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Migrantes: los datos desmienten los dichos

xenófobos de Pichetto
Un informe de la académica María Inés Pacecca da
por tierra con los lugares comunes que el gobierno
pretende utilizar para justificar una reforma
migratoria.
29 de Octubre de 2018

Tras la detención de cuatro extranjeros en la marcha


contra la media sanción del Presupuesto en
Diputados volvieron a activarse discursos xenófobos
en parte de la dirigencia política, encabezados por el
senador Miguel Ángel Pichetto.

En ese contexto, el gobierno nacional pretende


impulsar un endurecimiento de la ley migratoria para
“hacer foco en los inmigrantes ilegales y en aquellos
que delinquen”.

También podés leer: Amparado en las encuestas, el


gobierno prepara una dura reforma de la Ley
migratoria

En un informe publicado en el blog Pescado


fresco, de la Red de Investigadores/as Argentinos/as
sobre Migraciones Internacionales Contemporáneas
(IAMIC), la académica María Inés Pacecca, profesora
de Facultad Filosofía y Letras de la UBA y responsable
de estudios de la Comisión de Apoyo a Refugiados y
Migrantes (CAREF), desmintió muchos de los lugares
comunes para justificar los discursos xenófobos.

La nota completa

En el frondoso repertorio de los lugares comunes hay


uno que sin duda ocupa el sitial de honor: “Argentina,
país generoso”. Casi siempre acompañada de un
tinte socarrón, la frase alude a una laxitud en las
reglas económicas, sociales, políticas —o a un
desinterés por vigilar su cumplimiento— que permite
que cualquiera se aproveche de bienes públicos en
pos de un beneficio mezquino.

Muchos de los lugares comunes relacionados con la


inmigración se han desprendido de ese Big Bang
originario: “Los inmigrantes llegan al país y al día
siguiente ya tienen un plan social”, “les dieron el DNI
a cambio del voto a Cristina”, “las cárceles están
llenas de delincuentes extranjeros”, etcétera. En
declaraciones recientes, el senador Miguel Ángel
Picchetto ha expandido la definición: “Argentina es
un país totalmente generoso, estúpido e ingenuo”.
Desde la perspectiva del senador, la generosidad, la
estupidez y la ingenuidad describen la política
migratoria inaugurada en 2003, cuyo punto central
fue la regularización documentaria de algo más de
un millón de inmigrantes (aproximadamente el 2,5%
de la población) en un período de 15 años. Por
elevación, el Senador da a entender que esa política
migratoria ha sido la causa de infinitos abusos.

Vale la pena contrastar algunos de esos lugares


comunes con tres gráficos tomados de un informe de
2015 de la OIT (Migraciones laborales en la
Argentina):

Las y los migrantes trabajan más que las/os


argentinas/os. Entre 2003 y 2013, su tasa de actividad
estuvo por lo menos tres puntos arriba de la de los
nacionales.

Aunque trabajen más, sus trabajos son casi siempre


precarios e informales. Hay 20 puntos de diferencia
entre el trabajo registrado de los/as argentinos/as y
el trabajo registrado de las y los migrantes.
Cuando el desempleo baja, baja para todos:
argentinos/as e inmigrantes. Es decir que la
nacionalidad de la fuerza de trabajo no guarda
relación directa con el empleo o el desempleo. ¿Será
entonces que el trabajo tiene que ver con otro tipo
de decisiones políticas y económicas?
En relación a quiénes estaban en las cárceles en
2017: de 85.300 personas detenidas, solo 5.100 eran
extranjeras. Entre los argentinos, 55% estaba
condendado y 45% procesado. Entre los extranjeros,
40% estaba condenado y 60% procesado. (Fuente:
Base de datos SNEEP).

Otro lugar común refiere a “los países serios”, cuyas


políticas migratorias son más “serias”. Prueba de esa
seriedad es que “no entra cualquiera ni te dan el
documento así nomás”.

Curiosamente, esos países serios con políticas serias


tienen gravísimos problemas directamente
vinculados con esas políticas. Como expresó en 2016
el Relator Especial sobre los derechos humanos de
los migrantes en su informe ante la Asamblea
General de las Naciones Unidas: “si se coloca una
barrera entre los factores de expulsión y los de
atracción para prevenir la movilidad, pero no se
responde a la necesidad de los trabajadores de
abandonar el país, se favorece la creación de un
mercado laboral clandestino floreciente. Cualquier
intento de sellar las fronteras sin ofrecer vías más
accesibles, regulares, seguras y asequibles para la
inmigración seguirá siendo un fracaso de enormes
proporciones” (A/71/285, párrafo 12). En términos
bastante claros, el Relator señaló que el conjunto de
situaciones que preocupa a los Estados [serios] es
resultado de la acumulación de diversas políticas,
incluidas las migratorias, que construyen las barreras
con las que se sellan las fronteras. Su conclusión: “el
status quo no es sostenible”.

Demás está decir que existen cientos (y


probablemente miles) de informes e investigaciones
en todos los continentes que respaldan con datos,
casos e historias concretas la lapidaria conclusión del
Relator Especial. En un mundo signado por el
desplazamiento, las barreras al movimiento de
personas no disminuyen la migración: solo la vuelven
más cara y más peligrosa, a la vez que vuelven más
ricos (y más peligrosos) a quienes lucran con ella. No
regularizar la situación migratoria de las personas
migrantes tampoco detiene la migración: solo genera
marginalidad, clandestinidad, injusticias y violencia
para todos —nacionales e inmigrantes—. En la
misma tónica, deportar a personas sin juzgarlas (sin
darles la oportunidad de demostrar su inocencia, o
sin dar a las víctimas el alivio del castigo) difícilmente
mejore la vida de una comunidad.

Es posible que en los lugares comunes aniden


errores involuntarios o simplificaciones que
contribuyen a la difusión de mentiras maliciosas.
Ambas razones son suficientes para hacerse
preguntas y buscar respuestas que se sostengan en
evidencias y en el análisis cuidadoso y responsable
del pasado y del presente. Es cierto que los
desplazamientos de personas a través de fronteras
internacionales son tan antiguos como las fronteras
mismas y los Estados que separan. No obstante, las
migraciones no han sido siempre iguales, y los
esquemas que permitieron comprender o regular
ciertas dinámicas en ciertos lugares y épocas no se
adecuan a las lógicas o a las contingencias de otras.

Pasado y presente

En las últimas décadas, las dinámicas de las


migraciones internacionales cambiaron significativa y
aceleradamente. Una síntesis escueta y parcial
destacaría que se han multiplicado los países de
origen, transito y destino de los migrantes, se han
diversificado las rutas y se han complejizado las
causas de las migraciones. A nivel global, Europa dejó
de ser el “polo emisor” que había sido hasta
mediados del siglo XX y varios de sus países se
convirtieron en “importadores” de mano de obra;
Estados Unidos se consolidó como una de las
principales regiones inmigratorias; aumentaron los
flujos sur-norte y entre los emigrantes comenzaron a
predominar los que partían de América Latina, África
y Asia. Muchos de estos procesos han ocurrido
además en un contexto donde los países de destino
restringen fuertemente los ingresos y priorizan las
estadías temporarias, seguidas por el retorno al país
de origen —en significativo contraste con las
imágenes previas del inmigrante como un “colono”
con expectativas de establecimiento permanente—.

A diferencia de lo que ocurre con la circulación de


bienes y capitales, las políticas de control de flujos y
las restricciones sistemáticas al ingreso y a la
permanencia de personas extranjeras han llevado a
lo que Arango (2003) ha llamado un mundo
“fronterizado” y una “era de inmovilidad
involuntaria”. Como resultado, las principales vías de
ingreso a muchos países son, en la actualidad, el asilo
y el refugio o la reunificación familiar; y cuando ellas
fracasan, la entrada y la permanencia irregular (ya
sean no registradas o prolongando permisos
turísticos). Por otra parte, la multiplicidad de países
de origen promovió la heterogeneidad étnica y la
diversidad cultural en los países de destino, muchos
de los cuales (especialmente los europeos) se
conformaron en torno a narrativas de pureza y no de
crisol o mezcla. Si bien el aporte de los migrantes a
las economías nacionales resulta imprescindible, su
presunta “inintegrabilidad” ha atizado “temores a una
diversidad supuestamente inmanejable” (Arango
2003: 13).

Finalmente, cabe señalar la centralidad que han


adquirido los ámbitos bilaterales, multilaterales e
internacionales (de gobiernos y también de la
sociedad civil) para la discusión y la fijación de temas
de agenda de lo que ha dado en llamarse la
“gobernabilidad” de las migraciones, tensionando o
corroyendo las potestades exclusivas de los Estados-
nación. Esta compleja configuración de elementos
(muy apretadamente resumidos) no ha sido ajena a
la masiva implementación de controles cada vez más
restrictivos dirigidos al ingreso y permanencia de
extranjeros, especialmente en los países que
actualmente reciben una porción significativa de los
flujos migratorios. Estas políticas “serias” de los
países “serios” no han prevenido ni resuelto las
tensiones o desafíos que resultan de las migraciones
internacionales en la etapa actual del capitalismo.
Por el contrario, este es el conjunto de estrategias
que, a criterio del Relator Especial, han dado lugar a
un status quo insostenible.

Contra este gran telón de fondo, la situación en


América del Sur presenta algunas singularidades. Por
un lado, la región tiene sus propias e históricas
dinámicas migratorias (donde Argentina ha sido el
principal país de destino), a la vez que los ámbitos de
integración regional (tales como el Mercosur o la
Conferencia Sudamericana de Migraciones) gravitan
en mayor o menor medida en los debates y políticas
relativos a la movilidad de las personas. Por otra
parte, en tanto que la discusión no se ha
estructurado centralmente en torno a la díada
migración/desarrollo (como ocurre a nivel global)
sino que la perspectiva de derechos humanos ha
jugado un papel creciente, la región no puede ser
“leída” fácilmente desde las lógicas globales. En este
contexto, el Acuerdo sobre Residencia para
Nacionales de los Estados Parte del Mercosur y
Asociados (firmado en 2002) inauguró una lógica
novedosa que buscó encuadrar normativamente los
movimientos de población que de hecho (y desde
hace siglos) existían entre los países de la región, y
cuya lógica era (y es) bien distinta a la de los arribos
ultramarinos ocurridos en las breves pero intensas
décadas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX.

La gran pregunta es si en estos días que corren, las


autoridades migratorias y legislativas perciben la
complejidad de las dinámicas contemporáneas y si
identifican con precisión la incidencia de las distintas
políticas desplegadas desde la Ley Avellaneda hasta
la actualidad. Pareciera que la política migratoria está
siendo pensada desde lugares comunes anclados en
sentidos comunes (en los que anidan esos errores
involuntarios o simplificaciones a los que aludíamos
anteriormente ). No olvidemos que todos los días el
sentido común nos demuestra palmariamente que el
Sol gira alrededor de la Tierra. Sin embargo, ninguna
persona sería tan necia como para pensar que es así.

María Inés Pacecca

Buenos Aires, 29 de octubre de 2018

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