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Validez y eficacia

La legalidad (el Derecho positivo) se muestra y se contiene de modo muy esencial en el


que suele calificarse como Derecho válido. La validez es categoría central, definitoria para
el reconocimiento de un sistema normativo jurídico. El valor de la validez es algo más bien
“interno”, fáctico, empírico: los posibles juicios éticos sobre ella serían, a estos efectos,
algo más “externos”. La validez jurídica deriva de las claves fundamentales de
identificación del propio ordenamiento, si bien en última instancia con dependencia de su
respaldo en el poder social y político.

La obligación jurídica y su fuerza vinculante no se reducen ni se identifican sin más con la


derivada de la obligación moral. Y, añade, a su vez, un factor de cualidad dentro del
sistema en la relación con el denominado Derecho vigente.

El Derecho vigente es el Derecho existente, tácticamente promulgado y no derogado. Es


válido, si la promulgación ha sido hecha por quien corresponde, según las reglas del
sistema, sino está en contradicción con las normas jerárquicamente superiores del mismo
(“Pirámide” de Kelsen o la “hartiana regla de reconocimiento).

El Derecho nace del hecho. Y del Derecho como hecho han hablado en los siglos XX y XXI
Olivercrona y las teorías empiristas del Derecho.

También, hay que destacar que junto a la validez e influyendo fuertemente en ella, está la
dimensión de la eficacia y la efectividad que pueda tener un determinado Derecho que es
calificado de Derecho vivido en una concreta sociedad. El conocimiento riguroso y
científico de ello y del nivel de legitimación o deslegitimación que puedan alcanzar unas u
tras normas jurídicas, proporciona una información importante para todos los
profesionales del Derecho, teniendo en cuenta de modo prioritario al legislador. La falta de
eficacia es siempre, en todo momento, falta de validez y, en algunos casos, de grave
pérdida de efectividad y eficacia general, social y política. Éste último caso puede
repercutir de manera negativa y negadora sobre la propia validez de todo ordenamiento.

Esa eficacia y efectividad jurídico-política (y social), base de la validez, se diferencia de la


eficiencia (u operatividad) que se reserva para comprobar en qué medida se han alcanzado
en la práctica, también con efectividad, los propósitos y objetivos alegados por la norma
para su promulgación o, si por el contrario, se han producido consecuencias o resultados
más o menos diferentes o, incluso, contrarios a aquéllos. En definitiva, eficacia y eficiencia
son dimensiones de la efectividad. De este conjunto de investigaciones empíricas se
ocupa la Sociología del Derecho, mientras que los problemas de validez son resueltos de
manera interna por la Ciencia del Derecho y, con un diferente enfoque ético y un
planteamiento de revisión final, la Filosofía del Derecho.

La Filosofía del Derecho tiene un preferente campo de atención a todo lo que hace
referencia a los problemas de la denominada justificación La categoría de la justificación
ética del Derecho es algo diferente que no se puede confundir con las categorías de la
validez, Derecho válido y de la eficacia, Derecho vivido. Pero hay influencias mutuas: y, en
definitiva, el Derecho más justo, dotado de mayor legitimidad será el que acabará
mostrando una más sólida, racional y convincente fundamentación de su validez.
Norberto Bobbio destaca que, ante toda norma jurídica, se puede plantear un triple orden
de problemas. Se trata de 3 problemas diferentes relativos a la justicia, a la validez y a la
eficacia de una norma jurídica.

De acuerdo con tal razonamiento:

a) una norma puede ser válida sin ser eficaz: caso de normas por lo general no aplicadas o
no cumplidas, normas caídas en desuso, etc.; a veces no se derogan para poder utilizarlas
en cualquier momento; en otras ocasiones lo que opera es el olvido;

b) una norma puede ser válida sin ser justa: es decir, sigue siendo válida aunque sea
considerada injusta por un mayor o menor número de de destinatarios y ciudadanos;

c) una norma puede ser eficaz sin ser válida: es el caso típico de costumbres más o menos
vivas o de “autonormaciones sociales” que, por una u otras razones, no han sido
reconocidas ni integradas en el ordenamiento jurídico;

d) una norma puede ser eficaz sin ser justa: el que una norma se aplique, se acepte y se
cumpla, no es prueba sin más de su justicia; aunque tenga el respaldo social y, más en
concreto, la libre opinión y decisión de las mayorías, sobre todo, de las más cualificadas.
Las mayorías pueden equivocarse; también pueden hacerlo e, incluso más, las minorías;

e) una norma puede ser justa sin ser válida: los valores valen y se justifican por sí mismos,
por sus razones o porque alguien los valore así, con independencia de que el Derecho
positivo los acoja o no en sus normas; resulta, por ello, importante indagar, en una y otra
dimensión, sobre las bases implícitas y necesarias para la construcción y reconstrucción
de éticas procedimentales, comunicativas y dialógicas;

f) una norma puede ser justa sin ser eficaz: lo que se considera justo, por uno o por
muchos, puede seguir siéndolo aunque no haya logrado aceptarse mayoritariamente o no
haya logrado implantarse con eficacia y amplitud en una determinada sociedad.

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