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Este documento discute los grandes cambios que está experimentando la humanidad y la incertidumbre sobre cómo será juzgada en el futuro. El autor argumenta que vivimos una época crucial de la historia que definirá si la civilización humana sobrevive o colapsa. También sugiere que las narrativas apocalípticas o excesivamente optimistas sobre el futuro se basan en el miedo. En lugar de eso, propone observar con serenidad para discernir si realmente enfrentamos el fin de la humanidad o simplemente presenciamos el colapso
Este documento discute los grandes cambios que está experimentando la humanidad y la incertidumbre sobre cómo será juzgada en el futuro. El autor argumenta que vivimos una época crucial de la historia que definirá si la civilización humana sobrevive o colapsa. También sugiere que las narrativas apocalípticas o excesivamente optimistas sobre el futuro se basan en el miedo. En lugar de eso, propone observar con serenidad para discernir si realmente enfrentamos el fin de la humanidad o simplemente presenciamos el colapso
Este documento discute los grandes cambios que está experimentando la humanidad y la incertidumbre sobre cómo será juzgada en el futuro. El autor argumenta que vivimos una época crucial de la historia que definirá si la civilización humana sobrevive o colapsa. También sugiere que las narrativas apocalípticas o excesivamente optimistas sobre el futuro se basan en el miedo. En lugar de eso, propone observar con serenidad para discernir si realmente enfrentamos el fin de la humanidad o simplemente presenciamos el colapso
Hay que ser muy obtuso para no admitir que vivimos
una de las etapas del ser humano más importantes de la historia de la humanidad. Los cambios que se están produciendo y los acontecimientos por los que estamos transitando aparecerán en los libros de historia, aunque también hemos de admitir la realidad de que esa misma historia será enfocada de un modo u otro dependiendo de como se precipiten los acontecimientos que nos acontecen, como ya nos tienen acostumbrados estos hechos a todos los que hemos estudiado la historia con cierto criterio y sin un filtro que nos haga inclinar la balanza hacia una postura interesada u otra. Pero lo que es de recibo afirmar es que se hablará de nosotros en el futuro de una forma u otra, ya sea como héroes o villanos. Lo cierto es que es este caso, el resultado no solo afectará de lleno a la postura del relato, sino juega en si mismo un papel que determinará probablemente si nos veremos abocados a la posibilidad de tener un futuro como civilización, o si asistimos irremediablemente al final de la misma. No pretendo con estas palabras sumarme a la cantidad ingente de afirmaciones que se están realizando a diario sobre el carácter apocalíptico del destino de la humanidad. Ni tampoco pretendo hacer una disertación sobre las bondades que nos esperan en el futuro inmediato, haciendo un llamamiento al optimismo ciego. Sino que trato de ajustar la lente de mi visión personal del mundo para intentar dilucidar, si es posible hacerlo al menos en una parte, cuanto de real hay en una y otra versión de los hechos. Porque, siendo objetivos, existe un patrón en ambas percepciones que no parecen ser advertidas por nadie, y es que en ambos casos el hilo conductor de la disertación se basa en el miedo, como si la única verdad está en aceptar que el mundo se desmorona, el caos se cierne sobre nosotros y el fin de todo aquello que dábamos por sentado se ha vuelto sentencia. No quiero ser aguafiestas, ni tampoco sumarme a las filas de escépticos que prefieren meter la cabeza en el suelo como los avestruces antes de admitir cualquier grieta en su percepción de la realidad, pero al mismo tiempo hemos de admitir que los cantos de sirena del final del mundo han sido más habituales de lo que nos gustaría aceptar, y seguimos aquí. Del mismo modo, no seriamos por defecto ni la primera ni la última civilización que desaparece de la faz de la tierra, dejando solo una serie de vestigios arqueológicos que acaban siendo el firme para la construcción de las vías del tren que cruza Pakistán, como ya se ha dado el caso. Por lo que ante tanto caos, debemos tener la serenidad para observar, reflexionar y dilucidar si nos enfrentamos realmente al final de la humanidad, la caída de otro imperio histórico, la extinción de un modelo de vida o la transición hacia la miscelánea de nuevos conceptos y viejos programas ya caducos que se intentan vender como nuevos. O si por el contrario, que es la sospecha que admito más me cuadra con las pistas que voy encontrando y encajando, estamos siendo espectadores de los esperpénticos latigazos de un sistema que colapsa desde hace más de dos siglos y que pretende a golpe de bastón de ciego, mantener un poder que pierde a borbotones, y que arrastra por ignorancia, acción u omisión a la gran mayoría de las personas con la vieja técnica del miedo, lo cual le permite mantener el yugo como lo ha hecho hasta el presente, pero que no evitará ni proporciona soluciones a un modelo social que ha llegado a su fin. Lo que me hace entender que todas las señales de las que estamos siendo testigos, sean o no generadas de forma voluntaria, no son más que los golpes de timón de un barco encallado en los arrecifes del que ya poco se puede esperar. De ahí que se estén produciendo todo tipo de alternativas, la cual más peregrina que la otra, pero que todas son el germen de nuevos planteamientos económicos y sociales, que con éxito o fracaso, determinarán lo que seremos, como ya ha sucedido en el pasado.