. Besé su mejilla, sus labios, aparté su cabello de sus ojos—. ¿Estás
pensando en mañana?
—Mañana y todos los días después —dijo—. Si los tengo.
—Los tendrás —dije con fiereza, un escalofrío recorrió mi piel.
—No debería hablarte así, pero…
—Está bien —le dije—. Yo también estoy asustada. Pero ellos te van a cuidar,
y cuando terminen, tendrás una nueva vida.
Tendremos una nueva vida.
Miller abrió el estuche y recuperó su guitarra.
—Hemos estado aquí antes. Hace siete años. Ese fue el día que me salvaste la
vida. Se siente como un siglo.
—Creo que tú también salvaste la mía ese día —le dije—. Fue entonces cuando
supe que estaba enamorada de ti. Una gran revelación para una chica de trece años.
No sabía qué hacer con todo eso.
Miller se giró para sentarse con la espalda apoyada en el colchón,
completamente levantado.
—Ven aquí. —Me hizo espacio mientras me subía a la cama, de espaldas a su
pecho. Dejó la guitarra en mi regazo y me rodeó con los brazos—. Yo tampoco sé qué
hacer con todo esto. O estropearlo con palabras. Quiero que lo sientas, Vi.
Me recosté contra él para darle espacio, su mejilla rozó la mía. Podía sentir su
corazón latir contra mí, un latido constante que marcaba el tiempo. Las primeras notas
de nuestra canción resonaron a través de mí, unidas por el canto de Miller, bajo y
áspero, mientras rasgueaba la guitarra suavemente.
—Sabes, sabes que te amo tanto…
Miller dejó de tocar abruptamente y apartó la guitarra. Me envolvió con su
cuerpo y presionó su rostro contra mi cuello.
—Estoy aquí. —Lo sostuve, tratando de ser el ancla que tantas veces había sido
para mí, cuando sentía que mi mundo se estaba desmoronando—. ¿Tienes miedo?
—Solo de dejarte.
Cerré mis ojos.
—No lo harás. No te dejaré.
Su pecho subió y cayó contra mi espalda en un profundo suspiro.
—Quiero casarme contigo, Vi. Quiero envejecer contigo. Quiero celebrar
contigo aniversarios de bodas que hagan que la gente se ponga de pie y aplauda
cuando escuchen el número. Quiero decirle a la gente que eres el amor de mi vida y
que supe que eso era cierto porque te conocí cuando tenía trece años. Y eso fue todo.
Nunca iba a haber nadie más.
Me giré en el círculo de sus brazos, una sonrisa trémula en mis labios. ¿Qué me
estás preguntando?
Leyó mis pensamientos como lo hacía tan a menudo.
—No sé qué va a pasar mañana, así que solo le diré a quien o lo que sea que
esté escuchando que, si tengo la oportunidad, no voy a estropearlo de nuevo.
—Yo tampoco —dije—. Simplemente lo diré también. A quien o lo que sea que
pueda estar escuchando.
La felicidad brilló detrás de los ojos de Miller. Elusiva. Nunca confió en que se
quedara, y prometí hacer todo lo que estuviera en mi poder para dársela, todos los
días.
Me besó y, a pesar del miedo, una ligereza se hinchó en mi pecho. Esperanza.
La alimenté en lugar del miedo y sonreí en nuestro beso. Un pacto que selló las
propuestas y votos que permeaban esa habitación del hospital pero que esperaba
que otro día se hicieran realidad.
Sabía que ese día llegaría. Miller y yo fluctuábamos y fluíamos, pero siempre
regresábamos. Inevitables como la marea y hermosos al final.
T
res años después…

La veo en el momento en que subo al escenario. Incluso entre


mil caras en la multitud del festival y usando un sombrero flexible para proteger su
piel clara, reconozco a Violet de inmediato. Está de pie con Sam. Él se está volviendo
más alto, ganando peso, diferente del chico flaco que acogimos hace seis meses.
Tiene una cámara en el ojo, tomando fotos de la multitud, las carpas del festival y yo
y mi banda en el escenario.
Mi familia.
No planeamos que esto sucediera tan pronto. Violet aún tiene que completar
su residencia, pero Brenda de Manos Que Ayudan International me llamó y me dijo
que era una emergencia. La familia de acogida con la que Sam se había estado
quedando se mudaría y no lo iban a llevar con ellos.
Solo podía imaginar cómo se sentía eso. Como una mascota de la familia dejada
atrás, demasiado incómoda para llevar. No fue necesariamente culpa de la familia de
acogida. Así es como funciona el sistema; gente yendo y viniendo en la vida de Sam
para que sepa que no debe apegarse demasiado. Pero, Jesús, tiene once años. No
debería tener que protegerse así.
Ese es el trabajo de los padres.
Se suponía que sería temporal, hasta que la agencia pudiera encontrar una
ubicación permanente para Sam. Pero se hizo bastante obvio, bastante rápido, que
Violet no lo dejaría ir.
Yo tampoco puedo, pero, Dios, amo la manera en que ella lo ama. Somos
jóvenes y ella está jodidamente ocupada, trabajando duro en la Universidad de San
Francisco, pero hizo espacio para Sam en nuestra casa y en su corazón de inmediato.
Todavía está en camino de convertirse en endocrinóloga, a pesar de que el
trasplante que recibí de mi padre esencialmente me convirtió en un exdiabético. Pero
Vi no cambió su curso únicamente por mí, de todos modos. Acaba de encontrar su
pasión. Me gusta bromear diciendo que comenzó la escuela de medicina cuando tenía
trece años, cuidándome. Sé que va a ser una doctora increíble y he estado haciendo
todo lo posible para asegurarme de que su pista esté lo más libre de obstáculos
posible.
Después del concierto de Seattle hace tres años y mi hospitalización, me tomé
bastante tiempo libre. El plan era quedarnos en Texas mientras Violet terminaba sus
estudios en Baylor, pero extrañaba demasiado Santa Cruz. A regañadientes, me
permitió hacerme cargo de su matrícula para poder ir a la USCC como siempre había
soñado. Terminó su licenciatura y luego comenzó la escuela de medicina en San
Francisco. Conseguimos un lugar en el distrito de la Marina con vistas a la bahía y
Alcatraz, y escribí un álbum. Si puedes llamar álbum a las letras grabadas en un
cuaderno. Pero así es como empecé yo también. A los trece años, poniendo a Violet
en mi música.
Dejé de hacer giras para recuperarme de la cirugía y mi padre cumplió su
promesa. Una vez que terminó la cirugía, regresó a Oregon para estar con su esposa.
Nos enviamos correos electrónicos de vez en cuando; le gusta bromear diciendo que
está comprobando cómo están sus órganos internos y regañarlos si me están
haciendo pasar un mal rato. En su mayor parte, no es así. Tengo que tomar
medicamentos inmunosupresores, pero fuimos casi perfectamente compatibles.
Gracias a él, mi vida se ha vuelto mucho más fácil. Un regalo tremendo y un puente
hacia nosotros, tal vez algún día tengamos una relación fuera de un correo electrónico
o dos.
Pero no hay prisa. Me tomo mi tiempo y dejo que se desarrolle como debería.
Sin contenerme, pero tampoco apresurándome hacia adelante.
Cuando estuve lo suficientemente bien, y cuando las canciones que había
estado escribiendo comenzaron a tomar forma real, volé a Los Ángeles para grabar
un álbum. Pero nada de giras. Este festival en Mountain View, California es la primera
presentación y la última presentación que daré por un tiempo.
No puedo simplemente despegar ahora. Tengo una familia en la que pensar.
El pensamiento casi me hace estallar en carcajadas con una loca y jodida
felicidad en el micrófono antes de saludar a la multitud. Miro a Violet de pie con Sam
y una enorme oleada de amor me invade. Amor mezclado con miedo, del tipo que
impulsó a mi padre a salir de su escondite para ayudarme. El amor de un padre por
su hijo.
Desde debajo de su gran sombrero de paja, Violet me da una sonrisa de
complicidad mientras su brazo rodea los hombros de Sam. Me pregunto cómo voy a
terminar esta presentación.
Los chicos y yo, la banda que había estado de gira conmigo hace tres años,
tocamos un conjunto de canciones del nuevo álbum mezcladas con algunos clásicos.
Ya no canto mucho “Wait for Me”. No es necesario.
Nuestro turno termina, y está claro que tres años de relativa tranquilidad no
disminuyeron el entusiasmo de mis admiradores como yo pensaba. Se quedaron
conmigo durante ese tranquilo momento de recuperación y estoy muy agradecido
por eso. Finalmente puedo apreciar todo lo que viene con este trabajo loco. Les doy
todo lo que tengo en el escenario, pero me lo devuelven diez veces.
Unos cuantos muchachos se van a quedar y ver a las otras bandas.
—¿Quieres venir? —pregunta Antonio—. Hay algunos shows de infarto aquí.
—Sin duda —digo—, pero tengo planes.
Una bola hormigueante de emoción se expande en mi pecho, completamente
diferente a cualquier cosa que haya experimentado antes, y más poderosa de lo que
siento cuando subo al escenario frente a veinte mil fanáticos.
Salgo de detrás de la carpa del escenario hacia una tarde calurosa, y mi equipo
de seguridad y asistentes me apresuran en un automóvil que me espera para llevarme
al hotel.
—¿Quién tiene a Vi y Sam? —le pregunto a Franklin, mi jefe de seguridad.
—Morris los llevará diez minutos detrás de ti.
—Genial. Gracias, hombre.
En el hotel, Tina se encuentra conmigo en el vestíbulo y ya está radiante. Tina
se convirtió en mi mano derecha indispensable ahora que Evelyn se está abriendo
paso en una empresa de relaciones públicas con sede en Los Ángeles. No tengo
ninguna duda de que será un gran éxito. Tiene una forma de doblar el universo para
que se ajuste a su voluntad.
Dentro de la habitación del hotel, un regalo envuelto en papel azul con una
cinta verde se encuentra en la mesa de café, un sobre blanco grueso encima.
—Es del tipo que él quería, ¿verdad? —le pregunto a Tina.
—Canon EF 24 —dice.
Asiento y froto mis manos juntas para darles algo que hacer.
Tina lee mi nerviosismo y sin decir palabra me entrega una botella de agua.
—Le va a encantar.
—Gracias, Tina. Eso espero —digo, pero no es la lente de la cámara lo que
hace que mi estómago se haga nudos.
Quiero que Sam tenga lo mejor. Solo tiene once años, pero su talento ya es
evidente. Algunas personas simplemente saben lo que deben hacer desde el
principio. Yo lo hice y Violet también. Pero muchos otros tienen que trabajar duro en
trabajos que odian para llegar a fin de mes, mientras que su verdadera pasión se
sofoca y se marchita por falta de uso. Así que inicié una fundación que ayuda a
financiar programas de arte para niños desfavorecidos. Me encantaría darle el dedo
medio a la idea de que uno tiene que ser afortunado, rico o tener el conjunto adecuado
de circunstancias alineadas para hacer de la pasión de alguien su trabajo.
Veinte minutos después, llegan Violet y Sam. Boto a todo el mundo y Violet se
me acerca inmediatamente, quitándose el sombrero y las gafas. La misma excitación
nerviosa que me agita ilumina sus ojos.
Me besa.
—¿Estás listo?
—No. —Me río—. ¿Tú sí?
—No lo sé —dice con sinceridad—. Pero voy a hacer mi mejor esfuerzo. Es todo
lo que podemos hacer, ¿verdad?
—Es lo que siempre haces —le digo—. Es lo que me has dado.
—Igual tú, amor —me dice—. Nos cuidamos mutuamente. —Ambos nos
giramos y miramos hacia donde Sam está merodeando por la mesa de café, rodeando
el regalo con incertidumbre—. Ahora cuidaremos de él.
Un dolor se apodera de mi corazón al ver al niño estudiar el presente. La
etiqueta tiene su nombre escrito claramente y todavía no está seguro de que sea para
él.
—¿Qué es esto? —pregunta.
Violet y yo nos reunimos con él en la mesa.
—¿Por qué no lo abres y lo ves? —dice.
Sam se dirige al grueso sobre blanco.
—Se supone que siempre debes comenzar con la tarjeta antes del regalo —
dice solemnemente porque es un niño pequeño y solemne que se ha entrenado para
ser lo más educado posible con la esperanza de que quien lo esté criando lo retenga
por más tiempo. Lento para reír, cauteloso para no dejar entrar demasiada felicidad.
Podía comprenderlo.
—No esta vez, amigo —le digo y le quito el sobre, esperando que no se dé
cuenta de cómo me tiemblan las manos—. Esta vez, empiezas con el regalo.
—Está bien —dice y lenta y meticulosamente desenvuelve el regalo, con
cuidado de no romper el papel. Para guardarlo o tal vez porque cree que tendrá que
volver a envolverlo cuando termine y retornarlo.
Veo que los pensamientos de Violet siguen el mismo tren, sus ojos brillan,
mirando al niño abrir vacilante un regalo que ya debería saber que es suyo.
—¡Oh, esta es una lente muy bonita! —dice, casi formalmente, con los ojos muy
abiertos y una sonrisa finalmente apareciendo en su rostro—. Justo lo que necesitaba.
También es la mejor. Muchas gracias.
Abraza a Violet y luego a mí, soltándome rápidamente. En los pocos meses que
lleva con nosotros, también nos trata como al papel de envolver; suavemente, con
cuidado de no romper nada, con cuidado de no hacernos enojar por temor a que
podamos enviarlo de regreso.
Violet y yo pasamos cada hora del día tratando de mostrarle que eso nunca
sucederá, pero lo han decepcionado demasiadas veces.
—¿Ahora puedo abrir la tarjeta? —cuestiona. Violet y yo nos sentamos juntos
en el sofá, su mano entrelazada con fuerza en la mía.
—Sí —digo con firmeza—. Puedes abrirlo.
—Es terriblemente grueso para una tarjeta —dice Sam.
Asiento, sin confiar en mi voz. Violet ya tiene un pañuelo presionado contra su
boca.
Sam abre el sobre y saca un fajo de papeles del Departamento de Salud y
Servicios Humanos de California.
—¿Qué es esto? —pregunta y luego lee las palabras en la parte superior. Los
papeles caen de sus manos y su barbilla cae sobre su pecho.
—¿Qué piensas, Sam? —pregunto, mi voz se rompe en los bordes.
Se las arregla para levantar la barbilla, mirándonos a Violet y a mí.
—¿Significa esto que puedo quedarme?
—Sí, cariño —dice Vi, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. ¿Te gustaría
eso? ¿Te gustaría quedarte con nosotros?
No responde, la incredulidad es demasiado fuerte.
—¿Me están adoptando? —Una vez que la palabra sale de su boca, sus hombros
comienzan a temblar y las lágrimas caen. Se cubre los ojos con las manos.
Violet y yo salimos disparados del sofá a ambos lados de él, abrazándolo entre
nosotros.
—Te queremos, amigo —le digo—. No queremos que te vayas nunca.
Asiente, incapaz de hablar y luego abraza a Violet con fuerza. Me mira a los
ojos por encima de sus pequeños hombros, sonriendo a través de las lágrimas con la
expresión más hermosa de pura alegría que jamás le haya visto usar.
Entonces Sam se gira y me abraza, pero no es como ningún abrazo que me haya
dado antes. Se deja llevar, se entrega a la felicidad. Lo abrazo con la misma fuerza,
esperando que pueda sentir lo permanente que es este amor que siento por él.
Miro a Violet, lágrimas en sus ojos mientras mil palabras pasan entre nosotros.
Este es solo el comienzo de nuestra felicidad. Nuestro futuro se extiende ante nosotros
por caminos paralelos, nunca divergiendo, llevándonos hacia algo hermoso.
Y no hay forma de reprimirse.
When You Come Back to Me (Lost Boys #2)

E
n el Instituto Central Santa Cruz, los llamaban inadaptados,
marginados, raros. Pero la mayoría los conocía como los
chicos perdidos.
Holden Parish sobrevivió a los horribles intentos de sus
padres de convertirlo en “el hijo perfecto”. Después de un año en
un sanatorio suizo para recuperarse, ha prometido no dejar que
nada, ni nadie, lo vuelva a atrapar. Brillante pero roto, busca
refugio detrás del alcohol, del sexo sin sentido, y usa su perverso
sentido del humor para mantener a la gente alejada. Solo tiene que
cabalgar un año en la ciudad costera de Santa Cruz con su tía y su
tío antes de heredar sus miles de millones y poder escapar.
Desaparecer.
Enamorarse no está en los planes.
River Whitmore. Mariscal de campo estrella del equipo de fútbol del Instituto
Central, rey del baile, señor Popular, mujeriego. Lleva la vida perfecta… Excepto que
todo es mentira. Su padre tiene planeado el futuro de River en la NFL, mientras que el
sueño de River es dirigir el negocio familiar en la ciudad que ama. Pero la enfermedad
de su madre está destrozando a la familia y River se está convirtiendo en el
pegamento que los mantiene unidos. ¿Cómo puede romper el corazón de su padre
cuando ya se está haciendo añicos?
La fachada cuidadosamente elaborada de River explota cuando conoce a
Holden Parish. Un tipo que se viste con abrigos y bufandas todo el año, bebe vodka
caro y pasa su tiempo libre entrando a las casas por el gusto de hacerlo. Son
completamente opuestos. River busca una vida tranquila, lejos de los reflectores.
Holden preferiría someterse a una cirugía dental que calmarse.
Los demonios de Holden y las responsabilidades de River amenazan con
mantenerlos separados, mientras que su innegable atracción los une una y otra vez,
convirtiéndose en algo profundo y real sin importar cómo se resistan.
Hasta que una noche terrible lo cambia todo.

#MMromance Este libro SE PUEDE LEER INDEPENDIENTEMENTE.


Tenga en cuenta que este libro contiene spoilers de The Girl in the Love Song.
E
mma Scott es una autora de éxito internacional cuyos libros han sido
traducidos a cinco idiomas y publicados en Buzzfeed, Huffington Post,
New York Daily News y USA Today’s Happy Ever After. Escribe romances
emocionales y de carácter en los que el arte y el amor se entrelazan para curarse, y
en los que el amor siempre gana. Si te gustan las historias cargadas de emoción que
te arrancan el corazón y te lo vuelven a unir, con personajes diversos y héroes de
buen corazón, disfrutarás de sus novelas.

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