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EL PODER DEL GOBIERNO

a) Exposición de Hegel
Empieza Hegel diciendo que «de la decisión se distinguen la ejecución y la
aplicación de las decisiones del soberano, y en general, la prosecución de lo ya
decidido, de las leyes, de las disposiciones, de las instituciones existentes para fines
comunes, etc.» (§ 287). Es el poder gobernativo, que incluye también el poder judicial
y el poder de policía.

Al gobierno corresponde cuidar el interés del Estado, que es universal en-sí y


por-sí. De los demás intereses comunes que no pertenecen al universal en-sí y por-sí,
cuidan y administran las corporaciones de la comunidad y de los otros oficios y
estados 1[9], por medio de sus magistrados, administradores, etc. (§ 288). Estos
intereses comunes están subordinados al más alto interés del Estado, pues son
propiedad privada e interés de esferas (¿empresas?) privadas. De este modo el
gobierno se convierte en la sede del conflicto entre el interés universal y los intereses
comunes que no entran dentro del interés estatal, de manera semejante a «como, la
sociedad civil es el campo de batalla del interés de todos contra todos» (§ 289).

La misión de cuidar el interés general del Estado corresponde a los delegados del
1
poder gubernativo. La adjudicación de los distintos trabajos en que se resuelve el
poder gubernativo (§ 290) se hace desde arriba: «La conjunción de individuo y cargo
―como dos lados uno hacia el otro, en relación siempre accidental― corresponde al
poder del príncipe en cuanto poder decisivo y soberano» (§§ 291 y 292).

Hegel señala que en este vínculo a un cargo oficial encuentra el individuo «el
poder y la satisfacción adecuada a su particularidad, y la liberación de su situación
externa y de otras dependencias de influencias subjetivas» (§ 294). Según Hegel, la
situación del individuo es externa cuando no está unida al interés general; y ya que el
individuo no se realiza hasta que se une al interés estatal, por eso se encuentra en
necesidad externa con respecto al Estado. Este servicio público exige el sacrificio de
la satisfacción autónoma y discrecional de los fines e intereses subjetivos. En él se
encuentra la unión del interés particular y del interés general, que constituye el
concepto y la estabilidad interna del Estado (§ 294).

La unión al cargo público suprime la necesidad externa, y así encuentra


satisfacción la necesidad particular; en esa unión al poder general del Estado
encuentran defensa los funcionarios contra el lado subjetivo (pasiones privadas, afán
de lucro) (§ 294).

Este sacrificio de la particularidad subjetiva es posible por el sentimiento del


Estado que se da en cada individuo. «Este es el secreto del patriotismo de los
ciudadanos: que reconocen en el Estado su sustancia, porque conserva sus esferas
particulares, su derecho y su autoridad, su bienestar» (§ 289).

Hegel habla de la responsabilidad de las autoridades, por una parte, y por otra,
del derecho de la comunidad y de las asociaciones, como el medio para evitar los
abusos de poder (§ 295).

Sin embargo, el sentimiento interno del Estado no basta, y se requiere la


«educación ética y de pensamiento» del individuo para conseguir efectivamente la
grandeza del Estado, de modo que los lazos familiares y privados se debiliten y
desaparezcan. «En la ocupación de los grandes intereses existentes en el gran Estado
desaparecen para-sí estos lados subjetivos y se produce el hábito de los intereses,
puntos de vista y negocios generales» (§ 296).

El último párrafo de este capítulo está dedicado al «estado (stand) medio»,


constituido por estos funcionarios del Estado (Staat) y por los miembros del gobierno,
«en el cual se encuentran la inteligencia educada y la conciencia jurídica de la masa
de un pueblo» (§ 296). Las instituciones de la soberanía y los derechos de las
corporaciones evitan que el estado medio se convierta en una aristocracia, pero «es la
columna basilar del Estado» (ibídem). 2

b) Crítica de Marx: la burocracia es una expresión de la alienación política


Marx califica de «superficial» la exposición hegeliana; «puesto que ha
reivindicado de la esfera civil el poder judicial y el poder policial, el poder del
gobierno no es más que la administración, que Hegel desarrolla como burocracia» (p.
57). Por eso, su análisis se centra en la burocracia presentada por Hegel, que Marx
llama «formalismo de Estado de la sociedad civil», «ilusión de Estado», que encubre
«la imaginaria generalidad del interés particular, para que no se descubra la
particularidad del interés general» (p. 59).

En el fondo, observa, la burocracia no es sino una corporación más, una sociedad


cerrada y particular: la de los funcionarios del Estado. Se presenta como la portadora
del interés general, cuando de hecho en ella «la identidad del interés estatal y del
objetivo privado particular está puesta de tal manera, que el interés estatal se convierte
en un fin privado particular frente a los demás intereses privados» (p. 61). La
burocracia posee privadamente el interés general. «La burocracia posee la esencia del
Estado, la esencia espiritual de la sociedad: ésa es su propiedad privada» (p. 60). Por
eso, la burocracia ahoga al verdadero Estado y es su traición consumada e
institucionalizada: «La burocracia tiene un objetivo que va precisamente contra el
Estado» (p. 59). Marx se pregunta cuál es la raíz de esta concepción hegeliana de la
burocracia, y vuelve de nuevo a su crítica de fondo: el error hegeliano está en
considerar las diversas y separadas existencias empíricas (familia, sociedad civil)
como determinaciones inmediatas de la voluntad (que es, según Hegel, la que existe
como universal y la que es verdadero sujeto). De aquí se sigue la separación entre
«hombre de familia» y «ciudadano», entre sociedad civil y Estado (pp. 54-55); Hegel
toma como punto de partida la separación entre Estado y sociedad civil, la separación
entre los intereses particulares y el universal que es en-sí y por-sí, y funda la
burocracia sobre esta separación» (p. 58).

La inversión de sujeto y predicado trae consigo que la mediación del sujeto, al


alienarse en las concretas circunstancias individuales, deje fuera el contenido de estas
alienaciones reales. De nuevo la mediación es ficticia, aparente: «La burocracia es un
tejido de ilusiones prácticas, es la ilusión del Estado. El espíritu burócrata es hasta la
médula un espíritu jesuítico, teológico. Los burócratas son los jesuitas del Estado, los
teólogos del Estado. La burocracia es la republique prétre» (p. 59).

Según Marx, la solución está en poner como sujeto al verdadero sujeto. «La
superación de la burocracia sólo es posible si el interés general se convierte realmente
en interés particular; y eso es posible sólo si el interés particular llega a ser realmente
el interés universal» (p. 61).

La designación de los funcionarios da ocasión a que Marx señale cómo es posible


esta superación de la burocracia en la práctica. Tal como Hegel los presenta ―dice 3
Marx―, los funcionarios no son delegados de la sociedad civil, sino contra la
sociedad civil; con ellos se consuma la separación entre Estado y sociedad civil, pues
se les confía la gestión general en las esferas privadas. Por medio de la burocracia, «el
Estado no reside en la sociedad civil: la roza apenas con sus delegados». Es la
alienación política.

En lugar de superar la alienación política ―a juicio de Marx―, Hegel la confirma


y la hace inamovible: porque las instituciones del Estado ―que son instrumento de
su administración― van contra la sociedad civil. En efecto, la elección de los
administradores del Estado ―hecha en parte por las asociaciones particulares y en
parte por la autoridad superior― es una «investidura», es «una acomodación, una
transacción, una confesión del dualismo no resuelto; ella misma es un dualismo, una
mezcla» (p. 62).

Hegel no puede decir ―sigue criticando Marx― que esa separación se supere
por el hecho de que todo ciudadano pueda llegar a ser funcionario estatal. La unión al
cargo público no suprime la necesidad externa ni la opresión externa del Estado sobre
el ciudadano. Marx piensa que «no se trata de la posibilidad de cualquier ciudadano
de dedicarse a la clase general como a un estado (stand) particular, sino de la
capacidad de la clase general de ser el Estado (Staat) realmente general, esto es, el
estado (stand) de todo ciudadano. Pero Hegel parte del presupuesto de lo
seudogeneral, del estado general ilusorio, de la generalidad particular de Estado» (p.
63). Con estas palabras, Marx ha introducido ya, sin desarrollarla todavía, su doctrina
sobre el proletariado, que es esa clase general a la que alude; a continuación, se refiere
a la oposición irreductible de esa clase con el Estado concebido por Hegel. «La
identidad construida por Hegel entre sociedad civil y Estado es la identidad entre dos
ejércitos enemigos, donde cada soldado tiene la posibilidad de convertirse en miembro
del ejército contrario por deserción.» Nótese la irreductibilidad del planteamiento
marxista, apoyado constantemente en una oposición dialéctica que debe resolverse
sólo en un sentido (cfr. p. 40).

Hegel había hablado del examen que deben sufrir los funcionarios antes de
incorporarse al cargo (§ 294). Marx dice de ese examen que «no es sino una
formalidad masónica, el reconocimiento legal de la ciencia cívica como privilegio»
(p. 63). Sin saber el arte del zapatero, comenta, se puede ser buen ciudadano, un
hombre social; el examen es superfluo, pues la necesaria ciencia administrativa a la
que Hegel se refiere «es una condición sin la cual se viviría en el Estado, fuera del
Estado, separados de sí, del aire que se respira» (p. 63). Nótese de nuevo la concepción
exclusivamente social y política del hombre que mueve todo el pensamiento de Marx.

Marx critica también la concepción hegeliana de la autoridad jerárquica como


medio de protección contra los abusos de poder. La califica de ser ella misma un
abuso, «el abuso capital», la amenaza que aplasta el rencor: «el mal mayor sofocar al 4
menor» (p. 65). En definitiva, esta represión no es más que la manifestación de esa
irresuelta alienación política, que la burocracia confirma y sanciona. Precisamente la
misma burocracia se apoya en la represión y en el conflicto: «El conflicto. El no
resuelto conflicto entre burocracia y corporación. La lucha, la posibilidad de la lucha
es la garantía contra el desastre» (p. 65).

Marx hace otras consideraciones de tono menor sobre el secreto y el misterio que
envuelven a la burocracia, enemiga de la opinión pública; sobre la obediencia pasiva
y el servilismo («idolatría de la autoridad», p. 59); sobre el mecanicismo de su trabajo
(impregnado de «formas fijas, de tradiciones fijas», (p. 59); sobre el afán de hacer
carrera; en definitiva, critica el «craso materialismo» de los burócratas (ibídem).

Termina dando su juicio sobre el valor de la construcción hegeliana: «todo se


resuelve en el examen y en el plan de los funcionarios», la burocracia es «rutina
administrativa, horizonte de una esfera limitada» (p. 66).

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