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VIDA TERRESTRE Y VIDA ARTIFICIAL: APROXIMACIÓN A LA DEFINICIÓN DE LO VIVO

Por: Fabián Enrique Zúñiga Campo

RESUMEN

En el presente artículo se pretende analizar la noción de vida terrestre caracterizada por la autopoiesis
en contraste con la teoría de vida artificial, que propone ampliar el concepto de vida a medios
computacionales, mimetizando aquella propiedad y las demás que poseen los seres vivos. El interés es
mostrar que el fenómeno biológico de la autopoiesis es una cualidad determinante de lo vivo y la
corriente funcionalista que ha incidido en las consideraciones filosóficas de la mente, esto es, la reflexión
filosófica de la lógica del sistema mental sin soporte material, agregando otra definición de lo vivo con el
adjetivo “artificial”. Estas cuestiones serán tratadas a través de un rastreo de fuentes, centrado en las
obras de Mark Bedau y Carol Cleland (2016), Francisco Varela y Humberto Maturana (2000); quienes
exponen la esencia de la vida (orgánica y vida artificial), al igual que otros investigadores de la biología
informática y filosofía de la mente. Todo lo anterior, busca comprender que la tesis de Artificial Life
sobre una nueva forma de vida de sistemas vivientes, podría ser problemática, al menos en las
características fisicoquímicas de lo vivo, mas no en su simulación.

Palabras clave: Vida terrestre, autopoiesis, vida artificial, mimetización biológica, funcionalismo.

ABSTRACT

This article aims to analyze the notion of terrestrial life characterized by autopoiesis in contrast to the
theory of artificial life that proposes to extend the concept of life to computational means, mimicking
that property and the others that living beings possess. The interest is to show that the biological
phenomenon of autopoiesis is a determining quality of the living and the functionalist current that has
influenced the philosophical considerations of the mind, that is, the philosophical reflection of the logic
of the mental system without material support, he adds. another definition of the living with the
adjective "artificial". These questions will be treated from a source search focused on the works of Mark
Bedau and Carol Cleland (2016), Francisco Varela and Humberto Maturana (2000) who expose the
essence of life (organic and artificial life) as well as other researchers from biology, informatics and
philosophy of mind. All of the above seeks to understand that the Artificial Life thesis on a new form of
life of living systems could be problematic, at least in the physicochemical characteristics of the living but
not in its simulation.

Keywords: Terrestrial life, autopoiesis, artificial life, biological mimicry, functionalism.


INTRODUCCIÓN

La vida artificial, comúnmente conocida como la ALife, es un término que nace con las ciencias de la
computación, las cuales tienen por objeto estudiar la vida (Rudomín, 1999, p. 9), señalando que los
procesos de la evolución darwiniana en la vida terrestre pueden imitarse o emerger eficientemente en
otros medios como el computacional y el de la información (Bedau y Cleland, 2016, p. 445). Al contrario
de la biología, para ALife, el estudio de los organismos vivos no se trata sobre su funcionalidad y
particularidades, sino, sobre construir autómatas digitales a base de silicón, acero y plástico con
apariencias de estar vivas, a partir de algoritmos genéticos (AG), redes neurales y sistemas híbridos
(Ospina, 1996, p. 70), definiendo entonces un nuevo paradigma para la sociedad, en cuanto presupone
alternativas diferentes a la naturaleza de la vida en la tierra.
Precisamente, uno de los temas relevantes de la vida artificial ha sido el exhibicionismo tecnológico y
científico de un nuevo mundo derivado de la artificialidad, otra nueva forma de vida frente al hombre,
generando múltiples discusiones y distintas posturas. Para problematizar este tema Mark Bedau y Carol
Cleland (2016) expresan:
La vida artificial “ALife” ha permitido a los investigadores explorar mejor ciertas cuestiones cruciales, por
ejemplo, si la sustancia que compone la vida es esencial para la vida […] ALife se refiere al hecho de que los
humanos se involucran en el proceso de la construcción, e indica que los resultados son distintos a las
formas de vida naturales (p. 445)

La meta de Artificial Life es obviar la dificultad sobre los aspectos de la vida de la tierra que son
fundamentales para la determinación de toda vida posible, pero esta dificultad solo podría obviarse
mediante la simulación y síntesis de la misma vida orgánica. No obstante, dentro de los estudios de
ALife la discusión está presente porque “la cuestión es: ¿En qué momento se puede considerar que una
simulación o modelo de vida es lo suficientemente completo?” (Bedau y Cleland, 2016 p.445). Así, ni se
juzga, ni habría por qué juzgar la creencia de que ALife es el resultado de la mimetización biológica, antes
bien Bedau y Cleland (2016), con esta pregunta se aproximan a la exploración de lo vivo.
Las computadoras podrían desempeñar dos papeles muy diferentes en la teorización biológica. Las
computadoras como una ayuda. Son como el papel y el lápiz o la regla de cálculo. Ayudan a pensar. La
segunda, la idea de que la computadora misma es un ente viviente (p. 459).

De acuerdo con estos dos valores agregados a la vida artificial, las maquinas se pueden concebir como
computadoras que ayudan en las investigaciones científicas y son útiles para calcular aspectos
fisicoquímicos o, en su defecto, son modelos de la vida terrestre. Esto nos lleva a cuestionar nuevamente
el hecho de considerar a las computadoras como un ente viviente, por mostrar ciertas características que
son definitorias de la vida biológica, pues si las computadoras son útiles para hacer estudios sobre la
vida, es menos aceptable sugerir que estas puedan ser consideradas seres vivientes (Bedau y Cleland,
2016).
Entonces, en vista de que la mayor parte de los estudios de ALife, inspirados en la biología, pueden
considerar un nuevo paradigma de vida, la corriente filosófica del funcionalismo la justifica y apoya
explicando el sistema mental e ignorando el papel que el cuerpo y el espacio corporal juegan en la
configuración de este (Pinedo, 1997, p. 121). Este enfoque de la filosofía de la mente recapitula “una
concepción intelectualista de la mente con las posibilidades de salir de lo fenoménico y reconstruir el
mundo a partir de ello” (p. 122). Según Carlos Beorlegui (2007) en su artículo Filosofía de la mente:
visión panorámica y situación actual “esta teoría filosófica de lo mental surge para superar tanto el
dualismo cartesiano, como el conductismo y el monismo fiscalista de la teoría de la identidad” (p. 141);
con respecto a la primera, el autor advierte que el dualismo es incapaz de explicar la interacción entre
mente y cuerpo y, la segunda, el conductismo, es insuficiente porque la conducta humana no puede
explicarse como imitación y mecánica y lo mental es una realidad compleja no reducible a respuestas
automáticas (p. 141). Es por esto que el funcionalismo se fija más en la función que en el componente
material (p. 142), por tanto, centra su teoría en la noción de la función y de descripción funcional
“explicación de cómo impulsos externos dan lugar a respuestas mediante un tipo de proceso” (p. 142).
En consecuencia, el funcionalismo ve en la ALife una posibilidad de otro modelo de existencia porque un
“mismo estado mental puede estar soportado o posibilitado por soportes físicos o cerebrales muy
diversos, como serían los casos hipotéticos de una mente artificial (computadora), una mente humana o
mente extraterrestre” (Beorlegui, 2007, p. 142), es decir; “una función puede ser implementada por
distintos sistemas” (Gonzáles, 2016, p. 165), porque “una cosa es el componente material de algo y otra
su función” (Beorlegui, 2007, p. 141).
Según Beorlegui (2007) los principales exponentes del funcionalismo son William James, Hilary Putnam,
J. Fodor y David Lewis (p.142), pero también hay que mencionar en los albores de la Alife, Alan Turing y
Von Neumann, quienes desarrollaron “computadoras que mostraban procesos químicos descritos en
términos matemáticos abstractos, que permitían ordenar tejidos homogéneos […] autómatas celulares y
sistemas con autoreproducción” (Rudomín, 1999, pp. 10-11).
En relación con lo anterior, aunque algunos niegan que los autómatas de sistemas artificiales (Salavert,
1995, p.16) sean una emergente ola de vida, otros como Turing y Putnam afirman que sí son posible la
inteligencia y otros signos de vida en procesos artificiales.
Pese a las posturas anteriores, otras perspectivas sobre la definición de la vida como la de Humberto
Maturana y Francisco Varela (2000) afirman “la de autopoiesis como la propiedad esencial que define, de
forma necesaria y suficiente, a un ser vivo” (Razeto-Barry y Ramos-Jiliberto, 2013, p. 28). Según estos
autores, un ser vivo sería una maquina autopoiética, en cuanto es una maquina organizada como un
sistema de procesos de producción de componentes concatenados, de tal manera que producen
componentes que generan procesos de producción a través de sus interacciones y transformaciones y
constituyen al ser vivo como una unidad en el espacio físico (Maturana y Varela, 1994, p. 69). Esto
significa que gracias a la autopoiesis los seres vivos se definen por sus relaciones de producción, las
cuales permiten la regeneración de sus componentes, los cuales, a su vez, se concatenan para constituir
una unidad en lo fisicoquímico.
Según Maturana y Varela (1994), para que todo sistema sea considerado vivo debe poseer la propiedad
de la autopoiesis, porque solo las maquinas autopoiéticas son capaces de transformar la materia en ellos
mismos, de tal manera, que su producto es su propia organización, esto quiere decir que, si un sistema
es autopoiético, es un sistema viviente. Las plantas / animales (hombres) se aceptan como vivos no solo
por poseer enumeradas características biológicas, como la reproducción y evolución, sino por su
propiedad de producirse a sí mismos. No obstante, se encuentra que “los artefactos de Artificial Life
también presentan y tienen una organización dada en términos de procesos” (p. 70), en consecuencia,
los partidarios de ALife concebirían, de manera inmediata, que las maquinas artificiales, al igual que los
sistemas vivos de la tierra, son portadoras de la propiedad autopoiética, a saber: una nueva forma de
vida en términos de la-vida-como-podría-ser, implicando lo anterior repensar el concepto de lo vivo o en
qué consiste estar vivo, sugiriéndose la posibilidad de formas separadas de la materia; otro modelo de
vida elaborado a base de dispositivos mecánicos e informáticos al amparo de los postulados del
funcionalismo de Turing y Putnam (Beorlegui, 2007).
Para desarrollar la problemática expuesta, este artículo está estructurado desde tres momentos: el
primero, examina los fundamentos de la vida de la tierra a partir de su propiedad esencial: la
autopoiesis. El segundo, indaga si los procesos informáticos son poseedores de la propiedad
autopoiética. Y el tercero, contrasta las fuentes bibliográficas sobre los antecedentes, características y
definiciones de la filosofía de la mente de corte funcionalista (Turing y Putnam), con los estudios de la
vida artificial.

Los argumentos de este texto se apoyan en la lectura y análisis de obras como: La esencia de la vida.
Enfoques clásicos y contemporáneos de filosofía y ciencia. La vida artificial y la biología sintética (2016),
El fenómeno de lo vivo (2000), De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: la organización de lo vivo (1998),
Maquinaria computacional e Inteligencia (1950), Cerebros en cubetas (1988), Vida artificial y filosofía
(1997), Vida artificial, el nuevo paradigma (s.f.), La vida artificial (1996), Vida artificial (1999), Filosofía de
la mente: visión panorámica y situación actual (2007), Dos criterios para la presencia de estados
mentales: Descartes y Turing (2016), entre otros.

Según Pinedo “cada vez que surge una disciplina nueva, la inspiración y guía es filosófica. La ALife es un
nuevo ejemplo” (1997, p. 119), porque al agregar otra definición de lo vivo la proximidad es filosófica en
relación con otras disciplinas como la biología e informática dado que se adentra a la discusión siguiente:
¿qué es realmente lo vivo y cómo identificar esa cualidad que no está en los otros? A partir de esta
pregunta Mark Bedau y Carol Cleland, Francisco Varela y Humberto Maturana, Fritjof Capra y otros, se
aproximaron al fenómeno de lo vivo, definiendo la vida con la cualidad de la automantención y
capacidad de producirse a sí mismos (autopoiesis) y, por lo tanto, si esta característica está ausente en
otros modelos de vida, no podrían ser considerados sistemas vivos. Sin embargo, los estudios de ALife
conciben que la vida terrestre se puede mimetizar en redes computacionales que sean una emergente
ola de vida autónomos e independientes, amparados por la corriente filosófica del funcionalismo
imperante en Turing y Putnam. Pese el esfuerzo de los exponentes de esta corriente del funcionalismo,
se concluye que lo vivo se caracteriza por su propiedad autopoiética, mientras que la vida artificial sólo
puede concebirse en términos computacionales.
1. VIDA TERRESTRE: SISTEMAS AUTOPOIÉTICOS

1.1. SELLOS DISTINTIVOS DE LA VIDA TERRESTRE

Aristóteles (Trad. 2003) en su tratado De Anima o Acerca del Alma hizo la observación de que solo se
puede llamar vida a la autoalimentación, al crecimiento y al envejecimiento, porque “lo animado se
distingue de lo inanimado por vivir” (p.171). Por ende, el viviente se define por un conjunto de funciones
o múltiples operaciones como la nutrición, movimiento y reposo locales, potencia sensitiva, intelecto,
imaginación y deseo, calor vital y autoreproducción. Según José Martínez (s.f.): “en Aristóteles posesión
de vida implica que una cosa puede nutrirse y decaer, como la autoreproducción, condición necesaria
para la vida” (p.23); al igual que la postura de Mark Bedau y Carol Cleland (2016): “los sellos distintivos
de los sistemas vivientes son la habilidad para reproducirse, crecer, responder al medio ambiente y
evolucionar, y estas propiedades a veces se usan para caracterizar o definir la vida […] procesos
biológicos, como la digestión, metabolismo” (p.451). Un ejemplo de ello lo encontramos en el libro
segundo de De Anima: “y puesto que nada se alimenta a no ser que participe de la vida, lo alimentado
será el cuerpo animado en tanto que animado: el alimento, pues, guarda relación -y no accidental- con el
ser animado” (Aristóteles, Trad. 2003, p.185). El alimento se convierte en un factor determinante de
existencia, ya que lo inanimado al no requerir de alimento no participa de la vida.

De ahí también que, por excelencia los seres vivos, en función de la naturaleza de poseer la sensación,
tengan la distinción del tacto inteligible por la carne, aunque con más precisión en el hombre que el
resto de los animales (Aristóteles, Trad. 2003, p. 201); la audición del sonido de lo que se ocupa el oído
(p.194), como su producción porque “la voz es un tipo de sonido exclusivo del ser animado: ningún ser
inanimado, por tanto, emite voz” (p. 198); la gustación del sabor (p. 189) que ha de poseer humedad sea
insípido o gustable (p. 204); la vista para la percepción y observación de todo lo visible (pp. 192-194); y el
sentido del olfato (p. 200) solo y exclusiva capacidad de la vida terrestre. Razón por la cual lo vivo
depende de procesos empíricos; relación de lo viviente y su entorno o cosa externa —algo fuera de él—
(Bedau y Cleland, 2016), esto porque todo ser vivo terrestre está implicado en el proceso acción-
interacción con el medio ambiente o natural. Así, por ejemplo, “un organismo se reproduce cuando crea
un descendiente. Una planta hace la fotosíntesis cuando se relaciona apropiadamente con una fuente de
luz” (Bedau y Cleland, 2016, p.471-472) o un depredador se come a otros organismos. Esto es, todo signo
de vida participa no solo de una ordenación matemática, sino también de un contenido material.

Pero, ante todo lo dicho, toda materia para que sea considerada viva tiene como componente esencial el
ADN, la base molecular para la autoreproducción genética (IIIana, 2014), algo que agrega un aspecto
estructural, operativo, reproductivo y complejo (Martínez, s.f.) en la vida terrestre. El ADN es una larga
molécula que contiene cuatro bases químicas distintas: adenina (A), guanina (G), timina (T) y citosina (C)
presente en todos los cromosomas, a saber, la estructura química que contiene la mismísima clave de la
naturaleza de la materia viva. El ADN como material genético almacena información hereditaria que se
transmite de una generación a la siguiente y organiza el universo increíblemente complejo de la célula.
En otras palabras, el ADN es el factor esencial para pasar información genética de generación en
generación, el punto molecular para el entendimiento del “secreto de la vida” (Ortiz, 2003, p.188),
aunque, por supuesto, “sin evolución no hay verdadera vida” (Varela, 2000, p.35) porque es ella quien
define los criterios distintivos de la vida real como la unidad inherente, el metabolismo, la estabilidad
inherente, el subsistema portador de información, el control de programas; y los criterios de vida
potenciales como el crecimiento, la reproducción, la capacidad para el cambio y la evolución hereditaria
y la mortalidad (Bedau y Cleland, 2016).
1.2. TEORÍA DARWINIANA DE LA VIDA TERRESTRE

La teoría de Charles Darwin sobre la evolución de las especies ha sido acogida desde hace tiempo como
criterio de la vida. En el siguiente párrafo, el autor expresa su teoría:

Puesto que de cada especie nacen más individuos de los que pueden sobrevivir y, por consecuencia,
frecuentemente estos tienen que luchar por su existencia, se deduce que cualquier variación ventajosa
para un ser viviente, ante las complicadas y a veces variables condiciones de la vida, tendrá una mayor
oportunidad de sobrevivencia y, por tanto, seleccionado en forma natural. De acuerdo con los vigorosos
principios de la herencia, cada variedad seleccionada tenderá a propagarse en esa nueva y modificada
forma. La selección natural causa casi invariablemente una gran extinción de las formas de vida menos
perfeccionadas y conduce a lo que es conocida como "divergencia de caracteres (citado por Iglesias,
2009, p.26).

Esta teoría justifica que los sistemas vivientes deben sobrevivir ante las condiciones adversas del entorno
natural, así, ante los peligros algunas especies se adaptan al contexto adquiriendo nuevas habilidades y,
por el contrario, las especies que no se adaptan a estos ambientes de hostilidad desaparecerán; si es así
“la selección natural ocurre, por la sobrevivencia del más apto y la extinción del menos favorecido”
(Iglesias, 2009, p.26). Además de esto, Iglesias (2009), asegura que las especies o seres vivos no son
creados independientes, sino que son descendientes de otra especie, generalmente extinta, es decir, la
selección natural como la fuerza que establece el destino de todas las diversificaciones genéticas que se
dan en la naturaleza. Miremos más de cerca esta propuesta darwiniana.

En su libro El origen de las especies de 1859, Charles Darwin, afirma que la selección natural busca en
primer lugar las ligeras variaciones que hay en la naturaleza; rechaza las variaciones malas y conserva y
suma todas las que son buenas; trabajando por el perfeccionamiento de cada ser orgánico en relación
con sus condiciones orgánicas e inorgánicas de vida (Darwin, 1921, p. 80), pero estos cambios no son
visibles de manera inmediata, sino en el devenir de las edades geológicas. Y para que en una especie
terrenal se puedan efectuar algunas modificaciones, una variedad ya establecida naturalmente tuvo que
variar de nuevo después de un extenso tiempo, y estas variaciones tuvieron que conservarse de forma
progresiva (p. 81).

Estas variaciones son influenciadas por el clima, la comida o ambiente porque indudablemente el
entorno produce pocos, algunos o muchos efectos directos sobre las especies (p.82), no obstante, la
misma selección natural garantiza que estas variaciones no sean perjudiciales, pues si lo fuesen, las
especies se extinguirían (p. 83). Aunque las especies se adapten de manera satisfactoria a sus
condiciones, en la selección natural es necesario que por causas accidentales algunas especies sean
destruidas para el beneficio de las mismas (p. 84). Los individuos que sobrevivan y/o los mejores
adaptados al ambiente y condiciones de hostilidad, tenderán a propagar su clase en mayor número que
los menos adaptados (p. 84).

A esto debemos agregarle las modificaciones en relación con la lucha entre los individuos de un sexo,
generalmente los machos por la posesión del otro sexo (p.84), el entrecruzamiento entre especies, el
aislamiento (p. 100), el transcurso del tiempo (p.101), las circunstancias favorables y desfavorables (p.
102), un gran territorio geográfico (p.103), la extinción (p. 104), organización (p.119). Todo esto se puede
resumir según Raúl Gutiérrez (2002) en cuatro elementos básicos:
a. La variación: en la reproducción los padres generan hijos semejantes, pero no idénticos;
b. La competencia: que lleva a la sobrevivencia y reproducción de los más aptos y, con ello, al
mejoramiento de la especie;
c. El crecimiento poblacional que genera respuestas adaptativas; y
d. El mundo externo: permite a los individuos sobrevivir y reproducirse. (p. 116).

Por lo tanto, la selección natural obra mediante la conservación y acumulación de pequeñas


modificaciones heredadas (Darwin, 1921, p. 92) de gran provecho para la conservación (p. 93), razón por
la cual todos los seres terrestres luchan y se esfuerzan por ocupar un puesto en la economía de la
naturaleza, cualquier especie que no se adapte ni se modifique será exterminada en relación a sus
oponentes (p. 97).

Ahora bien, cuando surge la vida, cuando apenas presentaba una estructura básica (p. 122) luchaba por
su existencia hasta que se produjeran muchas formas: “las variaciones de una sola especie que vive en
una estación aislada pudieron ser beneficiosas, y de este modo todo el conjunto de individuos pudo
modificarse, o pudieron originarse dos formas distintas” (p.123). Argumento que demuestra que los
organismos terrestres evolucionan; que los seres vivientes descienden de antepasados muy diferentes
de ellos; que las especies están relacionadas entre sí porque tienen antepasados comunes (Gutiérrez,
2002, p.115-116). Al principio la materia inanimada se transformó complejamente y se organizó en el
curso de los años; lo mismo sucedió con la materia viva (p. 115). De ahí que la evolución darwiniana
emergiera en los ambientes científicos y biológicos como criterio valido para la determinación de la vida
terrestre, desde entonces la pregunta básica sobre la vida “¿cómo emergió por primera vez y siguen
emergiendo organismos vivos?” (Garavito y Villamil, 2017, p. 46), ya tenía una respuesta con la teoría de
Charles Darwin.

Sin embargo, para el biólogo chileno Francisco Varela (como para Humberto Maturana), la teoría de
Charles Darwin no puede ser considerada el criterio más científico de lo vivo porque la evolución es un
fenómeno observable que requiere de conjuntos de unidades y entidades definidas en el que el proceso
de selección puede ocurrir (2000, pp. 33-34), pese ello Varela reflexiona que sí es posible argumentar
que sin evolución no hay verdadera vida, pero que ella es más bien la consecuencia de la vida y no su
causa (p. 35). El modelo de la selección natural que sigue principios que trascienden los organismos
particulares, no es respuesta a la pregunta por la vida, pues Darwin solo se interesó por saber cómo una
especie alcanza el punto de evolución con el que nos encontramos hoy en día (Garavito y Villamil, 2017,
p. 46). Ante la insuficiencia de la teoría darwiniana de no explicar cómo emergió por primera vez y siguen
emergiendo organismos vivos (p.46), dicho de otro modo, qué comienza cuando los seres vivos de la
tierra surgen, y se ha conservado desde entonces, los biólogos Maturana y Varela (1994), al tener la
necesidad de responder esta incógnita, introducen el concepto autopoiesis.

1.3. LA AUTOPOIESIS: CARACTERÍSTICA DEFINITORIA DE LA VIDA TERRESTRE

De acuerdo con Ortiz (2017), la autopoiesis es un neologismo introducido hacia los años 701 acuñado de
las raíces griega autos (sí mismo) y poein (producir o crear) que significa auto-creación, esto es “una
célula caracterizada por una membrana semipermeable que establece un límite de difusión y
permeabilidad que discrimina entre un interior químico (o sí mismo) y los medios libremente difusivos en
el ambiente externo (no-sí mismo). La vida celular es una red metabólica: basada parcialmente en
nutrientes que ingresan desde el exterior” (Varela, 2000, p. 29). Tal definición es ampliada en el libro De

1
Concretamente en el año 1973.
Máquinas y Seres Vivos publicado en 1973, Maturana y Varela, cuando recurren a la noción autopoiesis
para afirmar que toda máquina es organización en cuanto es un sistema de procesos de producción de
componentes que se unen de tal modo que “generan los procesos (relaciones) de producción que los
producen a través de sus continuas interacciones y transformaciones y constituyen a la maquina como
una unidad en el espacio físico” (p.69). Esto infiere que todo sistema vivo, constantemente, tiene la
capacidad de generar por sí mismo su organización desde una continua perturbación (producción de
componentes) y compensación de esas perturbaciones. Por esa razón, un sistema es autopoiético
porque las relaciones de producción se regeneran por los mismos componentes que la producen,
proceso que solo es posible con la unidad y esa unidad sea en el espacio físico.

Para Garavito y Villamil (2017), esta teoría de la autopoiesis significó una transición entre la idea arcaica
que privilegiaba los estudios de las especies biológicas que rigen los organismos a indagar directamente
por la vida desde el organismo mismo. Esto se dio porque por lo general se privilegiaba el examen de las
leyes deterministas o comportamentales del organismo desde la observación darwiniana, “olvidándose
de las operaciones locales de los componentes que originan dicho organismo (autoorganización), como
la producción de carbohidratos, proteínas y lípidos en la célula” (p.47). Por ello, Capra (1998), sostiene
que el patrón de la vida es la organización que es reconocida en una estructura física, siendo éste un
proceso dinámico en los sistemas u organismos vivientes. Y este patrón de vida, la organización, es
característica esencial de todo sistema porque determina si es vivo o no vivo. Así, “la autopoiesis -el
patrón de organización de los sistemas vivos- es pues la característica definitoria de vida en la nueva
teoría” (p. 174).

Lo anterior significa que en la determinación de lo vivo y lo no vivo (un cristal, un virus, una célula o el
planeta Tierra) es necesario que su patrón de organización corresponda al de una red autopoiética. Si lo
mencionado es así, se podrá discernir si se está ante un sistema viviente; en caso contrario, si se está
ante un sistema totalmente inanimado. Es evidente, pues, que para Capra (1998), la autopoiesis (hacerse
a sí mismo) es patrón de vida porque una maquina autopoiética es una red en el que el oficio de cada
componente es participar en la producción y/o transformación de otros nuevos componentes de esa red,
de forma tal que la red se hace continuamente a sí misma. Por ende, un sistema viviente es
autoorganizador porque su orden y comportamiento no son dados e impuestos desde el exterior o leyes
mecánicas del ambiente, sino establecidos por el mismo sistema. Es por ello que los seres vivos son
autónomos, pero eso no significa que estén ausentes de lo exterior, por el contrario, interactúan
constantemente con el ambiente natural por medio del intercambio de materia y energía, pero esta
interacción no diagnostica su capacidad organizativa porque se producen a sí mismos, son
autoorganizadores.

Pues bien, estos autoorganizadores, creadores de sí mismo o auto-regeneradores gozan de cinco


propiedades como la autonomía, emergencia, clausura de operación, autoconstrucción de estructuras y
reproducción autopoiética. Propiedades que se pueden resumir a groso modo conforme a los estudios
de Pedrol (2009): a. autonomía: la célula se crea a sí misma con respecto al mundo circundante/medio
ambiente; b. emergencia: señala la aparición de un orden nuevo y lo que es emergente es su operación,
la forma en cómo están organizadas y cómo esa organización se lleva a efecto; c. clausura de operación:
la operatividad es cerrada porque las células producen operaciones exclusivas reproductoras de vida por
las que se mantienen en la vida; d. autoconstrucción de estructuras: producción de estructuras propias,
mediante operaciones propias; y e. reproducción autopoiética: el estado siguiente de un sistema está
determinado a partir de la estructuración anterior a la que llegó la operación (p.334).
Según Pedrol (2009), las cinco propiedades de los seres vivos autopoiéticos son las que permiten
determinar la autopoiesis como una teoría de la vida que, en ningún momento, niega la evolución
darwiniana, pero sí plantea el tránsito de una idea de la selección natural al neologismo de auto-creación
haciendo alusión también a ese paso antaño de lo abiótico (componentes fisicoquímicos que no
permiten la vida) a lo biótico (componentes fisicoquímicos que permiten la vida). La teoría de la
autopoiesis plantea que, a partir de un estado primitivo abiótico, existían moléculas que poseían esa
propiedad de clausurarse frente al medio ambiente. Este fenómeno fue posible mediante la generación
de unas estructuras moleculares, es decir, membranas que aíslan a las células del entorno; ella le
permite ingresar recursos del medio cuando lo requiera, de esta manera el organismo se crea o produce
a sí mismo, se autoreproduce, se autorealiza, autoregenera, crean o destruyen, es adaptable. Por eso,
Maturana y Varela (1994), afirman de manera reiterativa que los sistemas vivos son máquinas
autopoiéticas porque “transforman la materia en ellos mismos, de tal manera, que su producto es su
propia organización. Si un sistema autopoiético, es un sistema viviente” (p.73), por ende, lo vivo “difiere
de otras organizaciones, porque ella misma produce las condiciones necesarias para mantenerse en su
existencia” (Garavito y Villamil, 2017, p. 46), esto es, la denominación de la vida por la autopoiesis: un
sistema vivo, con identidad interna, se sirve de la materialidad de sus componentes del intercambio con
el entorno.

Un ejemplo adecuado para comprender lo vivo como aquello que se produce a sí mismo es la metáfora
de Varela (2000):

Una creatura inteligente de Marte –extraterrestre- visita la tierra para investigar las formas de vida que
existen en nuestro planeta. Este extraterrestre se encuentra con un granjero inteligente, pero
científicamente ingenuo, que muy rápidamente en dos listas separa lo vivo (A) y no vivo (B): A) hombre,
árbol, gusano, mula, mosquito, coral y B) radio, automóvil, computador, robot, luna, marea. El
extraterrestre se muestra sorprendido por la seguridad con que el granjero discrimina entre ambas
categorías, y quiere saber cuál es la cualidad que caracteriza a todas las cosas vivas y que está ausenta en
los otros. Ante esto el granjero inicia a responder: crecimiento, movimiento, reacción ante los estímulos,
transformación de la energía en acción, reproducción. El granjero después de tener una actitud más
reflexiva indica que un árbol pierde sus hojas en invierno, pero que vuelve a generarlas a la primavera
siguiente. El árbol se regenera desde su propio interior. Lo mismo ocurre con el pelo de los animales, se
cae y vuelve a crecer. Los organismos vivos son capaces de albergar una actividad que regenera sus
propios componentes (pp. 24-26).

En general, lo vivo se define por su capacidad de autoregenerarse o construirse nuevamente; única


cualidad que permite establecer criterios de validación de lo realmente viviente (figura 1) (Varela, 2000,
p.28):
Según Varela (2000), cualquier componente del sistema vivo (S) es transformado en (P), el sistema es
capaz de regenerar a (S), transformando los alimentos (A) que ingresan al organismo nuevamente en (S),
es decir, un organismo constituido por un tejido (S) el cual se descompone y pasa a ser (P), pero gracias a
la actividad interna del sistema, el nutriente (A) se transforma nuevamente en el tejido (S). Un sistema
capaz de transformar la materia/energía externa en un proceso interno de automantención y
autogeneración. La célula es capaz de sí misma por el patrón constitutivo que remplaza constantemente
los componentes que son destruidos y, a su vez, recrea las condiciones necesarias para la discriminación
entre el sí mismo y el no-sí mismo.
De esta forma, todo sistema vivo es autopoiético en la medida que define el borde semipermeable o piel
constituido por componentes moleculares, estos componentes son producto de reacciones que operan
internamente en el sistema vivo y, estas reacciones se renuevan por condiciones propias del mismo
borde. Pero para que esto sea posible Varela argumenta en dos ocasiones (1994 y 2000) la necesidad de
la unidad celular: “mecanismos moleculares del ARN, ADN y ribosomas” (2000, p.37), sin embargo, es de
conocimiento que sin ARN no hay vida, pero ello no significa que el ARN es predeterminante para la vida
porque es preciso que haya una membrana fronteriza que separe una entidad de las reacciones
bioquímicas externas, de ahí el término autopoiesis, la autoproducción: “la vida revelada si la célula
produce ladrillos para construir la frontera que la encierra” (p. 42).
No obstante, la teoría de la autopoiesis para la definición de la vida terrestre es vista como una
especulación porque trata de una sola propiedad que pretende distinguir una entidad viva de una no
viva. Razeto-Barry y Ramos-Jiliberto (2013), exponen las posibilidades de definición de la vida biológica,
incluyendo la característica autopoiética (figura 2) (p.29):

Razeto-Barry y Ramos-Jiliberto (2013) ofrecen esta explicación por cuanto para ellos los organismos vivos
no tienen unívocamente una definición de vida, sino que existen diferentes estrategias para definirlos, ya
que se trata de sistemas con propiedades complejas.
La primera figura (2a) Definición por propiedades múltiples no exclusivas: define a los seres vivos como
sistemas que poseen varias propiedades como el metabolismo, reproducción, generación de orden e
información codificada que de manera individual se encuentran en otros sistemas no vivos, pero de
manera conjunta sólo en los sistemas terrestres; la segunda figura (2b) Definición por propiedad única
exclusiva: única propiedad que comparten todos y sólo los seres vivos; la tercera figura (2c) Definición por
propiedades múltiples exclusivas: acepta que existen varias propiedades que comparten todos y sólo los
seres vivos, por lo que, si un sistema cumple cualquiera de estas propiedades, entonces, es un ser vivo; y,
la última figura (2d) Definición por propiedades semejantes de familia: ninguna de las propiedades de los
seres vivos es necesaria para definirlos y, por lo tanto, se asume que no todo lo que es comúnmente
percibido como ser vivo cumple todos los criterios definitorios (pp. 29-30).

Por este motivo, teniendo en cuenta estas definiciones, ciertos estudiosos consideran que la teoría de la
autopoiesis es insuficiente para la distinción de la vida terrestre porque la autopoiesis como una
propiedad (P) debe ser incluida dentro de otras múltiples propiedades que definen la vida (Figura 2a);
perspectiva claramente a favor de que los seres no vivos pueden ser autopoiéticos. Sin embargo, Razeto-
Barry y Ramos-Jiliberto (2013), exponen en su artículo ¿Qué es autopoiesis? Un concepto vivo que
algunos contemporáneos de Maturana y Varela han reconocido el valor significativo de esta nueva
propuesta de describir los sistemas vivos como sistemas circulares. Respecto a la plausible propuesta,
Ortiz (2017), alude la siguiente anécdota:
Un día Maturana dibujó una figura en el pizarrón y le dijo a su amigo: “El ADN participa en la síntesis de las
proteínas, y las proteínas a su vez participan, como encimas, en las síntesis del ADN”. El dibujo de
Maturana era una figura circular y cuando vio lo que acababa de dibujar, exclamó: “¡Dios mío, Guillermo,
eso es! En esta circularidad de los procesos se manifiesta la dinámica que hace que los seres vivos sean
unidades autónomas y definidas”. Con esto Maturana develó el cimiento epistémico para el proceso que
más tarde le llamó autopoiesis (p.7).

Un claro ejemplo de esta afirmación (seres vivos como sistemas circulares) lo proporciona Capra (1998):
La célula vegetal, una membrana que contiene Quicio celular. Un fluido molecular de nutrientes celulares,
a saber, de los elementos químicos que precisa la célula para construir sus estructuras. En el fluido celular
se encuentra el núcleo un gran número de diminutos centros de producción y varias partes expertas
llamadas orgánulos, análogos a los órganos corporales. Dentro de los orgánulos están los sacos de
almacenaje, los centros de reciclaje, las centrales de producción de energía y las estaciones solares. El
núcleo y los orgánulos están protegidos por membranas semipermeables que eligen lo que entra y lo que
sale. La membrana celular, en particular, acepta alimento y desecha residuos (p.176). (figura 3) (p.176):

Este ejemplo de Capra (1998, p. 177.178), determina que en el núcleo de la célula vegetal hay material
genético (ADN), portadoras de la información genética y ARN, producidas por el mismo ADN para la
transmisión de instrucciones a los centros de producción. En los centros de producción se producen las
proteínas de la célula (proteínas estructurales como enzimas). Por su parte, los sacos de almacenaje son
bolsas donde varios productos celulares son almacenados y enviados a sus destinos mientras que, los
centros de reciclaje son orgánulos que contienen enzimas para la digestión de los suministros
alimenticios, de componentes dañados y moléculas no utilizadas. Así pues, los elementos dañados son
reciclados y utilizados para construir nuevos componentes celulares. En otras palabras:
El ADN en el núcleo produce moléculas de ARN, que contienen instrucciones para la producción de
proteínas, incluyendo enzimas. Entre éstas hay un grupo de enzimas especiales capaces de reconocer,
retirar y reemplazar secciones dañadas de ADN. El ADN produce el ARN, quien transmite instrucciones a
los centros de producción de enzimas, que entran en el núcleo de la célula para reparar el ADN. Cada
componente en esta red parcial ayuda a producir o transformar otros componentes, luego la red es
claramente autopoiética. El ADN produce el ARN, éste especifica las enzimas y éstas reparan el ADN
(Capra, 1998, p. 178.179).
En definitiva, la teoría de la autopoiesis afirma que los sistemas vivos poseen una actividad interna de
ordenamiento, organización y reparación en el cual influye lo externo, desde los puntos de vista material
y energético porque para mantenerse vivos necesitan alimentarse de flujos continuos de materia y
energía procedentes de su entorno (Ortiz, 2017, p.9). O sea, “la autopoiesis es pues contemplada como
el patrón subyacente en el fenómeno de la autoorganización o autonomía, tan característico de todos los
sistemas vivos” (Capra, 1998, p.181), dicho de otro modo, la autopoiesis es la propiedad definitoria que
sólo comparten los sistemas vivos. Esta propiedad autopoiética que poseen los organismos constituidos
fisicoquímicamente les proporciona la capacidad de albergar una actividad interna o celular que
regenera sus propios componentes. Cualquier componente de la vida terrestre es capaz de regenerarse
nuevamente porque las células se remplazan continuamente discriminando entre el sí mismo y el no sí
mismo, esto es, que un organismo vegetal o animal es vivo en cuanto es capaz de transformar la materia
externa en un proceso interno de autogeneración. Así pues, lo vivo siempre y cuando sea autopoiético,
auto-creador de sí mismo siendo la organización autónoma e individual consecuencias necesarias para la
determinación de la vida.

2. VIDA ARTIFICIAL: ¿SISTEMAS AUTOPOIÉTICOS?

2.1 ALBORES DE LA VIDA ARTIFICIAL

Artificial Life es una nueva visión sobre la naturaleza de la vida en la plataforma digital en el que los
humanos intervienen en el proceso de construcción, y exterioriza que los resultados son diversos a las
formas de vida orgánica. Denominada por Stefan Helmreich (s.f.) “la segunda naturaleza del silicón”
(p.112) en cuanto la simulación puede albergar otro modo de vida que difiere de la vida biológica;
computadoras con códigos en unos y ceros que interactúan cada una con su propia dinámica y son
capaces de autorreproducirse mediante el acoplamiento de los algoritmos genéticos. Esto lo ratifica
Ospina (1996) cuando afirma que Artificial Life (ALife) hace referencia a autómatas digitales a base de
cualquier material con apariencias de estar vivas modeladas con algoritmos genéticos (AG), redes
neurales y sistemas híbridos donde la computadora tiene como elemento esencial, la información. Pero
esto solo se entrevió cuando Christopher Langton en una conferencia realizada en 1987 en el Instituto
Santa Fe, Nuevo México, EUA (Rudomín, 1999, p.12) acuña por primera vez el término Artificial Life para
la explicación de la vida no solamente desde lo que vemos en este planeta, sino desde lo abstracto,
matemático y lógico.

Conviene aclarar que Artificial Life era funcional; se dedicaban a la ejecución de actividades o trabajos
específicos, es decir, antes de los años del 1936, “todos los mecanismos de autómatas conocidos eran de
propósito particular, es decir, que todo mecanismo o autómata construido o ideado hasta esa fecha se
hizo para realizar una tarea determinada” (Martínez, s.f., p.25), no obstante, históricamente la vida
artificial nace en las investigaciones de Alan Turing (especialista en sistemas autómatas) y John Von
Neumann (precursor de la teoría de los sistemas funcionales) como una nueva forma de vida bajo el
sustrato digital. Para Isaac Rudomín (1999) la participación de Turing fue decisiva porque a los inicios de
la ciencia de la computación formuló la agenda de la Inteligencia Artificial, creó las primeras
computadoras e investigó sobre la morfogénesis para la comprensión de procesos químicos en términos
matemáticos (pp.10-11). De igual modo, John Von Neumann, pionero de las ciencias de la computación
porque creó las computadoras digitales inspiradas en la neurociencia computacional, trabajó en la
Inteligencia Artificial haciendo uso de autómatas celulares y sistemas con autoreproducción, esto es,
“espacio computacional creado con células en el cual se puede identificar el dinamismo de cada uno
según su interacción con las células vecinas” (p.11) e identificó antes del descubrimiento del ADN (ácido
desoxirribonucleico) su equivalente digital: un replicador universal (Rudomín, 1999, p.11). Sin embargo,
el surgimiento de este nuevo paradigma de investigación de las ciencias de la computación lo definió
formalmente John Holland, quien a mediados de los años sesenta determinó los algoritmos genéticos
con la función de “hallar de qué parámetros depende el problema, codificarlos en su cromosoma, y
aplicarles los métodos de la evolución: selección y reproducción sexual con intercambio de información y
mutaciones que generen diversidad” (Arranz y Parra, 2007, p.2) para la evolución de las máquinas.

Generalmente la vida artificial al poseer el ADN traducido en ceros y unos, componente esencial de toda
materia orgánica tiene la capacidad de optimizar sus computadoras imitando la selección natural y su
base molecular: “mutación y entrecruzamiento de material genético” (Rudomín,1999, pp.17-18). Véase
la (figura 4):

Esta figura presenta que “las soluciones codificadas en un cromosoma compiten para ver cual constituye
la mejor solución mientras que, el ambiente constituido por otras soluciones ejercen presión selectiva
sobre la población, de forma que solo los mejores adaptados (aquellos que resuelven mejor el problema)
sobrevivan y leguen su material genético a las siguientes generaciones” (Arranz y Parra, 2007, p.2); un
Pariente 1 y Pariente 2 al sumarse tienen como resultado un Hijo 1 e Hijo 2 con condiciones de
autorreplicarse. Es decir, los organismos digitales pueden evolucionar al igual que, en los procesos de
evolución natural donde sólo los sobrevivientes son las estructuras que se adaptan y se autorreplican.
Así pues, el acoplamiento de los algoritmos genéticos en la ALife distingue en lo no vivo/robots signos de
vida como la reproducción autónoma (Bedau y Cleland, 2016, p.453) por ser el resultado de
interacciones locales entre muchos componentes autónomos.

Explicando la anterior afirmación, Ospina (1996) considera que solo es suficiente que el modelo se
autorreplique para considerarlo vivo (p.73); virus computacionales tan vivos como los virus biológicos
(Bedau y Cleland, 2016, p.481) u organismos de software con vida cada cual gobernado por las mismas
leyes (p.497); autoorganizativo, autoperpetuante y autocatalítico al incrementar la complejidad en cada
interacción (Ospina, 1996, p.74); y la concepción de generar su propio entorno donde algoritmos
genéticos los convierte en mecanismos adaptativos (Bedau y Cleland, 2016, p.611).

Según Isaac Rudomín (1999), fue por el desarrollo de los algoritmos genéticos que se pudo hablar
oficialmente a mediados de los años noventa del proyecto Artificial Life, es decir, autómatas de acero
con un sustrato principal que al igual que el de los seres vivos son las moléculas orgánicas, el de ellos es
la información (Martínez, s.f., p.24). En consecuencia, otra perspectiva de la vida separada de lo
fisicoquímico fue posible, esto es desde lo lógico-formal; maquinas autómatas que presentan funciones
del sistema nervioso: “una red neuronal artificial; un sistema que sugería que los organismos vivos, en sí
mismos, tenían un sistema de computación innato, cuya salida determinaba su comportamiento. Así, un
computador universal puede semejar las funciones mentales de cualquier criatura viviente” (Martínez,
s.f., p.27). Argumento que el fundador de la vida artificial, Christopher Langton, patrocinó con su intento
de abstraer la forma lógica de la vida en diferentes formas materiales, definición que implica que las
propiedades de forma y de materia pueden dividirse útilmente, pero lo que cuenta es la forma
(Helmreich, s.f., p. 112), esto quiere decir que las posibilidades de la vida digital dentro de un universo
informativo lógico, no orgánico es posible. La vida artificial en sus albores repensó los conceptos
“naturaleza” y “vida” (p.115) terrestre traduciéndolos a términos informáticos.

2.2. ESTUDIOS DE LA VIDA ARTIFICIAL

Los investigadores Bedau y Cleland (2016) en la tercera parte de La vida artificial y la biología sintética
del libro La esencia de la vida: enfoques clásicos y contemporáneos de filosofía y ciencia se aproximan a
los avances del campo interdisciplinario de la vida artificial determinando un desconocido mundo que
pretende generalizar la vida de todas las formas de vida. Dicha pretensión es formular la necesidad del
reconocimiento de ALife como un innegable fenómeno de la humanidad que vislumbra el desarrollo
técnico, biológico teórico y científico de la misma. Este nuevo modelo de vida elaborado a base de
dispositivos mecánicos irrumpe en la actualidad para reflexionar sobre la vida natural; la vida tal como
podría ser se torna en uno de tantos descubrimientos significativos y de admiración por el hombre
gracias al incremento exponencial de la tecnología computacional, la realidad virtual y el predominio de
la ciencia.

Ejemplo de ello, el robot “humanoide” Sophia quien permite entender que la vida artificial es una
investigación emergente y auge en el campo de la informática, computación y biología; la fabricación de
otras formas de vida en la vida, una existencia artificial desde el mundo digital, la simulación y robótica.
Por eso, Sophia o, mejor dicho, Artificial Life ha generado toda clase de discusión y conmoción en el
público humano, particularmente por la idea de remplazo, dominación y un futuro al estilo de ciencia
ficción, en otras palabras, “máquinas robóticas que efectuarán las tareas asignadas mejor que los seres
humanos; la raza humana podría fácilmente acabar por adaptarse de dependencia en relación con las
máquinas que, al final, irremediablemente se vería obligada a aceptar todas las decisiones de éstas, los
cuales tomarán el control” (Márquez, 2008, p.143). Pese la anterior especulación, el creador de Sophia,
David Hanson, deja entrever la vida artificial como creaciones humanas suficientes para avalar la
pretensión de repensar técnica y racional el concepto de naturaleza y vida al igual que, el impacto
efectivo que se genera a partir de las maquinas en la investigación, desarrollo sostenible, educación,
ciencia y medicina (Hanson, 2018).

Este esfuerzo tecnológico, científico y biológico por fabricar la vida como podría ser se torna en una
empresa que quiere pensar la vida, en el más amplio sentido, lo cual puede acarrear prerrogativas para
la naturaleza humana. De ahí que, para Ospina (1996) es imprescindible acercarse a los estudios de estas
creaciones de organismos artificiales y robótica desde el estado del arte de diversas fuentes
bibliográficas (p.69).

Por una parte, en el mismo autor (1996) se encuentra el espectro de estudio de la vida artificial: “1) El
hardware: como robótica y nanotecnología; 2) El software: como programas evolutivos autorreplicantes;
3) El wetware: como organismos autorreplicantes evolucionarios; 4) El estudio del comportamiento
emergente de la vida creada; y 5) La filosofía de ALife (especular es crear teorías)” (p.72) . Otra cuestión
adicional que Ospina plantea específicamente se relaciona con la síntesis del software o procesos en
ALife desde la simulación e instalación. El primero versa en las estructuras de datos, el contenido diverso
y variable que define el estado del sistema o máquina y la determinación de las reglas que permiten la
interacción entre sí y el medio digital y, el segundo, introduce las formas y procesos naturales de la vida
en el medio artificial, más aún la teoría darwiniana sobre el proceso de la evolución por selección natural
en el medio computacional, teniendo en cuenta que la “evolución” es principio categórico para la vida y
multiplicidad de formas vivientes (1996, pp.72-73). Desgraciadamente, la síntesis del software en ALife
es contrarrestado por la vida biológica, en parte porque la vida artificial imita esencialmente la misma
actividad de la naturaleza orgánica, es decir, la vida artificial no tiene razón de ser por causa obvia de que
ya existe naturalmente la vida (ítem que se ampliará en el siguiente apartado).

Por otra, Bedau y Cleland (2016) en sus investigaciones sobre la vida artificial la subdividen en tres
categorías que reflejan síntesis y metodologías distintas: 1) la vida artificial suave; 2) la vida artificial
dura; y 3) la vida artificial húmeda. La primera, crea simulaciones computacionales con apariencias de
estar vivas, por lo general coincide con la nueva ciencia de la biología de sistemas, la cual estudia de
manera rigurosa las estructuras complejas de interacción de la naturaleza biológica con la ayuda de
modelos informáticos (p.445). Por ello, algunos investigadores consideran y creen que la vida artificial
suave es esencial para continuar con los estudios de la vida terrestres, ya que se han visto obligados a
estudiar ciertos esquemas teóricos con la ayuda de las simulaciones digitales, por ende, la vida artificial
suave generaliza y amplia la vida natural conocida en la Tierra (p.446). La segunda, hace uso de
materiales mecánicos como acero, plástico y silicona para la construcción de estructuras autómatas
aparentemente vivas, verbigracia el robot humanoide Sophia. Esta entre las tres investigaciones de
Artificial Life es la más popular y comúnmente conocida, puesto que acopla los procesos de la realidad
terrestre a medios lógicos-formales en las máquinas que exhibe en el mercado. Así pues, la vida artificial
dura es una rama de la robótica que concibe la hipótesis de que la mejor manera de crear robots con la
misma capacidad comportamental adaptativa y autónoma que poseen las formas de vida naturales,
consiste en hacer dispositivos que operen con base en los mismos principios abstractos de los sistemas
vivientes (p.446). Por último, la vida artificial húmeda con recursos fisicoquímicos y biológicos mimetiza
todo ser vivo en los laboratorios científicos, por eso se encuentra a menudo con la nueva ciencia
denominada biología sintética, la cual tiene por objeto epistemológico diseñar y construir partes,
dispositivos y sistemas biológicos nuevos con propósitos mercantiles. De ahí que, según Bedau y Cleland
(2016) mientras que la biología sintética busca la modificación de formas de vidas existentes, la vida
artificial húmeda es el tipo de biología sintética que pretende construir formas de vida enteramente
nuevas (pp.446-447).

Estas tres variables investigativas de la vida artificial proporcionan una explicación precisa, eficaz y
detallada de la vida natural desde el enfoque de los programas computacionales; por lo tanto, la vida
artificial suave, vida artificial dura y vida artificial húmeda son partidarias de la idea de que es posible la
explicación de la vida y la inteligencia humana a través del diseño adecuado y correcto de sistemas de
software o estructuras informativas del cómputo, artefactos que a orillarán la vieja y presente discusión
sobre lo vivo y lo no vivo. Todo esto porque casi todos los puntos de vistas sobre la vida presuponen que
la vida es natural (Carol y Cleland, 2016, p.456), no artificial.

Sin embargo, Artificial Life alega que no hay distinción alguna entre la vida como es (biología) y la vida tal
como podría ser (vida artificial) porque ambas definen los fenómenos asociados a la vida, la primera
desde la misma naturaleza u organismos y, la segunda, a través de artefactos informáticos. Como puede
deducirse de lo anterior, “la línea divisoria entre la Biología y las Ciencias de la Computación se ha ido
difuminando paulatinamente” (Fernández, s.f., p. 29) esto porque la mayoría de los métodos
informáticos de la vida artificial han nacido en la cuna de la biología, como “los algoritmos evolutivos, las
redes neuronales artificiales o la computación basada en membranas” (p.29) mientras, la ciencia
biológica tiene dependencia de sistemas computacionales para la recolección de información,
verbigracia la “Genómica, Proteómica y Bioinformátic” (p.29). Ello indica que tanto la biología y ciencia
computacional son necesarias para la comprensión de la vida y sus procesos, pero esto no le disgrega a la
ALife que sea exclusivamente simulación de la vida biológica.

2.3. VIDA ARTIFICIAL MIMETIZACIÓN DE LA VIDA BIOLOGICA

Isaac Rudomín (1999), doctor en ciencias de la computación, en su artículo Vida artificial determina que
la biología como disciplina epistemológica estudia la vida en la tierra fundada en cadenas de carbono
(p.13), más que Artificial Life es señalada y censurada por tratarse solo de simular con programas
informáticos los procesos de los organismos naturales y no de otras formas de vida autónomas (p.14), es
decir, la vida artificial solo es una mimetización de la vida biológica por medio de modelos parecidos a la
vida (auto-ensamble o, autoreproducción o, auto-replicación) y modelo social (comportamiento).

Para Salavert (1995) modelos parecidos a la vida hace referencia a la imitación de la selección natural
desde la computación o, en palabras de Helmreich (s.f.): “los científicos de Vida Artificial podrían
decirnos que el darwinismo puede ser digitalizado, que la vida puede existir en silicón” (p. 109). La vida
biológica desde la teoría darwiniana responde a la selección natural: organismos vivos reproducen copias
de sí mismas, proceso que les permitirá tener múltiples variaciones y capacidad adaptativa al medio
ambiente para sobrevivir y producir copias subsiguientes (Salavert, 1995, p.18). La vida artificial similar a
la biológica posee métodos evolutivos como los algoritmos genéticos, estrategias evolutivas y
programaciones genética para la mutación y selección: se crea manualmente un diseño con una solución
de poblaciones aleatorias, se obtienen soluciones nuevas del azar (mutaciones y recombinaciones), se
evalúa cada solución y se seleccionan las soluciones que serán madres de las siguientes generaciones
(p.19). Por ende, los organismos digitales pueden evolucionar al igual que, en los procesos de evolución
natural donde sólo los sobrevivientes son las estructuras que se adaptan y se autorreplican.

De allí que, citando a Helmreich (s.f.) si se entiende la idea de que la reproducción hace parte de las
características que define la vida la ALife refuerza su convicción de que es posible que los programas
computacionales no sólo puedan reproducir, sino reproducirse (p. 110). Un ejemplo concreto de ello, lo
manifiesta Fernández (s.f.), este es, la máquina de John Von Neumann, quien a mediado de los años
cuarenta y cincuenta del siglo pasado creó un artefacto que pudiera reproducirse (p.29). Según
Fernández (s.f.): “Von Neumann, usando un formalismo matemático (autómata celular), define un
sistema abstracto que, siguiendo una lista de instrucciones codificada en una cinta, era capaz de
reproducirse a sí misma y a la propia cinta” (p.29). Precisamente, el valor significativo de la máquina de
Neumann es su capacidad de imitar o mimetizar la característica de reproducción que se encuentra
naturalmente en la vida biológica: “la cinta de instrucciones hace las veces de una hebra de ADN, la
máquina sigue las instrucciones del ADN para replicar el ADN y sí mismo” (p.30).

Además de esta capacidad de digitalizar la selección natural del darwinismo y el ejemplo de la máquina
de John Von Neumann en cuanto a la auto-replicación, Bedau y Cleland (2016) añaden que muchos
partidarios de la vida artificial tienen la creencia que no es difícil imaginar virus computacionales del
futuro tan vivos como los virus naturales (p.481) o, como lo llama Fernández (s.f.) “criaturas virtuales
capaces de comportamientos locomotores” (p.31). Sin embargo, para Bedau y Cleland (2016) los
partidarios de la vida artificial no deben sentirse obligados a justificar de que un cierto ente de software
es un ente viviente (p.503), porque solo son programas computacionales o simulaciones informáticas de
procesos biológicos.
Por otra parte, modelo social indica una lista de comportamiento y aspectos que tienen los seres vivos
comunes que son imitables por las máquinas por medio de la programación del software. Según la
postura de Bedau y Cleland (2016) “es muy posible que pronto existan procesos computacionales que
muestren todos los comportamientos que aparecen en una lista de ese tipo los cuales por lo tanto
tendrán que considerarse como realmente vivos” (p.483). Un ejemplo de esta posición que considera
vivo un artefacto por mostrar comportamientos similares a los de los seres vivos, el test o juego de la
imitación de Alan Turing.

Se juega con 3 persona, un hombre (A), una mujer (B), y un interrogador (C) de cualquier sexo. El (C) se
haya en una habitación distinta a la del hombre y la mujer. El objeto principal del juego es que (C)
descubra cuál de los de los participantes es el hombre y cuál es la mujer. (C) los identifica con las letras X y
Y, y al final del juego (C) dirá si “X es A y Y es B”, o “X es B e Y es A”. A (C) se le permitirá hacer preguntas
como: X, ¿Sería tan amable de decirme el largo su cabello? Ahora, suponga que X es de hecho A, por lo que
A debe responder. El objetivo de A en el juego es tratar de que C haga una identificación falsa. Por lo que
su respuesta podría ser: “Mi pelo está cortado en capas, y los mechones más largos tienen unos 20
centímetros”. Las respuestas deben ser escritas o mejor aún, tecleadas. Las condiciones ideales
deberían incluir un teletipo que comunique ambas habitaciones. De manera opcional, las
preguntas y respuestas podrían ser repetidas por un intermediario. El objetivo de B en el juego
es ayudar al interrogador. Probablemente, la mejor estrategia para ella sea dar respuestas
verdaderas. Ella puede incluir en sus respuestas cosas tales como “Yo soy la mujer, ¡no lo
escuches!”, pero aquello no garantizaría nada ya que el hombre podría decir cosas similares.
“¿Qué pasaría si una máquina asume el rol de A en este juego?” ¿Discriminaría equivocadamente
el interrogador con la misma frecuencia con la que lo hace cuando el juego se juega con un
hombre y una mujer? Estas preguntas reemplazan la pregunta original “¿pueden las máquinas
pensar?” (1950, p.1).

Para Turing la mejor estrategia de esta máquina que remplazaría al hombre (A) sería de dar las
respuestas que un hombre daría de manera natural, es decir, imitar o mimetizar la conducta del hombre
(A) para no ser identificado como un ente digital. Por eso, para Gonzáles (2016) las máquinas
involucradas en el juego son computadoras digitales con capacidades suficientes para realizar la
imitación, a saber, que puedan imitar características de los seres vivos como la del hombre o de la mujer
(p. 166). Según Ospina (1996) es por esto que los estudios de los comportamientos de los organismos
vivos o sistemas ecológicos se están usando en otras formas de vida, no naturales (p.70), puesto que
ALife tiene como objetivo misional congregar organismos que se comporten como sistemas vivos.
Además, Martínez (s.f.) concibe que, si la vida natural es proceso mecánico, es decir, autómata, es
imitable por dispositivos mecánicos que muestren comportamientos realistas (p.23). Su diferencia
radicaría en el mismo conflicto de la creación de la vida.

En vista de que ALife implementa organismos computacionales basados y fundamentados en la vida


biológica que emulan copias de sí mismas, se adaptan a los medios digitales y emergen
comportamientos globales similares que los organismos vivos, estos modelos parecidos a la vida y
modelo social no son compatibles con la misma naturaleza porque según Bedau y Cleland (2016) muchas
propiedades y procesos biológicos involucra una relación real y efectiva entre un organismo y el mundo
externo o, contenido empírico o, algo fuera de él (p.488) y correspondencia entre el mundo y el
organismo, por tanto, una computadora puede ejecutar cualquier programa, pero no es suficiente para
que posea intencionalidad biológica (p.471). En consecuencia, para Bedau y Cleland (2016) no es
cuestionable que la vida artificial mimetice los procesos de la vida biológica, pero sí que se crean entes
vivientes siendo solo representaciones: “el problema de las simulaciones computacionales no es que son
representaciones simplificadas, sino que no dejan de ser representaciones; la reproducción es un
proceso computacional porque implica la transformación de las representaciones” (p.479). La habilidad
de reproducción, crecimiento, correspondencia con el medio ambiente, la digestión y el metabolismo
(características biológicas) desboronan los argumentos de la ALife (p.453). Otros autores, por el
contrario, consideran que esta imitación o mimetización de procesos biológicos de los robots mediante
el acoplamiento de algoritmos genéticos les otorga la categoría de nuevas formas de vidas, no obstante,
la discusión está presente si las computadoras son o pueden ser entes vivientes (Bedau y Cleland, 2016,
p.460) por mostrar propiedades de la vida, es más, si una de estas propiedades es la autopoiesis, la
característica biológica de convertir la materia/energía externa en un proceso intra de automantención y
autogeneración (Varela, 2000, p.28).

2.3. ¿VIDA ARTIFICIAL AUTOPOIÉTICA?

Como bien se explicó en el primer capítulo la autopoiesis plantea la definición de lo vivo siempre y
cuando los organismos celulares o multicelulares se regeneren a sí mismos; sistemas vivientes que
establecen su ordenamiento, organización y reparación como manifestación interna de sí en el cual
influye lo externo, pero sin que sea determinado por lo exterior. De ahí que se entienda la autopoiesis
como una interacción compleja celular supeditada a la autoregeneración y producción de sí mismo
continuamente en los seres vivos. Pero para que esta propiedad sea dada en los organismos Bedau y
Cleland (2016) señalan que el requisito fundamental es que se la vida sea química de alguna especie, lo
cual descarta toda forma de vida digital, informática o robots (Sophia) (pp.600-601), por lo tanto, no hay
ninguna probabilidad de pensar o reflexionar que la vida artificial sea autopoiética.

Ni la radio, ni el automóvil, ni la computador o robot poseen la propiedad de regenerarse desde su


interior o capacidad de albergar una actividad que regenere sus propios dispositivos (Varela, 2000, p.24)
a menos que sea introducido por un diseñador. Verbigracia, la muerte en los autómatas no ocurre
espontáneamente, sino que ha de ser introducida por el ingeniero o diseñador (Martínez, s.f., p.75). Si
una parte de un artefacto de silicón se descompone, el artefacto sería incapaz de construirse
nuevamente (Varela, 2000, p.26). Por consiguiente, según Maturana y Varela (1994) para que una
máquina artificial sea autopoiética le sería necesario que las relaciones de producción se regeneren
interminablemente por el mismo dispositivo (p.69), hecho que no se valora en ningún artefacto artificial.

Persisten Maturana y Varela (1994) diciendo que estas máquinas artificiales al ser hechos por hombres,
poseen una organización dada en términos de procesos, sin embargo, no son procesos de producción
porque son producidos por otros procesos que no participan de la misma naturaleza del artefacto (p.70).
Esta organización en la vida artificial moldeada por los hombres les confiere propiedades determinísticas
que las hacen funcionales o sujetas a actividades concretas, es decir, no gozan de autonomía ni
comportamientos intencionales al de los seres vivos. Por eso, Capra (1998) apoya a los biólogos chilenos
comprobando que desde hace siglos el patrón de organización de los seres vivos es un patrón de red, y
aunque la vida artificial tenga redes computacionales es innegable que la propiedad de una red viva es la
producción de sí misma (p.175).

Por más que los partidarios de la vida artificial quisieran aplicar esta definición molecular a los artefactos
de silicón, para Razeto-Barry y Ramos-Jiliberto (2013) no se tratarían sistemas autopoiéticos porque la
mantención operativa no es producida por ellos y su unidad física no son productos químicos (p.50).
Además, la vida artificial pese que tenga toda una estructura matemática no tiene ninguna relación con
el mundo externo, puesto que no se reproducen realmente, ni hacen fotosíntesis, ni comen (Bedau y
Cleland, 2016, p.487). El contenido fisicoquímico le implicaría procesos de acciones e interacciones con el
medio ambiente, pero ello solo sería en términos de representación.

En efecto, se acepta como vivo todo organismo químico (plantas, animales) caracterizados por sus
propiedades como la reproducción, evolución, metabolismo, ADN y capacidad definitoria autopoiética.
Por el contrario, no se acepta como vivo “nuevas formas de vida” sin estados fisicoquímicos, si no
poseen dichas propiedades, hechos por el hombre y si el producto de su acción no es su propia
automantención. Por ende, la vida artificial en cuanto disciplina computacional y biología teórica es una
herramienta útil para investigar y comprender la “naturaleza” y la “vida” y el progreso técnico de los
seres humanos, pero la sugerencia de ser un ente viviente y, peor aún, con la característica de la
autopoiesis es impensable y muy cuestionada en el campo de las ciencias. Por eso, el robot Sophia se ha
visto como un software de terapia, empatía y sociabilidad que ayuda a las personas (Hanson, 2018) a
partir de la simulación, matemática y lógica formal.

3. VIDA ARTIFICIAL Y FUNCIONALISMO: LO VIVO EN LA SIMULACIÓN.


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