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Chomsky ::

20-06-2016
El Reloj del Apocalipsis
Armas nucleares, cambio climático y perspectivas de
supervivencia
Noam Chomsky
TomDispatch.com
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Introducción de Tom Engelhardt

No llevaba ni tres meses en el cargo cuando viajó a Praga, capital de la República Checa, para
pronunciar unas palabras respecto al dilema nuclear del planeta. Fueron unas palabras que podían
haber procedido de un activista antinuclear o de alguien perteneciente al movimiento, entonces en
ciernes, contra el cambio climático, no del presidente de los Estados Unidos. A la vez que pedía el
uso de nuevas formas de energía, Barack Obama habló con rara elocuencia presidencial sobre los
peligros de un mundo en el que las armas nucleares se propagaban y de cómo ese hecho, si no se
controlaba, haría "inevitable" su utilización. Pidió "un mundo sin armas nucleares" y dijo sin rodeos:
"Cómo única potencia nuclear que ha utilizado un arma nuclear, EEUU tiene la responsabilidad
moral de actuar". Incluso se comprometió a adoptar "medidas concretas" para empezar a construir
un mundo sin esa clase de armas.

Siete años después, aquí está el récord del primer y posiblemente único presidente
estadounidense. El arsenal nuclear de EEUU -4.571 ojivas (muy por debajo de las casi 19.000
existentes en 1991, cuando se derrumbó la Unión Soviética)- sigue siendo lo suficientemente
grande como para destruir varios planetas del tamaño de la Tierra. Según la Federación de
Científicos de EEUU, las últimas cifras del Pentágono sobre tal arsenal indican que "el gobierno de
Obama ha reducido el arsenal estadounidense mucho menos que cualquier otro posterior a la
Guerra Fría, y que el número de ojivas nucleares desmanteladas en 2015 fue el más bajo desde que
el presidente Obama asumió el cargo". Es decir, poniendo estos datos en perspectiva, que Obama
ha hecho mucho menos que George W. Bush en lo referente a la reducción del arsenal
estadounidense existente.

Al mismo tiempo, nuestro abolicionista presidente está ahora liderando la llamada modernización
de ese mismo arsenal, un proyecto inmenso de tres décadas de duración cuyo coste estimado será
al menos de un billón de dólares, cifra por supuesto anterior al exceso habitual de gastos que se
producirá. Durante el proceso se producirán nuevos sistemas de armas, se crearán los primeros
misiles nucleares "inteligentes" (piensen en esto: armas de "precisión" con "resultados" mucho más
reducidos, lo que implica empezar a utilizar armas nucleares en el campo de batalla) y Dios sabe
qué más.

Ha logrado un éxito en el terreno antinuclear, su acuerdo con Irán para asegurar que este país no
produzca tal arma. Sin embargo, un dato tan desalentador en un presidente al parecer decidido a
situar a EEUU en la senda abolicionista nos dice algo sobre el dilema nuclear y el peso que el
Estado de seguridad nacional tiene en su pensamiento (y, presuntamente, en el de cualquier futuro
presidente).

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No es poco horror que en este planeta nuestro la humanidad continúe impulsando dos fuerzas
apocalípticas, cada una de las cuales -una en un relativo instante y la otra a lo largo de muchas
décadas- podría paralizar o destruir la vida humana tal y como la conocemos. Ese debería ser un
hecho aleccionador para todos nosotros. Es el tema sobre el que Noam Chomsky reflexiona en este
ensayo de su nuevo y destacado libro Who Rules the World?

***

En enero de 2015, el Boletín de Científicos Atómicos adelantó su famoso Doomsday Clock (Reloj del
Apocalipsis) a tres minutos para la medianoche, un nivel de amenaza que no se había alcanzado a
lo largo de treinta años. El comunicado del Boletín explicaba que tal avance hacia la catástrofe
invocaba las dos amenazas más importantes para la supervivencia: las armas nucleares y el
"cambio climático descontrolado". El llamamiento condenaba a los dirigentes mundiales por "no
actuar con la velocidad y escala requeridas para proteger a los ciudadanos de la potencial
catástrofe", poniendo en peligro a cada persona sobre la Tierra al fracasar en la que era su tarea
más importante: asegurar y preservar la salud y vitalidad de la civilización humana".

Desde entonces, hay muy buenas razones para pensar en mover las manillas del reloj incluso más
cerca del día del apocalipsis.

Cuando 2015 llegaba a su fin, los líderes mundiales se reunieron en París para lidiar con el grave
problema del "cambio climático incontrolado". Apenas pasa un día sin una nueva prueba de lo
grave que es la crisis. Por citar algo casi al azar, poco antes de la apertura de la conferencia de
París, el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA publicó un estudio que sorprendió, a la vez
que alarmó, a los científicos que han estado estudiando el hielo del Ártico. El estudio mostraba que
un inmenso glaciar de Groenlandia, el Zacharie Isstrom, "se había desprendido en 2012 de una
posición glacialmente estable y había entrado en una fase de repliegue acelerado", un hecho
inesperado e infausto. El glaciar "contiene agua suficiente como para elevar el nivel global del mar
en más de 46 centímetros si llegara a derretirse completamente. Y ahora está metido ya de lleno
en una dieta extrema, perdiendo 5.000 millones de toneladas de masa cada año. Todo ese hielo
está derrumbándose sobre la zona norte del Océano Atlántico".

No obstante, había pocas esperanzas de que los dirigentes mundiales en París "actuasen con la
velocidad y a la escala requeridas para proteger a los ciudadanos de una potencial catástrofe". E
incluso si por algún milagro hubieran actuado así, habría tenido un valor limitado por razones que
deberían ser profundamente preocupantes.

Cuando se aprobó el acuerdo de París, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius,
que albergó las negociaciones, anunció que era "legalmente vinculante". Ojalá que así fuera, pero
hay más de unos cuantos obstáculos que merecen una atención cuidadosa.

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En toda la amplia cobertura de los medios de comunicación de la conferencia de París, quizá las
frases más importantes fueran estas, enterradas cerca del final de un largo análisis ofrecido por el
New York Times: "Tradicionalmente, los negociadores han tratado de forjar un tratado legalmente
vinculante que necesitara de la ratificación de los gobiernos de los países participantes para tener
fuerza. No hay forma de conseguir eso en este caso por culpa de Estados Unidos. Un tratado estaría
muerto si llega al Capitolio sin la necesaria votación mayoritaria de dos tercios de un Senado bajo
control republicano. Por tanto, los planes facultativos están tomando el lugar de los objetivos
obligatorios de arriba a bajo". Y los planes facultativos son una garantía de fracaso.

"Por culpa de Estados Unidos". Más concretamente, por culpa del Partido Republicano, que se está
convirtiendo ya en un peligro real para la supervivencia humana decente.

Las conclusiones aparecen subrayadas en otro artículo del Times sobre el acuerdo de París. Al final
de una larga historia encomiando el logro, el artículo señala que el sistema creado en la
conferencia "depende en muy gran medida de los puntos de vista de los futuros dirigentes
mundiales que desarrollen esas políticas. En EEUU, todos los candidatos republicanos que se
presentaban a presidente en 2016 han cuestionado o negado el carácter científico del cambio
climático y han expresado su oposición a las políticas sobre el cambio climático de Obama. En el
Senado, Mitch McConnell, el líder republicano que ha estado al frente de la campaña contra la
agenda del cambio climático de Obama, dijo: ‘Antes de que sus socios internacionales descorchen
el champán, deberían recordar que este es un acuerdo inalcanzable basado en un plan energético
interno que probablemente es ilegal, que la mitad de los Estados están tratando de parar y que el
Congreso ha votado ya en su contra.’"

Ambos partidos han estado girando hacia la derecha durante el período neoliberal de la última
generación. La principal corriente demócrata se parece mucho ahora a los que solíamos tildar de
"republicanos moderados". Mientras tanto, el Partido Republicano se ha desplazado en gran medida
fuera del espectro, convirtiéndose en lo que el respetado analista político conservador Thomas
Mann y Normal Ornstein llaman "una insurgencia radical" que prácticamente ha abandonado la
política parlamentaria normal. Con la deriva hacia la extrema derecha, el compromiso del Partido
Republicano con la riqueza y los privilegios se ha hecho tan extremado que sus políticas reales
podrían no atraer votantes, por tanto, han tenido que buscar una nueva base popular movilizada en
otros campos: los cristianos evangélicos que esperan la Segunda Venida, los patriotas fanáticos que
temen que "ellos" están quitándonos nuestro país, los racistas recalcitrantes, la gente con quejas
reales que confunde gravemente las causas de las mismas y otros como ellos que son presas
fáciles de los demagogos y que pueden convertirse fácilmente en una insurgencia radical.

En los últimos años, el establishment republicano ha conseguido suprimir las voces de la base que
se había movilizado. Pero eso se acabó. A finales de 2015, el establishment estaba manifestando
considerable desaliento y desesperación por su incapacidad para lograrlo, ya que la base
republicana y sus opciones estaban fuera de todo control.

Los contendientes republicanos electos para la próxima elección presidencial manifestaron un claro
desprecio por las deliberaciones de París, negándose incluso a asistir a los actos. Los tres
candidatos que lideraban las encuestas en aquel momento -Donald Trump, Ted Cruz y Ben Carson-

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adoptaron la posición de la base mayoritariamente evangélica: los seres humanos no tienen
impacto en el calentamento global, si es que tal cosa está verdaderamente produciéndose.

Los otros candidatos se niegan a que el gobierno actúe en esa esfera. Inmediatamente después de
que Obama hablara en París prometiendo que EEUU estaría a la vanguardia de la búsqueda de la
actuación global, el Congreso, bajo dominio republicano, votó a favor de tumbar sus recientes
normas en la Agencia de Protección Medioambiental para reducir las emisiones de carbono. Como
informó la prensa, este fue "un mensaje provocador ante más de 100 líderes mundiales, en el
sentido de que el presidente estadounidense no cuenta con el apoyo total de su gobierno en la
política sobre el clima", por decirlo de forma eufemista. Mientras tanto, Lamar Smith, presidente
republicano del Comité para la Ciencia, el Espacio y la Tecnología del Congreso, siguió adelante con
su yihad contra los científicos del gobierno que se atreven a informar sobre los hechos.

El mensaje está claro. Los ciudadanos estadounidenses se enfrentan a una responsabilidad enorme
en casa.

Una historia parecida informaba en el New York Times de que "las dos terceras partes de los
estadounidenses apoyan que EEUU se incorpore a un acuerdo internacional vinculante para frenar
el crecimiento de las emisiones de gases invernadero". Y, por un margen de cinco a tres, los
estadounidenses consideran que el clima es más importante que la economía. Pero no importa.
Pasan por encima de la opinión pública. Ese hecho, una vez más, está enviando un mensaje fuerte
a los estadounidenses. Es responsabilidad suya sanar un sistema político disfuncional en el que la
opinión pública es un factor marginal. La disparidad entre opinión pública y política, en este caso,
tiene implicaciones muy importantes para el destino del planeta.

Desde luego que no deberíamos hacernos ilusiones sobre una "edad dorada" del pasado. Sin
embargo, los hechos que acabamos de revisar constituyen cambios significativos. El debilitamiento
de la democracia funcional es una de las contribuciones del ataque neoliberal contra la población
mundial en la última generación. Y esto no está sucediendo sólo en EEUU; el impacto puede ser
mucho peor en Europa.

El cisne negro que nunca podemos ver

Pasemos a otra de las preocupaciones (tradicionales) de los científicos atómicos que ajustan el reloj
del día del juicio final: las armas nucleares. La amenaza actual de guerra nuclear justifica
ampliamente su decisión de enero de 2015 de adelantar el reloj dos minutos para la medianoche.
Lo acaecido desde entonces revela más claramente aún la creciente amenaza, un asunto que, en
mi opinión, suscita una preocupación insuficiente.

La última vez que el reloj del juicio final se avanzó tres minutos para la medianoche fue en 1983, en
la época de los ejercicios Able Archer de la administración Reagan; estos ejercicios simularon

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ataques contra la Unión Soviética para poner a prueba sus sistemas de defensa. Los archivos rusos
publicados recientemente revelan que los rusos estaban profundamente preocupados por las
operaciones y se preparaban para responder, lo que habría sencillamente significado: FIN.

Hemos sabido más cosas acerca de esos ejercicios precipitados e imprudentes y de cómo el mundo
se abocaba al desastre por el analista militar y de inteligencia de EEUU Melvin Goodman, que fue
jefe de división de la CIA y alto analista de la Oficina de Asuntos Soviéticos en aquella época.
"Además de los ejercicios y movilizaciones del Able Archer que alarmaron al Kremlin", escribe
Goodman, "la administración Reagan autorizó ejercicios militares inusualmente agresivos cerca de
la frontera soviética que, en algunos casos, violaron la soberanía territorial soviética. Las
arriesgadas medidas del Pentágono incluyeron el envío de bombarderos estratégicos
estadounidenses sobre el Polo Norte para poner a prueba el radar soviético y ejercicios navales
bélicos próximos a la URSS por zonas donde los buques de guerra estadounidenses no habían
entrado anteriormente. Además, una serie de operaciones secretas simularon ataques navales
sorpresa sobre objetivos soviéticos".

Ahora sabemos que el mundo se salvó de una probable destrucción nuclear en aquellos aterradores
días gracias a la decisión de un oficial ruso, Stanislav Petrov, que no trasmitió a sus autoridades
superiores el informe de los sistemas de detección automática de que la URSS estaba bajo un
ataque de misiles. Por consiguiente, Petrov ocupó un lugar junto al comandante de submarinos
rusos Vasili Arkhipov, quien, en un momento peligroso de la crisis de los misiles cubana de 1962, se
negó a autorizar el lanzamiento de torpedos nucleares cuando los submarinos estaban bajo ataque
de los destructores estadounidenses imponiendo una cuarentena.

Otros ejemplos recientemente revelados enriquecen un récord realmente aterrador. El experto en


seguridad nuclear Bruce Blair informa que "cuando el presidente de EEUU estuvo más cerca de
lanzar una decisión estratégica inadecuada fue en 1979, cuando una grabación de entrenamiento
de alerta temprana NORAD describiendo un ataque estratégico soviético a escala total se cursó
inadvertidamente a través de la red de alerta temprana real. Al asesor nacional de seguridad
Zbigniew Brzezinski le llamaron dos veces en medio de la noche y le dijeron que EEUU estaba bajo
ataque, que sólo tenía que descolgar el teléfono y persuadir al presidente Carter de que era
necesario que autorizara de inmediato una respuesta a escala total, cuando se produjo una tercera
llamada para decirle que se había tratado de una falsa alarma".

Este ejemplo recién revelado trae a mi mente un incidente crítico de 1995, cuando la trayectoria de
un cohete noruego-estadounidense con equipamiento científico parecía la trayectoria de un misil
nuclear. Esto suscitó las preocupaciones rusas, que rápidamente se hicieron llegar al presidente
Boris Yeltsin, encargado de decidir si había que lanzar un ataque nuclear.

Blair añade otros ejemplos de su propia experiencia. Hubo un caso, en la época de la guerra en
Oriente Medio de 1967, "en que se envió una orden de ataque real a la tripulación de un
portaaviones nuclear en vez una orden de ejercicios/entrenamiento nuclear". Pocos años después,
a principos de la década de 1970, el Mando Aéreo Estratégico en Omaha "retransmitió una orden
de ejercicio de lanzamiento como si fuera una orden de lanzamiento real en un mundo real". En
ambos casos habían fallado los controles de los códigos y la intervención humana impidió el

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lanzamiento. "¿Se dan cuenta?", añade Blair. "No era nada raro que se produjeran ese tipo de
chapuzas".

Blair hizo estos comentarios en reacción a un informe del aviador Johan Bordne que sólo hace muy
poco ha publicado la Fuerza Aérea de EEUU. Bordne estaba sirviendo en la base militar
estadounidense en Okinawa en octubre de 1962, en la época de la crisis de los misiles cubanos y
también en un momento de graves tensiones en Asia. Se había elevado el sistema de alerta nuclear
estadounidense a DEFCON 2, un nivel por debajo de DEFCON 1, cuando los misiles nucleares
pueden ser inmediatamente lanzados. En el pico de la crisis, el 28 de octubre, una tripulación de
misiles recibió autorización, por error, para lanzar sus misiles nucleares. Decidieron que no,
evitando una probable guerra nuclear y uniéndose a Petrov y Arkhipov en el panteón de los
hombres que decidieron desobedecer el protocolo, salvando así al mundo.

Como Blair observó, ese tipo de incidentes no eran infrecuentes. Un estudio reciente de un experto
detallaba docenas de falsas alarmas durante todos los años del período revisado de 1977 a 1983; el
estudio concluía que el número de las mismas fluctuó entre 43 y 255 por año. El autor del estudio,
Seth Baum, resume con estas adecuadas palabras: "La guerra nuclear es el cisne negro que nunca
podemos ver, excepto en el breve momento en que nos está matando. Aplazamos la eliminación
del peligro por nuestra propia cuenta y riesgo. Es hora ya de abordar la amenaza, porque ahora
estamos todavía vivos".

Estos informes, al igual que los que contiene el libro de Eric Scholosser "Command and Control", se
ajustan en gran medida a los sistemas de EEUU. Los rusos son sin duda mucho más propensos a los
errores. Por no mencinar el peligro extremo que plantean los sistemas de otros, especialmente
Pakistán.

"Una guerra ya no es algo impensable"

En ocasiones la amenaza no ha sido consecuencia de un accidente, sino del aventurerismo, como


en el caso del Able Archer. El caso más extremo fue la crisis de los misiles cubanos en 1962,
cuando la amenaza de desastre fue demasiado real. La forma de abordar dicha crisis fue
impactante; al igual que el modo habitual de interpretarla.

Con este sombrío antecedente en mente, es útil mirar los debates y planes estratégicos. Un caso
escalofriante fue el estudio "Essentials of Post-Cold War Deterrence" del STRATCOM de 1995, en la
era Clinton. El estudio pretende conservar el derecho al primer ataque, incluso contra Estados no
nucleares. Explica que las armas nucleares se utilizan constantemente en el sentido de que
"proyectan una sombra sobre cualquier crisis o conflicto". Insta también a disponer de un
"personaje nacional" irracional y ansioso de venganza para intimidar al mundo.

La doctrina actual se explora en el artículo principal de la revista International Security, una de las

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más acreditadas en el campo de las doctrinas estratégicas. Los autores explican que EEUU está
comprometido con la "primacía estratégica", es decir, aislamiento de un ataque de represalia. Esta
es la lógica de la "nueva triada" de Obama (reforzar la potencia de submarinos, misiles terrestres y
bombarderos), junto con la defensa con antimisiles para contrarrestar un ataque de represalia. La
preocupación que plantean los autores es que la exigencia estadounidense de primacía estratégica
podría inducir a China a abandonar su política "de no ser el primero en utilizar armas nucleares" y
ampliar su disuasión limitada. Los autores piensan que no lo hará, pero la perspectiva sigue siendo
incierta. La doctrina acentúa claramente los peligros en una región tensa y conflictiva.

Lo mismo sucede con la expansión de la OTAN hacia el este violando las promesas verbales hechas
a Mijail Gorbachev cuando la URSS estaba derrumbándose y accedió a permitir que una Alemania
unificada formara parte de la OTAN, una concesión muy notable si uno piensa en la historia del
siglo. La expansión hacia la Alemania del Este se produjo de inmediato. En los años siguientes, la
OTAN se expandió por las fronteras rusas; ahora hay sustanciales amenazas incluso para incorporar
a Ucrania, en el corazón geoestratégico de Rusia. Uno puede imaginar cómo reaccionaría EEUU si el
Pacto de Varsovia estuviera aún con vida, hubiera incorporado a él a América Latina y ahora México
y Canadá estuvieran solicitando su entrada.

Aparte de eso, Rusia entiende, al igual que China (y los estrategas estadounidenses, si vamos al
caso), que los sistemas de defensa de misiles de EEUU cerca de las fronteras rusas son, en efecto,
un arma de primer ataque con el objetivo de establecer una primacía estratégica: inmunidad ante
la represalia. Quizá su misión sea totalmente inviable, como algunos especialistas apuntan. Pero los
objetivos no van a confiar nunca en eso. Y las reacciones militantes de Rusia son muy naturalmente
interpretadas por la OTAN como una amenaza para Occidente.

Un destacado experto británico en Ucrania plantea lo que denomina "paradoja geográfica fatídica":
que la OTAN "existe para manejar los riesgos creados por su propia existencia".

Las amenazas son muy reales ahora. Por fortuna, el derribo de un avión ruso por un F-16 turco en
noviembre de 2015 no produjo un incidente internacional, pero podía haberlo hecho, especialmente
teniendo en cuenta las circunstancias. El avión iba a una misión de bombardeo en Siria. Pasó
durante tan sólo 17 segundos a través de una franja de territorio turco que sobresale hacia Siria, y
era evidente que se dirigía a este país cuando se estrelló. Derribarlo parece haber sido un acto
innecesariamente imprudente y provocador, un acto con consecuencias.

La reacción de Rusia fue anunciar que sus bombarderos irían a partir de ahora acompañados por
aviones de combate y que iba a desplegar en Siria un sofisticado sistema de misiles antiaéreos.
Rusia ordenó también a su portaaviones Moskva, dotado de un sistema de defensa aérea de largo
alcance, que se acercara más a la costa, para que estuviera "preparado para destruir cualquier
objetivo aéreo que supusiera una amenaza potencial para nuestros aviones", anunción el ministro
de Defensa Sergei Shoigu. Todo esto prepara el escenario para confrontaciones que podrían ser
letales.

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Las tensiones son asimismo constantes en las fronteras entre Rusia y la OTAN, incluyendo
maniobras militares de ambas partes. Poco después de que el reloj del juicio final se moviera
amenazadoramente más cerca de la medianoche, la prensa nacional informaba que los "vehículos
militares de combate de EEUU desfilaban el miércoles por una ciudad de Estonia que se adentra en
Rusia, un acto simbólico que ponía de relieve las apuestas por ambas partes en medio de las
peores tensiones entre Occidente y Rusia desde la Guerra Fría". Poco antes, un avión de combate
ruso estuvo a unos segundos de chocar con un avión civil danés. Ambas partes están llevando a
cabo rápidas movilizaciones y redespliegues de fuerzas en la frontera entre Rusia y las fuerzas de
la OTAN, y "ambas creen que una guerra no es ya algo impensable".

Perspectivas de supervivencia

Si eso es así, ambas partes están más allá de la locura, porque una guerra bien podría destruirlo
todo. Durante décadas se ha reconocido que un primer ataque por parte de una potencia
importante podría destruir al atacante, incluso aunque no hubiera represalias, sencillamente por los
efectos del invierno nuclear.

Pero así es el mundo actual. Y no sólo el de hoy en día, eso es lo que estamos viviendo desde hace
setenta años. El razonamiento es de punta a cabo sorprendente. Como hemos visto, la seguridad
de la población no es básicamente una preocupación importante para los políticos. Eso ha sido así
desde los primeros días de la era nuclear, cuando en los centros de formación política no se hacía
esfuerzo alguno -al parecer, ni siquiera se expresaba el pensamiento- para eliminar una potencial
amenaza grave para EEUU, como podría haber sido posible. Y así continúan las cosas hasta ahora,
en formas sólo brevemente paladeadas.

Ese es el mundo en el que hemos estado viviendo y en el que vivimos en estos momentos. Las
armas nucleares representan un constante peligro de destrucción inmediata pero, al menos en
principio, sabemos cómo aliviar la amenaza, incluso cómo eliminarla, una obligación emprendida (y
despreciada) por las potencias nucleares que han firmado el Tratado de No Proliferación. La
amenaza de calentamiento global no es instantánea, a pesar de su gravedad a largo plazo que
podría incrementarse repentinamente. Que tengamos capacidad para lidiar con ello no está del
todo claro, pero no puede haber duda de que cuanto más nos demoremos, más terrible será el
desastre.

Las perspectivas para la supervivencia decente a largo plazo no son muy grandes a menos que se
produzca un cambio significativo de rumbo. Una gran parte de la responsabilidad está en nuestras
manos, las oportunidades también.

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Noam Chomsky es profesor emérito en el Departamento de Lingüística y Filosofía del Instituto
Tecnológico de Massachusetts (MIT). Es colaborador habitual de TomDispatch; entre sus libros más
recientes están "Hegemony or Survival" y "Failed States". El presente ensayo procede de su nuevo
libro "Who Rules the World?" Su página web es www.chomsky.info.

Fuente: www.tomdispatch.com/blog/176152/tomgram%3A_noam_chomsky,_tick..._tick..._tick.../

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al


autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.

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