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“ DIA DEL VETERANO DE MALVINAS”

CURSO: 2 AÑO
MATERIA : CONTRUCCION CIUDADANA
TEMA : 2 DE ABRIL “ DIA DEL VETERANO DE MALVINAS”
PROFESORA: REYES MARILINA (SUPLENTE)

 DESARROLLO DE CLASE.

*VEMOS UN VIDEO CONMEMORATIVO AL 2 DE ABRIL

https://www.cultura.gob.ar/2-de-abril-dia-del-veterano-y-de-los-caidos-en-la-guerra-de-
malvinas-10360/

*LECTURA DE ARTÍCULO PERIODISTICO: (CARTA DE UN VETERANO DE MALVINAS)

*LECTURA DE CARTAS DE ALUMNOS A LOS VETERANOS DE MALVINAS

* ACTIVIDAD PROPUESTA POR EL DOCENTE PARA (REDACCION DE CARTAS)

 Clarín.com
 Sociedad
Actualizado al 02/04/2020 15:19

"A vos que te gustan las historias de vida..." Así comienza la carta que
un soldado de Malvinas envió esta semana a la Redacción de Clarín.

Y termina con dos preguntas: "En este momento (de cuarentena) que
estamos viviendo, ¿cómo elegís pasarlo? ¿Te animás a contarlo?"

Firma: Soldado Cabello, clase 62 Comando de la X Brigada, La Plata


1.

 Una rápida búsqueda en Google no devuelve apariciones públicas de


este soldado. Durante estos 38 años no hizo declaraciones a los
medios, ni una entrevista en la tele. Nada. El soldado Cabello es para
todos un perfecto desconocido.

"Es que yo nunca pude hablar de lo que me pasó en Malvinas, una vez
mi hija me pidió que vaya a su escuela para dar una charla y me
quebré delante de todos los chicos... yo no sirvo para eso", cuenta ante
un llamado de Clarín. Pero cree que ahora sí tiene algo para decir que
le puede servir a todos los argentinos que están encerrados en sus
casas. Como él.

Cabello, al recibir la baja en el servicio militar, en noviembre de 1981. Meses después,


un patrullero lo fue a buscar a su casa de Villa Elisa, cerca de La Plata, para ir a la
guerra.

"Te voy a contar algo que me


pasó cuando estuve como
prisionero de guerra en la
bodega de un buque Inglés, el
Saint Edmund", escribió en su
carta. Y sigue: "Después que
terminó la guerra de
Malvinas quedamos 150
soldados para hacer las
tareas de remoción de las
minas y ayudar al entierro de
los compañeros. Con el
correr de los días comenzó a
nevar y la hostilidad del
clima no permitió continuar con esas tareas. Entonces nos subieron a
un buque en calidad de prisioneros, ya que Argentina no firmaba el
cese de hostilidades. Nos dejaron en la bodega".

"Ya hacía más de 30 días que estábamos ahí, con los pisos de hierro,
dos canaletas a los costados para orinar, defecar y vomitar cuando se
movía mucho.... El techo medía apenas 1,80 metros. El buque
navegaba por el Atlántico Sur, nunca supimos bien. Solo teníamos lo
puesto y una manta para doblarla y usarla como colchón".

El soldado Cabello fue uno de los prisioneros de guerra que llegó a Puerto Madryn, un
mes después de terminar la guerra.

"Un día el guardia


escocés que nos
cuidaba me cuenta
en inglés que nos
iban a llevar a una
isla entre Brasil y
África (base militar
americana) llamada
Isla Ascensión,
volcánica y de clima tropical, por tiempo indeterminado. Enseguida,
ante la desesperación, les traduje con mucho miedo a todos los
compañeros lo que iba a pasar (...) Esta noticia pegó de diferente
manera. Generó tristeza e incertidumbre al grupo. Se hizo un gran
silencio. Un cordobés rompió ese silencio de angustia con su chispa y
gracia. No lo dudó: se cortó el pantalón y lo convirtió en bermudas
para tomar mucho sol, y se sacó las mangas de la remera. Por
supuesto nos hizo reír a todos!!!! Pero nos marcó una línea de
pensamiento, teníamos que afrontar lo que se venía".

"Inmediatamente, propuse a todos los que estábamos ahí sacarnos


una media para construir una pelota….La pelota de trapo. Comenzó
así una hora de fútbol todos los días. No parábamos de reírnos, de
darnos patadas, de hacernos chistes con las tonadas de cada uno.
Este espacio comenzó a generar en cada uno de nosotros y al grupo
una alegría y una unidad que no sabíamos de dónde venía. Los
guardias bajaban a la bodega y nos miraban con asombro (...) Pero
esa hora de fútbol era sagrada, esa hora nos permitía salir de esa
realidad".

En la bodega del buque Saint Edmund. Allí se armaban los partidos con la "pelota de
medias" que fabricó el soldado Cabello.

"Esta anécdota me sirvió para toda la vida y recién ahora me animé a


escribirla porque me hizo reflexionar y darme cuenta de que en
ciertos momentos las cosas no dependen de nosotros...Que ante un
panorama incierto, tenemos que ser positivos. Siempre me pregunté si
en ese lugar que permanecimos como grupo de soldados argentinos,
en esas bodegas detestables del barco, jugar con esa pelota de
medias fue inconsciencia, fue irresponsabilidad o fue sabiduría. Lo
que sí me quedó claro es que cada uno elige cómo pasarlo. En este
momento que estamos viviendo, ¿cómo elegís pasarlo? ¿Te animás a
contarlo?"

Adrián se animó recién ahora a contar sus días de encierro en aquel


buque enemigo. Y entre los pliegues de su memoria prefiere rescatar
los momentos buenos. Hoy pasa los días de aislamiento obligatorio
por el coronavirus en su casa de City Bell, junto a su mujer y a uno de
sus hijos. Tiene dos gimnasios grandes pero están cerrados, como
todos. Son tiempos de espera. Del otro lado de la línea se lo escucha
en modo slow motion, y así, en cámara lenta, se dispone a abrir el
archivo de su larga historia.

Cuenta que a sus dulces 16 viajó a los Estados Unidos para hacer un
intercambio cultural, y que luego se ganó una beca para entrar a una
universidad de Minnesota a estudiar Ingeniería. Pero pronto lo
convocaron para hacer el servicio militar y tuvo que volver a la
Argentina. "Sacaste el número 663, adentro, me anunció mi papá
por teléfono. Y no eran tiempos para desobedecer. Recién me
dieron la baja a fines de 1981 y luego me fui a Villa Gesell a trabajar
de guardavidas", recuerda.

El 1° de abril del 82 llegó un patrullero a su casa de Villa Elisa (cerca


de La Plata), donde vivía con sus padres y sus 5 hermanos. Bajó un
policía y entregó una carta para el ex soldado Cabello. Debía
presentarse ese mismo día en el regimiento donde había prestado
servicio. Su hermano alcanzó a gritarle que se llevara una campera,
pero no, para qué, seguro vuelvo enseguida, le contestó Adrián
mientras se subía al patrullero. Volvió tres meses después.
"Del regimiento nos llevaron inmediatamente al Palomar, nos
subieron a un avión y nos bajaron en Río Gallegos. Ya era de noche.
Recuerdo el viento.... cuánto viento había ahí. A la mañana siguiente
volamos en un Hércules hacia Malvinas. ¿Qué instrucción había
recibido yo en la colimba? Los 10 tiros reglamentarios de Fal. Nada
más", comenta sin dramatismo. En Puerto Argentino hizo de
traductor. Lo necesitaban para saber qué decían los ingleses por
radio.

El día de la liberación
de los prisioneros
argentinos, en Puerto
Madryn.

Cuando la guerra
terminó no pudo
volver a su casa.
El y 150 soldados
más se quedaron a remover las minas y a enterrar a los muertos. En
eso estuvo hasta que llegó la nieve, cubrió los campos y un oficial
inglés se voló una pierna buscando minas perdidas junto a los
prisioneros argentinos. Entonces levantaron campamento, y todos al
buque Saint Edmund. Los oficiales arriba, los soldados a la bodega.

Adrián no recuerda exactamente los días que pasó guardado ahí


adentro, pero calcula que fueron tantos (¿más de 30?) que al final
hasta terminó sintiendo un poco de simpatía por el escocés que los
vigilaba. Un día, incluso, le pidió que abriera una puerta, una ventana
o algo para que entrara un poco de luz natural dentro de ese inmenso
cajón humano. Y el escocés aceptó. Pronto fueron los propios
soldados argentinos los que le pidieron que cerrara todo: "El sol nos
quemaba los ojos y las olas eran inmensas... nos terminamos
mareando y vomitamos mucho", comenta Adrián.

Pero lo peor era el frío. Y la comida: "Todas las mañanas nos


obligaban a hacer una fila, y nos contaban. Luego nos daban dos
salchichas y un huevo a cada uno. A la noche solo recibíamos una lata
con una especie de porotos dulces, un sabor muy extraño".

Los Cabello, en la intimidad de la cuarentena, en City Bell. Dante sacó la selfie. Atrás,
Adrián y su esposa Gaby. Iara actualmente vive en Francia.

Al volver a Villa Elisa, nada volvió a ser como antes. Sus padres


estaban atravesados por la tristeza. La vecina del fondo, que cuidaba a
un chico humilde y discapacitado, le dijo que había donado un anillo
por la Patria y por él, para que no le faltara comida caliente ni
chocolates allá en el Sur. La universidad de La Plata no lo había
admitido en Ingeniería porque “el año ya estaba perdido”.

Abrumado, una madrugada salió de un boliche de La Plata con


algunos tragos de más e hizo dedo en el luto profundo de la noche. Lo
levantó un Fiat 128 color celeste. "El chofer me preguntó a dónde iba
y yo le respondí medio en broma que quería ir a Perú. Los dos nos
reímos. Luego le conté que había estado en Malvinas. Y se ofreció a
llevarme a Retiro esa misma madrugada. Sin pensarlo mucho entré a
casa, le escribí una carta de despedida a mi vieja, agarré un poco de
plata y me volví a subir al 128. Nos fuimos a Capital. Tomé el primer
tren que encontré. Iba a Mendoza. De allí, a Uspallata. Tardé tres
meses en llegar a Perú, donde me quedé dando vueltas durante un
año. Creo que eso me salvó. Fue mi terapia".

Cuando Adrián por fin decidió regresar a casa, cambió de carrera.


Hizo el profesorado de Educación Física. Se casó con Gaby. Tuvo dos
hijos, Iara y Dante. Abrió los gimnasios. Y ahora los cerró por la
cuarentena. En la vida, insiste, hay ciertos momentos que no dependen
de nosotros, pero cada uno elige cómo pasarlos. "Hoy nos toca estar
guardados, en los pozos de zorro. En esta guerra los únicos que
tienen fusiles son los médicos"

También leemos algunas cartas de alumnos en este día a los veteranos


de Malvinas:
 SE PROPONE A LOS ALUMNOS COMO ACTIVIDAD REALIZAR UNA CARTA A ALGUN
VETERANO DE MALVINAS.

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