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Bicentenario y memoria veracruzana

Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras… Y tanto.

La construcción de nuestra pertenencia nacional y regional, los cantos a la Patria, la idea del amor
al terruño: todo llamado a escena ahora que se festejan los siglos pasados sobre México,
independiente, revolucionario, crecido en Estado Nación.

En Veracruz, como en tantos otros rincones de este suelo compartido, se reprodujeron los debates,
las expectativas y los desencuentros que acompañaron el proceso del festejo. La creación de
comisiones, la adecuación del calendario ordinario de festejos, el acoplamiento de los programas
de actividades institucionales, las premiaciones, las publicaciones, todo ello se reprodujo en
nuestro Estado a escala ajustada.

Y como sucedió en el resto del país, a la puesta en escena de esta primera parte de la celebración
–nos queda por asistir al segundo y Revolucionario acto- le siguió la resaca. Y los
cuestionamientos.

No quiero aquí caer en la reseña de la polarización que generaron las fiestas. Me basta decir que
esta brecha se constituyó en acantilado que separó por un lado a quienes consideran deber
patriótico agitar la bandera y tararear acríticamente al son de los desfiles, y por otro a aquellos que
sintieron se escapó una oportunidad para preguntarnos, por más doloroso que esto resulte, cómo
pueden caber en el mismo saco el orgullo de ser quiénes somos y la crítica a lo que también nos
cruza y de a poco nos mata, cómo metemos en el mismo cajón de nuestra mexicanidad –y nuestra
veracruzanidad- la creatividad y el desencanto, la música y la corrupción, la solidaridad y la
violencia: cómo conciliamos nuestros extremos de demonios y maravillas. Y en estas puntas del
acantilado no cuento a quienes sintieron que el contexto solamente les provocaba una punzada de
vacío, un sinsentido que no se llenaba ni con pirotecnia ni con tablas gimnásticas. O a aquellos a
quienes la frustración poco a poco se les va convirtiendo en rabia estéril sin respuesta.

Personalmente me coloco entre la perplejidad y la reflexión. Me sorprende que nos preguntemos


tan poco cómo le hicimos para llegar donde estamos, para bien o para mal. Cómo nos hemos
edificado, cómo apuntalamos vicios y cómo armamos nuestros propios subterfugios. Y también
cómo seguimos dándole a la risa con el horror de frente y cómo nuestra mejor exportación –en los
tiempos del mercado global- sigue siendo la imaginación y la memoria vueltos arte.

Creo que nos pensamos poco, y nos pensamos poco en conjunto.

Leo la lista de actividades que el Gobierno del Estado y el Gobierno Federal planearon a través de
instituciones y comisiones para celebrarnos, y me queda la sensación de que a las actividades
artísticas, culturales, académicas, deportivas de siempre simplemente se les agregó el adjetivo
“bicentenario”. Pregunto a amigos y colegas, personas que ya sea por su profesión o por su
disposición personal sé que constituyen un variopinto público informado, si conocen el programa de
los festejos, si estos festejos han tenido un impacto en su percepción, y la respuesta es
deshilachada: saben de algunas actividades por sus mismas responsabilidades laborales, pero lo
que escapa a su contexto inmediato lo desconocen.

Reviso en internet la lista de actividades por municipio. Aleatoriamente le doy clic a localidades de
la Montaña, de la Huasteca, del Istmo. Estamos trabajando en el contenido de esta sección.
Visítanos pronto. No sé si es consuelo, pero el mismo mensaje aparece para Veracruz y Xalapa.
Leo los proyectos referentes a Patrimonio, Educación y Cultura, Pueblos Indígenas, Obras.
Encuentro una lista de trabajos que hasta donde yo sé se encuentran detenidos, o han venido
planeándose desde mucho antes de que se incluyera el Bicentenario en los planes de gobierno.
Trabajos que deberían de ser obras regulares y no extraordinarias, y otros que deberían de
pensarse a largo tiempo, proyectos de carácter transexenal
Reviso las bases de concursos enmarcados en los festejos. Me parecen poco claras al convocar
tanto a ciudadanos de a pie como a instituciones que, me digo, deberían de tener un presupuesto
asignado para desarrollar proyectos referentes a homenajear Independencia y Revolución. Y al
mismo tiempo me digo que las mismas instituciones tienen que pelear los dineros para tratar de
hacer algo, sobre todo tratándose de proyectos culturales.

Le doy una vuelta a los periódicos y me encuentro con reclamos porque esos dineros no llegaron a
tiempo, Gritos deslucidos, festejos desalentados.

No se me malinterprete. No quiero tampoco hacer un listado plañidero. Pero quiero ver las cosas
de frente. Quiero vernos. Creo que no nos hemos dado el tiempo suficiente para tomarnos una
verdadera foto de familia. Vernos en conjunto, hablar de nuestros problemas, pero hablar de
verdad. Si nos pensamos veracruzanos, saber que en ese paquete también están incluidos el
camionero de Poza Rica y la tejedora de Cosoleacaque, el vendedor de cerveza de Tierra Blanca y
el estudiante de Xalapa, la chava que sueña con salir en la sección de sociales del Puerto y el
profesor de la telesecundaria en Tantoco, el boqueño que se fue a Los Ángeles y la señora que le
regala lonches a los migrantes que pasan por Orizaba.

La memoria no es la que se contiene en los guiones hechos a la carrera para los desfiles y los
discursos. La memoria no estuvo en festejos fallidos. Me parece que la memoria está en
construcción, y la estamos construyendo ahorita. Entre todos. Y esa memoria dará cuenta de
cómo, en un año de celebraciones, aquellos que se autollaman veracruzanos respondieron al
desastre, a la pérdida de sus casas y propiedades o al pedido de ayuda de sus paisanos. La
memoria dará cuenta de cómo nos narramos lo que sucedió, cómo nos contamos esa historia y en
qué termino el asunto. Si entre la fiesta y la desgracia la conciencia sintió que la llamaban y
decidimos, por fin, saber quiénes somos. Decidir qué festejamos y cómo.

Tenemos cosas, y tantas, que de ello hablarían las piedras. Pero primero tenemos que hablarlo
entre nosotros.

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