Está en la página 1de 2

SEGUNDA PARTE: DIECINUEVE AÑOS DESPUÉS

Quizá no pensó nunca Enrique Olaya Herrera que la crisis bélica que hubo de
sortear en 1911 colmo Ministro de Relaciones Exteriores, tendría que repetirla
diecinueve años después como Presidente de la República. Su Gobierno había
dado un manejo magistral a la gran crisis económica mundial que se desató en
octubre de 1929. Gracias a las medidas atinadas de Olaya Herrera y de su
ministro de hacienda, Esteban Jaramillo, --tuvieron el acierto de darle al enfermo
de depresión la medicina que necesitaba para reactivarse-- los colombianos
padecieron los efectos del invierno económico con mucho menor dureza que en
los demás países.

Por esta razón se acostaron sin mayores angustias la noche del 2 de septiembre
de 1932, y despertaron el tres con una preocupación insospechada. “Trescientos
comunistas peruanos” se habían apoderado de Leticia, según titular del
matutino El Tiempo. El vespertino El Espectador fue más prudente e informó que
nada se sabía sobre los autores de la invasión a Leticia. Y nadie podía explicarse
cómo se reunieron trescientos comunistas peruanos para cometer semejante
locura, si se sabía de sobra que en Perú no alcanzaban a contarse ni cincuenta
comunistas; ni nadie se atrevía a suponer que el gobierno del general Sánchez
Cerro estuviera detrás de la inicua aventura, en abierta violación de un tratado
internacional suscrito en la década anterior por Colombia y Perú, y conocido
como tratado Salomón- Lozano.

Lo impensable resultó ser lo real. Un agudo editorial de la revista Cromos (ver


recuadro) empezó a sembrar las dudas respecto a que la toma de Leticia hubiese
tenido inspiración o autoría comunista. ¿Por qué el Gobierno peruano no la
condenaba, ni tomaba medidas contra los supuestos comunistas? En poco
menos de quince días se conoció la verdad. Los trescientos invasores de Leticia
no era alocados comunistas sino miembros del ejército peruano y la operación
se había efectuado de acuerdo con lo dispuesto por el Gobierno de Sánchez
Cerro. Frente a las evidencias no le quedó al presidente Olaya otra alternativa
que declarar el estado de guerra con el Perú y adoptar las disposiciones militares
para recuperar el territorio usurpado. Como en 1911, el país olvido sus
diferencias políticas y dio muestras de solidaridad impresionante y de apoyo al
Gobierno. El jefe de la oposición conservadora, Laureano Gómez, declaró “paz
en el interior y guerra en la frontera”. El doctor Gómez, con su elocuencia
tribunicia, defendió en el Senado el empréstito de emergencia para sortear los
gastos de guerra. Miles de damas en Bogotá, y en las distintas ciudades del país,
hicieron cola en las oficinas públicas para donar sus joyas y bienes al Gobierno
colombiano, con el fin de contribuir al sostenimiento de nuestros soldados. Con
el empréstito de emergencia y los aportes extras de los ciudadanos, el Gobierno
compró aviones, barcos, armas, y envió un bien preparado ejército a Leticia. Los
colombianos, esta vez, no sufrieron derrotas calamitosas como en La Pedrera,
pero la solución del conflicto tampoco fue militar.

Una vez más la vía diplomática posibilitó el arreglo. El dictador Sánchez Cerro
fue asesinado en 1993. Le sucedió el general Oscar Benavides, el mismo oficial
que en 1911 comandó las tropas peruanas en La Pedrera. Benavides coadyuvó
a las gestiones de paz, y en el protocolo de Río de Janeiro firmado el 24 de mayo
de 1934, se zanjó el problema de límites entre Colombia y Perú. ESM.

También podría gustarte