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GUILLERMO DE OCKHAM

1. Conocimiento abstrativo es aquel en virtud del cual no se puede saber


evidentemente de una cosa contingente si existe o no existe. En este sentido, el
conocimiento abstractivo abstrae de la existencia y no existencia, porque ni por
él se puede saber evidentemente de una cosa existente que existe, ni de una cosa
no existente que no existe, por oposición al conocimiento objetivo. (Comentario
al Libro de las Sentencias I, Prólogo, c. I, art. 1)
2. A propósito de la identidad y distinción entre Dios y las creaturas, hay que
plantear la cuestión de si hay algo común unívoco a Dios y a la creatura,
predicable esencialmente de ambos. Mas como esta cuestión y otras muchas
cosas que se han dicho y se dirán en las cuestiones siguientes dependen de la
naturaleza del únívoco y del universal, por eso, para mayor claridad de lo dicho
anteriormente y de lo que se dirá, propondré antes algunas cuestiones sobre la
naturaleza del unívoco y del universal. (Ibid., Dist. 2ª, c. IV)
3. Por eso sostengo, por el contrario, en esta cuestión, que ninguna cosa realmente
distinta e intrínseca a las cosas singulares les es universal o común. Tal realidad
no habría que ponerla más que para salvar la predicación esencial de una cosa
respecto de otra, o para salvar la ciencia de las cosas y las definiciones de ellas,
que son las razones que aduce Aristóteles en pro de la teoría de Platón. (Ibid.)
4. Además, la misma relación que hay entre lo que es singular y el ser singular es la
que hay entre el universal y el ser universal; luego, así como lo que es singular
no puede resultar universal o común por algo que se le añada, así lo que es
común no puede resultar singular por algo añadido; luego lo que es singular no
lo es por algo añadido, sino por sí mismo. (Ibid. c. VI)
5. No parece que alguna cosa que exista fuera del alma y sea sustancia sea
universal, a no ser por convención voluntaria. En primer lugar, porque las cosas
que son opuestas requieren sujetos distintos a quienes convengan primariamente;
pero la universalidad y la singularidad son tales, según estos autores; luego los
sujetos que reciben denominación primaria e inmediatamente de ella se
distinguen. O se distinguen, pues, formalmente, lo cual ya se ha refutado antes; o
se distinguen como cosa y cosa, y entonces estamos de nuevo en la primera o en
la segunda teoría ya refutadas; o se distinguen como dos seres de razón, o como
un ser real y un ser de razón. Ahora bien: es cosa cierta que lo que es singular
primera e inmediatamente no es ser de razón; luego lo que primera en
inmediatamente se denomina universal es sólo un ser existente en el alma y,
consiguientemente, no existe en la realidad. (Ibid. C. VII)
6. Lo que hay que sostener, sin ningún género de duda, es que toda cosa
imaginable existente es de por sí, sin ninguna cosa añadida, singular y una
numéricamente, de suerte que ninguna cosa que se pueda pensar o imaginar es
singular por algo que se le añada, sino que es esta una propiedad que conviene
inmediatamente a toda cosa, porque cosa es por sí o es idéntica a otra o se
distingue de ella. (Exposición sobre el libro de Porfirio de los predicables, cap.
I, Proemio)

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7. Una vez visto que los universales no están en las cosas, ni son de la esencia de
las cosas que existen fuera del alma, sino que son ciertos signos existentes en el
alma que declaran las cosas existentes fuera de ella, hay que tratar ahora del
número suficiente de los universales. Es de saber, acerca de este punto, que todo
universal es predicable de muchos. (Ibid.)

8. Hay personas proclives a complacer a los hombres, levantándose o humillándose


a capricho de los mismos. Estos tales se atreven a afirmar que a nadie es lícito
investigar en la disputa sobre el poder del papa. Y se fundan en que, según las
leyes canónicas y civiles, a nadie es lícito hacer tal juicio. Con más razón, por
tanto, no es lícito disputar acerca de la autoridad del Sumo Pontífice para no
incurrir en el crimen del sacrilegio. (Sobre el gobierno tiránico del papa, cap. 1).

9. Repito: cuanto más grave es el asunto y cuanto mayor peligro hay de error, tanto
más obligados estamos a investigarlo [Código de Justiniano, L. VII, 2]. Por
tanto, urge inquirir más sobre la potestad del papa que sobre cualquier otro que
puede dañar menos a la comunidad de los fieles. (Ibid., cap. 2).

10. Por todo lo cual no conviene a la comunidad de los fieles que el papa tenga
poder para imponer cargas graves sin culpa y sin causa manifiesta de los
mismos, a las que se vean obligados ni por derecho divino, ni por derecho
natural, ni por su propia y espontánea obligación. Porque tal poder - a causa de
la estulticia y maldad del Sumo Pontífice – podría llevar a la destrucción tanto
temporal y corporal como espiritual de los fieles, pues con frecuencia perturbaría
a los débiles buenos e imperfectos y haría desesperar a los malos. (Ibid., cap. 5)

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