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Los «ocho monstuos»

de Monteverde
El destierro en Ceuta de dirigentes
de la Primera República venezolana
Directora de arte: Amelia García
Maquetación: Migdalia Morales

Los «ocho monstruos» de Monteverde. El destierro en Ceuta de dirigentes


de la Primera República venezolana
Manuel Hernández

Primera edición en Ediciones Idea: 2020


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Índice

La conformación del poder omnímodo de Monteverde


en la Venezuela de 1812 ..................................................................7
El incumplimiento de la capitulación por Monteverde............31
Los ocho monstruos.........................................................................57
La conducción a Ceuta de los ocho monstruos..........................73
Proceso en Caracas de José Cortés de Madariaga ......................85
Causa contra Juan Germán Roscio ...............................................161
La causa contra Antonio Varona ...................................................197
La causa contra Juan Paz del Castillo............................................203
La causa contra Francisco Isnardi..................................................215
Causa contra don Juan Pablo Ayala ..............................................219
Causa formada a Manuel Ruiz por infidencia ............................221
Causa contra José Mires por infidencia........................................225
Las representaciones para promover su liberación.....................227
El debate en la Cortes de Cádiz.....................................................241
La prosecución del expediente.......................................................251
Acciones de Lord Holland en 1813 para promover la
libertad de Cortés de Madariaga ante el duque del
Infantado ............................................................................................257
La fuga a Gibraltar de los cuatro americanos ..............................263

5
Las gestiones en Londres para la liberaciónde los cuatro
criollos.................................................................................................257
El destino final de los cuatro peninsulares...................................291
Archivos y bibliotecas consultados ...............................................305
Bibliografía.........................................................................................307

6
La conformación del poder omnímodo
de Monteverde en la Venezuela de 1812

En 1812 el canario Domingo Monteverde puso fin a la Pri-


mera República de Venezuela en una campaña vertiginosa
que, tras la caída de la principal plaza fuerte, la de Puerto Ca-
bello, condujo a Francisco de Miranda, generalísimo de los
ejércitos republicanos, a firmar con el autoproclamado Capi-
tán General de Venezuela la capitulación de San Mateo de 25
de julio de 1812 y con ella el fin del primer gobierno republi-
cano del país del Orinoco. El regente de la Audiencia de Ca-
racas, el dominicano José Francisco de Heredia, reflejó que
Monteverde entró en Caracas “rodeado de europeos, isleños y
demás individuos del partido que llamaban godos, que habían
sido perseguidos o mal vistos durante el gobierno revolucio-
nario”, a los que se le unieron los que creyeron “que aquel me-
morable acontecimiento era el triunfo de su facción sobre la
contraria” y que “sólo respiraban venganza y hablaban con la
mayor imprudencia contra los que siguieron el partido de la
revolución, cuyo exterminio deseaban y creían necesario”1.

1
HEREDIA, J.F. Op. cit., p.73.

7
Uno de los instrumentos de que se valió Domingo Mon-
teverde para ejercer la represión en ese plan “que llamaban se-
guridad pública, fue el batallón de milicias denominado
voluntarios de Fernando VII, “compuesto de europeos y ca-
narios y de los criollos que se habían distinguido por su con-
ducta a favor de la justa causa durante la revolución”. Del
mismo pie que en Caracas se erigieron en La Guaira, Puerto
Cabello, Valencia y en todos los demás pueblos de cierta en-
tidad. Con tal medida “se consumó la división de las dos fac-
ciones que han desolado la provincia”, reafirmó Heredia2.
Pero la redacción de las listas de los condenados a prisión
correspondió a la Junta de secuestros y proscripciones desig-
nada directamente por Domingo Monteverde. Entre sus
miembros se encontraban su pariente lejano y paisano Fer-
nando Monteverde y Molina, el palmero Manuel Fierro, el
comerciante tinerfeño Gonzalo Orea, el médico grancanario
Antonio Gómez, el fraile dominico originario de Santo Do-
mingo fray Juan José García, los comerciantes peninsulares
Vicente Linares3, casado con una isleña, Esteban Echevarría,
Pedro Lamata, Jaime Bolet, Manuel Tejada y Manuel Rubín,
el marino peninsular Antonio Tiscar, el oidor de la Real Au-
diencia, Pedro Benito y Vidal, el extremeño Antonio Fer-
nández de León, marqués de Casa León, y los criollos Juan
José Oropesa, Manuel Maya y Juan Antonio Rojas Queipo,

2
HEREDIA, J.F. Op. cit., p.84.
3
Fue prior del Real Consulado de Caracas, artífice de varias exposiciones sobre el café y
sobre la población sin trabajo y los mendigos. Era peninsular, pero no hemos podido cono-
cer su origen. no debió ser cántabro, ni estar vinculado familiarmente a los González Lina-
res. McKinley señala esa ascendencia española y expresa que testó en Caracas en 1808
(MCKINLEY, P.M. Caracas antes de la independencia. Caracas, 1987, p.269). Se exilió en
Curaçao tras el triunfo de Bolívar.

8
estos últimos clérigos y diputados del congreso que proclamó
la emancipación4.
Las contradicciones entre Monteverde y su ejercicio de
poder despótico con las autoridades realistas, en particular
con la Audiencia y con el capitán general, el cubano Fernando
Miyares, eran bien visibles, como se puede apreciar en los
actos relacionados con la proclamación de la constitución ga-
ditana. En su afán de erigir una contrapoder juntista de carác-
ter despótico que limitase el de los organismos tradicionales,
tales como el cabildo y la audiencia, instrumentó las juras al
Rey a la Constitución para configurarse como restaurador y
pacificador de la provincia. Las Cortes habían abolido el pen-
dón en los actos de proclamación regia, pero este no sólo no
se derogó sino su exhibición pública se convirtió en un motivo
de confrontación entre los capitulares caraqueños y Monte-
verde. Al estar en manos de los insurgentes en Caracas ni se
había proclamado al Rey, ni se había jurado la Constitución,
por lo que ambos ceremoniales debían celebrarse simultáne-
amente. El 2 de septiembre de 1812 el cabildo caraqueño se
reunió en sesión extraordinaria con el objetivo de facilitar la
celebración de la promulgación de la Constitución, tal y como
se había celebrado en Puerto Rico, “teniendo en considera-
ción las circunstancias locales en que se halla, verificándolo a
la brevedad que le sea más posible”, tres días después de la jura
a Fernando VII5.
Al día siguiente los munícipes acordaron hacerse respon-
sables de la proclamación regia para el 24 de ese mes a la usanza

4
MUÑOZ, G.E. Monteverde, cuatro años de historia patria (1812-1816). Caracas, 1987.
Tomo I, pp.375-376.
5
Actas del cabildo de Caracas (Monárquicas) 1810, 1812-1814. Caracas, 1976.

9
tradicional del Antiguo Régimen “en los mismos términos”
de la de su padre, con el correspondiente tablado y la con-
ducción del pendón por el alférez real, a pesar de la abolición
del paseo del mismo por las Cortes. Se adornaron “éstas cua-
dras por los dueños del mejor modo posible en las actuales
circunstancias”, con una misa pontifical con Te Deum el 25
en San Francisco “por ser el templo que brinda más propor-
ción y capacidad después de las ruinas del terremoto del 26
de marzo”, oficiada por el prelado Narciso de Coll y Prat. Los
festejos debían comprender, “cabalgaduras bastantemente en-
jaezadas” y músicas que tocasen en el paseo, “como ha sido
costumbre, de clarines y timbales” y con iluminación general
desde la noche del 23 al tercero después de la jura. No se de-
bían reparar gastos para que todo condujera “a la solemnidad
de todas las fiestas y diversiones, la iluminación, vestidos de
reyes de armas, música y demás”6. El 5 se reunieron de nuevo
señalando el 26 para la jura de la Constitución, al tercer día de
la regia a las 4 de la tarde con la misma carrera de calles y pla-
zas de San Pablo, San Felipe Neri y la Mayor y con un tablado
al que habían de subir el comandante general con el ayunta-
miento y el escribano con cuatro reyes de armas en los ángu-
los del tablado. Se entregaría la ley de Leyes por la máxima
autoridad miliar al secretario del cabildo, que la pondría en
manos del rey de armas más antiguo, que la leerá en alta voz.
Tras su conclusión la cederá al comandante, observándose estas
ceremonias en todos los tablados que haya que publicarse. Las
salvas, desfile, lugares dentro de éste y fórmula de juramento
de las tropas correspondía “privadamente” a su jefe superior.
Desde allí se marcharía hacia las casas consistoriales, donde

6
Op. cit. pp. 131-135.

10
quedaría la constitución y el retrato regio manifiesto con la
iluminación y guardia correspondiente, “con el testimonio ex-
tendido por el escribano del cabildo de haberse cumplido en
todas sus partes con las formalidades prevenidas por las Cor-
tes” y el consejo de Regencia, al domingo siguiente se reuni-
rían todos los vecinos en San Francisco para la misa solemne
de acción de gracias. En ella el comandante general dará al es-
cribano capitular el texto constitucional, que lo leerá, tras lo
que un sacerdote haría una breve exhortación sobre él. Aca-
bado el acto lo pasaría a la máxima autoridad militar, quien la
besará y pondrá sobre su cabeza. Después de concluida la misa
volverá a besarla y se tomaría juramento a todos los vecinos y
clero de guardarla. Una vez finalizado se cantaría el Te Deum7.
Sin embargo, Monteverde quería instrumentalizar tales
actos para revestirse del halo de reconquistador y pacificador
de la Provincia y obtener para sí todo el protagonismo, de-
jando a las autoridades locales el papel de meros acompañan-
tes. El 12 de septiembre el cabildo reunido en sesión
extraordinaria leyó un oficio suyo en el que desestimaba el
papel tradicional del ayuntamiento en la proclamación regia.
En él dejó sin efecto lo dispuesto por los capitulares y afirmó
pretender “levantar por sí el pendón real y proclamar al mo-
narca entre las aclamaciones y aplausos del pueblo”, redu-
ciendo la función municipal a sólo la concurrencia. Alegó que
“le pertenece este derecho por concedérselo el justo título de
haber reducido el país a la debida obediencia”. Por su parte,
los cabildantes entendían que de ello se infería “un manifiesto
despojo a este ilustre cuerpo, privándole de una de sus princi-
pales y más honrosas prerrogativas”, con lo que se contravenía

7
Op. cit. pp. 136-141.

11
lo dispuesto por las leyes. De esa forma “el acto de proclama-
ción queda expuesto al vicio de una nulidad no siendo cele-
brado como corresponde”. Manifestaron al comandante
general que tal proclamación correspondía al alférez real cre-
ado y destinado para ese solo objeto. De no verificarse así el
acto sería “vicioso y de ningún valor y sujeto a ser revalidado
por nuevas ceremonias y formalidades”, como había acaecido
en la de Carlos III por haberse bendecido privadamente el
pendón por el obispo en su oratorio. Le requirió, por tanto,
que no hiciese “ninguna novedad en este particular, dejando
a este cuerpo en el libre ejercicio, procesión y derecho de tre-
molar el real pendón en la jura del monarca”8. Dos días des-
pués la corporación recibió la comunicación de Monteverde
de su disposición “a jurar militarmente con sus tropas”, lo que
les notifica para que evitasen dirigirle otras actas en orden al
asunto. Éste resolvió hacerle una diputación encabezada por
el conde de la Granja y Manuel de Echezuría y Echeverría para
que, “sin perjuicio de las prerrogativas del cabildo” conferen-
ciase con él “el modo y términos en que la jura, aunque sea
militarmente, no cause escándalo al público”9.
El 15 de septiembre los comisionados dieron cuenta al ca-
bildo del resultado de su oficio. Tras plantearle que si portaba
él mismo el real pendón sería visto con gran escándalo por el
pueblo, éste accedió que se efectuase en la forma acostumbrada
con la sola modificación de “ser él precisamente el que tremo-
lase el real pendón por considerarse con el derecho exclusivo de
reconquistador y pacificador de esta capital y su provincia”.
Ante ese agravio la corporación optó por no efectuar ninguna

8
Op. cit. pp. 151-155.
9
Op. cit. p. 156.

12
instancia sobre el particular por “la prudencia con que debe
manejarse, particularmente en las actuales circunstancias, man-
tener y conciliar a costa de cualesquier sacrificios la paz y buena
armonía que debe reinar entre el gobierno y este cuerpo capi-
tular. No obstante, hizo constar su protesta ante el Rey por el
agravio y despojo que se le hacía”10.
El 19 el cabildo recibió por escrito la confirmación de la
jura el 24. Simultáneamente, de forma verbal, Monteverde le
refirió que no podía celebrarse el 26 y 27 “la publicación po-
lítica de la monarquía española por varias dificultades que es
preciso allanar”. El 28 los capitulares entendían que la causa
argüida por el capitán general de que no haber recibido
orden directa en que se previniese, se contradecía con lo
acordado por las cortes, por lo que le hizo presente que se
sirviese disponerla a la mayor brevedad11. El 3 de octubre
una instancia del alférez real Juan Blanco y Plaza requirió al
ayuntamiento que, por no haber él sino el comandante ge-
neral “tremolado como debía el real pendón” por haber que-
rido aquel “por sí mismo tener ese relevante honor”, se
resguardase su honor por su conducta como un fiel y distin-
guido vasallo. Los capitulares entendieron su pretensión “muy
justa y digna de su acreditado pundonor y notorias obligacio-
nes” con una “conducta irreprehensible y ejemplar durante la
revolución”12.
Durante las ceremonias de la jura del monarca el 24 de
septiembre la tensión entre el cabildo y el capitán general
era harto evidente. Se le requirió prestase juramento y pleito

10
Op. cit. pp. 163-164.
11
Op. cit. p. 173.
12
Op. cit. pp. 186-197.

13
homenaje. En seguida se le entregó el pendón “con la precisa
e indispensable obligación de restituirlo”. Con el caballo ya
enjaezado para que lo montase Monteverde, el alférez real y
regidor tomó el pendón y se lo dio. En un teatro de la plaza
de San Pablo se celebró la ceremonia pública. Se apearon los
jurantes, recibiéndolo éste del Jefe mientras se subía al ta-
blado. Entonces, el comandante, tremolándolo, dio vivas al
monarca, a lo que el pueblo respondió con nuevos vítores,
proclamación que se repitió en la de San Felipe Neri. De allí
se marchó hacia las casas consistoriales donde lo restituyó.
Al día siguiente se celebró la misa de acción de gracias ofi-
ciada por el prelado Narciso Coll. Hubo iluminación por
tres días y durante sus noches una orquesta interpretó can-
ciones en un tablado frente al dosel donde se había colocado
el retrato regio y el real pendón13.
El 25 de noviembre de 1812 se recibió en el cabildo una
comunicación del comandante general en la que éste disponía
que sería “el estado militar” el que efectuase la publicación de
la Constitución el domingo 29 de ese mes y que el 5 de di-
ciembre se hiciera la de la ciudad. La corporación contestó
que le ocurrían “no pocas dificultades en la ejecución en los
días señalados” que, “de ponerlas por escrito podrían resultar
desavenencias que impidiesen la buena armonía que debe con-
servar este ayuntamiento con el comandante general”, por lo
que acordó que acudiese ante él una diputación formada por
los regidores José Miguel de Berrotarán e José Ignacio Casas
“para determinar con su asistencia el modo de hacerse la pu-
blicación de la indicada constitución con el mejor ornato”.
Tras la reunión se convino en que la ciudad la efectuase el tres,

13
Op. cit. pp. 199-203.

14
comisionándose a diferentes regidores para los adornos, ta-
blados, música y refrescos14.
El 21 de noviembre Monteverde, revestido como capitán
general con poderes omnímodos, pudo celebrar la ceremonia
de la publicación y jura de la Constitución “a la manera mili-
tar”. La Gaceta de Caracas no deja lugar a dudas sobre sus in-
tenciones: “fue ejecutado por el mismo general que desde el
occidente de esta provincia vino a costa de penalidades resta-
bleciendo el orden y difundiendo la paz entre las familias y
entre los pueblos oprimidos y desconsolados. Este acto será
transmitido a la posteridad del modo más digno a su grandeza”.
El batallón de voluntarios distinguidos de Fernando VII eri-
gido por aquel bendecía ese día sus banderas. El general se tras-
ladó desde su habitación a la capilla del colegio seminario, una
de las menos arruinadas por el terremoto, donde el arzobispo
celebró de pontifical la misa y el rector Juan Antonio Rojas
Queipo pronunció una oración. Una vez finalizada, se pasó a
la habitación de la máxima autoridad militar desde la que, con
un gran número de personas, tomó en su mano la Constitu-
ción y salió en comitiva hacia la plaza mayor. La marcha la abría
un destacamento de caballería, al que seguían la música mili-
tar y un destacamento de infantería de marina, “valientes e in-
separables compañeros de armas del general en esta campaña”,
que hablaba de su carrera como marino. Tras ellos las diferen-
tes autoridades, cuatro oficiales custodiando el libro y, final-
mente el capitán general con el Arzobispo a la derecha y su
paisano, el brigadier Manuel Fierro a la izquierda, el que, como
oficial de mayor graduación, debía tomar el juramento. En los
laterales el Intendente y antiguo infidente, el marqués de Casa

14
Op. cit. pp. 243-245.

15
León y el ministro de la Audiencia Pedro Benito y Vidal. Ce-
rraba la comitiva otros destacamentos militares15.
El paseo contaba con las colgaduras en las casas que por su
estado lo permitían, lo que le convertía en “el espectáculo más
tierno ver renacer entre los escombros los días de verdadera
gloria para Caracas”. Según el cronista la plaza mayor exhibía
una decoración que “en tres siglos no había visto este pueblo
jamás”, con una arquería de palmas y árboles que cubrían las
ruinas de su ángulo meridional. En su parte central exhibía
un teatro de 400 varas cuadradas de superficie, cubierto de da-
masco carmesí y con pavimento alfombrado y en el fondo un
dosel con el retrato real y en los otros tres ángulos tres escale-
ras con una extremidad con cien sillas para la comitiva.
En el frente y en los lados se leían unos motes elaborados
por el médico José Domingo Díaz, en los que se hacía loa de
la Constitución y de Monteverde invocado como el nuevo
Colón y Losada como el conductor de “gloriosos militares”
que fundaron como aquéllos “la dicha en este suelo desolado,
de Colón y Losada repitiendo hechos claros que el tiempo ha
respetado”, comandados por “un jefe cuya gloria en nuestro
corazón queda esculpida”. La Ley de Leyes queda, pues opa-
cada, vista, pues, al trasluz de la hegemonía del nuevo “todo-
poderoso”. Al referirse a ella los versos parece que se evocan
en realidad por el juego de palabras hacia el capitán general:

Caracas te idolatra, tus decretos


para ella son eternos, inviolables
por la mano de Dios leyes escritas

15
Gaceta de Caracas nº10 de 6 de diciembre de 1812. Gaceta de Caracas. Caracas, 1983.
Tomo III.

16
tú has sellado los triunfos más completos
tú disipas los odios implacables,
el orden mandas, la virtud excitas16.

A los pies del retrato del Rey unos versos exaltaban su carác-
ter de rey amado. En tres de los ángulos de la plaza se encontraba
el ejército, mientras que el restante lo presidían dos cañones de
campaña. El general y el arzobispo se sentaron bajo el retrato del
Rey y en la forma citada en la comitiva el brigadier, el intendente
y el magistrado. Con las banderas en las esquinas Monteverde in-
vocó a los soldados de las Españas que ibas a oír la Constitución,
siendo replicado con vivas, tras lo que se dio paso a su lectura,
una vez finalizada entonó el canario un discurso en el que dijo a
los milicianos que esa ley fundamental que la nación española
reunida legítimamente en Cortes ha formado” reafirma que “la
nación es una e indivisible”, por lo que “vuestra divisa caracterís-
tica sea la obediencia a la ley y la subordinación militar”. Tras la
proclama, las salvas de artillería y fusilería, la música militar y las
aclamaciones poblaron el aire. De la plaza mayor se entró en las
casas consistoriales, donde depositó la Constitución y de allí al se-
minario, donde con 300 cubiertos “se gozó del placer de la mesa”.
Al anochecer la máxima autoridad se trasladó a su residencia
“acompañado de una multitud de gentes de todas clases”, en una
noche iluminada y con canciones alusivas al día17.
El 20 de noviembre una orquesta en la plaza mayor tocó
con un gran concurso y en medio de un marco “hermosamente
iluminado”, que concluyó a medianoche. El 1 de diciembre
los músicos quisieron manifestar su gratitud “al Pacificador

16
Op. cit.
17
Op. cit.

17
de estas provincias. En el frente de su mansión en un tablón
formado sobre ruinas de las casas hicieron por la noche “os-
tentación de su respectivo gusto y conocimiento de su arte”. El
3 tuvo lugar en las casas consistoriales “la solemnidad de la
publicación que se había de hacer al pueblo”, tras la que se si-
guió una carrera a las plazas de San Pablo y de San Felipe Neri
y de ella a la de la Constitución, donde se repitió el ceremonial
anterior, regresando la comitiva al cabildo, donde se sirvió un
abundante refresco de dulces y licores con un patio con pal-
mas, flores, y letras alusivas y con una orquesta que la ameni-
zaba, que prosiguió la fiesta en el tablado de la plaza mayor
entonando canciones patrióticas y otras letras. Los días 4 y 5
prosiguieron la iluminación y el júbilo festivo hasta que el 6
tuvo lugar el juramento en las parroquias de “este pueblo sa-
crificado, humillado y lleno de desengaños y sufrimientos”18.
El 28 de noviembre Monteverde comunicó exultante al
ayuntamiento que el Consejo de Regencia había avalado su au-
toproclamación y lo confirmaba como capitán general y jefe po-
lítico interino, con lo que en la realidad de los hechos las Cortes
se plegaban y sancionaban ese poder de facto, con la asunción de
facultades omnímodas como “reconquistador”, en clara contra-
dicción con la división de poderes que emanaba del texto cons-
titucional19. El 2 de diciembre el ayuntamiento acordó la
publicación en San Francisco con el capitán general y la corpo-
ración el 3 y el 6 en todas las parroquias de la ciudad20. De esa
forma se dio pleno protagonismo a la “proclamación militar” del
capitán general y se dio carácter de mera formalidad secundaria

18
Op. cit.
19
Op. cit. pp. 246-247.
20
Op. cit. pp. 250-251.

18
a la capitular. Era una viva expresión del nuevo orden erigido
por Monteverde en la provincia de Caracas, que apenas dura-
ría un año, pero en el que se sirvió de la proclamación regia y
de la jura de la Constitución para, paradójicamente, sancionar
ante sus conciudadanos su poder omnímodo.
El gobierno despótico de Domingo Monteverde fue percibido
por la historiografía tradicional como el de la hegemonía de los ca-
narios. Parra Pérez denominó ese período como la conquista ca-
naria. Coincidimos con Lynch en que las apreciaciones hacia los
canarios de clase baja procedían de una visión resentida sobre los
protagonistas de la contrarrevolución. Lo que ponían en tela de
juicio era su origen social, al cual despreciaban con vehemencia21.
Una percepción más ecuánime del proceso nos permite apreciar
algunos de sus rasgos. Es significativo que sus mayores y más des-
piadados críticos sean las autoridades españolas. El regente José
Francisco Heredia, que despreciaba a los isleños de orilla, dijo de
Francisco de Miranda que había nacido de “una familia obscena”
y los calificó con los conocidos epítetos de cerriles, ignorantes,
bárbaros y rústicos22”. Urquinaona, el comisionado de la Regen-
cia para pacificar Venezuela, los llamó traidores por incitar la Re-
pública y bastos y groseros. El vasco Olavarria señalaba “la decidida
protección del señor Capitán General a los idiotas isleños sus pai-
sanos”. Baralt atribuyó a éstos la actitud despótica de Monteverde
por verse “cercado por sus paisanos23, pues “aquella gente ruin y
codiciosa” se apoderó “de todos los empleos de la milicia, de las

21
LYNCH, J. “Inmigrantes canarios en Venezuela (1700-1800: entre la elite y las masas”.
VII CHCA. Las Palmas, 1990. Tomo I, p.20.
22
HEREDIA, J. F. Memorias del Regente Heredia. Prólogo de Blas Bruni Celli, Caracas,
1986. pp.41 y 61.
23
URQUINAONA, P. “Relación circunstanciada...” En Materiales para el estudio de la
ideología... AIAH. Tomo I. pp.253-254.

19
judicaturas y ayuntamientos”. Con la junta de proscripciones “los
isleños satisficieron sus pasiones mezquinas”24. Los epítetos se-
rían eternos sobre su ignorancia y estupidez.
No cabe duda que el nuevo capitán general se comportaba
con rasgos de un auténtico caudillo, que se valió de los canarios
para consolidar su poder y que ellos se sirvieron de él ocupando
los cargos públicos. Urquinaona refiere que estos, “a pesar de su
conducta escandalosa en los primeros y últimos cargos de aquel
gobierno tumultuario, supieron después aprovecharse de la estu-
pidez de su paisano Monteverde para vilipendiar no sólo a los
que lisonjearon con sus servicios y humillaciones, sino a los eu-
ropeos y americanos por no haber transigido con los sediciosos”.
Colocó en su opinión a “los isleños más rústicos, ignorantes y co-
diciosos, que empeñados en resarcir lo que había perdido o dejado
de ganar durante la revolución, cometían todo género de trope-
lías con los americanos y aun con los españoles europeos que de-
testaban su soez predominio”. El general Miyares, a quien usurpó
el cargo, se reafirmó en similar apreciación: “nombraba en todos
los pueblos, cabildos y justicias de sus paisanos los isleños25”. Ca-
jigal manifiesta que no temiesen los delincuentes porque Mon-
teverde les otorgaría el poder. Con él al mando “a todo isleño, sin
causa ni indagaciones de su conducta se le emplea, protege y au-
xilia”. Los acusa de querellantes por sentirse españoles sólo cuando
triunfó su paisano: “En este ramo de sostener querellas es inne-
gable que son generosísimos y hasta pródigos los tales africanos
(en tiempo de la independencia de Venezuela), españoles celosos
cuando Monteverde entraba en los pueblos de su residencia26”.

24
BARALT, R. M. DIAZ, R. Resumen de la Historia de Venezuela. Curaçao, 1883. Tomo
II, p. 126.
25
URQUINAONA, P. Op. Cit. p. 254-255.
26
CAJIGAL, J.M. Memorias. pp. 84, 97 y 98.

20
Es cierto que los canarios se aprovecharon del ejercicio del
poder que les había brindado Monteverde para mostrar sus ren-
cores y sus ansias de venganza hacia las clases altas o para esca-
lar en todos los estamentos del poder. Se convirtieron en
oficiales del ejército, magistrados de justicia y acapararon la
Junta de Secuestros, encargada de confiscar las propiedades de
los republicanos. Era una viva muestra de todos los odios lar-
vados en la época colonial y exacerbados durante la republicana.
La represión fue ejercida fundamentalmente por los hermanos
Gómez y el mercader andaluz Gabriel García. Significativa-
mente los tres habían colaborado con la Primera República.
Heredia señala que “hubo depredaciones y ultrajes que no lo
exigía la necesidad sino la infame avaricia o el deseo de la ven-
ganza que animaba a los isleños zafios y a los zambos que eran
los principales comisionados”. Para el regente, “el más temible
de los exaltados por el ascendiente que tenían en Monteverde,
era el isleño don Antonio Gómez (...). De golpe le nombró
Contador Mayor interino con todo el sueldo27”. Repletaron
las cárceles de Caracas con todos aquellos que consideraban
partidarios del régimen republicano. Pero en no poca medida
influyeron razones personales, como la venganza que los
Gómez ejecutaron contra José Ventura Santana, hijo expósito
del asimismo expósito canario Marcos Santana, grancanario
como Gómez, del cual eran acreedores y les había cobrado con
apremio una fuerte suma que les había prestado anteriormente28.
Level de Goda acusó a la camarilla que lo arropó como cul-
pable de haberle inducido a no entregar el mando a Miyares:

27
HEREDIA, J.F. Op. cit. pp. 92 y 109.
28
MUÑOZ, G.E. Monteverde: cuatro años de historia patria, 1812-1816. Caracas, 1987.
Tomo I. p. 432.

21
“No fue más que un ejecutor de la voluntad de aquel cerco en-
valentonado, por lo cual abundaban órdenes contradictorias
y providencias opresivas e inhumanas incapaces de salir de la
noble alma de Monteverde, hombre honrado, inocente y can-
doroso, en cuya cabeza no cabía una idea innoble o bastarda,
sino hidalguía y generosidad”29. Lógicamente eras apreciacio-
nes absurdas, porque en realidad él se sirvió de ellos en la
misma medida que aquellos se valieron de su poder para impo-
ner sus rencores y aspiraciones.
Urquinaona acusó de trato de favor a los canarios que par-
ticiparon activamente en la Primera República: “No hay en las
listas isleño sospechoso y peligroso que en el termómetro de
su paisano Gómez suba hasta la primera clase, sin embargo de
que los proscriptores europeos lo coloquen en ella”. Rodulfo
Vasallo, Tomás Molowny y Pedro Eduardo eran insurgentes
de primera categoría, sin embargo contra ellos no hubo pro-
ceso. Lo mismo aconteció con los que tenían relaciones fami-
liares con Monteverde. El caso más célebre fue el pasaporte
entregado por este Capitán General a Simón Bolívar y a todos
los Rivas, incluido José Félix, por su parentesco con éstos últi-
mos30. El Comisionado estimó que su conducta “trasluce el
descontento general nacido de las infracciones y la altanería de
los isleños de Canarias cuyo soez predominio hacía desear la
llegada de los insurgentes de Santa Fe31”.
Feliciano Montenegro en su Historia de Venezuela, cu-
riosamente realista por esas fechas, recogió el testimonio

29
LEVEL DE GODA, A. Op. Cit., En A.A.V.V. Materiales para el estudio de la ideología
realista de la independencia p.1267.
30
URQUINAONA, P. Op. Cit. p.307. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Francisco de
Miranda y Canarias. Tenerife, 2007.
31
IBIDEM. Op. Cit. p. 303.

22
de Bolívar, precisamente un protegido por el marino cana-
rio, para aseverar que en su entrada a Caracas arremetió con-
tra “los hombres más condecorados del tiempo de la república
arrancados del seno de sus mujeres, hijos y familias en el si-
lencio de la noche, atados a las colas de los caballos de los ten-
deros, bodegueros y gente más soez, conducidos con ignominia
a las cárceles, llevados a pie unos y otros en enjalmas, amarrados
de pies y manos hasta las bóvedas de La Guaira y Puerto Ca-
bello, encerrados allí con grillos y cadenas y entregados a la in-
humana vigilancia de hombres feroces, muchos de ellos
perseguidos en tiempo de la revolución, colmando la maldad
bajo pretexto de que todos esos infelices eran autores de un
proyecto revolucionario, contra lo pactado en la capitulación,
y de esta manera quedaba en pie la duda y todos vacilaban,
hasta que, asegurados de tan calumniosa felonía, huyeron a los
montes a buscar seguridad entre las fieras, dejando desiertas las
ciudades y pueblos, en cuyas calles no se veían sino europeos y ca-
narios, cargados de pistolas, sables y trabucos echando fieros y
vomitando venganzas, haciendo ultrajes sin distinción de sexos
y cometiendo los más descarados robos; de tal manera que no
había oficial de Monteverde que no llevase la camisa, casaca o
calzones de algún americano a quien habían despojado (...) Hi-
ciéronse estos hombres dueños de todos, ocuparon las hacien-
das y casas de los vecinos y destrozaban o inutilizaban lo que
no podían poseer. Es imposible dibujar con la brevedad que exi-
gen las circunstancias el cuadro de esta provincia (...). La casa del
tirano resonaba con el alarido y llanto de tantos infelices; él se
complacía con este homenaje, agradado del humo que despe-
dían las víctimas; y sus satélites, en especial sus paisanos los ca-
narios, lejos de moverse a piedad, los insultaban con las bárbaras
expresiones y groseras sonrisas con que manifestaban cuanta
era la complacencia que recibían en la humillación de la gente

23
del país”. Se puede apreciar el odio de clase no entre el comer-
ciante acomodado europeo y el hacendado criollo, que eran
considerados de similar grupo social, sino entre los mantuanos
y “los tenderos, bodegueros y gente más soez que revisten tales
apreciaciones. Montenegro las hizo suyas y sostuvo que “Mon-
teverde, Martínez y los demás de su comparsa” reafirmaron esa
conducta contra la opinión de “los jefes españoles Cagigal, Mi-
yares y Ceballos y la Audiencia del distrito”. La redacción de lis-
tas, encargada a Vicente Gómez y Gabriel García, autorizó “en
seguida a los canarios más despreciables para las prisiones”32.
Como contraste otro realista Surroca, afirmó todo lo contrario,
que el autoproclamado capitán general “instó fuertemente un in-
dulto general para todos los revolucionarios, mientras lo espe-
raba como le vino realmente, pudo prender por diferentes
motivos y hechos posteriores a indicada capitulación a casi
todos los cabecillas de la revolución, de los cuales llenó las bó-
vedas de Caracas y La Guaira; pero a fuerza de empeños o in-
trigas formadas en la capital, dio pasaporte a los más principales,
y así es que cuando llegó el indulto que exceptuaba a Miranda
y tres o cuatro más de los primeros motores que fueron llama-
dos a España, llegaron todos impunes o libres de toda pena”33.
Es cierto que “el poder isleño”, secundado por peninsula-
res fieles a la Corona, estaba cavando su propia fosa y abriendo
la puerta en 1813 a la Segunda República venezolana. Pero
no lo es menos que la contrarrevolución no podía tener otra
apoyatura, porque no podía fundamentarse en la oligarquía,
ni cimentarse en los zambos o a los pardos. Lo que si es cierto

32
MONTENEGRO Y COLÓN, F. Historia de Venezuela. Caracas, 1970. Tomo I, pp.
251-253.
33
SURROCA Y DE MONTÓ, T. La provincia de Guayana en la independencia de Vene-
zuela. Estudio preliminar y notas de Héctor Bencomo Barrios. Caracas, 2003, pp.120-121.

24
es que no podía tener proyección de futuro. Monteverde se
enfrentó con las autoridades legales, se enemistó con la Au-
diencia, que trataba de limitar su poder absoluto, creó insti-
tuciones paralelas que desafiaban el orden establecido como
la Junta especial compuesta por cinco canarios, ocho penin-
sulares y cuatro criollos y no llegó a poner en práctica la Cons-
titución de Cádiz. No sacó beneficios económicos, pero se
apoyó en sus paisanos para consolidar su poder personal. He-
redia los acusó de haber inundado el país de odios contra los
españoles, que prepararon “con esta división entre el corto nú-
mero de blancos la tiranía de las gentes de color que ha de ser
el triste y necesario resultado de esas ocurrencias34”.
Francisco Javier Yanes acusó a Monteverde de ocuparse en
exclusiva de “secuestras bienes, destruir conspiraciones y reducir
a prisión a los sospechosos de patriotismo. El 15 de febrero de
1813 efectuó una proclama en la que anunció el descubri-
miento de “de una horrible conspiración que iba a envolverlos
promiscuamente en las ruinas de las autoridades constituidas y
en estragos más espantosos que las desgracias pasadas”. Para sal-
var la vida y las propiedades creo una comisión militar con fa-
cultades extraordinarias. Su sumaria se limitó a la delación de
un pardo, Ricardo Castro, al que en su casa le solicitó asus-
tado otro, Ildefonso Ramos, un par de pistolas y de espuelas,
porque a las cuatro de la tarde del 13 de febrero “se iba a dar
el golpe. Los testigos fueron el canario Juan Cabrera que lo
vio armado, por lo que dijo a su paisano Roque Sánchez que
lo siguiese “hasta asegurarle”. Este último lo siguió hasta un
monte, lo prendió y lo condujo al capitán general, que mando

34
Cit. por PARRA PÉREZ, C. Historia de la Primera República. Caracas, 1992.
Tomo II, p.501.

25
registrarle. Solo encontró unos papeles de diligencias para ca-
sarse en Cagua. La Audiencia se opuso a tal comisión por vul-
nerar las leyes, pero Monteverde le contestó que tomó esa
medida por hallarse la ciudad en estado de sitio. Se lisonjeaba
que el Supremo Gobierno no le reprobaría su conducta “pues
ya le había manifestado que si había publicado la Constitu-
ción había sido por un efecto de respeto y obediencia, no por-
que considerase a la provincia de Venezuela merecedora de tan
benigno código”. En efecto, pese a las recriminaciones de ese tri-
bunal, el 13 de marzo de 1813 hizo circular por bando una orden
de la Secretaria de la Guerra de 11 de enero en la que la Regen-
cia aprobaba su conducta35.
Álvarez Rixo planteó que Monteverde se comportó como
un soberano absoluto, que trataba a sus súbditos como grume-
tes. A sus compatriotas les había oído decir que “entre las cos-
tumbres que introdujo fue que no oía ni despechaba asunto
ninguno sino de las 10 o las 11 de la mañana hasta las 2 de la
tarde. Recibía a las gentes con sequedad y altivez36”. Su paisano
y pariente, el diputado Fernando Llarena, en el debate que su
autoproclamación, suscitó en las Cortes de Cádiz señala que era
injusto que se le diese al cubano una capitanía general “cuando
ha estado quieto en Puerto Rico, lejos del humo de la pólvora.
Señor ¿Dónde estamos? ¿Miyares con sus manos lavadas se ha de
calzar un mando que Monteverde se ha conquistado?37”
Monteverde trató de atraerse a sus filas a los pardos, a los
que se estimuló con su ensalzamiento y la elevación de su re-
putación. Buena prueba de ello es el sermón predicado por el

35
YANES, F. J. Relación documentada de los principales sucesos ocurridos en Venezuela desde
que se declaró Estado independiente hasta el año de 1821. Caracas, 1943. Tomo I, pp.100-102.
36
ALVAREZ RIXO, J.A. Anécdotas...
37
Diario de las Cortes de Cádiz. Sesión de 6 de abril de 1813.

26
agustino canario Miguel de Soto ante la compañía de tiradores
pardos de la ciudad de Guayana el 11 de marzo de 181238. Un
decreto suyo de 29 de enero de ese año los habilitó para ser ad-
mitidos en las universidades, a llevar prendas y vestidos que antes
no se les permitía, a tomar hábitos religiosos y entrar en el semi-
nario y los promocionó y los reconoció con la finalidad de in-
volucrarlos en la causa monárquica39. Pero su ejercicio del poder
estaba condenado a morir. Era difícil mantener un experimento
de esa naturaleza con un apoyo social cada vez más reducido40.
Aunque ciertamente fueron injustas y desproporcionadas
las detenciones, a diferencia de lo sucedido en la Guerra a
Muerte, los reos no fueron conducidos al patíbulo. Los des-
manes de Boves, Yánez y Morales son posteriores a la Guerra
a Muerte y en cierto sentido fueron una respuesta a esta, for-
man parte de lo que Juan Uslar Pietri llamado la rebelión po-
pular de 1814, pero nada tienen que ver con el gobierno de
Monteverde de 1812 y nacieron a raíz de la campaña admira-
ble. Alguien tan poco sospecho de parcialidad hacia Monte-
verde como el dominicano José Francisco de Heredia preciso
al respecto que “también debe advertirse que en toda la im-
prudente persecución por los hechos de la primera época no
se derramó sangre alguna, ni en el año que duró el mando de
don Domingo Monteverde hubo en todo el distrito más eje-
cuciones capitales que las de dos o tres reos de la conspiración

38
SOTO, M. Sermón predicado en la fiesta celebrada en honor de N.S. del Carmen al ele-
girla por su patrona la compañía de tiradores pardos de Fernando VII creada en la ciudad de
Guayana, el 11 de marzo de 1812. San Juan de Puerto Rico, 1812.
39
LOMBARDI BOSCÁN, A.R. Banderas del Rey (La visión realista de la independen-
cia). Maracaibo, 2006, p.177.
40
Un estudio exhaustivo del proceso en HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Los canarios
en la independencia de Venezuela. Tenerife, 2013 y HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. La
Guerra a Muerte. Bolívar y la campaña admirable (1813-1814). Tenerife, 2016.

27
descubierta en Barinas contra el ejército, cuya causa se juzgó
allí mismo a estilo militar, y la de Briceño y un oficial francés
aprendido con él que también se hicieron en aquel cuartel. En
el ejército de Barlovento oí decir muchos excesos desde las pri-
meras operaciones que dirigía Zerberiz y que un oficial de la
Reina nombrado don Antonio Suasola tenía la bárbara diver-
sión de cortar las orejas a los prisioneros, por lo cual, habiendo
caído en manos de los insurgentes que bloqueaban Puerto Ca-
bello, lo ahorcaron a la vista de la plaza, pero estos fueron des-
órdenes de personas particulares, que la autoridad ignoraba y
que los hubiera castigado en caso de saberlos. Jamás le ocurrió
a Monteverde, que un hombre pudiera ser muerto a sangre fría,
sin previa condenación en forma legal, y en cuanto ejecutó du-
rante su gobierno creía sinceramente que obraba con justicia.
No fue así en la época siguiente, en la cual se mataba a un hom-
bre con tanta frescura como a un carnero y sin más delito que
el haber nacido al otro lado del trópico de Cáncer, manifes-
tando los supuestos libertadores en toda su conducta que solo
eran capaces de destruir su patria, pues con principios tan fe-
roces no se fundan repúblicas”41. No se puede ser más preciso
ni más contundente, por lo que los lodos y la inmundicia que
derivaron de la revolución promovida por Boves, Yanez y Mo-
rales nacieron y se fundaron en los de la campaña admirable.
El regente de la Audiencia de Caracas puntualizó al respecto
la contraposición entre un gobierno como el de Monteverde con
leyes a que sujetarse y con una opinión pública que respetar con
el de un mando arbitrario de la usurpación sostenido solo con la
fuerza. Reconoce que no le faltarían a ese caudillo “sus buenos
deseos de hacer lo que llamaba ejemplares la facción de godos

41
HEREDIA, J. F. Op. Cit. p.144-145.

28
exaltados, y a estos por supuesto que le sobrarían ganas de ven-
garse y que quizás se hubieran alegrado de que todas las cabezas
de los patriotas se redujesen a una para poderla cortar de un solo
golpe, como que en ello suponían consistir su seguridad. Mas, sin
embargo, la persecución no llegó a este punto porque vivían bajo
el gobierno de España, cuyas leyes daban fuerza a la oposición
que hacía la Real Audiencia, y al fin la hicieron ganar a la intere-
santísima victoria de acabar con la persecución de hechos ante-
riores, sancionando y ejecutando la completa amnistía”. Establecía
una nítida diferenciación entre el mandato de Monteverde, en el
que “los mismos patriotas exaltados, sin obrar de buena fe, deben
confesarse deudores de la vida en aquel tiempo a la misma má-
quina del gobierno español que tanto se habían empeñado en
censurar y desacreditar, la cual. A pesar de todos sus ponderados
vicios, le proporcionó quién defendiera tan eficazmente” frente
al del Libertador. Sobre él se pregunta si “tenían acaso ellos mis-
mos otro tanto” y les pregunta si “no se veían atropellados y con-
denados con la misma facilidad que los infelices europeos y
canarios”. Concluyó magistralmente su valoración afirmando que
“los godos, en lugar de la venganza que anhelaban, encontraron
la muerte, el destierro, la miseria, y los patriotas, cuando creye-
ron libertarse de la opresión, trajeron a su patria la feriz anarquía,
y casi todos perecieron después infelizmente a manos del san-
guinario Boves, fiera desencadenada por consecuencia de las
crueldades de Bolívar “Nom semines mala in sulus injustitia, et
non metes ea in septuplum. Eclesiastici. Cap. 7º, Tº 3º”42. No se
puede ser más nítido ni más meridiano sobre las consecuencias
de la aplicación del decreto de guerra a muerte.

42
HEREDIA, J. F. Op. Cit. pp.145-146.

29
Otro tanto apuntó el obispo de la diócesis de Caracas Nar-
ciso Coll y Prats. Afirmó que “en Caracas, en la época que voy
exponiendo, o período primero de la revolución, no se llegó
a ese lance. El ejército casi en todas partes fue recibido y acla-
mado como amigo, y hasta las mismas batallas presentadas en
el interior de la provincia contra las armas de V.M. y ganadas
por Monteverde fueron el preludio de la paz, produjeron ale-
gría en los pueblos, que aún estaban bajo el poder usurpador,
prepararon el tratado de unión y olvido de todo lo pasado, fir-
mado en Maracay, retirándose en su consecuencia ocho mil
hombres bien armados y municiones, que componían el ejér-
cito al mando de Miranda en La Victoria, y hasta la invasión
de Bolívar no se derramó la sangre de nadie”43.

43
COLL Y PRAT, N. Memoriales sobre la independencia de Venezuela. Estudio prelimi-
nar de Manuel Pérez Vila. Caracas, 1960, p.234.

30
El incumplimiento de la capitulación
por Monteverde

El 18 de agosto de 1812, una vez derrotada la Primera Repú-


blica y culminada la capitulación firmada por Francisco de
Miranda, el autoproclamado capitán general de Venezuela,
Domingo Monteverde, en calidad de comandante general del
ejército de Su Majestad en la Provincia de Venezuela, expuso
a la Regencia que sentía un ardiente deseo de poner a su con-
sideración que “las victoriosas armas españolas, manchadas ya
tantas veces con la sangre de los facciosos, hiciesen conocer al
mundo que, si eran capaces de arrollar cuanto se opusiese a su
justicia, también lo era de compadecer al rendido, de respe-
tar en medio de una guerra escandalosamente provocada las
órdenes y sentimientos de beneficencia manifestados por el
supremo Gobierno de la Nación y de no olvidar cuanto más
glorioso era poner a los Reales Pies de V.M. los Pueblos des-
carriados con la menor ruina posible”. Tales principios, dicta-
dos por la Religión, la Justicia y la obligación fueron los que
con placer le hicieron admitir las primeras proposiciones “del
insurgente Miranda”. Sin embargo, “contra el temor de la capi-
tulación y el orden común, el cabeza Miranda hubiese partido

31
desde La Victoria para esta ciudad antes de verificarla; repar-
tido en ella los pocos intereses en metálico que había en las
cajas de Vuestra Majestad y aun las alhajadas que estaban de-
positadas y marchándose a La Guaira con sus colegas para es-
capar y aprovecharse de su vergonzosa rapiña”, dio las órdenes
competentes para su prisión”, órdenes que manifestó por for-
tuna habían sido ejecutadas pocas antes de su llegada por el
comandante republicano Manuel María de las Casas. De esa
forma estaba justificando el incumplimiento de la capitula-
ción, que se vio reforzada por las medidas tomadas previa-
mente por los contradictores del Precursor dentro de la
Primera República, el dirigente anteriormente citado, que se
convertirá más tarde en adalid del régimen monárquico, Mi-
guel Peña y Simón Bolívar, que serán premiados con el pasa-
porte para emigrar sin problemas hacia el exterior.
Para justificar la represión posterior, en clara contradicción
con los términos de la capitulación, que concedía perpetuo
olvido de las actuaciones anteriores, Monteverde dio pie a un
auténtico estado de sitio en clara contradicción con la consti-
tución gaditana vigente con el objetivo de reforzar su poder ab-
soluto, que no estaba legitimado por la Regencia que había
designado al antiguo gobernador de Maracaibo, el cubano Fer-
nando Miyares, como nuevo capitán general de Venezuela. Su
comportamiento ante tales circunstancias, que será abierta-
mente cuestionado por el regente de la Real Audiencia, el do-
minicano Heredia, que contradijo abiertamente los procesos
entablados por el canario en las causas de infidencia, con la ma-
siva conmutación de las penas decretadas. En su argumenta-
ción justificativa expuso que el estado de cosas era anárquico y
desestabilizador con la acción de una clase “de hombres acos-
tumbrados o a mantenerse en la ociosidad con los sueldos con-
cedidos o un influjo poderoso sobre los demás o saciar sus

32
pasiones bajo el falso velo de la libertad, aunque reprimiendo
sus peligrosas sensaciones, daban a entender cuanto era su sen-
timiento por la pérdida o disminución de estos que conside-
raban sus bienes”. Con sus “amenazas individuales y sus
quiméricas esperanzas” parecían olvidarse “ingratamente” el
beneficio otorgado por el monarca por su mediación al aspirar
“nuevamente a continuar el sistema escandaloso ya extinguido”.
Alegó que esa atmósfera podría suponer el sacrificio de los ciu-
dadanos leales “en el caso de que los facciosos ejecutasen otra
conjuración”. Supuso que esa situación se estaba originando
porque recibía continuos avisos y delaciones proporcionadas
por “hombres sensatos y de probidad conocida”, que le hicieron
ver que nada se había conseguido con tal benignidad que podía
traslucir “su debilidad impotente y las fuerzas que los domi-
naba en las solas causas de su inquietud”. Entendía que los re-
volucionarios daban pasos contrarios a la “buena fe de lo
estipulado y a la seguridad pública”, por lo que no pudo des-
entenderse de tales invocaciones y antepuso a sus pacíficos de-
seos, la necesidad de la tranquilidad de la provincia. Para dar
prueba de su beneficencia, dispuso que se asegurasen los que
habían incurrido en esos criminales deseos y las de aquellos
que habían tenido “en la rebelión un lugar eminente y una in-
fluencia decidida sobre los incautos y los alucinados”. Todo ello
le llevó a ordenar que “sus bienes, sus propiedades libres en la
capitulación fuesen respetadas y conservadas para ellos como
sus señores, mientras que nuevas causas no obligasen a nuevas
disposiciones”. Sostenía que Caracas no era una ciudad adecuada
para su residencia, por lo que dispuso su traslado a La Guaira,
donde su encarcelamiento les proporcionaría “las comodidades
que en él son posibles”. Les hacía ver que la justicia monárquica
era compatible con la compasión, que era opuesta a la que ellos
sostenían “en sus tiranos y detestables consejos”. Con tales

33
medidas argumentaba que tales “criminales no volverían “a tur-
bar el sosiego de una patria que aborrecen, ni a separar de la
Monarquía una de sus partes integrantes. En tales prisioneros
permanecerían mientras que se decidiese su traslado a otros te-
rritorios de la Monarquía en los que podrían servir “en ejercicios
más honrados que los que últimamente han tenido y tranquili-
zar con su ausencia un país que indignamente han arruinado”.
No obstante, aseveró que no cumpliría en toda su extensión sino
les presentase al monarca “la persona de los ocho malvados que
han llenado el mundo de horror con sus nombres y sus crímenes;
los que aparentando unas virtudes que no conocen han ejercido
en toda su fuerza las pasiones más sanguinarias y bajas y los que
han sido la primera raíz, la primera causa de las desgracias de la
América”. Esos ocho monstruos eran inicialmente Francisco de
Miranda, Juan Germán Roscio, José Cortes Madariaga, alias Ca-
nónigo de Chile, José Mires, Francisco Isnardi, Juan Pablo Ayala,
el mulato Bonoso y Antonio Barona, “común acusador de los
españoles constantes a V.A.”, a los que se añadió más tarde a Juan
Paz Castillo y Manuel Ruiz al quitar de la lista al Precursor y eli-
minar por la gravedad de su enfermedad a Bonoso. Su objetivo
con esa decisión era que siguieran de cerca su augusta voz de y
“que se avergüencen y confundan y que sufran el castigo que
sea del agrado y justicia de V.M.”44.
Su rápida sucesión de victorias, la paulatina incorporación
de cada vez más personas a su expedición contrarrevoluciona-
ria, la designación de jefes militares sin contar con sus superio-
res, como el del nuevo gobernador de Barinas, auparon a
Monteverde. El militar español Surroca subrayó el clima rei-
nante: los pueblos de la Provincia de Caracas, “ya dispuestos con

44
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

34
la buena fama y progresos del General, que así lo titulaban, sa-
lieron a buscarle en el tránsito, dándole pruebas ingenuas del
amor con que recibían el ramo de olivos que le presentaba en
nombre del cautivo rey Fernando Séptimo, a quien juraron
eterna fidelidad y ciega obediencia a sus delegados”. Su victoria
final, tras la caída de Puerto Cabello y la capitulación, conduje-
ron a autotitularse desde entonces como capitán general de Ve-
nezuela45. Como reseñó el citado militar, Monteverde se negó a
obedecer al capitán general y a cederle el mando que empuñaba
al cubano Fernando Miyares, designado como tal por la Regen-
cia. Replicó que, “tanto por haber reconquistado las provincias,
como por estar prevenido en uno de los tratados de la capitula-
ción que había aceptado, que él debía ser el capitán general de
Venezuela, no dejaría el gobierno de ella hasta la Regencia de-
terminase la consulta que le había elevado acerca de dicho par-
ticular”. De esa forma quedó dueño absoluto de Venezuela, tal y
como subrayó este oficial, realidad de facto que la Regencia se vio
obligada a reconocer46. Heredia en sus memorias sostuvo que el
canario “era el más inferior entre los jefes que la capitanía gene-
ral tenía a sus órdenes, despojó del ejercicio de ella al propieta-
rio que la servía con nombramiento del legítimo gobierno, y este
no solo disimuló un acto de rebelión, sino también lo premió,
confiriendo al usurpador la propiedad del empleo que tan ele-
gantemente había arrebatado”47. Miyares se valió del coronel
Manuel Fierro, paisano suyo, “por creer que podía persuadirlo
valiéndose del respeto, de la edad y del influjo de la coterranei-
dad” y del temor a la guerra civil y “de la indignación con que el
gobierno miraría al atentado”. Mas, nada causó “impresión en el

45
SURROCA Y DE MONTÓ, T. Op. cit. pp.118-119.
46
SURROCA Y DE MONTÓ, T. Op. cit. pp.119-120.
47
HEREDIA, J. F. Op. cit., p.71.

35
Nuevo Cortés. No era fácil vencer la vanidad de aquel joven que
se creía coronado de victorias, la ambición de los que le rodeaban
con esperanza de mandar en su nombre y hacer su negocio”48.
Juan Manuel Cagigal, futuro capitán general de Venezuela,
estimó este hecho escandaloso y sin precedente hasta el punto
de ser capaz de desorganizar el ramo militar. Para este militar
profesional nada importaban las conquistas, “si por ellas se ha
de perder el sistema militar con que han de conservarse”49. Los
prejuicios hacia los canarios, de los que no dudó en llamar afri-
canos de forma despectiva, se pueden apreciar en sus juicios de
valor hacia él cuando afirmó que “le tocó en suerte un carácter
duro y no pudo desprenderse de ciertos agentes inseparables de
quien respira el primer aliento en las Islas Canarias”. Lo valoró
como “celoso de gloria, desconfiado, astuto y emprendedor;
sabe lo necesario para su carrera, pero ni una línea más de lo
preciso; poco inclinado a la lectura, ignora cuanto se enseña en
las salas destinadas a la instrucción de los caballeros guarda ma-
rinas”. Planteó que obedeció con repugnancia y pocas veces “sin
anticipar la sátira o la murmuración de cuanto por disposición
de otro emprende”. Pero su orgullo se sometió finalmente “al
consejo de los intrigantes, único que rodean a esta especie de
hombres adustos y ambiciosos”50.
Sus soportes eran, según Ceballos, “los que con las armas vo-
ciferaban poco antes el odio irreconciliable al gobierno espa-
ñol51”. Heredia reflejó que en el tránsito de su camino victorioso
a Caracas “prendía y enviaba a Coro indistintamente cuantas

48
HEREDIA, J.F. Op. cit. p.72.
49
CAJIGAL, J.M. Memorias sobre la revolución de Venezuela. Caracas, 1960, p. 71.
50
CAJIGAL, J.M. Op. Cit. pp.75-76.
51
PARRA PEREZ, C. Historia de la Primera República de Venezuela. Caracas, 1959.
Tomo II. pp.487.

36
personas le decían sus paisanos los canarios que eran malas”52.
Cagigal reiteró las acusaciones de permitir saqueos en los pue-
blos inocentes, de imponer contribuciones a su arbitrio y de dar
“como fieles y buenos españoles a muchos de sus paisanos, que el
tiempo hará conocer por los patriotas venezolanos más desafora-
dos”53. Una recriminación a la evolución hacia la independencia
de los canarios en la década siguiente. Sarcásticamente refirió la
entrega del mando a sus compatriotas Gamboa y Gómez, que,
como era “hombre que lo entiende, y como fue de vuestro Con-
greso, no se le ocultarán las condiciones o convenios de diplo-
macia54. Duras apreciaciones de inhumanidad y despojo que en
su opinión hicieron de sus huestes “hombres avaros y sedicio-
sos” que “trataban, y lo consiguieron, de enriquecerse, apoya-
dos en el derecho de la fuerza, o más bien en el de la voluntaria
entrega de los infelices, víctimas de su amor y credulidad”55.
Con esa conducta, sostuvo, la conquista canaria hizo prevale-
cer entre el pueblo el odio general a la dominación de los eu-
ropeos que antes sólo existía “en los principales de las primeras
familias de las capitales”. Mas, en un juego hábil de palabras,
los desliga de esa europeidad al calificarlos africanos, tal y como
eran considerados al ser criollos de un territorio ultramarino
español en el norte de África. Pronosticaba con clarividencia que
su poder estaba condenado a derrumbarse, como antes había acae-
cido con el caraqueño: “es bien delicado el proponer el remedio,
el mal ha llegado a tal grado que se expone mucho el que se crea
capaz de encontrar el modo de extinguirlo absolutamente; ya se

52
HEREDIA, J.F. Op. Cit. p. 61.
53
CAGIGAL, J.M. Op. Cit. p.83.
54
CAGIGAL, J.M. Op. Cit. p.84.
55
CAJIGAL, J.M. Op. Cit. p.67.

37
concluyó el partido caraqueño, ahora es expuesto el acabar con
el isleño; gradualmente han llamado así el todo de las riquezas,
y en este ramo de sostener querellas es innegable que son gene-
rosísimos, y hasta pródigos los tales africanos, en tiempos de la
independencia Venezuela, españoles celosos cuando Monte-
verde entraba en los pueblos de su residencia”56.
El mismo día que Monteverde dictó ese manifiesto, el 18 de
agosto de 1812, elaboró una relación de personas que serían con-
ducidas presas tanto en Caracas como La Guaira “por peligro-
sas a la seguridad pública con expresión de sus clases”. Esos
individuos, entre los que se encontraban los ocho monstruos
escogidos para ser trasladados junto con Francisco de Miranda
a cárceles españolas, eran Juan Germán Roscio, abogado, cali-
ficado “primer diplomático de la Revolución”, Juan Pablo
Ayala, “veterano, antiguo coronel e inspector general de la re-
volución”, estos dos primeros incluidos entre los “ocho mons-
truos”, Domingo Galindo, “teniente de milicias antiguo”57,
Francisco Padrón58, paisano, Miguel Martínez, “cadete veterano

56
CAJIGAL, J.M. Op. Cit. pp.97-98.
57
Se trata de Domingo Galindo Pacheco, hijo de José Francisco Galindo y Liendo y Mer-
cedes Pacheco Rodríguez del Toro. Nació en Caracas en 1783. Fue teniente de la tercera
compañía el 24 de mayo de 1810. Fue designado capitán de la quinta compañía de milicias
de blancos de los Valles de Aragua. Murió soltero, Hermano de Fernando, que en 1810 al-
canzó la tenencia de granaderos del batallón de milicias de blancos de patriotas de Vene-
zuela. Sería el autor de la defensa de Piar. Murió en combate en el Rincón de los Toros
(Guárico) el 17 de abril de 11818. También soltero (HERRERA-VAILLANT, A. La es-
tirpe de los Rojas. Caracas, 2007, Tomo II, pp.264-265).
58
Francisco Padrón, natural de La Victoria, blanco, tenía en 1812 27 años de edad. Pro-
pietario de una hacienda de caña, fue designado capitán del regimiento de caballería del go-
bierno revolucionario. Junto con sus hermanos Carlos y Juan se incorporó a la causa
revolucionaria. Con pasaporte otorgado por el mismo Francisco de Miranda, intentó emi-
grar a Curazao, pero fue detenido en La Guaira el 1 de agosto de 1812, y encarcelado, en-
fermando en prisión. Como tantos otros fue liberado por la Audiencia en abril de 1813 y sus
bienes desembargados. (Memorias de la insurgencia...)

38
y teniente coronel de la revolución”, José María Gallegos, pardo
con la prórroga de Don, cirujano del hospital de Caridad con
honores de Ejército por el Rey59, José Salcedo, coronel de ar-
tillería antiguo y brigadier e inspector de la revolución, Flo-
rencio Lusón, “pardo, paisano, cómico y teniente veterano”,

59
Se demuestran los prejuicios hacia los pardos y el hecho de haber obtenido una gracia
a sacar que le permitía usar el título de don. Era cirujano romancista pardo. Desde 1794
ejerció como cirujano mayor del hospital de San Pablo, y desde el año siguiente, del batallón
de pardos. El 11 de enero de 1807 había solicitado al monarca la citada gracia para él y su
mujer María Josefa Carrillo. Alegaba en ella que su abuelo Don Félix Núñez era blanco lim-
pio y de noble nacimiento y que su padre Domingo Gallegos había ejercido por espacio de 44
años la profesión de cirujano en los hospitales caraqueños, y se le había concedido por vía de
pensión la mitad del sueldo que gozaba. Él había alcanzado ese título en 1787 y al año si-
guiente se le asignó el del batallón de pardos, que hasta el día de la fecha había desempeñado
sin salario ni gratificación alguna. En 1802 alcanzó ese empleo en el hospital militar de La
Guaira, y al año siguiente en el de la Caridad de Caracas. con motivo de la invasión mirandina
de 1806 se había ofrecido a curar gratuitamente al batallón de pardos de Aragua durante su
estancia en la capital venezolana y a sufragar el salario de otro en caso de salir de ella (BRUNI
CELLI, B. Relación de méritos y servicios de funcionarios de España en Venezuela Madrid, 2015,
pp.288-289). En 1810 seguía trabajando en el citado centro sanitario. José María Vargas diría
sobre su validez científica en su Memoria de la Medicina en Caracas y bosquejo biográfico de sus
médicos que era “sin duda el más instruido y diestro entre los cirujanos de aquella época en esta
ciudad, unía a una educación profesional y un talento sobresaliente, aplicación al estudio y una
práctica ilustrada por los principios. Solo le faltaba lo que le era imposible obtener: la visita
en los grandes hospitales de Europa o del norte de América para estar al nivel de los más re-
gulares cirujanos actuales de los países más cultos. Él se complacía en comunicar sus nociones
prácticas a sus amigos. Permítaseme tributarle el homenaje de mi gratitud, por el tiempo que
en el principio de mi carrera tuvo la bondad de dejarme asistir a su práctica. Fue uno de los más
activos promotores del 19 de abril de 1810. Había participado en reuniones conspiratorias
desde 1808 en la cuadra de Bolívar y en la junta preparatoria en la casa de Manuel Díaz Ca-
sado el día anterior. Fue cirujano mayor del ejército de Miranda. Falleció en las bóvedas de La
Guaira, a las que había sido conducido por Monteverde. Había contraído nupcias con Josefa
Carrillo, con la que tuvo una hija Adelaida. En 1846 su viuda obtuvo pensión del montepío
que en 1877 se le otorgó a su vástaga. ARCHILA; R. Historia de la medicina en Venezuela.
Época colonial. Caracas, 1961, pp.282-283. VARGAS, F.J. Médicos, cirujanos y practicantes
próceres de la nacionalidad. Caracas, 1984, p.88.

39
Luis Bernardo Satillón, “paisano francés, teniente coronel ve-
terano”, Carlos Chazen, “paisano francés, capitán de artille-
ría, Jerónimo Escarpeta60, “revolucionario desde Quito”,
Manuel Ruiz, “sargento mayor de la Reina y Coronel de la re-
volución, uno de los ocho desterrados a Ceuta, Manuel de la
Cova, “paisano y capitán de cazadores”, Francisco Carabaño61,
“teniente veterano y teniente coronel”, Pedro Toledo, procu-
rador de causas y capitán de volantes, Lorenzo Méndez, abo-
gado y auditor de Miranda, Rafael León, mayordomo del
hospital de Caridad de San Lázaro, Laureano Mena, paisano,
ayudante de campo de la revolución, Luis Peraza62, doctor,

60
El capitán Jerónimo Escarpeta Roo era natural de Calí (Colombia), donde nació en 1778,
hijo del napolitano de Nocera de Pagani Mateo Scarpetta y San Cebrino y María Teresa Roo
Vivas, nacida en Calí. Casao en Nueva York con Catalina Brazel, con la que tuvo cuatro hijos,
falleció en Popayán el 11 de abril de 1824 a los 46 años de edad. Fue capitán de infantería del
ejército independentista y participó en las batallas de Cartagena, Boyacá, pantano de Vargas y
Pitayó entre otras.
61
Originario de Cumaná. donde nació en 1783. era hijo del mariscal de campo del ejército
español Francisco Carabaño y de María Margarita de Ponte. Tras cursar estudios en Trinidad
y España, regresó a Caracas como teniente de su batallón fijo. Miembro de la sociedad patrió-
tica, fue gobernador de Caracas, oponiéndose a la capitulación. Fue remitido también a Ceuta.
En 1820 participó en la rebelión d Riego y es elegido diputado por Caracas en las Cortes del
Trienio. Retornó a Venezuela en 1822. Miembro del congreso de la Gran Colombia en 1824,
desempeñó varios puestos militares, entre ellas la de jefe del estado mayor en 1832, hasta que
murió asesinado en Cariaco por el indio Juan Antonio Salcedo e 18 de agosto de 1848 cuando
desempeñaba la comandancia de armas de Cumaná. Se carteó con Juan Germán Roscio.
62
Luis Tomás Peraza de Ayala, abogado originario de Villa de Cura, donde nació el 13 de
marzo de 1765, hijo del isleño Fernando Peraza de Ayala, sargento mayor y hacendado de la lo-
calidad, y Juana Rodríguez. Tomó parte en el movimiento de Gual y España, por lo que se le con-
denó a seis años de presidio en La Habana y una elevada sanción. Humboldt se hospedó en su
mansión familiar mientras residió en Villa de Cura. Retornó en 1811 a Venezuela. Se le efectuó
causa de infidencia por sr patriota y agente de Miranda. En 1814 emigró a las Antillas. Fiscal del
tribunal de secuestros y miembro del consejo de Estado, fue elegido diputado por Carcas en el
congreso de Angostura. Tras ejercer como gobernador de Guayana y presidente del tribunal del
almirantazgo de Angostura, se retiró a su villa natal, donde falleció el 31 de diciembre de 1822.

40
abogado revolucionario de 1797 y funcionario de la revolu-
ción, Pedro Rodríguez, paisano, teniente de caballería de la
revolución, Luis Sentineli63, sargento mayor de milicias, co-
ronel de ejército de la revolución, Ignacio Monserrate, pai-
sano, Felipe Peña, paisano, Antonio Muñoz Tebar64, paisano,
presidente de la sociedad patriótica “y secuaz de Miranda”, Mi-
guel José Sanz65, licenciado, abogado, diplomático, Juan Tri-
miño66, paisano, portero del tribunal de vigilancia, Juan

63
En 1808 tenía 48 años, era natural de Nápoles y ayudante graduado de teniente coro-
nel del batalló de milicias disciplinadas de blancos de Caracas. Con anterioridad había ser-
vido en el regimiento de Jalona de Namur y en el de S.M. siciliana y en el de infantería de
Nápoles. Fue agregado del estado mayor de Guayaba durante un año y un mes. Apresó a José
España el 29 de abril de 1800. (Hojas militares. Tomo III, pp.276-278)
64
Originario de Caracas, ciudad en la que nació el 12 de mayo de 1792. tras abandonar
la religión oratoriana, con el movimiento revolucionario, se integró en la sociedad patriótica,
en la que fue uno de sus más destacados oradores y redactor de El Patriota de Venezuela.
Amigo y secretario de Miranda, desempeñó en 1812 la secretaria de Estado. A la caída de la
Primera República fue encarcelado. Liberado, Bolívar le designó secretario de Hacienda y Re-
laciones exteriores. Falleció en la batalla de La Puerta el 15 de junio de 1814 (Diccionario de
Historia de Venezuela. Tomo II, pp. 1041-1042).
65
Natural de Valencia, donde nació el 1 de septiembre de 1756, hijo del tinerfeño Fran-
cisco Sanz Orea, tras estudiar leyes en Caracas y ser abogado por la Real Audiencia de Santo
Domingo, fue relator de la recién creada Audiencia de Caracas. Junto con José Domingo
Díaz dio a luz entre 1810 y 1811 el Semanario de Caracas. Secretario del Congreso y de Es-
tado y Guerra durante la Primera República, fue encerrado en Puerto Cabello en 1812 acu-
sado de infidencia. Falleció en la batalla de Úrica el 5 de diciembre de 1814.
66
Natural de Santa Cruz de Tenerife, portero con calidad de alguacil en la Alta Corte de
Caracas, contrajo nupcias en Caracas el 19 de mayo de 1803 con Josefa Ramona Hernández,
con la que tuvo una numerosa descendencia. Exaltado defensor de la independencia, fue en-
carcelado por Monteverde en las bóvedas de La Guaira. Acusado en un juicio de infidencia
como hablador insolente y atrevido, fue puesto en libertad y entregado sus bienes embarga-
dos por orden de la Real Audiencia instalada en Valencia el 28 de abril de 1813. En 1818 se
hallaba en Angostura encargado de confeccionar vestuarios para el ejército. Simón Bolívar
se valió de su nombre para redactar un escrito jocoso contra José Domingo Díaz Siguió re-
sidiendo en esa ciudad guayanesa hasta al menos julio de 1820. (Diccionario de Historia de
Venezuela. Tomo III, p.750. Matrimonios y velaciones de la Catedral de Caracas..., p.866).

41
Esteban Sizo, paisano, alcaide de la cárcel del Estado, Felipe
Torres67, pardo, paisano, Francisco Antonio Miranda, agente
corresponsal de Miranda, Gabriel Punzel, sargento del bata-
llón de pardos de la revolución, José Antonio Bonel, oficial
de la Contaduría de Guerra, vista de aduana de la revolución,
Juan de Dios Morales68, oficial de la contaduría antigua, José
Francisco Mieliterán paisano, José Luis Cabrera69, licenciado,

67
Albañil de profesión, fue acusado por los testigos en su causa de infidencia por su vin-
culación con la Sociedad Patriótica. Fue ampliamente temido por los “godos” de la capital, gra-
cias a la virulencia de sus ideales, que llegaron al punto de desafiar abiertamente los designios
reales. Su castigo fue la prisión y el embargo de sus bienes. Como tantos otros, el 14 de abril
de 1813, fue liberado y desembargadas sus propiedades (Memorias de la insurgencia...)
68
El 31 de diciembre de 1809 declaró en La Guaira ser oficial provisional con sueldo de 450
pesos, natural de ese puerto, soltero y con 23 años de edad. Había sido receptor de alcabalas
en La Guaira como meritorio. Siguió desempeñado ese empleo en el período revolucionario
(BRUNI CELLI, B. O. Cit., p.564. Fue encarcelado el 15 de agosto de 1812. Se declaró ino-
cente y no haber tenido “parte en la revolución, no fue empleado por el gobierno insurgente,
ni tomó las armas contra las del Rey, [...] por lo tanto ve con el mayor dolor, que un hombre
inocente esté padeciendo la dura prisión de un calabozo con pesados grillos [...] separado de
la vista de su madre y hermana”. Como tantos otros el 28 de abril de 1813 la Audiencia le dejó
en libertad con total desembargo de sus bienes (Memorias de la insurgencia... p.375).
69
José Luis Cabrera Charbonnier nació en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de febrero
de 1767. Su padre, Francisco Hernández Cabrera, nacido en el barrio marinero de Triana el
31 de julio de 1733, diputado del común de su ciudad natal, se embarcó para Caracas, donde
ejerció como mercader y tuvo también una bodega que administraba con su paisano el pal-
mero José Pagues a partir las ganancias. Su hijo, tras haber sido familiar del obispo Herrera,
emigró finalmente a Venezuela en 1785. Licenciado en Medicina en 1791 en la Universidad
de Caracas, en 1792 fue profesor de su Facultad .Desde 1798 hasta 1800 Cabrera fue mé-
dico del Hospital de la Caridad. Desde allí pasó a la dirección del Militar, en donde en 1803
fue reemplazado por José Domingo Díaz. En 1804 fue encargado por el capitán general
Guevara Vasconcelos para la redacción de un proyecto de fabricación de un hospital en La
Guaira. Libre de las influencias aristotélicas, escribió varias obras de investigación médica
como la “Memoria de la historia de la Medicina hasta Paracelso”, y “Observaciones sobre la
epidemia del dengue en esta capital de 1828”, “Conocimiento de las sanguijuelas” y “Dis-
curso sobre la importancia del pulso en la apertura del tercer año de la sociedad médica
de Caracas”, de la que fue presidente. Falleció en Caracas el 18 de septiembre de 1837 a los
71 años de edad. El éxito en su campo profesional le permitió invertir sus ahorros en una

42
“médico isleño”, Manuel Negrete70, paisano y capitán de la re-
volución, Ramón Yanes, paisano, José María Crisoli, francés,
Nicolás Machado, paisano, hacendado, José María Pérez, pai-
sano, hacendado, José Ramón García Sena71, alférez de mili-
cias y teniente coronel de la revolución, Félix Sosa72, doctor y

hacienda de cacao en Ocumare del Tuy. Desde muy joven se identificó con el republicanismo
más radical. Diputado en el Constituyente por Guanarito, fue el único canario firmante del
acta de Independencia. Fue uno de los más fieles exponentes de la ideología liberal en el Parla-
mento. Se exilió a las islas del Caribe desde 1814. No pudo regresar hasta 1827. En el Congreso
Constituyente de 1830 resultó elegido diputado por Caracas. (HERNÁNDEZ GONZÁ-
LEZ, M. Medicina e Ilustración en Canarias y Venezuela. Tenerife, 2006, pp.93-106).
70
Manuel Negrete era un labrador caraqueño de 31 años de edad. Se le abrió causa de in-
fidencia el 10 de noviembre de 1812 en la que se le acusó de haber sido secretario del go-
bernador de La Guaira y de haber recibido una condecoración con un escudo revolucionario
y de haber sido designado capitán del ejército patriota de Ocumare. Un testigo afirmó que
“el acusado como capitán, acompañó al marqués del Toro en la expedición que hizo a Va-
lencia contra los leales al rey”. Fue también liberado en 1813 y se le devolvieron sus bienes
(Memorias de la insurgencia...)
71
Hijo de Ramón García de Sena y Rodríguez, natural como él de La Victoria y hermano
de Manuel, el autor de la traducción al castellano de la obra de Thomas Paine La indepen-
dencia de Costa Firme justificada por Thomas Paine treinta años ha. Participó en las reu-
niones de los conspiradores que promovieron el 19 de abril de 1810. Redactor de El
Publicista de Venezuela, fue en 1812 secretario de Guerra y Marina de la Primera República
y al año siguiente desempeñó semejante cargo con Bolívar y más tarde gobernador de Bari-
nas. Falleció en la batalla de La Puerta el 15 de junio de 1814 (Diccionario de Historia de
Venezuela...Tomo II, p.257).
72
José Miguel Sosa nació en Caracas el 29 de septiembre de 1772. Fue bautizado el 12 de
octubre en la parroquia de San Pablo, donde vivían sus padres, el grancanario Domingo de
Sosa y Tomasa Pérez Casto, originaria de La Guaira. Sosa fue primero bachiller en Derecho.
El 23 de noviembre de 1790 le fue concedido por la Audiencia el título de abogado. Cuatro
años más tarde, el 2 de julio de 1794, se incorporó al Colegio de Abogados. Por aquel en-
tonces ya había alcanzado los grados de licenciado y doctor en Derecho por la universidad
caraqueña. Con apenas 19 años, asistió al hospital con Felipe Tamariz. Efectuó con él sus
prácticas desde 1788 a 1792. El 23 de noviembre de 1793 alcanzó el título de bachiller en
Medicina. Ya desde 1795 ejerció como facultativo, pues en ese año la Real Audiencia soli-
citó del Protomedicato información sobre los galenos existentes en Caracas, hallándose él

43
abogado, fiscal de la revolución, Diego Urbaneja73, estudiante
y abogado de la revolución, José Bautista Perdomo74, mercader is-
leño, paisano, José Urbina, pardo, sastre y capitán de pardos de la
revolución, Guillermo Pelgrón maestro de latinidad holandés75,

entre ellos. Su padre, Domingo de Sosa, nacido en Las Palmas el 8 de agosto de 1725, fue su
teniente corregidor, juez de comisos y administrador de la Real Hacienda de Choroní. De
ideas ilustradas, poseía una excelente biblioteca con el Teatro Crítico Universal y las Cartas
eruditas de Feijoo, una Filosofía moral y tres tomos del Hombre Feliz y un Idioma de la Na-
turaleza, entre otros. Su hacienda constaba de 27 000 árboles y de 13 esclavos. De su matri-
monio con Tomasa Pérez Casto nacieron doce hijos adultos. El más destacado de sus vástagos
fue José Félix Sosa, bachiller en Artes en 1792, bachiller en Derecho y doctor en Derecho
Canónico. Regentó la cátedra de prima de Cánones en la Universidad de Caracas. Tras ac-
tuar como abogado en el proceso seguido contra Miranda por su invasión de 1806, se in-
corporó al proceso que derribó al capitán general Emparan el 19 de abril de 1810 y formó
parte de la Junta Suprema. Elegido miembro del Tribunal de Seguridad Pública y de la Cá-
mara Provincial de Caracas, es encarcelado tras la caída de la Primera República. Con la en-
trada de Bolívar a Caracas en agosto de 1813, fue nombrado por el Libertador asesor de
Hacienda Pública. Apresado de nuevo con la entrada de Boves, moriría de hambre en el cau-
tiverio. (HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Medicina e Ilustración... pp. 142-143).
73
Diego Urbaneja Sturdi, natural de Barcelona (Anzoátegui), fue licenciado en Derecho
por la Universidad de Caracas. Formó parte de las tertulias en las que Cortés de Madariaga
exponía sus ideas independentistas y se integró en la Sociedad Patriótica. Asesor de la in-
tendencia general de alta policía, fue conducido a las bóvedas de La Guaira por Monteverde.
Tras un accidentado periplo por el Caribe, en junio de 1816 fue designado gobernador de
Carúpano. En 1819 es nombrado ministro de relaciones interiores y justicia y más tarde pre-
side el Congreso. Se le supone e 1824 gran maestre de la Gran Logia de Colombia. En 1830
con la independencia de Venezuela ocupó la cartera de ministro de relaciones exteriores.
Tras ocupar en diferentes ocasiones la vicepresidencia de la República, falleció en Caracas el
12 de enero de 1856. (Diccionario de Historia de Venezuela...Tomo III, pp. 788-789).
74
En 1797 poseía una canastilla contratada con María Ignacia Bello valorada 1480 pesos.
En 1802 era dueño de una mercería junto con su paisano José Hernández de Orta, valorada
en 1500. KINSBRUNER, J. Petty Capitalism in Spanish America. The pulperos of Puebla,
México City, Caracas y Buenos Aires. Westview, 1987, pp.62-63.
75
Guillermo Pelgrón era originario de Curaçao. Ejerció como maestro de primeras letras, la-
tinidad y elocuencia en la escuela pública de Caracas desde el 16 de enero de 1778 hasta 1810.
desempeñando el corregimiento de Valle de Pascua en 1799. En 1810 fe designado contralor
de los hospitales de Caracas. Casado con Rosa María Pardo Ruiz, tuvo varios hijo, entre los
que se encontraban los aquí referidos José María y Ramón. El primero, nacido en Caracas el 12

44
José María Pelgrón, paisano y ayudante de agricultores de la
revolución, Ramón Pelgrón paisano sargento, José Félix Pel-
grón paisano, Miguel Soto, amanuense del poder ejecutivo,
Mariano Salías, paisano y capitán de la revolución, Juan Sa-
lías, paisano, teniente, Joaquín Liendo presbítero76, Rafael

de enero de 1781, durante la Gran Colombia fue vocal de la Junta protectora de la escuela de
enseñanza mutua de Joseph Lancaster. Escribió en diferentes rotativos caraqueños entre 1814
y 1835 y fue secretario del Congreso. Exiliado en Trinidad, contrajo nupcias con María del
Pilar Quintero y con Manuela Castro. Falleció en Caracas el 17 de agosto de 1845. (Dicciona-
rio de Historia de Venezuela...Tomo III, pp. 60-61). José Félix era hijo de José María.
76
José Joaquín Liendo y Larrea, hijo de Juan Francisco de Liendo Hernández y Josefa Ma-
tilde de Larrea, era originario de San Felipe Yaracuy. Miembro de la Sociedad Patriótica, falle-
ció en Marcano, (Isla Margarita) el 21 de enero de 1824. Se le abrió un juicio de infidencia en el
que Francisco Antonio Carrasco declaró que había sido cabeza de la revolución de esta ciudad”.
Especificó que le habían dicho que había cogido el retrato de Fernando VIII y lo metió por tres
veces en el Guaire, enterrándolo en una playa de ese río. Narró que había puesto un folio ama-
rillo que decía ser símbolo del patriotismo y una gran placa al pecho que decía que demostraba
lo mismo. También había oído en una de las funciones revolucionarias colocó en su casa los re-
tratos de José España y Manuel Gual. Fue calificado como uno de los sacerdotes “que se dicen
habladores, que siempre estaba hablando a tontos y a locos de su gobierno revolucionario, de las
prosperidades que les podría traer y de lo felices que con él serían, pero que ninguno hacía caso
de sus desconcertadas razones y se le dejaba como a un hombre que no tenía el mayor tino ni
celo”. José María Sampa yo declamó en su contra por ser uno de los más que difamaba a España
y a los europeos. Actuaba como el patriota o revolucionario más celoso yendo muchas veces a la
cárcel en ver y registrar si los grillos de los presos estaban bien remachados. Incluso en una oca-
sión le pidió uno que le confesase y le respondió que lo mejor era ahorcarle en lugar de confe-
sión. Asimismo relató que fue el primero que se puso la cucarda revolucionaria”. El 7 de febrero
de 1813 Liendo confesó su participación en la Sociedad Patriótica y declaró que el movimiento
emancipador había sido ejercido dignamente por la necesidad que tenía el pueblo de la provin-
cia a darse su propio gobierno. Asumió que detestaba de todos los hechos que se le imputaban
por haber sido “iluso y lleno de mil ideas fantásticas y quiméricas según le habían hecho conve-
nir y por consiguiente se encuentra verdaderamente arrepentido”. Su causa fue finalmente so-
breseída en abril de 1813 por la Audiencia. Fue remitido su caso a la custodia a las autoridades
arzobispales, para que “se le guíe en su conducta para que no se desdiga de en las protestas y arre-
pentimientos que ha hecho en su confesión y repare con ella el escándalo de sus extravíos polí-
ticos tan impropios del sacerdocio”. En “José Joaquín Liendo: el presbítero revolucionario que
desafió a la monarquía”. Memorias de Venezuela, nº10 Caracas, 2009, pp.23-25.

45
Pereira, tasador general antiguo, Juan Escalona77, capitán ve-
terano antiguo y coronel, comisario de la Guerra y ministro del
poder ejecutivo, José Tovar, hijo del conde de Tovar, capitán de
agricultores de la revolución, Miguel Carabaño, capitán de la
Reina y sargento mayor del batallón veterano78, Blas Borges, so-
brino de Miranda y capitán de agricultores de la revolución79,
músico antiguo, Vicente Salías80, médico, grande apologista de

77
Juan Escalona Arguinzones, nacido en Caracas en 1768, fue en 1811 triunviro del
poder ejecutivo. Hijo de Juan Luis Escalona y Francisca Arguizones, era hermano del pres-
bítero Rafael Escalona Fue designado el 20 de abril de 1810 comandante militar de La
Guaira. En noviembre es elegido diputado por Villa de Cura. Es firmante del acta de inde-
pendencia. Como militar se le encomendó la represión de los esclavos sublevados en los va-
lles del Tuy. Opuesto a la capitulación, fue encarcelado en las bóvedas de La Guaira. En
1813 defiende Valencia frente a las tropas de Boves, ante el que capituló. Huyó a Caracas,
donde se escondió hasta 1820. En julio de 1821 es nombrado Gobernador de Coro. Al año
siguiente ejerció la comandancia militar de Caracas y en 1824 como intendente del depar-
tamento de Venezuela (Diccionario de Historia de Venezuela...Tomo II, pp. 72-73.
78
Hermanó de Francisco, nacido como él en Cumaná el 26 de marzo de 1786, participó
en el sitio de Valencia a las órdenes de Miranda. A la caída de Puerto Cabello se embarcó para
Cartagena de Indias. Participa en la campaña admirable en 1813. Al regresar de Jamaica en
1816 a Nueva Granada, al encallar su barco fue capturado. Conducido a Ocaña fue fusi-
lado y descuartizado el 4 de abril de 1816.
79
Hijo de Catalina Arrieta de Miranda y de Blas Borges. El Precursor lo nombró como
uno de sus parientes en su testamento londinense. Junto con su hermano José Antonio fue-
ron músicos del batallón veterano de Caracas (CALZAVARA, A. Historia de la música co-
lonial en Venezuela. Período hispánico. Caracas, 1987, p.243). En diciembre de 1813
participó como capitán en la toma de Barquisimeto. Falleció en sus alrededores por esas fe-
chas (Gaceta de Caracas nº XXVI, 23 de diciembre de 1813, nº XXIX, 3 de enero de 1814).
80
El médico Vicente Salías, graduado como bachiller en Medicina el 27 de febrero de
1799, era hijo del español Francisco de Salías Tordesillas y de la valenciana de origen acó-
dense Margarita Sajona. Al enviudar joven su madre, contrajo nupcias con el mercader ico-
dense Matías Sopranis, por lo que se convirtió en su padrastro. Matías Sopranis influiría por
sus ideas en la educación de la numerosa descendencia del matrimonio Salías Sanoja, entre
la que se encontraban junto con Vicente Juan, Mariano, Carlos, Pedro, Vicente y Francisco.
Este último fue además de uno de los promotores del movimiento revolucionario que de-
puso a Emparan. El Precursor estaba tan ligado a la familia, que pasó buena parte de su es-
tancia caraqueña durante la Primera República en la casa de este comerciante canario. Allí

46
la revolución, Francisco Isnardi, cirujano de la marina real y
corifeo de la revolución, Antonio Barona paisano, acusador
común de los buenos españoles, José Mires, teniente del ba-
tallón de la Reina y teniente coronel de la revolución, los tres

efectuó reuniones periódicas Matías Sopranis fue uno de los más ricos y significados co-
merciantes de Caracas durante la segunda mitad del siglo XVIII. Defendió con ahínco el
proceso independentista, por lo que fue regidor del primer Ayuntamiento republicano de
Caracas y murió en 1814 encarcelado por los realistas en el presidio de La Guaira. Comenzó
como pequeño mercader en Caracas, para alcanzar una sólida posición en la órbita comer-
cial y ser bien pronto comerciante. Fue consciente de las elevadas posibilidades que ofrecía
un cultivo hasta entonces desconocido en Venezuela como el café y arrendó una hacienda
para ese fin en la muy apta zona de San Antonio de los Altos, donde se cultivaba el mejor café
venezolano. Con la nueva insurrección realista que en 1814 llevó a Boves a la segunda toma
de Caracas, se le incautaron sus bienes por el Gobierno y lo encarcelaron en La Guaira,
donde, víctima de la presión, murió en su presidio ese mismo año. Salías dio comienzo a sus
estudios de Filosofía en la Universidad de Caracas el 18 de septiembre de 1788 con el in-
troductor de la Física experimental, el clérigo Baltasar de los Reyes Marrero, hijo de padres
canarios. En 1791 se matriculó de derecho, pero abandonó esa disciplina. Cursó los de Me-
dicina en 1794. Como poeta mostró su vena satírica en La Medicomanía. Participó de lleno
en el movimiento revolucionario hasta el punto de dirigir el órgano de la sociedad patriótica,
El Patriota de Venezuela, y fue redactor de la Gaceta de Caracas. Por sus ideas revoluciona-
rias fue acusado por el arzobispo Coll y Prat de propagar las ideas de Rousseau. La Junta Su-
prema le encomendó una misión diplomática en Curaçao y Jamaica y fue secretario de
Hacienda en 1811. Se le atribuye la letra del himno nacional de Venezuela Gloria al bravo
pueblo. Cortés de Madariaga en el diario del que hacemos referencia tenía tanta amistad con
él que glosó el cántico de ese himno. En él relató que tal era la alegría y el placer que se apo-
deraron de su alma, que, “concurriendo la casualidad, de ser uno de mis socios apasionado a
la música, su inclinación le obligó a tomar la flauta, para ejecutar la canción de Caracas “Glo-
ria al bravo Pueblo &c”, y al resonar el suave instrumento unieron sus voces los que sabían la
letra, e hicieron sentir los ecos de la libertad a los bogas, interrumpiéndoles por largo inter-
valo, que continuasen su ejercicio , y produciendo en mi corazón emociones tiernas. A él le
dedicó en el caño Caribe una ensenada que denominó de Salías, en memoria del Poeta Ca-
raqueño de este nombre (CORTES DE MADARIAGA, J. Diario...., pp.11 y 22). Preso en
las cárceles de La Guaira con la restauración monárquica, fue liberado por un indulto de las
Cortes de Cádiz. Tras el avance de las tropas de Boves hacía Caracas, huyó hacia Curaçao,
pero su buque fue apresado por el corsario Valiente Boves, que lo condujo a Puerto Cabe-
llo, donde fue condenado a muerte y fusilado el 17 de septiembre de 1814. Estrecha fue la

47
últimos desterrados a Ceuta, Tomás Montilla81, oficial de las
tropas insurgentes, Francisco de Miranda, generalísimo de ellas,
Juan Paz Castillo, anterior capitán de milicias y coronel mo-
derno, otro de los desterrados, y Nicolás Anzola82, abogado y
miembro de “la Supuesta Junta Suprema”83.
Es bien llamativo como no fueron incluidos notorios diri-
gentes de la Primera República, mientras que se acusó a estos de

amistad familiar con Francisco de Miranda, como ya hemos señalado, hasta el punto de que
cuando éste fue designado para dirigir el ejército seleccionó a tres de los hermanos Salías (Fran-
cisco, Juan y Matías) para tenerlos a su lado como edecanes. Sin embargo, fue aún mayor con
Vicente. Tal fue su confianza, que depositó en él valiosísimos documentos. El 31 de mayo de
1815 una relación del general Pablo Morillo al secretario de Estado, al tratar sobre las actas to-
madas en Caracas desde el 19 de abril de 1810 hasta el 30 de julio de 1812, decía que el Ar-
chivo del Poder Ejecutivo Federal estaba en manos de Miranda en la ciudad de La Victoria,
quien remitió parte de él a La Guaira y que otra parte pasó a Caracas a la casa de Vicente Sa-
lías. La cuantiosa correspondencia entre Vicente y el Precursor, demuestra esa estrecha amis-
tad. (HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Medicina e Ilustración..., pp.158-164).
81
Nacido en Caracas, primo hermano de Juan Paz Castillo y de Carlos Padrón y her-
mano de Mariano, del que hablaremos seguidamente, era hijo del trujillano Juan Pablo
Montilla Briceño y de la caraqueña de ascendencia canaria Juana Antonia Díaz Padrón.
Permaneció soltero y sin descendencia. Participó junto con Mariano en el 19 de abril y el
5 de julio. Capitán, estuvo con Bolívar en la fortaleza de Puerto Cabello. Emigró a Nueva
Granada y participó en diferentes batallas en la campaña admirable y en 1814, retornando
a Colombia. Del Apure marchó hacia Guayana en 1817. Gobernador de Angostura en
1819, fue diputado por Cumaná en Angostura. Falleció en Caracas el 25 de junio de 1822
(Diccionario de Historia de Venezuela. Tomo II, pp.1004-1005.
82
Nicolás Anzola Guadarrama, hijo de José Antonio Anzola y de María Agustina Gua-
darrama y casado Con María de la Trinidad de Tovar y Herrera el 7 de octubre de 1807, fue
doctor en Derecho por la Universidad de Caracas y alcalde mayor provincial de su corpo-
ración municipal. Nació en Caracas alrededor de 1765. Firmante del acta del 19 de abril de
1810 y miembro de la Junta Suprema y su secretario de Gracia y Justicia. Junto con José de
las Llamosas, José Félix Sosa y Fernando Key Muñoz fue acusado de ideas contrarias al sis-
tema de gobierno republicano recién establecido y de haber manifestado inclinación hacia
el Consejo de Regencia, pero fue exonerado como los demás en la investigación entablada
por Fernando Rodríguez del Toro. El 18 de febrero de 1811 la Junta emitió un decreto en
el que los declaraba inocentes.
83
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

48
ser agentes promotores de la insurrección, en notoria contradic-
ción con los términos de la capitulación. Como se evidenciará en
los procesos de los llamados ocho monstruos, era totalmente in-
fundada la imputación de ser estos acusados activos contradicto-
res de la monarquía y promotores de la rebelión con posterioridad
a la rendición. El estudio detenido de todos ellos, entre los que no
figuraban significativos miembros de la elite mantuana, que fue-
ron tratados con total indulgencia y permisividad, nos puede dar
las claves de la conducta de Monteverde y de sus asesores, que son
los que en realidad redactaron tal lista.
El hermano de uno de esos detenidos, Mariano Montilla84,
desde su exilio en San Bartolomé, describió en misiva dirigida
a Londres a Luis López Méndez85 en noviembre de 1812 esa

84
Ingresó en España en la guardia de Corps, participando en la guerra contra Portugal. Re-
gresó a Venezuela en 1802. En las campañas de 1813 y 1814 se incorporó a los ejércitos de Bolí-
var. En 1817 se estableció en Margarita. Tomó el mando de la legión irlandesa, con la que libró
diferentes combates en Nueva Granada. En 1824 fue designad comandante general del Zulia.
En 1828 fue jefe superior de los departamentos del Istmo, del Magdalena y del Zulia. Presenció
la muerte del Libertador en San Pedro Alejandrino y fue uno de los testigos de sus documentos
póstumos. Expulsado de Nueva Granada en 1832, Páez lo designó ministro plenipotenciario en
Inglaterra. Por sus gestiones fue reconocida Venezuela como país independiente por la Gran Bre-
taña. Falleció en su ciudad natal el 22 de septiembre de 1851. 1822 (Diccionario de Historia de Ve-
nezuela. Tomo II, p.1003).
85
Luis López Méndez estaba casado con una sobrina de Francisco de Miranda, Josefa María
Rodríguez Núñez de Miranda, con la que se desposó el 8 de diciembre de 1800. Era hijo de Bar-
tolomé López Méndez, natural de San Pedro de Daute, Garachico (Tenerife). Su padre fue fac-
tor de la Compañía Guipuzcoana y con lazos con Sebastián de Miranda, por “la mucha amistad
y comunicación que ha tenido y tiene”. Había contraído matrimonio el 26 de diciembre de 1742
con Petrona María Núñez de Aguiar, natural de Santa Cruz de Tenerife, tía de Diego Rodríguez
Núñez, por lo que Luis era primo segundo de su mujer. De los doce hijos de Bartolomé, tres se
dedicaron a la carrera eclesiástica: José Francisco fue doctor en Teología y Cánones y Canónigo
de la Catedral de Caracas; Dionisio Antonio en Teología y Cánones; y Silvestre José prefecto del
colegio de San Felipe Neri. Este último fue uno de los que aprobaron la entrega de las joyas de las
iglesias caraqueñas para la defensa de la independencia venezolana. Isidro Antonio y Luis for-
maron una compañía, asociándose más tarde con los Orea y los Muñoz. Era en 1795 una de las

49
atmósfera de detenciones que a él no le toco vivir por encon-
trarse recuperando de sus enfermedades en Filadelfia: Tiene
Ud. entre grillos y cadenas, en los más inmundos calabozos,
encadenados de dos en dos al cuello, [a] la flor de la juventud
de Caracas, toda la gente de distinción y de honor. De ellos ha
muerto ya su sobrino de Ud., Don José Lorenzo, y está para lo
mismo el anciano hermano de Ud., Don Isidoro con otro hijo,
después de haberles robado 45.000 pesos en oro que hallaron
en una de sus haciendas. Entre los que están aún en dichas pri-
siones se hallan mi hermano Tomás, mis primos Juan y Rafael
Castillo, Sanz, Roscio, el canónigo natural de Chile [José Cor-
tés de Madariaga], los oficiales europeos, Salcedo, Mires y
Jalón, Pellín y los Manriques, Espejo, los Tovares, los Salias, los
Pelgrones, Bolívar, los Machado y otros muchos hasta el nú-
mero de ochocientos que se contaban (...) entre Puerto Cabe-
llo y La Guaira. También está preso el General Miranda, quien
al tiempo de embarcarse fue cogido por el Comandante de La
Guaira, Don Manuel María Casas, que, echando a pique los
buques que intentaban salir, impidió la emigración de todos
los que, fiados en la Capitulación (...) vinieron a La Guaira para

diez más grandes de Venezuela, con un capital estimado en tomo a los 100.000 pesos en la década
de 1800. Isidro Antonio contrajo nupcias con su prima, la citada Josefa Narcisa Orellana Núñez.
Regidor perpetuo, fue miembro de la corporación que declaró reo de alta traición a Miranda, en
el que también estaba presente su primo el regidor José Hilario Mora. Ofreció pagar 30.000 pesos
por su cabeza a raíz de la invasión de 1806. Fue vocal de la Junta Suprema y representante de Ca-
racas en la Asamblea Constituyente de 1811, siendo firmante del acta del 5 de julio y activo con-
trincante del Precursor. Luis fue alcalde ordinario en 1797. Como su hermano, se sumó al
movimiento independentista y fue enviado a Londres con Simón Bolívar y Andrés Bello para
gestionar el reconocimiento de la independencia por el gobierno británico. En consonancia con
esa política matrimonial, se desposó el 20 de noviembre de 1785 con su pariente María Francisca
Dacosta Romero, hija del comerciante palmero Jerónimo Dacosta y de su prima María Micaela
Núñez de Aguiar, y por segunda vez con la referida Josefa María Rodríguez Núñez de Miranda.
(HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Francisco de Miranda y Canarias. Tenerife, 2007).

50
embarcarse [a] diferentes partes; su hacienda de Ud. del Piño-
nal quedó sacrificada como comprendida en el territorio ocu-
pado por las tropas de Monteverde que, en toda su extensión
hasta San Mateo, se expresó pertenecer al enemigo”86.
En el expediente se hallaba una información que no se
decía cuándo ni por quien había sido remitida, para la que
proveyó auto Monteverde el 8 de agosto de 1812 en Caracas.
En ella se manifestaban los artículos que en beneficio de aque-
llos habitantes se habían firmado en la capitulación y las re-
petidas promesas en dos proclamas efectuadas a los facciosos,
en las que aseguraba el olvido de sus criminales acciones ante-
riores y les juraba, bajo su palabra de honor, no tomar procedi-
miento contra ellos por lo pasado, con tal que su conducta y
operaciones comprobasen su arrepentimiento y diesen a cono-
cer con sus hechos que habían mudado de sistema. Sin em-
bargo, a pesar de todos estos buenos sentimientos y de la
humanidad de sus providencias dirigidas a suavizar los ánimos y
establecer el buen orden por medio de la prudencia y benigni-
dad, con todo, lo despreciaron con la conspiración en inquietos
en corrillos, en tumultos y lo que era peor en la seducción del
sano pueblo para otra revolución. Repetidos avisos recibió al
respecto, por lo que procedió a recibir a cuatro sujetos de la
mejor nota mediante sus declaraciones juradas para en su vista
proceder a las prisiones de los sujetos que por su influjo en el
pueblo, su capacidad, y sus principios revolucionarios fuesen
capaces de ponerse a su cabeza y formar una asonada. En ese
día fueron examinados los citados, que fueron los ya referidos
Vicente Gómez y Francisco Iturbe, junto con los capitanes

86
Reproducida en MONDOLFI, E, Diplomacia insurgente. Contactos de la insurgencia
venezolana con el mundo inglés (1810-1817). Caracas, 2014, p. 604.

51
Sebastián Alvarado87 y Francisco María Oberto88. El primero
manifestó que todo lo expuesto era cierto y positivo, y que,
con motivo de estar cerciorado el pueblo de su adhesión a la
justa causa, se le habían acercado varios vecinos y manifestado
el temor y sobresaltos en que vivían. Esperaban que de un mo-
mento a otro los facciosos y cabezas de la independencia se le-
vantasen de nuevo y envolviesen en sangre a los fieles y leales
vasallos de Su Majestad. Con la entrada del pacificador estos
eran bien. El segundo reflejó que le constaba que “el pueblo se
hallaba en una grande fermentación y pronto a manifestar un
choque entre los fieles súbditos y los insurgentes”, ya que estos,
“sin desistir de sus locuras, andaban apandillados y en complot”.
Entendía que todo esto lo causaba la libertad con que se movían
los principales corifeos de la revolución, por lo que creía que
si no se tomaba providencia contra ellos “malograba la con-
quista”. El tercero expuso que habían sido muy frecuentes los

87
De él solo sabemos que se había presentado en Caracas a Manuel Fierro en calidad de
mensajero del comandante militar de Valencia comunicándole la toma de San Carlos por los
republicanos en agosto de 1813, lo que lo vincula con los oficiales leales a Monteverde.
(MUÑOZ, G.E. Op. Cit. Tomo II, p.90).
88
Francisco María Oberto Farias era natural de la villa de Altagracia en el estado Zulia.
A la caída de la primera República ejercía el grado de teniente del batallón veterano de Ma-
racaibo. Se integró en la ofensiva del canario, marchando por orden de este a parlamentar en
abril de 1812 la rendición de Barquisimeto. Fue premiado por este tras la ocupación de Ca-
racas con el mando en esa ciudad del estado Lara. Fue derrotado por Ribas en Los Horco-
nes. En 1813 fue derrotado por los republicanos en Cúcuta. Participó en la disolución de la
rebelión insurgente conocida por la Patriecita en su calidad de teniente coronel y coman-
dante general de Trujillo. En 1821 se pasó a las filas revolucionarias, siendo ratificado por Bo-
lívar como comandante militar de Casicure. Intendente del Zulia después de la batalla naval
del lago Maracaibo. en la llamada revolución de las reformas es designado como jefe de la pro-
vincia de Maracaibo. Tras la derrota se exilia en Estados Unidos y Colombia, desde donde
inicia una nueva ofensiva, en la que, al ser capturado, fue fusilado en la capital zuliana el 7
de agosto de 1838. (MUÑOZ, G.E. Op. Cit. Tomo I, pp.74, 98 y 323, Tomo II, p.76. Dic-
cionario de Historia de Venezuela. Tomo II, pp.147-148.)

52
avisos dados al gobierno sobre los corrillos nocturnos de los
insurgentes, que se hallaban con fundadas esperanzas de dar
un segundo golpe y “seguir con su independencia”. El des-
contento con que se mostraban en público acreditaba que no
habían desistido de sus ideas. Finalmente precisó que estaba
persuadido de que, si no se cortaba el paso, con el arresto de
“las principales cabezas de motín” se perdería el trabajo de la
pacificación. El testimonio del último ratificaba la certeza
de los informes de los doctores Juan Antonio Rojas89 y José
Manuel Oropesa90. Este último le había traído a colación las

89
Juan Antonio de Rojas y Queipo era natural de Valencia (Carabobo), perteneciente a una
significativa familia de su elite, fue doctor en Teología, vicerrector y rector del Seminario con-
ciliar de Caracas, en el que ejerció por ocho años como catedrático. También ejerció una de
las cátedras de latinidad de la universidad. Fue encarcelado por cinco meses al negarse a jurar
la independencia y desterrado posteriormente a Margarita y confinado después en Cagua,
donde predicó en favor del gobierno monárquico. Conducido a Valencia, el congreso fede-
ral le requirió predicar en favor de su legitimidad. Al resistirse se decretó su prisión en Puerto
Cabello, pero pudo refugiarse en los montes, por lo que fue felicitado por su conducta por
Monteverde, que habló favorablemente sobre él a la Regencia y lo designó asesor. Urquinaona
dice de él que fue “uno de los que inventaron las proscripciones y acaso el más culpable por
mezclarse en asuntos tan ajenos al sacerdocio y tan expuestos a la parcialidad de sus resenti-
mientos”. Capellán del recién creado batallón de voluntarios distinguidos de Fernando VII,
fue designado por el gobierno el 6 de septiembre de 1813 racionero de la Catedral de Cara-
cas. En 1816 presentó al monarca un memorial para la pacificación de Venezuela en el que re-
comendaba la radicación de realistas que jamás se hubieran alistado al bando liberal En 1824
era consejero de Estado de Fernando VII, siendo abiertamente opuesto a cualquier amnistía.
(BRUNI CELLI, B. Op. Cit., pp.701-707; MUÑOZ, G.E. Op. Cit., p.161).
90
Juan José Oropesa Urrieta era originario de Carora. Hijo del canario de La Orotava
José Hernández de Oropeza y Viera y de la caroreña Francisca Rosalía de Urrieta y Silva,
vástaga del sargento mayor Antonio Venancio de Urrieta y de Juana Paula de Silva Rodríguez
de Espina. Sus hermanos ocuparon también destacados cargos de la elite local: Andrés An-
tonio, sargento mayor y Francisco Javier, letrado y teniente de justicia mayor. Doctor en De-
recho en 1801, fue en 1803 teniente de Carora y en 1810 teniente de gobernador de
Barquisimeto. En 1812 se convertiría en el asesor de Monteverde, que depositó en sus manos
los procedimientos judiciales contra los patriotas y que aseguró que sus encarcelamientos
eran necesarios para garantizar la seguridad pública. El fiscal de la Audiencia José Costa y Cali

53
noticias con que se hallaba de que en cierto lugar que le había
explicado al declarante y del que al presente no se acordaba
había una reunión de hombres juntados “a la señal de un tiro
de fusil”, por lo que sin duda conceptuaba muy preciso tomar
algunas medidas de precaución91.
El oidor Pedro Benito y Vidal, designado como tal en la Au-
diencia de Caracas el 1 de agosto de 1810 en sustitución de Fe-
lipe Martínez de Aragón, promovido a alcalde del crimen de la
de México, solo pudo desembarcar en Puerto Cabello desde
Puerto Rico el 22 de julio de 1812 dada la asunción del poder
por parte de la Junta Suprema92. Como proseguiría más tarde
Francisco José de Heredia, aunque con menor vehemencia
que su sucesor, trataría de convertir a ese tribunal en un con-
trapoder efectivo frente a la dictadura en la práctica de Mon-
teverde. En carta anterior de 24 de noviembre de 1812, había
dado cuenta a Monteverde de haberle comisionado la Au-
diencia para formar causa a los que le señalase. Había expuesto
que, para asegurar más la tranquilidad de aquellas provincias,
necesitaba trasladar algunos reos que tenía en las bóvedas de
La Guaira a las de Puerto Rico. Sin embargo, viendo el magis-
trado que, de 27 reos que le había señalado, se encontraban

dijo de él que fomentaba la división, autorizaba el desorden y halagaba de un modo crimi-


nal las pasiones de su jefe. Se opuso al reconocimiento de ese tribunal, aunque finalmente
Monteverde lo desestimó y le envió la documentación requerida por él. El 22 de enero de
1819 fue designado rector de la Universidad de Caracas. Se exilió en Puerto Rico, donde
falleció en 1821. (MUÑOZ, G.E. Op. Cit.).
91
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
92
Español, después de servir como corregidor en Medina del Campo, ejerció la magis-
tratura caraqueña hasta la proclamación de la Segunda República en 1813. Refugiado en
Puerto Rico, falleció en San Juan, el 10 de noviembre de 1813. BURHOLDER, M. CHAN-
DLER, D.S. Biographical Dictionary of Audiencia Ministers in the Americas, 1687-1821.
Wesport, 1982, p.44.

54
entre ellos Juan Germán Roscio, José Cortes de Madariaga,
Juan Paz Castillo, José Mires, Antonio Barona, Francisco Is-
nardi y Juan Pablo Ayala. Sin embargo, ni estaban encarcela-
dos en las bóvedas de La Guaira, ni podían ser trasladados a
Puerto Rico, por haberle comunicado pocos días antes de su
arribo que los había remitido a España. Por ello dudó hallarse
con facultades para formar sus causas, por lo que consultó a la
Audiencia dedicándose mientras tanto a la formación de las 19
restantes. Expresó que si ese tribunal se ordenase la ampliación
de la comisión a dichos ocho reos, las incorporaría y las remiti-
ría en testimonio por si la Regencia determinase que se conti-
nuasen aquí. Si resolviere devolver los reos, se hallarían aquí los
originales para continuarlas. Tres días después procedió a abrir
sus sumarios. Finalmente, la Regencia decretó en 30 de enero de
1813 que se le comunicase a Pedro Benito Vidal la resolución
tomada y comunicada a Monteverde para que se arreglase a ella,
si se le había encargado la formación de la sumaria. Juan Paz
Castillo, en un expediente del Gobierno de la Gran Colombia
en el que reclamaba el 14 de octubre de 1827 el dinero que
había aportado para hacer frente a la subsistencia de los siete
desterrados a Ceuta con él, avalado con los testimonios de José
Mires y de Manuel Ruiz, especificó que a, requerimientos del
Congreso Nacional de 28 de abril de 1824, había reiterado la
solicitud con las pruebas requeridas pertinentes. En él hizo
constar que, “sorprendido y encadenado en La Guaira por el
coronel Casas, cayó en poder de los enemigos cuánto dinero y
alhajas llevaba conmigo. El general Monteverde, de execrable
memoria, me remitió a España con todos mis intereses creyendo
que el gobierno español desaprobaría la capitulación, me pasa-
ría por las armas y se apoderaría de mi caudal. Desde este mo-
mento lo consideré perdido, y Jo consideré sin dolor, pues
ninguna impresión podía hacer la pérdida de los intereses a

55
quien perdía la libertad y la patria”. En un interrogatorio a Mires,
realizado en Guayaquil el 9 de febrero de 1828 Paz Castillo la
preguntó si era cierto que “ habiendo sido depositados en el
cuarto de capilla de la cárcel de La Guaira, poco antes de ser em-
barcados para España, no repartí las onzas que tenía en los se-
ñores Roscio, Isnardi, Ayala y Cortés, para que cada cual hiciere
diligencia de salvarlas, lo que no bastó a impedir que el oficial
español Ruperto Delgado las tomase todas y si sabe qué cantidad
de onzas fue la allí secuestrada”. Asimismo si al día siguiente se
le entregó por el capitán de fragata Antonio Tiscar, que bajó a la
bodega del buque, “un cinto de onzas que me mandaba mi
madre y porción de ropa que sirvió para suplir en la navegación
la que nos habían robado”, las que le entregó a su hermano Eu-
sebio Tiscar para serles devueltas en Cádiz, que sirvieron para
alimentos y abrigos en el rigor invernal. Finalmente le pre-
guntó sobre las libranzas proporcionadas por su madre y el des-
tino dado a ellas. Incluso reflejó que tras su fuga a Gibraltar de
febrero de 1814 había llegado una letra girada a su nombre, de
la que se apoderó el gobierno de Ceuta y que, tras su devolu-
ción a Ceuta, tales autoridades le obligaron a endosarla y co-
brarla para sufragio de los gastos de los huidos. El militar
español ratificó todas esas aseveraciones93.

93
PÉREZ VILA, M. “La odisea de ocho ilustres próceres del 19 de abril de 1810”. Bole-
tín de la Academia Nacional de La Historia de Venezuela, Tomo XLIII nº170. Caracas, 1960,
pp. 264-284.

56
Los ocho monstruos

El 15 de febrero de 1813 Domingo Monteverde manifestó


que había acabado de recibir la orden de la Regencia que le
comunicaba con fecha de 21 de diciembre el indulto general
concedido a los revoltosos que habían cooperado a la inva-
sión del territorio español en las Floridas orientales y occi-
dentales para que en la parte que le correspondiese le diese su
cumplimiento. Su publicación y circulación en las provincias
bajo su mando serviría para convencer a sus habitantes de la
benignidad con que miraban las Cortes generales y extraordi-
narias y la Regencia del Reino los extravíos de los pueblos que,
seducidos de la malignidad de gentes desmoralizadas, les abis-
maban a la anarquía y a la desolación. Sin embargo, no creía
aplicable ese indulto, por lo que pospuso por ahora su publi-
cación. El pretexto fue el estado de riesgo por el que atravesaba
Venezuela, con la ofensiva de Barinas por parte de los insurgen-
tes de Casanare y la de Cumaná por los prófugos emigrados a
Trinidad, que sedujeron a muchos franceses a desembarcar en
Guira del Golfo Triste, de donde acababa de recibir una pro-
clama que incluyó, remitida por el comandante de las tropas
que resistía frente a “aquellos facciosos” Francisco Javier Zer-
beriz tomada a un espía que intentaba la seducción de los pue-
blos. Informó también de la penetración de los insurgentes de

57
Cartagena, que habían ocupado Santa Marta. Ese estado de
cosas le condujo a no aplicar esa exoneración. Reflejó que en
Caracas se había acabado de descubrir por la protección del
cielo” una conspiración cuyo golpe estaba planeado para eje-
cutarse esa misma noche. De los sumarios formados le mani-
festó que había remitido copia al ministro de la Guerra, pero
no a él por la escasez de tiempo y la ausencia de amanuenses
de confianza. Para la confirmación del estado peligroso de la
región le remitió copia de su representación del día 20 al mi-
nistro, sin remisión de los documentos por los motivos indi-
cados. Expresó que había agotado todos los medios de
clemencia y suavidad con los rebeldes, incluso después que
“muchos de ellos infringieron la capitulación”, observada reli-
giosamente por su parte tras conocer la ineficacia de este sis-
tema por hallarse cada día más obstinados y peligrosos.
Refrendó que no sirvieron para su reducción al deber “las in-
sinuaciones llenas de bondad y consideración con que les ofre-
cía el indulto general y olvido de todo lo pasado vertidas por
el comisionado regio Antonio Ignacio de Cortabarría. Soste-
nía que la capitulación había sido en vano por haber sido in-
fringida por Miranda y otros muchos que intentaron fugarse
con los restos del tesoro público, que debía entregarse por las
últimas estipulaciones ratificadas. Después de eso se había des-
cubierto en La Victoria por el mes de diciembre una conspi-
ración, de cuyo sumario había acompañado copia en su
representación de 20 de enero y por el que fueron presos en-
tonces en esta capital muchos individuos que resultaron sos-
pechosos y peligrosos a la seguridad pública. Reconoció que
no sería tan cuidadosa si contase con tropas “de confianza euro-
peas” con las que sostener “el sistema de olvido absoluto”, lo que
sería para él de su mayor gloria y satisfacción. Era evidente que
no estaba en el ánimo del autoproclamado capitán general la

58
pacificación y el cumplimiento de la capitulación. Las causas
de infidencia dejaron claro que sus procedimientos no eran
contra actuaciones posteriores a tal declaración, sino que se
centraban en sus actuaciones en la primera república, como
lo acredita, tal y como veremos, los sumarios entablados con-
tra los llamados ocho monstruos, que solo proyectaron car-
gos sobre ese período y no sobre una supuesta rebelión
posterior. El carácter arbitrario de las listas, por un lado, y los
permisos de salida de significados dirigentes, por otro, corro-
bora que su objetivo era la represión de los elementos que, a
interpretación de sus secuaces, constituían para ellos la raíz
del mal, muchas veces guiados más por cuestiones persona-
les, que por sus reales cometidos en el proceso revoluciona-
rio, de los que, a todas luces, habían quedado exentos por los
términos del concierto firmado entre Miranda y Monteverde.
A ese escrito incorporó un manifiesto impreso, fechado
ese mismo día, en el que se dirigía a los habitantes de Cara-
cas. En él se aludía a la Divina Providencia presidiendo los
destinos del país, que favorecía la estabilidad del gobierno le-
gítimo, cuya restauración, desde su perspectiva, “era de vos-
otros tan deseada”. Sin embargo, se había descubierto una
horrible conspiración, que lo envolvería “promiscuamente” en
“estragos más espantosos que las desgracias pasadas”. El brazo
del Altísimo, que lo había protegido sus pasos, tal y como si
fuera un mesías, “desde las arenas fieles de Coro” había dete-
nido el golpe del puñal asesino cuando iba a descargarse sobre
muchas cabezas inocentes, leales al monarca y partidarios de
ver restablecidas en Venezuela la tranquilidad, la riqueza y la
abundancia, de la que había sido privada por “los insensatos e
inicuos proyectos de la revolución y de la impiedad”. Aseveró
que, aunque no había corrido una gota de sangre, se veía obli-
gado a mudar de sistema con “los desleales reincidentes”. Todo

59
su celo se redoblaba en favor de la seguridad, pero a través de un
poder paralelo, al margen del orden constitucional, que Mon-
teverde se negó siempre en cumplir. Ese organismo de nuevo
cuño fue una comisión militar que acababa de promulgar con
la finalidad de obrar con la debida prontitud. Se designó a sí
mismo como responsable ante Dios, ante la nación y ante los ca-
raqueños para el mantenimiento del orden y la salvación para
no ser “sacrificados por la inmoralidad, ambición e ignorancia
de los hombres perdidos” que ansiaban el desorden94.
Su comunicación del 20 de enero argumentó el encarcela-
miento de varios individuos de Caracas era atribuido a la
adopción de medidas especiales indispensables para la segu-
ridad pública contra aquellos que, al violar las estipulaciones
pactadas, “se habían dicho indignas de mis promesas y que,
por su reincidencia y obstinación, se hallaban sujetas al vigor
de las leyes. La representación del comisario político de La
Victoria con un sumario le obligó a convocar una junta de
personas públicas del mayor concepto “por sus luces, honor y
lealtad” ante el estado crítico de las provincias y ante el riesgo
de la provocación de una nueva conspiración. Todos sus inte-
grantes acordaron unánimemente la remisión a prisión de
todos los individuos considerados como peligrosos, que expu-
sieron en la lista ya referida. Envío una firmada por uno de los
concurrentes, nada menos que el marqués de Casa León, no
siendo posible remitir las restantes por la brevedad del tiempo.
Solo envía esta con el objetivo de expresar el modo y la forma de
este paso que le parecía indispensable a la seguridad y conser-
vación del territorio pacificado. Comunicó que en los días si-
guientes a esa reunión se repetían anuncios de que las facciones

94
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

60
se reunían descaradamente y que premeditaban dar el golpe
por la noche buena, confiados en el éxito de la expedición de
Casanare que había intentado penetrar por Guasdalito a la ca-
pital de Barinas, siendo rechazada por un destacamento. Esa at-
mósfera le condujo a formar un auto para proceder contra los
infractores que le llevó a poner en prisión a numerosos indivi-
duos que resultaron acusados. Sostenía que se vio obligado para
evitar nuevas conjuraciones a “alterar el sistema de olvido, pie-
dad y disimulo” que, decía, había adoptado desde el principio
con “la prudencia, la política y la observancia religiosa” que
había procurado dar a la capitulación y a sus sucesivas pro-
mesas. Por ello se decidió finalmente a decidirse “por la segu-
ridad y conservación de estos dominios a la Nación y a Su
Majestad”. Los referidos fueron encarcelados en los cuarteles
de Caracas y las bóvedas de La Guaira, que estimaba eran las
únicas prisiones seguras que perdonó el terremoto. Propuso
poner a disposición de la Regencia los más peligrosos, para
cuya finalidad estaba dispuesto en el puerto de La Guaira el
bergantín de la monarquía Manuel, para que los convoyase
para evitar su captura por corsarios norteamericanos de que
abundaban con bandera francesa en estos mares, lo que le llevó
a desestimar su traslado a Puerto Rico después de tener cons-
tancia de que su gobierno temía la reunión de muchos insur-
gentes en aquellas prisiones. Su determinación de remitirlos a
España era para él de urgente necesidad, no solo para la segu-
ridad del país, sino para su sosiego futuro. Sin embargo, tuvo
que alterarla por el contrario modo de pensar del Intendente
General Dionisio Franco, recién arribado a Caracas, y del oidor
en comisión Pedro Benito y Vidal, quienes en una nueva reu-
nión fueron del dictamen de que se pusiesen en libertad a al-
gunos de los reos y que se formase causa con los demás según
establece la ley. Era evidente que Monteverde, con el soporte

61
de esa junta de leales a él erigida por él mismo, quería evadir los
trámites legales y los obligados procedimientos judiciales, lo
que era particularmente grave en un régimen constitucional.
Pero ya hemos visto que por la realidad de los hechos, el cana-
rio quería gobernar como un monarca absoluto, imponiendo
sus decisiones y autoridad sin contar con una mínima supervi-
sión legal. Esa contradicción se haría especialmente grave con la
designación del dominicano José Francisco de Heredia como
regente de la Audiencia caraqueña, que liberó a un amplio por-
centaje de los encausados y encarcelados por el autoproclamado
capitán general, por incumplir abiertamente las causas de infi-
dencia entabladas por él la capitulación firmada, al ser procesa-
dos por delitos de la Primera República que lógicamente habían
prescrito con ella. Por eso se lamentaba que “los sufragios de 18
individuos, todos de excepción, que compusieron la primera
junta” entre los que se encontraba el citado oidor “y que unáni-
memente convinieron en el inminente peligro del país y en la
necesidad de las enunciadas prisiones”, que sus planteamientos
sobre la detención de individuos considerados peligrosos por
la notoriedad de sus exaltadas opiniones y servicios a la Primera
República” no fuese suficiente motivo para la remisión a la Pe-
nínsula de los más significados. Pensaba que debían dispensarse
“otras ritualidades legales incompatibles en el día con las cir-
cunstancias críticas del país, con el peligro en que se haya con
la escasez de letrados, que serían necesarios para la formación
de las causas”. Sostenía que solo había dos de su confianza en
Caracas “no manchados de el borrón de la deslealtad”. Enten-
día que con la separación de tales revolucionarios “quedaría el
país libre de estos monstruos que tantas desgracias han oca-
sionado”. Con ello se afirmaría la autoridad legítima. Refren-
daba que “unos hombres sin empleo, sin ocupación, sin
costumbres, sin propiedades, llenos de vicios y cargados de

62
crímenes propendían a diseminar y hacer valer las venenosas
máximas que ahora se hayan aparentemente sofocadas con los
triunfos que el cielo ha concedido a las armas” monárquicas bajo
su mando. Aseveraba que sin tal medida, que era para él obvia y
dispensable, con la cual, sin destruirse las familias, podían hacerse
útiles con el tiempo a ellas y a sí mismo, con el arrepentimiento de
sus errores, no podría conseguirse en lo futuro la seguridad y con-
servación de estos dominios. Valoraba asimismo que era un re-
curso necesario por la deficiencia de fuerzas europeas con que
tenerlos sujetos y obedientes, a excepción de pocos soldados es-
pañoles con cuyo valor y fidelidad cuento. Se encontraba des-
confiado del hecho que la mayor parte de las tropas eran para él
“colecticias” y “de poca o ninguna confianza”, constituidas por
muchos pardos, “cuya clase fue la que más sacó partido con gra-
dos militares y con la igualdad del gobierno revolucionario”.
Es llamativa esa observación sobre los mestizos, de los que
sostuvo que debía de tenerse cuidado de ellos “por su número
y pretensiones”95. Es cierto que la Primera República eliminó
teóricamente los prejuicios étnicos. Sin embargo, al posibilitar
el derecho al voto solo a los propietarios acomodados, en la prác-
tica continuaba discriminándolos por constituir ellos el grueso
de las clases bajas. Además estas vieron la política del gobierno
republicano como abiertamente favorable a los mantuanos ca-
raqueños, grupo promotor de la revolución, como demostraría
los reglamentos sobre los Llanos. Además el ejército siguió ope-
rando con las características de las milicias del Antiguo Régi-
men, que dividían los regimientos según el color de sus
integrantes y restringían el ascenso a los grados de capitán y co-
ronel a los sectores más acomodados. Debemos tener en cuenta

95
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

63
que existían prejuicios incluso hacia los denominados blancos
de orillas, como demostró el tratamiento del propio Miranda,
similar al sufrido por su padre, que solo fue aupado a su jefatura,
pese a su larga experiencia como militar profesional, cuando la
situación era prácticamente catastrófica. La valoración de su nú-
mero es lógica porque representaban en torno al 45% de la po-
blación. Ese rechazo del poder oligárquico es el que llevó a las
castas a constituirse, frente a la opinión o la cautela inicial del
marino canario, miembro de la elite isleña y ligado por los lazos
de la sangre a la clase dirigente caraqueña, en la columna verte-
bral del ejército contrarrevolucionario no solo en la caída de la
Primera República, sino en las huestes de Boves y Morales, que
derribarían la segunda. No debemos olvidar que era nieto del
capitán general de Venezuela Marcos Bethencourt y Castro y
primo de José Félix y Juan Nepomuceno Rivas, tíos de Bolívar.
Monteverde persistió en ese escrito a la Regencia gaditana
ratificando que las detenciones referidas perseguían el objetivo
de malograr la pacificación. Proclamó que tales medidas no
atentaban contra la constitución política de la Monarquía, ya
que esta, “al mismo tiempo que respeta la libertad del ciuda-
dano, recomienda la seguridad de los derechos del trono y el
sosiego de los pueblos expuestas sin dichas medidas precautela-
tivas al desorden y a la confusión”. Para él era indispensable la re-
misión a la Península “con destino a los ejércitos” de los
principales agentes y promovedores, tanto blancos como par-
dos de la insurrección, y el rápido envío de tropas para la seguri-
dad y la defensa del país, medios que declaraba imprescindibles,
sin los que estaría siempre expuestos a convulsiones y privada de
tranquilidad. La suavidad y la dulzura de su castigo entendía que
debía ir acompañada con el uso “de cierta fuerza” que hiciera res-
petar al gobierno e impedir la venganza de los condenados. Vol-
vió a reiterar que al no hallarse con tropas suficientes y el empleo

64
de las disponibles en las sublevaciones de los negros de Curiepe,
que pudo reprimir, lo que le obligó a la entrada en Caracas de
Miranda y de los que con él trataron de fugarse con los cauda-
les del Estado y fueron presos a su salida de La Guaira, la que fue
“la razón poderosa que tuve para disimular y dar pasaporte a
tres o cuatro con dolor mío y a pesar de todos mis temores”96,
entre los que se encontraba Simón Bolívar. Este es otro testi-
monio más con el que el marino canario trató de justificar la li-
beración del gobernador de La Guardia, De las Casas, del
futuro Libertador, al que estaba encomendado Puerto Cabe-
llo, la principal plaza fuerte de Venezuela, y Miguel Peña fueron
premiados por la detención de Francisco de Miranda. Al acatar
la orden del marino canario, contradijeron los términos de la
capitulación, ya que el nuevo capitán general no tenía autoridad
sobre el jefe de las fuerzas republicanas. El Precursor debía ser
respetado y gozaba de inmunidad. Bolívar trató de liberarse de
las flaquezas de su actuación y la historiografía “bolivariana”
y sus propios testimonios de muchos años después trataron
de exonerarlo de responsabilidad y culpar en exclusiva a De
las Casas de los hechos, que se mantuvo hasta su muerte desde
entonces en el bando realista. Lo mismo trató de hacer Peña.
Significativamente, muchos años después, en 1843, los des-
cendientes del comandante de la Guaira, entre los que se en-
contraba su hijo Manuel Vicente, importante dirigente de la
Guerra Federal, ejercieron esa misma actitud exculpatoria97.
Miguel Peña viajó a Caracas, donde pudo vivir sin problemas,

96
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
97
Textos impresos en el siglo XIX, reeditados en CASAS BRICEÑO, A. El año 12. Su-
cesos ulteriores a la prisión de Miranda. Conducta del Coronel de Las Casas. Caracas, 1928. De-
fensa documentada de la conducta del comandante de La Guaira Sr. Manuel María de las
Casas en la prisión del General Miranda. Caracas, 1965.

65
incorporándose al año siguiente en Aragua a la nueva guerra en
el bando republicano, mientras que Bolívar pudo regresar a su
ciudad natal sin ser hecho prisionero y residió en la casa el mar-
qués de Casa León. Monteverde “muy curiosamente” explicó
dos veces a su gobierno por la expedición de ese pasaporte. En
su despacho de 26 de agosto de 1812 manifestó que “no podía
olvidar los interesantes servicios de Casas (haber puesto en pri-
sión a Miranda), ni el de Bolívar y Peña (ser el medio usado
para esa prisión) y en virtud de ello no se han tocado sus per-
sonas, dando solamente al segundo sus pasaportes para el ex-
tranjero, pues su influencia y conexiones podían ser peligrosas
en esas circunstancias”. La segunda fue el 20 de enero de 1813,
donde aclara que no quiso fusilar a Miranda, como había sido
su intención y accedió “para disimular” y con “dolor” dar pa-
saporte a tres o cuatro “a pesar de mis temores”98. Sin embargo,
éste último tiene más de justificación a posteriori por haber
dejado libre a tal cualificado dirigente de la insurrección que
otra cuestión. Polanco Alcántara se preguntó por el hecho de
que si Bolívar era tan peligroso porque se le dejó salir con ab-
soluta libertad. Manifestó que era posible que fueran los con-
sejos de Casa León e Iturbe en su favor los que le decidieron
“no tocar su persona”. El propio Libertador, muchos años des-
pués, en una carta al Presidente del Congreso General de Co-
lombia, fechada en Trujillo el 26 de agosto de 1821 y
publicada en la Gaceta de Colombia de 24 de noviembre de
1822, narra que “yo fui presentado a Monteverde por un
hombre tan generoso como yo era desgraciado. Con este dis-
curso se me presentó don Francisco de Iturbe al vencedor;

98
Reprod. en POLANCO ALCÁNTARA, T. Simón Bolívar. 5ª ed. Caracas, 2000.
pp.201-202.

66
aquí está el comandante de Puerto Cabello don Simón Bolívar
por quien he ofrecido mi garantía. Si a él le toca alguna pena yo
la sufro, mi vida está por la suya”. El historiador venezolano ase-
guró que “con toda evidencia lo que le permitió salir del país fue
un golpe de suerte, facilitado por la confusión del momento, la in-
fluencia de Iturbe y el momentáneo deseo de Monteverde de dar
sensación de magnanimidad99. Tal interpretación la refrendó
también el canario Antonio Ascanio, al afirmar que “parece,
según se dijo en aquel tiempo que Bolívar quiso atraer la bene-
volencia del gobierno español, entregando a tal personaje, el
cual llamaba irónicamente Monteverde “el demasiado célebre
Don Francisco de Miranda”. De este modo se aseguraba un pa-
saporte para las colonias. Argumentó que fue su amigo íntimo
el comerciante vasco Francisco Iturbe, quien pudo a fuerza de
instancias conseguírselo100. Pero, evidentemente, las relaciones
de Bolívar y de los Rivas con Ascanio eran más que notorias,
dado que estaba casado en primeras nupcias con una prima
del Libertador, y en segundas con una Rivas, e incluso su tía
era hermana de los Rivas Herrera y su hermano Domingo fue
por muchos años administrador de sus bienes. No cabe duda
que bien pudiera tratarse de una interpretación justificativa a
posteriori, que curiosamente recogió el cubano Francisco Ja-
vier Yanes, consuegro de Antonio Ascanio Franchi Alfaro, ya
que una hija suya se casó con un vástago del cubano.
Tales supuestas concesiones frente a los evidentes lazos fa-
miliares no tienen la menor consistencia. ¿Qué conexiones y re-
laciones tenía ese comerciante con Monteverde que justificasen
que tan importante dirigente de la revolución fuera libertado

99
Op. cit. pp.202.
100
ASCANIO FRANCHI ALFARO, A. Op. Cit.

67
de toda responsabilidad, al tiempo que a otros muchos de
menor relieve se les enviase presos a España como Juan Paz
Castillo o Juan Pablo Ayala, o se les encarcelase en las maz-
morras de las fortalezas de La Guaira o Puerto Cabello? Sólo
Grisanti en el folleto citado se percató de que los vínculos de
Bolívar con Monteverde serían la real explicación de ese pasa-
porte. Porque en la vorágine de fijarse en la detención de Mi-
randa se ha pasado por alto otro hecho crucial de varios
parientes suyos, personajes claves en la revolución que, o salie-
ron con pasaporte suyo al extranjero en la misma goleta desde
la que partió el Libertador rumbo a Curaçao, o antes o tuvie-
ron tranquilo acomodo en la Caracas gobernada por Monte-
verde. El 27 de agosto de 1812 se embarcó con su sobrino
Simón, su tío José Félix Rivas y su secretario personal incluso
en la fortaleza de Puerto Cabello y pariente Francisco Rivas
Galindo, hijo de Valentín, el regidor caraqueño, que había ju-
gado un papel decisivo en la actuación del cabildo caraqueño
ante la invasión de Miranda y en la Junta de 1810101 Con ante-
rioridad lo había hecho en otro barco Marcos, hermano de José
Félix y de Valentín. Nadie se había preguntado el porqué de ese
trato de favor a tan caracterizados dirigentes. Evidentemente
la respuesta está en su parentesco con los Rivas, el mismo que
había actuado a favor de Bolívar para darle la libertad. La
carta de la comunicación de la salida de La Guaira de 28 de
agosto de 1812 de Francisco Cervériz a Monteverde no deja
lugar a dudas: “Ayer a las nueve de la mañana se dio a la vela para

101
Rivas Galindo publicó una proclama revolucionaria poco después de los sucesos del 19
de abril de 1810. fue secretario de Bolívar desde la ocupación de Puerto Cabello. Viajó a
Chile, donde ocupó un cargo en su gobierno republicano en 1818. tras viajar por Europa y
el Cercano Oriente, retornó a Caracas en 1813, donde se casó con su prima en segundo
grado Clemencia Tovar, hija de Martín Tovar. A.A.V.V. Diccionario de Historia de Vene-
zuela. Tomo III, p.122.

68
Curaçao la goleta española Jesús, María y Josef con los indivi-
duos que la fletaron, a saber: Don José Félix Ribas, el Doctor
Vicente Tejera, Don Manuel Díaz Casado, Don Simón Bolívar
y un sobrino de Ribas, nombrado Francisco, que venía incluso
en el pasaporte que S.E. dio”102. Esto último era bien evidente.
Por una parte, Juan Nepomuceno Ribas, era hermano de
José Félix y tío de Bolívar por su casamiento con María de Jesús
Palacios, hermana de su madre. Implicado en la llamada Cons-
piración de los mantuanos, en 1810 participó junto con su her-
mano José Félix por medio del que exigían la expulsión de
españoles y canarios, por lo que fueron expulsados del país. Re-
tornados en noviembre de 1811, cumplió las funciones de In-
tendente del ejército de Miranda. Tal confianza tenía con su tío
Simón Bolívar que le escribió antes de embarcarse para que re-
clamase su equipaje con mil quinientos pesos en plata y mil
seiscientas onzas de igual metal. Desde Curaçao le volvió es-
cribir el 8 de octubre de 1812 para encarecerle que entregase a
“M. Camacho mil pesos” que éste le entregaría en esa isla, “pero
con la expresa condición de que Ud. Me ha de fiar (...) con
amistad y consideración de su sobrino Bolívar. Juan Nepomu-
ceno curiosamente se había quejado a su primo Monteverde
de su sobrino Simón a raíz de la llamada Guerra a Muerte de
1813. En su misiva le manifiesta su sorpresa de que “no he po-
dido dejar de compadecerme la situación de Ud. y de horrori-
zarme la conducta sanguinaria que observa Bolívar con los
europeos y buenos criollos”. Se quejaba de que el Libertador
no hubiera correspondido a la generosidad con que le trató
cuando cayó en sus manos y le concedió la libertad103. Su otro

102
MUÑOZ, G.E. Op. cit. Tomo I, p.318.
103
GRISANTI. A. Los Ribas Herrera... p.9.

69
hermano, el presbítero Francisco José de Ribas, firmó el acta
del 19 de abril de 1810, donde jugó un papel decisivo. Pudo
vivir tranquilamente en la capital venezolana hasta que en
1813 las tropas de Bolívar entraron en Caracas y el Liberta-
dor propuso al obispo Narciso Coll y Prat su nombramiento
como su secretario.
Juan Nepomuceno, a su regreso a Caracas, fue propuesto
Director General de Rentas. En su carta de respuesta a Muñoz
Tebar el 4 de enero reconoció que agitó “por cuantos medios
me dictó la prudencia un pasaporte para emigrar a las Islas,
abandonando mi patrio suelo, mi familia, mis propiedades y
todas cuantas satisfacciones reportaba. Lo conseguí en efecto
y sólo pude llevar tres de mis tiernos hijos”104. Sobre las rela-
ciones familiares entre José Félix y su primo Domingo Mon-
teverde y Rivas, da buena cuenta esta carta reproducida por
Landaeta Rosales y Grisanti: “Al Señor Domingo de Mon-
teverde. Caracas y agosto 5 de 1812. Mi apreciado primo y
señor: El deseo de acreditar mi inculpable conducta con res-
pecto a las prisiones de los europeos, me obliga a molestar a
Ud., suplicándole se sirva devolverme el Manifiesto que tuve
el honor de poner en sus manos con el decreto para su im-
presión, a fin de que a la mayor brevedad llegue a noticias
de todos, reservando Ud. En su poder los documentos ori-
ginales a que se contrae; no doy este paso personalmente por
hallarme con calenturas dos días hace, pero, me repito con
la mayor complacencia y consideración su más sincero y apa-
sionado Sor. Q.b.s.m. José Félix Ribas”105. Este testimonio se
une al anterior de Juan Nepomuceno que nos ilustra sobre la

104
Gaceta de Caracas de 10 de enero de 1814, p.4.
105
Op. cit. p.18.

70
atmósfera familiar reinante entre esos parientes. Como resul-
tado no sólo su primo le dio la libertad, sino que le dio carta de
recomendación para el Gobernador inglés de Curaçao. Al res-
pecto precisó Grisanti que la Revolución de Independencia “no
fue sólo una guerra civil, sino también “una guerra de familia”106.

106
Op. cit. p.19.

71
La conducción a Ceuta de los ocho
monstruos

Domingo Monteverde envió el 1 de octubre de 1812 una expo-


sición a la Regencia en la que expresaba el buen efecto que ha-
bían tenido las medidas adoptadas con la detención de los que
había denominado principales reos de la revolución. Reflejó que
no se había olvidado de “la capitulación solemne”, ya que había
permitido que alguno de los menos culpables en “los dos años
de escándalo”, de los que no se debía temer, habían sido puestos
en libertad bajo fianza. Afirmaba que mantendría en prisión a
los que con posterioridad al armisticio habían dado muestras
de rebelión hasta que la Regencia se dignase resolver sobre ellos.
Una real orden de 18 de diciembre de ese año posibilitó la re-
cepción de una representación del autoproclamado capitán ge-
neral de Venezuela fechada el 26 de agosto. En ella manifestaba
que “los contagiados en la rebeldía, que de algún modo obraron
opuestamente a la maligna intención de los facciosos”, debían
ser perdonados de su extravío e incluso tenían que valorarse
sus acciones. Sostuvo que en esa clase se encontraban “don Ma-
nuel María de las Casas, don Miguel Peña y don Simón Bolívar,
pues los dos primeros, como encargados del Gobierno político
y militar de La Guaira, por medio de Bolívar y a riesgo de sus
vidas, aseguraron a Miranda y todos sus colegas cuando trataron

73
de escaparse con los restos del erario, que anteriormente Casas
había desobedecido las órdenes de Miranda para poner en un
pontón los europeos e isleños de aquel vecindario y echarlos a
pique al primer movimiento y otras ordenes semejantes que, en
atención a estos servicios, les ha dejado en libertad y ha dado
pasaportes para países extranjeros a Bolívar, cuya influencia y co-
nexiones podrían ser peligrosas”107.
Vimos con anterioridad la aprehensión de sesenta y cinco
personas, entre las que se encontraba Miranda y los enviados a
Ceuta, con la excepción del canónigo José Cortés de Mada-
riaga, que no aparecía en ella. Entre ellos fueron escogidos por
Domingo Monteverde los ocho “monstruos” que dispuso en-
viar a Cádiz. El 14 de agosto de 1812 desde Caracas justificó a
la Regencia su remisión por ser “origen y raíz primitiva de
todos los males de América” por lo que debían confundirse de-
lante del trono del Rey para recibir el castigo que merecían sus
crímenes. En un principio se había planteado la partida de
Francisco de Miranda, Juan Germán Roscio108, José Cortés de

107
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
108
Nacido en San José de Tiznados, en el estado Guárico, el 25 de mayo de 1753, era hijo del ita-
liano de Milán José Cristóbal Roscio, hacendado dueño de hatos, y de la mestiza Paula María
Nieves, natural de La Victoria. Doctor en Derecho Canónico en 1794 y en civil en 1800. Desde
1796 había solicitado a la Audiencia su inscripción como letrado, pero el colegio de abogado
pudo pegas por no figurar el calificativo de india a su madre y abuela materna. Mediante bri-
llantes alegatos, en un proceso que se alargó hasta 1805, demostró su formación jurídica e ide-
ológica. En 1808 era fiscal interino de la Audiencia. Como diputado del pueblo se incorporó al
cabildo abierto que depuso a Emparan. La Junta Suprema lo nombro secretario de relaciones ex-
teriores. En el congreso constituyente de 1811 fue diputado por Calabozo, siendo el principal
redactor del acta de independencia y de la constitución. En marzo de 1812 fue electo miembro
suplente del poder ejecutivo plural. La bibliografía sobre su vida y obra es extensa. Entre otros
GRASES, P. Un hombre del 19 de abril. Juan Germán Roscio. Caracas, 1952. LOSADA, B.R.
Juan Germán Roscio. Caracas, 1973. UGALDE, L. El pensamiento teológico de Juan Germán
Roscio. Caracas, 1992. PERNALETE, C. Juan Germán Roscio. Caracas, 2008. PÉREZ GUE-
VARA, C. Vanidad, locura y entusiasmo. Tres casos de Juan Germán Roscio. Caracas, 2019.

74
Madariaga109, José Mires110, Francisco Isnardi111, Juan Pablo
Ayala112, el mulato Bonoso113 y Antonio Barona114, “común acu-

109
Nacido en Santiago de Chile el 8 de julio de 1766 en una familia acomodada de la capital
chilena. Su padre Francisco Cortés y Carrabio había sido corregidor de Copiapo y comisionado
para el arreglo de la villa de San Francisco de la Selva, cabecera de él. Su abuelo materno Francisco
de Madariaga había servido como tesorero oficial real de las cajas reales de Santiago. Alegaba ser
descendiente del “famoso conquistador Pedro Cortés y Monroy. Tras seguir la carrera eclesiástica
y doctorarse en Teología el 13 de diciembre de 1787 en la universidad de San Felipe, ejerció inte-
rinamente la cátedra de Prima de Arte y por 6 años fue sustituto de la de Prima de Teología. Acu-
dió a la Corte con recomendación del prelado Blas Sobrino Minayo, donde permaneció por varios
años hasta obtener por la real cédula de 17 de agosto de 1800 una prebenda en Santiago. Embar-
cado hacia Cádiz en la fragata el Buen Concejo, el 12 de abril de 1802, arribó a La Guaira, después
de 4 meses y 17 días de una trágica navegación, donde decidió solicitar por su convalecencia y las
dificultades para proceder al viaje una canongía de la Catedral de Caracas, que acababa de vacar
por fallecimiento de Pedro Jesús Paredes, que le fue concedida el 8 de marzo de 1803. Tomó po-
sesión de ella el 28 de julio de ese año. En julio de 1804 solicitó al tribunal de la inquisición de Car-
tagena de Indias su nombramiento como comisario del Santo Oficio en Caracas, pero no le fue
concedido. El 12 de octubre solicitó a la Corte por estimar gravemente perjudicial a su salud el tem-
peramento de Caracas, su promoción a alguno de los coros de España o al de Chile, a donde podía
ya trasladarse con los auxilios que desde allí se le habían facilitado. Se resolvió que se le tuviese pre-
sente si hubiese vacante. Sin embargo, no se materializó, por lo que pidió licencia por 2 o 3 años
para marchar a su país y restablecerse y poner al corriente los asuntos que con tanta urgencia le lla-
maban para concluirlos evitando mayores perjuicios por su demora. Pero siguió residiendo en Ca-
racas. Fue uno de los más destacados dirigentes del 19 de abril de 1810. Hablando en nombre del
clero, se asomó al balcón del ayuntamiento, donde preguntó al pueblo si quería ser gobernado por
Emparan. Al exclamarse que no, el capitán general presentó la renuncia. Seguidamente se consti-
tuyó la Junta Suprema, en la que el chileno representó a su estamento. El 21 de septiembre por dis-
posición de ese organismo, se le encargó un viaje a Bogotá en misión diplomática, del que se dará
cuenta con amplitud en este libro. Las negociaciones concluyeron con la firma el 28 de mayo de
1811 del tratado de de alianza y federación entre Cundinamarca y Caracas. Regresó a través de los
ríos Negro, Meta y Orinoco, de cuyo viaje dio cuenta en su Diario y observaciones... Tras la capi-
tulación pasó a La Guaira para tratar de salir del país siendo apresado por Francisco Cerveriz y re-
mitido a España. (BRUNI CELLI, B... Op. Cit. pp. 194-199.. ARIAS ARGAEZ, D. El Canónigo
don José Cortes de Madariaga. Bogotá, 1938. EDUARDO, D.M. Don José Cortes de Madariaga,
canónigo y tribuno, y el tratado Lozano-Cortés de Madariaga. Bogotá, s.f. PERAZO, N. José Cortés
de Madariaga. Caracas, 1972. 2ªed. SÁNCHEZ GARCÍA, A. José Cortés de Madariaga. Cara-
cas, 2007. VICUÑA MACKENNA, N. “El tribuno de Caracas”. Boletín de la Academia Nacio-
nal de la Historia de Venezuela. Tomo IX nº158. Caracas, 1957).

75
sados de los españoles constantes”. Sin embargo, con posterio-
ridad, se dispuso la marcha el 18 de noviembre de todos ellos en

110
Originario de la Península Ibérica, había arribado a Venezuela como capitán del regi-
miento de la Reina. En 1808, en su calidad de Coronel de Ingenieros, erigió en Caracas una es-
cuela de Ingeniería militar que incluía una academia de Matemáticas. Se adhirió desde el principio
al movimiento juntista del 19 de abril de 1810. Apoyó la declaración de Independencia y el Pri-
mer Congreso. El 29 de septiembre de 1810 fue ascendido a capitán de la séptima Compañía del
Batallón de Veteranos A comienzos de 1811 fue comandante Interino del batallón de milicias Dis-
ciplinadas de blancos de Caracas. Fue esencial en el desmantelamiento de la conspiración de los
Linares, que se convirtió en la causa real de que le condujo a ser escogido como uno de los ocho
monstruos de Monteverde junto con su compañero de armas Manuel Ruiz. VANNINI DE GE-
RULEWICZ, M. “José Mires, patriota español, maestro del mariscal Sucre: las ciencias mate-
máticas al servicio de la independencia americana”. Encuentro de Latinoamericanistas Españoles.
Viejas y nuevas alianzas entre América Latina y España. Santander, 2006, pp.1307-1320.
111
Francisco José Vidal Isnardi, hijo de Juan Isnardi y Magdalena Padel nació en Cádiz el 27
de abril de 1775, siendo bautizado el 29 en la iglesia de Santa Cruz. El 17 de noviembre de 1794
se inscribió en el colegio de medicina y cirugía de su ciudad natal Culminó sus estudio de cirugía
en 1799, tras lo que efectuó dos años de práctica como segundo profesor en la Real Armada. En
1804 se trasladó a Venezuela donde ejerció en el apostadero de Puerto Cabello de cirujano de se-
gunda clase. Promovió su traslado a Caracas, que le fue concedido en 1809. El 29 de septiembre
de ese año es designado cirujano de la brigada del Real Cuerpo de artillería. Se implicó directa-
mente en el proceso independentista. Durante los tres primeros meses de 1811 redactó el Mercu-
rio venezolano. Desempeñó más tarde la secretaria del Congreso constituyente y dio a luz El
Publicista de Venezuela, participando también en la Gaceta de Caracas. intervino en colaboración
con Roscio en el acta de la independencia y firmó como secretario la constitución federal de di-
ciembre de 1811. Como sus demás compañeros fue encarcelado en las bóvedas de La Guaira y
desde ella conducido a Cádiz. Véase VANNINI DE GERULEWICZ, M. La verdadera historia
de Francisco Isnardi, español, ideólogo, forjador y héroe de la independencia venezolana. Ceuta, 2001.
112
Nacido en Caracas el 25 de abril de 1768, era hijo del corone vallisoletano de Simancas Ma-
nuel de Ayala Tamayo de la caraqueña Juana Josefa Soriano. Sus hermanos varones Manuel, Mau-
ricio y Ramón ejercerían también la carrera militar. Las mujeres contraerían nupcias con
significados comerciantes canarios partidarios de la independencia. Manuela con el icodense Fer-
nando Key Muñoz, ministro de Hacienda de la Junta Suprema, María de la Trinidad con su
primo el lagunero Tomás Muñoz en primeras nupcias y en segundas con José Key Muñoz, her-
mano del anterior, con quien se desposó en el oratorio de la hacienda de Capigua en La Vega, de
la que era dueño Fernando Key, el 10 de marzo de 1802 dispensados dirimente de primero con
segundo grado (Archivo parroquial de La Vega. Libro de matrimonios) y Ramona el 26 de julio
de 1800 en la parroquia de Altagracia con el portuense Telesforo Orea Machado, representante

76
el Fernando VII con la excepción del Precursor, que marchó en
otro navío desde Puerto Rico, y de esa isla a Cádiz, y del mulato

de la Primera República de Venezuela en Filadelfia. Antes de la emancipación había servido en el


batallón de granaderos de Caracas hasta el grado de capitán. Embarcado para Santo Domingo,
tomó parte en la toma de Bayajá, permaneciendo en esa isla entre el 15 de diciembre de 1795 y el
24 de julio de 1799 (Hojas militares. Tomo I, pp.113-114). Apoyó la deposición de Emparan el
19 de abril de 1810 y fue miembro de la Junta Suprema. Ascendido a coronel, fue enero de 1811
gobernador militar de Caracas. La Sociedad Patriótica estimó una concentración de poder el
hecho que los tres hermanos desempeñasen altos cargos del ejército. En mayo de 1812 con el ci-
tado rango, combatió contra Monteverde en el portachuelo de Guaica y en Patanemo. Pidió a Mi-
randa que no firmase la capitulación. Después de la entrada de los realistas fue uno de los primeros
en ser encarcelado, siendo conducido a las bóvedas de La Guaira. (Diccionario de Historia de Ve-
nezuela... Tomo I, p.p267.268). dispensados dirimente de primero con segundo grado .
113
Antonio Caballero, alias Bonoso, era curandero de profesión. Formaba parte del batallón
de pardos de Caracas. En la Primera República se trasladó a Valencia en julio de 1811 para re-
primir la sublevación de esa ciudad. Por su actuación se le reconoció con varios honores y con
su ascenso a teniente coronel. Contaba por entonces con 51 años de edad. En la causa de infi-
dencia que se le abrió se recogió que era partidario de Francisco de Miranda. Varios testigos afir-
maron que era de los más desenfrenados y que siempre andaba hablando sin ningún tipo de
reservas sobre la causa insurgente. En reiteradas ocasiones se le escuchó decir que sus tropas eran
partidarias de ella y que “si el gobierno español volvía a dominar en estas provincias, temía de-
lito de horca por más de siete causas”. Caballero salió con su batallón a Maracay. Más tarde re-
tornó a La Victoria para desde ella marchar a Caracas, donde permaneció algún tiempo por
hallarse enfermo. En la tarde del 11 de julio de 1811, Caballero venía huyendo de Los Teques,
donde se encontraba reunido un grupo de isleños. Al llegar a Caracas se le vio en la esquina de
las Carmelitas gritando: “¡Señores a las armas, que los isleños nos quitan la ciudad para jurar a
Fernando Séptimo!” Al día siguiente estuvo en la Plaza Mayor manifestando su adhesión al go-
bierno revolucionario. En octubre se procedió a encausarlo. En su defensa negó toda participa-
ción dentro de las filas republicanas, actuando contra su propia voluntad por haber siempre
jurado obediencia al Rey. Como aconteció con la gran mayoría de los procesados, en marzo de
1913 la Audiencia lo dejó en total libertad, amparado en la capitulación del 25 de julio de 1812,
Memorias de la insurgencia. Caracas, 2011, 2ª ed., p.100.
114
De Barona solo sabemos que era paisano se denominaba Antonio García Barona, era ori-
ginario de Burgos, hijo de Antonio García y de Ángela Barona, y desposado el 27 de agosto de
1804 con la caraqueña Josefa Delgado, hija de Toribio Delgado y de Teresa Domínguez (Ma-
trimonios y velaciones de españoles y criollos blancos celebrados en la Catedral de Caracas desde
1615 hasta 1851. Caracas, 1974, p. 872). Fue escogido indudablemente por considerársele
espía y delator de la rebelión isleña de la Sabana del Teque.

77
Bonoso, que se decidió no enviarlo por encontrarse gravemente
enfermo. Fueron sustituidos los dos por el caraqueño Juan Paz
Castillo115 y por el militar peninsular Manuel Ruiz116.
A su arribada fueron conducidos a la cárcel pública de
Cádiz. Antes de su desembarco, todavía a bordo del buque, es-
cribieron una representación. En ella expresaron que, cuando
descansaban tranquilos en virtud de la capitulación y gozaban
de los frutos de la integración de aquella provincia a la metró-
poli, “una violenta explosión de todas las pasiones, bajo el pre-
texto de seguridad pública, pero con el deseo de venganza y
con siniestras interpretaciones contra la capitulación, volvió a

115
Nacido en Caracas el 19 de septiembre de 1778, era hijo del hacendado tinerfeño, ori-
ginario de Granadilla Blas Francisco Paz del Castillo, síndico procurador general y alcalde
ordinario del cabildo caraqueño y teniente consiliario de su consulado y de la caraqueña de
ascendencia canaria Juana Isabel Díaz Padrón, hermana de la madre de los Montilla y de
Carlos Padrón. Integrante del batallón de milicias blancas de Aragua desde el 28 de marzo
de 1798, en el que entró de cadete, ascendiendo a subteniente en 1808. Intervino en la cam-
paña contra Miranda de 1806. Apoyo el proceso insurreccional, siendo premiado por la
Junta Suprema con el grado de teniente el 24 de mayo de 1810, de capitán el 25 de agosto y
de teniente coronel comandante de la tercera división de occidente, con la que participó en
la expedición contra Coro. Tras el incumplimiento de la capitulación por Monteverde se le
encarceló en las bóvedas de La Guaira, desde donde fue conducido a la Península (ITU-
RRIZA GUILLÉN, C. Algunas familias caraqueñas. Caracas, 1967. tomo II, p.633. Hojas
militares. Tomo III, pp.39-40)
116
Nacido en Valladolid en 1763, Manuel Ruiz formó parte de los militares del batallón
fijo de Caracas que se adhirieron desde el 19 de abril al proceso emancipador. Arribó a Ve-
nezuela en 1799 con el regimiento de la Reina, en el que asciende en 1802 ayudante mayor
y en 1808 a capitán. Colaboró junto a José Mires en el desenmascaramiento de la conspira-
ción de los Linares. El 17 de mayo de 1810 fue designado sargento mayor del batallón de mi-
licias de Caracas y en septiembre de ese año comandante del veterano nº3. Derrotado por
Monteverde en Los Colorados, es encarcelado en las bóvedas de La Guaira después de la ca-
pitulación. (Diccionario de Historia de Venezuela. Tomo III, pp.488-489). La decisión de
considerársele monstruo por el isleño y su envío a Ceuta como tal se debió indudablemente,
como acaeció también con José Mires por su papel en la frustración del proyecto contrarre-
volucionario de los Linares.

78
llenar de miseria y llanto aquel país. La sola nota de sospechoso
bastaba para aprisionar indistintamente y la calificación de sos-
pecha quedó al arbitrio de todos los agraviados que indicaban a
los jueces las víctimas que debían sacrificar a su resentimiento,
viéndose en los cepos de las plaza públicas”117. Se quejaban que
con ellos y con otros muchos caraqueños se había quebrantado
ese convenio al llevarlos “atados a pie y casi desnudos a las pri-
siones, calabozos y cepos de las plazas públicas, expuestos a los
insultos del populacho, sin causa ni forma de juicio, por la sola
nota de sospechosos contra la seguridad pública, calificada por
el mero dicho o delación de algunos parciales y agraviados en el
extinguido sistema”. Denunciaron que, sin haber sido interroga-
dos, permanecieron presos más de sesenta días. En ese tiempo ha-
bían muerto tres de los prisioneros y habían enfermado un tercio
de los restantes. Alegaron que, sin fianza o con ella, se pusieron al-
gunos en libertad y se indultaron otros muchos, mientras que a
ellos el 9 de octubre, despojados de los muebles que traían con-
sigo por un vigoroso e incluso indecoroso registro, se les había
colocado en “un pestilente rincón de la goleta llamada Fernando
VII”, por lo que solicitaban su puesta en libertad por no haberse
dado cumplimiento al convenio firmado por la Monarquía118.
Pedro Benito Vidal expuso el 24 de noviembre de 1812, en
su calidad de oidor de la Audiencia de Venezuela, que por esas fe-
chas residía en Nueva Valencia, que había puesto en conoci-
miento de la Regencia que, a resultas de haber señalado
Monteverde que una porción considerable de negros libres y es-
clavos de la costa de Barlovento habían cometido una especie de
asonada, determinó ese tribunal comisionarle para su pacifica-
ción y formar la correspondiente causa, a cuyo efecto se trasladó

117
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
118
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

79
a esa ciudad. Sin embargo, al arribar a ella, estos rebeldes se habían
dispersado. Presos la mayor parte por la tropa, se les había for-
mado una sumaria defectuosa, que procuró reformar. Recibió de-
claración con cargo a los más delincuentes. De todo ello se
desprendía que “habían locamente ideado apoderarse de la plaza
y puerto de La Guaira, matar a todos los blancos y reclamar su li-
bertad e igualdad, idea que solo en una cabezas tan débiles como
las suyas podía tener acogida”. Su ejecución era inviable pues no
constaba que tuviesen más armas entre todos que dos o tres pis-
tolas entre todos un fusil y “lo que en este país llaman machetes
(especie de sables toscos que usan en el campo para unos usos de
él”. Llegaron a poner en prisiones a cinco blancos, a quienes pu-
dieron haberles quitado si un esclavo de mejores sentimientos no
hubiese hecho perderiza la llave del calabozo, donde los retenían
y hubiera a tiempo llegado la tropa. Mandó recibir declaraciones
a los demás, pero, al ascender a 140 y conceptuarse mucho tiempo
para su evacuación, transfirió esta comisión al Auditor de la co-
mandancia de La Guaira por haberle dado comisión la Audien-
cia. Por ello se dispuso a formar una causa a algunos reos presos
en las bóvedas de La Guaira que Monteverde deseaba trasladar a
Puerto Rico. Al entrar en consideración que entre los 27 que le se-
ñaló se encontraban Juan Germán Roscio, José Cortés de Mada-
riaga, Juan Paz Castillo, José Mier, Antonio Barona, Francisco
Isnardi y Juan Pablo Ayala, que ni estaban encarcelados en ellas,
ni iban a embarcarse para esa isla, por haberle dicho que, pocos
días antes de su arribo, los había remitido a España, dudaba si se
hallaba con facultades para formar sus causas, lo que le llevó a
consultar a la Audiencia y dedicarse mientras tanto a la forma-
ción de las 19 restantes119.

119
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

80
Pedro Benito Vidal esperaba cumplir esa comisión y re-
mitir con rapidez a la Regencia las causas de los ocho reos,
para que de esa forma pudiesen continuar en Cádiz, si ese or-
ganismo lo disponía. Entendía que debía proceder así por
convenirlo la Constitución, por ser más eficaz el escarmiento
de los restantes en esta provincia y porque pudiesen en caso ne-
cesario reconocer las firmas y letras de los papeles que se puedan
presentar. Además concluye indicando que su testimonio era di-
latado y difícil por ser pocos los escribientes de confianza. Al
mismo tiempo le expuso que el estado actual de esta ciudad ma-
nifestaba alguna tranquilidad exterior por no ser creíble otra re-
belión “de unos españoles tan locamente exaltados y que han
vivido según sus pasiones dominantes 27 meses”. En ellos han
podido “impunemente manifestar todo el veneno que tenían en
su corazón contra la España, contra el Rey y en una palabra con
otra todo lo que olía a cosa de la Península”. No habían “hallado
frases más expresivas de su encono y rabia para manchar los mu-
chos papeles que han escrito y esparcido por todas las Américas,
se conoce que odian de corazón a los europeos, están en la inte-
ligencia de que les aborrecemos y que las gracias y favores que se
les dispensa es por miedo o por mejor engañarlos, de modo que
nuestra generosidad y honradez es para ellos un nuevo motivo de
desprecio”. Pensaba que no era verosímil que “unos hombres que
poco antes vivían llenos de orgullo, de imperio, de considera-
ción, con galones y buenos sueldos” pudiesen llevar el verse aba-
tidos y mirados como unos traidores”, a lo menos que su corazón
les presentase ante sus propios ojos todas sus ingratitudes co-
metidas contra un Gobierno que tanto les había protegido y
contra un Rey tan amado y digno de todos los respetos. No obs-
tante planteaba que parecía que esta parte de los dominios de la
Monarquía vivía en contradicción con la Península por des-
honrar, afear, pisar y ollar sus pabellones y desconocer, acuchillar

81
y escupir su respetable retrato; al llamarlo “el despreciable Fer-
nando e hijo de María Luisa y otras expresiones semejantes”120.
Continuó su exposición relatando la existencia de una es-
cuela pública con el nombre de sociedad patriótica, en que “se
enseñaba un odio eterno a los Reyes, llamándoles tiranos a las
monarquías” e incluso minoraban las facultades de la silla apos-
tólica, disfrazando varios pasajes de la Escritura con alusiones
a sus fábulas, “en una palabra era un conventículo hijo de Sa-
tanás. Señaló que algo que lo fundamentaba eran los ejemplar
que acompañaba del “sanguinario” llamado decreto penal, del
“perverso” folleto titulado Patriotismo de Nirgua, las exhor-
taciones que sobre la emancipación de las Américas dio a luz
Francisco de Miranda, que estaba preso en una de las bóvedas
de La Guaira y cuya causa estaba concluyendo, un edicto de
independencia con la acta correspondiente y un manifiesto que
dicen hace al mundo la confederación de Venezuela. Precisó
que el decreto penal quitó en públicos cadalsos la vida entre
otros a dos sacerdotes que constaba de los expedientes que
estoy formando, que no tuvieron otro delito que el de haber
cantado El Te Deum por haber entrado nuestras tropas en sus
pueblos. No obstante, en lo que no podía equivocarse era en un
proceso que tenía a la vista y que contenía, además de otras con-
denaciones de presidio, tres sentencias por las que fueron ahor-
cados diez hombres, puestas las cabezas de siete en altas picas
con una tarjeta que se leía por traidor a la patria y en la primera
de dichas sentencias se decía como principal fundamento de su
justificación lo siguiente: “se demuestra (del proceso) que se
adoptó sin duda el criminal y proditorio designio de sepultar de
nuevo el pueblo de esta capital y consiguientemente el de toda

120
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

82
la provincia en la tiránica esclavitud de que acababa de eman-
ciparse por un visible efecto de la divina providencia y del uná-
nime sentimiento de los habitantes, explicado por el órgano de
su supremo legislador, proclamando la autoridad ilegítima de
Fernando VII y restableciendo la opresora de los españoles eu-
ropeos que a nombre de aquel imaginario soberano hacían
gemir la humanidad en estos países”. Obviamente aludía a la
causa entablada contra la llamada rebelión de los isleños de la
Sabana del Teque. Puntualizó que hasta ese punto había llegado
la fuerza de los que emitieron sentencia, siendo de notar que
17 intervinieron en ella y no hubo un voto que se inclinase a la
piedad, ni tampoco pidieron los infelices conseguirla en el Con-
greso, a donde recurrieron con la súplica, estando ya en capilla,
pidiendo indulto en obsequio de la independencia que acaba-
ban de publicar. Aunque existieron cuatro votos que propusie-
ron la disminución de víctimas y que se diezmase o quintase
después de castigar a las cabezas, resolvieron la ejecución en
todos y fueron decapitados por esta causa dieciséis121.
Culminó sus apreciaciones especificando que el mal era
muy grande, por lo que acertar y proporcionar remedio era difí-
cil para su talento, por lo que rogaba a la Regencia que el claro y
perspicaz de sus excelencias “meditará esta úlcera envejecida” por
estar dentro de su seno el digno Joaquín de Mosquera122, “cuyos

121
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
122
Nacido en Popayán en 19 de enero de 1748, se doctoró en Derechos civil y canónico
por la Universidad de Santo Tomás de Bogotá, ciudad en la que ejerció como abogado, En
Popayán lo hizo como teniente auditor de guerra y asesor general del gobernador y teniente
de Cartagena de Indias. En 1787 era ya oidor de la Audiencia de Santa Fe, donde actuó como
juez de residencia del arzobispo Caballero y Góngora. En 1795 se le promovió a alcalde del
crimen de la de México, ascendiendo a oidor en 1803. Entre 1804 y 1809 fue visitador re-
gente interino de la Real Audiencia. Le correspondió abrir el proceso de la llamada conjura

83
conocimientos prácticos eran muy apreciables para esta oca-
sión y en cuya presencia me he anonado”. Solo para su mayor
instrucción afirmó que por ahora todos querían aparentar
que si hicieron alguna cosa fue en la Junta conservadora de los
derechos del Fernando VII. Mas , cuando trató el congreso de
declarar la independencia de estas provincias se leyó en su libro
de sus actas que, manifestando un vocal su opinión, dijo: “El
nombre de Fernando fue entonces (se refería al 19 de abril de
1810) un pretexto para no alarmar a los pueblos si estos se alu-
cinaban con el proverbio per me Reges regnant, también puede
decírseles que la calentura, la hambre, la guerra vienen de Dios
y no por eso debemos dejar de curarnos, comer y defendernos”.
Finalizó su misiva plasmando la ruina de Caracas, provocada
por los terremotos que la azotaban con mucha frecuencia por
sentirse desde el día 15 de ese mes123.

de los mantuanos en 1808. La junta de Caracas llegó a decir de él que estaba cargado de la
detestación general de sus habitantes. En 1810 se le concedió plaza togada en el Consejo de
Indias y en 1812 se le designó como uno de los cinco regentes de España. De ideas absolu-
tistas se decía que financió con gastos secretos el periódico de esa orientación Procurador
General de la Nación y del Rey. Fue miembro de la comisión de causas de Estado contra li-
berales en 1814. Falleció en Madrid el 29 de mayo de 1830. Su comisión en Venezuela fue
estudiada en ALBORNOZ DE LÓPEZ, T. La visita de Joaquín Mosquera y Figueroa a la
Real Audiencia de Caracas (1804-1809). Caracas, 1987.
123
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

84
Proceso en Caracas de José Cortés
de Madariaga

Reproducimos a partir de aquí por su gran interés documental


sobre la Primera República de Venezuela los autos por los que
fueron juzgados los llamados ocho monstruos de Monteverde
por su actuación durante esa etapa de gobierno republicano. El
27 de noviembre de 1812, bajo la dirección del oidor de su Au-
diencia Pedro Benito Vidal, se inició el proceso en Caracas con-
tra José Cortes de Madariaga, que tuvo su comienzo con la
declaración del regidor de su ayuntamiento Francisco Antonio
Carrasco124, de 60 años de edad125. En ella ratificó que el canó-
nigo de la Catedral de Caracas con anterioridad al 19 de abril
de 1810 tuvo plena conciencia de los planes que se tramaban

124
Carrasco era natural de Caracas, hijo del orotavense Juan Antonio Carrasco Llarena y
la caraqueña Ana Nicolasa Rada. Aunque la hermana del Libertador María Antonia Bolívar
lo creyó español y se atribuyó el haber intercedido en su salvación, el comisario ordenador
José de Manterola lo llamó natural de este país al comentar que los dos comunicaron al mo-
narca cuantas noticias podían convenir para poner de nuevo estas provincias bajo su domi-
nio, según certificó en su misiva firmada en Caracas el 29 de septiembre de 1812. El 3 de
agosto de 1813 formó parte de la comisión encargada de negociar la paz con la entonces
triunfante Segunda República (BRUNI CELLI, B. Op. Cit., pp. 106 y 458; MUÑOZ, G.E.
Op. Cit. Tomo II, pp.95-96.)
125
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

85
ese día, ya que, “estando dicha mañana sentado en un confesio-
nario de una iglesia que ya no tiene presente fueron derecha-
mente a ella a llamarle de las casas del ayuntamiento, a donde
concurrió al instante y haciendo que saliese al balcón de ellas el
Capitán General que entonces era Vicente Emparan, levantó
la voz dicho Canónigo y preguntó al pueblo”, después de las pa-
labras de la máxima autoridad gubernativa, “si quería que le
mandase dicho jefe y, habiendo respondido algunos de ellos que
sí” efectuó señas con la mano por detrás del mismo para que
vociferaran que no. Después de haber seguido “el populacho”
sus consejos, entró en la sala capitular, en la que tuvo el atrevi-
miento de manifestarle a Emparan: “Usted ya aquí es un cero”.
En aquel día sería nombrado individuo de la Junta de Caracas,
erigida en lugar de las autoridades depuestas. Sostuvo además
que a él se le “atribuían algunos varias proclamas y papeles se-
diciosos que entonces hubo” y que se le. Designó por el go-
bierno revolucionario para marchar a Bogotá “con el carácter
ridículo de embajador del estado colombiano al cundimarqués
o de Santa Fe, y que por todos los pueblos del tránsito hacía
juntas todas las personas que había de algún viso y les peroraba,
animaba y confortaba en el espíritu revolucionario” y al mismo
tiempo les movía a que hiciesen donativos en defensa de “lo que
llamaban su justa causa”. A su vuelta tuvo amistad con Francisco
de Miranda, acompañándole en su ejército cuando fue reves-
tido del rango de dictador del ejército.
El siguiente testimonio fue el de José Manuel García de
Noda, de 56 años, colector del Deán y del Cabildo Catedral126.

126
Hijo de los canarios de La Laguna Juan García de Noda y Josefa Domínguez de Sosa, fue tam-
bién mayordomo de la Universidad de Caracas. como han estudiado Gasparini y Duarte, jugo un
papel crucial en el intento de salvar la Catedral tras los graves daños originados por el terremoto
de 1812. DUARTE, C.F., GASPARINI, G. Historia de la Catedral de Caracas. Caracas, 1989.

86
Aseveró que Cortés de Madariaga había afirmado que la si-
tuación era mala y que “no había necesidad del Rey y que por-
que se había de obedecer a la Regencia ni haber de mandar
desde Cádiz y que si se había acabado España o si se acabara
también o quería la Regencia mandar desde el medio del mar
y otras expresiones semejantes”. Expresó que si bien no era el
principal autor de los planes revolucionarios, si al menos ten-
dría parte en ellos por acudir a su residencia todas las noches
Juan Germán Roscio, comunicándose los dos solos largos
ratos. Igualmente refirió que, encontrándose dicho canónigo
sentado en dicha mañana en uno de los confesionarios del
convento de la Merced, “lo que no acostumbraba, ni iba al
coro porque decía tenía almorranas, fueron desde el ayunta-
miento a buscarle porque ya había principiado la revolución
y se suponía que hacía falta en ella”. Se afirmaba que lo pri-
mero que preguntó a los que le fueron a buscar era si se en-
contraba ya preso el capitán general, lo que probaba que ya
tenía noticias anteriores. Habiéndosele respondido que sí,
contestó: “pues vamos allá”. En efecto se dirigió a las casas ca-
pitulares, donde, según la voz pública fue el que salió al bal-
cón acompañado de Vicente Emparan. Al preguntársele al
“populacho” si quería ser gobernado por la Junta de Caracas,
hacía señas con la mano para que respondiesen de forma afir-
mativa. Entendía que era “de los que más hablaban, y que pe-
roró con tanto ahínco que llegó a desmayarse y hubo
necesidad de que lo llevaran a su casa en silla de manos”.
Antes había tenido el atrevimiento “de haber por su propia
mano quitado el bastón a dicho capitán general, diciéndole
al mismo tiempo Ud. ya aquí es un cero. Finalmente precisó
que se mantuvo dentro de la Junta, hasta que en diciembre

87
del mismo año fue nombrado para la ya citada comisión a Bo-
gotá en calidad de embajador127.
El regidor del cabildo caraqueño Antonio Carballo, de 57
años de edad128, sostuvo que antes del 19 de abril “vertía en él es-
pecies melancólicas a la España hablando mucho de sus pérdidas,
las ventajas de los franceses” en las muchas conversaciones que
tenía con el doctor Roscio. Planteaba que los dos eran los más
que hablaban y que más metían bulla. Reflejó que fue autor de
varias proclamas y papeles públicos. Llegó a referir que había
pretendido que “Miranda lo hiciese patriarca u otro empleo se-
mejante expatriando al Arzobispo, en que no convino Miranda”.
Entendía que fuese este hecho cierto o no, lo cierto era que “fue
y vino dos o tres ocasiones al ejército a hablar” con él129.
Por su parte, el regidor Francisco de Aramburu130 refirió
que no fueron admitidos en la Junta los representantes del ca-
bildo eclesiástico y la universidad por forman parte de ella
Cortes y José Francisco Ribas, Mencionó también su amistad
con Miranda con el que “se suponía que tenían trazado pren-
der al Arzobispo y que dicho canónigo quedase como gober-
nador o como arzobispo o no sabe el título que le darían”. El
comerciante cántabro Manuel González Linares manifestó que
en su casa se celebraron varias juntas “compuestas de los Toros,
Bolívares, don Juan Escalona, los Palacios, oficiales de batallón
veterano don Mariano, don Tomás y do Juan Pablo Montilla,

127
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
128
Mercader canario originario de Los Llanos de Aridane. Llegó a ser regidor decano de
esa corporación.
129
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
130
Comerciante vasco, que tenía viviendo en su casa hacia 1813 a la pianista francesa ma-
dame Tapray para que enseñase música a sus dos hijas, Al exiliarse en Curaçao en ese año re-
clamó que le había sido secuestrado un piano cuyo valor declarado era 350 pesos, que había
comprado junto con un clave a la referida concertista. CALZAVARA, A. Op. Cit., pp. 54 y 100.

88
don Martín Tovar Ponte, don Silvestre Tovar, el doctor Roscio
y otros que no hace memoria”. Expresaba que en los Toros se
entendía de Fernando Toro y el marqués, y en los Bolívares a
Juan Vicente, ya difunto, y Simón y los Palacios con don José
Leandro y don Feliciano y otro hermano de estos ya difunto.
Esas reuniones se habían efectuado “para tratar los planes de
revolución”. El, guarda mayor de la aduana de Puerto Cabello
Francisco de Armendi planteó que había padecido mucho por
culpa del gobierno revolucionario. No obstante, reflejó que
no le movían resentimientos particulares. Declaró que su cu-
riosidad y deseos de cerciorarse en algunas cosas de concu-
rrencias le llevo a insinuar que en su residencia se juntaban los
sujetos indicados y en las de Manuel Díaz Casado, José Félix
Rivas, su hermano Francisco José, que vivía en la de los Lanzs,
Martín de Tovar y en la hacienda de Chacao de José Félix
Rivas. Concurrían también “Luis y dos Juan José de Rivas y
Pacheco, don José Miguel Montero y otros de que hará me-
moria y expresará si conviene, pues algunas noches estaba el
que declara observando los que entraban y los conocía a todos,
aunque algunos no llevaban farol”. En el balcón de las casas
consistoriales le oyó decir que “no había España ni Rey por-
que los franceses se habían apoderado del todo y que era pre-
ciso que mandasen los americanos, porque el capitán general
quería entregar esta provincia a los franceses”131.
Dos documentos muy valiosos que se incorporaron al pro-
ceso de Cortes de Madariaga lo constituyen las actas de las jun-
tas que celebró en los pueblos de Maracay, Valencia, San Carlos,
Barquisimeto y Tocuyo cuando transitaba por ellos para ir en
delegación diplomática hacia Bogotá y su correspondencia en

131
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

89
dicho viaje con Juan Germán Roscio, que ejercía por entonces
como secretario de Estado. Representan testimonios inéditos
hasta la fecha y de gran valor para entender el clima reinante en
esas localidades y la opinión pública existente en ellas por esas
fechas. Asimismo se recogieron los edictos arrancados el 4 de fe-
brero de 1811 de las puertas del pueblo de Timotes.
La primera de las juntas aconteció en Maracay el 23 de di-
ciembre de 1810. Cortes Madariaga comunicó a su justicia
mayor Manuel Romero un oficio en el que reflejaba su trán-
sito por esa población y la ordena la congregación en su casa
para las ocho de la noche a todos los eclesiásticos residentes y
“demás vecinos del primer carácter”, con la finalidad de ins-
truirles. La sesión de abrió con unas palabras del canónigo acerca
de los desvelos de la Junta Suprema de Caracas “para perfeccio-
nar el plan de gobierno establecido en beneficio de la felicidad
común, de los honrados habitantes de esta provincia”. Les indi-
caba también las urgentes atenciones y medidas adoptadas para
la seguridad del país y para alejar la amenaza de la anarquía a tra-
vés de la reconciliación de “los pueblos que por su desgracia han
descarriado de la Madre Patria, bien sean por un principio de
ignorancia acerca de sus verdaderos intereses, o seducidos por
algunos perversos egoístas que, desconociendo las obligaciones
a que se ligan en calidad de ciudadanos y las que han contra-
ído respecto de este suelo que los alimenta”. Con ellos envia-
ban “especies subversivas dirigidas a perturbar el orden y hacer
vacilar a los incautos”132. Igualmente manifestó Cortes Ma-
dariaga sus puntos de vista sobre el estado de Europa y las tra-
moyas de Napoleón su hermano José y “los bastardos
españoles que en favor de su dominación pretenden que los

132
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

90
dominios libres de la América participen de la suerte que ha
cavido por su desgracia a la Península”. Para mayor claridad de-
talló “en todos sus pormenores lo que era el simulado gobierno
de Regencia, las ilegales cortes y los particulares a que se ter-
mina la comisión del pérfido y tumultuario emisario Corta-
barría133, residente en Puerto Rico, que se dice ministro de un
consejo imaginario y enviado por los cinco reyezuelos del se-
millero gaditano a nombre de Fernando VII y en realidad de
orden del intruso José con solo el designio de perturbar la
tranquilidad pública de que disfrutan estos leales habitantes
trastornando si pudiesen el sistema de la libertad civil y glo-
riosa emancipación del continente colombiano”. Finalmente,
insinuó las necesidades del Estado para inclinar el ánimo de
los vecinos de este pueblo al socorro de la patria. Son signi-
ficativas sus apreciaciones sobre un supuesto contubernio
entre los intereses de la burguesía gaditana, promotora de la
Regencia y de las Cortes y la invasión francesa, que le sirve
para justificar su traición a la patria española y, en conse-
cuencia el levantamiento insurreccional de los criollos ame-
ricanos. Téngase en cuenta que el chileno habla todavía en
nombre de una Junta que representa en el Nuevo Mundo los
derechos de la Monarquía de Fernando VII134.

133
Se trata de Antonio José Cortabarría y Barrutia, natural de Oñate, comisionado de la
Regencia para pacificar las provincias de Venezuela. Había sido con anterioridad integrante
del Consejo de Castilla y en 1809 consejero de Estado. Daría a la luz en 1811 varios mani-
fiestos a los pueblos de las provincias de Caracas, Barinas, Cumaná y Nueva Barcelona sobre
la declaración de independencia del 5 de julio de 1811. Regresó a Cádiz procedente de
Puerto Rico el 23 de julio de 1812. Fue entonces designado jefe político de Madrid fue con-
firmado por el Consejo de Castilla en mayo de 1814 (GIL NOVALES. Diccionario biográ-
fico de España (1808-1833. De los orígenes a la reacción absolutista. Madrid, 2010. Tomo I,
pp.699-700.
134
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

91
El siguiente texto reproduce su visita a Valencia. El 25 de
diciembre de 1810 transmitió un oficio en el que comunica
a sus autoridades que se hallaba en esa ciudad desde las nueve
de la noche del día anterior y que deseaba una reunión con
ellas a las siete de la noche. En ese cónclave les plantea que “se
congregaron unas simuladas cortes de la isla de León, a que
asistieron invitados varios indianos” y en la fue nombrado
“para trastornar esta provincia el ministro togado Cortaba-
rría”, el cual había arribado a Venezuela desde Puerto Rico el
25 de septiembre. Desde esa isla “ ha tratado de insultar y
provocar la justa venganza del Gobierno supremo de Caracas
introduciendo papeles sediciosos en la provincia con el ma-
ligno e insensato designio de interrumpir el nuevo orden de
cosas e invariable tranquilidad de que disfrutan estos leales
habitantes que el gobierno supremo fiel en el desempeño y
escrupulosa administración que le confirió el pueblo vene-
zolano el 19 de abril ha sabido hacer frente a la capciosidad
de los satélites de Napoleón residentes en España, en los Es-
tados Unidos, en Puerto Rico y dentro de esta misma pro-
vincia”. Refirió la resolución de “Su Alteza” de preferir la
muerte “antes de prostituir su honor y su conciencia, que-
brantando la fe de su palara en obsequio del dogma de la li-
bertad colombiana”. Planteó su deseo de mantener relaciones
y confederarse con los hermanos continentales “para perpe-
tuar la prosperidad de la provincia”, refrendada por la sincera
amistad de la corte británica, refrendada por los diputados
enviados a ella. Resaltó que el regreso de Francisco de Mi-
randa “al cabo de 38 años de separación se congratula su Al-
teza quiere que se feliciten los pueblos de la Provincia del
recobro de este benemérito e insigne conciudadano, tan apre-
ciable a la Patria por sus virtudes morales y cívicas como por
sus talentos, abundantes conocimientos y largas experiencias

92
adquiridas en el teatro político de la Europa”. Concluyó su
proclama con la exaltación de las esperanzas fundadas que
conduciría a la provincia “a un estado de opulencia”, siempre
que sus habitantes apoyasen a la Junta Suprema y la auxiliasen
en “las urgentes calamidades que en la actualidad nos afligen
por los prevaricatos de Coro y Maracaibo, que van a termi-
narse y solo dejarían de corregirse por la penuria de numerario
que padece el tesoro público para acudir al sustento de las tro-
pas y acopio de municiones”. Para ello era imprescindible la
ayuda de su vecindario con su numerario que recuperaría una
vez se reestableciese la paz interior renumerándosele con 129
pesos”135. Téngase en cuenta la consideración al mismo tiempo
de representante de la Monarquía de la Junta, la apreciación fa-
vorable del retorno de Miranda, del que Cortes de Madariaga era
un entusiasta, y el revestimiento del gobierno provincial ya del
aditamento de colombiano, haciendo temprano uso de su con-
sideración como hemisferio de Colón, que fructificaría en el
proyecto de la Gran Colombia, de su vocación confederal. La
necesidad de financiación de la guerra contra Coro y Mara-
caibo se tornaba como una tributación indiscutible que debía
ser cubierta por la población. El papel moneda se vislumbraba
como su requisito, aun a costa de originar una fuerte infla-
ción, tal y como sucederá más tarde y como había acontecido
en la revolución norteamericana.
La inmediata jornada aconteció en San Carlos Cojedes, con-
vertida por entonces en bastión de encendidos partidarios de
la Junta Suprema. El 5 de enero de 1811 fueron convocados por
su teniente justicia mayor coronel José Antonio Yanes136. En el

135
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
136
Era alférez real y alcalde ordinario de primera elección.

93
acto se vislumbraron sus sentimientos patrióticos. Cortés Ma-
dariaga nuevamente trató de fusionar en una misma entidad
a José Bonaparte y a la regencia gaditana, que había enviado a
Cortabarría como comisionado “con animosidades absolutas
de verdadero soberano y las facultades ilimitadas de indultar,
premiar y castigar a cuantos detesten con su impureza a Su
Majestad”, como los no creyentes abominan a Mahoma.
Acusó de bonapartistas a los gobernadores de Puerto Rico,
Coro y Maracaibo, que se habían constituido en perturbado-
res del orden público. La Junta Suprema, despreciando los mi-
serables recursos de esa “chusma de viles partidarios” trabajaba
incesantemente de mantener el sosiego público y en asegurar
el país contra los atentados de la tiranía europea. Sostuvo que
Miyares137 y Ceballos138 eran los principales caudillos de tal se-

137
Originario de Santiago de Cuba, donde nació el 4 de febrero de 1749, En 1764 fue ca-
dete del regimiento de infantería de La Habana. En 1769 se le encargó la secretaría del gober-
nador de Santiago de Cuba Miguel de Mueras, tras lo que marchó por tres años a Toledo a
recibir formación militar por espacio de tres años. En 1772 fue destinado a Puerto Rico, donde
ejercía el anterior desde 1769 su capitanía general. Allí residió por espacio de cinco años y as-
cendió a teniente del regimiento veterano. En 1775 escribió Noticias particulares de la Isla y
Plaza de San Juan Bautista de Puerto Rico. Actual estado, noticia de los pueblos siguiendo de norte
a sur, y diferencia que se advierte según el antiguo estado de la Plaza e Isla y el presente. En 1778
fue designado secretario del capitán general de Venezuela, el malagueño Luis de Unzaga y co-
mandante político-militar de Barinas entre 1786 y 1798, fundando San Fernando de Apure.
Entre 1799 y 1810 fue gobernador de Maracaibo, sustituyendo en 1810 Emparan en la capi-
tanía general de Venezuela. En 1812 Domingo Monteverde se autoproclamó capitán general,
destituyéndolo de facto. La Regencia le encargó de nuevo la gobernación de Maracaibo ese
año, que detentará hasta 1814. Falleció en su ciudad natal el 13 de octubre de 1818.
138
José Cevallos Berenguer era originario de Puerto Real (Cádiz), donde nació el 19 de
abril de 1778. Hijo de los cántabro Vicente Ceballos, de Zurita y María Berenguer, de Gua-
nico, ascendió desde cadete hasta capitán en el regimiento de infantería de la Reina entre
1790 y 1806. Desposado en 1797 con la natural del Puerto de Santa María Antonia Colorado
Martínez, lucha contra la República Francesa en 1793, tras lo que fue destinado a América,
donde en 1803 Solicitó su regreso a España por padecer una enfermedad hepática. En 1809

94
ducción y perfidia. Les transmitió que el monarca británico
había empeñado su palabra, refrendada por los comisionados
enviados a Londres, entre los que erróneamente afirmó que se
encontraba “Vicente Bolívar”139, aunque en realidad se trataba
de su hermano Simón. Reflejó también que Luis López Mén-
dez se había quedado allí para la activación de otros negocios
de interés para “la provincia”. Al mismo tiempo subrayó la arri-
bada a Caracas de Francisco de Miranda después de 38 años
de ausencia “y de bastantes servicios labrados en su carrera mi-
litar y política en distintas naciones de Europa, colmado de
lucro y lleno de amor ardiente a la humanidad afligida por tres
siglos de esclavitud en América”, se había desprendido de “las
comodidades y delicias con que agasajan las cortes para resti-
tuirse al suelo patrio y ofrecer a sus conciudadanos el homenaje
de sus extensos conocimientos acreditada probidad, tesoro de
experiencias y religiosa moral en obsequio de la portentosa obra

desde Caracas reclamó atrasos de sus pagas. En 1810 fue gobernador de Coro, donde resistió
las acometidas del marqués del Toro, por no aceptar esa ciudad la Junta Suprema y acatar la
Regencia español. En 1813 con una división de 1.300 hombres se encaminó a Barquisimeto,
donde el 10 de noviembre derrotó a Bolívar. Derrotado por el Libertador en Araure, se retiró
a Guayana. Tras sucesivas victorias y derrotas, ascendió a brigadier el 6 de octubre de 1814.
Regresó a España, donde en 1817 solicitó el acenso a mariscal de campo por sus acciones en
Coro, pero en 1818 se le denegó aumento de sueldo. En el Trienio acató la Constitución y fue
designado gobernador de Málaga, por lo que, tras su caída, su depuración se presentaba difí-
cil incluso en 1825. En 1831 se hallaba de cuartel en Málaga, donde solicitó de nuevo ascenso
a mariscal de Campo. Todavía en 1847, se solicitaban antecedentes. GIL NOVALES, A. Op.
Cit. Tomo I, p.708. Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas, 1998, 1ªed., pp.636-637.
139
Juan Vicente Bolívar Palacios en realidad había sido enviado a los Estados Unidos
junto con el tinerfeño Telesforo Orea y José Rafael Revenga. Era el mayorazgo de la familia,
pero, al fallecer en su retorno en aguas próximas a las Bermudas en agosto de 1811, sus pro-
piedades pasaron a su hermano Simón. Era soltero, pero había mantenido una relación ex-
tramatrimonial con Josefa María Tinoco Castillo, de la que nacieron tres hijos, que reconoció
como sus hijos ilegítimos. En sus últimas voluntades el Libertador dispuso que un tercio de
sus bienes fueran heredados por sus tres sobrinos.

95
que hemos comenzado” y en la que había trabajado con tesón
durante más de 22 años140.
La adhesión de San Carlos Cojedes a la Junta se pudo apre-
ciar por los 2.193 pesos recaudados, lo que le llevó a solicitar
la Junta Suprema la concesión a esa villa del escudo de armas
“con el uso de llaves que de estilo se permiten a las ciudades
para franquearlas” para que con ello pudiera abandonar la no-
minación de villa y tomase la de ciudad desde el día de la
fecha141. Resulta al respecto bien llamativa la radical transfor-
mación de esa localidad llanera de honde presencia canaria,
que de baluarte de la Junta pasaría a ser después de la declara-
ción de la independencia en centro de la reacción realista, lo
que es bien llamativo del cambio operado en los Llanos con las
directrices favorables a los intereses de los mantuanos en la
gestión de la región, como se puede apreciar en las ordenan-
zas de los Llanos, convertidas en código angular de su afán
por privatizar en su provecho tales tierras ganaderas.
Tras San Carlos Cortés de Madariaga recaló en Barquisi-
meto. El 14 de enero de 1811 volvió a reiterar el carácter de la
Regencia como “obra ingeniosa y astuta del ambicioso Em-
perador de los franceses y de su hermano José, titulado Rey
de España y de las Indias solo con el fin de encadenar a las
Américas y de sujetar a estos honrados habitantes a su tirano
vasallaje”. Con ese plan se habían ganado a muchos españoles
europeos establecidos en América con anterioridad y después
de la invasión de la Península. Esa alianza la atribuyó a una
correspondencia secreta entre José Bonaparte y “los cinco re-
yezuelos de Cádiz”, que profanaron y vendieron el nombre de

140
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
141
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

96
Fernando VII. La recaudación en esa ciudad ascendió a 1.481
pesos y un real. En El Tocuyo, ulterior destino, al que llegó el
17 de enero, se alcanzaron 884142.
Se recogen más tarde sus oficios desde diferentes localida-
des venezolanas dirigidos a Juan Germán Roscio, en su calidad
de secretario de relaciones exteriores de la Junta, en los que
plasma sus impresiones personales sobre los pueblos que vi-
sita. En el de La Victoria de 22 de diciembre de 1810 reseñó
que su discurso había logrado destruir las impresiones falsas
que habían sucedido a consecuencia de la llegada de Francisco
de Miranda, “promovidas sin duda por los enemigos de nues-
tro sistema, quienes se han atrevido a denominarlo el ante-
cristo. Así me lo informó el teniente José Francisco Montilla,
condolido con la sencillez de una buena mujer que lo instruyó
de la especie”. Se felicitó del carácter de ese juez y de las dis-
posiciones de los vecinos de La Victoria, que le habían oído
con agrado. Celebró que Ignacio Hernández, que asistió al
sermón, había sido “el más contrito para señalar su arrepenti-
miento con penitencia pública de 400 pesos, prodigioso fruto
de la palabra evangélica”143. Desde Maracay informó el 22 de
diciembre sobre los buenos resultados originados por “la pa-
labra divina de la Libertad”. Sin embargo, reconoció que no
había sido “poco el partido que se ha recabado de la familia ti-
najera”. Bien a su pesar habían oído sentencias “capaces de tras-
tornarles su obtuso celebro”. En caso de permanecer obstinados
por capricho, se les debía obligarles a que fueran más pruden-
tes si persistiesen en su incredulidad. Le recomendó el teniente
Romero y el cura Castro, que habían concurrido con él a las

142
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
143
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

97
Jaumas, que recibieron con paciencia su “arenga de tres cuar-
tos de hora, que duró el punto doctrinal, con muchos rayos y
centellas contra los egoístas y bajos godos que han intentado
sojuzgar al noble colombiano”.
En esa misiva incluyó los papeles de San Carlos, fechados
el 5 de enero. Notificó la conclusión de su misión y su deten-
ción hasta el lunes próximo como consecuencia de una fuerte
erisipela en la pierna, que le obligaba a medicinarse con “suma
repugnancia de mi carácter vivo y ansioso de volar si fuera po-
sible para que progresasen nuestros intereses con la celeridad
que deseo”. Subrayó que no era fácil de concebir el regocijo de
sus vecinos con su arribada, oyendo con agrado sus discursos. Le
plasmó que se habían significado como ninguno otro pueblo
en sus demostraciones de fidelidad. Aseguró que después de la
capital “la provincia de Venezuela no tiene otro punto tan
culto ni recomendable”. Elogió al teniente Yanes, a los indivi-
duos de su ayuntamiento y al administrador Mugica. Dijo del
primero que era un “joven apreciable, generoso y humano”,
que le obsequió con magnificencia. Los segundos le distin-
guieron con entusiasmo, y el último, “que hace de pueblo y
lleva el tono entre los patriotas”, se esmeró en recomendar su
persona con el eco de la Suprema Junta que preconiza y
aplaude todas las horas del día y a costa de su bolsillo, “abierto
siempre para gratificar músicos, para pagar fuegos artificiales y
para espléndidos convites”. La sesión capitular se concluyó a la
una del día. Desde ella se dirigió el concurso a la mansión de
este que proporcionó “un ambigú exquisito y abundante”. Pre-
cisó que era muy querido en el lugar, por lo que el máximo or-
ganismo gubernamental podría suscribirle con el apostolado
y mandarle “despachar título de predicador colombiano”. Al
marcharse de Valencia le comunicó que le había oficiado re-
servadamente “las especies que le comunicaba como verídicas

98
y adquiridas por un conducto auténtico, especialmente en
cuanto a las noticias de San Thomas sobre emisarios”. Le soli-
cita que le informase si se había tomado providencia, ya que
por el referente al interior “la tenaza ha renunciado ya de sus
caprichos y no hay que temer prevaricatos que inquieten la
tranquilidad de los pueblos”144.
El 5 de enero de 1811 una misiva desde San Carlos le reiteró
“los extraordinarios rasgos del patriotismo carolino”, acreedor a
ser colocado “en un grado preeminente de su soberano apre-
cio”. En su sala consistorial “resonaron los vivas y aclamaciones
dentro y fuera de la plaza”. Antes de disolverse la asamblea re-
cogió que había tratado de inculcarles “los sentimientos libe-
rales” y la exigencia de sustituir su título de villa por el de
ciudad, que hizo suya por ser útil en las circunstancias actua-
les el fomento del “heroísmo de los pueblos con gracias poco
onerosas, pero suficientes para interesarles en la constancia” y
fervor de sus votos en beneficio de la causa común.
El 14 de enero desde Barquisimeto expuso a Roscio que a
las 6 y media del día anterior había entrada “en esta semiciu-
dad”. Le explicitó su salida a El Tocuyo el 15. Le refirió que el
su teniente accidental, el alcalde primero José Antonio Pla-
nas145, era “un excelente patriota, sano y dócil a recibir los dog-
mas colombianos”. Fue obsequiado conjuntamente con su
hermano y el vicario eclesiástico, “sacerdote de vida ejemplar

144
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
145
Hijo del mallorquín Antonio Planas y la barquisimetana Josefa Gregoria Anzola. Ca-
sado con la tocuyana María Feliciana Espinosa de los Monteros, tuvo una numerosa des-
cendencia, entre la que destaca su hijo Bernabé, que fue alcalde de primera elección de
Barquisimeto el 19 de abril de 1819 y primer gobernador de esa provincia. Más tarde fue mi-
nistro de Interior y Justicia durante el gobierno de José Gregorio Monagas, firmando con él
el 24 de marzo de 1854 el decreto de abolición de la esclavitud.

99
y de buena intención”. Sin embargo, no sabía que pensar del
resto, porque, aunque el caballero doctor José Alvarado146 le
había brindado su casa, a lo más concluyo favorablemente de
sus sentimientos sinceros, “sin poderme extenderme a calcular
ninguna ventaja de un país apático y poco afecto a ilustrarse”.
Habló de política a 23 individuos, de que se compuso la asam-
blea, incluidos diez sacerdotes, “sin contar el bajo pueblo”. Los
concurrentes mostraron contento pero “en el tono de frialdad
que los caracteriza” en contraste con el entusiasmo reinante en
los anteriores lugares. Pese a ello su constancia se comprome-
tía a “sacar partido aun de la misma tenaza que vitaliza nuestro
sistema”. Le suplicó que no se volviesen a nombrar la Regencia,
las Cortes y la Regencia en las Gacetas de Caracas, puesto que
los principios con que Roscio había discurrido a ilustrar a los
pueblos se fascinaban “más en sus crasos errores sin ningún dis-
cernimiento para separar la verdad de la mentira”147. A partir
del actual Estado Lara la frialdad es el tono con que fueron re-
cibidas las actuaciones de la Junta Suprema de Caracas.
Cortés de Madariaga planteaba que la letra de imprenta les
imponía demasiado y pasaba por visionario el que pretende co-
mentar las especies, para que se conciba en su verdadero es-
píritu los conceptos del periódico. Reflejó que “¡Ojalá que
contásemos siquiera con la docilidad de los ánimos que por
desgracia se manifiestan resistidos al imperio de la razón, de

146
Hijo de Felipe de Alvarado y Gracia de la Parra, era alférez real de Barquisimeto. Nom-
brado por Monteverde teniente justicia mayor, expulsó hacia el exilio en 1812 a Puerto Rico
a su hermano Domingo, que había sido diputado por su ciudad en el congreso constituyente
de la Primera República. Según Lino Iribarren Celis, muríó ese año preso en esa isla cari-
beña. Él mismo fue más tarde también desterrado por connivencias con la revolución, fa-
lleciendo también en el exterior. IRIBARREN CELIS, L. “El prócer Domingo Alvarado”.
Boletín Histórico Fundación John Boulton nº21. Caracas, 1969, pp. 325-332.
147
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

100
la justicia y de la palabra”. Especificó que Demóstenes había
perorado sin duda con la propiedad de su siglo y “al tanto me
lisonjeo de no haber trabajado menos aunque con triunfo des-
igual”. Finalmente, le preguntó sobre la cuestión de la disputa
por la designación del diputado de San Carlos entre Rafael
González y el doctor Francisco Hernández, a favor de este úl-
timo, que ejercería finalmente como tal, por lo que no alcan-
zaba a comprender “este paralojismo,”. Prefería al primero, que
era buen amigo suyo, que al segundo, que no debía “regentar
empleo público”. Esperaba que le sacase de dudas a la primera
oportunidad por el grave perjuicio que pensaba resultaría al
público la predilección de la Junta por Hernández148.
Desde El Tocuyo Cortés de Madariaga informó sobre la
reposición por la intendencia de Eugenio Miguel de Huarte
como administrador de tabaco y otras comisiones ejercidas
por él en esta ciudad. Le previno que en tanto la Junta no re-
solviese la consulta que él le efectúa, no debía volver a su juris-
dicción. Si lo efectuase clandestinamente tampoco podía tomar
posesión, sobre lo cual también había oficiado al interino Diego

148
A.H.N. Consejos. Leg. 21231. Francisco Hernández de la Joya, miembro de una fa-
milia de hacendados sancarleños, era doctor en derecho canónigo por la Universidad de Ca-
racas. Casado y con numerosa descendencia, se significó desde el período de gobierno de
Domingo Monteverde, exiliándose en Cuba, donde fue fiscal de la Audiencia de Puerto
Príncipe, donde se jubiló en 1836. Como acendrado realista. Rafael González era licenciado
en derecho y magistrado. Véase sobre Hernández, GONZÁLEZ SEGOVIA, A., CHIRI-
NOS, J. D. “Francisco Hernández, diputado por San Carlos al Congreso constituyente de
Venezuela”. En BRIZUELA, J.C., OLIVAR, J.A. Levitas y sotanas en la edificación republi-
cana. Proceso político e ideas en tiempos de emancipación. Caracas, 2012, pp.175-185. Sobre
su evolución hacia el realismo véase su memorial de 23 de noviembre de 1816 solicitando una
plaza de oidor y cruz de encomienda de Isabel la Católica “por hallarse pobre y cargado de
familia en BRUNI CELLI, B. Relaciones de méritos y servicios de funcionarios de España en
Venezuela. Madrid, 2015, pp, 359-361.

101
de Melo y al marqués del Toro. Sostenía que “su carácter petu-
lante y el reprobado monopolio con que se ha hecho rico de más
cuarenta mil pesos en el lugar le habían conciliado el odio y la dis-
plicencia general del pueblo mucho antes de haberse mudado el
Gobierno”. Con posterioridad se había fomentado una justa pre-
vención contra él por su impolítica conducta y su manifiesto des-
contento con el nuevo sistema. Manifestó asimismo que se
habían difundido las primeras circulares del Cabildo de Coro
“por la poca cautela de los regidores”, que las franquearon a sus
confidentes, debiéndolas haber remitido a la Junta Suprema,
como lo había ejecutado Barquisimeto. Había conducido a su
casa al regidor Vizcaya y le había prevenido la exhibición de tales
documentos conforme a los requerimientos que se le habían
hecho. Le instó varias veces, pero su contestación fue su frívola ex-
cusa de que no hallarse allí el documento. Tal incidente, junto
con sus antecedentes, era motivo suficiente en su opinión para
no tolerarse su residencia en esa localidad. Estimaba que podría
dejar margen a la indulgencia para “hacer de ladrón fiel”. Sin
embargo, el disgusto general del pueblo y “las relaciones de este
godo pudiente con ciertos curiales vacilantes, algunos noto-
rios tenaceros149 y no pocos débiles criollos” representaban
unas circunstancias que no debían disimularse con indiferen-
cia, por las experiencias que demostraban “la inutilidad de los
premios para ganar el corazón de los malvados”. Por ello soli-
citó la revocación de su anterior decreto. En caso de aplicarle
gracia debía jubilarlo, destinarlo a inválidos o despacharle un
pasaporte “a los mayorazgos que ha propagado le convidan en
España”. Sobre su natural genialidad bastaba la cédula ganada

149
Según el Diccionario de la Real Academia tenacero es una persona que hace o vende
tenazas o el que las maneja. Para Cortés parece hacer referencia a contrarios de las reformas,
que se resisten con las tenazas a los cambios.

102
por Freytes150. Habían transcurrido algunos años, pero el hom-
bre era el mismo, por lo que inferirá la ligereza con que había
escrito al doctor Iribarren151, vecino de esta ciudad, que, a
costa de siete mil pesos, había vindicado su honor, reinte-
grándose en sus empleos y que, para colmo de su felicidad,
contaba con la protección de Francisco de Miranda, que lo
admitía en su tertulia dos horas cada noche, por lo que ex-
clamó: “¡Qué bufo tan bufo! Con semejantes ilusiones im-
ponen estos Zoilos152 a los pueblos ignorantes”153.
El 13 de enero de 1811 Cortés de Madariaga redactó otra
carta desde El Tocuyo. En ella reflejó que la concurrencia de
su ayuntamiento y vecindario había llenado menos sus espe-
ranzas que la de Barquisimeto “por la natural frialdad de sus
hombres, incapaces de electrizarse en el grado que corresponde
para saber apreciar la dignidad y derechos que han recobrado
bajo los auspicios de nuevo gobierno”. Denunció que cuatro
“curiales y verdaderos nepotistas”, poseídos de sí mismos y del
deseo desordenado de figurar en la sociedad, ostentaban en ella
el carácter de diputados consultores del cabildo. En vez de de-
dicarse a la ilustración del pueblo solo se ocupaban de “peque-
ñeces ridículas y odiosas competencias con el mismo cuerpo
municipal”. Desairaban al presidente de la corporación mu-
nicipal Pedro Antonio Brison154, que era para él “patriota

150
Se refiere a Francisco Freytes y Andrade, natural de San Felipe Yaracuy y administra-
dor de la Renta del tabaco y otros ramos de la Real Hacienda de su ciudad natal. BRUNI
CELLI, B. Op. Cit. , pp. 282-284.
151
Probablemente se trata del pamplonés Joaquín de Iribarren, administrador de la Real
Renta del tabaco. BRUNI CELLI, B. Op. Cit., pp. 380-382.
152
Hace referencia a críticos presumidos que censuran con malicia las obras ajenas.
153
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
154
Teniente Justicia Mayor del Tocuyo, era hacendado partidario de la independencia,
por lo que sus propiedades fueron expropiadas por los realistas.

103
honrado y eficaz, de conducta ejemplar” y a varios de sus
miembros que se vieron obligados a buscar asilo en los cam-
pos, abandonando el manejo de los negocios del día a los in-
trusos diputados que procedían de acuerdo con su compinche
el regidor Vizcaya. Percibía que seis meses de estancia en la
localidad no le bastarían para remediar sus perniciosos pro-
cedimientos, por lo que la Junta con sus órdenes ejecutivas
tendría que corregir esos peligrosos males. Le comunicó su
partida a Trujillo en la tarde de ese día. Su dictamen era la des-
titución de tales diputados y el envío al convento dominico de
San Jacinto del religioso Yanes155 que se decía prior del de El
Tocuyo “sin residirlo, sin un fraile que lo subrogue y empleado
solo en la diplomacia rural e intriguillas domésticas poco de-
corosas a su estado y profesión”. Ignoraba si el dicho diputado
y sus socios habían sido aprobados por la Junta, pero entendía
que, incluso en ese caso, era necesario que se les separase “a
honra y gloria de Dios y provecho del próximo, con que cie-
rra sus discursos misionales el Padre Villanueva”. Lastimaba
el retraso de ese país tan beneficiado de la naturaleza, al
tiempo que ella y la buena disposición de sus habitantes brin-
daba “puede apetecerse para los progresos de las ciencias, de
las artes y del comercio”. Sin embargo, parecía que “sus inme-
diatos ecónomos han vivido durmiendo y aun no quieren des-
pertar” con las lecciones útiles recibidas desde el 19 de abril a la
fecha. Sostenía que las nuevas milicias, lejos de contribuir para
algo, iban arruinar la provincia. Los dos batallones erigidos por

155
Debe referirse a fray Tomás Yanes, que gobernaba en 1806 como subprior el convento
de San Jacinto caraqueño. Véase MONTILLA, F.O. “Los conventos dominicos de Caracas
y Mérida: frailes entre la infidencia y la independencia venezolana (1810-1830)”. Análisis.
Revista Colombiana de Humanidades, nº 7 (2011), p.206.

104
la Suprema en el Tocuyo se encontraban en tal estado que con
ellos sería la primera ciudad de la provincia que sentiría “los es-
tragos de la guerra sin haber luchado sus hijos en campaña”.
Reflejaba que “los hombres son escasísimos” la disposición de
gente suficiente era “con el delirio de convertir a los labrado-
res en soldados, para que, a la vez se multipliquen los holga-
zanes, no sean soldados ni agricultores y vengan a acabar en
asesinos y ladrones”. Subrayó que había tardado tres horas en
orientar al pueblo, de “nuestros dogmas políticos”, como un
párroco a sus feligreses. A pesar de ello se había percibido que,
“aunque los que se llaman ilustrados se han preguntado mu-
tuamente los asuntos que les trato”, añadían la expresión “nos-
otros no entendemos de estas cosas”. Por lo que desde este
principio nacía “la preponderancia que adquieren ciertos bon-
zos para disponer la suerte de los pueblos y triunfar de la ig-
norancia de sus espíritus”156.
Un escrito del canónigo estaba fechado el 29 de enero en
Trujillo, donde se encontraba desde el 27 a las seis de la tarde,
y desde donde partiría al día siguiente hacia Mérida. Efec-
tuaba esa correspondencia bajo el conducto del marqués del
Toro, acusándole recibido de su oficio del 19 con el cajón que
a nombre de la Junta Suprema se le había asignado para San
Felipe. Se lamentaba de que había llegado en malas condicio-
nes con “el iluminado enteramente perdido y la lámina casi bo-
rrada”. Le manifestó lo escabroso de los caminos, especialmente
desde El Tocuyo, “hasta este indecente villorio”. Reflejó que “la
cuesta que llaman en Obispos sin riesgo de vida es impracticable
y la que llaman de Diego García es una senda de venados, cu-
bierta de fango, que en más de una legua no permite que se ande

156
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

105
ni a pie ni a caballo”, por lo que le explicita sus sufrimientos
“con el desconsuelo de observar que, mientras nos sacrifica-
mos con esmero por la felicidades de la patria los buenos ciu-
dadanos, se encuentran hombres perversos, bajos y ambiciosos,
que apenas se ocupan de criminales intrigas, desdeñándose de
reconocer el don precioso de la libertad que han recobrado”157.
Desde Trujillo el 29 de enero el chileno volvió a insistir a
la Junta en la remoción del dominico Yanes y de los eclesiásticos
Osio y Vergara que, aliados con el regidor Vizcaya, ocasionaban
el disgusto popular y habían impedido el efecto de las elecciones
al abrogarse las funciones de sus representantes con detrimento
de las prerrogativas del cabildo, cuyos integrantes se habían mar-
chado a los campos para evitar inquietudes y escándalos, hasta el
punto que “aún el honrado don Pedro Antonio Brison se halla so-
brecogido, temiendo la saña y petulancia de los ambiciosos cu-
riales”. Esperaba que el máximo organismo de la provincia hubiera
adoptado las providencias ejecutivas concernientes al caso, entre
las que incluía el no retorno del “vizcaíno Huarte, hijo legítimo
de don Juan de Alfarache158, díscolo por carácter, desafecto a
nuestro sistema y conectado con los curas del lugar, principios
que han influido en el desagrado de los patriotas y vecinos que lo
residen”. Expuso que los pueblos visitados se encontraban “en re-
alidad tan incultos como aferrados de sus antiguas preocupacio-
nes”. En cuestiones políticas no se habían cuidado sus ecónomos
de su ilustración, sin leer los papeles públicos que “no alcanzan a
digerir por el espíritu de prevención que alimentan en sus cora-
zones”. Planteaba que “no faltan pirrónicos depravados que les
fomentan con chufletas y especies apócrifas para rivalizar el nuevo

157
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
158
Obviamente es Guzmán de Alfarache, personaje por antonomasia de la novela picaresca.

106
sistema”. Relató como a su entrada a esta ciudad fue dispensado
con el honor de recibirle “fuera de sus breñas” (que así era el te-
rreno de su población, con el acompañamiento de tres de los vo-
cales y varios vecinos. Reseñó su residencia en la casa del alcalde
del consistorio Jacobo Roth159 y su comparecencia en el consis-
torio. Sobre este último afirmó irónicamente que era “semejante
en su tren a la barbería de Santo Óleo. En él probó “de la dulce sa-
tisfacción de perorar ante Su Excelencia, representado en cinco
vocales que se dignaron oír mi tosco y categoremático160 racioci-
nio para el concepto de sus señores”. Lenguaje que tal vez no en-
tendieron sino el vicario eclesiástico y vicepresidente, “sujetos de
luces, probidad e ingenuo patriotismo”. Su arenga versó sobre
“todos los objetos colombianos”. Se manifestaron complacidos,
prometiendo “guardar perpetua unidad con nuestro gobierno,
vendernos siempre su chinido161”. Siguió ahondando en su iro-
nía al expresar que detestaban “al Rey de La Laguna en la vida y
en la muerte”162, guarnecían a Betijoque y procedían sin dilación
al nombramiento de su diputado.

159
Se trata de Jacobo Antonio Borges Roth, bautizado el 30 de septiembre de 1761 en El
Calvario (Guárico). Falleció el 20 de julio de 1822 en Trujillo, donde se estableció y alcanzó
una notable fortuna. Se desempeñó como alférez real en 1801 y 1810 y como justicia mayor
y administrador de la renta de tabaco en 1806 y 1808. Poseyó vastas haciendas de cacao y ta-
baco en las cercanías del río Moratán. Llego incluso a poseer buque propio con el que trans-
portaba cacao a Veracruz. Fue el primer presidente de la junta de gobierno de Trujillo el 9
de octubre de 1810 y su gobernador militar en 1811 y 1814 con el rango de teniente coro-
nel. Alojó en su mansión al Libertador. Contrajo matrimonio con Teresa Briceño Sierralta,
de la elite local de esa ciudad. Se le atribuyó falsamente los títulos nobiliarios de marqués de
Machuche y vizconde de Butaque (HERRERA VAILLANT, A. La estirpe de las Rojas. Ca-
racas, 2007. Tomo II, pp.391-392.
160
En la lógica o gramática se aplica a los términos o palabras que poseen significado por
sí mismos.
161
Suponemos chillido.
162
Se refiere irónicamente al capitán general de Maracaibo.

107
Comentó que “con tan felices disposiciones del señor mar-
qués de Forlipón163, aprovechó la oportunidad de suplicar por
la libertad de Pedro y Francisco de Briceño164, arrestados en las
cárceles y privados de comunicación después de 27 días, por
haber incurrido en el nefando crimen de dirigir a Su excelen-
cia en sus horrendos disparates. Se accedió a sus reverentes in-
sinuaciones y se acordó también que se rompiese el sumario,
imponiéndose silencio en la materia. Al instante Cortés de
Madariaga pasó a las cárceles y los restituyo a sus moradas, re-
gocijándose de haber restablecido la paz. Comunicó que no
respondía en adelante del sosiego que a todos convenía. Creía
que, aunque Roth era bueno por temperamento, útil al país y
a la causa del día, se prestaba con facilidad a las sugestiones de

163
Obviamente es un título imaginario, refiriéndose jocosamente al capitán general de
Maracaibo Fernando Miyares.
164
Pedro Fermín y Francisco Javier Briceño y Altuve, hermanos del clérigo y diputado
Antonio Nicolás. fueron vocales de la Junta Revolucionaria de Trujillo,35 instalada el 9 de
octubre de 1810, el primero llegó a ejercer el cargo de Administrador de Correos de Truji-
llo y el segundo alcaldías ordinarias en 1798 y 1804, de la misma ciudad, además de teniente
justicia mayor de Escuque. Francisco, desposado con su prima Gertrudis Briceño Parra. En
1801 desempeñó la comisaria de plantaciones en Trujillo. Se opuso junto con su hermano
Pedro Fermín a Roth, por lo que fueron encarcelados por este. Fueron las gestiones de Cor-
tés de Madariaga las que les permitieron alcanzar la libertad. Era propietario en Escuque ella
de la rica hacienda de la Plata. RAMÍREZ MÉNDEZ, L.A. “Las viudas de la guerra de in-
dependencia en Mérida”. En RONDÓN MORALES. R. (Ed.), La Academia de Mérida en
los 456 años de fundación de la ciudad. Mérida, 2014, p.101. Enviado prisionero a Mara-
caibo, donde fue condenado diez años de presidio en el castillo de San Juan de Ulúa, destie-
rro perpetuo de América y una multa de diez mil pesos. Como tantos otros fue puesto en
libertad. En junio de 1813 se incorporó a los ejércitos de Bolívar en Trujillo, permaneciendo
dentro de las huestes independentistas hasta su muerte en las campañas del Apure, coman-
dadas por Páez. Pedro Fermín, casado en Maracaibo con Rosa Valbuena, logró evadirse junto
con su hermano Domingo de su destierro en Puerto Rico. Herido en Araure el 5 de di-
ciembre de 1813, fallecería en Caracas en julio de 1840 (DÁVILA, V. Próceres trujillanos. Ca-
racas, 1921, pp.49-56).

108
Juan José Mendoza165, que se encontraba allí “no sé con qué
motivo” y que se veía obligado a creer que no le había gustado
su arribada a Trujillo, induciéndole a inferirlo el no haber que-
rido solemnizar con su asistencia respetable su entrevista en la
sala consistorial. Además había sido informado que, tratándose
sobre la etiqueta de su recibimiento, había opinado que no
debía la Junta significarse en demostración alguna en atención
a que” no había precedido para con su persona en su brillante
entrada en esta ciudad”. En suma sostenía que no era conve-
niente su permanencia en Trujillo, por lo que se ganaría “bas-
tante con llevarlo a la capital con alguna investidura que llenase
sus miras”, sin acceso al gobierno. Su dictamen lo extendía su
hermano Cristóbal166 en Barinas, por lo que defendía que, si se

165
Nacido en Trujillo en 1770, hijo de Luis Bernardo Mendoza y Gertrudis Eulalia Mon-
tilla. Estudio filosofía y teología en la Universidad de Caracas, alcanzando el título de ba-
chiller el 3 de diciembre de 1792. Se graduó de doctor en Teología en la Universidad de
Santa Fé de Bogotá en 1793. Fue nombrado en ese año catedrático de Gramática y de Moral
del colegio seminario de San Buenaventura de Mérida. Por la ausencia de su hermano Luis
Ignacio desempeñó la de Vísperas. El 29 de abril de ese año fue alcanzó su rectorado y más
tarde la secretaría del obispo Milanés, cargos de los que fue sustituido en 1803, respectiva-
mente, por Ramón Ignacio Méndez y Mariano de Talavera. El nuevo prelado lo destinó a la
vicaría de catequización de los indios del río Arauca, lo que fue considerado por él como
una afrenta. El 2 de febrero de 1807 tomó posesión de la canonjía magistral. En 1810, junto
con su hermano Cristóbal, integró la junta de Barinas. En 1812 fue remitido por los realis-
tas a las bóvedas de Puerto Cabello. En 1813, tras su liberación, acompañó a Bolívar hasta
su entrada en Caracas. en 1814 se exilió en Trinidad y Guadalupe, donde residió por espa-
cio de seis años, desempeñando en esta última isla el curato de Soufriere hasta su muerte,
acaecida el 29 de marzo de 1821. (CHALBAUD CARDONA, E. Historia de la Universi-
dad de los Andes. Mérida, 1966. Tomo I, pp.299-301).
166
Hermano de Juan José, había nacido en Trujillo el 26 de junio de 1777. Formado en
las Universidades de Caracas, donde se licenció, y de Santo Domingo, donde en 1794 se
doctoró en Derecho civil y canónico. Tras ejercer la pasantía en Mérida y Barinas, el 10 de
julio de 1797 la Real Audiencia le confiere el título de abogado. Contrajo primeras nupcias
en Barinas con Juana Briceño Méndez y segundas con María Regina Montilla del Pumar.

109
llegase a conseguir que desamparen ambos hermanos las dos
provincias, será un triunfo tan completo como el de la reconci-
liación”. La desconfianza hacia el poder de los Mendoza en la
región era harto evidente en Cortés de Madariaga.
El canónigo reflejó que, entre las contradicciones existen-
tes, se hallaban las de encontrarse fijados en las puertas del
templo los edictos antiguos del pastor Milanés, sobre lo cual
había amonestado a las autoridades locales, que quedaron en
mandarlos arrancar y no dar pase en lo sucesivo a ningún
papel del obispo, “poco conforme con nuestros dogmas”. Se
refiere a los ordenados contra Francisco de Miranda en la in-
vasión de 1806. Consideraba inauditos que todavía estuvieran
presentes en las iglesias. Lo atribuía a la posición abiertamente
realista del prelado. Se aseguraba que iba a venir a Trujillo,
por lo que había aconsejado la conducta que debía guardarse
para evitar el cisma que “parece tiene su origen en el fanatismo
de dicho prelado, quien no ha habido persona que se atreva a

Tras haber sido protector de naturales en 1798, en 1807 fue designado alcalde de primer
voto de Barinas. El 5 de mayo de 1810 fue elegido vocal secretario de la junta de esa ciudad.
Elegido diputado al congreso constituyente por Barinas junto con su hermano Luis Igna-
cio, el 5 de marzo de 1811 formó parte del triunvirato que ejercería el gobierno, ejerciendo
la presidencia en el momento dela proclamación de la independencia. En ese año casó en
terceras nupcias con Gertrudis Buroz Tovar. A la caída de la Primera República se exilia en
Nueva Granada. Al incorporarse a la campaña admirable bolivariana, este le nombró go-
bernador de Mérida y a la entrada a la capital, gobernador de ella. Se refugió en la isla de Tri-
nidad hasta que pudo regresar en 1821. Preside l Corte Superior del departamento de
Venezuela hasta su retirada en 1825 Dio entonces comienzo a la publicación junto con el cu-
bano Francisco Javier Yanes de la colección de documentos de la vida pública del Libertador.
Vive de lleno los conflictos entre Venezuela y la Gran Colombia con su nombramiento de
intendente, que le llevó de nuevo al exilio en 1826 por decisión de José Antonio Páez. Re-
cuperó finalmente ese cargo, pero, al encontrarse gravemente enfermó, falleció en Caracas el
8 de febrero de 1829. La bibliografía sobre él es muy extensa. Véase entre otros BRICEÑO
PEROZO, M. Don Cristóbal Mendoza, abogado de la libertad. Caracas, 1972. VELAS-
QUEZ, R.J. Cristóbal Mendoza o “la bondad útil”. Caracas, 1972.

110
atacarle en firme, como lo verificaría él a su arribada dentro
de seis días en Mérida. Comunicó finalmente que en el día
anterior se había escrito de Barinas que había llegado a Coro
el emisario de Puerto Rico Cortabarría. Creía equivocada la
especie que había puesto sobre su estancia allí dos meses atrás
que supone fabulada por Diego Butrón, “excelente sátrapa y
muy conocido desde el año de 94 en Cádiz”167.
Este texto del canónigo, como otros que veremos con
posterioridad, demuestra que el clima reinante en el mundo
andino venezolano andina por esas fechas no era tan uni-
forme y favorable a Caracas como tradicionalmente se había
pensado. Las clases dirigentes de la región y las de Barinas,
ligadas por estrechos lazos de consanguinidad e intereses co-
munes para preservar su posición y papel hegemónico en la
región no estaban decididas a transigir y conceder el poder
a la caraqueña, sino no se preservase y garantizase su poder
y privilegios en ese territorio.
Cortés de Madariaga especificó que había entablado co-
rrespondencia con San Carlos con Manuel Romero. A su
tránsito había remitido a dicho sujeto a las órdenes del mar-
qués del Toro con el sumario abierto. Manifestó que ignoraba
porque no se había efectuado la expedición marítima de Coro
y que tenía noticia cierta por carta de la muerte dentro de esa
plaza de seiscientos corianos en la acción con nuestras tropas.
En la actualidad éstos sufrían penuria de víveres y de nu-
merario. Refirió asimismo que Maracaibo no encontraba

167
A.H.N. Consejos. Leg. 21231. Debe referirse al marino Diego Butrón y Cortes, ori-
ginario de Medina Sidonia. Guardamarina desde 1773, participó en los asedios de Gibral-
tar y Argel y en la batalla del Cabo de San Vicente. Retenido en Brest por Napoleón, regresó
a España en 1806. Ascendido en 1806 a capitán de navío, en 1808 fue cesado de su cargo de
capitán del puerto de Cádiz. Falleció en Madrid en 1842.

111
con arbitrios sino para un mes, salvo que los recibiera de forma
clandestina. Por no haberse guarnecido al principio había ser-
vido de conducto para que “el orgulloso Miyares se obstine en su
infidencia y que hayan deferido a ella los subalternos compren-
didos en sus traiciones”. Consideraba indispensable que el mar-
qués del Toro, después de su separación de Carora, con su cuartel
general remitiese a Trujillo doscientos hombres escogido la
mando de un jefe veterano proyecto y “no de muñecos sin ca-
rácter”. Pensaba que ese carácter lo poseía su hermano Diego168,
que reunía educación y sagacidad para destruir el ridículo edifi-
cio de esta juntilla, incapaz de todo, gravosa y perniciosa a la tie-
rra, que abunda de godos por patria e inclinación y que se
resentía además de muchos egoístas”, partidarios de la rebelión
de Maracaibo por los capitales allí depositados y las ventajas del
precario negocio de sus frutos. Este planteamiento del canónigo
de la Catedral de Caracas es interesante y novedoso porque nos
hace ver un hecho evidente: las conexiones entre la región an-
dina y Maracaibo. Contra la opinión tradicional, que solo veía
su oposición a ese puerto por su carácter de capital política de la
región, y por tanto de estar subordinada la región a ella, las cosas
eran mucho más complejas y las conexiones e interdependen-
cias entre el mundo andino y la costa marabina, mucho mayores
de lo que puede pensarse, lo que explica la resistencia de las capas

168
Se refiere a Diego Antonio Rodríguez del Toro Ascanio, nacido en Caracas el 24 de no-
viembre de 1775 Ingresó como Guardia-Marina en la Real Armada española el 14 de no-
viembre de 1793 y a Alférez de navío en 1807. Fue caballero del orden de Alcántara en ese
mismo año. De su matrimonio con doña Juliana Sisso y Letra tuvo a: Diego; a Teresa; a Se-
bastián; a Francisca; a María Magdalena, y a AntonioJosé Rodríguez del Toro y Sisso. En
1810 residía en Caracas y era teniente de navío retirado. Junto con sus hermanos Pedro, co-
ronel de los reales ejércitos, caballero de Santiago, Juan y José Ignacio se trasladó desde Ca-
racas a España para implorar la piedad del monarca en favor de sus perseguidos hermanos el
marqués del Toro y Bernardo que se habían exiliado en la isla de Trinidad.

112
dirigentes andinas, ligadas por tales intercambios a Maracaibo,
a romper frontalmente con la capital monárquica.
El canónigo reveló que ese mismo día había remitido al
aristócrata caraqueño tales especies. Subrayó también que
en Humacao Bajo había removido a su teniente. Calificó de
inepto y sospechoso al miembro de la elite tocuyana Jacinto
Marques de Estrada en la causa de Gamboa169. Estimaba que, al
no haber sabido orientar a los naturales en la compasión que su
suerte, había excitado en la Suprema Junta la redención del tri-
buto y su elevación a la clase de ciudadanos. Expuso que los in-
dios se le expresaron así con su gobernador. Pudo averiguar
que el padre cura tampoco se había tomado la molestia de su-
plir su incapacidad y descuido “no sé si por la calidad de godo
que concurre en el citado cura o por su embrutecimiento pues,
para no verse conmigo, huyó del pueblo luego que entendió mi
venida”. De ello ofició a esa corporación a través de la secretaria
de Gracia y Justicia, solicitando el remedio. Esta controversia
es interesante porque fue un tema sobre el que pasaron de pun-
tillas los constituyentes, no mencionando en absoluto la con-
tinuidad o no del tributo indígena.
Indicó asimismo que debía despachársele el título al pa-
triota y activo ciudadano Manuel Yepes, subrogado en lugar

169
Debe referirse al clérigo Pedro Gamboa Sanabria, originario de Icod (Tenerife), donde
nació el 14 de marzo de 1772. Ordenado clérigo de menores en la iglesia de las Bernardas de
su localidad natal el 18 de diciembre de 1789, emigró con su padre Pedro Gamboa Sanabria
a Caracas poco después. En 1799 dos testigos declararon que hacía tres años se encontraba
estudiando en la Universidad de Caracas. Archivo Diocesano de Tenerife (A.D.T.) Cape-
llanías, leg. 153. Seria junto con el fraile criollo Pedro Hernández apologista de Domingo
Monteverde. Dieron a luz en Cádiz Manifestación sucinta de los principales sucesos que pro-
porcionaron la pacificación de la Provincia de Venezuela debida a las proezas del capitán de
fragata Don Domingo de Monteverde y a la utilidad de trasladar la capital de Caracas a la ciu-
dad de Valencia presentada al Augusto Congreso Nacional. Cádiz, 1813.

113
de Marques. Les rogaba que debían aceptar sus propuestas por
ser “un funcionario que conspira con sinceridad y esmero al
mayor desempeño de las obligaciones que ha contraído con su
gobierno y con sus compatriotas venezolanos”. Aseveró que
“jamás he dado culto a San Prudencio fuera del breviario,
cuando se veja una causa tan sagrada como la del día”. Sostuvo
que “el disimulo absoluto de los abusos me haría tan reo de-
lante de Dios como de la sociedad que me ha admitido en su
seno”. Reseñó que a su vuelta de Santa Fe de Bogotá se com-
prometía a elaborar “un prontuario histórico de mis observa-
ciones más exacto de cuantos se han escrito hasta la fecha”.
Reflejó al respecto: “¡Qué de cosas sabría el Gobierno si de
tiempo en tiempo se visitase la provincia!” Denominó a Ros-
cio “Catón venezolano” y le invitó a promover la venida de
un magistrado aparente a las ciudades, villas y lugares del in-
terior, ya que de otro modo nunca se civilizaría la provincia.
Había estimulado a los trujillanos para la composición de ca-
minos y para el nombramiento de un director que los repa-
rase a costa del peaje. Deduciría medio real por cada bestia.
Al corresponderle la gestión al abogado en su calidad de ge-
neral de postas y correos, le propuso que debía circular sus
órdenes de los cabildos con el objetivo de conseguir ese fin
antes de seis meses, por lo que se atrevía augurar incalcula-
bles beneficios y las prosperidades que depararía la comuni-
cación casi interrumpida por la aspereza de los caminos y
abandono total en que han estado por trescientos años. Re-
conoció que su oficio se había extendido demasiado, pero lo
justificó por su importación170. Aquí se muestra la concepción
ilustrada del chileno.

170
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

114
Un más reciente escrito, fechado el 29 de enero en Trujillo,
recogió que Roth le había informado que Juan José Men-
doza había marchado allí “con el malvado proyecto de se-
gregar esa provincia de la Junta, y que, unida a la de Mérida
y subordinadas ambas a Barinas, sería capaz en su ambicioso
y errado juicio de formar un estado opulento y competidor
de Caracas”. Sostuvo que “este petulante y bárbaro eclesiás-
tico había tenido “la debilidad y avilantez” de descubrirse al
mismo Roth, “prometiéndole oros y moros para sí y los tru-
jillanos”. Aunque halló en este hacendado una repugnancia
enérgica, como era de esperarse, y a su ejemplo en el “virtuoso
vicario” y algunos otros vocales, sin embargo había llegado a
ganarse al padre Rondón, “sacristán mayor y vocal171” y qui-
zás a “otros intensos, estúpidos y mentecatos”. Le refirió a Ros-
cio que tuviera en cuenta lo que él había discurrido sobre esa
familia, por lo que ahora no debía dudar que fuesen por ese
distrito los dos hermanos eclesiásticos de acuerdo con su her-
mano Cristóbal “para calzarse la representación exclusiva que
anhelan” para ellos y sus parientes. El citado José había traído
consigo un manifiesto sedicioso que confió a Roth con sigilo.

171
Se trata de José Antonio Rondón o Rendón, sacristán mayor de Trujillo, vocal de la
Junta patriótica de esa ciudad. El 20 de julio de 1811 se presentó ante el congreso constitu-
yente de Caracas, donde expuso los esfuerzos realizados por Trujillo por conservar sus de-
rechos de provincia patriota y el dolor de verse vejados por los realistas de Maracaibo
Delgado y José María Valbuena. Fue capellán de las fuerzas que sometieron Carache. Era
propietario de dos haciendas, una de cacao y otra de caña de azúcar y una bodega valorada
en ocho mil pesos, regentada por dos sobrinos suyos. Yáñez lo envío preso a Maracaibo,
donde le abrieron causa de infidencia. Fue condenado a diez años de presidio en el Morro
de La Habana, destierro perpetuo y cinco mil pesos de multa, todo lo que le fue conmutado
por la Real Audiencia. El 23 de julio de 1813 ante Bolívar pronunció un discurso elocuente,
donde denunció las persecuciones monárquicas. Desde allí marchó con el Libertador, con-
duciendo a Caracas la urna con el corazón del antioqueño Atanasio Girardot. (DÁVILA, V.
Próceres trujillanos. Caracas, 1921, pp. 109.113).

115
Él no lo había podido leer. No obstante, no tenía nada que re-
celar porque el anteriormente le había empeñado su palabra
de sacrificarse con sus bienes antes que permitir la seducción
de los Mendozas. De ese cisma se resentían muchos barineses
y ayer casi se le había precipitado “un pedantuelo hermano de
Pulido”172, comandante de milicias, a quien, habiendo cum-
plimentado en su casa, le tomó varias proposiciones, tales
como “¿qué señor, los de Barinas nos habíamos de sujetar a
Caracas? Le cantó la palidonia y aun lo convenció de la mali-
cia de los conductores. El susodicho Pulido había pasado a
Carora, pero se había abstenido de dar cuenta al marqués “por
no aguar la cosa”. Añadió el nombramiento de diputados en
Barinas contra el reglamento y expresó que “Lisico Mendoza
es uno de los cómicos de la farsa”. Contaban con la ventaja de
hallarse mal queridos tales facciosos, pero no debía olvidarse
que “entre gentes ignorantes su influjo es pernicioso y ajeno de
la santidad de los fines de este Congreso”. Esa situación debía

172
Se trata de Antonio Dionisio Pulido Briceño, hijo como Manuel Antonio del maes-
tre de campo Antonio Pulido León y de María Inés Briceño del Pumar, y ambos originarios
de Barinas y de una de las familias más significativas de su oligarquía. El primero se desposó
con su prima hermana Paula Pulido del Pumar, con la que tuvo cinco hijos. Quedó como
rehén en Saint Thomas en casa de un comerciante llamado Félix como garantía de pago por
compra de armamento para la causa independentista en 1816. Manuel Antonio era el co-
mandante de Barinas. Fue dueño de del hato de la Calzada, donde en su juventud trabajó José
Antonio Páez. Contrajo nupcias con su pariente Mercedes Briceño Méndez, hija del coro-
nel Pedro Briceño Pumar y Manuela Méndez, hermana del presbítero Ignacio Ramón Bri-
ceño Méndez y del prócer barinés Pedro Briceño Méndez. En 1810 por decisión de la Junta
de Barinas fue designado gobernador de la provincia, cargo que en 1813 ratificó Bolívar. Fue
el autor del célebre escrito dirigido al Libertador el 1 de octubre de 1813 en el que describió
con todo lujo de detalles el hecho de que la inmensa mayoría de los integrantes de los ejér-
citos realistas eran criollos de extracción social baja. Murió ahogado en las costas de Vene-
zuela en 1817 cuando transportaba un cargamento de armas para los insurgentes. (LEÓN
TAPIA, J. La saga de los Pulido. Caracas, 1992).

116
de servir de aviso para entusiasmar a los convocantes y la junta
de Mérida, a la que acudirá el domingo 3 de febrero, en la que
denunciará las cábalas descubiertas en el manejo de los pue-
blos. Sospechaba que el doctor Méndez173 había tenido parte
en la intriga, por lo que le repitió a Roscio que meditase el
medio y modo de llamar a los Mendoza a esa capital. Planteaba
que el obispo de Mérida vacilaba y creía que ellos eran la causa,
por el resguardo que les daba el prelado y lo que temía de su pre-
ponderancia política174. Se puede apreciar en este texto que el
objetivo de los Mendoza y las elites locales de Barinas, Trujillo

173
Se trata de Ramón Ignacio Méndez de la Barta. Nacido en Barinas en 1773, era hijo
de Diego Méndez Traspuesto y de Gertrudis de la Barta. Colegial de Santa Rosa de Caracas,
se doctoró en Cánones y Derecho Civil en la Universidad de Caracas, donde fue catedrático
interino de Derecho civil y canónico y obtuvo el título de abogado. En 1801 fue destinado
como cura de Barinas, tras haberse alcanzado el título de presbítero. En 1803 fue vicario ge-
neral y provisor de la diócesis de Mérida y rector de su seminario entre 1805 y 1809. En
1810 fue elegido diputado por Guasdalito, firmando el acta de independencia y siendo vi-
cepresidente del Congreso. Preso y conducido a Puerto Cabello fue también liberado. Hizo
campaña con Bolívar en 1813 y más tarde con Páez. Diputado por Barinas en el congreso de
Angostura. Tras desempeñar diferentes cargos eclesiásticos en Caracas y Bogotá y ser reco-
mendado como prelado de Mérida por Pío VII y ocupar también el rango de senador en los
Congresos de la Gran Colombia, en 1827 ejerció el arzobispado de Caracas. al negar la Cons-
titución de Valencia en 1830 fue expulsado del país. Retornó en 1832, pero volvió a ser des-
terrado por negarse a jurar la Ley de Patronato. Falleció en Villeta (Colombia) el 6 de agosto
de 1839. Véase sobre él PÉREZ PERAZZO, P. Biografía de Ramón Ignacio Méndez, 1761-
1839. Caracas, 1974. Su abierta oposición a Miranda, de la que en algunos aspectos se puede
desprender en la opinión que de él tenía Cortés de Madariaga. En una carta dirigida por él
al Regente Heredia narró su apresamiento como un criminal en las bóvedas de Puerto Ca-
bello, a pesar de “haber sido el antagonista de Miranda en el Congreso, y aun antes de que
pusiera los pies en Venezuela, como que resistí abiertamente su venida, grado y sueldo y
cuanto maquinaba, en términos de haber estado un día para sacudirle en la misma sala un par
de cogotazos, que sería lo que me podía aguantar También me opuse a la declaratoria de in-
dependencia”. Sobre su actuación como diputado véase DONIS RÍOS, M.A. Los curas con-
gresistas. La actuación de los sacerdotes como congresistas en los Congresos Republicanos de 1811,
1817, 1819 y 1821. Caracas, 2012, pp.78-90.
174
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

117
y Mérida era ejercer un contrapoder frente a Caracas. Todo
ello explica el enorme poder depositado en sus constitucio-
nes provinciales, que tuvo que aceptar la elite mantuana para
que sus capas dirigentes dieran el visto bueno a la indepen-
dencia. Un proceso que fue gradual en la región y no auto-
mático como apunta la historia tradicional.
Al respecto ya subrayaron Robizon Mesa y Francisco Soto
Oráa que las principales autoridades merideñas, entre ellas, el
teniente justicia mayor, Antonio Ignacio Rodríguez Picón y el
obispo Santiago Hernández Milanés, fueron notificadas de los
acontecimientos de Caracas. Hernández Milanés mostró su ad-
hesión y reconocimiento al Consejo de Regencia, al rechazar la
determinación de Caracas. Con posterioridad se dirigió al
clero diocesano que defendiese la religión frente a una posible
ofensiva caraqueña. Como veremos ampliamente desde Mé-
rida se consideraba a Caracas como un ambiente hostil a la
ortodoxia religiosa y partidario de la libertad de cultos. Tal
era la imagen que presentaba de esa ciudad el canónigo
Ramón Ignacio Méndez de la Barta, diputado por Guasda-
lito en el congreso constituyente y portavoz indiscutible de
los puntos de vistas del clero de la región. Rodríguez Picón,
por su parte también mantuvo comunicaciones con Miyares
en las que daba cuenta de los últimos sucesos y pedía auxilios
para la defensa de la parte andina de la provincia. Incluso en
mayo de 1810 le noticiaba la fijación de pasquines en la ciu-
dad, por lo cual requería de soldados, armas, y fondos para el
sostenimiento de la compañía de caballería. Desde su punto
de vista, la situación era compleja y peligrosa. Por ello le dio
cuenta al gobernador de Maracaibo de la presencia de tropas de
Caracas estacionadas en Carora. Para resistir la hipotética in-
vasión la corporación municipal había alistado seiscientos mi-
licianos. Sin embargo, se lamentaba de no hallarse equipados.

118
La respuesta del cubano fue el envío para paliarlo de veinti-
cinco hombres armados y un tren volante de artillería de cua-
tro piezas dirigido por un cabo veterano. Se lamentaba de no
poder trasladar más por su falta en la misma Maracaibo. Con
ello se insinuaba que la presencia de ese contingente era un
riesgo real para Trujillo y Mérida. Con ello plantean ambos
autores que la Junta de Caracas, con una política de presión,
buscó alcanzar el reconocimiento del mundo andino venezo-
lano. Ese fue ni más ni menos que el objetivo de Luís María
Rivas Dávila, comisionado para conseguir que sus autoridades
erigiesen juntas. El Acta de la Junta Superior de Gobierno de
Mérida así parece lo justifica en su proclamación y se muestra
también como un motivo central de su constitución, al ex-
presar que se leyeron públicamente los oficios de las Juntas
Supremas de Santa Fe y Caracas y la Superior de Barinas, en
que se les amenaza con un próximo rompimiento de guerra,
si no se adherían a la causa común que ellas defendían175.
Meza y Soto afirman que las referencias al hostigamiento
militar no se han localizado, como tampoco las amenazas re-
ales con presencia de tropas. Sin embargo, sostienen que do-
cumentos posteriores a los hechos dan cuenta de algunas
noticias al respecto. En la causa de Infidencia de Juan Antonio
de Paredes este llegó a defender que, al erigirse en Barinas una
junta con las mismas características que la de Caracas, co-
menzaron a arribar actas y oficios que informaban de esos su-
cesos, en los cuales se les obligaba a reconocer su gobierno, ya
que, de no hacerlo, se arriesgaban a un ataque. Otro integrante

175
MEZA, R., SOTO ORÁA, F. “Entre la fidelidad de Maracaibo y la revolución de Ca-
racas. Incorporación de Mérida al proceso emancipador (1810-1812)”. Boletín de la Acade-
mia Nacional de la Historia de Venezuela nº370. Caracas, 2010, pp.83-84.

119
de la Junta, José Lorenzo Aranguren, en su causa de Infiden-
cia, reflejó que Mérida, amenazada por Barinas y Caracas, el
caos que se decía reinante en España, la falta de medios para
resistir y la escasa respuesta de Maracaibo, les abocó a consti-
tuir una Junta30. Con posterioridad, en 1816, frente a acusa-
ciones de infidelidad, la vicaría y el cabildo, por entonces
realistas aseveraron ese chantaje para fundamentar esa erec-
ción. La ausencia de apoyos desde Maracaibo influyó en esa
“seducción”. El ayuntamiento expresó también el desamparo
de la capital de la gobernación como explicación a sucumbir
“contra su voluntad a la fuerza externa, que la oprimía, siendo
muy pocos los que recibieron gustosos a los opresores”. El
mismo Rodríguez Picón manifestó en su respuesta a Miyares
de 7 de octubre de 1810 que podría resultar sorprendente la
adopción por Mérida del “sistema de gobierno de la inmortal
Caracas, cuando su antiguo Cabildo había protestado que no
se separaría de la opinión de Maracaibo”. Sin embargo, ello
era así porque su cabildo era muy débil para contener a un
pueblo, que, “instruido de los acontecimientos de la penín-
sula y de la transformación política que en su consecuencia
han hecho Caracas, Santa Fe, Cartagena, Cumaná, Barinas,
Pamplona, El Socorro (...), amenazado de una parte por Ca-
racas y Barinas y de otra por Santa Fe y las capitales que han
seguido su opinión”; consternado y temeroso, “buscó su sal-
vación en el único arbitrio que le quedaba”, la erección de una
junta soberana176. Las mismas contradicciones que se pueden
apreciar en la conducta de Mariano Talavera.
Una nueva misiva del 4 de febrero de 1811, dirigida por
Cortés de Madariaga desde Mérida, describió su arribada a

176
MEZA, R., SOTO ORÁA, F. Op. Cit., pp.86-87.

120
esa ciudad a las cinco y media de la tarde del día anterior con
“mucha lluvia y grande incomodidad”. La había anunciado
tres días antes a la que denominó sarcásticamente Su Pesti-
lencia la Suprema Junta Merideña, que no había reconocido
ninguna representación en su persona “ni en el respetable go-
bierno de mi prudencia”. No obstante, no dejaron de reci-
birme y obsequiarle con “yelos (sic) y helados”, el presidente
Picón y sus socios de conventículo, con varios otros vecinos
que le salieron al encuentro y le acompañaron hasta la casa y
potrero de la morada que se le estaba preparada y en que resi-
día. Con sarcasmo expuso que las vivas y aclamaciones que
sonaban en sus oídos eran las de los bueyes, burros y carneros
“con estupendos rebuznos y bramidos de patriótico entu-
siasmo”, mientras que sufría la obstinada resistencia de los que
denominó “insensatos tenaceros y pirrónicos vilandos”. A su
tránsito por el pueblo de Timotes177 vio con asombro estam-
pados en las puertas de su iglesia los edictos del obispo Her-
nández Milanés178 contra la invasión mirandina de 1806, que

177
Pueblo del Estado de Mérida que en 1811 fue elevado a villa. Su nombre deriva de la
etnia que lo habitaba.
178
Santiago Hernández Milanés era originario de Mieza (Salamanca), donde nació el 28
de febrero de 1755. Doctor en Cánones por el colegio de San Bartolomé de la Universidad
salmantina, ejerció como párroco de Macotera y Yecla, hasta que en 1793 fue designado ca-
nónigo de la catedral de Palencia. El 14 de marzo de 1801 Carlos IV lo nombró obispo de
Mérida. Desembarcó en La Guaira el 23 de junio del año siguiente y arribó a la capital an-
dina el 25 de septiembre. Solicitó denodadamente la obtención de una universidad, que
logró en 1806 en la práctica con la permisión para el colegio seminario de San Buenaventura
de la facultad de conferir grados mayores y menores y en 1808 del doctorado. En 1806 efec-
tuó una visita pastoral a Coro, donde se opuso activamente a la invasión de Miranda con emi-
sión de pastorales como la citada abiertamente contrarias a las ideas emancipadoras. En 1810
prestó juramento a la Junta de Mérida, que le designó rector vitalicio de la universidad eri-
gida el 21 de septiembre. Ante la abierta división de su cabildo catedralicio, en el que pre-

121
había propuesto s su párroco arrancase y pasase a su mano para
su uso conveniente. Con este principio le trasmitió el juicio
que había formado del estado político de Mérida. Sin embargo,
insistió que había tratado de sofocar sus sentimientos y en el
acto “servirse el refresco more rustico de leches, canelas y biz-
cochos” y satisfacer las preguntas y cuestiones impertinentes
con que provocaron su sufrimiento “estos zánganos berberis-
cos”, que le mortificaron hasta las doce de la noche. Al concluir
había planteado a Picón179, quien calificó de “hombre de bien

dominaron los partidarios de la independencia y de la jurisdicción de su obispado y ante la


aceptación de hecho de la confederación venezolana por parte de Mérida, se vio obligado a
jurar la independencia, tal y como también lo había efectuado el arzobispo de Caracas Coll
y Prat. No existe una biografía de este prelado. La correspondencia de Cortes de Madariaga
ejemplifica las notorias contradicciones y la complejidad de intereses del cabildo catedrali-
cio merideño y de su elite que le llevaron primero a mostrar disidencias frente al proyecto he-
gemónico caraqueño y a aceptarlo finalmente por su carácter abiertamente confederal.
179
Antonio Rodríguez Picón, hijo de Diego Rodríguez Picón y de María Ignacia Uzcáte-
gui , era miembro de una de las más caracterizadas familias de la elite merideña, que había aca-
parado los principales cargos públicos, como acaecía con su padre alcalde y familiar del Santo
Oficio. Nacido en Mérida el 25 de marzo de 1766. Contrajo nupcias el 3 de abril de 1785 en
Pamplona (Colombia) con María González Cote, hija del regidor Francisco de Paula Gonzá-
lez Hidalgo, originario del Puerto de Santa María (Cádiz). Acaparó una numerosa cantidad de
cargos públicos tanto civiles como religiosos. Entre 1796 y 1810 fue teniente justicia mayor de
Mérida. El 16 de septiembre de 1810 fue electo presidente de la Junta Patriótica de Mérida.
Mostró su desacuerdo con la publicación en la Gaceta de Caracas del escrito de William Burke
sobre tolerancia religiosa. En 1811 y 181 fue teniente coronel del ejército en Mérida y coronel
de milicias de Pamplona, por lo que fue hecho prisionero por los realistas, que lo condujeron al
castillo de Puerto Cabello, donde se le abrió una causa de infidencia, que le condenó a diez años
de presidio en Omoa, destierro perpetuo de América y confiscación de sus bienes, causa que fue
suspendida por la Audiencia el 8 de abril de 1813. Declarado libre y desembargados sus bienes
regresó a su tierra el 6 de mayo con su hijo Francisco, Francisco Ponce y José Jugo. A la entrada
de Bolívar en su ciudad natal e 23 de mayo le proporcionó gran cantidad de caballos y miles de
pesos. Caída la Segunda República se exilió en Nueva Granada. El 30 de agosto de 1816 murió
en Guasdalito. De su matrimonio con María González tuvo ocho hijos, de los que vivían cinco
en el momento de su defunción (PICÓN PARRA, R. Fundadores, primeros moradores y fa-
milias coloniales de Mérida (1558-1810). Caracas, 1993. Tomo IV, pp.461-476).

122
sin luces” y al intonsuelo Talavera180 le diesen oportunidad de
convocarles a una junta a las diez de la mañana en la sala con-
sistorial con la presencia del obispo, en lo que conceptúa de

180
De ascendencia canaria paterna y materna, Mariano Talavera y Garcés, originario de
Coro, donde nació el 22 de septiembre de 1777, se formó en la Universidad de Caracas, donde
en 1797 obtuvo el grado de maestro en Teología y en 1800 el doctorado. Un año después fue
ordenado sacerdote. Inició en Coro su ejercicio pastoral. De allí marcharía a Barinas, donde fue
beneficiado y vicario y a Mérida, donde fue secretario del obispo Santiago Hernández Milanés
y ejerció la docencia en el Colegio de San Buenaventura. En el cabildo abierto de esa ciudad se
le nombró el 16 de septiembre de 1810 vocal de la Junta patriótica de gobierno, del que sería
vicepresidente. El 21 de ese mes firma el decreto de erección de su Universidad. Es bien signi-
ficativo que es la misma persona que firmó el 18 de mayo y el 22 y 30 de febrero de 1810 tres
comunicaciones a los habitantes de Coro y al ayuntamiento de esa ciudad. En la primera efec-
tuó un enérgico reconocimiento de la fidelidad y patriotismo del pueblo de su tierra natal, a ser
los primeros en rechazar el nuevo gobierno caraqueño. Les pidió mostrar la misma entereza de-
mostrada en 1794 y 1806 en la derrota del levantamiento de Chirinos y de la invasión de Mi-
randa. En la segunda les pidió a esa corporación que se sumase al movimiento iniciado en
Caracas. Justificó su cambio de postura en la ausencia de información fidedigna. El paso del
tiempo había llevado a Mérida a aceptar su integración en la confederación. Con ello se puede
apreciar la adhesión tardía de la junta andina por las dudas existentes y la estimación de la ile-
gitimidad de la Regencia. Fue el redactor de la constitución federal de esa provincia en 1811.
En 1812, tras la caída de la Primera República, se exilió en Nueva Granda, donde fue apresado
por los realistas y conducido a las cárceles de La Guaira. En 1815 fue indultado por Morillo,
después de ser obligado a predicar una oración sobre el indulto. Residió en Coro hasta que en
1822 se trasladó a Maracaibo, donde publica el Correo Nacional y la Concordia del Zulia.
Electo al congreso de Bogotá por Coro en 1823. Obispo in partibus de Trícala y arzobispo de
Bogotá, fue expulsado por negarse a jurar obediencia a la constitución de 1830 en solidaridad
con el arzobispo de Caracas Ramón Ignacio Méndez. En 1841 fue elegido por el Congreso
obispo de Mérida, pero e niega por razones de salud. Entre 1855 y 1857 dio a luz el semanario
Crónica eclesiástica de Venezuela. Falleció en Caracas el 23 de diciembre de 1861. Los infor-
mes sobre él de Cortés de Madariaga proporcionan una perspectiva más clarificadora de su
labor y de la Junta en el crucial año de 1811. Véase sobre él entre otras obras HILL PEÑA, A.
Mariano de Talavera, el tribuno de la libertad. Caracas, 1958. MÁRMOL, F.J. Apuntes bio-
gráficos del ilustrado señor Doctor Mariano de Talavera Garcés. Coro, 1961. RATTO CIARLO,
J. El primer redactor y el primer colaborador en la prensa de Venezuela. Caracas, 1948. HER-
NÁNDEZ BENCID, M.S. La prensa eclesiástica y de opinión religiosa en Venezuela a través de
la obra periodística de monseñor Mariano de Talavera y Garcés. Caracas, 2011.

123
“cotaller del maestro campón, vestido de doce sillas viejas, dos
tinteros de plomo y un encañado de cielo raso”181.
Cortés de Madariaga afirmó que los dos magistrados con-
vinieron, pero que en el momento preciso le mandaron “dos
zanculotes” (sic) para decirle que Su Pestilencia le aguardaba
en asamblea. Fue a ella conducido luego con un rabino al con-
ventículo en que “le llevaban el tono los funcionarios, Tala-
vera, presbítero Briceño182, y el rector del Seminario183”. A su
pregunta de la presencia del obispo se le contestó que ni al
prelado ni a los curas y demás autoridades subalternas se había
estimado necesario el citarlos, ya que, al ceñirse su comisión a
un saludo político, no reconocían autoridad en su persona, ni
en el cuerpo, ni calidad de comitente para otras discusiones.
Les repuso que era el eclesiástico de la Junta solo para orien-
tarlos de los dogmas políticos según se los tenía insinuados y
no con el ánimo de ostentar superioridad, mayormente
cuando encontraba comprometida la seguridad del país con
los edictos adjuntos. Se ratificaron que nada contenían de pe-
ligroso y que se habían expedido por el prelado, en ausencia de
la Junta. Se les pidió explicación de los conceptos que abrazaban

181
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
182
Se refiere a Antonio María Briceño Altube, hijo de José Manuel Briceño Uzcátegui y
Juana Paula de Altube, y hermano de los ya citados Francisco Javier y Pedro Fermín. Docto-
rado, desempeñó la catedra de Mayores y Elocuencia del colegio seminario de San Buenaven-
tura entre 1795 y 1803. Párroco de Cúcuta y Escuque, vocal de la Junta Patriótica de Mérida
de 1810 y consejero del poder ejecutivo provincial en 1811. Preso en 1812, se le condenó en
causa de infidencia a diez años de prisión, destierro perpetuo y seis mil pesos de indemnización.
Pero fue, como tantos otros, liberado por la Audiencia, por lo que se incorporó al ejército pa-
triota y en 1816 colaboró con Páez en la campaña de Apure. Fue diputado y senador de la Gran
Colombia y de la Convención de Ocaña. Enemigo de la dictadura de Bolívar se distanció de
él en sus últimos años. En 1825 fue canónigo de la Catedral de Bogotá, falleciendo en esa ciu-
dad el 14 de mayo de 1835 (PICÓN PARRA, R. Op. Cit. Tomo IV, p. 83-84).
183
El ya referido Juan José Mendoza.

124
y “apenas me las dieron con insultos denominándome dés-
pota”. El rector del seminario, en tono y con expresiones grose-
ras, y “el petulante Talavera” subrayó que solo en el pueblo de
Timotes podía yo haber triunfado por la debilidad de su pá-
rroco. El chileno expuso que se había revestido de modestia y
había procedido a “construirles de verbo adverbum los edictos
referidos”. Les manifestó que, para no equivocarse más tiempo
y, al entender que la Junta había prestado su permiso para unas
circulares tan peligrosas, debía elevar el hecho a conocimiento
de la Junta Suprema con los documentos originales. No bastó
su convencimiento, por lo que continuaron los dislates y el em-
peño de sincerar al Obispo y de llamarse soberano con ejercicio
de patronato, en tanto que Caracas celebrase su congreso y les
hiciese conocer que especie de Gobierno adoptaba para con-
formarse o no con él. Exclamó: “¡Qué apretado lance!”. Al no
contar con auxilio alguno para callar a “esos insolentes cismáti-
cos·, jugó su carta con destreza, eludiendo raciocinios inútiles
para hombres ignorantes, y rogó a Picón se le permitiese pero-
rar sobre el asunto principal. A las 11 y media dio inicio a su
oración, empleando “una sagacidad forzada”, si bien en su inte-
rior recogió las ideas, discurrió durante dos horas para persua-
dirles de la solidez y justicia de nuestra emancipación. Sin
embargo, se mostraron “tan fríos como apolíticos en sus bal-
bucientes y tediosas palabras”. Expuso que dejaba a su conside-
ración el desabrimiento que le originó en su espíritu, advertido
de antemano por “los dignos emisarios de la villa del Socorro”
que se hallaban en esa localidad y pasaban a ella con 820.000
pesos para el acopio de armas. El obispo les había leído cartas de
su provisor Méndez184, en las que hacía una pintura triste de

184
El anteriormente citado Ramón Ignacio Méndez.

125
Caracas. Suponía que se había entregado al libertinaje, cual otra
Ginebra o Liorna, y que además el Gobierno invitaba a los pro-
testantes a su establecimiento en la provincia. El primero de
dichos socorranos era sujeto ilustradísimo, rebatió al obispo y
despreció la impostura de Méndez, calificándole de verdadero
intrigante. Por tales antecedentes Cortés de Madariaga llegó
a insinuar que Méndez era el espía oculto de Milanés y de los
merideños adictos a él. El marqués del Toro, aunque simulaba
interesarse en la causa de Barinas porque temía y contemplaba
a los ambiciosos Mendoza, no quería haber recalado en estos
pueblos sin el respaldo de fuerza armada para destruir sus con-
ciliábulos. El chileno se inclinaba que con la conclusión de “la
farsa de Coro” para que este general quede expedito y distri-
buyese sus huestes entre Barinas y Mérida. De otra forma pen-
saba que jamás serían sometidos “los cavilosos y audaces
junteros que sojuzgan las dos provincias” y para que se sepa en
“compendio los Mendozas en Barinas y los Méndez, Talaveras
y aláteres de una y otra parcialidad”, que atizarán un fuego per-
petuo sino cortamos los vuelos “a su fanatismo, Superstición y
proyectos revolucionarios quiméricos “en contra de su metró-
poli y antigua madre, la capital de Caracas”. Incluyó en ese ofi-
cio al marqués del Toro que en bosquejo le comunicaba su
contenido. Ese texto no tiene desperdicio porque demuestra
palpablemente la atmósfera reinante por esas fechas en Bari-
nas y la región andina, que defendían antes que nada su posi-
ción hegemónica e independiente y que no aceptaban ni
reconocían la preeminencia de la Junta caraqueña, como bien
precisa el canónigo, en su calidad de metrópoli de Venezuela. Se
puede apreciar también en este punto las conexiones con Nueva
Granada, que evidenciaban la complejidad del puzzle y del pro-
ceso de conformación de la identidad del mundo andino vene-
zolano. Era harto evidente en esos momentos la contraposición

126
de intereses y puntos de vista entre las elites merideñas, truji-
llanas y barinesas, en las que jugaba un papel capital la posi-
ción de su clero. Querían garantizar su poder y no estar
sometidos a la mantuana. Resulta clarividente la acusación de
la ciudad del Ávila como urbe libertina, lo que demuestra la
enorme influencia de la polémica de la libertad de cultos. Es
nítida también la desconfianza de la Junta de Caracas frente a
la actuación de esas elites regionales, por lo que se pensaba
que solo con la presencia de sus ejércitos sería factible su ren-
dición y aceptación, pero todo ello lo dificultaba el empleo
de las tropas en la sojuzgación de la rebelión coriana.
El canónigo estimaba al respecto que la guarnición de esas
plazas de forma inmediata con la concesión de su mando po-
lítico y militar a sujetos de probidad energía y carácter que di-
solviesen las juntas y sacasen del distrito lo que calificó de
“media docena de facciosos que inquietaban el sosiego de sus
“bonzos habitantes”. El día anterior de forma inocente había
proferido un vecino Ayer con inocencia profirió un vecino di-
ciendo que se aguardaba la orden de Milanés para la inaugu-
ración del hospital de lazarinos construido en esta ciudad.
Cúcuta, por su parte, se hallaba sin ninguna guarnición y se-
guía su comercio en la Laguna, mientras que “los cleriguchos”,
con el coriano Talavera, propalaban mucho los buques de gue-
rra y cien mil hombres de tropas aéreas que por papeletas se
les aseguraba esperaban Maracaibo para mandar treinta mil a
Mérida. En esa noche inmediata, mientras se esforzaba en di-
sipar varios temores que aparentaba “el corianito” (Mariano de
Talavera), observó que se le escuchaba con disgusto cortándole
la conversación y saliéndole a cada paso de la sala con nota de
los circunstantes. En fin, veía el estado de la opinión pública
“de mala data y sospechaba que había inteligencia secreta, por
lo que le daba cuenta en cumplimiento de la confianza que le

127
había revestido la Junta. Relató la visita del obispo, que había
satisfecho la etiqueta “sin habernos encontrado en casa
cuando nos hemos buscado”. Comunicó que no la repitió y
que partía a las cuatro de la mañana con “la displicencia” que
se podría conjeturar. Le habían denegado el convite que se
había dispuesto y había rendido gracias a los ofrecimientos de
“Su Pestilencia” llevando el corazón vacío con sus simuladas
caricias. Protestó al respecto que prefería el trato de los chinos
“al de nuestros cavilosos hermanos de lo interior de la pro-
vincia y particularmente desde el Tocuyo en adelante”. Indicó
que los socorreños trasladarán a la Junta otras especies confi-
denciales que omito. Especificó que el conductor de la lámina
que regresaba a Caracas era mozo honrado, vivo y perspicaz,
que les adelantará lo que había tocado por experiencia. Esti-
maba que su lenguaje sencillo era suficiente para que calcu-
lase la situación política de “la miserable aldea de Mérida”185.
La carta remitida el 6 de enero desde Mérida, de la que
había hecho mención, pormenorizaba que otra suya del 4 in-
cluía un pliego abierto para que tomara conciencia la Junta
del peligroso estado de esta provincia. No obstante, habiendo
sobrevenido otra nueva ocurrencia del día que ponía en claro
la trama, demandaba la conducción a Mérida de doscientos
hombres “de lo escogido de sus tropas” al mando del referido
Diego y con instrucciones de levantar de aquí a los clérigos Ta-
lavera y Briceño y a otros de su facción que habían simulado pa-
triotismo y aliados con el obispo le habían puesto a caldo por
rebatirles su perfidia. A las 10 de la mañana se dirigió a la resi-
dencia de la máxima autoridad episcopal “por un espíritu de ca-
ridad” junto con su secretario y el vocal de Trujillo Francisco

185
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

128
Briceño, del que hablamos con anterioridad, y su sobrino.
Cuando esperaba encontrarse con el que denominó “rústico, e
ignorante, caprichoso prelado”, proporcionándole la atención
debida a su persona con comedimiento, fue recibido con pie-
dras en las manos, e insultado de todos los modos hasta el ex-
tremo de intimarle quedase preso en su palacio, dar un golpe
en su silla y muchos gritos compasados para llamar de pie a su
familia y hacer gente. Se profirieron expresiones groseras y atre-
vidas de no reconocer autoridad ninguna ni en su persona ni
en la Junta. Añadió lo manifestado por su provisor Méndez de
que en Caracas no existía no había sino irreligioso libertinaje.
Le exclamó al marqués del Toro que Dios le asistió en el
acto, por lo que sus acompañantes se modelaron por su con-
ducta, al estimar que “oían como yo a un loco de atar, desafo-
rado y sin tino”. Tres cuartos de hora duró la entrevista y no
pudo conseguir la conversación de “este fanático tenacero pas-
tor”. Ordenó a su secretario que pusiese la fe de sus derechos
para ver si podía contenerlos. Pero Milanés, lejos de mode-
rarse, reiteró los insultos contra nuestro gobierno y contra él
mi amparado en que la junta de Mérida soberana no recono-
cía a la de Caracas según le habían asegurado algunos de sus
vocales. Concluyó que él tampoco reconocía ese soberano que
ni moralmente residía en Caracas. Le expuso que no creyese
que se intimase por ello, ya que por el contrario insistió en
convencerle por principios y por el detalle de los hechos, mas
fue inútil porque “el hombre es cerrado como pie de mulo” y
porque su secretario y vicepresidente “el malvadísimo coriano
Talavera” lo había prevenido e instruido del discurso reser-
vado que había pronunciado en junta plena para ilustrar a sus
vocales del aspecto político de “nuestra gloriosa libertad” a fin
de unir sus voluntades y establecer la opinión general Ex-
clamó:¡Qué traición! Apenas salió de la sala marcharon a ver

129
“al dichoso obispito, su mentor” dejando avergonzados a los
buenos y dignos patriotas. Aseveró que solo el presidente
Picón y su hijo político Elías186 eran los únicos individuos que
iban de buena fe y no se hallaban corrompidos entre todos los
miembros del diabólico conventículo. Por esa razón hacía dos
meses que fue destituido por decreto de los traidores el citado
Picón de la comandancia de milicias, que confirieron a un te-
niente suyo que la regentaba al paladar de sus constituyentes.
Su discernimiento, sostuvo, graduará allá mis tribulaciones.
Se encontraba desairado, sin fuerza para hacer respetar su go-
bierno, sin apoyo y en riesgo de ser entregado “al tirano de la
Laguna”, pues Bailadores y Cúcuta estaban abiertos y se afir-
maba en la presunción de que subsistía correspondencia ti-
rada entre Maracaibo, el obispo, Talavera y “los demás pícaros
que afligen” a los sanos vecinos de Mérida y su jurisdicción,
que no se atrevían a respirar”. En ese punto no se hallaba des-
encaminado, como hemos visto. Se encontraba precario de
salud y con un siervo de su custodia enfermo, pese a lo que
abandonaba esa ciudad esa misma noche. Le reseñó que se-
guía viaje y se exponía a morir en el tránsito naturalmente o

186
Vicente Campo Elías, casado en agosto de 1800 con la hija de Rodríguez Picón María
Martina Picón González, era natural de la villa de Soto (León). Partidario de la indepen-
dencia se unió a Bolívar durante la campaña admirable. Se distinguió en los combates de
Niquitao, Los Horcones, Araure, Mosquiteros y Araure. Fue derrotado por Boves en La
Puerta. Falleció a consecuencia de las heridas en la batalla de San Mateo el 17 de marzo de
1814. Su viuda solicitó en 1821 una asignación al Libertador para ayudar al sostenimiento
d la familia en consideración de los servicios de su marido por haber perdido sus cortos
bienes en la larga emigración hacia Bogotá, pero le contestó que no había recursos para ello.
PICÓN PARRA, R. Op. Cit. Tomo IV, pp.478-479. Diccionario de Historia de Venezuela.
Tomo III, p.528.Su tío Hipólito Elías González, licenciado en ambos derechos por la Uni-
versidad de Salamanca, ejerció como canónigo doctoral de la catedral de Mérida en 1791,
siendo provisor y vicario general en 1794 y gobernador del obispado sede vacante entre 1795
y 1799 y en 1801. Su muerte acaeció en Mérida en 1805.

130
por un asesinato que acabase con su persona y comitiva. Le
estrechaba el tiempo, por lo que no le permitía escribir por
separado a la Junta. Rogaba su cumplimiento, que le compa-
deciese y que “por expreso” remitiese en copia su oficio para
inteligencia del gobierno y de su secretario de relaciones ex-
teriores, pues sin este aviso no es fácil que ella concibiese el
cisma universal y la perfidia que había contagiado estos pue-
blos por la influencia del Pastor y “de cuatro bribones ecle-
siásticos que los seducían y acaudillaban187.
Cortés reseñó al marqués del Toro que se había comuni-
cado de forma privada con Picón y Elías para los oficios pú-
blicos que insertaba a continuación. No les había dado
conocimiento de este último por su gravedad. No obstante,
siguió insistiendo en que antes de quince días dispusiese la
marcha de las tropas para contribuir a la disolución de la Junta
y sacar al obispo, cuatro clérigos y algunos pocos seculares, ya
que, de no hacerlo así, “nos abismarán en una eterna anarquía”.
Reflejó que Méndez, en su calidad de diputado por Barinas
en Caracas, les perjudicaba cuanto podía con sus calumnias e
imposturas, por lo que era conveniente su destitución por ser
un espía del prelado de Mérida188.
El 10 de febrero el canónigo chileno escribió a Roscio
desde la hacienda de los Estanques189, distante 250 leguas de
la capital, y situada dos días y medio de Santa Rosa, puerto de
la laguna que se hallaba ocupado por las huestes de Mara-
caibo, que patrocinaban un comercio activo y recíproco con

187
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
188
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
189
Se trata de una hacienda de cacao fundada por el capitán Juan Márquez de Estrada, de
la que fue su célebre propietaria María Ramírez de Urbina. Conserva una capilla colonial.

131
la provincia, por cuyo conducto y los de Santa María y Esca-
lante se efectuaba tráfico de frutos, de efectos y de cartas que
iban y venían con imponderable daño de la opinión pública,
“dividida aquí a grado de los diversos intereses de cada indi-
viduo”, de que resultaba esa languidez suma que había notado
y anunciado desde El Tocuyo. Se estaba próximo a entrar en
la jurisdicción de Nueva Granada. Aseveraba que se encon-
traba franqueado por el caos y las intrigas trazados por los que
denominaba “facción de los traidores en el distrito de esta ló-
brega, inculta provincia”, después de hacer vencido “inmen-
sas incomodidades producidas por la fragosidad y aspereza de
los caminos”, con su espíritu siempre libre, “superior a todo
género de tribulaciones que se dan en beneficio de todos los
humanos”. Reconoció que en Mérida y Trujillo había traba-
jado su celo hasta el infinito para “establecer la consonancia
que conviene a nuestra prosperidad”, pero no había logrado
alcanzar el éxito que era de esperar por la preponderancia de
ciertos curiales que en una y otra ciudad buscan para sí lo que
no pertenecía sino al común de los ciudadanos. Suponía a
Roscio instruido de sus operaciones. Destacaba aquí las cone-
xiones de toda índole entre la región y Maracaibo a través de los
puertos de Santa Rosa, Santa María y Escalante. Como reflejan
Robinzon Meza y Francisco Soto, a pesar de la ruptura polí-
tica, Mérida tenía una dependencia económica con Mara-
caibo, ya que en torno al mismo se habían activado las
exportaciones andinas. Por tal dependencia no era sorpren-
dente la comunicación de Antonio Ignacio Rodríguez Picón,
al gobernador Fernando Miyares. En ella le formulaba que,
no obstante, la conclusión del gobierno de la antigua capital
gubernativa sobre Mérida, no habían cesado, “ni cesarán jamás
[...] las relaciones recíprocas de alianza, amistad y comercio
que debe entenderse entre dos provincias limítrofes [...]”. La

132
actitud del gobernador se orientó a recriminar la insurrec-
ción merideña, especialmente al intentar involucrar en la
misma al resto de las poblaciones andinas. Desde Mérida se
le recordó que no habían censurado las posturas de fidelidad
asumidas en Maracaibo, por lo que se ansiaba un trato recí-
proco. Al declararse la ruptura, en Maracaibo se procuró su
cierre el puerto al comercio de los frutos andinos. Por su
parte, la Junta merideña pretendió el cese de sus envíos, lo
cual informó a los cabildos de San Cristóbal, La Grita y Bai-
ladores, para trasladar su tráfico al puerto de Moporo, en la
jurisdicción de Trujillo. De igual forma se efectuó con las ciu-
dades del virreinato de Nueva Granada incorporadas al mo-
vimiento juntista, como Cúcuta y que continuaban
manteniendo relaciones mercantiles con Maracaibo. Sin em-
bargo, tales propuestas tuvieron escaso éxito190.
Acompañaba al respecto documentos que justificaban “el
talento de cábala” imperante en El Tocuyo, Trujillo y Mérida,
del que había dado cuenta también en los partes reservados di-
rigidos al marqués del Toro. Con ellos podría comprender con
exactitud las ocurrencias peligrosas del momento y los peligros
a los que se había expuesto y que subsistían en la actualidad
por la infidencia descubierta, que subsistía “entre meridanos y
maracayberos”, fundamentada por el influjo y favor del obispo
Milanés, de su secretario Talavera y de cuatro clérigos zotes,
que eran sus parciales, y de algunos seculares, que describió con
precisión. Se trataba del catalán don Jaime Fornés191, residente

190
MEZA, R., SOTO ORÁA, F. Op. Cit., pp.91-92.
191
Jaime Fornés era un catalán residente en El Ejido, localidad en la que era dueño de un
trapiche que producían panela, azúcar, miel y melaza. Vivía en una de sus casonas solariega.
Se había establecido en Mérida, donde casó con Isabel Briceño Peralta, con la que tuvo ocho
hijos. Había ejercido como su alcalde y era reputado como un hombre rico y respetable en

133
en Chiguacos, y Gervasio Rubio192, vecino de Cúcuta, emi-
grado con anterioridad y retornado al lugar en calidad de apo-
derado, con encargo de seducir gente, como lo habían
conseguido, con lo que alcanzarían el triunfo para Napoleón
por sus emisarios, si el general del ejército de Occidente no
venía con prontitud, como se lo había rogado con la última
noticia adquirida en el día, que indicaba que el nuevo gober-
nador de La Laguna pasaría a Mérida para capitular con su
conventículo. Sospechaba que este había entrado por Santa
María, porque sabía que los capuchinos abrían una pica al
efecto. Una vez más incidían las conexiones entre Maracaibo
y la región, en las que también jugaban un papel significativo
los capuchinos establecidos en la serranía de Perijá. El chileno
suponía que acaso por ese principio le había insultado la Jun-
tilla en Mérida, desconociendo en su persona la representati-
vidad de la Suprema caraqueña, con el tono y protestas que
habrá leído en sus oficios al marqués y el sonrojo proporcio-
nado por “el orgulloso prelado” con sus expresiones groseras

aquella comunidad. Era profundamente realista. Al ser ocupada Mérida, después que fue
destruida por el terremoto, se llevó los tubos de plomo e su catedral para ser convertidos en
balas para el ejército realista, lo que no acaeció finalmente por ser incautados por los revo-
lucionarios. En 1817 seguía siendo alcalde de Ejido. Una conjura dirigida por Manuel Nu-
cete y Rafael Salas y apoyada por los neogranadinos Manuel Scarpetta, el doctor Araos y el
comandante Mariano Pose. Al ser derrotada huyeron. En su retirada lo aprendieron y lo con-
dujeron por el camino de El Morro, hasta la montaña del Quinó, donde lo fusilaron. RA-
MÍREZ MÉNDEZ, L.A. Op. Cit., pp.97-101.
192
Nacido hacia 1760 en San Antonio (Táchira), fue fundador de la ciudad de Rubio, se
casó con Bárbara Maldonado, hija de Manuel Maldonado y Leonor de Omaña Santander.
Su padre era natural de Córdoba y fue alcalde de San Cristóbal en 1780. Su hijo José Ramón
Rubio contrajo nupcias con María Trinidad Villafañe Ramírez de Arellano, hijo de Do-
mingo Villafañe Méndez, natural de Barinas, hacendado en el Apure y gobernador de Guas-
dalito en 1787, y de Pedro José Ramírez de Arellano opulento terrateniente. PICÓN
PARRA, R. Op. Cit. Tomo III, pp.412-413.

134
e intimidándole con el arresto en su palacio y excomunión a
presencia de las personas de su comitiva. Asimismo los atro-
pellos del comandante Paredes193 le llevaron a revertirse del ca-
rácter que necesitaba, mientras que “el furibundo Pastor” no
se atrevió a precipitarse por el estilo que había convenido con Ta-
lavera y dos o tres clérigos vocales de “la comparsa”. En la noche
del 7 le ruborizó con los sucesos de esa especie degradante deta-
llados a la Junta para el estado eclesiástico y por las personas que
designo en particular, con lo que se constituiría en “reo de lesa
patria” si se hubiera abstenido de decir la verdad en materia tan de-
licada, de tanta trascendencia y responsabilidad. Entendía que
mucho habrá influido en la sedición de Milanés y de su clero di-
plomático la equivocación con que había escrito desde esta ca-
pital el provisor Méndez, pintando exageradamente a Caracas
como un teatro de irreligión y libertinaje, lo que implícitamente

193
Se trata de Juan Antonio Paredes y Angulo, bautizado en Pueblo Llano (Merida) el 3
de marzo de 1772 a los dos años y un mes de nacido. Era hijo de José Antonio de Paredes,
corregidor de Muchuchíes en 1764 y Manuela de Angulo y Briceño. Tras ser síndico pro-
curador general de Mérida en 1804, regidor, alguacil mayor, corregidor de Lagunillas, alfé-
rez y teniente del regimiento de caballería, fue el 16 de septiembre de 1810 vocal de la Junta
de Mérida y comandante general de armas. Electo integrante del colegio electoral constitu-
yente por San Cristóbal, firmó la constitución provincial y ascendió a teniente coronel y co-
mandante general, gobernador militar e intendente de hacienda. Capituló en 1812, y fe
condenado a muerte en la causa de infidencia que se le abrió. No obstante, fue traslado a
Puerto rico e indultado por la Audiencia. Escapado a Saint Thomas, se embarcó a Carta-
gena. Se incorporó al ejército de Bolívar en la campaña admirable. Se le designó comandante
militar de Mérida. En 1814 se exilió a Nueva Granada con sus hijos. Retornado de nuevo a
Venezuela combatió con José Antonio Páez en los Llanos de Casanare con el grado de co-
ronel. En 1821 fue diputado por Mérida en el congreso constituyente de la Gran Colombia.
Fue derrotado por el canario Francisco Tomás Morales, y por su lugarteniente el caraqueño
Narciso López, luego célebre por ser el creador de la bandera cubana y rebelarse contra Es-
paña y morir por ello fusilado en la Perla de las Antillas. Los últimos años de su vida ejerció
como gobernador de Mérida y comandante de armas del Zulia. Falleció en Maracaibo el 17
de diciembre de 1834. (PICÓN PARRA, R. Op. Cit. Tomo IV, pp.406-408).

135
abrazaba el Gobierno que en su sentir toleraba la inmorali-
dad de costumbres. El obispo se había referido a la carta de su
citado provisor, por la que en ningún concepto reconocía ni
aceptaba a la Junta, de la que le había significado que no se
subordinaba mientas que no se verificaba el congreso y medi-
taba si era útil recibir la constitución que se organizaba para
unirse o desunirse con Caracas, expresiones solapadas de que
usó Talavera y “sus inconsuelos compañeros” con un lenguaje
safio, y desacatado en orden a la Suprema y a su persona. In-
formó también que sucesivamente había vertido otras propo-
siciones en Junta el indicado Talavera contra Francisco de
Miranda y, presagiando en la hora de su entrevista con el pre-
lado, que le dejaría preso en su palacio y aun excomulgado,
conforme lo habían discurrido antemano con el referido
obispo. Fue de tal forma que este, al retirarse Cortés de Ma-
dariaga a casa y despedirse, le levantó la mano para absolverme
y provocar su risa y la burla de los circundantes194. Este texto
demuestra hasta qué punto actuó como un factor negativo
que pesó sobre la Suprema caraqueña el debate sobre la liber-
tad de cultos estimulado por Miranda, que traslució a Cara-
cas sobre un centro de libertinaje y de inmoralidad.
El prelado Milanés fue calificado por Cortés como un loco
de atar. Le rogó que tolerase tan radical valoración, pero enten-
día que en ese lance ese pastor se había conducido con menos
prudencia que el padre Chacín195 “en la noche de sus delirios”.
Llegó a sostener que Napoleón obraba más transformaciones

194
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
195
Debe referirse al mercedario caraqueño fray Francisco de Paula Chacín que en 1828 se
enfrentaría abiertamente con el entonces arzobispo de Caracas el andino Ramón Ignacio Mén-
dez por no querer someterse a su obediencia. CASTILLO LARA, L.G. Los mercedarios y la
vida política y social de Caracas en los siglos XVII y XVIII. Caracas, 1980. Tomo II, pp.311-317.

136
que las de Ovidio por ser el obispo Milanés “tenacero hasta el
anatema”, por lo que debía salir de la Provincia con su caudata-
rio Talavera y algunos capellanes de la sinagoga y un bendito
fray Lucho, dominicano, natural de Santa Fe, que se decía prior
de Mérida196 y era muy semejante al Padre Valverde que llevó
Pizarro al Perú197 y confundió a Tagualpa (sic) sus doctrinas en
la dirección del obispo198, “a quien oye de penitencia, serán
desde luego tamburinas”. Suspiraba por la arribada desde Ca-
rora de las tropas antes de que rompiese el fuego en esa para él
desgraciada comarca. Suplicó también no perder de vista “a los
curiales del Tocuyo y Barinas que por diverso estilo de los de
Mendoza fomentaban en aquellas ciudades lo que denominaba
un peligroso cisma.

196
Se trata de Juan Agustín Ortiz, natural de Chiquinquirá en la provincia de Tunja del
Virreinato de Santa Fé., prior del convento dominico de San Vicente Ferrer de Mérida. Fue
vocal de la Junta de Mérida instalada el 16 de septiembre de 1810. Ofreció cincuenta pesos
del convento para la compra de armas., lo que reflejó su interés por contribuir a la causa se-
paratista. El 28 de junio de 1812 fue despojado de su libertad y arrestado para ser conducido
a la ciudad de Maracaibo. Allí comenzó el proceso contra el religioso dominico y otros cua-
tro eclesiásticos de Mérida. MONTILLA, F.O. Op. Cit., pp.233-235.
197
Se refiere a Vicente Valverde, pariente de Pizarro, que lo acompañó a la conquista del
Perú y fue designado obispo de Cuzco. Bautizó a Atahualpa antes de su ejecución
198
Sobre su requerimiento al Inca Fray Buenaventura de Salinas refirió que el religioso
pidió licencia para hablar con él. Le comenzó a predicar los misterios de la fe: un solo Dios
y tres personas, que la segunda se habían hecho hombre y desnudo en una cruz había muerto
para redimir el mundo, dejando en su lugar al Papa como a cabeza de la Iglesia; el cual, con
la potestad que tenía, había dado todas las tierras de aqueste nuevo mundo, que él habitaba,
al Emperador y rey Católico don Carlos señor nuestro: y que Su Majestad había enviado en
su lugar al Gobernador don Francisco Pizarro para que en su lugar tomase la posesión, y él
y los suyos recibiesen la fe de Jesucristo por para poderse salvar. Habiendo entendido Ata-
hualpa aquellas cosas por intérprete, respondió que él no conocía a Jesucristo por Dios, por-
que ¿cómo lo podía ser si había muerto desnudo? Y que solo al Sol a quien llamaban
Pachacama, adoraba por Dios y criador de todas las cosas; Y que él no sabía que hubiese en
el mundo otro rey ni monarca y que cuando lo hubiese cómo podía el Papa dar sus tierras a
otro; y que si las había dado que él no consentía en ello, ni se le daba nada”.

137
El canónigo planteó que nada deseaba para su persona, solo
le condolía lo que denominaba el prevaricato de sus hermanos.
Le rogaba que diese crédito a sus informes que permitiría al-
canzar una cabal idea del aspecto político de esas provincias
para contribuir a su quietud y prevenir el remedio de sus males
a través de providencias “radicales y no paliativas” que solo con-
tribuyen a la anarquía sin extirpar los gérmenes que la excitan.
Las Juntas de Mérida, Trujillo y Barinas debían disolverse
prontamente por necesitar cada una de esas ciudades “fuerza
armada, capaz de acallar a los cavilosos, de corregir a los mal-
vados y de aniquilar los egoístas y ambiciosos”. Comunicó su
partida con riesgo de ser asesinado para Bailadores, pero se re-
signaba a sufrir los destinos que la Providencia le deparaba199.
Cortés de Madariaga expresó lo vertido en esa hacienda el
día anterior en sus oficios de 4, 6 y 7 de ese mes. En ellos expli-
citaba que el nuevo Gobierno de Maracaibo trataba de pasar a
Mérida para acordar con su Junta conforme en todo con las
ideas de dicho emisario, según lo tenía a la Suprema suficien-
temente explicado en los partes. Este punto de vista traslucía
el clima reinante que abocaba a un entendimiento entre ese
puerto y la región andina. Recogió que a las nueve de la noche
del día anterior había ranchado a la ribera del río de Estanque
y que a las diez de la mañana del siguiente había pasado a la
hacienda de su pariente y amigo Francisco Ponce200, hermano

199
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
200
Francisco Ponce de León, español, estaba casado en primeras nupcias con Mariana
Prieto Dávila, era administrador de la hacienda de los Estanques desde al menos 1798. Era
una propiedad de los hermanos Prieto Dávila y Verástegui, heredada de su madre Mariana
Dávila Caicedo. Procedía de su abuelo el Doctor Nicolás Antonio Dávila y con anterioridad
de Asensio Isidro Márquez Urbina. Ponce fue alcalde ordinario de Mérida en 1805, capitán
de milicias y de caballería en 1807, año en que falleció su esposa. En él contrajo segundas

138
político de Antonio Villavicencio201, ampliamente conocido
por Roscio, que era para él “sujeto de apreciables cualidades, de
fervoroso patriotismo y excelente militar por sus nociones y ca-
rrera seguida en el regimiento de Zamora y continuada en Santa
Fe”. Había sido destituido de su empleo militar en Mérida “por
la tramoya de los curiales, lo que le llevó a sepultarse en sus tie-
rras”. Era el mismo que le había comunicado con reserva la no-
ticia del intruso Gobierno de Napoleón. Cortés instaba un vez
más a que se diese providencia para el envío de las tropas con
prontitud, para las que le rogaba distinguiese a Ponce con el des-
tino militar a que lo juzgase acreedor por su actitud y otras tan-
tas razones políticas por ser “un europeo honradísimo que
ocupaba el terreno más peligroso, cuál era el Estanques a dos días
y medio distante del puerto de Santa Rosa. Contaba con 230
esclavos a su disposición y nos debía servir infinito para cortar

nupcias con Alejandra Ochoteco y Rendón, hija de Juan Antonio de Ochoteco y Goyzueta,
natural de Trujillo. Ponce de León se incorporó a los ejércitos de Bolívar durante la Campaña
Admirable junto con Campo Elías. Falleció como capitán del ejército independentista en
1821. Su viuda solicitó una ayuda al Congreso de Cúcuta de 1821(PICÓN PARRA, R.
Op. Cit. Tomo IV, pp. 160-161).
201
Se trata de Antonio Villavicencio y Verástegui, nacido en Quito el 9 de enero de 1775.
Era hijo del quiteño Juan Fernando de Villavicencio, conde del Real agrado y de la santafe-
reña Joaquina Verástegui. Dávila. Su parentesco político con Ponce se debe a que su suegra
Mariana Dávila Caicedo había contraído segundas nupcias con el oidor Antonio de Verás-
tegui, en la que tuvo por hija a la madre de Villavicencio. Trasladado de niño a Bogotá estu-
dió en su Colegio mayor del Rosario. Marchó a España, estudiando en Granada en el colegio
de nobles americanos. Oficial de la marina real, participó en la batalla de Trasfalgar. En 1810
la Regencia le nombró comisario regio para Nueva Granada. Abrazó la causa independentista.
Fue gobernador de Tunja en 1814. Compartió el triunvirato de Bogotá con Rodríguez To-
rices y José M. Rey del 17 de agosto de 1815 al 15 de noviembre del mismo año. La recon-
quista española lo sorprendió siendo gobernador de la provincia de Mariquita. Apresado y
llevado a Santafé por Morillo fue degradado, se le confiscaron sus bienes y fue pasado por las
armas en Bogotá el 6 de junio de 1816. Véase sobre él DOLORES MONSALVE, J. Antonio
Villavicencio (el protomártir) y la revolución de independencia. Bogotá, 1920.

139
en su raíz la perfidia episcopal” y de los “demás nepotistas de
su jaez vendidos a Maracaibo”. Excusaba nombrarlos por
ahora y se remitía a la nota del 8, esperando su prudente efi-
cacia en el asunto con la discreción que acostumbraba. Tenía
que prevenir al presidente Picón que luego que recibiese el aviso
de aproximación de las tropas al Páramo de Mérida llamase a
Ponce que, unido a la causa con el enunciado Picón y Elías, ser-
virán de mucho a Diego y a otro de los jefes que viniese en la ex-
pedición para concertar mejor el plan de defensa y de rechazo
del enemigo en los puntos de Santa María, Santa Rosa, Chiguará
y Escalante. Le comunicó que por los tres primeros, guarnecidos
de tropa enemiga, se hacía el comercio de sal y ropa sin embozo
alguno y se extraían en retorno tabaco, cacaos y panela con fru-
tos menores, etc. Una vez más el peso del comercio en la conti-
nuidad de relaciones. Le planteó que “la juntilla de Mérida va de
inteligencia”, por lo que se conservaba entre La Laguna y esta pro-
vincia un tráfico frecuente extensivo a la correspondencia epis-
tolar por el orden que había explicitado en sus anteriores cartas.
Le animaba a seguir adelante frente a los picaros hasta consu-
mirlos por haber hemos descubierto en tiempo la intriga y un za-
farrancho en Mérida que tenía sus inicios en el obispo. De esa
forma se aniquilaría “el conventículo” en que se apoyaba a Na-
poleón. Una vez más la acusación de la activa colaboración entre
la Regencia gaditana y el ejército invasor. Bastaría para ellos que
Diego Rodríguez del Toro se convirtiese en el gobernador polí-
tico y militar con una fuerza que no había de bajar de quinientos
hombres que, con las milicias de pardos, se haría respetar, con lo
que se lograría cerrar las puertas de La Laguna, “expulsar a los la-
drones que nos roban la casa y escarmentar a los traidores”202. Es

202
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

140
llamativa dentro de su concepción ideológica la integración
para él en el proceso revolucionario de los pardos.
De otra suerte el chileno entendía que la Suprema no con-
taba en la provincia de Mérida porque y quizás tal vez imitaría
su rebeldía Barinas y Trujillo, harto corrompidas ya por el am-
bicioso espíritu de cuatro cabalistas que las dominaba. Temía
que, al pasar a Bailadores, podía ser atrapado por “los innume-
rables espías de Maracaibo, sembrados en el tránsito”. En ese
caso moriría con el consuelo de haber orientado a la Suprema
del estado actual peligroso de la comarca El conducto de este
oficio tan confidencial era a través del compatriota José Fer-
nández203, uno de los más agraviados y hostilizados por “los pi-
caruelos juntistas de Mérida”. Llevaba el encargo de informar
de varias individualidades. Convenía para él su reposición de
su empleo de administrador de tabacos de que ha sido despo-
jado con injusticia y desobedecimiento del título de tal, con que
le ha servido muchos años”. Le indicó al marqués del Toro que
retornase con el ejército y que explicase al jefe de las tropas aque-
llos apuntamientos locales que contribuyesen al éxito de la em-
presa, que pensaba era la verdad ardua y arriesgada, siempre que
no se aprovechasen los instantes por lo que habían “minado los
malvados en la opinión de la vulgaridad de estos pueblos”204.

203
Comenzó como veedor de tabaco de Bailadores el 1 de noviembre de 1800. Ejerció
como visitador de plantaciones de ese fruto desde el 1 de enero de 1804 y como visitador ge-
neral el 1 de octubre de 1806. Se le reintegró como factor administrador de Mérida el 30 de
septiembre de 1812. En un informe de 1819 afirmó que colaboró en 1812 a la rendición de
la capital andina a las armas reales. Militó como comisario de guerra en la división de Ramón
Correa. En Maracaibo se empleó en la recolección de moneda de cobre por encargo de Mi-
yares. Defendió en 1815 Mérida de las arremetidas republicanas, por lo que fue condecorado
con el título de capitán de voluntarios. Informe en BRUNI CELLI, B. Op.Cit., p.262.
204
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

141
Desde la hacienda de los Estanques Cortés de Madariaga
escribió a Roscio el 10 de febrero un oficio en el que insistía en
el pie lastimoso de la provincia, que llegaría pronto a ser sojuz-
gada y cuyo contagio llegaba hasta El Tocuyo por la audacia con
que se conducían “sus diputadillos”, que habían desbaratado sus
providencias. Ese mismo día le reiteró que el fuego de la anar-
quía procedía de Mérida y de los puertos de La laguna (Santa
María, Santa Rosa y Escalante) que se habían figurado con mali-
cia su cierre cuando en realidad subsistían abiertos y ocupados
por las fuerzas amigas de Maracaibo. Subrayó que la misma junta,
sin conocimiento ni de Picón ni de Elías, se había surtido de sal
por Santa Rosa, permitiendo la extracción del artículo y la im-
portación y exportación de frutos, víveres y sal hasta hace pocos
días que cambió de opinión, al manifestar que no se necesitaba
más sal, pero se llevaban los cacaos y retornaban las especies de
consumo del país. Cúcuta y Bailadores se hallaban abarrotados de
efectos. Este texto demuestra como la Junta de Mérida seguía to-
lerando tal tráfico, que reforzaba las conexiones entre ambas
áreas, pero no solo con el mundo andino, sino también con Cú-
cuta. Comunicó al ministro de relaciones exteriores de la Junta
que Gervasio Rubio ejercía las funciones de apoderado gene-
ral en el expresado valle, por lo que existía “un tejemaneje muy
frecuente de negocios y de cartas” entre él, Jaime Fornés y “los
diplomáticos ascéticos de la secta de los flagelantes en Mérida
que a lo divino nos trabajan e inquietan infinito”, fina ironía de
la que se vale el canónigo chileno para satirizar el sesgo clerical
de ese organismo. Reiteró de nuevo sus anhelos de la arribada
de las tropas desde Carora antes de que se internase Porras205,

205
Habla del mallorquín Pedro Ruiz de Porras capitán general de Maracaibo entre 1810
y 1812 en sustitución de Miyares. Su mandato se prolongó hasta diciembre de 1812 cuando
asumió esa gobernación el anterior.

142
quien se anunciaba debía pasar a Mérida. Con ellas se pondría fin
a ese “conciliábulo” con la expulsión del prelado y “sus secuaces”.
De lo contrario se extenderían de hecho en Barinas y Trujillo,
“menos corrompidos a la verdad, pero bastante dolientes del
imperio anarquista que ejercen los egoístas con la división
de opiniones que de intento alimentan”. Acababa de saber
que los enemigos domésticos habían sembrado el rumor en
Mérida y en algunos pueblos de su jurisdicción de que él
había venido a seducirlos para que se sometieran a Napo-
león. Al respecto sostuvo que había “vivilizado el celo del
obispo, porque procura prohibir los libros franceses y pros-
cribir sus herejías, invectiva ridícula de los pícaros traidores,
sostenida por los fanáticos”. Era un testimonio más de las
ideas conservadoras del clero merideño en abierta oposi-
ción al liberalismo del chileno.
Manifestó que la fiesta del día le había obligado a detenerse
por veinticuatro horas en Estanques, que era para él “punto a
la verdad peligrosísimo como garganta de lo interior” y por
su inmediación a Santa Rosa206. Le transmitió que en la se-
mana anterior se había traslado el apoderado del prelado
desde La Grita al lugar de Chiguara, distante legua y media de
Los Estanques, por lo que mostraba los lazos que se estaban
entablados para atraparle, “persuadidos de que les he descu-
bierto su complot hasta la última diferencia”. En Bailadores
observaría mañana sus semblantes, por lo que “no faltarán car-
tuchos que repartir entre los dieciséis individuos de mi comi-
tiva, ansiosos de consumir con provecho una arrobilla de
pólvora que trajimos de esa ciudad”. Se compadecía del
tiempo que había transcurrido en descubrir penetrar el plan

206
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

143
de estos sátrapas que con simulaciones de lealtad y patriotismo
habían distraído a la Junta caraqueña, recabando su consenti-
miento de erigirse en soberanas con el título de Suprema. Des-
tacaba que los vecinos honrados los detestaban y los naturales
le habían explicado con horror acerca de “estos gobiernillos
que los recargan de contribuciones”, mientras que Caracas
había extinguido los tributos. Insistía en concluir de una vez
la obra, sustituyendo a las juntas, gobiernos militares y políti-
cos con la fuerza competente de tropas para mantener el
orden en “bárbaros que ni conocen lo que es libertad civil ni
se prestarán nunca a recibir la ilustración de que carecen”. Su-
brayó que los menos vacilantes por su estupidez y que no ha-
bían merecido la confianza de “los subalternos de Napoleón”
no se habían desdeñado de proferirse con él que bien podrían
unirse si quisiesen, a Pamplona o el Socorro, que los habían in-
vitado a confederarse, pero que se bastaban y preferían ser in-
dependientes. Precisó que había avisado desde Trujillo que
dicha ciudad y su provincia se mostraban conformes con nues-
tro sistema y aun habían resistido las sugestiones mendozinas
dirigidas a establecer la monarquía barinesa en contraposición
a la de Caracas. Le constaba que lo pretendían. Esa localidad
se encontraba satisfecha de su contrata de Moo y Chimoo207 y

207
Una vez más se puede apreciar el lenguaje sarcástico de Cortés de Madariaga al incluir
en sus apreciaciones de la idiosincrasia andina al moo y al chimó. Pedro de Berástegui, quí-
mico y botánico, visitador general de la Renta del Tabaco y juez de comisión en todas las pro-
vincias de Venezuela en 1782-1784 los describió así: “del jugo del tabaco sacan el moo y el
chimó, cuyo uso es muy general en las Provincias de Mérida, Trujillo y algunas partes de Ba-
rinas. El moo y el chimó son un licor que se extrae del tabaco prensado: este licor se hierve
hasta tomar la consistencia de una jalea; es lo que usan en lugar de mascar tabaco, tomando
algunas porciones de este jugo y desliéndolo en la boca como si fuese un dulce”. Véase al res-
pecto, Berástegui, Pedro en Diccionario de Historia de Venezuela, 2ª ed. Caracas, 1997.

144
había jurado no separarse de su metrópoli, esperando que se le
subrogase un gobierno regular al de la Junta o vigardería(sic)208,
perjudicial a la felicidad de sus habitantes. Refrendaba que
debía procederse “al aniquilamiento de semejantes asambleas
y quitémonos de representaciones nacionales por parte de los
pueblos poco aptos para graduar sus fines y ventajas”. Mani-
festará que más adelante “llegará la época de que se civilicen
y entonces podrán hacer papel en su capital”, pero hoy en día
no sabían “más que intrigar, ambicionar, reñir con bajeza y
provocar rencillas, odios y enemistades”, que eran las leccio-
nes útiles en que los había imbuido el antiguo gobierno.
Vuelve a expresarse de nuevo de forma irónica al recomendar
poderosamente al provisor Méndez como penitenciario de
San Felipe Neri, al coriano Talavera para capellán del Sr Bo-
tellas y a Juan José Mendoza como director de caminos entre
el río Meta y la Portuguesa, para lo que era activo, con lo que
desempeñaría bien la comisión al sugerir que se le pasaba por
alto pedir a la Suprema un camarote en la corbeta surta en la
Guaira, que procedió de Cádiz con cuarenta y dos días de na-
vegación, en el que había de regresar allí “para el prelado domés-
tico del cardenal patriarca de Francia don Santiago Hernández
Milanés”. Señaló a continuación que más adelante iría recomen-
dando a “otros héroes de primer orden” y que aguardaba que se-
rían atendido por la Suprema con justicia “los buenos ministros
del Tocuyo Osio, Vergara, fraile Yanes, regidor Vizcaya y Bombo
Huarte, dignos todos de la superior consideración de la patria” y
la Junta por sus virtudes cívicas y morales209.

208
Bigardo es una persona vaga y viciosa, por lo que bigardería es una nueva versión sar-
cástica del chileno para denominar a esas Juntas constituidas con tales elementos.
209
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

145
Cortés celebraría que consignase a Santa Fe de Bogotá a
su arribada a esa ciudad al nuevo auditor de Barinas, a quien
ansiaba colocar de asesor de Alba y Frías210 a su tránsito por el
Socorro. Lo definió como “un precioso chico, natural del sitio
de los Cardones y despunta por el Quijote”. Le rogó asimismo que,
al escribir a Cádiz a los “embajadores” Palacios y Clemente211, les

210
Se refiere a Juan Nepomuceno Hernández de Alba Alonso y Diego Frías oidores de la Au-
diencia de Santa Fe. El primero, originario de Arévalo en Ávila, donde nació el 27 de diciembre
de 1750, se formó en la Universidad de Alcalá y en las academias de la Concepción y Santa Bár-
bara. Bachiller en derecho civil en Alcalá en 2774, fue designado oidor de Santa Fe el 29 de sep-
tiembre de 1790, sirviendo ese destino desde el 25 de febrero de 1791. procesó a Antonio Nariño
por la publicación de los Derechos del Hombre, que lo condujo al exilio. Acusado falsamente de
una conspiración promovida en 1809 por los peninsulares para ser designado Rey de Bogotá. En
1810 el comisario regio Antonio Villavicencio había recomendado su destitución por su odio
contumaz a los americanos. Destituido por los rebeldes en 1811, en 1812 se encontraba en La
Habana, donde fue promovido a alcalde del crimen en la Audiencia de México, empleo que al
parecer nunca llegó a tomar posesión. Sin embargo, fue designado oidor de la de Puerto Prín-
cipe en 1816, manteniéndose en ese puesto hasta su ascenso al de Regente. Diego Frías, natural
de Cogolludo (Toledo), donde nació el 8 de marzo de 1750, fue bachiller en derecho canónigo
por Alcalá, donde fue miembro de la Academia de jurisprudencia de San José. nombrado fiscal
del crimen de la Audiencia de Santa Fe el 11 de octubre de 1802, ejerció ese cargo desde el 25
de febrero de 1803. al ser considerado como el anterior un enemigo de los americanos fue des-
tituido y conducido al exilio en 1811. El 9 de junio de 1812 fue transferido a la de Cuba, asu-
miendo el puesto el 17 de febrero de 1813. se le ascendió a la de México el 21 de octubre de
1815, que ejercería hasta la independencia, tras lo que retornó a Puerto Príncipe por nombra-
miento de 14 de octubre de 1822 (BURKHOLDER, M, CHANDLER, D.S. Op Cit. pp. 159-
160 y 124-125). La Junta de Socorro los recibió como prisioneros el 10 de agosto de 1810,
conducidos desde Santa Fe para que en Socorro se les siguieran las causas correspondientes por
los excesos y tiranías cometidos contra el vecindario. La Junta le franqueó pasaporte el 14 de
abril de 1811 para su traslado a Cartagena y desde ella hacia España (RODRÍGUEZ PLATA,
H. La antigua provincia de Socorro y la independencia. Bogotá, 1963, pp.132-133).
211
Una vez más se puede apreciar la ironía del chileno pues Esteban Palacios y Blanco, tío
materno de Bolívar y su padrino de confirmación, que fue su protector en Madrid. Había
sido designado diputado a Cortes en Cádiz sin contar con el beneplácito de la Junta de Ca-
racas. Siguió residiendo en esa ciudad andaluz hasta que en agosto de 1825 retornó a Cara-
cas, donde el Libertador por enfermedad del titular de la Intendencia Cristóbal Mendoza lo

146
encargase la remisión de patentes de salvo conducto para repartir
entre los amigos del colombiano. Subrayó que iba “de joco serio,
pues suele usarse en la correspondencia oficial sin perjuicio de la
circunspección de los negocios que se versan en un Estado”. Ase-
veró que era “el único lenitivo que minora las penas inseparables
del Espíritu en el concurso de las ideas que se acumulan para
agobiarle, el mío se posee demasiado de los sagrados intereses
que manejo y que desde que haya hombre que sufra más en su
mente a consecuencia de la inconformidad, malicia, idiotismo y
torpeza que advierto en la humanidad, fascinados únicamente en
reagravarse las desgracias que heredamos de Adán”. Él sería re-
pudiado para el concepto de los supersticiosos y de los tiranos,
pero ahora y en la hora de su muerte se ratificaba en abominar a
los perversos que pretendieren privarnos con censuras y pros-
cripciones de la santa libertad que les competía. Este bien no lo
alcanzaría Mérida si no viniesen tropas en quince días. Por lo
que auguraba también desdichas para Barinas y Trujillo siempre
que no se sofocase a “sus juntillas” y se expurgase en ambos suelos
el comején que los infestaba. Se le había acusado incluso para de-
primirle de haberse llegado a suponer que había exigido donati-
vos en favor de su bolsillo. Afirmó finalmente que a su vuelta de
la capital neogranadina le impondría de “ciertos arcanos que aún
no es conveniente relevarlos”212.

designó como tal interinamente en 1828. Falleció en la capital venezolana en 1830., Fermín
Clemente y Palacios, era pariente del anterior. Su hermano Lucio era cuñado de Bolívar. Ele-
gido en 1810 diputado suplente por Caracas, lo fie también en 1813 y comienzos del Trie-
nio. Nunca regresó a su país natal, falleciendo en Cádiz en 1847. Tanto Palacios como
Clemente dirigieron una comunicación al ayuntamiento de esa ciudad ignorando la exis-
tencia de la Suprema, por lo que fueron desautorizados por esta el 31 de enero de 1811. El
segundo, como veremos más adelante, se convirtió en las Cortes gaditanas en un defensor de
los ocho dirigentes republicanos.
212
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

147
Desde Rosario el canónigo dirigió una extensa misiva al
marqués del Toro el 18 de febrero de 1811. En ella se decla-
raba “el ángel tutelar que la providencia ha destinado para salvar
a los dignos venezolanos y libertar este suelo del feroz corso,
que pretende invadirlo”. Con fechas de 6, 8 y 10 de ese mes le
había noticiado los descubrimientos obtenidos por su sagaci-
dad en orden “a la perfidia de los funcionarios de Mérida trai-
doramente convenidos con el gobierno de Maracaibo y sus
caudillos Miyares y Porras”, que contaban con el apoyo de Mi-
lanés, de su secretario Talavera, la mayor parte del clero y los
emisarios Gervasio Rubio y Jaime Fornés. Manifestó también
la abierta comunicación de los puertos de Santa María, Santa
Rosa, Escalante y San Faustino, que comerciaban con lo interior
de las tres provincias de Mérida, Barinas y Guayana. Le había
añadido que su guarnición, sostenida por Maracaibo alcanzaba
los seiscientos hombres. Por último le había participado que el
gobernador Porrras trataba de pasar a Mérida de acuerdo con su
junta por la vía de Cúcuta o puerto del Limoncito, en el río
Zulia, y que acaso habría ya verificado su entrada. Para contra-
rrestarlo le había rogado la disposición a marchas forzadas a
Mérida de quinientos soldados de sus mejores tropas al mando
de su hermano Diego o de otro jefe que desbaratase la Juntilla
de bribones y que se encargase de la expulsión de los principales
reos comprendidos en la nota que incluía en su oficio del 6, y, en
fin, para que se pusiera una barrera que nos precaviese del cúmulo
de males a que nos había comprometido “nuestra cauta creduli-
dad”, por haber confiado del simulado patriotismo de “los mal-
vados meridianos”. Expresó los insultos recibidos del prelado y
del conventículo y que a todo riesgo iba a continuar su ruta por
Bailadores y Cúcuta. Para la fecha lo estimaba en Trujillo con sus
tropas. Para que tuviese constancia de sus resultados posteriores,

148
por mediación de su familiar Juan de Parra213, sujeto de su entera
satisfacción, que estaba encargado de llevarle este pliego antes de
seis días, si lo encontrare en su camino, y, en su defecto que lo hi-
ciese conducir al jefe que viniere mandando las tropas, de cuya
eficacia esperaba no retardará en remitirlo hasta Carora. Reco-
mendó al mensajero, que se hacía acreedor por sus buenas cir-
cunstancias y este gratuito servicio ser remunerado “en las cosas
de su resorte” e incluso recomendado a la Suprema Junta. Le co-
municó su arribada a Bailadores el 15, donde se entendió con el
oficial Rodríguez, que le cercioró de su insuficiente fuerza para
impedir el tráfico criminal con la laguna. Le expresó que había
examinado después a un indio que había conducido pliegos desde
Escalante rotulados a don Clemente Molina214, alcalde ordina-
rio del referido pueblo o villa de Bailadores. Se trasladó allí, pasó
a la casa de su cura y reunió a los vecinos en sociedad para inda-
gar su opinión. Concurrieron tanto Molina como su yerno “ca-
talán Travieso y tenacero”215, el factor Mesa216 y el visitador
Uzcátegui217, quien le informó que hacía de juez comisionado en

213
No sabemos si se trata de Juan Antonio de Parra, nacido en Trujillo hacia 1750, que
donó dos mil pesos a las tropas realistas y rehusó poner al servicio de los republicanos a su
hijo Miguel, o de su hijo Juan Bonifacio de la Parra. También ignoramos su grado de pa-
rentesco con Cortés de Madariaga. (PICÓN PARRA, R Op. Cit. Tomo IV, pp.434-437.
214
Clemente Molina Martínez, hijo de Vicente Molina Osorio y Nicolasa de las Nieves Ra-
mírez. era alcalde ordinario de La Grita en 1803 y miembro del poder ejecutivo provincial de
Mérida en 1811. Contrajo nupcias con María Jesús Contreras Molina. Hija de Miguel José
de Contreras y Buenaventura de Molina. PICÓN PARRA, R Op. Cit. Tomo IV, p.330.
215
Debió de estar casado con una hija de Clemente Molina Ramírez y María Jesús, pero
tal enlace no lo recoge Picón Parra PICÓN PARRA, R Op. Cit. Tomo IV, p.330.
216
Probablemente se refiere a Agustín Mesa, que había sido factor de tabaco de Orituco.
216
Probablemente se refiere a Agustín Mesa, que había sido factor de tabaco de Orituco.
217
Se refiere a Francisco Antonio Uzcátegui Dávila, nacido en Timotes hacia 1748, Co-
legial de San Bartolomé de Bogotá, se ordenó sacerdote en 1770, obteniendo ese mismo año

149
un sumario que se seguía contra dicho Mesa y su hijo, por ha-
bérsele sorprendido cuatro cargas de tabaco que llevaban al
puerto de Escalante.
Cortés reveló los apuros en que se hallaba en medio de tan-
tos enemigos. Para contrarrestarlos empleó la marcialidad que
exigía el momento para “descartarme de atingencias e intro-
ducirme en los dogmas del día”, sin aventurar ninguna pro-
posición que le expusiese a su venganza. Alude a su salida en
la tarde del quince para La Grita y los valles de Tariba, Capa-
cho y San Cristóbal. En cada uno de ellos no averiguó de los
vecinos honrados sino las intrigas de nuestros enemigos. En la
villa de San Cristóbal, diez leguas distante de Cúcuta, a die-
ciocho 18 del puerto de San Faustino y a treinta de Orinoco,
solo se encontraba un comercio libre con San José, El Rosario
y San Antonio que recibían los efectos de Maracaibo por Li-
moncito los trasladaban a San Cristóbal y desde ese punto se
internan por agua a la provincia de Guayana y por tierra a las
de Mérida y Barinas, conformes las tres con “el mercenario
lucro” que les reportaba la exportación de los cacaos, carnes,
cueros. El Don Gervasio Rubio había fijado su estancia en la
indicada villa con aprobación de Mérida y como apoderado de
Maracaibo. Para complemento de tales infamias, con la idea
de distraer a Caracas de toda sospecha, habían puesto en prác-
tica el reglamento de diputados. El obispo Milanés comisionó

los grados de bachiller, licenciado y doctor en Teología y Sagrados Cánones. Desde 1792
fue nombrado canónigo suplente del cabildo catedralicio de Mérida y en 1800 racionero.
Miembro de la Junta de Mérida en 1810, fue en 1811 miembro del colegio electoral consti-
tuyente en representación de la villa de Lobatera. Firmó la constitución provincial el 31 de
julio de 1811.Sería primer presidente constitucional de Mérida el 1 de agosto de ese año.
Exiliado en Nueva Granada, retornó en 1813, emigrando de nuevo al año siguiente a Bogotá,
donde falleció el 21 de mayo de 1815. Véase sobre él UZCÁUTEGUI URDANETA, M.
Ensayo biográfico sobre el canónigo Uzcátegui. Mérida, 1963.

150
a su confesor, el dominico Ortiz218, juntero de Mérida, para
que para que se trasladase a San Cristóbal y demás pueblos de
su jurisdicción con el objetivo, como había conseguido, de
sacar de elector a Juan Nepomuceno Quintana219, diputado
in pectore de los dos que preparaban en Mérida y de cuya es-
trategia había sido autor “el provisorsillo” Méndez, agente del

218
Fray Agustín Ortiz, del orden de Predicadores, era originario de Chiquinquirá (Nueva
Granada), donde nació en 1770. En 1797 se estableció en Mérida, siendo el último prior de su
convento. Capellán del de Santa Clara, familiar y confesor del obispo Milanés en 180, fue vocal
de la Junta de Mérida en 1810 y del colegio constituyente en 1811. Juró la independencia como
superior dominico. Se le abrió causa de infidencia, por la que fue encarcelado y liberado más
tarde por la Audiencia de Caracas. Tomó parte activa en la rebelión de la Cosiata de 1826. Fa-
lleció en Mérida en 1832 (PICÓN PARRA, R Op. Cit. Tomo IV, pp.777-778).
219
Natural de Caracas, era hijo de Francisco Antonio García de Quintana, originario de
Quintana en el concejo de Valdés (Asturias), y de la caraqueña Josefa Antonio Vélez de Cos-
sió. En 1779 su padre pasó a Caracas a la compañía de un tío suyo. En su universidad estu-
dió, alcanzando los grados de bachiller en Teología, Derecho Canónigo y Civil. Por doce
años ejerció como administrador de correos. En la universidad de Santo Domingo se doc-
toró en 1783 en Sagrados Cánones. En la recién creada audiencia caraqueña fue en 1786
nombrado agente fiscal único de lo civil y criminal y de la Real Hacienda. En 1793 solicitó
la concesión de honores de oidor de esa audiencia o de la de Santo Domingo, pero no le fue
concedido. En 1802 seguía ejerciendo el empleo citado. (BRUNI CELLI, B. Op. Cit.,
pp.303-310). Juan Nepomuceno fue bachiller, licenciado y doctor en Teología en 1798,
1800 y 1801, respectivamente. Fue diputado por Achaguas y firmó el acta de independen-
cia. Fue comisionado por el claustro de la Universidad de Caracas, donde ejercía como ca-
tedrático de teología moral, junto con el doctor Felpe Fermín Paul para contradecir las tesis
de William Burke sobre tolerancia de cultos. Imprimó un texto titulado La intolerancia po-
lítico-religiosa vindicada o refutación del discurso que a favor de la tolerancia religiosa publicó
Don Guillermo Burke en la Gaceta de Caracas del martes 19 de febrero de 1811 nº20 por la R.
y P Universidad de Caracas. Con posterioridad a los terremotos de 1812 se entrevistó junto
con el padre Manuel Vicente Maya con Monteverde incitándole a la ocupación de Caracas.
apoyó incondicionalmente al canario y fue comisionado por la Universidad a España para so-
licitar medidas favorables a ese centro. Junto con el regidor Juan Joaquín de Argos se trasladó
a Cádiz con el encargo de Monteverde de instruir a la Regencia sobre los acontecimientos
acaecidos desde el 19 de abril de 1810 y adoptar medidas reformadoras. Sin embargo, falle-
ció en el mar durante el trayecto. (DONIS RÍOS, M.A. Op. Cit. pp.71-78.

151
obispo en Caracas y clave principal de la gran tramoya de las
tres provincias con “el Rey de La laguna”. Le recordaba que en
sus anteriores oficios había suplicado la Suprema que a Mén-
dez, y Mendozas, Milaneses y Talaveras se les confinase de
nuestro seno. Ahora se ratificaba en su petición por ser abso-
luta e indispensable necesidad para la quietud del país y para
cortar los vuelos de la anarquía que han fomentado los que de-
nominó cismáticos. Le preguntó que le parecía “el hipócrita
obispito” que no reconocía ninguna autoridad en Caracas ni
representación en sus comisionados, y al propio tiempo daba el
nombre de los diputados que se habían de elegir por Mérida
para asistir al Congreso. El Méndez había escrito que, como
Caracas estaba perdida en religión y costumbres, los individuos
del congreso debían ser eclesiásticos, para arrastrar así el to-
rrente de los pueblos alucinados con supersticiones e invectivas.
Le escandalizaba una conducta tan reprobada, pero tal era la
que habían observado y practicado nuestros hermanos que
afianzaban su éxito en la ignorancia de los mismos pueblos, a
quienes no habían querido proporcionar ilustración ni aun
conocimiento de los papeles públicos y reglamentos de Cara-
cas. La Junta se los había tragado todos y el prelado “con su Ta-
lavera y Méndez” habían contraído la vigilancia pastoral a
prohibir el papel colombiano y a renovar los edictos contra
Francisco de Miranda que había expedido el mismo Milanés
en 1806, de forma que cuando se hubiese averiguado más cerca
de dichos zoilos bastaría lo relatado para proscribir sus personas,
destruir su junta y las de Trujillo y Barinas, insistir en sujetar a
Guayana y la sojuzgación y castigo pronto de Coro y Mara-
caibo, no por el conducto paliativo e impotente de los ingleses
sino con el levantamiento en el día una fuerza de cuatro mil
hombres para obstruir la comunicación de las dos últimas pla-
zas con las provincias internas y de esa forma escarmentar a los

152
traidores y facciosos que habían prestado pábulo y suminis-
traban el gas del incendio con que trabajaban para abrazarnos
los genios infernales de Miyares y Ceballos. Le advertía que “el
cuartel general napoleónico dispuesto para esclavizarnos en
Maracaibo. Siguió insistiendo a Francisco Rodríguez del Toro
para que se malograse “el pequeño intervalo” que nos quedaba
para redimir la Patria del yugo que la amenazaba. Comentó
que Nueva Granada se abrazaba ya en disensiones en Mom-
pox, donde había corrido mucha sangre, mientras que Socorro
y Pamplona desconocían a Bogotá y se veían desobedecidas
estas mismas juntas de lugares subalternos que alegaban lo ju-
raron solo en concepto del mismo soberano gobierno de Santa
Fe. El Rosario, desde donde le hablaba, y San José de Cúcuta,
una legua distante, se hallaba aun “como moros sin señor”.Cien
hombres desarmados que había mandado Pamplona al Rosa-
rio, lejos de impedir la traición y de atajar la anarquía, eran
“tranquilos espectadores de la infidencia”, por lo que se inte-
rrogaba que debían prometerse de tales premisas, a lo que con-
testó que triunfase Napoleón y nos esclavice220.
Para él la solución estribaba en la remisión de quinientos
hombres al Rosario y San José de Cúcuta, luego que se guar-
neciera a Mérida y Bailadores. Deberían permanecer cien es-
tables en cada una de las referidas villas para poner orden,
mientras que los trescientos restantes deberían atrincherarse en
Limoncito, a la ribera del Zulia, por ser de buen temperamento
y por intentar Ruiz de Porras por su puerto introducirse con
sus huestes. Opinaba Cortés de Madariaga que con razón ha-
llaría la anuencia de los criollos decididos por la causa de Mi-
yares, “tanto por afecto, como a pretexto de que Pamplona y el

220
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

153
Socorro los convidan con la alianza”, sin poderles asegurar di-
chas Juntas ni la de Caracas, las ventajas de comercio que les
prometía y experimentaban con la amistad de Maracaibo.
Aseveró que tal era “el lenguaje de los bárbaros egoístas y crue-
les asesinos que prefieren el mísero lucro de los dineros al don
santo de la libertad”. Pero entendía que no había remedio por
hallarse corrompidos y acomodados con las cadenas, siempre
que “les endulce el acíbar con la miel del oro”. Le comunicó
que el día anterior, a las siete de la tarde, había ingresado en
esta villa, jurisdicción política de Bogotá con el disgusto y zo-
zobra sufridos por el hombre de bien destituido de fuerza y de
poder para hacerse respetar. A las dos horas de su llegada con-
firmó las noticias adquiridas en el camino y se cercioró del trá-
fico abierto que se llevaba con Maracaibo. Subrayó que
superaban el medio millón de pesos en su valor las ropas que
la laguna había metido aquí y en San José, prescindiendo de
caldos y mercerías. Todo a un 25% menos para su venta que
en Caracas, La Guaira y Puerto Cabello. Lo podrá inferir por
el ridículo artículo de guardabrisas que no excede de seis a doce
pesos por par en su venta. El retorno se efectuaba en frutos pre-
ciosos de la tierra. Incluso las aves y los huevos se llevaban a
Maracaibo para consumo de aquella plaza y “regalo de sus in-
fames visires”. La sal formaba en la actualidad el balance por
defecto de numerario. Pasaban de 550 cargas las que había en-
contrado desde Bailadores a Cúcuta, que iban para el consumo
del interior. El fraile Ortiz, juntero y confesor del obispo, había
introducido sus veinte cargitas a ejemplo del palacio de su amo,
donde se vendía rica manteca, y del Deán vizcaíno Irastoza221,

221
Primer Deán de la catedral de Mérida, el licenciado Francisco Javier de Irastorza era
originario de Subijana de Morillas (Álava), donde nació el 1 de diciembre de 1758. Era hijo

154
retirado al pueblo de Lagunera, en el cual se habían hallado de
traficantes del pan de trigo, que se amasa muy exquisito en su
casa. Llegó a exclamar irónicamente: “¡Qué de ministros tiene
la Iglesia Santa del Señor! Aseveró que de “esta clase de vi-
vientes es la que califica de impíos e irreligiosos a los nobles he-
roicos caraqueños”. Las tropas arribadas tendrían que deducir
sus costos y mantenerse con los bienes que debían confiscarse
a los traidores del cuerpo de negociantes agricultores. Para él se-
rían muchos los reos, por lo que aseguraba que, puesto el em-
bargo sobre los efectos pertenecientes a Maracaibo en tiendas y
almacenes de Rosario y San José no bajará el producido de
200.000 pesos. En San Cristóbal y San Antonio, jurisdicción
de Mérida, diez leguas distante uno de otro, no faltará tampoco
botín, ya que era justo que los pícaros pagasen los gastos y amar-
guras por ellos ocasionados. Tendría que elegir persona de su
confianza, que trajese asesor, pues había infinito que operar y
“del cuero salen las reatas”. Expresó que la junta de Pamplona se
componía “de intonsos y jorlipones222”, por lo que no debía
aguardarse nada de ellos. Afirmó que se debía custodiar la
casa, fortificarse en esta raya para cortar custodiemos nuestra

de José Ignacio de Irastorza, natural de Anzuola (Guipúzcoa) y de la lugareña Manuela Bal-


tasara de Hereña. Arribó a la capital andina en 1792, siendo vicario capitular en 1792 y en
1799 juez general de diezmos. Efectuó testamento por problemas de salud en Mérida el 5 de
diciembre de 1807. Fiel a la causa monárquica en 1810 y 1811, por lo que se le abrió causa
como reo de estado y se le confiscaron sus bienes en 1812 recibió a los realistas con júbilo y
en 1813 emigró a Maracaibo con el canónigo Mas y Rubí. Instaló en esa ciudad el colegio se-
minario con el nombre de San Fernando con el anterior como rector. Tomo posesión del
obispado en nombre del prelado Lasso de la Vega en 1815, falleciendo al año siguiente.
(PICÓN PARRA, R Op. Cit. Tomo IV, p.776).
222
Intonsos en este contexto significa ignorantes e incultos. La segunda voz no la he po-
dido encontrar.

155
casa, fortifiquemos en esta raya cortemos el revesino223 a los
“maracayberos, meridianos, barineses y zánganos de Guayana”.
Con ello pronosticó que no durará cuatro meses el cisma que
nos aflige. Estimaba que el patrimonio poco reembolsaría sus
crecidas erogaciones y “cantaremos los himnos sacros de nuestra
gloriosa libertad pesia al diablo perturbador de nuestro sosiego
y a los genios de Napoleón”. Comunicó que a las cuatro de la ma-
ñana salía para Pamplona por no ser prudente detenerse allí. Le
rogaba el envío inmediato de estos oficios a la Suprema, signifi-
cándole la angustia que le privaba de oficiar por separado224.
También le rogó que por ningún motivo proporcionase
las armas pedidas por las juntas de Socorro y Pamplona, por-
que ambas conspiraban contra Bogotá y “los intereses de la
patria, de tal forma que Nueva Granada se encontraba en
combustión y las provincias buscaban armas para destruirse”.
Un texto que evidenciaba también las mismas contradiccio-
nes vividas por la de Caracas en el Nuevo Reino. Se habían
recibido noticias de Tunja en el día en la que se afirmaba que
“el héroe don Camilo Torres225” quedaba preso en Santa Fe,

223
Cortar el revesino significa dificultar las pretensiones.
224
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
225
Camilo Torres Tenorio nació en Popayán (Nueva Granada) el 22 de noviembre de
1766. Hijo del natural de Lumbreras (La Rioja) y de la payanesa María Teresa Tenorio y Car-
vajal, natural de Popayán. Su familia poseía extensos terrenos en San Juan del Micay y en
Neiva. Realizó sus estudios en el Real Colegio Seminario San Francisco de Asís y en el menor
de Nuestra Señora del Carmen de Bogotá, graduándose en el bachillerato de filosofía. Cursó
Derecho Canónico en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, por lo que se le ex-
pidió el título de abogado de los Reales Consejos. Ilustrado, participó en la tertulia el Arcano
sublime de la filantropía, por la que fue procesado a raíz de la traducción de los Derechos del
hombre y del ciudadano por Antonio Nariño, La inquisición le incautó de su biblioteca un
amplio número de libros prohibidos. Como asesor del cabildo de Santa Fe dio a luz en 1809
una Representación capitular a la Suprema Junta Central de España, el célebre Memorial de
agravios, una crítica al gobierno español y una denuncia de las pocas posibilidades de acceso

156
que cinco individuos de la Junta de Mompox se habían refu-
giado en Ocaña, por lo que llegó a insinuar que “el frenesí de
ambicionarlo todo, si Dios no lo remedia, abismará sin recurso
a los idiotas granalencos”. Aseveró que “con menos proporciones
que nosotros, sus desgracias serán incalculables”. Aunque los ve-
nezolanos estaban al borde del precipicio, sin embargo “con ex-
pertos generales y celosos misioneros nos descartamos de la
polilla doméstica y burlamos al extranjero”. Exclamó al respecto:
¡Bendiga el Cielo los votos del pueblo venezolano!” Concluyó
la misiva con la afirmación de que Miyares no se había movido
de Maracaibo y aguardaba legiones de Europa226.
Sus últimos escritos, fechados el 6 de febrero, reseñaban
que “el Gran pícaro de Paredes” había tenido la osadía de decir
a su pariente Francisco Briceño a las ocho de la noche que en
la mañana del mismo día había aguardado en casa que se le pi-
diese auxilio por el obispo con la finalidad de dejarle arrestado
en su palacio. Profirió sobre ello que asombraba solo el pensar
la audacia de “estos gansos”. Se lamentó que el prelado, al ser re-
convenido por él dulcemente de “sus anteriores atentados de
pastorales” y de los diez mil pesos que sufragó para la rebelión
de Coro, se le expresó esas eran especies del marqués del Toro.
Le repuso que nombrase “con más decoro a ese señor que no
sabe calumniar a nadie, ni es tan ligero”, como pensaba Mila-
nés. Una vez más denunció “los tenaceros vendidos a Coro y
Maracaibo” que debían expelerse de suelo venezolano “para

al poder de los criollos nobles.. El 27 de octubre de 1812 alcanzó la presidencia de las Provincias
Unidas de Nueva Granada, que mantuvo hasta 5l 5 de octubre de 1812, en la que repitió entre el
15 de noviembre de 1815 y el 22 de junio de 1816. Huido a Popayán, fue detenido por Morillo
que lo hizo preso, le incautó sus bienes y lo fusiló en Bogotá el 5 de octubre de 1816, colocando
su cabeza clavada en un lanza en la plaza principal de la ciudad.
226
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

157
ser arrojados al infierno napoleónico”. Para él estos eran el ci-
tado prelado, su secretario Mariano Talavera, “alias el coriano
audaz”, el provisor Méndez, que hacía de apoderado por Bari-
nas en la Junta Suprema de Caracas, los presbíteros Antonio
María Briceño, Enrique Salas Manzanero227 y Buenaventura
Arias228, vicerrector del seminario, el “frailucho” dominico y
confesor del prelado fray Juan Agustín Ortiz. A ellos le seguían
el comandante de las armas Ignacio Paredes229 y Blas Hernán-

227
También conocido por Enrique Manzaneda y Salas. Natural de Trujillo fue alumno del
seminario de San Buenaventura y maestro de ceremonias de la catedral de Mérida en 1810 y
cura castrense de Maracaibo. Vocal de la junta de Mérida de 1810, del colegio electoral y del
poder ejecutivo, envió una circular junto con otros clérigos el 11 de septiembre de 1811 en la que
hacían constar que la falta de comercio con Maracaibo se debía a la oposición del gobierno de
esa ciudad. Como presidente del ejecutivo plural, pidió el 23 de marzo de 1812 el apoyo a las
fuerzas enviadas a Bailadores y La Grita, mandadas por el capitán maracaibero Francisco Yepes
para ocupar el área. Fue preso en 1812 en unión de los también sacerdotes Antonio María Bri-
ceño Altuve, fray Agustín Ortiz y del merideño bachiller en cánones José Lorenzo Aranguren.
Condenado a diez años de castillo, destierro perpetuo y seis mil pesos de multa, como tras otras,
sus penas fueron conmutadas por la Real Audiencia. En Trujillo se unió a Bolívar en calidad de
capellán del ejército libertador en 1813. Emigró s Nueva Granada y más tarde terminó sus días
en 1814 de paludismo en el Apure. Tuvo otro hermano clérigo Mateo de Manzaneda y Salas
(PICÓN PARRA, R. Op. Cit. Tomo IV, p.767; DÁVILA, V. Op. Cit., pp.139-147).
228
Hijo de Francisco Arias de Vergara y Mariana de Vergara, nació en el Arenal (Mérida),
siendo bautizado en Tabay el 2 de marzo de 1772. Fue el primer colegial investido con la beca
de seminarista en el colegio seminario de San Buenaventura. En 1795 fue catedrático de fi-
losofía de ese centro y su vicerrector en 1805. Doctorado en Teología en 1808, ascendió rec-
tor en 1810. Vocal de la junta de Mérida y rector de la universidad erigida por ella, presidió
en 1811 el colegio ejecutivo constituyente. Enjuiciado por infidencia en 1812, emigró en
1814 a Nueva Granada. Regresó a Mérida en 1817 en calidad de racionero. En 1822 ascen-
dió al rectorado de nuevo y fue designado obispo auxiliar y más tarde de Jericó en 1827. Se
negó a jurar la constitución de 1830 por lo que fue desterrado. Falleció en el exilio en San
Juan de César (Río Hacha, Nueva Granada) el 19 de noviembre de 1831 a los 59 años de
edad. (PICÓN PARRA, R. Op. Cit. Tomo IV, pp.42-43).
229
Hijo del ya citado Juan Antonio Paredes. Fue bautizado en Santiago de la Mesa el 14
de febrero de 1796. Se desposó con Isabel Pimentel Roth, hija de don Antonio Valcarce Pi-
mentel y Gertrudis Martínez Covarrubias. Testó el 21 de agosto de 1847. (PICÓN PARRA,
R. Op. Cit. Tomo IV, pp.408-409).

158
dez Pascua, medio hermano de Milanés230 . Concluye su ale-
gato con la creencia de que a esa provincia, ni a las de Trujillo
y Barinas se les debía admitir en el Congreso con ninguna re-
presentación, mientras no se retracten sus errores y se ilustren,
lo que calificó de “¡obra muy larga!”231
Se añadió finalmente al expediente de su causa el libro im-
preso de su diario y observaciones en su regreso de Santa Fe de
Bogotá, ampliamente conocido y reiteradamente editado por
la historiografía venezolana.

230
Se embarcó con licencia de 13 de mayo de 1802 con el prelado desde Cádiz rumbo a
La Guaira en el bergantín San José alias el Argonauta para servir en las milicias de la provincia
de Maracaibo en la clase de subteniente agregado en Mérida, para residir junto a su her-
mano. A.G.I. Arribadas, 520 nº216. Era hermano de padre del prelado. Su madre era Ter-
cia Pascuas. Se asentó más tarde en Caracas, donde casó con María Ramona de la Guerra
Guillén, hija del ministro tesorero Francisco de la Guerra y Sánchez Mosquera y Narcisa
Guillén de Saavedra, y ejerció como subteniente agregado al batallón veterano de Caracas.
tuvo una numerosa descendencia.
231
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

159
Causa contra Juan Germán Roscio

El 26 de noviembre de 1812 Pedro Benito Vidal dio comienzo


a los autos contra Juan Germán Roscio. En su interrogatorio al
ya referido regidor caraqueño Francisco Antonio Carrasco, este
refrendó que Roscio efectuó el principal papel en las Juntas pre-
paratorias que para ello se tuvieron en la casa de Manuel Díaz
Casado y que por la misma voz pública común y general sabía
que en el día 19 de abril de 1810 había sido uno de los princi-
pales agentes y funcionarios del Gobierno de la Revolución y
que se le había nombrado secretario de Estado en la de Ha-
cienda. Afirmó que había manejado todos los caudales existen-
tes en las cajas reales que, según tiene entendido, eran de mucha
consideración. Reflejó que también había sido individuo del
Congreso y del Poder ejecutivo federal durante la promulga-
ción de la terrible ley marcial “que tanto daño causó a estas pro-
vincias porque los esclavos se huían de sus haciendas, los
labradores de sus labranzas y eran muchos lo que andaban por
los montes por no querer tomar las armas contra los españoles
europeos a que dicha ley los obligaba con tanto rigor”. Tam-
bién había sido autor según voz pública del proyecto titulado

161
Patriotismo de Nirgua, en que se dice mal de los Reyes de Es-
paña y particularmente de nuestro desgraciado y amado Fer-
nando, de los Papas y de los Concilios, que en todo se remitió
a dicho papel. Su autoría se manifestaba bien evidente además
por las letras iniciales con que concluía de JGR, equivalentes a
su nombre y apellido. Aseveró asimismo que se le atribuían
“muchos papeles sediciosos, proclamas seductivas y gacetas lle-
nas de patrañas, embustes y mentiras que exageraban las pérdi-
das de España, aumentaban y daban realce a las victorias que
conseguían los franceses en la Península y fingían cuanto le pa-
recía a propósito para alucinar al pueblo, en el que no corrían
más papeles que los que él quería”. Se hablaba también de su co-
rrespondencia con el marqués del Toro durante la expedición de
este último a Coro, como también con el Canónigo Cortés de
Madariaga mientras que fue de embajador al Virreinato de
Santa Fe. Destacó su “principal papelón” en la revolución, ya
que, “aunque no sonase en todo, nadie se atrevía sin su aproba-
ción a hacer cosa alguna”. Recordó que se trasladó con ese ecle-
siástico a La Guaira a la arribada del Arzobispo Coll para
proponerle las condiciones bajo de las cuales se le había de dar
la posesión. Recogió que era “cruel y sanguinario”, hasta el
punto que había votado sentencia de muerte contra siete en la
causa de llamaron de los Linares, que no se ejecutó por haber
ocho nueve en contra, frente a siete a favor. Subrayó que no te-
nían “los desgraciados titulados reos otro delito que el ser lea-
les a su Rey y a su Patria” De haber sabido que se le llamaba a
declarar, habría podido traer a la memoria algunas cosas más232.
Más adelante le tocó de nuevo el turno a José María Gar-
cía de Noda. Este recogió la anécdota de un cabildo de indios

232
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

162
que solicitó a Roscio si había de efectuar las elecciones de ofi-
ciales de justicia en primero de enero o como acostumbraban,
le respondió que “ya no había día más memorable que el 19 de
abril que este debía de ser la época, como que lo era de su li-
bertad, en todas sus operaciones y que se dejaran de primero
de año, pues eso era en tiempo de los Reyes y así se debía ol-
vidar”. Relató también que a él se debía lo publicado en las
Gacetas sobre sobre los derechos de América, “aunque firmaba
un inglés llamado Bulg digo William Burke”. Lo que parecía
indudable era su autoría en el “maldito libro” titulado Patrio-
tismo de Nirgua”, firmado con sus iniciales.
La siguiente declaración correspondió al regidor del ayunta-
miento Antonio Carballo, de 57 años de edad, que reiteró lo
apuntado por el anterior. El también regidor Francisco de Aram-
buru, de 50 años, expuso que era mucho lo que había escrito en
perjuicio de la causa del Rey y “mucho el veneno en sus escritos
ha diseminado por la América”, siendo uno de los que dictaron “la
perversa, maldita Ley marcial que tantos daños ha causado”233.
El síndico procurador de Caracas, el comerciante vasco na-
varro Juan Bernardo Larraín234, de 46 años de edad, señaló que

233
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
234
Era originario de Oyeregui en Navarra, donde nació el 28 de marzo de 1767. Hijo de
Manuel Larraín y Josefa Echenique, see había desposado en la Catedral de Caracas el 19 de
noviembre de 1796 con María del Carmen Elizalde, de ascendencia vasca, vástaga del gui-
puzcoano de Azpeitia José de Elizalde y de la caraqueña Ana Basabe. Falleció en Caracas el
20 de septiembre de 1846. Residente en Cádiz, y obtuvo Real licencia el 16 de abril de 1790
para viajar a Cumaná y Caracas en la fragata “San Francisco de Asís” alias “Guásinton”, a
cargo del maestre don Martín de Irasoqui, con mercancías por valor de 70,602 reales de ve-
llón, con fianza de su hermano, Juan Bautista, vecino de Cádiz. Fue procurador del ayunta-
miento caraqueño en el expediente para promover el traslado a la capital de la Audiencia
desde Valencia, donde se hallaba provisionalmente. Había declarado ante el oidor Mosquera
sobre la conjuración de los mantuanos. En su testimonio sostuvo que se había dado comienzo

163
era voz general que Roscio había compuesto muchos papeles in-
cendiarios y que los había remitido al Reino de Santa Fe, Puerto
Rico, La Habana y a cuantas partes había podido, por ser “hom-
bre infatigable e incansable en el escribir”, que “por no tener más
tiempo, era capaz de no dormir. Vio uno en casa de Pedro Igna-
cio Aguerrebere235, que creía había traído el administrador de la
Real Hacienda de la villa de Calabozo don N. Causin236.
El oidor de la Audiencia caraqueña Pedro Benito y Vidal
incorporó a la causa que abrió a Juan Germán Roscio el 2 de
diciembre de 1812 un texto elaborado por este jurista diri-
gido el 14 de abril de ese año a los ciudadanos de la municipa-
lidad de Guanare. En él manifestaba que, por acuerdo de la
cámara de representantes del 12 de ese mes, pasaría a ese dis-
trito Domingo Alzuru237, con facultades amplias y en calidad de

a ella cuando acudió a Caracas el comisionado de Sevilla y que sus promotores eran José
Félix y Juan Nepomuceno Ribas y Martín y José Tovar Ponte. Integró la junta de secuestros
erigida por Monteverde tras la caída de la Primera República.
235
Comerciante vasco-navarro originario de Arizkun en Navarra. Casó en Caracas el 24
de noviembre de 1795 con Juana Catalina de Echenique Blandín. Había sido maestre de
buque del comercio con Cádiz.
236
Se refiere al administrador de la Real de Hacienda de Calabozo Miguel Antonio Cou-
sin, que en 1799 recibió en su casa a Alejandro de Humboldt. Se desposó en esa villa con la
calaboceña María de la Concepción Saba Delgado y Silva, con la que tuvo una numerosa
descendencia (LORETO LORETO, J. Linajes calaboceños. Caracas, 1990, p.35).
237
Originario de Ospino, fue abogado de la Real Audiencia y congresista. Durante la Pri-
mera República dirigió la Casa Sociedad, una especie de centro carcelario. Había sido co-
misionado para la reconquista de Guanare, Ospino y Araure durante la ofensiva de
Monteverde. Por orden de este último sufrió prisión en las bóvedas de La Guaira. En La Se-
gunda República fue síndico de la corporación municipal caraqueña. Efectuó un discurso en
la iglesia conventual franciscana en la que exhortó a la Iglesia a ceder a la patria los tesoros
donados por los fieles. A su caída se exilió en Margarita, donde obtuvo pasaporte de Mori-
llo para unirse en Valencia con su esposa e hijos. Enfermo, fue remitido al castillo de San Fe-
lipe de Puerto Cabello, donde se le abrió causa de infidencia, de la que fue absuelto por la

164
magistrado superior, “para contener a toda costa la sagrada causa
de Venezuela y de toda la América independiente y libre, causa de
Dios y de la religión de Jesucristo, que detestan el despotismo y
tiranía, y no quiere que se tributen a ninguna criatura los home-
najes y adoración debidos al Ser Supremo y mucho menos al es-
púreo y necio hijo de María Luisa, que jamás ha tenido derecho
para mandar en estos países, ni pueden tenerlo sino aquellas per-
sonas a quienes el pueblo unido soberano se lo haya transmitido
por medio de una votación espontánea y arreglada a su constitu-
ción”238. Es un pasaje sin duda debido a su pluma, en el que se
puede apreciar sus puntos de vista en materia religiosa y política.
El 2 de diciembre de 1812 declaró en Caracas Miguel An-
tonio Causin, por entonces de 44 años de edad, que con motivo
de la llegada a Calabozo de Domingo de Alzuru, “acompañado
de uno que llamaban su secretario” y de cuatro soldados de es-
colta, el citado permaneció en ella desde el 13 al 21 de mayo de
1812, en que, noticiosos de que se acercaban nuestras tropas,
prepararon su viaje y lo verificaron después de haber comen-
zado el fuego entre las tropas republicanas y las realistas co-
mandadas por el teniente coronel Eusebio de Antoñanzas. El
referido salió de la villa con la comitiva que le había acompa-
ñado a su entrada, junto con Miguel Hustariz, comandante
por pocas horas de Calabozo, sin criados y tres o cuatro solda-
dos. Son embargo, con la entrada de las tropas monárquicas,
recibió el testigo a Antoñanzas en su propia casa, que le ins-
truyó de tales novedades, dándole también razón del camino

Audiencia el 13 de agosto de 1816. En 1819 representó a Margarita en el Congreso de An-


gostura, donde se opuso al senado vitalicio defendido por Bolívar, Se supone que falleció en
esa ciudad en 1821 (Diccionario de Historia de Venezuela, Tomo I, p.120).
238
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

165
que llevaban, por lo que marcharon en su seguimiento para
conducirles a su disposición. El militar español le dio comisión
para el reconocimiento de los papeles de Alzuru, encargándole
que si había alguno que llamase su atención lo conservase en su
poder, pues él ni estaba ni tenía lugar para tales documentos. En
ese encargo halló entre otros el anterior239.
El siguiente testigo en comparecer fue el 5 de diciembre de
1812. Se trataba del conde de la Granja Fernando Ascanio, ca-
ballero de la orden de Carlos III, por entonces de 58 años de
edad240. Sostuvo que Roscio era el gobernante de las acciones
de la Junta y su secretario de Estado, autor de las contestacio-
nes dadas a la Regencia y “dueño de los caudales”, ya que nada
se hacía que no fuese de su aprobación y consentimiento, por
lo que y así concluyó expresando que “él era todo el Go-
bierno”. Culminó los interrogatorios José Espino, de 40 años
de edad, que nada nuevo aportaría241.
Seguidamente se dio testimonio de la ley marcial procla-
mada el 19 de junio de 1812 en el palacio federal y de las cartas
firmadas por José Germán Roscio, suministradas por el Capitán

239
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
240
Nacido en Caracas el 20 de julio de 1754. Regidor y alcalde ordinario de su ciudad
natal, fue cuarto conde de la Granja por herencia de los Oviedo por carta de sucesión expe-
dida en Madrid el 12 de mayo de 1796. Dio poder para testar en 1798 y falleció soltero en
Caracas el 9 de julio de 1814. Una de las esquinas de Caracas lleva precisamente su nombre,
la Esquina del Conde, por hallarse en ella su mansión. (ITURRIZA GUILLÉN, C. Op. Cit.
Tomo I, p..124). Precisamente su muerte acaeció ese día cuando, junto con el comerciante
madrileño Juan José Marcano, fue electo por las autoridades de Caracas para la recepción de
la vanguardia de José Tomás Boves para presentar el respeto y sumisión de esa ciudad al jefe
de las tropas del Rey. Llevaba su distintivo de la cruz pequeña de Carlos III y el comerciante
un aderezo en su caballo. a su arriba al Portachuelo del Valle, después de haber efectuado
una arenga, fueron asesinados sin otro fundamento que el de hacerse con esas joyas. CAJI-
GAL, J.M. Memorias sobre la revolución de Venezuela. Caracas, 1960, pp.139-140.
241
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

166
General a la comisión con fecha de 24 de diciembre de 1812. La
primera refrendaba que “la salud del Pueblo es la Suprema y
deben callar todas las demás que no sean necesarias para salvar la
Patria del peligro en que se halla”. Exigía el armarse contra los
malvados que la ofendían y procuraban destruirla, despojándola
de los más sagrados derechos recuperados después de trescien-
tos años de esclavitud y tiranía. Planteaba que, a confundir sus
contrarios la bondad con la maldad y la felicidad con la opre-
sión, engañaban y devolvían a las cadenas conduciéndolos a ata-
car a sus intereses propios y a sus mismos hermanos mediante la
iniquidad, la intriga, los embustes y falacias. Ellos habían mo-
vido contra nosotros todos los resortes destructores de la for-
tuna que apareció sobre nuestro horizonte el 19 de abril de
1810 y “con una infernal malicia y pueril sofistería” atribuían al
nuevo sistema los males por ellos causados. El deber sagrado
que la patria y la religión les imponía partir del hecho de nacer
el hombre “con la obligación de defender los derechos im-
prescriptibles que le dotó el Autor de la Naturaleza”. La pos-
teridad detestaría el nombre y la memoria de los criminales.
Frente a ellos tenía que desaparecer la indiferencia, la tibieza
y toda semilla de división. De la necesidad de su defensa pro-
cedía “el dictamen natural de la Ley Marcial”, sin la que no
puede salvase. su primer punto era la obligación de todos los
hombres capaces de tomar las armas entre los 15 y 55 años ante
los comandantes militares de sus vecindarios de forma inme-
diata, sin poder ser eximidos o licenciados sino por ellos. El se-
gundo exceptuaba de ella a todos los funcionarios de los tres
poderes, los jefes de las oficinas del Estado con los oficiales in-
dispensables para su despacho, los justicias mayores y alcaldes or-
dinarios, los ordenados in sacris, los religiosos profesos y los
empleados en los varios ramos del servicio del ejército. El tercero
expresaba la facultad exclusiva del Generalísimo para nombrar

167
las autoridades militares, que tendrán la autoridad primaria Sus
facultades consistían en hacer reclutas, armar y levantar tropas
en sus territorios y enviarlas al ejército, proveer su abasto, esta-
blecer medios de defensa, dirigir el espíritu público contra los
traidores y sospechosos y nombrar para la substanciación y
sentencias de estos juicios el asesor o asesores de su confianza.
El cuarto ordenaba por la gravedad de la situación la renuncia
de sus sueldos por los funcionarios del Superior Poder Ejecu-
tivo federal, de los que promovía su inclusión también en los
de los demás estados confederados junto al caraqueño. El
quinto restringía la inclusión en colegios, institutos literarios,
escuelas u órdenes religiosas a ninguno de los declarados ca-
paces de tomar las armas. Exceptúa a los religiosos para que no
cesase el culto divino, ni las preces por el buen éxito de las
armas republicanas y su misión en el ejército y hospitales mi-
litares, pero recomienda a los prelados con novicios, donados
y legos no profesos capaces de tomar las armas que participa-
sen en la milicia. El séptimo declaraba traidores a la Patria a los
que faltasen a ese deber, y como tales, serían juzgados y castiga-
dos. El octavo ordenaba su vigencia de seis meses prorrogables
si las circunstancias lo exigiesen.
Al proceso se unió un ejemplar de la célebre obra de Ros-
cio sobre El patriotismo de Nirgua y abuso de Reyes242 y cuatro
cartas originales firmadas por el abogado remitidas por el Ca-
pitán General el 29 de diciembre de 1812. La primera consti-
tuye uno de los pocos ejemplares conservados243 y las segundas

242
En ROSCIO, J.G. Obras. Caracas, 1953.Tomo II, pp.85-102.
243
Pedro Grases la estudió con el ejemplar conservado en el Archivo General de Indias y
la reprodujo en sus trabajos bibliográficos. GRASES, P. La tradición humanística. 5º tomo
de sus obras completas. Caracas, 1981, pp. 87-106. Fue dada a la luz en los talleres de Juan
Baillio, impresor del supremo congreso de Venezuela.

168
son completamente inéditas. Aludía a la villa de Nirgua, en el
actual estado Yaracuy, un hecho singular en la Venezuela colo-
nial, una localidad regida desde su fundación por privilegio de la
Corona por pardos libres, cuya existencia, jurisdicción y tierras
siempre despertó profundas tensiones y conflictos con la oli-
garquía mantuana244. La oposición de amplios sectores de su elite
a la emancipación ya fue relatada por Roscio en la obra citada245.
La primera de las misivas de Roscio estaba dirigida al mar-
qués del Toro y fechada en Caracas el 19 de agosto de 1820.
Manifestó en ella que por su carta del 7 del corriente quedo ins-
truido de la cautela con que miraba todo lo procedente del co-
mandante o Cabildo de Coro, cuya conducta prestaba
demasiado fundamento para desconfiar de “ una gente tan em-
bustera y pérfida, que violó escandalosamente el Sagrado De-
recho de las Naciones en las personas de nuestros emisarios, que
procuró sorprender a nuestros aliados para armarse contra nos-
otros y que, en vez de corresponder nuestra pacífica misión, ma-
nifestando con sinceridad los reparos que le ocurrían” nada
contestaron, todo lo trastornaron y se entrometieron a seducir
a Carora, Barquisimeto y Trujillo. Interpretó que su mucha ig-
norancia “jamás será lavada, la posteridad será el mayor juez de
esta causa y los pueblos cultos o despreocupados desde ahora
miran con la debida indignación el bárbaro proceder de los ca-
pitulares de aquella ciudad infatuada”. Delirios sobre delirios,
mentiras sobre mentiras, eran la divisa de sus contestaciones,
que no merecían refutaciones literarias, sino el menosprecio o

244
MENDOZA, I. “El Cabildo de pardos en Nirgua. Siglos XVII y XVIII”. Anuario de
estudios bolivarianos nº4. Caracas, 1995, pp.95-120. ROJAS, R. “Mestizaje y poder en la Ve-
nezuela colonial. Nirgua, una villa de mulatos libres en Venezuela colonial (1628-1810)”.
Presente y pasado IV nº77, pp.7-32. Mérida, 1999.
245
Véase al respecto, HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. La guerra a muerte...

169
la compasión de Heráclito o la visa de Demócrito. Sus autores,
en su opinión, eran los que menos sufrían la guerra, huían del
acero, escogiendo el lugar más seguro, mientras exponían a los
ignorantes, que, “alucinados por ellos, engañados y movidos
como máquinas son los que se presentan al peligro y perecen.
Sufren todos los males de la Guerra, todo el peso del engaño y
seducción de sus Gobernantes; son dignos de lástima cuando
pagan la culpa”. Tal consideración les llevaba a estimar la con-
tienda como defensiva y de tal suerte se obtuviese el desengaño
en vez de la ruina. Los demás defendieron que merecían la ofen-
siva por su carácter de principales agentes del mal. Hizo men-
ción al respecto que nunca había declarado a los pueblos la
guerra la República Francesa, por dirigir u declaratoria “a los
jefes, a los tiranos, a los opresores del género humano y de la li-
bertad civil de los mortales”. Por ello trabajaba infinito por rom-
per en todas partes las cadenas de la tiranía para dar a conocer
a los oprimidos toda la gravedad de su opresión. De esa forma
los invitaba con su ejemplo y con las letras del Libro Santo de
la Naturaleza. En símil con la conflagración entre Coro y Ca-
racas, atribuyó a la Francia republicana una beligerancia defen-
siva para con la población, pero contundente con los sicarios
del despotismo246. Reflejaba para él que se trataba de una bata-
lla por la opinión pública en la que había que iluminar a los
criollos para librarlos de la garra de la tiranía, que se funda-
mentaba en vicios del pasado. Su lid se cimentaba en una pugna
para hacer sentir al pueblo la prevalencia del derecho natural y
de la libertad de las personas, que se cimentaba en “la lengua, la
prensa y la pluma”. Su contienda gravitaba en “en favor de los
súbditos de los enemigos “y se basaba en la destrucción de las

246
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

170
ideas hostiles de sus caudillos. Aseveraba que si no tuvieran
que perecer sino los culpables en el trastorno de la opinión
del vecindario de Coro, de buena gana sería el primero en in-
corporarse entre los soldados bajo su mando “para cooperar
a la venganza del derecho público violado”247. Se puede apre-
ciar en esta correspondencia la notable formación del jurista
caraqueño en el derecho internacional.
En esta misma carta Roscio respondería al marqués del
Toro sobre la misión encargada por el capitán general de La
Habana marqués de Someruelos al dominicano José Francisco
de Heredia. El magistrado había sido designado el 15 de oc-
tubre de 1809 como oidor de la Audiencia caraqueña, nom-
bramiento del que no tuvo conocimiento hasta el 20 de enero
de 1810. Cuando se disponía a embarcar tuvo noticias del 19
de abril. Pese a ello la máxima autoridad cubana le encargó
marchar hacia Venezuela como comisionado suyo con la po-
testad de proporcionar a los rebeldes una amplia amnistía ge-
neral si se sometían a la autoridad del Consejo de Regencia248.
El letrado asentó en la misiva que no sostenía la misma cautela
que Toro sobre la verosimilitud del oficio de Heredia, comuni-
cado por mano del comandante de esa localidad rebelde. Creía
que tenía sobrados fundamentos para desconfiar de todo lo que
partía de “aquel indiccionado clima”. Sin embargo, no pensaba
que fuera “apócrifo y falaz este oficio”, ya que por un navío pro-
cedente de los Estados Unidos arribado a La Guaira en el mes

247
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
248
Un estudio detenido de esa misión en VAZQUEZ CIENFUEGOS, S. “La comisión
de Heredia de 1810: la preocupación cubana ante el inicio del proceso independentista ve-
nezolano”. En ALTEZ, R. Las independencias americanas, un debate para siempre. Bucara-
manga, 2012, pp. 221-269.

171
de junio se había sabido, que, estando ya para embarcarse en la
isla de Cuba un oidor con destino a Caracas, tuvo noticia de lo
acontecido en Caracas y con ese motivo había suspendido su
embarque. Por ese mismo barco había llegado carta para su casa
del coronel don Pedro Suárez de Urbina, gobernador de
Cuba249. En una Gaceta de Norteamérica se había tenido tam-
bién noticia de que el gobierno de La Habana, de acuerdo con
el ayuntamiento, había franqueado su comercio a los Ingleses
americanos con rebaja de derechos, por la falta de comunica-
ción y noticias de la Península y que en ese centro portuario se
decía que el gobierno estaba inclinado a la independencia de la
Isla si los franceses ocupaban a Cádiz. La noticia era cierta, por-
que Someruelos, al recibir de España órdenes de limitar el co-
mercio cubano a la Península, ansioso de conservar el apoyo de
la sacarocracia se negó a obedecer el decreto: permitió el libre
comercio, especialmente entre Cuba y los Estados Unidos250.
Juan Germán Roscio especificó que los comisionados ve-
nezolanos de Jamaica, cuando salieron de esa isla en el mes

249
Pedro de Alcántara Suárez de Urbina era caraqueño. Había sido cadete desde 1774
durante cuatro años en el batallón fijo de su ciudad natal. Más tarde fue teniente del regi-
miento de Murcia, con el que intervino en el bloqueo de Gibraltar de 1770y en la expedi-
ción contra Menorca. Concluida la guerra, fue destinado a Murcia con la finalidad de
reclutar soldados para el batallón veterano de Caracas, empleo que desempeñó hasta 1791
(AG.M.S. SGU, Leg. Nº7181,35). En 1800 se le designó encargado de la bandera de recluta
de Cádiz (A.G.M.S. SGU Leg 7252 nº64). En 1802 se embarcó desde Cádiz para Venezuela
para ejercer como teniente coronel de la Plaza de Puerto Cabello, con su mujer María de los
Remedios León, natural de la villa de Fuentes de Andalucía y sus criados José de Lara, na-
tural de Lastres en Asturias, y Antonio Pérez, natural de la Palma en Canarias, a La Guaira
en la fragata La Palma. (A.G.I. Arribadas, 439 A nº3.) Se le concedió en 1791 el título de ca-
ballero de la orden de Santiago (A.H.N. Órdenes militares, expedientillos nº8509). Fue go-
bernador de Santiago de Cuba entre 1810 y 1815 (A.G.I: Ultramar, 127 nº4).
250
Sobre el gobierno en Cuba de Someruelos, véase VÁZQUEZ CIENFUEGOS, S. Tan
difíciles tiempos para Cuba: el gobierno del Marqués de Someruelos (1799-1812). Sevilla, 2008.

172
anterior, habían oído el rumor de la existencia en esa ciudad
cubana de tres partidos: “uno francés, otro de Regentes y otro
de Indias”. Aseguraba que el capitán general, marqués de So-
meruelos tenía buena opinión, incluso mejor que la de Heredia,
por consiguiente, no era regular que maquinasen algo contra
Caracas. Además de esto le precisó que observase que en el con-
texto del oficio no parece de ficción, pues los hechos referidos
en tales circunstancias aparecían verdaderos. Sin tal coordina-
ción él sospecharía que los opresores de Coro hubieran fingido
una embajada para que el marqués del Toro se entretuviese con
esta esperanza: “es decir que, temiendo ellos ser invadidos, pro-
curaban contener la invasión, para que, esperando la arriba del
enviado, suspendiese sus operaciones”. Ratificaba que en ese
caso la fábula hubiera podido componerse de un modo más
sencillo, colocando en ella otra persona o al mismo oidor, pero
sin aquella serie de sucesos y circunstancias que no eran muy
compatibles con la ficción. En fin, entendía que, tomadas las
precauciones necesarias, nada había que temer de un hombre
solo, “aunque fuese Napoleón”. Su carácter de emisario, aun-
que procediese del Gobierno francés, le daba el salvoconducto
bien conocido en la legislación de las Gentes. “solo descono-
cido y hollado por los bárbaros de Coro y Maracaibo, más
bajos todavía en esta materia que los negros bozales del reino de
Angola y que el califa de Puerto Rico”. La comisión fracasaría
por la negativa de Caracas a legitimar a la Regencia, por la
abierta oposición desde Maracaibo de Fernando Miyares, por
entonces capitán general de la provincia y, finalmente, por la
orden de la Regencia de bloquear las provincias disidentes.
Roscio sugirió al respecto que ningunos emisarios podrían
ser considerados más criminales que los oficiales franceses que
entraron en la ciudad el 15 de julio de 1808 con las cédulas y ór-
denes del Consejo Supremo de Indias y del ministro de Gracia

173
y Justicia Piñuela y con los impresos de Bayona, injuriosos a
los reyes posteriores a Felipe II. Sin embargo de ello el Go-
bierno central no había desaprobado la inmunidad con que fue-
ron tratados y la libertad que tuvieron para regresar con los
recibos de los despachos entregados251. De las copias que le in-
cluía podría Toro tomar conocimiento del estado en que se ha-
llaba la Península cuando salió de Cádiz el correo que arribó a
Cumaná en este mes. El autor de la carta confidencial, com-
prendida en la copia nº 1, era el oficial Francisco González Mo-
reno252. La segunda contenía una orden de los Regentes de Cádiz
para exigir donativos, siendo “la más solemne declaratoria de las
mentiras urdidas en Coro y en la mollera de don Juan Manuel
Cagigal”. Con ello podrá apreciar que, “casi al mismo tiempo
que estos embusteros fingían y esparcían triunfos y victorias ob-
tenidas contra los franceses en España, ejércitos y evacuaciones
imaginarias, sus adheridos Regentes confiesan todo lo contra-
rio, publicando que los sucesos adversos de la guerra habían de-
vorado o tragado todos los cuantiosos auxilios que la América
había enviado; que el peligro del Estado crecía y la Provincia, de-
vastada y empobrecida, carecía de recursos que no podían resis-
tir la pericia y disciplina de los ejércitos franceses, si nosotros no
les auxiliábamos pecuniariamente para levantar una masa de
fuerzas superiores y que, a pesar de los auxilios de nuestros alia-
dos quedaba siempre un gran vacío”. Reseñó la comunicación de
oficio tales órdenes a Guayana y Barcelona, que transmitirían

251
PARRA PÉREZ, C. Bayona y la política de Napoleón en América. Caracas, 1939.
252
Nacido en Cádiz en 1765, apoyó el proceso independentista. En 1808 era capitán del
batallón veterano de Caracas y en 1811 fue ascendido a coronel. Participó en abril de 1811
en la expedición contra los realistas de Guayana, en la que las tropas republicanas sufrieron
graves pérdidas por lo que fue destituido por Miranda. Falleció en Caracas en 1814 (Dic-
cionario de Historia de Venezuela. Tomo II, p.338).

174
también a Coro y Maracaibo para desmentir las patrañas divul-
gadas en favor de la ilusión y para hacerles cargo del gravísimo
mal que causarán a los demandantes del donativo, porque “mu-
chos, imbuidos de las fabulosas noticias” esparcidas, quizá per-
manecerán tan obstinados en su creencia, y negarán la
verosimilitud de la confesión de los Regentes y, por consi-
guiente, el donativo. Le reflejó asimismo que otras misivas de
Cádiz testificaban el desorden de estos últimos Regentes en
cuanto a la provisión de empleos, para él “tanto o más escanda-
loso que el de Godoy y la Central”, por lo que se aseguraba que
“por colocar ahijados daban muchas jubilaciones y que estaban
jubilados todos los ministros de la Audiencia de Caracas, incluso
Heredia y Oduardo253” y que, en lugar de Álvarez254,”está subro-
gado un hombre estólido e ignorantísimo que allá se conformaba
con un empleo de 150 ducados anuales”. Una persona de forma
muy reservada le había indicado el día anterior, refiriéndose a car-
tas de Canarias, que Basadre había llegado a Cádiz el 6 de julio y
que dentro de pocas horas habían salido dos embarcaciones in-
glesas, la una para Londres y a su bordo un tal Quintana, ofi-
cial de no sé qué secretaria, y la otra para Canarias en busca del

253
Cecilio Odoardo y Palma, nacido en La Habana en 1742, se había licenciado y doctorado
por la Universidad de Santo Domingo. desempeñó el cargo de teniente auditor en Luisiana y
Cumaná y el de oidor de la audiencia de Guadalajara en 1804. se le nombró regente de la de Ca-
racas el 27 de octubre de 1809, en realidad no la llegaría a servir hasta mayo de 1816. Retirado
en septiembre de 1819, sirvió ese empleo hasta junio de 1820 hasta que se trasladó a México
donde falleció (BURKHOLDER, M.A., CHANDLER, D.S. Op. Cit. p.238).
254
Se refiere al conquense de Gascas Antonio Julián Álvarez Navarro, bachiller en los dos
derechos por la Universidad de Salamanca e integrante de la Real Academia de jurisprudencia
teórica y práctica de San Isidro de 1800 a 1803. Tomó posesión de su empleo de oidor de la Au-
diencia de Caracas el 20 de enero de 1807. en abril de 1819 fue obligado a exiliarse, embar-
cándose hacia Filadelfia. designado oidor de la de Cuba en junio de 1812, ejerció esa
magistratura en 1813, alcanzo su regencia el 8 de diciembre de 1827. Se retiró en 1835 con ho-
nores de consejero de Indias. (BURKHOLDER, M.A., CHANDLER, D.S. Op. Cit. p.12).

175
bergantín Correo arribado a Cumaná, con el designio de ins-
truirlo. Verificada esta noticia con la carta de Moreno, podría
apreciar la discrepancia. Había en torno a ello otros compro-
bantes o presunciones de que, cuando salió de Cádiz, estaba
ya en aquel puerto la noticia del 19 de abril, cuando no por
Basadre255, a lo menos por los ingleses, pues de Curaçao salió
diligencia para Londres con este solo objeto en la fragata Mu-
seta el día 9 de mayo. Otra orden había venido de los Regentes
con fecha de 26 de junio que indicaba la llegada del papel diri-
gido por la Junta caraqueña con fecha de 3 de mayo en el que se
argüía la nulidad de su establecimiento y la inconsecuencia de
las declaratorias de igualdad que manifestaba la convocatoria
de Cortes. Se dirigía a la celebración del Congreso en la isla de
León en el presente mes de agosto. Se alegaba por motivo de
esta anticipación las críticas circunstancias actuales y las deli-
cadas ocurrencias que frecuentemente se sucedían. Sentían
mucho que todavía no habían aun no hubiesen llegado los 28
diputados de América y prometían el aumento de su número
en las primeras cortes. Estaba matizada esa orden con muchas
expresiones lisonjeras para los americanos, pero mantuvo que

255
Vicente Basadre, nacido en España en 1750 fue el último intendente de Venezuela.
Había sido depuesto por la Junta de Caracas junto con el capitán general Emparan. Fue
mandado a La Guaira, desde donde fue embarcado hacia Cádiz en la goleta Fortuna. Durante
su travesía elaboró su memorial sobre el 19 de abril de 1810 del que habla Roscio. En 1814
fue nombrado intendente de Guadalajara, pero no pudo tomar posesión por corresponder
el cargo al comandante de la plaza. Ordenado su regreso a España fue procesado acusado de
colaboración con los franceses al haber reconocido con anterioridad a José I. Fue hallado
culpable y se le prohibió residir en la capital y plazas fronterizas y se le restringió el sueldo al
mínimo. con el advenimiento del régimen constitucional en 1820 redactó varios memoria-
les contrarios al absolutismo, lo que condujo a nuevo expediente. Falleció en La Coruña en
1828. Véase sobre él LUCENA SALMORAL, M. La economía americana del primer cuarto
del siglo XIX vista a través de las memorias escritas por don Vicente Basadre, último Intendente
de Venezuela. Caracas, 1983.

176
se equivocaban enormemente en los 28 diputados, pues no
eran más de once los señalados, desde la primera convención
reproducida en la isla de León fechada el 14 de febrero256. Se
puede apreciar en esta carta de Roscio el nivel de información
que manejaba elaborado a través de testimonios de corres-
pondencias de muy diversa procedencia, que le permitía estar
al día en la evolución de los acontecimientos. También nos
muestra la profundidad de su concepción ideológica y su
firme rechazo a la legitimidad de la Regencia y de las Cortes
por no haber contado con la inmensa mayoría de los españo-
les que residían en el otro lado del Atlántico.
Continuó su relación aludiendo a una carta de Cádiz de
30 de junio, en la que lejos de anunciar la clausura de aquel
puerto, decía que el 10 de julio saldría para La Guaira un mís-
tico. Sostenía que nada de ello ni la noticia de Basadre debía
exigir reserva. Su conocimiento de lo acaecido en Cádiz era de
tal calibre que sabía de primera mano que por la falsificación
de la orden de 17 de mayo para el comercio libre de la América
con los ingleses había oído decir, “aunque sin comprobante”,
que no solo estaba arrestado Hormazas257, sino también Este-
ban Fernández de León258 y otro empleado de secretarias.

256
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
257
Nicolás Ambrosio Garro y Arizcun, marqués viudo de las Hormazas, era un político ma-
drileño que había dirigido el Banco de San Carlos, desempeñó interinamente en Cádiz las secre-
tarias de Hacienda, Marina y Estado, esta última del 31 de enero al 20 de marzo de 1810. Con la
restauración absolutista en 1814 fue consejero de Estado. Falleció en su ciudad natal en 1825.
258
Esteban Fernández de León, hermano de Antonio, el célebre marqués de Casa León,
hacendado y controvertido dirigente republicano y realista en la Venezuela de las guerras de
independencia, nació con el anterior en Esparragosa de los Lares (Badajoz). Emigró a los
quince años a Venezuela, donde, después de desempeñar varios cargos en la administración
estatal, fue nombrado Intendente en 1793, empleo que desempeñó hasta 1802, en que se ins-
taló en Madrid, donde le sorprendió la invasión napoleónica, marchando primero a Móstoles

177
Como ha estudiado Lucena Salmoral, un análisis de esa
orden apócrifa de libre comercio permite comprobar que la
Orden no había tenido el alcance que se le ha querido dar, y
que en modo alguno puede calificársela de una verdadera li-
bertad de comercio colonial. Sólo conjugó tres fórmulas, tra-
dicionales ya en el sistema español, como eran una autorización
para que los buques españoles y americanos negociaran en los
puertos anglo-portugueses, una reglamentación interna del
comercio interprovincial español, y un permiso temporal para
que esos dos países pudieran comerciar en América. Por tales
circunstancias su publicación o derogación no jugó un papel
decisivo en la emancipación americana y, mucho menos, una
definición de la posición británica respecto al intervencio-
nismo en Hispanoamérica, toda vez que su verdadera presión
inglesa para lograr un régimen de privilegio comercial en Amé-
rica se ejerció posteriormente en las Cortes de Cádiz, donde es-
tuvo a punto de alcanzarse ese objetivo. Lo que hizo la Regencia
fue anularla y quemar los 500 ejemplares editados de ella. Sin
embargo, si es valiosa por demostrar la batalla por el control
mercantil entre los partidarios de la continuidad del monopo-
lio y las elites criollas interesadas en el librecambismo, con-
tienda que alcanzó especial virulencia en Cuba. Como él
mismo reconoce, el autor de la orden fue Esteban Fernández
de León, que en su cargo de intendente de Venezuela ya había

y después a su pueblo natal. Con la ocupación de Extremadura por los franceses se desplazó
a Sevilla, donde en 1809 fue designado contador general de las Américas. En la Regencia ga-
ditana será consejero de Estado. En los últimos años de su vida se ocupará de la defensa de su
hermano Antonio, acusado de colaboración con los insurgentes. Sobre él véase ANDREO
GARCÍA, J. La Intendencia en Venezuela. Don Esteban Fernández de León, Intendente de Ca-
racas, 1791-1803, Murcia, Universidad, 2000. GUTIÉRREZ LLERENA, F. Sobre la guerra
de independencia (1812-1814). Aproximación a Esteban Fernández de León. Badajoz, 2011.

178
defendido posiciones similares en anteriores coyunturas bé-
licas, avalando el comercio de neutrales para contrarrestar la
imposibilidad de acceder a Cádiz por su cierre por la armada
británica. Con anterioridad ya había dado a luz el extremeño
otro memorial de libertad de comercio solicitado por la Junta
Central para avalar la conveniencia o no de la permisión del
tráfico extranjero en Cuba, que no pudo ser llevado a efecto.
Como reflejó el indicado historiador, desde su punto de vista
hubo culpabilidad en los tres implicados: Hormazas, Fernán-
dez de León y Manuel Albuerne, oficial mayor de la secreta-
ria de Estado259. El primero, por no leer lo que firmaba, quizá
por apatía, lo que hizo posible la impresión. El segundo, por
haber hecho la Orden de acuerdo con su criterio, sin tener en
cuenta el punto de vista del Consejo de Estado. El tercero, por
haber originado todo el asunto en complicidad posiblemente
con los americanos interesados en lograr esta concesión. El
primer inculpado fue naturalmente Fernández de León, que
la había elaborado, pero logró salir exento de responsabilida-
des argumentando que se había limitado a cumplir un man-
dato. La acusación recayó entonces en Hormazas y en Manuel
Albuerne, que fue el que vino a pagar las consecuencias260.
Roscio afirmó que, al ser la idea de Napoleón cerrar los
puertos de todo el mundo a los ingleses, se sospechaba que los
autores de esta nueva prohibición procedían de inteligencia con
él. Para descargarse con él por la franqueza del comercio con-
cedida a los ingleses tomaron el arbitrio de declarar apócrifa y

259
Manuel Albuerne nació en Calahorra. Calcógrafo, fue oficial de la Secretaria de Indias
en lo referente a Indias, siendo procesado por la célebre orden apócrifa.
260
LUCENA SALMORAL, M. “La orden apócrifa de 1810 sobre la “libertad de co-
mercio” en América”. Boletín Americanista nº 28, pp.5-21.

179
falsa, atribuyendo su falsificación a estas personas. Reflexionó
sobre tal cuestión que eran “más los lazos y trampas que se
arman para pescar y casar estos territorios que desde los prime-
ros pasos de la revolución en España nos anunciaron sus prin-
cipales que debíamos seguir su suerte”. Aseveró en consecuencia
que este había sido desde entonces el blanco y términos de sus
deseos y de sus procedimientos. Si las armas francesas no po-
dían dominar estos países con la fuerza, “pensarán los secretos
y simulados agentes de la Francia que una capitulación, que
unas Cortes serán capaces de ligarnos con la España francesa y
forzar a la América para que siga su suerte”. Una capitulación
por medio de las armas o de sus astucias de los agentes y man-
datarios colocaba a su arbitrio “el gobierno galo hispano”. No
obstante, si el lance se malograba, como se había malogrado el
de 15 de julio de 1808, entonces alegarían los capitulantes o
cortesanos que el tratado o la capitulación fue involuntaria y
efecto de la violencia de los ejércitos franceses. Esa fue la dis-
culpa del Consejo de Indias y del ministro Piñuela261 “cuando
vieron el sacudimiento de estos pueblos y la repulsa y desaire
que sufrieron sus cédulas y órdenes”262. Aludió desde esta pers-
pectiva de análisis a la tesis defendida también por Cortés de
Madariaga de considerar a la regencia gaditana como mero
apéndice de la estrategia de Napoleón.
Tales consideraciones le llevaron a proclamar que “nada
obstaba el aborrecimiento y la saña que se desprendía de los
papeles públicos” por no haber sido inferior el veneno vertido
contra la República Francesa en la guerra de 1792, en la que se

261
Sebastián Piñuela Alonso, salmantino de Cantalpino, era secretario de Gracia y Justi-
cia en 1808, jurando lealtad a José I, por lo que fue su consejero de Estado.
262
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

180
agotaban sus expresiones de venganza y rencor contra los fran-
ceses; con las gacetas repletas de frases maldicientes y de men-
tiras “semejantes a las de Coro y Cagigal”263. Una credulidad
en la que se esperaba de forma inminente el total exterminio
de los ejércitos franceses en la contienda, pero a la que se puso
fin con la inesperada Paz de Basilea de 15 de julio de 1795,
por lo que los ingleses se vieron solos en la lucha y declararon
la guerra a España a fines de 1796. Se preguntó quién de la
América había reclamado ese concordato cuando vio que, “en
lugar de dejar a la Francia en posesión de las plazas que ocupó
en las fronteras o en lugar de capitular otro género de com-
pensación, se le adjudico la primada de las Indias” contra el
juramento de la Recopilación de Indias. Ironizó que, en defi-
nitiva, convendría que la tropa fuera la más instruida en la con-
ducta del Gobierno de la Península y en que ninguno de los
Regentes ni sus satélites en estos dominios “había exhibido el
privilegio que debería obtener del Cielo para fiarnos de ellos y
creen que no harán lo mismo que Morla, Mazarredo, Caba-
llero y demás ministros generales y Grandes del Rey no vendi-
dos a los franceses. Sin esta garantía divina será necedad y
traición entregarnos a merced y discreción de cuatro o cinco
individuos que a lo menos por ser inferior en número a los
Consejos Superiores de la Nación y a la Junta Central están
más expuestos a practicar con nosotros lo mismo que practi-
caron sus predecesores”. Fue sin duda la cesión a los galos de
Santo Domingo una decisión vergonzosa, que trajo conse-
cuencias drásticas para el destino de la parte española de la isla,
símbolo primigenio de la colonización hispana en el Nuevo

263
El gaditano Juan Manuel Cajigal y Niño ejerció entre 1804 y 1809 de gobernador de
Cumaná.

181
Mundo. Todos estos ejemplos afianzaban en su opinión to-
davía más la resolución de Caracas, por lo que sus dirigentes
debían ser más cautos y suspicaces. No sería de extrañar desde
esa perspectiva que una tropa que se persuadía que un obispo
tuviese jurisdicción para excomulgar a los que no son súbdi-
tos suyos, ni hubieran concurrido en los casos de semejantes
censuras ni para comprender los que han precedido todos los
requisitos que exigía el Tridentino se persuadiera también que
“don Francisco Castaños y compañía tengan derecho para
mandarla como soberanos”. Debía decir en obsequio de aquel
prelado, “en otro tiempo alucinado por el ayuntamiento de
Coro y por Miyares, que hacía muchos días que, tocando el
desengaño, se había abstenido de cacarear y nunca había pro-
mulgado censuras para apadrinar los desatinos de Coro”264.
Expuso que Miyares suprimía por todos los medios del
desengaño Relató que había visto una carta de un vecino de
Maracaibo que, al celebrar la acción del 19 de abril, “la gente
del país también lo celebraba y estaba por Caracas, pero la
opresión de aquel Gobierno y la manía de los de la otra
banda, que miran como religión el que Maracaibo siga la
suerte de Madrid, Sevilla, etc., tiene sofocados sus senti-
mientos”. Su amor a la verdad le obligaba a decirle que había
sido equivocado en parte el informe que le dieron acerca de
las fuerzas que destinó el almirante Cochrane para el servicio
de este Gobierno. Realmente no había arribado ningún navío
ni más buques que los publicados en la Gaceta, ni trajeron
ideas hostiles, por lo que era menester corregir esta equivo-
cación para que nuestra conducta en nada se asemejase a la de

264
Obviamente se refiere al obispo de Mérida Santiago Hernández Milanés, de cuya evo-
lución política se ha hablado ampliamente en esta obra.

182
Coro. Manifestaba de esa forma sus puntos de vista de obrar
con la verdad por delante265.
En la postdata de esta carta especifico que creía que la co-
misión de Heredia era la de recomendar a la Regencia, porque
esta, conociendo su nulidad, no solo se ha valido de proclamar
cédulas floridas para captarse la benevolencia o deferencia de
estos habitantes, más también de cartas recomendaticias de
particulares pero me admira que no las hubiesen obtenido de
los ingleses”. Le pide que cotejase tales tratamientos con el de-
creto que pusieron los Regentes el 30 de abril para que en las
imprentas de América no se hiciesen uso sino de las noticias
por ellos comunicados y se prohibiese las de otras fuentes. Es-
pecificó que los ingleses habían aspirado “por la regencia de
Brasil en la Carlota266, pero no por la de Castaños y compa-
ñeros”, como erróneamente lo habían cacareado los de Coro.
Reflejó que en una misiva de Maracaibo se había dolido su
escritor de que el marqués del Toro no hubiese cortado la co-
municación de aquella ciudad con Trujillo y las demás que
le suministraban los mantenimientos, de que carecían veinte
leguas del contorno por la esterilidad del terreno, como lo
indicaban las instrucciones. Acababa también de informarle
un eclesiástico que Heredia estaba en Puerto Rico, pero no le
daba el comprobante de esta noticia. Por ello ironizaba al sen-
tar que si la comisión del dominicano, tal como él decía, era
beneficiosa a este País y preservativa de los males que la ame-
nazaban, sería muy conveniente su arribada “a los dominios de

265
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
266
Carlota Joaquina, hija primogénita de Carlos IV, casada con el príncipe Juan de Por-
tugal, se desplazó a Brasil con el conjunto de la Corte lusa. Al ser la única Borbón que no es-
taba presa por los franceses, entre 1808 y 1812 pretendió convertirse en Regente de España,
pero tal decisión nunca fructificaría.

183
aquel Miramamo limpa, explorar sus designios contra un Go-
bierno incompatible con su ambición y perfidia”. Le expuso que
Heredia navegaba en una goleta de los bajeles que estaban al
servicio del Ministerio español cerca de los Estados Unidos.
Creía que el representante español Luis de Onís267 no se los
concedería sino para dañarnos, pero suponía que el Capitán
General de La Habana la tomase sin noticia ni consenti-
miento suyo. También suponía que Ceballos habría supri-
mido la comunicación a Toro, si entendiese que favorecía
nuestro sistema y repugnaba el coriano, por lo que volvió a
reiterar que sus miras serían las que le había llevado indica-
das. Recordó que la primera noticia del 19 de abril que se
había tenido en La Habana había procedido Puerto Rico, por
lo que “por consiguiente iría inficionada de la epidemia que
padece el corazón de su bajá”268. Así lo habían sabido por un

267
Originario de Cantalapiedra (Salamanca), fue ministro plenipotenciario de España en
los Estados Unidos entre 1809 y 1819, siendo artífice por parte de España del tratado de
1819 que lleva su nombre junto al de John Quincy Adams. Las nociones de su directa in-
volucración en el envío de armamento contra el gobierno revolucionario son bien ciertas, al
participar activamente en los negocios del célebre comerciante portugués asentado en Fila-
delfia, Francisco Caballero Sarmiento, que ya se había significado en 1806 al financiar un
buque para obstaculizar la invasión de Miranda de Vela de Coro, que condujo a la detención
de uno de sus navíos. Fue premiado con el cargo de coronel y con privilegios notorios en el
comercio de neutrales. Véase al respecto, HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. “Francisco Ca-
ballero Sarmiento, un empresario al servicio de la contrarrevolución en Venezuela,
1806.1819”. Revista de Indias nº192, pp. 375-396.
268
Se refiere a su capitán general entre 1811 y 1819 Salvador Meléndez Bruna, nacido en
Sevilla en 1764, hermano de Luis, firmante de la llamada Constitución de Bayona, primer
marqués de Negrón, y de José, que le sucedió en el Marquesado.. Jefe de escuadra de la Ar-
mada española y mariscal de campo, acusó a la Regencia en 1813 de haber vulnerado su
honor. Los tres eran hijos del oidor de la Audiencia Antonio Meléndez Valdés, originario de
la isla de León en Cádiz y de Teresa Bruna Ahumada. Alférez y capitán de fragata, fue de-
signado por el virrey de Nueva España Juan de Guemes y Horcasitas, para completar el re-
conocimiento de la costa de Nicaragua, que no había contemplado Malaspina. Participó en

184
informe de José María de los Llanos, capitán de la goleta
Nuestra Señora del Carmen, la Venturosa, que, procedente de
Veracruz, había fondeado en La Guaira el 3 de julio y había
hecho en La Habana. Ese oficial fue el que había comunicado
la noticia del oidor que había llegado a La Habana con destino
a Coro y que, teniendo ajustado su pasaje en esta embarcación,
se había arrepentido con la novedad de Caracas. Manifestó que
tales hecho habían acontecido en los últimos días de mayo. De
esa forma quedaba reformado lo que antes le había dicho, atri-
buyendo este informe a un buque americano proveniente de
Estados Unidos, pues ahora lo hacía teniendo a la vista el parte
del comandante de La Guaira, por lo que de forma satiriza le
expuso que podrían “socorrer a los demandantes de donativo”
con lo que Maracaibo y Coro le habían compelido a consu-
mir, lo que sería “para ellos muy grave este cargo ante los mis-
mos Regentes que idolatran”. Finalmente recogió la arribada
a Puerto Cabello de un buque mercante español procedente
de América con algunas armas, sables y pistolas, que “para dar-
les mucho valor dice que se batió con un corsario de Onís y
que arrojó al agua las armas que faltaban”. Él, sin embargó, no
lo creyó ya que no había señales de tal combate, ni podía ba-
tirse ni estar armado en corso y mercancía, por lo que se había
mandado hacer información sobre el caso269.
La siguiente carta de Juan Germán Roscio al Marqués del
Toro está fechada el 11 de octubre de 1810. En ella le comentaba
que ya estaba instruido “del patriotismo con que maquinaban

la batalla naval de Trafalgar. Durante su largo mandato de la isla caribeña tuvo graves con-
flictos con su diputado a Cortes en Cádiz Ramón Power. Entre 1825 y 1830 fue goberna-
dor militar de Tortosa.
269
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

185
contra el Rey y la Patria”270 el comerciante Francisco Gonzá-
lez de Linares, sus hermanos Manuel, y José, y sus dependien-
tes José Rubín y José García Peña271. Expuso que todos ellos

270
Se trata de la llamada conspiración de los Linares. Recibió este nombre el intento de re-
belión liderado en octubre de 1810 por los comerciantes cántabros Francisco, Manuel y José
González de Linares, que e unieron al abogado José Bernabé Díaz, ministro del tribunal de
apelación y algunos criollos con el propósito de sustituir la Junta suprema por otra formada por
el director de la Renta de tabaco y más tarde intendente de Venezuela Dionisio Franco, origi-
nario de Puerto Real (Cádiz), hijo del capitán de fragata Jerónimo franco de la Madrid y de Úr-
sula Abona Galíndez, que desempeñó cargos de funcionario en el Perú. Desposado con Juana
de Ponte, tiene un hijo Jesús María Franco que en 1809 es ministro de las cajas principales del
ejército y real Hacienda de Coro, después de una larga carrera militar en el regimiento de rea-
les guardias españoles, que le llevó a intervenir en la guerra del Rosellón hasta que en 1807 se
le concede el dicho empleo. En 1817 ejerció como intendente de ejército y superintendente ge-
neral interino de Venezuela. Dionisio Franco, con anterioridad a su llegada a Venezuela había
marchado a Nueva Granada como familiar del arzobispo y virrey Caballero y Góngora. Con-
siderado un ilustrado empírico, se conserva correspondencia suya con el célebre botánico ga-
ditano José Celestino Mutis, paisano suyo, al que habla de que se hallaba traduciendo textos
en lengua alemana. (BRUNI CELLI, B. Op. Cit., pp.280-2811;.SILVA, R. Los ilustrados de
Nueva Granada. Genealogía de una comunidad de interpretación. Medellín, 2002, p.349). José
Francisco de Heredia lo denominó “filósofo cristiano y sabio profundísimo”, y profundo crítico
de la política de Monteverde. Había huido de Caracas después de este incidente y, tras pasar tres
o cuatro días en Curaçao, se refugió en Coro, donde estableció las contadurías mayor y de ta-
baco en oposición al tesorero de La Guaira, Antonio Eyaralar, protegido de Monteverde Cri-
ticó el comportamiento de Boves, expresando que los que traten de censurar su conducta “están
condenados a ser fusilados sin forma de juicio”. Refirió el dominicano que “este hombre sin
igual entre los empleados de América acaba de morir en marzo de 1818. Ya había dos años que
estaba insensato, a cuyo infeliz estado le redujeron los insultos que le hizo cara a cara el gene-
ral don Pablo Morillo con se segundo don Pablo Enrile”. (HEREDIA, J.F. Op. Cit. pp.124,
140, 150, 161, 187-188). Junto con Franco integrarán esa junta el cubano José Limonta, con-
tador mayor, el marqués de Casa León y el arzobispo Coll y Prat. Fue delatada por Manuel
Ruiz y José Mires, que desde esas fechas se convertían en indudables candidatos al destierro
ceutí. No es casual tampoco que fue develada por la indiscreción del canónigo Raimundo Bolea,
que habló de ella a Cortés de Madariaga. En claro contraste con la brutalidad de las penas in-
fringidas a la de los isleños, las penas serían sensiblemente menores.
271
Francisco, José y Manuel González de Linares eran hijos de Esteban González de Li-
nares, natural de Treceño y de la originaria de Ruente Magdalena Vélez de Mier. en busca de
la herencia de Sebastián Sánchez de Mier el viejo, se embarcó desde Cádiz en la nao Venus

186
habían sido arrestados por participar en una conspiración que
había contado con la adhesión de treinta personas que habían
sido implicadas y encarceladas. Le expuso que “el Francisco y el
Manuel eran los principales autores de la pretendida conjura-
ción y, como tales, sedujeron muchos militares, esclavos y par-
dos libres”. Uno de los testigos examinado por él le había
contado que uno de los agentes de Linares, Francisco Fernán-
dez, español europeo, como de 25 años, que había sido admi-
nistrador de una bodega que tuvo Linares en la esquina de las

el 2 de julio de 1785. Su hijo Francisco, natural de Ruente, partió de Santander a La Guaira


el 1 de abril de 1800 en la Hermosa Americana. Desposado con su prima Antonia Vélez de
Mier Matos en 1804, constituyó una importante casa de comercio. Su cuñado Manuel Matos
de Monserrate se vio implicado en la célebre conspiración de julio de 1808 que lleva su nom-
bre. Opuesto a la conjura de los mantuanos, sin embargo el 19 de abril de 1810 fue desig-
nado miembro del tribunal de policía de Caracas. Se le atribuye formar parte de una logia
caraqueña en los años 1817-1818. Partidario de la constitución, apoyó su restablecimiento
en 1820 como fundador de la Sociedad Unión de ambas Españas, que le llevó a negociar el
8 de noviembre de 820 un armisticio con el gobierno de Colombia. Las negociaciones fra-
casaron. Designado en 1822 jefe político de Puerto Rico, tomó posesión de su cargo el 30 de
mayo de 1822, del que fue cesado con el advenimiento del absolutismo. Falleció en San Juan
de Puerto Rico. Su hermano José se trasladó a Venezuela en 1808. Se dedicó a la gestión de los
hatos de los Llanos. Después de la conspiración abandonó Venezuela. Se estableció en La Ha-
bana y más tarde fue a dar con sus hermanos a Puerto Rico. Manuel ingresó como guardia-
marina en El Ferrol, alcanzando el grado de alférez. Dejó el cuerpo y marchó para Venezuela
en 1804. Contrajo matrimonio con su prima María Vélez Mier Matos, hermana de la cónyuge
de Francisco. Exiliado en Curaçao, retornó a Caracas durante los gobiernos monárquicos,
siendo alcalde de segundo voto de esa ciudad. Marchó en 1821 hacia Puerto Rico, donde llegó
a ser alcalde de Mayagüez. Tuvo una extensa descendencia de diez hijos José Rubín era pai-
sano y pariente de los González de Linares. Su madre Josefa Mier y Terán, casada con Ventura
Rubín de Celís, vecino de Valle (Cabuérniga, Cantabria), era hermana de Magdalena, esposa
de Esteban González de Linares, emigrado a Venezuela junto con ellos, todos herederos de la
cuantiosa fortuna de Sebastián de Mier y Terán. CANALES RUIZ, J. Cántabros en América
del Sur. Diccionario histórico-biográfico de cántabros en América del Sur en los siglos XVI, XVII
y XVIII. Santander, 2009, pp. 174-179. LANA BERASAIN, J.M. “Añil, cacao y reses. Los ne-
gocios del indiano Esteban González de Linares en tiempos de mudanza, 1784-1796” Me-
morias. Revista digital de historia y arqueología desde El Caribe nº22 (2014).

187
Marronas o de Zulueta, había ido a Coro en el próximo pasado
mes por tierra en calidad de emisario. Por la tropa de Toro se
había considerado de algún riesgo de ser sorprendido en el
tránsito. Sin embargo, por tener mucha práctica de aquellos
terrenos, había escapado con algún trabajo. Comentó que
había desaparecido desde que se ejecutaron las prisiones de los
principales reos. Se habían librado órdenes para su arresto. Al-
gunos creían que había marchado a los Llanos de Apure a la
casa de don Sebastián de Mier y Terán272 o a su hato de la Cruz.
El plan descubierto hasta ahora no tenía Capitán General. No
obstante, algunos creían que había con Miyares alguna inteli-
gencia. Manifestó que se estaba trabajando para acabar con esa
causa a la mayor brevedad. Atribuía a ella la discordia de Bar-
celona y Guayana y la obstinación postrimera de Ceballos en
Coro. La mayor parte de los militares comprendidos en ese
“crimen” pertenecían al regimiento de la Reina, por lo que su-
ponía que su arresto y el de los Linares traerían consigo mucho
desaliento a los faccionarios de Coro. Suponía que “su espar-
cimiento contribuiría más eficazmente a su rendición”273.
La siguiente correspondencia con el marqués del Toro fue
enviada el 7 de noviembre de 1810. En ella se hace eco de “las
fabulosas añadiduras que hizo Miyares a las ridículas órdenes de
los comerciantes de Cádiz o de su familia la Regencia, añadi-
duras incompatibles con el miedo que tiene el comisionado

272
Nacido en Caracas, era hijo del rico hacendado en Los Llanos Sebastián Mier y Terán
y de Micaela Matos Monserrate y primo de los González Linares. fue uno de los mayores la-
tifundistas de los Llanos gracias a la herencia de su padre, destinario a su vez de la de Juan de
Mier y Terán. Sebastián de Mier y Terán era el segundo “Rubio”, convertido en una figura
mítica de la frontera en Los Llanos e inmortalizado en la novela La Rubiera, por Horacio Ca-
brera Sifontes, retrato del enorme latifundio que fue el Hato de la Cruz.
273
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

188
Cortabarría para arribar a nuestras costas”. Es significativa la es-
trecha relación que el letrado establece entre la Regencia y los
intereses mercantiles gaditanos. También sospechaba que “fue
fabricada en Maracaibo la otra orden para la emigración de Mi-
yares y que este se valió de semejante pretexto para cohonestar
su fuga, pues, estando concebidos los demás decretos en un es-
tilo común de ministerio, el de su traslación a Puerto Rico
siendo de menos momento está iniciado con tono majestuoso”.
Debemos de tener en cuenta que el cubano había sido desig-
nado capitán general de Venezuela por la Regencia para suceder
a Emparan, por lo que tomó posesión del cargo en Maracaibo,
designando a Pedro Ruiz de Porras como su sucesor en la go-
bernación marabina. Roscio pensaba que era muy probable el
envío por Mélendez de alguna tropa, que creía no llegase a cien
hombres al mando de Antoñanzas274, aunque su mendacidad
la aumentase hasta mil. Notificó a Toro en que en Curaçao es-
taba retenido el buque que venía de Norteamérica con arma-
mento para Maracaibo. Suponía que aunque no fuese
decomisado en aquella aduana sería apresado por los berganti-
nes que cruzaban sobre Coro y Maracaibo y que serían auxilia-
dos por las cañoneras que están en Puerto Cabello275. En este

274
Militar español originario de Calahorra. El 19 de abril era capitán del batallón veterano
de Caracas. Para defender a Emparan pidió a las autoridades eclesiásticas que tocasen alarma,
pero una orden de Cortés de Madariaga lo impidió. Incorporado a los realistas de Coro, fue
enviado para ayudar a la sublevación de Valencia. Durante la ofensiva de Monteverde se con-
virtió en su segundo, ascendiendo a teniente coronel. Fueron famosas sus atrocidades. Dio
libertad a José Tomás Boves, apresado por los republicanos. A la caída de la Primera Repú-
blica el marino canario lo designó gobernador militar de Cumaná. A comienzos de 1813
huyó a Curaçao donde falleció el 15 de agosto de ese año.
275
Se refiere a la Ramona, fletada con un cargamento de cañones, armas y municiones por
el comerciante portugués Francisco Caballero Sarmiento en colaboración con el representante

189
estado expuso que había recibido sus oficios relativos a Trujillo
y Heredia, el plan de operaciones contra Coro, Maracaibo y
demás puntos de importancia. A buen tiempo le reseñó la arri-
bada de la declaratoria hostil que había insertado en la gaceta
contra los funcionarios de Coro y Maracaibo. Especificó que al
poco tiempo saldría “la burla que merece la Regencia por sus
decretos bloqueatorios”. Creía que era “menester hacerlas ridi-
culizar por todo el Mundo y estar en cuenta de que las instruc-
ciones de Cortabarría no son hostiles sino conminatorias y de
coco para los niños de teta”. Así lo infería por los antecedentes
y consecuencias del bloqueo y por el contenido de una carta de
Antonio López de Quintana276 fechada el 14 de agosto. Todas
las fuerzas navales que tenía Cádiz salieron para Mahón con el
pretexto de temporales y solo quedaron en aquella bahía dos na-
víos ingleses, tres bergantines, alguna fragata y lanchas cañone-
ras y orden de darle fuego a la Carraca. Se presume emigración
la de Cádiz para Mallorca, pero los factores de aquella plaza pro-
ducen mayores fanfarronadas y mentiras cuando estaban más

español en Filadelfia Luis de Onís. Zarpó de esa ciudad norteamericana el 6 de octubre de


1810. como medida de precaución por si Maracaibo estuviese ocupada por los insurgentes,
hizo escala en Curaçao, por esas fechas posesión británica. El gobierno inglés ordenó el se-
cuestro de la goleta. Sarmiento alegó que estuvo retenida hasta marzo de 1814, con lo que su
detención fue beneficiosa para los independentistas. Pero en realidad pudo introducirse su car-
gamento en Coro y Maracaibo. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M “Caballero Sarmiento...”
276
Originario de Orzales, diócesis de Burgos, formado en la Universidad de Salamanca, fue
designado abogado de los Reales Consejos en 1764. En 1769 marchó a Canarias para ejercer
como tal. En 1779 fue nombrado fiscal de la Audiencia de Guadalajara, que no ejerció hasta
1783 por ocuparse internamente la fiscalía de la Casa de Contratación. El 25 de junio de 1787
tomó posesión del cargo de oidor decano regente de la recién creada Audiencia de Caracas.
Permaneció en Caracas hasta 1809, para asumir más tarde como ministro togado del Consejo
de Indias. Falleció el 25 de agosto de 1814 en Madrid poco tiempo de ser restablecido en la ca-
pital de España el máximo organismo de gobierno de América. (BURKHOLDER, M. Bio-
graphical Dictionary of Counciliors of the Indies, 1717-1808). Greenwood, 1986, pp.70-71).

190
impotentes. Roscio evidentemente trataba de minusvalorar la
capacidad de actuación de la Regencia gaditana en Indias. Por
eso insiste a Toro que “infiera su importancia por la orden de au-
xilio que dirigen sus satélites de América y crea que ninguno de
esto se desprenderá de alguna cosa de importancia; porque todos
viven sobresaltados y trémulos esperando por momentos la ruina
de su trono”. No era baladí por esas fechas la creencia en la vic-
toria definitiva de los ejércitos napoleónicos y la caída de Cádiz
defendida únicamente por la armada británica. Por eso deja claro
algo que ya vimos en las apreciaciones de Cortés de Madariaga
que, “con tal que detesten la Regencia y sus agentes, nada importa
que Trujillo sea por ahora independiente, por el contrario puede
inflamar más los pechos de los trujillanos para resistir y atacar a
su opresor Miyares. Esto es lo que por ahora nos importa más”.
Por tales circunstancias, “derribado el tirano y su grupo de saté-
lites la necesidad enseñará a Trujillo que no puede ser indepen-
dencia y entonces, uniéndose a la provincia de Barinas, a la de
Mérida o Maracaibo, reconocerá este centro como supremo y en-
viará a él su diputado. Cuando más liberales y desinteresadas sean
nuestros ideas con estos neófitos, tanto mayor ha de ser el atrac-
tivo hacia nosotros y tanto más llana su dependencia política. Este
medio es el más eficaz para ganar sus corazones y es necesario que
no lo perdamos de vista. Los pardos de Trujillo deben por ahora
acomodarse al sistema de Gobierno que establezca su ayunta-
miento, con tal que no sea de Miyares ni de Regencia. Importa
que todos unamos las fuerzas para acabar de destronar el despo-
tismo. Después entraremos a tratar de las cosas domésticas. Ven-
zamos a nuestros enemigos bajo cualquier sistema y esperemos
las resultas del triunfo para nuestro régimen interior. Unamos a
todos los trujillanos al importante objeto de Maracaibo y Coro
y hagamos que por ahora olviden las querellas y contiendas do-
mésticas, para que todos contribuyan al objeto de nuestras

191
armas. Basta, pues, y mientras preparamos los laureles y arcos
triunfales para nuestros actuales combatientes”277. No se puede
ser más contundente en el diagnóstico de la situación, si caía
Maracaibo, como una fruta madura, los territorios andinos y
Barinas se verían obligados a reconocer a Caracas como la ca-
beza rectora de los nuevos estados federados. Por ello, para él,
era más importante el rechazo a la Regencia, personificada en
Miyares y la ciudad del lago que sus veleidades independen-
tistas, que desaparecían en cuanto cayesen Coro y ese puerto.
El 6 de febrero de 1811 escribió de nuevo Juan Germán Ros-
cio al marqués del Toro. En ella especificaba que estaba vacante
la capitanía general de Miyares por su fallecimiento, cosa que era
evidentemente errónea. Alardea que “la América se entona por
su libertad, cuya rapidez sirve de tormento a nuestros enemi-
gos. México y Guatemala son la causa principal de la enferme-
dad mortal de Miyares. Así enfermarán los Reyes Gaditanos
de la Isla de León. Quizá serían los últimos millones que ten-
drían de América los cuatro que llegaron a Cádiz en sep-
tiembre a bordo del navío San Isidro, Tomaron de ellos
seiscientos mil pesos los partidarios de Cortabaría para su viaje
detenido por falta de dinero; pero recobrados luego por la Re-
gencia fue menester que el comercio de Cádiz lo habilitase por
su cuenta y los millones desaparecieron sin saberse de su para-
dero”. El optimismo del letrado caraqueño con las noticias de las
primeras rebeliones independentistas en México era ciertamente
precipitado, pero lo que si era cierto era el fin de las remesas del
situado mejicano, que eran fundamentales para los planes de re-
conquista y para el sostenimiento del mismo gobierno. Además
las pérdidas originadas en Cádiz por el bloqueo napoleónico y la

277
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

192
reducción del tráfico con América eran indudables. Más adelante
planteó, lo cual era evidentemente una concepción falsa que ya
vimos en Cortés de Madariaga, que no ignoraban porque lo sa-
bían la secreta inteligencia con Bonaparte, de los Gobiernos de
Sevilla, Cádiz e Isla de León, por lo que este “tomaba la mayor
porción de los caudales de América”. Subrayó que “los cuarenta
millones de contribuciones que recibió Sevilla o su central con-
tra los americanos fueron pedidos por el Emperador de los fran-
ceses”. Recogió asimismo que en Guayana se habían vendido
“ignominiosamente a los calafates europeos que allí dominaban
por su caudal dos o tres de los principales del país, volvieron las
armas contra sus conciudadanos y fueron aprisionados siete de
los más distinguidos patriotas y remitidos al Sátrapa de Puerto
Rico”. Salió de la Guayana el Celoso a probar fortuna en demanda
del buque que los conducía. De Barcelona y Cumaná se dispo-
nían tropas para auxiliar a los demás patriotas. Aseveró que “dos
partidas de desertores han llegado a esta capital”. Se trataba de
“los mejores artilleros sin comercio, ni auxilios de otra clase”. Sos-
tenía que eran “fáciles de rendirse aquellos tiranos” y que “los Ta-
rreras y Chastres278 fueron los autores principales de este mal”. Le
remitió una papeleta de Coro que le había llegado de una isla
inmediata por una mano adicta a su causa. Reseñó que “Mi-
yares y Ceballos esparcieron otras monstruosísimas que por
desgracia llegaron a Jamaica y se insertaron en la Gaceta de

278
Matías Farreras fue gobernador de Guayana entre 1810 y 1812 y entre 1813 y 1815,
ocupando ese mando en el interregno el coronel José de Chastre, por hallarse el primero en-
fermo. Guayana fue uno de los feudos realistas, que siguió fiel a la monarquía y respaldó el
gobierno de la Regencia gaditana. Después del fracaso de la expedición republicana de los co-
roneles González Moreno, Villapol y Solá, se mantuvo fiel al Rey bajo el mando civil de Fa-
rreras y militar de Chastre, que habían depuesto y aprisionado a los miembros de la Junta
patriótica adherida al 19 de abril.

193
aquella colonia, que “serán las primeras que se reimprimirán en
Norteamérica Londres, y Cádiz, así como fueron las primeras
que se imprimieron en Puerto Rico”. Por Curaçao supo que, al
considerar Ceballos que la entrada del parlamentario determi-
naría la capitulación en favor de Caracas, había empezado el
fuego por un punto menos obvio y, fingiendo que se había roto
de la otra parte con bandera parlamentaria, logró alucinar y
obrar contra el dictamen cuasi general de los habitantes de Coro
que estaban por la capitulación”. De la resolución del comisio-
nado de las Cortes gaditanas le infirió cuál era el estado de Es-
paña. En la postdata anotó que al hallarse Barcelona en rebelión
habían arribado a ella desde Trinidad los papeles que por aque-
lla le dirigía Miranda y que habían sido abiertos por “los bárba-
ros europeos que llevaban el mando de los barceloneses”, por lo
que “allá quedaron y allá desaparecieron”279.
Su última misiva está fechada el 7 de marzo de 1812 y pa-
rece estar dirigida al gobierno provincial de Trujillo. En ella le
comunicó la recepción de su oficio del 20 del mes anterior y con
él las s cartas de 6 y 16 del mismo mes, que incluían noticias plau-
sibles “sobre la redención de los vecinos oprimidos por el despo-
tismo, auxiliado en el día más bien del engaño y la mentira que de
la fuerza, cuya debilidad cuanto más se aumenta más alienta a los
mentirosos”. Expresó que de ahí nacían las expediciones y demás
fábulas procedentes de Cádiz y Puerto Rico, pues “así llaman
nuestros enemigos las emigraciones que produce en Cádiz la
ventaja de las armas francesas”. Expresaba que los que huían de
la dominación de José Bonaparte eran un cortísimo número
comparado con el de los que estaban contentos con ella, pero
“era suficiente para fingir expediciones militares y lograr si es

279
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

194
posible por medio de ellas el sostener perpetuamente la ilusión
y servidumbre”. Por ello les planteaba la necesidad de auxilio de
los patriotas vecinos con cuanto fuera posible para el buen éxito
de sus empresas. Les comunicó que el confidente secreto reci-
biría los doscientos pesos solicitados en la última carta, pero si
todavía no se le hubiesen mandado, debería verificarse su envío,
“valiéndose de cualquier existencia pública o privada, bajo el
concepto de que será reintegrada por estas cajas o por cualquier
particular de los innumerables que hay pronto a sacrificar sus in-
tereses por la independencia y libertad de estos Países y los de
toda la América”, que estaban recobrando sus derechos usurpa-
dos. Es otro auxilio de mucha importancia el suministro de los
papeles públicos que se habían dirigido y dirigen a esta provin-
cia, lo que le transmitió en contestación de la orden del Poder
Ejecutivo280. El proceso contra Roscio culminó con reproduc-
ción de sus intervenciones en las actas del Congreso.

280
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

195
La causa contra Antonio Varona

El 18 de noviembre de 1812 inició la causa contra Antonio


Varona el oidor Pedro Benito Vidal. El primer testigo, con-
vocado diez días después, fue el ya conocido regidor del
ayuntamiento de Caracas Antonio Carballo. Manifestó que
apenas lo conocía de vista, aunque tenía noticias sobre su
conducta muy perjudiciales. Pensaba que las acciones que le
habían referido solo cabían en el ánimo de “un hombre dia-
bólico y lleno de iniquidad”. Entre ellas manifestó las em-
pleadas con “los isleños, que así llaman a la reunión que
varios sujetos, los más naturales de las Islas de Canarias, ha-
bían hecho para alejar de sí el Gobierno revolucionario y res-
tituir estas provincias a la obediencia de nuestro legítimo
soberano·. Al haberse hecho muy amigo de ellos, haciéndo-
les creer que por ser español “hacía una liga con ellos”, no te-
nían reparo en manifestarles todos los planes e ideas, “cuya
sencillez costó muy caro a una porción de hombres honra-
dos, buenos y leales españoles”, de los cuales dieciséis “fueron
públicamente ahorcados y las cabezas de siete se repartieron
en los caminos más públicos con tarjetas en que se leía por trai-
dor a la Patria, confiscándoles también sus bienes”. Fue de tal

197
calibre en su opinión su iniquidad que no se contentaba con
censurarlos y oírlos y trasladarlo a los revoltosos sino que pre-
paró al Gobierno para que tuvieran todas las cosas dispuestas
para prenderlos, al tiempo que avisaba a los isleños de casa en
casa diciéndoles que en aquel día y en aquella hora era la opor-
tunidad para que saliesen y consiguiesen su intento”. Al haber
incautamente caído en el lazo que los armaba, fueron encar-
celados y de allí a tres días puestos diez en el patíbulo y, poco
más tarde otros seis, “además de otra porción considerable que
fueron sentenciados a presidio y otras penas menores”. Por
todo ello no solo debía conceptuársele responsable de tales
perjuicios, sino también de los originados por no haber con-
seguido los leales su intento, “como era probable, según el
acierto con que tenían meditados sus planes”. Para poder efec-
tuar su perverso papel había determinado el Gobierno revo-
lucionario trasladar a Varona desde una prisión, en que le tenía
el Consulado, a una cárcel de las que él usaba. Para ello salía y
entraba de la prisión con ese consentimiento281.
El siguiente testimonio correspondió al regidor Francisco
Aramburu, que se limitó a indicar no conocer otra cosa que la
de “de ser o haber sido un espía del Gobierno Revolucionario
y haberle visto entrar y salir con diligencia y frecuencia en el tri-
bunal de vigilancia”, lo que conocía por voz pública. El síndico
Juan Bernardo Larrain refirió su consideración popular como
uno “de los más perversos que ha habido en el tiempo de la re-
volución, a cuyo gobierno servía de espía en cuantas ocasiones
podía”. El resto de su iniquidad nació de la causa que llamaban
aquí de los isleños, a la que dio motivo a su formación o con lo
que dio motivo al ser “hombre vendido a los insurgentes” que

281
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

198
aparentaba ser muy amigo de los isleños y “uno de los que se fi-
guraban interesados en la causa del Rey, se metía entre estos,
animaba sus proyectos y cuanto sabía o les oía lo trasladaba a
los revoltosos”. Asimismo hizo constar que el día les prendie-
ron anduvo animándoles para que dieran el golpe entre la una
y las dos de la tarde del 11 de julio de 1811, que era la misma
en la que el gobierno revolucionario había tomado sus medi-
das. Este, al ver que se juntaron unos pocos, se echó con tanta
fuerza sobre ellos que los prendieron, los condujeron a la cár-
cel y los ahorcaron públicamente. Narró como otra porción
considerable fueron destinados a las bóvedas de Puerto Cabe-
llo o sufrieron otras penas menores, confiscándole sus bienes a
la mayoría, “que valían muchos miles de pesos”282.
El conde de la Granja, Fernando de Ascanio, expuso que
Varona podía ser “de un corazón taimado y pícaro” al procu-
rar aparentar ser amigo “del partido que aquí se conocía por
el nombre de isleños europeos o realistas”. Lo que sabía era
que procuraba ir con varios chismes y cuentos al Gobierno re-
volucionario, haciendo el papel de espía. Llegó “a tanto en
maldad que dio parte a este del día y hora en que pensaban
los isleños ejecutar su plan”, expresándoles que “saliesen al
punto señalado pues ya era hora, con cuyo ardid logró que
fuesen presos una porción considerable de hombres”. Similares
argumentos recogió José de Espino, al aseverar que “era el
hombre más vil de cuantos ha habido en Caracas en el tiempo
de la revolución”, por lo que se atrevía a afirmar que no había
uno que fuera su amigo, aunque se buscase en el partido re-
volucionario. A todos esos infelices tratados como reos se les
argüía en sus confesiones lo que él había depuesto contra ellos.

282
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

199
Isidro Quintero, por su parte manifestó no tener noticia de
que Varona tuviese intervenciones, ni fuese cabeza de la re-
volución, ni que tampoco diese a luz proclamas ni otro papel
alguno, “porque no le considera capaz de ello”. No obstante sí
había oído con una notoriedad absoluta que “era un bribón de
ruines y bajos pensamientos y aun algo de ladrón, espía del
Gobierno revolucionario y causa de que dieciséis buenos y le-
ales españoles fueran colgados en una horca y las cabezas de al-
gunos puestas en altas picas por los caminos con un rótulo
que decía por traidor a la Patria”. También había oído decir
que se había hecho amigo de Esteban Padrón y de Miguel Por-
tillo, que tuvieron delante de él una conversación. Al haberles
delatado fueron presos, “padecieron mucho, les confiscaron
sus bienes y públicamente anduvo el Padrón con un grillete
al pie en las obras públicas hasta que con el motivo de la con-
fusión del terremoto logró fugarse”283.
Seguidamente se tomó declaración al referido Esteban Pa-
drón, alférez del batallón de voluntarios de Fernando VII, de
36 años de edad284. Este afirmó que al encontrarse una noche
en el almacén de su casa, hablando con don Miguel Portillo y
con Antonio Varona, se había suscitado la conversación, “no
se acuerda por cuál de los tres”, sobre el golpe que se iba a dar al
Gobierno revolucionario, apoderándose de todos los que man-
daban de las armas y demás cosas tocantes a este mismo asunto.
Sin rebozo alguno por suponer que era de su parcialidad,” ha-
blaron de que en el corazón de cada uno estaba oculto”. Asentó

283
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
284
Era un bodeguero o mercader canario que en 1793 había sido expulsado por el consu-
lado del gremio de comerciantes por administrar su bodega. En la Gaceta de Caracas de 14
de diciembre de 1813 se expuso su fallecimiento de forma peyorativa en la batalla de Araure
junto con Manso, Betancourt y “otros muchos tenderos y bodegueros de esta capital”.

200
que “se portó tan vilmente el Varona que los denunció al Go-
bierno”. De tales resultas le prendieron, le confiscaron todos
sus bienes y le condenaron por tres años que “con grillete al
pie, a ración y sin sueldo sirviese en las obras públicas”. En
efecto había estado cumpliendo esa miserable condena hasta
que interpuso, al cabo de un mes y medio, apelación o súplica
de la sentencia y le volvieron a la cárcel, de la que lo soltaron
con ocasión del terremoto. Después de haber estado algunos
días en el monte, pudo presentarse en el ejército. Reafirmó
que era cierto que no hubo contra él que el testimonio de Va-
rona, con quien le carearon por tres veces en la prisión”. Por
su parte, Miguel Portillo, mayor de 25 años285, sostuvo el 2 de
enero de 1813 su confrontación con el acusado. Procuraba
habilitarse con los jueces, empeñándoles del mejor modo que
pudo, por lo que no le impusieron otra pena que la de tres
años del servicio de las armas o de destierro286. Sin embargo
reseñó que la pena fue peor para Padrón, al que le confiscaron
sus bienes y le pusieron un grillete, sacándole por las calles a
trabajar en las obras públicas287.
Con todo ello se puede apreciar claramente el motivo por
el que fue desterrado a Ceuta, su actuación como espía del
gobierno revolucionario en la asonada de la Sabana de los
Teques, por lo que se convirtió en un chivo expiatorio de los
canarios realistas en un hecho de tal gravedad como fue el
señalado288. Este hecho fue el cimiento único de su acusación,

285
Era peninsular, ayudante del batallón de voluntarios de Fernando VII.
286
Su causa fue debatida en el Congreso junto con la de Domingo Ramos y se optó fi-
nalmente por la pena apuntada por él.
287
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
288
Sobre la rebelión de la Sabana del Teque véase, HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M.
La guerra a muerte..., pp. 13-36.

201
ya que, por lo demás, Antonio Varona era un oscuro penin-
sular, del que poco se sabía y apenas se tenía otra referencia
que la apuntada. Su papel en la Primera República fue a todas
luces bastante gris, como, en justa correspondencia, lo será
también en Ceuta, hasta el punto que apenas se sabe nada de
él y se desconoce si fue en algún momento amnistiado o fa-
lleció en el transcurso de su confinamiento.

202
La causa contra Juan Paz
del Castillo

El 27 de noviembre de 1812 Pedro Benito y Vidal dio inicio


al proceso contra Juan Paz Castillo. En él declaró en primer
lugar José Manuel García de Noda, que expuso que era oficial
de milicias el 19 de abril de 1810. Manifestó que, aunque no
podía decir cosa alguna con respecto a los primeros meses de
esa época, sí después pudo apreciar que era uno de los pa-
triotas más adictos a su sistema y al congreso, de donde salió
para sus operaciones militares. Aseveró que fue tan sangui-
nario y cruel que arcabuceó en la misión de Camatagua a tres
honrados españoles sin más causa que la de ser adictos a su
Rey, saqueándolos después y robando sus casas. Esos hechos
le constaban por tener poder de una de las viudas para recla-
mar ante el Capitán General la usurpación que se le había
efectuado, que solo en su caso ascendió en dinero a más de
dos mil pesos. Aunque no podía resucitar a su marido sí man-
tenía causa pendiente contra el acusado, que había sido “el
que prendió, sumarió y condenó a muerte a dos sacerdotes

203
que habían cantado el Te Deum en su iglesia en acción de gra-
cias por la entrada de las tropas españolas en su pueblo289.
El síndico Juan Bernardo Larrain aseveró que de oficial de
milicias que era en el día que principió la revolución ascen-
dió hasta coronel de las tropas revolucionarias. Al mandar una
división a Camatagua, mandó fusilar a tres vecinos de aquel
pueblo porque habían recibido a una avanzada de las tropas
realistas. Asimismo prendió también a tres sacerdotes envia-
dos al General Miranda, después de haberles formado las cau-
sas. Dos de ellos también fueron arcabuceados, sin otro móvil,
según se decía, que el haber cantado el Te Deum por la en-
trada del ejército monárquico290. También indicó el saqueo
sistemático de la población de aquellos pueblos. El conde de
la Granja testificó que había sido uno de los concurrentes a
las juntas preparativas de la del 19 de abril. Con la solemnidad
de acontecer en Jueves Santo esta última, todos se procura-
ban vestir del mejor modo que pueden, por lo que se extrañó
que “en aquella mañana hubiese algunos encapotados”. Se
acordaba que su primo Joaquín Escalona al entrar en casa le
había dicho que parecía que podía haber alguna novedad por
la presencia de muchos encapotados por las esquinas. Entre
los que se recordaba haber señalado se encontraba Paz Casti-
llo. Poco tiempo después de esa conversación “se sintió el
ruido del alboroto que hubo en dicho día”, como era notorio.

289
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
290
Los tres sacerdotes en cuestión eran Martín González, Carlos López y Antonio Sán-
chez, los dos primeros curas de Camatagua. El arzobispo Narciso Coll en carta al Precursor
el 23 de junio de 1812 trató de interceder por ellos, rogándole que os mirase “con ojos be-
nignos a esos desgraciados, que yo tomaré todas las medidas conducentes para que en ade-
lante sean unos sacerdotes ciudadanos completos”. (ARCHIVO DEL GENERAL
MIRANDA. Tomo XXIV, p. 414).

204
Aseguró que el acusado desempeñaba el primer papel entre
los patriotas y de los más insolentes y exaltados” por lo que se
ganó el ascenso gradual por el gobierno revolucionario hasta
el coronelato. Subrayó además el fusilamiento ya referido de
tres vecinos de Camatagua y el apresamiento de tres sacerdo-
tes que mandó al general Miranda “por no atreverse él, según
dijo, a decapitarlos. El precursor mandó a quitar la vida a dos
de ellos por lo ya referido. Fue inculpado por haber arribado
a La Victoria con ocho o diez mil pesos que había robado por
los indicados pueblos. Antonio Carrasco resaltó lo ya expre-
sado y lo censuró por hablar mal del Gobierno de España 291.
El proceso quería finalizarse con la mayor brevedad. El 26 de
diciembre de 1812 se aludía a la urgencia de concluir la causa
para remitir testimonio de ella a la primera ocasión a la Re-
gencia del Reino. Por esas mismas fechas el rondeño Isidro
Quintero, capitán del batallón de voluntarios de Fernando
VII, y Manuel de Lázaro y Martínez292, tesorero de las Cajas
nacionales de esta capital, de 43 años, reiteraron lo ya cono-
cido. Juan Nepomuceno Quero293, sargento mayor del batallón

291
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
292
Era originario de Zaragoza y oficial mayor propietario por real orden de 1803. Tam-
bién trabajaba como receptor interino de alcabalas de Caracas por designación de la supe-
rintendencia delegada. El 29 de febrero de 1808 solicitó por fallecimiento de su propietario
ese empleo. Con anterioridad había sido ministro de las reales cajas de Coro. En 1818 seguía
en Caracas desempeñando el empleo de oficial mayor de las cajas de Caracas (BRUNI
CELLI, B. Op. Cit. pp. 417 y 47) El 9 de marzo de 1819 reclamó en Caracas el pago del
sueldo de dos empleos interinos que había ejercido en esa ciudad. En 1820 fue ministro en
Puerto Cabello. Se exilió en Puerto Rico (CIFRÉ DE LOUBRIEL, E. La inmigración a
Puerto Rico en el siglo XIX. San Juan de Puerto Rico, 1964, p.213).
293
Caraqueño nacido en 1783. En agosto de 1810 era cadete del escuadrón de caballería
de Caracas, ascendiendo el 31 de ese mes a ayudante teniente de caballería. Cristóbal Men-
doza lo nombró capitán el 17 de agosto de 1811 y más tarde el de ayudante mayor de esa

205
de voluntarios de Fernando Séptimo, de 26 años de edad, pre-
cisó que Paz Castillo como coronel de la división del sur “se
portaba como un déspota del partido revolucionario” rela-
tando las ejecuciones de Camatagua y el apresamiento de los
sacerdotes. Manifestó también que el cura de Orituco y
ocho seglares más fueron enviados a la cárcel de esta ciudad,
juzgados y sentenciados a muerte, la que mandaron al de-
clarante ejecutar el día siguiente como gobernador militar
que era de Caracas, pero, como su corazón era incapaz “ni de
apartarse de la obediencia de su Rey, ni de cometer una de-
bilidad tan asombrosa, lejos de obedecer lo que se le encar-
gaba, les abrió las puertas de las cárceles para que usasen de
su libertad y aun para que algunos pudiesen pasar los pri-
meros puestos les entregaba una carta cerrada y un pasa-
porte en que expresaba que iban a llevar cartas al ejército”.

misma unidad. Miranda lo designó comandante militar de Caracas. Con la caída de la Pri-
mera República abrazó la causa realista. En 1813 ejercía como mayor general en Puerto
Cabello a las órdenes de Monteverde. En 1814 Boves lo ascendió a gobernador de Caracas.
El 18 de julio de 1816 fue derrotado por Mac Gregor en el valle de Onoto que lo derrotó
más tarde. Bajo el mando de Francisco Tomás Morales fue derrotado en el Juncal en sep-
tiembre de 1816. En la batalla de Semén de 16 de marzo de 1818 era comandante del ba-
tallón de pardo de Caracas (Diccionario de Historia... Tomo III, pp.277-278). Morillo lo
designó como gobernador de Tunja el 15 de junio de ese año, calificándolo de “excelente su-
jeto”. La campaña libertadora de 1819. Documentos históricos de Colombia. Nueva York,
2019. Tomo III, p.24. Reputado como predilecto de Monteverde pese a sus antecedentes
republicanos, se halló con él en Curaçao. Este había sido herido en su compañía en Aguas-
calientes. Por esa reputación, como subrayó Heredia, “de favorito íntimo de aquel jefe” a
marchar con él a Maiquetía y a ser refrendado como gobernador de Caracas por José Tomás
Boves. En la elección según el oidor dominicano, jugó un papel el denuesto de Juan Manuel
de Cagigal y su pariente Fernando Miyares que había caracterizado al marino canario. Las
instrucciones del asturiano, según relató el letrado, fueron las de pagar con su cabeza si en-
contraba un patriota a su llegada a la capital, por lo que apresó a 120 para conducirlos a
Calabozo (HEREDIA, J.F. Op. Cit., pp.188 y 190).

206
Finalmente, Joaquín de Escalona294, de 38 años, no se acordaba
si Juan Paz del Castillo estaba entre los encapuchados, pero sí
que después del día 19 oyó públicamente que había asistido a las
Juntas que precedieron al 19 de abril 38 años.
Para ampliar la información sobre Camatagua, Francisco
Rosete295, teniente justicia mayor de ese pueblo abrió una su-
maria el 29 de diciembre de 1828. Al día siguiente José An-
tonio Ortiz296, de ese vecindario, mayor de 30 años, declaró
que, estando para salir para Barbacoas para integrarse en el
ejército monárquico, fue encarcelado por los insurgentes al
mando de Juan Paz del Castillo, al igual que varios habitan-
tes de esa localidad, entre ellos el doctor don Martín Gonzá-
lez, presbítero, Carlos López, párrocos de esta santa iglesia297,

294
Caraqueño, administrador de propios de Caracas y hermano del Gobernador militar
de la ciudad durante la Primera República Juan de Escalona.
295
Se trata del célebre pulpero isleño Francisco Rosete que en 1812 trabajaba como tal en
Taguay (Aragua). Antoñanzas le confirió esa tenencia de justicia mayor. En 1814 dirigió una
de las tres columnas de Boves para la ofensiva hacia Caracas. En Ocumare sus tropas causa-
ron una auténtica barbarie especialmente contra los hacendados blancos, entre los que se en-
contraban paisanos suyos. Se calculó en unos 300 los muertos, según el testimonio del padre
Orta. Derrotó de nuevo en esa localidad del Tu a Arismendi, pero no se vio obligado a reti-
rarse a Oriente ante una acometida de José Félix Ribas. Fue integrante de la columna de Quero
en la llamada retirada de los seiscientos hacia Barcelona. Falleció en la batalla de El Juncal el
27 de septiembre de 1816 (Diccionario de Historia de Venezuela... Tomo III, pp. 481-483).
296
Era perito para la medición de caminos.
297
Martín González fue el primer cura nativo de Camagua. En 1811 había abierto una es-
cuela para la educación de veinte niños, (CASTILLO LARA, L.G. Dos pueblos del sur de
Aragua: La Purísima Concepción de Camatagua y Nuestra Señora del Carmen de Cura, Ca-
racas, 1998, pp.120-121).Paz Castillo los acusaba de ser agentes propagandistas de la reac-
ción realista. Después de un juicio sumario en el que, según reflejó Castillo Lara, “se violaron
los principios elementales de la defensa de los reos”, se les condenó a muerte La intervención
del coronel Pedro Arévalo, que se opuso abiertamente a su ejecución, hizo que se suspendiera.
Los sacerdotes fueron remitidos al cuartel general de La Victoria, donde fueron juzgados

207
los naturales de Canarias Domingo Guillén298 y José Gómez,
naturales de las Islas Canarias y el originario de Camatagua
Claudio Duarte, natural de este pueblo, que servía de teniente
justicia mayor, “viudo, honrado y cargado de numerosa fami-
lia” y los otros dos casados, “de conocida honradez y algunos
bienes de todas especies”, a quienes arcabucearon en la plaza
del pueblo299, y a los párrocos solo por ser fieles al Rey. Apuntó
que robaron a todo el resto del vecindario han robado según
la proporción de sus intereses. Estimó que toda la cantidad
sustraída podía superar más de treinta mil pesos según lo que
reclamaron algunos y que los excesos fueron de tal calibre que
sería imposible expresarlo “pues en todo imitaban a las más
irritadas fieras”. Sabía, por habérselo contado el vicario de la
ciudad de San Sebastián de los Reyes, que en su plaza habían

sumariamente sin defensa, condenados a muerte y fusilados. Tras la caída de la Primera Re-
pública, el padre de Carlos Francisco López, solicitó ayuda porque al haber pasado por las
armas a su hijo se quedó sin su único sostén (CASTILLO LARA, L.G. Los olvidados próce-
res de Aragua. Caracas, 1993, p.431).
298
Domingo Guillén era, como señaló Castillo Lara, persona de posibles y muy apreciado
por el vecindario. Fue el impulsor de la construcción de su templo parroquial. El 14 de sep-
tiembre de 1799 había sido designado teniente justicia mayor de Camatagua. (QUINTERO,
G. El teniente de justicia mayor en la administración colonial venezolana. Aproximación a su es-
tudio histórico jurídico. Caracas, 1996, p.412).Durante la Primera República seguía detentando
ese cargo. En junio de 1811 costeó las bestias que condujeron la expedición hacia Oriente de
Francisco González Moren hasta Chaguaramas (MARTÍNEZ, M.A. Aspectos económicos de la
época de Bolívar. Caracas, 1988. Tomo II, p.208.) Duarte era su suegro. Castillo Lara recono-
ció que la actuación de Paz Castillo contra ellos fue una auténtica tropelía (CASTILLO
LARA, L.G. Los olvidados próceres..., p.430). De este y del otro isleño, José Gómez, afirmó el
mayordomo de la parroquia Juan Rodríguez que eran “unos vecinos de caudal, dignos de toda
estimación, el amparo de los pobres y los que no lo eran, vecinos devotos, de los que animaban
al trabajo del templo (CASTILLO LARA, L.G. Dos pueblos del sur de Aragua...p.135).
299
El mismo Juan Paz Castillo dio cuenta a Miranda del fusilamiento desde Camatagua
el 11 de julio de 1812: “Hoy se ejecutó la justicia de Guillén, Duarte y Gómez” (ARCHIVO
DEL GENERAL MIRANDA. Tomo XXIV, p. 284).

208
fusilado dos hombres, pero desconocía quienes eran y de
donde, “pues los dejaron botados y no dieron parte para darle
sepultura”. Manifestó finalmente que fue conducido preso
junto con otros muchos sujetos a Caracas, donde se mantu-
vieron hasta la entrega de La Victoria al gobierno realista300.
El estanquillero de Camatagua Marcelino González, de 25
años, que no firmó por no saber, especificó que se había man-
tenido en ese pueblo para no dejar desamparados los intereses
de Su Majestad hasta la entrada y salida de los insurgentes. Por
esta razón le constaban los referidos ajusticiamientos de los
dos sacerdotes, los dos isleños y el suegro del primero Claudio
Duarte, “viudo y cargado de numerosa familia y todos de co-
nocida honradez y arregladas costumbres”. Creía que a estos
les siguieron causa, pues el día de arcabucear los tres últimos
oyó el testigo la sentencia en la plaza. Sus delitos eran el de
Guillén el de haber auxiliado con intereses al ejército monár-
quico comandado por Luis Almeida, al segundo por la misma
razón y haber dado cincuenta novillos para la manutención de
las tropas y al tercero por lo mismo y “haber recibido el bas-
tón de Justicia Mayor de este pueblo por el citado Almeida” y
también por dar sus hijos “para que sirviesen a las Armas es-
pañolas”, agravándose a todos ellos por “el haber dado la plaza,
en unión de los venerables curas, luego que la pidió el expre-
sado Almeida. A los clérigos los condujeron presos hasta La
Victoria, donde también los pasaron por las armas. Afirmó que
a otros muchos vecinos de este pueblo y de Orituco criollos y
europeos los dirigieron presos hasta Caracas, donde había oído
decir que los mantuvieron en áspera prisión hasta la entrega de
La Victoria. Al mismo tiempo habló de los excesivos robos, que

300
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

209
habían pasado de treinta mil pesos los quebrantos, ya que nin-
gún vecino dejó de lamentarse de los hurtos que “el fiero Cas-
tillo y todos sus secuaces” cometieron, “sin perdonar el más
mezquino trapo o prenda de algún valor, porque todo su con-
nato era robar y destruir este pueblo por haber proclamado a
su Rey” y que a su imitación lo habían hecho en sus circunve-
cinos pueblos. Sabía asimismo por habérselo contado los mis-
mos soldados de Castillo que en la sabana de la ciudad de San
Sebastián arcabucearon dos hombres, que allí mismo dejaron.
Desconocía el delito que se les atribuía, “a cuyos hechos eran
socios y por mejor decir hacían la misma persona de Castillo
don Carlos Padrón301, y el zambo Arévalo302 y también don

301
Primo hermano de Juan Paz Castillo, era como él de ascendencia canaria. Su parentesco
era por la vía materna por descender ambos de los canarios Antonio Díaz Padrón y Josefa An-
tonia Hernández Acosta y Carballo. En 1801 era soldado de las milicias de infantería de blan-
cos de Barcelona (Anzóategui). (Hojas militares. Caracas, 1949, Vol. III, p.5) En 1810 era
subteniente de granaderos incorporándose al movimiento independentista. En 1812 es prisio-
nero de los realistas y en 1813 se incorpora al ejército de Mariño. Emigró en 1814 tras la caída
de la Segunda República. Bajo las órdenes de Monagas en 1816 es ascendido a comandante ge-
neral de caballería y presidente del consejo permanente de guerra. En 1819 desempeñó la jefa-
tura interina del ejército de Oriente con el rango de coronel. En 1825 fue comandante de armas
d Barcelona y su representante ante la Unión colombiana. En 1830 fue jefe de estado mayor de
las tropas de José Tadeo Monagas. Falleció en 1838. IRWIN, D., MICETT, I. Caudillos, mi-
litares y poder. Una historia del pretorianismo en Venezuela. Caracas, 2008, p.43.
302
Pedro Arévalo nació en Turmero en 1761. El 5 de febrero de 1782 entró a servir en el
batallón de pardos de las milicias de Aragua. En 1798 había alcanzado el rango de teniente
y en 1802 el de capitán. En 1808 ofreció sus servicios para luchar contra los aristócratas que
querían echar por tierra el vigente sistema de gobierno, la llamada conspiración de los man-
tuanos. Participó en un golpe para deponer a Emparan que se estaba preparando para prin-
cipios de abril de 1810. No volvió al cuartel hasta el 19 bajo el pretexto de encontrarse
enfermo. participó activamente en los acontecimientos de ese día marchando con Roscio
para garantizar el acuerdo. Denunció a los individuos de su clase que tomaban partido por
la contrarrevolución en un escrito de 11 de abril de 1811. El 30 de julio de ese año fue as-
cendido por Miranda teniente coronel con el grado de coronel del ejército. Conspiró con-
tra Miranda para evitar su capitulación. Tras su firma se embarcó en La Guaira para huir

210
Guillermo de Zarasqueta303, vecino de la ciudad de San Sebas-
tián, quien se hizo cargo de la tienda de don Miguel Rodrí-
guez304, que era de más de mil pesos de principal”. Este último
obligó al testigo hasta llegar al estado de demandarlo ante Cas-
tillo, para que le entregase la llave de la casa y que por su mano
vendió cuanto en ella había305.
La siguiente declaración correspondió al vecino de Cama-
tagua Antonio Guevara, mayor de cuarenta años, que no sabía
leer ni escribir. En ella expresó que, al tratar de retirarse de ese
pueblo, arribaron de sorpresa los postas o guardia vigilante de
Paz Castillo, que no le dieron tiempo de huir. Por ello le
constó los apresamientos y fusilamientos ya referidos de los

hacia Curaçao. En Cartagena de Indias luchó contra los realistas de Santa Marta. Acaecida
la reconquista de Cartagena por Morillo en diciembre de 1815, siguió formando parte del
ejército insurgente, falleciendo el 8 de febrero de 1816 en el páramo de Cachirí, camino de
Ocaña. (CASTILLO LARA, L.G. Los olvidados próceres... .pp.421-435).
303
Natural de Bilbao, se trasladó a Venezuela a mediados de la década de 1780. Tras re-
sidir en La Guaira y Caracas marchó a San Sebastián de los Reyes, donde erigió una tienda
de mercaderías y de frutos y exportó desde La Guaira. En 1792 contrajo nupcias con Jo-
sefa, hermana del alcalde y regidor Francisco Fonseca Pulido. Fue elegido elector parroquial
de San Sebastián de los Reyes en septiembre de 1810, dirigiendo a los presentes un discurso
en el que habla de ciudadanía y de patria. En 1811 fue designado alcalde. Felicita la decla-
ración de independencia en nombre de la corporación. El 19 de octubre de ese año se le de-
signó capitán de la primera compañía de milicias mixtas de esa villa. acudió en defensa de
San Juan de los Morros ante la ofensiva de Monteverde. Fue procesado en 1812 como in-
surgente. Al año siguiente se incorporó al ejército republicano. Derrotado por Boves en el
caño de Santa Catalina. En ese período participó en numerosas batallas y escaramuzas, entre
ellas la de Araure, siendo derrotado en La Majada. Hecho prisionero, fue conducido a San
Sebastián, donde fue fusilado y descuartizado en la plaza pública. (CASTILLO LARA,
L.G. Los olvidados próceres...pp.395-410). Fue el comerciante al que Boves desairó al no
querer casarlo con su hija, con la que había compartido un breve romance, por ser pulpero
y expresidiario. Fue una afrenta que no olvidó. De ahí su cruel ejecución.
304
Era un tendero del pueblo, seguramente isleño. Contribuyó con diez pesos a la construc-
ción del templo parroquial. (CASTILLO LARA, L.G. Dos pueblos del sur de Aragua... p.191).
305
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

211
curas, de Guillén y José Gómez, “casados y de crecidos intere-
ses, y de las Islas Canarias”, y de Duarte, “natural de este pue-
blo viudo cargado de numerosa familia y todos de crecida
honradez”. Todo ello lo supo por habérselo contado “el capitán
Arévalo y otros muchos de los del ejército”. De Paz Castillo
sabía por los mismos que “el agente de aprisionar don Carlos
Padrón, por ser el jefe más activo de ellos, habían arcabuce-
ado dos hombres en la sabana de la ciudad de San Sebastián
por haberse desertado”. Reflejó que Carlos Padrón, en com-
pañía de otros, era “el que robaba las casas del vecindario en
los campos” y que Guillermo de Zarasqueta “se metió en la
casa de don Miguel Rodríguez y vendió cuanto en ella había,
que estaba bien surtida, donde también recogió algunos gé-
neros que había en la casa del presbítero don Carlos López
pertenecientes a don Juan Martínez”306.
El referido Juan Martínez Figueroa, vecino también de Ca-
matagua, de 37 años y firmante, ratificó los hechos referidos
y apuntó que había oído decir que “en dos silletas que vio en
la Sabana de la ciudad de San Sebastián pasaron por las armas
dos hombres de tierna edad porque se habían desertado” y que
“a todo el vecindario robaron sin exceptuar persona, casa ni
prenda por mezquina que fuese, porque su fin no era otro que
destruir y aniquilar este pueblo”. Precisó que en su pueblo el
agente de recogimiento de intereses robados en casas y cam-
pos era “Carlos Padrón, primo hermano de don Juan Paz del
Castillo” y que Guillermo Zarazqueta “se entró en la tienda
de don Miguel Rodríguez y expendió de ella todos los géne-
ros que había y pasarían de tres mil pesos, aparte de otros mu-
chos trastos que también tenía en la casa y unos géneros que

306
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

212
tenía el declarante en casa del presbítero don Carlos López
que su autoridad era sobrada para que no hubiera puerta ce-
rrada para ello”307.
Finalizó el interrogatorio Domingo Miranda308, de más de
24 años, que también firmo. Narró que, hallándose en San Ra-
fael de Orituco, llegaron a prenderle “en unión de otros eu-
ropeos que habitaban allí” Luis Luque y don Laureano Mena
y por estos y los soldados que les acompañaban supieron que
habían arcabuceado en Camatagua a Claudio Duarte. Los dos
referidos le quitaron a la suegra de Andrés Marrero mil pesos
que por orden de estos contó el testigo. Después de haberlo
traído en unión de otros preso volvieron Luque y José Manuel
Ávila a buscar preso a Manuel Ríos, factor de la Renta Real
del Tabaco, al que no llevaron por encontrarse enfermo. No
obstante, le robaron tres mil pesos, lo que sabía por haber visto
tomar declaración sobre ello a los mismos que condujeron el
dinero a pedimento del citado Ríos. Le constaba también que
en aquel pueblo hurtaron crecido número de animales de toda
especie y sillas de cabalgar, pero desconocía cuantas eran. Había
oído el fusilamiento de tres soldados en San Sebastián, pero,
aunque se les atribuía deserción, “solo fue su delito haberse des-
viado un tanto de la formación, lo que sabe por habérselo con-
tado los mismos soldados que les custodiaban”309.

307
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
308
Era un militar probablemente canario, que había repugnado una proclama de Rosete
en la que incluía por odios personales a los Isturiz. Él lo reprehendió, diciéndole que debían
vivir en armonía. le expresó que “viva todo el mundo y no muera nadie”. CASTILLO LARA,
L.G. Dos pueblos del sur de Aragua... p.p. 142-143).
309
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

213
La causa contra Francisco Isnardi

El 27 de noviembre de 1812 el oidor Pedro Benito Vidal da


comienzo a los autos contra Francisco de Isnardi, que se ini-
cian con la declaración de José Manuel García de Noda, que
testificó que el indicado era “natural de la España Europea y ci-
rujano de marina, con cuyo carácter se hallaba en esta ciudad”.
Adherido al partido revolucionario, se le encargó la edición de
la Gaceta de Caracas, en la que “ponía los papeles y noticias
tan a gusto del Gobierno, disfrazando, aumentando, dismi-
nuyendo o tergiversando las noticias y papeles que anunciaba
tan a gusto del Gobierno”, que por este y otros servicios fue de-
signado secretario del Congreso, cuyas funciones ejerció hasta
su conclusión, acompañándolo incluso a Valencia. Con sus
diatribas en ese medio “era el que mantenía el entusiasmo pú-
blico por el sistema revolucionario”. Al entrar el declarante en
la residencia episcopal, se dio “con mucho placer y satisfac-
ción en presencia de todos la noticia de que ya el General
Monteverde estaba en capitulación con las tropas caraqueñas”.
Por ello se sorprendió Isnardi y, “como lleno de temor y so-
bresalto, preguntó ¿Qué hago yo ahora?” Le respondió uno de
los presentes animándole: “Hombre usted es español y con

215
este nombre tiene bastante”. Por su parte, el regidor Fran-
cisco Aramburu reiteró lo dicho con anterioridad, subra-
yando que se hallaba de secretario del Poder Ejecutivo
Federal cuando se estableció la Ley Marcial310 y a poco
tiempo de esto se disolvió el Gobierno revolucionario por
la entrada de las tropas de la Nación, en cuyo destino se
portó como consta de las Gacetas y papeles públicos que au-
torizó a los que se remite.
El conde de la Granja, por su parte, especificó que era
uno de los patriotas más exaltados y que procuraba hacer
todos los servicios que podía al Gobierno revolucionario,
que en la edición de la Gaceta abultaba las pérdidas de Es-
paña y la victoria francesa en la guerra de Independencia.
Aunque suponía que “no todos serían pensamientos suyos,
pues muchos se atribuían al doctor Roscio, siempre sonaba él
como redactor”. Durante su secretaria del poder ejecutivo fe-
deral la sanción de la ley marcial “causó muchos perjuicios,
porque se prevenía por ella que todos tomasen las armas con-
tra su Rey y Señor y muchos, por no hacerlo, abandonaban
sus labranzas y familias y andaban como se suele decir a
monte”. El canario José Espino, corredor de comercio, de 40
años de edad311, reiteró lo apuntado por el anterior, al igual
que el comerciante Vicente Linares, de 68, y el regidor Fran-
cisco Antonio Carrasco. Isidoro Quintero expuso como en
una ocasión le había hablado con toda confianza sobre lo erra-
das que estaban las noticias de España, “manifestando sabía

310
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
311
Había firmado junto con otros sesenta paisanos suyos, vecinos de Caracas, el 12 de
julio de 1811 una representación en la que trató de desmarcarse de la acusación general que
se les hacía de desafectos a la independencia, que fue reproducido en la Gaceta de Caracas
del 16 de ese mes.

216
lo contrario de lo que él publicaba en las Gacetas”, le contestó
que “la Gaceta, aunque suena que es mía, crea usted que siem-
pre va con sus notas puestas del secretario de Estado Roscio y
no hay más recurso que poner lo que este quiere, ya ve usted
que lo deje porque tuve unas desazones sobre si había o no es-
tampado alguno de los párrafos del periódico titulado el Es-
pañol, tan a gusto como Roscio, quería y si volví a ella fue
porque me mandaron una y dos veces que la volviese a tomar
a mi cargo”. Finalizó los autos el testimonio de Pedro Vázquez,
de 39 años, que no aportó nada nuevo312.

312
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

217
Causa contra don Juan Pablo Ayala

Pedro Benito Vidal dio pie al proceso de Juan Pablo Ayala el


28 de noviembre de 1812 con el interrogatorio de Antonio
Carballo, quien relató que era “militar del fijo en el día 19 de
abril de 1810 en que principió la revolución, pero antes, ha-
biendo dado noticias al Capitán General que era de la revo-
lución que se intentaba y sin duda alguna de que Ayala estaba
metido en ella, tomó la providencia de destinarlo fuera de la
provincia, so color de comisión militar, pero Ayala no llegó a
salir del pueblo, porque se significó o representó que se hallaba
enfermo y necesitaba de unos días para su curativa o convale-
cencia, lo cierto es que llegó dicho día sin haber salido de la ciu-
dad y al instante demostró grande adhesión al partido
revolucionario, haciéndose uno de ellos y cooperando a todas
sus ideas, por lo que le dieron algunos ascensos y le hicieron go-
bernador de esta ciudad, en cuyo empleo se portó como un ver-
dadero patriota”. Francisco de Aramburu manifestó que se había
quedado al servicio del gobierno revolucionario. Formó parte
de la Junta como representante de los militares y el gobierno re-
volucionario le hizo gobernador Militar de Caracas e Inspec-
tor General y Coronel de sus tropas. Sin embargo, durante el
mandato de Miranda se quedó solo como agregado a la plana

219
mayor. Fernando de Ascanio, conde de la Granja, expuso por su
parte que el primer objetivo de los revolucionarios “fue tener
ganada la tropa y principalmente el regimiento fijo” del que era
capitán, de lo que se infería que antes del día 19 “podía ser sa-
bedor del proyecto y máxime si se atiende a que en dicho día fue
nombrado comandante de las armas de esta ciudad y después
individuo de la junta que sustituyó a la del ayuntamiento”. Con
anterioridad por considerarse sospechoso de ella se le mandó
salir de Caracas por Emparan, pero no lo verificó pretextando
enfermedad. A la venida de las tropas monárquicas se le designó
para el mando de una división del ejército de Miranda313.
El isleño José Espino especificó la división mandada por él
en “un sitio que llaman Guayca” hizo perecer a “bastantes es-
pañoles o los del partido del Rey”. También es cierto haber oído
en favor de Ayala “que llevó a muy mal el que esta Provincia de-
clarase la Independencia de España, lo que fue causa de perder
la amistad que tenía con Juan de Escalona, individuo que en-
tonces era del poder ejecutivo”. Los restantes testimonios de
Francisco Antonio Carrasco, Isidoro Quintero, García de Noda
y Miguel Antonio Portillo no aportaron nada nuevo314.

313
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
314
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

220
Causa formada a Manuel Ruiz
por infidencia

El 30 de noviembre de 1812 fue la fecha escogida por Pedro


Benito Vidal para abrir la causa contra Manuel Ruiz. En ella
Francisco Aramburu apuntó que era capitán de las tropas del
Rey el día 19 de abril de 1810 y que depuso a las autoridades
legítimamente constituidas y que en aquella época formaban
el gobierno monárquico. Según voz pública fue también “uno
de los que descubrieron una contrarrevolución que intenta-
ron varios europeos y de la Patria, en términos que de dicha
delación resultó haberse formado causa contra los que pro-
yectaban aquella, que sin duda se vieron aprisionados y casi
prontos a perder la vida”. Obviamente se refería a la llamada
conspiración de los Linares. Informó de su ascenso al empleo
de sargento mayor del batallón de milicias de blancos de esta
capital con el grado de coronel y más tarde su jefatura de la
comandancia de Puerto Cabello, en donde permaneció bajo
su mando hasta poco tiempo antes de la entrada de Monte-
verde en Caracas. Juan Bernardo Larraín ahondó en su papel
en la referida conjura, en la que “cometió la mayor felonía de
las que se ven pues, habiendo intentado los Linares restituir
esta ciudad a obediencia del Soberano y, pensado para ello

221
tener las tropas de su mano, habían conseguido que fuese de
su mismo pensar don Andrés de Salas, del mismo regimiento
de la Reina, pero, como este o por amistad o por necesidad
revelase el pensamiento al Ruiz, fue este hombre tan vil que
dio parte del proyecto al gobierno revolucionario, quien pren-
dió a los Linares, les formó causa en la que tuvieron siete de
votos de muerte, pero pudieron después de estar mucho
tiempo presos salvar sus vidas saliendo desterrados a los Esta-
dos Unidos”. En su mando en Puerto Cabello “fueron ya tan-
tos los españoles europeos que aprehendió que, no habiendo
ya en las bóvedas, los tenía presos en pontones”315.
Uno de los conspiradores, Manuel González de Linares,
de 31 años, explicitó que él, junto con varios amigos, había
pensado “reducir a esta Ciudad y provincia a la legítima obe-
diencia del soberano, formaron para ello los planes que cre-
yeron convenientes, con acuerdo entre otros de don Andrés
de Salas316, capitán del mismo cuerpo, que tenía mucha amis-
tad él con otro capitán del mismo regimiento llamado don José
Mires, a quien o por dicha amistad o porque lo conceptuó del
caso comunicó Salas el proyecto que acaso por entonces le pa-
reció fiel, pero, habiendo Mires tratado el particular con el Don
Manuel Ruiz tuvieron estos dos el inicuo y vil pensamiento de
delatar, como delataron, todo el proyecto al gobierno revolu-
cionario”. De sus resultas lo prendieron y a otras treinta perso-
nas, entre ellas al Salas, que murió en la prisión de las bóvedas

315
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
316
Natural de Jaraicejo (Cáceres), era hijo de Lucas de Salas y Lucía Ochoa. Casó en Ca-
racas el 20 de agosto de 1809 con María Josefa Llaguno, originario de esa ciudad, hija de Fe-
lipe Llaguno, natural de Trucios (Balmaseda, Vizcaya) y de Bernarda Garay y viuda del
letrado Faustino de la Plaza y Acosta, natural de la Asunción. No tuvieron sucesión (ITU-
RRIZA GUILLÉN, C. Op. Cit. Tomo II , p. 498).

222
del castillo de Puerto Cabello bajo su mandato. Puntualizó que
“se portó con tanta inhumanidad y fiereza que se le dieron de
la gravedad y cercana muerte del Salas, se verificó esta sin haber
confesado y aun sin haberle quitados los grillos hasta después
de algunas horas de muerto”. Por la causa que se formó tuvie-
ron siete votos de ser decapitados, mas “si no hubiera sido por
los muchos pasos y lágrimas que vertieron su mujer y parien-
tes, hubieran perecido en el patíbulo, pues consiguieron que
otros nueve titulados jueces votasen por encierro perpetuo y con-
fiscación de bienes”, sentencia que más tarde “se suavizó a des-
tierro perpetuo y la indicada confiscación con otras cosas”317.
Tras la declaración de Fernando Ascanio, que nada nuevo
aportó, la de José Espino reflejó su delación al gobierno revo-
lucionario del proyecto contrarrevolucionario ideado por los
llamados de Linares, lo que llegó a decir de él y de sus com-
pañeros que lo habían descubierto que “eran buenos españo-
les él”. Prueba de ello fue que le dieron un grado más y más
tarde lo nombraron comandante de un batallón de la plaza
de Puerto Cabello, “en cuyo destino ha oído que se portó de
un modo terrible para los europeos y principalmente cruel
con los pobres presos que estaban en las bóvedas de dicha
plaza, sin más delito que el de ser buenos españoles”. Expuso
el caso del capitán del regimiento de la Reina que había sido
su compañero, que “murió en la prisión sin sacramentos y con
grillos”, el ya referido Andrés de Salas318.
Tras las deposiciones de Vicente Linares y Isidoro Quin-
tero, que no aportaron nada sustancial, la de José Manuel Gar-
cía de Noda precisó que “los coroneles don José Mires y don

317
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
318
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

223
Manuel Ruiz fueron elevados a este grado como efectivos te-
nientes coroneles por el gran servicio que hicieron a la Patria”
al descubrir “la terrible conspiración que trataron los euro-
peos contra ella”319.

319
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

224
Causa contra José Mires por infidencia

El 30 de noviembre de 1812 Pedro Benito Vidal dio comienzo


a la causa contra José Mires. El primer testigo, Francisco de
Aramburu, testificó que el acusado era oficial del regimiento de
la reina en el 19 de abril de 1810, que “se hizo parte y servidor
del gobierno revolucionario, de quien tuvo ascenso en dicho
día y poco después, haciéndose uno de los de su número, pero
tan contrario a sus paisanos, los naturales de Europa que, ha-
biendo tratando estos una contrarrevolución y comunicado su
pensamiento a Mires, creyéndose de buena fe que sería con ellos
fue tan eleve y pícaro que les delato al gobierno revoluciona-
rio”. De sus resultas se formó una causa en la que “estuvieron
muchos españoles y criollos en ocasión de perder la vida en el
cadalso, pues para ello tuvieron seis o siete votos”. Finalizó ex-
presando que “sirvió contra su Rey y su patria hasta la toma de
Puerto Cabello que logró fugarse, pero después fue preso”320.
Juan Bernardo Larraín testificó que había sido “uno de los
que los revolucionarios tenía ganados antes de la explosión para
que en ella no pudiese el general contar sus tropas y poder más a su

320
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

225
salvo dar el golpe que tenían premeditado” Por ello fue ascendido,
“según hace memoria”, a coronel y destinado a la jefatura de varias
expediciones “contra las tropas de su propio Rey, que le fueron
más leales que él, pues fue tan pícaro” que se significó en la des-
articulación de la conspiración de los Linares gracias a la amistad
que tenía con Andrés de Salas, oficial de la Reina como él Por ese
afecto o por “necesidad que tuviere de valerse de ´él para su in-
tento, le comunicó el pensamiento o plan y, no solo no accedió a
lo que le proponía, sino que cometió la vileza de dar parte al go-
bierno revolucionario con todos sus pelos y señales”. Por su parte,
Manuel González Linares expresó que Salas había creído conve-
niente, para más bien asegurar el golpe, le hiciese participante del
indicado intento. Certificó haber oído en la prisión al citado Salas
que Mires consultó ese proyecto con Manuel Ruiz y ambos “co-
metieron la vileza de llamar el Mires a su casa a dicho Salas y, es-
tando escondido el Ruiz, hizo que tocase en voz que este le
pudiera oír el indicado punto de la contrarrevolución, hablando
de todos sus planes y de los sujetos que en ellos intervenían con
todas aquellas noticias y conocimientos que a título de instruirse
de ellos para su corporación quisieron para cometer la última
maldad que fue delatar al gobierno revolucionario”. Los restantes
declarantes, los ampliamente conocidos Fernando Ascanio,
conde de la Granja, José Espino, Vicente Linares, Isidoro Quin-
tero y José Manuel García de Noda reiteraron puntos de vista si-
milares321. Evidentemente es bien notorio que tanto Ruiz como
Mires fueron seleccionados por su papel en el descubrimiento de
la conspiración, al igual que había acaecido con Varona en la aso-
nada de la Sabana del Teque.

321
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

226
Las representaciones para promover
su liberación

El 8 de noviembre de 1812 los llamados ocho monstruos die-


ron a la luz su primera representación conjunta desde Cádiz
dirigida a la Regencia. En ella le pedían que permitiese tur-
bar con sus clamores su ánimo al conocer la restitución de
aquellos países al seno de la Nación, de que los separó un con-
cepto errado, propio de la condición de los tiempos, cuyas
consecuencias deseaban olvidar, tanto más cuanto que el Con-
greso Nacional había querido manifestar su generosa pro-
pensión a ese saludable olvido. Había sido el desengaño lo que
les inclinó los ánimos a apreciar la integridad nacional como
único medio contra los males de la separación. La capitula-
ción había sido vista como el fin de las desgracias presentes y
como el acto de rehabilitación que para el goce de todos los
bienes les prometía una constitución capaz por sí sola de sub-
sanar “cuantos desastres fueron casi inseparables del deseo mal
ordenado de obtener” lo concedido por las Cortes generales
“a la América con una liberalidad superior a sus mismas espe-
ranzas”. Entendían que ese era el cálculo de todos los habi-
tantes de Venezuela tras la deposición de las armas Con la
capitulación se había acreditado que “el convencimiento más

227
bien que la debilidad había sido el principal agente que resti-
tuyó el Imperio español esa provincia y proporcionó a ella “el
mérito de que una obstinación funesta, justificando las ca-
lumnias de los enemigos de la América y alagando los deseos
de los rivales de la España”. Por todo ello aseveraban que el
honor y la felicidad solo podían existir en la unión de ambas
bajo los principios propis de “la liberalidad augusta”. Esa li-
sonjera perspectiva, nacida del interés recíproco, enraizada en
una amarga experiencia y hermoseada con los sólidos alicien-
tes que vertía la sincera reconciliación de los pueblos, desapa-
reció, sin embargo, bien pronto. Habían esperado que el
pabellón español hubiese sido la égida invulnerable bajo cuya
protección comenzase Venezuela a olvidar los horrores de la
guerra civil, la miseria, los terremotos, las facciones y cuantos
males pueden reunirse contra un pueblo. Esas esperanzas se
frustraron, porque el nuevo gobierno de Caracas, “bajo tan
sagrado nombre”, vengaba las pasiones y los intereses rastreros
que habían pervertido anteriormente unos esfuerzos. Se re-
ducirse su horizonte político a castigar injuria por injuria por
parte de los agraviados del anterior sistema y sin otra razón
que haber procedido a “un informe dictado por la codicia, el
resentimiento, la venganza o el deseo criminal de encubrir con
la detracción de la conducta los mismos desórdenes de que
los detractores no podrían justificar si la capitulación no les re-
levase de esta obligación. Ese mezquino procedimiento nació
de la malicia y el rencor inspirado en el ánimo de un jefe que,
aunque dotado de las mejores disposiciones, ni conocía el país,
ni los que lo rodeaban. La seguridad pública fue la señal ho-
rrible de alarma, que apoyada en siniestras interpretaciones
contra el convenio firmado, renovó la desolación de una ex-
plosión volcánica de cuantas pasiones germinaban por des-
gracia en toda fermentación política, lo que “volvió a cubrir de

228
llanto y de miseria a aquel consternado país”. Solo la simple
sospecha por parte de los agraviados bastaba para encarcelar.
El talión se convirtió en la única norma en claro contraste con
la nación que resistió “la más formidable y pérfida agresión” y
que se regeneró “un pacto social tan admirable como su
misma resistencia”. En Venezuela se vieron en los cepos de las
plazas públicas, expuesto a los insultos del populacho y la in-
temperie a los promotores de la capitulación, que fueron con-
ducidos atados a pie y casi desnudos de todos los puntos de la
provincia a los calabozos de La Guaira y Puerto Cabello. Eran
centenares de todas clases, estados, condiciones y edades sin
más causa que una simple denuncia de algunos de los innu-
merables calificadores de sospechas. Bajo ese orden jurídico en
pocos días se cargaron de grillos, secuestrados o destruidos sus
bienes y reducida a la miseria y desolación sus familias, miles de
personas sin “otra analogía política de estar todos comprendi-
dos en la capitulación”. Sin ser interrogados, ni oídos, se vieron
obligados a sufrir prisión por más de sesenta días. En esas maz-
morras superiores vieron como fueron puestos en libertad con
fianza o sin ella algunos que se dijeron presos por crímenes pos-
teriores a la capitulación, muchos indultados y otros a los que
se concedía pasaporte para emigrar a las islas inglesas. En con-
sonancia con ese inconcebible orden expusieron que fueron ex-
traídos los ocho de las cárceles, despojados de nuestros relojes,
hebillas, y escaso dinero que habían podido preservar del se-
cuestro de sus efectos. Sufrieron un registro tan vigoroso que
llegó a violar el decoro del eclesiástico que estaba entre ellos y
fueron conducidos a bordo de un buque, arrojados a un rin-
cón pestilente de la bodega en la barra de grillos. Finalizaron
la exposición expresando estar dispuestos a tales sacrificios en
obsequio a la Nación, si servían para la felicidad de Venezuela
y del decoro de la España. Su objetivo era que conocieran la

229
diferencia existente entre los grandes designios y la conducta
de los que habían contrariado tan abiertamente322.
Quince días antes de la resolución de la Regencia, el Con-
sejo de Estado había dictaminado en Cádiz el 16 de enero de
1813 que se tenía por muy justo y político que la capitulación
se observase religiosamente en todas sus partes. Su exacto
cumplimiento era propio de la buena fe del Gobierno, que es-
taba interesado en sostenerla y reformar toda contravención
en que hubiera incurrido el Capitán General o cualesquiera
otros de sus agentes. No obstante, echó un capote al procedi-
miento de Monteverde al argumentar que no había sido el de-
lito de insurrección lo que había ocasionado la prisión, sino
que “hechos posteriores a ella” eran los que al parecer los ha-
bían motivado. Entendía que si la codicia, el rencor, el deseo
de venganza y todas las pasiones exaltadas fuesen solas, como
ellos aseguraban, que eludían el cumplimiento de lo capitu-
lado, esas causas quedará refrendadas o por el documento jus-
tificativo a que se remitía Monteverde que comprendería “sin
duda la información sumaria o diligencias judiciales sobre los
hechos que se les imputan y el tribunal a donde corresponda
verse esta causa, hará de él a su tiempo el mérito debido en jus-
ticia”. Sin embargo, tal testimonio no se encontraba en el ex-
pediente ni en las secretarias del despacho, según el resultado
de los pasos dados en la de Gracia y Justicia. Se lamentaba de
que en el día no había otra evidencia que las exposiciones del
marino canario, de quien no debía “presumirse más interés que
la felicidad de el bien común de los pueblos de que esta encar-
gado”. En ellas se les calificaba de reos, sin otra prueba en con-
tra que el dicho desnudo de ellos, por lo era indispensable que

322
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

230
por ahora fueran considerados bajo el carácter de tales. En este
estado y en el supuesto de no permitir las circunstancias el re-
torno a Caracas de los ocho presos, cuya presencia e influencia
pudiesen en efecto, con grave riesgo de la salud de aquellas pro-
vincias, turbar la paz y alterar la reconciliación conseguida a
costa de tantos sacrificios, entendían que parecía que no que-
daba otro arbitrio que el de pedir al capitán general el citado
expediente, ordenándose su remisión a la mayor brevedad. A
su arribada a Cádiz se debía por la autoridad judicial compe-
tente la práctica de cuantas diligencias fuesen precisas. En ellas
se tenía que poner especial cuidado en que no se omitiese al-
guna a fin de evitar los perjuicios que necesariamente habrían
de seguirse con la dilación de la espera de nuevas pruebas. Con
la finalidad de no desatender ninguna de las quejas de los pre-
sos y dar a este asunto toda la extensión y claridad posible, re-
flejaron que convendría que la máxima autoridad militar
venezolana informase con justificación sobre el contenido de
la representación de los ocho reos. Mientras tanto estos conti-
nuarían detenidos en un lugar de toda seguridad, si bien era
muy justo que se les socorriese con cuanto necesiten para sus
vestidos y alimentos y que se les dispensasen todos los auxilios
propios de la humanidad y compatibles con la guardia de sus
personas. El citado dictamen contó con un voto particular del
marqués de Piedra Blanca. En él recoge que su aprehensión di-
manaba “al parecer por una justa providencia gubernativa”323.
El Consejo de Estado argumentó que, al no existir una legal
sumaria que acreditase la infracción y los delitos perpetrados por
los presos después de la firma de la capitulación, juzgaba que,
para la determinación de este grave asunto, debían adoptarse

323
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

231
dos medidas. La primera de ellas consistía en que, si se aten-
dían a razones políticas y resultados que podían ocasionarse
en ultramar, como también a manifestar la piedad y bondad
del gobierno y evitar la mala inteligencia e interpretación que
podían proporcionar “los malvados y revolucionarios de aque-
llos desgraciados países” a la capitulación, por libertarles su
exterminio se podía ordenar su puesta en libertad con su con-
finamiento en Ceuta o en otro lugar seguro, con estrecho en-
cargo de sus jefes de velar sobre su conducta y, si fuera posible,
con la presencia de centinelas de vista. En esa plaza se les pro-
hibiría hablar sobre cuestiones revolucionarias y se les impe-
diría a los capitanes de los buques su embarque, impidiéndose
su retorno a Venezuela sin ningún pretexto. La otra provi-
dencia se adoptaría si por justos motivos era indispensable
que, hallándose ya los en territorio donde está publicada, ju-
rada y en activo ejercicio nuestra constitución, debían ser juz-
gados con arreglo a la ley para su absolución o castigo. Para
su consecución debía trasladarse el expediente bien a la Au-
diencia de Caracas, o a otro juez competente para la forma-
ción de la sumaria. Tenían que serle tomadas las confesiones.
Mientras tanto debían aliviarse la prisión en que se encontra-
ban con el socorro de alimentos y ropas, en atención a su mi-
seria. El tercer punto subrayó que Monteverde presentó una
lista de personas que debían de ser procesadas de acuerdo con
la Constitución, que estaba vigente en ese país. Si fuese mayor
el número de encarcelados y las fuerzas militares capaces de
mantener la tranquilidad, plantea que sería conveniente la pu-
blicación de un indulto general a estos, perdonándoles lo pa-
sado y dando pruebas de enmienda en el futuro sin llegar a
reincidir. Por lo referente a la recomendación efectuada por
ese comandante general en su oficio del 26 de agosto sobre
Manuel María de las Casas, Miguel Peña y Simón Bolívar

232
aprobó las providencias tomadas en sus personas y ordenó que
no se les formase sumaria tocante a la conducta que hubieran
tenido, pues “cualquiera que hubiese sido, la borraron con los
interesantes servicios que hicieron después de la captura hasta
el de prender y asegurar la persona de Miranda”324.
La cuarta resolución atribuyó a Miranda el rango de mal-
vado y de “principal motor de todas las desgracias de aquel
país”. Expresó que se hallaba preso, aunque ignoraba que se le
hubiera impuesto el condigno castigo que merecía “por sus
atroces anteriores y posteriores delitos, cometidos después de
la capitulación”. Acordaba que parecía conforme a justicia que
se hiciese un ejemplar “con un monstruo de la humanidad”
que había sido causa de tantas víctimas y males que se han se-
guido y siguen no solo en aquellas provincias y las restantes de
ultramar, sino también en la Península al privarse esta de los
auxilios para sostener nuestra justa causa y pelear con el Ti-
rano. Por estas razones expresó que debía comunicarse orden
para que inmediatamente se le formase el proceso o sumaria
correspondiente y se le juzgase sin pérdida de tiempo con arre-
glo a la ley325, juicio que nunca llegaría a realizarse. El Consejo
de Estado con tal decisión era consciente de que los procedi-
mientos de Monteverde eran cuanto menos contradictorios
con el ordenamiento constitucional vigente, por lo que exigía
que se remitiesen los autos en los que constasen los delitos co-
metidos por los ocho monstruos a partir de la entrada en vigor
de la capitulación. Esa duda se hacía también visible en los
demás encarcelados con métodos cuando menos heterodo-
xos sin la apertura del necesario expediente y la declaración
de los implicados. No cabe duda que eran conscientes de la

324
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
325
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

233
poca escrupulosidad de los medios de que se valía el capitán
general. Pero también eran conocedores de la complejidad de
la situación en Venezuela y de las pocas posibilidades que te-
nían las autoridades gubernativas de reconvertirla bajo el
manto constitucional, ya que las misma Cortes habían termi-
nado aceptando la autoproclamación del marino. De ahí que
se limitasen a exigir la remisión de los procesos judiciales de
los llamados ocho monstruos, para decidir si estos habían sido
conforme a la ley y fundamentados a acusaciones posteriores
a la capitulación y a recomendar la apertura de tales procedi-
mientos en los encarcelados en La Guaira y Caracas.
Finalmente, la Regencia falló el 5 de diciembre de 1812
que, en vista de la representación de Monteverde antes refe-
rida y de las dificultades existentes que no favorecían la resti-
tución de esas personas a Venezuela para la formación en ella
de sus causas, ni existir en Cádiz sumaria o cimiento para en-
tablarla en debida forma, se remitiría el proceso al consejo de
Estado, conjuntamente con el recurso referido de los presos,
para que todo ello fuera examinado. Resolvió asimismo que
Monteverde debía informar sobre el recurso presentado por
los ocho presos, para cuyo fin se le remitió copia con encargo
de que enviase el documento de que hacía expresión y que no
había llegado y de que formalizase judicialmente una infor-
mación sumaria de los hechos que le obligaron a arrestar a di-
chos sujetos y mandarlos a la Península con la evacuación de las
citas que resultasen. Con él se podrían tomarles sus declara-
ciones y confesiones acerca de lo que resultase en punto a la
conducta que observaron después de la capitulación. Ese or-
ganismo ordenó su traslado a Ceuta donde debían permanecer
a disposición de su gobernador, a quien se le informaría de sus
calidades y se le previniese la dispensación de todos los alivios
compatibles con la seguridad de sus personas. Tendría que

234
suministrarles diez reales diarios que se asignaban a cada uno
de ellos por razón de alimentos, anticipándoles las dos prime-
ras mesadas, todo de su cuenta y con calidad de reintegro de sus
bienes. Para ello se expidió orden al capitán general de Vene-
zuela para la remisión delas cantidades necesarias procedentes
de la incautación de sus propiedades, de cuya pronta y segura
conducción a Ceuta cuidase el Gobierno de Cádiz326.
La contestación de Domingo Monteverde se recibió el 4
de abril de 1813. En ella afirmaba que, después de eficaces di-
ligencias para descubrir bienes de los desterrados, solo se había
encontrado en poder del comerciante originario de Ronda Isi-
doro Quintero 331 pesos y un real y medio pertenecientes a
Juan German Roscio y 662 y 3 reales del mismo y pagaderos
por mitad en diciembre de aquel año y en el venidero, cuyas
cantidades había mandado tener a disposición del Intendente
de Venezuela, como también la suma de otros 2422 y 51 ma-
ravedíes en plata labrada embargados en La Guaira al quererse
fugar con sus pajes los citados individuos, de la que se desco-
nocía a quien pertenecía por la confusión con que fueron arres-
tados. No se conocían propiedades y rentas de ninguno de los
restantes porque Juan Paz Castillo, Juan Pablo Ayala, José
Mires y Manuel Ruiz eran militares, Francisco Isnardi, secre-
tario del titulado congreso y cirujano de profesión, José Cor-
tes de Madariaga vivía de la renta de su canonjía y Antonio
Barona era un “hombre gratificado por el gobierno revolucio-
nario con fines determinados según se le había informado”, lo
que era bastante contradictorio por lo que hemos visto de las
remisiones de Paz Castillo. De ello no resultó provisión de la
Regencia, ni tampoco contestación de Monteverde de la

326
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

235
orden requerida en la que debía trasladar el proceso evacuado
contra los llamados ocho monstruos, documento “que se
echaba de menos, con lo demás que se le precisó”327.
Antes de su traslado a Ceuta Francisco Isnardi había re-
presentado desde la cárcel de Cádiz el 12 y el 14 de abril de
1813 que había procurado sincerar su conducta y deseaba pu-
rificarla. Expresó que era médico de la brigada de artillería de
Caracas, natural de España y que tenía su mujer y dos hijos
pequeños en Cádiz. Suplicó la conmutación de su residencia
en Ceuta por su prisión en el recinto de Cádiz bajo fianza a sa-
tisfacción del Gobierno, bien en el castillo de Santa Catalina,
bien en un convento o recluso en el colegio de medicina y ci-
rugía, donde podría ser útil y aliviar a su familia. Pero se de-
cretó que se atuviese a lo mandado328.
En un escrito posterior fechado en Cádiz el 17 de abril de
1813 Francisco Isnardi, que era el único que había dejado en
esa ciudad al trasladarse a Caracas a su mujer e hijos, comu-
nicó que había visto con respeto y resignación la respuesta de
la Regencia de obligarle a pasar junto con los demás desterra-
dos a Ceuta por vía de residencia gasta que viniesen de Amé-
rica las pruebas definitivas sobre su comportamiento con
posterioridad a la capitulación. Expresó que esa medida, aun-
que estaba de acuerdo con sus deseos de justificar la sinceridad
de sus designios, quiso dejar constar las diferencias existentes
entre sus circunstancias y las de los demás, si bien todos se en-
contraban igualados en la inocencia que tarde o temprano ha-
bría de prevalecer frente a las desgraciadas apariencias que en
la actualidad les oprimían y degradaban. Quiso hacer constar
que era “europeo, oriundo, nacido, casado con hijos y familia

327
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
328
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

236
en esta ciudad”. Reflejó que el hecho de que, “mientras se pren-
dían a los inculpados en los figurados crímenes de perturba-
ción”, él se hallaba en Caracas libre “viviendo frente al mismo
jefe, armado y alistado en un cuerpo cívico de nueva creación”
hasta la víspera de la salida del buque. Los comisionados de
Monteverde alegaron que los motivos de su remisión no eran
otros de los de restituirse a su patria y familia “sin acrimina-
ción alguna civil ni política”, aseveraciones que fueron oídas
por los mismos compañeros con quienes había sufrido tantas
miserias. Planteó también la protección “hacia una familia ino-
cente que el dolor de mi separación tiene que añadir la total
ruina que va a sufrir con la horrorosa alternativa de verme pe-
recer en Ceuta o tener que perecer si ha de continuarme allí la
porción de alimento con que a duras penas ha podido soste-
nerme hasta ahora en esta prisión”. Reiteró la solicitud de rem-
plazar su residencia en esa plaza africana con la del recinto
gaditano bajo fianza o satisfacción del gobierno con las con-
diciones de precaución que se tuviese a bien añadirle en los
centro antes indicados con el objeto de paliar ·” la desolación
y miseria de una inocente familia harto desgraciada”329.
El 26 de julio su padre Juan Isnardi, que se encontraba por
entonces todavía vivo, escribió a las autoridades una súplica
en la que se declaraba vecino de la villa de Tora. En ella expuso
que su vástago “como joven incauto erró como él lo confiesa y
ha confesado” en su representación de abril al ministro de Gra-
cia y Justicia, “donde prometía y cumplirá emplear sus cortos
talentos y conocimientos, que los trabajos que ha sufrido y sufre
le han ratificado en honor de su patria y remuneración debida
a ella”. Explicitó que si no le engañaba “el amor de padre, él es

329
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

237
capaz de ello y máxime si se veía “reintegrado en el seno de ella”.
En caso de ser la suerte contraria era “análogo a mí ser manifes-
tar que tiene mujer y dos hijos pequeños y el alimento de todos
y educación de ellos le haría á implorar el carácter benéfico de
la nación, pues con 69 años, “agobiado de pesares y mis habe-
res y corto caudal devastado y arruinado por nuestros opreso-
res de nada puedo valerles”, añadiendo de nuevo la capitulación
y “el artículo 296 de nuestra sabia constitución”330.
Lo mismo en sustancia se evacuó frente a otro memorial de
José Cortés de Madariaga de 23 de abril de ese año. En él ma-
nifestaba que se hallaba preso en la cárcel pública desde el 20
de noviembre del año anterior. Reseñó que su salud se hallaba
reducida “a un deplorable y peligroso estado, en resultas del os
sufrimientos de encierro, cadenas, despojo absoluto de bienes,
ultrajes y miseria de toda especie a que le redujo en el puerto
de La Guaira la arbitrariedad del jefe militar de dicha plaza”
durante los 72 días que permaneció sepultado en sus bóvedas.
Desde esa bahía había sido trasladado a Cádiz el 10 de octu-
bre en una travesía de 29 días de navegación hasta que fon-
deó en su bahía. Desde entonces habían transcurrido cinco
meses completos de prisión. Aunque en los dos primeros
había logrado convalecer un tanto y había soportado en los
sucesivos su desgracia, desnudez y demás ignominias a que se
había reducido, de quince días a la fecha había caído en una
nueva languidez que le amenazaba en término fatal. Solicitó
que “la muy justa y generosa compasión de Vuestra Alteza” se
fijase en su situación melancólica, restituyéndole el beneficio
de su libertad civil que le competía como ciudad español, ex-
tendiendo su prisión a los muros de esta ciudad, bajo la cau-

330
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
ción y fianzas que compatibilizase la seguridad de su persona
con los medios de conservar la existencia con el objeto de cu-
rarse y de acudir a los consuelos de su espíritu con el ejercicio
de las funciones de su ministerio sacerdotal, de que se había
visto privado en nueve meses. Indicó que era natural de San-
tiago de Chile, circunstancias que le dispensaban de observa-
ciones más propias de su penetración331.
Por otro memorial de ese mismo mes solicitaron Manuel
Ruiz, Juan Paz Castillo, José Mires y Antonio Barona el abono
de tres de las mesadas vencidas para satisfacer sus créditos
antes de salir de aquella plaza. Entendían que con arreglo a la
Constitución española se les concediese la libertad civil que,
según el tenor de aquella y del estado de su presunta imagi-
naria causa, se hallaban con derecho y justicia para obtenerla.
No obstante, se decretó en el 29 de ese mes la expedición de
una orden a la Hacienda para el pago de las mesadas vencidas
y que las posteriores se otorgasen sin atraso, no habiendo lugar
a su puesta en libertad332.
Todo fue en balde. El 30 de abril se embarcaron desde
Cádiz hacia Ceuta. El 6 de mayo el gobierno de esa plaza avisó
de su arribada a ella. El 17 de agosto representó Juan Germán
Roscio por sí mismo y por los restantes presos que había lle-
gado a entender que había arribado el expediente solicitado
por órdenes de 19 y 30 de enero para inquirir si habían de-
linquido después de la capitulación en que fueron compren-
didos y merecido en su consecuencia no haber sido tratados
con la violencia, injusticia y crueldad que habían denunciado
el 18 de noviembre de 1812. Sostenía que si en su actuación

331
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
332
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

239
no había obrado la calumnia debía ser este expediente una nueva
prueba de la justicia con que se habían quejado y otro mérito más
para ser restituidos inmediatamente a su libertad y demás bene-
ficios estipulados en la capitulación. Le obligaban a explicarse de
esa forma el testimonio de su conciencia, la arbitrariedad del Jefe
que los redujo a aquel miserable estado, comprobada con los in-
formes de la Audiencia de aquella provincia y sus ministros, con
las quejas de otros individuos, la libertad concedida por el mismo
tribunal a más de mil que tenía presos sin causa posterior a la ca-
pitulación y la imparcialidad y rectitud con que los ministros que
le componían han procedido en el cumplimiento de las órdenes
de la Regencia confirmatorias del tratado y reprobatorias de los
hechos con que Monteverde le había quebrantado e impedía las
funciones del poder judicial. Aseveró asimismo que su arbitra-
riedad le había sugerido el confinamiento en la Península de esos
ocho individuos con solo dos cartas de agosto y octubre del año
anterior en que, “haciendo de acusador y delator y tratándolos ig-
nominiosamente, los calificaba de malvados y promotores de la
revolución de Venezuela y de toda la América”. El canario ex-
presaba en ellas que “sus nombres y conducta habían horrori-
zado al mundo entero y que sus crímenes eran notorios y de tal
naturaleza que no necesitaban de proceso ni sumaria para ser
castigados”, por lo que, “suponiendo que no adoleciese de hi-
pérbole y calumnias esta declamación y todo su tenor, manifes-
taba no haber en ella un hecho subsecuente a la capitulación y de
tal naturaleza y notoriedad que hubiera llenado de horror al uni-
verso y debiese ser castigado sin proceso ni sumaria”. Concluía
que semejante proposición era en todo punto escandalosa333.
Pero el silencio fue una vez más la resolución, abocándoles a
un destierro con tintes de perpetuidad.

333
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

240
El debate en la Cortes de Cádiz

El caso de los ocho dirigentes de la Primera República de Ve-


nezuela fue debatido en las Cortes de Cádiz. El ya referido es-
crito desde la cárcel de 19 de noviembre de 1812 fue dirigido al
Congreso Nacional, que lo recibió el 7 de diciembre. Una co-
misión encargada de debatir sobre su destierro y sobre los su-
cesos acaecidos en Venezuela en ese año elaboró un dictamen
por mayoría de tres votos de peninsulares frente a dos de los
criollos. En él se defendía que Monteverde tenía suficiente mo-
tivo para proceder en los términos que lo hizo contra ellos por
estimarlos “perjudiciales por notoriedad a la tranquilidad pú-
blica”, aunque, como reconocen, esta decisión se fundamentaba
únicamente en las cartas remitidas por el marino canario.
Este dictamen, presentado a las Cortes el 5 de julio de
1813, contó con los votos particulares disidentes de los di-
putados americanos Francisco Salazar y José Cayetano Fon-
cerrada334, en lo referente a lo acontecido con los remitidos a

334
Francisco Salazar Carrillo, nacido en Lima el 1 de noviembre de 1726, caballero del
orden de Calatrava y coronel del ejército, era hijo de otro militar del mismo rango, que había

241
la Península, en abierta contradicción con el planteamiento
mayoritario de los tres diputados europeos. Era otra muestra
evidente de la disparidad de concepciones sobre el mundo
americano entre criollos y peninsulares Entendían que si
Monteverde hubiera dirigido sus representaciones con la re-
gularidad conveniente, podrían ser una prueba, pero, al no
acontecer así, sucedía lo contrario, lo que demostraba su poca
meditación. Entendían que si se observaba la relación de los
65 presos en Caracas y La Guaira solo constaba la expresión
de peligrosos, lo cual únicamente podía derivar en una provi-
dencia política y precautoria, pero no en una criminalidad po-
sitiva posterior al convenio. Paradójicamente no se
encontraba en toda ella a Cortés Madariaga, a pesar de ser
uno de los desterrados. Además si todos ellos se suponían pre-
sos el 18 de agosto, conducidos desde Caracas a las custodias
de La Guaira, Se podía ver que Isnardi y Barona no estaban
presos en aquella fecha y que Ayala, Mires, Paz del Castillo y
Cortés fueron arrestados no en Caracas sino en La Guaira. Se
interrogaban de cómo podían ser los conspiradores aquellos
que estaban presos con anterioridad como Cortés, Ayala,
Mires y Paz del Castillo desde 30 de julio, Roscio desde el 1 y

sido alcalde ordinario de su ciudad natal. Diputado, juró el 25 de agosto de 1811, siendo re-
elegido en las de 1813-1814. Defendió los postulados de la oligarquía limeña. Regreso a
Perú, donde apoyó en un principio la contrarrevolución realista como gobernador de Hua-
rochiri. Finalmente tomó a partir de 1816 partido por la independencia, siendo diputado por
Tarma en 1822. Falleció cuatro años después José Cayetano Foncerrada y Ulibarri era un
canónigo de la Catedral de México originario de Valladolid de Michoacán, donde nació el
7 de agosto de 1757. Pertenecía a una rica familia mercantil de esa ciudad. Representó a su
ciudad natal en las Cortes de Cádiz. Elegido el 14 de junio de 1810, juró el 4 de marzo de
1811. Había en ese año firmado un documento por el que su país proclamaría la indepen-
dencia si España caía completamente en las garras de Napoleón. En 1814 fue firmante del
manifiesto de los Persas y se declaró absolutista, por lo que fue designado Deán y canónigo
de la Catedral de Lérida, donde falleció el 5 de enero de 1830.

242
Ruiz desde el 3 de agosto y como estando encarcelado, ha-
brían puesto en peligro la quietud pública de Caracas pocos
días después de la llegada de Monteverde el día 30. Por tanto
sostenían que nada en la información los excesos de estos in-
dividuos posteriores a la capitulación. Todo lo que de ella re-
sultaba eran las denuncias de conventículos y la existencia de
inquietudes causadas por los corifeos de la revolución. En los
sesenta días comprendidos desde las primeras prisiones hasta
el 10 de octubre, en que salieron de La Guaira nada se obró
entonces, ni con posterioridad, como lo acreditaba la llegada
a Cádiz de cuatro o seis buques sin un papel relativo a esta
causa, por lo que concluyeron que el objeto del autoprocla-
mado capitán general solo fue separar de Venezuela por úni-
camente una providencia política, por lo que era ociosa la
espera de procesos, que él mismo nunca creyó necesarios.
Todo ello les hacía juzgar que no se les debía privar de los au-
xilios de sus bienes en Caracas, y de la concesión de la libertad,
“especialmente habiendo enfermado”335.
Concluida su lectura tomó la palabra el diputado por Mara-
caibo Rus336, cuyo interés estaba cifrado en una crítica frontal a
la autoproclamación del canario y en la defensa de Fernando

335
Voto particular fechado en Cádiz el 19 de marzo de 1813, incluido en el Diario de Se-
siones de 5 de abril de 1813.
336
Nacido en Maracaibo el 4 de agosto de 1768, licenciado en la Universidad de Caracas
y doctorado en Sagrados Cánones en la de Santo Domingo, fue elegido por la provincia de
Maracaibo. Juró su cargo el 5 de marzo de 1812. Se convirtió en el más certero portavoz de
los intereses de las elites marabinas en su batalla frente a la hegemonía mantuana caraqueña.
Fue designado en 1814 oidor de la Audiencia de Guadalajara, empleo que desempeño entre
el 14 de agosto de 1816 y la independencia, en la que fue considerado uno de los artífices del
Plan de Iguala. Falleció en México en 1836 como miembro de su Corte Suprema. Véase
sobre él, LANGUE, F “La representación venezolana en las cortes de Cádiz José Domingo
Rus”. Boletín americanista, nº45, pp. 221-247.

243
Miyares como capitán general de Venezuela. Por ello afirmó
que era lástima que “el capitán de navío Don Domingo Mon-
teverde diese pasaporte entre otros a Bolívar para que fuese a
encender el fuego de la rebelión a Cartagena, y de allí a ocu-
parse de la fidelísima Santa Marta, como se asegura por las úl-
timas noticias; y aunque nuestros periódicos en Cádiz o algún
censor aplica esta desgracia a la lenidad, es ciertamente hija
del error en castigar a unos con rigor y dejar a otros con fran-
queza”337. El de abril se siguió debatiendo en las Cortes el dic-
tamen de la comisión. En ese día intervino el diputado por
Coahuila José Miguel Ramos Arizpe338, quien solicitó la lec-
tura de la representación firmada por los ochos individuos
presos en Cádiz. Aseveraba que debía llamar la atención del
Congreso y del pueblo español para que instruyese debida-
mente ese negocio. Sostenía que ese punto debía tratarse ais-
ladamente; no porque a él le importaba que estuviesen presos,
ni porque mirase con indiferencia la suerte de los generales

337
Diario de Sesiones de 5 de abril de 1813.
338
Nacido en Coahuila el 14 de febrero de 1775 y fallecido en Puebla el 28 de abril de
1843. De origen humilde, se ordenó sacerdote en México en 1803. Establecido en como cura
rural en Monterrey, fue elegido diputado por Coahuila en el período 1810-1813.Militó ac-
tivamente en el partido americanista y fue consciente que las Cortes no habían sido capaces
de solucionar los problemas del Nuevo Continente, pero que habían puesto las bases para la-
brar la integración. reelegido para el Congreso de 1813.1814, fue encarcelado al restablecerse
el absolutismo. Liberado por la revolución de 1820, fue nombrado chantre de Puebla y di-
putado suplente en 1821-1822. A su influjo se debió el nombramiento de O´Donuju como
virrey. Diputado por su tierra natal en el Congreso mejicano de 1823, fue un ferviente parti-
dario del federalismo, por lo que se considera el padre del mismo en México, Masón de la
logia escocesa, fue designado ministro de Asuntos eclesiásticos. Ayudo a los yorquinos más
tarde. Mantuvo una activa militancia política hasta su muerte en Puebla en marzo de 1842.
La bibliografía sobre él es amplísima. Véase al respecto, RAMOS ARIZPE, J.M. Discursos, me-
morias, informes. Introd. de Vito Alessio Robles. México, 1944. RODRÍGUEZ GUTIÉ-
RREZ, F.J. De súbdito a ciudadano. Documentos 1808-1822. México ,2008. HERNÁNDEZ
ELGUEZABAL, E. Miguel Ramos Arizpe y el federalismo mexicano. México, 1978.

244
Miyares y Monteverde, sino por la trascendencia del cumpli-
mento de la capitulación. El 7 de abril prosiguió en sus plan-
teamientos. Contravino el punto de vista de Fernando
Llarena, diputado por Canarias, pariente del marino isleño
y ferviente partidario de él, que alegó que solo comprendía el
perdón a los que voluntariamente rendían las armas. Apuntó
que a virtud de la capitulación se había dispersado un ejército
un duplo mayor que el realista. Al entrar pacíficamente en ca-
pital en ese día y en los sucesivos fueron presos todos ellos y
seguidamente remitidos a disposición del Gobierno Supremo.
Con posterioridad, Monteverde, “queriendo ponerse a cu-
bierto de unos hechos tan extraños y contrarios a lo capitu-
lado”, el día 8 de agosto, estando ya presos días antes seis de
estos individuos, proveyó un auto en el que fueron examina-
dos cuatro testigos “sobre una soñada conspiración”, Este el
único documento en su opinión con que pretende justificarlo.
En él no se leen sino expresiones vagas de rebelión que impo-
sible recayesen en ellos por encontrarse presos. Ironizó al res-
pecto que “andar en complots, gozar de libertad y estar en
estado de ser asegurados, son cualidades que no podían apli-
carse de presente en Caracas a hombres que desde días antes
estaban presos y sumergidos en las mazmorras de La Guaira”.
Por todo ello sentenció que no estaban “cumplidas ni guar-
dadas, sino arrolladas e infringidas las leyes de Indias que pro-
metió en la capitulación cumplir Monteverde”. Ratificó con
ello que sin autos ni proceso, el gobierno y el Congreso los
mandaban a Ceuta por tiempo indefinido “aprobando una in-
quisición espantosa de delitos”. Después de tan notorias in-
fracciones de la Constitución, a su arribada a Cádiz no se les
permitió comunicación en once días al encerrarlos en un ca-
labozo de la cárcel pública, por lo que el resultado de tales
operaciones no era otro visiblemente que “una monstruosa

245
confusión de los poderes judicial y ejecutivo, ejerciendo este
repetidamente las funciones de aquel”. Por ello era todavía más
espantoso que la mayoría de la comisión propusiese al Con-
greso su aprobación, por lo que concluyó que desaprobaba
como injusto e impolítico tal dictamen339.
El 9 de abril se prosiguió la discusión con la intervención
del diputado quiteño José Mejía Lenquerica340, que contra-
dijo al mejicano al afirmar que Monteverde había hecho bien
en enviar estos individuos. Aseveró que, aun cuando hubiera
mayores pruebas de que faltaron a la capitulación, “corres-
pondía más bien disimular, razón porque el interés nacional
gana en ello”. Planteaba que “una nación poderosa y respetable,
que ha dicho repetidas veces por sí misma que todo lo olvidará
con tal de que se sometan y se reconozcan sus extravíos, se ex-
pone, si no se cumple, a que ponga en duda su fe y religiosi-
dad”. Refrendaba que los oficios de Monteverde disponían que
no debían volver a su tierra. Aunque la comisión había confe-
sado no existir prueba alguna del delito, el Gobierno tenía que
ordenar su destino a donde mejor le pareciera, ya que mante-
nía que la situación de tales provincias no ameritaba su re-
torno. Estimaba que era la providencia más conforme a la
justicia y al estado en que se encontraba Venezuela341.

339
Diario de Sesiones de 6 y 7 de abril de 1813.
340
Nacido en Quito en 1776, casado con la hermana del gran ilustrado ecuatoriano Fran-
cisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo, se licenció en Derecho civil y eclesiástico. Por sus re-
laciones con este le fueron negadas cátedras de Filosofía y Medicina. Gracias al apoyo del
conde de Puñonrostro, pudo instalarse en Madrid con una plaza en el hospital general en
1808. Pudo huir de esa ciudad tras la invasión napoleónica. En Cádiz fue designado dipu-
tado suplente por Nueva Granada. Partidario de la autonomía americana, falleció el 28 de
noviembre de 1813 en esa ciudad portuaria, víctima de la epidemia.
341
Diario de Sesiones de 7 de abril de 1813.

246
El 10 de abril se reanudó la sesión. Le correspondió el
turno al diputado suplente por Caracas Fermín Clemente342.
Comenzó su disertación en lo referente al caso que nos ocu-
pan criticando la forma de actuar de los jefes en América, “va-
lidos de la distancia y de un gran poder”, que con ello no solo
sacrifican a sus habitantes, sino que preparaban la ruina del Es-
tado con sus pasiones o poca previsión”. Reflejó su arbitrarie-
dad durante tres siglos, que condujo con mucha frecuencia al
envío a la Península “de muchos presos bajo partida de registro,
e infinitas veces sin condena, proceso, ni sumaria” y con fre-
cuencia retornados absueltos de toda culpa y cargo. Para él este
era el caso presente. En él se habían trastornado la legalidad y
la capitulación. Se preguntó sobre la fundamentación de los
tres diputados españoles para argumentar la arribada del pro-
ceso, para con él seguir causa contra “estos ocho desgraciados”,
que debían permanecer mientras tanto presos. Afirmó que no
había delito posterior a la capitulación por la detención casi in-
mediata de todos ellos. Era para él “un delirio figurar estos crí-
menes que de hecho no son practicables y más delirio al pedir
a Monteverde la sumaria que los patentice”. Continuó con otras
reflexiones sobre “estos desventurados españoles”. En ellas de-
nunció como fueron remitidos bajo partida de registro y so-
metidos a una rapiña y codicia que llegaron a casi despojarlos

342
Hijo del natural de Haro Manuel Felipe de Clemente y Francia, regidor del cabildo ca-
raqueño y factor de La Guipuzcoana, y de Mercedes Palacios y Xerez de Aristeguieta, for-
maba parte de lo más granado de la elite mantuana. Nacido en Caracas el 6 de julio de 1775,
se desposó en su ciudad natal el 21 de diciembre de 1807 con María Teresa Núñez y Matos.
En 1809, residenciado en Cádiz, fue elegido diputado suplente por Caracas, lógicamente sin
el beneplácito de su provincia. Juró su cargo el 24 de septiembre de 1810. Repitió como di-
putado en las Cortes de 1813-1814 y en las de 1820-1822. A diferencia de su pariente Es-
teban Palacio, no regresó nunca a su patria y falleció en Cádiz el 16 de marzo de 1847.

247
hasta de lo poco que poseían, conducidos tan desnudos y mi-
serables, que, a no ser por la compasión del comandante y otros
sujetos generosos, hubieran perecido, y la estrecha prisión en
Cádiz, “tratados como reos de alto crimen contra el Estado”,
en la que llevan pasados cinco meses de penas, privaciones,
hambres y enfermedades”. Acusó de oscuro el dictamen de los
tres miembros de la comisión por ser estos encarcelados “ciu-
dadanos españoles, pues cuatro son naturales de la Península y
cuatro de ultramar” que no podían hallarse suspendidos de
serlo por encontrarse procesados criminalmente, por no exis-
tir crimen ni proceso. Precisó que toda la América tenía pues-
tos los ojos en ese suceso, del que “si salen vanas sus esperanzas,
tomarán nuevos motivos los disidentes, y quizás perecerán a
su venganza o represalia muchos de los contrarios a su sistema”.
Aún se estaba a tiempo de remediar este mal. Con ello la Na-
ción toda reconocerá así la mano bienhechora de Las Cortes
y égida protectora de la ley constitucional343.
Frente a tales planteamientos, uno de los diputados miem-
bros de la comisión, el aragonés José Aznárez Navarro344
afirmó que esta había sido insultada en cierto modo en su
misma moderación por algunos de los intervinientes. Sostuvo
que por el decoro nacional, no se podía seguir dispensando a
América gracias y amnistías para que desistiese de su empeño de

343
Diario de Sesiones de 10 de abril de 1813.
344
Nacido en Jaca en 1759, estudio en Zaragoza y Valencia, donde se doctoró en Dere-
cho civil y eclesiástico. Diputado por Aragón, juró el 26 de septiembre de 1810. Apoyó en
1814 la represión absolutista y tras la caída del Trienio la invasión de los Hijos de San Luis,
por lo que fue designado por la Regencia del duque de Angulema ministro del Interior.
Abrazó más tarde la causa carlista. Trasladado a Francia con el pretendiente Carlos, este le
nombró presidente del Consejo general de Negocios del Reino. Falleció en Leiza (Navarra)
el 14 de junio de 1837.
independizarse por estar siempre su espíritu por la emanci-
pación que “se halla profundamente arraigado en su corazón”.
Por ello entendía que si se le concedían gracias crecía su ani-
mosidad y decidido empeño. La entereza de la dignidad na-
cional era el único remedio. En ese punto de su intervención
fue interrumpido por varios congresistas, que clamaron con-
tra sus palabras. Prosiguió llamándose a sí mismo “buen es-
pañol” que, como tal, aseveraba que esos medios de
prudencia y blandura, no solo eran inútiles, sino también
muy perjudiciales para la pacificación. Cuando un señor di-
putado había reflejado que era ofensivo llamarles insurgen-
tes y que debía decirse disidentes, no lo eran en realidad por
consumar la ruptura. Por esa decisión manifestó que Monte-
verde había tenido justo motivo para enviarlos bajo partida de
registro, por el peligro que había de que hubieran continuado
como corifeos de la nueva insurrección. Era para él una me-
dida tan justa como política, que nadie podrá desaprobar ni
desacreditar. Defendió que el dictamen de la Regencia era
justo y que hubo suficiente causa para el arresto, aunque no
para la pena. Por ello solo se les privó de ser juzgados en su
tierra. Ahora eran tratados con la mayor benignidad, hasta
que llegase el proceso remitido por la Audiencia de Caracas,
donde podrá justificarse la justicia o injusticia de los procedi-
mientos, y no ahora”. Expuso seguidamente que podría ser in-
juriosa su remisión, que podrá serle indiferente; pero lo que
no podía la mayoría de la comisión era “mirar con indiferen-
cia que se acceda a su libertad y que sus personas no conti-
núen aseguradas”345.

345
Diario de Sesiones de 10 de abril de 1813.

249
Ante tales imputaciones a los criollos, replicaron Gordoa,
Mejía y Terán346. El primero se definió español como el que más
y el segundo específico que debía escribir conforme al regla-
mento y el tercero que los españoles americanos estaban derra-
mando su sangre unidos a los europeos, por lo que no podía
pasar por una proposición tan ofensiva. Aznárez se limitó a ar-
gumentar que su proposición era general, y que no daría una sa-
tisfacción que no debía proporcionar. Mantuvo que había
hablado de insurgentes y que se ratificaba en ello. Finalmente,
se declaró el punto suficientemente discutido, se pasó a votación
y por amplia mayoría el dictamen de la comisión fue aprobado
en todas sus partes347. Evidenciaba la notable división de con-
cepciones y puntos de vista existente entre los diputados de
ambas orillas del océano. Aun no siendo independentistas, eran
partidarios de una cierta autonomía y de una igualdad de la que
ciertamente la Constitución no hacía gala. Por otra parte, se
podía apreciar la notable exacerbación del nacionalismo espa-
ñolista entre los congresistas peninsulares, con muestras notorias
en integrantes tan abiertamente absolutistas como el aragonés.

346
José Miguel Gordoa y Barrios nació el 21 de marzo de 1777 en el Real de Sierra de
Pinos en Zacatecas. Doctor en Sagrada Teología por la Universidad de Guadalajara, en 1800
fue consagrado sacerdote. Elegido diputado por Zacatecas en las Cortes, tomó posesión el
4 de marzo de 1811. Medio racionero de la catedral de Guadalajara, fue rector de su uni-
versidad, diputado por el Estado Jalisco en 1823 y de la constituyente de 1824 por Zacate-
cas. Designado obispo de Guadalajara en agosto de 1831, falleció en esa ciudad el 12 de julio
de 1832. José Gutiérrez de Terán, nacido en México el 12 de diciembre de 1778, guarda de
corps de Carlos IV, huyó en 1810 de la invasión napoleónica. Refugiado en Cádiz, fue ele-
gido como representante de México en las Cortes, donde llegó a ser su presidente. Represa-
liado por la reacción absolutista por sus ideas liberales, fue desterrado a Mahón. Con la
restauración constitucional de 1820, fue gobernador de Valencia y Cataluña y diputado por
Nueva España. Falleció en Madrid el 19 de agosto de 1821.
347
Diario de Sesiones de 10 de abril de 1813.

250
La prosecución del expediente

El 17 de septiembre de 1813 Miguel Lardizábal expuso al


consejo que Monteverde no había remitido el documento en
que se fundamentaba la reincidencia de los ocho monstruos y
la justicia de su expatriación, que era a todas luces inexistente.
Por ello se exigió nuevamente, mediante nuevas reales órde-
nes, el envío de las causas instruidas por el oidor Pedro Benito
y Vidal sobre sucesos anteriores a la citada capitulación. En el
artículo tercero de ese convenio se recogió que las personas y
bienes que se hallaban en el territorio no reconquistado se-
rían salvas y resguardadas. Dichas personas no serían presas
ni juzgadas, como tampoco extorsionados los enunciados sus
bienes por las opiniones que habían seguido hasta aquel en-
tonces, y se les otorgarían pasaportes para que saliesen de
dicho territorio los que quisieran en el término de tres meses.
Sin embargo, al partir Miranda desde La Victoria para Cara-
cas contra lo refrendado en la capitulación y el orden común,
y al marcharse a La Guaira con sus colegas para escapar y apro-
vecharse de “su vergonzosa rapiña”, fue detenido por el co-
mandante que el mismo Precursor había nombrado en ese
puerto pocas horas antes de la arribada de Monteverde.

251
En carta de 4 de febrero de 1815 se remitieron testimonios
de las sumarias formadas a los ocho presos a las que hemos
hecho mención, que fueron remitidas por Monteverde. Todas
principiaban por un auto de un mismo tenor, aunque con dis-
tintas fechas, del 26,27, 28, y 30 de noviembre de 1812, que in-
cluía las causas de Roscio y de los demás. Todas ellas, como
pudimos ver, se contraían a hechos del tiempo de la revolución
y, por ende, anteriores a la capitulación. Por tanto se omitía
hacer relación de ellas, aunque por lo que pudiera conducir, se
sentenciaría lo que en sustancia resultase de cada una348. Con
ello se puede apreciar la realidad meridiana de los hechos. No
existían autos que amparasen al marino canario para proce-
der a su enjuiciamiento y a su remisión a Ceuta. Los únicos en-
tablados eran los que fueron encomendados a Pedro Benito y
Vidal, que se fundamentaban únicamente en actuaciones an-
teriores a la capitulación y por tanto prescritas. Todo ello nos
lleva a concluir al respecto la manifiesta ilegalidad de la forma
de proceder del autoproclamado capitán general de Venezuela,
que atentaba visiblemente contra la capitulación y la Consti-
tución de Cádiz. Asimismo fue también irregular la actuación
de la Regencia, del Consejo de Estado y de las Cortes, que se
limitaron a mantener desterrados en Ceuta a los llamados ocho
monstruos. Se circunscribieron a exigir la remisión de los autos
concernientes a su anticonstitucional comportamiento con
posterioridad al convenio entre España y la Segunda República
de Venezuela, a pesar de que eran conscientes de que estos
nunca se llegarían a evacuar. De hecho se dedicaron única-
mente a dejar pasar el tiempo, sin embargo de que eran pal-
marias la inviabilidad e inconsistencia de su enjuiciamiento y

348
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

252
la emisión de su sentencia. La restauración del régimen abso-
lutista en 1814 abocó a la consolidación de su destierro sin
ninguna justificación que amparase tal permanencia en Ceuta.
El 17 de agosto de 1813 Juan Germán Roscio redactó desde
Ceuta en su nombre y el de los ocho desterrados otra nueva re-
presentación. En ella especificó que si en la actuación remitida
no había obrado el genio malignamente de la calumnia, debía
constituir este expediente una nueva prueba de la justicia con
que se habían quejado los exponentes y otro mérito más para ser
restituidos inmediatamente a su libertad y demás beneficios es-
tipulados por la capitulación. Les obliga a explicarse el testi-
monio de sus conciencias, la arbitrariedad del jefe que los redujo
a tan miserable estado, comprobada en los informes de la Au-
diencia y sus ministros desde Caracas y en las quejas de otros
individuos, la libertad restituida por el mismo tribunal a más
de mil que tenía presos dicho Jefe sin causa posterior a la ca-
pitulación y la imparcialidad y rectitud que los magistrados
que la componían habían procedido en el cumplimiento de
las órdenes de la Regencia confirmatorias del tratado y repro-
batorias de los hechos con que aquel jefe las había quebran-
tado al impedir la acción del poder judicial. Tal arbitrariedad
le había sugerido confinar a la Península a estos ocho indivi-
duos, consignándolos con solo dos cartas de 14 de agosto y 4
de octubre de 1812, en las que, haciendo de acusador y dela-
tor y tratándolos ignominiosamente, los había calificado de
malvados y promotores de la revolución de Venezuela y de
toda la América, diciendo que sus nombres y conducta habían
horrorizado al mundo entero y que sus crímenes eran tan no-
torios que no necesitaban sumaria ni proceso para ser castiga-
dos, suponiendo que no adoleciese de hipérboles y calumnias
esta reclamación. Todo su tenor demostraba la no existencia
de un solo hecho subsecuente a la capitulación. Semejante

253
proposición, además de escandalosa, suponía un absurdo, el
más notable y reprobado en la línea judiciaria, pero lo sería
mucho más si hubiera recaído sobre delitos posteriores a la
capitulación. En definitiva, no era verosímil que el autor de
las cartas se extraviase tanto en sus expresiones y conceptos,
cuando en su circular dirigida a los virreyes y capitanes gene-
rales de América, inserta en la gaceta ministerial en 24 de no-
viembre, empleó muy diverso lenguaje al referir sucesos
posteriores al convenio que le condujeron a asegurar las per-
sonas de los que dice, con igual impostura, robaban los restos
de la hacienda nacional y se trasladaban a La Guaira para es-
caparse con ellos y con sus principales cabezas, o bien procu-
raban trastornar el orden y tranquilidad pública349.
Continuó Roscio su disertación arguyendo que entonces
estaba ya escrita la primera carta y arrestados sin comunicación
casi todos los exponentes, a los cuales en su mayor parte mayor
parte se les había privado de su libertad desde el momento en que,
por la observancia del tratado, se estaba entregándose la plaza de
La Guaira, es decir desde el 31 de julio y 1 de agosto de 1812. En-
tonces estaban ya presos más de cien de los comprendidos en la
capitulación, que más tarde fueron restituidos de su libertad
por la Audiencia de aquel distrito. Ya por esas fechas se había
publicado y circulado la proclama de 3 de agosto en la que su
mismo autor prometía cumplirla capitulación religiosamente
y de forma literal exceptuaba los delitos posteriores a ella para
castigarlos con el rigor y autoridad absoluta de la ley. Si estos
ocho individuos hubieran incurrido en esta excepción, si, al pu-
blicarse esta arenga, se encontraban ya en los subterráneos de
La Guaira el canónigo Cortes, Ayala, Castillo, Mires y Roscio,

349
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
se preguntó del porqué de la omisión del cumplimiento de la
conminación de su proclama. En razón de ello nada le costaba
ni era obra de muchos días el proceso de estos individuos. Si era
tan notorio el crimen que les atribuía para la seguridad de sus
personas, hubiera sido mucho más fácil y pronta la substancia-
ción de la causa y su fenecimiento. Explicitó que pasaron se-
tenta días sin que se trajese otra prueba de los supuestas
infracciones que las simples cartas de quien así infringía la ca-
pitulación las antiguas leyes de la Monarquía y la nueva Cons-
titución Española, cuya observancia se había estipulado en
aquel tratado. Si la naturaleza y notoriedad de sus delitos exigía
la violencia y severidad que reclamaba en sus cartas, se interrogó
sobre el porqué de tanta dilación y para que se les exponía a la
evasión de la pena con la navegación en tiempo de guerra dos
mil leguas de océano en una goleta que, por varios accidentes,
podía dejar de arribar a este puerto o a otro de España o rendir
su viaje sin los confinados. Asentó que, si en tales casos la pru-
dencia dictaba que había de escogerse el partido más seguro y
breve, para qué se prefería el más expuesto y dilatado350. Pero
todo lo apuntado, una vez más, quedó sin contestación.

350
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

255
Acciones de Lord Holland en 1813 para
promover la libertad de Cortés de
Madariaga ante el duque del Infantado

Lord Holland, protector de Blanco White y significado diri-


gente de la Cámara de los Lores británica, del sector menos ra-
dical de la oposición Whig, gran hispanista351, se dirigió en
enero de 1813, poco tiempo después de la arribada a Cádiz
de los llamados ocho monstruos, al duque del Infantado352,
miembro de la tercera regencia española y uno de los firman-
tes de la Constitución aprobada por las Cortes Generales. En
enero de 1813, cuando los reos de Caracas tenían poco

351
Véase al respecto, MORENO ALONSO, M. “Lord Holland y los orígenes del libe-
ralismo español”. Revista de Estudios Políticos nº36 (1983), pp. 181-217. PONS, A. Blanco
White y América. Oviedo, 2006.
352
Se trata de Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Salm-Salm, XIII duque del Infan-
tado (1768-1841). Tras haber firmado la Constitución de Bayona y legitimar a José Bona-
parte como rey de España, se pasó a los patriotas. Embajador en Londres, presidió en 1812
la Regencia. Desde mayo de 1814 hasta 1820 fue miembro del consejo Real. Con la invasión
de los Cien Mil hijos de San Luis en 1823, se le designó presidente de la Regencia provisio-
nal. Falleció en Madrid, la ciudad que le vio nacer, el 27 de noviembre de 1841. (CA-
RRASCO MARTÍNEZ, A. “El XIII duque del Infantado, un aristócrata en la crisis del
Antiguo Régimen”. En la España medieval. Anejos. Madrid, 2006, pp.305-335.

257
tiempo de haber arribado a Cádiz, Lord Holland dirigió a su
corresponsal español una carta en la que de entrada manifes-
taba no guardar ninguna simpatía por la causa independentista
de la América. Sin embargo, más adelante sostuvo que el orga-
nismo que presidía no debía degradarse con la incursión en las
mismas prácticas que la depuesta confederación venezolana.
Precisaba al respecto que tanto las Cortes como la regencia, de-
bían demostrar a través de un indulto general una conducta que
contrastase con las vejaciones que habían caracterizado a la pri-
mera república venezolana. Holland le demandaba sus buenos
oficios en relación con José Cortés de Madariaga y, al mismo
tiempo, de forma discreta alzaba su voz de condena contra el
proceso que había supuesto a la remisión a Cádiz de los ocho
acusados por él en reincidir en una actuación rebelde con pos-
terioridad a la capitulación de julio de 1812. Expuso que no
sentía aprobación ni por los proyectos de Miranda, ni por su
conducta, y sentía que la separación de España y América su-
pondría una grave desgracia para ambos hemisferios, sin nin-
guna ventaja para Inglaterra. Por motivos de humanidad
albergaba cierta esperanza de que pudiese perdonar a todos los
insurgentes, incluido el mismo Miranda. Entendía que esa de-
cisión sería una oportunidad para poner a salvo al gobierno de
los reproches de sus enemigos con “un alto gesto de política y
clemencia”. Reseñó que el objeto de su misiva era eminente-
mente privado y para que José Cortés de Madariaga alcanzase
una gracia por razones que nada tenían que ver con la política
general hacia los republicanos. Se trataba de la amistad que el
clérigo chileno entabló con Lord Camelsford353, cuando este

353
Se refiere a Thomas Pitt, oficial de marina británico que integró en el Discovery la fa-
mosa expedición de George Vancouver, que visitó Valparaíso y Santiago. Durante esa estancia

258
visitó Chile hacía algunos años. Su causa había interesado a
muchos británicos y, entre ellos nada menos que a Lord Gren-
ville354, que sentía particular interés por su seguridad y bienes-
tar, lo que era una viva demostración de las relaciones
entabladas con ellos por parte del chileno. Había escuchado
decir que se trataba “de un hombre de excelente carácter, y que
su condición de Canónigo lo sitúa lejos de ser una presa for-
midable como insurgente y como reo de Estado”. Ansiaba que
“un hombre comparativamente oscuro como él pueda ser re-
levado de cualquier castigo, incluso entre aquellos que más se
inclinan a favor de la severidad”355.
La respuesta del Grande de España fue contundente: “Si
yo hubiera podido concebir primero la menor esperanza de
poder anunciarle algún resultado satisfactorio respecto a este
asunto, recomendado por usted de tal modo que no había
lugar a duda sobre el interés que usted ponía en él, cierta-
mente no habría tardado yo tanto tiempo en daros cuenta
del estado de la cuestión; pero, por desgracia para mi amistad,
no ha sido éste el caso (...). Sabe usted bien, Milord, que no
comparto la opinión de algunos de mis compatriotas que
están convencidos de que Inglaterra tiene gran interés en la

los expedicionarios se relacionaron con el gobernador Ambrosio O´Higgins y con el prelado,


por lo que no era nada raro que durante esa estancia conectara Cortés con el aristócrata.
Primo del célebre primer ministro William Pitt el joven, tras la muerte de su padre sería au-
pado a integrante de la cámara de los Lores. Al regreso a casa en 1793 Vancouver se quejó de
su conducta, por lo que este, aliado con su primo, se comportó muy mal con él hasta el punto
de retarte a un duelo. Pitt eligió en cambio acechar a Vancouver, asaltándolo finalmente en
una esquina de Londres.
354
William Wyndham Grenville, primer barón de Grenville, fue un político británico
del partido whig. Fue primer ministro entre 1806 y 1807.
355
MONDOLFI, E. Op. Cit., pp. 609-610 y 759.

259
separación de nuestras provincias de América y de que, en ge-
neral, los ingleses así lo desean; creo conocer también lo bas-
tante su opinión (...) sobre nuestros asuntos para creer
firmemente que está usted muy lejos de desear una separación
que, por el momento, no puede tener más que resultados des-
favorables para la Península (...) No tenía yo necesidad, pues,
de ninguna explicación por su parte sobre este tema para estar
firmemente convencido, como lo estoy, de que, al recomen-
darme la persona de D. José de Madariaga, no podía usted tener
en cuenta otros intereses que los de la humanidad en general
(...) ¡Cuánta habría sido, pues, mi satisfacción de poder anun-
ciarle que sus deseos se verían cumplidos en todo o en parte, y
cuánta pena de tener que exponerle las causas que se han
opuesto a ello!”. Le recordó la inclusión del chileno en la capi-
tulación, por lo que, era “más que probable que, a pesar de todos
los crímenes que habían perpetrado, a pesar de las víctimas in-
moladas a su ambición, habría podido terminar sus días tran-
quilamente en cualquier rincón del mundo, en el que no habría
sido perseguido más que por sus remordimientos”. Sin embargo,
el genio malvado de Miranda le arrastraba a cometer nuevas fal-
tas, por lo que Monteverde se vio obligado, para no exponer a
Venezuela a nuevas desdichas, “a asegurarse de sus personas y
enviarlos como prisioneros a Europa hasta que los documentos
del proceso permitan juzgarlos en justicia como se merecen”.
Ese era el estado de la cuestión cuando su carta arribó a Cádiz.
Afirmó que la regencia no tenía ninguna influencia sobre el
poder judicial y el derecho de la pena capital reservado a las
Cortes. No obstante, era su deseo suavizar su situación. De ahí
partió la resolución de su envío a Ceuta, donde podrían gozar
de mayor libertad que en las prisiones de Cádiz donde se les
mantenía encerrados. Finalmente aseveró que su clemencia “iría
tan lejos como la suya a favor de Miranda: más bien creo que le
tendría para siempre en mi lista negra entre los réprobos”356.
Sus gestiones fueron, en definitiva, un fracaso, pero son indica-
tivas de las conexiones del canónigo con la elite británica.

356
MONDOLFI, E. Op. Cit., pp. 609-610.

261
La fuga a Gibraltar de los cuatro
americanos

El 19 de febrero de 1814 dio cuenta el Gobierno de Ceuta a


los ministerios de Gracia y Justicia y de Guerra que los pre-
sos americanos Juan Germán Roscio, José Cortes de Mada-
riaga, Juan Paz Castillo y Juan Pablo Ayala, a quienes, como
acontecía también con los peninsulares, se les permitía du-
rante el día pasear por la plaza, habían hecho fuga de ella al
anochecer del 17 de ese mes. Las autoridades locales, para su
aprehensión, habían tomado varias providencias. Entre ellas se
encontraba el envío de una comisión a la plaza de Gibraltar
con oficio al General de ella y a nuestro cónsul para solicitar
su captura, de cuyo resultado daría cuenta, al igual que la su-
maria mandada firmar sobre la deserción. Por otra carta del
22 dio cuenta de que en el día anterior habían llegado sus co-
misionados a Gibraltar. En ella condujeron los cuatro prófu-
gos que se encontraban en una fonda bajo nombres supuestos
por la mediación de un sargento inglés de policía llamado
Smith. Fueron entregados por el mayor de la plaza en calidad

263
de presos reclamados por el gobierno español. Dieron parte
de la ocurrencia al general Campbell357, que dispuso que que-
dasen a las órdenes de los comisionados para ser devueltos a
Ceuta en un oficio del que acompañaba copia. La máxima au-
toridad de la posesión británica les comunicó verbalmente su
deseo de que fueran tratados con humanidad y consideración
tanto en su traslado como en su reclusión por haberse acogido
a un pabellón aliado y amigo. Expresaron que fue este com-
placido con su colocación en un edificio cómodo y seguro, to-
mándose en él las precauciones oportunas para evitar su huida.
El gobernador de Ceuta ordenó la formación de la suma-
ria y recomendó el mérito contraído por los comisionados por
su prontitud, eficaz diligencia y desinterés. Manifestó que le
constaba extrajudicialmente que rehusaron recibir en la esca-
lera de la fonda donde se hallaban los prófugos, la suma de seis
mil duros en oro proporcionada por un comerciante inglés para
que fueran estos embarcados en un buque distinto del jabeque
de aquella dotación que había pasado a Algeciras. El oficio del
general Campbell al gobierno de Ceuta fechado el 20 solo ex-
presaba que tenía el honor de participarle que, habiéndose ve-
rificado aquella mañana la captura de los cuatro individuos, los
remitía a su disposición en custodia de los comisionados que
iban para recogerlos. Precisó que al parecer habían efectuada su
entrada en la plaza bajo nombres fingidos con el pretexto de ir
a ella a comprar mercancías. El 7 de mayo se remitió al gober-
nador los autos elaborados por el auditor de Guerra. En ellos se

357
Colin Campbell nació en Escocia en 1754. Tras una extensa vida como militar en las
guerras de independencia de los Estados Unidos, en el Caribe y en Irlanda, en enero de 1811
fue designado teniente gobernador de Gibraltar, plaza en la que fallecería el 2 de abril de
1814, poco tiempo después de la devolución de los cuatro desterrados americanos a Ceuta.

264
hizo reconocimiento de los muebles y papeles encontrados en
sus habitaciones con inventario y depósito de ellos y se tomó
declaración al oficial encargado de su custodia en el hospicio
de los padres trinitarios. Este expuso que en el día de la huida
no se habían recogido, por lo que dio inmediato parte al go-
bernador y que desconocía de quien se habían podido auxi-
liarse para su escapada358.
Al arribar a Ceuta los comisionados, acompañados de los
presos, se les abrió también interrogatorio. En él refirieron las
diligencias practicadas para su captura. Vicente María Faro,
contador en rentas de aquella plaza, sostuvo que a su entrada
a una sala de la fonda en la que se hallaban comiendo, se le-
vantó llorando José Cortes de Madariaga, que le dio la mano.
Juan Paz del Castillo le refirió que ellos eran independientes y
se hallaban bajo la inmunidad del pabellón británico, cuya pro-
tección habían reclamado formalmente por escrito. Le expuso
que no creía que les permitiesen salir de Gibraltar, a donde se
habían trasladado en busca de su libertad porque se les había
faltado a la capitulación que habían hecho con Miranda. Re-
flejó asimismo en su fuga como hombres de honor no habían
comprometido a nadie de Ceuta, que permanecieron abatidos
y sumamente afligidos el tiempo que estuvieron con ellos.
Seguidamente, se recibió la declaración de los prófugos.
José Cortes de Madariaga contestó a las preguntas que se le hi-
cieron que, con motivo de los padecimientos sufridos en die-
cinueve meses de arresto por resultas de la infracción del
convenio de 26 de julio de 1812, con anuencia de todos los ha-
bitantes del país comprendido el declarante, lejos de merecerse
le guardase la inmunidad de su persona y bienes conforme a lo

358
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

265
estipulado, no había dejado de reclamar ante el Gobierno su-
perior las extorsiones originadas por Monteverde. Argumentó
su fundamentación en su aprobación por la Regencia y de-
mostró sus excesos y la exigencia de devolución de los bienes
confiscados a él y a sus socios en consonancia “con el benefi-
cio de la libertad civil para mil y tantas personas que fueron
arrestadas en Caracas”. En ese estado de cosas, no habiendo po-
dido Monteverde en dieciocho ni formar sumario ni evacuar el
informe que sobre la materia se le exigió, al desatenderse sus re-
petidas instancias, se prestó “al amistoso convite que le hizo un
extranjero nombrado don Tomás de Richard359, a quien trató
en la prisión de Cádiz, negociante inglés, ofreciéndole por un
rango de humanidad extensivo a sus siete compañeros sacar-
los de Ceuta y ponerlos en Londres bajo la garantía del pabe-
llón británico para que fijasen allí su establecimiento, si les
convenía o eligiesen otro país libre de las calamidades que su-
fría el continente de Europa”. José Cortes de Madariaga, de
acuerdo con los desterrados americanos, “reservando la especie
de los demás europeos de su clase”, acordó contestarle difiriendo
su oferta hasta que no fallase el gobierno sobre un recurso pen-
diente para recobrar la libertad. Sin embargo, al no tener res-
puesta en tres meses, avisó al comerciante británico que era ya

359
Thomas Richard era un comerciante inglés establecido en Cádiz desde 1808. En abril
de 183 se hallaba preso en la cárcel de esa ciudad a raíz de una contrata de exportación de ba-
rrilla a Londres en 1811 con Esteban López, que resultó fraudulenta. López lo denunció
ante el Consulado por su pago, ignorando el británico por aquel entonces el fraude. Este or-
ganismo insistió en la dación de las letras requeridas por el español, por lo que lo puso en pri-
sión desde el 29 de agosto. Llevó ese arresto ante las Cortes, que debatió su caso el 6 de abril
de 1813. Su comisión de Justicia estimó que esa detención contravenía la Constitución y las
leyes y exigió a la Regencia su libertad inmediata alegando que era un negocio puramente
civil. El Gobierno había ordenado su liberación, pero este no se la otorgó a pesar de haber
depositado la fianza. (Diario de sesiones de las Cortes de 6 de abril de 1813).

266
tiempo de realizar sus ofertas. Este, trasladándose de Cádiz a
Gibraltar, busco allí un práctico de la costa de Ceuta. Le anti-
cipó carta de aviso para ir en su búsqueda. Tras tres días de fon-
deo, reconoció el punto más a propósito para ejecutar el
embarque. En la segunda noche que atracó, que fue la del 27,
estuvieron pronto los cuatro a la señal que efectuó el buque en
que ya estaban concertados, siendo como las seis y media de la
noche. Arribó la lancha bajo el farellón contiguo a la hacienda
de Domingo Durán y los recibió a bordo sin ser vistos ni au-
xiliados de persona alguna de aquella plaza. Expresó que na-
vegaron toda la noche hasta la bahía de Gibraltar, desde
donde se introdujeron en la plaza por medio de un pasaporte
que había sacado Richard al efecto para los cuatro con la fi-
nalidad de no comprometer a aquel Gobierno hasta después
de haberle instruido de las circunstancias y pormenores del
asunto para dejar a la discreción de aquel jefe su abrigo y re-
misión a disposición de la Corte de Londres, poniéndoles
bajo la garantía del embajador de Madrid. Al respecto tocaron
varios resortes para preparar el ánimo gubernamental para
procurarles una entrevista. En esa situación se hallaban mien-
tras permanecían alojados en una posada pública. En ella
había usado de su segundo nombre y tercer apellido materno,
como lo hicieron los demás, de cuyos nombres supuestos se
valieron para sacar el pasaporte. En ella fueron aprehendidos
en la mañana del 20 de orden de la policía. A las diez de la
noche fueron extraídos de la posada para embarcar. El Go-
bernador de Gibraltar les hizo decir por el conducto del
Mayor de la plaza que se tranquilizasen bajo la palabra de
honor que, a nombre de su nación les empeñaba, cuando de-
volvía sus personas a Ceuta, de que su digno jefe no irrogaría
hostilidad alguna a sus detenciones y fugas según que así se lo

267
rogaba a los comisionados que habían conducido la requisito-
ria, de cuyo cumplimiento no dudaba360.
Juan Pablo Ayala, conviniendo en su declaración con Cor-
tés en cuanto a los medios tomados para su fuga y ocurren-
cias de ella, añadió que no había tenido en ella otra idea que
la de recobrar su libertad perdida tanto tiempo hacía, subs-
trayéndose al mismo tiempo de los insultos personales, veja-
ciones y escaseces que eran tan naturales y comunes en las
circunstancias en que se hallaban. La finalidad propuesta era
su traslado a un país extranjero, en donde pensaba el decla-
rante atestiguar su propósito firme de no volver a su país natal
de Caracas, ni a los demás de América y del Imperio. Eso lo sos-
tenía mientras no se serenasen las tempestades y turbaciones
políticas que habían hecho a todos los hombres de bien su tran-
quilidad y sacado de su quicio aun a los más moderados y de
mejor razón por la diferencia de opiniones políticas. Reafirmó
que esto mismo había pretendido en Caracas, para lo que había
obtenido su pasaporte del Gobierno, después que se hizo la ca-
pitulación entre el ejército del Rey y el nacional, con la que se
restituyeron aquellas provincias a la integridad nacional. Sin
embargo, no lo pudo verificarlo por haber sido arrestado por el
General Monteverde después que se había entregado toda la
provincia y remitido arbitrariamente a Cádiz como un reo de
alta traición, sin causa ni figura de juicio como constaba de
todos los papeles públicos y providencias del general. Aseveró
asimismo que en el largo tiempo que habían estado presos en
la cárcel de Cádiz contrajeron todos ellos amistad bastante ín-
tima con un inglés que hallaron allí arrestado llamado Tomas
Richard, quien se propuso hacer la acción generosa de ir con

360
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

268
un buque inglés a sacar a los compañeros americanos de
Ceuta, como lo verificó361.
Juan Antonio Paz Castillo reflejó su prisión en las cárceles
de La Guaira en el mismo acto de entrega de la plaza después
de haberse firmado la capitulación, estando comiendo en casa
del comandante de ella, por el gobierno de Caracas. Mani-
festó que después de setenta y tantos días de encierro en aque-
llas bóvedas había sido remitido a Cádiz a disposición del
gobierno superior, bajo la suposición por Monteverde de
haber cometido delitos con posterioridad a la capitulación,
en cuya virtud determinó la Regencia la continuidad de su de-
tención hasta la arribada de sus comprobantes, que hasta el
día no se había verificado a pesar de las reclamaciones y órde-
nes otorgadas con esa finalidad. Esa injusticia fue lo que le
llevó a él y a sus compañeros a convenir en su fuga gracias a la
colaboración de un amigo que habían conocido en la cárcel de
Cádiz, el ya referido Tomás Richard, conviniendo con los an-
teriores en las circunstancias de su fuga y aprensión en Gibral-
tar. Añadió que con anterioridad había procurado disuadir a
sus compañeros americanos para abandonar la empresa, por-
que los europeos no tenían ninguna noticia del proyecto. Fi-
nalmente, fueron reconvenidos por Richard que “era lance de
honor suyo”, se decidieron a efectuar, que refrendó por “no
verse en el compromiso de quedarse solo y delatarlos”. Sostuvo
que cuando se les presentaron en la fonda los comisionados,
todos ellos manifestado haber oficiado al general Campbell
su protección. Al no quererles juzgar como españoles trata-
ron de ponerse bajo la garantía del gobierno británico362.

361
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
362
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

269
Por su parte, el caraqueño Juan Germán Roscio, doctor en
Leyes por su Universidad, reflejó que con posterioridad a su
arresto por la policía habían protestado recurrir en queja ante
la Corte de Londres. Refrendó que habían apelado a ella en el
caso de llevarse adelante su entrega a los españoles. De forma
inmediata se les hizo entender que formasen un manifiesto al
embajador británico en España, al que asimismo iba a dar
cuenta el gobernador de Gibraltar de la ocurrencia. Poste-
riormente, se les manifestó que interpondría aquel general
con el de Ceuta sus respetos a fin de que no fuesen vejados, in-
dicándoles que desde esa ciudad podrían dirigirlo, con lo que
repitieron su recurso y protesta. El letrado caraqueño expresó
que como facultativo no podía ignorar los efectos de esta úl-
tima en caso de ser aprendido. Asentó que se le había obli-
gado a tomar este recurso por hallarse allí sin esperanza de
obtener del gobierno de España las providencias que habían
efectuado pidiendo su entera libertad conforme a las capitu-
laciones de julio de 1812. En ellas, siendo uno de los funcio-
narios ratificó con su dictamen este pacto solemne, aplicado
a innumerables personas de las comprendidas en él, y con-
forme a la Constitución española y demás leyes que prohibían
el detener, arrestar y privar de libertad sin proceso y sin el re-
conocimiento de los tribunales de justicia. Reafirmó sus últi-
mas reclamaciones al Gobierno y a las Cortes fundadas en la
imposibilidad de la arribada del informe de Monteverde sobre
los excesos cometidos con posterioridad a ese convenio. Re-
conoció que también había influido en su huida la falta de asis-
tencia y alimentos y la no satisfacción por el gobernador de
Ceuta de los diez reales diarios asignados a cada uno y el haber
oído reservadamente que se trataba de trasladarlos a los presi-
dios menores con motivo de no haber suficiente seguridad en
la plaza para sus personas, calificadas por la citada autoridad

270
“con calificándolas el mismo Gobernador “con la expresión
de pájaros de cuenta”. Asimismo, como facultativo sabía que
por una ley de Castilla que el preso que huía de la cadena era
tendí por confeso en el crimen porque era acusado. Sin em-
bargo de ese caso estaban ellos muy distantes, porque no eran
ni habían sido acusados de ningún delito ni aun se les había
formado sumaria de oficio en que la vindicta pública suplía la
falta de acusador363.
El 25 del mismo mes de febrero se mandó unir a los autos
una carta para su reconocimiento y efectos convenientes. Es-
taba fechada en Caracas el 20 de septiembre de 1813 y estaba
dirigida por su madre Juana Isabel Díaz Padrón a Juan Paz
Castillo. En ella le refería que en ese mismo día le había es-
crito por un sujeto que le había prometido que llegaría a sus
manos. Le notificaba la remisión de una libranza de cien pesos
fuertes por Guillermo Gualzon a la casa de Mr. Gray y Com-
pañía de Gibraltar. Le reiteró que salieses de ese destierro a
costa de cualquier sacrificio sobre sus bienes por estar ella efec-
tuando la misma diligencia a fin de ver si hay alguien quisiera
hacerse cargo de sacarle de ahí, dándole alguna suma con pos-
terioridad a su retorno a Venezuela. Esa vía le comunicó que
debía ser tan reservada que nadie la debía saber ya que la ex-
periencia le ha enseñado a ser reservadísima. Expresaba que
no cesaba de importunar a Bolívar por ver si hace algo para
que salgan todos de ahí. Subrayó que uno le había dicho que
podría hacerlo “guardando inviolable secreto, siempre que
haya dinero, por lo que te digo que veas tú lo que puedes en
caso de que no se trate de todo”. Le hizo cargo sobre lo que le
había costado la consecución de esa libranza y sus afanes para

363
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

271
poder obtener otra. Le expresó que estaban tranquilos, aun-
que “todo el mundo con las armas en la mano”. Más adelante
le refirió que el castillo de Puerto Cabello se había convertido
en el refugio de Monteverde, donde se mantenía sin salir, si-
tiado, sitiado sin agua ni comida, pero abastecido por mar es-
casamente desde Curaçao. A la arribada de la tropa “comprada
de ahí por estos europeos” determinó el General infundirles
confianza y se retiró a Valencia dejándole todo libre para de
este modo llamarle a una campaña fuera de la fortaleza, “como
en efecto lo logró y los batió en las montañas de Barbala,
“donde fue derrotado completísimamente, habiéndole muerto
cuatrocientos de los soldados nuevos”. Especificó que esa ba-
talla aconteció el 30 de agosto. El 3 de septiembre en otro ata-
que en el Trincherón fue herido el canario y definitivamente
derrotado. Fue conducido entre cuatro soldados muy desan-
grado. Todos afirmaron que había fallecido “porque la bala le
entró por la espalda y salió por la boca y otros dos balazos en
brazo y otro en un muslo, que no volvió a hablar”; lo que en
su opinión era muy justo “pues “quien tal hizo tal pague”.
Narró seguidamente las muertes de. Antoñanzas y Zuazola, no
sabiéndose nada ni de Serberi ni de Tola. Expuso que no había
quedado en curso ni un marino y que últimamente se encon-
traba al mando Salomón, “el que vino mandando las tropas que
llegaron de ahí, el que se titula Gobernador y Capitán General
de la provincia de Venezuela, cargo que había heredado del ma-
rino isleño. Habló seguidamente sobre los avatares de los her-
manos de Juan Paz Castillo. De Rafael dejó consignado que
era de comandante de la caballería en Calabozo, al mando del
español Campo Elías, del que reflejó que era de los que vinie-
ron de Santa Fe, del que dijo que era coronel y buen militar.
De José María especificó su comandancia en la villa de Tura y
s revestimiento de juez político. De Blas su empleo de teniente

272
en Santa Teresa. Especificó que la Nueva Granada había or-
denado la recuperación de sus adscripciones anteriores. Sin
embargo, por ahora no se reponían las autoridades en el pie
anterior hasta no tomar a Puerto Cabello, que ya estaba blo-
queado por mar. Le comunicó que las tropas que se encon-
traban en el pueblo de afuera trataban de embarcarse y que el
castillo se lo había impedido. Esta fortaleza era defendida por
solo la gente que lo había sublevado con Guzmán mandando.
Sansón dicen está muy descontento porque los engañaron al
decirle que venían de guarnición de esta ciudad y no a pelear
y que Monteverde les había descrito a los disidentes como
“cuatro jíbaros muy cobardes y que todos los pueblos le ama-
ban”, que habían visto eran fieras los que se han batido pues
“solo por milagro podían haber subido la caballería nuestra a
la montaña de Barbula”, donde ellos estaban alojados. Reflejó
que fue tanto el temor que se desriscaban por huir. En fin,
concluyó manifestando que Puerto Cabello llevaba sobre
ocho acciones y todas las habían ganado. Sostuvo que en los
pueblos donde quiera que se encontraban isleños o españo-
les, “habían tramado con la gente de color”. Planteó también
que “todo estaba sujeto a mucha de la esclavitud” y “ellos pon
donde pasaban hacían atrocidades con los niños y mujeres”,
más se reafirmó que todo “lo hemos sujetado con los leones
caraqueños y tropas de Santa Fe”, de donde vinieron muy bue-
nos soldados, por lo que en el día tenían veinte mil hombres
sobre las armas, lo que era una viva muestra de que “Dios nos
protege descubiertamente”364. Resulta significativa esa apela-
ción a españoles y canarios como diferentes a ellos, máxime por

364
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

273
una mujer que era viuda e hija de isleños, como obviamente
era también el caso de su vástago. Era una muestra más de la
complejidad del conflicto bélico venezolano, que era antes que
nada una guerra civil y social, donde solo “los leones caraque-
ños” y los ejércitos de Nueva Granada integraban las tropas in-
surgentes. A Paz Castillo se le mostró esa misiva por el auditor
en compañía del escribano en el hospitalito en el que residía
junto con los restantes compañeros. Tras haberla leído refirió
que la letra le parecía de su progenitora, pero no garantizaba
que era suya por haber llegado abierta a sus manos y extrañar
su lenguaje, porque ella nunca le había hablado en esos térmi-
nos desde que moraba en Europa y le había advertido desde el
principio desde que tuvo comunicación con ella en Cádiz que
vendiese todos sus bienes por haber hecho juramento de no
volver a su tierra natal. Consecuente a ello le había escrito siem-
pre protestando ese hecho365.

365
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

274
Las gestiones en Londres
para la liberaciónde los cuatro criollos

Una vez devueltos a Ceuta los cuatro americanos a través de dos


representaciones, una personal de Cortés de Madariaga y otra fir-
mada por todos ellos, se movilizaron para que el Gobierno bri-
tánico presionase al español para alcanzar la libertad. Como
reflejó Edgardo Mondolfi, su argumentación se cimentaba en un
caso de derecho de asilo, el primero que como tal se planteaba
para Venezuela, tanto por su desenlace como por sus implicacio-
nes. Al ser de alcance internacional involucró a España e Inglate-
rra. La intermediación del gobierno británico significó la
implementación de ese beneficio de asilo más allá de la alianza
anglo-española. Se trataba con ello de aplicar unas normas fun-
damentadas en el principio del habeas corpus con la finalidad de
establecer límites a toda extradición en delitos de naturaleza po-
lítica. En las dos exposiciones citadas tal recurso aparece como
uno de los más convenientes para su manejo ante las autoridades
británicas. Al desparecer un manuscrito de ochenta pliegos gran-
des de papel que detallaba las vicisitudes de los desterrados en
Cádiz y Ceuta, todas las referencias sobre la gestión diplomática
se conservan en el Public Record Office de Londres. La mayor

275
parte proceden de la pluma de Cortés de Madariaga, salvo la con-
junta suscrita por los reos. Una carta del chileno, fechada en
Ceuta el 23 de junio de 1814 recoge como a comienzos del año
anterior había sido “puesto a merced de los demagogos y barras
vocingleras de Cádiz”. En “el matadero gaditano”, la opinión pú-
blica imparcial era consciente que su destierro se había originado
“sin haber cometido crimen alguno, sin condena ni juicio”, por
lo que debían haber sido puestos en libertad, Pero la Regencia y
las Cortes se vieron intimidados “por los clamores y amenazas de
los vocingleros y de los periódicos que estaban interesados en ver
infringida la capitulación, o por lo menos en mantener la infrac-
ción que había sido cometida por el Oficial que nos arrestó y
envió a Cádiz, y cuyos agentes habían contado para tal propósito
con el voto de los demagogos y los servicios de la gente de las ba-
rras”. Esos esbirros fueron los que impidieron con sus gritos y ala-
ridos que los discursos en su favor fueran oídos. Años más tarde,
en 1818, al disponerse a redactar su testamento desde Filadelfia,
Roscio destacaría la labor de su benefactor Thomas Richard, que
esperaba fuese indemnizado por esa contribución por el gobierno
venezolano. Cortés de Madariaga, al glosar su huida, hizo uso de
una imagen de las Sagradas Escrituras seguramente por su ana-
logía con resonancias redentoras: “Emigramos a Gibraltar, a imi-
tación de nuestro Divino Salvador que huyó a Egipto para evitar
las persecuciones de un déspota”366.
En la representación de los cuatro huidos, estos invocaron
la autoridad del ejemplo cristiano en términos similares: “Se
han visto obligados a seguir el ejemplo que dio el Salvador
cuando tomó asilo en Egipto a fin de ponerse a salvo de la per-
secución del despotismo”. La devolución llegó a interpretarse

366
MONDOLFI, E. Op. Cit., pp. 746-748.

276
en Londres como una violación de la soberanía británica, al
infringir las normas de asilo político, que debieron de haber
sido aplicadas al acogerse al principio de protección territorial
en un dominio inglés. Pero esta no fue la única vez que Camp-
bell violó ese principio con su interpretación de su alianza con
España, porque por esas mismas fechas el capitán Diego Co-
rrea, que se refugió en Gibraltar huyendo de la instauración
del absolutismo en España, fue remitido a Cádiz y de ahí con-
denado a prisión en Ceuta. La presión del parlamento britá-
nico contribuyó de forma decisiva a posibilitar la intervención
del gobierno, al encontrar eco en la opinión pública. Samuel
Whitebread367 y James Mackintosh368, integrantes del ala más
radical del opositor partido whig en la Cámara de los Comu-
nes, abogaron por la protección que debía dispensársele a un
refugiado político, y por la necesidad de no consentir la ex-
tradición de los solicitantes de asilo por la persecución de la
que habían sido objeto369.
En su escrito los cuatro criollos dejaron constancia de ha-
berse visto expuestos a perder la vida durante su retorno a Ceuta
por los furores del comandante español, y estaban en riesgo de

367
Nacido en Cardington, fue elegido miembro del parlamento por Bedford en 1790,
un cargo que detentó por espacio de 23 años. Fue un reformador, partidario de los derechos
civil y abolicionista. Después de la muerte de su correligionario y amigo Charles James Fox,
ejerció el liderazgo de los whigs. Como consecuencia de una fuerte depresión se suicidó el 6
de julio de 1815.
368
Originario de Aldourie fue un jurista, político e historiador escocés. Defensor de los
derechos del hombre fue inicialmente partidario de la Revolución Francesa, aunque por sus
excesos más tarde matizó su posición. Su obra Vindiciae Gallicae fue una crítica respuesta a
los puntos de vista contrarrevolucionario de Edward Burke. En 1813 fue parlamentario whig
por Nairn. Sería miembro de la Cámara de los comunes hasta su muerte. Integrante de la
Royal Society, se dio a la luz póstumamente su History of the Revolution in England in 1688.
369
MONDOLFI, E. Op. Cit., pp. 752-754.

277
perecer hambrientos en esa prisión. La revisión de dos docu-
mentos escritos por los cautivos a partir de su segundo confi-
namiento en Ceuta trajo consigo la posibilidad de examinar
sus argumentos. La carta de Madariaga, con dos versiones dis-
tintas (una del 23 de junio y la otra, del 28 de julio de 1814) a
un destinatario desconocido, pero incorporada al expediente
del Public Record Office y el memorial firmado por los cuatro
reos, anterior a esa misiva, inciden en similares puntos de vista.
Dan cuenta de tres conceptos básicos que facilitarían la inter-
vención británica: la capitulación de 1812, el esfuerzo media-
dor inglés y la violación del derecho de asilo por el gobernador
de Gibraltar. El argumento más endeble fue el de la mediación
y el más efectivo el de la violación del principio de santidad te-
rritorial con la extradición. Los cuatro reos argumentaban que
esa autoridad había violado el derecho de protección al arran-
car y entregar al de Ceuta a “cuatro individuos originarios de
Caracas” que habían desertado de esa plaza africana para li-
brarse de la injusta prisión que sufrían. Por esa decisión se había
violentado el principio de habeas corpus también fue violado,
“así como cuanto se ha escrito y sancionado a favor de la dig-
nidad del hombre, y sus derechos imprescriptibles, porque los
refugiados fueron extraídos del asilo que habían escogido y
entregados a manos de su opresor sin más prueba que el sim-
ple y calumnioso juicio de aquel gobernador.”. Para reforzar
ese cariz el chileno insistió en el engaño del gobernador de Gi-
braltar al ceder a las intrigas del de Ceuta y del cónsul español
en esa plaza, que les privó “de los privilegios locales del terri-
torio británico, entregándonos de vuelta a manos de nuestro
inmediato opresor. Ni el principio de habeas corpus ni las
protestas y apelaciones dirigidas a la Corte Británica (...) fue-
ron suficientes para suspender la violación de nuestro asilo”
Habían sido arrestados sin comisión de ningún delito, sin

278
pruebas de criminalidad y sin ningún aviso previo. Ni tan si-
quiera les concedió una audiencia previa que expresamente ha-
bían demandado. Sólo les envió recado de que le transmitiésemos
desde este lugar una exposición a fin de dirigirla al ministro de
su país ante el Gobierno de España, para que les sirviese como ar-
gumento de la mediación a la que aludían en las dos protestas
que les habían dirigido. En una de esas notas le solicitaron su
traslado a la Corte Británica para sustanciar la apelación, o la re-
tención en Gibraltar, hasta que se verificase una resolución su-
perior. Sin embargo, expresaron, todo había sido en vano, pues
debía haber conocido que “los privilegios de una Nación no
están sujetos a nada de esta naturaleza”370.
“Mediación” y “capitulación” eran para ellos sus argumentos
irrefutables. En agosto de 1814, una nota del subsecretario de
Guerra, Henry Bunsbury371, al de Asuntos Exteriores, William
Hamilton372, evidenciaba la ignorancia de su caso. Lord Gren-
ville373 había remitido al secretario de Guerra y colonias conde
de Bathurst374 dos documentos traducidos redactados por los
cuatro implicados. En su informe se traslució que ese hecho
había acontecido durante la jefatura del teniente general, fa-
llecido poco después, como señalamos con anterioridad, no

370
MONDOLFI, E. Op. Cit., pp. 755-757.
371
Hijo de un famoso caricaturista, tras una carrera en la Armada británica, desempeñó
la subsecretaria de guerra y colonias entre 1809 y 1816.
372
Anticuario, viajero y diplomático británico William Hamilton ejerció como subse-
cretario de Estado entre1809 y 1822, siendo después ministro plenipotenciario en el Reino
de las Dos Sicilias entre ese año y 1825.
373
William Windham Grenville fue un destacado político whig, que ejerció como como
ministro de Asuntos Exteriores en 1791 y como primer ministro entre 1806 y 1807.
374
Henry Bathurst fue miembro del parlamento británico desde 1783.Íntimo amigo del
primer ministro tory Lord Castlereagh , ejerció el ministerio de guerra y colonias entre junio
de 1812 y abril de 1827.

279
recibiendo Lord Bathurst noticia alguna sobre ese asunto. Este
último recomendó al secretario de asuntos exteriores la remi-
sión de copias a Sir Henry Wellesley375, embajador en Madrid,
para dar los pasos convenientes para su liberación. El 5 de enero
de 1815 la legación británica en la capital de España planteó al
gobierno español que el reclamo se fundamentaba en la errada
actuación del gobernador de Gibraltar. Wellesley especificó su
inclusión en la capitulación y su incumplimiento por Monte-
verde. Al ser el comportamiento de la máxima autoridad britá-
nica en Gibraltar una violación sangrante de la legislación de su
país, y en consecuencia que mereció la desaprobación de su go-
bierno, esperaba que los españoles no pusiesen objeciones para
aceptar tan justas demandas. Sin embargo, la situación aparen-
taba ser poco halagüeña a raíz de “una desagradable discusión”
con el secretario de estado español Pedro Ceballos376, que se
negaba a las medidas conciliatorias propuestas por Gran Bre-
taña. Este último trajo a colación el caso de Francisco de Mi-
randa, que sostuvo que había sido financiado por el Reino
Unido en su lucha por la emancipación americana. Su contes-
tación hizo ver que las leyes de su país no permitían que nadie

375
Primer barón de Cowley, tuvo una extensa carrera diplomática. Enviado como represen-
tante británico en España, permaneció como embajador del Reino Unido en Madrid hasta 1821.
376
Pedro Ceballos Guerra, originario de San Felices de Buelna (Cantabria), primo político
de Godoy, fue ministro de Estado con Carlos IV, de Fernando VII y de José Bonaparte. Tras
dimitir de ese último empleo, la Junta de Central de Sevilla lo designó máximo responsable del
gobierno. En enero de 1809 se trasladó a Londres como ministro plenipotenciario de España.
Retornado a España fue miembro del Consejo de Estado el 20 de febrero de 1812. En 1814 Fer-
nando VII lo nombró secretario de Estado, cargo que desempeñó junto con el de Gracia y Jus-
ticia hasta el 32 de octubre de 1816. En 1817 ocupó la embajada de Nápoles y poco después la
de Austria. Con el advenimiento del Trienio retornó a su puesto en el Consejo de Estado.
(CRESPO GARCÍA BARCENA, F., LAGUILLO GARCÍA BARCENA, P. Pedro Cevallos
Guerra (1759-1838). Ministro de Estado natural de San Felices de Buelna. Santander, 2007).

280
pudiera ser detenido a no ser de haber cometido en él un delito.
A principios de marzo Wellesley le expresó que no había reci-
bido ninguna contestación sobre su nota y reiteró la flagrante
violación de las leyes que daban derecho a los extranjeros a bus-
car refugio en el territorio británico y a la misma protección de
que gozan los súbditos nacionales. Por esas fechas la cámara de
los comunes tomó las riendas y llamó a declarar a los ministros
de Su Majestad sobre esa evidente violación y sobre sus gestiones
ante las autoridades españolas. El diplomático reflejó el vivo in-
terés del parlamento por la cuestión y la existencia de un acuerdo
entre los dos gobiernos para la mutua entrega de los delincuen-
tes que buscasen refugio en el territorio de ambos países. Asi-
mismo informó a sus superiores que había tratado de aclarar ante
Ceballos que su caso antecedía a la restauración fernandina, y
por ende, originaba una circunstancia que debía facilitar el con-
curso de la lenidad. Le replicó su entrega con anterioridad al re-
torno de Fernando VII a raíz de na violación de una capitulación
solemne. Confiaba que tales consideraciones tendrían el peso
suficiente ante el Gobierno español. Su sucesor en la jefatura de
la legación Charles Vaughan377, ministro plenipotenciario inte-
rino entre agosto y diciembre de 1816, trasmitió a su gobierno
que el asunto había sido debatido en el consejo de Indias. Ese
despacho se había mostrado partidario de trasladarlos a otras
plazas fuertes africanas. Ceballos le había manifestado que, tras
haber oído las opiniones de ese organismo, Su Majestad había
dictaminado que permaneciesen en seguro arresto, divididos

377
Charles Richard Vaughan había sido secretario particular de Henry Bathurst. El 5 de
enero de 1810 fue designad secretario de la legación británica en España, siendo ministro ple-
nipotenciario durante su ausencia entre agosto y diciembre de 1816. Más tarde ejerció como
secretario en París y como embajador en Suiza y los Estados Unidos.

281
entre diferentes presidios, alegando que habían sido presos
por delitos posteriores al citado convenio, Ante esa respuesta,
el embajador le insistió sobre las consecuencias derivadas de una
nueva interpelación parlamentaria. Le expresó también que se
haría público que habían sido privados de los beneficios del tra-
tado y que habían sido remitidos a España y retenidos por tres
años con el único argumento de una mera suposición, sin haber
exhibido pruebas concretas que la avalasen. Por el secretario de
Estado y del Despacho se comunicó el 10 de septiembre una
real orden en que se manifestaron las verdaderas causas de su
prisión. Al desear Fernando VII acreditar su grande aprecio al
Príncipe Regente de Inglaterra378, que tanto interés había to-
mado en este asunto, había tenido a bien resolver que dichos
sujetos se entregasen en Gibraltar a disposición de su gobierno.
Los cuatro desterrados lograran finalmente su traslado hasta
las Antillas inglesas, recalando en Jamaica379.
Fue precisamente las acciones de la oposición whig en el
parlamento y la posición del Príncipe Regente y no la política
gubernamental el detonador de la liberación de los ocho deste-
rrados, como bien precisó el embajador en Madrid. Debemos
de tener en cuenta que la línea política desarrollada por el eje-
cutivo inglés durante aquellos años fue de abierta hostilidad a
todo aquello que pareciera sinónimo de liberalismo o ideas
procedentes de la Revolución Francesa, siendo precisamente su

378
El príncipe regente de Inglaterra, el futuro Jorge IV, desempeñó la regencia de Inglate-
rra desde finales de 1810 por la enfermedad mental de Jorge III hasta su muerte el 29 de enero
de 1820, en el que se proclamó rey... Se había significado por su apoyo al líder whig Lord
Grenville, pero no propició su entrada en el gobierno por considerar que la destitución de los
torys redundaría en la enfermedad mental de Jorge III, fiel partidario de estos últimos, por lo
que propició un gabinete integrad pro los dos partidos, a lo que se negaron los whigs.
379
MONDOLFI, E. Op. Cit., pp. 761-772.

282
ministro de Estado Lord Castlereagh380 el más firme valladar de
esa política legitimista y conservadora381. El mismo Roscio, años
más tarde, puntualizó el procedimiento adoptado para conse-
guir la liberación y cómo fue aplicado de la misma forma por el
militar liberal canario Diego Correa, que había sido devuelto a
España por Campbell en 1814, tras refugiarse en Gibraltar, hu-
yendo de la reacción absolutista. El letrado venezolano expuso
que “por la tardanza del suceso que tuvieron en Londres, las
quejas y recursos de los venezolanos extraídos del asilo, se abs-
tuvo Correa de implorar la protección del Príncipe Regente, y
frecuentemente impugnaba las esperanzas de aquéllos. Mas
cuando las miró realizadas hizo también su recurso y obtuvo
igual efecto”382. En efecto, el 15 de diciembre de 1815 redactó el
lagunero su primera representación al embajador de Gran Bre-
taña en España383. En ella hizo constar lo monstruoso e ilegal de
su extradición y pormenoriza las discusiones y debates que su
caso suscitó en la Cámara de los Comunes en febrero de 1815 en
la que “los honorables miembros Withbread, Goulburn, etc.,
hacen el panegírico más desinteresado y honorífico de mis ope-
raciones, capaz de desmentir los siniestros informes e invectivas
sin pruebas producidas por el General Smith (Gobernador de
Gibraltar)para aludir los graves cargos que tiene contra sí y a los
que debe responder en un tribunal justificativo”384.

380
Robert Stewart, Lord Castlereagh, fue ministro de Estado del gabinete de Lord Li-
verpool desde 1812. Fue el primer diplomático de su país en la reacción absolutista que pro-
tagonizó el Congreso de Viena. Fue también líder de la Cámara de los Comunes hasta su
suicidio el 12 de agosto de 1822.
381
WEBSTER, C. The foreign policy of Castlereagh, 1815-1822. Londres, 1934.
382
ROSCIO, J.G. Op. Cit. Tomo II. p. 234.
383
Reproducida en el Español Constitucional n° 6. Londres, febrero de 1819.
384
Ibídem.

283
La oposición liberal en el Parlamento inglés tendrá en la
defensa de los casos de los cuatro americanos y de Correa una
de las vías de hostigamiento hacia el ministro de Estado Lord
Castlereagh y su política manifiestamente comprometida con
el Congreso de Verona y la reacción absolutista. Como reco-
noció Juan Germán Roscio, “el duque de Sussex385, el lord Ho-
lland, el Lord Grenville y otros personajes son amigos
decididos de la causa”. Fueron los que tomaron el mayor inte-
rés por la liberación de los cuatro patriotas americanos”. Los
dos se tomaron el mayor interés. El primero en la cámara de
los Lores, “discurrió y concluyó de una manera que se captó la
unanimidad y fue lo que sirvió de regla al gobierno para re-
petir sus reclamaciones y hacerlas efectivas”386.
La alianza tácita entre el liberalismo inglés, la masonería
británica y los independentistas americanos convergen en la li-
bertad de los criollos y de Correa y contribuyen a explicar la
nueva actitud del lagunero ante la emancipación de las colo-
nias españolas, como reconoció el mismo Roscio. Debemos
de tener en cuenta que Lord Holland era el jefe de la oposi-
ción liberal y el duque de Sussex el Gran Maestre de la Gran
Logia de Inglaterra. La coincidencia entre sus valedores y los
más firmes partidarios de la independencia americana no ad-
mite dudas. En el libro que publicó en Londres en 1819
Diego Correa vindicando su conducta constan varios artícu-
los publicados en The Times, The Star y Morning Chronicle en
los que se recogió la repercusión que su detención tuvo entre
febrero y junio de 1815387. El propio Puigblanch defendió a su

385
Detentó ese título por primera vez desde 1801 Augusto Federico, sexto hijo de Jorge III.
386
ROSCIO, J.G. Op. Cit. Tomo II. pp. 234-235.
387
CORREA, D. Letter trasmitted to Ferdinand VII. Londres, 1819, .pp. 100-106.

284
amigo en las páginas de The Times. Diría de él que “era un
hombre de distinguido mérito, que sirvió en el ejército hasta
obtener el rango de capitán y era reconocido por su valor y
gran fuerza corporal”. Entre las opiniones vertidas destacan
las declaraciones en el parlamento inglés de alguien tan sig-
nificativo en la política inglesa como Lord Cochrane, un ma-
rino conocido por su abierta oposición a Castlereagh y que
en 1818 intervino en las guerras de independencia de Chile y
Perú, en las que al mando de su flota tomó los puertos de Val-
divia y el Callao. El almirante “piensa que es imposible que
cualquier hombre de sentimientos liberales se opondría a la
recepción de tal petición. Era obvio que el peticionario había
sido uno de los liberales, de cuyas acciones Fernando había
sido restaurado en su trono, y ahora el ingrato Monarca, ha-
biendo sido incapaz de castigar por sí mismo a su benefactor
suficientemente, lo ha transmitido a sus ministros”388.
El diputado de La Cámara de los Comunes británica, Mr.
Horner, planteaba en ese hemiciclo en mayo de 1816 la extra-
ñeza del hecho de que Diego Correa fuera la única excepción
hecha con los patriotas españoles que lucharon contra Francia389.
Las protestas en el parlamento obligaron al Gobierno inglés a
presionar a Fernando VII para que le diera la libertad. Sin em-
bargo, en un principio la Corte española se resistía alegando una
curiosa teoría que especifica el embajador inglés en Madrid: “El
Gobierno español no consideraba a V. como delincuente que
había sido reclamado por el Cónsul de España, sino como un

388
Op. Cit. p. 104. Los escritos de Puigblanch en The Times fueron reproducidos por
JARDI, E. Antoni Puigblanch. Els prededents de la renaixença. Barcelona, 1960. pp. 339-
342. Tienen fecha de 9 y 17 de Febrero de 1815.
389
Op. Cit. p. 102.

285
español preso del Gobierno de Gibraltar por haberse introdu-
cido fraudulentamente en la plaza; que no ponía a V. en la clase
de reo que se refugia en territorio de una potencia extranjera, sino
en la de aquellos que debiendo ser castigados o por el Gobierno
británico, en cuyo territorio delinquió, o por el español, a quien le-
gítimamente correspondía castigarle, fue entregado a éste como
juez competente”390. En su respuesta Correa reflejó la contra-
dicción que representaba su caso con la libertad de Antonio
Puigblanch, arrestado en su compañía, de José Romero, de San-
tiago Aldama y de los referidos líderes independentistas ameri-
canos, clasificados como criminales por el Gobierno español391.
El 1 de mayo de 1816 Fernando VII decidió finalmente acce-
der a los deseos del Príncipe Regente del Reino Unido, siendo
trasladado el isleño desde Ceuta hasta Gibraltar392. Culminó
de esa forma con el retorno al Nuevo Mundo de los cuatro
americanos y con el establecimiento en Londres de Diego Co-
rrea, donde haría campaña a favor de la emancipación hispa-
noamericana desde las páginas del Español Constitucional.
La trayectoria posterior en América de los cuatro dirigen-
tes americanos de la Primera República es ampliamente co-
nocida. Cortés de Madariaga, nada más arribado a Margarita
en abril de 1817 redactó un manifiesto en el que se mostraba
partidario de un gobierno democrático, que trató de ver plas-
mado el 8 de mayo en el congreso de Cariaco, convocado por
Santiago Mariño, que fue calificado por lo partidarios de
Bolívar de forma peyorativa como el congresillo de Cariaco.
En Jamaica promovió el reconocimiento de la emancipación

390
Reproducido en el Español Constitucional n°10. Londres, junio de 1819.
391
CORREA, D. Letter... p. 34.
392
Op. Cit. p. 58.

286
venezolana por Gran Bretaña. Desde allí autorizó en su cali-
dad de ministro extraordinario de Buenos Aires y Chile al ma-
rino francés Luis Aury el desembarco en Portobelo y Chagres
para conquistar Panamá. En 1821 acompañó a Mariano Mon-
tilla en la conquista de Cartagena. Nombrado deán de la ca-
tedral de Santa Marta por Santander en 1823 alegando sus
derechos sobre la de Caracas. El congreso de Colombia le
otorgó finalmente una pensión Desde Río Hacha escribió una
entrañable carta a Juan Pablo Ayala el 30 de enero de 1824. En
ella le dijo que “gracias a Dios que su turbada visita ha permi-
tido a V. al cano de tantos años de silencio notar las preciosas
letras con que me ha favorecido con fecha de 10 de noviem-
bre último”. Le recordó que no había dejado de indagar sobre
su existencia. Preciso que durante su caravana de 1820 en que
había salido para Jamaica para unirse a la expedición del
Hacha, había seguido sus pasos. No le faltaban los informes de
su hermano Ramón “mientras que corrimos la suerte juntos”
y más adelante a través del órgano de Montilla o a través de
otros pasajeros procedentes de la capital. Lamentaba su poca
salud, especialmente en su vista, pero se había consolado de
que sufría en el seno de su familia todavía con fuerzas sufi-
cientes para emprender el viaje al norte en primavera para cu-
rarse. Se alegraría de su regreso cuanto antes para renovar “el
registro de nuestra pasada historia de cárceles y presidios. Le
manifestó que pasaba por alto la relación constristante de sus
quebrantos posteriores a su separación en Jamaica con la
muerte de su padre “hijo, hermano y mejor amigo”, un golpe
que reconocía que le había rendido y le había convertido en
“un esqueleto ambulante” que no había podido resolverse a
buscar el suelo patrio “temiendo los reveses del tránsito y sin
una persona de confianza que me apoye”. Se hallaba “preter-
mido de los hermanos de Colombia”, varado por el imperio

287
de las circunstancias en Hacha, había procurado trasladarse a
Caracas, pero no habían surtido el efecto las gestiones dirigi-
das a ese intento. Ahora las gestiones de Toro se lo prometían,
con lo que si surtían, mejoraría su situación. Se lamentaba de
los desengaños que ofrecían las revoluciones. Le expresó con
ironía que los dos se habían “acrisolado bastante; partiremos
pronto de este mundo al eterna, pero, si alguna vez volviéra-
mos a la tierra, estamos bien escarmentados y no es dudoso
que resistiremos al suscribir otra pavana de transformaciones
y reformas”. Era consciente del establecimiento de Paz Casti-
llo en Guayaquil. Lo estimaba “feliz y desprendido de la gue-
rra”, mientras que Mires parecía que la tenía en Perú y Manuel
Ruiz había hecho bien “de meterse en concha y procurarse el
descanso en los márgenes del Guayrá”. A su hermano Ramón
le pide que le diese finas expresiones y que le aplaudía su re-
nuncia “del gobierno meridiano, buen para aspirantes de
mando, aunque sea en desiertos y entre breñas”. Mucho le que-
ría pormenorizar, pero las calenturas le habían debilitado al
extremo de no permitir extenderse. Reconoció que “el teatro
de Colombia convida a discurrir”, por lo que celebraría que
“filosofásemos de silla a silla, para no correr los riesgos de la
pluma. Supla V. allá mis sentimientos e infiera cuanto recu-
rrir cuanto abe de mi carácter”. Se despidió de él dando me-
moria a las señoritas sus hermanas, sobrinas y el resto de su
familia y se alegraba de que tuviese por secretario a su reden-
tor el comerciante inglés Richards al que escribía ese mismo
día393. Cortés de Madariaga fallecería en esa localidad en
marzo de 1826.

393
Reproducida en CASTELLANOS, R.R. “Cortés de Madariaga, trágico viajero”. El
Universal. Caracas, 11 de julio de 1974.

288
Roscio se embarcó desde Jamaica a los Estados Unidos,
donde publicó en Filadelfia en 1817 su célebre Triunfo de la
libertad sobre el Despotismo. En 1818 residió en Angostura,
donde colaboró en el Correo del Orinoco, presidió el Con-
greso de esa ciudad y ejerció como vicepresidente de departa-
mento de Venezuela y de la Gran Colombia. Falleció el 10 de
marzo de 1821 en Cúcuta, donde se encontraba en vísperas de
la convocatoria de su congreso. Paz Castillo se incorporó al
ejército de los Andes en 1818. Intervino el 5 de abril en la ba-
talla de Maipú, integrado en el ejército de San Martín. Tras
combatir en Bomboná y Pichincha en 1822, ascendido a ge-
neral de brigada, en 1823 fue designado intendente de Gua-
yaquil. En 1825 se le promovió a general de división. A
diferencia de Cortés de Madariaga, fue partidario de las ideas
centralistas de Bolívar, por lo que fue asesinado por sus de-
tractores en Guayaquil en 1828. Finalmente, Juan Pablo
Ayala marchó también desde Jamaica a Angostura, donde fue
integrante del consejo de administración de la guerra en
1819. Promotor de una fallida academia militar, en 1824 des-
empeñó la comandancia militar de Caracas. Partidario de la
independencia de Venezuela de la Gran Colombia, ejerció di-
versos cargos en su gobierno. El 4 de octubre de 1841 vindicó
la memoria de Miranda frente a las acusaciones de traición.
En 1842 alcanzó una jubilación por invalidez y el 16 de di-
ciembre de 1855 falleció en su ciudad natal.

289
El destino final de los cuatro
peninsulares

Con posterioridad a la fuga de los americanos, el 25 de fe-


brero de 1814, los cuatro peninsulares, que no se habían fu-
gado junto con los criollos, redactaron un escrito en el que
argumentaron que la providencia, que había conocido la rec-
titud y la sinceridad de sus intenciones con respecto a la Na-
ción, a la que siempre habían querido pertenecer. El
desengaño fue para ellos un hecho notorio e incontroverti-
ble el desengaño que sirvió de fundamento a la capitulación
con que habían contribuido a la pacificación de Venezuela y
sobre el que se habían fundado desde v la primera represen-
tación que dirigieron al Monarca desde el mismo buque en el
que fueron conducidos desde Venezuela conjuntamente con
los americanos que acababan de fugarse de Ceuta. Sostuvie-
ron que en ese hecho no habían tenido ni parte ni menos co-
nocimiento, al paso que con su actitud confirmaban sus
expectativas de “conformidad, resignación y deseos de repa-
rar los errores de cálculo” que hubieran podido cometer en
las azarosas circunstancias que les había tocado vivir. Su no

291
implicación daba a conocer que “el habernos querido soste-
ner en nuestro desengaño ha sido el origen e incomunicación
que existía entre ellos y nosotros”. Con ello se demostraba la
solidez de sus principios a diferencia de los que “se reservaron
para emprenderla”. Su no implicación era “la prueba más au-
téntica y legal” de lo expuesto, confirmada por su conducta
anterior a la deserción y por el hecho mismo de no haber sido
imitadores ni aun cómplices de ella. Apuntaban que el testi-
monio de sus conciencias y la opinión pública ceutí les hacían
esperar que su gobernador hablase con imparcialidad y certi-
fique su fidelidad y principios. Les parecía superfluo en esas
circunstancias repetir “la penetrante historia de nuestras mi-
serias· y la resignación en los dos años que nos hallamos con-
fundidos con los demás “con el carácter de reos, de corifeos
de revolución y de infractores de capitulaciones”. Nada de
ello les había conducido a la desesperación de renunciar a los
deberes con que la naturaleza les ligaba a ese suelo ni a la es-
peranza de que algún día recibir de la Patria la justicia que re-
clamaban por la Constitución y la capitulación que les
protegía. Ansiaban que el retorno del “deseado monarca” abo-
nase el fin de las disensiones domésticas de ultramar, que había
sido su único lenitivo dentro de su desgracia y los únicos fun-
damentos en que habían apoyado su resolución “de esperar a
todo trance el gran día en que, consumada la felicidad de la
Nación en ambos Mundos, se borraran para siempre las amar-
gas impresiones de los disturbios con que el maléfico genio
del error tiene extraviada la opinión general sobre los recí-
procos intereses de ambas Españas”. Reiteran la necesidad de
ser juzgados para demostrar su inocencia con posterioridad
a la capitulación. Asimismo añadieron que tenían que hacer
presente lo contradictorio del hecho de que haber sido pues-
tos en libertad por la Audiencia de Caracas con arreglo a la

292
capitulación el coronel de artillería José Salcedo394 y los capi-
tanes de la Reina Pedro y Ramón Aymerich395 y otros indivi-
duos que habían sido encarcelados por los mismos indicios
que ellos. Por todo ello entendían que el hecho de haber su-
frido prisión por espacio de dos años les hacía recomendables
bien para una gracia absoluta o al menos “para un juicio que
fije nuestro verdadero carácter, que decida nuestro destino y
nos saque del fatal influjo de las conjeturas y las persecucio-
nes”. Finalizaban su disertación indicando que “morir en
Ceuta resignados o triunfar como españoles fieles e inocen-
tes, constituía la alternativa que habían abrazado”396. Trata-
ban de esa forma distanciarse de los criollos y dejar claro que
no habían escapado ni habían sido cómplices de ellos. Sin em-
bargo, recibieron la callada por respuesta. El regreso del mo-
narca y la supresión del régimen liberales condujo a que una
vez más se prolongase su encierro.
El 18 de noviembre de 1815 Domingo Monteverde envió una
misiva al capitán general interino de Venezuela Salvador Moxó397.

394
Se había embarcado desde Cádiz el 7 de septiembre de 1779 en calidad de subteniente
de artillería. A.G.I. Contratación 5525 nº3 R8.
395
Eran dos hermanos, hijos de un brigadier, originarios de Puerto Cabello. En 1799
Ramón era cadete y contaba con 13 años de edad. (Hojas militares. Tomo III, pp.119-120).
En 1810 era capitán. Emparan lo había exiliado de Caracas, para que no estuviesen en pri-
mera línea, como había acontecido con Juan Pablo Ayala.
396
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
397
Originario de Puerto Real (Cádiz), se formó en el seminario de nobles de Madrid. Se
trasladó a Venezuela en abril de 1815 como coronel de la expedición de Morillo. Este lo de-
signó capitán general interino de Venezuela. Presidente de la Junta de secuestros para con-
fiscar las propiedades de los republicanos, dictó también un reglamento de policía. Fue
acusado de tolerar el asesinato del canario Chepito González de cuarenta personas. El 4 de
julio de 1816 ejerce ya como titular la capitanía. Morillo lo acuso de inepto y corrupto de co-
rrupto, de fabricar una casa a prueba de terremotos para su socio Jaime Bolet y de vender per-

293
En ella expuso que el 19 de enero de 1813 se mandó formar causa
a los principales agentes de la revolución de esta provincia que
había enviado a España después que había tomado Caracas.
Se había ordenado al oidor Pedro Benito Vidal, comisionado
por la Audiencia para ese objeto. Este ministro concluyó los
autos y los emitió “no sé en qué buque, ni porqué conducto”
por estar él muy ocupado la invasión de Cumaná y otras que
solo gravitaban en él. Tenía constancia que los duplicados ha-
bían sido entregados por Vidal a Manuel Fierro el mismo día
que abandonó la capital venezolana, siendo quemados. Ar-
gumentó que esa remisión se debía a “haberlos considerado
los más perjudiciales en este país” por no haber dado cumpli-
miento a los convenios celebrados en San Mateo y “por las in-
finitas atrocidades que cometieron mientras tuvieron poder
para ello”. Explicitó que poseía “mil comprobantes” de su in-
fame conducta, pero que “casi todos mis papeles y equipaje se
perdieron y en los pocos que me quedaba que con el mayor
trabajo he estado reconociendo estos días aún no he podido
encontrar nada”. No obstante, sus hechos eran tan remarcables
que con facilidad se les podría formar de nuevo sus causas. En-
tendía que para que sus ardides no tuviesen lugar y acreditar sus
insidiosas facilidades de estos malvados, él tendría un particu-
lar gusto de ser conductor de ella si no tuviese reparo. Igual-
mente le suplicaba que formase una justificación de la
conducta observada en La Victoria, San Pedro y Antímano
después “de las capitulaciones que tanto cacarean”. Sostuvo que

dones. Embarcado para Puerto Rico en 1817, derivando de su actuación según el jefe expe-
dicionario, una dislocación de todos los ramos de la administración. Publicó una memoria
militar sobre los acontecimientos de Guayana en esa isla en ese año. Un año ante había soli-
citado hábito de caballero de Calatrava.

294
por ella se vería que, a no haber sido por su carácter opuesto
a derramar sangre “por el esmero y tino” con que había pro-
curado contener “el justo” enojo de sus valientes tropas, Ca-
racas hubiera sido “un teatro de mayor horror por haber estos
cobardes infringido una capitulación la más generosa”. Su
“suma beneficencia” por efecto de sus sentimientos de huma-
nidad y compasión, con que trató a La Victoria y a esa capital,
“que se hallaban ya casi apestadas de hambre y demás mise-
rias”, había sido correspondida “con la más pérfida traición y
las más inauditas atrocidades” por el carácter que por desgra-
cia les dominaba. Moxó le comunicó el 1 de diciembre de
1815 al antiguo capitán general que se hallaba enfermo en
Maiquetía la no recepción de las causas de los ocho desterra-
dos, por lo que, en su consecuencia, había dado disposiciones
para que se instruyese la justificación de su conducta, que
oportunamente trasladaría al isleño398. Pero, una vez más,
nada de eso tuvo lugar. Como hemos podido apreciar con an-
terioridad, los autos de Benito Vidal solo enjuiciaron las acti-
vidades de os llamados ocho monstruos durante la Primera
República, pero para nada con posterioridad a la capitulación,
pues era obvio que habían sido detenidos de forma inmediata
a la toma de Caracas y de La Guaira.
De los cuatro peninsulares que permanecieron en Ceuta,
el único que se fugó fue José Mires. Por el testimonio de Juan
Paz del Castillo sabemos que se escapó a fines de 1817399. En
la documentación sobre el destierro de los llamados “ocho
monstruos” nada se dice sobre él y su evasión. Las únicas refe-
rencias que se conservan se refieren a Isnardi y a Manuel Ruiz.

398
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
399
PÉREZ VILA, M. Op. Cit., p.278.

295
En 1819 se incorporó a la guerra participando en la campaña
del sur. Como coronel comandante del escuadrón guías del
Apure, fue vencedor en las batallas de La Plata de 28 de abril
de 1820 y de Pitayó de 6 de junio de ese año. Segundo jefe de
la de Quito, formó parte del ejército insurgente que derrotó
a los realistas en Pichincha el 24 de mayo de 1822. En la de
Pasto triunfó en Taindala el 23 de diciembre de ese año y pro-
siguió la lucha contra la resistencia monárquica en 1823 y
1824. El 16 de enero de 1826 se le ascendió a general de divi-
sión. Murió asesinado en marzo de 1829 en Guayaquil tras
haber sido hecho prisionero por el ejército peruano que había
invadido la República de Colombia.
El 6 de mayo de 1817 Manuel Ruiz, en su calidad de anti-
guo capitán del regimiento de infantería de Galicia, dio pie a
una representación en la que hizo ver su detención en Ceuta
por disposición de la Regencia. En ella afirmó que con buena
fe y, desengañado de “los errores con que descarriaron la opi-
nión pública los que trastornaron el orden en aquellos do-
minios”, había estado esperando de día en día el resultado de
los pretextados informes, dispuesto siempre, o más bien an-
sioso de la apertura de un juicio que avalaría su verdadero ca-
rácter y acreditase su ulterior conducta. Invocó una vez más
la aplicación del indulto y la habilitación de su empleo en
atención al dilatado mérito de 35 años de servicio con honor,
conducta sobre la que podía informar el coronel Luis de
Ponte, comandante que había sido de ese cuerpo en aquellos
dominios y que por esas fechas se hallaba retirado en el campo
de Gibraltar. Alegaba que no había sido privado de él ni juz-
gado y hallarse otros en caso similar sirviendo los suyos tanto
en su regimiento como en otros del ejército y se reafirmaba en
aprobado en la capitulación sobre el total olvido de lo pasado

296
e inmunidad de las personas, bienes y propiedades en el te-
rritorio de Caracas no conquistado400.
Una misiva de Ángel Isnardi, hijo de Francisco Isnardi, es-
crita en Madrid el 4 de noviembre de 1819, exponía que se ha-
llaba preso en espera de la recepción de los documentos que
en tan dilatado tiempo no se habían recibido de Caracas, a
pesar de que se habían pedido con repetición. En esa coyun-
tura se había perdido hasta la esperanza de que viniesen tales
papeles porque no existen, como lo había manifestado su ca-
pitán general en sus informes. Sin embargo de esto y de la ex-
pedición de un indulto amplísimo para todos los que habían
tomado parte en la revolución de América el 20 de septiembre
de 1817, a cuya real gracia se había acogido, continuaba to-
davía “en su amargo padecer y en desamparo de mujer y fa-
milia, habiendo fallecido su anciano padre más del pesar de
verlo en tan triste estado que de enfermedad conocida”, sin
que a esta instancia hubiese recaído resolución que haya lle-
gado a su noticia. Rogó que se extendiese su mano protectora
sobre él y sobre su desgraciada familia,
Francisco Isnardi redactó otra representación al secretario
de Gracia y Justicia, de la que no conocemos tu fecha. En ella
insistió en su desengaño “en obsequio de la integridad de
ambas Españas, de la humanidad harto oprimida por la tira-
nía napoleónica y de la sagradas obligaciones que me impone
la naturaleza, la sangre, la ternura y la cualidad de español”. Re-
conoció que erró, pero lo hicieron también otros muchos de
mayor edad y discernimiento que él. Explicitó que las pasio-
nes, atizadas por ajenos y extraños intereses, corrieron el velo
de las experiencias políticas con que los primeros movimientos

400
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

297
de Venezuela indujeron a los incautos, que temieron la abso-
luta ruina de la España, conoció que era “una chimera de la
ambición y una blasfemia del orgullo el querer hacer de re-
pente dos naciones distintas y rivales a dos pueblos que tenían
un mismo origen, unas mismas leyes, una misma lengua y una
misma religión”. Tal principio había sido para él la norma in-
variable de su lengua y su pluma, ya que él no había contri-
buido ni “en un ápice a esta funesta depravación” ni pudo dejar
de ser involuntariamente envuelto por ella. Justificó que “la re-
trogradación es muy difícil en el torbellino de una revolución”.
El temor que le inspiraba “el desenfreno con que los demago-
gos desacreditaban impunemente toda especie de moderación,
cuando el gobierno, adormecido con el prestigio de los prin-
cipios democráticos, llegó a perder su opinión y su autoridad
hasta el punto de tener que declarar una independencia de que
el mimo carecía”. Tal razonamiento era para él su único y con-
clusivo deseo. Para que la España y la América pudiesen sacar
de este desengaño toda la utilidad que pudiera, su verificación
podría evidenciarse con su reclusión en el colegio de medicina,
“la más propia para el retiro y tranquilidad que necesita mi agi-
tado espíritu”. El 3 de enero de 1818, reiteraría un escrito de
características similares. En él insistía en que fue “el especioso
pretexto de averiguar si había sido infringida” la capitulación lo
que le condujo a Ceuta por decisión del regente Antonio Cano
Manuel, donde había permanecido cuatro años sin sumaria, sin
juicio, sin sentencia ni requisito alguno legal en espera de in-
formes que ni se habían pedido ni podrían darse jamás, puesto
que, “si hubiera habido en los que lo sepultaron en este presidio
verdadera intención de hacer justicia, hubiera probado el ex-
ponente que no solo no faltó a la citada capitulación sino que
no fue autor, cómplice sabedor ni promovedor de la revolución
de Caracas, ni tuvo otra parte en aquellos ominosos sucesos

298
que una obediencia pasiva, hija de un error harto común en
tiempos tan azarosos más bien que una mala voluntad”401.
Finalmente, el fiscal del Perú en el consejo de Indias, dic-
taminó el 9 de abril de 1819 que, en vista de las solicitudes de
Isnardi y Ruiz, no había venido ninguna información a pesar
de haber sido pedida de forma reiterada a Caracas, por lo que
sin ella no era fácil la calificación de la clase de delito en que
habían incurrido. En tales circunstancias ya se veía lo poco
que podía influir la recomendación que el gobierno de Ceuta
hiciese en favor del cirujano, ni las razones que la funda. Aun-
que no era es justo que a título de tener la causa pendiente se hi-
ciese perpetua su confinación por no remitirse los documentos,
también expreso lo temibles que resultaban unos reos de esa
clase en cualquier parte donde se hallen sin tenerlo en segura
custodia. Entendía que para conciliarlo todo y poder declarar
con el debido conocimiento si se hallaban o no compren en el
indulto, no encontraba otro medio más adecuado que la repe-
tición a Car con las prevenciones más estrechas la orden de que
se remitiesen a la mayor brevedad las actuaciones pedidas, ex-
presando porque no se habían efectuado. Este letrado especificó
el 26 de abril que había visto las cartas del capitán general inte-
rino Salvador Moxó de 1 y 23 de diciembre de 1815, que habían
dado motivo a que volviese este expediente a su vista, con re-
serva de la consulta hecha al monarca, a consecuencia de lo que
antes había expuesto el 9 de abril. Reiteró lo manifestado con
anterioridad, lo que hace bien visible su negativa a indultar a
los reos, a pesar de los reiterados incumplimientos de las órde-
nes. No cabe duda que prevaleció el principio de que por su ca-
rácter peligroso y subversivo debían seguir a buen recaudo.

401
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.

299
Francisco Isnardi y Manuel Ruiz tuvieron que esperar a la
decisión del Consejo de Indias de 21 de agosto de 1819, que
dictaminó que no solo estaban indultados en virtud de la ca-
pitulación del General Miranda, sino que, al no resultar nin-
gún cargo posterior a la sumaria formada de su orden, no
obstante deben ser comprendidos en la gracia del indulto de
24 de enero de 1817 por haber incurrido en nuevos extravíos
y, por consiguiente, puestos en libertad402. Se puede observar,
por tanto, la resistencia del Consejo de Indias a evidenciar el
carácter irregular de la detención y el envío de los ocho diri-
gentes de la Primera República a Ceuta, ya que, por un lado, re-
conocen que no efectuaron actuaciones ilegales con posterioridad
a ese convenio, pero, por otro, alegan supuestos e imaginarias
desviaciones, sobre las que, evidentemente, no mostraron en
ningún momento las pruebas. La concepción del indulto es la
demostración más palpable de haber persistido en el desatino
durante los años del destierro en Ceuta de los encarcelados de
origen peninsular, en clara contradicción con los americanos,
que pudieron salir mucho antes de ese calvario.
En su informe la sala de justicia del consejo de Indias re-
conoció que de la sumaria formada Domingo Monteverde el
8 de agosto de 1812, se desprendía que, “tan lejos de justificar
que habían delinquido, antes se deduce lo contrario”. Subrayó
que mes y medio después de la capitulación “sin embargo de
hallarse ya arrestados los ocho reos”, ni siquiera se les tomó
declaración. Lo mismo se aprecia en la causa instruida por el
oidor Vidal en la que los testigos únicamente deponían sobre
hechos ocurridos durante la revolución. Por todo ello debía
tenerse como indudable que “no se justificaría jamás contra

402
A.G.I. Caracas, 387.

300
estos reos cargo alguno posterior a la capitulación en vista de
que las repetidas veces que se había pedido a Caracas el in-
forme de la sumaria que hubiera podido servir de base para la
formación de causa y nunca se había remitido pese a haber
transcurrido más de seis años. Por todas esas consideraciones,
el consejo hizo presente su dictamen de poner en libertad a
los cuatro reos. Entendía el consejo que, sin embargo de lo de-
fendido por el fiscal del Perú tanto Francisco Isnardi como
Manuel Ruiz no solo estaban indultados, sino que no resul-
taba cargo alguno contra ellos posterior a la capitulación y de
consiguiente debían ser puestos en libertad para fijar su resi-
dencia en cualquier pueblo de la Península a veinte leguas de
la corte, de los sitios reales y de los puertos de la Península403.
Era la plasmación de lo absurdo de esa dilación, que se acom-
pañaba con ese dictamen de obligarles a residir con limita-
ciones en la Península. Lo llamativo es que no se mencionan
en ningún caso ni José Mires, que ya vimos que se había con
anterioridad, ni de Antonio Barona, que tenemos constancia
que por esa misma fecha fue liberado y se trasladó a América.
Roscio, en carta a Simón Bolívar de 23 de agosto de 1820 desde
Angostura, recogió la llegada a Venezuela el 17 de ese mes a Ve-
nezuela. El 4 de septiembre se hizo de nuevo eco del regreso de
“los españoles Barona y Ruiz, cuando ya estaban libres y cons-
titucionales en su tierra y no socorridos de nosotros. Cualquier
criollo dirá que nuestra patria es ya mejor que la España, una
vez que estos se vienen a ella, dejando su suelo natal”404. Del pri-
mero desconocemos sus actividades posteriores en Venezuela.
Ruiz arribó a Angostura en 1821. En noviembre de ese año

403
A.H.N. Consejos. Leg. 21231.
404
ROSCIO, J.G. Op. Cit. Tomo II. pp. 148 y 159.

301
integró el consejo de guerra que en Caracas condenó a muerte
al coronel Antonio Ramos. En junio de 1824 se le designó pre-
sidente de la comisión subalterna de bienes nacionales y, al
mismo tiempo, comandante militar del primer distrito. En
1826 integró la corte superior marcial de Caracas y en 1827
vocal de la junta de manumisión En 1830 José Antonio Páez
se le concedió licencia con goce de sueldo, Falleció en la ca-
pital venezolana el 30 de agosto de 1834405.
Francisco Isnardi sería el único de los ocho desterrados en
Gibraltar que decidió no retornar a Venezuela. En marzo de
1820 fue propuesto como secretario del ayuntamiento ceutí
por su alcalde por reunir “los necesarios conocimientos y deci-
dido amor a las nuevas instituciones y el cabildo confía en que
demostraría su celo y trabajo por el bien público y consolida-
ción del nuevo sistema constitucional”. Desempeñó ese oficio
entre el 28 de marzo y el 15 de diciembre de 1820. Roscio, en
misiva a Bolívar fechada en Angostura el 23 de agosto de 1820,
dejó constancia de su permanencia en esa plaza africana: “Solo
Isnardi no quiso salir de Ceuta, prefirió quedarse de secretario
de la municipalidad”406.Desplegó una intensa actividad perio-
dística en El Liberal Africano, el Monitor Ultramarino, El Cen-
sor y el Cetro Constitucional. Por su acendrado liberalismo en
las páginas del primero de los rotativos citados mereció críticas
frontales del ultrarreaccionario prelado de Ceuta fray Rafael
Vélez, que llegó a efectuar una visceral denuncia contra él407.
Isnardi debió fallecer en septiembre de 1826 porque en ese
mes su viuda Ángela de la Cueva introdujo una instancia para

405
Diccionario de Historia de Venezuela. Tomo III, pp.487-488.
406
ROSCIO, J.G. Op. Cit. Tomo III. p. 149.
407
VANNINI DE GERULEWICZ, M. Op. Cit. pp.143-148.

302
que el director general de la Armada le satisficiera una paga
de viudedad, que le fue concedida por real orden de 25 de di-
ciembre de ese año. Uno de sus hijos, Ángel, nacido en Cádiz
en 1804, fue periodista, redactor del Eco del Comercio y po-
lítico liberal progresista, instigador de la célebre sargentada
de La Granja del 12 de agosto de 1836. Tuvo estrecha corres-
pondencia con el intelectual cubano nacido en Maracaibo y
de ascendencia dominicana Domingo del Monte. Fue jefe po-
lítico de Logroño en 1857 y de Córdoba durante la Regencia
de Espartero (1841-1843). Fue designado Director de Co-
rreos en 1854 Dio a la luz en Madrid en 1850 Elementos de
Geografía Universal por método de comparación y clasificación
para facilitar su inteligencia, y en 1855 Memoria de Correos
presentada en su calidad de director general del ramo. Autor
de cuadros costumbristas, tradujo del francés varias obras de
Alejandro Dumas y Scribe408.

408
VANNINI DE GERULEWICZ, M. Op. Cit. pp.147-148. Rafael Vélez, natural de
Vélez- Málaga, ingresó como capuchino, siendo lector del convento de Cádiz. Enemigo de-
clarado de los liberales, su obra más famosa fue Apología del Altar y del Trono. El 30 de sep-
tiembre de 1826 fue designado obispo de Ceuta. Desde las páginas del Liberal africano,
Isnardi fue de sus más vehementes críticos, lo que condujo al religioso a emitir una pastoral
contra él, acusándole de impiedades, condenó su lectura en las Iglesias y predicó un sermón.
El gobernador Burón promovió su destierro, que se ejecutó. Con la restauración del absolu-
tismo, ascendió a los arzobispados de Burgos y Santiago en 1824. Falleció en Padrón (La
Coruña) el 3 de agosto de 1850. Sobre Ángel Isnardi, véase ESCOBAR ARRONIS, J. “Un
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