Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
01 Emma Scott - The Girl in The Love Song
01 Emma Scott - The Girl in The Love Song
Traducción
Niki26
Corrección
Sareta
Diseño
Bruja_Luna_
CRÉDITOS 3 CAPÍTULO QUINCE 182
SINOPSIS 5 CAPÍTULO DIECISÉIS 189
PARTE I 6 CAPÍTULO DIECISIETE 202
I 7 CAPÍTULO DIECIOCHO 207
II 21 CAPÍTULO DIECINUEVE 216
III 30 CAPÍTULO VEINTE 228
IV 37 CAPÍTULO VEINTIUNO 240
PARTE II 40 CAPÍTULO VEINTIDÓS 249
CAPÍTULO UNO 41 CAPÍTULO VEINTITRÉS 258
CAPÍTULO DOS 51 CAPÍTULO VEINTICUATRO 263
CAPÍTULO TRES 59 PARTE IV 271
CAPÍTULO CUATRO 73 CAPÍTULO VEINTICINCO 275
CAPÍTULO CINCO 84 CAPÍTULO VEINTISÉIS 280
CAPÍTULO SEIS 94 CAPÍTULO VEINTISIETE 288
CAPÍTULO SIETE 101 CAPÍTULO VEINTIOCHO 292
CAPÍTULO OCHO 114 CAPÍTULO VEINTINUEVE 300
CAPÍTULO NUEVE 123 CAPÍTULO TREINTA 310
CAPÍTULO DIEZ 133 CAPÍTULO TREINTA Y UNO 314
CAPÍTULO ONCE 146 CAPÍTULO TREINTA Y DOS 322
CAPÍTULO DOCE 153 CAPÍTULO TREINTA Y TRES 330
PARTE III 158 EPÍLOGO 333
CAPÍTULO TRECE 159 PRÓXIMO LIBRO 338
CAPÍTULO CATORCE 165 SOBRE LA AUTORA 339
E
n el Instituto Central Santa Cruz, los llamaban inadaptados, marginados,
raros. Pero la mayoría los conocía como los chicos perdidos.
Miller Stratton es un sobreviviente. Después de una angustiosa
infancia en la pobreza, hará lo que sea para encontrar seguridad para él y su madre.
Coloca todas sus esperanzas y sueños en el frágil marco de su guitarra y la belleza
que crea con sus cuerdas y su conmovedora voz.
Hasta Violet.
Nadie espera encontrar al amor de su vida a los trece años. Pero la valiente
chica rica roba el corazón de Miller y se niega a devolvérselo.
La vida de Violet McNamara no ha sido tan simple como parece. Su familia
perfecta no es tan perfecta después de todo. Su mejor amigo Miller es su única
constante y está decidida a no arruinar su amistad con complicaciones románticas.
Pero el corazón quiere lo que quiere. Mientras que la fama de Miller comienza
a alcanzar alturas estratosféricas, ¿qué hará falta para que Violet se dé cuenta de que
es la chica de todas sus canciones románticas?
Violet
Q
uerido diario,
Lo primero que debes saber de mí, ya que vamos a ser amigos, es
que me llamo Violet McNamara y tengo trece años. Hoy es mi cumpleaños
y eres uno de mis regalos. Mamá me lo entregó porque estoy en la
“cúspide de la feminidad” —superojos en blanco— y dijo que tal vez quiera escribir mis
emociones. Ella dice que seguramente se volverán “dramáticas” a esta edad y
escribirlas puede ayudar a evitar que se entierren profundamente y luego las vomite
más tarde.
Eso es irónico. Últimamente, ella y papá han estado escupiendo sus “emociones
dramáticas”, gritándose constantemente el uno al otro. Quizás también necesiten un
diario. Quizás eso es lo que les regalaré para su aniversario el próximo mes. Si llegan
tan lejos. No sé qué paso. Todos estábamos tan felices y luego todo comenzó a
desmoronarse, pieza por pieza.
Dios, están gritando ahora mismo. Esta casa es enorme y sin embargo la llenan
de rabia. ¿¿¿De dónde vino??? Esto hace que mi estómago se sienta raro y solo quiero
que se detenga.
Feliz cumpleaños para mí.
¡Oh, Dios mío, diario, eso fue una locura! ¡Acabo de meter a un chico en mi
habitación! Hablamos, comimos y reímos, y siento que lo conozco desde siempre. No sé
de qué otra manera explicarlo. Como cuando conocí a Shiloh y fuimos amigas de
inmediato. Miller no es como cualquier otro chico de la escuela, que hace bromas
sexuales tontas y juega videojuegos todo el día. Es profundo. No, eso suena cursi. Tiene
profundidad.
Su mal humor tampoco me molesta, y no le importó, demasiado, que le hiciera un
millón de preguntas. Aun así, sigue siendo un misterio. Creo que podría llevarme años
llegar a conocerlo por completo. No quiso decirme dónde vivía. Tengo la sensación de
que él y su madre son pobres porque él tenía mucha hambre y su ropa estaba en mal
estado. Pero todas las casas por aquí son enormes. No puede haber caminado muy lejos
para llegar aquí.
Lo invité a volver mañana. Espero que venga. Quiero darle más comida sin que
parezca que es mi caso de caridad. Pero, sobre todo, quiero hablar más con él. Quiero
conocerlo y que él me conozca a mí. Quiero decir, ¿con qué frecuencia sucede eso?
Conocer a una persona nueva… es como abrir un regalo de cumpleaños.
Hablando de eso, ahora tengo dos amigos.
¡Feliz cumpleaños para mí!
Violet
M
iller regresó esa noche y la noche siguiente, y durante los siguientes
dos meses seguidos, a medida que el verano se acercaba a su fin. Mi
primera amiga, Shiloh, vivía con su abuela, pero pasaba todos los
veranos en Luisiana visitando a familiares, por lo que Miller se deslizó en su vacante
perfectamente.
Pasábamos el rato en mi habitación por la noche, comiendo bocadillos; Miller
siempre tenía hambre. Yo estudiaba y él escribía en un cuaderno viejo y doblado.
Nunca me mostró lo que estaba escribiendo y yo nunca fisgoneé. Pero una vez capté
el destello de una página y vi lo que parecía poesía.
La mayoría de los días íbamos caminando al centro de la ciudad o íbamos al
paseo marítimo y jugábamos en la sala de juegos antes de caminar por la playa. Otras
veces, Miller estaba ocupado haciendo trabajos ocasionales en la ciudad para ganar
dinero y ayudar a su madre. Dijo que ella trabajaba en el restaurante de la calle 5,
pero nunca me llevó allí para conocerla.
Le presenté a mis padres y, por mi petición secreta, papá contrató a Miller para
que trabajara en el jardín una vez a la semana, a pesar de que ya teníamos un
jardinero.
—Me pagó cincuenta dólares —me dijo Miller más tarde, después de su primer
día de trabajo. Me miró acusadoramente—. Eso es demasiado.
—Tenemos un césped enorme —respondí inocentemente.
Quería discutir, pero creo que necesitaba más el dinero.
Una noche de finales de agosto, Miller se sentó con un cuaderno sobre las
rodillas, garabateando algo mientras yo estudiaba.
Cerré mi cuaderno de álgebra y me quité las gafas para frotarme los ojos.
—Terminé. Una clase menos de la que tengo que preocuparme en la
secundaria.
—Vas a ser como ese viejo programa, Doogie Howser —dijo Miller, terminando
el sándwich de jamón y queso que le hice—. Estarás en la universidad cuando tengas
dieciséis.
—Nah. No soy tan buena.
—Eres muy inteligente, Vi —dijo.
Esa era otra cosa. Empezó a llamarme Vi. Lo que me encantaba.
—¿Alguna vez me vas a decir lo que estás escribiendo? —pregunté.
—Mi tesis de maestría universitaria. —Guardó el cuaderno en su mochila—.
Pensé que podría adelantarme.
—Ja, ja. —Moví los hombros hacia arriba y hacia abajo y estiré las piernas
frente a mí—. Estoy nerviosa.
—¿Por qué?
—Conocerás a Shiloh mañana.
Ella había regresado de Nueva Orleans, y pensé mí que Amiga Uno debía
conocer a mi Amigo Dos.
—¿Eso te pone nerviosa?
Jugué con mi bolígrafo.
—Puede que te guste más ella que yo.
—Entonces no la conoceré.
—Eso es tonto.
—Sí, lo es —dijo, mirándome con esa forma particular suya. Como si me
estuviera absorbiendo de alguna manera, en toda mi gloria nerd—. Porque no hay
manera de que me guste más ella que tú.
—¿Cómo lo sabes?
—Solo lo sé. —Los ojos de Miller se oscurecieron—. Además, ¿qué te importa?
Te gusta River No Sé Qué.
—Es cierto, pero eso es solo una quimera. También podría estar enamorada de
Justin Trudeau, ya que nunca va a suceder. Y, de todos modos, no estoy preocupada
porque te guste Shiloh. Dice que nunca saldrá con un chico, aunque no me dirá por
qué. Me preocupa que ustedes se lleven bien y sean mejores amigos. —Me encogí
de hombros—. No quiero quedarme fuera.
—Nunca te dejaré fuera.
La irritación me lastimó por ser tan cohibida.
—Uff, olvídalo. Primero fui amiga de ella y primero fui amiga tuya, así que ¿por
qué soy yo la que está preocupada por quedar fuera?
—Porque piensas demasiado en todo. —Miller me dio una de sus raras
sonrisas—. Ni siquiera quiero conocerla. Ya la odio.
Sonreí.
—No tienes permitido odiarla. Solo ignórame. Estoy siendo tonta.
—Paranoica, tal vez… —bromeó y luego bostezó.
Ojeras rodeaban sus ojos últimamente, y su rostro lucía pálido ante la luz de la
lámpara de mi escritorio. Miller siempre parecía un poco triste, pero la tristeza había
empeorado en los últimos días. Hundida en él más profundamente, de alguna manera.
Intenté preguntarle sobre eso varias veces, sobre el cansancio y los dolores de
cabeza que parecía tener mucho. Pero siempre se cerraba y me aseguraba que
estaba bien.
Pero es obvio que no está bien.
Me mordí el labio.
—¿Puedo ser honesta?
—¿Cuándo no lo eres?
—Te ves un poco mal. ¿Estás bien? No pierdas el tiempo. Dime la verdad.
—Estoy bien.
—Parece que has perdido peso…
—Estoy bien, doctora McNamara. Es solo un dolor de cabeza.
—Sigues diciendo eso, pero no estás mejorando. ¿Es porque la escuela casi
está comenzando? ¿Estás nervioso por eso?
Miller no dijo nada. Me moví de la silla de mi escritorio para sentarme a su lado,
pero se puso de pie de un salto.
—Necesito usar tu baño.
Se fue y cerró la puerta. Lo escuché orinar y luego abrir el grifo.
—Eso es otra cosa —le dije cuando volvió a salir—. Siempre tienes sed,
siempre estás haciendo pipí.
—Jesús, Vi.
—Es cierto. Entonces, me hace preguntarme. —Tragué saliva—. ¿No tienes…
plomería en tu casa? ¿Agua potable?
—Déjalo.
—Puedes decírmelo, Miller. Sabes que puedes.
—No puedo.
—Sí puedes, y yo…
—Olvídalo. No me mirarías de la misma manera. —Colgó su mochila andrajosa
en su hombro—. Me tengo que ir.
—Como sea —dije, fingiendo estar enojada—. Te veré mañana.
—Vi… no seas así —dijo con cansancio—. No hay nada que puedas hacer, así
que no te preocupes.
—Dije como sea. No quieres hablar de eso, así que no lo haré. —Hice un gran
espectáculo de estiramientos y bostezos—. Me voy a la cama.
Me estudió un momento más y luego asintió.
—De acuerdo. Nos vemos mañana.
—Síp.
Miller salió por la ventana. Cuando estuvo por debajo de mi línea de visión, me
puse los zapatos y agarré mi sudadera, luego miré por encima del borde. Acababa
de llegar al suelo y se dirigía de regreso al bosque. Conté hasta diez en mi cabeza,
luego salí tan silenciosamente como pude y me metí en el bosque detrás de él.
Era una figura oscura e indistinta que se movía en las sombras, serpenteando
entre los árboles que se avecinaban, bloqueando la luz de la luna. Estaba tan oscuro
que apenas podía ver dónde poner los pies. Casi tuve que rendirme y dar la vuelta.
Entonces Miller encendió la mini linterna que mantenía atada a su mochila, y seguí su
luz más adentro del bosque.
Tomó el camino de acceso que probablemente los guardaparques habían
utilizado hacía mucho tiempo. Ahora estaba cubierto de vegetación y baches. Miller
se mantuvo en el borde, en dirección noroeste, adentrándose más en el bosque. Me
pregunté si habría cabañas tan adentro. El Club de Golf estaba al otro lado de la
ciudad de Pogonip. ¿Quizás su mamá trabajaba allí de noche y tenían alojamiento
para sus empleados…?
Equivocada. Tan, tan equivocada.
Justo al lado de la antigua carretera de acceso había una camioneta. Vieja,
verde oliva con paneles de madera. Oxidada. Abollada. Camisetas se hallaban en las
ventanas para hacer cortinas. Una camiseta de mujer yacía arrugada en el tablero,
junto con envoltorios de comida rápida y vasos de bebida vacíos. El auto estaba
hundido en el suelo, como si no se hubiera movido en tanto tiempo, se estaba
convirtiendo en parte del bosque. Mi corazón se apretó como si me hubieran dado un
puñetazo en el pecho. No había ningún destino al que los llevaría este auto. Dicho auto
era el destino.
Eché un vistazo desde detrás de un árbol mientras Miller abría la trampilla
trasera de la camioneta. Arrastró una hielera al suelo, la abrió y agarró una botella de
agua. Se sentó en la nevera cerrada y se bebió toda la botella, luego sus hombros se
hundieron. Derrotado.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Salí del bosque y me dirigí al camino de
acceso donde la luz de la luna brillaba más.
—Hola.
Alarmado, su cabeza se alzó de golpe, luego la volvió a bajar.
—Hola, Vi —dijo con voz apagada.
—¿No te sorprende verme?
—Estoy más sorprendido de que no me hayas seguido antes. ¿O ya lo has
hecho?
—No —dije. Ahora estaba frente a él, los dos de pie en la oscuridad y mi voz se
quebró—. Miller…
—No hagas eso —dijo, señalándome con el dedo—. No llores por mí, Vi. No
sientas pena por mí.
—No puedo evitarlo. Me preocupo por ti. Y nunca dijiste… Nunca me
contaste…
—¿Por qué lo haría?
—Por ayuda. Nunca pediste ayuda.
—Nada ayudaría. ¿Qué puedes hacer?
Sacudí la cabeza con impotencia.
—No sé. Algo. Cualquier cosa.
—Me das comida. Eso es suficiente. Es demasiado.
—No… —miré a mi alrededor, tratando de comprender cómo la vida de dos
personas podía caber en un auto. Cómo hubieron metido todo su ser en ese pequeño
espacio.
¿Cómo es que Miller cabía aquí cuando él es tanto?
—¿Dónde…? —Tragué, lo intenté de nuevo—. ¿Dónde te duchas?
—El Parque de la Amistad, en la casa club.
—Eso es solo para miembros.
—Entro a hurtadillas. No quieres escuchar esto, Vi.
—Sí. Sí quiero.
Las lágrimas corrían ahora.
Es tan valiente.
No sabía lo que quería decir con eso, pero se sentía cierto. Valiente por haber
vivido así, nunca quejándose, nunca robando. Haciendo trabajos ocasionales para
ayudar a su mamá.
—No es por drogas, si eso es lo que estás pensando —dijo Miller de manera
sombría—. Mi papá se fue y se llevó todo el dinero.
—Dijiste que murió.
—Porque desearía que estuviera muerto. Pero se fue y nos desalojaron de
nuestro departamento en Los Banos. Mi mamá pensó que empezaríamos de nuevo
aquí. Muchos trabajos. Pero es demasiado caro y el auto se averió, así que no
podemos irnos. Pero consiguió trabajo en un café y por la noche…
Sacudió la cabeza, sus ojos azules brillando en la oscuridad. Esperé,
conteniendo la respiración.
—A veces hace cosas con hombres por dinero. ¿Qué te parece? ¿Ya escuchaste
lo suficiente? ¿Quieres saber cómo es lavarse el cabello en un baño de Costco? ¿O
escuchar a tu mamá regresar a este maldito auto, oliendo a hombres extraños y
sonriéndote con lápiz labial manchado, diciéndote que todo va a estar bien?
Respiré temblorosamente.
—¿Dónde está ahora?
—¿Dónde piensas?
—¿Volverá esta noche?
—No sé. A veces le dejan quedarse en el motel para ducharse y esas cosas. Si
se lo permiten, ella se queda y duerme en una cama de verdad. No la culpo. Luego
irá directamente a su trabajo en el café por la mañana.
Me limpié la nariz.
—Déjale una nota y trae tus cosas.
—¿A dónde voy?
—Conmigo, Miller. Vienes conmigo.
Parecía demasiado cansado, demasiado derrotado para discutir. Guardó la
hielera y agarró su vieja mochila andrajosa.
—¿Tienes ropa para lavar? —Asintió—. Cógela.
Esperé a una distancia respetuosa mientras él reaparecía de la parte trasera de
la camioneta con una bolsa de basura, medio llena. Caminamos en silencio de regreso
a mi casa, con Miller a la cabeza, ya que él conocía mejor el camino. En lugar de dar
la vuelta a la parte de atrás, subir por el enrejado, pasé por la puerta lateral del garaje
y nos conduje directamente al lavadero.
—¿Tus padres?
—Si nos ven, diré que tu ropa tiene manchas de césped por trabajar en el
jardín. Estás aquí porque tu mamá trabaja hasta tarde y te dejaron fuera de tu… casa.
—Mi garganta se apretó—. Tienes que pasar la noche aquí.
Miller asintió con indiferencia.
Abrí la tapa y vertió su ropa, y algunas prendas de su madre, en la enorme
lavadora. Luego lo tomé de la mano y lo guie a través de la casa, arriba a mi
dormitorio, deteniéndome en el armario de ropa de lino en el camino. Agarré una
toalla y, dentro de mi habitación, le indiqué el baño.
—Toma una ducha si quieres. O un baño. Tómate todo el tiempo que quieras,
pero tira tu ropa y la agregaré al lavado.
—¿Quieres que te dé mi ropa interior?
—Envuélvela en tus vaqueros. No me importa. No miraré de todos modos.
Miller hizo lo que le dije y yo bajé el paquete de su ropa. No olían mal. Olían a
bosque y al cuero del interior del auto y a él.
Cuando la lavadora estaba batiendo, me dirigí a la cocina y agarré una bolsa
de compras. Tomé dos botellas del agua favorita de mamá y las arrojé.
Sin agua potable. Sin inodoro. Sin lavabo. Sin ducha.
Las lágrimas llenaron mis ojos de nuevo, pero parpadeé y agarré dos botellas
de agua más. Estaba decidida a cambiar la realidad de Miller de alguna manera, pero
la culpa por no haberlo seguido antes era ardiente y aguda en mi pecho.
Mamá debió haber ido a la tienda ese día; la nevera y la despensa estaban
surtidas. Hice dos sándwiches de jamón y queso y los envolví en papel de aluminio,
luego agarré una bolsa de Doritos y un paquete de galletas con chispas de chocolate
y me dirigí al piso de arriba.
Miller acababa de cerrar la ducha cuando llegué a mi habitación. Dejé la bolsa
y busqué en mis cajones las cosas menos femeninas que tenía: un pantalón de franela
a cuadros blancos y negros y una sudadera blanca de UCSC con la mascota de la
babosa plátano amarilla en el frente.
La puerta del baño se abrió de golpe y salió vapor.
—¿Eh, Vi…?
—Aquí. —Le puse la ropa en la mano.
Salió del baño unos minutos después. Las franelas eran demasiado cortas para
él, pero se ajustaban a su estrecha cintura. Miró la bolsa de la compra.
—Puedes comer ahora o llevártelo contigo —le dije.
—Estoy cansado.
—Entonces duerme.
En una cama de verdad.
Retiré las mantas y me metí en la cama. Miller vaciló y luego se sentó a mi lado.
Nos acostamos de lado, uno frente al otro. Su cabeza se hundió en la almohada y
suspiró con un alivio tan profundo que casi lloro.
—¿Cuánto tiempo? —pregunté.
—Once semanas, tres días, veintiuna horas.
Mordí el interior de mi mejilla.
—Ya no puedes quedarte allí.
—Lo sé. Cuando empiece la escuela… no sé qué diablos hacer. Me
crucificarán.
—No tienen que saberlo. Pero tienes que salir de ahí. A un refugio, al menos.
Miller negó contra la almohada.
—Mamá se niega. Dice que me alejarán de ella. Dice que al menos el auto sigue
siendo nuestro. Y todo el mundo lo sabría con seguridad. Nadie me ve escondido en
el bosque. Tengo una oportunidad.
—¿Y si un guardabosques te echa?
—Mamá está reuniendo el dinero para un depósito y yo estoy ayudando.
—¿Cuánto tiempo llevará? Ambos deberían mudarse aquí. Tenemos espacio
más que suficiente.
—No, Vi.
—¿Por qué no? ¿No crees que tu mamá querría… no hacer lo que hace?
—Sí —dijo con los dientes apretados—. Pero ella no confía en nadie. Tampoco
yo.
—Puedes confiar en mí, Miller.
Su expresión dura se suavizó y empezó a contestar, pero el temporizador de
mi teléfono sonó.
—Ese es el lavado. Vuelvo enseguida.
Me apresuré a la planta baja, más allá de la sala de estar en el que podía oír el
zumbido de televisión y ver su luz celeste saliendo de debajo de la puerta. Papá,
todavía exiliado del dormitorio principal al sofá plegable, mientras mamá estaba
sentada en su cama tamaño King.
Me detuve frente a la puerta del estudio. Podría pedirle ayuda a mi papá. Como
consejo.
Luego pensé en él despertando a mamá porque Miller estaba en mi habitación,
mi cama. Ellos se asustarían, humillándonos a los dos.
Entonces por la mañana.
En el lavadero, cambié la ropa a la secadora y, cuando volví a subir, Miller
parecía estar dormido.
Apoyé la silla de mi escritorio debajo del pomo de la puerta por si mis padres
recordaban que existía y apagué la luz. Me acosté a su lado y me tapé con las mantas.
Mi cabeza se apoyó en mi almohada y abrió los ojos.
—Vi… —susurró.
—Estoy aquí.
—¿Que voy a hacer? —Su voz era espesa y mi corazón se sentía como si se
partiera en mil pedazos.
—Duerme —dije, tratando de sonar valiente. Como me dijo que era—. Lo
resolveremos.
Sacudió la cabeza.
—No sé. Llevamos semanas en ese auto, pero parece que nací allí. A veces,
solo quiero que la tierra se abra y me trague.
—No dejaré que eso pase. Te necesito.
—No puedes contárselo a nadie. Júrame que no lo harás.
—Miller…
—Júralo, o me iré ahora mismo y nunca volveré.
Parecía demasiado agotado para moverse, pero sabía que se levantaría y se
arrastraría por la ventana si no se lo prometía. Cerré los ojos con fuerza y me salieron
lágrimas calientes.
—Lo juro.
—Gracias, Vi.
Contuve un sollozo, me acurruqué cerca de él y lo rodeé con mis brazos. Olía
tan limpio y cálido, pero delgado. Demasiado delgado.
Ha perdido peso desde que nos conocimos. Lo está enfermando, vivir en un auto.
Miller se puso rígido por un segundo y luego me acercó más, y metí mi cabeza
debajo de su barbilla, y encajamos tan perfectamente. Como piezas de un
rompecabezas.
Su pecho se empujó contra mi mejilla en un profundo suspiro, y escuché los
latidos de su corazón, un poco demasiado rápido, pensé. Si ya fuera médico, podría
ayudarlo en lugar de sentirme tan impotente. Los latidos eran como segundos,
contando algo, aunque no sabía qué. Quizás algo malo. Me quedé dormida, el miedo
hundiéndose conmigo.
Violet
A
l día siguiente, caminamos por el centro de Santa Cruz, a lo largo de
aceras bordeadas de árboles, pasando por lindas pequeñas tiendas,
restaurantes y galerías de arte. Nos dirigíamos al Brewery Café para
encontrarnos con Shiloh. Observé a Miller de cerca, notando cómo su rostro todavía
estaba pálido. Encontré dos botellas de agua vacías en la basura de mi habitación
cuando me desperté y él se había quejado de estar cansado, incluso después de
dormir en mi cama.
—Apenas recuerdo una cama de verdad —había dicho esa mañana—. Olvidé
cómo se sentía.
Mi estómago se apretó.
—Puedes dormir en ella todas las noches.
Lo había dicho como una oferta, pero era una orden. Si su mamá podía dormir
en un motel, entonces lo haría dormir en mi cama y beber toda el agua que necesitase.
Vi a Miller caminar a mi lado, estoico y sin quejarse. Dábamos tantas cosas por
sentado todos los días: calefacción, baños, agua al toque de un grifo. Privacidad,
espacio, una cama. Miller no tenía nada de eso y, sin embargo, lo había guardado
todo dentro, lo había enfrentado solo.
En la acera frente a una casa de empeños, Miller se detuvo y miró hacia
adentro. Una hermosa guitarra acústica estaba al frente y en el centro de un soporte.
Los arañazos estropeaban su madera pálida, pero el marrón más oscuro del cuello
era rico y reluciente.
—Es hermosa —le dije.
—Es mía —dijo Miller en voz baja, para sí mismo.
Me volví para mirarlo.
—¿Qué?
Sus ojos se abrieron y luego frunció el ceño.
—Mierda, nada, no importa. —Comenzó a caminar rápido por la acera y yo me
apresuré a alcanzarlo.
—¿Es tuya? No sabía que tocabas.
—Hay muchas cosas que no sabes sobre mí.
—Supongo que sí —dije, tratando de mantener el dolor fuera de mi voz—.
¿Eres bueno? ¿Llevas mucho tiempo tocando?
—Desde que tenía diez años. Aprendí a tocar viendo YouTube cuando teníamos
una computadora.
—¿Puedes cantar?
Asintió.
—Mayormente covers, pero también escribo mis propias cosas.
Parpadeé ante esta nueva faceta de sí mismo desplegándose frente a mí.
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Es eso lo que has estado haciendo en tu cuaderno
todas las noches? ¿Escribiendo canciones? Podrías haber tocado para mí…
Miller se detuvo y se volvió hacia mí.
—Bueno, es demasiado tarde para eso, ¿no? Santo cielos, Vi. ¿Alguna vez dejas
de hacer preguntas y ayudar y… entrometerte en mi mierda?
Retrocedí como si me hubieran abofeteado.
—No… pensé…
Se pasó una mano por el cabello.
—No debería haberte dicho lo de la guitarra.
—¿Por qué no?
—Porque ahora vas a tomar tu mesada de niña rica y comprarla para mí. Has
ayudado bastante. Has hecho suficiente. No puedo aguantar más.
Me quedé mirando la intensidad en sus ojos que eran kilómetros de
profundidad y me succionaban hacia él, donde el dolor era profundo y oscuro. Donde
el deseo y el sacrificio y la falta habitaban. Cosas que habían despertado al dormir en
una cama de verdad después de una ducha caliente y una comida.
—No la compraré de vuelta —dije.
—Promételo. —Me mordí el labio y moví los pies. Miller apretó la mandíbula—
. Es algo que tengo que hacer por mí mismo. Prométemelo, Violet.
—Lo haré si respondes una pregunta. ¿No tener tu guitarra es lo que te ha
entristecido últimamente?
—No estoy triste…
—Fue hace una semana, ¿verdad? ¿Cuándo la vendiste?
Asintió de mala gana.
—Pero no la vendí, la empeñé. Hay una diferencia. Si se vende, desaparecerá
para siempre. Si está empeñada, puedo recuperarla.
—¿Qué pasa si alguien más la compra? —Los ojos de Miller se agrandaron, el
miedo ardía en ellos al pensarlo—. Tenemos que recuperarla —dije—. Porque no has
sido tú mismo. Como si faltara una parte de ti, y solo pienso…
—No pienses, Violet —dijo, repentinamente sin aliento. Su rostro se puso
colorado, como si acabara de correr—. No hagas nada. Déjalo. Promételo.
—Está bien, está bien, lo prometo —le dije en voz baja, sobre todo porque esta
conversación lo estaba molestando.
—Siento haberme enojado contigo —dijo—. Has sido… realmente buena
conmigo. Demonios, me has hecho la vida soportable. —Su mano se levantó como si
quisiera cepillar el cabello que se había soltado de mi cola de caballo, luego se la
metió en el bolsillo—. Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
Simplemente no estoy acostumbrado a… tener cosas. Una ducha larga. Una cama. Y
me hace extrañar aún más lo que no tengo.
—Quiero que sigas teniendo esas cosas —le dije en voz baja—. En mi casa. En
cualquier momento. Y tu mamá también. Lo que sea que necesites.
Toqué con las yemas de mis dedos su muñeca y luego deslicé mi palma contra
la suya. Para mi sorpresa, los ojos de Miller se llenaron de lágrimas mientras miraba
nuestras manos tocándose. Sus ásperos dedos se entrelazaron con los míos y se
aferraron con tanta fuerza…
Luego me soltó rápidamente y se alejó. Continuamos calle abajo en silencio.
Después de una cuadra, los pasos de Miller se volvieron desiguales. Tambaleándose
ligeramente, tuvo que apoyarse la pared de un restaurante o tienda cuando se
acercaba demasiado.
—Oye. —Lo agarré del brazo—. ¿Qué está pasando?
—No sé. Nada. Solo tengo sed. Necesito agua.
Cruzó la calle hacia el 7-Eleven en la esquina opuesta con pasos arrastrados y
sin mirar el tráfico. Una camioneta frenó con el claxon a todo volumen, pero Miller no
le prestó atención.
Me apresuré a alcanzarlo.
—Miller, oye. Me estás asustando.
Me ignoró, con la mirada fija en el 7-Eleven. Dentro de la tienda, se dirigió a
los refrigeradores de bebidas y tomó el Gatorade más grande que tenían.
—¿Quieres algo? —preguntó, su voz sonaba tensa, mientras buscaba en el
bolsillo delantero de su vaquero un billete de cinco dólares allí.
—No, gracias. —El calor se infiltró en mi preocupación por él, porque estaba
tratando de cuidarme, incluso cuando había tenido que empeñar lo más valioso que
poseía.
Miller pagó la bebida y doblamos la esquina hacia el costado del edificio. Se
deslizó contra la pared y sorbió el líquido amarillo neón. Lo vi beber la mitad de la
botella en unos tragos enormes y luego cerrar los ojos con alivio.
—¿Mejor? —pregunté, agachándome a su lado. Por favor, dime que estás mejor.
Asintió, pero luego bebió la otra mitad, vaciando la botella.
Me quedé mirándolo.
—Esos fueron novecientos mililitros. Miller…
—Estoy bien, doctora —dijo con cansancio—. Debería regresar.
Empezó a ponerse de pie, pero lo detuve.
—No. Necesitas ayuda. Tienes la cara enrojecida y los ojos un poco vidriosos.
—Estoy bien. Lo prometo. Ve a encontrarte con tu amiga sin mí. —Me sonrió
lánguidamente—. Te veré en la escuela el lunes. Cristo, ¿no será divertido? Primer
día de escuela. No puedo esperar.
Lo estudié más de cerca, nuevamente deseando poder leer estos síntomas y
tener la influencia para hacer que me escuchase. Pero se levantó del suelo y bajó por
donde habíamos venido, con la botella vacía de Gatorade todavía en la mano. Pero
caminaba con paso firme, como de costumbre.
Está bien, pensé.
Porque tenía que estarlo.
Tenía sentido, me dije mientras me dirigía al café. El hecho de que Miller
viviera en un automóvil con su madre iba a afectarlo. Estrés. Hambre. Frío.
Probablemente tenía fiebre debido a un refugio inadecuado. Claramente, una noche
en mi casa no fue suficiente.
Eso tiene que terminar. Ellos necesitan ayuda.
Pero Miller me había obligado a guardar el secreto. Exigido incluso. Nunca
volvería a hablarme si trataba de conseguirle ayuda, aunque ni siquiera supiese cómo
hacerlo. Si se supiera que vivía en un auto, lo mataría. Había chicos pobres en nuestro
distrito, pero eso no era lo mismo que estar sin hogar.
Tiene que haber una forma, pensé. Puedo pedirle dinero prestado a papá. O
ganarlo rápido. Quizás sacarlo de mi fondo universitario. Suficiente para un depósito y
el primer mes de alquiler de un apartamento.
Mis pensamientos chocaron contra una pared de ladrillos.
¿Y si no pueden pagar el alquiler todos los meses después de eso?
Shiloh me saludó desde el interior del Brewery Café, sus diversos brazaletes
plateados y cobrizos brillando sobre sus brazos. Reemplacé mi ceño preocupado por
una sonrisa. Ella tampoco podía saber sobre la situación de Miller, a pesar de que me
moría por contárselo. Me diría que tenía que contárselo a alguien más, de inmediato.
Pero le había prometido a Miller, y siempre trataba de cumplir mis promesas.
Pero a veces cumplir una promesa no era bueno ni correcto. A veces, era lo
peor que podía hacer.
Dicen que toda tu vida pasa ante tus ojos cuando estás a punto de morir, pero no
te dicen que también pasa cuando alguien que realmente te importa también podría
morir. Como una película a toda velocidad, vi el funeral de Miller, el primer día de clases
y yo llorando todo el día, sentada en mi habitación sola…
Ahora son las dos de la mañana y acabo de regresar del hospital.
Ayer, Miller bebió un Gatorade enorme como un chico de fraternidad bebiendo
cerveza en un desafío.
Esta noche, se desmayó en mi jardín mientras succionaba agua de nuestra
manguera de jardín como si estuviera tratando de ahogarse en ella.
Llamé al 9-1-1, y luego mamá me gritó desde la ventana de mi habitación, y papá
estaba corriendo desde el patio trasero. Aparecieron los camiones de bomberos, los
técnicos de emergencias médicas, y todos me preguntaban qué estaba pasando.
Mientras tanto, Miller yacía en mi regazo, casi sin respirar, sin moverse, con el rostro
pálido como la muerte.
No me dejaron ir en la ambulancia con él, y como no tenía forma de contactar a
su mamá, viajó solo. Estaba completamente solo. De camino al hospital, mis padres me
interrogaron sobre por qué Miller estaba afuera de la ventana de mi habitación a altas
horas de la noche, y si esto sucedía con frecuencia, y ¿qué demonios estaba pasando?
Y como mis padres eran mis padres, empezaron a gritarse el uno al otro alegando
que nadie había estado prestando atención, así que ahora el “chico del césped” entraba
a escondidas en mi habitación todas las noches.
Bien. Que peleen como idiotas, porque al menos entonces no me preguntaban
por Miller.
Pero en el hospital, los policías me interrogaron. Los médicos, una trabajadora
social… Todos querían saber sobre él para poder contactar a sus padres mientras lo
llevaban a la UCI para recibir un tratamiento. ¿Tuvo un derrame cerebral? ¿Un
aneurisma? Nadie decía nada.
Llorando hasta que apenas pude ver bien, les dije lo que sabía. Que la madre de
Miller, Lois Stratton, trabajaba en el restaurante abierto las 24 horas de la calle 5 durante
el día. Le dije que también trabajaba de noche, pero Miller no me había dicho dónde.
Eso era mayormente cierto, al menos.
¿Dónde vivía? ¿Su dirección?
Lloré más fuerte cuando les dije que no tenía una. No quería romper mi promesa,
pero una parte de mí se sintió aliviada. Como que tal vez ahora, alguien los ayudaría.
Tenía un poco de esperanza de que pudiéramos evitar que los muchachos de la
escuela se enteraran de ello, pero uno de los agentes de policía era Mitch Dowd, el
padre de Frankie. Se lo diría a Frankie, y Frankie lo hablaría por todas partes, andando
en su patineta como si fuera Paul Revere.
En la sala de espera, le dije a Miller en silencio que lo sentía, pero que podría
estar enojado conmigo todo lo que quisiera con tal que se despertara y estuviera bien.
Después de lo que parecieron años de espera aterrorizada, finalmente nos lo
dijeron. Diabetes tipo 1 o juvenil. Los niveles de azúcar en sangre de Miller casi
superaron los seiscientos miligramos, y uno de los médicos planteó el término
“síndrome hiperosmolar diabético”. Había oído hablar de la diabetes, por supuesto,
pero no tenía idea de lo que significaba el resto, excepto que casi había muerto.
Los médicos dijeron que Miller estaba estable. La policía dijo que encontrarían a
su mamá. No quedaba nada más que hacer que irse a casa.
En el auto, mis padres estaban demasiado cansados para hacer algo más que
atacarse el uno al otro, y me enviaron a la cama con la promesa de que “hablaremos de
esto por la mañana”.
Pero apenas cerré la puerta, empezaron de nuevo, culpándose mutuamente por
no saber lo que estaba pasando bajo su propio techo.
Los odio.
Amo a Miller.
Lo digo ahora por primera vez, escribiéndolo en blanco y negro, porque es
absolutamente cierto. Nunca me había sentido así antes. Como si mi cuerpo y todos mis
sentidos estuvieran iluminados, pero también tengo miedo. Estoy segura de que él no
siente lo mismo. ¿Por qué iba a hacerlo? Soy la chica nerd y molesta que se entromete
en sus asuntos. Siempre lo dice. Pero somos amigos. Él es mi mejor amigo. Mi alma
gemela, si un alma gemela es la persona sin la que no puedes vivir. La persona por la
que harías cualquier cosa con tal de mantenerla a salvo y feliz.
Eso es lo que sé con certeza. No puedo perderlo de nuevo, y cuanta más presión
le agregas a dos personas, más aplastadas se vuelven bajo el peso. Solo mira a mis
padres. También fueron mejores amigos una vez.
No voy a estropear las cosas añadiéndonos más. Pero puedo cuidar de él y
asegurarme de que esté a salvo.
Así es como lo conservaré para siempre.
Miller
F
ue entonces cuando supe que la amaría para siempre.
Los médicos se fueron. Explicaron mi diagnóstico y el peso se
hundió en mí, presionándome. Por el resto de mi vida, tendría que vigilar
lo que comía y bebía como si estuviera en un programa para perder
peso, midiendo y contando constantemente carbohidratos y gramos de azúcar para
mantener mis números estables. El ejercicio es bueno, dijeron, pero tengo que tener
cuidado con el esfuerzo o podría quedarme ciego, perder un pie o caer en coma y
morir como lo hizo Julia Roberts en la película favorita de mamá. Una bola y una
cadena de reglas, dietas y restricciones, agujas y pastillas que tendría que llevar por
la cuerda floja sin una red de seguridad, por el resto de mi vida.
Entonces Violet entró en mi habitación del hospital, vestida con una camiseta
amarilla y un pantalón corto de mezclilla. Su cabello negro brillante estaba en una
cola de caballo desordenada y sus ojos azul oscuro detrás de sus lentes estaban llenos
de preocupación y afecto. Por mí.
Y en su mano estaba mi guitarra.
Mi cuerpo pesaba mil kilos, pero en ese momento, una pesada carga se quitó
de mi alma.
—Lo prometiste… —gruñí.
—No sé de qué estás hablando —dijo, tratando de sonreír ante sus palabras
temblorosas y llorosas. Dejó la guitarra en mi regazo—. ¿Siquiera te gustan las
guitarras? No tenía ni idea. Este es un regalo para que te mejores. Lo vi en una ventana
y decidí que debías tenerla.
Se rompió una presa y los sollozos sacudieron sus hombros. No pude levantar
mis brazos para abrazarla mientras ella enterraba su rostro contra mi costado.
—Lo siento. Lo siento mucho —gritó—. Debí haber… hecho más. Quiero ser
una doctora por el amor de Dios y no lo sabía. No vi las señales.
—Me salvaste.
Violet se sentó abruptamente y se quitó las gafas para secarse los ojos.
—No. Llamé al 9-1-1. Pero no habría llegado tan lejos si hubiera hecho algo
antes.
Sacudí la cabeza contra la almohada. Mis dedos alcanzaron la guitarra,
sintiendo su suave madera y su peso en mi regazo. Papá me la dio cuando tenía diez
años, en los buenos tiempos. La primera vez que la sostuve, sentí como si una parte
de mí que ni siquiera sabía que faltaba, había sido restaurada.
Violet tenía razón: empeñar la guitarra había sido como arrancarme una pierna
y entregársela a ese tipo sudoroso detrás del mostrador. No pensé que volvería a
sostenerla nunca.
Y ahora estaba de vuelta. Ahora podía tocar para ella todas las canciones que
había estado escribiendo en su habitación, con ella sentada a menos de treinta
centímetros de mí, ajena a lo perfecta que era…
—Pero nunca volveré a ser tan ignorante —dijo Violet, volviéndose a poner las
gafas y sentándose derecha—. La diabetes tipo 1 significa inyecciones de insulina y
control de la glucosa y seguimiento de tu dieta. Voy a estudiar todo. Aprenderé cómo
poner las inyecciones y hacer esos pinchazos en los dedos y cómo leer los monitores
y asegurarme de que te mantengas nivelado. Y me aseguraré de que tú también lo
hagas. Que te cuides para que no… que nunca…
Los sollozos ahogados se apoderaron de ella y las lágrimas volvieron a
aparecer.
—Vi, no…
—Estaba tan asustada, Miller —susurró.
—Lo siento.
—No es tu culpa.
La culpa por tener que verme así me atravesó, incluso mientras la esperanza
florecía en mi pecho. Sus lágrimas, su angustia… Solo podían significar una cosa.
Ella también me ama…
Luego, una enfermera vino a hacerme una punción en el dedo y me mostró
cómo recoger la gota de sangre en un lector que mide los niveles de azúcar. Vi la
observó de cerca, tomando notas mentalmente.
—¿Puedo verlo? —preguntó Vi cuándo terminó la enfermera—. Voy a ser
doctora algún día.
—Tíralo a la basura cuando hayas terminado. —La enfermera le dio el aparato
para punzar el dedo y salió de la habitación. Violet esperó hasta que se fue y luego se
pinchó el dedo.
—¿Qué estás haciendo?
Ella tomó mi mano, presionó la gota de sangre rojo rubí en la punta de su dedo
contra el mío.
—Prométemelo —dijo—. Prométeme que siempre seremos amigos. No puedo
perderte de nuevo. Jamás…
Siempre seremos amigos.
Quería reírme y decirle lo imposible que era eso. Cómo crucé un límite la
noche que nos conocimos. Cómo todos los pedazos rotos de mi vida se juntan cuando
estoy con ella, aunque sea por un rato. Cómo habíamos estado pasando el rato
durante meses y cada minuto trataba de reunir el valor para decirle que este pobre
chico sin hogar y sin nada que ofrecer moriría por ella.
Pasé saliva, me tragué lo que quería decir, porque tengo trece años y se supone
que no debo amar a una chica así. Tan pronto. Tan completamente.
—Lo prometo…
Cuatro años después
—L
o prometo…
El autobús golpeó un bache, empujando mi
frente contra la ventana y sacándome de mis
pensamientos. Del recuerdo de esa mañana en el
hospital que fue lo mejor y lo peor, porque el día que supe que amaba a Violet fue
también el día que la dejé ir.
—Estúpida promesa de mierda.
Eché un vistazo a los asientos en su mayoría vacíos; estaba oscuro y nadie
parecía haberme oído. O no les importaba si lo hacían. Mi estuche de guitarra se
sentaba en mi regazo, y lo agarré con más fuerza, los nervios se encendieron.
Ahora vivíamos en extremos opuestos del distrito escolar. Resulta que mi
hospitalización y diagnóstico hace cuatro años tuvo un lado positivo. Un programa de
caridad trabajaba con el hospital dedicados a chicos como yo y sus familias para
ayudarnos a ponernos de pie para que no muriera en la parte trasera de la camioneta
tratando de inyectar mi insulina. Nos sacaron del automóvil y nos llevaron a una
vivienda para personas de bajos ingresos en un vecindario de mala muerte en los
acantilados rocosos con vista a la playa de Lighthouse.
Tomaba el autobús para ver a Violet en lugar de caminar por el bosque oscuro
por la noche, pero aun así la veía tanto como podía. Tanto como el tiempo me lo
permitiera, lo cual se sentía cada vez menos con cada año que pasaba.
Ella se está escapando porque eres un idiota sin valor.
Después de que Violet me devolviera la guitarra, me pidió que tocara para ella
todas las noches que me colaba en su habitación. Nunca antes había tocado frente a
nadie. Ella fue mi primera. Sentada en su habitación por la noche, estudiábamos o
hablábamos, y luego me pedía que cantara. Así que lo hice. En lugar de decirle cómo
me sentía, canté y toqué, y ella nunca lo supo. Nunca sospechó. Ella pensaba que era
demasiado nerd para que le gustara a un chico y yo era demasiado tonto para decirle
lo equivocada que estaba.
También me escondí detrás de las canciones de otras personas. Como
“Yellow” de Coldplay. Esa era su favorita. Se convirtió en “nuestra canción”. Ella
pensó que la había elegido porque suena bien en una guitarra acústica. Nunca
sospechó que cada letra era una dedicación a ella. Y siempre lloraba, repitiendo una
y otra vez lo talentoso que era. Dotado. Destinado a la grandeza.
No le creí, pero sabía que quería hacer música por el resto de mi vida. Violet
me mostró el camino y la amaba por eso. La amaba de mil maneras, pero ella
apreciaba nuestra amistad por encima de todo, así que apreté los dientes y lo respeté.
Dejé que se alimentara de mentiras sobre lo terrible que era el amor y cómo lo
arruinaba todo.
La dejé escuchar a sus padres discutir y pensar que eso es lo que les pasaba a
todos.
Y le había prometido ser su amigo. Sellado con sangre.
Para hundir el cuchillo más profundamente, todavía tenía un flechazo por ese
bastardo, River Whitmore. Sospeché que mantenía ese enamoramiento ridículo
porque era lo seguro. Violet también llevaba su mierda cerca de su corazón, solo que
de una manera diferente a la mía.
Pero ya no podía hacerlo. Mañana era el primer día de clases. Estaba a punto
de enfrentarme a otro año, nuestro último año de secundaria, sin que Violet supiera
cómo me sentía. Tenía que decírselo antes de que fuera demasiado tarde.
Convencerla de dejar a un lado su miedo y ver cuán buenos seríamos juntos. Qué
jodidamente perfectos.
Cómo encajábamos.
Violet debió estar esperándome, ya que la ventana se abrió de golpe al
momento en que di la vuelta al costado de su casa.
—¡Entra, rápido!
Me hizo señas con un sobre blanco y rectangular ondeando en sus manos. A
sus padres no les importaba si entraba por la puerta principal o no. Pero todas las
noches que la visitaba, trepaba por el enrejado como lo hace Romeo en la obra.
Excepto que en esta versión Julieta mandó a Romeo la zona de amigos. Hasta el fondo.
Primero empujé el estuche de mi guitarra a través de la ventana, y Vi lo dejó
cuidadosamente a un lado mientras yo entraba y saltaba del escritorio, como siempre
lo hacía. Además, como de costumbre, tomé un respiro para admirarla.
Violet McNamara se autoproclamaba una nerd cuando la conocí, pero durante
los últimos cuatro años, se había transformado de una oruga cálida y difusa en una
mariposa: ojos azul profundo, cabello negro brillante y un cuerpo en forma por el
fútbol, pero redondeado en todas partes que les importaba a los chicos.
Para mí, ella ya había sido perfecta.
Amaba cómo solía pasarse la lengua por los frenillos cuando pensaba mucho,
o cómo se limpiaba las gafas en la parte delantera de la camisa como una profesora
universitaria, seria e inteligente.
Tan jodidamente inteligente.
Hace dos años, se quitó los frenillos. Poco después de eso, la habían golpeado
en la cara jugando al fútbol. Supuse que sus nuevos lentes de contacto eran una
prescripción de mierda, ya que todavía no podía ver lo hermosa que era. O tal vez lo
hacía, aunque nunca lo diría. Pero su confianza creció con su apariencia. Dejó de
andar solo con Shiloh y conmigo todo el tiempo y empezó a andar con amigos del
grupo de estudio, chicas de su equipo de fútbol; se unió al club de debate y de
Matemáticas y Ciencias. Todos la amaban, incluidos los chicos populares.
Chicos como River Jodido Whitmore.
Tosí y desvié mi atención al sobre que tenía en la mano.
—¿Lo tienes?
—¡Sí! —dijo, luego me miró con los ojos entrecerrados—. ¿Cómo están tus
números?
—Yo… ¿qué? Están bien.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste?
Puse los ojos en blanco, pero su preocupación me hizo sentir caliente por todas
partes.
—Después del trabajo. Antes de subir al autobús.
Los grandes e increíblemente oscuros ojos de Violet se entrecerraron,
estudiándome de la misma manera que imagino que evaluaría a sus futuros pacientes.
—¿Puedo…?
Sonreí con satisfacción mientras ella agarraba mi muñeca para mirar los
números en el reloj inteligente que estaba conectado a mi Monitor Continuo de
Glucosa. El pequeño dispositivo MCG estaba conectado a mi estómago con un sensor
incrustado con una aguja debajo de mi piel. Supervisaba continuamente mis niveles
de glucosa y enviaba los números a mi reloj. Si subían o bajaban demasiado, el reloj
daba una alarma. Un regalo, cortesía del Estado de California, ya que éramos
demasiado pobres para pagarlo por nuestra cuenta.
—Está bien —dijo Violet lentamente, soltando mi brazo—. Los números están
bien, pero si necesitas un bocadillo o algo, dímelo.
—Deja de perder el tiempo y cuéntamelo. ¿Estás dentro o no?
—No lo he abierto. Esperando por ti. —Comenzó a rasgar el sobre que tenía el
logo de USCC Medical Center grabado en el frente, luego se detuvo—. ¿Y si no me
quieren?
—¿Cómo es posible que no te quieran?
¿Cómo podría alguien?
—El Programa de Voluntarios de Atención al Paciente es supercompetitivo —
comenzó, pero la despedí.
—Tu promedio es de cuatro puntos por millón y pasaste la entrevista. Sin
mencionar que naciste para esto. Así que abre el sobre y recibe tu asignación.
—Bien. De acuerdo.
Violet abrió el sobre. La sonrisa que apareció en su rostro iba directamente a
mi próxima canción.
—Mierda. —Respiró y se tapó la boca con la mano. Sus ojos revisaron la
primera página—. Estoy dentro. ¡Estoy dentro!
Echó sus brazos alrededor de mi cuello. Su excitación tarareó a través de su
cuerpo y la abracé con tanta fuerza como me atreví. Aspiré su aroma, floral y limpio,
y dejé que mi mano tocara brevemente la seda de su cabello. Sus senos presionaron
contra mi pecho y tuve que luchar para evitar que mis manos se deslizaran por los
contornos delgados de sus costados, hasta sus anchas caderas y su trasero
redondeado. No solo era hermosa, era deliciosa… como a mi cuerpo de diecisiete
años le gustaba recordarme, con frecuencia.
Me aparté de ella antes de que mi polla se encargara de transmitirle a Violet
esos pensamientos. La deseaba desesperadamente, pero ella necesitaba saber
cuánto la amaba primero.
Agarró el papel con ambas manos.
—No puedo creerlo. El PVAP es como el programa que necesito para mis
transcripciones. La cereza del pastel para mis prospectos en la escuela de medicina.
Sonreí.
—Lo has mencionado una o dos veces.
—Sabelotodo. —Me dio un puñetazo amistoso en el brazo y luego pasó a la
segunda página—. Veamos a quién me asignan. Espero que seas tú.
Apoyé mi trasero contra su escritorio, casual, sin dejar que se notara en mi cara
lo mucho que esperaba que fuera yo también.
No quería un voluntario de atención al paciente a menos que fuera Violet, pero
mi endocrinólogo me lo recomendó. Manejar mi diabetes era difícil, más difícil que
la mayoría. Si el universo estuviera siendo benévolo, sería mi nombre y dirección los
que leería Violet. Ella venía a mi casa dos veces por semana, me ayudaba a controlar
la glucosa, la insulina, el cuidado y reemplazo de las agujas, y se aseguraba de que
mi refrigerador estuviera lleno de alimentos que mi plan de alimentación requería.
Violet ya hacía la mayoría de esas cosas, tanto si se lo pedía como si no, pero si la
asignaran oficialmente a mí, tendría que dejar sus estudios interminables y sus nuevos
amigos populares dos tardes a la semana. La tendría toda para mí.
Pero el universo no solo era claramente poco benévolo, sino que era
francamente cruel.
—Oh, Dios mío. —Violet respiró, hundiéndose en su cama. Me miró con esos
ojos azul oscuro que ahora estaban iluminados por el miedo.
—¿Bien? ¿Quién es?
—Quizás no debería decírtelo. Privacidad del paciente.
—Vamos, Vi. Soy yo. Sabes que no voy a decir una palabra.
Violet se mordió el labio.
—Júrame que no lo dirás. Porque es serio. Más serio de lo que esperaba.
—Lo juro.
Bajó la voz.
—Me han asignado a Nancy Whitmore. La mamá de River.
River Jodido Whitmore. Por supuesto.
Aclaré mi garganta.
—¿Ella está enferma?
Violet asintió.
—No da detalles aquí, pero el otro día, papá llevó su auto al taller Whitmore.
Cuando regresó, él y mi mamá estaban hablando en voz baja. Escuché la palabra
“cáncer” más de una vez. —Su mano cayó a su costado—. Jesús, pobre River.
Probablemente por eso no ha estado con nosotros este verano.
Nosotros era relativo, pero lo dejé pasar. Nunca salía con Vi y sus amigos
populares, pero había estado celebrando egoístamente que el verano de Violet había
estado relativamente libre de River. Y fue porque su mamá estaba enferma.
El universo es un imbécil de verdad.
Yo también me sentía como uno.
Me miró con miedo.
—Dios, ¿y si es malo?
—¿Qué esperan que hagas? —pregunté, el impulso de protegerla crecía en
mí—. ¿No es una mierda de trabajo pesado?
—No, no, cosas simples como cambiar la ropa de cama, llevarle comida, leerle,
ponerla cómoda.
Fruncí el ceño.
—Me suena como algo al final de la vida.
—Cierto, ¿no?
—¿Estás preparada para eso?
Violet asintió y se sentó más erguida, con su característico aspecto obstinado y
decidido pintado sobre sus rasgos.
—Puedo hacerlo. Quiero ayudar. Y si voy a ser médico, esto es parte de eso,
¿verdad? ¿Lo bueno y lo malo?
—Supongo que sí. —Asegurarse de que un diabético de diecisiete años
comiera sus verduras no era lo mismo que cuidar de una mujer moribunda.
Violet hizo un gesto con la mano.
—Pero puede que no sea tan grave como pensamos. Ella podría estar en
tratamiento y recuperándose. No deberíamos pasar al peor de los casos.
No dije nada. En mi experiencia, la única forma de prepararse para cualquier
cosa era asumir lo peor. Esa noche, debería haber seguido mi propio consejo.
—Solo ten cuidado —le dije—. Si es demasiado, hazles saber…
Violet sonrió.
—Lo haré.
No lo harás.
Si la madre de River estaba terminal, Violet se quedaría con ella hasta el final,
sin importar cuánto costo mental tuviera. Y lo peor de todo era que estaría en la casa
de River dos veces por semana. Odiaba que los celos me royeran las entrañas cuando
la madre del pobre chico podría estar muriendo, pero sabía lo que pasaría. Violet
haría como Florence Nightingale y se enamoraría más de River Whitmore, y él se
enamoraría de su compasión y valentía. ¿Cómo podría no hacerlo?
Es lo que me pasó.
Violet captó mi expresión oscura.
—Siento que no me hayan asignado a ti, pero me alegro de que alguien te
ayude. No le hagas pasar un mal rato a tu voluntario, ¿de acuerdo?
—¿Quién, yo?
—Lo digo en serio. Me preocupo por ti.
—No lo hagas.
Violet puso los ojos en blanco.
—Como si eso fuera posible. —Inclinó la cabeza y se puso de pie, dio un paso
más cerca. Podía oler su perfume y el jabón que usaba en la ducha—. Te ves un poco
pálido ahora mismo en realidad. ¿Te sientes deprimido? ¿Necesitas un bocadillo?
—No necesito un bocadillo —prácticamente grité, haciéndola estremecerse.
La canción que había venido a cantarle se sentía estúpida e increíblemente
egoísta después de la severidad de su tarea. ¿Y cómo podría decirle lo que sentía
mientras sus pensamientos estaban completamente llenos de River?
Mis manos apretaron el costado del escritorio hasta que me dolieron los
nudillos. La ira contra los Whitmore por arruinar mi plan simultáneamente luchó con
el sentirme como una mierda por la tragedia que se desarrollaba en sus vidas.
Entonces, hice lo más maduro y me desquité con Violet.
—¿Miller…?
—Estoy bien —espeté—. Siempre estoy igual. Tú eres la que está diferente.
¿Qué diablos está pasando contigo, de todos modos?
—¿Conmigo? —Violet volvió a hundirse en la cama—. ¿Qué quieres decir?
—Has estado distante.
Parpadeó.
—¿Cuándo?
—La semana pasada. Este verano. Todo el año pasado. Desde que empezaste
a estar con Ri, Evelyn González y sus amigos. ¿Así será este año? ¿Ya no somos lo
suficientemente geniales para ti?
Jesús, mi petulante mierda se había convertido en un tren fuera de control que
no podía detener.
—Sabes que eso no es cierto —dijo Violet—. ¿Y quién incluye ese somos?
¿Shiloh ha dicho algo? Salí con ella ayer…
—No.
—¿Y tú? Literalmente estamos pasando el rato ahora mismo. —Su rostro se
volvió preocupado—. ¿De verdad crees que te ignoré en la escuela el año pasado?
Eso no es cierto.
—No soy un maldito caso de lástima, Vi. Solo te estoy diciendo lo que he…
hemos… notamos. Algo es diferente y lo ha sido por un tiempo.
—Tengo nuevos amigos. Eso no significa que no me importen mis viejos
amigos.
—A-ja. ¿Cómo van las cosas con River? —grité.
—¿Aparte de que su madre tal vez esté muriendo? No hay “cosas”. Te lo he
dicho cien veces. Apenas me dice una palabra. No estamos saliendo ni nada por el
estilo.
—Aún.
Se cruzó de brazos.
—Celoso, ¿verdad?
Tragué saliva. Aquí estaba. Ahora o nunca. Confiesa o sumérgete en la miseria
para siempre.
Pero en el silencio que se extendió entre nosotros, Violet comenzó a mirarme
con miedo, asustada de que pudiera estar a punto de hacer estallar nuestra amistad.
De romper nuestro voto de sangre.
Mi mandíbula trabajaba mientras luchaba conmigo mismo hasta que, en el piso
de abajo, voces elevadas, una grave y una aguda, se elevaron del suelo como una
erupción sísmica. Como siempre, sacudieron los cimientos de Violet, erosionaron su
felicidad. Apartó la mirada de mí y se quedó mirando al suelo, luego se estremeció al
oír el sonido de cristales rotos desde abajo. Pasos tronaron por las escaleras. Ambos
nos quedamos paralizados cuando las voces de sus padres se hicieron más fuertes.
—No, no vas a hacer esto, Lynn —gritó su padre—. No le hagas esto.
—No me digas lo que puedo y no puedo hacer —escupió su madre—. Esto nos
concierne a todos.
Instintivamente me moví frente a Violet cuando la puerta se abrió de golpe y
sus padres llenaron la puerta, su madre se detuvo en seco al verme. Se alisó un
mechón suelto de cabello oscuro de su loca carrera por el pasillo y se enderezó. El
padre de Vi era un tipo cuadrado que había jugado a fútbol americano en la
universidad. Y lucía como tal: un exjugador de defensiva con una camisa de vestir
arrugada, desabrochada en el cuello. Ambos parecían agotados.
—¿Qué estás haciendo aquí tan tarde? —preguntó Lynn McNamara.
—Lynn… —Vince puso los ojos en blanco y me miró con una sonrisa cansada—
. Hola, Miller.
Levanté la barbilla.
—Hola.
Lynn inmovilizó a Violet con una mirada dura.
—Son casi las once. Tienes clase mañana.
—Lo sé, mamá…
—Y, honestamente, Miller, nuestra puerta de entrada funciona, ya sabes. Ni
siquiera quiero pensar en el daño de mi enrejado.
—No has plantado nada en años —dijo Violet.
—Por supuesto que no —respondió Lynn—. ¿Por qué lo haría, si solo va a ser
pisoteado todas las noches? —Ella se giró hacia mí—. ¿Es todas las noches, joven?
¿Qué estás haciendo en el dormitorio de mi hija?
Violet se sonrojó.
—Mamá. Te lo he dicho un millón de veces, Miller es solo un amigo. Mi mejor
amigo. —Me miró suplicante—. ¿No es así?
Mi corazón estalló, y sentí que mi cabeza asentía, mi garganta se hizo más
gruesa.
—Sí. Así es.
Sus ojos estaban suaves con gratitud, luego se endurecieron cuando se volvió
hacia sus padres.
—¿Y qué están haciendo aquí, de todos modos? No pueden simplemente
irrumpir así.
—Lo siento, cariño —dijo Vince, frunciendo el ceño a su esposa—. Estás
absolutamente en lo correcto.
Lynn se burló, pero ahora estaba más tranquila.
—Hablaremos de eso por la mañana. —Su mirada se disparó hacia mí—.
Hablaremos de todo por la mañana.
Salió furiosa y Vince la siguió, ofreciendo una sonrisa cansada.
—No se queden tan tarde, Vi. Buenas noches, Miller.
La puerta se cerró y Vi se hundió contra mí. La rodeé con mis brazos y la
abracé.
—Lo siento —susurró contra mi pecho—. Dios, es tan humillante.
—Está bien, Vi.
—Solía no ser así. Solíamos sentarnos a la mesa y reírnos. Hablábamos. Se
amaban tanto. Mamá me dijo una vez que tuvo suerte de haberse casado con su mejor
amigo. Éramos tan… felices.
Inhalé, tenía que intentarlo. Suavemente.
—No todas las parejas terminan como ellos.
No dejaría que eso nos pasara a nosotros. Nunca.
Me abrazó con más fuerza y levantó su rostro surcado de lágrimas.
—Dime la verdad, Miller. ¿Estamos… bien?
Su tono valiente no pudo ocultar el miedo en sus ojos. La conclusión agonizante
era que ella necesitaba que yo fuera su amigo. En los últimos años, su familia había
estado en un terreno inestable, lo que obligó a Violet a agarrarse de cualquier cosa
firme que pudiera.
Como nuestra amistad. Incluso si me hace pedazos el corazón.
Pasé saliva. Tragué todo lo que había venido a decirle y cantarle. Incluso logré
esbozar una sonrisa tonta. Para ella.
—Sí, por supuesto que estamos bien. Te lo dije. No es gran cosa. —Cargué mi
mochila al hombro—. Me tengo que ir.
Violet no protestó y eso fue casi peor.
Su propia sonrisa se ensanchó tentativamente, esperanzada. Se secó las
lágrimas de los ojos.
—Nos vemos en la escuela mañana. Primer día del último año. Creo que será
el mejor de todos.
—Sí —dije, tomando mi estuche de guitarra y moviéndome hacia la ventana—.
Nos vemos, Vi.
—¿Miller?
—¿Sí?
—Gracias.
Dios, era tan hermosa en su pijama y camiseta, sus ojos brillaban y estaban
llenos de gratitud. Atlética por el fútbol, pero redondeada con curvas, inteligencia en
sus ojos y una sonrisa que podría derribar las defensas de un chico en un abrir y
cerrar de ojos y dejarlo desnudo, crudo y con ganas…
Sonreí con cuchillos en el pecho.
—Siempre.
El viaje en autobús de regreso a mi vecindario se sintió más oscuro. El autobús
estaba más vacío y las calles fuera de la ventana estaban negras y desiertas. El
estuche de mi guitarra estaba en mi regazo, lleno y pesado. Mil notas inauditas que
estallan al salir.
Ella no te ama así. Supéralo.
Reuní cada pieza rota de mi orgullo, sellé las grietas de mi corazón. Lección
aprendida: amar a alguien no era suficiente para conservarlo. No funcionó para mi
papá. O con Violet.
No sabía por qué seguía esperando algo más.
M
e bajé del autobús a unas pocas cuadras de casa, cerca de los
acantilados con vista al océano, y casi tropecé bajando los escalones.
El suelo se inclinó debajo de mí y mis manos temblaron mientras
agarraba el estuche de mi guitarra. El autobús siseó y retumbó en la noche, justo
cuando en mi reloj sonó la alarma. Miré el número: 69 y bajando.
—Mierda.
Me senté con fuerza en la acera y busqué en mi mochila las gomitas de glucosa
que me había recetado mi médico. El jugo de naranja funcionaba más rápido, pero
no iba a llegar a las dos cuadras de mi apartamento para eso, y estúpidamente me
había olvidado de traer una botella.
Mastiqué tres gomitas y esperé a que mi reloj me diera un número mejor. Unos
minutos más tarde, registró un 74 y mis extremidades se sentían más fuertes y menos
líquidas. Me levanté y caminé penosamente por las calles oscuras.
Complejos de apartamentos de mierda, al igual que el complejo de
apartamentos de mierda en el que vivíamos mamá y yo, se levantaban a mi alrededor:
pintura descascarada, escaleras de concreto y barandas de metal oxidado. Todos
tenían nombres como Vista al Mar, Al Lado de la Playa y La Caleta, como si fueran
condominios de lujo con el océano como patio trasero, en lugar de viviendas en ruinas
donde la “playa” más cercana era una costa rocosa e implacable.
Eran más de las once cuando subí los escalones exteriores de cemento al 2C
en los apartamentos Lighthouse. Nuestro nuevo hogar, después de mi escapada con
la manguera de jardín de Violet. Era una unidad pequeña, de dos dormitorios y un
baño, con un calentador que funcionaba solo cuando le apetecía y una ducha que tenía
una presión de agua de mierda. Las cucarachas entraban y salían de los gabinetes y
las encimeras cuando se encendía la luz.
Pero tenía una ducha. Un baño. Un fregadero. Tenía habitaciones. Tenía una
estufa e incluso un pequeño patio fuera de la sala de estar del tamaño de una caja de
zapatos. Yo tenía una cama y mamá también. Ella lloró cuando nos mudamos.
Yo también quería llorar, pero me recordé la verdad: nada bueno duraba y
todo se podía quitar en cualquier momento.
O podría convertirse en mierda en un abrir y cerrar de ojos.
Giré la llave para entrar en nuestra casa y encontré a mi madre sentada en el
sofá cuando no debía estar en casa de su segundo trabajo en el restaurante hasta la
medianoche. En lugar de su camisa de uniforme amarilla, estaba en sudadera y su
cabello oscuro estaba recogido en una coleta suelta. Su uniforme de casa. Sospeché
que no había ido a trabajar en absoluto. La luz amarilla de nuestra lámpara de pie en
mal estado proyectaba un brillo cálido y hogareño sobre las botellas de cerveza, los
ceniceros desbordados y los envoltorios de comida rápida en la mesa de café.
Un chico de mediana edad que nunca había visto antes se sentaba a su lado.
Con cautela, cerré la puerta y dejé la funda de mi guitarra.
—Hola —dije rotundamente—. No creo que nos hayamos conocido.
—Jesús, Miller —dijo mamá con una risa cansada. Ella solo tenía cuarenta y un
años, ella y papá me tuvieron jóvenes, pero parecía una década mayor y siempre
estaba cansada—. Este es Chet Hyland. Chet, este es mi hijo, Miller.
Chet me miró desde el otro lado de la pequeña habitación, una mano carnosa
sosteniendo una cerveza, descansando sobre el vientre sobre su camiseta sin
mangas, en su mayoría blanca. Esas camisetas no eran lo mío, pero le iba bien a Chet.
Sin afeitar, cabello oscuro sin lavar y vaqueros manchados de grasa o suciedad, me
observaba con ojos brillantes. Activó todas las alarmas internas que tenía; se me erizó
el vello de la nuca.
Luego, una sonrisa amistosa apareció en su rostro.
—Encantado de conocerte, Miller. ¿Cerveza?
—No, gracias.
Me temblaban las manos de nuevo y mi reloj marcaba un 70. Aún era
demasiado bajo. Fui a la cocina, mi piel estallando en un sudor frío.
—Llegas tarde a casa —dijo mamá desde el sofá.
—Fui donde Vi después del trabajo.
—Miller trabaja en el muelle —dijo mamá, y escuché el movimiento de un
encendedor y una inhalación de un cigarrillo.
—Ah, un carnavalero, ¿eh? —Chet se rio entre dientes.
—Trabaja en una de las salas de juegos más grandes —dijo mamá, esbozando
una sonrisa para mí—. Acaba de ascender a subdirector.
Abrí la nevera y mis manos temblorosas alcanzaron un zumo de naranja. Mi
plan de alimentación requería que mantuviera una reserva de ciertos alimentos y
bebidas en todo momento, y teníamos que hacerlo con un presupuesto reducido. No
era tan bueno como Vi en mantener mi mierda en orden, pero había cinco botellas de
jugo esta mañana antes del trabajo y ahora solo había tres.
Cogí uno del estante y cerré la puerta.
—¿Qué demonios?
Mamá frunció el ceño.
—¿Qué demonios, qué?
Levanté el jugo.
—Me faltan dos.
—Puede que haya tomado un par hoy —dijo Chet, sin apartar los ojos de los
míos—. No sabía que estabas contando.
Le di a mamá una mirada de ¿Qué carajo?
—Miller tiene que contar todo —explicó—. Tiene diabetes.
—Sí, en serio. Pensé que podría haberte mencionado eso, Chet.
Como de inmediato, para que no comas ni bebas toda la mierda que necesito
para vivir.
—Mi culpa, amigo. No volverá a suceder.
Le sonrió a mamá y ella le devolvió la sonrisa. Había pasado mucho tiempo
desde que veía esa sonrisa, casi feliz. El tipo de felicidad que proviene de ya no estar
sola y sin otra razón.
Bebí mi jugo, una mano plantada en la puerta del refrigerador para
mantenerme firme.
—¿Te sientes bien? Tu MCG se disparó hace un rato. —Mamá golpeó con los
dedos sobre su teléfono, un modelo antiguo, varias generaciones detrás del más
nuevo, en medio de la basura en la mesa de café.
—Lo sé —dije tratando, y fallando, de quitarle la amargura a mis palabras.
Antes de someterme a la MCG, necesitaba pincharme el dedo cada dos horas,
las veinticuatro horas del día. Se suponía que mamá, siendo mi mamá, debía poner la
alarma y vigilarme por la noche. Después de dos viajes a la sala de emergencias en
tres meses, aprendí a configurar mi propia alarma. Mamá dormía a través de las suyas
y las apagaba en medio del sueño.
No podía culparla. Llevaba dos trabajos para mantenernos a flote, y mi
diagnóstico requería más tiempo y energía del que tenía de sobra desde que mi
páncreas había decidido cerrar el negocio: Sin insulina. No vuelvan.
Aprendí muy rápido que cuando se trataba de cuidar mi diabetes, estaba solo.
Excepto por Violet. El hospital me la podría haber enviado…
Pero no lo hicieron y así es la vida.
Bebí la mitad del jugo, metí la botella en mi mochila y me la eché al hombro
con el estuche de mi guitarra.
—¿A dónde vas? —llamó mamá mientras me dirigía hacia la puerta.
—Fuera.
—Es tarde y tienes escuela mañana.
—¿Te da problemas? —le preguntó Chet a mamá en voz baja y de advertencia.
—No, él…
—Oye. Chico.
Me congelé con la mano en el pomo de la puerta. Mi cabeza se volvió rígida
para encontrar la mirada oscura y dura de Chet.
—¿Le has hecho pasar un mal rato a tu mamá, hijo?
Sus palabras, casualmente amenazadoras, se deslizaron heladas por mi
espalda. Incliné la barbilla y de alguna manera me las arreglé para no parpadear.
—No soy tu hijo.
Se hizo un breve silencio donde solo podía escuchar el latido de mi corazón
chocando contra mi pecho.
Mamá apartó el humo con un gesto como si pudiera disipar la tensión entre
nosotros.
—No, es bueno. Es un buen chico.
Los ojos de Chet nunca se apartaron de los míos cuando me dijo a mí y solo a
mí:
—Será mejor que lo sea.
Apaga la luz y fingiré que dijiste I fell in love with you tonight
Se siente tan bien y se siente tan This love cuts until I bleed
débil Don’t touch me, baby, don’t look at
Este amor me corta hasta sangrar my scars,
No me toques, cariño, no mires mis Until you want to know which ones
cicatrices are yours
Hasta que quieras saber cuáles son All I’ll ever want
por ti All I’ll ever want
Todo lo que siempre querré Is you to fall in love with me tonight
Todo lo que siempre querré
Es que te enamores de mí esta
noche
E
l primer día del último año. Tendría muchos primeros días de clases por
venir —años en la escuela de pregrado y medicina— pero este era el
último año de la secundaria. A Shiloh le gustaba señalar lo ridículamente
emocionada que estaba por el primer día de clases cuando todos los demás se
lamentaban del final del verano.
—Como un rito de iniciación —murmuré, mientras me vestía con un vaquero
ajustado y una sudadera con hombros descubiertos hasta la cintura.
Me estudié en el espejo. El vaquero resaltaba mis curvas más de lo que estaba
acostumbrada, pero por lo demás lucía simple. Pero al elegir mi atuendo para el día,
Evelyn me había advertido que no lo hiciera parecer que me estaba esforzando
demasiado.
—Eres naturalmente impresionante, perra —me había dicho, riendo, mientras
íbamos de compras al King's Village Shopping Center la semana anterior—. Solo
muestra ese trasero tuyo, y a nadie le importará una mierda lo que lleves puesto.
Me volví frente al espejo esa mañana en mi habitación, con los labios fruncidos.
Hace dos años, Evelyn González y su equipo de amigos populares no me habían
mirado dos veces. Pero una amiga de mi equipo de fútbol me llevó a una fiesta en la
playa el año pasado. De alguna manera, terminé en el baño con suelo de arena,
consolando a una Evelyn llorando que acababa de romper con Chance Blaylock, su
novio de seis meses.
—Eres realmente dulce —había dicho, secándose los ojos—. La mayoría de las
chicas en la escuela estarían encantadas de verme así. Débil y patética.
—Tú tampoco lo eres —dije suavemente—. Eres humana.
Algo en esas palabras debió haber tocado a la abeja reina porque de repente
se halló entrelazando su brazo con el mío y presentándome a sus amigos. Que incluían
a River Whitmore. Todavía no tenía las agallas para hablar con él, pero cada vez que
salí con ellos ese verano, intercambiábamos sonrisas y una vez me compró un batido
en el restaurante Burger Barn. Es cierto que les había estado invitando a todo el
mundo a un batido, pero se sentía bien estar incluida. Una experiencia de secundaria
que una chica aficionada a los libros como yo nunca hubiera imaginado.
Pero luego River dejó de estar con nosotros y ahora sabía por qué.
Agarré el sobre que contenía mi asignación de Voluntario de Atención al
Paciente del USCC Medical Center y lo metí en mi mochila, luego bajé las escaleras.
Mis padres estaban desayunando en la espaciosa cocina iluminada por el sol,
sentados lo más separados posible el uno del otro: papá en la encimera de mármol
gris, bebiendo café y leyendo el periódico. Mamá en la mesa, untando mermelada en
una rebanada de pan tostado.
Sin peleas. Sin tensión. Por ahora. Me sentí como en una de esas películas
donde el espía tiene que cruzar una habitación sin tropezar con los láseres rojos que
se entrecruzan por todas partes. Tenía que moverme con cuidado, lentamente, para
no provocarlos.
—Buenos días —dije alegremente.
Mamá no levantó la vista de su tostada.
—Buenos días, cariño.
—Buenos días, calabaza —dijo papá con una sonrisa cansada.
A Shiloh le gustaba decir que el universo tomó los mejores rasgos de mis
padres y me los dio. Tengo el cabello espeso, casi negro de mamá y los ojos azul
oscuro de papá. Después de eso, no me parecía en nada a ellos. Mamá era alta,
delgada, con ojos azul claro, mientras que papá tenía el cabello color arena y era más
robusto.
—¿Estás emocionada por tu primer día de último año? —preguntó papá.
—Definitivamente. Voy a estar bastante ocupada, con el fútbol, el debate y
ahora esto. —Me senté junto a mamá, saqué mi carta de aceptación del PVAP y la
coloqué sobre la mesa.
—¿Entraste? —Mamá sonrió y extendió la mano para apretar mi brazo—. Sabía
que lo harías.
Papá tomó su taza de café y me dio un beso en la parte superior de la cabeza.
—Estoy orgulloso de ti, calabaza. —Se sentó de modo que yo estuviera entre
él y mamá—. ¿Y sabes cuál es tu asignación?
—¿Es ese Miller? —dijo mamá, concentrándose en su tostada y teniendo
cuidado de mantener su tono casual.
Cuatro años más tarde, mi mejor amigo seguía siendo ese Miller para ella: el
chico que había vivido en un auto y casi muere en su patio trasero.
—No, no es Miller —dije con fuerza, aferrándome a mi sonrisa—. Nancy
Whitmore.
Mis padres intercambiaron miradas.
Papá se movió en su silla.
—Visité el taller Whitmore la semana pasada.
—Lo sé. Es cáncer, ¿no?
—Me temo que sí. Cáncer de hígado. Y no se ve bien.
—Ella está terminal —interrumpió mamá, su voz rígida—. Seamos honestos con
Violet, para variar.
Los labios de papá formaron una delgada línea, pero se volvió hacia mí.
—¿Vas a estar bien con eso, cariño?
—Voy a ser doctora. Como le dije a Miller, lo difícil es parte del trato.
Mamá dejó su tostada.
—¿Se lo dijiste a Miller antes de contarnos? ¿Cuándo? ¿Anoche?
—Lynn…
—Sí —dije—. Anoche.
Antes de que irrumpieran en mi habitación como un par de locos.
—No puedo entender por qué todavía sigue trepando por mi enrejado —dijo
mamá, echando humo—. Si no estás tratando de esconderlo, Violet, entonces él puede
entrar por la puerta principal como todos los demás.
—Lynn, ya hemos pasado por esto —dijo papá—. Son amigos. Así es como
hacen las cosas. ¿Verdad, calabaza?
—Sí —dije, sin agregar que las pocas veces que había hecho que Miller entrara
por la puerta principal, mamá y papá habían estado enfurecidos o con un frente frío.
Humillante para mí y embarazoso para él.
—Y, de todos modos —dije—, él tiene las mismas preocupaciones que tú sobre
que yo trabaje con la señora Whitmore. Porque es una buena persona. El mejor.
Mamá lo dejó pasar, pero los pensamientos detrás de sus ojos me dijeron que
hablar de “ese Miller” no había terminado.
—¿Cuándo empiezas? —preguntó papá.
—Esta semana. Martes y viernes.
—Eso es rápido. Bueno, estoy orgulloso de ti —dijo papá—. Vas a ser una
doctora excelente y este programa será el final perfecto para tus solicitudes
universitarias.
—Gracias papá.
—Y en esa nota… —Mamá alisó su servilleta en su regazo—. Dado que ese
proceso comenzará pronto, podría ser una buena idea buscar algunas oportunidades
de becas.
—Por el amor de Dios, Lynn…
—¿Qué? Ella es la mejor de su clase. Casi con un pie dentro para ser
Valedictorian. ¿Por qué no debería ser recompensada por todo su arduo trabajo?
Eché un vistazo entre ellos.
—¿Necesito solicitar becas?
—No —dijo papá con firmeza mientras mamá comenzaba a hablar, luego cerró
la boca de golpe.
Mi estómago se sentía como si de repente se hubiera convertido en piedra. El
ofrecimiento de mis padres para pagar toda la matrícula universitaria, incluso hasta
la escuela de medicina, había sido el regalo más grande y preciado de mi vida. No
solo por el dinero, sino porque significaba que creían en mí.
—¿Está todo bien? —pregunté.
—Todo está bien —dijo papá, mirando a mamá—. No es necesario que solicites
ninguna beca. Prometimos que lo cubriríamos y lo haremos. ¿No es así, Lynn?
Mamá lo miró fijamente a los ojos.
—Si tú lo dices, Vince.
—Lo digo. Y voy a llegar tarde al trabajo. Que tengas un gran primer día,
cariño. —Pasó su dedo por la punta de mi nariz y se fue sin decir una palabra más.
Me volví hacia mi mamá, con miedo de preguntar y con miedo de la respuesta.
—¿Mamá…?
Ella removió su café.
—No me preguntes, pregúntale a tu padre.
—Él no me lo dirá. Ustedes nunca me dicen nada. Solo se gritan el uno al otro.
Ahora también frente a mis amigos.
Mamá tomó un sorbo de su taza.
Mis manos se retorcieron debajo de la mesa.
—Mamá, por favor. Quiero ser cirujana. Incluso con los créditos universitarios
que ya obtuve, son diez años de escuela como mínimo. Si es demasiado, lo entiendo.
Las cosas cambian. Si hay algún problema con mi matrícula, puedes decírmelo.
Dime que tú y papá estarán bien.
—Hablaremos de eso más tarde —dijo mamá, levantándose de su silla—.
Llegarás tarde a la escuela. —Sus dedos se deslizaron sobre el sobre de mi asignación
de voluntaria—. Has sido bastante amigable con River Whitmore, ¿no es así? Te
escucho hablar de él cada vez más. Incluso más que de ese Miller, por eso me
sorprendió verlo en tu habitación anoche. Pensé que ya estaba fuera de la escena.
Parpadeé ante el abrupto cambio de tema.
—Miller nunca estará fuera de escena. Porque somos mejores amigos.
—Pensé que Shiloh era tu mejor amiga.
—Lo es. Ambos lo son.
—¿Y River? Has estado enamorada de él durante años y ahora estás saliendo
con su grupo.
—Sí, pero…
—Pedí una cita para que veas al doctor Crandle el próximo jueves.
—El ginecólogo.
—Sí. Ya que me quedó claro que no puedo controlar los chicos que vienen a tu
habitación por la noche, es mejor prevenir que lamentar.
—Buena idea —dije, mi cara ardía—. Yo misma podría perder ese control.
Mamá suspiró.
—Solo estoy siendo realista. Ahora tienes diecisiete años y sé cómo funciona el
mundo. —Frunció los labios—. ¿Debería haberlo hecho antes?
Dios, quería hundirme en el suelo.
—Uh, no, mamá. Ni siquiera me han besado. Usar anticonceptivos es una
exageración, ¿no crees?
—Oh, cariño —dijo, el arrepentimiento nadaba en sus ojos—. Trabajas muy
duro, y sé que no hemos estado alrededor tanto como deberíamos. No como solíamos
hacerlo. —Tomó mi barbilla en su mano—. Solo estoy tratando de hacer algo maternal
y cuidarte. ¿De acuerdo?
Esbocé una sonrisa.
—De acuerdo. Gracias.
Me devolvió la sonrisa con dolorida diversión.
—Se suponía que tenías que decir: “No es necesario, querida madre, me voy a
guardar hasta el matrimonio”.
—Viendo que nunca me casaré, es demasiado tiempo para esperar.
—Espero que eso no sea cierto, aunque Dios sabe que no hemos dado el mejor
ejemplo.
Tragué saliva.
—Solían serlo. Tú y papá solían ser… tan felices.
Se puso rígida.
—Sí, bien. Han surgido cosas.
—¿Mamá…?
Parpadeó y me dio unas palmaditas en la mano.
—Pediré esa cita. Que tengas un gran primer día.
Los siguientes días del nuevo año escolar transcurrieron afortunadamente sin
incidentes. Hasta aquí. Me había peleado al menos una vez al mes desde la
secundaria. Los rumores y susurros me habían estado esperando cuando salí del
hospital.
Frankie Dowd y su banda de imbéciles me habían estado esperando.
Violet se sintió terrible de que todos supieran que había estado viviendo en un
automóvil.
—Pero ¿cuál era la alternativa? —me había dicho—. ¿Dejarte morir en mis
brazos?
Eso no me pareció tan terrible.
La primera vez que llegué a casa con el labio partido y el ojo hinchado, mamá
apartó la vista de la televisión en su breve descanso entre su trabajo en la tintorería y
su trabajo en el restaurante de 24 horas en la calle 5 y luego volvió a mirar la televisión
de nuevo.
—Defiéndete, Miller. Defiéndete o no quiero volverte oír hablar de ello.
Entonces, me defendí, aunque me arriesgué a romperme los dedos y perder la
destreza que necesitaba para tocar la guitarra, mi boleto para salir de esta vida de
mierda.
Una vida que, gracias al jodido Chet Hyland, se había vuelto más horrible.
Como temía, se convirtió en un elemento permanente en nuestro sofá y en la
cama de mamá; tuve que dormir con una almohada sobre mi cabeza para bloquear
los chirridos de los resortes de la cama.
Peor aún, mamá parecía haber abandonado su segundo trabajo para pasar el
rato con Chet, quien era una carga para nuestra ya delicada economía familiar y no
contribuía con nada. A pesar de su promesa, no dejó de robar mi plan de comidas, y
mamá parecía impotente sobre cómo reemplazarlo todo. La cerveza se convirtió en
la principal importación en nuestro departamento, y los cigarrillos en un cercano
segundo lugar.
—¿Cuánto tiempo va a estar aquí? —le susurré a mamá la mañana del cuarto
día de clases. Me colé en su habitación mientras se preparaba para su trabajo en
tintorería y Chet veía El precio justo en la sala de estar.
—Mientras yo quiera que lo esté —dijo—. No le hagas pasar un mal rato, Miller.
—Jesús, mamá, es una maldita sanguijuela. ¿Tiene siquiera un trabajo?
¿Siquiera…?
Mamá se acercó, sus ojos marrones duros cuando se clavaron en los míos.
—No le hagas pasar un mal rato, Miller —repitió, su aliento ahumado siseaba y
vacilaba—. ¿Me escuchas? No lo hagas.
—Pero mamá…
—Estoy cansada, cariño. Tan cansada. —Me sonrió débilmente y me dio un
apretón en el brazo—. Llegarás tarde a la escuela.
Salí sin decir una palabra más. En la sala de estar, Chet me vio preparar la
comida y mis medicamentos del día.
—¿Vas a la escuela, hijo? —preguntó con una dura sonrisa. Soltó esa palabra
solo para provocarme. Lanzando un anzuelo para ver si mordía.
Incliné mi barbilla hacia arriba.
—Sí. Y luego a mi trabajo. Sabes lo que es un trabajo, ¿verdad? Uno de esos
lugares a los que vas para ganar dinero, que luego se usa para hacer cosas como
pagar facturas y comprar comida.
—Chico inteligente, ¿no es así? Tienes una boca inteligente. —Sonrió con
suficiencia—. ¿Qué pasó? ¿Tu papá no te enseñó modales antes de irse?
Sentí que algo en mí, ese mecanismo interno humano que nos seguía
impulsando hacia adelante, a pesar de que todo comenzaba a romperse y flaquear.
La rabia y la humillación me inundaron. Pensé en lo que había dicho Violet, que
nuestro último año era el mejor hasta ahora.
Mierda. Todo es una mierda.
Chet se rio entre dientes.
—Puedo ver por qué se fue.
—Vete a la mierda.
Escuché un grito ahogado desde el pasillo. Mamá, mirándome y sacudiendo la
cabeza. Le devolví la mirada, rogándole en silencio que se deshaga de este tipo antes
de que se hundiera más profundamente, como una espina que se hundía demasiado
bajo la superficie para arrancarla.
La boca de mamá se abrió y luego se cerró. Fui hacia la puerta.
—Será mejor que cuides esa boca inteligente tuya, hijo —me llamó Chet, su
voz persiguiéndome en la niebla de la mañana—. Sí, eso mismo. Mejor que tengas
cuidado.
Por lo general, tomaba el autobús para ir a la escuela, pero caminé a través de
la mañana gris, dejando que el aire frío me refrescara la piel. El sol ya había salido
cuando llegué a la entrada principal de Santa Cruz Central, la campana sonó cuando
pisé el primer escalón.
El subdirector Chouder se hallaba frente al edificio de administración, con las
manos en los bolsillos de su traje gris.
—Apúrese, apúrese, señor Stratton. Va a llegar tarde.
Mantuve la cabeza gacha y continué por el camino, pasando por bancos de
casilleros y puertas de aulas. Mi primera clase, Literatura Inglesa, era al final del
campus abierto en una colina cubierta de hierba con vistas a las salas de banda y
ciencias.
La clase ya había comenzado. La señora Sanders me miró con severidad, pero
no cesó en su conferencia sobre El gran Gatsby, que se esperaba que leyéramos
durante el verano. El único escritorio disponible estaba al lado de Frankie Dowd.
Porque por supuesto que sí.
El tipo larguirucho tenía las piernas estiradas, rodillas con costras visibles
debajo de su pantalón corto que estaba perpetuamente hasta la mitad de su trasero.
Volteó la cabeza para quitarse un mechón de cabello rojizo de los ojos y me sonrió.
—¿Por qué llegas tarde, Stratton? —susurró. ¿El auto no arranca?
—Vete a la mierda.
Se rio sacando la lengua, como una hiena trastornada. Puse mis manos en
puños, recitando en mi mente: “sin dolor ni moretones”. Pensé que al final de este
maldito día de mierda, eso no sería posible.
—Frankie —llamó la señora Sanders—. Ya que eres tan hablador, quizás
puedas responder algo por mí. Fitzgerald hace numerosas referencias al polvo en
esta novela. Hombres “grises como ceniza” y polvo cubriendo todo, desde
automóviles hasta personajes reales. ¿Qué crees que simboliza?
—Eh… creo que significa que las cosas son viejas o… lo que sea.
Algunos estudiantes se rieron y Frankie, triunfalmente, le dio un puñetazo a un
amigo.
La señora Sanders frunció los labios.
—Intentemos un poco más la próxima vez, ¿eh? —Me miró—. ¿Miller? ¿Te
importaría intentarlo?
Algunas cabezas de la clase se volvieron para mirarme con curiosidad. Frankie
con burla. Nunca he encajado aquí. No en cuatro años. Todavía era el niño que había
vivido en un auto y casi muere después de orinarse en los pantalones en el patio
trasero de McNamara.
—Él escribe que el polvo se asienta sobre todo —dije—. Porque es cierto. Se
asienta sobre toda la puta ciudad. La escuela. Incluso llega a tu casa. No puedes
deshacerte de él.
La señora Sanders asintió, ignorando mi lisura y las risitas que la habían
seguido.
—¿Y qué crees que significa?
—Que no hay esperanza.
Me arrinconaron durante la clase de educación física, de camino a mi casillero.
A pesar de todos mis cálculos y precauciones, mis números eran bajos después
de correr vueltas. Todavía estaba usando mi ropa de gimnasia: camiseta blanca y
pantalón corto amarillo, como un idiota. Mi casillero estaba a tres metros de distancia
cuando Frankie y dos de sus amigos doblaron la esquina.
—Maldito sea todo —murmuré, mis manos temblaban y mi reloj sonaba
furiosamente.
—Bueno, ¿qué tenemos aquí? ¿Sabe el entrenador Mason que estás
abandonando la clase de educación física para irte a drogar, Stratton? —preguntó
Frankie, moviéndose frente a mí para bloquear el camino. Sus dos amigos, Mikey
Grimaldi y Tad Brenner, se quedaron detrás de mí.
—Jódete, Dowd —dije y comencé a empujarlo a un lado.
Me empujó hacia atrás y tropecé.
—¿Tu mamá sigue haciendo favores? —preguntó Frankie, y una risa burlona
me llegó de todos lados.
—No lo sé —herví, mi corazón ahora estallaba y mis manos temblaban tanto
que tuve que meterlas bajo mis brazos—. ¿Por qué no le preguntas a tu papá?
Los ojos de Frankie brillaron por un momento, luego se rio.
—Tienes razón. Él lo sabría, ya que parte de su trabajo es sacar prostitutas de
la calle.
Mi visión se nubló de color rojo, pero ahora me balanceaba sobre mis pies.
—No te ves tan bien, Stratton. ¿Te vas a orinar de nuevo?
Mi reloj sonaba incesantemente y los músculos de mis piernas comenzaban a
sentirse como arena. Traté de empujar a su lado una vez más, sabiendo que era inútil.
Por lo general, en una pelea con Frankie Dowd, daba lo mejor que pude, pero en este
momento, apenas podía estar de pie.
—Sal de mi puto camino.
—Estoy bien aquí —dijo Frankie, cruzando los brazos—. Un poco curioso
acerca de lo que va a pasar a continuación.
Sus amigos se movieron y miraron a su alrededor.
—Oye, Frankie, realmente no se ve tan bien —dijo Mikey.
Tad asintió.
—Sí, y tiene esa alarma…
—No, él está bien, ¿no es así, Stratton? —Frankie puso una mano alrededor de
mi cuello—. ¿Sigues usando esa pequeña máquina atascada en tus entrañas? ¿Qué
pasaría si alguien te lo quitara? ¿Solo para ver mejor?
—Oye —dijo Mikey.
—Eso es enfermo, hombre —agregó Tad, aunque ninguno se movió para
ayudarme.
Reuní toda la fuerza que pude, cerré mi mano en un puño y lo tiré hacia arriba,
golpeando a Frankie debajo de su barbilla. Su mandíbula se cerró de golpe con un
chasquido y se apartó de mí, farfullando y maldiciendo.
—¡Hijo de puda! —escupió un chorro rojo—. Me modí mi puda dengua.
Vino hacia mí un segundo después, preparando un golpe que no tenía fuerzas
para esquivar. De repente, una mano áspera me empujó a un lado y un puño golpeó,
golpeando a Frankie de lleno en la nariz con un crujido audible de huesos y cartílagos.
A excepción de Frankie, que estaba jadeando y maldiciendo, el grupo se
quedó en silencio, mirando al tipo grande de cabello oscuro que había aparecido de
la nada. Llevaba vaqueros rotos, botas de combate desgastadas y nos superaba a
todos en unos buenos siete centímetros. Su camiseta descolorida reveló tatuajes en
sus bíceps y un antebrazo. Parecía un preso fugitivo, en lugar de un estudiante de
secundaria.
Quizás lo sea. Uno de los arrestos del padre de Frankie está aquí para vengarse.
Pero pude ver la juventud en el chico, enterrada bajo los músculos, los tatuajes
y los ojos grises y planos que miraban fríamente a Frankie. Poder se enroscaba y
vibraba en él, listo para retumbar.
El subdirector Chouder, quien tenía un sexto sentido sobre los problemas en
su campus, se materializó como un fantasma detrás de nosotros.
—¿Qué es todo esto?
—Esde hijo de duta me rompió da nariz —dijo Frankie, su voz nasal y
amortiguada detrás de su mano.
Chouder frunció los labios con desdén ante la sangre que se filtraba a través
de los dedos de Frankie.
—Vaya a ver a la enfermera, Dowd. —Fijó su mirada en el chico nuevo—.
Señor. Wentz. Mi oficina. El resto de ustedes, regresen a clase.
Mi reloj con pitidos finalmente llamó su atención. Me midió de arriba abajo.
—¿Estás bien?
—Oh, por supuesto. Mejor que nunca.
Me impulsé del poste contra el que me había estado hundiendo y logré llegar
a mi casillero y subir mi nivel de azúcar en la sangre antes de caer en un maldito coma
diabético, preguntándome de dónde diablos vino ese tipo.
No tuve que preguntarme mucho. Los rumores se esparcieron rápidamente de
que un chico nuevo había golpeado a Frankie en la cara. Al final del día, supe que
Ronan Wentz se mudó aquí desde Wisconsin hace dos semanas. Había faltado los
primeros días de clases y ahora estaba suspendido.
También me salté el resto de mis clases para esperar a que saliera de la oficina
de Chouder.
—No tenías que hacer eso por mí —le dije, colocándome a un lado de él
mientras se dirigía hacia el frente de la escuela.
—No lo hice por ti —respondió Ronan. Su voz era baja y profunda, su mirada
fija en el camino frente a él.
—¿Entonces por qué?
Se encogió de hombros con su chaqueta de mezclilla gastada con lana de
cordero falso en el interior. Se vestía como yo, con ropa gastada, porque estaba
gastada, y no estaba rota a propósito como la moda actual. No entendía por qué los
niños ricos querían vestirse como niños pobres si solo iban a criticar a los niños
pobres por ser pobres. Pero eso es la secundaria.
Continuamos calle abajo juntos; se dirigía hacia mi vecindario que supuse que
podría ser su vecindario también.
La mirada de Ronan se movió rápidamente hacia mí y de regreso.
—¿Es cierto que vivías en un auto?
Me quemó la piel y aparté la mirada.
—Has estado en el campus durante diez minutos, ¿y ya lo escuchaste? Un nuevo
récord. Sí. Hace mucho tiempo. Nadie parece ser capaz de olvidarlo.
—Entonces haz que se olviden.
—¿Cómo? —Se encogió de hombros de nuevo—. ¿El tipo al que golpeaste? Su
padre es policía.
Los labios de Ronan se curvaron en una sonrisa que era principalmente un
gruñido.
—Que se jodan los dos.
—¿Qué tienes contra la policía?
No dijo nada y seguimos caminando.
Llegamos a mi vecindario lleno de cajas de cemento deterioradas con hierro
forjado oxidado en todas las ventanas. Ronan se detuvo y miró fijamente a un
apartamento en la esquina del segundo piso. Se podía escuchar un televisor a todo
volumen a través de la pantalla rota.
—¿Aquí te quedas? —Asintió—. Estoy a una cuadra abajo.
No se movió y tuve una sensación que se apoderó de mí. Una reacción extraña,
extracorporal, normalmente reservada para cuando la letra de una canción encaja tan
perfectamente que es como si no viniera de mí, sino de otra parte.
Muéstrale la choza.
—¿Necesitas llegar a casa? —le pregunté.
—Casa. —Resopló la palabra—. No.
Asentí. La comprensión pasó entre nosotros como telepatía.
—Sígueme.
—Lo encontré hace cuatro días —dije—. He venido aquí todas las noches,
desde entonces. Después del trabajo.
—¿Sí? —Ronan se giró en círculo. Su volumen prácticamente llenó la cabaña
de pescador por completo—. ¿Dónde trabajas?
—En la sala de juegos, en el muelle.
Ronan asintió y se sentó en el banco.
—Se puede ver el océano —dijo, sus palabras casi suaves, saliendo con una
voz ronca.
—Sí, es lindo. Un buen lugar para simplemente…
—¿Alejarte de todo el mundo?
—Precisamente.
—Te veías enfermo antes. —Señaló con la cabeza mi muñeca—. ¿Qué pasa con
el reloj? ¿Es parte de eso?
—Es una alarma. Mis niveles de azúcar en sangre estaban bajos. —Levanté mi
camisa para mostrarle el MGC—. Tengo diabetes.
Ronan asintió, y luego una sonrisa repentina se extendió por sus labios que
cubrió con su mano.
—¿Algo gracioso? —pregunté, ignorando la punzada en mi corazón de que tal
vez había juzgado mal a Ronan. Solo otro imbécil…
Sacudió la cabeza.
—Conocí a una niña cuando era menor… cinco años. —La risa comenzó a
sacudir sus hombros, invadiéndolo como un ataque de tos, incontrolable y que
pareció tomarlo por sorpresa. Como si hubieran pasado siglos, incluso años, desde
la última vez que se rio—. Su tía tenía diabetes. La niña la llamaba dia-ba-tetas.
Me quedé mirándolo por un segundo y luego su risa me contagió hasta que
ambos estuvimos inclinados, riéndonos como idiotas.
—¿Nadie… la corrigió? —Jadeé.
Ronan sacudió la cabeza.
—¿Lo harías?
—Diablos, no.
Otra ronda de risas rugió a través de la choza como una tormenta, luego se
calmó con jadeos y risas.
—Mierda, no había pensado en eso en años —dijo Ronan después de un
minuto.
—Es una palabra de un millón —dije, secándome los ojos—. Dia-ba-tetas.
Suena como algo que el nuevo novio de mi madre diría. A propósito.
Incluso la mención casual de Chet mató los restos de la risa.
Ronan alzó su vista.
—¿Es uno de esos?
—Sí. Uno de esos.
Asintió.
—No te joderán más.
Parpadeé confundido hasta que me di cuenta de que se refería a Frankie Dowd
y compañía. Arqueé una ceja.
—¿Vas a ser mi guardaespaldas o algo así? Olvídalo. Puedo hacerme cargo yo
solo.
¿Porque presentaste un caso tan convincente esta tarde?
Ronan no dijo nada, esperando.
Cristo, necesitaba mis manos para tocar. Para hacer algo con mi música. Para
ganar una tonelada de dinero, para poder darle al mundo un dedo medio sano por
ser tan despiadado.
Violet siempre me decía que era buena leyendo a la gente. Lo que vi al acecho
bajo las profundidades grises y planas de los ojos de Ronan Wentz me entristeció.
Dolor. Peligro. Violencia. El mundo también había sido despiadado con él. Algo en él
estaba roto. Podría ser su amigo dejándolo pelear cuando necesitaba pelear.
—Está bien —dije ante el silencio, aunque dudaba que esperara mi permiso,
de todos modos.
Pero Ronan pareció satisfecho y volvió su mirada hacia el agua.
Cargué mi mochila al hombro.
—Tengo que ir a trabajar. Quédate todo el tiempo que quieras —agregué, pero
no era necesario.
Ahora también era el lugar de Ronan.
E
l viernes por la mañana, me vestí para la escuela con leggings
estampados de flores y una blusa blanca larga y salí de una casa vacía.
Mis padres se habían ido a trabajar antes: papá a su trabajo en el gigante
tecnológico, InoDyne, mamá a su trabajo como gerente de comunicaciones de la
ciudad. Ambos se dedicaban cada vez más horas a trabajar, ya sea para evitarse el
uno al otro o porque nuestra situación financiera, cualquiera que sea, lo requería.
O ambas.
En la escuela, se había colocado una mesa en el patio central. Un mantel de
papel la cubría con el mensaje ¡VOTA POR TU CORTE DEL BAILE DE BIENVENIDA! en
pintura dorada y azul. Globos de los mismos colores atados a unas pesas flanquearon
los lados.
Evelyn, Caitlin Walls y Julia Howard me rodearon mientras me dirigía a mi
casillero.
—Uh oh —dije con una risa—. ¿Estoy en problemas? ¿Era hoy el día en que se
suponía que debíamos vestirnos de rosa?
Caitlin y Julia se rieron mientras Evelyn puso los ojos en blanco.
—Te juro que has memorizado toda la película Chicas Pesadas.
—¿Memorizado? La estoy viviendo —dije con una sonrisa—. Excepto que
ustedes son dulces. —Me incliné para mirar un collar que llevaba Caitlin, un pequeño
relicario de oro en forma de corazón—. Es hermoso, Cait.
Ella puso su mano sobre el amuleto, conmovida.
—Oh, gracias. Mi abuela me lo dio…
—Tenemos diez minutos hasta que suene la campana —intervino Evelyn con
un movimiento de cabeza hacia el patio—. Es hora de votar.
Pasamos de los casilleros a la mesa. Dos estudiantes, sentados entre los grupos
de globos, tomaron nuestros nombres para asegurarse de que solo votáramos una vez
y nos entregaron unos portapapeles.
La boleta enumeró a los nominados para Rey, Reina, Príncipe y Princesa, y sus
logros y contribuciones a la escuela. Evelyn fue nominada; su vlog de moda, con más
de 25.000 suscriptores, fue elogiado por su “espíritu emprendedor”.
Julia y Caitlin también fueron nominadas y, para mi sorpresa, también lo fui yo,
en un párrafo grueso de todas mis actividades extracurriculares y logros.
—Mierda —dije, una pequeña y extraña emoción me atravesó—. ¿Cómo pasó
esto?
Julia me sonrió.
—Ni idea.
—Yo tampoco —dijo Caitlin.
—Asegúrense de votar por ustedes mismas como Princesa —dijo Evelyn, que
sabía que tenía el título la Reina del baile asegurado—. Quiero al menos a una de
ustedes en ese desfile conmigo.
Julia y Caitlin intercambiaron miradas y dieron la espalda para llenar sus
papeletas, luego las doblaron y las metieron en la ranura.
—No voy a votar por mí misma —dije—. Eso se siente… raro. Es un honor estar
nominada. —Me reí—. ¿No es eso lo que dicen? Pero felizmente votaré por ustedes.
Marqué las burbujas de Evelyn para Reina y River Whitmore para Rey. Fácil.
Cualquier otra persona era una pérdida de voto. En el caso de Princesa, incluí a
Caitlin y Julia, dejando que el destino decidiera. Para Príncipe, quería nominar a
Miller, pero sabía que él pensaría que era una broma o que me estaba burlando de
él.
—Listo —dije y lo metí en la ranura—. He cumplido con mi deber cívico. ¿Soy
libre ahora?
—Más despacio —dijo Evelyn—. Solo quédate aquí hasta que suene la
campana.
—¿Por qué?
—Se ve bien quedarse en la mesa de votación un rato —dijo Julia, dándose
golpecitos en la sien—. Estrategia.
Sonreí.
—¿Nos pone en la mente del electorado?
—Exactamente.
El pequeño entusiasmo de ser nominada persistió, pero estar alrededor de la
mesa parecía esforzarse demasiado.
—Oh, mierda, casi lo olvido —dijo Evelyn—. ¿Lo oyeron? Tenemos otro chico
nuevo en la clase de último año. Ronan Wentz .
Sabía ese nombre. Mi profesor de historia había pasado lista ayer, pero no se
había presentado.
—Aparentemente, Ronan es un delincuente juvenil. Dentro y fuera de la
cárcel…
—¿En serio?
—Escuché que mató a sus padres y huyó del estado.
—No bromees así, Cait…
Me agradaban mis nuevas amigas. Cada una de ellas tenía hermosas
cualidades si llegabas a conocerlas fuera del ecosistema de la escuela secundaria,
pero mi cuota de chismes alcanzó su capacidad máxima. Me desconecté y mi mirada
vagó hasta que vio a Miller. Estaba cruzando el patio, con la mirada baja, los hombros
encorvados como si su mochila pesara quinientos kilos.
—Hablando del chico nuevo —dijo Evelyn, dándome un codazo—. Tu mejor
amigo y Frankie se pelearon ayer después de la clase de educación física.
Aprieto los dientes cuando una oleada de ira me recorrió.
—¿Qué pasó?
—Escuché que Frankie le estaba pateando el trasero a Miller, o que Miller
estaba enfermo o algo así, hasta que Ronan apareció y le dio una paliza a Frankie. Le
rompió la nariz y le cortó un trozo de lengua.
Caitlin y Julia jadearon y murmuraron cuando me acomodé el bolso y me
apresuré hacia Miller, ignorando a Evelyn que me llamaba. Lo alcancé y ajusté mi
paso a su lado.
—Hola.
—Hola —dijo con voz apagada.
Lo examiné en busca de alguna señal de la pelea con Frankie, pero sus nudillos
se veían bien y su rostro estaba tan guapo como siempre.
Quizás Evelyn escuchó mal.
Levanté la vista de mi escrutinio para ver los ojos azules de Miller
inspeccionando cada parte de mi rostro, y luego desvió la mirada. Señaló con el
pulgar la mesa de votación.
—¿Cumpliste con tu deber cívico?
—Ja, así es exactamente como lo llamé. —Intenté sonreírle. Él no me devolvió
la sonrisa—. O sea, es tonto pero divertido.
—Qué desperdicio —murmuró Miller sombríamente.
—¿Por qué dices eso?
—Puedo pensar en un centenar de programas que podrían usar el dinero que
la escuela gasta en alquilar carrozas para deportistas y princesas moviéndose por la
pista durante veinte minutos después del partido de fútbol.
—Es tradición. Y para el Baile de Bienvenida se recaudan fondos como para
cualquier otra cosa. No le quita dinero a…
—Claro —escupió Miller—. El señor Hodges tiene que organizar una venta de
pasteles todos los años para mantener el departamento de música en funcionamiento
y apenas mantiene su trabajo. Pero, por supuesto, financiemos un concurso de
popularidad, por tradición.
Dejé de caminar y puse mi mano en su brazo.
—Oye. Sé que odias estas cosas, pero…
—Pero tú no.
Me encogí de hombros.
—Estoy nominada, lo cual es una locura…
—Ah. Ahora todo tiene sentido.
—Oye, eso no es justo.
—Hace un año, no te habrían pillado ni muerta votando por esa mierda.
Supongo que es diferente si estás en la carrera, ¿eh?
Me estremecí, me crucé de brazos.
—Estás siendo un verdadero idiota en este momento.
Echaba humo, frustrado.
—¿No se supone que debes empezar con Nancy Whitmore hoy?
—¿Sí? ¿Y?
—¿No es eso un millón de veces más importante?
—Por supuesto que sí. Pero eso… —Agité mi mano hacia la mesa de votación—
. Eso es simplemente divertido. Es parte de la secundaria. Son experiencias y las
quiero. Las necesito. Todas mis horas ya están ocupadas con estudios y actividades
extracurriculares… mi vida en casa se está derrumbando. Y si Nancy está realmente
enferma, como terminal, tomaré cualquier distracción que pueda que no sea una
completa mierda. ¿De acuerdo?
—Bien. Lo que sea.
Nos quedamos en un terrible y tenso silencio que me rompió el corazón porque
así no éramos nosotros. Había tanto estrés grabado en el hermoso rostro de Miller, y
vi una nueva preocupación en sus ojos que ya tenían su parte justa.
—Me enteré de lo que pasó ayer con Frankie —aventuré.
—Por supuesto que sí.
—¿Estás bien?
—Estoy bien. Hice un nuevo amigo.
—¿Ese chico nuevo, Ronan? Llevamos juntos Historia. En teoría. No ha
aparecido…
—Está suspendido —dijo Miller.
—Escuché que le rompió la nariz a Frankie.
—Escuchaste bien. No me sentía bien como para hacerlo yo.
Mi mano en su brazo se apretó.
—¿Tus números estaban bajos? ¿De nuevo? Quizás debería hablar con tu
endocrinólogo. ¿O qué pasa con tu voluntario? ¿Cómo está funcionando eso?
—No.
—¿Qué significa eso?
Suavemente sacó su brazo de mi agarre.
—Deja de preocuparte por mí, Vi. Por favor. Solo para.
—No puedo. Nunca dejaré de preocuparme por ti. Eres mi mejor amigo.
Sonó el timbre y me miró por lo que duró el sonido, luego desvió la mirada.
—Tengo que ir a clase.
—Miller, háblame. Por favor.
Su voluntad para pelear cayó de sus hombros. Su voz grave y ronca sonó aún
más áspera.
—Mi mamá tiene un nuevo novio.
—Oh. —Mi corazón se hundió ante el subtexto incrustado en esas palabras—.
¿Es… malo?
—Queda por verse qué tan mal, pero sí. El voluntario, Marco, vino el otro día.
Chet se comportó como un completo idiota. Fue jodidamente humillante. Así que le
dije al chico que no regresara.
—Miller, no. Necesitas la ayuda.
—Estaré bien. Y no quiero hablar de eso, Vi.
Asentí de mala gana.
—Está bien. Lamento que tengas que aguantar eso. Con él.
Sus ojos se encontraron con los míos y las duras paredes se derrumbaron un
poco, como solo hacían por mí. Suspiró, se pasó una mano por su largo cabello
castaño.
—Disculpa por ser un idiota, pero es con lo que he estado lidiando.
Sin decir una palabra, lo abracé con fuerza. Se inclinó hacia mí, me dejó
abrazarlo, pero sus manos se mantuvieron livianas en mi espalda como si le quemara
tocarme.
—¿Señor Stratton? ¿Señorita McNamara? —Por encima del hombro de Miller,
el subdirector Chouder golpeteó su reloj—. Ambos llegan tarde.
Miller se echó hacia atrás, se puso el bolso al hombro y miró a cualquier parte
menos a mí.
—¿Nos vemos más tarde? —pregunté.
Quería preguntarle si vendría esa noche, como lo había hecho mil veces en
cuatro años. Pero se sentía mal. Todo entre nosotros ahora se sentía mal.
—Sí, nos vemos, Vi —dijo y se alejó rápidamente.
En la clase de Historia ese día me senté junto a Shiloh como de costumbre. El
señor Baskin pasó lista.
—¿Watson?
—Aquí.
—¿Wentz? —Siguió un silencio, y luego Baskin, un tipo corpulento con barba
canosa, murmuró para sí mismo—. Oh, es cierto. Suspendido.
Marcó su libro de registro, luego reinició la película proyectada en la pizarra
que habíamos comenzado la última clase: un documental sobre la revolución rusa.
Cuando el salón de clases estuvo a oscuras y el documental rodaba, Shiloh se
inclinó hacia mí y me susurró:
—Está bien, señorita amiga-del-noticiero. ¿Quién es este chico nuevo que
sigue sin aparecer?
—Ronan Wentz —le respondí en un susurro—. Está suspendido por golpear a
Frankie Dowd. Le rompió la nariz.
—Mi héroe —murmuró Shiloh—. Ese idiota se lo tenía merecido.
Asentí.
—Le estaba haciendo pasar un mal momento a Miller. De nuevo.
Shiloh frunció el ceño y se echó un grupo de pequeñas trenzas por encima del
hombro.
—Frankie es un psicópata. Lo obtiene de su padre, estoy segura.
—¿El oficial de policía?
—Sí. No eres la única con acceso chismes. Bibi es amiga de uno de los
detectives en la comisaría cerca de nuestra casa.
Sonreí.
—Bibi es amiga de todos.
La abuela de Shiloh tenía cerca de ochenta, casi totalmente ciega y activa en
casi todos los clubes de Rotary, urbanos y sociales de la ciudad.
—Bibi dijo que su amigo detective le advirtió sobre el oficial Dowd.
Últimamente ha tenido algunos problemas disciplinarios.
—Evelyn dijo que este tipo Ronan también parecía un criminal. No es que ella
estuviera allí…
—Entonces será mejor que se cuide el trasero —dijo Shiloh, mirando hacia
delante—. Si le rompió la nariz a Frankie, su padre estará en busca de sangre.
Me quedé en silencio por un minuto y luego me incliné hacia Shiloh.
—¿Miller te mencionó que su mamá tenía un nuevo novio?
—No. Últimamente ha estado bastante callado. ¿Por qué?
—Creo que no es un buen tipo. Miller no me quiere contar mucho y creo que
ya no vendrá a mi casa. Creo…
—¿Qué?
Pero no pude decirlo. Solo pensar que algo andaba mal entre Miller y yo me
revolvía el estómago. Demasiadas cosas se sentían a punto de colapsar a mi
alrededor.
Sonreí.
—Nada.
—¿A dónde crees que vas? —gritó Chet desde la sala de estar. Ebrio. De nuevo.
Por lo general, se bebía unas cuantas cervezas, pero últimamente, había comenzado
sus festividades nocturnas con un whisky de mala muerte.
Me puse rígido mientras mamá me ajustaba la corbata en la sala de estar.
—Te lo dije. Miller tiene un gran baile en la escuela. —Me miró a los ojos
brevemente, sonriendo con cansancio. Mamá era bonita antes de que papá se fuera.
Ahora, parecía que le estaban succionando la vida—. Te ves muy guapo.
—Gracias. Es solo un estúpido baile. No sé por qué me molesto en ir.
—¿Irán tus amigos? ¿Los dos chicos?
—No. No esta noche.
Esos bastardos. Ronan no iría ni muerto y Lord Parish dijo que tenía “otros
planes”.
Regresé a mi habitación para agarrar mi billetera y mi teléfono y mirarme por
última vez en el espejo. Me había puesto mis mejores vaqueros negros descoloridos,
una camisa de botón blanca, corbata y un viejo blazer gris que mamá había
encontrado en Goodwill.
Nada mal. Estaba seguro de que River estaría vestido con un impecable
esmoquin alquilado y Violet luciría impresionante en su brazo…
Aparté los pensamientos y salí.
—¿Dónde está tu cita? —preguntó Chet con un eructo. Se rio entre dientes—.
¿Ella viene a recogerte?
Le encantaba señalar que no tenía un auto. Mamá todavía conducía la
camioneta en la que habíamos vivido, pero sería un día frío en el infierno antes de
que yo condujera eso al colegio. Apenas tuve dinero para los boletos del baile, y
cuando nos cortaron el suministro de electricidad hace una semana, tuve que trabajar
turnos extra para ganar el dinero para volver a activar el servicio, mucho menos
podría llevar a Amber a cenar.
—Me reuniré con ella allí. —Besé a mamá en la mejilla—. Adiós.
—Diviértete. No te quedes fuera demasiado tarde.
Chet resopló.
—¿Tarde? La mayoría de noches ni vuelve a casa. No hasta la madrugada. —
Me paré en la puerta—. No sabías que yo sabía eso, ¿eh? Sí, regresa antes del
amanecer, apestando a cerveza y humo. ¿Qué hay sobre eso?
Agarré el pomo de la puerta con fuerza.
—¿Qué tal si te ocupas de tus propios jodidos asuntos?
Se sentó y me señaló con un dedo.
—Cuidado con tu boca, hijo. Será mejor que tengas cuidado.
¿O qué? ¿De verdad te levantarás del sofá?
No lo dije, solo porque no quería dejar a mamá con él furioso. La miré,
rogándole en silencio que se deshiciera de este imbécil antes de que las cosas
empeorasen. Ella solo me dio una última y cansada sonrisa, luego se volvió y
silenciosamente regresó a su habitación.
Me fui, dejando que la puerta mosquitera azotara detrás de mí y puse: Deshazte
del Jodido Chet Hyland, en mi lista mental de tareas pendientes. Justo después de
convertirme en una superestrella musical mundial. Ja, que tal broma. Como sospeché,
el video que Violet había subido de mí en YouTube tenía solo unas pocas vistas y
ninguna de ellas provenía de ejecutivos discográficos salivantes.
Mi amargura me inundó. Cuando llegué a la escuela, mi estado de ánimo
estaba completamente podrido. La temática del Baile de Bienvenida era Hollywood.
Se habían instalado luces de pie en el camino que conducía al gimnasio, con una
alfombra roja. Profesores y fotógrafos, en su mayoría padres voluntarios, se alineaban
en la caminata, llamando a los asistentes como si fueran paparazzi.
Amber me esperaba cerca de la alfombra roja. Se veía bonita con un vestido
rosa de aspecto bohemio, holgado y suelto alrededor de sus tobillos. Su largo cabello
rubio fluía sobre sus hombros y me sonrió alegremente.
—Hola.
—Hola —dije, esbozando una sonrisa a cambio.
Asintió hacia el pequeño grupo de margaritas en mi mano que había recogido
en el camino.
—¿Son para mí?
—Oh, sí —dije, mi cara se calentó de vergüenza—. No te conseguí un ramillete,
pero vi estas. Pensé que te podrían gustar.
—Son perfectas. —Se entrelazó algunas en el cabello y se colocó la más grande
detrás de la oreja. Ella tenía razón, le quedaban perfectamente.
—Te ves… muy bien —le dije.
—Tú también. ¿Empezamos?
Eso era algo que a Violet le gustaba decir. Forcé una leve sonrisa en mi rostro
y puse la mano de Amber en el hueco de mi codo.
Soporté la caminata por la alfombra roja de los “paparazzi” y entré a un
gimnasio oscuro iluminado con focos gigantes que brillaban en el techo. Un letrero
de Hollywood de papel maché había sido erigido en un lado, y por todas partes había
grandes serpentinas plateadas y globos blancos y negros. Un DJ reproducía las
canciones pop y de rock alternativo más recientes para una multitud de estudiantes
bailando. Dos minutos dentro y ya quería irme.
—¿Quieres algo de beber? —grité en el oído de Amber.
—Claro. Veo a unos amigos. ¿Me das el encuentro ahí?
Los apuntó. Asentí y me fui para conseguir algo de ponche, revisando la
multitud en busca de Violet sin pensarlo conscientemente. La advertencia de Shiloh
sonó en mis oídos sobre la música atronadora del gimnasio. Ella tenía razón. Tenía
que ser justo con Amber y no darle ilusiones.
En la mesa de ponche, la señora Sanders, mi profesora de inglés, protegía el
cuenco de líquido rojo como un halcón. Sonrió cuando me vio.
—¡Miller! Qué bueno verte aquí.
—Gracias. Dos, por favor.
—Tu ensayo final sobre El Gran Gatsby fue bastante brillante —dijo,
sirviéndome dos vasos con un cucharón—. Los devolveré el lunes, pero alerta de
spoiler: recibiste una A.
—Genial. —Cogí las tazas—. Y gracias por estos.
—Miller, espera. —Se inclinó sobre la mesa con ambas manos—. Tu ensayo fue
hermoso, poético, incluso. Pero había… elementos que, francamente, me
preocuparon. —Sonrió gentilmente—. ¿Está todo bien en casa? Quiero decir… ahora
no es el momento ni el lugar…
—No, no lo es —dije y luego suavicé mi tono—. Estoy bien. Gracias por
preguntar.
Traducción: las cosas son una mierda, no hay nada que usted pueda hacer al
respecto, pero es bueno que se preocupes.
La señora Sanders me leyó alto y claro.
—De acuerdo. Pero mi puerta siempre está abierta si necesitas hablar.
—Gracias.
—Y, cierto, se corre la voz de que eres todo un músico. Guitarra, ¿verdad?
—¿Dónde escuchó eso?
—Algunos muchachos estaban pasando un video de ti tocando en una fiesta. El
señor Hodges ha iniciado un club instrumental. Martes y jueves. —La señora Sanders
sonrió alentadoramente—. Podría ser algo que te guste.
Apreté los labios.
—Tengo que trabajar todos los martes y jueves. Tengo que trabajar todos los
días después de la escuela y todo el sábado.
Los hombros de la señora Sanders se hundieron.
—Desearía que ese no fuera el caso. Qué falla la de nuestro sistema que
permite que los muchachos talentosos como tú caigan en el olvido con tanta facilidad.
—Estaré bien. Los muchachos como yo tenemos que hacer las cosas por
nuestra cuenta. —Acomodé los vasos—. Gracias por el ponche, señora S.
Sonrió con tristeza.
—Cuídate, Miller.
Apenas me hube alejado de la mesa, tres chicas que reconocí vagamente como
las nuevas amigas de Violet se me acercaron.
—Miller, ¿verdad? —dijo una—. Soy Julia. Estas son Caitlin y Evelyn.
Di un paso atrás, consciente de que sostenía dos vasos de ponche rojo mientras
vestía una camisa blanca.
—¿Puedo ayudarte?
—¡Relájate! Solo queríamos decirte que tu show en la fiesta de Chance fue
increíble —dijo Caitlin.
—Increíblemente bueno —dijo Julia—. Eres muy talentoso.
—Sí, gracias.
—¿Estás aquí con alguien? —preguntó Evelyn, mirando mis vasos con ojos
astutos y calculadores bajo sus pestañas postizas. Era la más bonita de las tres.
—Amber Blake. Debería volver.
Julia hizo un puchero.
—Lo sabía. Demasiado tarde.
—¿Demasiado tarde para qué? —Pero mis palabras fueron ahogadas por el DJ
que cambió de ritmo y el gimnasio explotó con el sonido.
—Debieron haberte contratado para tocar aquí —gritó Evelyn en mi oído,
acercándose—. Habrías sido una bomba. Violet siempre nos dice lo talentoso que
eres.
Mi pecho se apretó ante su mención.
—Gracias. Debería irme.
—Espera. ¿Te importaría alegrar tu ponche? —Sacó dos minibotellas de vodka.
Estuve a punto de decir que no, pero luego Julia dijo:
—¡Oh, ya veo a Violet! Dios, se ve tan jodidamente bonita.
Apreté los dientes y me obligué a no seguir la línea de visión de Julia. La
tradición en Central era que el Rey y la Reina tomaran su baile frente a todos los
demás, solo ellos dos. Toda la escuela formaría un círculo alrededor de River y Violet
para verlos bailar como una pareja casada en su boda.
No puedo. Joder, no puedo.
Evelyn me dio una mirada de complicidad.
—Claro, adelante —le dije.
Sirvió una botella en cada vaso, se inclinó y me dio un largo beso en la mejilla.
—Que tengas una buena noche, Miller.
Las chicas se fundieron en la multitud de cuerpos retorciéndose,
probablemente para unirse a Violet y River. Bebí un vaso de ponche, la dulzura
empalagosa golpeó mi lengua primero, seguida por el ardor de vodka en la parte
posterior de mi garganta. Me calentó de adentro hacia afuera, y sin pensar en la
ingesta de azúcar ni en mis números, me tomé el segundo.
La noche se suavizó y cambió. Se volvió líquida y turbia en mi visión. De alguna
manera, volví hasta Amber.
—¿Sin bebidas? —Ella se rio y tomó mi mano—. Vamos. Vamos a bailar.
El DJ tocó “Dance Monkey” y Amber se sacudió al ritmo, con mis manos en las
suyas.
—No bailo —grité sin ganas.
—Eres tan lindo.
Se dio la vuelta en mis brazos, pero me solté de su agarre. Ya estaba teniendo
problemas para mantenerme en pie. La habitación dio vueltas y pude sentir que mis
números caían.
—Tengo que parar. Necesito aire.
Amber se acercó.
—Buena idea. Vamos a estar a solas.
Me tomó de la mano y me llevó fuera del gimnasio al aire fresco de la noche.
Al doblar una esquina y en un pasillo desierto, me derrumbé contra la pared. Amber
presionó su cuerpo contra mí y me besó con fuerza, sus manos vagando.
—He querido hacer esto durante semanas —dijo Amber entre besos, su voz
sonaba como si viniera de kilómetros de distancia—. ¿La forma en que cantaste en la
fiesta? Era como si me estuvieras cantando directamente. Directo a mi alma.
Dios, soy un idiota.
Debería haberla apartado y decirle que nada podría pasar entre nosotros. Pero
su boca era insistente y caliente. Su beso no se parecía en nada al de Violet, pero ese
era el punto, ¿no? ¿Olvidarla y seguir adelante?
Convertirme en una superestrella musical reconocida mundialmente se sintió
más realista que lo anterior.
Luché por mantener la cabeza con claridad, pero nadaba en vodka. Estaba
sumergido bajo las sensaciones de mi cuerpo, las manos y la lengua de Amber,
viendo las imágenes pasar: Violet sonriéndole a River, los gruñidos de Chet, la mirada
de lástima de la señora Sanders… luces apagándose en mi vida, una por una.
Amber cayó de rodillas, sus manos sobre la bragueta de mi vaquero.
—Amber, espera. —Después de lo que vendría después, no habría vuelta
atrás.
Alzó la mirada.
—¿Qué ocurre?
Desde dentro del gimnasio, llegó el sonido amortiguado del maestro de
ceremonia llamando al Rey y la Reina a la pista para su baile, seguido de vítores
estridentes.
Violet en los brazos de River, mirándolo con adoración…
—Nada.
Mi cabeza cayó hacia atrás contra la pared cuando Amber me liberó de mi
vaquero. Gemí suavemente, cerré los ojos y dejé que el mundo girara debajo de mí.
Q
uerido diario,
Ha pasado mucho tiempo desde que escribí aquí. Incluso años. La
última entrada fue la noche en que le dije a Miller que deberíamos
besarnos. Para practicar. Para que cuando llegara alguien de verdad, no
estuviéramos tan desprevenidos.
Pero tuve mi primer beso de verdad y nada podría haberme preparado.
Miller cantó para mí para que pudiera ponerlo en YouTube y convertirlo en una
estrella. Y, Dios, incluso antes de que cantara una nota, mi cuerpo ya estaba tarareando.
Se quitó el gorro y se revolvió el cabello… Nunca había visto nada más sexy en mi vida.
Tan sexy porque ni tuvo idea del efecto que estaba creando en mí. Difícilmente podía
soportarlo yo misma.
Luego comenzó a cantar y apenas pude sostener el teléfono quieto. Su voz,
áspera, baja y tan masculina, me atravesó. Mi corazón y mi alma, y Dios incluso entre
mis piernas. Lo sentí —a él— en todas partes. Como la mejor fiebre.
Y entonces me besó.
Me tomó completamente desprevenida. No solo porque fue el primero, sino que
me sorprendió lo mucho que me dejó sin aliento. Cómo olía, sonaba y sabía tan bien.
Qué perfecto se sentía. Cuán correcto. Fue todo lo que se suponía que debía ser un
primer beso; me enloqueció y me hizo querer más.
Me hizo quererlo. Mi cuerpo ahora se siente despierto. Vivo.
Miller me dijo que estaba de acuerdo con que fuéramos amigos, pero eso era
mentira. Ningún chico besa a una chica así a menos que la quiera más de lo que ella
podría haber imaginado. Sentí todo en Miller con su beso. Cómo se sentía por mí; cómo
probablemente se había estado sintiendo por mí durante Dios sabe cuánto tiempo. Tal
vez me ha amado tanto tiempo como yo lo he amado… lo que se siente como toda una
vida.
Y eso me asusta.
He pasado años haciendo exactamente lo que me acusó de hacer, manteniéndolo
a distancia por el simple hecho de que lo amaba demasiado. Lo amo tanto que mi
corazón se siente como si fuera a estallar. Lo amo tanto que prefiero mantenerlo en mi
vida como amigo que arruinarnos. Sé que suena loco, pero las cosas buenas y preciosas
como Miller Stratton solo aparecen una vez en la vida. ¿Tenerlo y perderlo…?
Ni siquiera puedo escribirlo. Casi sucedió hace cuatro años, y esa noche me
marcó de por vida.
Pero me besó y ahora todo es diferente. Me siento diferente. Y enojada. No debió
haberme besado. Pero lo hizo y, ahora, no puedo volver atrás.
Y lo peor es que no quiero.
Unos días después, me armé de valor para aceptar la oferta de Shiloh. Mientras
el sol se ponía detrás del océano, ella me condujo por un camino loco sobre rocas
irregulares y porosas, mientras la marea bañaba nuestros tobillos.
—No me estás trayendo aquí para asesinarme, ¿verdad? —pregunté,
tropezando con una maraña de algas mientras agarraba protectoramente una bolsa
de papel que contenía el paquete de seis cervezas que le había robado a papá, una
ofrenda a los Chicos Perdidos por aceptarme en su fogata. Mis Converse estaban
empapadas y los puños remangados de mi vaquero estaban húmedos—. Esto se está
poniendo un poco difícil, Shi.
—Casi llegamos.
Shiloh llevaba sandalias y otro pantalón de lino ondulado. Ambas habíamos
usado sudaderas con capucha, ya que ella me había advertido que el viento podría
ser fuerte por la noche, con fuego o sin fuego. Seguí su forma delgada, sus largas
trenzas fluyendo detrás de ella, y me sentí aliviada al ver que el terreno se volvía más
fácil y más alejado del océano.
Rodeamos una enorme roca y allí estaban. Miller se hallaba sentado en una silla
de playa gastada frente a un fuego crepitante, con el estuche de su guitarra a su lado.
Ronan Wentz y Holden Parish sentados en sillas similares, y todos estaban hablando
mierda y riendo. La choza era una pequeña cabaña de pescadores construida contra
la roca.
—Hola, chicos —dijo Shiloh, entrando en el anillo de luz. Miró
intencionadamente a Miller—. Todos recuerdan a Violet, ¿no es así?
Miller me miró a los ojos y juro que el más mínimo destello de sonrisa tocó sus
labios y luego se desvaneció. Se apagó. Estaba protegiendo su corazón de la misma
manera que yo lo había estado haciendo durante cuatro años.
Somos como un péndulo, oscilando hacia adelante y hacia atrás, pensé,
preguntándome cuándo o si alguna vez estaríamos desprotegidos al mismo tiempo.
—Señorita Violet —dijo Holden, poniéndose de pie y ofreciéndome su silla,
justo al lado de Miller—. Por favor. Tome asiento. —Pateó la bota de Ronan—. ¡Wentz!
Mejora tus modales, por el amor de Dios. Tenemos compañía.
Ronan tiró de sus largas piernas que habían estado extendidas hacia el fuego
para que pudiera cruzar a la silla.
—Vengo con regalos —dije con una pequeña sonrisa—. Una cerveza artesanal
india. Escuché que es buena.
—Eres un ángel —dijo Holden, tomándome la bolsa y tirándola en el regazo de
Ronan—. Está a cargo de las libaciones.
Ronan gruñó y le disparó a Holden su ceño fruncido, luego volvió sus ojos
plateados hacia mí. No sabía casi nada sobre él, excepto que estaba constantemente
en problemas en la escuela y que Frankie Dowd había hecho de la misión de su vida
matarlo algún día. A juzgar por la masa corporal de Ronan, sus brazos musculosos y
tatuados, y el aura peligrosa que lo rodeaba, supuse que tenía poco que temer. Podría
partir al escuálido Frankie por la mitad.
Pero no estaba preparada para la astuta inteligencia en su mirada que me
siguió hasta mi asiento.
Holden consiguió dos sillas más, una para Shiloh, entre Ronan y Miller, y otra
para él, entre Ronan y yo.
—El círculo está completo —dijo Holden, y luego su sonrisa se desvaneció ante
un pensamiento repentino—. Casi.
—Hola —le dije a Miller. Shiloh me había asegurado que sabía que vendría,
pero todavía me sentía como un invitado no deseado.
—Hola. —Tomó un sorbo de su cerveza. Reprimí el impulso de preguntarle
cómo se sentía y cómo le había ido con el control de la diabetes. Ese era el trabajo de
Amber ahora y el de sus amigos. No estaba segura de si seguíamos siéndolo siquiera.
—¿Cómo has estado? —pregunté.
—Bien. ¿Tú?
—Bien.
Jesús. Tener una charla insignificante con Miller después de años de debates
profundos y reflexivos y discusiones sobre la vida era una tortura.
Me encontré con la mirada de Shiloh desde el otro lado del fuego. Hizo un gesto
con la cabeza y articuló la palabra: Ánimo.
Aclaré mi garganta y me incliné hacia Miller. Olía a humo y sal y lo que fuera
que lo hacía él.
—¿Podemos hablar? ¿Quizás dar un paseo?
Se quedó mirando el fuego, las paredes levantadas, los ojos duros. Pero cuando
se volvió para responderme con un no en los labios, su mirada se suavizó un poco.
—Claro.
Se puso de pie y me ofreció su mano. La tomé, mi corazón latiendo con fuerza.
La última vez que nos tocamos fue hace meses. Cuando me besó. Su mano era dura y
áspera en la mía, pero gentil, me puso de pie y luego me soltó.
—Volveremos enseguida —le dijo al grupo, con un ligero énfasis en enseguida.
Sintiendo tres pares de ojos sobre nosotros, sacudí la arena de mi trasero y
seguí a Miller. La choza se encontraba en un callejón sin salida donde los acantilados
se habían derrumbado y se habían deslizado hacia el mar. Nos llevó de regreso por
el camino por el que habíamos venido, lejos de la hoguera, hasta la zona de arena
relativamente suave antes de que el camino se volviera más complicado de nuevo. La
luna llena nos proporcionó luz.
Miller estuvo en silencio, encorvado en su camisa de franela a cuadros,
esperando a que hablara. Mi pulso latía en mis oídos como las olas, muerta de terror
de haberlo perdido por completo y con miedo de saberlo con certeza. Las palabras
de Nancy volvieron a mí, que no era una cobarde.
Respiré hondo.
—Lo siento.
Miller frunció el ceño, cauteloso.
—¿Por qué?
—Por lo que pasó entre nosotros. Por todo.
Sus hombros bajaron un poco.
—No es tu culpa. No debí haberte besado.
El viento sopló mi cabello sobre mi cara, ocultando el dolor que destellaba
sobre mí. Mientras yo no podía pensar en nada más que en nuestro beso, él se
arrepentía. El péndulo se había balanceado hacia mí y no iba a moverse.
—Lo que sea que pasó, pasó —dije—. Vine aquí esta noche por el simple hecho
de que te extraño. Extraño a mi amigo. Eso es todo lo que quería decir. Que estos
últimos meses han sido muy duros sin ti, y… solo quería que lo supieras.
Todo era silencio excepto por el viento y el océano rompiendo en la orilla.
Miller se detuvo y se sentó a medias, medio apoyado en una roca, con las manos en
los bolsillos, su gorro tejido apartando el cabello de sus ojos mientras me miraban.
—Un montón de cosas me vinieron a la cabeza cuando me preguntaste si
podíamos hablar —dijo con brusquedad—. Cosas cortantes y frías destinadas a
alejarte. A mantenerte a una distancia segura. Pero no quiero hacerte daño. En
realidad, es la última jodida cosa que quiero hacer.
Me estremecí, me abracé en mi sudadera.
—No quiero lastimarte tampoco. Me encanta verte aquí con tus amigos. Me
alegro de que los tengas. Me alegro mucho por eso.
Miller apretó la mandíbula y un músculo en su mejilla se tensó. Finalmente,
levantó las manos.
—Jesús, Vi. Estás parada ahí, luciendo como siempre, diciendo cosas dulces y
haciendo que sea imposible…
—¿Qué? —Respiré.
—Nada. No importa. Solo… también te extraño. Siempre has estado ahí para
mí. Siempre. Y no tenerte… —Se cruzó de brazos, como si eso mantuviera sus paredes
en su lugar. Su voz se tornó entrecortada por el pesar—. Pero estoy saliendo con otra
persona y no tomo ningún compromiso a la ligera.
—Sé que no. No estoy aquí para interferir, lo prometo. Pero si eso te parece,
me iré. Te dejaré en paz.
Incluso si me destroza.
Me miró por un segundo, luego soltó una breve carcajada, sacudiendo la
cabeza.
—¿Tú? ¿Me dejarás en paz?
Fruncí el ceño, confundida.
—No…
—La doctora McNamara no puede dejar a un paciente en paz aun así lo
intentase. ¿Qué tan difícil ha sido para ti no preguntarme por mis números?
Contuve un respiro, comprendiendo lo que estaba haciendo.
—Maldita sea, casi imposible. —Me crucé de brazos y le dirigí una mirada
severa, incluso cuando mi corazón estaba a punto de estallar de alegría y alivio—. ¿Y
bien? ¿Cómo están? ¿Cuántas cervezas has bebido?
Se rio entre dientes y se empujó lejos de la roca, hacia mí.
—Están bien. Tomé una cerveza y tomaré una más. Eso es todo. —Ahora estaba
parado frente a mí.
—Bien —dije, con un bulto en mi garganta—. Y si intentas tomar una tercera, le
arrojaré arena.
—Apuesto que lo harás.
La sonrisa de Miller se desvaneció cuando me miró. Mechones de cabello
estaban pegados a mi mejilla por el viento. Su mano se levantó como si quisiera
apartarlos, sus ojos en mi boca. Luego se contuvo y dio un paso atrás.
—Estás temblando —dijo—. Deberíamos volver al fuego.
—De acuerdo.
Quería un abrazo para sellar el trato. Ansiaba sentir sus brazos a mi alrededor,
perderme en su familiaridad, pero supuse que sentía que aún no estábamos tan bien.
Me tragué mi decepción y me contenté con el hecho de que estábamos hablando de
nuevo. Ahora tenía novia y no era justo, ni correcto, pedir más.
Regresamos al círculo de amigos. Shiloh inmediatamente leyó en mi cara que
las cosas estaban mejor. No donde habían estado; después de ese estremecedor
beso, probablemente nunca lo serían, pero era un comienzo.
Ella sonrió y le devolví la sonrisa.
Holden notó la disminución de la tensión entre Miller y yo como un maestro de
ceremonias. Estaba bastante borracho, me di cuenta, sus ojos color verde claro
estaban nublados por lo que fuera que estuviese bebiendo de su petaca.
—Están de vuelta. ¿Aclararon las cosas? ¿Hicieron las paces?
—Cállate, Parish —entonó Ronan.
—Jódete, Wentz —respondió Holden—. El largo invierno de nuestro
descontento y su miseria finalmente ha terminado. Tiempo para celebrar.
Miller ignoró las discusiones de sus amigos y me miró.
—¿Quieres una manta o algo?
—Por supuesto, gracias.
Me levanté de la silla para sentarme en la arena suave. Miller y Ronan
obtuvieron más mantas de la choza, junto con perritos calientes, papas fritas e
ingredientes para hacer s'mores.
Los cinco hablamos, reímos y comimos, Holden más alto que el resto de
nosotros, Ronan el más callado. Lo miré a él y a Shiloh de cerca sin que fuera muy
obvio, pero si había algo entre ellos, no se notaba. Todas sus conversaciones esa
noche consistieron en intercambiar insultos y sarcasmo.
Holden se inclinó hacia mí.
—Es descarado cómo coquetean, ¿no?
—¿Coquetean? Se odian el uno al otro —le susurré en respuesta.
—¿Ellos? —Se frotó pensativamente su estrecha barbilla—. Supongo que
depende de tu perspectiva.
Antes de que pudiera preguntarle qué significaba eso, se volvió hacia Miller.
—Oye, superestrella. Deja de ser tan tacaño. Es contra la ley tener una noche
perfecta, una fogata en la playa, pero sin música. Toca algo.
Shiloh y yo aplaudimos y silbamos, y luego Holden se unió.
—Está bien, está bien —dijo Miller—. No quería ser ese idiota.
—Demasiado tarde —dijeron Ronan y Holden a la vez, y tintinearon una botella
de cerveza contra una petaca.
Miller mostró su dedo medio y puso su guitarra en su regazo. Sus dedos
tomaron su lugar en la guitarra como si hubieran nacido allí, y se lanzó a una versión
acústica de “Take Me to Church” de Hozier.
La voz de Miller no era tan profunda como la de Hozier, pero el gruñido áspero
de Miller había hecho que las letras empapadas de sexo fueran aún más sexys. Me
senté más erguida, con los ojos en el fuego, incluso cuando cada molécula de mi
cuerpo quería volverse hacia Miller tocando a mi lado. Quería sentarme en su regazo,
arrancarle la guitarra de las manos y besarlo fuerte y profundo. Quería probar esas
letras en su lengua, beberlas y ahogarme en el talento de Miller, esa esencia suya que
lo hacía tan extraordinario.
Dios, ¿qué me pasa?
Cuando el péndulo se balanceó, me golpeó con fuerza. El beso de Miller hace
todos esos meses había despertado algo profundo en mí. Me cambió. Cambió el amor
que tenía por él, alterando su estructura química para incluir mi cuerpo, mis
hormonas, mi necesidad. Meses de diferencia solo lo habían fermentado hasta que se
hubo vuelto fuerte y potente. Quería a Miller, y el miedo que tenía de arruinar nuestra
amistad había pasado a un segundo plano frente a la lujuria llena de necesidad.
La canción terminó y el pequeño grupo se quedó atontado por un momento.
Entonces Shiloh se abanicó.
—Ya lo dije antes, maldita sea.
—Si pudieras embotellar eso y venderlo en tiendas de sexo, sería una matanza
—dijo Holden.
—Eso no es parte del plan —dijo Miller.
—¿Hay un plan? —pregunté, arriesgándome a mirarlo.
—Evelyn está como que… ayudándome.
—Cierto. Vi su vlog. —Sonreí—. Un poco mejor que mi pequeño canal de
YouTube.
—Tu video es lo que empezó todo —dijo Miller—. O algo así.
—Ese algo está haciendo que recibas el reconocimiento que te mereces.
Me miró a los ojos y me hundí en ellos, el resto del mundo se desvaneció…
hasta que escuché un fuerte resoplido. Alcé la vista para ver a los demás mirándonos,
Holden fingiendo secarse los ojos.
—Cállate —dijo Miller—, o la próxima canción que toque será algo de
Nickelback.
Todos gimieron y el estado de ánimo se alivió. Miller tocó una variedad de
canciones, pero ninguna suya. La tensión en el aire fue eliminada por el viento del
océano y, en cambio, la llenó de su voz.
La noche se hizo más profunda, se bebió más cerveza y los demás se deslizaron
de sus sillas para acurrucarse bajo las mantas en la arena. Shiloh se estremeció y
Ronan se quitó la chaqueta de mezclilla con cuello lana de cordero falsa. Sin decir
palabra, le quitó la manta de los hombros, la cubrió con la chaqueta y luego la
envolvió con la manta.
—Gracias —dijo a regañadientes. Suavemente. Noté algo parecido a una
tregua entre ellos. Se sentó a su lado, y cuando Miller terminó su canción, su mejilla
estaba apoyada contra el brazo de Ronan.
La felicidad y la tristeza lucharon dentro de mí. Feliz por Shiloh y triste por
haberme distanciado tanto de todos en los últimos meses. Me había retirado para
cuidar mi corazón magullado y me había perdido de mucho.
—Es tarde —dijo Miller, haciendo a un lado su guitarra.
Circuló un coro de protestas.
—Una más, amable señor —dijo Holden, cansado, su voz teñida de tristeza que
me hizo querer poner mis brazos alrededor de él también—. Una más para cerrar la
noche.
Miller asintió, dejó la guitarra en su regazo y me dio una mirada que no pude
descifrar. Luego comenzó a tararear los suaves acordes de “When the Party is Over”
de Billie Eilish. Cantó las primeras letras a capella, solo trayendo su guitarra en el
primer coro.
Los cuatro escuchamos, absortos, mientras la voz masculina de Miller convertía
la suave canción en algo con un poco más de filo. Más masculino en su doloroso
anhelo.
—Solo te lastimaré si me dejas —cantó a mi lado, las palabras llenando mis
oídos. Mi corazón—. Llámame amigo, pero mantenme más cerca…2
Cerré los ojos, me hundí más profundamente en mi manta, en mis errores,
mientras la voz de Miller me arrullaba hasta dormir.
Me desperté, parpadeando, con los primeros rayos del sol asomando por el
horizonte. Los vestigios del sueño se despejaron de mis ojos lo suficiente como para
ver una tela a cuadros azul, una camiseta blanca, una piel suave ensombrecida con
una barba incipiente en la mandíbula…
Habían llegado.
Mis manos temblaron levemente cuando tomé cuatro sobres del resto del
correo. Mis ojos revisaron las direcciones de retorno: Baylor, Georgetown, U de San
Francisco y U de Santa Cruz. Cartas de aceptación o rechazo.
Mi corazón latía con fuerza mientras llevaba el correo a la cocina. Habían
pasado varios días desde la hoguera en la choza y Miller me hubo contactado ni una
vez. Las palabras de Miller me perseguían todas mis horas despierta y me seguían
incluso hasta el sueño.
Quizás seamos imposibles.
Hemos terminado aquí.
Quizás habíamos terminado antes de comenzar. La enormidad de eso me
robaba el aliento cada vez que lo pensaba. Así que intentaba no hacerlo. Cuando mis
pensamientos se dirigían a Miller, lo que era cada dos minutos, los alejaba. Cerré mi
corazón. Había tenido razón todo el tiempo. En todas las ocasiones en que Miller y yo
nos tocamos o nos besamos, explotamos. Como imanes, unidos en una polaridad,
repeliendo al otro.
Y tal vez sus sentimientos por Amber eran más profundos de lo que
sospechaba. Porque si no, ¿no me habría llamado al menos para decirme lo que
estaba pensando?
Podría haberle preguntado a Shiloh, pero no quería una relación que fuese
como ese juego de “teléfono malogrado”, donde nos comunicábamos a través de
alguien más. Pero la incertidumbre me enloquecía. Había sido una tonta al romper las
promesas que me había hecho y ahora la angustia era demasiado. Tenía que dejar
todo atrás, estudiar las cosas, prepararme para que cuando comenzara la siguiente
fase de mi vida, contenida en uno de los cuatro sobres de la encimera de mi cocina,
estuviera lista para ello. Más fuerte.
El sol de la tarde llenaba nuestra espaciosa cocina. Vestía mi pijama, mi cabello
todavía estaba húmedo después de la ducha. Tuve una dura práctica de fútbol en la
que mi entrenadora y mis compañeras de equipo se sorprendieron por mi juego
agresivo. Acostúmbrense, quería decirles. Tenía que patear y correr hasta que este
dolor fuese molido y quemado fuera de mi sistema, o colapsaría y lloraría.
Y ya no voy a ser esa chica.
Me senté en la encimera de la cocina y abrí los sobres uno por uno. Baylor:
aceptada.
Georgetown: aceptada. U de San Francisco: aceptada.
La alegría y el orgullo me invadieron. Ninguna de estas universidades era fácil
de ingresar, por lo que mis probabilidades de obtener un cupo en USCC eran buenas.
Aun así, contuve la respiración mientras abría el último sobre.
Si entro, podría quedarme en la ciudad que amaba, rodeada de bosques y
mar…
En la escuela ese día, llegué a la hora del almuerzo sin ver a Shiloh. No tenía
hambre, así que vagué sola por el campus, mi stock de popularidad claramente había
caído en picado desde el #FracasoDelBaile. Caitlin y Julia solo me saludaban desde
lejos estos días, ambas luciendo cobardes y avergonzadas, como si la cuestión de ser
mi amiga o no estuviera fuera de sus manos. Sin duda la obra de Evelyn.
Miller me había enviado un mensaje de texto, diciendo que iba a saltarse la
escuela para quedarse en casa con su madre en caso de que Chet volviera borracho
y beligerante. Yo estaba sola.
Le envié un mensaje de texto a Shiloh. ¿Dónde estás?
La respuesta llegó unos minutos más tarde mientras seguía el camino hacia el
gimnasio.
Casa. Bibi no se siente bien.
Mi corazón se apretó. La abuela de Shiloh estaba cerca de los ochenta y casi
confinada a una silla de ruedas. ¿Está bien?
Creo que sí. Me voy a quedar en casa para estar segura. Una pausa, luego
otro mensaje de texto. ¡¡Escuché las noticias de Miller!! Seguido por el emoji
“alucinante”.
Estoy tan orgullosa de él. Caminé hasta las gradas, tal vez atraída por mis
hormonas después de esta mañana. Y, Dios mío, necesitamos una charla de chicas,
URGENTE.
Estaba a punto de presionar enviar en ese texto cuando el teléfono casi se me
cae de la mano. Holden Parish emergió del rincón de los besos y River Whitmore lo
siguió.
Ambos tenían expresiones oscuras, casi enojadas y parecía como si hubiesen
estado peleando, pero luego hecho las paces de mala gana. Holden se alisó las
solapas de su abrigo y se pasó una mano por su revuelto cabello plateado. River tiró
del cuello de su chaqueta en su lugar y se metió la camisa.
Inmediatamente comenzaron a tomar direcciones separadas, pero sus miradas
nerviosas y rápidas aterrizaron en mí al mismo tiempo.
Holden volvió sus pasos en mi dirección, inclinó un sombrero imaginario hacia
mí.
—Lady Violet —dijo al pasar. Tenía una sonrisa tensa en sus labios que estaban
rojos e irritados. Olía a la colonia de River.
Me le quedé mirando y luego giré la cabeza hacia River. Se quedó inmóvil
mirándome, en una postura tensa y enroscada de lucha o huida. Luego sus hombros
cayeron y se metió las manos en los bolsillos mientras caminaba hacia mí.
—Hola —dije.
—Hola —respondió, su mirada volando por todas partes y finalmente se
encontró con la mía—. Escucha. Lo que viste…
—No es de mi incumbencia.
Él se echó hacia atrás en estado de conmoción. Sus ojos se suavizaron y esa
misma vulnerabilidad desgarradora que había visto el otro día regresó. Entonces una
ira sospechosa endureció su mirada.
—Tú y yo vamos al baile de graduación juntos. ¿No estás cabreada? ¿O un poco
curiosa? —Sus ojos se abrieron cuando se le ocurrió un pensamiento horrible—. ¿Ya
lo sabías? Él es amigo de Miller.
—No tenía idea —dije—. Nadie la tiene. Pero si es un secreto, venir aquí es una
forma terrible de guardarlo.
Las ganas de pelear lo dejaron y sus hombros se hundieron. Había un banco
cerca y River se dejó caer sobre él. Su mirada se posó por donde se había ido Holden.
—Dímelo a mí. Pero no puedo jodidamente parar… —Apoyó sus antebrazos en
los muslos y bajó la cabeza—. No le dirás a nadie, ¿verdad? Joder, me destrozará.
—No creo que eso sea cierto —dije, sentándome a su lado—. Pero no diré una
palabra.
—¿No es cierto? —se burló.
—No te arruinaría aquí en la escuela. Estamos en uno de los rincones más
progresistas de uno de los estados más progresistas del país.
—Olvídate de este lugar —dijo River—. Nombra a un jugador de la NFL
abiertamente gay. —Pareció darse cuenta de lo que había dicho y su rostro
palideció—. Quiero decir, no soy… gay. No lo soy. Soy… joder, no sé lo que soy.
—¿Es por eso que quieres que vaya al baile contigo? ¿Para mantener las
apariencias por el bien de tu padre?
Asintió miserablemente.
—¿Crees que se enfadaría si lo supiera? —Después de pasar meses con Nancy
Whitmore, no podía imaginar que ella no fuera a apoyar completamente a su hijo o
que se hubiese casado con alguien que no fuera a hacer lo mismo.
Demonios, probablemente lo sabía antes que River.
—No lo sé —dijo River—. Pero sí sé que la respuesta a mi desafío de trivia de
la NFL es cero. No hay jugadores de fútbol profesional que estén fuera del closet. Un
tipo fue reclutado y duró solo una temporada. Y para mi papá, cualquier cosa que me
impida ir hasta la Super Bowl es una gran desventaja.
No tenía ningún buen consejo para River, así que me senté con él, dejé que
apoyara su enorme cuerpo contra mí por unos momentos de silencio.
Finalmente, habló en voz baja.
—Lo entenderé si no quieres ir al baile de graduación conmigo.
—Olvídame por un segundo. ¿Quieres ir con él?
—No va a pasar.
—¿Él está de acuerdo con eso? ¿Tú lo estás?
River frunció el ceño.
—Él es un idiota y yo soy un cliché como en la película Brokeback Mountain
porque no puedo mantenerme alejado. Pero mierda, Vi, deberías ir con tu novio. Se
dice que tú y Miller son novios oficialmente. ¿Por qué te quedas conmigo?
—Porque quiero cumplir mi palabra. Y resulta que Miller no puede ir de todos
modos. Lo hablamos. Incluso si pudiera ir, me quedo contigo, si quieres que lo haga.
—Sí —dijo, con una sonrisa débil y triste—. Probablemente eres mi mejor
amiga. Y definitivamente la única persona en la que confío no esparcirá mi mierda
por toda la escuela.
—Nunca lo haría. Y, sí, soy tu amiga, River. Siempre.
Su sonrisa agradecida casi me hizo llorar.
—Te llevaré a cenar primero, a diferencia de la última vez.
—La última vez… —reflexioné—. ¿Fue él la razón por la que no llegaste?
River asintió.
—Ese hijo de puta es mi kriptonita. Pero te prometo que eso no volverá a
suceder.
—Confío en ti. Pero River, si las cosas cambian…
—No lo harán.
—Pero si cambian, lo entenderé. Solo avísame antes de que comience nuestro
baile. —Me reí—. Tacha eso. Tu baile, no el nuestro. Dudo que esta vez esté siquiera
cerca de la corte del baile de graduación.
—También mi culpa.
—No es importante. Pero ahora que hemos establecido nuestro estado de BFF,
¿puedo sugerir algo? Habla con tu mamá y tu papá antes de irte a la universidad,
mudarte de Santa Cruz y comenzar una vida que no quieres.
Sacudió la cabeza.
—La presión… es como el peso de un océano. Papá ha puesto todas sus
esperanzas rotas en mí. Lo mataría si lo dejara. Y con mamá enferma, no puedo
hacerle eso. —Se puso de pie antes de que pudiera discutir y me ofreció su mano para
sacarme del banco—. Vamos, BFF. Se acabó la confesión.
Caminamos en un agradable silencio mientras sonaba la campana al final del
almuerzo. Cuando llegamos a mi casillero, le di un abrazo.
—Gracias —dijo en mi oído—. Lo digo en serio.
—En cualquier momento. Oh, ¿y River? Es azul.
—¿Qué?
—El color de mi vestido de graduación es azul. ¿Para mi ramillete? —bromeé,
arqueando una ceja hacia él—. En caso de que necesites el recordatorio.
—No lo olvidaré —dijo pesadamente—. Mi papá no me deja.
L
legó el 3 de junio. Mi vuelo a Los Ángeles no era hasta esa noche. Violet
tenía una cita con el médico tarde para un chequeo final después de su
conmoción cerebral, por lo que Evelyn me llevaría al aeropuerto para
darme un consejo de última hora. En Los Ángeles, un automóvil me llevaría al hotel
Fairmont Miramar. A la mañana siguiente, me reuniría con Jack Villegas,
vicepresidente senior de Gold Line Records.
Mierda, pensé por millonésima vez ese día mientras empacaba.
No tenía mucho. Puse mis mejores vaqueros oscuros en una bolsa de lona junto
con mi camiseta de Sonic Youth, que era la menos descolorida. Evelyn me había
aconsejado que me pusiera el collar de cuero con el cuerno de hueso que había
encontrado para complementar mis brazaletes de cuero trenzado.
—Y tu gorro —había dicho—. Por el amor de Dios, usa tu gorro.
La ropa se sentía gastada y demasiado informal, pero no tenía nada más. Evelyn
dijo que así era el “verdadero yo”.
Pero, ¿y si mi verdadero yo no es lo suficientemente bueno?
Me maldije a mí mismo por estar tan nervioso y esperanzado, pero no pude
evitarlo. La esperanza a veces era tan poderosa como el miedo e igualmente
debilitante.
Fui al refrigerador con mi bolsa portátil de almacenamiento de medicamentos
e hice un inventario rápido de los bocadillos que necesitaba llevar, calculé lo que
comería en el viaje y calculé cuánta insulina tomar. Sentí los ojos de Chet sobre mí
mientras sacaba las cápsulas refrigeradas y las metía en la bolsa de viaje.
Desde que escuchó la noticia sobre mi entrevista, había estado de mal humor.
Como una olla a fuego lento lista para hervir.
—Oye, pez gordo —gritó Chet desde el sofá, y luego murmuró en una lata de
cerveza—: Sí, se cree que ahora es una jodida gran cosa. Una perra es lo que es.
Mi pulso se aceleró. Solo eran las diez de la mañana. Todos, con la posible
excepción de Ronan, todavía tenían clases hasta las tres. Mamá se había reportado
enferma al trabajo y yo me quedé en casa con ella para asegurarme de que estuviese
bien.
Me había quedado en casa y no había ido a la escuela tan a menudo como
podía, desde el día en que encontré los moretones en su brazo, pero ella me había
dicho que no lo hiciera. Me salté la escuela, por un lado, pero en lugar de protegerla
de Chet, dijo que estar en casa todo el tiempo empeoraba las cosas. Ponía a Chet más
nervioso.
—Nunca me volvió a tocar después de eso —había jurado, así que fui a la
escuela.
Pero esa mañana, estaba demasiado emocionado como para ir a la escuela y
aún más reacio a dejar a mamá. Entré en su habitación para ver cómo estaba.
—Está listo para explotar.
—Lo sé —dijo—. Pero tienes que irte. Por favor. Solo lo empeorarás.
—¿Irme yo? Échalo a patadas, mamá —siseé—. Llama a la policía.
Se sentó contra las almohadas, cansada y gastada.
—Te arruinará el día. Puedes perder tu vuelo y eso no puede suceder. Ve,
cariño. Estaré bien.
Apreté los dientes y me incliné para besar su frente.
—Llámame si me necesitas. Promételo.
—Lo haré.
Me arrastré fuera de su habitación y fui a la mía a buscar mis cosas.
Vi, Shiloh y los chicos se reunirían para lo que Holden llamó una fiesta de
Recuérdanos cuando seas famoso. Pensé en ir a la playa y deambular, tratar de
calmarme.
Me colgué mi bolso sobre mi brazo y saqué el estuche de mi guitarra, luego
me detuve en seco. Chet bloqueaba el pasillo. Tenía la papada pastosa bajo su barba
de varios días y apestaba a cerveza rancia y humo.
—¿Crees que tu pequeño viaje va a cambiar algo? —dijo, mirándome de arriba
abajo—. Ellos verán a través de ti. Un sucio y vándalo bastardo cantando esas
estúpidas canciones.
Mi pulso se aceleró en mis oídos y mi garganta se secó.
—Retrocede, idiota.
Chet parecía dispuesto a luchar, pero la puerta del dormitorio se abrió y salió
mamá.
—¿Qué está pasando aquí?
—Nada —dijo y me dejó ir, dándome un fuerte golpe en el hombro cuando
pasé, luego me siguió a la sala de estar—. No pasa nada —dijo más fuerte mientras
me acercaba al perchero en mal estado cerca de la puerta para agarrar mi chaqueta—
. ¿Me escuchas? Eres un maldito carnavalero pretendiendo ser más grande de lo que
eres. Pero no eres una mierda.
Incliné mis hombros contra sus palabras, pero se hundieron de todos modos.
—Gracias por la charla de ánimo —murmuré y alcancé la puerta. Detrás de mí,
mamá soltó un grito y luego me arrancaron el estuche de la guitarra de la mano. Me
di la vuelta para ver a Chet arrojarlo a la pared detrás del sofá. Golpeó lo
suficientemente fuerte como para dejar una marca y cayó sobre los cojines.
—¿Qué estás…?
—Mis palabras, y el aire, se cortaron cuando Chet me agarró por la garganta y
me empujó contra la puerta. Se acercó, hirviendo, saliva salpicando mis labios
mientras hablaba.
—Durante demasiado tiempo, has sido un mocoso listillo que se cree la gran
cosa. Sigo diciéndole a tu mamá que eche tu culo a la calle. Ya tienes dieciocho años.
Creo que es el momento.
Estallidos de manchas negras brillaban en mi visión. Mamá le estaba gritando
que me dejara ir, tirando de su brazo y suplicando. Puse mis manos alrededor de su
muñeca y tiré de él.
—Jódete —grité con voz ronca, luego corrí hacia mi guitarra.
Sentí a Chet detrás de mí, luego su mano agarró mi camiseta entre mis
omóplatos. Me tiró hacia atrás, haciéndome perder el equilibrio y luego me empujó
hacia adelante. Tropecé y me golpeé la espinilla contra la mesa de café, luego me
estrellé de cabeza contra el sofá. El lado derecho de mi cara se raspó contra el borde
de la funda de mi guitarra. El dolor estalló como una quemadura.
—¡Para! —Mamá lloró—. ¡Déjalo en paz!
Me puse de pie y agarré el estuche de mi guitarra. Solo por instinto, lo giré
hacia atrás sin mirar y lo escuché conectarse con las entrañas de Chet. Soltó un ruido
de dolor y se tambaleó hacia atrás. Corrí hacia la puerta, agarrando el brazo de mi
mamá en el camino, arrastrándola conmigo.
Ella se escapó de mi agarre.
—Miller, no.
Me detuve. La miré fijamente. Tomando aire, mi pulso acelerándose en mis
oídos.
—Mamá… vamos. No puedes quedarte aquí.
Desde detrás de ella, Chet respiraba con dificultad, una sonrisa triunfante
dividía sus gruesos labios.
—Ella no quiere irse contigo. Sabe lo que le conviene.
Le señalé con un dedo en el aire.
—Vete al infierno, imbécil, voy a llamar a la policía.
Él se rio entre dientes.
—¿Y decir qué? ¿Crees que ella va a presentar cargos? ¿Vas a presentar
cargos, Lynn?
La miré, esperando su respuesta. Ella miró al suelo y sentí que algo en mí se
rompía y se caía.
—Eso es —dijo Chet—. No es tu casa. Es de ella. Esta es su casa. Pero eres un
hombre adulto, hijo. Yo diría que ya es hora de que te vayas.
—¿Mamá?
Levantó los ojos lentamente, pesados por el dolor y muy cansada. Me besó en
la mejilla que ardía.
—Solo vete —susurró—. Ve a Los Ángeles. Sé asombroso.
Me quedé mirándola, primero a ella, luego a Chet sonriendo perezosamente,
apoyado contra la encimera de la cocina como si fuera suya. Porque ahora lo era.
Volví a mirar a mi mamá, con las palabras para decirle que su seguridad era más
importante. Su felicidad. Pero ya se había dado la vuelta y regresó por el pasillo a su
habitación con pasos arrastrados.
Los ojos brillantes de Chet se encontraron con los míos.
—Escuchaste a tu madre. Vete.
Así que me fui.
Abrí la puerta con manos temblorosas y salí con piernas igual de temblorosas.
Se cerró detrás de mí y escuché el clic de la cerradura.
Medio aturdido, con un subidón de adrenalina, me dirigí a la choza como un
zombi. Mi cara estaba en llamas en la parte que había raspado contra mi estuche, y
mi garganta se sentía como si me hubiera tragado un puñado de piedras.
Entré en la vieja y destartalada habitación. Holden había clavado un pequeño
espejo en la pared del fondo. O tal vez fue Shiloh. Había estado pasando el rato aquí
más, agregando toques artísticos aquí y allá, haciendo que el lugar se sintiera
hogareño. La choza era más un hogar que mi propio apartamento.
Me miré bien en el espejo para examinar mis heridas. Unas huellas dactilares
se estaban oscureciendo en mi cuello y el área alrededor de mi ojo derecho estaba
inflamado. Pequeños rasguños de sangre me recorrían el pómulo. La ansiedad
sacudió mi estómago como una corriente eléctrica.
No puedo ir a Los Ángeles con este aspecto. No puedo tocar para ellos así…
Otro miedo terrible me atormentó, iluminando mis entrañas con pánico.
Rápidamente me arrodillé frente a la funda de mi guitarra y abrí los pestillos. Con las
dos manos, saqué con cuidado la guitarra y le di la vuelta, inspeccionándola. Un
suspiro de alivio con kilómetros de profundidad salió de mí, mientras la guardaba de
vuelta en su estuche, entera y sin daños.
Pero el daño ya estaba hecho. Lucía exactamente como Chet me había descrito.
Un chico pobretón que no pudo evitar meterse en problemas el tiempo suficiente para
poder atender a una reunión importante.
Las fuerzas se me agotaron, me senté con fuerza en el banco de madera y miré
el océano a través de la única ventana de la choza. La batalla con Chet se repetía en
destellos, haciéndome estremecer. Pero el rostro derrotado de mi mamá me asustó
más.
Lo último que quería hacer era comer; pero tomé mi insulina y tragué algo de
comida, cada bocado como una piedra en mi tráquea magullada. El pánico se
extendió de nuevo.
Jesús, ¿y si no puedo cantar?
Tarareé algunos compases, haciendo una mueca de dolor. Algunas letras
chirriaron. Aclaré mi garganta y lo intenté de nuevo, más fuerte. Durante unos minutos
angustiosos, calenté mi voz hasta que pude cantar más allá del dolor y sonar como yo
mismo.
—Maldita sea —murmuré. Chet casi lo había arruinado todo.
Quizás lo hizo. Ellos tampoco me querrán.
Los últimos vestigios de adrenalina me dejaron agotado y apoyé mi cabeza en
la mesa. Los aromas de sal y madera vieja y el sonido del océano rompiendo y
alejándose me calmaron como solían hacerlo los perfumes y las canciones de cuna de
mamá cuando era niño. Hace toda una vida.
Una mano suave me tocó para despertarme. Abrí los ojos pesados para ver a
Violet de pie junto a mí. Llevaba un vaquero y una sudadera con capucha holgada, sin
maquillaje, con el cabello recogido en una cola de caballo.
Tan hermosa…
Sonrió.
—Oye, tú. ¿Durmiendo antes de tu…? —Sus palabras se cortaron en un jadeo
mientras me sentaba y la luz del sol de la tarde caía sobre mi rostro—. Miller… Dios
mío, ¿qué pasó? —Me tocó la barbilla, girándome hacia ella para verme mejor y luego
reprimió un pequeño grito—. Tu cuello. ¿Quién te hizo esto? ¿Chet?
Asentí.
—Estoy bien. Pero mierda, mírame. No puedo ir a Los Ángeles ahora.
—Por supuesto que puedes —dijo con fiereza, su voz vacilante—. No puedes
dejar que te detenga.
—¿Voy a encontrarme con un ejecutivo de alto nivel con este aspecto? Es
patético. No quiero que sientan lástima por mí.
—No lo harán. No después de oírte cantar. —Me atrajo hacia ella, acunando mi
cabeza contra su suave sudadera.
—Me echó, Vi —le dije contra su cuerpo—. Me echó de la casa.
Me encontraba sin hogar por segunda vez en mi vida.
—No —dijo Violet con voz temblorosa—. Él no puede hacer eso.
—Lo hizo. Mi mamá está demasiado asustada y golpeada como para
enfrentarse a él. Mi única oportunidad ahora es ir a Los Ángeles, convencerlos de que
inviertan en mí y patearle el trasero cuando regrese.
Decirlo en voz alta lo hizo sonar aún más inverosímil.
Violet se sentó en el banco a mi lado.
—Puedes hacer eso, y lo harás —dijo, parpadeando para quitarse las lágrimas,
la determinación se apoderó de ella. Echó un vistazo a la choza—. Creí haber visto un
botiquín de primeros auxilios por aquí.
—Holden trajo uno. —Señalé la pequeña caja de medicinas, posada cerca del
generador que zumbaba suavemente en la esquina.
Violet lo trajo a la mesa. Hice una mueca cuando puso toallitas antisépticas en
los rasguños de mi mejilla.
—Mañana no estará tan rojo. Mañana lucirá mejor.
Me di cuenta de que no dijo nada sobre las huellas dactilares en mi cuello que
se veían exactamente como lo que eran. No podría esconderlas.
Sonaron voces en el exterior.
—Mierda, los demás están aquí —dije—. No quiero que me vean así. Es
jodidamente humillante.
Violet tocó mi mejilla.
—No lo es. Es solo lo que pasó. Son tus amigos y se preocupan por ti.
Pudimos escuchar a Holden y Ronan discutiendo entre sí mientras preparaban
la hoguera, Shiloh intervino para regañarlos por ser unos idiotas.
A pesar de todo, sonreí. Los había extrañado.
Salimos de la choza. Tres cabezas se volvieron y tres pares de ojos se abrieron
al mismo tiempo al ver mi rostro. Levanté la mano antes de que cualquiera,
principalmente Holden, pudiera hablar.
—No quiero hablar de ello. El novio de mi mamá es un idiota. Vamos a dejar
las cosas así.
—Pero maldita sea, Miller —comenzó Holden.
—Dije que no quiero hablar de eso. Me ocuparé de él cuando vuelva.
De algún modo.
Holden retrocedió a regañadientes. El rostro de Shiloh era una máscara de
preocupación. Pero Ronan… Ronan parecía dispuesto a matar. Mientras los demás
estaban ocupados en encender el fuego y acomodar la comida, él me llevó a un lado.
—Cuando regreses —dijo en un tono plano, sus ojos grises duros como la
piedra—, vamos a manejarlo. ¿De acuerdo?
Asentí, apretando los dientes para apartar las malditas lágrimas de mis ojos.
—De acuerdo.
—Bien —dijo, luego casi me caigo cuando extendió la mano y agarró mi
hombro por un breve segundo. Ronan nunca tocaba a nadie. Me dio un golpe y me
dejó ir.
Encendió el fuego mientras Holden ponía en marcha la conversación. Durante
unas horas, pude dejar lo que sucedió en un segundo plano. Me senté en la arena,
Violet frente a mí, de espaldas a mi pecho, mis brazos alrededor de ella, su cabeza
apoyada en el hueco de mi hombro.
Comimos perritos calientes y papas fritas. Holden contó una historia
extravagante sobre la vez que él y otro paciente en el sanatorio en Suiza intentaron
una fuga mal planificada y terminaron siendo perseguidos a través de rociadores en
el jardín delantero vistiendo solo batas, sus traseros desnudos ondeando al viento.
Violet se rio con el resto de nosotros, pero noté que miraba a Holden de manera
diferente, como si lo viera bajo una nueva luz.
Después de que la comida se hubo asentado, Shiloh me pidió que tocara las
canciones que había preparado para la reunión.
—No estoy de humor —dije con firmeza.
Nadie me presionó.
Finalmente, llegó el momento de despedirme.
Holden puso ambas manos sobre mis hombros, sus ojos verdes de peridoto
mirando fijamente a los míos, serios como la muerte.
—Escúchame. Si llegas a esta reunión y empiezas a entrar en pánico o
enloquecer, tengo una solución infalible que uso cuando me encuentro en situaciones
difíciles.
—¿Qué es? —pregunté, preparándome para algo ridículo.
—Me hago una pregunta y solo una pregunta… ¿Qué haría el actor Jeff
Goldblum?
Sí.
—Gracias, eso es muy útil.
Holden sonrió y de repente se le cayó de la cara cuando su mirada se posó en
mis moretones. Sin decir palabra, se quitó la bufanda que llevaba, a pesar de la cálida
tarde, y la colgó alrededor de mi cuello. Lo enrolló sin apretar para que cubriera las
marcas.
—No tienes que explicarles nada, ¿de acuerdo? —dijo—. Ni una maldita cosa.
—Maldita sea, Parish. —Me escocieron los ojos cuando lo abracé con fuerza—
. Gracias hombre.
Me soltó y Shiloh se volvió y me dio un abrazo y un beso en la mejilla.
—Déjalos muertos. Sé que lo harás.
Ronan ya había dicho su paz antes; me asintió brevemente mientras los tres
dejaban la choza. Violet y yo nos quedamos un poco antes de salir; sabía que tenía
algo en mente. Ella recogió mi maletín médico mientras yo me echaba al hombro mi
bolso y recogía el estuche de mi guitarra.
—Ojalá pudiera llevarte al aeropuerto —dijo en voz baja mientras
caminábamos por la playa—. Quiero llevarte.
—No puedes saltarte esa cita, Vi —le dije, apartando mechones de cabello
negro azabache de su sien—. Necesitan asegurarse de que estás bien.
—Sé que estoy bien. —Se mordió el labio—. Pero… ¿tiene que llevarte Evelyn?
—Tiene algunos consejos de última hora. Probablemente algo tipo: No jodas
esto.
—¿Pero qué saca ella de esto? Nunca hace nada sin un motivo.
—Cantidades masivas de ingresos publicitarios para su vlog —dije. No
agregué que Evelyn había dicho que el verdadero propósito de llevarme al
aeropuerto era finalmente decirme el favor que quería a cambio de ayudarme. Si era
algo tremendamente inapropiado, lo cual sospechaba que era, la rechazaría y Violet
nunca tendría que oír hablar de eso y salir lastimada.
Ella no parecía feliz.
—Confías en mí, ¿verdad?
—Por supuesto que sí. ¿En Evelyn? No tanto.
Aclaré mi garganta.
—Quiero decir, no para señalar lo obvio, pero vas a ir al baile de graduación
con otro chico.
—Definitivamente no tienes nada de qué preocuparte —dijo con una sonrisa
divertida, luego me miró a los ojos intensamente—. Pero lo digo en serio. Confío en
ti, Miller.
—También confío en ti, Vi —dije. Y era cierto, pero la idea de River tocándola,
bailando con ella y tomándose fotos como si fueran una pareja era como frotar sal en
una herida después de esta mañana. Violet era la última cosa buena que era mía y no
quería compartirla.
Estás siendo un imbécil posesivo, me dije. Un Chet. No seas un Chet.
—Te voy a extrañar —dijo mientras salíamos de la zona de la playa y nos
dirigíamos a la calle Cliffside en su todoterreno. Le había enviado un mensaje de texto
a Evelyn para que se reuniera conmigo en el café Whole Grounds en lugar de en mi
apartamento para evitar más mierda con Chet.
—Yo también —le dije—. Y lamento perderme tu cumpleaños.
—Yo más —dijo con una sonrisa maliciosa.
Violet estacionó el auto en un lugar frente a la cafetería. Se volvió hacia mí y
me besó suavemente.
—Buena suerte. Llámame en cuanto termines.
—Lo haré. —Tomé su mejilla y la besé de nuevo. Traté de llevarme un poco de
su eterno optimismo; de dejar que su dulzura lavase mi amargura. Pero mi estómago
era una maraña de nudos y mis pensamientos se llenaron de dudas y miedo.
—Te llamaré mañana por la noche. Y diviértete en el baile de graduación. Sé
que lucirás tan hermosa.
—Desearía estar contigo. —Me besó por última vez y luego salí de su auto,
llevándome las maletas y el estuche de la guitarra.
Estaba entrando en el café cuando un chirrido de neumáticos sonó detrás de
mí. Violet había retrocedido del lugar de estacionamiento, luego volvió a entrar.
Abrió la puerta y corrió hacia mí, se paró frente a mí, sin aliento, con los ojos bien
abiertos. La pálida piel de porcelana de sus mejillas estaba sonrojada y sus labios
rojos se separaron.
—Te amo —espetó.
Me golpeó con tanta fuerza en el pecho, que me dejó sin aliento.
—Empecé a alejarme y no pude hacerlo. No puedo dejarte ir a Los Ángeles sin
que sepas que te amo. Siempre te he amado. Desde que teníamos trece años y éramos
estúpidos y asustados. Asustada por lo mucho que te amaba. De cuán profundos eran
mis sentimientos. —Sacudió la cabeza, sus profundos ojos azules brillaban—. Porque
son tan profundos, Miller. No puedo ver el fondo.
Me quedé mirándola mientras su discurso se hundía en mí como una cálida
lluvia. Cada palabra desvanecía la ansiedad, aflojaba el miedo y me llenaba de
calidez.
Violet estudió mi expresión aturdida.
—No tienes que decirlo de vuelta…
La silencié con un beso, sosteniendo su rostro con ambas manos, besando mi
amor en ella, cuatro años de amor tácito detrás de nosotros y toda una vida por
delante.
—Te amo —le susurré contra sus labios—. Estoy tan enamorado de ti. Dios,
Violet. Las cosas eran una mierda y luego, una noche, salí de un bosque oscuro,
tropezando y perdido, y allí estabas tú.
Las lágrimas llenaron sus ojos, pero su sonrisa era amplia y brillante.
—Bueno —resopló, llorosa y entrecortada—. Me alegro de que hayamos
arreglado eso. Y para que conste, ese es el mejor… regalo… de… cumpleaños… de
todos los tiempos.
Me besó de nuevo, sosteniendo mis manos entre las suyas, luego retrocedió y
se dirigió a su auto. Hizo un pequeño saludo desde la ventana y se fue.
Me hundí en una mesa fuera del café, asombrado de cómo un solo día podía
ser el peor y el mejor al mismo tiempo.
Unos minutos más tarde, una camioneta negra entró en el estacionamiento y se
detuvo en paralelo a la tienda. La ventanilla del pasajero bajó y Evelyn movió sus
gafas de sol.
—Oye, cariño, ¿necesitas un aventón?
Sonreí y abrí la puerta del asiento trasero para guardar mis cosas, luego subí
al frente.
Evelyn se quitó las gafas por completo.
—Mierda, ¿qué te pasó?
Me puse rígido.
—No es nada.
—¿Nada? —chilló—. Estás hecho un desastre y… Jesús, ¿qué es eso en tu
cuello?
La bufanda de Holden se había caído y me la quité.
—No te preocupes por eso.
—¿Qué no me preocupe…? Dios, ¿estás bien?
—Estoy bien, pero… se ve mal, ¿verdad? ¿Para la entrevista?
—No es lo ideal —dijo Evelyn, poniendo el auto en marcha y saliendo. Sus ojos
se llenaron de repente de pensamientos. Calculando. Después de unos minutos,
dijo—: Te daré un corrector para que te lo pongas en el cuello. Lo uso todo el tiempo
para ese tipo de cosas.
Giré mi cabeza de golpe.
—¿Todo el tiempo para qué tipo de cosas?
Tragó saliva, agarrando el volante con ambas manos.
—No importa —dijo llevándonos al norte de Santa Cruz hacia el aeropuerto de
San José—. El tiempo ha llegado.
—Tus demandas.
—Piensa en ello más como un quid pro quo. Te ayudé a llegar a donde vas,
ahora quiero que me ayudes a cambio.
—No he firmado un contrato todavía.
—Pero lo harás. Y cuando lo hagas, te pedirán que te mudes a Los Ángeles para
grabar un disco. Probablemente unas canciones extra. Querrán que grabes algunos
videos, tal vez incluso que hagas una gira como telonero de alguien. Y cuando todo
eso suceda —dijo Evelyn—, yo también quiero estar allí.
—¿Qué significa eso?
—Quiero que me lleves contigo.
Me burlé.
—Sí, eso no va a pasar.
—Miller, escúchame…
—No te llevaré a Los Ángeles, Evelyn. ¿Para vivir conmigo? Estoy con Violet.
—Esto no tiene nada que ver con ella —dijo Evelyn—. Y no te estoy pidiendo
que me consideres una de tus malditas groupies, por el amor de Dios. ¿Qué tal ego?
—¿Entonces qué quieres?
—Necesito un pie en la puerta. Contactos. No puedes lograr cosas en cualquier
parte del mundo sin conocer a alguien. Tú serás ese alguien y yo seré tu asistente
personal.
Solté una carcajada.
—¿Un asistente personal? No. No puedo hacer eso, Evelyn. De todos modos, no
tengo la influencia.
—¿Te has molestado siquiera en ver alguno de tus videos? —preguntó,
manejando su auto a través del tráfico—. ¿Has leído alguno de los comentarios? Vas a
ser enorme, Miller. ¿A dónde vas mañana? No es una entrevista de trabajo. Vas a
firmar un contrato discográfico.
Me recosté contra el asiento de cuero de su camioneta, contemplando sus
palabras. Luego meneé la cabeza.
Imposible. ¿No es así…?
—Te estás adelantando mucho —le dije—. Y no. Lo siento. No puedo hacer eso,
Evelyn. No puedo hacerle eso a Violet.
—Tengo que salir de aquí, Miller —dijo Evelyn, y me sorprendió ver las
lágrimas repentinas que llenaban sus ojos—. Tengo que. ¿Lo qué te pasó hoy? A mí
también me pasa.
Me quedé mirándola, mi cerebro tratando de comprender lo que me estaba
diciendo. Todas las veces que estuve en su casa, nunca sentí nada siniestro. Fotos
felices en las paredes, bromeando con su papá, una mamá indulgente que claramente
estaba orgullosa de ella.
—¿Quién? —pregunté—. Nunca he visto…
—Entonces, si no lo viste, ¿nunca sucedió? —Sin apartar la vista de la carretera,
bajó la mano hasta el dobladillo de su minifalda y la subió. Un hematoma de forma
rectangular, de diez centímetros de largo y cinco de ancho, recorría la parte superior
de su muslo. Ella se bajó la falda.
—Me pega allí. Entonces no se nota.
—Mierda —suspiré—. ¿Quién?
—No importa.
—Sí importa. Jesús, Evelyn, lo siento.
—Está bien —dijo, agitando una mano—. Puedo cuidar de mí misma. Y lo haré,
una vez que llegue a Los Ángeles. Prométemelo, Miller. Prométeme que no dirás
nada. Prométeme que cuando tus sueños se hagan realidad, me ayudarás con los
míos.
Todavía no había pasado nada, pero si por algún milagro ella tenía razón y me
ofrecían todo lo que podía esperar, era mi responsabilidad ayudar a otras personas.
Mi deber. Había vivido en un auto. Una vez estuve sin hogar y volví a estar sin hogar.
Si el universo iba a cuidar de mí, tenía que devolverlo.
—Lo prometo —dije, sellando el trato. Mi palabra era inquebrantable. Recé a
Dios para que Violet lo entendiera. Que no le estaba pidiendo demasiado…
—Gracias, Miller —dijo Evelyn, dejando escapar un suspiro tembloroso—.
Eres uno de los buenos. ¿Lo sabes bien? Por eso te aman tanto.
—¿Quiénes?
—Todas esas chicas en mi vlog. Eso es lo que todas quieren. Alguien como tú,
mirándolas como miras a Violet. Todas quieren ser la chica de tu canción de amor. —
Me miró, sus ojos usualmente agudos ahora suaves—. Gold Line Records lo sabe. Te
van a embotellar y venderte, Miller. ¿Estás preparado para eso?
Pensé en el rostro de mi madre, grabado en desesperanza. Cubierto de polvo.
—Lo que sea necesario.
T
erminé mi chequeo en el Centro Médico. Como sospechaba, mi cabeza
estaba bien, sin efectos residuales de la conmoción cerebral que había
tenido meses atrás. Pero por seguridad, me había sentado en la banca
durante el resto de la temporada de fútbol, animando al equipo desde la tribuna.
Acababa de llegar a mi auto cuando la señora Taylor, mi consejera, me llamó.
—Tengo buenas y malas noticias. ¿Qué quieres escuchar primero?
—Las malas —dije, cerrando la puerta del lado del conductor y subiendo al
volante—. Entonces golpéame con las buenas para quitarme el dolor.
—Me temo que es un dolor bastante grande. La U de Santa Cruz te ha otorgado
la beca Joan T. Bergen por un monto de 5000 dólares.
—Eso es bueno. ¿Por año?
—En total. Este año hubo mucha competencia y la mayoría de las becas ya
fueron otorgadas. Eso te deja con la necesidad de cubrir alrededor de 55000 dólares
durante cuatro años. Por no hablar de la vivienda, la comida, los libros, etcétera.
Tragué saliva.
—De acuerdo. Eso no es imposible. Puedo sobrevivir el primer año con ayuda
financiera y luego volver a solicitar más ayuda el año que viene.
—¿Estás segura? Eso es mucho para asumir.
—Puedo hacerlo. Viviré en casa, conseguiré un trabajo… —Dejé escapar un
suspiro tembloroso—. Sí, puedo hacer esto.
Podía escuchar la sonrisa de la señora Taylor colorear sus palabras.
—Bien por ti, Violet. Pero antes de tomar una decisión, las buenas noticias son
bastante buenas. La Universidad de Baylor quedó muy impresionada contigo. Te han
otorgado la beca Médicos del Futuro.
Me quedé boquiabierta.
—Eso es… enorme.
—Lo es. Y aceptarla se vería increíble en las solicitudes de la escuela de
medicina cuando llegue el momento. Cubrirán la matrícula en su totalidad siempre
que mantengas un promedio de calificaciones de 3.5.
—¿En su totalidad? ¡Santo cielo! —Me mordí el labio.
Baylor estaba en Texas, muy lejos de amigos y familiares. Y de Miller. Ya estaba
en Los Ángeles, probablemente construyendo un futuro allí. Santa Cruz era un vuelo
corto, apenas una hora. Pero Texas…
—Tendrías que cubrir tu propia vivienda —continuó la señora Taylor—, pero
considerando que la matrícula es más alta para los estudiantes de fuera del estado,
esta es una gran victoria.
Asentí. Mis primeros años de universidad, libres de deudas.
—Es una gran oportunidad, pero USCC ha sido mi sueño desde siempre. Santa
Cruz es mi hogar. Sé que dijo que fuera flexible, pero déjeme hablar con mis padres
antes de tomar una decisión. Es mucho en lo que pensar.
—Bueno, déjame saber lo que decides y te ayudaré a responder a las escuelas
y averiguar los detalles.
—Gracias, señora Taylor. Por todo.
—Por supuesto. Y diviértete en el baile de graduación. ¿Vas con River
Whitmore?
Mi frente se arrugó.
—¿Cómo lo supo?
—Él me dijo. Lo he estado ayudando con sus aplicaciones universitarias. Ese
chico está destinado a grandes cosas. Incluso la NFL.
—Oh, ¿todavía está persiguiendo eso? —pregunté casualmente.
—No puedo dar detalles; estoy segura de que te lo contará todo en el baile de
graduación. Pero las universidades de la liga están clamando por él.
Sonreí levemente.
—Estoy segura de que sí.
Colgué con la señora Taylor, pensando que River y yo teníamos mucho en
común. Ambos queríamos cosas simples: quedarnos en la ciudad que amábamos y
construir nuestro futuro allí, pero la vida tenía sus propios planes.
Llegué a una casa inquietantemente silenciosa, pero no vacía. Respiraba con
tensión y ansiedad. Se me erizaron los vellos de la nuca cuando entré a la cocina,
teñida con la luz ámbar del crepúsculo. Mamá y papá estaban sentados a la mesa, con
papeles esparcidos por todas partes. El logo del Servicio de Impuestos Internos
resaltando en las páginas más de una vez.
—¿Qué está pasando? —pregunté lentamente, me moví lentamente, respiré
lentamente. El aire se sentía como vidrio.
Mamá resolló y se secó los ojos rojos con un pañuelo de papel.
—Siéntate, Violet.
Con las piernas rígidas, me senté entre ellos a la mesa y crucé las manos. Miré
a mi papá y mi corazón se partió. Nunca lo había visto tan destrozado, sin afeitar,
despeinado, más delgado.
—¿Papi?
Me sonrió débilmente.
—Oye, calabaza. Tenemos malas noticias.
—Estoy segura de que ella notó eso —espetó mamá, pero sin mucha energía.
Hizo un gesto con la mano—. Lo siento. Lo siento. Solo díselo ya. O lo haré.
—Como quieras.
Mamá resopló y me miró.
—Primero, déjame decirte que esto no es tu culpa. Vas a pensar que lo es, pero
no lo es. Es el resultado de años de acumulación de malas ideas, agravado por los
errores que cometimos.
—De acuerdo.
Mamá respiró fuerte de nuevo.
—Tus solicitudes de ayuda financiera han provocado una auditoría del Servicio
de Impuestos Internos de nuestras finanzas. En circunstancias normales, esto no sería
gran cosa. Pero…
—Pero estamos en quiebra —dijo papá—. Más que en quiebra.
—Estamos completamente jodidos. —Mamá tomó un sorbo de una taza de café,
la cual no estaba segura de que solo contenía café.
Me quedé mirando entre ellos.
—¿Qué pasó?
—Hace unos años, me metí en problemas —dijo papá—. Desarrollé una
aplicación. Se suponía que iba a ser un éxito, pero el trato no se concretó.
—No funcionó porque tu padre robó el código de otro desarrollador que
trabajaba en una aplicación similar —dijo mamá.
Papá sacudió la cabeza hacia ella, sus labios se fruncieron con pura malicia.
—No robé nada —soltó enfurecido—. Pero sí… ya había una patente pendiente
que ignoré tontamente. Me demandaron y se necesitó todo lo que teníamos para
mantenerlo en silencio o, de lo contrario, habríamos estado arruinados.
—¿A eso se destinó mi fondo universitario? —pregunté—. ¿Para cubrir la
demanda?
—No solo eso —dijo mamá, moviéndose en su asiento—. El juicio de la
demanda fue más de lo que pudimos manejar. Estaban listos para tomar nuestra casa,
los autos. El estilo de vida que tenemos desaparecería.
—Y tu madre no podía soportar eso —dijo papá con acritud, y me di cuenta con
una punzada, de que no quedaba amor entre ellos. Ni un ápice.
—¿Y tú sí? —le respondió mamá bruscamente—. ¿Podrías admitir ante el
mundo que estábamos arruinados? Tapé un agujero en la maldita presa.
—¿Cómo? —pregunté, a pesar de no tener ganas de escuchar la respuesta.
—Dejé de pagar los impuestos —dijo mamá.
Me quedé boquiabierta.
—¿Hiciste qué?
—Para mantener dinero en el banco. Despedí a nuestro recaudador de
impuestos y le dije que íbamos a otra empresa. Tu padre me aseguró que su próximo
trato nos volvería a poner en la cima. Podríamos devolverlo todo. Pero nunca se
materializó ningún nuevo acuerdo mágico. De alguna manera, nos mantuvimos bajo
el radar del SII hasta ahora.
—Hasta que solicité ayuda financiera. —Me dejé caer en la silla, mi mirada fue
a los papeles sobre el escritorio—. Por eso no podían divorciarse.
Papá asintió.
—No queríamos mostrarle a un juez el verdadero estado de nuestras finanzas.
—¿Qué pasa ahora? —Mi mirada se lanzó entre ellos, el miedo me dejó sin
aliento—. No pagar impuestos es un gran problema. ¿Van a… ir a la cárcel?
—No, gracias a Dios —dijo papá—. Mi amigo, Charlie… ¿te acuerdas de él? Es
abogado y accedió a ayudarnos a salir del lío, pro bono. Tenemos que vender la casa,
todos nuestros activos y destinarlos a pagar la deuda del SII.
—Vender la casa…
La casa en la que había vivido toda mi vida. Mi hogar. Me agarré a la mesa de
la cocina donde una vez me hube sentado en una silla alta, mamá sirviendo comida y
papá haciendo muecas. Donde habíamos comido miles de comidas juntos, riendo y
felices, en una época que se volvía más difusa y distante a cada segundo.
—¿Dónde vamos a vivir? —pregunté.
—Tu padre y yo nos separaremos —dijo mamá—. Me mudaré de regreso con
la abuela en Portland.
—Me quedaré con el tío Tony —dijo papá.
—¿En Ohio?
Asintió miserablemente.
—¿Y yo qué?
Mamá se mordió el labio y apartó la mirada.
Papá intentó sonreír.
—Bueno, cariño, eso depende de ti.
Me quedé mirándolos.
—¿Quieres que elija entre tú y mamá? —La idea me enfermó, pero luego me di
cuenta de que mi destino ya estaba decidido por mí—. No, olvídenlo. No voy a ir con
ninguno de los dos. La Universidad de Baylor me va a dar una beca completa.
—¿Baylor? —Los ojos de papá se agrandaron—. Esa es una escuela
maravillosa. Felicitaciones, cariño.
Su orgullo lloroso amenazó con destrozarme.
—¿Están pagando por todo? —preguntó mamá.
—Casi todo —dije—. Tengo algunos ahorros. Encontraré un lugar. Conseguiré
un trabajo. Estaré bien.
—Estamos orgullosos de ti, calabaza —dijo papá—. Tan orgullosos. Tanto
potencial… y te fallamos…
—Está bien, papá —dije abruptamente. Nada estaba bien, pero necesitaba que
dejara de hablar. Su quebrantamiento fue demasiado para soportarlo. Él era mi
padre. Se suponía que fuera fuerte. Protector. Se suponía que mamá también fuera
fuerte y cariñosa. Ambos habían sido esas cosas, una vez.
Mamá tomó mi mano, con lágrimas en los ojos.
—Violet… lo siento. Lo siento mucho. Y, Jesús, mañana es tu cumpleaños…
Un sollozo brotó de ella que inmediatamente cubrió con su mano. Se apartó de
la mesa y salió corriendo de la cocina. Papá también se puso de pie y me palmeó el
hombro. Se inclinó y besó mi cabeza.
—Te lo compensaremos —dijo—. De algún modo.
Se fue y me quedé sola en la cocina. La casa volvió a quedar en silencio, un
silencio que parecía permanente. Vacía. Se tragó los ecos de tiempos más felices
hasta que no quedó nada.
La cena estuvo deliciosa y de alguna manera me las arreglé para no dejar caer
ni un fideo en mi vestido. River acababa de solicitar la cuenta cuando mi teléfono en
mi bolso sonó con un mensaje de texto de Miller.
A punto de abordar el avión. Un día largo, pero joder, lo hicieron. Tengo un
contrato… La cabeza me está explotando. Te contaré todo cuando vuelva. Te amo,
Vi.
Casi se me cae el teléfono. La alegría pura me invadió, inundando toda la
decepción y el dolor de los últimos días.
River arqueó una ceja.
—¿Buenas noticias?
—La mejor de las noticias. Yo… no puedo ni creer que pueda decir esto en voz
alta, pero Miller consiguió un contrato discográfico con Gold Line.
—¿No me jodas? Eso es genial. ¿Es por el vlog de Evelyn?
—Sí —dije, desinflándome un poco—. Ella le dio una plataforma. Y lo
encontraron.
Rápidamente le respondí. ¡Felicidades OMJD! Te mereces todo lo bueno
porque eres todo lo bueno. ¡¡Te amo!! XOXO.
El texto se marcó como entregado, pero no leído. El avión debió haber
despegado. Guardé mi teléfono.
River levantó su vaso.
—Por Miller. Una estrella de Rock en ciernes.
Mi alegría por él se mezcló con dolor en igual medida.
—Por Miller —dije. El hombre del que tendría que despedirme.
E
n el Country Club de Pogonip, se colgaron guirnaldas de luces sobre la
pasarela. La cálida noche estaba llena de insectos y olor a flores frescas.
Dentro del salón de baile, un DJ puso “The Best” de Awolnation . Parejas
en varios tonos de ropa formal bailaban, se amontonaban en grupos, conversaban,
comían de la mesa de aperitivos o bebían sidra espumosa.
—Oye, ahí está Chance —dijo River—. Vamos.
—Claro —dije y luego mi estómago se apretó. Evelyn González estaba en el
grupo con Chance y algunos otros jugadores de fútbol americano y sus citas. Se veía
deslumbrante en rojo rubí.
Ella me dio una mirada descarada.
—Violet. ¡Luces supersexy!
—Gracias, tú también —le dije y lo decía en serio. Su vestido escarlata
abrazaba sus curvas, y su espeso cabello negro caía por su espalda en ondas,
destellos atrapando la luz.
—Oh, Dios mío, ¿tuviste noticias de Miller? —dijo—. ¡Consiguió el contrato!
—Sí, me envió un mensaje de texto. —Me pregunté con una punzada si él había
llamado a Evelyn primero y traté de acorralar los celos.
—¿No es increíble? —gritó—. No es que me sorprenda. Nunca dudé de mi
chico ni por un segundo.
Mi chico.
Empecé a pedirle que no hablara así de mi novio, pero ella se acercó.
—Escucha, Vi. Necesito disculparme contigo.
—¿Por qué? —pregunté con cautela.
—Por ser fría y distante últimamente. Bien, de acuerdo. He sido una perra
furiosa.
—Pensé que estabas cabreada conmigo por ser la reina del baile.
—Oh, eso. —Hizo un gesto con la mano—. Eso fue hace una eternidad. —Tenía
la sensación de que estaba siendo magnánima porque se rumoraba que iba a ser la
reina del baile de graduación y que River sería su rey—. Pero, de verdad —dijo
Evelyn—. Me quedé ocupada en tratar de manejar la carrera de Miller y me dejé
llevar. Pero ahora que todo está en su lugar, no quiero ningún resentimiento entre
nosotras. ¿Me perdonas?
Antes de que pudiera preguntarle a qué se refería con que todo estaba en su
lugar, Donte Weatherly la agarró por la cintura y le susurró algo al oído.
—¡Qué cerdo! —Se rio, golpeando su brazo. Agitó su mano como despedida y
luego Donte la arrastró hacia la multitud de bailarines.
River me ofreció su mano.
—¿Quieres bailar?
Forcé una sonrisa.
—Claro.
Nos apretujamos en la pista de baile llena de gente y nos sumergimos en la
energía y la música. River se inclinó.
—¿Cómo estoy en comparación con el Baile de Bienvenida?
—Bueno, considerando que nunca te presentaste para ese…
Se rio.
—No me queda más que mejorar.
También me reí y bailamos. Una canción tras otra, ambos tratando de olvidar
lo que se avecinaba: la universidad, las separaciones, la distancia entre nosotros y lo
que amábamos. En el transcurso de la noche, River fue un perfecto caballero y me
trajo entremeses y agua con gas cuando necesitábamos repostar.
Luego, el DJ anunció que era hora de revelar al Rey y la Reina del baile, y nos
sentamos en una de las doce grandes mesas redondas.
Me incliné hacia River.
—¿Tiene tu discurso planeado?
Sacudió la cabeza.
—No creo que vaya a ser yo.
—¿Quién más podría ser?
Se encogió de hombros.
—Supongo que estamos a punto de averiguarlo.
El subdirector Chouder subió al escenario, micrófono en mano, y presentó a
Layla Calderon y su comité de graduación. Se leyeron las nominadas para Reina, las
sospechosas habituales, y no era de extrañar que mi nombre estuviera ausente. No
me importaba, excepto que era un síntoma de la fracasada amistad entre Caitlin, Julia
y yo.
O tal vez todo fue producto de mi imaginación.
Entonces Layla calmó a la multitud.
—La reina del baile de graduación de la Secundaria Central de Santa Cruz es…
El DJ tocó en la versión eléctrica de un redoble de tambores.
—¡Evelyn González!
Aumentaron los aplausos y los vítores, y Evelyn subió al escenario luciendo
radiante y triunfante. Y para nada sorprendida. Layla y ella se abrazaron y besaron, y
luego Layla colgó un fajín sobre el vestido de Evelyn mientras otra chica le colocaba
una tiara alta en la cabeza.
—Es como un concurso de belleza que mi hermana menor ve en TLC.
¿Princesitas?
Ahogué una risa con mi mano.
—Cuidado ahora. Tú eres el siguiente.
Layla volvió a ocupar el centro del escenario.
—Y ahora, estoy más que emocionada de anunciar a su Rey de la graduación
de la Secundaria Central… ¡Miller Stratton!
El salón de baile se volvió loco, un coro de chicas gritando y vitoreando más
fuerte.
La sorpresa me atravesó, dejándome aturdida. Miré a mi alrededor en busca
de Miller como todos los demás, preguntándome si se acercaría entre la multitud para
tomar su corona.
—Bueno, eso es algo —dijo River—. ¿Sabías que iba a pasar?
—No tenía ni idea.
Los vítores se convirtieron en murmullos confusos, todos seguían buscando a
Miller. Evelyn le dijo algo a Layla y Layla le entregó el micrófono.
—Miller no puede estar aquí esta noche para aceptar su corona, pero les
aseguro que tiene una muy buena razón. —Evelyn hizo una pausa para hacer efecto—
. ¡Acaba de firmar un contrato discográfico con Gold Line Records!
El salón de baile volvió a estallar, las chicas se tomaron de las manos y saltaron
de arriba a abajo con sonrisas de complicidad y emoción. Era irracional, solo lo
conocían por los videos, pero había una familiaridad en su reacción que se sentía
como si me estuvieran quitando algo de él. Evelyn sonrió especialmente como si se
lo hubiera dado como una reina benévola arrojando sobras a sus súbditos.
—Supongo que tocaré las propias canciones de su Rey en la próxima fiesta —
intervino el DJ—. ¡Un aplauso para sus Rey y Reina, Miller Stratton y Evelyn González!
La multitud vitoreó más fuerte y Evelyn lanzó ambos brazos al aire
triunfalmente.
Me sentí enferma. Algunas cabezas se volvieron para mirarme con curiosidad.
Lastimosamente. Algunos sabían que Miller y yo estábamos juntos, pero la mayoría
no. Mis mejillas dolían por mantener mi sonrisa en su lugar mientras una extraña
sensación se apoderaba de mí. Que Miller les pertenecía a ellos. A Evelyn. Ella se
había apoderado de él, reclamando su éxito para sí misma. Fue quien lo impulsó al
contrato discográfico, pero la sensación en mi estómago era verde y retorcida, y lo
odiaba.
—¿Estás bien? —preguntó River.
—Bien. Solo han sido un par de días locos.
Por decir lo menos.
—Sí, no es broma. —Me estudió más de cerca—. Pero, de verdad, parece que
necesitas un poco de aire. ¿O quizás una bebida?
—Agua sería genial.
—Ya regreso. —River se levantó y luego se congeló, su mirada se fijó en algo
por encima de mi hombro. Su rostro se endureció en una mueca, incluso cuando sus
ojos se suavizaron.
Me di la vuelta y vi a Holden Parish apoyado casualmente contra una pared,
vistiendo un abrigo largo, el cuello levantado, con un chaleco sobre una camisa
abotonada. Pero su camisa estaba suelta en el cuello, su cabello despeinado.
Escudriñó la escena con ojos apagados, sorbiendo de un frasco.
Entonces su mirada se posó en River. Una extraña sonrisa apareció en sus
rasgos marcadamente hermosos. Inclinó el frasco hacia atrás, lo vació y luego lo
arrojó a la mesa de bebidas.
Salté en mi asiento y River murmuró una maldición cuando el frasco de metal
se estrelló contra una fila de agua con gas y sidra de manzana, rompiendo una botella
y haciendo chorrear agua burbujeante. Se escucharon gritos de sorpresa y los
chaperones comenzaron a buscar al culpable. Pero Holden ya había salido furioso.
Miré rápidamente a River. Su rostro era una máscara de angustia. Y anhelo.
—Le dije que me iba a Alabama… —Tragó saliva—. Y que no podía venir
conmigo.
Puse mi mano en su brazo.
—Ve.
River parpadeó y me miró.
—¿Qué? No…
—Ve con él.
—Ya serían dos-de-dos que te dejo plantada en un baile.
Sonreí.
—Strike tres y estás fuera.
—Violet…
—No me siento tan bien, de todos modos. Me voy a ir.
—¿Estarás bien? No, al diablo con eso. No puedo dejarte.
—Estaré bien. Ve. —Tomé su mano y le di un suave apretón—. No lo pierdas,
River.
—Creo que es demasiado tarde —dijo pesadamente, su sonrisa triste—. Pero
gracias.
River me besó en la mejilla y salió rápidamente por la puerta lateral por donde
había ido Holden.
También salí del gimnasio y me detuve para hablar con algunas amigas del
equipo de fútbol y del club de matemáticas. Cada conversación se sintió cada vez más
forzada, hasta que finalmente pude escabullirme y llamar a un Uber. Mi cabeza
descansaba contra el cristal frío del auto. Quería subirme a la cama, levantar las
mantas y salir de esta pesada tristeza.
—¿Cuál? —preguntó el conductor de Uber.
—Esa —dije—. La que tiene el cartel de “Se vende” en el frente.
El peor… cumpleaños… de mi vida, pensé y tuve que reírme para no llorar.
La casa estaba en silencio. Probablemente mamá yacía en su habitación y papá
en el estudio, donde podía ver la luz azul del televisor parpadeando debajo de la
puerta. Subí a mi habitación y luché por desabrochar los botones de mi vestido. Me
quité el maquillaje, me solté el cabello y me puse mi pantalón corto de dormir y una
camiseta.
Durante mucho tiempo, me quedé mirando al techo, pensando en lo que
vendría después. Mudarme a Texas. Miller se mudaría a Los Ángeles para hacer su
disco. Mis padres se mudarían a extremos opuestos del país para alejarse el uno del
otro. Tantos caminos que una vez corrían paralelos ahora divergían, y no tenía idea
de adónde me llevaría el mío. O qué tan lejos de Miller.
Casi me había quedado dormida, cuando el familiar crujido vino del exterior
de la ventana de mi habitación en el enrejado. Estaba abierta para dejar entrar el aire
de verano, y luego Miller estaba allí. Trepó y saltó de mi escritorio, dejando sus
maletas y su estuche de guitarra en el suelo.
Me levanté de golpe para sentarme, mis ojos y mi corazón absorbiéndolo.
—Estás aquí.
—Espero que esté bien que haya venido. No puedo ir a casa.
Salí de la cama y corrí hacia él, lo rodeé con los brazos, ocultando mi confusión
contra su cuello.
—Hola… —Me acarició el cabello—. ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?
Sacudí mi cabeza contra su pecho y me recompuse.
—Nada. Dios, Miller, estoy tan feliz por ti. Cuéntamelo todo.
Retrocedió; sus hermosos ojos color topacio estaban iluminados y, por primera
vez en mucho tiempo, parecía feliz. La pesada carga de la pobreza se le quitó un poco.
—Joder, no puedo creerlo —dijo—. Hablaron conmigo un rato y luego me
llevaron a un estudio. Querían conseguir algo ese día. Ponerme a prueba, o… no sé
qué. —Sacudió la cabeza con incredulidad, luego su mirada se suavizó—. Canté
“Yellow”. Nuestra canción. Porque fue la primera canción que interpreté frente a otra
persona. Para ti, Violet. Tú eres la razón por la que me pasó esto.
Sacudí la cabeza.
—Fue Evelyn. Su vlog…
—No —dijo con fiereza, sosteniendo mi cara entre sus manos—. Tú creíste en
mí primero. No esperaste mil visitas ni cien comentarios. Supiste quién era yo desde
el principio. Me aceptaste, un sucio pobretón apestando a camioneta. —Se acercó
más, su mirada se clavó intensamente en la mía—. Voy a hacer este álbum, y cada
maldita canción será para ti. Todas.
Mis ojos se cerraron y me incliné hacia él, con las manos en su cintura,
dejándolo apoyarme. Sintiendo la solidez suya. Sintió que algo más profundo estaba
sucediendo en mí, como siempre hacía.
—¿Vi? —Se apartó y su expresión cayó al ver mis lágrimas—. Lo sé. Va a
apestar estar en Los Ángeles, lejos de ti. Pero puedo subirme a un avión y estar aquí
en una hora.
—Quiero que me beses, Miller. Por favor. —Su ceño preocupado se demoró,
así que acerqué mis labios a los suyos y lo besé. Suavemente, luego más fuerte.
Buscando entrada. Necesitando perderme en él.
Mi ardor despertó el suyo y su boca se apoderó del beso, devorando la mía.
Nuestras lenguas se deslizaron una contra la otra en perfecto tándem, perfecto ritmo;
nuestras cabezas moviéndose de lado a lado, respirando en sincronía. En armonía.
Porque simplemente encajamos.
Se apartó sin aliento.
—Jesús, casi lo olvido. Feliz cumpleaños, Vi.
—Sabes lo que significa.
—Sí —dijo, sus ojos se oscurecieron, su nuez de Adán se balanceaba en su
garganta—. ¿Estás segura?
Ya no estaba segura de nada excepto de él. Tenía que saber sobre Baylor, pero
todavía no. No teníamos que hacer nada más que esto.
Respiramos juntos, nuestros ojos clavados en la densidad del momento.
Nuestros labios se tocaron y se retiraron; otra mirada de Miller, comprobándome. Y
luego nos besamos larga y profundamente. Como bebiendo el uno del otro. Besos
lentos que no dejaban espacio para respirar, y me vertí en cada uno de ellos. Llené
mis manos con su cabello, sus anchos hombros sobre su camiseta, hasta la parte baja
de su espalda. Pero, aun así, sentí su vacilación con el deseo hirviendo a fuego lento
debajo.
—Tócame, Miller —le susurré—. Tócame en todas partes.
La certeza en mis palabras lo liberó. Levantó mi camisón por encima de mi
cabeza, mi cabello caía sobre mis hombros. Su mirada encapuchada me recorrió,
dejando escalofríos a su paso.
—Tan hermosa —dijo, sus manos llenas de mis pechos, sus labios calientes
contra la delicada piel de mi cuello—. Quiero esto tanto.
Un pequeño sonido salió de mis labios al escuchar palabras tan desnudas y
vulnerables en su voz áspera.
—Yo también.
Luego más besos hasta que llegamos al final de los toques castos. Le quité la
camiseta y me empapé de él, mis manos sobre él por todas partes, hasta el implante
MCG.
—¿Será seguro?
—Eso creo —dijo—. No lo sé, en realidad. Nunca he hecho esto antes.
—Todavía no puedo creer que me esperaste.
Se encogió de hombros con una pequeña sonrisa.
—Tú me esperaste. Nos esperábamos el uno al otro, porque cuando dejas a un
lado todas las tonterías, ¿quién más está ahí? No hay nadie para mí más que tú. Nunca
lo hubo.
Me besó de nuevo, nuestros cuerpos se amoldaron juntos, su cuerpo era una
pared de músculos bajo piel cálida, sus manos ásperas mientras se deslizaban arriba
y abajo por mi espalda. Había trabajado tan duro con esas manos, había llevado tanto
sobre sus hombros, y el hecho de que le regalaría esta noche me llenó de orgullo.
Me acerqué a la cama, lo arrastré conmigo y me recosté. Su peso se sentía tan
bien. Tan sólido y real, anclándome en el momento presente cuando mis
pensamientos querían ir a la deriva hacia un futuro en el que estaríamos a kilómetros
de distancia.
Me besó profundamente y con tanta reverencia. Nuestros cuerpos
respondiendo entre sí, sin pensar. Solo instinto. Mis caderas se arquearon hacia
arriba para encontrarse con las suyas mientras las suyas aterrizaban en mí, como lo
hicieron la última vez que estuvo aquí. Esta vez, la anticipación de lo más que venía
electrizaba cada momento. Sensaciones inexploradas y piel intacta, esperando.
Desabrochó los botones de su vaquero mientras yo me quitaba mi pantalón
corto. Se quitó la ropa interior mientras yo me bajaba la braga y la tiraba a un lado.
Un destello de calor me recorrió junto con un tinte de anticipación nerviosa al
ver su pene, enorme y erecto, pero rápidamente se movió para recostarse sobre mí.
Mi corazón latía con fuerza y parecía que podía sentir cada parte de Miller. Podía
escuchar su sangre bombeando por sus venas, sentir cada leve movimiento y
vibración de su cuerpo: sus huesos, carne y tendones. Sentí todo eso sobre mí y lo
quería dentro de mí. Quería ese poder masculino, esa esencia suya, moviéndose y
tomándome.
Nos besamos y nos tocamos hasta que nuestros cuerpos estuvieron al borde,
cruzando la línea de la vacilación hacia el puro deseo. Se sentó y yo me senté con él,
desnuda en mi cama. Me quedé mirando su tamaño, sorprendida por mi propia calma.
Me sentí femenina frente a su masculinidad. Puse mi mano sobre su corazón, lo sentí
latir con fuerza, luego bajé por su pecho, hasta su magnífica y dura longitud. Envolví
mis dedos alrededor de su circunferencia y él hizo un sonido tenso en su pecho.
Pareció crecer más grande en mi mano mientras lo acariciaba vacilante.
—¿Esto se siente bien?
Asintió sin decir palabra.
—Todo lo que haces se siente bien.
Miller me besó mientras lo acariciaba, y su mano se deslizó entre mis piernas,
sintiendo el calor y la humedad que ya había creado en mí.
—Jesús, Vi.
—Te deseo —le susurré—. Ahora.
Sus ojos buscaron los míos de nuevo, su respiración temblaba sobre sus labios.
Asentí.
—Sí.
Me besó suavemente, luego tomó un condón de su billetera y lo bajó. Me
recosté, llevándolo conmigo. Se colocó sobre mi centro, su cuerpo palpitando y
vibrando sobre mí. Levanté mis rodillas, dejándolo entrar, mis manos agarrando sus
caderas mientras él se guiaba hacia mí, un centímetro a la vez.
Mi respiración se atascó por el dolor.
—Te estoy lastimando.
—No te detengas. Por favor, no te detengas.
Lentamente, empujó más adentro, y sentí que me estiraba para contenerlo,
abriéndome para atraparlo por completo. El dolor era punzante y áspero, pero
también hermoso, y remitió rápidamente.
—Dios, Vi —susurró—. No tenía ni idea…
—Yo tampoco —dije en voz alta. Estábamos completamente a salvo y a solas,
compartiendo esta experiencia completamente con nadie más en la habitación.
—¿Se siente bien? —le pregunté tentativamente. Herméticamente.
Asintió contra mi cuello.
—Increíble. Te sientes increíble.
Nos besamos de nuevo, más fácil ahora. Me estaba adaptando a la sensación
de él dentro de mí, mi cuerpo se estaba acostumbrando a su tamaño y dureza.
Lentamente, se retiró y luego empujó hacia adentro. Una y otra vez.
Me mordí el labio ante las sensaciones, el dolor desvaneciéndose y un
tormento de placer, como una promesa esperando para arder con más fuerza en otro
momento. Sus embestidas lentas y cuidadosas rápidamente se volvieron más. Se
movió más rápido, besándome constantemente, sujetándome la cara y
preguntándome si estaba bien. Nunca me dejó olvidar que no se estaba perdiendo
en su propio placer hasta que finalmente las palabras se desvanecieron.
Envolví mis piernas alrededor del cuerpo de Miller, anclándolo a mí mientras
se movía dentro de mí. Mis brazos agarraron su cuello y mis dedos en su cabello que
estaba húmedo por el sudor.
Él gruñó y apretó la mandíbula.
—Vi…
—Córrete —me las arreglé para decir—. Córrete dentro de mí.
Mis palabras lo llevaron al borde. El cuerpo de Miller se estremeció contra el
mío, su rostro se contrajo en una expresión de placer y dolor. Unas cuantas
embestidas finales erráticas y luego se derrumbó sobre mí.
Las lágrimas se acumularon en las esquinas de mis ojos y se derramaron por
mis mejillas mientras envolvía mis brazos alrededor de él, sintiendo su pecho
desnudo expandirse contra el mío mientras recuperábamos el aliento. Lo abracé
fuertemente, aferrándome a él y a este momento, esta experiencia de tenerlo y
entregarme a él. Era mío. Siempre había sido mío desde el día en que nos conocimos
y tal vez incluso antes de eso.
El sol iba a salir en un nuevo día y alejarlo de mí, pero durante esos momentos
delirantes y el puñado de horas que vinieron después, lo tuve, y fue perfecto.
C
uando la luz de la mañana entró a raudales por la ventana, me desperté
con Miller envuelto a mi alrededor. Mi cuerpo dolía de la mejor manera.
Me aferré al sentimiento, lo disfruté. Había estado dentro de mí y
todavía podía sentirlo allí. Mi primera vez.
Mi única.
Cerré los ojos y me acurruqué más cerca de él, de espaldas a su pecho. Su
brazo alrededor de mí y su respiración, profunda y constante mientras dormía, contra
mi cuello. Empecé a quedarme dormida de nuevo cuando mi teléfono vibró con una
llamada entre la pila de ropa desechada.
Adormilada, bajé la mirada para ver el nombre de Evelyn. Empecé a ignorarla,
pero entonces, ¿por qué me llamaría? ¿Para regodearse? ¿O era una emergencia?
Me estiré lejos del abrazo de Miller y agarré el teléfono. Me acurruqué hasta el
borde de la cama y mantuve la voz baja.
—Oye, Evelyn, ¿qué pasa?
Un breve silencio.
—¿Violet?
—Sí. —Fruncí el ceño—. ¿Querías llamar a alguien más?
—Estoy llamando a Miller. ¿No es este su teléfono?
—¿Qué? No… —Examiné el teléfono que sostenía y me di cuenta de que tenía
razón—. Oh, lo siento. Estaba medio dormida.
—¿Él está ahí?
—Sí —dije con fuerza—. Dormido.
Si a Evelyn le sorprendió o disgustó saber que Miller y yo estábamos juntos en
la cama, no lo demostró.
—Está bien, no lo despiertes. Simplemente pásale el mensaje de que estoy lista
para irme cuando él lo esté. ¡Oh, y dile que gracias de nuevo! ¡Ciao!
El teléfono se quedó en silencio y lo miré durante unos momentos. La pantalla
volvió a su posición de bloqueado, pero había una notificación de texto, el inicio del
mensaje visible. De Evelyn, enviado anoche.
¡¡Lo hiciste, cariño!! xoxoxoxo…
Dejé el teléfono en la mesita de noche y me acosté de espaldas.
Lista para irse… ¿a dónde?
Miller durmió unos minutos más y luego se despertó lentamente. Miró a su
alrededor confundido, el sueño todavía se aferraba a él, y su mirada se posó en mí.
La sonrisa que se apoderó de él al verme fue tan hermosa y suave… y de corta
duración.
—¿Qué pasa? ¿Fue anoche…? ¿Fue demasiado?
—Anoche fue perfecto.
Parecía casi tímido.
—Yo también pensé lo mismo. Pero ¿qué pasa?
—Evelyn te llamó —le dije, sentándome contra la cabecera y metiendo la
sábana a mi alrededor—. Respondí tu teléfono por error. Me dijo que te dijera que
está lista para irse cuando tú lo estés.
La cabeza de Miller cayó hacia atrás y puso los ojos en blanco hacia el techo.
—Maldita sea.
—¿De qué está hablando?
Se sentó a mi lado, cubriéndose hasta la cintura, y pasó una mano por su cabello
despeinado.
—Está hablando de Los Ángeles. Le prometí que, si firmaba un contrato, la
llevaría conmigo a grabar el álbum. Como mi asistente personal.
Mi piel se enfrió por todas partes, mientras mis mejillas ardían como si me
hubieran abofeteado.
—¿Por qué… por qué harías eso? ¿Necesitas un asistente personal?
—No necesito nada —dijo—. Es para ella. Para poner su pie en la puerta. Para
hacer sus propias conexiones y luego se va. Ni siquiera habría considerado la idea
excepto que ella necesita… ayuda. No puedo decirte más. Le prometí que no lo haría.
—Se mordió una maldición—. Sé cómo se ve…
—¿Cómo se ve, Miller? —pregunté, con la voz quebrada—. ¿Vas a vivir con
ella?
—No. No sé dónde voy a vivir, pero… no. No hay nada entre nosotros, lo juro.
Y, sí, puedo oírme a mí mismo. Sueno como un puto imbécil. Iba a contártelo primero
y explicarte todo.
—¿Por qué no me lo dijiste antes de irte? ¿Cuánto tiempo han estado planeando
esto tú y ella?
—No hay nada planeado. Ella me lo hizo prometer antes de irme. Literalmente,
de camino al aeropuerto. Parecía loco e imposible, pero, de nuevo, también lo fue
conseguir un contrato discográfico en primer lugar.
Sacudí la cabeza y me levanté de la cama, sintiéndome más desnuda de lo que
estaba. Rápidamente me puse una camiseta y mis shorts.
—Háblame, Vi —dijo Miller. Se aclaró la garganta—. Pensé que confiabas en
mí.
—No confío en ella. Ella es una manipuladora, Miller. Le tomó todo el año
escolar para vengarse de mí por ser la reina del baile, pero lo hizo. Y de alguna
manera arregló para que tú fueras el Rey del baile.
Hizo una mueca y luego resopló.
—De ninguna manera. Eso es jodidamente ridículo.
—Es cierto. No lo viste. A ella. Tomando posesión de ti frente a toda la escuela.
En frente de mí. Fue humillante. Pero más que eso… simplemente me dolió.
Miller rebuscó en el suelo por su ropa interior, se la puso y luego se acercó a
mí.
—Lo siento, Vi. No sé qué está haciendo, excepto que no tendría un contrato si
no fuera por ella. Y justo en este segundo, lo necesito. Me dieron dinero. Un avance.
Puedo dárselo a mi mamá y deshacerme de Chet. —Tentativamente sostuvo mis dos
hombros—. Lo juro, te pertenezco. Y sé que se siente como una bofetada en la cara.
Puedo verlo en tus ojos, y yo… —Se mordió las palabras, la frustración y el dolor lo
invadieron. Tragó saliva—. Estoy enamorado de ti. Nada puede cambiar eso.
—Ella lo va a intentar —dije en voz baja.
—Y va a fracasar. Va a fallar porque ni siquiera la dejaré intentarlo.
Los celos y las dudas sobre mí misma se apoderaron de mí. Pero conocía a
Miller. Una vez que hacía una promesa, la cumplía. Prometió ayudar a Evelyn y no
podía pedirle que no lo cumpliera.
—Tengo que confiar en ti —le dije—. O no tenemos nada.
Miller me atrajo hacia él, envolviéndome en su fuerte abrazo. Su voz retumbó
en mi oído que estaba presionado contra su cálido y desnudo pecho.
—Puedes confiar en mí. Le estoy haciendo un favor, eso es todo. Estarás a una
hora de distancia. Te visitaré, o puedes visitarme este verano, antes de que empiecen
tus clases. Y en el puto segundo que termine el álbum, volveré…
—No estaré aquí.
Sus brazos alrededor de mí se tensaron.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Mis padres se van a divorciar y vender la casa. No hay dinero para la USCC,
así que me voy a Texas. Baylor pagará mi matrícula.
—Texas —dijo, soltándome y dejándome sentar en el borde de la cama—.
Jesús. ¿Cuándo pasó esto?
—Me enteré ayer. Están en la quiebra. No queda nada.
Sacudió la cabeza, sus ojos en el suelo.
—Lo siento, Vi. Y la USCC. Sé que ese era tu sueño.
Me senté en la cama junto a él.
—¿Qué vamos a hacer?
—No lo sé. Gold Line quiere hacer un álbum corto, y si el tiempo se presta,
puede que haga una gira. Me uniría a Ed Sheeran como acto de apertura.
—¿Ed Sheeran? Dios mío… Eso es enorme —dije, preguntándome cómo mi
corazón podía hincharse de felicidad y romperse al mismo tiempo.
—No es una cosa segura, pero, mierda, Vi. Pensé que sería lo más difícil de
afrontar. Estar lejos de ti durante tanto tiempo. —Sus ojos se agrandaron ante un
pensamiento repentino, y se volvió hacia mí, tomando mi mano—. Ven conmigo.
—¿A dónde? ¿A Los Ángeles?
—Sí, y si se realiza la gira, tú también vienes conmigo.
—¿Qué hay de mi universidad?
—Solo por un año. Jack Villegas, el tipo de Gold Line, realmente cree en mí, Vi.
Como tú. Quizás gane suficiente dinero para pagar tu universidad. El año que viene,
puedes ir a USCC o UCLA. Podemos hacerlo funcionar.
Estaba tan lleno de esperanza después de años de desconfianza y duda. Pero
sacudí la cabeza.
—No puedo —dije.
Su rostro decayó, sus ojos se endurecieron.
—¿Por Evelyn?
—No solo ella, pero sí, eso es parte de eso. Al menos tendrá un trabajo. Un
propósito. ¿Qué debería hacer? ¿Seguirlos como un cachorro? ¿Y mis propios planes?
Aceptar la oferta de Baylor ayudará a mis solicitudes para la escuela de medicina.
Porque todavía tengo unos diez años más de universidad por delante. Tengo que
mantenerme alerta. No puedo tomarme un año libre o dejarlo en espera.
Su mirada se endureció, su mandíbula apretada.
—Entonces yo sí. Puedo llamar a Jack y…
—Absolutamente no —dije—. Tienes que ir y hacer ese álbum, y tengo que
perseguir mis objetivos. No puedes pagar por ellos y no puedo abandonarlos durante
un año para seguirte. Sería miserable.
—Miserable —afirmó—. Estarías conmigo.
Las lágrimas llenaron mis ojos.
—Miller…
—No, lo entiendo. No es suficiente —dijo y pude escuchar las palabras que no
dijo.
No soy suficiente. De nuevo.
El pensamiento era fuerte en sus ojos, nadando con recuerdos de aquella vez
que alguien lo dejó.
—Miller, espera —le dije mientras comenzaba a ponerse la ropa—. Tenemos
que seguir hablando. Podemos resolver esto.
—No puedo. Me tengo que ir. Mamá ya ha lidiado con Chet el tiempo suficiente.
Se calzó las botas, se echó el bolso al hombro y sopesó el estuche de su
guitarra. Cuando estuvo vestido, se paró frente a mí, su tono fue duro.
—Hablaremos más tarde.
Se inclinó y me besó la cabeza, un beso corto, y empezó a girarse. Agarré su
mano y me puse de pie, frente a él, y esperé hasta que se encontró con mi mirada
inquebrantable. Inmediatamente, sus ojos azul acerado se suavizaron. Dejó caer sus
maletas y su estuche y me rodeó con sus brazos.
Sin decir palabra, nos abrazamos. En un callejón sin salida. Nuestro amor
mutuo nos unía, mientras que las circunstancias nos separaban.
Después de unos momentos, recogió sus maletas de nuevo y se fue.
Me hundí de nuevo en mi cama, donde mi sangre manchaba las sábanas.
Evidencia vívida de lo que había sucedido la noche anterior, aunque me sentí como
si me hubiera despertado para descubrir que todo había sido un sueño.
—E
s una circunstancia muy inusual para
nosotros darle un cheque a un nuevo
artista el mismo día que lo conocemos.
Jack Villegas me recordaba a
Andy García. Alto. Bien vestido.
Autoritario pero amable. Nos sentamos en lados opuestos del escritorio pulido en su
oficina que tenía una vista del letrero de Hollywood. Sus ojos marrones fueron a la
abrasión en mi mejilla y las huellas dactilares en mi cuello. Traté de mantenerlos
cubiertos, pero en LA hacía calor y dejé la bufanda de Holden en el hotel.
—Pero tu situación es un poco especial, ¿no? —Se puso de pie y caminó alrededor
del escritorio. Los gemelos de sus mangas brillaban bajo el sol de Los Ángeles, y su traje
gris probablemente costó más que seis meses de mi alquiler—. Eres un talento poco
común. Un poco más angustiado que Shawn Mendes, un poco menos que Bon Iver. Pero
tienes esa cualidad intangible, esa atracción magnética que hace que los oyentes se
sientan conectados contigo. Tienes una historia que contar, ¿no?
No esperó una respuesta porque ya la tenía. Escuché sus palabras antes de que
las pronunciara; un eco inverso que se sintió como un sueño hasta que lo hizo realidad.
—Por eso te contratamos, Miller. Y como nos gusta considerar a todos nuestros
clientes como parte de la familia, te irás de aquí con algo de dinero. —Puso su mano
sobre mi hombro, como un padre lo haría con su hijo—. Aquí cuidamos de los nuestros.
Mayo
Otro plan hecho, otra cancelación. Esta es la quinta vez que Miller y yo tratamos
de ganar un poco de tiempo solo para que los planes fracasen debido a su loca agenda.
No es que esté contando ni nada. Bien, estoy contando totalmente. Desde que salimos
de Santa Cruz, Miller y yo hemos pasado un total de trece días juntos, repartidos en once
meses.
Terminó la gira con Ed Sheeran y pensé que tendría un poco de tiempo libre entre
eso y la grabación de su álbum completo. Pero hay videos musicales para filmar y
eventos publicitarios, y si el álbum se vende bien, lo próximo será encabezar su propia
gira.
Realmente estoy tratando de no ser la novia pegajosa y necesitada que espera a
su hombre junto al teléfono. No es que Miller me haga sentir así. Nunca pierde nuestra
llamada nocturna a menos que esté en un avión. Su horario es agotador, pero también
el mío. En enero pasado no pude estar con él cuando aceptó su Grammy al Mejor Artista
Nuevo porque tenía un trabajo de investigación masivo pendiente. Lo vi en la tele. Llevó
a su mamá como su cita y en su discurso me agradeció. No por nombre; evitamos eso
para evitar que los paparazzi aparezcan en mi puerta.
Me llamó la chica de sus canciones de amor.
Lloré tanto que mi compañera de cuarto, Veronica, pensó que estaba sufriendo
un derrame cerebral. Lágrimas por extrañarlo, lágrimas por amarlo tanto que cada
segundo que estábamos separados comenzaba a sentir que íbamos en contra del orden
natural del universo.
Veronica me consoló con una cita que le gusta: El cambio es difícil al principio,
desordenado en el medio y hermoso al final. No sé si esto es el principio o el medio. Es
duro y desordenado. Son largos períodos de no verse salpicados por un fin de semana
robado aquí y allá que termina con otro adiós desgarrador.
Solo puedo esperar que tenga razón, que todo este dolor valga la pena y que al
final sea hermoso.
Octubre
—¡Violet, la orden!
El chef Benito, a quien todos llamaban “papá”, puso dos platos de huevos,
tocino y papas fritas en la ventana. Golpeó el timbre y volvió a desaparecer.
Me limpié el sudor de la frente con el dorso de la mano, terminé de tomar el
pedido de una mesa y me apresuré a la ventana para pegar el boleto. Otras dos mesas
necesitaban recargas de café, pero nada se enfría más rápido que los huevos. Lo
había aprendido de la manera más difícil cuando me contrataron en la Cafetería
Mack's hace dos años.
Cogí los platos que había preparado papá, volví a llenar el café y dejé caer una
cuenta. Cuando terminó la hora punta del desayuno, tuve un momento para recuperar
el aliento.
—Oye, V. —Dean, otro mesero, se acercó sigilosamente y me mostró una de
sus encantadoras sonrisas suyas—. Hay una exhibición de arte que se inaugura esta
noche en el centro de la ciudad. ¿Quieres echarle un vistazo?
—No puedo —dije, unificando el contenido de dos botellas de kétchup—.
Tengo que estudiar.
—¿Cómo supe que ibas a decir eso?
—Porque durante dos años me has estado pidiendo que salga contigo, y
durante dos años he dicho que no.
Sonrió.
—Me haces parecer patético, ¿por qué?
Le di una sonrisa cansada.
—Ya sabes cómo es.
—Sé que mucho trabajo y nada de diversión es malo para la salud. —Dean se
inclinó sobre el mostrador y se quitó un mechón de cabello rubio arena de la frente.
Tocó mi brazo suavemente, sus dedos demorándose sobre mi piel—. Me preocupo
por ti.
—Oh, por favor —dije con una risa irónica, luego bajé la mirada hacia donde
me estaba tocando y de vuelta a él, arqueando las cejas.
Apartó la mano y se puso erguido, sonriendo.
—No entiendo cómo puedes permanecer inmune a mi considerable encanto.
No es como si tuvieras novio, ¿verdad?
Hice una mueca y me concentré en el kétchup.
—Cierto. —Le di una mirada—. ¿Alguna vez te has parado a pensar que tal vez
simplemente no me gustas?
Sus ojos se abrieron con inocencia.
—¿Yo? Nah.
Papá apareció en la ventana de la cocina.
—¡Violet! La orden. —Golpeó el timbre.
—Tengo que encargarme de eso.
Dean exhaló un suspiro y caminó hacia atrás, con las manos en alto.
—No voy a renunciar a ti, V. Algún día, voy a conquistarte y vas a decir, ¿por
qué no pedí el Especial de Dean antes?
Le puse los ojos en blanco. Estaba tan lleno de mierda; la mayoría de las chicas
no eran inmunes a su considerable encanto. Solo me quería porque no había caído en
su cama de inmediato. No tenía idea de lo imposible que era. Cómo ni siquiera la idea
de eso podría encontrar un asidero en mis pensamientos.
Mi turno terminó, y fui a la trastienda para quitarme el delantal y quitarme la
estúpida gorra de tela de la cabeza. Otros muchachos en la parte de atrás y los
meseros que comenzaban sus turnos me saludaron calurosamente o se despidieron
por el día. El grupo de Mack's se había convertido en una segunda familia para mí,
con el malhumorado papá como cabeza de familia. Era una de las cosas que más me
gustaban de Texas: la mentalidad sureña de calidez y familiaridad sin la que habría
muerto de soledad.
Conduje mi camioneta, la cual estaba envejeciendo y necesitaba un poco de
trabajo, por Waco, Texas. A medio camino entre Dallas y Austin, la ciudad estaba
completamente sin salida al mar. Nada más que extensiones planas de tierra hasta
donde alcanzaba la vista. Tenía su propia belleza, pero extrañaba el océano, los
bosques y las montañas de Santa Cruz. Las hogueras en la choza se estaban
convirtiendo en un recuerdo lejano, reemplazadas, en cambio, por aromas de comida
frita en Mack's y el aire reciclado en la Biblioteca de la Universidad de Baylor.
Cada vez más débiles fueron los aromas de la piel y la colonia de Miller. La
forma en que olía su camisa cuando me la ponía después de que él durmiera con ella.
La sal de su sudor en la cama después de haberme llevado de un orgasmo delirante
a otro…
—Deja de torturarte —murmuré mientras estacionaba el auto en el
estacionamiento cubierto del complejo de apartamentos Desert Dune.
Era un lindo complejo a un kilómetro y medio de Baylor. A pesar de que mi
compañera de cuarto, Veronica, me instaba a hacerla mía, tenía muy poco de mí. Sus
tapices y extrañas chucherías artísticas llenaban la acogedora unidad de dos
dormitorios y un baño. Mi contribución había sido traer algunas plantas de interior
para tener un poco de verde, pero nunca me sentí del todo asentada allí. Como llevar
un suéter demasiado ajustado.
Dentro de nuestro apartamento, me dirigí directamente a la ducha para lavar
el olor a grasa de tocino de mi cabello y piel. Después, me vestí con una camiseta sin
mangas y un pantalón de dormir, mi atuendo habitual de los viernes por la noche. La
puerta del dormitorio de Veronica yacía abierta, pero ella no se hallaba en casa. El
apartamento estaba lleno de silencio.
Tenía que redactar un informe para el Laboratorio de Física, pero el sofá me
llamó porque de repente estaba muy cansada. Cansada de estar triste. Cansada de
extrañarlo. Dios, echaba tanto de menos a Miller que me dolían los huesos . A veces,
en momentos como ese, tenía la necesidad de tirar todo por la borda, dejar la escuela
y estar con él de gira. Pero sabía que nos destrozaría. Por duro que fuera estar
separados, me resultaría todavía más difícil no hacer nada y ver cómo mis propios
objetivos se desvanecían, ciudad por ciudad, concierto tras concierto. Perdería el
sentido de mí misma. Miller y yo éramos dos mitades de la misma ecuación. Si me
desvaneciera, no funcionaríamos más.
Aun así, las lágrimas llenaron mis ojos al mirar los restos de mi antigua vida.
Extrañaba a mamá y papá. Extrañaba mi casa en Santa Cruz y la familia que habíamos
sido una vez. Echaba de menos a Shiloh y River… todos nos destrozamos y nos
lanzamos a todos los rincones del país.
Como si hubiera escuchado mi súplica silenciosa, mi teléfono se iluminó con el
número de Shiloh.
Me tragué las lágrimas.
—Hola, Shi.
—¿Qué ocurre?
Solté una risa llorosa.
—Hola a ti también.
—Soy yo, Vi —dijo—. Te conozco.
—Estoy tan contenta de que seas tú —dije, acurrucándome en el sofá—.
Extraño tu voz.
—Yo también, chica. ¿Cómo están las cosas? Aunque creo que ya lo sé.
—He estado mejor. —Dudé, luego pregunté de todos modos—. ¿Cómo está
Ronan?
—Igual. —Espetó la palabra.
—¿Y tú? ¿Cómo estás, Shi?
Exhaló suavemente en el teléfono, pero cuando habló, su voz volvió a sonar
dura.
—Estoy bien. Eres tú quien me preocupa. Leí que Miller estará en la próxima
portada de Rolling Stone y algo me dijo que llamara.
—¿Ah, sí? —dije, mi corazón latiendo y estallando al mismo tiempo.
—¿No te lo dijo?
—Nunca me dice cosas así. Lo considera fanfarronear.
—Señor, ese chico. Es la persona famosa menos famosa que conozco. ¿Cómo
lo estás pasando?
—Bien. Tuve que tomarme un tiempo libre de la cafetería para completar un
gran proyecto de Bioquímica . Ahora se acercan los exámenes parciales.
—Deberías estar orgullosa —dijo Shiloh—. Estás trabajando duro allí.
—Gracias. Estoy algo orgullosa de mí también. —Las lágrimas llenaron mis
ojos—. Esto es duro.
Su tono se volvió suave.
—Sé que lo es.
Resollé y me limpié los ojos, tratando de mantener la calma.
—Pero sabíamos que lo sería. Está encabezando una gira mundial. Tiene shows
casi todas las noches. Hay diferencias de zona horaria… —Lancé un suspiro—. Estoy
tratando de mantener una actitud positiva.
—Lo sé. Las relaciones a larga distancia apestan y estás allí sin siquiera un
salvavidas de tus padres. ¿Miller se ha ofrecido a ayudar con tu universidad? Estoy
segura de que…
—No, no. Mi matrícula está pagada. Me gané esa beca por mi cuenta y quiero
seguir ganándola.
—Está bien, pero ¿qué hay del alquiler? Te envió dinero, ¿verdad? Está
haciendo una fortuna allí. No hay forma de que no te ayude.
—Quiere. Y si me metiera en problemas, él me ayudaría, pero no quiero su
dinero. Toda mi vida he sido una niña rica mimada que nunca tuvo que desear nada.
Demonios, ni siquiera tuve un trabajo hasta Mack’s.
—Chica, te ofreciste como voluntaria para todos los programas médicos bajo
el sol.
—Es cierto, pero al final eso me ayudó a avanzar en mi carrera. Nunca tuve que
ganarme la vida. Creo que necesito esto. Todavía no puedo ver el panorama, pero
siento que mi trabajo de mierda, mi carga de trabajo escolar loco e incluso estar
separada de Miller me están haciendo una mejor persona. Alguien que entienda lo
que es luchar para que pueda apreciar lo que tengo aún más.
Como lo ha hecho Miller, toda su vida.
—Bueno, maldita sea, chica. Supongo que Blancanieves ha abandonado el
edificio.
Me reí.
—Eso espero. —Arranqué un trozo de pelusa del sofá—. Shi, sabes que puedes
hablar conmigo, ¿verdad? ¿Así como yo te hablo?
Un silencio. Entonces.
—Lo sé.
—Quiero decir, si es mucho como para hablarlo, lo entiendo. No quiero que
revivas nada por teléfono conmigo. Pero solo quiero que sepas que estoy aquí, ¿de
acuerdo?
—Está bien —dijo, su voz entrecortada por las lágrimas. Luego se aclaró la
garganta, tirando de sus propias paredes protectoras a su alrededor. Después de
todo lo que pasó, no podía culparla.
—¿Shi?
—Estoy bien. Lo prometo.
—De acuerdo. Llámame si eso cambia alguna vez. Demonios, llámame de todos
modos.
—Lo haré. Te quiero.
—También te quiero.
Le colgué y cerré los ojos, permitiéndome un raro momento de descanso no
programado, mientras derramaba algunas lágrimas por mi amiga que había sufrido
tanto.
Pero solo por unos minutos. Luego me senté, me sequé las lágrimas y volví al
trabajo.
U
n golpe fuerte y agudo llegó a la puerta de la sala de descanso.
—Cinco minutos —llamó Evelyn.
—Ya voy —le respondí.
Presioné la aguja, vaciando el pequeño frasco de insulina en mi muslo. Ya había
llegado a mi tope para manejar los carbohidratos que había comido en la cena para
pasar el concierto de esta noche, pero mis números se habían disparado nuevamente.
—Joder —murmuré, subiéndome el pantalón.
Otros diabéticos manejaban bien su mierda, pero para mí era una batalla
constante. Seguía los planes, contaba carbohidratos hasta que mis ojos se cruzaban
y, sin embargo, mis números subían y bajaban sin importar cuán cuidadoso fuera.
Hace unas semanas, me desmayé después de un concierto en Lisboa, así que el sello
asignó a un médico para que me cuidara durante la gira, e incluso él estaba
desconcertado. Quería llevarme a un hospital y hacer un montón de pruebas y
comprobar mi A1C, lo cual ya llevaba tiempo sin chequear, pero significaba detener
la gira, y eso no podía suceder.
Guardé mi kit de insulina mientras los gritos, pisadas fuertes y aplausos de
veinte mil fanáticos en la Arena T-Mobile en Las Vegas me golpeaban como un trueno.
Entonces el sonido se hizo más fuerte: mi banda subió al escenario delante de mí.
Eran buenos chicos, todos ellos talentosos. Podríamos haber sido cercanos como
hermanos si los hubiera dejado, pero quemé ese puente desde el principio. Todos
pensaban que yo era engreído y distante. Bien por mí. Ya había tenido amigos que
eran como hermanos y mira cómo resultó.
El dolor apretó mi pecho por Ronan y Holden. Por Violet.
La extraño tanto que me está enfermando.
Me di una última mirada al espejo. Mi reflejo me frunció el ceño hacia mi
vaquero, camiseta y botas habituales. Excepto que ahora la camiseta costaba 190
dólares, el vaquero 450 dólares y las botas, más de lo que quería pensar.
—Es demasiado.
Pasé de no tener nada a tenerlo todo, casi de la noche a la mañana. Me recordó
a la leyenda urbana que decía que, si tomabas a una persona del Polo Norte y la
dejabas en medio del ecuador, moriría instantáneamente por el cambio repentino de
latitud.
Podría relacionarme.
La máquina del concierto que habían construido a mi alrededor, un enorme y
pesado aparato que se arrastraba de ciudad en ciudad, rompiéndose y reformándose
en unos días, era abrumador para un exniño pobre como yo. Puse mi atención en lo
que amaba de la música. La creación de una canción y dejar que la armonía se mueva
alrededor de la letra. La energía que me daban mis fanáticos y la que yo les daba.
Trabajaba para mantener esa conexión con ellos, sin importar cuán grandes fueran
las arenas, porque eso es lo que importaba. La música y el oyente. Todo el resto se
sentía como algo que no me había ganado.
Abrí la puerta de la sala de descanso. Evelyn estaba allí en sus auriculares con
un portapapeles en la mano. Una insignia colgaba de un cordón alrededor de su
cuello y la marcaba como una de las doscientas personas más que estaban haciendo
que esta gira sucediera.
Caminé por el pasillo, las botas negras hasta los muslos de Evelyn
repiqueteando a mi lado. Llevaba una minifalda negra corta y una chaqueta ajustada
que mostraba su escote. Parecía más una ejecutiva de una revista de moda que una
asistente personal.
—¿Tienes mi teléfono? —exigí.
Se estremeció ante mi tono áspero, luego me miró con severidad.
—Lo dejaste en el hotel. De nuevo.
Me lo entregó y le eché un vistazo. Había llegado un mensaje de texto de Violet
antes.
Te extraño. Te amo. Que tengas un gran espectáculo esta noche. XOXO.
Me dolió el corazón.
—Dios, Vi.
Ella todavía estaba allí, esperándome. Incluso después de meses de
separación, todavía estaba al otro lado de la línea. Incluso cuando solo tenía dos
minutos de mí antes de que me apartaran de nuevo.
La historia de nuestra vida.
Reprimí una maldición y le devolví mi teléfono a Evelyn.
—Después del espectáculo de esta noche, no quiero a nadie en la sala de
descanso. Nadie. No me importa si el puto Elvis regresa de entre los muertos, necesito
una hora a solas.
Evelyn puso los ojos en blanco.
—Tu llamada nocturna con Vi. Conozco la rutina.
—Es lo único que me mantiene cuerdo.
—Y aquí pensé que ese era mi trabajo. —Ella ladeó la cabeza—. ¿Le has dicho?
—¿Le he dicho qué?
—Sobre Lisboa. Acerca de cómo el doctor Brighton cree que deberías
abandonar la gira de inmediato.
—¿Por qué habría de hacer eso? Solo la preocuparía. Y no puedo dejar la gira.
Aún no.
—Estoy preocupada por ti —dijo mientras seguíamos caminando por el túnel—
. No solo por lo que pasó en Lisboa. Parecías un poco desorientado en San Diego. De
hecho, con frecuencia pareces desorientado. Los tabloides creen que estás drogado
o eres un alcohólico furioso.
—Los tabloides pueden escribir lo que quieran. Estoy jodidamente cansado,
Evelyn —dije, caminando hacia el escenario donde el ruido de la multitud se hacía
cada vez más fuerte, reverberando a mi alrededor—. Hemos hecho cincuenta y cinco
shows en seis meses. Dame un maldito respiro.
La culpa por criticarla me obligó a detenerme. Miré hacia el techo, mis manos
en mis caderas. Ella no se merecía mi humor ácido.
—Lo siento.
Me estudió, sus ojos marrones se suavizaron.
—¿El doctor Brighton te ha revisado recientemente?
—Solo cada dos minutos. Estoy bien.
—No te ves bien. Creo que tiene razón. Necesitas tomarte un descanso, Miller.
Haz las pruebas que él quiere que hagas.
—No puedo. Tengo que seguir adelante.
—¿Incluso si te mata? —Me agarró del brazo y me obligó a mirarla—. Amo esto.
El turismo. Las grabaciones de video. Las multitudes y los paparazzi. Todo ello. Pero
tú no. Entonces, ¿por qué te esfuerzas tanto cuando te enferma?
—Sabes por qué, Ev.
—¿Esa caridad?
—Sí, esa caridad. Manos Que Ayudan me va a salvar el trasero.
—¿Salvarte? Tú eres el que les dará la mitad de tus ganancias por la gira.
Ella no lo entendía. Yo fui un niño que vivía en una camioneta y tocaba una
guitarra, y ahora era un tipo que encabezaba una gira mundial de arena con entradas
agotadas. La caridad era mi seguro para que ese tipo no se olvidara de ese niño. Para
poder aferrarme a quién era y de dónde venía cuando todos los que me importaban
estaban tan lejos.
—Solo nos queda un tramo más —le dije a Evelyn—. Pasamos por eso y Manos
Que Ayudan recibirá un cheque muy grande. Entonces podré sentir que todo esto…
—Agité los brazos para rodear la arena—. Me lo gané de verdad.
Y ser el tipo de hombre que se merece una mujer como Violet.
—Solo un tramo más de la gira son veintitrés ciudades más en los Estados
Unidos —dijo Evelyn—. Me preocupo por ti, Miller. Dejas tanto en el escenario, noche
tras noche.
—Porque los fanáticos se lo merecen. Si van a despilfarrar tanto dinero en mí,
será mejor que dé lo mejor de mí. Cada noche, cada espectáculo, lo mejor de mí.
Evelyn empezó a discutir, pero Simon, el director del equipo, se acercó y me
puso una guitarra eléctrica al cuello.
—Solo… ten cuidado —dijo Evelyn en un tono que no me gustó. Suave y lleno
de preocupación.
Hace dos años, ella había sido completamente descarada y coqueta, y tuve que
recordarle muchas veces que no cruzara una línea conmigo. Pero últimamente, se
había vuelto más suave, me miraba cuando pensaba que no estaba mirando. Eficiente,
inteligente, buena manejando a la gente, ya podría haber comenzado su propia
compañía de relaciones públicas. Ya había más que metido el pie en la puerta, pero
se quedó conmigo, trayendo mierda y eligiendo ropa para las sesiones de fotos.
Una razón más para completar la gira.
Mi corazón le pertenecía a Violet. Solo a ella y para siempre. La atención de las
mujeres dispuestas estaba disponible en el camino, pero no importaba cuántas fiestas
la banda organizara, me mantuve alejado. No podía beber, y estaba seguro de que
alguien tomaría una foto que me pondría en una posición comprometedora y
rompería el corazón de Violet.
Estaba haciendo un buen trabajo por mi cuenta, gracias.
Ajusté la correa alrededor de mi cuello y me moví hasta el final del pasillo. El
escenario estaba delante, la multitud más allá. Las luces se apagaron y las luces de
neón de treinta mil barras luminosas se balancearon en un océano de fanáticos.
—Diez segundos —murmuró Evelyn por sus auriculares. Escuchó la señal del
director del programa, luego me dio un suave empujón en el brazo—. Ve.
Cerré los ojos por un momento, como lo hacía antes de cada show.
Para ti, Violet.
Todo era para ella. Cuando subía al escenario, podía amarla. Podría arrojarlo
al universo y esperar que lo encontrara y lo sintiera. Solo tenía que pasar por esta
gira, hacer algo bueno en el mundo y luego estaría con ella. Y hacer el bien era cómo
podía ser el tipo de chico que Violet se merecía.
Había un millón de formas de pasar mi vida, pero solo una importaba.
Dejé que el creciente trueno de la multitud me llenara. Su energía me sostuvo.
Todas las noches, me alimentaba de eso y lo devolvía con mi sudor y mis lágrimas.
Entré al escenario, seguí la cinta que marcaba mi camino en la oscuridad hasta
mi soporte de micrófono. Y luego una solitaria luz verde cayó sobre mí. El estadio se
volvió loco, una avalancha de sonidos. Cerré los ojos y dejé que me inundaran. La
gratitud de que tanta gente quisiera escuchar lo que tenía que decir me llenó. Por
dejarme desnudar mi alma y contar mi historia todas las noches en el escenario.
Cada noche, un paso más hacia Violet.
Espérame Wait for Me
A slow burn kiss caught fire
Un beso lento se incendió I tasted the sun, and you smiled
Probé el sol y tu sonreíste said let’s try together alone
dijiste que lo intentemos juntos a We’ve both cried our last goodbye
solas
You’re calling my name
Ambos lloramos nuestro último I’m calling you home
adiós
Wait for me
Estás llamando mi nombre
Wait for me
Te estoy llamando a casa
Espérame
When the noise gets loud
Espérame
Put down the phone
I can’t stand the sound no more
Cuando el ruido se vuelva fuerte
An empty bed and an endless
Deja el teléfono
road
Ya no soporto el sonido
drowning in the sea so cold
Una cama vacía y un camino sin
Please wait for me
fin
Wait for me
ahogándome en el mar tan frío
Por favor, espérame
People talk to me but I fade
Espérame
they all look the same
Looking for you
La gente me habla, pero me
desvanezco in somebody’s face
Todos ellos lucen iguales Hard to love and hard to chase
Buscándote I felt so high, I crashed to earth
en la cara de alguien Please wait for me
Difícil de amar y difícil de While I search
perseguir
Me sentí volando, me estrellé When the noise gets loud
contra la tierra Put down the phone
Por favor, espérame
I can’t stand the sound no more
Mientras busco
An empty bed and an endless
road
Cuando el ruido se vuelva fuerte drowning in the sea so cold
Deja el teléfono Please wait for me
Ya no puedo soportar el sonido
Wait for me
Una cama vacía y un camino sin
fin
Every night it’s the same old
Ahogándome en el mar tan frío
thing
Por favor, espérame You're my best friend in my dreams
Espérame I go to sleep and I think of you
When I wake up it can’t be true
Todas las noches es lo mismo de Wait for me
siempre
Wait for me
Eres mi mejor amiga en mis sueños
Me voy a dormir y pienso en ti I know that this can’t be pretend
Cuando me despierto no puede ser I’m here waiting till the end
verdad
One day I know it won’t be hard
Espérame
One day I know we’ll feel so free
Espérame
Baby please I’m asking you
To wait for me
Sé que esto no se puede fingir
Wait for me
Estoy aquí esperando hasta el final
Algún día sé que no será difícil
Algún día sé que nos sentiremos
tan libres
Nena, por favor, te pido
Que me esperes
Espérame
Salí del escenario, empapado en sudor. Los otros chicos chocaban los cinco y
se felicitaban entre sí. Dan, el bajista, se puso a caminar a mi lado en el pasillo, los
ecos de la música y veinte mil fans gritando aún resonaban en mis oídos.
—Oye, hombre, gran espectáculo —dijo.
—Gracias, a ti también. —Mi respuesta común.
—¿De dónde salió esa última? —preguntó Antonio, el teclista—. ¿“Wait for
Me”? No estaba exactamente en la lista de canciones.
—Sí, lo siento —le dije—. Fue algo que escribí en el vuelo. Necesitaba sacarlo.
—Hermosa mierda, hombre.
—Gracias.
Frunció el ceño mientras me miraba de arriba abajo.
—¿Estás bien? Te ves un poco pálido.
—Estoy bien —dije, incluso cuando mi reloj comenzó a advertirme de que mis
números estaban bajando.
Mierda. Demasiado alto antes del show. Demasiado bajo, después.
—Oye, Miller…
—Tengo que manejar esto.
Obligué a mis piernas a moverse más rápido hacia mi camerino privado.
Evelyn estaba allí con otra asistente, Tina Edgerton, que estaba ocupada terminando
de preparar mi comida y bebidas posteriores al espectáculo.
Los ojos de Evelyn se agrandaron cuando levantó la vista de su teléfono.
—Jesús, Miller… estoy llamando al doctor Brighton.
—No —dije, dejándome caer en una silla. Mi camiseta estaba empapada en un
sudor frío—. Solo dame mi maletín médico.
Evelyn se apresuró a hacer lo que le pedí. Me metí un puñado de gomitas de
glucosa en la boca mientras Tina me servía un vaso de jugo de naranja. Ambas
conocían la rutina.
—Gracias. Ambas pueden irse. ¿Puedo tener mi teléfono, Ev?
Evelyn me entregó lentamente mi teléfono.
—¿Estás seguro? Todavía no luces…
—Estoy bien. Por favor. —Dios, estaba tan cansado—. Necesito hablarle.
La necesito. Necesito a Violet. Ya no puedo hacer esto…
—Está bien —dijo Evelyn de mala gana—. Pero estaré justo afuera de esta
puerta.
Ambas empezaron a irse y luego Tina se detuvo, se volvió.
—Oh, casi lo olvido. Tu papá llamó. Supongo que no ha podido contactarte.
Me quedé helado. El mundo se detuvo. Me hundí más en mi silla, como si el
suelo se hubiera caído debajo de ella.
—¿Qué dijiste?
Evelyn se volvió hacia Tina.
—¿Qué dijiste?
Tina retrocedió ante nuestro escrutinio, su mirada se lanzó entre nosotros.
—Tu padre llamó hace unos veinte minutos. Sharon recibió el mensaje y me dio
su número. Quiere que le devuelvas la llamada… —Ella frunció el ceño ante mi
expresión deteriorada—. ¿Hay algún problema?
Evelyn se giró para mirarme, horrorizada. Le dije que mi papá estaba muerto.
Porque lo estaba, en lo que a mí respecta. Y ahora estaba de vuelta,
atormentándome…
Mi mandíbula se había entumecido.
—¿Estás segura de que es él?
—¿Dijo que se llamaba Ray Stratton? —Tina se mordió el labio—. Lo siento. ¿No
son cercanos?
—No —dije—. No, no somos cercanos.
Porque está muerto. Muerto para mí.
—¿Quieres su número?
Me di cuenta de que respiraba con dificultad, con las manos agarradas a los
reposabrazos de la silla. Las emociones arrasaron mi cráneo como una avalancha.
—-No, no quiero su número. Solo llama porque… quiere algo. Quizás vio el
artículo de la revista Rolling Stone. Ha visto mi éxito y ahora quiere una parte…
Evelyn recuperó el equilibrio y empujó a Tina hacia la puerta.
—Dame el número. Yo manejaré esto.
El entumecimiento se estaba extendiendo, vaciándome, haciéndome temblar.
Mi visión bailaba con puntos negros. Ray Stratton. El nombre fue como un bate de
béisbol en mi corazón.
—¡Miller!
Evelyn corrió hacia mí.
—No —dije, apenas capaz de hacer que mis labios se movieran. Mi lengua
pesaba quinientos kilos—. Dile… si vuelve a llamar, dile que se vaya al infierno…
Dile…
Los puntos negros se ensancharon hasta convertirse en un abismo, y luego caí.
—H
ola, V. —Veronica entró por la puerta de nuestro
apartamento, con los brazos cargados de víveres.
Levanté la vista de mi texto de Física y comencé
a despegarme del sofá.
—Hola, V —le respondí con una sonrisa, pensando, no por primera vez, que el
universo había tenido la amabilidad de otorgarme a Veronica Meyers para
compensar a todas las personas que extrañaba.
Veronica, dos años mayor que yo, me acogió como a una hermana mayor y me
ayudó a conseguir el trabajo en Mack's. No teníamos nada en común. Hablaba con
suavidad, pero escuchaba a todo volumen una vieja música gótica de metal con
nombres de bandas como Type O Negative y Motionless in White en nuestro pequeño
apartamento. Ella tenía una rotación de novios mayores de los cuales no podía
mantener registro, mientras yo era una reclusa, estudiaba en mi habitación y apenas
me aventuraba a socializar.
—¿Necesitas ayuda?
—Yo me ocupo —dijo, arrojando su cabello teñido de negro sobre su
hombro—. Creo que será mejor que te quedes sentada. Tu hombre está en la portada
de la revista Rolling Stone de este mes.
—Eso oí. ¿Puedo ver?
Veronica sacó una revista de una de las bolsas de la compra y se acercó a mí.
—No la he leído, pero el titular es un poco alarmante.
Me entregó la revista y una ráfaga de calor me inundó. Miller Stratton, el chico
que había tenido que empeñar su guitarra, estaba ahora en la portada de la revista de
rock and roll más grande de todos los tiempos.
Y parecía que pertenecía allí.
Era una foto natural tomada en uno de sus conciertos con entradas agotadas. Se
hallaba en el borde del escenario donde un mar de admiradores que lo adoraban
gritaba por él, extendiendo sus brazos clamando por él. Una guitarra eléctrica
colgaba de su esbelta estructura que se había llenado y se había vuelto más masculina
y definida en los últimos dos años. Llevaba un vaquero roto, botas y una camiseta
ajustada que se pegaba a su cuerpo empapado de sudor, revelando cada línea de sus
abdominales y las amplias llanuras de su pecho. Tenía los ojos cerrados y la boca
abierta mientras sostenía el micrófono. Las bandas de cuero en sus muñecas
resaltaban la definición de sus antebrazos, su cabello largo caía sobre sus ojos. La
imagen perfecta de una estrella de rock.
Durante unos hermosos y brillantes momentos, había sido todo mío. Ahora
pertenecía al mundo.
Las lágrimas nublaron mi visión mientras pasaba mi dedo por su mandíbula.
—Hola, amor.
—Lo siento, cariño. —Veronica me dio un apretón en la mano—. ¿No debería
haberla comprado?
—No, me alegro de que lo hicieras. Se ve sexy como el infierno, ¿no?
—No te puedo discutir ahí. Voy a guardar los comestibles. Estaré a dos pasos
de distancia si me necesitas.
Asentí distraídamente y volví a examinar la portada. Miller parecía a punto de
caer entre la multitud y el titular lo reflejaba. En el borde: el meteórico ascenso (¿y
caída?) De Miller Stratton, el nuevo semidiós del pop/rock alternativo.
—¿Se está cayendo? —murmuré.
Un periodista había seguido a Miller en la etapa europea de su gira mundial.
La primera parte del artículo fue hermosa, detallando cómo Miller visitó los refugios
en cada ciudad, a pesar de su apretada agenda. Cómo regaló cientos de boletos para
sus espectáculos a fanáticos desfavorecidos, donó dinero para financiar la
investigación de la diabetes y cómo había prometido la mitad de las ganancias de su
gira a una organización benéfica para jóvenes sin hogar.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver una foto de Miller sentado junto a una
persona sin hogar en Dublín, Irlanda. Las largas piernas de Miller estaban recogidas,
las manos metidas en el bolsillo de su chaqueta. El hombre llevaba una barba rala y
su rostro estaba manchado de mugre. Los dos se sentaban contra la pared casi
hombro con hombro, como dos amigos esperando un autobús.
Como cuando Miller y yo nos sentamos contra la pared de mi casa la primera
noche que nos conocimos.
Leí el texto del artículo, aferrándome cada palabra como una mujer hambrienta
y saboreándolas.
Hablaron durante más de veinte minutos. Stratton le dio al hombre algo de dinero
de su propio bolsillo y luego ordenó a su equipo que lo llevara a un lugar seguro para
pasar la noche: una comida caliente y una ducha. Ese incidente lo solidificó a los ojos de
los fanáticos, especialmente las mujeres, como prueba de que era digno de la rabiosa
atención que lo seguía por todo el mundo. Otros lo criticaron como un truco publicitario.
A eso Stratton pone los ojos en blanco.
“Fue algo que sucedió. El hecho de que la prensa me siguiera lo convirtió en un
'truco'. Eso es una mierda. Nadie planea quedarse sin hogar. Nadie cree que acabará en
la calle. Pero estuve allí, así que me senté con el chico y volví a estar allí. Me ayudó
mucho más de lo que yo lo ayudé a él”. Cuando se le preguntó cómo, Stratton hizo una
pausa durante un largo momento. “Porque, la mayoría de los días, me siento como un
impostor, tomando prestada la vida de otra persona. No puedes volver al lugar de donde
viniste, pero puedes olvidarlo. Sentarme con ese hombre, me ayudó a recordar quién
soy”.
Dios, quería meterme en la revista y estar con Miller. Pero él siguió adelante.
A otra ciudad. Otro espectáculo. Largas semanas de giras interminables, y el tono del
artículo ahondó en el aspecto de “caída” del titular. Mi dolor solitario por él comenzó
a transformarse en miedo.
El periodista quería saber si lo que los tabloides habían estado reclamando a
todo volumen durante meses era cierto: que Miller había caído preso de los vicios del
estrellato, es decir, las drogas y el alcohol. Miller lo negó todo, pero hubo informes
de que se quedó dormido en medio de las entrevistas. Fotos de paparazzi
acompañaron la pieza; Miller tropezando por las calles parisinas con Evelyn cerca.
Una imagen lo mostraba con un corte en la frente debido a que tropezó y se partió la
cabeza contra una pared de adoquines en Florencia.
Excepto que Miller no bebía. No podía. Agregar alcohol solo causaría estragos
en sus niveles de azúcar en sangre.
La compañía discográfica había enviado a un médico personal en la gira de
Miller. La declaración del doctor Brighton fue vaga y optimista, pero leí entre líneas.
Le estaba advirtiendo a Miller —y a Gold Line Records— que lo mejor para Miller
sería renunciar o posponer la gira y tomarse un tiempo libre.
Porque está enfermo.
Desde que tenía trece años, había estado investigando todos los aspectos de la
diabetes, para que nunca más me sorprendieran desprevenida si algo le pasaba a
Miller. Me había comprometido a hacer todo lo posible para protegerlo, para
atenderlo en sus altibajos porque su diabetes siempre había sido difícil de controlar.
Agresiva. Hojeé el artículo, buscando señales reveladoras. Confusión, mala visión
(del tipo que te lleva a chocar contra las paredes), cansancio. Todo estaba allí y el
médico lo sabía. Pero ni la compañía discográfica ni el propio Miller lo escuchaban.
Es Miller. No se rendirá. Está comprometido con el sello, con la caridad, con sus
fanáticos.
Agarré mi teléfono y llamé a su número. Inmediatamente fue al correo de voz.
Le envié un mensaje de texto: Llámame tan pronto como recibas esto.
Pero quedó sin leer. Caminé por la sala de estar, mis nervios se encendieron
como un circuito.
—¿V? —preguntó Veronica desde la cocina—. ¿Qué ocurre?
—Es Miller —dije—. Creo… o sea, no lo sé con certeza, pero tengo un mal
presentimiento.
—¿Acerca de qué? ¿Pasó algo?
—No, pero yo…
Di un pequeño grito de sorpresa cuando mi teléfono se encendió con una
llamada. Evelyn.
—Evelyn, háblame. ¿Cómo está? ¿Qué está sucediendo?
—Violet —dijo, su tono tranquilo, pero teñido de miedo—. No quiero asustarte,
pero… ¿qué tan rápido puedes llegar aquí?
T
odo ocurrió en un borrón. Un minuto estaba en mi habitación tirando ropa
en un bolso, y al siguiente, estaba en un avión rumbo a Las Vegas, en
primera clase, cortesía de Gold Line Records. Evelyn me recogió en el
aeropuerto McCarran en un elegante sedán negro con conductor. El Strip pasaba por
fuera de los cristales polarizados.
Ambas teníamos solo veinte años, pero Evelyn vestía una impecable falda de
corte A y un blazer, mientras que yo parecía una pila de ropa sucia en vaqueros y una
sudadera, con el cabello en una cola de caballo desordenada.
—Cuéntamelo todo —dije después de tensos saludos—. La verdad. No esa
mierda de relaciones públicas de que fue hospitalizado por “agotamiento”.
Evelyn desplazó su teléfono con largas uñas cuidadas.
—Te dije cuando llamé que fue agotamiento porque eso es todo lo que el
mundo necesita saber. Ahora que estás aquí, puedo decirte que sí, Miller colapsó
después del espectáculo hace dos noches. Sus números eran muy bajos, pero en
Urgencias lo estabilizaron. Ahora está en el hotel, descansando.
—¿Colapsó? —Sentía el estómago como si estuviera hecho de piedra—. ¿Qué
tan malo es?
—Lo suficiente malo como para que tenga que dejar la gira, y no quiere —dijo
Evelyn, dejando finalmente su teléfono para prestarme toda su atención—. Su médico
dice que Miller se está esforzando demasiado. Pero está decidido a terminar la gira
para darle un montón de dinero a esa organización benéfica. Se siente culpable por
todo esto. —Hizo un gesto hacia el elegante sedán—. Y se siente miserable sin ti. Lo
ha convertido en un bastardo, para ser honesta. La larga distancia es demasiado dura
para él. Sabes cómo es. Es todo o nada.
—Lo sé. Va a estar igualmente dedicado a la caridad. No querrá renunciar.
—Tienes que obligarlo a renunciar. Eres la única que puede convencerlo. No
me escucha.
La miré de reojo, la vieja punzada de amargura de nuestro pasado aún flotaba
entre nosotras.
—He visto las fotos de ustedes dos. Parecen bastante cercanos —admití.
—Lo que estás viendo es una amistad. —Se alisó el cabello recogido en una
elegante coleta—. A pesar de mis mejores esfuerzos.
Giré mi cabeza hacia ella.
—¿Qué significa eso?
Se encogió de hombros.
—Significa que juego para ganar, siempre. —Sonrió con cariño para sí misma—
. A mi papá le gusta bromear diciendo que la ambición es mi Gatorade.
Eventualmente habría superado nuestra pequeña rivalidad. Pero luego Miller
escribió esa canción para ti. Tantas canciones para ti. Yo también quería eso. ¿Qué
chica no lo haría?
—Entonces, ¿arreglaste pasar los próximos dos años y medio con él para ser
esa chica?
—Él es hermoso. Talentoso. Cuando canta… —Se mordió las palabras y
sacudió la cabeza—. Yo quería eso. Quería ser la chica de la canción de amor. Pensé
que, si me quedaba el tiempo suficiente, si estaba allí para él, lo sería. Ese era mi
objetivo y nunca pierdo.
—Jesús, Evelyn.
—Pero perdí. A lo grande. No, eso no es verdad. Perder significaría que había
estado jugando, y nunca lo estuve. —Ella se giró hacia mí—. No hay nadie más en su
universo excepto tú. Ni yo ni otras mil chicas gritonas podrían cambiar eso. Dios lo
sabe, he visto mujeres que intentan sin éxito llamar su atención, pero él mira a través
de ellas. Ni siquiera consideraría la posibilidad de acostarse con otra persona. Lo que
también contribuyó a que él fuera un idiota, estoy segura.
—Lo sé. También me ha costado mucho. Prometimos tratar de hablar todas las
noches, pero…
—Él está hablando contigo. Cada noche. —Desplazó su teléfono y luego me
acercó la pantalla—. Esto fue hace dos noches. Justo antes de que colapsara.
Un video se reprodujo, tomado de alguien que acaba de salir del escenario.
Miller se sentó solo en un taburete en el centro del escenario, una sola luz lo bañaba.
Tocó su solo de guitarra acústica y cantó una canción que nunca antes había
escuchado. “Wait for Me”, una canción vibrante de desesperación, su rica voz
gritando en el oscuro vacío de la multitud, una y otra vez. Estaba saturado de emoción
y anhelo de una manera que solo se manifestaba en su música. Cada palabra se
hundió en mi corazón.
—Todo eso es para ti —dijo Evelyn en voz baja—. No hay nadie más.
El video terminó y, sin decir palabra, me entregó un pañuelo.
Se me sequé los ojos.
—Gracias por eso.
—No deberías agradecerme —dijo—. Pero tampoco tienes que preocuparte
más por mí. Voy a entregarle mi renuncia.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿En medio de su gira?
—Tengo mis razones. —Se giró hacia mí de nuevo—. Pero tiene que dejar de
trabajar hasta los huesos. Necesita que lo convenzas de eso, especialmente ahora. Su
papá ha estado llamando.
Me quedé mirándola, mis ojos muy abiertos.
—Mierda. —Suspiré—. ¿En serio? ¿Es… estás segura de que es él?
Asintió.
—Desde que salió el artículo de Rolling Stone, Ray Stratton llama casi todos los
días. Miller no le habla. Ni siquiera quiere oírlo.
—Oh, Dios mío… —Me sentí empujada hacia atrás en el asiento, mi corazón
dolía por Miller. Por lo confundido que debía estar. O cuánto dolor debía sentir, viejas
heridas abiertas cuando nunca sanaron por completo en primer lugar—. Nunca me lo
dijo.
—Porque no quiere preocuparte con nada de eso. Pero estoy preocupada, Vi.
Y también el doctor Brighton.
El sedán entró en el Hotel y Casino Bellagio y siguió en el camino circular.
—Se va a Seattle mañana —dijo Evelyn—. El espectáculo es grande. Los
ejecutivos de la organización benéfica Manos Que Ayudan estarán allí y traerán a un
montón de niños tras bambalinas. Invitación de Miller. Me iré al final de la semana.
Cogió su bolso y su teléfono y se puso un par de gafas de sol Gucci para ocultar
las lágrimas en los ojos.
—Asegúrate de que sea su último espectáculo.
Evelyn me llevó al casino Bellagio, más allá del vestíbulo donde mil flores de
cristal cubrían el techo en un derroche de color. Su belleza calmó las turbulentas
emociones que me recorrían. Alcé la mirada todo lo que pude mientras Evelyn
caminaba con paso rápido, sin impresionarse. Parecía que pertenecía a la elegancia
del hotel, mientras que yo me sentía sucia y desgreñada.
—Ella está conmigo —le dijo al guardia en un ascensor privado que nos dejó
entrar. El ascensor subió y se abrió a un pasillo amplio y silencioso.
—Siento que los paparazzi van a saltar en cualquier segundo —dije mientras
pasábamos puerta tras puerta.
—Tenemos todo el piso. —Evelyn se detuvo en una suite donde estaba de pie
un tipo grandote con una placa colgando de su robusto cuello—. Hola, Sam.
—¿Qué pasa, G? —Me asintió mientras nos abría la puerta.
Asentí en respuesta, sorprendida de cuánto había construido la disquera
alrededor de Miller: ascensores privados y seguridad y pisos enteros de hoteles
ostentosos. El orgullo se hinchó en mi pecho, incluso cuando me sentía más fuera de
lugar e insegura de que él me quisiera aquí.
La suite por la que me llevó Evelyn era enorme, dos veces más grande que mi
apartamento y el de Veronica, con muebles elegantes, como una sala de estar real en
Italia. Un hombre alto con traje, con un estetoscopio alrededor del cuello, estaba de
pie junto a la ventana salediza. Miller se sentaba en la cornisa.
Ahí está.
Me detuve en medio de la habitación, mirándolo. Bebiéndolo. Parecía cansado,
un poco más delgado que en la portada de Rolling Stone. El médico tenía un manguito
de presión arterial alrededor de la parte superior del brazo de Miller, tomando una
lectura.
Miller me vio y su expresión se congeló. Se puso de pie, como si lo tiraran de
unas cuerdas, se acercó a mí y le quitó la bomba de la mano al médico.
—Vi… ¿qué estás haciendo aquí?
Su voz ronca fue directa a mi corazón. Habían pasado meses desde que lo
escuché decir mi nombre en persona.
—Evelyn me llamó —dije, las lágrimas llenando mis ojos—. Es tan bueno verte.
—Dios, bebé… —Se dirigió hacia mí, luego se detuvo, dándose cuenta también
de que teníamos una audiencia. Se quitó el brazalete de presión arterial del brazo y
se lo entregó al médico—. ¿Pueden darnos un minuto?
—Regresaré en una hora para terminar el chequeo —dijo el médico con
severidad.
—También tengo un asunto urgente que discutir contigo —dijo Evelyn,
dándome una mirada de despedida y pidiéndome que le dejara decirle la verdad.
Cuando se fueron, Miller me tomó en sus brazos y colapsé sobre ellos, mis ojos
se cerraron con alivio al sentir su solidez y escuchar su corazón latir contra mi mejilla.
—Vi, tienes exámenes parciales. ¿Por qué dejaste Baylor?
—¿Crees que no lo haría? Te amo, Miller. Y colapsaste después del
espectáculo. Evelyn dice que debes dejar la gira.
Se puso rígido y me soltó suavemente.
—Ya veo. Te llamó y te asustó, así que dejaste todo para estar aquí. Ella no
debió haber hecho eso.
—Tu salud es más importante que mi escuela o tu concierto.
—Mi salud no va a cambiar, Vi. Siempre ha sido así de difícil y seguirá siendo
así. Salir de la gira no cambiará eso, pero decepcionará a un montón de gente que ha
pagado para escucharme. Las personas que me alojaron en hoteles lujosos como este
y me permitieron cuidar a mi mamá. Y a ti.
—Tienes que ir más despacio, amor. Antes de que suceda algo.
—No puedo —dijo, dejando caer la cabeza para que estuviéramos frente a
frente—. Hay demasiado en juego.
—Demasiada presión sobre ti —le corregí. Tomé su mejilla, sintiendo la barba
incipiente bajo mi mano, mis ojos buscando los suyos—. ¿Todavía crees que no te has
ganado esto?
—Leíste ese artículo de la revista. Sabía que había dicho demasiado.
—Me asustó, Miller. Todas esas habladurías de tu confusión y eso de quedarte
dormido en las entrevistas. —Mi mano en su rostro se movió hacia arriba para tocar
una cicatriz en su frente que no estuvo allí antes—. Nunca me dijiste.
—No quería asustarte, Vi. Dios sabe que he hecho suficiente de eso durante
toda nuestra vida. Me imagino que, si puedo seguir adelante y terminar esta gira, se
acabará. Habré ganado suficiente dinero para cuidar de ti. Podría pagar tu matrícula
en cualquier lugar que quisieras. En Santa Cruz. Pensé que cuando estuviera
terminado, podríamos irnos a casa.
—A casa —murmuré y luego sus brazos se tensaron a mi alrededor,
manteniéndome unida cuando sentí que me estaba cayendo a pedazos.
—Te amo, Violet. Estoy tan completamente enamorado de ti que estar lejos de
ti me está volviendo loco.
Las lágrimas nublaron mi visión cuando mi corazón se acercó a él, la polaridad
magnética de nosotros realineándose.
—Lo sé. Yo también lo odio. Cada día es imposible. Pero estoy aquí ahora. No
más despedidas.
Sus ojos se posaron en los míos, esperanza y alivio brillando en ellos. Luego su
expresión se endureció, y esta vez con un deseo que me atravesó. Un calor posesivo
que inundó sus ojos.
Se puso de pie, se elevó sobre mí. Sentí que el aire entre nosotros se tensaba,
tirando. Sus manos tomaron mi rostro, su pulgar rozó mi labio inferior. Mi pulso era
un tambor en mi pecho, contando los segundos hasta que él fuera mío de nuevo. Pero
se tomó su tiempo, empapándome, saboreando este momento en el que solo lo quería
a él. Habíamos estado separados el tiempo suficiente.
—Miller…
Y luego su boca descendió, capturando la mía en un ardiente y profundo beso.
Mis ojos se cerraron mientras me saturaba con todo lo que era él. El olor a ropa cara
y colonia me invadió, pero debajo, él todavía estaba allí. Su piel. Su sabor. Tan familiar
y seguro.
Como volver a casa.
Sus besos borraron la distancia entre nosotros. Sus dientes mordisqueaban, su
barba incipiente rozando mi barbilla, su lengua deslizándose y enredándose con la
mía, un reencuentro. Una reunión de cuerpos y almas, manos tirando de la ropa en un
intercambio de jadeos y gemidos. Nos besamos hasta que nos conocimos de nuevo,
nos acomodamos en los espacios del otro después de la larga ausencia. Nos besamos
hasta que volvimos a estar en el lugar al que pertenecíamos.
Me levantó y me llevó al dormitorio, las cortinas de la ventana corridas.
—Necesito una ducha —susurré contra sus labios.
Necesitaba más tiempo para volver a aclimatarnos. Estar con él sin nada entre
nosotros. Desnudos juntos bajo una luz brillante, la distancia entre nosotros
desapareciendo.
Asintió en comprensión y me ayudó a ponerme de pie. Nos besamos mientras
nos quitábamos la ropa, pieza por pieza. En el cavernoso baño, abrió la ducha y me
atrajo bajo el rocío. Vi las gotas de agua posarse sobre su piel y deslizarse en
riachuelos sobre las líneas de corte de su cuerpo. Mis ojos lo absorbieron mientras
mis manos se deslizaban arriba y abajo por la perfección suave y musculosa de su
espalda.
—Tan hermoso —murmuré—. Magnífico.
—Dios, Vi… Nunca más. No te dejaré ir, nunca más.
Envolvió sus brazos a mi alrededor, atrayéndome hacia él. Planté besos con la
boca abierta en su pecho, sobre su corazón, saboreando el agua y la sal de su piel.
Mis labios exploradores encontraron uno de sus pequeños pezones y lo chupé entre
mis dientes.
Miller siseó, y sus manos que habían sido vacilantes y suaves sobre mí, ahora
vagaron y agarraron, llenándose. Se volvió a familiarizar con mis pechos, la curva de
mi cadera, mi estómago. En todas partes que tocaba dejaba lamidas de fuego
mientras su dureza buscaba entrar en mi calor suave y húmedo.
—Vi… —dijo entre dientes.
—Aún no.
Le di un beso largo y lento y luego le di la vuelta para contemplar la belleza de
su espalda, las líneas de su cuello, los músculos que se movían bajo su suave piel,
afinándose hasta su cintura. Lo besé entre los omóplatos, lo probé con la lengua y
luego tomé el jabón.
Enjaboné las amplias llanuras de su espalda y luego me moví hacia su
abdomen, bordeando una bomba de insulina que había reemplazado su implante
MCG, otro cambio en su vida del que no había sido consciente.
Mi exploración de su cuerpo se volvió más decidida; nunca quería no
conocerlo.
Deslicé mi mano hasta su erección dura como una roca, agarrando su
circunferencia y acariciándolo. La anticipación encendió mis terminaciones
nerviosas, volviendo a aprender lo que le gustaba. Cómo tocarlo para sacar ese
gruñido sexy y masculino de su pecho. Solo había sido mío un puñado de veces, y
ahora lo estaba recuperando, centímetro a centímetro.
Miller agarró mi muñeca que lo sostenía y me miró por encima del hombro.
—Voy a correrme si sigues haciendo eso.
Lo dejé ir, y se volvió hacia mí, su cabello caía sobre sus ojos que eran azules,
oscuros y entrecerrados. Mis extremidades se debilitaron por el puro deseo que vi
allí, pero le di la espalda, antes de rendirme a él por completo. Quería sus manos
sobre mí, quitando la arena del tiempo y la distancia, borrando nuestra separación
con cada toque.
Levanté la larga y húmeda masa de mi cabello de mi cuello y lo sostuve,
ofreciéndole mi espalda desnuda y mis pechos, expuestos e indefensos al frente. Las
manos de Miller los encontraron primero, amasándolos, volviéndolos resbaladizos
con jabón, mientras su boca se aferraba a la pendiente de mi cuello. Jadeé,
arqueándome ante su toque mientras presionaba mi trasero contra su erección.
Sus manos se deslizaron por la curva de mi columna, hasta la carne redondeada
de mi trasero, luego volvieron a subir por mi espalda. Sentí la moderación en cada
uno de sus movimientos hasta que se le acabó la paciencia y mi necesidad me
consumió hasta el punto del delirio. Rápidamente, lavamos el jabón y luego Miller me
levantó de nuevo y me llevó a la cama. Mi piel se estremeció con el aire fresco, pero
su cuerpo me cubrió con su perfecta pesadez y calor. Me besó hasta que ambos
quedamos sin aliento y luego apoyó su frente en la mía.
—No puedo dejar de mirarte. —Suspiró.
—Yo tampoco puedo.
—Dime que no ha habido nadie más.
—Por supuesto que no. Nadie más que tú. Jamás —dije y tragué—. ¿Tú…?
—Nadie —respondió, su voz ronca pero sus ojos suaves y cálidos—. Eres mi
primera y mi última.
Sus palabras y la intensidad detrás de sus ojos me fulminaron, borrando
cualquier vacilación o duda persistente. El aire frío entró en picado mientras se
retiraba para ponerse un condón de su billetera. Luego regresó, con gotas de agua
de la ducha salpicando sus hombros. Se apoyó en sus antebrazos, acomodándose
completamente contra mí, sus manos en mi cabello. Nuestras miradas se encontraron
en la penumbra de las ventanas sombreadas de la habitación, sin parpadear. Lo guie
hasta mi entrada y deslicé su punta sobre mi calor húmedo. Su cuerpo se enroscó y
se tensó, usando todo lo que tenía para reprimirse, mientras me besaba. Suavemente.
Y luego se deslizó profundamente dentro de mí con un movimiento suave.
Cada parte de mí se tensó ante la repentina y pesada plenitud, luego se relajó
inmediatamente debajo de él, dejándolo entrar por completo, tan profundo como
pudo. Se hundió en mí y se quedó quieto un momento, con la cabeza gacha.
—Jesús, Vi. Tan bien. Te sientes muy bien.
Acaricié su cuello, besando su oreja, su mandíbula y luego su boca mientras
levantaba la cabeza y comenzaba a moverse dentro de mí. Unas cuantas estocadas
lentas, profundas y penetrantes pronto dieron paso a un ritmo rápido y duro porque
había pasado demasiado tiempo. Nuestros cuerpos habían sido privados y ahora
buscábamos compensarlo.
Su toque en la ducha ya me había preparado. Nuestra separación hizo que
todas mis terminaciones nerviosas clamaran por este momento. La perfecta y pesada
presión de él golpeó ese punto dentro de mí una y otra vez, llevándome rápidamente
al borde.
—Miller…
—Córrete, Vi —dijo, su cuello rígido por la tensión, su cuerpo gloriosamente
masculino y duro sobre mis pechos balanceándose mientras conducía hacia mí.
Extendió la mano hacia atrás y levantó una de mis piernas sobre la curva de su codo,
abriéndome más.
Jadeé ante el sutil cambio de ángulo que me llevó al borde. Agarré a Miller por
los hombros, mis uñas arañando para sostenerme, mientras su cuerpo golpeaba
contra mí, empujando el orgasmo más y más alto hasta que un grito final salió de mí y
caí hacia atrás, como si cayera desde una gran altura, incoherente ante el placer que
me recorrió en oleadas.
Dejé que mis piernas se abrieran, extendí los brazos hacia la cabecera y dejé
que me tomara. Miller se levantó para apoyarse en sus manos y empujó con
abandono, penetrando en mí una y otra vez hasta que, por fin, su orgasmo se apoderó
de él, tensándose su cuerpo y luego soltándose en el mío.
Se estremeció y un gruñido escapó de sus dientes cerrados, un sonido tan
puramente masculino que me hizo quererlo de nuevo. Pero teníamos tiempo. Ahora,
por fin, teníamos tiempo. Sin fines de semana furtivos. Sin horas robadas.
Miller se derrumbó encima de mí, se envolvió a mi alrededor y nos quedamos
enredados de esa manera, empapados de sudor y saciados, nuestros corazones
ralentizando sus latidos atronadores hasta que finalmente nos dormimos.
E
sa noche fue mía y de ella.
Le dije a mi equipo que nos dejara en paz y ordené servicio a la
habitación. Tomé mis medicamentos, comimos, reímos y hablamos, y
mantuve a Violet en mi cama toda la noche. Desnuda y perfecta, su
cabello negro extendido sobre la almohada blanca, su cuerpo suave y pálido a la luz
brillante del Strip fuera de la ventana. Mis manos rozaron sus curvas, moldeándola,
creándola debajo de mí, después de meses de tener solo una fantasía. Borrando las
noches solitarias que pasaba con mi mano envuelta alrededor de mi polla,
arrastrándome hacia algo parecido al alivio.
Ahora ella estaba aquí, su piel cálida y sedosa, sus brazos extendiéndose hacia
mí y jalándome hacia su suave calor, una y otra vez.
Finalmente, saciados en la última hora antes del amanecer, yacíamos envueltos
el uno en el otro, su cabeza en mi hombro, mis dedos entrelazados perezosamente en
su cabello.
—Por mucho que deteste mencionarlo —dije—, ¿qué vas a hacer con tu
escuela?
—Te dije que no más despedidas, ¿recuerdas? Si no me presento a mis
exámenes parciales, mi matrícula estará en peligro, pero…
—Yo pagaré tu matrícula.
Suspiró, sus pechos desnudos presionando contra mi pecho con un suave
ascenso y caída.
—No lo sé, Miller. He estado luchando, pero le estaba diciendo a Shiloh que no
creo que eso sea lo que me está lastimando. Me está haciendo más fuerte. Más
concentrada. Puedo manejar el trabajo duro. Pero no estaba preparada para lo difícil
que es estar separada de ti.
—Yo tampoco. ¿Es pedir demasiado que vengas conmigo en la gira?
—Sí —dijo con firmeza—. Porque no debería haber más gira, ¿verdad? ¿Qué
dice el doctor Brighton?
—Que necesito descansar más. Quizás tenga razón. No quiero arrastrarte por
el país, Violet, y no quiero renunciar a ti otra vez. Pero la ejecutiva de Manos Que
Ayudan estará en el concierto de Seattle mañana y traerá un montón de niños. No
puedo defraudarlos. Demonios, ya los estoy decepcionando. Si cancelo las fechas de
la gira, eso son menos ingresos para ellos y para el sello.
—Habrá otras giras, Miller. Nadie te culpará si necesitas cuidarte.
—Voy a hacer este espectáculo. Por ellos. Un espectáculo y luego podemos
planificar nuestro próximo paso.
Violet se quedó callada por un momento, luego levantó la barbilla para
mirarme.
—¿Disfrutas algo de esto? Rolling Stone hizo que pareciera que no.
—Me encanta estar en el escenario. Estar con los fanáticos. Pero el resto es
surrealista.
—¿Cómo?
—Dondequiera que voy, la gente me dice lo genial que soy, incluso si no me
conocen. Incluso cuando estoy siendo un completo imbécil. No he tenido una
conversación real con nadie en seis meses. Solo tengo que decir: “tengo sed” para
hacer que diez personas diferentes luchen por traerme una bebida. Sé que es el
colmo de la idiotez quejarse de una mierda como esa, pero creo que sería muy fácil
dejar que todo se me suba a la cabeza. Dar a la caridad me hace sentir que estoy
honrando la lucha de mi madre y no olvidar de dónde vengo.
Violet sonrió y besó mi pecho sobre mi corazón.
—Me encanta que hayas dicho eso. —Bajó la mirada, su voz se suavizó—. ¿Qué
hay de tu papá?
Mi estómago se hizo un nudo, borrando la perezosa pesadez. Me senté y tomé
un vaso de agua de la mesita de noche.
—¿Qué hay de él? Sé por qué llama después de siete años, y no es para
felicitarme. Quiere una ganancia.
Violet se movió para sentarse a mi lado y se tapó el pecho con la sábana.
—Quizás. Pero quizás no. En lugar de preguntarte qué quiere él, pregúntate a
ti mismo qué quieres. ¿Quieres hablar con él?
—¿Por qué querría hablar con él? Arruinó nuestras vidas. Tuvimos que vivir en
un maldito auto. Mamá tuvo que hacer… cosas horribles para ayudarnos a sobrevivir.
No se merece que conteste el teléfono.
Apoyó su mejilla contra mí.
—No se trata de lo que se merece, Miller. Se trata de lo que te mereces. Si
hablas con él, tal vez te traiga algo de paz.
—O podría empeorar todo.
La mano de Violet se deslizó en la mía y besó mi hombro.
—Solo tú sabes lo que te conviene.
—Lo pensaré —dije—. De todos modos, es posible que no vuelva a intentarlo.
Le dije a todo el equipo que no atendería sus llamadas. Quizás perdí mi oportunidad.
—Apreté los dientes contra el dolor de mi corazón ante ese pensamiento.
—Creo que todo sucede por una razón, pero no siempre podemos verlo en ese
momento.
Le di una mirada.
—¿Incluso nosotros? Nos ha llevado años llegar aquí. Excepto que ahora no te
dejaré ir.
—No voy a ninguna parte. —Se acurrucó contra mí—. Si antes pensabas que
era un fastidio con tus números…
Me reí y besé la parte superior de su cabeza.
—Extraño tus regaños. El doctor me irrita muchísimo, pero siempre me hizo
sentir bien que me estuvieras cuidando.
—Quizás eso también estaba destinado a ser —dijo—. He estado pensando
cada vez más en mi camino como doctora. Ser cirujana fue una idea en la que me
quedé estancada, como estar enamorada de River Whitmore. Siempre estuvo ahí,
pero nunca lo examiné. Pero ahora lo he hecho y no creo que ser cirujana sea
adecuado para mí.
—Ese ha sido tu sueño desde antes de conocerte.
Tomó mi mano, trazó las líneas en mi palma con su dedo.
—Puede sonar extraño, pero cada vez siento más que la clave para saber qué
es lo correcto es salirme de mi propio camino. Así fue contigo. Tuve que dejar de
llamar lo que sentía por ti de otra manera que no fuera lo que era. Verdadero.
Inevitable. Tal vez sea lo mismo con mi carrera. —Me miró, su sonrisa brillante en la
suave luz—. Tal vez estuvo justo frente a mí, mirándome a la cara todo el tiempo.
Mis ojos se agrandaron.
—¿Qué estás diciendo?
—No quiero parecer demasiado extraña o loca, pero tal vez ser una
endocrinóloga es parte de cómo encajamos.
Fruncí el ceño.
—¿Soy el chico del que tendrás que cuidar?
—Nos cuidamos mutuamente.
—¿Cómo? ¿Qué te doy a cambio?
—Cuidas mi corazón —dijo en voz baja, luego sonrió—. Serás mi músico de
guardia que me escribe canciones de amor cuando las necesito. Hablando de eso,
dado que este es tu último concierto por un tiempo, ¿crees que podrías conseguirme
una entrada?
—Demonios, puedo ponerte en el escenario.
—No, no, no. Quiero ser como todos los demás, mirándote en tu hábitat natural
mientras el mundo entero grita por ti. —Sacudió la cabeza con fingida molestia—.
Quiero decir… ¿con quién tienes que acostarte por aquí para conseguir una entrada
para un espectáculo de Miller Stratton?
Me reí y la arrastré encima de mí.
—Lo estás mirando, bebé.
La ejecutiva de Manos Que Ayudan, Brenda Rosner, llegó antes del show con
media docena de niños pequeños, la mayoría de alrededor de ocho o nueve años.
Llevé a Violet.
—Quiero que veas para qué sirve todo.
Nos reunimos en la sala de descanso con una gran cantidad de fotógrafos y
reporteros. Se tomaron fotografías para sesiones publicitarias, y Violet pasó el rato
con los niños, hablando y riendo con ellos y haciéndolos sentir menos intimidados
por los alrededores.
Brenda me estrechó la mano y me agradeció mi contribución.
—No sé cuántos shows me quedan —le dije—. Mis médicos —le dije con un
gesto de la cabeza en dirección a Violet—, están diciendo que tengo que ir más
despacio.
Brenda sonrió.
—Estamos todos muy agradecidos. No necesitamos pedirle nada más de lo que
ya nos ha dado.
Le creí, pero todavía me dolía tener que dejar a esos niños. Firmé autógrafos y
tomé fotos con ellos. Me agradecieron, sin saber nunca que obtuve más de ellos de lo
que podría darles.
Un niño se mantuvo apartado de los demás. Brenda me dijo que había tenido
una situación particularmente difícil y se mantenía alejado de los demás. Un niño, de
ocho años, había sido trasladado de un refugio a otro antes de que lo alejaran de sus
padres y lo pusieran en un hogar de acogida. Mientras todos participaban en la
distribución de comida y bebida, él se apoyó contra la pared solo. Me moví para estar
con él y también me apoyé contra la pared, uno al lado del otro.
—Tu nombre es Sam, ¿verdad?
Asintió, sus ojos fijos en la conmoción que nos rodeaba.
—Nunca había visto tanta comida en un solo lugar.
Tragué saliva ante el repentino nudo en mi garganta.
—Sí, sé a qué te refieres.
Me miró con una profundidad en sus ojos marrones que no debería haber
estado allí para un niño de ocho años.
—Escuché que no tenías un hogar cuando eras niño.
—Así es. Mi mamá y yo vivimos en nuestro automóvil durante unos seis meses.
—¿Fue duro?
—Demonios, sí, fue duro. Tuve que lavarme el cabello en el baño de una
gasolinera. Eso apesta.
—Pero ahora eres esta estrella de rock de fama mundial.
—Es cierto, pero tuvieron que pasar muchas cosas afortunadas para que yo
llegara aquí —dije—. ¿Qué te gusta hacer, Sam? Si pudieras hacer cualquier cosa en
el mundo, ¿qué sería?
—Quiero ser fotógrafo. Sé que suena tonto…
—No suena tonto. ¿Te gusta tomar fotografías?
—Sí, me gusta. Annie, ella es mi madre adoptiva en este momento, dice que
soy bastante bueno en eso.
—¿Tienes una cámara?
Sacudió la cabeza.
—Annie me deja tomar fotografías con su teléfono a veces. Pero no es lo mismo
que una cámara real.
Miré a uno de los fotógrafos de prensa que tomaba fotos de los niños y le di un
silbido agudo entre los dientes para llamar su atención. Él alzó la mirada y sacudí mi
cabeza para llamarlo.
—A Sam, aquí, le gustaría ser fotógrafo. ¿Te importa si toma algunas fotos con
tu cámara?
El fotógrafo pareció dudar de entregar su costosa cámara profesional a un niño.
—Yo me encargo si pasa algo —dije. No solía usar mi estatus, cualquiera que
fuese esa mierda, para conseguir favores, pero este chico valía la pena. Le di al chico
una mirada de “¿Sabes quién soy?” ante la cual Violet habría puesto los ojos en
blanco, si la hubiera visto.
—No, sí, por supuesto —dijo el fotógrafo—. ¿Sabes cómo trabajar con una de
estas? —preguntó, pasando la correa alrededor del cuello de Sam—. Esta es la
apertura…
—Lo sé —dijo Sam—. Este es el zoom y el enfoque. —Se llevó la cámara al ojo
conmigo en el encuadre. Me apoyé contra la pared, con los brazos cruzados y una
rodilla doblada. Sam tomó mi foto, luego me mostró la imagen.
—Me han tomado una foto miles de veces, Sam —dije—. Demasiadas. Pero esta
es mi favorita.
Me sonrió de orgullo y mi maldito corazón se partió. Sacudí mi barbilla.
—Ve. Toma tantas fotos como quieras. —Me volví hacia el fotógrafo y le mostré
esa sonrisa de soy famoso—. No te importa, ¿verdad?
—Eh, no. Para nada.
—¡Gracias! —dijo Sam y se alejó, fotografiando todo en la habitación,
incluyendo primeros planos de la comida en esa maldita mesa de buffet. El periodista
lo siguió a él y a su cámara de mil dólares.
Llamé a Brenda.
—¿Me puede hacer un favor? Hágame saber qué necesitan estos niños. Todo
lo que quieran, solo dígamelo.
Ella sonrió.
—Lo haré. Gracias.
—Sam necesita una cámara. Envíame la factura, ¿de acuerdo?
Brenda parecía a punto de soltar más gracias, pero leyó mi expresión.
—Muy bien, señor Stratton.
—¿Todo bien? —preguntó Violet, uniéndose a mí mientras yo parpadeaba con
fuerza, viendo a Sam tomar sus fotos y sonreír y reír como se supone que debía hacer
un niño pequeño.
—Todo es perfecto.
L
legó la hora del espectáculo. Esa noche, el aire se sintió eléctrico. La
multitud estaba llegando a la Arena Key en el Centro de Seattle, y Violet
escuchó el trueno arriba y alrededor de nosotros desde la sala de
descanso, sus ojos brillando.
—Están todos aquí para verte —dijo.
Un asistente asomó la cabeza.
—Oye, Miller. Es hora de empezar.
—Sabes lo loca que se pone la gente en la primera fila —dije mientras nos
dirigíamos hacia la puerta—. ¿Estás segura de que puedes manejarlo?
Rodeó con sus brazos mi cuello.
—Me voy a ahogar y me encantará cada minuto, viendo a mi estrella de rock.
Puse los ojos en blanco.
—Odio esa palabra.
—Pero lo usas tan bien. —Me besó suavemente y luego sonrió—. No te
distraerá, ¿verdad? ¿El saber que estoy ahí fuera?
La arrastré hacia mí. Llevaba una camiseta blanca ajustada y una falda negra
corta. Mi mirada la recorrió, asimilando cada detalle.
—En cada show que he hecho, estás ahí fuera. —Le rocé el labio con el pulgar—
. Te lo dije, Vi. Es todo para ti.
Vi su delicado cuello moverse mientras tragaba.
—Yo también te amo, Miller. —Cerró los ojos y me besó, luego se apresuró a
salir donde otro asistente la esperaba para llevarla a la primera fila.
Me uní a la banda y subimos juntos al escenario mientras se apagaban las luces.
Un rugido atronador de la multitud se elevó. Nos acurrucamos en la oscuridad
alrededor de la batería de Chad.
—Han sido realmente jodidamente geniales, en todos los shows —dije—. No
digo eso lo suficiente.
—O nunca —dijo Antonio con una sonrisa—. Solo hemos estado de gira contigo
durante unos seis meses.
—Sí, sí, sí. Saqué mi cabeza de mi trasero. Mejor tarde que nunca.
—Está todo bien, hombre —dijo Robert, el otro guitarrista—. Hay que darles
un gran espectáculo.
Y lo hicimos. Maldita sea, nunca me había sentido tan vivo en el escenario en
mi vida. La música fluyó a través de mí, amplificada por los chicos de la banda. Y
Violet estaba allí en la primera fila, balanceándose en un mar de rostros, tan
malditamente hermosa.
Vertí mi corazón en ese escenario, en el micrófono, dejándolo todo ahí, sin
dejar nada atrás. Y cuando llegó el momento de cantar “Wait for Me”, solo estuve yo
en el taburete, mi guitarra acústica y Violet.
Todo lo que no le había dicho en los últimos dos años se me escapó. El anhelo,
la soledad, el amor. Dios, el infinito pozo de amor que tenía por esa mujer, como si
hubiera nacido con él ya dentro de mí, en mi médula y en mis células. Ella estaba en
cada parte de mí, cada parte completa y buena, y lo que se rompió en mí, ella se había
dedicado a curarme.
Cuando se disipó la última nota de la última canción, los aplausos y los vítores
me recorrieron. Absorbí cada pedacito de esa energía hasta que me sentí invencible.
Potente y empapado de sudor. Salí del escenario después de actuar para quince mil
fanáticos que gritaban y, por primera vez, dejé que mi ego aprovechara el momento.
Mi sangre corría caliente por mis venas con la imperiosa necesidad de tener a Violet.
Ya me estaba esperando en la sala de descanso, y en una mirada, sentí la misma
necesidad suya. Un grupo de otras personas estaban merodeando, felicitándome tan
pronto como entré por la puerta. Los ignoré, acercándome a Violet con un propósito
resuelto.
—¿Puedo hablar contigo? —le dije en voz baja, prácticamente un gruñido.
Sus labios se separaron con un pequeño jadeo entrecortado.
—Sí —susurró—. Sí.
Le tomé la mano y la saqué, aunque quería arrojarla sobre mi hombro como un
maldito cavernícola. Detrás de la sala de descanso, el lugar tenía una suite ejecutiva
reservada para mí. Cerré la puerta detrás de nosotros, levanté a Violet sin decir una
palabra y la deposité en el largo mostrador que corría a lo largo de una pared.
Su falda y camiseta se pegaban a sus curvas, sin ocultar nada. Me moví entre
sus piernas, besándola ferozmente, mordiéndola, mis manos en su cabello, mientras
sus manos rasgaban los botones de mi vaquero, su necesidad era tan terrible como la
mía.
—Una cosa fue verte aperturar para Ed, pero tú… —Respiró entre besos,
quitándome la camiseta—. Toda esa gente ahí para ti. Ahora sé por qué las estrellas
de rock tienen tanto sexo como quieren. Por qué las mujeres tiran sus bragas…
muestran sus senos. Ahora lo entiendo. —Sus manos estaban por todas partes sobre
mi piel caliente—. Eso fue lo más sexy que he visto en mi vida.
No tuve palabras más que besarla con fuerza, chupando sus deliciosos labios
que estaban rojos y dulces. Algo primordial en mí se estaba despertando. Necesitaba
tenerla. Poseerla. Durante años, le había estado cantando desde que éramos niños,
acariciándola con cada respiro que tomaba. Cuando finalmente la tuve, nos
desmoronamos en pedazos, eso me dejó deseándola a través de tantos kilómetros y
continentes. Mi corazón había suspirado, dolido y amado. Y ahora ella estaba aquí
para siempre, y mi corazón y mi alma podían relajarse mientras mi cuerpo tomaba el
control. Quería follarla duro y crudo. No más poesía. No más música excepto por los
golpes de los muebles, sus gritos de placer cantando, el golpe de carne contra carne
y mis propios gruñidos salvajes mientras la tomaba.
Mis manos se deslizaron por sus muslos y volvieron a bajar con su braga de
seda, ya húmeda. Saqué un condón del bolsillo de mi vaquero antes de que pudiera
caerse hasta los tobillos, lo puse allí para este momento exacto.
Sostuve su cara en una mano, la otra deslizándose debajo de su trasero,
arrastrándola hasta el borde de la barra. Abrió más las piernas para dejarme entrar y
gritó cuando empujé dentro con fuerza.
—Sí —siseó, sus manos cayendo a mis caderas para acercarme a ella. Más
adentro.
Me incliné sobre ella, sosteniendo su cadera con una mano, la otra plantada en
el frío mármol. Los gritos de éxtasis de Vi sonaron, sumándose al delirio de esta
posesión pura y sin sentido.
—Miller, voy a… —Su cuerpo entero se tensó contra el mío, interrumpiendo
sus palabras, sus brazos envolviéndome, sus piernas cerradas a la altura de los
tobillos, abrazándome fuerte contra ella. Su núcleo se apretó a mi alrededor mientras
su orgasmo aumentaba.
Lo sentí acumularse en ella, y yo también quería eso. Codicioso por todo su
cuerpo después de haber pasado tanto tiempo sin ella. Reduje la velocidad de las
empujadas de mis caderas, me retiré casi por completo, y luego empujé hacia
adentro, persuadiendo y llevando su orgasmo a la cima. Se aferró a mí, brazos,
piernas y dientes mordiendo la pendiente de mi cuello, gritando su placer en mi piel
cuando la ola la sacudió.
Mi propia liberación se estrelló contra mí. Me rendí, guiándome dentro de ella
con un último y furioso frenesí, hasta que el nudo de calor y electricidad en la base
de mi columna estalló dentro de ella. Apreté los dientes, mis dedos se hundieron en
sus caderas lo suficientemente fuerte como para dejar moretones, pero no quería
soltarla.
Ella está aquí. Es mía.
—Sí. —Suspiró, sus manos en mi cabello—. Sí, vente dentro de mí.
Mi cuerpo obedeció. Entré en un último y estremecedor empujón, vaciándome
en ella antes de hundirme contra su cuerpo.
Por unos momentos, los únicos sonidos fueron la respiración entrecortada y los
sonidos apagados de la fiesta en la sala de descanso. Lentamente, Violet me soltó, sus
brazos y sus piernas cayeron sueltos y pesados.
—Jesucristo, Miller… —dijo Violet con una risa cansada, los dos bañados en
sudor y respirando con dificultad—. Acabo de vivir la fantasía de cada mujer en esa
arena. —Su voz se suavizó—. Excepto que yo sí puedo tenerte por completo.
Solté una risa cansada en el hueco de su cuello.
—Incluso la parte posesiva que enorgullecería a nuestros antepasados
cavernícolas.
—Me gusta —dijo, empujándome hacia atrás lo suficiente para besarme y
deslizar su dedo por mi mandíbula—. No, la amo. Me encanta cómo me haces el amor
y cómo me follas y cómo me sigo sintiendo segura contigo sin importar cuál. Siento
cuánto me amas, incluso cuando te conviertes en una bestia. —Sus dedos fueron a los
pequeños moretones que se formaban en su muslo.
—No quiero lastimarte nunca… —dije alarmado.
—Quiero estos. Quiero sentirme marcada por ti. Dentro y fuera. Porque no hay
nadie más, Miller. Nunca lo hubo y nunca lo habrá.
Sus palabras se hundieron profundamente en mi pecho y, esta vez, se
quedaron. Confiaba en esas palabras. Y en ella.
—He querido esto durante tanto tiempo, Vi. Años.
—Yo también. Nos tomó mucho tiempo llegar aquí.
Mi pulgar trazó sus labios hinchados por mis besos.
—Estamos aquí ahora.
N
os recuperamos y nos unimos al resto de la banda, algunos fans VIP y la
prensa en la sala de descanso. Estaba segura de que todos sabrían lo
que habíamos hecho, pero la sala estaba llena de adrenalina y
celebración después del espectáculo. Miller se quedó el tiempo suficiente para tomar
algunas fotos, luego regresamos a nuestra habitación de hotel.
El doctor Brighton realizó un chequeo y revisaron sus dosis de insulina,
recargando la bomba colocada en su abdomen para compensar el esfuerzo del
concierto y la comida que había comido después del espectáculo. El médico nos miró
con severidad.
—Tendremos que tomar en cuenta cualquier otro “esfuerzo” en el que pueda
sentirse inclinado a participar esta noche.
Miller sacudió la cabeza.
—Estoy exhausto. Y, además, Violet sabe que me voy a esperar hasta el
matrimonio.
Solté una carcajada y Brighton sonrió.
—Volveré a primera hora de la mañana.
Miller y yo nos duchamos, por separado, para evitar esfuerzos tentadores, y
luego nos vestimos con ropa de dormir, él con un pantalón de franela y una camiseta
con cuello en V mientras yo usaba una de sus camisetas y mi pantalón corto. Nos
metimos en la cama y nos enredamos. Miller se hundió pesadamente en su almohada.
—¿Estás bien? —pregunté.
—El concierto me agotó por completo. En realidad, el concierto no fue lo único
que me agotó.
—Uf, qué terrible. —Me reí, acurrucándome contra él. Me acerqué y tomé su
brazo para leer su reloj.
—¿Cómo me veo, doc?
—Te ves perfecto —le dije—. Estuviste increíble esta noche. Fue como si todo
lo que amo de ti que guardas dentro saliera a la luz. Por eso vienen a verte, Miller. Tú
brillas.
Jugó con un mechón de mi cabello y luego dejó caer su mano pesadamente.
—He terminado con la gira. Voy a cancelar el resto de las fechas.
Levanté la cabeza de su pecho.
—¿Lo harás? ¿Y luego qué?
—Estaré contigo.
Rápidas lágrimas brotaron de mis ojos ante la simple declaración.
Tocó mi mejilla, sonriendo con cansancio.
—Tenías razón, Vi. Ya terminamos eso de despedirnos. Pero no puedes tirar
por la borda la universidad y todo por lo que has trabajado. Conseguiremos un lugar
en Waco, y cuando termines el año, puedes transferirte a USCC. Si es lo que quieres.
—Sí, pero mi beca es con Baylor.
—Tu casa está en Santa Cruz. Si no me dejas encargarme de tu matrícula, me
volveré jodidamente loco. Conseguiremos un lugar junto al océano. Tal vez escriba
un nuevo álbum, un álbum más pequeño, mientras tú estudias y eres brillante. —Me
sonrió, sus ojos pesados—. Nos cuidaremos el uno al otro. ¿De acuerdo?
Asentí y lo besé suavemente.
—De acuerdo. Te amo. Mucho.
—Te amo, Vi… —dijo, y eso fue lo último que me dijo antes de dormir.
Caí dormida más lentamente, flotando en las corrientes de una nueva vida que
estaba en el horizonte.
E
n el Instituto Central Santa Cruz, los llamaban inadaptados,
marginados, raros. Pero la mayoría los conocía como los
chicos perdidos.
Holden Parish sobrevivió a los horribles intentos de sus
padres de convertirlo en “el hijo perfecto”. Después de un año en
un sanatorio suizo para recuperarse, ha prometido no dejar que
nada, ni nadie, lo vuelva a atrapar. Brillante pero roto, busca
refugio detrás del alcohol, del sexo sin sentido, y usa su perverso
sentido del humor para mantener a la gente alejada. Solo tiene que
cabalgar un año en la ciudad costera de Santa Cruz con su tía y su
tío antes de heredar sus miles de millones y poder escapar.
Desaparecer.
Enamorarse no está en los planes.
River Whitmore. Mariscal de campo estrella del equipo de fútbol del Instituto
Central, rey del baile, señor Popular, mujeriego. Lleva la vida perfecta… Excepto que
todo es mentira. Su padre tiene planeado el futuro de River en la NFL, mientras que el
sueño de River es dirigir el negocio familiar en la ciudad que ama. Pero la enfermedad
de su madre está destrozando a la familia y River se está convirtiendo en el
pegamento que los mantiene unidos. ¿Cómo puede romper el corazón de su padre
cuando ya se está haciendo añicos?
La fachada cuidadosamente elaborada de River explota cuando conoce a
Holden Parish. Un tipo que se viste con abrigos y bufandas todo el año, bebe vodka
caro y pasa su tiempo libre entrando a las casas por el gusto de hacerlo. Son
completamente opuestos. River busca una vida tranquila, lejos de los reflectores.
Holden preferiría someterse a una cirugía dental que calmarse.
Los demonios de Holden y las responsabilidades de River amenazan con
mantenerlos separados, mientras que su innegable atracción los une una y otra vez,
convirtiéndose en algo profundo y real sin importar cómo se resistan.
Hasta que una noche terrible lo cambia todo.