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María Fernanda Álvarez Beltrán

El Libro de Cabecera (1996) – Peter Greenaway

Excelente película, el director se adentra profundamente en la cultura asiática,


específicamente las culturas japonesa y china, para obtener un producto visualmente
poderoso, pero a esto se suma la solemnidad de la mencionada cultura, su belleza
estética, lo cual conformará un lenguaje visual/narrativo soberbio, único. Se aprecia ese
instinto de mostrar un ambiente enfermo, así como las bizarras acciones de sus
protagonistas. La trama es muy original, atrapa, y las acciones inverosímiles
definitivamente terminan por enganchar a la audiencia, que presencia un ejercicio
narrativo visualmente distinto, disfruta de la estética oscura y hermosa del británico,
potenciada por la belleza de la cultura asiática, su música, sus rasgos literarios, sus
respetuosas costumbres.

La protagonista, Nagiko (Vivian Wu), es pintada en su rostro cada cumpleaños por su


padre, acción que la deja marcada física y espiritualmente, en una peculiar presentación
del director, que con música e imágenes va retratando situaciones ligadas a las
costumbres asiáticas, específicamente la pintura corporal, y su solemne importancia y
significancia en esa cultura. Al cumplir 16 años, es exhortada a llevar un diario (Pillow
Book), que llenará con sus observaciones, y que ella piensa que en el futuro puede ser un
recopilatorio de sus amantes. Nagiko conoce a su futuro esposo, los años van pasando,
ella crece y su cuerpo sirve más y más como lienzo de escrituras, una acción ritualista
que cala en sus aspiraciones como mujer, donde las capacidades sexuales y caligráficas
de su amante serán indivisibles. Ya casada, su esposo, hijo adoptivo de un editor que
tiene relaciones homosexuales tanto con él como con el padre de Nagiko, reprueba sus
escritos, y los quema, por lo que ella abandona Japón y se va a Estados Unidos. En el
nuevo continente, siendo una exitosa diseñadora, sigue a la búsqueda de su perfecto
amante y calígrafo. Conoce a Jerome (Ewan McGregor), un versátil traductor que resulta
ser el amante del editor (Yoshi Oida), que la rechaza en sus intentos de publicar sus
escritos.

Ella lo seduce para convencer al editor, pero se enamora de él, pinta en el cuerpo
de él, y sus textos son aceptados. Ella también utiliza otros cuerpos para escribir sus otros
libros, lo cual enloquece de celos a Jerome, que termina suicidándose involuntariamente,
y ella regresa a Japón. En una bizarra y terrible acción, el editor descubre que hay un
escrito en la piel del cadáver de Jerome, por lo que exhuma el cadáver, lo desolló y
encuaderna su piel, obteniendo su propio Pillow Book. Indignada, ella le escribe el resto
de sus 13 libros al editor, exigiéndole que le devuelva el libro humano de Jerome, lo cual
él acepta, y va recibiendo los textos en distintos cuerpos de personas. En el texto final,
enviado en el cuerpo de un sumo, ella desvela su identidad, y le confronta directamente
por sus crímenes: haber humillado a su padre, corromper sexualmente a su esposo y a
Jerome, y lo peor, haber profanado su cadáver, ante lo cual, el editor acepta la culpa y se
deja eliminar por el sumo. Finalmente, Nagiko entierra el libro bajo un bonsái, y le pinta la
cara a su hija, hija de Jerome, siguiendo la tradición en su cumpleaños 28, fecha en que
cumple mil años el diario original, inspirador del suyo.

Una de las cosas más llamativas del filme es su original narrativa visual, la
constante superposición de imágenes, combinación de momentos, que sirve por
momentos de ilustración de las páginas del diario de Nagiko. Combina estas
superposiciones con la presentación de unas mini pantallas, donde presenta eventos
futuros, juega con los colores, plasma su sello estético, está intacta su capacidad
creadora de ambientes, utilizando la música, y claro, una atmósfera oscura. Un filme de
Greenaway generalmente es plenamente reconocible, y esta no es la excepción, ya sea
por la mencionada originalidad en el tratamiento audiovisual, o por la sordidez, el morbo
de ciertas situaciones que se den en la cinta, lo que se hace evidente durante el
visionado. Asimismo la fusión de los idiomas, hasta seis, tanto en los escritos, en la
escenografía, en la pintura corporal, expresan poderosamente los momentos,
especialmente los momentos de sexo de la pareja, repleta de intensa pasión, bellamente
complementados con las mini imágenes, y unas canciones donde de maximiza esa fusión
de idiomas. La solemnidad oriental, su severidad, se reflejan bien en la cinta, en la que el
arte transgrede los medios convencionales, en la que el cuerpo humano se funde
literalmente con el arte, una nueva muestra de lo inconteniblemente irreverente pero a la
vez visualmente poético que el director sabe ser.

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