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Técnica y civilización

Lewis Mumford

Es un libro del sociólogo estadounidense Lewis Mumford publicado en 1934. Constituye uno de los mayores
esfuerzos intelectuales por secuenciar y analizar los estadios evolutivos de la técnica, la máquina y su máxima
manifestación en la Revolución industrial. Mumford comenzó a escribir este libro en 1930 y lo concluyó en
1932. Para el autor los desarrollos técnicos -que cobran su mayor fuerza durante la revolución industrial ya
comenzaban a prepararse por lo menos hace 1000 años atrás (fase eotécnica). El desarrollo técnico no solo
consiguió grandes transformaciones materiales en el mundo, si no sobre todo, transformó la mentalidad del
ser humano y modificó la cultura para que se orientara hacia la lógica de las máquinas.
La máquina desempeña un gran papel en nuestra rutina diaria. Durante los últimos 3000 años, las máquinas
han sido una parte esencial de nuestra más antigua herencia técnica, se han ido desarrollando partiendo de un
conjunto de agentes no orgánicos para realizar un trabajo: convertir la energía.
Podemos hacer una distinción esencial que reside principalmente en el grado de independencia, en el manejo
de la habilidad. La herramienta se presta a la manipulación, la máquina a la acción automática. Podemos
destacar también la máquina herramienta, en la cual tenemos la precisión de la máquina más perfecta, unida
al servicio del experto trabajador.
La máquina acentúa la especialización de la función, mientras que la herramienta indica flexibilidad. El período
moderno nos ha dado finalmente las obras de energía (ferrocarril, línea de transmisión eléctrica...). Por lo
tanto, las herramientas y las máquinas transforman el medio ambiente cambiando la forma y la situación de
los objetos, desempeñado una parte enorme en el desarrollo del medio ambiente moderno.
Es importante destacar el extraordinario cambio de las categorías de tiempo y espacio que se manifiestan por
primera vez en los monasterios de occidente. Debido al deseo de orden y poder, se habla de que el primer
reloj mecánico fue inventado por el monje Gerberto. El instrumento pronto se extendió fuera del monasterio y
es el reloj, y no la máquina de vapor, la máquina clave de la edad industrial moderna. El sistema industrial
podía prescindir del carbón, del hiero y del vapor más que del reloj.
El espacio y el tiempo imponen condiciones y dirigen la acción práctica. Durante la edad media, las relaciones
espaciales tendían a ser organizadas como símbolos y valores, sin una referencia simbólica de fundamento del
espacio medieval hubiera llegado al colapso. El espacio y tiempo forman dos sistemas independientes. El
concepto de espacio tuvo un gran cambio. El espacio como jerarquía de valores fue sustituido como sistema
de magnitudes debido al descubrimiento de las leyes de la perspectiva, que convirtió la relación simbólica de
los objetos en una relación visual. La nueva actitud hacia el tiempo y el espacio dio lugar a grandes inventos y
mentalmente.
Otro aspecto importante fue el nacimiento del capitalismo que trajo los nuevos hábitos de abstracción y
cálculo a las vidas de los hombres de las ciudades. Podemos resumir este proceso de transmutación en, como
diría Karl Marx, la búsqueda del poder por medio de abstracciones. El capitalismo utilizó la máquina para
incrementar el beneficio particular. Con el tiempo, los perfeccionamientos técnicos que empezaron a
cristalizar se apoyaron en una disociación de la mecánica y lo inanimado; a pesar del animismo, uno de los
hechos más importantes de este tipo fue el invento de la rueda. Durante miles de años el animismo fue el
obstáculo de este desarrollo. De hecho, la máquina entró más lentamente en la agricultura con sus funciones
de mantener y conservar la vida, mientras que progresó con fuerza en aquellas partes del ambiente en donde
se trataba el cuerpo más odiosamente,
Entre la fantasía y el conocimiento exacto existe una estación intermedia: la magia. Fuera del corto período de
invención del neolítico, los adelantos hasta el siglo X habían sido pequeños, exceptuando el uso de los
metales. Durante este período nos encontramos con un ansia de una conquista mayor, de un cambio. Se habla
de un deseo de plenitud y poder, de libertad de movimientos y dimensión de los días, quedando plasmados en
mitos y cuentos de hadas.
Fue en el norte donde estos mitos cobraron fuerza, era en estos deseos y utopías donde residía la ambición de
dominar la naturaleza bruta de las cosas y la magia era una atajo hacia el conocimiento y el poder. Nadie
puede señalar cuando la magia se convirtió en ciencia, pero estaba marcada por los secretos, las
manifestaciones y por una cierta impaciencia por conseguir resultados. La magia dirigió la mente de los
hombres hacia el mundo externo, ayudó a crear instrumentos para conseguirlo y afinó la observación de
resultado y fue el puente que unió la fantasía con la tecnología.
En el siglo XV el incremento de número y clases de máquinas contrasta con el siglo XVII, en el cual estas
preocupaciones irrumpieron en la filosofía, ocupando la invención el lugar de la representación de la imagen y
del ritual, la experiencia, el lugar de la contemplación, la demostración, la lógica deductiva y la autoridad. Otro
factor en el cambio puede haber sido debido a un sentimiento de inferioridad:
La antigua síntesis se había destruido en el pensamiento y en la acción social.
La ciencia más tosca estaba más próxima a la verdad de la época que el escolasticismo más refinado.
En pocas palabras: una máquina viva era mejor que un organismo muerto, y el organismo de la cultura
medieval estaba muerto. A principios del siglo XVII hubo esfuerzos dispersos de pensamiento, la máquina
desempeñó la parte inicial en estos adelantos intelectuales. Con el tiempo se desarrollaron las ciencias físicas;
cuyo método residía en unos principios sencillos. Para el mundo físico, se debían reducir a elementos que
pudieran ser ordenados en espacio, tiempo, masa, movimiento y cantidad.
El aislamiento y la abstracción eran condiciones en las que morían los organismos. Gracias a sus principios y
método de investigación, el físico científico despojó al mundo de sus objetos naturales orgánicos y volvió la
espalda a la experiencia. Las máquinas satisfacían la demanda del método científico. La efectividad del
desarrollo del método científico sirvió de fundamento a la invención.
La ciencia y la técnica forman dos mundos independientes pero relacionados. La máquina era una falsificación
de la naturaleza, regulada y controlada por la mente de humana. La cuestión era que la invención se había
convertido en deber y deseo de usar nuevas maravillas de la técnica, la necesidad de invención era un dogma,
y el ritual de la rutina mecánica era el elemento de unión en la fe. Tras su aparición, la máquina se justificó a sí
misma apoderándose de sectores de la vida descuidados en su ideología.
Durante el siglo XVII destacamos el rápido y profundo desarrollo de la máquina. La fabricación de relojes, la
medición del tiempo, la exploración del espacio, el orden burgués, las exploraciones mágicas... todas estas
actividades, separadas entre sí considerablemente, habían formado un complejo social y una red ideológica,
capaz de soportar el peso inmenso de la máquina y de ampliar sus operaciones.
A diferencia del siglo XVII, en el siglo XVIII se había formado un ejército de filósofos naturales, racionalistas,
experimentadores, mecánicos que iban a anunciar un cambio, quizá un cambio cíclico en el clima mismo.

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