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TRANS-Revista Transcultural de
Música Número de la edición 7 (artículo 3).
Música y participación
Ruth Finnegan
[1]
Ante todo, me gustaría expresar mi más sincera gratitud al Museo Nacional de Antropología,
a la Sociedad de Etnomusicología y al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte por el
gran honor de ser invitada a dar esta conferencia y por concederme la oportunidad de
encontrarme con colegas españoles. Es también para mí un honor ser incluida en lo que
promete ser la recopilación de trabajos más influyente e importante de etnomusicología en
español: Las culturas musicales. Lecturas de etnomusicología. Es un placer especial
conocer por fin al profesor Francisco Cruces; estoy en deuda personal con él por su
generosa traducción de un trabajo mío anterior, para el número especial sobre música de
la revista Antropología (1999) y por actuar como mediador de mi presencia hoy aquí.
En este capítulo también intenté dar respuesta a una pregunta que me hacían a menudo:
qué proporción de la población de la ciudad hacía música, o mejor, cuánta gente tomaba
parte en ella. La respuesta no es fácil. Algunos aspectos pueden ser cuantificados, como el
número de grupos activos, intérpretes y audiencias en un evento particular, o el ciclo de
actuaciones regulares en un año dado. Pero eso era tan sólo rascar la superficie, porque
mucha gente participa en la música de otras formas: patrocinándola, como proveedores del
equipo, en las finanzas, las publicaciones y las tiendas. Aún hoy me pierdo entre las
entrecruzadas huellas de la participación en la música. Sin embargo, me gustaría recoger
tan sólo un aspecto a menudo pasado por alto: la participación de las audiencias.
Esta situación no ha cambiado mucho. Las audiencias y oyentes de la música tienen aún
escasa visibilidad en la musicología establecida, y los estudios académicos se inclinan aún
hacia el lado de los “proveedores”, los productores de música (Obelkevitch, 1989: 102). Los
modelos del arte elevado, que aún nos influyen, se centran en el propio trabajo musical –la
composición-, que será recibido por oyentes silenciosos como algo creado y transmitido por
otros y no por ellos mismos. Tras esto frecuentemente subyacen oposiciones valorativas
sobre cuerpo y mente, racionalidad y emoción. Los musicólogos académicos han
privilegiado características cognitivas y no corporales, desplazando el centro de atención
hacia la composición, las partituras escritas y las formulaciones racionales de la teoría
clásica. En consecuencia, apenas han tomado en consideración las experiencias
emocionales y corporales de las audiencias (3).
Los etnomusicólogos han adoptado una aproximación más abierta y comparativa. Pero
incluso entre ellos el interés ha estado tradicionalmente más centrado en las estructuras
musicales, composición, intérpretes e instrumentos que en las audiencias. Estudios
recientes sobre música popular moderna sí las han tenido en cuenta, aportando nuevas
visiones, pero a menudo con escaso interés por la experiencia de los oyentes como algo
que merece ser estudiado por sí mismo. Han tendido a centrarse en los intérpretes y cuando
las audiencias y oyentes son mencionados es para explicar sus experiencias en términos
de ilusión, alienación, mercantilización y similares.
Algunos de los autores de Las culturas musicales se han abierto, sin embargo, al estudio
de las audiencias musicales, de otros participantes aparte de los compositores e intérpretes.
El interés creciente por las audiencias también se halla en relación con otras tendencias
intelectuales contemporáneas. Por su particular relevancia para el estudio de la
participación en la música, me gustaría llamar la atención sobre tres de ellas:
aproximaciones a las respuestas de los lectores, estudios sobre la ejecución (performance)
y desafíos a la oposición –valorativa y de larga data- entre mente y cuerpo.
Desde los estudios literarios, en la actualidad estas posiciones son seriamente desafiadas.
El centro de atención se ha movido desde la propia obra y la opinión del autor hacia las
experiencias múltiples y elaboradas de los lectores. Así, la necesidad de reiterar que es
necesario estudiar no sólo los autores y sus obras sino también a los lectores resulta ya
casi obvia.
Pero hasta el presente estos enfoques han tenido escasa influencia en la musicología
académica, o incluso en las nuevas perspectivas prometidas en los estudios culturales
críticos de la música como proceso (4). Llama la atención que, incluso en la más reciente
edición del New Grove Dictionary of Music and Musicians (2001) no hay entradas para
“audiencia”, “oyente” o “experiencia”. Hay un corto artículo sobre “recepción”, pero más
centrado en la difusión o circulación del canon que en experiencia, interpretación o
participación de audiencias y oyentes. Y sin embargo, por citar a Obelkevitch otra vez,
“¿Puede la música existir sin alguien que la escuche?” (1989: 102). El investigador sueco
Ola Stockfelt lo señala de forma más extrema: “El oyente, y sólo el oyente, es el compositor
de la música” (Stockfelt, 1994: 19). Esta afirmación tal vez resulte exagerada, pero destaca
hasta qué punto la música es experimentada y elaborada en la práctica por aquéllos que la
escuchan. Ustedes mismos, estoy segura, han escuchado la música de una manera u otra,
grabada o en directo, y la han experimentado en multiplicidad de formas personales, que
pueden o no estar de acuerdo con las expectativas y prescripciones de los expertos.
Es cierto que estudiar las múltiples prácticas de participación musical no resulta fácil, y que
puede parecer más sencillo dedicarse a la obra musical, al “texto” que puedes analizar
tranquilamente en tu despacho. Ésta es, quizás, la razón por la cual algunos estudios han
prestado tanta atención a los géneros vocales, donde las palabras pueden ser transcritas y
colocadas bajo el microscopio. De esta forma, a menudo los analistas culturales se han
centrado en los “mensajes” de las letras de las canciones. Para algunos géneros, alguna
gente, algunas ocasiones, las letras son sumamente significativas. Pero esto no es siempre
así, ni se llega siempre a un acuerdo sobre su significado. En este punto, de nuevo, los
analistas se han ido haciendo eco lentamente de las nuevas perspectivas en los estudios
literarios, las cuales han desplazado su atención desde los autores a las
interpretaciones variadas de los lectores (5). Por encima de todo estoy de acuerdo con la
conclusión de Daniel Cavecchi cuando afirma que “En el campo académico de la música...
es aún la creación de música lo que ejerce la supremacía; de todo el mundo se espera que
sea músico o compositor, y que se interese por el arte musical y la composición” (Cavecchi,
1998: viii).
Aquí es donde los etnomusicólogos pueden asumir el liderazgo y, espero, introducir sus
puntos de vista dentro del campo de la musicología tradicional. Ellos siempre han estado
interesados en desafiar las ideas estrechas del arte musical occidental y contemplar de una
forma más amplia los muy distintos modos en los que la gente participa en la música. El
campo está abierto a etnografías más detalladas sobre el rol creativo de las audiencias y
los oyentes en la formulación de sus experiencias musicales.
Ottenberg ofrece a las claras, de forma poco habitual, el contraste entre intérprete y
audiencia. Actualmente existe una percepción creciente de que debe haber diferentes roles
durante un mismo evento, y que las experiencias de la audiencia también son merecedoras
de atención. Hay también muchas formas diferentes de “ser audiencia”, desde la distinción
clara entre intérprete y audiencia hasta los ejemplos, bien documentados por los
etnomusicólogos, en los que parte de la audiencia interviene activamente en ciertos
aspectos de la performance (6). Las personas pueden escuchar de muy diversas maneras;
como espectadores incidentales o como participantes comprometidos; como oyentes
involuntarios de música enlatada o como fans ávidos que escuchan sus discos favoritos.
Incluso en un momento dado no todo miembro de la audiencia reacciona ante la música o
la interpreta de la misma manera. Y a lo largo del tiempo, probablemente las experiencias
también tienden a ser múltiples y, aunque relacionadas con un género particular, no están
totalmente determinadas por él. Así que, si queremos entender cabalmente cómo participa
la gente en la música en el mundo real, necesitamos considerar, sin prejuzgarlas
valorativamente, todas esas distintas experiencias y cómo se enfatizan. Todas merecen un
estudio serio, no que se las expulse del campo.
Los puntos de vista de los estudios sobre la performance nos han alertado de que los
conceptos sonoros simples de “audiencia” y “oyente” envuelven en la práctica una
multiplicidad de roles, interacciones y formas de creatividad. Tomarlos en serio,
estudiándolos con la atención al detalle propia de la etnomusicología, nos llevará a ampliar
las realidades de la participación musical.
Esta amplia manera de considerar la experiencia, sin separar las emociones de la mente,
puede aplicarse a la participación musical en una amplia variedad de géneros y culturas.
En los conciertos de rock de Liverpool, según Sara Cohen, la música “crea su propio
espacio y tiempo donde todo tipo de sueños, emociones y pensamientos son posibles”
(Cohen 1991: 191). En el caso de los Limba, la experiencia musical lleva a los participantes
más allá del aquí y ahora de la vida cotidiana con sus conflictos, de modo que los
instrumentistas y el coro pueden ser “felices en una especie de mundo musical sin tiempo”.
Experimentan al mismo tiempo un sentido de solidaridad social y
Charles Keil también aporta un inspirador repaso a las experiencias profundas de los
participantes en la música en su “Participatory Discrepancies and the Power of Music” (“Las
discrepancias participatorias y el poder de la música”), incluido en Las culturas musicales,
y que les invito a leer.
En conclusión
Volviendo al principio, la “participación en la música” no es una única propiedad monolítica,
menos aún algo cuantificable en simples cifras numéricas. Ciertamente no está cubierta por
los estudios sobre compositores e intérpretes. La participación tiene muchos aspectos,
pero, con que sólo nos centráramos en la dimensión de las “audiencias” y los “oyentes” en
los que he puesto énfasis aquí, descubriríamos que hay múltiples modos a través de los
cuales la gente escucha la música, creativa, flexible, corporal y multisensorialmente. Este
puede ser un tema escurridizo, pero resulta central para la etnomusicología y la
antropología. Abre puertas para la investigación y para desarrollar una apreciación más rica
y realista de las vías que la gente utiliza para participar en esta maravillosa actividad
humana que es la música.
Notas
1. Texto presentado en el evento "Tendencias actuales en la investigación etnomusicológica
y su desarrollo en España", celebrado en el Museo Nacional de Antropología el 20-10-2001
con motivo del X Aniversario de la SIbE-Sociedad de Etnomusicología. Traducción de
Héctor Fouce, revisión de Francisco Cruces y Raquel Pérez. [§]
2. Los detalles pueden encontrarse en Finnegan, 1989; para un resumen accesible,
consúltese mi artículo en Antropología, 15-16: 9-32. [§]
3. Las prolíficas “Guías para oyentes” del siglo XX, por ejemplo, no han sido exploraciones de
las variadas experiencias reales de las audiencias, sino manuales prescriptivos en los
cuales expertos autorizados exponen la estructura de la obra musical, enseñando a la gente
a ser oyentes competentes y mostrando cómo encajan los distintos elementos. Están
dirigidos a la expresividad de la música (tonos menores o escalas descendentes serían
inherentemente tristes, por ejemplo) más que a los múltiples significados que distinta gente
podría encontrar en la práctica. Hasta Leonard Meyer, en su influyente Emotion and
Meaning in Music (Emoción y significado en la música) se centró, no en las experiencias de
la gente común, sino en la sintaxis de las obras musicales y los juicios sobre ellas de
“compositores, intérpretes, teóricos y críticos competentes” (1956: 197). [§]
4. Por ejemplo, incluso en el rupturista conjunto de nuevos acercamientos Rethinking
Music (Repensar la música), de Cook y Everist (1999), no hay prácticamente nada sobre
audiencias y participación (en el índice, significativamente y de forma característica, hay
múltiples entradas para “compositores”, “composición”, y varias para “partitura”, pero nada
sobre “audiencias”). El capítulo de Everist sobre “teorías de la recepción” es
fundamentalmente sobre la recepción dentro del canon, más que sobre la experiencia de
las audiencias. Lo mismo puede decirse del renovador volumen editado por Leppert y
McClary, Music and Society (Música y sociedad, 1987), ya que, con la brillante excepción
del excelente análisis de Simon Frith y aunque “recepción” figuraba en el subtítulo, no hay
apenas nada en él sobre la experiencia de los oyentes. [§]
5. Por ejemplo, las letras de las canciones de Springsteen, resonando en cada individuo, no
poseen un único mensaje y parecen ser menos centrales que las expectativas compartidas
de energizantes interpretaciones personales y experiencias religiosas (Cavecchi, 1998).
Simon Frith (1998) acentúa de forma similar el papel de la actuación por encima del de las
letras, así como el hecho de que los oyentes están dispuestos a crear sus propias
interpretaciones múltiples. [§]
6. El coro interactivo de los Limba es un buen ejemplo de extensos patrones de “llamada y
respuesta”. [§]
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