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La condena de la libertad

Por: Claudia Amador

Los formé, libres. Yo. Libres serán

Hasta que se esclavicen ellos mismos.

(El paraíso perdido. III, v24-25).

El paraíso perdido de John Milton es una de las obras más revolucionarias de todos los
tiempos. Su forma innovadora, poética y plagada de referencias tanto mitológicas como
literarias, convierte su lectura en una ventana hacia el relato bíblico de la expulsión de
Satanás del paraíso y su venganza en contra de la creación de Dios: el ser humano; pero con
escenarios, alegorías y conflictos que complejizan la obra y la vuelven inmortal.

La lucha entre “el bien” y “el mal” toma otro matiz en la obra de Milton: Satanás posee
motivaciones para vengarse, que resuenan con las pasiones humanas; y Dios, que todo lo ve
y todo lo sabe, está dispuesto a sacrificar a sus nuevas creaciones en nombre del libre
albedrío; así, la gran dicotomía cósmica de la biblia se nutre de contradicciones y
emociones propias de la condición humana. Satanás no se mueve por el odio irracional a la
humanidad, sino gracias a su lucha por autonomía y libertad: “¿Que importa haber perdido
una batalla? / ¡No se ha perdido todo: Queda el brío, / La esforzada venganza, el odio
eterno / Y el coraje de nunca someterse…” (Paraíso Perdido, I, v105-109); sin embargo, ¿es
alguna criatura realmente libre? ¿La oposición de Satanás y su posterior tentación al ser
humano es producto de su libertad o es parte del plan de Dios?

Desde el primer libro de El paraíso perdido en donde, por medio de su prosa poética,
Milton cuenta la caída de Satanás y sus adeptos, se evidencian los alcances del poder de
Dios, retratado como un ser omnipresente que no solo permite, sino que propicia la
oposición y rebeldía de Satanás:

“Así yacía, inmenso, el adversario / En el ardiente lago, entre cadenas: / Ni se


alzara, o moviera su cabeza, / Si el permiso del Cielo soberano / No autoriza sus
planes tenebrosos / A fin de que con crimen repetido / Acumule condenas mientras
busca / El mal a los demás y ve con rabia / Que su maldad provoca solamente /

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Infinita bondad, perdón y gracia / Al hombre que él sedujo...” (El paraíso perdido, I,
v209-219).

Así, con el permiso del Cielo, Satanás no es destruido del todo, a pesar de encontrarse
sufriendo el tormento eterno debido a sus acciones. Sin embargo, el Satanás de Milton
resuena con la humanidad, al demostrar conmoción y arrepentimiento por sus acciones que
han condenado a quienes lo han seguido:

“El ojo cruel / Se muestra arrepentido al contemplar / A quienes lo siguieron en el


crimen / (…) Espíritus privados, por su culpa / Del cielo y arrojados de la gloria /
Porque él se rebeló…” (Paraíso perdido, I, v604-611).

“¡Aplácate por fin! ¿No hay un lugar / Para llorar y conseguir perdón? / Sin
sumisión, ninguno…” (El paraíso perdido, IV, v79-81).

Pero Satanás reconoce que rendirse es imposible debido a que muchos caídos creen en sus
ideales y lo adoran como a un rey, por lo que emprende un viaje fuera de los confines de la
tierra de fuego en busca de venganza. Por su parte, Dios, omnipotente, parece conocer todo
lo que sucedió, sucede y sucederá; entre otras cosas, sabe cuál es el plan de los caídos desde
su misma formulación y observa desde el cielo el viaje que emprende Satanás al Edén. Pero
no solo conoce lo que ocurre en ese instante, sino que conoce además el futuro: Adán y Eva
caerán en tentación gracias a la facultad de la que todas las criaturas de su creación gozan,
el libre albedrío.

“Al Ángel que cayó y al que fue firme: / Fueron libres cayendo o resistiendo. / De
no ser / libres ¿Cómo probarían Que/ Su lealtad, su amor, su fe constante / Si tan
solo cumplieran obligados, / Sin voluntad? ¿Qué gloria recibieran/ O que deleite yo
de esa obediencia / Si querer y razón (que es elección) / Inútiles y vanos, pues no
libres…” (El paraíso perdido, III, V101.109).

El castigo de los hombres por esta desobediencia futura será perderse en los infiernos sin
ningún tipo de redención, pero el castigo será levantado, gracias al hijo de Dios, que se
ofrece como sacrificio y eventualmente será enviado a la tierra para morir por los pecados
de la humanidad. De esta forma, en una conversación entre Dios y Jesucristo, parece quedar
marcado y sellado el destino de la humanidad y, por ende, el fracaso final del plan de

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Satanás. Lo anterior lleva a preguntarse: ¿hasta qué punto son libres las decisiones de las
criaturas si su destino parece marcado? El libre albedrío es presentado como un mecanismo
para que la humanidad, al darse cuenta de su naturaleza pecaminosa, se entregue a Dios
como única respuesta:

“(El hombre) Sostenido por mí se mantendrá / En terreno seguro, contra el malo: /


Sostenido por mí, para que entienda su condición caída y que me deben / Su libertad
total y a mí tan solo.” (Paraíso perdido, III, v178-183).

El papel de Satanás en el plan de Dios es fundamental, pues sin la tentación de este, los
hombres no se darían cuenta de su tendencia al mal y no necesitarían salvación. La libertad
no es más que una ilusión. Ni el hombre, ni el mismo Satanás se salvan del destino trazado
que solo Dios conoce. La libertad de actuar se delimita con lo que es considerado pecado.
Así, el hombre es libre de elegir entre hacer lo que agrada a Dios y vivir la recompensa del
Cielo, o elegir pecar (siendo el pecado todo aquello que Dios rechace, y no específicamente
algo “malo”), y perecer a través de un castigo eterno. Satanás es castigado luego de su
intento por arruinar a la humanidad, siendo transformado en Dragón en los confines de su
infierno; mientras que Adán y Eva, arrepentidos por haber pecado, deciden encomendarse a
Dios y rogar por su perdón, acción que, en últimas, inicia la humanidad mortal.

En conclusión, la representación de libre albedrío presente en El paraíso perdido resuena


con el planteamiento de obras como El gran teatro del mundo de Calderón de la Barca, en
donde la existencia misma no es más que la ilusión de una libertad delimitada por el plan
trazado de un Creador. Así, todas las acciones de rebeldía de Satanás, la prohibición a Adán
y Eva para consumir del árbol de la ciencia y la posterior desobediencia que desemboca en
la condena de ambos, son parte de una especie de complejo teatro orquestado por Dios, en
el que, al final, nace toda la humanidad y nadie más que él triunfa al recuperar las almas de
los hombres que se encomiendan a su poder luego de haber caído en el pecado.

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Referencias

Milton, J. (1667). El paraíso perdido. Recuperado de:


https://tiendaeditorial.uca.es/descargas-pdf/8477869561-completo.pdf

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