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Angélica Gorodischer

Bergantines, fútbol y la Guerra de Troya

De A la tarde, cuando llueve, Emecé, Buenos Aires, 2007.

Cuando yo era niña, no hace mucho, claro, tenía libros de


lectura, uno en cada grado. No traían hojas descartables
para hacer ejercicios o escribir interpretaciones o lo que fue-
ra. Traían eso, lecturas, y lo primero que hacíamos era revi-
sarlo a ver qué lectura le gustaba a cada una. Así, sin debe-
res ni tareas: el libro de lectura era un libro y no un cuader-
no de obligaciones con hojas descartables para que al año
siguiente hubiera que comprar otro ejemplar. Y entre esas
lecturas había de todo, aventuras, poemas, adivinanzas, diá-
logos, cuentos.

En uno de esos libros, debe haber sido allá por lo que enton-
ces se conocía como cuarto o quinto grado, en uno de esos
libros había un soneto de la señora Vicenta Castro Cambón.
Una mujer muy meritoria, y diría que admirable. Maestra,
escritora, era ciega y trabajaba sin descanso en la docencia y
además escribía poemas. El soneto decía, y juro que es cier-
to, jamás podría olvidarlo: "Ten cuidado no manches tu ves-
tido / con el jugo que vierte ese durazno", etc. Es decir, era
como leer los consejos de la tía Ermelinda, diciéndole a una
que no tenía que andar machoneando por ahí porque se le
arrugaba el vestidito. Y todo esto sin desmedro para la seño-
ra Castro Cambón ni para la tía Ermelinda.

Un poco más allá en el libro había un poema de don José de


Espronceda, bendita sea su memoria. Ése tampoco me lo he
olvidado, aunque por distintas razones. "Con diez cañones
por banda / viento en popa, a toda vela / no corta el mar
sino vuela / un velero bergantín./ Bajel pirata que llaman /
por su bravura "El Temido" / en todo el mar conocido, / del
uno al otro confín". Pero eso no es nada, ah no. El poema
seguía diciendo esta maravilla: "La luna en el mar riela / en
la lona gime el viento y alza en blando movimiento / olas de
plata y azul y ve el capitán pirata / cantando alegre en la
popa / Asia a un lado, al otro Europa y allá a su frente Es-
tambul".

Ah caramba, una pasaba rápidamente de los consejos de la


tía Adelina, digo Ermelinda, a la mar embravecida, a las cos-
tas doradas de los continentes, al mar azul y al canto del
pirata. Que los piratas no suelen andar cantando alegres ni
en la popa ni en la proa ni en ninguna otra parte del ber-
gantín, carecía de importancia. Lo que era importante era
acompañar en "El Temido" al dueño del mundo. Porque si
una puede ver Estambul, Asia y Europa mientras se mece
con las olas en el mar, una también, como el capitán pirata,
se adueña del mundo y los vestidos manchados con el jugo
de durazno desaparecen detrás de los cañones, las dos velas
cuadradas como en todo bergantín que se precie, los dos
palos, la tabla para echar al mar a los traidores, la isla de la
Tortuga, el tesoro escondido y Errol Flynn batiéndose a due-
lo con el malo de turno.

Otra escena. De veraneo en una playa habíamos alquilado


una casita y en la de al lado había una señora y su marido,
jóvenes, y el hijo de unos diez once años. El crío ¿qué hacía?
Hacía eso que hacen los hombres del mañana como prepa-
ración para la vida: jugaba a la pelota. Pero ese día era feliz,
porque jugaba con su papá, cosa que probablemente no
podía hacer durante el año porque el papá tenía que ir a la
oficina y él a la escuela. Se le veía el contento en los ojos: se
reía, gritaba, anunciaba el triunfo, y su papá se dejaba ga-
nar por goleada. Y en eso apareció la mamá, buena señora
ella, preocupada por la formación intelectual de su hijo, y
aulló: "Matías (o Lucas, no me acuerdo, era un nombre de
ésos), vení inmediatamente que te toca la media hora de lec-
tura". Ay. Matías protestó, el papá puso cara de circunstan-
cias pero no hubo caso. La mamá quería que el nene leyera y
se lo llevó para adentro a pesar de sus protestas y de la cara
del papá, a quien apuesto que también le hubiera gustado
seguir jugando con el chico a la pelota.

Otrosí digo: mi nuera tenía que irse a Buenos Aires a un


curso de dos semanas y mi hijo quedó a cargo del sacrosan-
to hogar y del chico mayor, que hoy es un tremendo mucha-
chote pero que entonces era una dulce criaturita. Antes de
dormirse, la tierna criaturita dijo: "Papá, contame un cuen-
to". Mi hijo echó mano de un librito para niños pero no iba
por ahí la cosa, él quería un cuento fuera de los libros, in-
ventado, y su papá no estaba acostumbrado a inventar
cuentos. ¿Qué hizo? Lo pensó un momento y le contó La Ilía-
da. Es justo decir que de la mano de Homero y de su papá, a
mi nieto le cambió la vida. Vio otro mundo. ¡Cómo! ¿No eran
superhéroes? ¿Qué guerra? ¿Había bombas atómicas? No,
había flechas y arcos y dagas y escudos y ahí estaban Hera,
la de los ojos de ternera, y el astuto Ulises y el invencible
Aquiles y la desdichada Casandra y Troya caía en manos de
esos hombres que habían salido a la mar en mil barcos, que
se peleaban por una cautiva, asaban bueyes en la playa y
querían a toda costa recuperar a Helena.
Tengo que decir además que mi hijo me llamó al otro día y
me dijo: "Vieja, contame La Odisea que no me la acuerdo". Y
así le contó El Quijote, el Cantar de Mío Cid, Sueño de una
noche de verano, y demás.

Una cosa es leer un "resumen" o una "adaptación" de Robin-


son Crusoe y otra cosa es que te cuenten con cambios de voz
y exclamaciones y suspenso, una obra que sin duda tu papá
conoce porque la leyó así como leyó tantos otros textos.

¿Adónde voy con todo esto? Ante todo a decir que yo no soy
una experta en literatura para chicos. Tampoco soy maestra
ni licenciada en ciencias de la educación. En realidad no soy
nada importante, pero eso sí, yo también cuento cuentos. Y
como estoy a medias fuera del problema, si es que problema
hay, veo de una manera especial, ni mejor ni peor, y casi
diría que neutra, este asunto de las lecturas para chicos.

Me pregunto si existe eso que se llama literatura para niños.


Lo de niños no me gusta nada, es un poco como Rascovsky,
¿no? Prefiero chicos, pibes, muchachitas y muchachitos,
pero no eso tan formal y pretencioso de niños.

Sí, ya sé que se publican libros y que en las librerías hay


secciones para pibes en las que los crios se sientan en silli-
tas frente a mesitas o se tiran al suelo y miran lo que sacan
de los estantes. Después arman unos líos bárbaros para que
la mamá o el papá les compren de todo, cosa que me parece
muy bien. También sé que hay una feria del libro infantil
que se llena de gente grande y chica y también me parece
muy bien.

En realidad, que los chicos tengan contacto con los libros


me parece estupendo. Y que haya libritos de goma o de acrí-
licos de colores o de tela para que desde bebés sepan que el
libro es placer, me parece lo mejor que mejor de todo.

Entonces, ¿cuáles son mis prevenciones? Borges decía que


no hay que enseñar literatura sino el placer que da la litera-
tura. Y eso vale para todos, para una mocosa o un mocoso
de cinco años, para una madre atareada, para un jubilado
que se sienta en la plaza al solcito, para un bebé que se ba-
ña con su librito de goma en la mano, para un ricotero ta-
tuado que descubre las minas del rey Salomón o la ballena
blanca o los mastines feroces aullando en los páramos de
Inglaterra.

Es ahí adonde apunto. Yo creo que los chicos tienen que leer
de todo. No solamente la abejita hacendosa cuando son muy
muy chiquitos, los monstruos y los vampiros de los castillos
encantados entre los cuatro y los diez años y de ahí en ade-
lante los best sellers tramposos que para gloria de los edito-
res, los distribuidores y los libreros, salen de los estantes
como pan caliente para ir a las manos de chicos que tendr-
ían desde muy chiquitos que haber tenido contacto con algo
de un nivel estético más sólido, más apreciable, más ejem-
plar.

De todo. ¿Por qué? Por dos razones. Una, cuando un chico


elige un libro es porque puede comprenderlo. Es como con
las preguntas: preguntan cuando ha llegado el momento de
comprender las respuestas. Claro que para que una chica o
un chico elija un libro hay que tomarse el trabajo de llevarlo
a la biblioteca, a la librería, de mostrarle ese mundo habita-
do por tinta y papel y goma y letras, hablarle de este y del
otro libro, dejarlo que lo hojee, que lo toque, que lo huela,
que lo pese y lo acaricie, que se enamore de ese libro.

Dos, porque cuando yo digo que tienen que leer de todo, sé


que entre la basura, los fantasmas, los héroes galácticos, los
libros "prohibidos", van a leer aquellos textos que han plan-
teado situaciones básicas, sentimientos, pasiones, rechazos
que todas y todos podemos comprender. Y, esto es fantásti-
co, que cada una de nosotras comprende esas pasiones y
esas situaciones a su manera, desde su propia historia, su
propio temperamento. De todo, porque cuando el crío final-
mente se acerca a los grandes textos, va construyendo su
yo, su identidad, su lugar en el mundo, apoyado en Shakes-
peare o en Borges o en Catulo y ayudado por el papá o la
mamá que lo llevó a mirar todo lo que hay en el mundo de
los libros y a poder tocar, oler y elegir libros, todo eso desde
que era muy chiquito.

Y aquí viene otro detalle. Los chicos que no leen, ésos a los
que hay que sacar del placer de patear una pelota para lle-
varlos a la obligación de leer durante media hora, esos chi-
cos tienen, en general, papás y mamás que no leen. Me jue-
go cualquier cosa apostando a que mi vecina de veraneo no
lee ni la revista Gente, esa de la cual muchas señoras, pudo-
rosas, dicen: "Ah, yo la leo solamente en la peluquería, ¿vis-
te?"

Un chico que está acostumbrado a ver libros en su casa, a


oír a sus padres hablar de libros, a pedir de noche que le
cuenten un cuento antes de dormirse; un chico que sabe
que en la mesa de luz de su mamá y en la de su papá se api-
lan libros, un chico para quien el libro está asociado a la
felicidad, no necesita que lo obliguen a leer. Va a leer solo.
También va a mirar televisión y probablemente se siente
frente a la computadora para jugar a los jueguitos, en red o
no en red, pero y qué. La televisión y la computadora pue-
den coexistir perfectamente con el libro porque el placer de
la lectura, una vez conocido, no se abandona jamás. Y no se
abandona porque no hay nada con qué reemplazarlo.

Y ese hipotético chico va a leer lo que pueda comprender.


Esto significa que no soy partidaria de los libros prohibidos.
Para decir la verdad no soy partidaria de las prohibiciones.
Creo que no hay que alarmarse y entrar a prohibir: la única
alarma es la que llama la atención hacia un chico que no
entiende lo que lee porque no lee.

Y aun así, no todo está perdido. Todo el mundo tiene o ha


tenido alguna vez el fuerte deseo de ser un capitán pirata
que desentierra el tesoro escondido en la isla de la Tortuga.
O un astronauta o un héroe nacional, o un explorador que
descubre las minas de diamantes en Sudáfrica, o un sabio
que inventa la antigravedad. Probablemente el verdadero
destino de muchas de esas personas es ser contador público
nacional o profesor de matemáticas o mecánico o músico o
lo que sea. Pero el haber tenido sueños alimentados por la
gran literatura va a alentar a cualquiera de ellos a tomar el
camino más imaginativo, más satisfactorio, más feliz en una
palabra, cuando se trate de encrucijadas de la vida o de
problemas a resolver o incluso de pérdidas, elecciones, tris-
tezas y desencantos.

Creo que fue el señor de Montaigne el que dijo: "No conozco


ninguna desdicha que no se disipe en cuanto me siento a
leer con un buen libro frente a mis ojos".

De eso se trata.

Rosario, agosto de 2003.

(Después de un veraneo, en una reunión sobre fomento de la


lectura.)

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