Está en la página 1de 4

Traición a la patria

César Azabache Caracciolo

La discusión en nuestro medio existe a propósito del intento en proceso por formar una acusación
constitucional contra Pedro Castillo bajo estas reglas, las de la traición a la patria, desde el Congreso de la
República.

El caso por traición a la patria es uno organizado alrededor de un evento al que Castillo asistió en mayo
de 2018 en Bolivia. Allí uno de los organizadores del evento lanzó una proclama a favor del
reconocimiento del derecho de Bolivia a acceder a las costas: “devuélvannos nuestro mar”. Siguen los
vítores con Castillo en la sala, mencionado además por el orador como uno de los asistentes,
“compañero dirigente nacional del Perú”. Vladimir Cerrón respondió a la consigna por Twitter: “mar
para Bolivia solo con el socialismo y la patria grande” (https://blogitnoticias.com/pedro-castillo-
participo-en-evento-en-donde-se-prometio-mar-para-bolivia/).

El asunto vuelve a la escena en una parte de las declaraciones que Pedro Castillo ofreció a Fernando del
Rincón en enero de este año. En ellas confirmó haber estado en el evento: “Es un clamor de Bolivia.
Ahora nos pondremos de acuerdo. Lo consultaremos al pueblo. Para eso se necesita que el pueblo se
manifieste ¿Y si los peruanos están de acuerdo? Yo me debo al pueblo. Ese es su derecho. Haremos lo
que los pueblos claman. Jamás haría algo que el pueblo no quiera” (https://www.latercera.com/mundo/
noticia/salida-al-mar-para-bolivia-pedro-castillo-instala-debate-en-peru-y-abre-el-camino-a-una-consulta-
ciudadana/5GSCZJQUARE4BJ2MBINKLMTNCQ/?outputType=amp).

En el mismo mes de enero tamizó sus declaraciones en declaraciones al diario La Noticia: “Si, me
expresé mal, pido disculpas a nuestro pueblo. Quiero nuevamente decirle que nada haré en mi gobierno
sin consultar al pueblo. El concepto de conceder mar para Bolivia es el mismo que tuvieron los ex
presidentes Fujimori y García, con la condición de que podríamos ampliar las zonas de Bolivia mar con
la ventaja de desarrollar un polo de crecimiento económico y turístico con inversiones de ese hermano
país”. “Paralelamente -agregó- nos interesa su gas barato…” (https://gestion.pe/peru/politica/castillo-
dice-ahora-que-se-expreso-mal-sobre-salida-al-mar-a-bolivia-nunca-podria-ceder-territorio-a-otro-pais-
nndc-noticia/?outputType=amp)

Días después el entonces canciller Maúrtua negó el concepto ante el Congreso: “El gobierno no se ha
planteado y ni siquiera imaginado que el Perú otorgue una salida soberana al Océano Pacífico a Bolivia,
pues ello supondría la cesión de territorio nacional, lo que inconstitucional y políticamente imposible”
(https://amp.france24.com/es/minuto-a-minuto/20220201-canciller-de-per%C3%BA-niega-que-
castillo-promueva-cesi%C3%B3n-de-mar-para-bolivia).

Las declaraciones son de una torpeza inaceptable en un presidente de la República. Son más que graves
porque la Constitución pone las relaciones internacionales en sus manos. Es evidente la ligereza y
superficialidad que ellas muestran, la forma en que revelan su subordinación a ideas extrañas a las que
definen los cimientos de la política exterior peruana, que no es asunto de preferencias subjetivas o
afinidades personales. Pero la cuestión a decidir es si ellas alcanzan para organizar un caso parlamentario
por traición a la patria bajo los términos del artículo 117 de la Constitución o no.

Ocurre que el artículo 117 de la Constitución, esto se viene recordando casi a diario, solo autoriza
literalmente acusar al presidente de la república durante su mandato por traición a la patria, por interferir
con el sistema electoral o por impedir el funcionamiento o cerrar intempestivamente el Congreso. De
estos tres asuntos el único que tiene una definición legal es el primero, la “traición a la patria”. En el
Código Penal, la traición a la patria se sanciona conforme a una lista de eventos que al mismo tiempo
constituyen “atentados contra la seguridad nacional”. La lista de situaciones que califican bajo estas
reglas incluyen los atentados contra la integridad nacional del artículo 325 (actos dirigidos “a someter a la

Página 1 de 4

República, en todo o en parte, a la dominación extranjera o a hacer independiente una parte de la


misma”), la participación en un grupo armado dirigido por un extranjero del artículo 326; la destrucción
o alteración de hitos fronterizos en el artículo 327; el pacto con un invasor del 328.1; los actos causantes
de guerra del 328.2 y del 329; la admisión de fuerzas armadas extranjeras del 328.3; la revelación de
secretos nacionales del 330; el espionaje del 331; la debilitación de las defensas nacionales del 332 y la
provocación a la desobediencia militar del 333.

Resulta indignante, insisto en decirlo, la ligereza con que Pedro Castillo se refirió a la cuestión marítima
en la entrevista con Fernando del Rincón, pero lanzar una idea no apoyada en un proceso madurado por
cancillería no alcanza, ni siquiera con ser grave, a ninguno de los casos que el Código Penal sanciona
como delito.

La noche del 1° de marzo sostuve en el programa de Mario Ghibellini en Canal N además que pretender
encajar las declaraciones de Castillo en cualquiera de los casos listados por el Código Penal como
traición a la patria es un error, porque las cosas no calzan con las reglas y entonces la secuela del proceso
que se puede originar puede ser muy breve. Haber exhibido su inaceptable afinidad personal con ideas
extranjeras sobre el mar y por ende el territorio, Castillo ha dejado en evidencia su disposición subjetiva
para violar deberes que el presidente de la República debe respetar. Pero los actos preparatorios, si es
que estas declaraciones llegan a ser al menos eso, no constituyen delitos en forma.

Pretender acusar a Castillo por traición a la patria produciría además un desenlace que encuentro lejos de
las intenciones de los autores de la denuncia original: El proceso judicial puede empezar, porque la
Constitución de 1993 amarró el inicio del proceso a la decisión del Congreso. Para llegar al proceso
Castillo tendría que ser suspendido. Y podría serlo sin necesidad de juntar 87 votos. Pero instalado el
proceso la defensa de Castillo podrá promover una excepción por falta de correspondencia entre los
hechos y lo que el Código sanciona como delito. Castillo gana, la suspensión se levanta y Castillo regresa,
victorioso, a la presidencia.

Demasiado sencillo para no notarlo.

El mismo día en el mismo programa, Fernán Altuve ensayó una respuesta a mi argumento (https://
twitter.com/csarhiga/status/1498840135915429889?s=24). Fernán, él lo sabe, tiene todo mi respeto,
recordó en su intervención que “las declaraciones de un jefe de Estado son en sí mismas un acto de
derecho internacional”. La premisa es indiscutible. Puedo reconocerla aunque como notó en su
intervención yo no soy especialista en derecho internacional; soy un abogado que litiga. Por eso mismo,
porque litigo, no encuentro que las declaraciones de Castillo en particular merezcan tal reconocimiento.
Y encuentro al contrario que él podría haberle obsequiado al Estado de Bolivia, sin querer hacerlo, un
testimonio en nuestra contra.

Me explico: Fernán sostiene que al ser recogidas por Bolivia (no precisó cómo exactamente) las
declaraciones de Castillo ya generaron obligaciones internacionales. Quedo preocupado. Aparentemente,
sin duda se corregirá o precisará el sentido de lo que quizo decir, Fernán concede a las declaraciones de
Castillo, por lo demás, livianas, el estatuto de un acto propio consumado, esos que constituyen fuente de
obligaciones internacionales bajo una regla que en inglés se llama “estopell”, en el derecho civil
“vinculación con actos propios” y en latín, idioma que no hablo, “non venir contra factum propium.
Conforme a esta regla, con los matices que corresponden a cada tradición, todas las personas estamos
vinculadas en principio por nuestros actos anteriores. Está prohibido contradecirse sin contar con
buenas razones para desdecirse. No sé si Fernán lo ha notado, pero al haber reconocido (supongo que
no ha querido hacerlo realmente) que las declaraciones de Castillo “ya” son un acto completo del
Estado, él está creando una evidencia en litigio contra el Estado. Mañana más tarde, en un juicio
imaginado que espero jamás se produzca, el Estado Boliviano, que él dice ya tomó las declaraciones
como fuente de sus propios derecho, podrá citar sus declaraciones (las de Fernán) para probar que en el
Perú hay un connotado abogado privado de oposición (él mismo) que ha reconocido que el Perú quedó
obligado con Bolivia cuando Castillo soltó las ligerezas que soltó.

Si esto es cierto y el Congreso aprueba la acusación en esos términos, además de fracasar en los
tribunales penales, la prueba del reconocimiento de esas declaraciones como fuente de derechos del
Estado boliviano quedará elevada el estatuto de una resolución legislativa.

Página 2 de 4

A veces cuando abordamos apresuradamente a quien reconocemos como enemigos los constituimos, les
damos entidad. Les asignamos una fuerza que no tienen. Apresurarnos, como temo ha hecho Fernán
anoche, convierte las ligerezas de Castillo en más de lo que son. Las eleva en el esfuerzo de hacerlas
pasar por un delito. Las convierte en un acto completo, consumado, obligatorio que ya genera
obligaciones y cargas para el Estado.

Consulté sobre esto a Elizabeth Salmón, profesora de derecho internacional en la Universidad Católica,
que además tiene un libro escrito sobre estas cosas. Ella me confirma que para que una declaración se
convierta en fuente de obligaciones internacionales tiene que cumplir con ciertas formalidades que en
este caso no están presentes.

Probablemente Fernán nos diga ahora que la forma de deshacer el acto que él ha reconocido, creo que
equivocadamente, como completo, es reconocerlo (es decir darle el estatuto de acto real) para luego
condenarlo. Pero la condena del acto como delito no se va a alcanzar por el camino de la acusación.
Entonces la denuncia que defiende arriesga a quedarse en el reconocimiento.

Paradojas. Pretendiendo defender el mar y el territorio están exponiendo una prueba que daña la
posición legal del Estado en la defensa del mar y del territorio.

Felizmente el asunto es inocuo. En el evento de 2018 al que Castillo silenciosamente asistió, la arenga a
la que se refiere toda esta discusión pedía que se devuelva a Bolivia “su mar”. El “mar de Bolivia” al que
se refería esta arenga está en las costas de Antofagasta, ahora territorio chileno, no en las costas del Perú.

De hecho Fernán cree que conceder a las declaraciones de Castillo el estatuto de acto completo que
vincula al Estado permite convertir el evento en un delito. Anoche dijo que “los actos preparatorios en
la traición a la patria constituyen delito”. He vuelto a mirar la lista de eventos que el Código Penal
sanciona como delitos de traición a la patria después de su declaración y no encuentro a qué cláusula se
refiere. No alcanzo a entender porqué Fernán cree que estos delitos deben tener reglas sobre
consumación distintas a las que tienen los demás delitos.

Entonces transitar por la ruta que marcan las reglas de la traición a la patria es un error. Las normas
sobre este tipo de eventos no alcanzan, conducen a una suspensión corta y, en el camino, sugieren que el
Congreso debe antes reconocer que las declaraciones de Castillo obligan al Estado peruano a favor de
Bolivia, en un asunto en el que yo entiendo que el Estado no puede, ni debe sentirse obligado; donde
creo que Fernán no puede haber intentado convertirse en testigo de lo contrario.

Pero Fernán en su intervención en el programa de Mario también remarcó que la denuncia que está en el
Congreso sostiene, al mismo tiempo, que Pedro Castillo ha infringido la Constitución al declarar sobre el
mar y el territorio con la ligereza con que declaró. Pésima idea de mezclar un caso penal y un caso por
infracción a la Constitución para empezar de modo que ahí el Congreso tendrá además que tomar una
decisión. Y no dejará de tener problemas. Porque si el Congreso decide seguir el camino de las
infracciones a la Constitución primero tendrá que abandonar esa teoría que parece pretender reconocer
que el Estado ha quedado obligado por lo que Castillo dijo. El Congreso no puede confirmar que esa
obligación se ha generado. Pero si no se ha generado volvemos al problema de los actos preparatorios.
El Congreso tendría que sostener que un acto preparatorio, incompleto, que no genera obligaciones, sí
puede constituir una infracción constitucional completa, y suficiente para destituir a un mandatario. Por
más que no me guste en absoluto el curso de acción que Pedro Castillo ha tomado, encuentro
desproporcionado seguir este camino, especialmente porque este es uno de los muy pocos puntos en los
que, probablemente forzado por Cancillería, Castillo ha hecho algo que debería haber hecho en tantos
otros: disculparse y deshacer lo andado. Si alguna característica deben tener los casos por infracción a la
Constitución es precisamente alentar las retractaciones. La teoría sobre las infracciones a al Constitución
es entre nosotros aún una tarea por hacer, pero si en algo deben diferenciarse de los delitos, que una vez
cometidos cometidos están, es en la posibilidad de admitir compensaciones y enmiendas.

Pero bien, sobre infracciones a la Constitución habrá tiempo de hablar si el Congreso adopta esa senda.

De hecho, aunque sea a título de colofón debo cerrar estas notas recordando que, desde mi punto de
vista, Pedro Castillo quebró hace bastante tiempo los límites de las infracciones a la Constitución.
Ocurre sin embargo que creo que lo ha hecho especialmente en relación a las obligaciones que tiene el
Estado, también el presidente de la república, en materia de lucha contra la corrupción. Esas

Página 3 de 4

obligaciones están establecidas por los tratados sobre esta materia de los que el Perú es parte y se
refieren a la transparencia en la organización del gobierno y en la prevención de prácticas corruptas.
Creo que para un caso por infracción a la Constitución bajo los deberes establecidos por estos tratados
basta con el despacho en calle Sarratea, el hallazgo de US$ 20 mil en efectivo en la oficina de su
secretario, las fiestas de cumpleaños organizadas por la señora López, una agente de intereses privados,
en plena pandemia, las crisis de los ascensos militares y policiales, su aquiescencia frente a los casos
Biodiesel y Tarata III, la imposición en Petroperú, en el ministerio de Transportes y Comunicaciones y
en el Ministerio de Vivienda de personajes que parecen estar o haber estado más atentos al desarrollo de
negocios privados que a la gestión de asuntos públicos. Las infracciones a la Constitución no son lo
mismo que los delitos; se construyen desde referencias normativas distintas y se demuestran de otra
forma, de modo que la discusión sobre infracciones a la Constitución no tendría porqué esperar o
depender de la suerte de los casos penales que se siguen sobre estos mismos hechos. Pero claro, la falta
de un consenso claro sobre la autonomía constitucional de los procesos por infracciones de este tipo en
el actual artículo 117 de la Constitución habría hecho necesaria una reforma a la carta del 93 para
proceder con absoluta soltura. Y esta reforma, puesta en la agenda hace varios meses, ha sido ignorada
por un Congreso que ha estado entretenido deshaciendo reformas en lugar de abordar las que hacen
falta.

Pero esto último ha sido solo un colofón que inserto para anunciar desde dónde escribo. Creo que las
discusiones que se han abierto sobre el caso por traición a la patria, con ser importantes, encubren, si se
las sobre dimensiona, y la acusación en debate las sobredimensiona, el debate que aún debemos sostener
sobre las responsabilidades de un presidente bajo los instrumentos de lucha contra la corrupción.

Página 4 de 4

También podría gustarte