Está en la página 1de 260

Octavia contra Cleopatra

El papel de la mujer
en la propaganda política
del Triunvirato (44-30 a. C.)

Gustavo García Vivas


Primera edición en Liceus: 2013.

Diseño de cubierta: MEU Estudio de Diseño.

Director de la colección: Antonio Alvar Ezquerra.


Comité científico: Jaime Alvar Ezquerra, Manuel Alvar Ezquerra, Julia Barella
Vigal, Julia Butinyá, José Luis Caramés Lage, Francesc Casadesús Bordoy,
Francisco García Jurado, Fernando Gómez Redondo, Ángel López García,
Enrique Martínez Ruiz, Javier Paredes Alonso, José Manuel Pedrosa, Eloísa
Ramírez Vaquero y Jenaro Taléns.

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento


informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea
electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso
previo y por escrito de los titulares del copyright.

© 2013 by Liceus, Servicios de Gestión y Comunicación, SL.

ISBN: 978-84-9714-039-3

Depósito legal: M-22750-2013


Imprime: Cima press. Madrid. España.
Octavia contra Cleopatra

El papel de la mujer
en la propaganda política
del Triunvirato (44-30 a. C.)

Gustavo García Vivas


A mi madre y a mi tía (†)
Índice

Prólogo.................................................................................................................... 11
Introducción........................................................................................................... 15

Capítulo 1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C....................................................... 23


1. La aparición de Octaviano en la escena política.............................................. 23
2. Octavia. Pinceladas biográficas y su matrimonio con Marcelo...................... 24
3. Las vírgenes vestales como sujetos políticos.................................................... 30
4. El papel de Octavia y las élites femeninas durante las proscripciones.......... 38
5. M. Claudio Marcelo, hijo de Octavia............................................................... 43
6. Las élites femeninas y la política impositiva. Descontento ante Filipos........ 46
7. Octavia, sujeto político. Protagonismo y primeras acciones......................... 53
8. Perusa y el tratado de Brindisi.......................................................................... 55

Capítulo 2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C............ 71


1. El tratado de Miseno.......................................................................................... 71
2. El invierno ateniense de Marco Antonio y Octavia........................................ 73
3. El reencuentro de ambos líderes. Tarento....................................................... 80
4. Octavia y Antonio se distancian. Octavia en Atenas........................................ 91
5. Octavia y el tradicionalismo político romano................................................. 97
6. El divorcio de Antonio.................................................................................... 106

Capítulo 3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C....109


1. La actividad de Cornelio Dolabela en el Este................................................ 109
2. Cesarión............................................................................................................ 115
3. El encuentro en Tarso...................................................................................... 118
4. Antonio y Cleopatra en Alejandría................................................................ 131
5. Sexto Pompeyo y Miseno................................................................................ 137
6. Antonio y Cleopatra en Antioquía. Concesiones territoriales.................... 142
7. La invasión de Media y Armenia.................................................................... 149

9
Octavia contra Cleopatra

Capítulo 4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C..................................................... 153


1. El triunfo alejandrino....................................................................................... 153
2. La guerra de propaganda................................................................................. 167
3. La deserción de Planco y Ahenobarbo.......................................................... 174
4. El testamento de Antonio................................................................................ 177

Capítulo 5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.............................. 185


1. Los sucesos de Accio....................................................................................... 185
2. Los estertores del sueño.................................................................................. 189
3. La muerte de los amantes................................................................................ 194

Conclusiones........................................................................................................ 211

Abreviaturas......................................................................................................... 229
Bibliografía........................................................................................................... 231
Índice onomástico................................................................................................ 245
Índice de autores citados..................................................................................... 253

10
Prólogo

El tema de fondo de este libro es el de la naturaleza del poder y la


acción políticos durante el triunvirato de Marco Antonio, Lépido y
Octaviano (43-33 a. C.). Está compuesto en torno a un relato central que
tiene como protagonistas-antagonistas a Octavia y Cleopatra y cuyo
propósito es determinar la capacidad de actuación real de ambas mujeres.
Se trata sin duda de una apuesta de investigación tan audaz como
arriesgada por parte de su autor, Gustavo García Vivas. La historia po-
lítica de esta época es sumamente polémica, y no sólo por las lagunas,
divergencias y contradicciones que presentan las fuentes antiguas, sino
muy especialmente por los diferentes modelos de estudio que han pro-
puesto los historiadores a lo largo de estos últimos 150 años. Y esto
son únicamente las dificultades que atañen a la investigación de las élites
gobernantes en sentido estricto, es decir, de los hombres de poder de
la época. Abordar el estudio de las mujeres de esa aristocracia entraña
afrontar problemas añadidos. El más importante de ellos es de la propia
evidencia disponible, toda ella producida por hombres, con apreciacio-
nes habitualmente estereotipadas sobre modos y comportamientos que
se asociaban con la naturaleza femenina y de época muy posterior a la
considerada en este libro.
Pero es evidente que para el autor el interés del tema merecía el riesgo
asociado a su investigación. Y desde luego el resultado presente recono-
ce y recompensa su empeño.
Entre las distintas formas de entender la vida política romana del
momento, García Vivas escoge como punto de partida en su estudio la
que la considera de carácter oligárquico y dinástico. Aquí se muestra un
heredero directo y fiel del viejo maestro Syme, al que el autor conoce
muy bien. The Roman Revolution (1939) es el mayor y más influyente
libro jamás escrito sobre esta manera de pensar la historia política de la

11
Octavia contra Cleopatra

República Tardía. Pero este monumento de estilo, ciencia y fuerza argu-


mental tiene su origen último (sin menoscabo, por supuesto, de la gran-
dísima aportación de Friedrich Münzer a la historia de las familias roma-
nas) en lo que pareció originalmente una modesta tesis de habilitación,
Die Nobilität der römischen Republik (1912), de Matthias Gelzer. La
inteligente explicación del carácter de la sociedad y la política romanas
como una trama de obligaciones personales era una tesis absolutamente
nueva y de gran trascendencia que señaló a Syme el camino para su Re-
volución Romana. El trabajo de García Vivas se incardina, pues, y con
gran éxito, en una de las más clásicas y reputadas líneas de investigación
en el campo de la historia política romana.
El autor enfrenta la delicada cuestión del análisis de sus fuentes invo-
cando el canto taciteo de imparcialidad y armado con las herramientas
metodológicas de la crítica histórico-filológica tradicional. Pero la tarea
de evaluar las fuentes antiguas y deducir de ellas comportamientos, acti-
tudes e intenciones humanos nunca es fácil, y hay habitualmente amplio
margen para la interpretación o el error de juicio. Apiano, Plutarco y
Dión Casio, los tres autores principales, escriben sus obras al menos
un siglo después de los acontecimientos que narran y lo hacen, además,
con tonos y sentimientos bien distintos. Sus fuentes de información, así
como su tratamiento, son materia de disputa, como también lo es la re-
lación de dependencia entre sus relatos o hasta el tejido narrativo de
cada uno de ellos (importante en la medida en que pudiera afectar a su
historicidad). Consciente de estas dificultades, Gustavo García se aplica
meticulosamente, con sensatez y criterio, a la tarea de ponderar cada
pasaje y cada expresión en los que se documenta a Octavia o Cleopatra
en contextos políticos. A partir de ahí el autor decide su sentido y su
valor y, poco a poco, va construyendo sobre ellos el perfil biográfico
de cada una las protagonistas de este libro. Pero en este crucial ejercicio
de exégesis documental no está completamente solo. García Vivas ha
buceado en el vasto océano bibliográfico generado tras décadas de estu-
dio en este periodo y ha seleccionado inteligentemente lo sustancial de
la producción académica. Tampoco aquí, sin embargo, se deja arrastrar

12
Prólogo

simplemente por la autoridad de los grandes colosos de nuestra disci-


plina, sino que razona, discute o critica cada una de las opiniones que
incorpora en su argumentación.
La solidez de los planteamientos básicos del estudio que se desarrolla
en este libro es motivo más que suficiente para recomendar encareci-
damente su lectura a todo aquel interesado en la historia romana. La
trama argumental y las hipótesis de trabajo se resumen con claridad en
la «Introducción», y se desarrollan lúcidamente en los cinco capítulos
que componen esta monografía. Pero nada de esto debe ser desvelado o
siquiera insinuado en un prólogo, pues es privilegio del autor guiar a su
lector, libre de interferencias, a través de las vicisitudes de su investiga-
ción. Sí puedo sugerir, por experiencia propia, que merece la pena pa-
sar la página y emprender ese viaje intelectual en compañía de Gustavo
García Vivas.

José A. Delgado Delgado


Departamento de Prehistoria, Arqueología,
Antropología e Historia Antigua
Universidad de La Laguna

13
Introducción

La idea de realizar un estudio en profundidad sobre el papel de las


élites femeninas en el período de la República romana tardía me la sugi-
rió en un primer momento el que era mi director de tesis de licenciatura
allá por el año 1996, el Profesor Dr. Víctor Alonso Troncoso, pertene-
ciente entonces al Área de Historia Antigua de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Autónoma de Madrid y hoy Catedrático de la
misma especialidad en la Universidad de La Coruña. Cuando una serie
de circunstancias alejaron de la UAM al profesor Alonso, el profesor
Adolfo Domínguez Monedero recogió su testigo de manera entusiasta.
Recuerdo que el Profesor Alonso no dejaba de señalarme el hecho de
que, aunque los estudios de género en la Antigüedad tenían cada vez más
auge durante aquellos años, echaba de menos uno en concreto donde la
idea de «alteridad», como concepto político simétrico –esto es la defini-
ción de ortodoxia de uno mismo en contraposición a la heterodoxia del
«otro», del extranjero, del bárbaro en definitiva–, se desarrollara toman-
do un ejemplo concreto. Me hizo reparar en el hecho de que dos de las
figuras femeninas de la Antigüedad donde este proceso podía estudiarse
con cierto lujo de detalles, debido a la abundancia de las fuentes y al
diverso punto de vista de las mismas, eran Octavia y Cleopatra. Podían
incluso estudiarse, con cierta puntillosidad, los matices que a lo largo de
los casi quince años de Triunvirato, el período que va del 44 al 30 antes
de Cristo, ambas mujeres van adoptando para adelantarse o adaptarse a
los diversos giros de los acontecimientos que se van produciendo.
Sobre la reina egipcia se ha escrito mucho y con la calidad más diver-
sa. Por contra, la hermana de Octavio, epítome quintaesencial de la ma-
trona romana, ha hecho correr menos ríos de tinta. Pero qué duda cabe
de que es un personaje esencial en el entramado de la clase privilegiada
de la sociedad romana en la República Tardía. Y es cierto que en los

15
Octavia contra Cleopatra

últimos años, como lo prueba la bibliografía que hemos revisado, cada


vez más artículos y monografías han hecho de ella su objeto de estudio.
Ambas mujeres poseían una enorme inteligencia, y estoy cada vez
más convencido de que ambas eran personalidades históricas dotadas
de un olfato político excepcional. Lo que queremos demostrar en las
páginas que siguen, mediante un análisis detallado y pormenorizado de
las diversas fuentes de las que disponemos, puede resumirse de manera
sintética: Octavia y Cleopatra eran mucho más que grandes mujeres su-
bordinadas a grandes hombres. Eran sujetos políticos propios que po-
seían un enorme poder, una gran capacidad de patronazgo y que, en un
momento dado de sus respectivas trayectorias, podían ejecutar una serie
de golpes de mano que les hace por sí solas merecer un lugar en la His-
toria del período con mayúsculas.
En el caso de Octavia, en Brindisi y sobre todo en Tarento, con-
sigue colocarse como el referente de continuidad del sistema político
del triunvirato. Es una gran señora de la política, un personaje que se
convierte en garante y referencia de una alianza que es la que permite
que el sistema se perpetúe. A partir de ese momento, además, irá poco
a poco trazando ciertas acciones, delimitando ciertos movimientos, en
los que no duda en actuar a contracorriente de cómo lo habría hecho su
hermano. Octavia había sido siempre una mujer de gran independencia
en su carácter y en su modo de actuar. Es a partir de Tarento cuando esta
forma de ser suya adquiere, digamos, una mayor profundidad.
En Cleopatra, lejos del papel de mujer fatal que la historiografía
decimonónica y de gran parte del pasado siglo veinte le ha querido
asignar, vemos a una gobernante política de enorme criterio y sentido
común. El análisis sine ira et studio de las fuentes revela la muy alta
capacidad como gestora política de la última de los Tolomeos, que no
pretende subyugar a Antonio con sus encantos, aunque sepa usarlos
de manera adecuada cuando toque, sino convertirse junto a él en la
impulsora de un proyecto político de grandes dimensiones que pasaba
por el reforzamiento del poder de los dinastas de Egipto en su zona
de influencia oriental. La alargada sombra proyectada por la corriente

16
Introducción

de opinión proaugustea ha hecho que los historiadores especializados


olvidásemos, hasta hace relativamente poco tiempo el hecho de que,
como pareja, Cleopatra y Antonio poseían un potencial político for-
midable y que el final de la historia pudo ser muy distinto al que en
realidad aconteció.
El primer capítulo de esta monografía, «Octavia entra en liza», nos
permite entrever los tímidos comienzos de Octaviano, y por ende de su
hermana, en el difícil escenario político de los estertores de la República
en Roma. Un panorama político que, siguiendo los estudios de Münzer
y Syme, entiendo que tiene un carácter absolutamente dinástico. Con
un testamento y su nombre como único aval, un quinceañero enclenque
y enfermizo va adquiriendo progresivamente mayor empaque político,
o si se prefiere, mayor auctoritas. Su hermana estará siempre cerca de él
durante estos años y sabe perfectamente cuando debe echarle una mano,
como en el caso de la protesta de las élites femeninas ante la onerosa
política fiscal de los triunviros destinada a pagar la factura de Filipos.
Octavia está siempre vigilante, in statio, cerca de un Octavio algunas
veces autor de decisiones bisoñas, pero dotado de una intuición política
endiablada. Y su muy perspicaz hermana está sin duda detrás de muchas
de ellas, como podemos comprobar en Brindisi.
En «Octavia, clave de bóveda del sistema triunviral», asistimos a la
eclosión de la hermana de Octaviano. Tras su protagonismo en Brindisi y
su casamiento con Antonio, pasa junto a su flamante marido un invierno
de vino y rosas en Atenas. En Tarento, su papel mediador, su interme-
diación como referente de continuidad del sistema triunviral está, desde
nuestro punto de vista, más que demostrado. Y así lo hemos analizado
pormenorizadamente en este capítulo por medio de un análisis exhaus-
tivo de las fuentes que nos narran el episodio. Tarento es el canto del
cisne de Octavia, la matrona romana por antonomasia. A partir de ese
episodio, todo rodará cuesta abajo. Ella y su marido se distancian, casi
con toda seguridad en una apuesta política suicida por parte de Antonio,
que subestimó a Octavio durante más tiempo del que hubiera sido bene-
ficioso para él. De hecho, Antonio terminará divorciándose de Octavia

17
Octavia contra Cleopatra

hacia la mitad del año 32, cuando ya estaba inmerso en una dinámica sin
retorno que conducía a la guerra civil por el hilo más directo.
Pero la importancia de Octavia como mujer y como figura política de
primer orden no agota todos sus roles. Su papel como madre nutricia es fun-
damental. Y ese será su función principal tras su divorcio de Antonio y hasta
su muerte. Era del todo necesario criar buenos ciudadanos romanos para
el futuro, proporcionar un primer bagaje a los hijos supérstites de Antonio
que luego tanta importancia tendrán tras ser cuidados en la casa de Augusto,
como futuros reyes y reinas «clientes». Octavia se arrogó esta función para
sí misma. Sabemos que, tras Accio, cuidó de los hijos del triunviro, de todos
ellos sin excepción, como si fueran suyos propios. La casa del primer ciuda-
dano de Roma se convertiría así en una especie de jardín de infancia en el que
la buena matrona que era Octavia ejercería como madre y maestra.
En el tercer capítulo de nuestro estudio, el que hemos titulado «La
heredera de un pasado milenario», presentamos a Cleopatra VII, una
mujer culta y una gobernante capaz que se encuentra por primera vez
con Antonio en Tarso en 41. Analizaremos el invierno que pasan jun-
tos en Alejandría y a las primeras concesiones territoriales que Antonio
hace a Cleopatra. En ese momento, el proyecto de reforzamiento de po-
der egipcio en Oriente, si es que existe, se encuentra todavía en estado
embrionario. Antonio está lejos de ser un hombre hechizado por los
encantos de la reina egipcia. Era un militar y un aristócrata romano de
manual. Podía llegar a ser, a veces, brusco e impulsivo. Pero fue durante
años la mano derecha de Julio César y un hombre que acumuló un in-
menso poder en el convulso escenario de las luchas políticas de la última
República. Era, sobre todo, un hombre leal. Tuvo, sin embargo, la mala
suerte de tener su némesis en el escurridizo y taimado sobrino-nieto del
divino Julio. Antonio jugó sus bazas lo mejor que pudo y, aunque en
alguna ocasión puntual, lo hiciera con cierta precipitación, lo cierto es
que su margen de maniobra le permitió hacer poco más de lo que hizo.
Podemos incluso aventurar que Accio fue un mero episodio contingen-
te. En aquellas fechas las cosas rodaban bastante mal para el que fuera
magister equitum de Julio César.

18
Introducción

Siguiendo con el razonamiento anterior, «La ruptura definitiva», en-


laza los dos errores más gruesos de la pareja formada por la egipcia, en
puridad casi podríamos decir la griega, y el romano. Por un lado, el craso
error de cálculo político que supuso el triunfo alejandrino del año 34 y
la posterior guerra de propaganda que se desencadenó a continuación.
Por otro, seguro que impelido por el curso de unos acontecimientos que
cada vez más le sobrepasaban, el divorcio de Octavia propiciado por
Antonio en el fatídico año 32. Para entonces puede decirse que la facción
antoniana había cavado su propia sentencia de muerte. Bien es verdad
que, como ya alertaba el maestro Sir Ronald Syme, es muy fácil analizar
los hechos cuando, como es nuestro caso, hace más de veinte siglos que
conocemos el desenlace. Sin embargo, ambas decisiones, incluso analiza-
das contemporáneamente, no parecen en absoluto acertadas.
Y así llegamos al final de nuestro estudio, el quinto capítulo, en el
que «los dioses abandonan a Cleopatra». Lo que realmente sucedió en
ese mojón fundacional del Principado de Augusto que se conoce para la
posteridad con el nombre de batalla de Accio, trasciende los meros lími-
tes del hecho bélico. La bibliografía sobre la coyuntura es enorme. De
hecho, algunos autores ni siquiera tienen claro que llegara a producirse
una batalla propiamente dicha. Sea como fuere, el desenlace sí que está
claro. El año que sigue a Accio es el de una pesadilla irreal para Antonio
y Cleopatra. Unos gobernantes que viven un auténtico Götterdämme-
rung en la fastuosa capital alejandrina. Aunque las comparaciones sean
peligrosas cuando uno se enfrenta a la tarea de escribir Historia desde un
punto de vista profesional, es tentador buscar una comparación con los
últimos meses de la caída del Tercer Reich en medio de un Berlín fantas-
mal a principios de 1945. En nuestro caso, la muerte de Cleopatra y de
Antonio selló el destino de un reino: el egipcio. Pero también el de un
proyecto político y vital de enorme calado que, eso sí, como explicamos
en las «Conclusiones» de nuestro libro, nunca llegaría a perecer del todo.
El volumen se cierra con una pormenorizada bibliografía. Hoy más
que nunca, en estos tiempos de paridad e igualdad necesaria y sin duda
justa en todos los ámbitos, es sobremanera importante incidir en el papel

19
Octavia contra Cleopatra

fundamental que, en todos los ámbitos pero en especial en las clases pri-
vilegiadas, ejerció la mujer en Roma. Nuestro empeño en las páginas que
siguen es clarificar un poco más esta importancia, tomando como mo-
delo el estudio de dos mujeres muy especiales y de una gran relevancia
en el período.
Más de una quincena de años han transcurrido desde que llené por
primera vez un folio en blanco con ideas destinadas a esta investigación.
En todo este tiempo han acontecido en mi vida muchos hechos. Y ahora
que llega el momento de los agradecimientos éstos han de ser, por fuer-
za, muy variados.
El primero de ellos sigue siendo para los que fueron mis directores
de investigación en la Memoria de Licenciatura, a los que ya mencioné al
principio de esta Introducción. El Profesor Víctor Alonso Troncoso re-
visó todos los capítulos de este trabajo. Como he señalado, el fue además
quien me sugirió el tema del que posteriormente surgiría este libro. El
Profesor Adolfo Domínguez Monedero tuvo la generosidad de aceptar
ser uno de los dos directores de este trabajo cuando una serie de circuns-
tancias alejaron física y profesionalmente al Dr. Alonso Troncoso de la
Universidad Autónoma de Madrid. Este trabajo se gestó como Memoria
de Licenciatura trabajando dentro del equipo del Dr. Domínguez como
Becario de Formación del Profesorado Universitario.
Ahora que dicha investigación cobra vida en este libro deseo trans-
mitirles a los dos mi agradecimiento más sincero. Sin ellos, y sin su con-
fianza y apoyo desde el primer momento en que nos conocimos, este
proyecto no hubiera sido posible.
Otras personas me ayudaron asimismo durante esta aventura investi-
gadora. El Dr. Stephan Schröder, actualmente Jefe del Departamento de
Escultura Clásica del Museo del Prado, mantuvo conmigo provechosos
intercambios de puntos de vista sobre cuestiones que se tratan en las pá-
ginas que siguen. El Catedrático de Derecho Romano de la Universidad
Autónoma de Madrid, Profesor Antonio Fernández de Buján, revisó de
manera concienzuda el primer capítulo de esta investigación y me propor-
cionó una serie de atinadas correcciones que me han sido de gran utilidad.

20
Introducción

Me gustaría expresar asimismo mi agradecimiento a otras personas


que me han apoyado de una forma u otra en mi carrera investigadora. El
Profesor Jesús de la Villa Polo creyó en mí en su momento y me dio una
serie de excelentes oportunidades. El Dr. Alfredo Verdoy me propor-
cionó buenos y atinados consejos sobre muchos aspectos de esta vida.
Gracias muy especiales a los Profesores Joaquín Córdoba Zoilo y María
Jesús Matilla Quiza. Ellos saben muy bien por qué. Sin su ayuda, mi vida
habría sido probablemente muy diferente.
Quiero dejar constancia, finalmente, de la importancia que han teni-
do estos últimos meses dos personas para conseguir llevar a buen puerto
este proyecto. Son el Profesor Francisco Javier Andreu Pintado, de la
UNED, que me ha apoyado de forma entusiasta durante este último año
y que escribió un correo electrónico providencial, y mi director de tesis
doctoral, el Profesor José Delgado Delgado, autor del Prólogo de este
libro y que creyó en un determinado momento en mí para que pudiera
reanudar mi labor como investigador.
No quiero terminar esta Introducción sin expresarles a ambos mi
agradecimiento. Y a la editorial Liceus, y a todo el equipo profesional
que la forma, que creyó en este libro de forma inmediata y generosa.
Mi madre y mi tía, ésta última ya fallecida, me dieron ánimo y mues-
tras de cariño y afecto durante todo el tiempo que duró esta investiga-
ción. Ellas han sido mis principales admiradoras.
Pero, desde luego, no han sido los únicos. Mi mujer Cristina y mis
hijos Ignacio y Cris han convivido quizá demasiado tiempo con estos
personajes de la antigua Roma, demostrando tener conmigo una gran
paciencia. A los tres, que son mi familia, va dedicado este trabajo.

Santa Cruz de Tenerife


Marzo de 2013

21
1. Octavia entra en liza.
43-40 a. C.

1. La aparición de Octaviano en la escena política

En el baile de alianzas que se sucedieron en Roma tras el asesinato


de César perpetrado en los idus de marzo de 44, tuvo lugar un acuerdo
coyuntural especialmente importante: fue el que, por mediación de Ci-
cerón (cos. 63; MRR,II, pág. 165), se produjo entre el Senado y el joven
llamado Octaviano, sobrino e hijo adoptivo del Dictador, de acuerdo
con la voluntad expresada por éste en su testamento.
A fines del año 44, antes incluso de acabar su período como cónsul,
Marco Antonio decidió marchar a la provincia de la Galia Cisalpina. Se-
guramente para no estar presente en Roma cuando su posición como ex-
cónsul le permitiera ser más fácilmente atacable1. Antonio previó bien,
ya que el año 43 se inició con una dura diatriba de Cicerón en el Senado
en la que le calificó de enemigo público y le acusó de haberse apropiado
ilegalmente de la Cisalpina, hecho que al parecer no estaba tan claro2.
El resultado práctico de este discurso fue la admisión de Octaviano
en el ordo senatorius y un pacto entre los padres de la patria y el jo-
ven sobrino-nieto de César, recién llegado de Apolonia. En febrero de
ese año 43, el Senado aprobó un senatus consultum ultimum contra un

1
Sobre todo este problema, la monografía clásica sigue siendo la del maestro R. Syme, La
revolución romana, Taurus, Madrid, 1989, págs. 213s. (en adelante RR). Esta importante
obra acaba de ser reimpresa por Crítica en 2010 con prólogo de Javier Arce. Véase también
K. Scott, «The political propaganda of 44-30 B. C.», MAAR 11 (1933), págs. 17ss. (en ade-
lante PP). Y, en general, para el período M. Le Glay, Grandeur et déclin de la République,
Perrin, París, 1990. A menos que se indique lo contrario, todas las fechas mencionadas en
este trabajo son antes del nacimiento de Cristo.
2
Para todo el asunto relacionado con este hecho y la llamada lex de permutatione provin-
ciarum, cf. RR, págs. 157 y 214.

23
Octavia contra Cleopatra

Antonio que se negaba a abandonar su provincia. Se proclamó el estado


de excepción y Antonio fue vencido en la batalla de Módena (14 de abril
de 43) por una alianza formada por los cónsules de ese año, A. Hircio y
C. Vibio Pansa Cetroniano, y el propio Octaviano.
El júbilo de Módena y la alegría subsiguiente por la victoria de la
República no duraron mucho. El ejército del hijo adoptivo de César se
hacía mayor y más temible cada día que pasaba y los senadores pasaron
sutilmente de utilizar a Octaviano para sus fines a querer acabar con
él: la famosa frase de Cicerón, «laudandum adulescentem, ornandum,
tollendum», [«hay que alabar y honrar al muchacho, ensalzarlo y derri-
barlo»] (Ad fam. 11,20,2).
En este contexto debemos situar un fragmento de Apiano (BC 3,91-
92) concretamente durante el verano de 43, en el que la sociedad que el
Senado y Octaviano otrora habían formado, se rompió en pedazos al
comprobarse que el joven estaba conspirando para hacerse con el con-
sulado. Tras habérsele negado tal dignidad, el heredero de César marchó
sobre Roma por segunda vez en diez meses.
El texto refleja la situación de alarma y tensión que se vivía en la
Urbs. Octaviano se encontraba a las puertas de Roma tras dirigirse rápi-
damente al frente de su ejército hacia la capital por la vía Flaminia.

2. Octavia. Pinceladas biográficas y su matrimonio


con Marcelo
En el pasaje antes mencionado de Apiano se hace referencia a la ma-
dre y a la hermana de Octaviano, Atia y Octavia respectivamente. El
padre del futuro Augusto, C. Octavio (pr. 61; MRR,II, pág. 179), había
fallecido en 59. En la época en que se sitúa este texto el marido de Atia
era L. Marcio Filipo (cos. 56; MRR,II, pág. 207)3, un individuo de origen
3
Cf. F. Münzer, Marcius (Philippus), RE 28 (1930) ,Nr. 76, cols. 1568-1571; J. van Ooteghem,
Lucius Marcius Philippus et sa famille, Palais des Académies, Bruselas, 1961, págs. 173-185.
Una interesante puesta al día de la figura de L. Marcio Filipo en: J. F. L. Hall, «L. Marcius Phi-
lippus and the rise of Octavian Caesar», Augustan Age 5 (1986), págs. 37-43 y M. J. G. Gray-
Fow, «A stepfather's gift. L. Marcius Philippus and Octavian», G & R 35 (1988), págs. 184-199.

24
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

«realmente aristocrático» 4. Pocos meses antes de julio de 43, Marcio


Filipo había fracasado en el intento de reconciliación con Antonio al que
el Senado le había delegado como representante. Este fue el motivo de su
retirada de la política, por lo que es probable que ya no tuviera protago-
nismo alguno en asuntos públicos en el momento en que se sitúa el texto.
Es cierto que Filipo ejercía la autoridad marital sobre su esposa, aun-
que a la muerte de C. Octavio las atribuciones de cabeza de familia en la
gens Octavia recaerían a su mayoría de edad sobre el hijo primogénito
varón, esto es Octaviano5.
En este momento la hermana de Octaviano, Octavia, nacida hacia 69
estaba casada con C. Claudio Marcelo (cos. 50; MRR,II, pág. 247)6, un
personaje con el que ya estaba unida hacia el 54 y que se pasó al bando
cesariano en 49, pero que luego no volvió a destacar más como personaje
público, falleciendo a principios del año 40. Su retiro de la vida pública
ayudaría a explicar el hecho de que en el momento que se señala en BC
3,92, su figura no aparezca al lado de la de su esposa.
Llegados a este punto, creemos que es importante dilucidar bajo qué
tutela se encontraba la hija de Atia, pues Apiano parece adjudicarle im-
plícitamente a Octaviano un cierto tutelaje, no sólo sobre su madre sino
también, y esto es importante para nosotros, sobre su hermana mayor.
En un principio parecería obvio que, como marido, Claudio Marcelo
debía ejercer cierto poder, manus, sobre su esposa, a no ser que el suyo
fuera un matrimonio sine manu, forma de unión en la que la mujer que-
da sometida a la potestas de su familia de origen. Este matrimonio no era

4
A. H. M. Jones, Augusto, Eudeba, Buenos Aires, 1974, pág. 21.
5
Sobre la patria potestas, que es el concepto que engloba en Roma la autoridad del pater fami-
lias, vd. A. D’Ors, Derecho privado romano, 4. ª ed., Pamplona, 1981; E. Cantarella, La cala-
midad ambigua, Ediciones Clásicas, Madrid, 1991, págs. 195 y 197-200; J. Gaudemet, «Le sta-
tut de la femme dans l’Empire romain», Recueils de la Société Jean Bodin 11 (1959), pág. 191;
A. M. Rabello, Effetti personali della «patria potestas», I, Milán, 1979, págs. 220s. y P. Voci,
«Storia della patria potestas da Augusto a Diocleziano», Iura 31 (1980 [1984]), págs. 37-100.
6
El personaje está documentado en F. Münzer, Claudius, RE 6 (1899), Nr. 216, cols. 2734-
2736 y en el OCD, pág. 646. Para una referencia más reciente, Cf. Syme, The Augustan
Aristocracy, Oxford U. P., 1986, págs. 141s. Por cierto que C. B. R. Pelling (ed.), Plutarch,
Life of Antony, Cambridge U. P., 1988 (en adelante Antony), pág. 201 señala que Octavia
nació hacia el 70.

25
Octavia contra Cleopatra

usual entre las clases altas7, pero como hipótesis no debe descartarse, en
especial a estas alturas de la República donde el concepto de manus había
perdido gran parte de su antigua importancia8.
Desde nuestro punto de vista, el control que Octaviano ejerce sobre
su hermana en el pasaje apianeo puede tener diversas interpretaciones.
Quizá podría tratarse del reconocimiento de una auctoritas que, en cues-
tiones de carácter público y de alta política como las que manejamos,
pondría a Octavia bajo la tutela, de hecho, de su hermano. No convie-
ne olvidar que C. Marcelo estaba retirado de la política y que Octavia,
siendo la hermana del hijo adoptivo de César –uno de los personajes
políticos más importantes del momento–, estaba destinada a convertirse
en un referente de la política romana. Sin embargo, como mujer debía
estar sometida por derecho a la tutela de un varón y ¡qué mejor persona,
podría pensarse desde una interpretación que sólo atendiera a factores
históricos para ocupar esa función, que su propio hermano, un joven
que se encontraba ya en el núcleo duro de la política de la República, el
vencedor de la batalla de Módena!9
7
M. Montero, «La mujer en Roma», en E. Garrido (ed.), La mujer en el mundo antiguo,
Madrid, 1986, pág. 200 postula exactamente lo contrario, idea ésta que refuerza lo escrito
por nosotros una línea más arriba y una posible hipótesis de tutela del padre o, en su de-
fecto, del hermano varón de más edad de la mujer: «Para el patriciado, pues, era deseable
crear un matrimonio sine manu, en el que el padre quedaba como tutor y administraba los
bienes de la mujer». Véase también a Montero, ibídem, pág. 203 para un esbozo general de
la situación de la mujer a fines de la República.
8
Esta era con toda seguridad la tendencia. Observaciones más precisas en consonancia con
esta pérdida de importancia de la manus en Cantarella (n. 5), págs. 237s. y consideraciones
más generales en págs. 235-236. En el mismo sentido: M. J. G. Gray-Fow (n. 3), págs. 184s.
Sin embargo, vd. especialmente A. del Castillo, «El sistema legislativo como elemento
fundamental para el desarrollo femenino en el mundo romano», en E. Garrido ed., (n. 7),
pág. 192 y n. 26 para incidir en la idea de pérdida de importancia de la manus y donde se
comentan también otras cuestiones que favorecen una hipótesis de tutela de Octavia por
parte de Octaviano y no de su marido. Así, hablando de la introducción de la usurpatio
trinoctii el autor dice: «el procedimiento... abrirá paso a la gran generalización... en la so-
ciedad romana para la contratación de matrimonios no acompañados de la manus. Pero lo
que resulta importante es... esta generalización de los matrimonios en los que la mujer no
queda sometida a la manus del esposo...» [la cursiva es nuestra]. La n. 26 es, si cabe aún más
explícita hablando sobre la mujer: «Permitiéndole la permanencia en su propia familia y
bajo la potestad de su propio paterfamilias...» [la cursiva es nuestra].
9
Sobre el tema de un pariente o persona consignada en testamento como tutor de la femina
sea cual fuere su edad, cf. Cantarella (n. 5), pág. 209.

26
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

Suponiendo que esta hipótesis sea correcta, Octavio sólo podría ha-
ber asumido una función de tutela sobre su hermana a partir de unas
ciertas coyunturas cronológicas determinadas. El heredero de César po-
dría haber tomado dicha función, bien a raíz de la muerte del divino
Julio en los idus de marzo de 44, bien desde su admisión en el orden de
los senadores, lo que tuvo lugar en el debate que discurrió entre el 1 y el
4 de enero de 4310. O bien, por último, como consecuencia de la batalla
de Módena librada el 21 de abril de ese mismo año 43.
En todo caso, la asunción de una función que podría calificarse como
de una cierta tutela sobre Octavia por parte de su hermano Octaviano,
no dataría de más de un año de antigüedad en el momento en que trans-
curre BC 3,91-92, que podemos situar hacia julio del mencionado 43.
La conclusión natural de semejante teoría sería la siguiente: mucho
mejor que un marido alejado ya de los acontecimientos, en el duro mun-
do de la política de la postrera República, el poseedor de una influencia
que devengaría en autoridad real, que no teórica, sobre los actos de una
mujer tan importante como Octavia, no podía ser otro que su propio
hermano que además era hijo adoptivo por testamento de un dios, lo
cual le otorgaba poderes iguales a los de un hijo natural (Suet., Caes. 88).
Esta interpretación puede ser demasiado arriesgada. Resulta, eso sí,
sumamente atractiva, pero difícil de probar con la bibliografía y la trata-
dística que se ha ocupado del tema11. Aún siendo complicado de admitir,

10
Syme, RR, pág. 220.
11
Sobre el matrimonio en Roma y los problemas jurídicos existentes en torno a él: A.
D'Ors (n. 5); J. Gaudemet, «Le mariage en droit romain. Iustum matrimonium», RIDA
2 (1949), págs. 309s.; íd., «Originalité et destin du mariage romain», Studip. Koschaker,
L’Europa e il diritto romano, Milán, 1954, págs. 513s. ; R. Orestano, La struttura giuridica
del matrimonio dal diritto classico al diritto giustiniano, Milán, 1951; E. Volterra, La con-
ception du mariage d’après les juristes romains, La Garangola, Padua, 1940; voz «Matrimo-
nio», (dir. rom.), Novissimo Digesto Italiano, 10, Turín, 1964, págs. 30s. ; «La conventio in
manum e il matrimonio romano», RISG 95 (1968), págs. 205s. y «Ancora sulla struttura
del matrimonio classico», Festschr. U. von Lübtow, Berlín, 1980, págs. 147s. Finalmente
O. Robleda, El matrimonio en derecho romano, Roma, 1970 y M.ª Isabel Núñez Paz,
Consentimiento matrimonial y divorcio en Roma, ediciones de la Universidad de Salaman-
ca, Salamanca, 1988. Sobre las relaciones patrimoniales entre los cónyuges, cf., M. García
Garrido, Ius Uxorium. El régimen patrimonial de la mujer casada en derecho romano,
Roma-Madrid, 1958. Por último, y como fuente de primera mano: Gayo, Instituciones, ed.

27
Octavia contra Cleopatra

es posible que el poder de tutela siga en manos de Marcelo12. Ahora bien,


una segunda hipótesis quizá contribuiría a arrojar un poco más de luz
para analizar nuestro fragmento.
Lo que pretende indicar el texto es la influencia que el joven Octa-
vio, el general victorioso del momento tras Módena, poseedor de uno
de los ejércitos más numerosos acantonados entonces en la península
y por ende uno de los «hombres fuertes» de la situación, ejercerá desde
este momento sobre su hermana Octavia. La joven comienza a hacer su
aparición en la historiografía del período, sin duda por el protagonismo
de su hermano, como figura política y pública de primer orden.
Esta idea encaja con una de las tesis fundamentales de este trabajo:
la estrecha relación de interdependencia y reciprocidad de matices casi
paterno-filiales que se produce a lo largo de todo el período que estu-
diamos entre Octaviano y su hermana mayor. Además, preserva el im-
portante detalle jurídico de que la tutela sobre ella sigue siendo ejercida
por el marido de Octavia. Con un argumento añadido a nuestro favor,
y es que el hecho de que Marcelo estuviera en este momento retirado de
la política reforzaría el papel de guía e influencia del hermano sobre los
asuntos y acciones públicas de Octavia.
Así se explicarían detalles del pasaje de Apiano que reflejan el temor que
tenía Octaviano de que algo malo les hubiera sucedido a su madre y su her-
mana o el gesto del abrazo que les ofreció cuando se encontraron, que tiene
mucho de propaganda política ya que era un gesto que toda la élite política
de Roma estaba viendo in situ, y sobre el que volveremos más adelante.
Apiano 3,91-92 está lleno de tensión. Ante la presencia del arrogante
joven, la facción senatorial concibe la idea de tomar como prisioneras a
la madre y a la hermana de Octaviano para poder tener así un elemento

bilingüe, Manuel Abellán et al. traductores, Civitas, Madrid, 1985.


12
Sobre la evolución de la tutela en Roma, vd. P. Zannini, Studi sulla tutela muliebre, Turín,
1976. Cabe recordar aquí que, tras la legislación matrimonial de Augusto de 4-9 d. C., la
mujer que tenía tres o más hijos (ius trium liberorum) tenía derecho a una serie de privilegios
entre los que se encontraba la liberación de la tutela que sobre ella ejercía su marido : A. del
Castillo (n. 8), págs. 185-186 y 190-191. Para la cronología de la legislación matrimonial au-
gustea, seguimos la datación propuesta por A. del Castillo, «Problemas en torno a la fecha de
la legislación matrimonial de Augusto», Hispania Antiqua 4 (1974), págs. 179-189.

28
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

de presión que disuadiera al muchacho de su intento de entrada en la


ciudad o, al menos, para convencerlo de un diálogo in extremis. Ocurrió
que no se pudo encontrar a las mujeres y que el joven César entró en la
Urbs sin encontrar mayor resistencia.
¿Cómo es posible que una facción tan importante como la senatorial,
liderada por Cicerón y sus amigos, no pudiera encontrar a la madre y
a la hermana de Octaviano para tomarlas como rehenes, teniendo en
cuenta la legión de delatores que debía pulular por Roma esperando una
coyuntura tan propicia como aquélla y prestos a venderse al mejor pos-
tor y a hacerse con la más mínima información sobre el paradero de dos
personas tan buscadas a cambio de cualquier beneficio? La respuesta nos
la proporciona Apiano 3,92:

Su madre y su hermana [las de Octavio], que estaban refugiadas en el templo


de Vesta con las vírgenes vestales, lo abrazaron13.

He aquí la respuesta a la pregunta que acabamos de hacernos. Octa-


via y Atia, bien por iniciativa propia, por consejo de alguno de los par-
tidarios de su hermano, o quizá obedeciendo instrucciones del propio
Octaviano, decidieron ocultarse en el que probablemente era uno de los
lugares más inviolables de Roma: el atrium Vestae14.
13
Quizá la facción senatorial estaba perfectamente enterada del lugar dónde se encontra-
ban ambas mujeres, pero la orden entonces no sería tomarlas como rehenes, algo que no
casa bien con la dinámica propia de las élites políticas incluso en la República tardía, ya
que los secuestros y la toma de rehenes constituían prácticas extrañas entre ciudadanos ro-
manos, sino otra más tajante y expeditiva a la que nos referiremos más adelante en el texto.
14
Para una serie de valoraciones sobre el culto de Vesta y las vírgenes vestales, vd. Cantare-
lla (n. 5), págs. 260s. ; E. Basso, «Virgines Vestales», AAN 85 (1974), págs. 161s. ; M. Beard,
«The sexual status of Vestal virgins», JRS 70 (1980), págs. 12s. ; K. R. Prowse, «The Vestal
circle», G&R 14 (1967), págs. 174s. ; R. Schilling, «Vestales et vierges chretiennes dans la
Rome antique», Revue de Sciences Religieuses 25 (1961), págs. 113s. Véase también M.ª T.
Mínguez Alvaro e I. Ugarte Orue, «Una experiencia en un aula de cultura clásica. Mujer y
religión en Roma: Las vírgenes vestales», Estudios Clásicos 107 (1995), págs. 125-138; y en
especial, J. C. Saquete, Las vírgenes vestales. Un sacerdocio femenino en la religión pública
romana, Anejos de Archivo Español de Arqueología XXI, Madrid, 2000 y J. A. Delgado
Delgado, «Flaminica-Regina-Vestalis. Sacerdocios femeninos de la Roma Antigua», en
Serrano-Niza, Lola y Hernández Pérez, M.ª Beatriz (eds.), Mujeres y religiones. Tensiones
y equilibrios de una relación histórica, Ediciones Idea, Santa Cruz de Tenerife, 2008, págs.

29
Octavia contra Cleopatra

3. Las vírgenes vestales como sujetos políticos

La diosa Vesta tenía un origen bastante arcaico. Pertenecía al grupo


de las doce divinidades y su origen antiguo se ve en el hecho de que su
animal sagrado es el asno, animal mediterráneo frente al caballo de clara
raigambre indoeuropea. Los inicios del culto se relacionan con el fuego
y la vida. Tito Livio (1,4,1) nos relata que el rey Amulio consagró vestal
a su sobrina Rea Silvia para evitarle descendencia. Una leyenda que tam-
bién recoge Plutarco (Rom. 3). Silvia, sin embargo, quedó embarazada
de Rómulo y Remo atribuyéndose a Marte la paternidad (Liv. 1,4,2-3 y
Ovid. Fasti 111,1).
El tema de las sacerdotisas de Vesta siempre ha ejercido gran atrac-
ción en los historiadores. En buena parte porque las vestales, en su con-
dición de sacerdotisas públicas, constituían una excepción en el mundo
sacerdotal romano, compuesto casi en exclusiva por hombres.
En la época republicana clásica el derecho de elección de vestal se lo
reservaban los patricios para sus hijas, que eran elegidas para el ministe-
rio entre los seis y los diez años (Aul. Gell., Att. Noc. 1,12,9; 14; 7, 7, 2).
En los orígenes habrían sido destinadas a servir a la diosa durante cinco
años (Dion. Halicar. 1, 76, 3) elegidas primero en número de dos, luego
de cuatro y finalmente de seis (Plut., Numa 10). Sin embargo en la época
de nuestro estudio, la prerrogativa patricia de presentación de sus hijas
como vestales había entrado en decadencia. Los padres ya no las presen-
taban a este sacerdocio a pesar de que los privilegios habían aumentado.
Esto parece deducirse de un texto de Suetonio (Aug. 31).
Elegidas en último término por el pontifex maximus a la edad men-
cionada, las vestales se consagraban en castidad a la diosa durante treinta
años. En los primeros diez años aprendían diversas tareas, en la segunda
década ejecutaban lo que aprendieron y los últimos diez años se dedi-
caban a enseñar a las nuevas vestales. Tras este período podían retirarse
del sacerdocio y casarse si lo deseaban, pero al parecer eran pocas las que

85-105. Desde un punto de vista iconográfico, vd. P. Zanker, Augusto y el poder de las
imágenes, Alianza, Madrid, 1992, pág. 246 (en adelante API).

30
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

se acogían a ese derecho (Plut., Numa 9). La atribución principal de las


sacerdotisas era mantener siempre encendido el fuego sagrado de Vesta.
Otras funciones suyas eran guardar los dioses penates de la Urbs y prepa-
rar la mola salsa, una torta de harina salada, y el sufimen, un purificador
usado en las fiestas hecho a base de cenizas de feto de vaca quemados.
Entre sus obligaciones más importantes estaba la de guardar el voto de
castidad. La transgresión de esta norma era una falta muy grave que se
castigaba con la muerte de la vestal enterrada viva. Detentaban además el
poder de sacrificar, cosa que realizaban por ejemplo en las Fordicidia cada
15 de abril, pues poseían la secespita, que era el cuchillo sacrificial. En
estas Fordicidia participaban en sacrificios para luego elaborar el sufimen.
El castigo que recibían si, por descuido, dejaban apagar el fuego sa-
grado era el de los azotes, una pena que debía ser relativamente habitual
y, desde luego, no la más severa. Ya hemos apuntado antes que la máxi-
ma pena era ser enterrada viva, según Plutarco nos narra con todo lujo
de detalles (Numa, 10).
La pérdida de la virginidad por parte de una vestal se consideraba
igualmente como una violación muy grave de sus deberes (Liv. 2,42;
4,44; 21,57. Para un autor posterior y ya en época imperial: Suet., Nero
28). Aunque por otros textos, el mismo Livio 4,44, podemos deducir
que en ciertas ocasiones eran acusadas sin motivo, simplemente porque
se trataba de una mujer atractiva o bien porque prestase más atención de
lo que se creía razonable a su cuidado físico. Por su función de máximas
protectoras del fuego sagrado, se requería de las vírgenes vestales una
conducta sexual intachable. Por ello, el quebranto de su virginidad era
castigado con la pena de muerte.
Los derechos de los que consuetudinariamente gozaban las vestales
eran tan variados que hacían que su situación social en comparación con
el resto de las mujeres romanas fuera, a decir de la mayoría de los espe-
cialistas, un tanto más ventajosa. Algún autor, sin embargo, no defiende
esta posición tan favorable15.
15
Cantarella (n. 5), págs. 260s, proporciona una opinión, y por tanto una conclusión final,
diferente a la que aquí desarrollamos especialmente en el aspecto jurídico. Precisamente

31
Octavia contra Cleopatra

Abordemos un poco más despacio la situación legal de estas sacer-


dotisas. Lo cierto es que, gracias a su consagración, quedaban libres de
la sumisión a la patria potestas –aspecto éste que se recoge en la Ley de
las Doce Tablas– y, por lo tanto, siglos antes que el resto de las mujeres
pudieron hacer testamento sin necesidad de permiso por parte del varón.
Pero sobre la emancipación16 de las vestales algún autor al que nos
referíamos antes, como Cantarella17, sostiene que, por su vestimenta y
por algunos de los ritos y actividades que realizaban, las vestales tenían
en realidad la condición de matronae y esposas. Además, si bien estaban
fuera de la autoridad del pater familias y sin necesidad de tener un tutor,
los partidarios de la teoría de la no emancipación señalan que estaban
sometidas igualmente a la autoridad de un hombre: este no sería otro que
el pontifex maximus que era quien las elegía con la fórmula: Te, Amata,
capio [«Yo te tomo, Amada» ]. Por medio de estas palabras la mujer
quedaba libre de la autoridad del padre pero se sometía a la del pontífice.
Como conclusión, la vestal sería un modelo femenino que reproduce al
de la matrona. No es en las vestales donde se debe acudir para encontrar
modelos de emancipación femenina en Roma. En realidad estos autores
sostienen que no debe mirarse a ninguna otra instancia, pues «la ideolo-
gía oficial se oponía a la “emancipación” y tendía (...) a mantener firmes
e inmutables los principios y los modelos de la edad más antigua» 18.
Creemos que ésta es una idea demasiado radical y estamos más de
acuerdo en principio con otorgar validez a la existencia de una cierta in-
dependencia de las vestales. No pensamos que los esquemas de actuación

sobre los aspectos jurídicos del sacerdocio, Cf. F. Guizzi, Aspetti giuridici del sacerdozio
romano. Il sacerdozio di Vesta, Nápoles, 1968.
16
Aquí prestaremos atención al tema de la posible emancipación de las vestales pero el tema
de la emancipación femenina en general, que es otro aspecto de importancia en nuestro
trabajo, ha sido tratado entre otros por: G. Fau, L’emancipation fémenine dans la Rome
antique, París, 1978, págs. 195s. y ya en nuestro país por A. del Castillo, La mujer romana
y sus intentos de emancipación durante el siglo i d. C., Granada, 1975; íd., La emancipación
de la mujer romana en el siglo i d. C., Granada, 1976; íd.,«Apuntes sobre la situación de
la mujer en la Roma imperial», Latomus 38 (1979), págs. 173s.; e íd. en E. Garrido (ed.),
(n. 8), págs. 183-193.
17
Vd. (n. 5).
18
Íd., (n. 5), pág. 262.

32
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

de los tiempos más remotos de la República o la Monarquía permane-


cieran tan inmutables en la época que trata nuestro trabajo. Es muy pro-
bable que a fines del período republicano y comienzos del imperial la
autoridad del pontífice máximo sobre las vestales, en consonancia con
el ejercicio mismo del título y su función, fuera más teórica que efectiva
y se limitase solamente al acto ritual de elección de las niñas que serían
destinadas a vestales. Numerosas fuentes ya citadas aquí, y otras que ci-
taremos a continuación, parecen apuntar en este sentido. Por último, las
restantes prerrogativas de las vestales, nos hablan más de unas mujeres
influyentes y con cierto peso e independencia en la vida social y política
de la Roma del momento que de unas matronas encerradas en el domici-
lio masculino hilando y cuidando de la casa19.
Las vírgenes vestales podían, sin ir más lejos, testificar en los juicios.
Hecho éste que era poder exclusivo del hombre y que estaba vetado a
cualquier otra mujer excepto en situaciones de carácter muy especial.
Tácito nos explica: «... era costumbre antigua que a las propias vírgenes
vestales se las oyera en el Foro y en el tribunal cuantas veces tuvieran que
prestar testimonio», (Ann. 2,34).
Un condenado por cualquier delito, incluso a muerte, podía ser per-
donado por su intercesión. Esto fue lo que le sucedió a César en su ju-
ventud, hacia el 82 u 81, cuando siendo sacerdote de Júpiter o flamen
dialis, Sila adoptó medidas contra él por considerarlo enemigo suyo
(Suet., Caes. 1). Es decir, la sola presencia de las vírgenes consagradas
a Vesta proporcionaba derecho de santuario. Gozaban de un lugar es-
pecial para presenciar los espectáculos (Suet., Nero 12) y era un honor
sentarse junto a ellas, incluso para la mujer del emperador (Tác., Ann.
4,16). Eran además emisarias en asuntos de importancia para el Estado
(íd., Hist. 3,81) y, algo muy importante para nuestro estudio como vere-
mos a lo largo del mismo en relación con Marco Antonio, se encargaban
19
Es probable que, igual que en el caso del pontífice máximo y de otras instancias sacer-
dotales, el peso público y el prestigio de las vestales hubiera decaído bastante en esta época
tardorrepublicana. El hecho de la gran facilidad con la que contó Octaviano para arrebatar
del templo circular de Vesta el testamento de Antonio (Plut., Ant. 58,3) puede indicar algo
en este sentido.

33
Octavia contra Cleopatra

de la protección de los más importantes testamentos (caso del de César:


Suet., Caes. 83 y del de Augusto: Tác., Ann. 1,8).
Éstas eran, pues, las mujeres entre las que se habían refugiado Atia
y Octavia. La idea de buscar amparo en la casa de las vestales era exce-
lente. De haber sabido que ambas mujeres se encontraban en ese lugar,
muchos de los senadores hubieran tenido reparos a la hora de raptarlas
de allí ya que, en principio, el acceso al atrium Vestae estaba prohibido
a los hombres.
En el caso concreto de Octavia, es sintomático este encierro junto
con su madre en el edificio donde vivían estas sacerdotisas. Es impor-
tante observar que, desde los primeros momentos en que las fuentes nos
hablan de ella, la hermana de Octaviano se identifica siempre con los
valores más tradicionales de la sociedad romana.
Si, por otro lado, seguimos con la idea expresada y admitimos que,
efectivamente, los senadores sabían el paradero de las dos familiares de
Octaviano, entonces el temor que el joven experimentaba podría ser de-
bido a que las intenciones reales de la facción senatorial pasaban más por
disponer de la vida de las mujeres, que por el aparente motivo enunciado
por Apiano de querer tomarlas como rehenes. De ahí la «rapidez», de Oc-
tavio en su progreso a marchas forzadas hacia la Urbs por la vía Flaminia.
Más arriba hemos reseñado que el gesto del abrazo de las mujeres
hacia Octaviano debe interpretarse como un explícito reconocimiento
por parte de las dos de que era el joven quién ejercía en esos momentos la
influencia sobre ellas. Amén de un gesto de propaganda política destina-
do a ser imagen pública y plasmación gráfica de esa influencia, realizado
para que todos los testigos reconocieran en el abrazo esa relación de
interdependencia.
El abrazo no es, ni mucho menos, algo que los tres parientes reali-
zaron en privado. La escenografía y el contexto del acto son absoluta-
mente públicos. Sabemos por el propio Apiano que «Octavio... avanzó
al día siguiente hacia la ciudad con una guardia personal suficiente. Y los
ciudadanos, en esta ocasión también, salieron a su encuentro a lo largo
de todo el camino, por grupos, y le saludaron sin omitir expresiones de

34
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

Figura 1a

35
Octavia contra Cleopatra

Figura 1b

36
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

bienvenida o de tibios halagos», (BC 3,92). Cuando en la misma Roma


se produce el momento del abrazo de Octavio a su madre y a su herma-
na, están presentes personas provenientes de todos los estratos sociales,
que están viendo el hecho y que saben lo que quería significar. Estas
personas se convertirían después en los mejores heraldos del suceso y,
por ende, del significado implícito que el futuro Augusto quería dar a
todo el episodio.
Ya hemos discutido cuál podía ser el tipo de protección y autoridad
que el joven César ejercería sobre su hermana y su madre. Lo destacable
es que, tanto Atia como Octavia, reconocían en Octaviano un referente
de poder (repárese en el hecho de que son ambas mujeres quienes «lo
abrazaron», por tanto de quienes parte la iniciativa y no al revés) mezcla
de ascendiente, protección e influencia en los diferentes aspectos de la
vida pública. Son esos tres conceptos los que vienen simbolizados en ese
abrazo que tan bien sabe captar Apiano.
Es cierto que el abrazo podría interpretarse como un mero acto de
amor materno y fraterno, respectivamente, o asimismo como una de-
mostración de la suerte y la buena estrella que cuidaba de Octaviano por
el hecho de haber encontrado a sus familiares sanas y salvas. En contra
de esta hipótesis puede argumentarse, sin embargo, con el poder y el
capital político que el joven César estaba acumulando en cada interven-
ción pública en la que aparecía o la importancia creciente que desde este
momento tomaría su hermana en los asuntos de carácter político. Facto-
res como los que acabamos de mencionar hacen que, en esta coyuntura,
estimemos poco creíble la idea del abrazo como mero acto sentimental
desprovisto de una importante y preciosa connotación en clave política.
El conjunto de los hechos que atañen a las mujeres pertenecientes a
las élites en esta época eran considerados públicos por sus contemporá-
neos y, por ello, eran susceptibles de ser utilizados como arma política
y de propaganda. Desde sus primeras apariciones en escena, la historio-
grafía recaba para la hermana del futuro Augusto las necesarias dotes de
inteligencia y sangre fría a la par que un profundo sentimiento de lealtad
hacia su hermano.

37
Octavia contra Cleopatra

4. El papel de Octavia y las élites femeninas durante


las proscripciones

Aproximadamente seis meses después de estos hechos, entre fina-


les de noviembre o diciembre de 43 y principios de 42, en Dión Casio
(47,7,4-5) encontramos un importante pasaje que citamos íntegramente20:

Tanusia... escondió a su marido Tito Vinio, uno de los primeros proscritos,


en un arca en la casa de un liberto llamado Filopemen, y dio fe de que su
marido había sido asesinado. Esperó hasta que acaeciera una fiesta popular,
que un pariente de ella dirigía, y a través de la influencia de Octavia, hermana
de César [O.], consiguió que de los triunviros únicamente César entrara en el
teatro. Entonces corrió hacia él y le contó lo que pasaba, hecho que éste no
conocía, mandó traer el arca y de él salió su marido. César, asombrado, les
dio la libertad a todos –pues la muerte era el castigo para cualquiera que se
hubiera ocultado así– e incluyó a Filopemen entre los caballeros

Después del establecimiento del Triunvirato mediante el pacto de


Bolonia, ratificado a su vez por la lex Titia21 esta importante época de la
20
Las siguientes referencias: Groebe, Antonius, RE 2 (1894), Nr. 30, col. 2604 y Fitzler-
Seeck, Iulius (Augustus), RE 19 (1918), Nr. 132, col. 294 dan como fecha para la votación de
la lex Titia, que establecía el Triunvirato según el pacto de Bolonia, el 27 de noviembre de
43. Sabemos que antes de esa fecha los triunviros sólo habían proscrito a doce o diecisiete
individuos (Ap., BC 4,6). Es muy probable que T. Vinio no estuviera entre esos sino en los
que condenaron después. No creemos que la expresión «uno de los primeros proscritos»,
deba interpretarse como que Vinio estaba incluido entre los individuos de Apiano 4,6, sino
simplemente que fue de los primeros en la larga lista tras la votación de la Lex Titia. De
todas formas, y si hubiera estado en esa fatídica primera nómina que no llega a la veintena,
difícilmente el episodio que cuenta el texto dioneo podía haber sucedido antes del 27 de
noviembre. Una datación asimismo de fines de noviembre para el comienzo de las pros-
cripciones se refleja en un esclarecedor artículo de A. Gowing, «Lepidus, the Proscriptions
and the Laudatio Turiae», Historia 41 (1992), pág. 283. El tema de las proscripciones ha
sido objeto de una reciente monografía: F. Hinard, Les proscriptions de la Rome républicai-
ne, Rome, 1985. Por cierto que en Gowing, ibídem., pág. 287, n. 14, el autor escribe: «Of
the instances of the pardon..., three definitely occurred after Philippi (M. Lollius Paulinus,
T. Vinius and Turia’s husband, all pardoned by Octavian)», [la cursiva es nuestra]. Pero
Gowing no explica los argumentos que ha barajado para llegar a tan tajante conclusión.
21
Cf. (n. 20). También F. Millar, «Triumvirate and Principate», JRS 63 (1973), págs. 50-67,
para unas observaciones interesantes sobre ciertos aspectos del período triunviral.

38
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

República tardía se inicia con una medida feroz: las proscripciones masi-
vas contra senadores y caballeros. El pretendido texto de la proscripción
nos lo proporciona Apiano (BC 4,8-11). Las proscripciones supusieron
un «reinado del terror» 22 con una duración aproximada de un año y
medio y cuyos efectos se dejaron sentir de manera muy especial entre las
élites de la sociedad romana. Algún autor ha facilitado las escalofriantes
cifras de trescientos senadores (de aproximadamente novecientos que
constituían el senado renovado por César) y dos mil caballeros ejecuta-
dos en el período de los años 43-4223, años durante los cuales se confis-
caron a esas élites cuantiosos bienes, a causa principalmente de la arbi-
trariedad y las ansias de revancha política24. Se conculcaron muchas leyes
y otros tantos viejos principios que se regían por el arcano concepto de
los mores maiorum. Pero no todo habría de ser motivo para la amargura
y la tristeza en esa atmósfera de delación y conspiraciones. Hubo lugar
asimismo para las esposas fieles y los esclavos leales, como se enseña en
este fragmento. Además, los rocambolescos relatos protagonizados por
los proscritos, algunos con final feliz y otros no tanto, depararon un
material literario de primer orden para la historiografía del período25.
Poca duda puede haber en el hecho de que los triunviros se compor-
taron de forma contundente y cruel y que actuaron de completo acuerdo.
Aunque alguna tradición historiográfica, por ejemplo Veleyo (2,66,1),
pretenda que sólo fueron Lépido y Antonio los instigadores de la medi-
da y que Octaviano protestó contra ella aunque en vano, pues estaba en
minoría. En clara oposición a la idea de Veleyo se situaría Suetonio (Aug.
27,1) que argumenta que si bien es cierto que, durante algún tiempo,

22
Syme, RR, pág. 247.
23
Vd. G. Bravo, Poder político y desarrollo social en la Roma antigua, Taurus, Madrid,
1989, pág. 142. Syme, RR, pág. 248, n. 20 nos da las diferentes versiones sobre el total de
proscritos.
24
M. Winterbottom, «Virgil and the confiscations», G & R 23 (1976), págs. 55-59.
25
Apiano dedica treinta y nueve capítulos de su cuarto libro sobre las guerras civiles (Ap.,
BC 4,12-51) a la suerte particular de un buen puñado de proscritos, en la que probable-
mente sea la fuente más completa, de mayor vigor y belleza literarias sobre la especial co-
yuntura de este momento sórdido y sangriento que después todos, Octaviano el primero,
se apresuraron a olvidar.

39
Octavia contra Cleopatra

Octaviano se opuso a la medida de las proscripciones, la realidad es que


una vez comenzó, la practicó con más dureza incluso que sus colegas26. El
objetivo de los triunviros no era ni mucho menos la eliminación total de
sus adversarios políticos, que debían contarse por miles, sino de los más
significados de entre éstos. La conciencia de la nobilitas romana sufrió un
duro golpe cuando el triunviro M. Emilio Lépido (cos. 46; MRR,II, pág.
293) proscribió a su hermano L. Emilio Paulo (cos. 50; MRR,II, pág. 247)
como narra Plutarco (Ant. 19,2)27. Sabemos que Paulo consiguió huir a
Mileto y vivir allí sin ser molestado algún tiempo (Ap., BC 4,37). Un caso
similar es el de Antonio proscribiendo a su tío, el digno L. Julio César
(cos. 64; MRR,II, pág. 161), que tampoco acabaría ejecutado (Plut., Ant.
19-20), debido a la mediación del versátil L. Munacio Planco (cos. 42;
MRR,II, pág. 357)28, como vemos en Apiano (BC 4,37).
Entre los consulares, los triunviros sólo pudieron vanagloriarse de la
muerte de uno de ellos, pero se trataba sin duda de alguien muy especial:
M. Tulio Cicerón (Plut., Cicerón 47s. ; Ap., BC 4,19-20). Su muerte hizo
bajar mucho el prestigio de los tres hombres encargados de gobernar Roma,
en especial el de Antonio, que se empeñó por claros motivos de venganza
en tratar con gran saña el cuerpo del difunto orador. El hecho se convirtió
pronto en un tópico de la literatura con resonancias para la posteridad.
Podemos llegar a considerar las proscripciones como una forma sui
generis de impuesto destinado contra los miembros más ricos de la so-
ciedad romana. Puede ser verdad que los nobiles encabezaran la lista de
los proscritos y sin duda, como hemos dicho antes, los más significados
opositores de la nueva cúpula gobernante pagaron con su vida el man-
tenimiento del statu quo. Pero también es cierto que los nobiles no eran
en muchas ocasiones los más ricos de los ciudadanos. Los grandes pro-
pietarios, ya fueran senadores o caballeros, se convirtieron en los ver-
daderos enemigos de un gobierno que necesitaba dinero tras la sangría
26
Cf. Scott, PP, págs. 19s.
27
Para los problemas de crítica textual que encierra Ant. 19,2 en contradicción con Cic.
46,5, véase: C. B. R. Pelling, «Plutarch’s method of work in the Roman Lives», JHS 99
(1979), págs. 76 y 84-85 e íd., Antony, págs. 27 y 166.
28
Gowing (n. 20), pág. 287, n. 14.

40
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

ininterrumpida de decenios de guerras civiles. Nombres de oscuros se-


nadores y caballeros romanos formaban, por tanto, el grueso de la lista
de proscritos (D. C. 47, 6, 5).
Entre estos hombres sin especial protagonismo en los asuntos públi-
cos pero sí realmente poderosos, se encontraba el Tito Vinio de nuestro
fragmento29. Las otras dos fuentes que se hacen eco del episodio son
Apiano (BC 4,44) y Suetonio (Aug. 27,2). Mientras Apiano y Dión men-
cionan un arca como el lugar donde el infortunado Vinio se vio obligado
a esconderse, Suetonio no se hace eco del detalle. Pero ya que este autor
no suele ser especialmente prolijo en este tipo de datos, puede ser que lo
supiera y lo pasara por alto cuando redactó su obra.
Lo que sí mencionan los tres autores es la decisiva actuación que el
otrora esclavo de Vinio tuvo en la salvación de su antiguo amo coinci-
diendo además en el hecho de que el liberto ocultó, sin duda con gran
riesgo para su propia vida, a aquél en su casa hasta que pasaran los ma-
los momentos. La dura tarea que le fue encomendada al liberto tuvo
su recompensa por los servicios prestados cuando éste, según refieren
tanto Dión como Suetonio, fue incluido en el censo de los caballeros30.
Apiano no menciona el detalle pero no creemos que sea una invención
de los anteriores autores. La inclusión en el ordo equester era uno de los
honores más grandes que podían hacérsele a un liberto pero, sin duda,
lo excepcional del servicio que el liberto prestó al que fue su amo y a
su gens convierten el hecho en muy posible. Puede especularse incluso
con que, cuando todo volvió a la normalidad, el mismo Vinio recabara
de Octaviano el honor de incluir a su liberto en uno de los dos grupos
de fuerza de la sociedad romana. Al fin y al cabo, le había salvado la
vida. Dión nos proporciona el cognomen del individuo, Filopemen, de
origen griego. Si sabemos que el proscrito, que fue quién con seguridad
le concedió la manumisión, se llamaba Tito Vinio, podríamos deducir el

29
Véase sobre el protagonista de nuestro texto: H. Gundel, Vinius, RE 17 (1961), Nr. 2,
col. 123.
30
Para la cuestión del orden ecuestre y su ingreso en el mismo, véase: G. Alföldy, Nueva
historia social de Roma, ediciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla, 2012, págs. 177ss.

41
Octavia contra Cleopatra

tria nomina del liberto, T. Vinio Filopemen, aunque no tuviéramos para


ese preciso detalle a Suetonio que nos lo proporciona.
La cuestión de la intervención de Octavia31 sólo es mencionada por
Dión. Tanto Apiano como Suetonio desconocen la intermediación de la
hermana de Octaviano que, sin embargo, tiene un destacado papel en la
única fuente que la nombra. Y es que Dión anota que la mujer de Vinio
consiguió que únicamente Octaviano, de los tres triunviros, estuviera
aquel día en el teatro «a través de la influencia de Octavia».
De hecho el historiador de Nicea de Bitinia es el único que sitúa la
escena de perdón de Vinio en una coordenada espacial mencionando un
teatro. Hasta qué punto el detalle es una invención, es difícil de saber,
pero el detalle del festival y del pariente de la mujer de Vinio encargado
de dirigirlo, parecen dar verosimilitud a lo que Dión narra y en nuestra
opinión el hecho pudo muy bien acontecer así. Por tanto, y aunque sólo
Dión se haga eco de la presencia de Octavia, el hecho de que la hermana
del joven César haya ejercido un protagonismo especial proporcionan-
do una oportunidad a la esposa de T. Vinio para pedir el perdón de su
marido, debe ser tomado como un dato cierto y no como un detalle de
propaganda literaria encaminado a mostrar la magnanimidad del futuro
Augusto por medio de su hermana.
Parece una consecuencia lógica de los textos anteriores el que, habien-
do reconocido una cierta influencia y autoridad de su poderoso hermano
y siendo Octavia para éste su hermana preferida, la mujer de Vinio que
quizá tendría alguna relación de amistad o conocimiento con la madre o
la hermana del triunviro, haya sido muy astuta acudiendo a la persona
que, ya empezaba a ejercer un cierto ascendiente sobre Octaviano y que
haría que, al menos, éste escuchara lo que la mujer tenía que decirle y no
se desentendiera inopinadamente del asunto32. El papel del liberto Filo-
pemen es, sin duda, importante en este episodio pero asimismo creemos
31
La intervención de Octavia en este episodio merece un pequeño comentario por parte de
M. Hammond, Octavius (Octavia), RE 34 (1937), Nr. 96, col. 1865.
32
Véase Scott, PP, pág. 21 para un juicio lacónico pero muy certero y que coincide con el
que nosotros expresamos aquí, sobre la actuación de Octaviano en este episodio, en parti-
cular, y en el período de las proscripciones, en general.

42
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

que no conviene olvidar el importante rol que desempeñó Octavia. Una


mujer que, poco a poco, va construyendo una potente relación con su
hermano basada en la confianza y el respeto mutuos33 en la que, con se-
guridad, el consejo y el secreto íntimo de lo que debía hacerse en política
en cada momento no estaría ausente de las conversaciones entre ambos.

5. M. Claudio Marcelo, hijo de Octavia


En Suetonio (Aug. 63,1) se nombra a M. Claudio Marcelo34 como
hijo varón de Octavia. La fecha de su nacimiento en 42 puede deducirse
de Propercio (3,18,15) donde, lamentando el fallecimiento de Marcelo en
la flor de la vida, se nos dice que había muerto en su vigésimo cumplea-
ños en el año 23. El joven Marcelo había sido prometido muy niño a una
hija de Sexto Pompeyo (Ap. BC 5,73), en un enlace que nunca se llevó
a cabo. Su mujer estaba destinada a ser alguien más importante de la fa-
milia de Augusto y así en 2535 se casó con Julia, la única hija del princeps
(D. C 53,27,5; Vell. 2,29,2; Plut., Ant. 87 y Suet., Aug. 63,1) , de ahí que
Plutarco (Ant. 87,2) hable de «su yerno». Al joven se le había preparado
un futuro muy prometedor. Ese mismo año 25 acompañó a Augusto a
Hispania, y en el mismo año de su muerte, ya como edil, presidió unos
magníficos juegos. De no haber fallecido repentinamente, habría obteni-
do probablemente el consulado diez años antes de lo previsto por la ley
(D. C. 53,28,5ss.).
Hijo del primer marido de la hermana de Octaviano, el cónsul del 50, el
inesperado fallecimiento de su hijo sumió a Octavia en un dolor inmenso.

33
Para esta noción de afecto fraternal en la tradición posterior, cf. J. P. Hallet, Fathers and
Daughters in Roman Society. Women and the Elite Family, Princeton U. P., 1984.
34
Sobre el personaje, vd. Gaheis,Claudius, RE 6 (1899), Nr. 230, cols. 2764-2770. Syme en
RR, pág. 687 da Caius como praenomen del joven. El resto de la bibliografía, incluida la
RE y el OCD, proporciona el praenomen Marcus. Una interesante puesta al día del perso-
naje en H. Brandt, «Marcellus ‘sucessioni praeparatus’? Augustus, Marcellus und die Jahre
29 -23 v. Chr.», Chiron 25 (1995), págs. 1-17.
35
Según la RE s. v. Octavia, col. 1864 y el OCD, pág. 646; Syme, RR, pág. 430 da implí-
citamente también 25 como fecha de la boda. Pelling, Antony, pág. 326, propone el año 24
como fecha del casamiento.

43
Octavia contra Cleopatra

La muerte del muchacho fue celebrada con gran belleza por Virgilio (Aen.
6,860-886). La hermana del princeps le puso el nombre de su hijo a una
biblioteca, y su tío Augusto a un teatro, construcciones ambas fundadas
a su memoria (D. C. 49,43,8). En el texto Plutarco señala erróneamente
que Augusto hizo al muchacho «su hijo», cuando lo cierto es que César
Augusto nunca llegó a adoptar al joven Marcelo. El error del escritor de
Queronea es hasta cierto punto comprensible, ya que en la época en que
él escribía la adopción era el medio normal de señalar la sucesión, como lo
demuestra el caso de Cayo y Lucio César, nietos del Princeps.
El hijo de Octavia estaba entre la nómina de candidatos para ser el
famoso niño de la Égloga Cuarta de Virgilio. Augusto depositó en Mar-
celo sus esperanzas de tener una línea de sucesión que no fuera solamen-
te dinástica, sino de su propia familia y de su propia sangre. Qué mejor
candidato entonces que el hijo de su querida hermana Octavia, ya que él
no había tenido la fortuna de engendrar un heredero varón.
El año de la muerte de Marcelo se descubrió la conjuración de Mure-
na. En ese momento el joven era el aparente heredero designado, parecía
que destinado a suceder pronto a un princeps con la salud muy mermada
tras la vuelta a la Urbs de la campaña cántabra a mediados del 24. Lo cierto
es que a fines de ese año 24 o principios del 23 un tal M. Primo, procón-
sul de Macedonia, destapó la conspiración. Primo fue condenado por alta
traición después de que el propio Augusto compareciera como testigo en
el juicio. El cónsul de ese año A. Terencio Varrón Murena, uno de los más
ardientes defensores de Primo, se vio arrastrado también por la vorágine
condenatoria. Fue culpado de conspiración y asimismo ajusticiado36.
En lo que se refiere a Marcelo, y durante el proceso a los presun-
tos conspiradores, el procónsul Primo alegó intentando eximirse de sus

36
Sobre el tema puede consultarse recientemente a L. J. Daly, «Augustus and the murder
of Varro Murena (cos. 23 B. C.). His implications and its implications», Klio 66 (1984),
págs. 157-169; O. D. Watkins, «Horace, Odes 2. 10 and Licinius Murena», Historia 34
(1985), págs. 125-127; J. S. Arkenberg, «Licinii Murenae, Terentii Varrones and Varrones
Murenae. I. A prosopographical study of three Roman families», Historia 42 (1993), págs.
326-351 e íd., «Licinii Murenae, Terentii Varrones and Varrones Murenae. II. The enigma
of Varro Murena», Historia 42 (1993), págs. 471-491.

44
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

acusaciones que había recibido instrucciones secretas de Augusto y del


joven Marcelo (D. C. 54,3,2). La alegación era probablemente falsa, pero
no dejaba de resultar inquietante. Quizá debido a ello, cuando el prin-
ceps, en trance de morir, tomó algunas medidas destinadas a la transmi-
sión de poderes, los beneficiarios fueron el cónsul supérstite y M. Agripa
(cos. 37; MRR,II, pág. 395). No se decía ni una palabra de Marcelo. El
rumor y la intriga se cernían sobre el joven. Era evidente que el tra-
to de favor que, como previsible heredero, Augusto había concedido al
muchacho no era del agrado de otros miembros de la facción imperial.
Especialmente de Vipsanio Agripa que, a la postre, fue el auténtico ven-
cedor de la grave crisis dinástica que se vivió en Roma en el 23, tras el
descubrimiento de la conjuración.
El joven Marcelo tuvo poco tiempo, después de estos hechos, para
intentar congraciarse con su tío ya que moriría de forma inesperada du-
rante el transcurso del 23. Con su muerte se apagaba la primera esperan-
za que tuvo Augusto de que el sucesor de su poder fuera de su propia
sangre. No sería el único momento triste que el princeps tendría que vivir
en lo que a fallecimientos prematuros de herederos se refiere.
Aproximadamente la primera mitad del año 42 estuvo ocupada por
los preparativos de Antonio y Octaviano para marchar contra los ase-
sinos de César y en concreto contra los más conspicuos de entre éstos,
M. Junio Bruto (pr. 44; MRR,II, pág. 321) y C. Casio Longino también
pretor ese mismo año, que se encontraban en ese momento en la zona
oriental del Imperio. Todos estos preparativos militares concluirían fi-
nalmente con las dos batallas de Filipos, la segunda y decisiva el 23 de
octubre de 42 y la primera un mes antes. La segunda de las batallas se
saldó con la muerte de ambos cesaricidas (Ap., BC 4,115s.; D. C. 47,40s.;
Plut., Brutus 47)37.

37
Para la cronología de las dos batallas de Filipos seguimos a Gowing (n. 20), pág. 285, n. 7;
a Ehrenberg-Jones, pág. 54 –apud Gowing– y a E. Gabba, Appiani bellorum civilium liber
quintus, Florencia, 1970, pág. 3. Por su parte R. Syme, RR, pág. 264, n. 11, y más tarde
el mismo Jones (n. 4), pág. 3 sitúan la primera batalla el 23 de octubre y la segunda unos
veinte días después, hacia el 14 de noviembre de 42. Para otro punto de vista sobre Filipos
también es interesante Scott, PP, págs. 22s.

45
Octavia contra Cleopatra

6. Las élites femeninas y la política impositiva.


Descontento ante Filipos

Los triunviros tuvieron que plantear una serie de fuertes medidas


impositivas de cara a sostener la campaña de Filipos (Ap. BC 4,32)38.
En Roma se había elevado mucho el valor del dinero y los hombres
responsables del gobierno promulgaron, entre otras medidas, la crea-
ción de un impuesto que gravara a las principales fortunas femeninas39.
La medida provocó fuertes protestas. Un grupo de féminas afectadas
acudió en busca de la intercesión de las mujeres que figuraban en el cír-
culo más íntimo de Antonio y de Octaviano, que ya por entonces eran
los que detentaban un mayor protagonismo político. Es sintomático que
Apiano no consigne a ningún familiar femenino del círculo de Lépido
entre aquéllas a quienes se acudió en busca de ayuda. Presionados por el
clima propagandístico creado en su contra por las matronas y, sin duda,
también por los oficios realizados tanto por Julia como por Octavia, los
dos hombres hicieron alguna que otra concesión a la galería rebajando
a cuatrocientas el primitivo número de mil cuatrocientas afectadas por
la medida (Ap. BC 4,34), pero mantuvieron en lo esencial sus medidas.
Apiano BC 4,32 posee una enorme importancia para comprender la
coyuntura de Filipos, en particular, y el tempo político de aquellos años,
en general. Sin embargo, ha recibido una escasa o nula atención entre los
historiadores y la producción bibliográfica del período, muchos incluso
parecen ignorarlo pues muy rara vez se encuentra citado en monogra-
fías y obras de síntesis. Como quiera que proporciona una información
de gran importancia, intentaremos analizar aquí una serie de claves que
arrojen luz sobre un texto tan notable como poco conocido.
Dentro del casi total desconocimiento que el pasaje apianeo ha su-
frido en dos siglos de investigación científica sobre la historia romana

38
Sobre este pasaje puede consultarse nuestro artículo «Apiano BC 4,32: Octavia como
exemplum del papel de la mujer en la propaganda política del Segundo Triunvirato (44-30
a. C.)», Fortunatae 15 (2004), págs. 103-112.
39
F. Millar, (n. 21), págs. 59 s.

46
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

existen, no obstante, honrosas excepciones. En el que podríamos con-


siderar como uno de los libros pioneros en el estudio de la mujer y su
condición dentro del período de la Antigüedad clásica, el breve pero
fundamental opúsculo escrito hace ya más de un siglo por Ettore Cicco-
tti40 se menciona el episodio en unas páginas consagradas a glosar el tema
de las mujeres romanas y su relación con los asuntos políticos:

Sotto il secondo triumvirato le ottocento piú ricche donne di Roma furono


chiamate a contribuire alle spese della guerra filippense, si videro tornare
ancora, nel foro, processionalmente, queste matrone, che inutilmente avean
cercato grazia presso le mogli ed i parenti de’ triumviri. Ed Ortensia, erede
della fama e dell’eloquenza paterna, si fece oratrice degli interessi e delle
immunità del suo sesso.

En el siglo xx y en su clásica obra, Sir Ronald Syme se hace eco del


episodio casi de pasada41, sin ni siquiera mencionar el importante detalle
que proporciona Apiano acerca de la delegación de mujeres que acudió
a quejarse a los parientes femeninos de los triunviros por la exagerada
medida fiscal.
Existe un dato destacable que hasta ahora no habíamos traído a cola-
ción y es que no sólo Apiano se hace eco de esta protesta femenina. Tam-
bién la narra Valerio Máximo (8,3,3), pero no analizamos el texto aquí
de forma directa porque este escritor consigna la protesta, pero parece
ignorar la acción intermediadora de las mujeres próximas a Antonio y a
Octaviano utilizando otra fuente desconocida para Apiano o no usada
por éste. Nosotros seguimos a Apiano y creemos que la intervención de

40
E. Ciccotti, Donne e politica negli ultimi anni della Repubblica romana, Milán, 1985,
reimpreso con una nota de lectura de Eva Cantarella, pág. 20. Al estudio pionero del ita-
liano siguieron otros ya en el siglo veinte como el de J. P. V. D. Balsdon, Roman women:
their history and habits, Barnes and Noble, Nueva York, 1962, reimp. 1983; Cl. Hermann,
Le rôle judiciaire et politique des femmes sous la République romaine, Latomus, Bruselas,
1964 o más recientemente R. A. Bauman, Women and Politics in Ancient Rome, Routledge,
Londres, 1992.
41
Syme, RR, pág. 254.

47
Octavia contra Cleopatra

Figura 2

las mujeres no es apócrifa. Este escritor es bastante fiable en general y no


vemos impedimento para no seguirle también en este caso42.
Una serie de detalles llaman la atención, sin embargo, cuando con-
frontamos la fuente primaria apianea con el texto de Ciccotti. Apiano
habla de mil cuatrocientas mujeres afectadas por la medida impositiva,
cuatrocientas tras el apaño posterior (4,34), mientras que Ciccotti anota
ochocientas. Valerio Máximo no menciona el número de mujeres de la
lista pública y todas las ediciones consultadas por nosotros de Apiano
dan el número de mil cuatrocientas43, incluida la edición consultada de
la Teubner, hecha por L. Mendelssohn. Hemos de concluir, pues que
Ciccotti se equivoca cuando da la cifra de ochocientas.

42
Para las Guerras Civiles de Apiano siguen siendo fundamentales los estudios de E. Gab-
ba, Appiano e la storia delle guerre civili, Florencia, 1956; íd., Appiani bellorum civilium
liber primus, Florencia, 1967 e íd., (n. 37), Florencia, 1970. Más recientemente ha aparecido
el volumen de D. Magnino, Appiani bellorum civilium liber tertius, Florencia, 1984.
43
Véase, por ejemplo, la edición de H. White, ad. loc., en la Loeb Classical Library, reimp.
1961, pág. 194, donde también puede leerse la cifra de 1400 mujeres.

48
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

En segundo lugar, el autor italiano es inexacto cuando asevera


que:«[las mujeres] inutilmente avean cercato grazia presso le mogli ed i
parenti de’ triumviri», pues Apiano no deja lugar a dudas cuando escri-
be: «Con la hermana de Octavio no fracasaron en su propósito, ni tam-
poco con la madre de Antonio». Está claro entonces que ambas mujeres
oyeron y prestaron su apoyo a las demandas de las matronas. Es sabido
que Julia, la madre de Antonio era una mujer formidable (Plut., Ant.
2,1 ó 20,3). Hija de L. César (cos. 90; MRR,II, pág. 25) y de Fulvia y
hermana del L. César cónsul en 64, pertenecía a la más rancia aristocracia
de la Urbs y no debe extrañarnos su apoyo a mujeres que, en definitiva,
tenían un estilo de vida muy parecido al suyo, que era el de una gran
señora romana44. Algo muy similar sucede en el caso de Octavia pero
nos detendremos más por extenso en el papel jugado por ésta última
en este episodio.
La hermana de Octaviano tendría en este momento unos veintisiete
o veintiocho años de edad y seguía casada con Claudio Marcelo. Sea
cual fuere el carácter jurídico de su unión con Marcelo, lo cierto es que
la situación legal de la hermana del joven César y su capacidad jurídica
para ser propietaria y poder hacer testamento, atribuciones que ella tenía
posibilidad de ejecutar, la harían compartir la gran mayoría de los senti-
mientos y temores que la delegación de matronas le expuso. La actitud
positiva de Octavia hacia estas mujeres propietarias y dueñas de un gran
capital parece fuera de toda duda. La joven pensaría que dentro de poco
ella se encontraría con semejantes disponibilidades económicas que és-
tas, si no lo empezaba a estar ya. Quizás también por ello intercedió por
las matronas ante su hermano el triunviro.
A continuación, explicaremos algunos de los factores que permitían
que estas mujeres de la alta sociedad romana entre las que se encontraban

44
Sobre Julia, véase F. Münzer, Iulius (Iulia), RE 19 (1918), Nr. 543, cols. 892-893 y Pe-
lling, Antony, págs. 117 y 168. Los textos de Plutarco citados dan una idea del talante de
la dama y son los siguientes: «Su esposa [la de Crético, padre de A.] era Julia, de la casa de
los Césares, quien podía compararse con las mejores y más sabias mujeres de su tiempo»,
(Plut., Ant. 2,1) y el otro texto se sitúa en el período de las proscripciones, en concreto en
el año 42 y probablemente tras Filipos: «Lucio César [(cos. 64), vd. supra] al verse buscado

49
Octavia contra Cleopatra

las descontentas con la medida triunviral, así como Julia y Octavia, pu-
dieran disfrutar de una situación legal tan relativamente envidiable, si
las comparamos con la situación de las mujeres en otras sociedades del
mundo antiguo45.
En el supuesto de que el de Octavia con Marcelo fuera un matrimonio
cum manu, distintos motivos como una dote recuperada, una herencia
paterna o la herencia a la muerte del marido hacen que, en estos momen-
tos de la República tardía las fortunas de las mujeres romanas de los gru-
pos sociales elevados, fueran tan importantes como las de los hombres
y en algunos casos incluso más. La legislación matrimonial augustea, en
este momento todavía no promulgada, eximía de la lex Voconia a las mu-
jeres que disponían del ius liberorum, por lo que estaban perfectamente
facultadas para recibir herencias. Aunque antes de la promulgación por
Augusto de sus leyes matrimoniales, la ley que prohibía a las mujeres
heredar era burlada de forma constante usando el subterfugio legal de
usar, por parte de la posible persona de la que se recibiría la herencia, la
práctica de los fideicommissa46.
Por tanto, en el período de la historia romana que estamos estudian-
do, el del ocaso de la República y el advenimiento del Principado, la con-
dición de la mujer se encuentra en plena transformación. Las matronas
romanas son independientes en materia económica y la gran mayoría de
los obstáculos jurídicos tradicionales están abolidos. La institución del
matrimonio ha acabado por convertirse en un simple compromiso entre
dos personas, entre las cuales el divorcio es perfectamente posible en
cualquier momento, tanto si lo desea el hombre como si lo pide la mujer.

y perseguido, se refugió con su hermana. Cuando los verdugos se aproximaron y trataban


de entrar en su aposento, ella se paró en la puerta, abrió los brazos y gritó con reitera-
ción: «No mataréis a Lucio César hasta que me matéis primero a mí, la madre de vuestro
general». De esta forma hizo salir a su hermano y le salvó la vida». Sin duda, la madre de
Marco Antonio era una mujer admirable. En general, sobre Plutarco y el tratamiento de
la mujer en su obra puede consultarse a F. Le Corsu, Plutarque et les femmes dans les Vies
Parallèles, Les Belles Lettres, París, 1981.
45
La situación de la mujer en Grecia, por ejemplo, no era en absoluto envidiable: Canta-
rella (n. 5), págs. 63-82.
46
Vd. del Castillo (n. 8), pág. 185.

50
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

En el supuesto de que el de Octavia fuera un matrimonio sine manu,


tendencia ésta que era la que más fuerza estaba cogiendo en estos tiem-
pos de finales de la República47, esta modalidad de unión le permitía a la
mujer casada poseer un patrimonio propio e independiente de la actua-
ción de su esposo, que por supuesto se encontrará imposibilitado para
hacer uso de él48.
A la idea de una unión sine manu podría objetarse que, en caso de
muerte del marido, el padre o el varón primogénito de la familia agna-
ticia quedaban en posesión de la tutela de la hija casada y se convertían
en administradores de los bienes de la misma. Lo cierto es que, para la
época que estamos analizando la figura de la tutela en Roma ha perdido
ya bastante su razón de ser y no tanto precisamente desde el punto de
vista social como desde el punto de vista económico49.
El camino por parte de la mujer hacia una conquista cada vez mayor
de su propio espacio histórico pasa, de forma inevitable, por una adminis-
tración y disposición cada vez más independiente de su propio peculio. La
emancipación cultural es, sin duda, decisiva pero sin que se produzca una
progresiva eliminación de las trabas económicas, la mejora socio-cultural
de cualquier grupo humano se hace extremadamente difícil. Estamos de
acuerdo con A. del Castillo50, al señalar que la posición de segunda fila de
las mujeres en Roma empieza a desmoronarse cuando lo hacen los obs-
táculos de tipo económico que pesaban sobre ellas, y parece evidente que
este hecho sucedió una vez que el clima social existente propició una evo-
lución de conceptos jurídicos tales como la autoridad del paterfamilias y la
correspondiente manus del esposo en el ámbito matrimonial. Este proceso
de suavización de ambos principios jurídicos ha llegado prácticamente a
su término en el período en el que se desarrolla nuestro estudio.
47
Como se ha desprendido de las puntualizaciones hechas a propósito de Ap. BC 3,91-92.
48
Coincidimos completamente en este aspecto con A. del Castillo (n. 16), 1975, pág. 18 e
íd. (n. 16), 1976, págs. 128-129.
49
Véase del Castillo (n. 16),1975, págs. 18-19; íd. (n. 16), 1976, págs. 130-133 y (n. 8), págs.
188-191, esp. pág. 191: «... la tutela mulieris [desde fines de la época republicana], no será
obstáculo alguno para la libre disposición de los bienes por parte de la mujer, puesto que
ella podía administrar sus propiedades».
50
(n. 8), pág. 188.

51
Octavia contra Cleopatra

En la etapa central del derecho republicano la tutela, ejercida por el


varón agnado más próximo o por un tutor designado, se configuraba
como un medio de suplir la potestas del paterfamilias o la manus del es-
poso. Esta tutela, creemos nosotros, se mantuvo en el complicado mun-
do de la alta política donde las mujeres podían llegar a ser presa más
fácil que los hombres. Y es que, a diferencia del aspecto económico, las
mujeres no llegaron nunca a sentarse con autoridad independiente en
los órganos de gobierno del mundo romano. Es importante recordar el
hecho de que la política, a lo largo de toda la historia de Roma, fue un
universo donde los conceptos estaban sancionados por el más sacrosan-
to y conservador estatismo.
Las cosas sucedieron de forma distinta en el plano económico, y
posteriormente en época imperial desde principios del siglo segundo de
nuestra era, el hecho de que la antigua comunidad familiar vaya tendien-
do a la disgregación, facilitará en gran medida el que se abra un nuevo ca-
mino en el desarrollo de la tutela mulieris51. Un conjunto de progresivas
modificaciones hará que la eficacia de la puesta en práctica de la tutela
decaiga de manera ostensible. En época republicana se admite cada vez
más que el esposo mediante la optio tutoris facultase a la mujer en su
testamento para elegir al tutor que ella deseara, el conocido como tutor
dativo, y la jurisprudencia inventó el recurso de la coemptio tutelae evi-
tandae causa, un pago simbólico realizado por la mujer, siguiendo un
sistema parecido al de la tutela de los patronos con sus libertas, con el
objetivo de llegar al mismo resultado.
Como conclusión, y para el momento cronológico de nuestro texto,
cabría afirmar que ni la autoridad del paterfamilias, ni la manus del es-
poso, ni la tutela mulieris son obstáculo alguno, desde el punto de vista
de la práctica jurídica, para que las matronas romanas protagonistas de
nuestro texto, Julia y Octavia incluidas, dispongan en el plano económi-
co de sus bienes como deseen. Han conseguido, tras siglos de perseguir-
lo, el poder de administración independiente sobre sus propiedades y
51
Véase sobre este tema, A. del Castillo, «El papel económico de las mujeres en el Alto
Imperio Romano», Revista Internacional de Sociología 32, núm. 9-10 (1974), págs. 59-76.

52
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

fortunas. Por ello los triunviros se ven obligados a cargarles el impuesto


a ellas y no a sus respectivos esposos y tutores.

7. Octavia, sujeto político. Protagonismo y primeras


acciones
El papel de Octavia como mediadora se conforma cada vez más a la
par que aumenta su peso en la política de la Urbs, al mismo tiempo que
se hace más efectivo el poder de su hermano, funcionando ambos como
una relación que se retroalimenta generando poderosas sinergias. Las
principales fortunas femeninas de Roma no acuden a ver a Lépido ni a
ninguna pariente suya aunque estaba casado con una Junia, hija de Ser-
vilia y por tanto hermanastra de M. Junio Bruto, uno de los cesaricidas.
Para todos los grupos de poder de la ciudad debía ser un secreto a voces
que Marco Lépido era una nulidad y que el poder efectivo lo tenían
sus colegas de triunvirato, así que ¿para qué acudir buscando ayuda a
alguien de su familia?52.
Octavia estaba convirtiéndose en una matrona romana con una in-
fluencia cada vez mayor sobre su hermano. Ella era de las pocas per-
sonas, junto con la madre y la esposa de Antonio, que podía hacer algo
para aliviar la situación del grupo de mujeres afectada por aquella abu-
siva medida fiscal. En este texto se demuestra que el espacio que Octa-
via supo ir forjándose progresivamente no era tanto el de ser un mero
instrumento de la política de su hermano, que es la visión mayoritaria
que la historiografía del período nos ha dado de ella, como el de llegar
a representar un referente de consejo, equilibrio y persuasión para las

52
Aunque en la investigación reciente se han producido ciertos intentos de rehabilitar la
figura de Lépido, así L. Hayne, «Lepidus’ Role after the Ides of March», A Class 14 (1971),
págs. 109-117; íd., «The Defeat of Lepidus in 36 B. C.», A Class 17 (1974), págs. 59-65; R.
D. Weigel, «Lepidus reconsidered», A Class 17 (1974) págs. 67-73; íd., «Augustus’ Rela-
tions with the Aemilii Lepidi. Persecution and Patronage», RhM 128 (1985), págs. 180-191
(en adelante Patronage); E. Badian, «M. Lepidus and the second triunvirate», Arctos 25
(1991), págs. 5-16; A. Gowing (n. 20) y R. D. Weigel, Lepidus, the tarnished triumvir,
Routledge, 1992; el papel de este individuo en la historia del Triunvirato sigue considerán-
dose, casi unánimemente, bastante irrelevante.

53
Octavia contra Cleopatra

tomas de decisión política de su hermano Octaviano. La concesión del


status de sui iuris y, en menor medida, la propaganda augustea ayudarán
de forma decisiva en el logro de este propósito53.
Aunque ninguna fuente nos lo revele, es probable que en esta oca-
sión, y posiblemente en muchas otras, Octavia intentaría persuadir a su
hermano de forma muy probable dialogando con él en el entorno fami-
liar54, forma en que se cimentaría esta relación de apoyo recíproco entre
ambos, a fin de que recapacitara sobre la inoportuna medida fiscal y de
que hiciera, al menos, alguna concesión de cara a la galería más de tipo
simbólico que efectivo. Su condición de mujer debió de influir algo en el
hecho de interceder ante su hermano por una medida que a buen seguro
ella misma consideraba injusta y que es promulgada en una coyuntura
política muy comprometida, al tener en el horizonte la perspectiva de un
conflicto más en el rosario de desgarradoras guerras civiles que Roma
vivió en el siglo primero antes de Cristo.
Este texto, que ha pasado casi desapercibido hasta ahora, es un paso
significativo en el desarrollo que lleva a Octavia a convertirse en una figu-
ra política de primer nivel, proceso que desembocará por último de aquí a
dos años vista con los acuerdos de Brindisi (Vell. 2,78; Plut., Ant. 31; Tác.
Ann. 1,10; Ap., BC 5,64 y D. C. 48,31. 2-4) donde, a nuestro juicio, pasa
a ser definitivamente algo más que un peón influyente en los entresijos de
53
Para una visión sugerente y, en ocasiones, muy perspicaz de la cada vez mayor influencia
de Octavia en la arena política en contraposición a su futura némesis, Cf. V. Alonso Tron-
coso y G. A. García Vivas, «Octavia contra Cleopatra: imagine della donna e confronto
culturale», en H.-J. Gehrke y A. Mastrocinque (Hrgs.), Roma e L’Oriente nel I sec. a. C.
(acculturazione o scontro culturale?). Atti del Convegno Humboldtiano. Verona, 19-21
febbraio 2004, edizioni Lionello Giordano, Cosenza, 2009, págs. 11-34.
54
Sabemos que el futuro emperador Augusto mantuvo durante toda su vida una preferencia
acusada por la vida en la domus, rodeado de su familia, con unos hábitos personales sencillos
y nada ostentosos que recuerdan un estilo de vida discreto que podemos calificar de petit
bourgeois, avant la lettre, propio de la educación y los gustos del hombre de extracción mu-
nicipal que en el fondo nunca dejó de ser. Esto queda claro tras leer a Suetonio (Aug. 73s.)
Esa mentalidad profundamente conservadora, arcaica de César Augusto deja, a buen seguro,
una fuerte impronta en la educación de la joven Octavia. Quizá valdría la pena igualmen-
te comparar la influencia de Octavia sobre su hermano con la que posteriormente ejercerá
sobre éste su esposa Livia. Algo diremos aquí sobre el tema. Sobre el futuro emperador Au-
gusto y su sentido de la familia, es especialmente lúcida la monografía de B. Severy, Augustus
and the Family at the Birth of the Roman Empire, Routledge, Nueva York y Londres, 2003.

54
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

la alta política romana. Su inclusión en el tratado, desde nuestro punto de


vista, la define como el símbolo de unión de los dos hombres más podero-
sos del último período republicano y, en consecuencia, como el referente
de estabilidad del sistema político del Triunvirato.
La única mención que Veleyo Patérculo hace de Octavia en toda su
obra es la que sigue: «Fue durante este período en que Marco Antonio
tomó por esposa a Octavia, la hermana de César [O.]…», (2,78,1), junto
con una mención muy de pasada que el escritor ofrece en 2,93,1 con
motivo de la muerte de M. Claudio Marcelo en 2355.

8. Perusa y el tratado de Brindisi


Si el año 42 es el año de Filipos, el 41 corresponderá al de la guerra
de Perusa (actual Perugia), que se extiende desde el 41 hasta febrero del
40. El asedio a la ciudad de Perusa es una página de la historia romana
oscura incluso para los contemporáneos. Lucio Antonio56, hermano de
Marco y cónsul ese año, se convierte en cabeza visible de la protesta que
la península itálica encabeza contra las feroces medidas de tasaciones y
expropiaciones de tierras en favor de los veteranos que está realizan-
do Octaviano. En esta tarea Lucio es ayudado por Fulvia, la esposa del
triunviro. Lucio y Octaviano piden ambos auxilio a diversos coman-
dantes de legión, y el joven César asedia a L. Antonio en Perusa. Tras
unos meses de duro asedio, el hermano de M. Antonio se rinde y es
perdonado con clemencia por Octaviano que lo envía como gobernador
a Hispania (Ap. BC 5,54). La ciudad de Perusa fue saqueada por los
soldados de Octaviano y en el curso del desorden que siguió se produjo
un incendio. Tras esto gran parte de la población de la ciudad fue con-
denada a muerte57.

55
Sobre Vell 2,78, 1, véase nuestro artículo: «Una matrona romana y un escritor conciso:
Octavia y Veleyo Patérculo (Vell. 2,78,1)», Fortunatae 17 (2006), págs. 33-40.
56
Sobre la guerra de Perusa y el personaje ha escrito un artículo relativamente reciente
J.-M. Roddaz, «Lucius Antonius», Historia 37 (1988), págs. 317-346.
57
Cf. Scott, PP, págs. 23s. y Syme, RR, págs. 268s. para la coyuntura del Bellum Perusinum
y las circunstancias que lo rodearon. Un buen análisis más reciente de la guerra de Perusa

55
Octavia contra Cleopatra

Marco Antonio debió enterarse de lo que le había sucedido a sus fa-


miliares en Italia hacia febrero de 40 y preparó una gran flota a la que se
le negó la entrada en Brindisi. La posición de Octaviano en ese momento
no era muy sólida ya que Antonio había encontrado un nuevo aliado en
la persona de Sexto Pompeyo, hijo menor de Pompeyo Magno.
Entonces comenzaron las conversaciones entre Octavio y Antonio.
En otoño se alcanzó un acuerdo pleno que la historiografía conoce con
el nombre de tratado de Brindisi.
Seguramente la iniciativa de las negociaciones que culminaron en
Brindisi partió de Octaviano y de su facción. Mientras, Antonio se limi-
tó a permanecer a la espera. Sin duda, Perusa todavía le escocía. Como
suele ocurrir, Veleyo es el que peor refleja este tipo de sensaciones. Pero
en esta ocasión ni siquiera Plutarco es más explícito. Dependiente en
gran medida de la literatura de tono propagandístico filoaugusteo, es
cierto que habla vagamente de «amigos», (Ant. 30,4) o de «todos», (Ant.
31,2), pero minimiza la importancia que, a buen seguro, tuvo el ejérci-
to en la consecución del acuerdo. Este hecho no pasa inadvertido para
Apiano, vívido representante de una tradición historiográfica de tenden-
cia filoantoniana (así, BC 5,57; 5,59; 5,63-64)58. La madre de Antonio,
Julia, también tuvo su protagonismo en la realización del compromiso
(Plut., Ant. 32,1).
A una de las cláusulas de Brindisi alude el mencionado fragmento
de Veleyo (2,78,1), ya que es entonces cuando se estipuló el matrimonio

en P. Wallmann, «Untersuchungen zu militärischen Problemen des Perusinischen Krie-


ges», Talanta 6 (1974), págs. 58-91. Y en concreto sobre Apiano y la guerra de Perusa, vd.
M. Sordi, «La guerra di Perusa e la fonte del l. V dei Bella Civilia di Appiano», Latomus
44 (1985), pág. 315.
58
Creemos que tiene mucha razón la tesis según la cual la unidad de la obra y la tradición
apianea depende de una fuente principal de clara tendencia filoantoniana que desde Korne-
mann, «Die historische Schriftstellerei des C. Asinius Pollio usw.», Jarbücher f. cl. Philo-
logie, Suppl. Band, 22, II Heft (1896), págs. 555-692; hasta Gabba, Appiano e la storia..., (n.
42), se ha identificado con Asinio Polión. Más recientemente, I. Hahn, «Appian und seine
Quellen», en Romanitas-Christianitas. Untersuchungen zur Geschichte und Literatur der
Römischen Kaiserzeit, Berlín, 1982, pág. 275 señala que Polión es seguramente la fuente de
los libros II al V de las Guerras Civiles. Un buen trabajo sobre la figura de Polión es el de
A. B. Bosworth, «Asinius Pollio and Augustus», Historia 21 (1972), págs. 441-473.

56
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

entre Antonio y la hermana de Octaviano. Los acuerdos de tipo matri-


monial entre la nobilitas constituían un expediente muy recurrido para
resolver problemas de alta política. Tres años antes, el pacto de Bolonia
se sancionó con un casamiento entre Octavio y Claudia, hija de Fulvia y
por entonces esposa de Antonio, y de P. Clodio (Plut., Ant. 20,1; Suet.,
Aug. 62,1). La alusión de Veleyo al casamiento de Octavia es paradig-
mática del laconismo de su estilo59 . Por medio del tratado de Brindisi
se restableció el Triunvirato como forma de gobierno de la res publica.
De nuevo, la Lex Titia se convertía en documento definidor de un sis-
tema. El acuerdo, por tanto, fue casi una réplica del logrado tras Fili-
pos, excepto por un cambio significativo. El gobernador de la Galia, el
antoniano Q. Fufio Caleno (cos. 47; MRR,II, pág. 286), había muerto
de repente hacia mayo o junio. Octaviano se apoderó de la provincia
y de las once legiones de Caleno. Antonio protestó, pero no sirvió de
mucho pues Brindisi vino a reconocer el statu quo. El hijo adoptivo de
César se quedó también con el Ilírico y sus territorios se extendían hacia
el oeste hasta las provincias hispanas. Italia sería un terreno común y
accesible para la leva de tropas por parte de ambos líderes, aunque a la
postre el único beneficiado por esta medida fue el triunviro encargado
de Italia y la parte occidental del imperio, Octaviano. Rápidamente éste
empezaría a crearse un papel como defensor de las tradiciones italianas
contra la degeneración oriental. Antonio conservaba las provincias que
se encontraban desde Macedonia al este, con lo que se veía abocado a
diseñar una política de tono claramente oriental. El río Drin, al norte de
la actual Albania, constituía la frontera entre ambos dominios. Antonio
debía vengar a Craso encargándose de organizar una campaña contra los
partos mientras que el astuto Octaviano reclamaba Sicilia y Cerdeña a
costa de Sexto Pompeyo. El tratado de Miseno no será ni más ni menos
que la precaria solución de esta disputa. A Lépido, el otro componente
de la troika gobernante y que poseía un peso político mucho menos im-
portante que sus colegas, se le concedió África por graciosa cesión de sus
59
Sobre Veleyo y su notoria parcialidad en numerosas ocasiones, es muy útil el artículo del
gran R. Syme, «Mendacity in Velleius», American Journal of Philology 99 (1978), pags. 45-63.

57
Octavia contra Cleopatra

otros dos compañeros de triunvirato, como se desprende sobre todo de


Plutarco (Ant. 30,4) y también de Apiano (BC 5,65)60.
Estas fueron las medidas políticas. Pero como todo buen acuerdo
que se efectuaba entre las élites romanas, no podía faltar la sanción del
mismo mediante una alianza matrimonial. Fulvia, la mujer de Antonio,
había muerto hacía poco en Sición, adonde se había refugiado tras el
fracaso de la acción de Perusa61. Ahora Antonio contraería matrimonio
con la hermana de su colega en el gobierno y una de las protagonistas de
nuestro estudio, Octavia mujer ya por entonces «bella y virtuosa»62. La
hermana de Augusto había quedado oportunamente viuda de su marido
Claudio Marcelo a comienzos de año. Plutarco (Ant. 31) nos narra el
acuerdo matrimonial efectuado en Brindisi con cierto detalle. El escritor
de Queronea comete, no obstante, un error: la atribución de Ancaria
como madre de Octavia minor, una de las protagonistas de nuestro estu-
dio, cuando sabemos que tanto Octaviano como Octavia minor fueron
ambos hijos de Atia. Suetonio (Aug. 4,1) nos da el nombre de la primera
mujer de C. Octavio, Ancaria, con la que éste tuvo a Octavia maior,
que casó con Sexto Apuleyo y fue madre de Sexto y Marco Apuleyo,
cónsules en 29 y 20 respectivamente. Para Plutarco, en un error origina-
do probablemente al tratarse de que ambas hijas de C. Octavio poseían
nombres homónimos, sólo existe esta Octavia –la mayor– que en reali-
dad era la hermanastra del futuro Augusto y a la que refieren todas las
noticias relativas a la más importante Octavia minor.

60
Una visión canónica de Brindisi y de lo que significó en Syme, RR, págs. 279s.
61
Para una revisión del papel histórico de Fulvia, en términos más positivos que los que
la historiografía tradicional hasta ahora le había asignado, puede verse: D. Delia,(1991):
«Fulvia reconsidered», en S. Pomeroy (ed.), Women’s history and Ancient History, North
Carolina U. P., págs. 197-217 y K. Welch, «Antony, Fulvia and the Ghost of Clodius in 47
B. C.», G & R 42 (1995), págs. 182-201. Véase asimismo, C. L. Babcock, «The early career
of Fulvia», AJP 86 (1965), págs. 1-32 y la interesante monografía de R. A. Fischer, Fulvia
und Octavia. Die beide Ehefrauen des Marcus Antonius in den politischen Kämpfen der
Umbruchzeit zwischen Republik und Prinzipat, Logos, Berlín, 1999. En general, sobre las
esposas de los triunviros puede consultarse a K. Christ, «Die Frauen der Triumvirn», en A.
Gara y D. Foraboschi (eds.), Il triunvirato constituente alla fine della repubblica romana.
Scritti in onore di Mario Attilio Levi, Como, 1993, págs. 135-153.
62
Cf. Syme, RR, pág. 280.

58
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

Figura 3

59
Octavia contra Cleopatra

La confusión plutarquea es importante, ya que afecta por comple-


to al resto de los pasajes de su Vida de Antonio donde es menciona-
da Octavia. Así, Ant. 33,3-4; 35; 53,1-5; 54,1-3; 56,1-2; 57; 59,2; 72,2;
83,4 y 87,1-3.
Octaviano creó en Antonio un gran dilema cuando casó a éste con
Octavia pues, para entonces, Antonio empezaba a sentir por la reina
egipcia algo más que una simple atracción física. La incómoda posición
del colega de Octaviano es reflejada con agudeza por el de Queronea
cuando anota: «pues en este asunto [el de la relación entre A. y Cleopa-
tra] su cabeza luchaba todavía contra su amor por la egipcia», (Ant. 31).
Marco Antonio se daba perfecta cuenta de que, en su caso, los deberes
de gobierno y los sentimientos trazaban caminos divergentes. De cara a
su posición en Roma y por obvias razones políticas, no le convenía que
le asociaran con una reina extranjera sino con Octavia, mujer a la que
manifiestamente no amaba y fruto de un matrimonio político.
Este pasaje de Plutarco posee una gran importancia. En él se desarro-
lla muy claramente uno de los más incisivos argumentos de la literatura
propagandística filoaugustea: la influencia positiva de Octavia sobre el
carácter de Antonio frente a los efectos deletéreos de Cleopatra.
La expresión «una maravilla de mujer», xrh=ma qaumasto\n...
gunaiko/j (31,1), es coloquial. Así aparece por ejemplo en Aristófanes
(Nubes, 2 y Las Ranas, 1278). Posee además un matiz poderoso y eficaz
cuando se utiliza en prosa, por ejemplo en Platón (Rep. 8,567e).
Casi como norma, Plutarco proporciona una información sobre Octa-
via más completa que las otras fuentes. Apiano (BC 5,64) y Dión (48,31,2-
4), apenas si la mencionan. El historiador probablemente tenía escasa evi-
dencia para hablar de sus maravillosas cualidades. Pero en Plutarco, que
adolece de severas dependencias con respecto de la tradición augustea, la
función de Octavia es actuar como el contrapunto de Cleopatra con ob-
vios objetivos propagandísticos. Ella es el paradigma que encierra todo lo
mejor de las matronas romanas en particular, y por extrapolación, de la
mujer romana en general. De esta manera los dos extremos de la condición
femenina lucharán dentro de Antonio y por Antonio.

60
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

Plutarco podía inferir la dignidad e inteligencia de Octavia a través de


su conducta, (Plut., Ant. 35; 53,1-5; 54,1-3; 57; 87,1-3). Sobre su «gran
belleza», la iconografía monetal de Octavia63 sugiere un rostro amable
más bien redondeado. Belleza es quizá un término exagerado. La belleza
plutarquea de Octavia debe mucho, sin duda, a la propaganda. La que
estaba destinada a ser la rival por antonomasia de Cleopatra tenía que ser
una mujer preciosa64. Puede ser que Plutarco estuviera escribiendo con
la mente puesta en alguna escultura de la mujer que él conociera y donde
se acentuara idealmente su belleza.
La idea que da Plutarco de aprobación general de lo acordado en
Brindisi y del casamiento concuerda con lo expresado por Apiano y
Dión. La alegría en Italia se desbordó. El doce de octubre, días des-
pués de la firma del tratado, los magistrados de Casinum (actual Casi-
no) levantaron un monumento conmemorativo o signum Concordiae65.
Igualmente se acuñaron monedas que festejaban la reconciliación entre
los triunviros66. En una de éstas aparecía en el reverso una cabeza de
Concordia con la leyenda III VIR R P C y en el reverso dos manos al-
rededor de un caduceus –precisamente un símbolo de concordia– con la
inscripción M. ANTON. C. CAESAR. IMP67.
La ley que no permitía a una mujer contraer matrimonio de nuevo
antes de que pasaran diez meses de la muerte de su antiguo esposo era
una antigua disposición del rey Numa (Plut. Numa 12,3). A los varones
esta ley no les afectaba, por lo que para Antonio no supuso problema al-
guno volver a casarse, en este caso con Octavia, a pesar del poco tiempo
que había pasado desde la muerte de Fulvia.

63
Para las representaciones de Octavia en las monedas, todas ellas provenientes de estilos
diversos, vd. H. A. Grueber, Coins of the Roman Republic in the British Museum, II, re-
imp. Londres, 1970 (en adelante, Grueber), 508 y 510-516 (figs. 1a y 1b) y RRC, n.º 527/1
y 533/3.ª ambas con Antonio en el anverso (fig. 2).
64
Cf. Pelling, Antony, pág. 35.
65
Cf. A. Degrassi, Inscriptiones Latinae liberae rei publicae, Florencia, 1963-65, 562a.
66
Cf. RRC, n.º 528/1b - 529/3 (fig. 3).
67
Cf. RRC, n.º 529/4a. La representación en E. Bernareggi, «La monetazione in argento di
Marco Antonio», Numismatica e Antiquità classiche (1973), pág. 86.

61
Octavia contra Cleopatra

Plutarco está en lo cierto cuando asegura que Octaviano tenía una


especial predilección por su hermana. En Brindisi parece iniciarse una
nueva era de paz y de prosperidad para el mundo romano de la cual se
hace eco Virgilio por medio de su Égloga Cuarta. Bajo esta atmósfera re-
novadora impulsada en Brindisi presidida por el espíritu de concordia y
con deseos de paz para Roma ve la luz la composición más hermética de
Virgilio. En esta composición se celebra la proximidad de una Aurea Ae-
tas que será simbolizada por un niño que está a punto de nacer. Nume-
rosas especulaciones se han desatado acerca de la posible identidad del
infante. Se ha hablado, entre otros, del ya citado M. Claudio Marcelo, el
hijo de Octavia y C. Claudio Marcelo que estaba siendo promocionado
por Octaviano a las más altas tareas dentro del aparato del Estado hasta
el momento de su repentina muerte en 23.
La propuesta más lógica sobre la identificación del niño la efectuó
hace ya más de sesenta años W. W. Tarn68, proponiendo que el personaje
en cuestión sería el fruto de la flamante unión entre Octavia y Antonio.
El futuro hijo del triunviro y de la cada vez más influyente hermana de
Octaviano, sin duda heredero de la jefatura del partido cesariano, estaba
destinado a reinar sobre un mundo pacificado por las hazañas militares
de su padre: «pacatumque reget patriis virtutibus orbem», (Ecl. 4,17).
El tan deseado vástago resultó ser una niña, en concreto Antonia maior
nacida en 39 (Plut., Ant. 33,3-4)69.
Esta Antonia fue prometida desde su infancia, en concreto desde el
año 37, con L. Domicio Ahenobarbo (cos. 16)70, personaje con el que

68
W. W. Tarn, «Alexander Helios and the Golden Age», JRS 22 (1932), págs. 135ss. A
conclusiones muy parecidas llega H. J. Mette, «Vergil, Bucol. 4. Ein Beispiel “generischer”
Interpretation», Rh M 116 (1973), págs. 71-78.
69
Sobre el personaje, véase Groebe, Antonia, RE 2 (1894), Nr. 113, col. 2640. En relación
con este nacimiento creemos que puede ser interesante abordar una cuestión por la que los
historiadores se han preguntado pocas veces y es qué hubiera sucedido si en lugar de darle
sólo hijas, Octavia hubiera tenido con Antonio un heredero varón. Dejamos la pregunta
en el aire con el propósito de fomentar el debate corriendo el riesgo de que se nos acuse
de preguntar por historia-ficción. Pero creemos que sería provechoso meditar sobre la
cuestión al menos unos momentos pues, a buen seguro, todo lo que ocurrió en los años
venideros pudo haber sido de forma muy diferente a como en realidad sucedió.
70
Sobre el personaje, véase: E. Groag, Domitius, RE 9 (1903), Nr. 28, cols. 1343-1346.

62
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

se casó poco después de la muerte del triunviro. Ahenobarbo desem-


peñó sucesivamente el mando en los grandes ejércitos del norte, desde
el Ilírico a Germania. Se le describe como un hombre cruel, arrogante,
extravagante y un gran auriga (Suet., Nero 4). No se conoce que estuvie-
ra mezclado en conspiraciones o intrigas políticas de ningún tipo. Este
fue el único marido de Antonia a lo largo de toda su vida. Tuvo con él a
una hija, Domicia Lépida, y a un hijo, Cn. Domicio Ahenobarbo (cos. 32
d. C.), hombre de no muy buenas cualidades y padre del futuro empera-
dor Nerón (Plut., Ant. 87,4; Suet., Nero 4 y 5).
La hermana de Antonia, llamada Antonia minor, fue más famosa para
la posteridad71. Casó en 16 con Druso César, hijo adoptivo de Augusto y
hermano de Tiberio, tuvo un matrimonio feliz y fue la madre de Germá-
nico, Livila y el futuro emperador Claudio. ¿Sería quizá con más lógica
Antonia la menor el vástago que anunciaría la Edad de Oro de la Égloga
Cuarta virgiliana?, ¿no se considera siempre acaso a la más joven de las
hijas de Marco Antonio como una mujer paradigma de la bondad y de
la felicidad conyugal, esposa y madre de Druso y Germánico respecti-
vamente, príncipes ambos tratados por la literatura y la historiografía
antiguas como signos deseados del comienzo de una nueva época llena
de dicha para Roma? Que nosotros sepamos, nadie hasta ahora ha pro-
puesto esta identificación. De cualquier forma, y fiel como siempre a su
forma de hacer las cosas, Augusto devolvió a ambas mujeres a su debido
tiempo, una parte de la cuantiosa herencia de su padre (D. C. 51,15). Un
hecho éste que nos hace pensar que el emperador tuvo siempre en alta
estima y consideración, por razones sentimentales o de otro tipo que
ignoramos, a las dos únicas hijas de Marco Antonio.
Apiano (BC 5, 64), nos proporciona una buena descripción del acuer-
do alcanzado en Brindisi, colocando en su justo lugar a todos los actores
de la trama. Llega a hacerse eco incluso del papel que los soldados legio-
narios tuvieron para una solución del conflicto por una vía más rápida

71
Sobre esta gran dama romana, vd. C. Alfaro «Antonia Minor: símbolo matronal de las
Clarissimae romanas», Asparkia 2 (1993), págs. 47-54 y N. Kokkinos, Antonia Augusta.
Portrait of a great Roman lady, Routledge, Londres, 1992.

63
Octavia contra Cleopatra

de lo habitual. Según Apiano, de los soldados surgió la idea de nombrar


a sendas legaciones para agilizar las conversaciones. Es muy probable
que este detalle de la presión militar se corresponda a lo que en realidad
sucedió. La tradición apianea y filoantoniana, suele ser, en general, bas-
tante fiable en estos aspectos. Aunque su tono venga siempre limitado
por estar más cerca de la facción que a la postre resultaría derrotada72. Ni
Plutarco ni Dión mencionan el dato del protagonismo del ejército. Pero
no debemos olvidar que ambos autores se encuadran, en mayor o menor
medida, dentro de la corriente historiográfica de tono filoaugusteo que
posee un carácter más propagandístico y de exaltación hacia la figura del
futuro emperador.
Apiano consigna igualmente el dato de los negociadores por ambas
partes. Por parte de Antonio el encargado de la delegación fue C. Asinio
Polión, cónsul en ese mismo año 40 y por parte del heredero de César el
diplomático fue C. Cilnio Mecenas. L. Coceyo Nerva estuvo presente,
pues aunque era amigo de Antonio, no le era antipático a Octaviano y su
participación fue aceptada por Polión.
La madre de Antonio, Julia, tuvo un discreto papel protagonista en
las negociaciones de Brindisi. Había acudido a refugiarse en secreto a
Sicilia, donde se encontraba Sexto Pompeyo, tras la caída de Perusa a fi-
nales de febrero de 4073. Es probable que Sexto y Antonio se encontraran
ya en negociaciones y que Julia tuviera la certeza de que el hijo de Pom-
peyo el Grande la recibiría adecuadamente. Sexto la envió a Atenas, don-
de se encontraba Antonio, con una magnífica escolta de notables entre
los que se encontraba el propio suegro de Sexto, L. Escribonio Libón,
cónsul en 34 (Ap. BC 5,52), ya que el joven Pompeyo se había casado
con Escribonia, una hija de aquél, hacia 55. Sexto aprovechó la oportuni-
dad para ofrecer a Antonio una alianza hacia principios de verano de 40.
Antonio aceptó la proposición y la entente entre ambos hombres fue lo
suficientemente fuerte como para que Sexto realizara unas operaciones

72
Sobre Apiano y la tradición historiográfica que le es afín, véase (n. 58).
73
Cf. F. Senatore, «Sesto Pompeo tra Antonio e Ottaviano nella tradizione storiografica
antica», Athenaeum 69 (1991), págs. 120ss.

64
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

en apoyo del triunviro durante el apogeo del verano. En estas fechas, y


tras su victoria en Perusa, Octaviano envió a Mecenas a Sicilia en misión
diplomática y tomó como esposa a otra Escribonia, tía de la esposa de
Sexto y hermana del cónsul de 34, en un matrimonio sin consecuencias
importantes. Sin embargo, ya por entonces Julia estaba trabajando en
la tarea de conseguir la reconciliación entre Octaviano y su hijo (Ap.
BC 5,63), al igual que tendrá que ver también en el posterior tratado de
Miseno (Ap. BC 5,72).
Comparemos por un momento la figura de Julia en dos autores como
Apiano y Plutarco. En Apiano, las dos apariciones de la madre de An-
tonio en el libro quinto de las Guerras Civiles (5,52 y 5,63), nos la pre-
sentan describiendo con bastante profusión y exactitud sus actividades
como una gran matrona romana imbuida en negociaciones del más alto
carácter político. Si sólo tuviéramos a Apiano podríamos conocer sólo
una faceta de la madre de Antonio: la intrigante muñidora de alianzas
entre jefes militares.
Pero aquí entra en juego Plutarco para poder profundizar, en to-
dos sus matices, en el conocimiento de la parte íntima del personaje.
Después de su aparición en Ant. 2,1 y 20,374 podemos clarificarnos mejor
el carácter de Julia. Incluso después de esas dos citas sería lógico pensar
que Plutarco explotaría en más ocasiones a tan sugestivo personaje y, sin
embargo, no vuelve a citarla. ¿Por qué razón?: la respuesta está en que
en 31,1 acaba de introducir a un personaje más sugerente que la madre
de Antonio y es la propia esposa de éste, Octavia, a quien describirá a lo
largo de la Vida como el contraste más nítido y elaborado de Cleopatra.
El hecho de usar por duplicado el tema de otra mujer de carácter domi-
nante, como Julia, podría ser demasiado. O dicho en otras palabras, dos
primadonnas son demasiado.
Según la fuente apianea, los negociadores que se citan en nuestro pa-
saje fueron quienes pensaron que el acuerdo político quedaría sellado
de manera más satisfactoria con algo similar a un pacto de familia, que

74
Cf. págs. 49ss.

65
Octavia contra Cleopatra

es lo que fue en gran medida el casamiento entre Octavia y Antonio75.


Nos resistimos a creer que el hermano de la futura esposa no haya tenido
bastante que ver en el asunto concreto del matrimonio aunque es proba-
ble que no deseara ver su nombre relacionado con esta decisión.
Dión Casio (48,31, 2-4), está en lo cierto cuando señala que los ha-
bitantes de la Urbs, y muy probablemente también el resto de los habi-
tantes del imperio, se habían felicitado de la reciente armonía lograda
en Brindisi entre los dos generales más importantes del mundo romano.
Es plausible también que el prestigio que arrastraba desde Filipo hiciera
que los contemporáneos vieran en Antonio al más carismático de los tres
líderes. Lo que sí es incontestable es que en Brindisi se había consumado
la fulminación del poder político de Lépido, el triunviro más débil y con
el que, desde hacía tiempo, muy pocos contaban. Y eso que, el hombre
que gobernaba en Africa «de acuerdo con la donación que le había hecho
Octavio», (Ap., BC 5,65), poseía influyentes conexiones familiares76. La
puntualización que hace Plutarco (Ant. 30,4) corrobora la idea de que,
como mal menor, se le permitía a Lépido tener África.
En 48,31,4, Dión proporciona el dato de que Octavia estaba todavía
embarazada de Marcelo cuando se casó con Antonio. Esta información
es probablemente correcta aunque nada nos permita comprobarlo. El
hecho es que, de cualquier forma, debió perder a ese niño porque quedó
embarazada de Antonio con bastante rapidez, como lo prueba Plutarco
(Ant. 33,3-4), donde se consigna el nacimiento de Antonia la mayor.
Dión despacha en unas cuantas líneas el hecho que más interesa en
esta investigación a los efectos del tratado de Brindisi. Sin embargo, se-
gún nuestro punto de vista, esta importante unión auspiciada en 40 es de
una gran importancia para comprender los entresijos de lo que ha signi-
ficado hasta este momento la historia política del Triunvirato. Nosotros
creemos que entre 43 y 40 hay un cambio, quizá imperceptible, en el
equilibrio de fuerzas entre Antonio y Octaviano. Se trata de un cambio

75
Syme, RR, pág. 245: «Los pactos políticos entre nobiles nunca estaban completos sin una
alianza matrimonial».
76
Vd. Weigel, Patronage..., págs. 180-191.

66
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

verificable y de profunda trascendencia posterior. Y se hace realidad,


además, por la intervención de una mujer como elemento de justifica-
ción y propaganda política. En este caso, de Octavia.
En 43, tras la conferencia de Bolonia, donde el Triunvirato tiene su
partida de nacimiento, Antonio es el que ejerce su mayor poder de pre-
sión, su mayor prestigio, su auctoritas en definitiva, para que Octaviano
renunciase a su prometida Servilia, la hija de P. Servilio Vatia Isáurico
(cos. 48, MRR,II, pág. 272) y aceptara en su lugar a Clodia, hija de P.
Clodio Pulcro (tr. pl. 58; MRR,II, pág. 195) y de Fulvia y en aquel año
43 hijastra de M. Antonio (Plut., Ant. 20,1; Suet., Aug. 62,1). Al enemis-
tarse Octaviano con Fulvia a causa de la implicación de ésta en el bellum
Perusinum, el joven César repudió a Clodia en 41. Era una mujer a la
que había respetado, pero que estaba presto a cambiar por alguna opción
mejor. El frío y calculador Octaviano no olvidó nunca este hecho.
Ahora en 40 es Octaviano el que se apresta a devolver el golpe indu-
ciendo al antiguo tribuno de César a casarse con su hermana Octavia, a
pesar de que para entonces Antonio «no negaba sus relaciones con Cleo-
patra», (Plut., Ant. 31), a la que había conocido hacía un año y por la
que ya por entonces debía sentirse atraído. Parece evidente que en 40 es
Octaviano el que se siente políticamente más seguro y puede permitirse
presionar a Antonio a aceptar un casamiento con su hermana. Boda que
no sabemos hasta qué punto éste deseaba. No olvidemos que, después de
todo, Octavio se apunta también una importante baza propagandística
con el casorio, pues este hecho liga a Antonio con la gens Julia, a la par
que casaba a un hombre con fama de díscolo e intemperante con una
mujer tranquila y dulce que se esperaba que lo devolviera al buen cami-
no, a la gravedad, a la esencia de lo romano en definitiva, y lo apartara del
gusto por lo oriental y lo excesivo que ya por entonces era prefigurado
por la reina Cleopatra en la tendencia filoaugustea de contar los hechos
que empezaba a tomar forma. Antonio había pasado junto a Cleopatra
el invierno del 41 al 40 en Alejandría.
Los argumentos que permiten ahora ver reforzada la figura política
de Octaviano son diversos. El impacto de su exitosa y expeditiva acción

67
Octavia contra Cleopatra

en Perusa funcionó de forma positiva. En contraste, el bellum Perusi-


num debilitó bastante la posición de Antonio, aunque haya sido una
acción que no debe imputarse a él personalmente sino a su facción, su
hermano y a su esposa. Perusa empañó un tanto el aura de general y de
patriota romano que Antonio se había ganado en Filipos.
El joven heredero de César estaba aún lejos de ganar la partida, pero
en Brindisi mueve ficha con una jugada digna del más fino estratega. No
sólo deja desprovisto de gran parte de sus elementos de presión al que
era su único obstáculo para alcanzar el poder único, cuando lo liga a su
familia casándolo con su hermana, sino que consigue además que ésta se
convierta así en una de las más fuertes garantías de estabilidad del siste-
ma político del Triunvirato.
Hubo grandes fiestas para conmemorar la consecución del tratado
y las bodas de Antonio. Tanto Antonio como Octaviano celebraron
respectivas ouationes, triunfos menores, cuando entraron en Roma po-
cas semanas más tarde77. Pero se desprende asimismo de este fragmento
del historiador de Nicea de Bitinia que no todo fueron alegrías tras esta
coyuntura. El regocijo de los dinastas y del pueblo por lo conseguido
quedó pronto ensombrecido por los disturbios surgidos en Roma a cau-
sa de la carestía provocada por el hijo de Pompeyo Magno.
Sexto Pompeyo expulsó de la isla de Cerdeña al liberto Heleno, que
había sido comisionado por Octaviano para recuperar la isla (Ap. BC
5,66), reanudando así el bloqueo sobre las costas italianas. El pueblo se
encontraba en la mayor parte de los casos en una situación de gran ham-
bruna. Los graves incidentes provocados por la falta de alimentos y la
alta fiscalidad llegaron a poner en peligro la vida del mismo Octaviano.
Los logros de Brindisi debían ser puestos en cuarentena hasta que no se
arreglara la incómoda situación creada por Pompeyo.
Pero el famoso tratado firmado hacia el otoño de 40 supuso el pre-
ludio de dos maneras distintas de gobernar. Dos formas de innovar para
el futuro en el gobierno del imperio que en la próxima decena de años

77
Cf. Pelling, Antony, pág. 203.

68
1. Octavia entra en liza. 43-40 a. C.

iban a desarrollarse y perfeccionarse como rasgos determinantes de la


actuación política de Octaviano y de Marco Antonio en el marco de la
República tardía en que ambos se desenvolvían.
Desde los tiempos de Brindisi, por ejemplo, el dios Apolo resultaría
de gran ayuda para los propósitos de Octavio como campo de acción
mitológico y de cara a la formación de su particular concepción política.
La consigna de «Apolo», fue utilizada en Filipos tanto por los asesinos
de César como por los cesarianos y fue usado posteriormente en Brin-
disi. Desde esta batalla había quedado claro que Apolo se encontraba
de parte del heredero de César. Apolo representaba la moral y la disci-
plina. Valores que formaron un soporte angular del programa político
de Octaviano y de los mecanismos de presentación ante sus súbditos
de la península italiana y del oeste del imperio. Existía también, cierta-
mente, un respaldo de la tradición. Fue un miembro de la gens Julia el
que levantara en Roma el primer templo dedicado a Apolo y el mismo
César había dotado de forma espléndida los juegos correspondientes en
honor al dios, los ludi Apollinares. Sin duda, los consejeros de Octaviano
conocían todos estos datos. Por ello, cuando poco después de Brindisi,
Antonio emprendió el camino hacia sus provincias orientales, no era de
extrañar que el joven César apostara por la identificación con Apolo.
En 48,30,1-2, el propio Dión nos cuenta cómo se agasajaron recí-
procamente en un ágape tras la consecución de Brindisi78. Octaviano se
presentó en el acto de acuerdo con un estilo militar y grave en la más
pura tradición de las antiguas virtudes de la ciudad del Tíber. Por su
parte, Antonio compareció adoptando un estilo orientalizante, «asiá-
tico y egipcio», en palabras del historiador (48,30,2). La identificación
que ambos triunviros hicieron con los dioses: Octaviano con Apolo y
Antonio con Dioniso y Hércules iba también en este mismo sentido.
Desde el principio de su acción de gobierno, ambos hombres apostaron
por mensajes ideológicos diferentes sobre el gobierno y la comprensión
de la res publica. Esto sucedió también con los respectivos mecanismos

Se trataba de una práctica frecuente en este tipo de encuentros políticos al más alto nivel.
78

Véase en Miseno un año más tarde : Vell. 2,77; Plut., Ant. 32; Ap., BC 5,73 y D. C. 48,38,1.

69
Octavia contra Cleopatra

de presentación ante sus súbditos, impregnados en gran medida de


esta identificación divina. Probablemente sabrían que al final sólo ha-
bría lugar para uno de los dos y que, a la postre, la confrontación sería
inevitable79.

79
Para el tema de las identificaciones con los dioses de ambos triunviros, véase: P. M.
Martin, «Héraklès en Italie d’apres Deny d’Halicarnase: (A. R. 1,34,44)», Athenaeum 50
(1972), págs. 252-275; D. Mannsperger, «Apollon gegen Dionysos. Numismatiche Bei-
träge zu Octavians Rolle als Vindex Libertatis», Gymnasium 80 (1973), págs. 381-404; I.
Becher, «Augustus und Dionysos –ein Feindverhältnis?», Zeitschrift für ägyptische Spra-
che und Altertumskunde 103 (1976), págs. 88-101; J. Griffin, «Propertius and Antony»,
JRS 67 (1977), págs. 17-26; A. Gosling, «Augustan Apollo. The conflation of literary tradi-
tion and Augustan propaganda», Pegasus 28 (1985), págs. 223-245; íd., «Octavian, Brutus
and Apollo. A note», AJPh 107 (1986), págs. 586-589; Zanker, API, págs. 66-89 y G. Ma-
rasco, «Marco Antonio “nuovo Dioniso” e il De sua ebrietate», Latomus 51 (1992), págs.
538-548. Sobre el mito dionisíaco y su culto más específicamente puede consultarse la clá-
sica monografía de W. Otto, Dyonisos: Mythos und Kultur, Klostermann, Frankfort, 1933
(traducción española: Dioniso: Mito y Culto, Siruela, Madrid, 1997). K. Kerényi, Dyonisos:
archetypal images of indestructible life, Princeton U. P., 1996 (traducción española: Dioni-
sos. Raíz de la vida indestructible, Herder, Barcelona, 1998) y M. Detienne, Dionysos. Mis
a Mort, Gallimard, París, 1977. También A. Bruhl, Liber Pater. Origine et Expansion du
culte dionysiaque a Rome e dans le monde romain, París, 1953.

70
2. Octavia: clave de bóveda del
sistema triunviral.
39-32 a. C.
1. El tratado de Miseno
Tras el tratado de Miseno de verano del 39 (Ap. BC 5,71-73; D. C.
48,36,1-2; Plut. Ant. 32; Vell. 2,77,1), por el que ampliaba el Triunvirato
incluyendo a Sexto Pompeyo a la vez que se le neutralizaba temporal-
mente, Antonio marchó a las provincias orientales con su nueva y fla-
mante esposa, aunque sabemos que aparentemente todavía se hallaba en
Roma el dos de octubre, es decir, en otoño1. Plutarco (Ant. 33, 1-3), nos
expone las teóricas razones por las que Antonio marchó con tan inusi-
tada rapidez al Este. Según el de Queronea, estaba molesto en secreto
con Octavio porque éste lo superaba en todas las cosas que realizaban.
Incluso las predicciones de los astrólogos le eran menos favorables que
las de Octaviano.
Sin duda, Antonio tenía razones mucho mejores para abandonar Ita-
lia con la rapidez con la que lo hizo. Dichos motivos eran esencialmen-
te de tipo político. Se hacía necesaria una profunda reorganización del
Oriente antes de proceder a la campaña parta2.
Las fronteras del norte de Macedonia, por las que pululaban las
siempre amenazantes tribus albanas3, requerían atención. Tras Filipos,
Antonio dejó a L. Marcio Censorino encargado de Macedonia (Plut.,
1
El dato lo proporciona J. Reynolds, Aphrodisias and Rome, Londres, 1982, doc. 8 l. 26,
comentario ad loc.
2
Syme, RR, págs. 286s., ofrece una serie de buenos datos para entender cuáles fueron las
decisiones reorganizativas tomadas por Antonio.
3
El etnónimo más adecuado parece ser éste, usado ya por Estrabón, un contemporáneo
casi estricto de los hechos que estamos discutiendo, en su Geografía (11,4,3-8). Incluso
podríamos hablar de pueblos ilirios (ibíd., 7,5,10) pero pensamos que éste es un término
un tanto más general.

71
Octavia contra Cleopatra

Ant. 24). Unos años después, el hombre inauguró su consulado con un


triunfo el primer día del 39. Su sucesor fue el ilustre C. Asinio Polión
(cos. 40; MRR,II, pág. 378) del que ya hemos hablado y que, avanzado el
39, celebró la destrucción de los partinos, pueblo que habitaba en los al-
rededores de Dirraquio. Pero los Balcanes constituían casi un mero ejer-
cicio de prácticas si se les comparaba con la situación en el reino parto.
Una vez pacificados los Balcanes, pudo emprenderse con más tran-
quilidad en la retaguardia la guerra contra los partos, al frente de la cual
Antonio, de manera acertada, colocó a P. Ventidio Baso (cos. suff. 43;
MRR,II, pág. 337). Apiano (BC 5,75) da algunos detalles de la campaña,
pero sobre todo Dión (48,39-41), es el que proporciona más informa-
ción. Este autor es especialmente pródigo cuando proporciona informa-
ción de carácter militar, en la que se siente perfectamente a sus anchas. Su
formación como miembro del engranaje de la administración imperial es
un factor que ayuda a explicar este hecho.
Ventidio derrotó a Q. Labieno, un romano renegado, en las Puertas
Cilicias y más tarde derrotó a Franipates, sátrapa de la recién conquista-
da Siria, matándolo en el encuentro del monte Amano en 39. Una última
batalla, la de Gindaro en 38, sirvió para eliminar momentáneamente la
amenaza parta. Por sus acciones, a Ventidio le fue votado un triunfo,
celebrado en noviembre de 384.
Por otro lado, la niña que habían tenido Octavia y Antonio era An-
tonia maior, que será prometida dos años más tarde, en Tarento, a L.
Domicio Ahenobarbo (cos. 16)5. El tema de Antonio philellen (Plut.
Ant 33,3-4) lo retoma de 23,2-3, mostrando en esta ocasión en el triunvi-
ro una inclinación hacia lo griego de carácter elegante y sin mayores ele-
mentos pretenciosos. La sobriedad que caracteriza este pasaje muestra
un violento contraste con la brillantez y la magnificencia de la Alejandría
de Ant. 28 y 29, capítulos que relatan lo acaecido durante el invierno de
4
Cf. D. Magie, Roman Rule in Asia Minor, Princeton U. P., 1950, págs. 432-436 y 1282-
1287 para más detalles sobre el tema. Para un análisis exhaustivo, con crítica de las fuentes
incluido, de la política ejercida por Marco Antonio en Oriente puede consultarse con pro-
vecho a G. Marasco, Aspetti della política di Marco Antonio in Oriente, Florencia, 1987.
5
Sobre el personaje, cf. (cap. 1, n. 70).

72
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

41-40, que pasaron juntos Cleopatra y Antonio en la capital del reino


Lágida. Esta diferencia dista mucho de ser inocente. A la tradición fi-
loaugustea encarnada por Plutarco le interesaba resaltar, con obvios fi-
nes propagandísticos, la mesura y tranquilidad de esta estancia ateniense
en contraposición al lujo desmedido, inmoral y en el otro extremo de las
buenas tradiciones romanas simbolizado por ese lugar de perversión y
envilecimiento que es la capital egipcia y el palacio real de Loquías. Esta
idea es una de las que más se repiten dentro de la tendencia de opinión
favorable a Octavio6.

2. El invierno ateniense de Marco Antonio y Octavia


No podía ser de otra manera. Ahora está en Atenas con Antonio su
reciente y bella esposa Octavia, casi en lo que podría llamarse «una luna
de miel de negocios». Acaban de contraer matrimonio y el triunviro se
encuentra todavía lejos de sentir por la reina egipcia lo que sentirá pos-
teriormente. Ahora es cuando Octavia debe dejar sentir sobre su ma-
rido su efecto apaciguador, «romanizador», si se quiere. Conviviendo
diariamente con el compendio de virtudes romanas que era su esposa,
es imposible concebir a un Antonio cruel, borracho o lascivo. Octavia
estaba en Atenas para que eso no sucediera. Su deber de esposa romana
radicaba en que «... como debe ser por naturaleza, le restaurara la armo-
nía y fuera su salvación completa», (Plut. Ant. 31,2).
Diversos factores explican la estancia de Antonio en Atenas du-
rante el invierno del bienio 39-38: una mujer serena y atractiva que, ade-
más, era la hermana de su compañero en el Triunvirato, el amor primeri-
zo que Antonio pudo sentir hacia ella, la tranquilidad de los cuarteles de
invierno, su amor por la civilización griega propia del hombre culto que
era. Todos estos hechos objetivos explican en gran parte la estancia inver-
nal de Antonio en la ciudad ateniense. Luego constituyeron la urdimbre
con la que la propaganda y la literatura, puestas en su mayoría de parte del
6
Véase Scott, PP, págs. 35ss., para unas interesantes observaciones los inviernos alejandri-
nos (41-40) y ateniense (39-38), respectivamente, protagonizados por Antonio.

73
Octavia contra Cleopatra

vencedor, distorsionaron los hechos con el objetivo de resaltar el efecto


tranquilizador de Octavia sobre la figura de su esposo. Todo ello hacía
que no pudiera concebirse de otra forma el invierno ateniense de Antonio7.
En este pasaje, no obstante, Plutarco prefiere todavía pasar casi de
puntillas por el hecho de la presencia de Octavia en la capital de la Héla-
de. El historiador, de forma deliberada, prefiere no sugerir que Antonio
estaba genuinamente atraído, quizá enamorado, de la hermana de Octa-
viano en estas primeras etapas de su matrimonio, por muy sugestiva que
fuera para el triunviro la mujer que estaba a su lado. Esto se explica, en
buena parte, porque el autor de Queronea no considera que ha llegado
ya el momento de desarrollar el conflicto interior que se producirá más
tarde en Marco Antonio, prefigurado antes en Ant. 31,28. De cara a su
discurso, Plutarco no cree que sea todavía el momento de presentarnos a
un Antonio torturado y embriagado por un amor fou.
En la Vida de Plutarco, Antonio parece haber estado enamorado de
una única mujer, y ésta es Cleopatra. Eso es ficción literaria. Al filoau-
gusteo Plutarco no le interesa precisar el hecho de que, al menos, al prin-
cipio de su matrimonio el triunviro pudo desarrollar unos sentimientos
parecidos por Octavia. Ése es uno de los motivos por los que presenta a
la hermana de Octaviano como una mujer hermosa y virtuosa: para que
el error que Antonio comete al enamorarse de la egipcia parezca más
irreparable en tanto que ha tenido a su lado a una mujer de virtudes tan
excelsas como Octavia, más honorable y bella que Cleopatra (Ant. 57,3),
y sólo la ha hecho sufrir con sus desprecios.
En esta época es cuando Antonio empieza a fomentar de manera más
clara su identificación con Dioniso, de la cual existe un cierto antecedente
en la entrada del triunviro en Éfeso en 41 (Plut., Ant. 24,3-4), entre otros
motivos con la intención de querer contrarrestar la incipiente asociación
que Octavio comenzaba a establecer con Apolo también en aquellos
momentos9. Sus verdaderas intenciones pronto fueron comunicadas a

7
Cf. Pelling, Antony, págs. 208ss.
8
Cf. Pelling, Antony pág. 45.
9
Véase para todo este tema a Zanker, API, págs. 71s. y mucho más en detalle los trabajos

74
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

las ciudades de Grecia (D. C. 48,39,2). En Atenas fue celebrado como


Qeo\j Neo\j Dio/nusoj (IG II, 2 1043, l. 22-23) y tanto él como Octa-
via fueron aclamados como Qeoi\/ Eu)ergetai/. Antonio mandó incluso
acuñar cistophoroi donde aparece representado como Dioniso, y donde
los tipos dionisíacos son decididamente convencionales10. Junto a todo
esto, Sócrates de Rodas proporciona detalles preciosos de la magnífica
puesta en escena dionisíaca de Antonio en Atenas (FGrH 192, fr. 2).
Plutarco debía conocer toda esta aparatosa puesta en escena, de in-
fluencia dionisíaca, que Antonio llevó a cabo en su invierno ateniense
al lado de Octavia. El historiador de Queronea estaba singularmente al
tanto de la historia griega. Pero tiene sus prioridades y sus objetivos.
Esto sucedía en Atenas y Octavia estaba allí participando de todas las ac-
tividades junto a su nuevo marido. A Plutarco, a diferencia por ejemplo
de Apiano, no le interesa contar esto. Durante este invierno, los hábitos
de Antonio son descritos como tremendamente simples y austeros. Se
quiere dar fuerza al rotundo contraste con la magnificencia alejandrina y
la maligna influencia de Cleopatra.
En Ant. 33-3-4 se indica que Antonio «ofició como gimnasiarco para
los atenienses». El oficial público encargado del gimnasio detentaba uno
de los cargos ciudadanos más importantes dentro de las ciudades del
mundo griego. El gimnasio es una institución que se encuentra en el
nervio motor de las poleis griegas desde la época helenística hasta la mis-
ma época del dominio romano11. En el gimnasio greco-romano existe

citados en el cap. 1, n. 79, especialmente desde el punto de vista numismático: D. Manns-


perger, ibíd., reimp. en ANRW 2,31,1, Berlín, 1974. De todas formas, existe la posibilidad
de que, a partir de estos momentos, Apolo y Dioniso no sean deidades tan antagónicas
como la inmensa mayoría de la literatura al uso asegura, sino que tengan de intercambia-
bles y complementarias mucho más de lo que se cree, especialmente en sus aplicaciones
a Antonio y a Octavio. Debo esta sugerencia al Dr. S. Schröder, Conservador Jefe del
Departamento de Escultura clásica del Museo del Prado.
10
RRC, II, pág. 743 n.º 4. Para las ovaciones a Antonio, en compañía de Octavia, como neos
Dionisos: W. W. Tarn, «Alexander Helios and the Golden Age», JRS 22 (1932), págs. 149s.
11
Cf. sobre el tema debe consultarse el libro ya clásico de J. Delorme, Le monde hellenis-
tique, 323-133 avant J.-C: événements et institutions, París, 1975 y alguna aportación más
reciente como, por ejemplo, la de M. B. Poliakoff, «ph/loma and kh/rwma: Refinement of
the Greco-Roman Gymnasium», ZPE 79 (1989), págs. 289-291.

75
Octavia contra Cleopatra

una evidente conexión con las disciplinas atléticas. Aparentemente, los


atenienses rebautizaron los Juegos Panateneos en honor de Antonio,
denominándolos Panathenaia Antonieia (si hemos de dar por segura la
lectura de IG II,2 1043, l. 22-23):

Pero el gimnasio era mucho más que un lugar para hacer ejercicios
deportivos: era la principal institución cultural de la ciudad, el lugar
donde los filósofos impartían sus lecciones, el ámbito donde el pueblo
era adoctrinado mediante ceremonias y despliegues de claro carácter
propagandístico y político, como lo demuestra la ceremonia de Antonio
en el gimnasio de Alejandría (Plut., Ant. 54,3s.). El lugar, en definitiva,
donde los gobernantes arengaban a la masa, aunque su poder sobre la
ciudad se hubiera concretado hacía cuestión de horas. Plutarco (Ant. 80)
nos describe una situación así, con motivo del discurso de Octaviano
ante los alejandrinos en el gimnasio de la ciudad.
El hecho de que Antonio presidiera, aunque fuera sólo de modo ho-
norífico, sobre esa institución de tan hondo significado para el mundo
griego puede ser explicada como una acción de propaganda pensada, por
el triunviro y su entorno, con el propósito de mover sensibilidades entre
sus súbditos y conseguir que su acción política en el otrora espacio vital
helenístico se desarrollara de forma más sencilla y eficaz para los inte-
reses de Roma. Ya que pese a la propaganda augustea posterior, Marco
Antonio era y seguiría siendo un romano, actuando en lo que considera-
ba era el interés de su patria.
Las «varas», de gimnasiarco, representadas a veces en algunos vasos
pintados, que llevaba Antonio en lugar de sus insignias de general, eran
atributos de este oficial y un recuerdo de la época en que este cargo ha-
bía sido un genuino oficial deportivo. Con ellas se pegaba a los jóvenes
remolones a la hora de ejercitarse.

76
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

Apiano (BC 5,76) ofrece un gran paralelismo con Plutarco (Ant.


33,3-4). Esto hace pensar que ambos autores beben de una fuente co-
mún. Sin embargo, hay interesantes diferencias en el énfasis prestado a
unos y otros motivos por ambos autores.
Como ya hemos subrayado, mientras Plutarco obvia casi por com-
pleto el papel que ejerce la hermana de Octaviano en Atenas, Apiano se
recrea en la presencia de ésta, y en el alejandrino casi toda la narración
de la estancia ateniense, hecha con gran lujo de detalles, descansa sobre
Octavia. En Apiano, Antonio acude a los festivales y a las lecciones de
los filósofos acompañado de su esposa, hacia la cual rezuma una amo-
rosa devoción, propia de un hombre que sentía una gran debilidad por
las mujeres. Apiano se ocupa también de precisar el hecho de que Anto-
nio «estaba muy enamorado», de Octavia. En Plutarco no encontramos
nada parecido.
Antonio aparece asimismo en Apiano cumpliendo con los deberes
propios de un gobernante romano analizando, por ejemplo, los infor-
mes de campaña12 con los miembros de su estado mayor. El modo de
vida de Antonio para Apiano, es prácticamente una repetición del que
mantuvo junto a Cleopatra en el invierno de 41 a 40 en Alejandría (Ap.,
BC 5,11). Plutarco, por su parte, no entra en estas diferencias de matiz.
Para él, lo sucedido en la capital egipcia un par de años antes es malo
por definición a diferencia del remanso de paz que supone este invierno
ateniense. Lejos de ser un recurso de la propaganda proaugustea, uno
de los rasgos más importantes del carácter de Antonio lo constituía una
gran identificación con todo lo que supusiera el mundo y las costumbres
de la civilización griega13. En Atenas, hacía lo mismo que en Alejandría,
sólo que en compañía de Octavia. Un detalle que Plutarco omite inte-
resadamente. No existe nada en el comportamiento de Antonio que se
salga del comportamiento más normal de los gobernantes romanos en
12
A buen seguro de la campaña contra los partos, cf. (n. 4).
13
Las ansias e ideales griegos, dionisíacos, orientalizantes en una palabra, del triunviro
Marco Antonio han sido analizados de forma especialmente brillante e incisiva por Jas-
per Griffin en su fundamental artículo «Augustan poetry and the life of luxury», JRS 66
(1976), págs. 87-105 e íd. (cap. 1, n. 79), págs. 17-26.

77
Octavia contra Cleopatra

Oriente. Ya antes, se habían comportado de manera similar personajes


como Flaminino, Sila, Pompeyo o César.
El amor o, al menos, la atracción que Antonio parece sentir en este
momento por su esposa son, sin duda, verdaderas. Teniendo siempre en
cuenta que el concepto de amor que manejamos para el mundo antiguo
no es en absoluto el que nosotros tenemos en la actualidad14. Y más en
el caso de una unión como ésta de tan marcado origen político. Octavia
contaba ahora con aproximadamente treinta años. Estaba en la flor de la
vida y observaba los cuidados de una matrona romana de la alta sociedad,
era una mujer inteligente y agraciada físicamente, y con seguridad corres-
pondía a los sentimientos de Antonio. Es muy probable que el triunviro
pasara durante ese invierno uno de los períodos más amables de su vida.
Apiano señala que sin embargo Antonio, al finalizar el invierno y
consciente de que el período de descanso había llegado a su fin, cambió
de nuevo su estilo de vida por el de un imperator romano. Puso guardias,
insignias y oficiales en torno a su casa y dio paso a una frenética activi-
dad de gobierno. Se concedió audiencia a embajadas y a contingentes
militares que estaban a la espera de recibir órdenes, se resolvieron juicios
y se puso a punto a la flota y al ejército para próximas campañas.
Como ya hemos explicado, gracias a Dión poseemos la información
de que Antonio expuso a todas las ciudades griegas su deseo de que lo
aclamaran como Dioniso. Según Dión Casio (48,39,2), Antonio adopta-
ría una denominación similar a la de Neos Dionisos y recabaría el consen-
so de todos sus súbditos helenos para que la gente lo aclamara como tal15.
Es difícil determinar si los atenienses percibieron esta acción bien
como el capricho de su gobernante, bien como una acción política de
clara dimensión propagandística, al objeto de buscar una identificación
plena con el dios del placer y la sensualidad, subyaciendo un proyecto
de gobierno para el Oriente. Lo cierto es que parece emerger de Dión la
circunstancia de un casamiento divino entre Antonio-Dioniso y Atenea,

14
Sobre la noción de amor en Roma, vd. P. Grimal, L’amour a Rome, Les Belles Lettres,
París, 1988.
15
Vd. Syme, RR, pág. 346, para unas consideraciones interesantes al respecto.

78
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

la diosa de la ciudad. La noticia parece tener muchos visos de verosimili-


tud. Lo llamativo es el hecho de que sólo sea Dión quien proporcione el
dato. Quizá este autor esté manejando una fuente distinta a la que Plu-
tarco y Apiano han manejado o un autor desconocido para ellos. Esta
misma fuente es, con seguridad, la que proporciona la cifra de un millón
de dracmas áticas –cuatro millones de sestercios–, que Antonio pidió a
los ciudadanos de Atenas en concepto de dote. Se trata de una cantidad
astronómica que, caso de ser cierto el dato, sería una demanda que no
haría felices en absoluto a los atenienses.
Habría que ver, asimismo, si este casamiento del triunviro con la di-
vinidad tendría quizá alguna relación con el ritual ateniense de la hiero-
gamia. Ya que, como se sabe, en Atenas una vez al año el arconte basileus
efectuaba una ceremonia parecida a la efectuada por Antonio.16
En la primavera de 37 Antonio se presenta a las puertas de Brindisi,
acompañado de Octavia y de una grandísima flota de trescientos barcos
(Plut., Ant. 35,1). La ciudad costera se negó a franquearle las puertas de
sus murallas por tercera vez en tres años. Antonio había decidido regre-
sar a Italia de nuevo impulsado por los acuerdos que casi dos años antes
habían negociado Octavio y Sexto Pompeyo.
En cualquier caso, el tratado de Miseno del 39 era un pacto frágil.
Probablemente el pacto de menor entidad de los cuatro que se constru-
yeron durante la historia del Triunvirato. Paradójicamente, podríamos
decir que el único que salía beneficiado tras Miseno era Antonio, que en
ese momento se encontraba en espléndidas relaciones tanto con Octavio
como con Sexto. Quizá debería haber trabajado para preservarlas. El
problema era que se encontraba en sus provincias del Este, muy lejos del
centro de los acontecimientos.
Muy poco después de Miseno empezaron las divergencias entre Oc-
tavio y Sexto.
Octaviano se divorció de Escribonia, con la que había contraído matri-
monio en 40, muchos años mayor que él y de difícil carácter (Suet., Aug.
16
/ oj, RE, suppl. VI (1935), cols. 107-113 y L. Deubner, Atische
Cf. A. Klinz, Iero\j gam
Feste, Hildesheim, reimp., 1966.

79
Octavia contra Cleopatra

62,2), para contraer rápidamente matrimonio con la joven y bella Livia


Drusila. Y así, mientras Antonio se demoraba en ceder el Peloponeso a Sex-
to, una de las cláusulas del tratado (Ap., BC 5,72), durante el invierno de
39-38 Menodoro abandonó a Pompeyo y desertó al bando de Octaviano,
dándole a éste el control de Cerdeña y Córcega, tres legiones y sesenta bar-
cos (Ap., BC 5,78; D. C. 48,45,5-6)17. A todo esto siguió un conflicto arma-
do en el que Sexto tomó la iniciativa ganando sendas batallas navales cerca
de la costa de Cumas y en el estrecho de Mesina durante la primavera de 38.

3. El reencuentro de ambos líderes. Tarento


Antonio observaba con deleite cómo Octavio y Sexto se debilitaban
mutuamente. Pero, en cualquier momento, uno de los dos podía ganar y
la perspectiva de un único amo en la parte occidental era preocupante. A
comienzos de 38, Antonio ya había acudido a Brindisi para parlamentar.
Octavio no apareció, con el consiguiente enfado de su colega. Sin embar-
go, después de las derrotas sufridas en primavera, Octavio envió a Mece-
nas ante Antonio en busca de apoyos. Antonio se avino a prestar ayuda
(Ap. BC 5,92), pero sin duda con la condición de que ambos hombres se
vieran las caras. Las relaciones entre ambos eran muy tensas cuando se
encontraron en Tarento.
Apiano (5,93-95), proporciona una visión diferente de la que da Plu-
tarco y sugiere que los trescientos barcos de Antonio eran para ayudar
a Octavio en su conflicto contra Sexto (5,93). La versión de Plutarco es
más hostil, así como la de Dión (48,54,1).
El poeta Q. Horacio Flaco describe en sus Sátiras (1,5), su viaje a Brin-
disi en este momento en que los dueños del mundo se reunieron en Ta-
rento. Le acompañaban Virgilio, Cilnio Mecenas, el dramaturgo y poeta
L. Vario Rufo y algunos otros, como el liberto de Mecenas, Sarmento18
(Plut., Ant. 59,4) o A. Terencio Varrón Murena, (cos. 23) y famoso por

17
F. Senatore, (cap. 1, n. 73), págs. 132 s.
18
Sobre el personaje, cf. A. Stein, Sarmentus, RE 3,2 (1921), col. 25 y S. Treggiari, Roman
Freedmen during the Late Republic, Oxford, 1969, págs. 271-272.

80
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

la conspiración que lleva su nombre19. También menciona el poeta al di-


plomático C. Fonteyo Capitón (cos. suff. 33; MRR,II,p. 414), que estuvo
presente en la conferencia de Tarento como negociador por el bando an-
toniano (Hor., Sat 1,5,32s.)20. Este viaje de Horacio y Mecenas debería ser
conectado, con toda probabilidad, con la conferencia tarentina o con sus
preparativos. En este caso, viajarían a Brindisi, ya que todavía no se cono-
cía la renuencia de la ciudad a dejar entrar a Antonio. Pero igualmente el
viaje de Horacio podría ser situado un año antes, en 38, cuando Octavio y
Antonio debían encontrarse en Brindisi21.
Nuestro pasaje comienza cuando Antonio envía a su mujer a buscar
a su hermano y colega de triunvirato, puesto que ya se habían agotado
su paciencia y la diplomacia de Mecenas. Esto acontece en la primavera
de 37 y las negociaciones del tratado se extienden a lo largo de gran parte
del verano. La firma del tratado suele colocarse generalmente en sep-
tiembre u octubre. Las fechas de fines de julio o agosto son preferibles22.
La historiografía antigua ha otorgado a Octavia el crédito de haber
sido la artífice del tratado de Tarento. Así sucede en Apiano (5,93-95) y
en Dión (48,54,3). Pero en ninguno el papel de la hermana de Octavio es
tan importante como en Plutarco. Puede ser que el historiador de Que-
ronea haya mejorado el papel que Octavia posee en el episodio, pero
creemos que no mucho más de lo que en realidad debió de ocurrir23. De
hecho, la función más clara de Octavia en Tarento es la de actuar como
arbiter entre su hermano y su esposo.
Debe haber un error en 35,2 cuando Plutarco señala que Octavia «ya
le había dado a Antonio dos hijas». En 33,4 hemos asistido al nacimiento
de Antonia maior y sabemos que la segunda de las hijas de Octavia y el
triunviro fue Antonia minor, nacida el 31 de enero de 36. Por lo tanto, en

19
La nómina la proporciona Syme, RR, pág. 289.
20
Sobre este elegante personaje: F. Münzer, Fonteius, RE 12 (1909), Nr. 20, col. 2847.
21
Cf. N. Rudd, The Satires of Horace, Cambridge, 1966, págs. 280-281.
22
Pelling, Antony, pág. 214.
23
Véase al respecto la opinión de Syme, RR, pág. 289, n. 53. Por su parte E. Gabba (cap.
1, n. 42), 1956, pág. 203, n. 3, matiza bastante la opinión de Syme a favor de la propia ini-
ciativa de Octavia.

81
Octavia contra Cleopatra

la primavera de 37, Octavia estaría todavía embarazada de esta segunda


hija, que todavía no había venido al mundo. A no ser que, cosa que desco-
nocemos, hubiera otra hija y que esta hubiera muerto durante la infancia.
Octaviano marchaba hacia Tarento desde el Oeste, y Agripa y Me-
cenas probablemente lo acompañaban. Cuando Octavia se encontró con
su hermano, es posible que ella les pidiese que estuvieran presentes. Si
aceptamos que Mecenas había viajado antes a Brindisi con Horacio, se-
guro que tuvo que volver sobre sus pasos para encontrarse con Octavia-
no y su comitiva, en la que se hallaba el diplomático L. Coceyo Nerva,
presente ya en Brindisi tres años antes.
La palabra que traducimos por ‘lamentos’, potniwme/nh, es un vo-
cablo de fuerte contenido en griego tardío, usado especialmente por
Plutarco en contextos dramáticos o dotados de fuerte carga emocional.
Utilizado en particular por mujeres preocupadas con desesperación por
los hombres que aman. Sin embargo, el discurso de Octavia en nuestro
autor es un alegato apasionado que también posee grandes dosis de dig-
nidad y control, empleando un tono muy similar al de Ant. 54,2.
La frase «ahora... todos los ojos estaban puestos en ella como mujer
de un general y hermana de otro», (Ant. 35), nos remite al episodio del
rapto de las sabinas y a sus positivas consecuencias como medradoras
dentro del sistema social en el que se encontraban. No debemos per-
der de vista que, al componer este pasaje, el historiador beocio hace uso
de algunos clichés mentales de la literatura y la analística. Entre llos, el
de la mulier o femina como personaje interpuesto entre los dos bandos
emparentados gracias a ella. Este asunto se remonta, como acabamos de
apuntar, al episodio de las sabinas que se constituyen como mediadoras
entre la Roma de Rómulo y los sabinos de Tito Tacio, reconciliados gra-
cias a las raptadas que son mujeres de los primeros e hijas y hermanas de
los segundos. Los romanos prometieron a las sabinas que a las mujeres
raptadas, convertidas en esposas y madres de sus hijos, les serían conce-
didos una serie de privilegios: no estarían obligadas a hacer otro trabajo
que la elaboración de la lana o lanificium, en su presencia nadie podría
pronunciar palabras indecentes, etc.

82
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

El estilo del pasaje está equilibrado de forma cuidadosa, en una gran


sintonía con la gravedad de una Porcia (Brut., 13,7-10), o de una Vo-
lumnia (Cor., 35) o incluso de Chilonis (Ag.-Cl. 17). Por último, Octa-
via nos recuerda también a algunas mujeres sofocleas, como Tecmessa
o Deyanira, quienes se lamentan del destino al que se ven abocadas por
culpa de sus orgullosos y desconsiderados hombres. De hecho, las pala-
bras de Octavia sirvieron para que Octavio accediera a encontrarse con
Antonio en el río Taras, al oeste de la ciudad de Tarento. Los ejércitos
de ambos acamparon a orillas del río y de allí los dos hombres fueron
juntos hasta la ciudad tarentina.
En lo referente a los actos de bienvenida, Apiano (BC 5,94) seña-
la, a diferencia de nuestro pasaje plutarqueo, que Octaviano agasajó en
primer lugar a Antonio. Acerca de las dos legiones que César entrega
a Antonio para la guerra parta, Apiano consigna en su lugar veinte mil
infantes (5,95); y habla de ciento veinte barcos de Antonio a Octavio
–ibíd.– en vez de las «cien galeras de bronce», de las que habla Plutarco24.
Los barcos a los que nuestro autor hace mención son unas embarcacio-
nes rápidas de tres bancos de remos, a menudo usados por los piratas
mediterráneos25. En cualquier caso, las tropas intercambiadas por ambos
generales son, sin duda, tropas de élite.
Antonio tenía mucho más interés que Octaviano en efectuar este in-
tercambio de efectivos militares, como Apiano deja entrever. El triunvi-
ro de mayor edad necesitaba ahora, de manera más perentoria, soldados
que barcos y sin duda se alegró de transferir a Octavio el tremendo gasto
de manutención de la tripulación de la flota. El hecho fue que Antonio
renunció a los navíos y se los cedió a Octaviano en aquel momento. Éste
prometió a su colega los soldados pero Antonio nunca los recibió.
Siempre más interesado en el perfil psicológico de sus personajes,
Plutarco omite detalles importantes del pacto de Tarento. El Triunvirato

24
Sobre ambos particulares puede consultarse: P. A. Brunt, Italian Manpower, Oxford,
1971, pág. 502 y L. Casson, Ships and seamanship in the Ancient World, Princeton, 1971,
pág. 85.
25
Casson, (n. 24), pág. 132.

83
Octavia contra Cleopatra

fue renovado por otros cinco años, ya que formalmente había expirado
a finales de 38, dejando a los triunviros en una posición constitucional
peligrosamente difusa. A Sexto Pompeyo se le despojó de su sacerdocio
y de su consulado y se planearon algunos matrimonios dinásticos (D.
C. 48,54,4), de uno de los cuales, el fallido, hablaremos dentro de poco.
El otro compromiso, del que ya hemos hablado, sí se llevó a cabo. Fue
el que se efectuó entre Antonia la mayor y L. Domicio Ahenobarbo, el
abuelo del emperador Nerón26.
Tras el tratado, como apunta Plutarco, Antonio puso a su esposa y
los niños al cuidado del hermano de ésta. En concreto, el verbo que usa
el historiador de Queronea es parakataqh/kh. En realidad, este térmi-
no remite a la figura jurídica implícita de un depósito. Pero el depositum
del derecho romano comprende cosas y no personas. Por tanto, es lógico
pensar que en esta ocasión se trata de una entrega para su tutela a Octa-
vio, o sea, habría que pensar aquí en la tutela mulieris27.
Dión (48,54,5) dice que, desde Corcira, la actual Corfú, el triunviro
envió a Octavia de vuelta a Italia a fines de verano de 37, con el argu-
mento de que era peligroso para ella compartir los rigores de la campaña
parta. Es un buen argumento. En estas fechas, Octavia se hallaba en avan-
zado estado de gestación de Antonia la menor. Los hijos de Antonio «te-
nidos con Fulvia», (Ant. 35,4), que Plutarco menciona, son M. Antonio
Antilo y Julo Antonio. Al primero de ellos se le prometió, con ocasión
de los acuerdos matrimoniales de Tarento de los que habla Dión (48,54,4
y Suet., Aug. 63), con Julia, la hija primogénita de Octaviano, en un ma-
trimonio nunca realizado. Por su parte, a Julo Antonio (cos. 10) se le rela-
cionó muchos años después, en el año 2, con la misma mujer, de manera
poco afortunada (D. C. 55,10,15; Tác., Ann. 1,10 y 4,44; Vell. 2,100,4)28.
Octavia continuó cuidando, durante muchos años, de sus hijos y de
los hijos que su marido había concebido con Fulvia (Plut., Ant. 54,2;
26
Vd. n. 5.
27
Vd. M. J. García Garrido, Derecho privado romano, Madrid, 1988, n.º de parágrafo 212
y 215.
28
R. Syme, «The Crisis of 2 B. C.», Bayerische Akademie der Wissenschaften. Philoso-
phisch-Historische Klasse Sitz. Jahrgang 7 (1974), págs. 3-34.

84
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

57,3 y 87,1)29. Mientras, Antonio partía hacia Siria en el otoño de 37,


aunque dejó atrás en el Oeste un número tan enorme de efectivos, que
no pudo acabar la guerra parta hasta el año siguiente.
El intercambio de regalos producido en Tarento recuerda, en mu-
chos aspectos, a una dote matrimonial30. Aunque podría objetarse lo
difícil del hecho de que una dote sea cronológicamente tan tardía, ya que
el matrimonio entre Antonio y Octavia se había producido tres años an-
tes. Pero, aunque la dote se conviniera en Roma en el momento del ma-
trimonio, el intercambio de presentes pudo efectuarse ahora. La dote es
aquello que la mujer entrega al marido en el momento de los esponsales,
mientras que las arras son entregadas por el marido a la mujer. Podemos
ver una clara alusión al papel diplomático y mediador de Octavia, pero
vale la pena igualmente hacer mención al papel jurídico de la dote.
Independientemente de los acuerdos de soldados y barcos que se
intercambian entre ambos triunviros, Plutarco señala que «Octavia...
obtenía veinte naves ligeras de su marido para su hermano, y mil solda-
dos de su hermano para su marido», (Ant. 35,4-5). Apiano también pro-
porciona esta información (BC 5,95), variando en el número de barcos y
puntualizando que los soldados eran infantes de élite.
Este es un dato de gran importancia para entender cuál fue el papel
exacto jugado por la hermana de Octavio en esta coyuntura particular
del tratado de Tarento. Si leemos entre líneas al historiador de Queronea
vemos cómo Octavia, por el mero hecho de ser mujer en una sociedad
como la romana, no tenía capacidad para recibir ningún tipo de obsequio
o regalo en asuntos de pactos o tratados políticos. Sería conveniente re-
cordar, con relación a esto, que Cleopatra VII era reina y diosa viviente
mientras que Octavia no era ninguna de las dos cosas. Pero sin Octavia,
Tarento no hubiera sido posible y el siguiente paso hubiera sido proba-
blemente una vuelta de tuerca más en el distanciamiento latente entre los
dos gobernantes de la República romana.

29
Sobre este aspecto de la personalidad de Octavia, puede verse: G. Clark, «Roman Wom-
en», en I. McAuslan, P. Walcot (eds.), Women in Antiquity, Oxford U. P., 1996, pág. 48.
30
Sobre el tema del matrimonio, cf. (cap. 1, n. 11).

85
Octavia contra Cleopatra

El relato que nos ofrece Apiano de lo sucedido en Tarento es muy


similar al que nos da Plutarco. Y, sin embargo, entre ambos se obser-
van diferencias importantes. Ya hemos mencionado más arriba que la
impresionante flota con la que Antonio aparece ante el puerto de Brin-
disi tenía, como principal función, ayudar a Octavio en su lucha contra
Sexto. Y también la circunstancia de que la versión plutarquea es más
hostil a Antonio, como casi siempre ocurre, que la versión de Apiano.
Por ello, este último no menciona, como si lo hace Plutarco (Ant. 35,1),
las sospechas que contra la escuadra antoniana sienten los habitantes de
Brindisi y la negativa de éstos a dejarles entrar en su puerto. En Apiano,
el encuentro de Tarento es una reunión con menos carga de tensión que
en Plutarco. Si leemos atentamente al historiador greco-egipcio, da la
impresión de que todo estaba planeado para que Tarento tuviera lugar y
para que todos los problemas se solucionaran allí de manera pacífica31.
No obstante, en ambos se intuye que la atmósfera precedente a Tarento
se encontraba enrarecida.
Lo interesante de Apiano es lo que éste nos narra en 5,94. Se trata de
las circunstancias en que Antonio y Octaviano se encuentran antes de
marchar juntos a la ciudad de Tarento. Una historia que Plutarco pasa
por alto. Ambos hombres coincidieron en su llegada al río Taras, a mitad
de camino entre las ciudades de Metaponto y Tarento. Con sus legiones
en las orillas, los triunviros se encontraron en mitad del río en sendos
botes y hablaron sobre dónde se reunirían. La opinión de Octaviano
prevalecería finalmente, ya que deseaba ir a Tarento con el fin de visitar
a su hermana Octavia. La protagonista de nuestro trabajo es recono-
cida también por Apiano como la mediadora entre ambos generales y
como la presencia apaciguadora y diplomática que hace posible el trata-
do. Pero falta en Apiano la soberbia intervención de Octavia en todo el
asunto, que está presente en Plutarco y que se ejemplifica en este autor,
por ejemplo, en el emocionado parlamento que la mujer pronuncia en
presencia de su hermano (Ant. 35,1-4). En Apiano (5,94), asimismo se

31
Cf. E. Gabba (cap. 1, n. 37), com. ad loc.

86
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

dice que Octaviano agasajó primero a Antonio y este ofreció el segundo


banquete. En Plutarco la secuencia es al revés.
Ya hemos señalado en alguna otra ocasión que Plutarco es un autor
empeñado en la caracterización psicológica de sus personajes. Estos son
un conjunto de seres humanos cuyas acciones están siempre dotadas de
una importante carga de dignidad y trascendencia innatas. Los seres hu-
manos en Plutarco, casi siempre grandes líderes y personajes que han
hecho historia, nunca realizan las acciones normales que los otros indi-
viduos realizan diariamente. Por eso Plutarco prefiere omitir el hecho de
cómo se encuentran en el río Antonio y Octaviano.
La idea de ver montados en unos barquichuelos a los dos amos del
mundo y la misma rapidez de éstos en ver quién alcanza al otro más rá-
pidamente es un detalle cariñosamente humano que en Apiano se agra-
dece. En Plutarco, en cambio, es impensable que aparezca ya que se trata
de un detalle grotesco y frívolo, poco digno e impropio en definitiva de
dos personajes de la importancia de ambos hombres, nada más y nada
menos que los triunviros que gobiernan Roma y su imperio.
También aparece en Apiano la circunstancia del intercambio de re-
galos, aunque ya hemos visto en el texto anterior que sus cifras son di-
ferentes a las que proporciona Plutarco. Por Apiano sabemos, por ejem-
plo, que las tropas de guardia personal con las que Octaviano obsequia a
su hermana son soldados de élite (5,95). Pero sobre la discrepancia en las
distintas cifras que dan ambos autores, Apiano añade detalles circuns-
tanciales como las características de los barcos (fesoles)32, que Antonio
regaló a Octaviano y, por tanto, es probable que sus números se apro-
ximen más a las verdaderas cifras. El número de ciento veinte barcos en
Apiano es especialmente plausible, ya que sesenta barcos era el número
regular con el que se solía dotar a un escuadrón.
En su fundamental obra The Roman Revolution, Ronald Syme abo-
ga por la idea de que el papel de Octavia en este episodio fue embellecido
a posteriori por la tradición áulica proaugustea. Autores más recientes

32
Cf. (n. 24).

87
Octavia contra Cleopatra

como E. Gabba, sin embargo, discrepan del modo de ver de Syme y


proponen que el papel de Octavia en Tarento es el de aconsejar a su her-
mano en todo momento para que no cometa errores33. Estamos más de
acuerdo con la opinión de Gabba sobre este asunto. No vemos la necesi-
dad de tener que embellecer el papel de la hermana de Octaviano, como
Syme pretende, ni ahora ni en la otra ocasión donde este autor apunta
que sucede algo similar, esto es, en la situación creada en 3534. Creemos
que la inteligencia y la ecuanimidad de Octavia fueron lo suficientemen-
te apreciadas por sus contemporáneos como para no necesitar de ayuda
superflua de ningún tipo. Es obvio que el retrato generalizado que toda
la historiografía antigua del período nos ofrece sobre la hermana del fu-
turo Augusto es «blanco», y de una sola pieza35, en gran parte como
contraste frente a la reina egipcia. Pero también está fuera de duda que
un análisis crítico de las fuentes, como el que venimos haciendo aquí,
demuestra que ese retrato tiene bastante que ver con la realidad objetiva
hasta donde nos es posible acercarnos. Este hecho hace que el papel de
Octavia, como matrona con influencias a lo largo de todo el período que
estudiamos, no necesite de mayores realces.
Sin duda, el argumento decisivo a favor de la intermediación media-
dora y apaciguadora de Octavia en Tarento radica, a nuestro juicio, en
que tanto Plutarco como Apiano coinciden en su acción irenista. El pro-
blema, naturalmente, es determinar el grado de influencia de esta mujer
en dicha circunstancia. Influencia que, según creemos haber dejado claro
con nuestro análisis, fue sin duda decisiva.

33
Cf. (n. 23). Para una opinion similar a la de Gabba, cf. D. E. E. Kleiner, «Politics and
Gender in the pictorial propaganda of Antony and Octavian», Echos du Monde Classique
36, (1992), págs. 357 y 363 y R. A. Fischer (cap. 1, n. 61), págs. 93s. Por contra, sigue a
Syme, M. W. Singer, «Octavia’s Mediation at Tarentum», Classical Journal 43 (1947), págs.
172-177 y ambos a su vez a M. A. Levi, Ottaviano Capoparte II, Florencia, 1933, pág. 71.
34
Syme, RR, pág. 336, n. 27.
35
El adjetivo blanco se emplea aquí en el sentido shakesperiano para indicar un alma
inocente y pura. En concreto, en Macbeth 2,ii,63-64, cuando Lady Macbeht declara: My
hands are of your colour; but I shame to wear a heart so white («Mis manos son de tu color;
pero me avergüenzo de llevar un corazón tan blanco» ). De ahí, por supuesto, el título del
libro de Javier Marías.

88
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

La historiografía antigua, sea de la tendencia que sea, no transmite


ninguna acción o hecho, de connotaciones negativas, protagonizado por
Octavia a lo largo de toda su vida. ¿Por qué pretender adornar, más de
lo que realmente aconteció, el papel de una mujer que, aparentemente,
nunca tuvo un traspiés durante toda su existencia, en esta precisa coyun-
tura? Nosotros no vemos la más mínima razón para creer que se hubiera
hecho así.
Octavia, con su sola presencia y su función como pivote de intercam-
bio de regalos entre ambos triunviros, y como símbolo de un deseo de
mantenimiento del statu quo, es quien rubrica el importantísimo tratado
de Tarento, resultado del equilibrio de fuerzas y auténtico respiro en la
tensión mantenida entre Antonio y Octavio. La hermana del joven Cé-
sar se erige como garante de este pacto. Es muy posible que ninguno de
los dos gobernantes deseara en ese momento enfrentarse a la perspectiva
de una guerra civil. Pero se hubiera producido un grave empeoramiento
de la situación de tensión latente entre ambos, si Octavia no hubiera es-
tado en Tarento presta a salvar, como lo hizo, la reputación y el orgullo
de ambos con exquisitas dotes diplomáticas.
Hastiados como estaban todos los romanos ilustres de fines de la Re-
pública de ver la gran cantidad de guerras civiles que habían desgarrado
Roma en los últimos cien años, es posible pensar que, al menos hasta el
bienio 35-34, había sido posible una reconciliación entre ambos líderes.
Hasta esta fecha no se produce un proceso de ruptura irreversible en
el desarrollo político del Triunvirato. Como comprobaremos, el joven
César es el primer interesado, en un determinado momento, en fomen-
tar esa ruptura viéndose beneficiado por el estrambótico despliegue que
Antonio realizaba por entonces en Alejandría.
Octavia continuó siendo en Brindisi la clave de bóveda dispuesta por
los dos triunviros en el sistema de equilibrios vigente desde Bolonia.
Tras la anécdota que supuso Miseno, Octavia en Tarento supone el últi-
mo madero al que se aferran tanto Antonio como Octaviano para reno-
var el «espíritu», de Bolonia y de Brindisi. Se podría admitir que, en lo
que sucede dos años más tarde, el frío cerebro político de Octaviano y su

89
Octavia contra Cleopatra

deseo de provocación aparecen ya más claramente. Pero, desde nuestro


punto de vista es una verdad insoslayable que, en Tarento, con su pre-
sencia mediadora, Octavia favoreció considerablemente el pacto de no
agresión e incluso la colaboración entre ambos triunviros.
Dión (48,54,3-5) se hace eco igualmente de la mediación de Octa-
via en Tarento aunque, como en Apiano, sin la ampulosidad propia de
Plutarco. Dión es el único de los tres autores que hemos analizado que
consigna el dato de los matrimonios que se arreglaron en Tarento, in-
dicando además el detalle de las identidades de los interesados en estas
uniones dinásticas.
Precisamente, Dión se equivoca en un dato que proporciona sobre
el planeado esposo de una de las contrayentes. El Domicio «asesino de
César y uno de los proscritos para morir», se trata en realidad de Cn.
Domicio Ahenobarbo (cos. 32; MRR,II,p. 417), bisabuelo de Nerón que
fue gran almirante de las fuerzas republicanas y que estuvo relacionado
con las operaciones que rodearon a la batalla de Filipos en 42, ya que fue
lugarteniente de Bruto y Casio36. Este individuo no figura en ninguna
fuente entre la nómina de los cesaricidas aunque es cierto que estuvo
incluido en las listas de proscritos de los años 43-42. En 40 se reconci-
lió con Antonio gracias a la influencia de Asinio Polión. Quizá el dato
erróneo que proporciona el pasaje haciendo de Cn. Domicio uno de los
asesinos de César está puesto, con toda la intención del mundo, por el
filoaugusteo Dión para mayor gloria del hijo adoptivo de César, con el
objetivo propagandístico de hacer ver en qué individuos ponía su lealtad
Antonio. Se pretende hacer extensivo a Antonio, aunque sea por la vía
de la mentira y usando a miembros de su facción como excusa, el opro-
bio que habían contraído los asesinos de Julio César. Nosotros podemos
hacer notar el error de Dión, pero no podemos valorar su grado de in-
tencionalidad. Así era como funcionaba la propaganda augustea.
Pero Dión acumula error tras error ya que el Cn. Domicio cónsul

36
Sobre el personaje, vd. Ap., BC 4 86,99,100,108,115,117 y 5 2,15,26,50,53,55-56,61,62-
63,65,73,137. D. C. 48,7,5; 16,2; 29,2; 49,41,4; 50,2,2s. ; 50,13,6. Asimismo, consúltese F.
Münzer, Domitius, RE 9 (1903), Nr. 23, cols. 1328-1331.

90
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

en 32 no es el prometido de Antonia maior, sino su hijo L. Domicio


Ahenobarbo37, que estuvo a la cabeza de los grandes ejércitos del Norte,
del Ilírico a Germania, un hombre carente de ambiciones políticas y que
sería el abuelo del futuro emperador Nerón.
Dión se descuelga con dos errores de bulto en unas pocas líneas y en
un asunto de vital importancia. Un buen ejemplo que nos recuerda que, a
pesar de su aparente frialdad, exactitud y asepsia en su labor como histo-
riador, Dión Casio maneja fuentes proaugusteas que reflejan una mani-
fiesta debilidad en favor del heredero de César. La proclividad filoaugus-
tea de los materiales que usa, amén de una admiración no disimulada por
Augusto, aflora en el bitinio en este tipo de detalles. Sería bueno recordar
en este momento que Dión fue un importante funcionario imperial que
había recorrido todos los puestos posibles del cursus honorum hasta ser
cónsul por dos veces (205-6 y 229 d. C.). O dicho en otras palabras, un
directo beneficiario del sistema que Augusto creó a la vuelta de Accio38.

4. Octavia y Antonio se distancian. Octavia en Atenas


El año 35 en Plutarco (Ant. 53) es el momento crítico que preludia
el conflicto posterior. Se le puede criticar al historiador el hecho de que
parece estar preparando la ruptura desde mucho antes de que ésta se
produzca, pero lo cierto es que el bienio que conforman los años 35-34
es un período complejo en el que se rompen muchos vínculos que hu-
bieran podido ayudar a una resolución más o menos pacífica de la lucha
por el poder entre Antonio y Octaviano.
Octavia se presentó en Atenas y Antonio tuvo que elegir. El triunviro
no pudo resistirse al influjo de Cleopatra y Octavia volvió a Roma (Ant.
54,1). La guerra se presagiaba ahora como segura. Hay mucho de ficción
por parte de Plutarco en este pasaje. Es probable que Cleopatra no se en-
contrara con Antonio cuando Octavia llegó a Atenas y, por otro lado, la

37
Cf. ( n. 5).
38
Sobre Dión Casio, su figura y su obra el estudio clásico es el de Sir Fergus Millar: A
Study of Cassius Dio, Oxford U. P, 1964.

91
Octavia contra Cleopatra

descripción de las astucias de la reina egipcia es, casi con toda seguridad,
fruto de la parcialidad plutarquea. Tampoco está nada claro que Antonio
quisiera llegar en este momento a una ruptura definitiva con Octavio.
Antonio, por otra parte, se encontraba inmerso en la campaña contra
los partos y difícilmente Octavia podía acompañarle en tan dura tarea.
Esa puede ser la razón por la que Antonio le pidió que se volviera a Roma
(Ant. 53,1). Es cierto que un año antes el triunviro ya había advertido, de
manera singular, acerca de su relación con Cleopatra (Ant 36,3) con mo-
tivo de la reorganización territorial del Este en 36. Pero esto no debe ser
interpretado como una ruptura decisiva, ya que en ese caso Octavia no
habría querido reunirse con él en Atenas un año después de este hecho.
Plutarco, sin embargo, no va del todo desencaminado. No estamos
seguro de por qué Antonio actuó con tal falta de tacto, pero lo cierto es
que Octaviano no desaprovechó la magnífica oportunidad que le ofre-
cía el rudo comportamiento que Antonio había tenido con su hermana
en 35. A fines de ese año, la propaganda favorable a Octavio ya estaba
sacando partido del hecho. Es probable que éste fuera, en efecto, un año
decisivo. Pero lo fue desde el punto de vista de las decisiones de Octavio,
no de las de Antonio.
En su vita Antonii (53), Plutarco despeja todas las dudas. La sugeren-
cia de ir al Este para encontrarse con su marido partió de la misma Oc-
tavia. Lo importante es, además, que el historiador deja traslucir que las
motivaciones de ésta para hacer el viaje son absolutamente honestas, a
diferencia de las de su hermano. La tradición es aquí claramente desfavo-
rable a Octaviano. Plutarco pudo haberla tomado de una tradición oral
o bien de fuentes menos lisonjeras hacia el futuro Augusto, como Polión
o Q. Delio39. El hecho es que nuestro autor la acepta y reintroduce al
heredero de César en su narración retratándole de forma clara como un
hombre astuto y calculador40.

39
Sobre Polión cf. (cap. 1, n. 58). Acerca del historiador y diplomático Delio, vd. G.
Wissowa, Dellius, RE 8 (1901), cols. 2447-2448. También Syme, RR, págs. 276, 336 y 606
y Pelling, Antony, pág. 185.
40
Véase Scott, PP, pág. 36.

92
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

Octavia pudo permanecer un tiempo en la capital de la Hélade con la


esperanza de que Antonio se le uniera. Esta eventualidad es algo que no
podemos desdeñar. Es posible incluso que se vieran en algún momento.
Acerca de los dos mil infantes con impedimenta equiparable a los pre-
torianos, el hermano de Octavia había prometido veinte mil en Tarento
(Ap., BC 5,95). Lo cierto es que jamás envió a Antonio los restantes.
Si el triunviro más veterano aceptaba lo que su esposa traía consigo se
entendería que estaba perdonando a Octaviano el compromiso de cum-
plir con un acuerdo solemne en los términos establecidos. Si rehusaba
se interpretaría como un insulto a Octavia y, por extensión, a todas las
buenas virtudes romanas que ella representaba. Antonio estaba falto de
efectivos para su campaña en el Este, y aceptó.
Sobre las argucias de Cleopatra para mantener a Antonio a su lado
existe un claro precedente. Plutarco describió, en un ensayo anterior a su
Vida de Antonio, la relación que se establece entre Antonio y Cleopatra
tal y como ahora viene expuesta en nuestro pasaje.
En este pasaje Plutarco subraya los pretendidos sufrimientos psíqui-
cos, más que físicos, de la reina egipcia. Cleopatra es vista con inusual
simpatía (53,5 ss). Se entiende el terrible dilema de Antonio, pero tam-
bién el miedo de Cleopatra ante la estancia oriental de Octavia. Los adu-
ladores de la reina encuentran complicado persuadir a Antonio de que
vuelva con ella, ya que éste no confía en su consejo. Hasta el momento,
Plutarco había contado poco de los sentimientos que Cleopatra sentía
por Antonio. Primero se la había definido como su ko/lac, pero es sor-
prendente pensar que las muestras de pasión de las que hace gala la reina
en este pasaje sean una mera impostura. Esto no hace más que acentuar
el contraste con Octavia ya que, en este momento, las habilidades de
Cleopatra son las de una simple cortesana. Sin embargo, hacia el final de
la Vida (Ant. 84), la situación da un gran vuelco: el amor de Cleopatra es
realmente sincero y son ya dos amantes.
Las argucias de amor de Cleopatra en 53,3s. constituyen un tema que
ya había sido objeto de atención de Ovidio (Am. 1,8,69s., en esp. 83s.).

93
Octavia contra Cleopatra

Las musas de la poesía elegíaca usan trucos similares41. Aunque como es


usual, la descripción plutarquea muestra mayor sutileza y profundidad.
El contraste fomentado por los aduladores de la egipcia, entre Octa-
via como esposa y Cleopatra como amante, es otro importante motivo
de nuestro fragmento. La dicotomía entre una amica y una uxor es un
tema recurrente en la elegía romana, donde la vida con una amica es, por
naturaleza, más apasionada, reconfortante y frágil mientras que la vida
conyugal es fría y aburrida. Pero en la elegía amorosa la diferencia se
centra normalmente en el papel doble de la mujer, amica de un hombre,
uxor de otro, con el consiguiente tormento y tensión para el varón42.
Por su parte, Plutarco varía un tanto el esquema presentándonos a
Antonio con dos mujeres, su amica y su uxor, y recordando asimismo
la indignidad de Cleopatra. Es curioso observar la presteza con la que
Plutarco penetra en el punto de vista de la Lágida y cómo la hace con-
trastar con los estereotipos más usuales de psicología femenina que a
menudo aparecen en los autores antiguos. La Dido virgiliana actúa de
forma parecida a la Cleopatra plutarquea. Dido también desea reclamar
una deuda peculiar después de sacrificar su majestad por una relación
ilícita. Cuando Eneas intenta oponerse a las demandas de Dido, aquél no
puede argumentar nada (Aen. 4,333-361). No obstante, y a diferencia de
Antonio, el personaje de Virgilio sabe que debe marcharse, como Roma
desea. Acontece de forma similar en el modelo virgiliano, cuando en la
Odisea Ulises deja a Calipso ya que debe volver a Ítaca para reencon-
trarse con su esposa, Penélope.
La frase sobre Cleopatra acerca de que «si le apartaban de su lado [de
Antonio, ella] no sobreviviría», introduce un elemento nuevo e impor-
tante. Por el momento, se trata de una afirmación más hiperbólica que
real. Pero, con el tiempo, la frase de Cleopatra tomará un sentido pleno,
real y apasionado (Ant. 84). En la poesía elegíaca, los amantes varones
41
Vd. Prop. 1,15,39-40; 3,25,5-6 o Tib. 1,9,37-38 en este caso un muchacho.
42
El tema puede verse muy bien en los siguientes ejemplos: Cat. 68,143,3-8; Ovid., Am.
1,4; 3,4. Propercio desarrolla el tema con mayor número de variaciones, por ej. en 2,6,41-
42; 2,21 ó 4,3,49-50. Sobre esta contraposición amica vs. uxor, cf. Alonso Tronco y García
Vivas, (cap. 1., n. 53).

94
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

suelen proclamar su amor en términos parecidos a los empleados por la


reina egipcia43. Cuando las mujeres mueren por amor, los poetas pro-
porcionan exempla ingeniosos, pero no van más allá44. En este apartado,
Dido se revela otra vez como diferente y mucho más próxima que la
mayoría a la Cleopatra plutarquea45.
El hecho de la confusión y el nerviosismo de Antonio, seguramente
rayano en la indignación, ante las noticias que le llegaban de Alejandría
sobre Cleopatra y su temerario regreso a la capital egipcia posponiendo
la campaña parta, poseen una clara reminiscencia del episodio de Hércu-
les y Onfale (cf. Plut., Dem. et Ant. 3,3)46. Una vez más, como en el caso
de Ant. 37,4 con la campaña de 36, Plutarco ve como Antonio desapro-
vecha una gran oportunidad de cubrirse de gloria militar por culpa del
influjo que sobre él ejercía Cleopatra47.
43
Así, Prop. 2,1; 2,8 ó 2,28.
44
Cf. Prop. 1,15 u Ovid., A. A. 3,17-22.
45
Véase al respecto la aportación de P. du Bois, «The farmako/j of Virgil. Dido as a sca-
pegoat», Vergilius 22 (1973), págs. 14-23, para el uso de Dido en la propaganda augustea.
Llegados a este punto, quizá sería bueno hacer, al hilo de nuestro estudio, algunas reflexio-
nes que sobrepasan con creces los límites y el objetivo que para el mismo nos hemos im-
puesto: a) El análisis del papel de la mujer, aristócrata y princesa, por ejemplo en el mundo
helenístico, más emancipado que el de la matrona romana y el de la ghne/ griega clásica.
Y b) Cuánto hay de cliché literario, de convención compositiva, en el relato plutarqueo
sobre el amor de Cleopatra y cuánto hay de fidelidad histórica. Este es un tema difícil de
dilucidar y, aunque aquí se darán algunas indicaciones sobre el asunto, el tema desborda
con creces el objetivo de esta investigación. Bueno es recordar que no sólo la novela he-
lenística (el Dafnis y Cloe, por ejemplo), y la comedia nueva (que inspira, entre otros, a
Cervantes) juegan de manera repetida con el drama y el aguijón del amor, correspondido
o no correspondido. Puede ayudar a sacar alguna conclusión sobre este complejo tema, el
denso trabajo de F. E. Brenk, «Plutarch’s Life “Markos Antonios» : A Literary and Cul-
tural Study», ANRW II,33. 6, págs. 4347-4469.
46
Cf. Zanker, API, págs. 82s., para un reciente análisis sobre este tema desde el punto de
vista de las imágenes artísticas y la relación con la mitología.
47
K. Scott describió el modus operandi de esta época de forma magistral y, aunque sus
palabras fueron escritas hace ya más de ochenta años, conservan todavía plena su capacidad
de análisis: «From 36 to 32 the storm of civil war was brewing. Outwardly there was peace
between Octavian and Antony, but in secret they were forging the weapons for a deadly
combat to decide who should be master of the Roman world. Not the least important
preparation was propapaganda, for each leader fully realized the neccesity of obtaining the
support of public opinion. The main difference was one of emphasis [la cursiva es nuestra].
Antony had to bid for the support of the East first of all. To Octavian the West was all-im-
portant. Unfortunately for Antony, reports from Egypt and the East afforded his rival
ready material for propaganda.» (PP, pág. 35).

95
Octavia contra Cleopatra

La otra fuente que analizaremos y que informa de lo sucedido en


el año 35 es Dión Casio (49,33,3-4). Nuestro hombre consigna lo su-
cedido en su Historia Romana con su habitual tono impresionista. La
primera diferencia importante entre Dión y Plutarco es el período de
permanencia de Octavia en Atenas. Dión (49,33,4) señala que Antonio
«al momento le ordenó a su esposa que volviera a casa», mientras que
Plutarco (Ant. 53,1) parece implicar que Octavia permaneció en Atenas
un tiempo. Existen varias posibilidades. Quizá en esta ocasión Dión esté
exagerando, pero es probable que Plutarco deforme en este punto el or-
den natural de los hechos, ya que su objetivo es ir perfilando el choque
entre la egipcia y la romana. Y es que si, como apunta Dión, la romana
volvió rápidamente a la Urbs, no es posible entender entonces los temo-
res de Cleopatra (Plut., Ant. 53,3).
Dión confirma que Antonio se embarcó en una campaña oriental
este año 35 contra el rey armenio Artavasdes48 y que el triunviro volvió
sobre sus pasos cuando supo de la llegada a Atenas de su esposa, apla-
zando la campaña para el año siguiente. Los detalles de Dión ofrecen
una poderosa similitud con el texto de Plutarco en Ant. 53,6. En Dión,
Cleopatra no toma parte en la decisión del triunviro de abandonar la
campaña. De hecho, Antonio se encuentra ya en la misma y la reina no
parece estar a su lado cuando él se entera de la llegada de su mujer a la
capital de Grecia. Dión parece preservar aquí la versión de la fuente de
la que toma la noticia a diferencia de Plutarco, que elabora de su propia
cosecha todo lo que se refiere a las argucias de Cleopatra para mantener
la atención de Antonio. Sin duda, Plutarco estaba versado en el topos
de los engaños de los aduladores tiempo antes de escribir su Vida de
Antonio, pero debía encontrar un contexto apropiado para desplegar sus
conocimientos de manera que no pareciera una boutade pedante. Éste
es, sin duda, el momento adecuado. Es ahora cuando Antonio toma la
decisión crucial de permanecer al lado de la egipcia, enviando a su legíti-
ma esposa romana, hermana de su colega de gobierno, de vuelta a Roma.

48
Sobre este asunto, cf. Marasco (n. 4).

96
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

Todo esto requería, sin embargo y de forma inevitable, un mayor prota-


gonismo del papel de Cleopatra en el momento en que Antonio toma su
trascendental decisión.

5. Octavia y el tradicionalismo político romano


De aproximadamente este año 35, o quizá un año antes, data la cu-
riosa serie monetal llamada de «acuñación para la flota» 49 realizada en
Corinto, la capital de la provincia de Acaya, y que consta de una llama-
tiva serie de monedas en una de las cuales50, en el anverso se hallan uno
frente al otro, como si de una pareja real egipcia se tratase, los retratos
de Antonio y de su mujer Octavia. En el reverso aparecen ambos como
Poseidón y Anfítrite navegando alegremente sobre el mar.
Anfítrite era, en la mitología griega la reina del Mar y es hija de Ne-
reo y de Doride, y dirige además el coro de sus hermanas, las Nereidas.
Danzando en una ocasión con ellas cerca de la isla de Naxos, Poseidón
la vio y la raptó. Al parecer, Poseidón la amaba desde hacía mucho tiem-
po, pero por pudor la joven lo rechazó y se ocultó en lo más profundo
del Océano, más allá de las Columnas de Hércules. Descubierta por los
Delfines (que en la moneda se convierten en hipocampos), fue conduci-
da por éstos a dónde estaba Poseidón, en medio de un lujoso cortejo. El
dios (=Antonio) la convirtió en su esposa. Junto a Poseidón, Anfítrite
desempeñaba el mismo papel que Hera junto a Zeus. Se la solía represen-
tar rodeada de un numeroso séquito de divinidades marinas51.
En el mencionado sestercio el triunviro romano abraza a su cónyuge
en un carro tirado por caballitos de mar, en una imagen tomada de la
poesía erótica que simboliza la renovación del pacto político y es, al mis-
mo tiempo, una declaración a favor de la vida sensual y llena de placeres.

49
Cf. Grueber (cap. 1, n. 63), págs. 508 y 510-516: capítulo 1, figs. 1a-1b.
50
Vd. Grueber, II, 510.,III La misma pieza está reproducida en Alonso Troncoso y García
Vivas ( n. 42), pág. 27, fig. 5.
51
Vd. P. Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, Paidós, Barcelona, 1982, págs.
30s.

97
Octavia contra Cleopatra

Dión Casio es el único que nos informa (49,38,1) de concesiones de


inviolabilidad tribunicias y de la exención de tutela hacia las personas de
la esposa y la hermana de Octaviano52.
El heredero de César se había divorciado de Escribonia en 39 y al año
siguiente contrajo, de manera un tanto precipitada, un matrimonio que
le colmó tanto en el plano de sus cálculos políticos como en el aspecto
sentimental. Su nueva esposa era Livia Drusila53, una matrona joven que
rebosaba inteligencia, belleza y relaciones influyentes. Descendía de la
gens Claudia por línea directa, ya que su padre, M. Livio Druso Clau-
diano, fue adoptado cuando era niño por el tribuno M. Livio Druso
(tr. pl. 91; MRR,II, pág. 21). Livia había contraído matrimonio con Ti.
Claudio Nerón, que había luchado a favor de César contra Pompeyo y
a favor de la causa republicana durante Perusa. Livia había huido con
su hijo pequeño Tiberio, el que sería sucesor de Augusto, de las bandas
armadas de su futuro marido para buscar refugio con Sexto Pompeyo
(Suet., Tiberio 4,2 y 6).
A comienzos de 38 Livia estaba a punto de tener a otro hijo, el futuro
Druso, pero esto no era un obstáculo cuando estaban en juego intereses
de alta política. Se consultó a los pontífices sobre el tema del matrimonio
entre Livia y Octavio y aquéllos dieron una respuesta neutra que fue del
agrado de todos. Claudio Nerón aceptó divorciarse prestamente de su
esposa. Octaviano y Livia contrajeron matrimonio sin mayores compli-
caciones el 17 de enero de 38.
Probablemente durante la fiesta en que Livia fue prometida por su
anterior marido a Octavio, tuvo lugar el famoso banquete en el que Oc-
tavio personificó a Apolo y el resto de los invitados se vistieron imitando

52
Sobre el tema puede consultarse a B. Scardigli, «La sacrosanctitas tribunicia di Ottavia e
Livia», AFLSien 3 (1982), págs. 61-64.
53
Sobre esta matrona, vd. L. Ollendorff, Livius (Livia), RE 25 (1926), Nr. 37, cols. 900-
927. Sobre su iconografía, M. B. Flory, «Livia and the History of Public Honorific Statues
for Women in Rome», Transactions of the American Philological Association 123 (1993),
págs. 287-308 y E. Bartmann, Portraits of Livia. Imaging the Imperial Woman in Augus-
tan Rome, Cambridge U. P., 1999. En general, sobre la iconografía de las mujeres de la do-
mus Augustana: R. Winkes, Livia, Octavia, Julia. Poträts und Darstellungen. Providence
y Louvain-La Neuve, 1995.

98
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

a otros dioses y diosas54. Es sabido el hecho de que el heredero de César


aprovechaba cualquier ocasión para hacer creer que se encontraba bajo
la benéfica protección de Apolo. Suetonio (Aug. 70), nos ofrece esta in-
formación y en este mismo capítulo da cuenta de unos conocidos versos
de reproche que Antonio le haría más adelante sobre este banquete55,
celebrado en un momento en que la ciudad de Roma pasaba por la difícil
coyuntura de una devastadora hambruna.
La concesión de semejantes medidas a la esposa y a la hermana del fu-
turo Augusto puede interpretarse de varias maneras. Bien como un claro
anuncio de que ambas mujeres, por el mero hecho de ser parientes de
Octavio, podían recibir tales honores y privilegios. O bien, en una expli-
cación que tiene más en cuenta el contexto en el que se toma la medida,
con el objetivo propagandístico por parte de Octaviano y sus colabora-
dores de rivalizar con la todopoderosa Cleopatra, intentando colocar a
ambas romanas en un plano similar al que se encontraba la reina egipcia.
Plutarco no revela en qué fecha efectuó Octavia el retorno de Atenas
a Roma. Pero de lo dicho en Ant. 53,1 parece deducirse que la hermana
de Octavio permaneció en el Este cierto tiempo, quizá todo el verano de
35, encontrándose ya en Roma en otoño de ese año.
Ninguna otra fuente antigua, excepto Plutarco, se hace eco de la
presión a la que Octavio sometió a su hermana para que se divorciase
de Antonio, pues a ésto equivalía la orden del heredero de César a su
hermana para que saliera de la casa de su marido para irse a vivir a la
mansión del Palatino (Ant. 54,1), y la negativa de Octavia a la petición
de su hermano de que abandonase la casa de Antonio. Es probable que

54
Scott, PP, págs. 30s.
55
Los versos en cuestión son los siguientes: Cum primum istorum conduxit mensa chor-
agum,/ Sexque deos uidit Mallia sexque deas,/ Impia dum Phoebi Caesar mendacia ludit,/
Dum noua diuorum cenat adulteria:/ Omnia se a terris tunc numina declinarunt, /Fugit et
auratos Iuppiter ipse thronos. («Tan pronto como la mesa de esos desaprensivos contrató
a un director escénico / y Malia vio a seis dioses y a seis diosas, / mientras César repre-
sentaba su impía imitación de Febo,/ mientras se banqueteaba con nuevos adulterios de
los dioses,/ todas las divinidades se alejaron de la tierra / y el mismo Júpiter abandonó su
dorado trono.» ) Suet., Aug. 70. (trad. de Rosa M.ª Agudo Cubas). Scott (n. 54), postula a
Casio de Parma como posible autor de los ácidos versos

99
Octavia contra Cleopatra

Plutarco esté otorgando aquí a Octavia mayor protagonismo del que


tuvo, pero si bien puede ser ingenuo olvidarse por completo del plano
político en esta ocasión y la decisión de Octavia de quedarse en casa de
su hermano tuvo mucho de componente personal.
Es muy difícil no pensar en el hecho de que Octaviano estaba explo-
tando el mal tratamiento que su colega había dado a su hermana en fecha
tan temprana como el invierno de 35-34 (Plut., Ant. 55), cuando la gue-
rra de propaganda entre ambos triunviros empezaba a incrementarse. El
episodio posibilitaba a la perfección al joven César el que pudiera expre-
sar públicamente la acusación de que su hermana tenía todo el derecho
del mundo a pedir el divorcio de tan mal esposo.
Octavia continuó viviendo en la casa de su marido con todos sus
hijos hasta el momento de su divorcio en 32. Estamos ante una matrona
romana que se debate entre dos hombres enfrentados, dos hombres ade-
más que son sus parientes.
Octavia rehusó dejar la casa de su marido en Roma, desobedeciendo
la orden o el consejo de su hermano, pero ella estaba legalmente en su
derecho de actuar así, puesto que desde hacía unos meses su estatus era
el de una mujer sui iuris, al igual que Livia, y por tanto perfectamente
libre en el plano legal para actuar como deseara, ya que no estaba sujeta
a la tutela mulieris por parte de ningún familiar masculino56. El discurso
que a continuación pronuncia Octavia es grave y apasionado, como el de
Ant. 35,3 y su lenguaje muestra de nuevo su equilibrio y control.
La última frase de nuestro pasaje: «Sin embargo, [Octavia] estaba
perjudicando a Antonio con su comportamiento, pues él era odiado por
ofender a una mujer así», constituye el argumento clave de nuestro tex-
to. Octavia recibía a los amigos de Antonio que llegaban a Roma y les
ayudaba en lo que necesitaban, intercediendo por ellos incluso delante
de su hermano. Está presente aquí de nuevo la imagen de una matrona
romana como dechada de virtudes. ¿Cómo es posible que una mujer
tan maravillosa y tan devota de su esposo merezca un tratamiento tan
56
Cf. A. del Castillo, (cap. 1, n. 8), págs. 188s y M. J. G. Gray-Fow, (cap. 1, n. 3), pág. 184
para este aspecto de la mujer sui iuris.

100
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

execrable por parte de ese marido a quien ella, a pesar de todo, sigue
amando de esa forma? A esto alude la frase de Plutarco y ésta era pro-
bablemente la pregunta que la mayoría de la gente en Roma se hacía. El
círculo se estrechaba cada vez más en torno a Antonio. Un hombre que
perdía apoyos por momentos debido a su falta de tacto político.
Es difícil dilucidar la cuestión de si Octavia actuaba de forma tan ge-
nerosa con su esposo y con los partidarios de Antonio, a pesar de los dis-
gustos que este le infligía, bien por razones políticas estando influencia-
da por su hermano o bien por propio deseo personal y por un auténtico
sentimiento de amor no correspondido hacia su marido. Pensamos que,
sin desestimar por completo el primer motivo, hay suficientes razones
para pensar que a Octavia pudieron moverle intereses de orden personal
y sentimental.
Respaldada por su condición de mujer sui iuris, Octavia permaneció
en la casa de Antonio como si fuera la suya propia. Aunque lo que el
triunviro había hecho con ella en Atenas meses antes podía considerar-
se, si no de iure sí de facto, un repudio en toda regla. Octavia siguió
cuidando de todos los hijos del triunviro, los que este había tenido con
Fulvia y los de ella misma, de una manera kalw=j kai\ megaloprepw=j
(Ant. 54,2). O sea, como si fueran los suyos propios. Huir de la imagen
y condición de madrastra era una altísima cualidad para la sensibilidad
grecorromana. Quizá para habilitarse un espacio desde donde defender
su propia condición de libertad y autonomía como sui iuris y para refor-
zar el papel carismático y mediador que el prestigio inherente a su con-
dición de mujer virtuosa le había otorgado, Octavia se dedica de lleno,
desde ahora y hasta el final de sus días, a la tarea de convertirse en una
madre ejemplar, «madre nutrice»57 para sus hijas, modelo de todas las
matronas romanas58.
Un papel que, debido a la inexistencia de hijos en su matrimonio,
Livia no podía desempeñar. Es difícil encontrar un modelo propagandí-
stico mejor para la política familiar, matrimonial y natalista de Augusto
57
Alonso Troncoso y García Vivas, (n. 42), pág. 28.
58
G. Clark, (n. 29).

101
Octavia contra Cleopatra

que el desarrollado por su propia hermana. Estamos ante un texto cru-


cial para entender la caracterización de Octavia en la historiografía au-
gustea. Podría incluso llegar a considerarse que el triunviro Marco An-
tonio abandona a sus hijos y el deber sagrado de la crianza o, al menos,
de los alimenta59 .
En Ant. 54, Octavia actúa de nuevo como contrapunto de su her-
mano. Se permite desobedecer a Octavio, que le pide que salga de la
casa de su marido que tan mal se ha portado con ella, y que vaya a vivir
a la suya. Ahora se hace presente la Octavia autónoma, persuasora y
apaciguadora. Con toda la determinación y humildad de que es a la vez
capaz, Octavia no sigue el consejo, casi la orden, de su hermano sino que
prosigue en casa de Antonio cuidando de sus vástagos incluso de uno,
Julo Antonio, que Antonio había tenido con su anterior esposa Fulvia,
ya que Antilo estaba con su padre en el Este.
Este texto plutarqueo es la plasmación de cómo Octavia cierra el cír-
culo que, de manera progresiva, ha ido forjándose para sí misma a lo
largo de todo el período del Triunvirato. Como referente de equilibrio
y de mediación entre ambos caudillos, entre su hermano y su esposo.
La hermana del heredero de César supera en este momento ese papel de
mero instrumento de la política de su hermano, puesto que su posición
jurídica le permite no seguir la orden o el consejo de Octaviano. Octavia
ha sabido salir airosa de la difícil tesitura en la que su hermano la había
puesto al casarla con su colega de Brindisi. Y no sólo ha salido airosa,
sino que ha sabido crearse una posición política propia, autónoma, llena
de prestigio y carisma e inusual para una mujer en el panorama político
romano. Nunca antes había conseguido tener una mujer en Roma tanta
relevancia en los asuntos públicos, y los intentos habían sido muchos.
Un papel semejante, o una situación igualmente comprometida de
pivote entre familiares lo había tenido Cornelia, madre de los Graco e
hija de Escipión Africano, entre sus hijos (en especial Tiberio Graco),

59
Vd. a este respecto, aunque esté dedicado al mundo griego, el trabajo de V. Alonso
Troncoso, «Crianza y derecho de alimentos: de Homero a Solón», Anejos de Gerión. Ho-
menaje al Dr. Michel Ponsich (1991), págs. 29-51.

102
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

que eran enemigos de su hermanastro Escipión Emiliano. O asimismo


su hija Sempronia60. Cornelia es, sobre todo, una muestra proverbial de
la acaparación de honores propio de las matronas romanas pertenecien-
tes a los grupos elevados. Un día que una matrona que le acogía en su
casa le mostró orgullosa todas sus joyas que, según se decía, eran las más
hermosas entonces existentes, Cornelia entretuvo a su amiga conversan-
do hasta el momento en que sus hijos regresaron de sus lecciones. En
ese momento, dijo de forma audaz, señalando a sus hijos: ‘Estas son mis
joyas’ «Haec ornamenta sunt mea», (Plut., C. Grac. 4). Y, ¿qué decir,
por su parte, de Camila, en la historia de los Horacios y los Curiacios?
Pero la importancia que adquiere Octavia no admite comparación
con la de ninguno de los ejemplos anteriores. Y es que el ambiente de
innovación, de cambio, de revolución en términos symeanos, que se vive
en la República Tardía hace que el expediente de liberación de la tute-
la de la mujer adquiera, por los factores que le rodean, una inusitada
importancia61.
La mujer y más si, como Octavia, pertenecía a los grupos de élite
de la sociedad tenía una libertad de acción, en todos los aspectos, muy
similar a la del varón y se asimilaba a él en cuanto al uso discrecional de
su propio albedrío personal. La autonomía legal y económica ha sido el
factor que más decisivamente ha contribuido a su posición única como
referente mediador y de estabilidad para el sistema. Precisamente por su
calidad de sui iuris, ella puede tomar todo tipo de decisiones sin temor a
ningún tipo de represalias de tipo legal o familiar. Unas decisiones fruto,
desde nuestro punto de vista, de auténticos deseos de Octavia que de
retorcidas estrategias políticas de su hermano.
Lo que hace que estas decisiones fueran importantes y se calificaran
como fuera de lo común es el hecho de que fueran tomadas por una mu-
jer y más en un asunto de esta envergadura, que estaba a punto de pro-
vocar una guerra civil entre los dos hombres más poderosos de Roma.

60
Para un encuadre político rápido y, a la vez, claro de este asunto véase J. M. Roldán, La
República Romana, Madrid, Cátedra, 1981.
61
Cf. A. del Castillo (cap. 1, n. 8), págs. 186s.

103
Octavia contra Cleopatra

Sin duda los tiempos estaban cambiando. He aquí a una mujer a la que,
caso excepcional, los resortes legales concedidos por su hermano le per-
miten actuar de forma personal y sincera y no motivada, como hubiera
sido la norma, por los intereses políticos de los varones de su familia.
Estamos ante una Octavia autónoma, hasta donde lo permite la lega-
lidad y que es la responsable última incluso en política, de sus propias
decisiones, lo cual es tanto más importante por cuanto en Roma, al igual
que sucedía en Grecia, la política es un mundo exclusivamente mascu-
lino. Con Octavia se verifica la importancia del papel de la soror en la
familia romana, pero en su caso esa importancia se observa en su más
absoluta radicalidad y desde el inusual punto de vista político de una
forma nueva y revolucionaria que nunca antes se había visto.
Octavia, mujer de gran inteligencia y cultura62, ejerce un importante
papel como apoyo y consejera, influenciando en muchas de las decisio-
nes tomadas por su hermano.
En esta ocasión, Octavia toma una decisión distinta a la que él le or-
dena y él nada puede hacer al respecto porque su hermana es sui iuris, es
decir, está libre de cualquier tutela masculina. A Octaviano sólo le queda
acatar la decisión y voluntad de su hermana. Octavio puede insistir o
tratar de convencer a su hermana para que acepte su propuesta. Pero el
caso es que ella es jurídicamente independiente y él no puede negarle
nada a Octavia. La hermana de Octaviano no es únicamente el polo de
influencia hacia el que su hermano puede volverse en busca de apoyo o
consejo. Ahora Octavia es poseedora de un espacio político propio, una
gran señora que puede utilizar sus grandes conexiones e influencias en
este ámbito tomar sus propias decisiones con independencia teórica y
práctica de lo que sus familiares varones le aconsejen.
El espacio arquitectónico constituido por los pórticos y la bibliote-
ca de Octavia fue la edificación más conocida que el futuro emperador

62
Son conocidas sus relaciones con escritores e intelectuales contemporáneos como Virgi-
lio, Vitruvio y el filósofo Atenodoro. Para esta cuestión: E. A. Hemelrijk, Matrona Docta.
Educated Women in the Roman Elite from Cornelia to Julia Domna, Routledge, Londres,
págs. 104ss.

104
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

dedicó a su hermana. En el Campo de Marte, al sur de las edificaciones


mandadas erigir por Agripa, se encontraba el grupo de templos y pór-
ticos que habían mandado construir los vencedores del siglo segundo.
Estos monumentos contribuyeron también a la glorificación de la fami-
lia de Octaviano por medio del sistema de renovación y aceptación de
monumentos. El objetivo era conseguir que se olvidara el recuerdo de
los donantes de la época de la República clásica.
Por ejemplo la porticus Octavia, situada en las proximidades del
Theatrum Marcelli, «ad circum Flaminium», (RG 19) había sido erigida
en 168 por el cónsul Octavio para conmemorar la batalla naval contra
Perseo, rey de los macedonios. Octaviano renovó esta edificación que
debía su fama a los bellos capiteles de bronce que la adornaban. Éste es,
sin duda, uno de los «pórticos», a los que Dión se refiere en 49,43,8. En
esta ocasión, a Octavio no le debió resultar tarea complicada prescindir
de toda mención a su nombre puesto que éste ya estaba presente en la
denominación del monumento (RG 19 y Vell. 2,1,2). En las galerías que
él mando restaurar ordenó colocar los estandartes rescatados por él de
manos de los dálmatas en el transcurso de sus campañas ilirias.
En el caso del otro de los «pórticos», a buen seguro implicado en la
referencia de Dión, la Porticus Metelli, construida en torno a los templos
de Iuppiter Stator y de Juno Regina en el año 147 por el conquistador
de Macedonia Q. Cecilio Metelo, fue derribado por completo para ini-
ciar en 33 la construcción de la nueva Porticus Octaviae, que el propio
Octaviano financió en honor a su hermana. Ésta, por su parte, mandó
construir luego en el mismo lugar una schola con biblioteca en recuerdo
de su hijo Marcelo muerto en el año 2363.

63
Sobre todas estas construcciones : Zanker, API, págs. 175s. ; L. Richardson, «The evo-
lution of the Porticus Octaviae», AJA 80 (1976), págs. 57-64; H. Lauter, «Porticus Metel-
li-Porticus Octaviae. Die Baulichen Reste», BCAR 87 (1980-81), págs. 37-46 e íd., «Ein
frühaugusteiches Emblem in den Porticus Octaviae», ibíd., págs. 47-55. Los siguientes
artículos son esenciales: A. Viscogliosi, «Porticus Metelli», en E. M. Steinby (ed.), Le-
xicon Topographicum Urbis Romae, IV, Roma, 1999, págs. 130-132 e íd., «Porticus Oc-
taviae», ibídem., págs. 141-145. Sobre la biblioteca de Octavia, B. Severy (cap. 1, n. 54),
91-92 escribe: «for a woman to sponsor a public building and name it after herself was an
even more unprecedented act than for her brother to erect it in her honor», (apud Alonso

105
Octavia contra Cleopatra

Plutarco maneja sus cambios de escenario con una maestría excep-


cional. En el año 32 (Ant. 57), el cambio de situación hacia Atenas nos
lleva hacia los celos que Cleopatra siente hacia Octavia, y el divorcio de
Antonio preludia los preparativos bélicos de Octaviano.
El historiador de Queronea trató por extenso de los honores que la
capital griega tributó a Octavia en Ant. 33,3-4. Ahora la reina egipcia, en-
vidiosa, pretendió que los atenienses la honraran a ella de manera pareci-
da. De hecho, los ciudadanos erigieron estatuas de Antonio y Cleopatra
en la Acrópolis (D. C. 50,12,5 y Ant. 60,2-3). Aunque no todo el mundo
compartió el mismo entusiasmo. Séneca (Suas. 1,6) cuenta la anécdota
del bromista que escribió lo siguiente en el pedestal de una estatua de
Antonio: «ktaoui/a kai\ A ) ntwni/wi res tuas tibi habe», o sea,
) qhna= A
la fórmula normal que se utilizaba para el divorcio. Parece fuera de toda
duda, no obstante, que la egipcia cultivó el favor de los atenienses con
magníficos regalos y prebendas. Plutarco usa en esta ocasión el término
filotimi/a (Ant. 57,1), que es usado a menudo cuando se habla de la
liberalidad de carácter demagógico. En cuanto al cargo honorífico, pero
sumamente importante, de poli/thj, Antonio probablemente recibió
este importante honor de manos de los atenienses hacia el 42 ó el 4164.

6. El divorcio de Antonio
El divorcio entre Antonio y su esposa Octavia aconteció, sin duda,
hacia mayo o junio de 32 (Euseb., Chron 2,140). Antonio se encontraba
probablemente en Atenas en ese momento. Al igual que sucedió en Ant.
53, la reina aparece ahora como mezquinamente celosa, mientras que la
respuesta que el filoaugusteo Plutarco pone en boca de la hermana de

Troncoso y García Vivas, (cap. 1, n. 53, pág. 33). En general, sobre las bibliotecas en Roma,
cf. V. Alonso Tronco, «Las primeras bibliotecas en Roma», Revista General de Informa-
ción y Documentación 13 (2003), 37-49.
64
Cf. sobre el término de «ciudadano» : M. I. Finley (ed.), El legado de Grecia. Una nueva
valoración, Crítica, Barcelona, 1989, 2.ª ed., págs. 21s. Es fundamental aquí remitirnos al li-
bro de Ch. Habicht, Athen. Die Geschichte der Stadt in hellenisticher Zeit, München,1995,
págs. 359 s.

106
2. Octavia: clave de bóveda del sistema triunviral. 39-32 a. C.

Octaviano resulta tan digna como siempre. El de Queronea, algo habi-


tual en él, exprime al máximo el material de sus fuentes. Un número im-
portante de autores modernos ven en el divorcio de Octavia un gravísi-
mo error político por parte de Antonio65. Nosotros somos de la misma
opinión. Aquel acto suponía, de forma manifiesta, la ruptura por parte
de Antonio de su amicitia con Octaviano y equivalía en la práctica a una
declaración de guerra. A partir de este momento, el conflicto se produci-
ría con o sin la presencia de la Lágida. Pero Cleopatra se encontraba allí
y Antonio aparecía como su aliado a los ojos de Occidente, cualquiera
que fuese la naturaleza del vínculo que los unía. Christopher Pelling66
cree que no sabemos lo suficiente del episodio como para determinar si
el triunviro actuó de forma equivocada. Según él, puede que Antonio no
tuviera elección, pues quizá estaba esperando que fuera su esposa la que
tomara la iniciativa para divorciarse de él.
No podemos estar de acuerdo él. En primer lugar, estamos ante un
episodio sobre el cual estamos bastante bien informados, tanto del hecho
en sí como de las circunstancias que lo rodearon en esos meses de verano
del 32. En segundo lugar, la acción de Antonio, quizá sugerida por la
propia Cleopatra, no ofrece ningún tipo de disculpa. Se trató de un grave
error, impensable en un hombre como Antonio, que poseía una expe-
riencia y un conocimiento extraordinarios de las movedizas arenas de la
alta política romana. Con la guerra de propaganda y de ataques cruzados
entre ambos triunviros en pleno apogeo, la decisión de Antonio de rom-
per su matrimonio con Octavia supuso darle al astuto y frío Octaviano
en bandeja de plata un excelente motivo para decantar la opinión de los
romanos a su favor.

65
Vd. V. Fadinger, Die Begründung des Prinzipats, Berlín, 1969, págs. 230-231; M. Grant,
Cleopatra, St. Albans, 1974, pág. 192; E. G. Huzar, Mark Antony: a Biography, Minneap-
olis, 1978, pág. 207. También sobre el tema del matrimonio de Antonio: T. Rice Holmes,
The Arquitect of the Roman Empire I, págs. 227s. y M. A. Levi, Ottaviano Capoparte
II, Florencia, 1933, págs. 139s. en donde ambos autores están en contra de la tesis de un
matrimonio de Antonio con Cleopatra con ocasión de la estancia invernal de 37-36 en
Antioquía (Plut., Ant. 34 y 36).
66
Antony, pág. 259.

107
Octavia contra Cleopatra

Eso sí, nosotros tenemos la ventaja de que conocemos el desenlace de


los hechos. Pero, se mire como se mire y analizado en clave política, el
divorcio de Antonio de su esposa legítima fue una decisión inoportuna
e imprudente, aunque humanamente no dejara de ser un gesto sincero y
franco. La impetuosidad de Antonio terminaría perdiéndolo frente a un
Octavio mucho más cerebral y taimado.
Se produce de nuevo aquí una descripción por reacción: «los roma-
nos sentían pena, no por aquélla sino por Antonio...». La reina egipcia
contaba ahora con treinta y siete años de edad. Es altamente probable
que Octavia fuese estricta contemporánea suya, por lo que el filoaugus-
teo Plutarco se equivoca. En esta ocasión no trivializa el amor de Anto-
nio hacia la reina egipcia. El triunviro no se siente atraído por lo que se
supondría algo tan obvio como los encantos de una belleza más juvenil
que la de Cleopatra (aunque sobre Cleopatra, D. C. 12,34,3-5). El atrac-
tivo de la reina resulta incomprensible para Plutarco. Le conviene pasar
por alto el hecho de que, sin duda, residía en su poderosa y magnética
personalidad.
A partir de la derrota de Antonio en Accio y la incorporación de
Egipto al imperio romano como provincia considerada patrimonio per-
sonal del futuro emperador Augusto (RG 27), Octavia vivirá en el más
absoluto anonimato hasta su muerte en el año 11. Augusto en persona se
encargó de su laudatio funebris, como sucedería dos años más tarde en
el caso de Druso (D. C. 44,35,4-5; Suet. Aug., 61,2)67 Octavia se elevó en
los años finales de su vida a un plano casi «espiritual». Se convertiría en
la matrona por excelencia, retirada de los asuntos públicos y dedicada a
cuidar el resto de su vida a sus propios hijos y a los que su marido había
tenido con la reina egipcia68. Sólo el gran golpe que supondría para ella
la muerte en 23 de su hijo Marcelo, la hizo salir por breve tiempo de su
anonimato, sin duda a su pesar.

67
O. C. Crawford, «Laudatio Funebris», CJ 37 (1941), 20: «Augustus’ eulogy of Octavia
is the only instance on record of a brother praising her sister».
68
Asunto que ya hemos analizado en las págs. 101 y 102.

108
3. La heredera de un pasado
milenario: Cleopatra VII.
43-35 a. C.
1. La actividad de Cornelio Dolabela en el Este
El antoniano P. Cornelio Dolabela había marchado a Oriente para
hacerse cargo de su provincia de Siria hacia octubre de 44, sin esperar
a que su consulado finalizase. Al igual que haría Marco Antonio más o
menos por estas mismas fechas. En su caso marchando a la provincia de
la Galia Cisalpina.
Por su parte, C. Casio Longino al fugarse de Roma después de asesi-
nar a César, decidió refugiarse en Siria, una provincia donde poseía una
extensa clientela. Se dio tanta prisa en marchar hacia esa provincia que
incluso consiguió tomarle la delantera al mismísimo Dolabela, que se
encontraba ya en marcha. En Siria, Casio se encontró con los generales
L. Estayo Murco y Q. Marcio Crispo, que estaban al mando de seis
legiones y se encontraban en los alrededores de la ciudad de Apamea.
Ambos se unieron a Casio al instante (Ap., BC 4,59).
A principios de marzo de 43 llegó a la Urbs la noticia de que Dolabe-
la, en su camino hacia Siria, había sido obstaculizado por el procónsul de
Asia C. Trebonio (cos. suff. 45; MRR,II, pág. 305). Cornelio Dolabela,
furioso por este hecho, le había mandado apresar y ejecutar tras un juicio
sumarísimo, con la probable acusación de alta traición pues Trebonio y
su cuestor habían favorecido en su provincia los intereses de los cesari-
cidas (Cic., Phil. 11; Ap. BC 4,60).
Apiano (BC 4,61)1 narra lo sucedido poco después del asesinato de

1
P. J. Bicknell, «Caesar, Antony, Cleopatra and Cyprus», Latomus 36 (1977), pág. 326
data este pasaje en la segunda mitad de 43 pero, como hemos visto, es preferible colocarlo
en la primera mitad del año.

109
Octavia contra Cleopatra

Trebonio, cuando C. Casio pierde en un primer combate naval cerca de


Laodicea un gran número de naves y cinco de ellas son apresadas por
su enemigo Dolabela. El asesino de César pide entonces ayuda a los go-
bernantes amigos de Roma y obtiene naves de los habitantes de Tiro, de
Arados y de Serapión2, representante de la reina en Chipre, Sin embargo,
obtuvo ayuda naval de la propia reina Cleopatra con el pretexto de la
hambruna y la plaga que en esos momentos azotaba Egipto, pero Apia-
no desvela que «realmente ella cooperaba con Dolabela en razón de su
relación íntima con el anterior César». Por cierto, un pasaje casi calcado
de otro posterior en Apiano (BC 4,74).
El pretexto de la hambruna que diezmó el reino egipcio es una reali-
dad constatable más allá de la simple excusa. La catástrofe está documen-
tada en OGIS 194, un magnífico documento para conocer la situación
interna de Egipto durante este difícil período, y se debió a una crecida
insuficiente del Nilo3.
Quedan claras qué razones, de tipo esencialmente político, y en mu-
cho menor medida sentimental4, empujaron a Cleopatra hacia el bando
antoniano y a no ayudar a la facción de Bruto y Casio. Parece ser cierto
que, hacia el otoño de 43, Cleopatra VII era el miembro de la casa real
Lágida que ejercía el control sobre Chipre5. Poco después de la prime-
ra escaramuza y de la petición de barcos por parte de Casio que narra
Apiano, se produjo un segundo encuentro entre éste y Dolabela, del que
el cesaricida salió victorioso.
Luego de esa primera batalla fallida, Casio derrotó a Dolabela en
otro combate naval y lo cercó a continuación en Laodicea. Dolabela,

2
Serapión era consejero de Ptolomeo XII Auletes y de Cleopatra. Estaba en Roma con la
reina a la muerte de César. Sobre él, vd. F. Münzer, Sarapion, RE 2,2 (1920), Nr. 3, col. 2394.
3
Cf. E. Will, Histoire politique du monde helenistique (323-30 av. J.-C.), vol. II, 2.ª ed.,
Nancy,1982, págs. 538-539. En la pág. 538 el especialista francés data la hambruna en el
año 42 y nuestro texto lo hemos datado en otoño de 43. Creemos que es bastante probable
el hecho de que los primeros coletazos de la hambruna ya se hubieran empezado a notar
en esta última fecha y que ello serviría quizá como una buena justificación a Cleopatra para
no acudir en ayuda de Casio.
4
La antigua relación con Julio César.
5
Cf. (n. 1), págs. 331s.

110
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

desesperado por lo precario de su situación, se suicidó (Ap. BC 4,62).


Cuando Casio y Bruto se reunieron en Esmirna a finales de 43 (Ap.
BC 4,65), el primero dio al segundo la noticia de que C. Trebonio había
sido vengado. Sólo Egipto, de los estados importantes en Oriente6, había
ayudado a Dolabela y, por extensión, a la causa antoniana. En BC 4,61,
Apiano expone los motivos que luego repite en algún que otro lugar (BC
4,74), que él estima que indujeron a Cleopatra a tomar la arriesgada de-
cisión de ayudar a la, por entonces, facción menos poderosa en Oriente.
Según el historiador, lo hace por respeto y en recuerdo de la relación
que la reina mantuvo con Julio César. Esta es una decisión en primer lu-
gar sentimental pero dotada asimismo de un gran alcance político. Ana-
licémosla con detenimiento.
Poco después de que Julio César abandonara Egipto en abril de 47,
Cleopatra dio a luz un hijo llamado Ptolomeo César, conocido con el
nombre de Cesarión (Suet., Caes. 52). Desde la Antigüedad se daba por
cierta, casi sin discusión, que la paternidad del niño correspondía a César7.
La importancia del pequeño será muy grande, como veremos posterior-
mente. Por otro lado, el eco que tuvo el triunfo egipcio de César en Roma
hacia agosto o septiembre de 46 (Ap. BC 2,101-102) apenas si se había
apagado cuando Cleopatra se presentó en Roma con su hermano-esposo
Ptolomeo XIV y se instala en la Urbs en una de las villas de César (Suet.,
ibíd. ; D. C. 43,27,3). El objetivo oficial del viaje fue la renovación del tra-
tado de amistad y alianza entre ambos países. De hecho, el regocijo íntimo
del dictador debió ser grande al ver que toda Roma, incluido Cicerón,
esperaba para departir con la reina egipcia. Mientras, las legiones romanas
de César eran la única garantía de control y gobierno en Egipto8.
Una de las tesis fundamentales de nuestro estudio en lo que ata-
ñe a Cleopatra es que, durante el Triunvirato, el objetivo político de
la egipcia no pretendía ir más allá del afianzamiento e independencia
6
También Rodas y las ciudades licias ayudaron a Dolabela: Syme, RR, pág. 262.
7
La paternidad de César sobre Cesarión parece estar en la actualidad fuera de toda duda,
a pesar de algunas voces en contra, como por ejemplo J. Carcopino, «César et Cléopâtre»,
Annales de l’école des hautes études de Gand 1 (1937), págs. 37s.
8
Cf. (n. 3), págs. 535 s.

111
Octavia contra Cleopatra

de la dinastía y los territorios egipcios, tanto dentro como fuera de sus


fronteras, en un régimen de colaboración similar al que habían mante-
nido con ella Pompeyo y César. Creemos que nunca fue la intención
de Cleopatra, como se ha escrito en diversas ocasiones, conquistar el
Imperio Romano para construir un estado greco-romano con sede en
Roma o en Alejandría. Esa es la versión que la propaganda de Octaviano
ha querido darnos de Cleopatra ya que, al contrario que ella, el heredero
de César no estaba interesado en ningún régimen de colaboración, sino
en el expansionismo y en la conquista y anexión sin paliativos del reino
de los Tolomeos.
Roma, durante los últimos años de César, era para Cleopatra un lu-
gar seguro comparado con Egipto, un reino sin control ocupado por
una fuerza militar extranjera. En el año 46 en Roma corría el rumor de
que Julio César tenía la intención de hacerse otorgar una autorización
de bigamia para poder casarse con Cleopatra y convertirse en príncipe
consorte de la reina y, por tanto, en dueño personal de Egipto. Se trataba
de una solución bastante poco conforme con las más rancias tradiciones
republicanas pero, de hecho, el intento posterior de Marco Antonio es-
tará casi calcado de esta iniciativa y, por supuesto, ya sin Cleopatra, esta
será la solución de Octaviano, que consideraba Egipto como patrimonio
personal suyo.
Las disposiciones de Antonio y los reyes-clientes que él colocó, fue-
ron mantenidos casi en su totalidad por Octavio después del 30. La dife-
rencia estribó en que el heredero de César efectuó en Egipto un cambio
dinástico que consistió en sustituir a los Ptolomeos por su propia per-
sona. César Augusto era, al mismo tiempo, magistrado de Roma y rey
de Egipto. Sería bueno recordar aquí que, con posterioridad al año 30,
Egipto era una provincia en la que cualquier miembro de los órdenes
superiores necesitaba un salvoconducto con autorización del emperador
para poder entrar en el país. Un Augusto que se titulaba como faraón y
descendiente directo de los Lágidas9.
9
Cf. sobre el tema: E. G. Huzar, «Augustus, heir of the Ptolemies», ANRW II,10. 1
(1988), págs. 343-382.

112
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

De cualquier forma, la muerte inesperada del Dictador junto con la


revelación de que Cesarión no era citado como heredero en su testamen-
to hizo que, después de algunos días confusos y agitados tras los idus de
marzo10, Cleopatra volviera a Egipto. El estallido de un conflicto civil
era ahora inminente y la reina sabía que los dos bandos reclamarían la
ayuda de un país tan rico y estratégico como Egipto. En este contexto se
enmarcan las circunstancias de nuestro pasaje, con la petición de efecti-
vos por parte de Casio y la negativa de la reina a concedérselos en razón
de su alineamiento, ya explicado, con la causa cesariana representada por
Antonio y Dolabela.
Los textos de Apiano (BC 4,63 y 4,74), hacen mención a una pode-
rosa flota que Cleopatra había conseguido reunir para que se uniera a
la causa cesariana, pero que fue totalmente destruida por una tempes-
tad cerca de la costa de Libia probablemente ya en 42 (Ap. BC 4,82).
Además, las cuatro legiones que Cleopatra otorgó en 43 a A. Alieno, el
seguidor de César y legado de Dolabela, nunca fueron entregadas a éste
ya que el incompetente Alieno se vio obligado a rendirlas a Casio a las
primeras de cambio (Cic., Ep. Fam. 12,11,1; Ap. BC 3,78 y 4,59). Pode-
mos precisar, por tanto, que la única ayuda que Cleopatra pudo dar en
realidad a la causa cesariana en Asia, personificada en Dolabela, se limitó
a la flota de nuestro texto que debe ser la misma que la que se menciona
en Dión Casio (47,30,3-4 y 31,5).
La reina, por tanto, nada debía temer cuando fue llamada por Anto-
nio a Tarso en 41 para dar cuentas de su política de colaboración con la
causa cesariana durante el bienio 43-42. En el caso de las cuatro legiones
que nunca llegaron a Dolabela, el éxito final de la operación escapó al
control de Cleopatra, una vez que Alieno dejara atrás el territorio egip-
cio y en el caso de la gran escuadra naval, la meteorología en forma de
tempestad dio al traste con la empresa.

10
Sobre aquellos confusos momentos, cf. J. Ramsey, «At what hour did the murderers of
Julius Caesar gather on the Ides of March 44 B. C.?», en S. Heilen et al. (eds.), In Pursuit
of Wissenschaft: Festschrift für William M. Calder III zum 75. Geburtstag, Olms, 2008,
págs. 351-363.

113
Octavia contra Cleopatra

La escuadra naval que engrosó las filas de Dolabela y que en Dión


Casio (47,30,3-41)11 lucha defendiendo su causa es la misma que se en-
cuentra en el bando de Dolabela en Apiano (BC 4,61). Está claro, por
tanto, que el aliado de Antonio recibió para su lucha contra Casio una
importante ayuda extra que no supo aprovechar de forma conveniente.
Dión nos relata en este pasaje que había traído consigo barcos desde
Asia, conseguidos sin duda haciendo uso de sus prerrogativas como pro-
cónsul de Siria. Además del contingente de naves y dinero que la reina
egipcia ya le había enviado.
P. Cornelio Dolabela, libertino y corrupto hijo político de Cicerón,
había sido tribunus plebis en 47 (Plut., Ant. 9) cargo en el que había dis-
cutido con M. Antonio por haber propuesto Dolabela una cancelación
general de deudas y una bajada en el alquiler de las viviendas (D. C.
42,32,2). Luego tuvo lugar la reconciliación. Eran medidas de marcado
carácter demagógico y popular que continuaban el camino iniciado por
M. Celio Rufo en 48. Como hemos visto aquí, su posterior actuación
como procónsul de Siria no fue en absoluto afortunada12.
En Dión Casio (47,31,5)13 este historiador nos narra que, con motivo
de la asistencia naval que la reina Cleopatra había prestado a los triunvi-
ros en 43, se le otorgó el derecho de reconocer a su hijo Cesarión como
rey de Egipto y, por tanto, como sucesor de Ptolomeo XIV. Como ya
hemos explicado, Cleopatra aseguraba, al parecer con razón, que este
niño era hijo de Julio César. Suetonio (Caes. 52), narra una anécdota se-
gún la cual «algunos autores griegos», afirmaban contemporáneamente
que el muchacho se parecía notablemente al dictador tanto en apariencia
física como en alguno de sus gestos, por ejemplo la forma de caminar.

11
E. Cary (ed.), Dio. Roman History, vol. V, Loeb Classical Library , reimp. 1989, pág.
179 asigna este pasaje al año 42 pero creemos que la fecha de 43 es la correcta para el mis-
mo. La cronología de Cary queda corregida por la fecha a la que nosotros nos inclinamos
en la magistral obra de T. R. S. Broughton, The Magistrates of the Roman Republic, II,
Nueva York, 1951-60, pág. 344.
12
Sobre Cornelio Dolabela, vd: F. Münzer, Cornelius, RE 7 (1900), Nr. 141, cols. 1300-
1308.
13
Cf. (n. 1), aunque sea posible, por lógica cronológica, afinar más. Véase también (n. 11)
para optar por la fecha de 43 según el mismo razonamiento.

114
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

De cualquier forma, el respaldo en Roma de la propuesta para que


Cesarión fuera rey de Egipto junto con su madre desde este año 43, se
ve corroborada por el preámbulo de OGIS, 194 donde el muchacho es
nombrado junto con su madre en el décimo año de reinado de ésta, del 1
de septiembre de 43 hasta el 31 de agosto de 4214.

2. Cesarión
Después de dar por concluida la campaña del Bellum Alexandrinum,
César partió de Egipto hacia abril de 47 o un poco más tarde, dejando en
el trono a Cleopatra VII. Los historiadores no se ponen de acuerdo acer-
ca de si César abandonó Alejandría antes o después del nacimiento del
hijo que le dio Cleopatra, pero lo más seguro es que hubiera ya dejado
Egipto cuando tuvo lugar el alumbramiento de Cesarión.
El Dictador nunca fue un hombre dado a sentimentalismos en su
vida privada y la necesidad de su presencia física cerca de las legiones
pudo muy bien apresurar su marcha de Egipto sin esperar al nacimiento
del niño15. Resulta complicado averiguar la verdad sobre este particular,
ya que la historiografía antigua, escribiendo bajo pleno sistema impe-
rial, silenció en su gran mayoría el hecho, hoy incontestable para los
especialistas, de la paternidad de César sobre el hijo de Cleopatra. Un
claro indicio de esta realidad es el hecho de que Cesarión fue mandado
ejecutar por Octavio a su debido momento (Plut., Ant. 81,2; Suet., Aug.
17; D. C. 51,15,5).
Existen, escasas dudas, si es que hay alguna, sobre el hecho de que el
varón que la reina Cleopatra dio a luz hacia fines de junio o primeros de
julio de 47, era hijo de Julio César16. El hecho de que los habitantes de
14
Véase A. E. Samuel, «The joint regency of Cleopatra and Caesarion», Etudes de Papy-
rologie 9 (1971), págs. 73-79.
15
Vd. E. Bradford, Cleopatra, Salvat, Barcelona, 1995, págs. 60s.
16
Se ha llegado a afinar mucho más y se ha propuesto, a mi entender de forma correcta,
como fecha de nacimiento de Cesarión la del 23 de junio de 47 en base a una inscripción en
demótico procedente del Louvre: cf. E. Will, (n. 3), pág. 536 nota. En contra de esta fecha,
creemos que sin razones de suficiente peso, véase a E. Grzybek, «Pharao Caesar in einer
demotischen Grabinschrifte aus Memphis», MH 35 (1978), págs. 149s.

115
Octavia contra Cleopatra

Alejandría le denominaran Cesarión, esto es, el “pequeño César” parece


venir a dar la razón a quienes consideran que, efectivamente, el mucha-
cho era vástago del general romano. Además, existen escasas posibilida-
des de que su paternidad pudiera atribuirse a otro hombre. El hecho de
que, según Suetonio (Caes. 52,2) el agente y amigo de César, C. Opio17,
escribiera un opúsculo intentando demostrar que el hijo de Cleopatra no
tenía por padre a César creemos que proporciona más verosimilitud, si
cabe, a la paternidad del Dictador sobre Cesarión.
Opio quizá escribió su panfleto comisionado por los creadores de
opinión próximos a Octaviano, con la intención de que la autoridad de
su pluma sirviera para desinflar cualquier esperanza puesta en Cesarión,
como posible sucesor y receptor de la herencia política y del nombre de
César por vía consanguínea, que no adoptiva, por parte de los nostálgicos
cesarianos o antonianos. Este binomio formado por la reina Cleopatra
y su hijo Cesarión es muy potente. Piénsese que no sólo se trataba de la
pareja formada por la reina y Antonio, que poseía una formidable carga
política, sino que también estaba por medio la presencia del joven Cesa-
rión como hijo carnal del dictador y, por tanto, depositario de un poten-
cial político de una magnitud difícil de cuantificar. El nombre completo
y oficial de Cesarión tal como constaba en su titulatura suponía todo
un programa político: Ptolomeo XV César Filópator Filómetor suponía
la baza Lágida en lo que se refería a la lealtad y la continuidad políticas
con respecto al Dictador. Su papel como símbolo de unión fue muy im-
portante y de haberse producido en Accio otro desenlace, su rol políti-
co hubiera sido, sin duda, de primera magnitud. No es de extrañar, por
tanto, que entre las primeras órdenes que el futuro Augusto da cuando
se apodera de Egipto esté la de eliminar al hijo concebido por su padre
adoptivo y su mayor enemiga. Obviamente, el hombre que estaba desti-
nado a convertirse en su mayor rival político en el horizonte del futuro18.
17
Sobre el personaje, puede acudirse a Tác., Ann. 12,60; también F. Münzer, Oppius, RE
35 (1939), Nr. 9, cols. 729-736 y Syme, RR, págs. 104s.,318 y 351.
18
El expediente de eliminar a un molesto heredero del trono fue un sistema recurrido en
las monarquías de las sociedades antiguas y Roma en esto no fue ninguna excepción. En
concreto, se pueden sacar jugosas conclusiones para este episodio mediante paralelismos

116
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

La pasión que Antonio experimenta por Cleopatra en Plutarco (Ant.


25), hacia finales de verano de 4119, es muy parecida a la que Antonio ex-
perimenta en Apiano (BC 5,9). Cleopatra VII era reina de Egipto desde
hacía diez años, a principios de 51, cuando contaba con dieciocho años
de edad. Probablemente compartió con su padre Ptolomeo XII el trono
durante los meses finales del reinado de éste. La costumbre ptolemaica
impedía a una mujer reinar en solitario a la vez que no podía casarse
fuera de la familia real. El testamento de su padre, por tanto, estipulaba
que Cleopatra debía compartir el trono con su hermano de diez años,
Ptolomeo XIII y casarse con él a su debido tiempo.
En el año 49 estalló un conflicto civil entre los dos hermanos. Las
relaciones entre ambos siempre habían sido tensas. En los primeros me-
ses de su reinado Cleopatra aparentemente había excluido a su herma-
no del poder efectivo ya que el nombre de Ptolomeo no aparece en los
documentos oficiales, pero hacia el año 48 Cleopatra fue expulsada del
país y probablemente depuesta. La intervención de Julio César fue pro-
videncial. La leyenda nos habla de la entrada clandestina de Cleopatra
en Alejandría por la noche y de cómo la Lágida apareció ante César
envuelta en una alfombra, aunque la verdad histórica seguramente fue
menos impactante. César quedó cautivado de inmediato por la mujer y
le ayudó a recuperar el trono egipcio, dejándola asimismo embarazada
(D. C. 47,31,5 y Plut., Caes. 48-49).
En 47 Cleopatra se casó con un nuevo hermano, Ptolomeo XIV, y
César volvió a Roma. En el verano de 46 la reina egipcia llegó a Roma,
donde vivió rodeada de grandes lujos y agasajos durante dieciocho meses.
Regresó precipitadamente a Egipto tras la muerte de César en abril de 44
y unos meses después moría su hermano y esposo Ptolomeo XIV, por
lo que la reina elevó al trono como co-regente a su hijo Cesarión, de tres

históricos con un caso que aconteció casi medio siglo después y que tuvo como protago-
nista a Agripa Póstumo. Sobre este asunto, véase: Tác., Ann. 1,6 y a E. Hohl, «Primum
facinus novi principatus», Hermes 70 (1935), págs. 350s. y J. D. Lewis, «Primum faci-
nus novi principatus?», Auckland Classical Essays presented to E. M. Blaiklock, Auckland
U. P., 1970, págs. 165s.
19
También da la mima fecha Bradford (n. 15), págs. 98s.

117
Octavia contra Cleopatra

años, reconocido por Roma como monarca un año más tarde (D. C. ibíd.).
El resto de su historia ya ha sido analizado en las páginas anteriores.
Antonio albergaba sospechas válidas en cuanto a la actuación de
Cleopatra en Oriente durante el bienio 43-42. De ahí que mandara «bus-
car a Cleopatra», para que ésta le rindiera cuentas. Pero la reina tenía
una buena defensa. Había hecho lo posible para evitar ayudar a Bruto y
a Casio, y Antonio no tenía necesariamente que sentirse atraído por ella
para creerla, como Plutarco deja caer entre líneas (Ant. 25,1-2). Cabe re-
cordar aquí que este capítulo se sitúa exactamente después del dedicado
por Plutarco a explicarnos la simpleza y espontaneidad de la personali-
dad de Antonio.
El historiador de Queronea hace en este momento una referencia poco
explícita a la «guerra parta». El autor no nos había hablado hasta ahora
de un plan de invasión del reino parto, sobre el que volverá más tarde en
Ant. 28,1. Era natural que el máximo representante de Roma en la zona
quisiera asegurarse la lealtad de los reinos amigos del imperio. Por ello,
después de dejar Éfeso, Antonio expresó su deseo de reunirse en Cilicia
con la reina de Egipto. Antonio estaba realizando un viaje de inspección
por las provincias orientales designando nuevos monarcas en algunos rei-
nos clientes y nuevos tiranos en varias ciudades. Estos nombramientos los
hizo con un alto sentido político20. El encuentro entre ambos gobernan-
tes tuvo lugar en Tarso, la capital de Cilicia21 (Plut. Ant. 26,1-3).

3. El encuentro en Tarso
El hombre encargado de llevar a la reina egipcia ante Antonio fue el
diplomático e historiador Q. Delio22. Delio fue autor de una historia que
Plutarco conoció y, sin duda, utilizó23. La historia de Delio es probable-
mente la fuente que Plutarco usó para narrarnos, de forma tan exhaustiva,

20
Cf. G. W. Bowersock, Augustus and the Greek World, Oxford, 1965, págs. 42-61.
21
Véase Syme, RR, págs. 276 s. y Bradford, (n. 15).
22
Cf. (cap. 2, n. 39).
23
Pelling, Antony, pág. 28.

118
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

el primer encuentro entre Antonio y Cleopatra. En política, Delio fue un


superviviente nato. Después de estar a las órdenes de Dolabela, se pasó
al bando de Casio y, finalmente, al de Antonio, facción con la que se
mantuvo hasta la debacle final en 31. M. Valerio Mesala Corvino le llamó
desultorem bellorum ciuilium, «jinete saltador de las guerras civiles». El
fino y sarcástico humor de Mesala lo define a la perfección. Fue un indi-
viduo que supo exactamente cuándo cambiar de bando político.
La «sutileza y habilidad», de la conversación de Cleopatra deja siem-
pre a Antonio sin defensas en la narración de Plutarco. Se ve asimismo
que Antonio recurre a la adulación para tratar de convencer a Cleopatra
de que se reúna con él en Cilicia. El se convierte también en un ko/lac
pues, en definitiva, la adulación es la actitud normal en el Este. Por otro
lado, el gentilicio sustantivado th\n Ai)gupti/an (25,2), dotado de un
claro tono despectivo lo usa Plutarco para referirse a Cleopatra bien
cuando se está hablando del estilo y encanto de la reina (como es este
caso y también, por ejemplo, en Ant. 29,3), o bien cuando se trata de
hacer referencia a la exótica y «bárbara», relación de Antonio con ella
(como en Ant. 31,2)24.
La cita de Homero alude a un importante momento. En la Ilíada
14,162 Hera decide engañar a Zeus y resuelve e)lqei=n ei)j I)d / hn eu)=
e)ntu/nasan e(\ au)th/n25 Hera se viste entonces con sus mejores galas
(14,166-184), y cuando llega al Ida su seducción distrae a Zeus que se ol-
vida de ayudar a los troyanos26. Él se duerme y Troya sufre de forma te-
rrible. Numerosos temas se dan cita en estas líneas: kolakei/a, engaño,
amor, todo entre dioses reales con el consiguiente sufrimiento humano.
La alusión homérica es rica y sugestivamente polisémica.

24
Compárese, por ejemplo, con Virgilio Aen. 8,688: ... Bactra vehit, sequiturque (nefas)
Aegyptia coniunx. En general sobre Virgilio puede consultarse a V. Pöschl, «Vergil und
Augustus», ANRW II,31. 2 (1981), págs. 307-327; H. Strasburger, «Vergil und Augustus»,
Gymnasium 90 (1983), págs. 41-76.
25
Cf. Ant. 25,2: ... e)lqei=n ei)j Kiliki/an eu)= e)ntu/nasan e(\ au)th/n.
26
Sobre este tema pueden ser de utilidad un artículo de R. W. Nethercut, «The imagery of
the Aeneid», The Classical Journal 67 (1971-72), págs. 123-143 y otro de M. Pani, «Troia
resurgens. Mito troiano e ideologia del principato», Annali della Facoltà de Letere e Filo-
sofia [Bari] 18 (1975), págs. 65-85.

119
Octavia contra Cleopatra

Las «cosas», sumbolai/oij, a las que se refiere Plutarco (Ant. 25,3)


cuando habla de César y de Pompeyo son, evidentemente, los asuntos
amorosos. Además hablando sobre Cleopatra, el autor de Queronea co-
loca el momento cumbre en lo que a la belleza femenina se refiere en un
momento adecuado y en lo que cabe a la inteligencia un poco pronto. La
reina de Egipto contaba ahora con veintiocho años de edad.
Al final del pasaje Plutarco habla de los «encantos y hechizos»,
de Cleopatra. No creemos que el historiador hable de forma literal sino
que se refiera, más bien, a los encantos cautivadores de la personalidad de
la reina Lágida y al valor de ella en tanto que persona, es decir, a la fuerza
natural que emanaba de su personalidad. Así, en la vida de Pompeyo
(55,2), nuestro autor habla de los polla\fi/ltra de Cornelia cuando se
refiere a su educación, cultura y carácter. Sin embargo, aquí ambas pala-
bras pueden estar colocadas perfectamente para crear una sensación po-
derosa y, a la vez, deliberadamente ambigua. Este lenguaje plutarqueo,
en el que hay mucho de cliché literario y que remontaría sus orígenes a
la novela helenística y a la comedia nueva grecolatina, está impregnado
de forma decisiva por toda una tradición filoaugustea y lo que hace es ir
preparando el camino de forma sutil para la posterior acusación de que
Cleopatra hizo uso de la magia para influir sobre la voluntad de Antonio
(cf. Plut., Ant. 37,4 y 60,1)27.
En Plutarco, Ant. 26,1-3, estamos ante uno de los pasajes más cono-
cidos de su vita Antonii 28. Se trata de la espectacular entrada de la reina
egipcia en Tarso de Cilicia a fines de verano de 41, cuando Antonio la
convocó allí para pedirle una serie de explicaciones acerca de la política
oriental de la reina tolemaica desde la muerte de César.
En este texto Plutarco hace hincapié, en gran medida, en el impacto
visual de los detalles de la descripción. Muchos de los sentidos están
puestos a disposición de la escena: el oído, el olfato y la vista, «la música
27
Vd. Pelling, Antony, pág. 18.
28
Sobre los aromas del texto y su asociación a Cleopatra-Afrodita es fundamental la obra
de M. Detienne, Los jardines de Adonis, Madrid, Akal, 1983, passim, con lo que Antonio
sería un Adonis: ver, por cierto, la tabla de equivalencias simbólicas en la pág. 166: Adonias
y Tesmoforias.

120
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

de flautas, siringas y cítaras», y «los más deliciosos aromas», los térmi-


nos para referirse a las doncellas de la reina como «las más bellas, (...),
nereidas y gracias». Plutarco favorece los registros visuales en algunos
momentos cruciales de su narración (por ejemplo, en Ant. 14,3-4; 26,4;
77 u 85). Aquí Cleopatra es kekosmhme/nh grafikw=j, sus pajes son
como grafikoi\ E / ) rwtej. El efecto resultante es muy parecido al de
una pintura . En algún momento de su narración, y este es un buen
29

ejemplo, Plutarco introduce elementos que conforman una visión casi


«cinematográfica», de la misma en cuanto a la minuciosidad del detalle.
En este caso, la analogía pictórica congela la escena pareciendo sugerir
un marco estático que la audiencia a buen seguro retendrá de manera
vívida en su memoria. De hecho, esta es la primera de una serie de esce-
nas que tienen al mar y la navegación por protagonistas y cuyos puntos
de conexión son extraordinariamente sugestivos. Las otras escenas son:
Ant. 32; 35; 65-67 y 76.
Este pasaje se encuentra en directa relación con Ant. 24,3-4, es decir,
el episodio de la entrada dionísiaca de Antonio en Éfeso. Aquí como
allí están presentes, por ejemplo, instrumentos musicales como flautas
y siringas, propios del entorno y del mundo de los rituales dionisíacos
y el nexo dionisíaco lo tenemos explícitamente en Ant. 26,3 cuando se
afirma, con un cierto tono propagandístico anti-antoniano, que «... se
difundió el rumor de que Afrodita había llegado para gozar con Dioniso
por el bien de Asia». El triunviro romano y la reina egipcia son seres
similares con caracteres complementarios. Ambos poseen un gusto simi-
lar por el lujo y la magnificencia y ejercen un influjo parecido sobre sus
súbditos. Y aún así, la grandeur de Antonio no es nada comparable a la
de Cleopatra y nosotros sabemos que el romano terminará sucumbien-
do ante el irresistible esplendor que emana de la egipcia y de su corte30.
Vemos, no obstante y situados en el plano artístico, cómo se alude de

29
Zanker, API, págs. 68s.
30
Sobre Cleopatra y sus posibles paralelismos con una antecesora en el trono egipcio sobre
la que se ha escrito también abundante bibliografía, cf. J. Samson, Nefertiti and Cleopatra:
Queen-Monarchs of Ancient Egypt, David Brown, Nueva York, 1990.

121
Octavia contra Cleopatra

manera constante a estatuas e imágenes en relación con Hércules y Dio-


niso. Este pasaje que comentamos, así como el de Ant. 24,3-4, describen
sendos cortejos. Estos cortejos y procesiones, llenas de escenificaciones,
servían para dar vida a la mitología y al arte. Las representaciones de los
dioses, siempre presentes en la Antigüedad, constituían un punto de par-
tida y un reflejo de tales manifestaciones. Para nosotros, inmersos en el
mundo de la cultura audiovisual, es casi inconcebible la intensidad y el
efecto de aquellos cortejos e imágenes. No sólo los espectadores, sino tam-
bién los propios actores, terminaban por sucumbir a la fascinación. Dioni-
so y Afrodita, independientemente del carácter político o propagandístico
que la historiografía de tendencia augustea haya querido darle, eran imá-
genes que representaban la más plena satisfacción de vida. La existencia
opulenta y embriagadora que disfrutó Antonio en Atenas y en Alejandría
ante los habitantes del imperio y con las dos mujeres que delimitaron su
vida, conformaban lo que progresivamente fue constituyéndose como un
proyecto de vida y de gobierno. Un proyecto que fue entendiéndose, no
sólo en el Oriente helenístico, como una redención y una liberación, como
una respuesta al sangriento período precedente de guerras civiles y como
esperanza de futuro en un gobierno y un estado mejores.
La mayor parte de lo que Plutarco cuenta en este pasaje es segura-
mente cierto. Cleopatra llegó a Cilicia por mar, y la embarcación que
usó para realizar la travesía debió de ser tan lujosa, aunque sin duda
más pequeña, como los suntuosos qalamhgoi de belleza y tamaño
extraordinarios, en los que los monarcas de la dinastía Lágida habían
viajado desde hacía siglos31. El más famoso fue el monstruoso navío de
Ptolomeo IV. El detalle de la «popa dorada», en el barco de Cleopatra es
perfectamente creíble. El barco de Ptolomeo IV estaba todo él decorado
de oro y plata. Las velas de color púrpura eran un distintivo del navío
real y las vemos de nuevo en el buque-insignia de Cleopatra en Accio
(Plin., NH 19,22). Tales embarcaciones podían además albergar lujosísi-
mos banquetes. La embarcación ya mencionada de Ptolomeo IV poseía

31
L. Casson (cap. 2, n. 24), págs. 341s.

122
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

varios salones destinados a tal fin. Dichos navíos estaban perfectamente


preparados para efectuar una navegación de cabotaje de Egipto a Cilicia.
E incluso más, los thalamegoi transportaban a los reyes egipcios a los es-
cenarios de sus batallas navales, por lo que podían navegar sin problemas
en mar abierto. El Cidno es hoy un riachuelo insignificante, pero era
más grande en la Antigüedad (Jen., Anabasis 1,2,23), lo que lo haría per-
fectamente navegable para un barco de dimensiones un tanto mayores a
las normales. No olvidemos que fue en este río donde Alejandro Magno
cogió un resfriado que casi lo manda a la tumba. Por tanto, el Cidno era
un lugar con historia.
Convendría hablar ahora de la impactante escenografía que Cleopa-
tra despliega en este fragmento. Las reinas egipcias se habían identifica-
do con Afrodita desde hacía unos doscientos años32 y las procesiones
egipcias habían sido, en algunas ocasiones, realmente espectaculares,
como fue el caso de la famosa pomph/| de Ptolomeo II.
En el caso que aquí nos ocupa, pudo ser que los ritos de algún tipo
de ceremonia que normalmente se realizaba en Alejandría fueran tras-
ladados de escenario. Pero uno no puede estar seguro de esto con una
mujer del orgullo y sentido de la realeza que tenía Cleopatra, intentando
demostrar el lujo y la pompa de toda su majestad ante el recién llegado
dinasta romano. Era como si Cleopatra le mostrara a Antonio el poder
omnímodo que la dinastía griega que reinaba en Egipto, y de la que ella
sería su última representante, tenía sobre el reino del Nilo, un país sobre
el que Cleopatra mandaba como autócrata y como diosa33.
En otro orden de cosas, el río Cidno (el moderno Tarsus Irmagi), fa-
moso por sus frías aguas nacía en el Tauro y llegaba al mar discurriendo
por Tarso. La presencia de los remos plateados moviéndose acompasa-
dos al ritmo de la música producida por flautas, cítaras y siringas recuer-
da en Plutarco al funeral de Demetrio (Dtr. 53,2-3).

P. M. Fraser, Ptolemaic Alexandria. Vol. I, Oxford U. P., 1972, págs. 197 y 238-240.
32

33
Este es el «lujo ostensible», del que hablaba Th. Veblen en su famoso ensayo titulado
Teoría de la clase ociosa, FCE, México, 1974.

123
Octavia contra Cleopatra

En cuanto a la mención a «pinturas», que hace Plutarco en este pasa-


je, lo más probable es que el historiador beocio no estuviera pensando en
ninguna en particular cuando se refiere a ellas. Tanto Afrodita como Eros
son motivos recurrentes en la pintura mural romana de fines de la Repúbli-
ca y el primer siglo del Imperio. Como ejemplo, podemos citar la famosa
«Venus marina», que se encuentra en la Casa de Venus de Pompeya, don-
de se representa a una Venus recostada que está flotando sobre una gran
concha marina mientras unos pequeños Cupidos están prestos a servirle.
En cuanto a la última frase ya citada con anterioridad, es cierto que
Dioniso-Osiris era el consorte de Isis34. Pero en este caso concreto se ha
desbordado la especulación exageradamente y sin razón, creemos. Se ha
llegado a hablar, con poco fundamento, de «matrimonio sagrado», en-
tre Antonio y Cleopatra en relación con este primer encuentro de 4135,
aunque poco después Syme36 y más recientemente Pelling37 han negado
esta posibilidad argumentando que puede parecer un poco precipitado
en este momento decir que Antonio estaba alentando cualquier tipo de
identificación con Dioniso.
Plutarco (Ant. 27,1-4) expone, primero, la impresión que el triunvi-
ro Antonio causó a los ojos de la reina Cleopatra cuando se agasajaron
mutuamente en Tarso, y segundo, la descripción de la reina egipcia en
correspondencia con la descripción de Antonio que el historiador de
Queronea ya había hecho en Ant. 24,6-8.
La reina Lágida observó sin duda en la forma de ser de Antonio
muchos de los rasgos del soldado tosco y grosero. Pero Cleopatra se
esforzó, desde el primer momento, en imitar estas características del
comportamiento de Antonio, convirtiéndose así en la suprema ko/lac al
adaptarse al estilo de su invitado.
Por tanto, Cleopatra no debe ser vista sólo, desde el primer instan-
te, como la suprema aduladora. Sino también como una mujer muy
34
Sobre esta divinidad, vd. R. E. Witt, Isis in the Graeco-Roman World, Cornell U. P.,
Ithaca, Nueva York, 1971.
35
M. A. Levi (cap. 2, n. 33), Florencia, 1933, págs. 103s. y 144.
36
RR, pág. 346.
37
Antony, pág. 189.

124
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

inteligente, de mucho mundo, con estilo y dotada de esa gran naturali-


dad y franqueza de trato y carácter que tan presente está en la nobleza
de sangre grecorromana de la Antigüedad38.
La descripción que, por otro lado, proporciona Plutarco de la reina
Cleopatra VII es una de las más críticas y objetivas que sobre la rei-
na egipcia existen en toda la literatura de la Antigüedad39. Ya se refe-
ría en su momento Dión Casio (42,34,3-5) al atractivo que Cleopatra
ejerció en Julio César. Dión coincide con Plutarco en señalar los en-
cantos de la reina, pero la convierte, de forma un tanto exagerada, en
perikallestat / h gunaikw=nV (42,34,4) Cleopatra simbolizó muy pron-
to el estereotipo de la belleza femenina (así, por ejemplo, en Lucano
10,60-62 o en el de Vir. Ill. 86,2). Sin embargo, los numerosos retratos
monetales, aún estilizados, dan por buena la descripción más equilibrada
e imparcial que Plutarco proporciona, paradójicamente, en este pasaje40.
Cleopatra tenía una frente elevada con unos ojos grandes y profundos y
la barbilla y la expresión muy determinadas. Su boca era un poco ancha
y su famosa nariz, la très joli nez de Astérix et Cléopatre, es un tanto
aguileña y un poco más larga de lo deseable.
En lo que se refiere al dominio que poseía Cleopatra de las lenguas
extranjeras es muy posible que, si Antonio hubiera enumerado los en-
cantos de Cleopatra, el triunviro no hubiera incluido en ellos la facilidad

38
Puede consultarse a M. Yourcenar, El tiempo, gran escultor, ed. Círculo de Lectores,
Barcelona, 1990 y también al maestro de helenistas M. I. Finley, El nacimiento de la polí-
tica, Crítica, Barcelona, 1986.
39
Cf. I. Becher, Das Bild der Kleopatra in der griechischen und lateinischen Literatur, Ber-
lin, 1966, pág. 72. La bibliografía sobre Cleopatra VII es ingente. Citamos a continuación
diversas referencias, algunas muy recientes, que pueden consultarse con garantías sufici-
entes: E. Ludwig, Cleopatra: the story of a queen, Allen and Unwin, Londres, 1937; L.
Hughes-Hallett, Cleopatra: Histories, Dreams and Distortions, Harper Collins, Londres,
1991; J. Whitehorne, Cleopatra, Routledge, Londres, 2001 reimp. ; W. Schuller, Cleopatra.
Una reina en tres culturas, Siruela, Madrid, 2008; J. Fletcher, Cleopatra the Great. The
Woman Behind the Legend, Hodder, Londres, 2008, J. Tyldesley, Cleopatra, Ariel, Barce-
lona, 2008; A. Goldsworthy, Antonio y Cleopatra, La Esfera de los Libros, Madrid, 2011
y S. Schiff, Cleopatra, Destino, Barcelona, 2011.
40
Véase, por ejemplo, dos muestras en G. M. Staffieri, «La discendenza di Marco Antonio
nei regni clienti medio orientali e nord africani», NAC 3 (1974), pág. 87, n.º 2 y pág. 95
n.º 9 (fig. 4).

125
Octavia contra Cleopatra

Figura 4

que para los idiomas extranjeros tenía la reina egipcia. Pero Plutarco
incluyó esta particularidad, entre otras cosas porque la mención de la
dulzura41 en los “tonos de su voz” incitaba a crear una atmósfera sensual
y de molicie alrededor de la reina tolemaica, lo cual era, en último tér-
mino, lo que el escritor de Queronea pretendía. Es seguro que la última
de los monarcas egipcios tenía gustos de carácter intelectual. Filóstrato
nos habla acerca de su filologi/a (V. S. 1,5) y es probable que la reina
promoviera, de alguna forma, un círculo de intelectuales en su corte42.
Estaríamos, por tanto, ante una «bachillera», como en el caso de la fa-
mosa Aspasia de Mileto43.
Lo cierto es que, después de los dos pasajes anteriores de Plutar-
co (Ant. 26,1-3 y 27,1-4) y de Apiano (BC 5,8-9), donde se dice que
41
J. de Romilly ha escrito un bello libro sobre el tema: La douceur dans le penseé grecque,
Les Belles Lettres, Paris, 1979.
42
Cf. P. M. Fraser (n. 32), págs. 312, 361-363, 806-807 y M. Grant (cap. 2, n. 65), pág. 181.
43
Cf. J. Solana Dueso, Aspasia de Mileto. Testimonios y Discursos, Anthropos, Barcelona,
1994.

126
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

Antonio quedó cautivado por Cleopatra «con una pasión propia de un


muchacho», podría parecer que el general romano poco menos que per-
dió la noción de la realidad cuando se encontró con la reina egipcia en la
localidad cilicia de Tarso durante el transcurso del verano de 41. La rea-
lidad sería, sin duda, un tanto más prosaica. Quemando etapas a lo largo
de su periplo de reconocimiento de las provincias orientales, Antonio
acababa de despedirse de la encantadora princesa Glafira, una dinasta
capadocia a cuyo hijo, Sisina, ayudó a poner en el trono de ese reino (Ap.
BC 5,7). Ante la poderosa visión de la majestad de Cleopatra hemos de
suponer que Antonio «sucumbió de buen grado, pero sin entregarse» 44.
Apiano cuenta en el pasaje ahora mencionado, cómo el vencedor de
Filipos y cabeza visible del partido cesariano quedó cautivado por la mu-
jer a quien había llamado para que clarificara algunos aspectos de sus
decisiones políticas desde el asesinato de César. Todas las fuentes de la
Antigüedad proporcionan una visión similar del hecho y notifican de
forma parecida la existencia de un antes y un después de Antonio tras este
encuentro en Tarso. La historiografía moderna, e incluso los más cínicos
e incrédulos de los historiadores siguen en buena medida a toda la tradi-
ción antigua aún permitiéndose disculpas por los efectos de veinte siglos
de distorsión e hipérbole, heredando así una visión sesgada de los hechos.
Ahora es el momento adecuado de recordar, por ejemplo, que Cleo-
patra no va a Tarso a encontrarse con Antonio por mero placer o acep-
tando una banal invitación diplomática que perfectamente podía haber
rechazado. La reina de Egipto es obligada diplomáticamente a acudir a
Tarso, con buenas maneras pero con determinación, para dar cuentas de
una actuación política que, a los ojos de Roma, parecía cuando menos
sospechosa. Plutarco nos cuenta que una serie de despachos diplomáticos
convocándola en Cilicia (Ant. 26,1) precedieron al envío del agente perso-
nal de Antonio, Q. Delio, que tenía encomendada la misión de asegurarse
que la reina se ponía en camino para reunirse con Antonio (Ant. 25,2).

44
Syme, RR, pág. 276.

127
Octavia contra Cleopatra

No deberíamos olvidar tampoco el hecho de que Antonio conoció a


Cleopatra sólo semanas después de que, en su gira oriental, se hubiera
despedido en los mejores términos de Glafira.
O el hecho de que para la historiografía antigua de tono proaugusteo
sería un inconcebible chasco el hecho de que la mujer que posteriormen-
te arrebató el corazón de Antonio recibiese un «no», por respuesta en el
primer encuentro entre ambos en el Cidno.
En el texto apianeo (BC 5,8-9), Antonio le reprocha a la reina el he-
cho de que no hubiera compartido sus penalidades para vengar a César.
Por toda respuesta, ella le dice que había enviado a Dolabela las cua-
tro legiones comandadas por Alieno que nunca llegaron a su destino.
Aunque la única ayuda que le llega a Cornelio Dolabela por parte de
la autócrata egipcia son los efectivos mencionados en Ap., BC 4,61 y
D. C. 47,30,3-4.
Como no podía ser de otra manera, la reina convenció al triunviro de
su lealtad al partido cesariano y además Antonio quedó enteramente cau-
tivado por ella. Apiano remonta incluso el interés del romano por la egip-
cia a bastante tiempo atrás, al informarnos que el interés de Antonio por
ella databa del año 55, cuando Antonio viajó con A. Gabinio a Alejandría
como su prefecto de caballería en la ocasión en que éste restauró en el
trono egipcio a Ptolomeo XII Auletes (Plut. Ant. 3). Esto es inverosímil:
Cleopatra era entonces una chiquilla de unos... ¡catorce años de edad!
Apiano señala luego que, nada más conocer a Cleopatra, ella comen-
zó a disponer todo tipo de acciones sobre los territorios gobernados por
Antonio influyendo en las primeras acciones negativas e inexplicables
del triunviro en el mando de las provincias orientales. Así, la reina in-
fluyó sobre Antonio para que éste eliminara de golpe a todos los rivales
políticos que ésta tenía. Probablemente sea cierto a pesar de que requiere
alguna que otra precisión.
Arsínoe era la hermana menor de Cleopatra. Se había hecho recono-
cer reina de Egipto al comienzo del Bellum Alexandrinum (César, BC
3,112). Después de la derrota, César la había llevado en su triunfo en
Roma en el año 46 (Ap. BC 2,101), y posteriormente fue liberada (D. C.

128
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

43,19). La presencia en el triunfo alejandrino la hizo popular ante el pue-


blo de Roma. Poco después de los idus de marzo de 44, y quizá bajo la so-
beranía nominal de su hermana, Arsínoe era colocada por Antonio como
soberana efectiva de Chipre (Estrabón 14,6,6 (685)). Cleopatra, descon-
tenta con la rehabilitación de su hermana pequeña, envió hacia abril de
43 a Serapión45 a Chipre con una flota con la más que probable misión de
capturar y eliminar a Arsínoe, que huyó hacia el Asia Menor y se alineó
con el bando de Bruto y Casio. Estuvo primero en Éfeso y luego en Mile-
to, donde se le acogió como suplicante en un templo dedicado a Ártemis
y es ahí donde se encontraba cuando, según nuestro pasaje, fue asesinada
por unos sicarios enviados por Antonio46. Algunos autores, como Daniel
Magie47, creen que este pasaje de Apiano es erróneo. Sostienen que debe
entenderse Magnesia, en vez de Mileto, pues en Magnesia era objeto de
especial culto Ártemis en su advocación de Leucofriene. Nosotros somos
de la opinión de otros historiadores que, como Gabba48, piensan que en
Mileto debió de existir un templo a Ártemis Leucofriene.
El triunviro ordenó asimismo a los habitantes de Tiro que entregaran
a Serapión a Cleopatra. El antiguo consejero de la reina se hallaba en la
ciudad como suplicante, seguramente ante el templo de Melkart-Hera-
cles. Por último, dispuso que los habitantes de Arados, una importante
ciudad fenicia, entregaran a otro suplicante que tenían en su poder y que
había intentado suplantar a Ptolomeo XIV, una vez que el hermano de
Cleopatra hubo sido muerto por el ejército de Julio César en la batalla
del Nilo de 27 de marzo de 47.
Vemos que incluso Apiano, el más «filoantoniano», de los autores an-
tiguos, presenta las primeras acciones de gobierno de Antonio en el Este
bajo una óptica desfavorable para el triunviro. Resulta extremadamente
45
Vd. (n. 2).
46
Sobre unas excavaciones arqueológicas, relativamente recientes, que tienen a Arsínoe
como presunta protagonista en calidad de propietaria de una sepultura, véase el trabajo
de H. Thür, «Arsinoe IV, eine Schwester Kleopatras VII, Grabinhaberin des Oktogons
von Ephesos?: ein Vorschlag», Jahreshefte des Österreichen Archäologischen Instituts 60
(1990), Haupt.-Bl. 43-46.
47
Cf. (cap. 2, n. 4), pág. 1279, n. 5
48
Cf. (cap. 1, n. 37), Florencia, 1970, com. ad loc.

129
Octavia contra Cleopatra

difícil, en el caso de la historiografía antigua, e independientemente de


la tradición histórica en que se encuadre, obviar o justificar unos ase-
sinatos, en particular al principio de un período de gobierno49. Se hace
complicado no tener un juicio negativo de un hombre que, desde el ini-
cio, tiñe su mandato de sangre influenciado por los deseos de una reina
extranjera, sin tener en cuenta en sus actos políticos lo que era bueno
para la seguridad exterior de Roma. Es posible, sin embargo, que la eli-
minación de Arsínoe estuviera relacionada con una posible alianza de
esta princesa egipcia con los cesaricidas.
Dión Casio, uno de los máximos exponentes de la tendencia proau-
gustea en la historiografía antigua, se ceba contra Marco Antonio en
48,24,2-3, donde retrata, con su rapidez y laconismo habituales, el en-
cuentro cilicio del triunviro y la reina egipcia.
Antonio es descrito, en la mayoría de las ocasiones, con grandes do-
sis de acritud en la narración dionea. Aquí introduce por primera vez en
su narración un término como e)dou/leue (48,24,2), que nosotros pode-
mos traducir por «convertir en esclavo», y que está colocado de manera
que sirva para producir en el lector antiguo una sensación mezcla de asco
y rechazo hacia la figura y la personalidad del triunviro.
Para cualquier romano libre y culto que se preciara de serlo, el tér-
mino de dou=loj tenía un matiz extraño y repugnante a su propia esen-
cia de romano. Ser esclavo era propio bien de seres inferiores o bien de
súbditos de monarcas orientales que eran considerados, por tanto, como
seres situados en un plano inferior. Era inconcebible que todo un gene-
ral y un ciudadano, que además era uno de los más altos dignatarios del
Estado, cayera en tan baja condición. Y era terriblemente provocador
que dicha condición fuera descrita de esa manera tan gráfica por otro
ciudadano romano, aunque eso sucediera a dos siglos vista de los hechos.
En esta ocasión, Dión hace uso de una fuente distinta de la de Apia-
no. En el pasaje que analizamos nuestro autor habla de «hermanos»,
de la reina cuando Apiano deja claro (BC 5,9) que en este momento, y

49
Así, y para otra coyuntura cronológica, en concreto la de Tác., Ann. 1,6,1. Cf. n. 18.  

130
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

aparte de Arsínoe, la hermana pequeña de la reina, sólo existía un im-


postor al que en este momento se le dio oportuna muerte. Por otro lado,
el mismo Dión en otro lugar (42,43,4) implica que, amén de Cleopatra,
sólo sobrevivió un vástago de Auletes después de la batalla del Nilo, y
ése debe de ser necesariamente la hermana menor de la reina, Arsínoe.
El historiador bitinio señala en este pasaje que Arsínoe se encontraba
como suplicante en el templo de Ártemis en Éfeso. Ya hemos discutido
esta cuestión más arriba, llegando a la conclusión de que la información
que proporciona Apiano parece, en principio, digna de ser tenida en
cuenta. Arsínoe, por tanto, se encontraría asilada en el templo de Árte-
mis en Mileto (Ap. BC 5,9. La información que da aquí Dión acerca de
que la princesa Lágida se encontraría E ) fe/sw ) Artemisi/ou (48,24,3)
necesitaría de una confirmación arqueológica o epigráfica.

4. Antonio y Cleopatra en Alejandría


La estancia de Antonio en Alejandría durante el invierno de 41 a 40
en compañía de Cleopatra, constituye en la narración plutarquea una
sucesión de episodios contados de una manera muy literaria. El humor
de nuestro autor en Ant. 28,6-7 es particularmente delicado así como
el encanto natural con el que Cleopatra convierte, en 29,4 el chasco de
Antonio en un majestuoso cumplido. En ningún otro lugar de la Vida
de Antonio, Plutarco interrumpe el curso de la narración para contar
un número tan grande de anécdotas. Pero aquí la técnica es similar a
24,6-8; 27,2-4 y 70, donde el escritor de Queronea emplea el recurso de
la digresión para marcar un momento importante. Estos episodios de
Ant. 28 y 29, proporcionan una impresión más diáfana de Cleopatra y
complementan a 27,2-4. Asimismo sugieren la atmósfera distintiva de la
capital egipcia y del comportamiento tan distinto que el general romano
desarrollaba en esa ciudad: «... kai\ sune/taizon ou)k ar ) ru/qmwoj ou)
de am
) ou/swj oi( A
) lecandrei=j, ag
) apw=ntej kai\ le/gontej w(j tw=
tragikw= pro\j tou\j R
) w
( mai/ouj xrh=tai prosw/pw, tw= de\ kwmikw=
pro\j au)tou/j» (Ant. 29,2).

131
Octavia contra Cleopatra

Plutarco, sin embargo, omite hechos delicados y difícilmente


disculpables, ya que la reina egipcia se valió de Antonio para saldar
cuentas pendientes como la eliminación de su hermana Arsínoe y la de
un pretendiente al trono. Comparando este pasaje con los dos anteriores,
puede decirse que Apiano (5,9) y Dión (48,24,3) muestran la profundidad
y el peligro del apasionamiento de Antonio con respecto a Cleopatra,
mientras que Plutarco prefiere presentar al triunviro sumido en el
contraste entre los dos mundos en que a partir de ahora se encontrará,
pero sin relatar nada horrible que pudiera destruir este retrato idílico.
La su/nodoj A ) mimhtobi/wn a la que hace referencia nuestro pasaje
es la asociación que Antonio disolverá al final de su vida (Ant. 71,3), para
reemplazarla por otra de tono similar, la de Los Amigos hasta la Muerte.
El club o grupo de Los Inimitables Vividores poseía, casi con seguridad,
una cierta significación religiosa, más precisamente un qi/asoj de carác-
ter dionisíaco. Plutarco parece querer avanzar ahora material para lo que
acontecerá algunos años más tarde, cuando la presencia dionisíaca alre-
dedor de Antonio se hará mucho más presente. El término su/nodoj,
aunque frecuente y especialmente en Egipto, para designar a muchos
tipos de clubs y asociaciones, era especialmente apropiada para denomi-
nar a una asociación de tipo religioso.
El 28 de diciembre de 34, un tal Parásito dedicó una inscripción
para honrar como su dios y benefactor A ) ntw/nion me/gan am ) i/mhton a)
frodisi/oij . Este testimonio epigráfico es, casi con seguridad, una
50

alusión a Los Inimitables Vividores. Aunque en esta inscripción, An-


tonio es inimitable en ta\ af) rodi/sia, lo cual puede interpretarse bien
como una jocosidad a su costa, bien como una asociación seria con Afro-
dita como con Dioniso.
En Ant. 29,1, Plutarco se refiere a la división artificial (diai/resij)
que el filósofo Platón desarrolla en Gorgias (462c-466a). Platón distin-
gue allí cuatro artes genuinas que atendían la salud del alma y del cuer-
po. Cada una de éstas tenía equivalentes espúreos que eran formas de

50
OGIS, n.º195.

132
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

kolakei/a. Las artes propias del alma son la legislación y la justicia,


las del cuerpo la medicina y la gimnasia. Los equivalentes espúreos son,
respectivamente, la sofística, la retórica, la repostería y la cosmética. El
principal objetivo de Platón, con esta clasificación, es denigrar la retóri-
ca. La inclusión de ésta entre las artes espúreas es llamativa y paradójica.
Las anécdotas de las actividades de Antonio al lado de la reina egipcia
y las francachelas nocturnas de ambos están profundamente influencia-
das, en la narración plutarquea, por el comportamiento del joven Ne-
rón (37-68 d. C.). Este emperador, cuyo reinado ocupa la juventud de
Plutarco, vagaba por las calles en burdeles y tabernas, vestido como un
esclavo. Sus amigos y acompañantes robaban los productos que estaban
expuestos en las tiendas y se los regalaban al primero que pasase. Al
poco de iniciarse estas orgías, la gente se dio cuenta de que quién estaba
detrás de las mismas era el propio emperador (Tác., Ann. 13,25, cf. Suet.,
Nero 26).
Otros principes se comportaron luego de forma similar: el joven
Otón manteaba a los desafortunados viandantes que acertaban a pasar
por donde él se encontraba (Suet., Otho 2). Lucio Vero tenía la extraña
afición de romper ventanas (SHA., Verus 4,6-7). El mismo san Agustín
tuvo una juventud poco ejemplar, siendo especialista en sacar de quicio
a sus semejantes (Conf. 3,3). Estos excesos de los jóvenes y ricos, muy
propios de la jeunesse dorée de la capital del Imperio en el período que
estamos estudiando, no eran en absoluto sorprendentes. Pero en Anto-
nio la historiografía proaugustea lo consideró como un rasgo negativo y
reprobable de su carácter. Y es que el triunviro frisaba ahora los cuarenta
años. Estos comportamientos eran difícilmente disculpables en los mu-
chachos, cuánto más por tanto en un hombre ya próximo a la madurez
y que detentaba una posición tan alta en el Estado romano. En Ant.
30,1 Plutarco explica esto con sumo tacto y sutilidad usando el término
meirakieuo/menon.
En todo caso, hemos visto cómo el relato del filoaugusteo Plutarco
está lleno de elementos no favorables a Antonio. Estos elementos proce-
den de la tendencia propagandística favorable a Octavio. En la narración

133
Octavia contra Cleopatra

del historiador de Queronea, el general romano es presentado como un


guiñol en manos de la reina egipcia.
En Plutarco (Ant., 29,4), observamos como de nuevo el historiador
de Queronea usa el gentilicio sustantivado th\n Ai)gupti/an (29,3), que
ya había utilizado en Ant. 25,2. Esta expresión posee un valor peyora-
tivo y la usa cuando se refiere a la reina lágida bien para mencionar el
estilo y encanto de la misma, bien para mencionar la relación «exótica»,
que mantenían ésta y el triunviro romano.
En cuanto a la ingeniosa frase final de Cleopatra que cierra el pasa-
je, vemos cómo el adulador habilidoso, en este caso la monarca egip-
cia, quiere siempre lisonjear a su víctima, o sea Marco Antonio, incluso
cuando ésta demuestra una total incapacidad para la actividad que está
realizando, en esta ocasion la de pescar. Hay halago en la reina, como
hemos visto, pero también desenvoltura y humor, en forma de ironía,
en este episodio.
Los capítulos 28 y 29 de la Vida de Antonio en Plutarco creemos que
tienen su origen en una fuente de carácter oral. Este tipo de fuentes son
importantes para Plutarco. En Demos. 2,1 nuestro autor enumera las
ventajas que, según él, tiene para un historiador vivir en una gran ciudad.
No solamente el gran número de libros que hay en ellas, sino también
el acceso a anécdotas e historias que las fuentes escritas no recogen pero
que se transmiten por medio de la memoria popular. En la Vida de An-
tonio se perciben rastros de algunas tradiciones locales alejandrinas. Los
episodios que el historiador cuenta en Ant. 28 y 29, así como lo que re-
lata, por ejemplo, en 68,4-5 corresponden, con probabilidad, a historias
contadas dentro de la propia familia de Plutarco.
Estas anécdotas proporcionan una clara idea de la inteligencia de
Cleopatra y de la capacidad de la reina y de su corte para explotar, de
forma sabia y hasta límites insospechados, el sinuoso arte de la adula-
ción, especialmente con alguien como Antonio, presa fácil cuando de esa
cuestión se trataba. También nos hablan estas historias de la atmósfera
especial de Alejandría, de la belleza intrínseca de la ciudad y del carácter
festivo de sus habitantes.

134
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

Plutarco se presenta aquí como un biógrafo en pleno desarrollo de


su trabajo, que elige cuidadosamente y con toda intención, qué rasgos
quiere presentarnos del carácter del biografiado. Entre los rasgos más
acusados de la personalidad de Antonio estaban su fatuidad y su infantil
sensibilidad ante el halago. Antonio es presentado como un hombre con
sentido del humor que se permite hacer artimañas para quedar bien ante
la reina de Egipto, pero también como alguien a quien le gusta que le ala-
ben como imperator y conquistador, sin duda en la más pura tradición
heredada de Alejandro, el conquistador de conquistadores. Algo que se
ve muy bien en la frase que pronuncia Cleopatra y que cierra 29,3-4.
El otro mensaje que el historiador de Queronea quiere transmitir
ahora es la caracterización de la reina egipcia como la mejor halagadora
de Antonio, como la ko/lac por antonomasia, en definitiva, como toda
una experta en la materia. Si lo que se desea es tipificar, desde el princi-
pio, el papel que la reina tendrá en la vida de Antonio... ¡qué mejor que
enmarcar la primera pincelada de ese papel precisamente en la corte que
esa mujer regía, el lugar donde por entonces la adulación y el halago ha-
bían alcanzado el rango de un arte consumado! Así, y desde sus primeras
apariciones en la Vida de Antonio, todos sabemos una de las cartas con
las que Cleopatra jugará hasta el final. El filoaugusteo Plutarco quiere
que identifiquemos a la Lágida como la reina de la adulación en la corte
de los aduladores.
Lo más seguro es que los hechos que tratan nuestros textos y que co-
rresponden a Ant. 28 y 29, en el caso de que alguna vez hubieran sucedi-
do51, no se desarrollaran en el período cronológico estricto del invierno
de 41 a 40. Muy probablemente, Plutarco ha desplazado a este momento
algunos hechos que habrían ocurrido con posterioridad en el tiempo o,
cuando menos, habría insertado ahora en su Vida algunas historias oídas
por él acerca de las actividades alejandrinas de Antonio y Cleopatra, his-
torias que no pertenecerían a ninguna fecha concreta.

51
Lo cual, sobre todo para Ant. 29, nos suscita serias dudas.

135
Octavia contra Cleopatra

Apiano BC 5,11 es muy parecido a otro texto suyo, en concreto BC


5,76 (cf. cap. 2), donde se narra el invierno de 39 a 38, que Antonio pasó
en Atenas en compañía de su flamante esposa Octavia. Encontramos, sin
embargo, un detalle sutil que lo diferencia en cierta forma de este otro
texto apianeo, en el que por supuesto no aparecía Cleopatra. Y es que
los orígenes egipcios de Apiano hacen que sea muy difícil que este autor
cargue las tintas contra la reina egipcia.
Quizá sea ésa una de las causas por las que la crítica contemporánea
lo ha etiquetado como el más conspicuo representante de la tendencia
historiográfica filoantoniana. Los sentimientos de cariño hacia su país
de nacimiento pesan en Apiano de una manera notable. Es impensable
que Apiano diera cabida en su narración a toda la serie de historias y
anécdotas negativas y vejatorias, que vemos en Plutarco, tendentes a mi-
nusvalorar la persona y la obra política de Antonio, incluida la cínica
actitud de lisonja permanente de Cleopatra.
El zapato blanco llamado fecasio era, en efecto, el que usaban los
sacerdotes y magistrados de Atenas y otras ciudades de la órbita griega
como Alejandría. El cargo más importante de la ciudad helenística, el
gimnasiarco, también usaba este tipo de zapato. Sabemos además por
Plutarco (Ant. 33,3-4), que en el invierno de 39 a 38 que Antonio pasó
en Atenas con Octavia, el triunviro romano ofició como gimnasiarca y
volvió a calzarse el fecasio52.
Por otro lado, el interés de Cleopatra por la filosofía, al igual que el de
Antonio, está bien documentado, por ejemplo en Filóstrato (Vit. Soph.
1,5). El famoso filósofo de tendencia peripatética, Nicolás de Damasco,
fue preceptor de los hijos que Antonio concibió con la reina Lágida.
Dión Casio se hace eco (48,27,2-3), de dos temas que en relación con
Marco Antonio, fueron reiteradamente explotados por la tendencia his-
toriográfica de tono proaugusteo.
El primero de ellos, la desidia del triunviro en cumplir sus funciones

52
Sobre esta prenda, véase: E. Schuppe, Faikas
/ ion, RE 38 (1938), cols. 1561-1562 y
G. Giangrande, «Textkritische Beiträge zu lateinischen Dichtern», Hermes 95 (1967),
pág. 111.

136
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

como imperator y máxima autoridad del Estado romano en las provin-


cias orientales, que le habían correspondido en el momento de la cons-
titución del Triunvirato. Se trata de una de las acusaciones más graves y
temibles a las que un alto cargo romano en el ejercicio de su deber, tenía
que enfrentarse. De hecho, si tal acusación se verificaba mediante un
juicio al efecto la pena más común era bien el destierro, bien la pena de
muerte o la inducción al suicidio.
El segundo tema es la ociosidad y el lujo muelle en el que vivió An-
tonio en Alejandría junto a Cleopatra. Para un pueblo como el romano,
que se enorgullecía hasta el delirio de sus raíces como simple pueblo de
pastores toscos y rudos, el lujo y la vida opulenta eran cosas propias
de pueblos orientales, bárbaros, sexualmente pervertidos y enemigos de
Roma. Que uno de los máximos responsables del Estado se codeara con
el máximo representante de uno de esos pueblos (¡que además era una
mujer!), debía parecer increíble al romano medio, al ciudadano habitan-
te de Italia y de la parte occidental del Imperio sobre el que Octaviano
supo ejercer todo su influjo y su notable capacidad de persuasión en
una campaña de propaganda entre dirigida y espontánea a partes iguales.
Ya que «aquello que a posteriori aparece como un sofisticado sistema
es el resultado de una combinación de la forma en que el monarca se
presentaba públicamente y de los homenajes que le eran tributados con
mayor o menor espontaneidad» 53.

5. Sexto Pompeyo y Miseno


Al mismo tiempo que se celebraban en Roma los fastos y celebracio-
nes por la consecución del tratado de Brindisi del año 40, Sexto Pompe-
yo, el hijo menor de Pompeyo el Grande llamado «Neptunius dux», por
el poeta (Horacio, Epod. 9,7s.), reanudó el bloqueo al que estaba some-
tiendo a las costas italianas y la plebe, especialmente en la Urbs, pedía a

Zanker, API, págs. 20-21. Puede verse también mi reseña al libro de Paul Zanker: «Imago
53

Augusti», Tempus 8 (1994), págs. 87-93.

137
Octavia contra Cleopatra

gritos pan y paz54. Los habitantes de Roma fueron precisamente quienes


obligaron a los líderes cesarianos, esto es Antonio y Octavio, a entablar
conversaciones con Pompeyo.
El hijo más joven del gran Cneo Pompeyo es descrito por R. Syme de
manera característica como: «En realidad un aventurero, Pompeyo podía
representar fácilmente a un pirata»55. Consignamos aquí este juicio del
historiador neozelandés sobre la figura histórica de Sexto Pompeyo por-
que sirve muy bien para ejemplificar la valoración que la historiografía del
período ha tenido sobre este personaje hasta hace unos años. Sin embargo,
desde hace relativamente algún tiempo, se está rehabilitando con paso se-
guro la figura y las vicisitudes políticas de Sexto Pompeyo56. Sin embargo,
el emperador Augusto debía de estar pensando en el mismo Pompeyo que
veinte siglos después describiría Syme cuando, poco antes de morir y al
escribir sus Res Gestae, hizo una mención implícita al hijo más pequeño
de Cn. Pompeyo Magno al proclamar, en el estilo mayestático y solemne
que destila todo este texto: mare pacavi a praedonibus (RG 25).
El intercambio de notas y embajadas que precedieron al tratado de
Miseno de 39, cuyo banquete de celebración narra Plutarco (Ant. 32,3-5),
está descrito en Apiano de manera bastante pormenorizada (BC 5,69-73).
El historiador egipcio no nombra para nada en su obra la existencia de
este banquete que sí menciona Plutarco, pero narra en cambio con todo
lujo de detalles los preparativos del acuerdo y por él sabemos cómo Pom-
peyo, siguiendo el consejo de sus amigos y en contra de la opinión de su
lugarteniente Menodoro (el mismo que el Menas plutarqueo, que es con
seguridad un diminutivo), navegó hasta Enaria con una gran flota y llegó
54
Algunas observaciones sobre Miseno y sus antecedentes en Scott, PP, págs. 28s.
55
RR, pág. 293.
56
Tras el estudio de M. Hadas-Lebel, Sextus Pompey, New York, 1966, que es un trabajo
demasiado positivista y biográfico que añade poco al análisis en clave histórico-política de la
figura de Sexto Pompeyo, y el artículo de Miltner en la Pauly-Wissowa, en los últimos años
han aparecido excelentes trabajos de carácter específico que proporcionan una visión más
equilibrada y profunda de nuestro personaje. Entre ellos E. Gabba, «Sesto Pompeo a Nau-
loco», Rivista di Cultura Classica e Medioevale 19 (1977), págs. 389-392; B. Schor, Beiträge
zur Geschichte des Sextus Pompeius, Stuttgart, 1978; C. S. Stone, «Sextus Pompey, Octavian
and Sicily», AJA 87 (1983), págs. 11-22; E. La Rocca, «Pompeo Magno novus Neptunus»,
Bull. Comm. Arch. Com. Roma (1987-88), págs. 265-292 y F. Senatore (cap. 1, n. 73).

138
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

a los alrededores de la bahía de Nápoles (5,71). Una primera entrevista


celebrada en Enaria en primavera entre Octavio y Antonio, por un lado,
y Sexto Pompeyo y su suegro L. Escribonio Libón, por el otro, fracasó.
Los triunviros sólo concederían a Sexto la vuelta de su exilio mientras
que éste pedía algún tipo de participación en el gobierno de la República.
Finalmente, Apiano narra (5,72) cómo gracias a los esfuerzos de Mucia
y Julia (un error del historiador por Escribonia), la madre y la esposa de
Pompeyo respectivamente, los dos triunviros y Sexto volvieron a reu-
nirse en plena canícula, hacia agosto de 39, en algún lugar indeterminado
del arco entre el golfo formado por las actuales Miseno, Bayas y Puteoli.
El tratado de Miseno amplió el Triunvirato incluyendo a un cuarto
socio, Pompeyo, que dueño de las islas, recibiría también el Peloponeso.
Al reconocimiento se sumaba una suma en dinero y futuros consulados
para él y para su suegro. Así, Escribonio Libón sería cónsul en 34 y a
Sexto se le tenía reservado uno de los de 33. Los proscritos y fugitivos
que se habían unido a Sexto podían, si lo deseaban, regresar a Italia. Pero
Miseno fue el acuerdo de menor entidad de aquellos que se firmaron
durante el período triunviral. Podríamos calificarlo de pacto meramen-
te coyuntural o de transición, como lo prueban la corta duración del
mismo y lo acordado en el siguiente tratado importante, el de Tarento,
que es prácticamente una vuelta al espíritu de Brindisi. La corta vigencia
de Miseno fue motivada también por el divorcio de Octaviano y Escri-
bonia, la hermana del suegro de Sexto, incluso antes de que acabara ese
mismo año 39. Escribonia era una mujer bastante mayor que Octavio y
de carácter difícil. El futuro emperador Augusto no sentía nada por ella.
Vemos cómo la paz no duró mucho en las costas italianas.
Como lo político no dio para mucho, los historiadores han dejado
para la posteridad los detalles íntimos y las anécdotas más reveladoras
de aquel encuentro entre los líderes celebrado en la paradisíaca bahía
napolitana. Plutarco cuenta (Ant. 25,2) que la flota de Pompeyo estaba
anclada en las inmediaciones mientras que las fuerzas de Antonio y Oc-
tavio se desplegaban formadas a orillas del mar. El historiador de Que-
ronea tiene prisa, en su narración, por contar el episodio del banquete y

139
Octavia contra Cleopatra

omite los acuerdos de tipo político que Dión (48,36,3s.) y Apiano, por
ejemplo, proporcionan por extenso (5,72-73)57. Tras la consecución del
pacto, se determinó por sorteo (Ant. 32,3) el orden de invitaciones para
los banquetes que ahora debían festejar el tratado. Le tocó el primero a
Pompeyo. Antonio preguntó dónde lo celebraría y la respuesta que ob-
tuvo de Sexto es el comienzo del pasaje que estamos analizando.
El buque insignia de Pompeyo en el que iba a tener lugar el banquete
era un polirreme. En cuanto a la aguda respuesta que da Pompeyo a la
pregunta de Antonio, Plutarco simplifica el chiste para destinarlo a una
audiencia griega. La respuesta que dio Sexto fue en realidad que el ban-
quete se celebraría en sus Carinae (Vell. 2,77,1 y D. C. 48,38,2). Estamos
ante un juego de palabras agudo y mordaz. Carinae significa quilla o
nave, pero también era el nombre del lujoso distrito romano donde es-
taba la casa de su padre, Pompeyo el Grande, que ahora era la residencia
de Marco Antonio.
Pelling58 es de la opinión de que esta respuesta no debe usarse como
prueba de ninguna gran desavenencia entre Sexto y Antonio, pues, según
este autor, en el verano de 40 Pompeyo prefería una alianza con Antonio
antes que con Octaviano. En la misma línea, pero realizando un análisis
más profundo, Senatore59 cree que esta anécdota, si realmente ocurrió
fue, o bien magnificada por la tendencia filoaugustea o bien fue construi-
da para culpar a Antonio y atribuirle así la responsabilidad de la ruptura
del tratado de Miseno por parte de Sexto.
Sea como fuere, el tema aparece en los filoagusteos Veleyo, Plutarco
y Dión. No es de extrañar que la tradición proantoniana representada
por Apiano ignore el asunto de la respuesta de Pompeyo a Antonio.
Las razones para ello pueden ser dos: o Apiano y la tradición que él
representa rehúsan recordar de forma deliberada este episodio, o quizá
la tradición seguida por Apiano es anterior al establecimiento de esta
anécdota de claro carácter propagandístico y hostil a Antonio.

57
Sobre Miseno, véase F. Senatore (cap. 1, n. 73).
58
Antony, pág. 205.
59
Cf. (cap. 1, n. 73), pág. 131.

140
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

Existe otra posibilidad, que a nosotros nos parece menos verosímil


por la lejanía temporal, y es que el asunto de las Carinae fuese ideado
contemporáneamente a la ruptura definitiva de Antonio y Octavio poco
antes de la batalla de Accio, en 32 ó 31. Esto es, en el período en el que
los dos gobernantes se lanzaban acusaciones mutuas entre las que se en-
contraría la responsabilidad última en el asesinato de Sexto Pompeyo.
En sí mismo, el banquete en el barco de Sexto constituye, en Plutarco,
otra poderosa escena marítima con sugestivas reminiscencias del banque-
te de Cleopatra en Ant. 26,4. El asunto de los chistes expresados sobre
Antonio y la reina egipcia es, casi son seguridad, una invención del fi-
loaugusteo Plutarco ideada para calumniar un poco más al colega de Oc-
tavio en el Triunvirato. Es poco probable que, en esta ocasión, Plutarco
colocara aquí este episodio para mostrar la campechanía de un Antonio
que acepta que se cuenten en público chistes gruesos sobre su relación
con Cleopatra sin inmutarse. Lo más seguro es que, caso de producirse,
la reacción de Antonio al ver cuestionada en tono bufo su vida privada
no fuera en absoluto amable ni graciosa. Mucho más teniendo en cuenta
que hacía escasamente un año que había tomado como esposa a Octavia
en Brindisi. Antonio habría atajado de inmediato estas bromas que no
serían de su agrado. Estas líneas del pasaje plutarqueo poseen, a nuestro
entender, una credibilidad muy dudosa y se deben probablemente a una
fuente filoagustea que el historiador de Queronea usa para ridiculizar a
un Antonio del cual se burlarían en su propia presencia sus compañeros
de gobierno. Plutarco estaría aquí haciéndose eco bien de una anécdota
apócrifa ideada ex novo, o bien intercalando en este momento un motivo
que correspondiera a un período posterior en el tiempo. Podría tratarse,
por último, de un recurso dramático inventado por Plutarco para mante-
ner la tensión narrativa en una escena tan propicia para ello.
Las últimas líneas del pasaje que se refieren al diálogo entre Pompe-
yo y su lugarteniente Menodoro60. El episodio aparece también en Apia-
no (5,73) y en Dión (48,38,2) pero con menor tono dramático que en

60
Sobre el personaje, cf. S. Treggiari (cap. 2, n. 18), Oxford U. P., 1969, págs. 188s. y 265s.

141
Octavia contra Cleopatra

Plutarco. Son varios los rasgos distintivos que aparecen en Plutarco y de


los que las otras fuentes no se hacen eco, probablemente porque nunca
ocurrieron: los chistes sobre Antonio y Cleopatra sobre los que ya hemos
hablado, el dramático susurro de Menas mientras que en Apiano (5,73) el
individuo se limita a enviar «una misión», el tono melodramático y retó-
rico de la pregunta en Plutarco: ¿Puedo cortar las amarras y convertirte en
dueño...?, en tanto que en Apiano, Menas aconseja atacar a los triunviros
presentes y, por último, el tenso silencio de Sexto antes de responder.
Con la respuesta que dio a su liberto Menodoro, Sexto puso de ma-
nifiesto en esta ocasión una rectitud de conducta especialmente difícil
de encontrar en aquellos turbulentos tiempos. En este encuentro de
Miseno, Apiano añade el detalle de que los tres imperatores se halla-
ban protegidos por sus guardias personales y que en los banquetes los
participantes llevaban puñales ocultos. El mismo autor nos proporciona
un dato importante sobre Miseno cuando escribe que, durante la cele-
bración del banquete descrito en este pasaje, se celebró la concertación
del matrimonio entre la hija de Sexto y M. Claudio Marcelo, el hijo de
Octavia y sobrino de Octaviano (Ap. BC 5,73).

6. Antonio y Cleopatra en Antioquía. Concesiones


territoriales
Tras el tratado de Tarento del año 37, Octaviano se puso en marcha
para organizar la guerra de Sicilia contra Pompeyo mientras que Dión
Casio (48,54,5), nos informa que desde Corcira (actual Corfú), Antonio
envió a su esposa Octavia de vuelta a Italia a fines de verano. Los peli-
gros de la campaña parta podían ser demasiado para una mujer y en este
momento Octavia estaba embarazada de su segunda hija. En este año de
37, Marco Antonio mantenía incólumes todo su prestigio militar y su
poder como triunviro y tenía por delante una ardua labor de reorganiza-
ción en las provincias orientales.
Una vez en Siria, Antonio se aprestó a convocar de nuevo a la reina
de Egipto, el más importante de los reinos aliados que Roma tenía en

142
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

el Este. El general romano no la había visto desde hacía cuatro años. El


diplomático C. Fonteyo Capitón (cos. suff. 33; MRR,II, pág. 414) fue el
encargado de acompañar a Cleopatra a Antioquía, lugar en el que pasa-
ron juntos el invierno del 37 al 36.
En este invierno que el triunviro y la reina Lágida compartieron en la
capital de la provincia de Siria se produce una importante reordenación
de los reinos orientales. La interpretación plutarquea es clara: Antonio
siempre había sido filo/dwroj pero sus actos de gobierno durante este
invierno sobrepasaron todos los límites. El historiador beocio quiere mos-
trar cómo Antonio, temeraria e impunemente, reparte los territorios del
Imperium Romanum a la manera de un dinasta oriental. El representan-
te de Roma en el Este se conducía precisamente como esos decadentes y
pervertidos reyes helenísticos contra los que el pueblo romano llevaba lu-
chando hacía más de dos siglos. La actuación oriental de Antonio haría le-
vantar las cejas de desaprobación a más de un romano de la parte occiden-
tal. El futuro emperador Augusto sabía esto y utilizó esta reordenación
territorial en el Este, a su debido tiempo, como un arma arrojadiza contra
Antonio. Y es que, aunque estas concesiones no desataron de inmediato la
alarma ni la crítica en Roma, sí se convirtieron más tarde en un punto débil
en el haber de Antonio y en un pretexto para todo tipo de difamaciones.
El mensaje que nos da Plutarco (Ant. 36,3) es de difamación y ridi-
culización de Antonio. Dión proporciona un mensaje similar en 49,32.
Pero la acción real de Antonio en esta precisa coyuntura es mucho más
profunda y acertada que lo que la distorsión de las dos fuentes mencio-
nadas nos ha transmitido.
La reorganización de las provincias del Este durante este invierno
fue total y concienzuda61. Los territorios que Antonio concedió a la
reina de Egipto supusieron sólo una mínima parte de dicha reordena-
ción. A Amintas se le concedió el reino de Galacia, a Arquelao el reino
de Capadocia y a Polemón se le otorgó el Ponto y una parte del terri-
torio de Armenia.

Sobre todo este asunto puede consultarse a G. W. Bowersock, Augustus and the Greek
61

World, Oxford, 1965, pág. 42-61 y a G. Marasco (cap. 2, n. 4).

143
Octavia contra Cleopatra

En cuanto al reino de Egipto, Antonio tenía allí una papeleta difícil


de resolver. El gobernante romano decidió incrementar los territorios
que dependían de la monarca Lágida. Dio a Cleopatra dominios en Siria,
la costa central de Fenicia y la tetrarquía de Calcis, además de Chipre,
donde confirmó la posesión de la isla a la reina egipcia tras la muerte de
su hermana menor en 41 y algunas ciudades de la Cilicia Áspera.
La reina de Egipto no recibió más que los otros dinastas, pero su lote
era muy rico, ya que sus ingresos aumentaron por la donación que se le
hizo de las plantaciones de bálsamo de Jericó y del monopolio del bitu-
men del Mar Muerto. Todos estos territorios y prerrogativas no fueron
suficientes para dejar contenta a Cleopatra, que pedía a Antonio parte de
los territorios de Herodes. El rey judío era íntimo amigo del triunviro y
Antonio no quiso darle nada más a la reina de Egipto. El que Antonio
no atendiera a las demandas de la reina egipcia en cuanto a la concesión
de los territorios judíos de Herodes constituye, desde nuestro punto de
vista, una prueba incontestable de que en 36 Antonio no se encontra-
ba todavía totalmente influenciado por Cleopatra. En este momento el
triunviro actuaba todavía buscando el mayor beneficio para Roma. De
ahí su negativa a la propuesta de la tolemaica.
La política oriental de Antonio fue una política sabia. El romano eli-
gió bien a sus monarcas y el sistema, junto con la inmensa mayoría de los
individuos, fue continuado por Octavio después del 30.
Plutarco señala que esta ordenación territorial causó indignación en
Roma (Ant. 36,2). Es necesario, sin embargo, matizar algunos puntos a
este respecto. La generosidad de Antonio, su tendencia a sorprender a la
opinión pública romana y su gusto por las formas orientales eran conoci-
das en Occidente. Plutarco nos hace ver en bastantes ocasiones el disgusto
romano ante los excesos orientales de Antonio (así en Ant. 50,4; 54,3; 58,6-
59,1 y 60,1). En esta ocasión particular la sorpresa es aún mayor porque
Octavia está todavía muy fresca en nuestra memoria (cf. Ant. 35). Hacía
sólo meses que, en Tarento, esta mujer había salvado a su marido de un
enfrentamiento más que seguro con su hermano. Y ahora, viene a decirnos
el autor de nuestro fragmento, este mal marido recompensa a Cleopatra.

144
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

Esa es la visión que Plutarco quiere que tengamos de este pasaje.


Pero, de hecho y como ya dijimos un poco más arriba, nada confirma
que en este momento los romanos encontraran algún motivo de queja en
la reordenación oriental efectuada por Antonio.
Nuestro pasaje, en concreto, atañe al reconocimiento que Antonio
efectuó de los dos hijos que había tenido con Cleopatra. Los dos geme-
los, Alejandro Helios y Cleopatra Selene, habían nacido en 40. Cuatro
años más tarde, la reina egipcia dará a luz a su último varón al que se
le dará el nombre de Ptolomeo Filadelfo. Los sobrenombres de los ge-
melos remiten a un simbolismo del sol, la luna y las estrellas que fue
especialmente querido por los reyes helenísticos. El sol y la luna juntos
simbolizan, en algunas ocasiones, el alumbramiento de una nueva época.
Aquí la combinación quería quizá significar el advenimiento de una nue-
va Edad de Oro para todo el oriente62 (cf. D. C. 50,25,4).
Algún que otro autor63 ha sostenido que fue precisamente ahora
cuando Antonio contrajo matrimonio con Cleopatra y que la reorgani-
zación de los territorios orientales, en lo que respecta a la egipcia, supuso
la restitución del antiguo reino ptolemaico como regalo de boda. No-
sotros creemos, junto con otros historiadores como Syme64 y Pelling65,
que es equivocado hablar en este momento de «matrimonio», entre el
triunviro y la reina. Resulta evidente que en este invierno antioqueno
Antonio estaba viviendo con Cleopatra como si ella fuera su mujer. Los
súbditos de la reina podían incluso pensar que ambos estaban casados de
acuerdo con la costumbre egipcia, ya que aparentemente ésta no exigía
ningún tipo de ceremonia civil o religiosa sino simplemente la cohabi-
tación y la existencia de consenso por ambas partes66. Aunque también

62
E. Norden, Die Geburt des Kindes. Geschichte einer Religiösen Idee, Teubner, Leipzig/
Berlin, 1924, págs. 142-144.
63
Como por ejemplo W. W. Tarn, Cambridge Ancient History X, 1934, reimp. 1996, pág. 66.
64
RR, pág. 332.
65
Antony, pág. 219.
66
Cf. P. W. Pestman, Marriage and Matrimonial Property in Ancient Egypt, Brill, Leiden,
1961, págs. 6-52. En general, sobre la situación de la mujer en el Egipto helenístico, vd. S.
Pomeroy, Women in Hellenistic Egypt: from Alexander to Cleopatra, Schocken, New York,
1984.

145
Octavia contra Cleopatra

es plausible pensar que el derecho vigente en la casa real tolemaica, en


materia de matrimonio, debía de ser el griego macedonio, dudosamente
el nativo. Si ello fuera así, cabe puntualizar que el derecho macedonio
aceptaba una cierta poligamia real. Un ejemplo de esto que decimos lo
tenemos también entre los tiranos sicilianos. Igualmente puede pensarse,
en fin, cuando se habla de Antonio y de Cleopatra, en términos de un
«matrimonio sagrado», o i(ero\j gam / oj entre Antonio como Dioniso-
Osiris y Cleopatra como Isis . 67

Incluso si Antonio no hubiera estado para entonces casado con


Octavia o si hubieran pertenecido a un grupo social más humilde, sus
propios compatriotas romanos habrían pensado que la relación existente
entre Antonio y Cleopatra sólo era definible en clave de matrimonio,
ya que el ceremonial no era necesario para dar carta de naturaleza a un
«matrimonio por consentimiento» 68. Era hasta cierto punto normal, por
tanto, que Plutarco se refiriera a Antonio como casado con dos mujeres
a la vez (Dem. et Ant. 4,1). Pero también era legalmente factible para
Antonio negar ahora, como había sucedido tres años antes, que él estaba
en realidad casado con la reina egipcia, puesto que no mediaba ninguna
ceremonia de cualquier tipo que hubiera sancionado dicha unión.
La situación que se venía produciendo desde el año 41 la expresa de
manera certera Plutarco (Ant. 53,5) cuando narra los sucesos del año
35: «Porque Octavia... disfrutaba del nombre y la situación de esposa;
pero a Cleopatra... se le llamaba la amante de Antonio y ella no rehuía ni
menospreciaba que la llamaran así mientras pudiera verle y vivir con él
[la cursiva es nuestra]». No podía ser de otra forma pues, si no, difícil-
mente Octavia hubiera querido visitar a Antonio en 35, quizá con una
última esperanza de poder recuperar a su marido, o hubiera seguido vi-
viendo en su casa después del desplante que en el año antedicho recibió
de aquél (Ant. 54,1). Por último, en Suetonio (Aug. 69,2), vemos cómo
en una carta que se suele fechar en 33 Antonio niega implícitamente que
esté casado con Cleopatra, cuando proclama: uxor mea est?
67
M. Grant (cap. 2, n. 65), págs. 186s.
68
Cf. D. C. Braund, Rome and the Friendly King, Londres, 1984, págs. 179s.

146
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

En Dión Casio (49,32,4-5) con un énfasis similar al de Plutarco (Ant.


36,3), se cargan las tintas contra Antonio por la imprudente acción po-
lítica de éste al levantar en sus brazos a los hijos que había tenido con
la reina egipcia, en el gesto tradicional de reconocimiento de un vástago
como propio y miembro de su gens. En ambos historiadores se deja ver
el demoledor efecto que la tendencia historiográfica y propagandística
augustea ejerció sobre Antonio.
A diferencia de Plutarco, que no lo nombra (cf. Ant. 36), Dión sí
que se hace eco de que Cleopatra recibió probablemente ahora, en esta
reordenación de territorios del bienio 37-36, Creta y Cirene (49,32,5).
Asimismo la parte de Arabia th=j te Mal / xou (49,32,5) que se le otorgó
en esta ocasión a Cleopatra es aquélla que en Ant. 36,2 Plutarco denomi-
na th=j Nabatai/wn. Este territorio de Arabia se adentra en el Mar Rojo
al que, en la concepción geográfica de la Antigüedad, se tenía como parte
del Océano que rodeaba al mundo civilizado (Plut., Ant. 69,2). De todas
formas, no está nada claro qué extensión del territorio de Arabia le fue
dado en esta ocasión a Cleopatra69.
A la luz de este episodio de las concesiones territoriales a Cleopatra
en 37-36 creemos que es un buen momento para volver a recordar la tesis
que enunciábamos cuando comentábamos a Apiano (BC 4,6) al comien-
zo de este capítulo. Se ha pensado, creemos que erróneamente, que los
territorios que le fueron concedidos a la reina de Egipto en el invierno pa-
sado por ella y Antonio en Antioquía supusieron los primeros jalones en
su labor de construir un imperio paralelo al de Roma en el oriente del que
ella fuera la gobernante suprema en compañía del triunviro romano. Di-
cho imperio terminaría acabando con el romano en una gran conflagra-
ción militar y Cleopatra misma inauguraría posteriormente desde Roma
un nuevo imperio de carácter universal de corte oriental y helenístico que
nada tendría que ver con el antiguo y destruido Imperio Romano70.
69
Véase G. W. Bowersock, Roman Arabia, Harvard U. P., 1983. Siglos más tarde y en el
mismo ámbito geográfico acontecerá un importante episodio de la Historia que Bower-
sock analiza en su obra más reciente: The Throne of Adulis. Red Sea Wars on the Eve of
Islam, Oxford U.P., 2013.
70
Esta es la visión, a nuestro entender errónea, que ofrece por ejemplo, W. W. Tarn en

147
Octavia contra Cleopatra

El objetivo que perseguía la política exterior de la reina egipcia no


era otro que lograr el aumento del reino de sus antepasados bajo la pro-
tección de Roma, lo más probable mediante la fórmula de reino ami-
go y aliado del pueblo romano que ya había establecido para Egipto
el padre de nuestra protagonista, Ptolomeo XII Auletes. Su ambición
nunca quiso ir más allá de esto. Pero unos años más tarde aconteció el
temido y siempre diferido conflicto, por el gobierno único del mundo
romano, entre los dos generales con mayor poder resultantes de las lu-
chas civiles, que fueron el fenómeno caracterizador del último siglo de la
república romana.
Entonces, para que uno de ellos pudiera debilitar mejor al otro y
privarle así de aquello que Peter Brunt llamó tan acertadamente Italian
manpower71, era necesario inventar un peligro extranjero que amenazase
todo lo que supusiera la esencia y el universo mental de Roma y de los
habitantes del fabuloso imperio que aquella ciudad de pastores a orillas
del Tíber había edificado a lo largo de los siglos. El hecho de que fuera
mujer daba otra vuelta de tuerca al asunto. No en vano, y como se está
demostrando en este trabajo, toda civilización se enfrenta a la alteridad
por medio de la imagen femenina propia, que es la válida –en nuestro
caso Octavia– en contraposición a la que rige en la otra cultura, que es la
no válida por definición –en nuestro caso Cleopatra-. La reina de Egipto
encarnó ese peligro extranjero en la literatura y la historiografía augus-
tea. En estos apartados, la tendencia de opinión favorable a Octaviano
y a la obra política que él construyó, distorsionó la figura histórica de
Cleopatra hasta tal punto que resulta casi imposible para el historiador
moderno recuperar a la verdadera Cleopatra en sus términos exactos.
Para todo el asunto de la campaña parta, Plutarco probablemente de-
pende en gran parte de Q. Delio, que fue testigo presencial de los hechos
que se narran. Pero es posible que Plutarco dispusiera asimismo de una

«Alexander Helios and the Golden Age», JRS 22 (1932), pág. 141 e íd., (n. 63), págs. 82s.
Tarn sigue aquí con sus obsesiones alejandrinas ecuménicas y universalistas, difícilmente
imputables a un romano como Antonio.
71
Cf. (cap. 2, n. 24).

148
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

fuente secundaria que desconocemos. Para Antonio 37,4, Plutarco des-


cansa con seguridad en el que fue el mensajero de Antonio ante la reina
egipcia en 41. La crítica que Plutarco le hace aquí a Antonio es equivo-
cada y está influida, de manera clara, por la propaganda proaugustea.

7. La invasión de Media y Armenia


Sabemos que Antonio invadió Media en julio de 36 o incluso poco
antes. Por otro lado, hubiera sido estúpido retrasar la invasión de Partia
hasta el año siguiente, como sugiere Plutarco (Ant. 38,1). La idea de
Antonio era coger desprevenidos a los partos por el flanco moviéndo-
se rápidamente y esperar a que ocurrieran en Partia sucesos como una
revuelta interna contra Fraates. En cuanto a la acusación, hecha por
Plutarco, de que Antonio quería «pasar el invierno», con Cleopatra, la
única forma posible de conseguirlo era retrasar toda la campaña y An-
tonio no hizo eso. Él sabía que no podía conquistar Partia en el tiempo
de media campaña cuando Julio César había estimado que serían nece-
sarios tres años para hacerlo (D. C. 43,51,2). La realidad más plausible
parece indicar que Antonio esperaba pasar el invierno bien ya en Partia
o en Armenia.
En cuanto al poder que sobre el romano ejercía la reina egipcia, Plu-
tarco inicia ahora unas sugerencias que repetirá posteriormente en Ant.
60,1. Estas «drogas y ritos mágicos», que en otros momentos el historia-
dor califica de maldad (36,1), eran hasta el momento sólo metáforas del
embrujo ejercido por medio de su personalidad. Pero ahora y en 60,1, el
beocio acusa a Cleopatra de usar medios reales y tangibles para hacerse
con la voluntad de un Antonio que tendrá cada vez menor control sobre
sus facultades. Al observador agudo no puede escapársele que Plutarco
no desea encontrar otra explicación mejor para los decisiones políticas,
cada vez más disparatadas, del triunviro.
Hay mucho de cliché literario también en este texto plutarqueo. Así
Medea, por ejemplo, era una maga que provenía de Oriente y cuyas ac-
ciones son, en esencia, perjudiciales. La conocida Circe era otra de estas

149
Octavia contra Cleopatra

magas que intenta apartar a Odiseo de su hogar y de Penélope, la esposa


legítima del héroe. Y hemos visto que sucede igual con Dido y Eneas.
Dión Casio (49,31,4) hace referencia a las dificultades financieras,
aliviadas un tanto por la reina de Egipto, que padeció Antonio en su
desgraciada campaña parta del año 3672. Pero los varapalos económicos
no fueron los únicos a los que tuvo que hacer frente el triunviro en la
acción que, a la postre y junto con Accio, supondría el mayor fracaso de
toda su gran carrera militar.
Hacia junio de 36 las legiones de Antonio iniciaron una larga mar-
cha, bien desde la meseta de Erzerum o bien desde Artaxata ambas en
Armenia, hacia la capital meda, Fraaspa, situada a unos quinientos kiló-
metros de distancia. Antonio no se ocupó de colocar guarniciones que
mantuvieran sujeto al reino armenio que las legiones romanas dejaban en
la retaguardia. El rey de este país, Artavasdes73, decidió entonces que ése
era el momento propicio para desertar con su caballería. Los partos y los
medos, con la ayuda del desconcierto causado por la deserción armenia,
destrozaron dos legiones capitaneadas por el legado de Antonio, Opio
Estaciano, así como gran parte de la intendencia y la artillería de Anto-
nio. Era ya avanzado el verano cuando Antonio llegó ante los muros de
Fraaspa. Tras un asedio poco fructífero, el triunviro se vio obligado a
retirarse. Las legiones consiguieron finalmente llegar a unos inseguros
cuarteles de invierno en Armenia gracias al coraje militar de Antonio y a
la firmeza de los veteranos. Pero la retirada había sido penosísima pues
los hombres estaban diezmados por las privaciones. Puesto que Arme-
nia era un lugar poco seguro, las legiones romanos sólo respiraron con
tranquilidad cuando llegaron a Siria.
Fue una gran derrota y las pérdidas legionarias fueron elevadas. Ve-
leyo (2,82,3) las cifra en un cuarto del total del ejército expedicionario.
Livio es más moderado y sus cifras pueden estar más cerca de la realidad:
habla de dos legiones destrozadas y unos ocho mil hombres caídos en la

72
Vd. H. Bengtson, «Zum Partherfeldzug des Antonius», Sitzungsberichte der Deutschen
Akademie der Wissenschaften zu Berlin (1974), 1, 48p.
73
Que no debemos confundir con el rey de Media, que tenía el mismo nombre.

150
3. La heredera de un pasado milenario: Cleopatra VII. 43-35 a. C.

retirada (Per. 130). Lo cierto es que el fracaso de la campaña de 36 fue so-


nado y la tendencia contraria a Antonio lo utilizó pronto como un arma
arrojadiza contra la capacidad militar del triunviro, con el objetivo de des-
truir el aura de gran general que Antonio llevaba consigo desde Filipos.
Al finalizar el año 36 y con sólo dos triunviros en liza, pues Lépido
nunca contó, y Pompeyo siempre fue el «pirata» 74, la alternativa era la
firme amistad o el comienzo solapado de una confrontación. La primera
opción era cada vez menos posible, ya que Octaviano se zafaba de An-
tonio por momentos y Octavia no le había dado a éste un hijo varón que
aglutinara voluntades en el partido cesariano como herencia de Antonio,
y que a la vez fuera una buena baza para el trono del mundo. El mayor
de los problemas de Antonio era que estaba muy lejos, en Oriente, y sus
logros, por ejemplo las excelentes campañas de sus generales Ventidio y
Canidio en 39-37, no podían ser suficientemente conocidos en Italia por
los habitantes de la Urbs, adonde llegaban las noticias de sus acciones
generalmente de forma tardía y distorsionada.
Tras la desgraciada campaña parta del año 36, las mermadas legiones
de Antonio establecieron sus cuarteles de invierno en Capadocia o en
Comagene y luego el triunviro progresó hasta la zona del actual Líbano,
donde se produjo el encuentro con la monarca egipcia hacia diciembre
de 36 o enero de 35 (Plut. Ant. 51,1-2).
Este texto de Plutarco está en estrecha relación con Dión Casio
(49,31,4). El Berito del texto es la actual Beirut y la Leukh\ Kw/mh que
menciona el historiador beocio es quizá el «viejo Beirut», que se encuen-
tra en la actualidad justo al sur de la capital libanesa.
La agonía y la ansiedad de Antonio mientras espera a una Cleopatra
que tarda en acudir al encuentro del romano es un tema muy del gusto
del de Queronea, que ya en otros lugares escribe sobre la angustia de la
separación (así, en Cic. 40,3 o en Numa 4,2). En Ant. 69,1, Antonio da
vueltas igualmente como un perro rabioso después de enviar a su amada

74
El «pirata», en el caso de Sexto, el «orientalizado», en el caso de Antonio, la «egipcia»,
en el de Cleopatra. El caso era desprestigiar al enemigo asociándolo a la alteridad cultural
frente al canon romano, encarnado por el apolíneo Octavio.

151
Octavia contra Cleopatra

de vuelta a Alejandría. Pero entonces la angustia será diferente, y tam-


bién más grande.
En nuestro pasaje la última de los Tolomeos viene con ropa y dinero
para el maltrecho ejército de Antonio. La esposa de éste, Octavia, lle-
gará pronto a Atenas trayendo las mismas cosas (Plut., Ant. 53 y D. C.
49,33,3-4). Como si se quisiera remarcar más, si cabe, que para entonces
ambas mujeres eran ya claramente rivales. Lo cierto es que el dinero que
Octavia traía consigo era real mientras que, si hemos de creer a Dión en
49,31,4; Cleopatra en esta ocasión trajo dinero pero no el suficiente, por
lo que Antonio tuvo que poner lo que faltaba de su propia fortuna. Poco
después de estos hechos y ya reunidos, Antonio regresó con Cleopatra a
Alejandría, donde pasaron juntos el invierno de 36-35.

152
4. La ruptura definitiva.
35-32 a. C.

1. El triunfo alejandrino

Hacia el bienio 35-34 se desgranan los episodios que llevarán a la


ruptura definitiva entre ambos triunviros. En el año 35, el reino Lágida
de Egipto no suponía ninguna amenaza para Roma. Tanto es así, que las
disposiciones tomadas por Marco Antonio en la pareja de años de 37 y
36 fueron conservadas casi por completo por su rival tras Accio.
Antonio no era rey de Egipto, pero vivió en Alejandría en compañía
de la última de los Lágidas y fue padre de hijos de ésta a los que él dio
títulos de reyes coronados. Por tanto, su doble papel de procónsul ro-
mano y de amante de una dinasta helenística era ambiguo y, sobre todo,
vulnerable.
A finales del año 35, la posición del descendiente del mítico Antón
era incómoda. Debía calmar a la reina egipcia que le pedía con insistencia
el aumento territorial de su reino a expensas del territorio de un rey ami-
go, Herodes, el rey de Judea. El triunviro nunca otorgó a su amante los
territorios que ella deseaba. Por lo cual, no hay señal alguna de hechizo
aquí, como pretende Dión Casio (49,34,1).
El rastro del Antonio sensual y esclavizado que vemos en este texto
de Dión Casio y en algunos textos de la Vida de Antonio de Plutarco
(Ant. 37,4), se diluye como agua de borrajas. El hecho de que Cleopatra
no era ni joven ni especialmente agraciada es conocido. Eso sí, el triun-
viro pudo haber sucumbido al poder de su fascinante conversación y de
su seductora comprensión. Además, hacia ese mismo período de 35-34,
en el que dio comienzo más seriamente la campaña de difamación con-
tra su persona, Antonio tenía grandes sectores de apoyo en Roma, tal y

153
Octavia contra Cleopatra

como Jasper Griffin y Paul Zanker1 han demostrado.


Se ha repetido hasta la saciedad que la reina de Egipto estaba pla-
neando una guerra de revancha con la intención de alinear contra Roma
a todo el oriente. En ese proyecto grandioso, a Antonio sólo le cabría
jugar el poco honroso papel que se vislumbra en este texto de Dión Ca-
sio. El de víctima atontada, hechizada por Cleopatra e instrumento del
que se valió la reina, mientras tuvo necesidad de él, para hacerse con el
poder supremo.
Estamos seguros de la capacidad política y de la inteligencia de la
monarca egipcia. Pero otorgarle crédito al argumento planteado en el
párrafo anterior es otra cuestión. Hemos repetido en este estudio que,
en nuestra opinión, la ambición de Cleopatra no iba más allá de lograr
el aumento de su reino tolemaico bajo la protección del águila romana.
La realidad posterior fue, sin embargo, otra. Y es que Antonio se vio
obligado a luchar por la reina hasta el final, tanto por coherencia con sus
principios como por las necesidades que se crean en la que siempre es la
más desgarradora y cruel de las guerras, una guerra civil.
La política de Antonio o la ambición de Cleopatra no fueron las cau-
sas de la guerra de Accio. Si por parte de Octaviano no hubiera existido
la posibilidad de acudir a estos pretextos, se habría recurrido a cualquier
otro recurso para tratar de enmascarar lo que fue una lucha por el poder,
en busca de la supremacía única sobre la herencia dejada por Julio César
y la pacificación definitiva de la península italiana, tras casi un siglo de
guerras civiles.
La gran falacia fue la construida admirablemente a posteriori por
Octaviano, con apoyos de todo tipo, cuando ya era el único amo de la
situación. Esa gran mentira, fue la de hacer creer a todos que la carrera
política de su oponente Marco Antonio estuvo unívocamente definida,
casi desde el principio, por un solo objetivo: la de la concepción del de-
sarrollo político del Triunvirato como una lucha de colosales propor-
ciones entre dos modos de concebir la vida, como una confrontación

1
J. Griffin (cap. 2, n. 13), págs. 87-105 e íd. (cap. 1, n. 79), págs. 17-26 y Zanker, API, págs. 84s.

154
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

grandiosa y casi catártica entre Occidente y Oriente, personificado en la


figura de la compañera y aliada de Antonio, ese fatale monstrum que fue
Cleopatra (Hor., Od. 1,37,21).
Veleyo Patérculo, aunque inserto en la narración de su obra den-
tro de los sucesos acaecidos en los años 32-31, se refiere al imprudente
triunfo alejandrino que organizó Antonio en Alejandría al volver de su
campaña parta2. Antes de la ceremonia que tendrá lugar en el gimnasio
de la ciudad (Plut., Ant. 54), se celebró un triunfo de claras influencias
dionisíacas donde Antonio-nuevo Dioniso se mostró ante los alejandri-
nos, no como hubiera correspondido a un imperator victorioso en la
Urbs con la toga triumphalis, sino ataviado con los atributos de Dioniso-
Liber Pater como nos describe aquí el filoaugusteo Veleyo3. Podemos
imaginarnos a Antonio con su cabeza coronada por una guirnalda de
hiedra, cubierto por una túnica de color azafrán y sosteniendo en sus
manos el thyrsus, un junco con una punta de lanza en un extremo y una
piña en el otro.
Veleyo Patérculo está siempre presto a consignar en su narración
cualquier detalle o decisión política donde Antonio aparezca de manera
desfavorable. Estos actos realizados por Antonio en el año 34 eran un
gran filón en contra del triunviro y venían de perlas al objetivo que se
planteó este autor con su obra. Ignoramos por qué no incide más en ellos
a lo largo de su narración.
Antonio está cometiendo, con este acto soberbio, quizá el error polí-
tico más grave de todo su período de actuación en Oriente. Después de
este despliegue, tan fastuoso como políticamente inoportuno, el punto
de no retorno en la relación entre Antonio y Octavio estará ya muy
próximo. La gota que colmará el vaso será el divorcio de Antonio de su
todavía esposa legítima, Octavia, hacia mayo o junio de 32.
Esta acción de Marco Antonio revela su torpeza en el arte de la po-
lítica. A estas alturas de la investigación, siguen sin estar nada claras las
razones que pudieron llevar a Antonio a tomar una decisión política tan
2
Una visión del hecho en E. Bradford (cap. 3, n. 15), págs. 138s.
3
Cf. Bruhl (cap. 1, n. 79).

155
Octavia contra Cleopatra

peligrosa para su futuro y su éxito posterior. Los habitantes de la capital


de Egipto agradecieron, sin duda, esta demostración y la que tuvo lugar
después en el gimnasio. Como veremos más adelante, los hombres de
la Antigüedad creían a pies juntillas en este tipo de demostraciones y
Antonio y sus consejeros estaban al tanto de las creencias de la gente.
En el otoño de 34, el triunviro es el protagonista de una ceremonia
de triunfo preparada, no para ser asimilada por una mentalidad romana
–ya que el triunfo además sólo se celebra en la Urbs–, sino pensada para
ser disfrutada y comprendida en su totalidad por los habitantes de un
territorio oriental: el reino de Egipto. Un reino, según Veleyo, de gentes
bárbaras y degeneradas que estaban a punto de convertirse en irreconci-
liables enemigos del pueblo romano.
Antonio iría vestido con una crocota, un tipo de túnica que cualquier
habitante de Roma asociaría de inmediato con la prenda distintiva de un
sacerdote de Cibeles, un culto extático y de iniciación, de connotacio-
nes sectarias y sospechosas para un ciudadano romano digno y orgullo-
so de sus antepasados. Los sacerdotes de Cibeles (los galli) solían, por
ejemplo, estar castrados. Así pues, vestido como Dioniso en lo que es
un triumphus, la demostración más genuina del poder de Roma en su
misma esencia, que era su fuerza militar. Antonio parece querer estar
diciéndoles a los habitantes de Italia, y a los de Roma en particular, que
está desdeñando sus tradiciones y su ciudad (cf. Plut., Ant. 50,4)4.
Antonio cometió con esta acción un error gravísimo que pagó caro a
la postre. En Roma le aguardaba para dar el golpe Octaviano, un maes-
tro en el arte de la doblez y el cinismo, que supo aprovechar muy bien
esta peligrosa propaganda antoniana, la cual terminaría enajenando las
voluntades de toda Italia.
Después de las importantes celebraciones que tuvieron lugar este
año, es difícil poder determinar con seguridad hasta dónde llega el cál-
culo político y dónde empieza la creencia, consciente o no, del propio

4
Sobre Cibeles y otros cultos relacionados, vd. E. N. Larsen (ed.), Cybele, Attis and Re-
lated Cults: Essays in Memory of M. J. Vermaseren. Religion in the Graeco-Roman World,
Brill, Leiden, 1996.

156
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

Antonio colocándose en un papel intermediador y salvífico. En el pala-


cio real de Alejandría su estilo de vida tuvo innumerables ecos de carác-
ter dionisíaco5. Y de una forma dionisíaca y embriagadora emprendió
la guerra contra su colega occidental permaneciendo fiel hasta el final a
su estilo de vida. Como ejemplo de lo que decimos, podemos observar
su thiasos final en forma de la asociación de los «Amigos hasta la Muer-
te», heredera directa de aquélla otra de los «Inimitables Vividores».
Marco Antonio invadió Armenia el año 34 (Plut. Ant. 50,4), después
de que hubiera planeado una invasión el año anterior que hubo de ser
abandonada. Dión Casio en 49,39-40 da mayores detalles acerca de la
campaña del año 34 y probablemente la fuente es Delio (cf. también Str.,
Geog. 11,14,15-16 = C 532 y Plin., N. H. 33,82-83). Antonio negoció, en
primer lugar, con el rey armenio. Luego quiso asegurarse un aliado arre-
glando el casamiento entre su hijo Alejandro Helios y la princesa meda
Iotape (D. C. 49,40,2)6. Tras esto, el romano marchó rápidamente hacia
Artaxata, la capital armenia, arrestó a Artavasdes y ocupó el país dejan-
do estacionadas allí dieciséis legiones durante el invierno. Una moneda
fechada hacia el año 32 celebra la ARMENIA DEVICTA7. En Roma,
Octavio criticó el hecho de que la prisión del rey armenio había sido
hecha a traición y que tal acción colmó de descrédito al pueblo romano
(D. C. 50,1,4). A partir de ahí, un tratamiento hostil hacia Antonio filtró
toda la tradición histórica (cf. Tác., Ann. 2,3,1). Pero el énfasis que pone
Plutarco aquí es diferente y el tratamiento que ofrece de estos hechos de
la campaña oriental es muy breve. Tanto en este capítulo como en Ant.
52, da una rápida visión de los últimos sucesos que acontecen en el Este
porque lo que realmente le interesa es la pugna que está empezando a
establecerse en Occidente.
Lo que tuvo lugar en Alejandría, antes de la ceremonia del gimnasio,
fue un triunfo en toda regla aunque pensado, no con los componentes
romanos tradicionales, sino con un ceremonial lleno de sincretismo entre

5
Zanker, API, pág. 81.
6
Cf. Syme, RR, pág. 337.
7
RRC, n.º 543.

157
Octavia contra Cleopatra

lo romano y lo oriental. Es el mismo triunfo al que se refiere Veleyo


(2,82,4) con las palabras «una procesión en Alejandría», que no sugeriría
sólo una puesta en escena dionisíaca8 sino un triunfo con elementos
tomados de la ceremonia tradicional romana y con algunos elementos
del culto dionisíaco. De hecho, la ceremonia del triunfo en Roma tenía
ya muchas implicaciones relacionadas con el culto a Dioniso9. Antonio
pues, en nuestra opinión, se lo había puesto muy fácil a Octaviano para
que éste pudiera acusar a su colega de transferir sacrílegamente la más
genuina de las ceremonias romanas a la capital egipcia. En definitiva, una
ciudad lujuriosa de habitantes pervertidos y sede del gobierno de un país
bárbaro gobernado por una mujer. Plutarco en la última frase de nuestro
texto se hace eco de tales acusaciones.
Antonio estaba en su perfecto derecho de recibir este triunfo ya que
éste le había sido decretado por el Senado romano. Pero celebrarlo en la
capital de un país extranjero era un enorme insulto para la sensibilidad
del pueblo romano. Para el romano medio, el inaudito comportamiento
de Antonio no hacía sino confirmar algo con lo que se venía especulando
hacía ya tiempo y es que Antonio estaba fatalmente encaprichado con la
reina de Egipto. Ahora, además, debían de ver con envidia la decisión de
celebrar un triunfo en Alejandría. El resentimiento por la conducta anto-
niana en Oriente fue uno de los principales motivos por los que las legio-
nes se agruparon con tanta unanimidad detrás de Octavio en el conflicto
civil que acaecería a la vuelta de unos tres años. Éste tuvo la habilidad,
mediante su manipulación de los resortes de la opinión pública, de hacer
creer a los italianos en el peligro de un Oriente decadente plagado de re-
yezuelos, príncipes y reyes, palabra ésta odiosa a todo romano. Y, sobre
todo, del peligro de un fatídico «monstruo con dos cabezas», pues no
olvidemos que Cleopatra además de reina era mujer. Una mujer a la que

8
Como pretende por ejemplo Pelling, Antony, pág. 241. De hecho, este mismo autor pare-
ce contradecirse unas líneas más abajo cuando, al referirse al tema, escribe: «But it would
certainly show similarities with a Roman triumph...», (ibíd.). Y luego, más adelante, se
refiere a la ceremonia de Ant. 50,4 con el término «triumph», (p. 249). De todas formas, el
relato de lo sucedido (cf. n. 2), no deja lugar a dudas.
9
H. Versnel, Triumphus, Leiden, 1970, págs. 20-38, 235-254 y 288-299.

158
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

Antonio seguía como un perro fiel y que parecía tenerle sorbido el seso.
La relación de los hechos acerca del triunfo sobre Artavasdes, tal y
como lo cuentan Plutarco y Dión, es bastante similar. Excepto quizá
por el hecho de que el bitinio es más prolijo y menciona algunos detalles
que sólo conocemos por él. Dión es el único que nos transmite noticias
acerca del proyecto de matrimonio entre Alejandro Helios y la hija úni-
ca del rey de Media. También nos proporciona el detalle de que, en la
ceremonia del triunfo, Antonio recorrió el trayecto triunfal “conducien-
do un carro”. Casi con seguridad, podemos decir que se trata del mismo
carro báquico del que nos habla Veleyo en 2,82,4. Debemos aceptar la
información dada por este autor cuando refiere que Antonio iba vestido
como un nuevo Dioniso durante las ceremonias que tuvieron lugar en
este año 34 y que ahora comentamos.
En lo que se refiere al monarca armenio apresado, tanto Veleyo (2,82)
como Dión (50,1,4), anotan el hecho de que Antonio hizo desfilar en
triunfo a Artavasdes con grilletes hechos de metal precioso. Esta noticia
sugiere el hecho de que los romanos reconocían el status y la dignidad de
la institución real, a pesar de su hostilidad ante dicha institución10. Este
pasaje de Dión refiere la negativa de Artavasdes y los otros cautivos a
dar obediencia a Cleopatra. Además el monarca armenio se dirigió a ella
por su nombre y no con el esperado tratamiento de reina. Esto hubiera
supuesto, en otras circunstancias, su inmediata ejecución. Pero sabemos,
sin embargo, que Artavasdes murió prisionero hacia el año 30.
El itinerario más probable del cortejo triunfal se iniciaría en el pala-
cio real de Loquías y avanzaría por la avenida Canópica, pasando por la
colina artificial de Pan. Así llegaría hasta la calle de Serapis en cuyo ex-
tremo se hallaba el Serapeo, majestuoso templo dedicado al dios princi-
pal de la ciudad y en el que Marco Antonio realizaría un sacrificio hecho
en su honor11. Esta acción fue uno de los hechos políticos más torpes
de la vida de Antonio. Ya había roto una inveterada tradición romana,
que era la de que los triunfos sólo se celebraban en la Urbs, ahora estaba
10
Sobre el tema, véase D. C. Braund, «To chain the king», Pegasus 29 (1986), págs. 1-5.
11
Cf. (n. 2), págs. 140s.

159
Octavia contra Cleopatra

cometiendo una equivocación más grave y que podía actuar en contra


suya en cualquier momento. Y es que el general victorioso en un triunfo,
al igual que los cónsules que tomaban posesión de su cargo, sólo podían
sacrificar en el templo romano consagrado a Júpiter Capitolino ya que
esta divinidad, de arcaicas resonancias romanas, era la que influía sobre
el curso de todos los asuntos humanos.
Serapis era una divinidad sincrética creada ex nihilo por los Tolomeos
en un intento de constituir un dios protector de la dinastía. El hecho de
igualar a aquel dios oriental advenedizo con la principal deidad del pan-
teón romano, que era además protector especial de la Ciudad, era un hecho
difícil de digerir para cualquier romano de a pie. Sin duda, los habitantes
de Roma se vieron influenciados por la interpretación que la facción de
Octaviano hizo de todos estos hechos. La realidad es que, con sus actos,
Antonio se lo puso muy fácil. En Italia y Occidente se pensaba que, me-
diante su conducta, el triunviro se había insultado primero a sí mismo y a
su familia, luego a la capital, a Italia y a los dioses del pueblo itálico. Poco
importaba que ésta fuera o no la verdadera intención de Antonio.
Plutarco (Ant. 54,3-6), concede una gran importancia a esta demos-
tración pública del año 34. Hasta ahora Antonio sólo había sido un
fille/llhn sin mayores pretensiones, actuando de manera simple y
noble. Ahora ya no es sólo un fille/llhn sino un misorrw/maioj.
Ya hemos señalado en alguna ocasión que el contraste entre sus extra-
vagancias y la gravitas que se suponía que debía presidir la tradicional
conducta de un romano tan importante como Antonio, es reflejado por
la yuxtaposición entre Octavia y Cleopatra. En Plutarco ésta es una de
las funciones más importantes que desempeñan ambas mujeres en su na-
rración. Esta yuxtaposición ha de servir para hacer una extrapolación al
conflicto de mayores dimensiones que está próximo a dirimirse entre
Roma y Oriente. Plutarco hace en este pasaje hincapié en el simbolismo
oriental, en el suntuoso despliegue de la ceremonia, los extravagantes
títulos concedidos y la imitación divina por parte de la reina. En defini-
tiva, en todo aquello que más distante podía estar de la forma de com-
portarse de Octavia, la esposa legítima del triunviro.

160
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

Esta ceremonia pública tuvo lugar hacia finales de 34, más concre-
tamente hacia el otoño. Marco Antonio probablemente esperaba crear
una ceremonia que fuera el resultado de mezclar el ceremonial oriental
con el romano. Las conquistas en Oriente se habían hecho en nombre de
Roma, pero la celebración iba a formularse de acuerdo con las costum-
bres orientales.
En cualquier caso, las llamadas «donaciones», que se produjeron
en ese momento en Alejandría no supusieron diferencia alguna con la
administración existente hasta entonces. La mayoría de los territorios:
Egipto, Chipre, Celesiria, Cilicia y partes de Fenicia, pertenecían ya a
Cleopatra. Las esperanzas que sobre Media podía tener Alejandro He-
lios pasaban por su futuro como hijo político de Artavasdes. El reino de
Partia, que también se le concedió a Helios, representaba una esperanza
para el futuro. Puede parecer que Siria, que recibe Filadelfo, represen-
taba una concesión. De hecho, la reina egipcia la deseaba ardientemente
(Jos., A. J. 15,88), pero siguió teniendo un procónsul romano que fue
L. Calpurnio Bíbulo. A los reyezuelos locales no se les apartó de sus
reinos. Cirene y Armenia continuaron siendo ocupadas por las legiones
de Roma. La Armenia inferior se le adjudicó al año siguiente a Polemón,
rey del Ponto. Por último, entre los territorios concedidos no aparecía
por ninguna parte el reino judío, que Cleopatra deseaba para sí de for-
ma casi obsesiva. En conclusión estos “regalos” en forma de territorios
fueron poco más que gestos que deben ser puestos en el contexto de una
ceremonia tan importante como la que reseña el pasaje analizado.
El mismo Antonio mantuvo una cierta distancia. Podía sentarse en
un qro/noj de oro (Ant. 54,3), pero él no era rey de Egipto. Quienes
reinarían serían Cleopatra y sus hijos, tanto en el reino Lágida como en
los otros territorios. De todas formas, el significado y la verdad histórica
que se ocultan tras esta ceremonia alejandrina es incierta. Quizá a los
niños se les tenía reservado en un futuro lejano un papel similar al de los
reyes aliados de Roma, como lo fue su madre. Pero esto es sólo una hi-
pótesis. Por cierto que el término misorrw/maion (ibíd.) es una palabra
rarísima y que quizá fuera invención de Plutarco, aunque su antónimo

161
Octavia contra Cleopatra

filorrw/maioj aparece con frecuencia. Los monarcas orientales lo ha-


bían adoptado como título desde el siglo primero12.
La ceremonia tuvo lugar en el gimnasio, el edificio más hermoso de
Alejandría, que poseía unas grandes columnas. Plutarco refiere que An-
tonio llenó el gimnasio «con una muchedumbre», (54,3). La presencia
de las masas a lo largo de la Historia ha sido siempre muy importante.
Esto vale también para la Antigüedad13. La acción de Antonio al llenar
con una masa de gente el edificio más hermoso de Alejandría no debe
explicarse sólo en términos de la necesidad de testigos que estuvieran
presentes para asistir a tan fastuosa ceremonia. Es necesario buscar una
explicación más profunda.
Las relaciones que se establecen entre los protagonistas de una cere-
monia pública en la edad antigua son dobles y recíprocas. En este caso,
Antonio busca el refrendo y la aceptación de los habitantes de Alejan-
dría ante la ceremonia que se está produciendo en el marco especial que
supone el gimnasio de la ciudad. Antonio desea buscar la aprobación del
pueblo ante una ceremonia que representa, de facto, un intento de entro-
nización de una nueva dinastía, aunque en muchas de las disposiciones
adoptadas los territorios concedidos fueran más teóricos que reales. Eso
importaba poco en el universo mental de los hombres y mujeres de la
Antigüedad, que poseía unas categorías absolutamente diferentes de las
que hoy manejamos. En esta importante coyuntura, Antonio desea verse
rodeado por los habitantes de la ciudad y busca conscientemente el apo-
yo de éstos y su consenso para el refrendo una acción política que tendrá
importantes consecuencias. Para el pueblo es el momento oportuno para
tributarle todo tipo de homenajes y desearle buenos augurios de forma
más o menos espontánea como garante y principal responsable del or-
den y la prosperidad que viven la ciudad y el reino. El triunviro, por su
lado, no rehusará la aceptación de tales muestras de reconocimiento a
12
D. C. Braund, Rome and the Friendly King: The Character of Client Kingship, Croom
Helm, Londres, 1984, págs. 105-107.
13
Sobre el papel de las masas en Roma, es clásico el estudio de P. A. Brunt, «The Roman
Mob», Past and Present 35 (1966), págs. 3-27. Sobre la relación entre masa y violencia, cf.
A. Lintott, Violence in Republican Rome, Oxford. U. P. 1999.

162
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

su labor de gobierno, aunque él no las haya mandado realizar de mane-


ra expresa. Así pues, la relación gobernante-gobernado era, en la época
antigua, íntima e intensa. Era una relación doble, llena de sutilezas y
complejas interrelaciones, algunas de las cuales a nosotros hoy se nos
escapan. Se trataba de una interdependencia que se retroalimentaba mu-
tuamente. Ambos entes se necesitaban de forma inevitable. Así operaba
en la Antigüedad ese fenómeno que hoy conocemos como propaganda.
En cuanto a las concesiones territoriales, y de forma más pormenori-
zada, sabemos que Cleopatra había sido reina de Egipto y Chipre desde
hacía años14. Cesarión había compartido el trono con ella desde el año
44 y Roma había reconocido el hecho desde el año siguiente. La Libia
a la que hace referencia Plutarco es una zona próxima a Cirene. Dión
cuenta en 49,41,3 de forma más certera que Plutarco, que esta zona le fue
entregada a Cleopatra Selene, la hermana gemela de Alejandro Helios.
Sobre Cesarión, el hecho es que al parecer Julio César autorizó a que el
niño, que con seguridad era suyo, llevara su nombre (Suet., César 52,1).
Antonio hizo un buen uso propagandístico de este muchacho, cuya exis-
tencia resultaba terriblemente incómoda y peligrosa para Octaviano, he-
redero meramente adoptivo del divino Julio.
El título de basileuj basile/wn (Ant. 54,4) era un título bastante
común en Oriente. Era usado, entre otros, por los monarcas persas, par-
tos y armenios y se constata para la descendencia de la reina egipcia. En
una inscripción15, que presumiblemente no se refiere a Cesarión sino a
algún otro de los vástagos de Cleopatra, se lee rege]m regu[m... Cleo]pa-
trae f[ilium. Por otro lado, la mención al reino medo no debe ser tomada
como una amenaza o plan de conquista. Desde el año 35 en adelante,
Antonio estaba pensando en establecer una paz con Media, de ahí el
proyecto de casamiento en 34 entre Alejandro Helios y la princesa meda
Iotape (D. C. 49,40,2). Helios, por tanto, podía abrigar alguna esperanza
de heredar Media como hijo político del rey medo.

14
Cf. (cap. 3, n. 5).
15
CIL 3,7232.

163
Octavia contra Cleopatra

La tiara que llevaba Alejandro Helios era probablemente un turbante


elevado que comenzaba en forma de boina alrededor de la cabeza. La
ki/tarij denotaba en origen esa tiara elevada (así, por ejemplo en Cte-
sias, FGrH 688 fr. 15,50), pero en época de Plutarco «tiara», y «kitaris»,
eran ya sinónimos y no era necesario especificar que esta kitaris era o)rqh/
(cf. Arr., Anab. 6,29,3). El tocado era un ornamento típico de los medos
y armenios. Por otra parte la capa corta o chlamys, las botas o krepides
y la kausia con las que se vistió a Ptolomeo Filadelfo para la ceremo-
nia eran prendas particularmente asociadas con los macedonios desde la
época de Alejandro (cf. Efipo, FGrH 126 fr. 5). Doscientos años después
de Antonio, el emperador Caracalla usaba kausi/a y krhpi=dej en su
afán de imitar al gran monarca macedonio. La combinación de una kau-
sia rodeada por una diadema está probada para Alejandro Magno (Arr.,
Anab. 7,22,2) y para alguno de sus sucesores.
Exhibiciones visuales y ceremonias tan fastuosas como ésta de Ale-
jandría, poseen multitud de significados. Todos ellos se erigen en un im-
portante medio de propaganda del que las élites se valían para mostrar sus
designios políticos a una mayoría del pueblo analfabeta. En este sentido
el vestido y los ropajes, como hemos comprobado con motivo del desfi-
le procesional de Antonio, adquieren una importancia muy grande. Los
asistentes a esta ceremonia del gimnasio podían reconocer fácilmente los
lugares sobre los que en teoría reinarían los vástagos de la reina egipcia
por los trajes que llevaban. Hay una gran cantidad de códigos más o me-
nos sutiles que están presentes en el desarrollo de los ceremoniales de la
Antigüedad y cuyo conocimiento revela una información fascinante.
Al escribir el opúsculo titulado De Iside et Osiride, Plutarco llegó a
acumular unos conocimientos bastante profundos sobre el culto isíaco.
Esta obra fue escrita muy probablemente después de la Vida de Antonio,
pero seguro que cuando la estaba componiendo, Plutarco ya había acu-
mulado bastante conocimiento acerca de las características divinas de los
monarcas egipcios, en general, y de la reina Cleopatra en particular. Los
faraones del país del Nilo eran dioses y diosas vivientes y durante dos
siglos y medio las reinas egipcias habían sido asociadas a Isis. Durante

164
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

la época de Cleopatra III, a fines del siglo segundo, las reinas habían
adquirido una identificación completa con esa divinidad tan importante
del panteón egipcio.
El título de nea Isis parece originarse con la misma Cleopatra VII16.
Probablemente, pensamos nosotros, en correspondencia con el título de
neos Dionisos que adquirirá para sí Marco Antonio (Ant. 33,4-34,1 y en
especial 60,3). En ningún documento oficial de la época Cleopatra es
llamada nea Isis. Sin embargo, tenemos buenos argumentos para tomar
como verdadera la información que proporciona Plutarco. Cleopatra se
denomina a sí misma en las monedas como qea\ newte/ra y su padre,
Ptolomeo XII Auletes, tenía entre su titulatura el de neos Dionisos, como
ya hemos mencionado que luego lo tendría Antonio17.
Dión Casio (49, 41,1-4), al igual que Plutarco, concede una gran
importancia al episodio de las donaciones alejandrinas del año 34. El
historiador bitinio es más fiel al detalle y probablemente también más
fiable que Plutarco en cuanto a temas específicos como la exacta titulatu-
ra otorgada, por ejemplo. Pero el relato que ambos autores hacen de los
hechos es parcial y, en algunos asuntos, exagerado. La verdad histórica
sobre lo que realmente aconteció ese año 34 es imposible de determinar.
Como se infiere por Dión más adelante, la tendencia literaria filoaugus-
tea se apresuró a lanzarse sobre el asunto y el tono que ella proyectó ha
coloreado toda la tradición posterior sobre el tema.
En efecto, a principios del año 32 Antonio buscó la ratificación en
Roma de sus acciones de 34 pero los cónsules proantonianos de aquel
año, C. Sosio y Cn. Domicio Ahenobarbo, rehusaron dar a conocer sus
despachos a la opinión pública ya que creían, probablemente con lógica,
que iban a influir negativamente en la reputación de Antonio (D. C.
49,41,4). Octaviano, por supuesto, era partidario de darlos a conocer
pero los cónsules tuvieron éxito en su intento, cosa que resulta increíble
si la política de donaciones había sido tan pública y, sobre todo, tan
espectacular como Plutarco y Dión quieren hacernos creer. Lo malo para
16
P. M. Fraser (cap. 3, n. 32), págs. 244s.
17
Vd. M. Grant (cap. 2, n. 65), págs. 168 s.

165
Octavia contra Cleopatra

Antonio fue que, al no procederse a la lectura pública de sus despachos,


la plebe de Roma tampoco pudo enterarse con todo lujo de detalles de
la victoria de Antonio sobre el rey armenio Artavasdes (D. C. 49,41,5).
Parece claro, además, como implica Dión (49,41,1) con la expresión
meta\de\ tou=to, que esta ceremonia del gimnasio debía de estar conecta-
da con el triunfo sobre Artavasdes que se señala en Plutarco (Ant. 50,4) y
Dión (49,40,2-4). Dicha manifestación de masas sería, con probabilidad,
inmediatamente posterior al triunfo sobre el monarca armenio.
Dión afirma que Antonio concedió a Cleopatra el título de Reina de
Reyes y a Cesarión el de Rey de Reyes (49,41,1). Probablemente con
más razón que Plutarco que señala, más genéricamente (Ant. 54,4), que
el triunviro tituló Reyes de Reyes a los hijos habidos de su relación con
Cleopatra lo cual dejaría excluido a Cesarión, extremo éste incierto.
El título de Rey de Reyes concedido a Cesarión poseía claras remi-
niscencias de carácter oriental. Sabemos de la gran afición de Antonio
por los títulos y nombres altisonantes. Así, los nombres puestos a los
gemelos que tuvo con Cleopatra. Por otra parte, nombres puestos con
toda la intencionalidad política.
El hecho político verdaderamente clave de la ceremonia del gimnasio
es la legitimación de Ptolomeo César Filópator Filómetor como hijo del
divino Julio. Con esta espectacular decisión, Antonio no sólo le estaba
dando precedencia en la sucesión imperial sobre los hijos propios que
él había tenido con Cleopatra, sino también sobre el propio Octaviano.
Este es el meollo de la cuestión. En virtud del testamento de Julio César,
Octavio se había convertido en su hijo adoptivo, en heredero legal de la
mayor parte de sus bienes y, lo que es más importante, en heredero de su
propio nombre y de sus seguidores (Suet., Caes. 83,2). Octaviano here-
daba así todo el capital político del Dictador y pasaba, automáticamente,
a convertirse en el jefe de la gens Julia. Con la decisión que toma en
34, Antonio estaba equiparando a Octaviano con un simple usurpador
puesto que declaraba a Cesarión carne y sangre de César y, por tanto,
heredero legítimo de todo el Imperium Romanum.

166
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

2. La guerra de propaganda

Antonio y Octaviano habían estado intercambiándose acusaciones


desde el año 44, con particular ferocidad en los períodos 44-43 y en el
año 40 con motivo del bellum Perusinum. Poco después del año 36 las
acusaciones comenzaron otra vez. Hacia el invierno de 35-34, Octaviano
estaba usando el mal comportamiento que Antonio había tenido con su
hermana Octavia en Atenas de cara a la propaganda y como acusación
contra su colega.
En el bienio 33-32 la batalla propagandística se intensificó. Parte de
ella se centró en que Octavio acusó a Antonio de demasiada afición a
la bebida. Contra ésto Antonio escribió un opúsculo titulado De sua
ebrietate18. Como en el asunto anterior en relación sobre la capadocia
Glafira y como puede comprobarse en Dión Casio (50,1,5)19, la gran
mayoría de estas acusaciones eran inexactas con un Octaviano que cen-
tra sus dardos, sobre todo, en la relación de Antonio con Cleopatra y en
el reconocimiento de Cesarión por parte de Antonio. Éste por su parte
respondía de forma parecida a su colega en Roma20. Especialmente reve-
ladora de cómo se encontraban las relaciones entre ambos triunviros es
la carta que Antonio envía a Octaviano hacia la primavera de 3321 como
respuesta a alguna acusación de éste de carácter sexual22: «¿Qué te ha
cambiado?, ¿que me acuesto con una reina?, ¿es acaso mi mujer? ¿He
comenzado ahora o hace nueve años?, ¿es que tú te acuestas sólo con
Drusila? Así tengas tú salud si, cuando leas esta carta, no te has acostado

18
Cf. K. Scott, «Octavian’s Propaganda and Antony’s De Sua Ebrietate», CP 24 (1929),
págs. 133s.
19
Stähelin, Kleopatra, col. 766 sitúa la cronología de este texto en febrero de 32 pero cree-
mos que su datación es errónea.
20
Véase Scott, PP, pags. 39-40.
21
Cf. J. Moles, «Plutarch, Vit. Ant. 31. 3 y Suetonius, Aug. 69. 2», Hermes 120 (1992),
pág. 245. Scott, PP, pág. 40, n. 4 sitúa erróneamente la carta en el año 32 añadiendo «and
relations were strained, to say the least».
22
Quid te mutauit? quod reginam ineo? uxor mea est? nunc coepi, an abhinc annos nou-
em? tu deinde solam Drusillam inis? Ita ualeas uti tu, hanc epistolam cum leges, non inieris
Tertullam aut Terentillam aut Rufillam aut Saluiam Titiseniam aut omnes, an refert, ubi
et in qua arrigas?

167
Octavia contra Cleopatra

con Tértula, o con Terentila23, o con Rufila, o con Salvia Titisenia o con
todas ellas. ¿Importa acaso dónde y con quién te pones en erección?»
(Suet., Aug. 69,2)24. Habría que decir que recientemente J. Moles25 ha
defendido la hipótesis de que esta carta es la fuente que usa, directa o
indirectamente Plutarco en Ant. 31,2.
Dión en este pasaje utiliza, casi seguramente, la misma fuente que
Plutarco en su Vida de Antonio (55). Ambos autores ofrecen similares
quejas por parte de Antonio. En cambio, difieren en las acusaciones que
emite Octavio: en Dión, aquél hace hincapié en el desdoro que para el
pueblo romano supuso la traicionera captura del rey de Armenia. Pero,
al mismo tiempo, el joven César le pedía a su colega la mitad del botín de
la campaña armenia, que él creía que le correspondía por derecho, lo cual
estaba en clara contradicción con la primera acusación.
Octaviano acusaba asimismo a Antonio de que gobernaba Egipto y
otros territorios sin corresponderle por sorteo y en el hecho de que ha-
bía eliminado a Sexto Pompeyo. La primera de las acusaciones es falsa
ya que Antonio estaba legitimado al gobierno de la parte oriental del Im-
perio según lo estipulado en Brindisi. En cuanto a la segunda, sabemos

23
Se cree que se trata de Terencia, la esposa de Cilnio Mecenas.
24
El sentido de la problemática frase de Cleopatra como uxor de Marco Antonio quedó
solucionada cuando K. Kraft, «Zu Sueton, Divus Augustus 69. 2», Hermes (1967), págs.
496-499 [=Gesammelte Aufsätze (1973), pág. 47] propuso la opción que nosotros hemos
escogido y es que la frase debía ser interrogativa –uxor mea est?– como las que anteceden y
siguen. Esta propuesta ha sido aceptada por la práctica totalidad de los investigadores, in-
cluyendo un romanista tan conocido por sus estudios sobre la institución del matrimonio
romano como E. Volterra en Festschrift W. Flume (1979), pág. 205. Otro intento de expli-
cación, con menor éxito que el anterior, es el de A. Guarino en Labeo (1975), pág. 393, que
rechaza la hipótesis de Kraft, diciendo que uxor no querría decir en esta misiva la mujer
legítima, sino simplemente la mujer con la que se convive. Por último, A. D’Ors en su ar-
tículo «Cleopatra ¿“uxor” de Marco Antonio?», Anuario de Historia del Derecho Español
49 (1979), págs. 639-642; es de la opinión en la pág. 641 de que esta carta de Marco Antonio
a Octaviano «sería una pura invención picante de Suetonio para adornar su biografía, a
propósito de las malas costumbres del joven Octaviano». Desde nuestro punto de vista, el
contexto de acusaciones mutuas y la batalla propagandística en la que la carta se encuentra
inmersa, resta posibilidades de verosimilitud a la propuesta del maestro español. Creemos
que la misiva existió y que éstos fueron sus términos exactos en una época histórica donde
los conceptos de decencia y moral públicas eran muy diferentes a los que manejamos en la
actualidad. Véase como colofón del asunto a J. Moles (n. 21).
25
Cf. (n. 21), págs. 245-247.

168
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

que carecía igualmente de sentido ya que el hijo de Pompeyo había sido


asesinado a instancias de M. Ticio. Pero, sobre todo y como se comprue-
ba en nuestro pasaje, reprocha a Antonio el tratamiento privilegiado que
viene otorgando a la reina de Egipto y el hecho de que haya reconoci-
do a Ptolomeo Cesarión como heredero de César. Entre otros factores,
sin duda, porque éste es el punto que más debía sacarle de quicio ya
que era donde su segura posición política quedaba más desguarnecida.
Antonio respondió en un manifiesto donde acusaba a Octaviano de
cargos similares.
Es posible sostener el hecho de que en el año 33, a pesar de lo ocu-
rrido a finales del año anterior, Antonio todavía contaba mucho en la
escena política romana. El conjunto de nobiles de la facción que seguía a
Antonio era mucho más impresionante que la de Octavio. Antonio era
el miembro de más edad del Triunvirato y su prestigio, si bien es verdad
que un tanto mermado, seguía siendo muy importante. El Este estaba en
paz y sus fronteras pacificadas. Pero también era cierto que Octaviano se
hacía más fuerte en la península italiana cada día que pasaba.
Al comienzo de la primavera de 33, Marco Antonio inició una serie
de conversaciones con el rey de Media junto al Araxes cuyo resultado
fue que la invasión de Partia quedó aplazada sine die. De hecho, Anto-
nio nunca más se vería involucrado en otra expedición contra el gran
imperio enemigo. Unos pocos meses después de estas conversaciones, la
crisis en las relaciones entre ambos triunviros se agravó hasta tal punto
que Antonio ordenó a su legado P. Canidio Craso (cos. suff. 40; MRR,II,
p. 378) traer las legiones bajo su mando a la costa de Asia (Plut., Ant.
56,1) en una marcha que les llevaría unos cuatro meses.
Hacia finales de 33, el choque militar entre los triunviros parecía in-
salvable incluso para los contemporáneos. Todos sabían que, al finalizar
este año, los poderes triunvirales renovados en Tarento llegarían a su fin.
La causa, o más bien el pretexto buscado para avivar el conflicto, pasaba
irremisiblemente por la política tan sui generis realizada por Antonio en
Oriente y las supuestas intenciones que, convenientemente infladas por
Octaviano y sus partidarios, cabría deducir de ellas.

169
Octavia contra Cleopatra

Por Dión (50,1,5) sabemos que desde comienzos de la primavera o


hacia mediados de verano de 33, Antonio estaba manteniendo conversa-
ciones con el rey de Media. Precisamente a mitad del verano de ese año el
triunviro sabe de las acusaciones que, desde Roma, Octaviano está ver-
tiendo contra él y ordena entonces reagrupar a un total de 16 legiones de
su ejército oriental para ponerlas en previsión de cualquier eventualidad.
Estos efectivos suponían la mayor parte del contingente de Antonio en
Asia26. Un par de meses antes, a mitad de este año 33 cuando tuvieron
comienzo las negociaciones en el Araxes, las fuerzas antonianas estaban
todavía concentradas en sus fronteras orientales. E incluso después del
reagrupamiento, Antonio dejó un retén de tropas en la zona de Media
(D. C. 49,44,4). Para la defensa de Armenia, Antonio confió en su recién
firmada alianza con Media y en el rey Polemón, a quién acababa de otor-
garle la Armenia Inferior (D. C. 49,44,3).
A diferencia de lo que ocurrió en la campaña parta, donde Antonio
mandó a Cleopatra de vuelta a Egipto (Plut. Ant. 37,2), en estos prepa-
rativos para la campaña que culminaría en Accio, Antonio «se llevó a
Cleopatra consigo», (Ant. 56,1). Sin duda, es un cambio de estilo bas-
tante revelador. En cuanto a los ochocientos barcos de guerra, Plutarco
(Ant. 61,1) parece contradecir esta información pues se habla de alre-
dedor de unos quinientos buques de este tipo. Por cierto, que de los
doscientos barcos que la reina de Egipto cede en estos momentos para la
guerra, sólo sesenta lucharán en Accio la batalla decisiva (Ant. 64,1). De
cualquier forma, la contribución de Cleopatra a la guerra fue de vital im-
portancia ya que proporcionó un gran número de barcos de transporte,
a la vez que un número importante de tripulaciones.
En lo referente a la disputa sobre la presencia de la reina, puede se-
guirse a Plutarco en las principales afirmaciones. Hacia el primero de
febrero de 32 C. Sosio, uno de los flamantes cónsules apenas llegados al
cargo, lanzó un ataque público contra Octaviano y la respuesta de éste
fue una demostración de fuerza ante el Senado unas semanas más tarde27.
26
Aunque no necesariamente todo como asume, por ej., P. A. Brunt, (cap. 2, n. 24), pág. 504.
27
Cf. Syme, RR, págs. 352s.

170
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

Ambos cónsules, entre los que estaba Cn. Domicio Ahenobarbo (el Do-
micio de Plutarco en Ant. 56), huyeron hacia Éfeso con Antonio junto
con otros trescientos senadores. Domicio se encontraría con Antonio
proveniente de Roma probablemente a fines de febrero o marzo de 32.
Probablemente Domicio habría llegado a la opinión de que lo mejor
para el bando antoniano era que Cleopatra volviera a Egipto, entre otras
cosas, porque acababa de llegar de la Urbs dónde se había enfrentado
cara a cara con Octavio y sabía del daño irreparable que la propagan-
da contraria a Antonio estaba causando en la Península. Él, junto con
otros políticos experimentados como Munacio Planco intuían que, si la
reina volvía a sus territorios, Octaviano difícilmente podría explicar el
conflicto que se estaba gestando en términos de una lucha contra la rei-
na bárbara y extranjera, sino precisamente como lo que en realidad era:
una lucha contra su colega de gobierno por el poder único en el mundo
romano. Aunque el taimado joven no quería ni pronunciarlo, ya que así
le sería mucho más difícil concitar voluntades.
Canidio Craso, a punto de ser nombrado máximo responsable de las
fuerzas de infantería, incidiría en la importancia de la ayuda militar de
Cleopatra. No hay ninguna razón aparente para pensar, como lo hace
Plutarco, que había sido sobornado (56,2). La reina deseaba ferviente-
mente estar presente y no necesariamente, como de nuevo afirma el beo-
cio porque tuviera miedo de la todavía esposa del triunviro Antonio.
Octaviano convenció a muchos italianos de que el conflicto que es-
taba gestándose a la vuelta de la esquina era una cruzada contra Oriente.
Pero, de hecho, muchos orientales vieron en él una ocasión para ajustar
cuentas contra el todopoderoso gigante romano. Un oráculo sibilino
compuesto alrededor de estas fechas por un oriental anónimo ansiaba
con júbilo una humillación romana y un triunfo de Cleopatra que, a la
postre, era también el triunfo de Asia (Sib. Or. 3,350-380)28. Los que
creyeran ésto, lucharían por un general romano sino por la reina egipcia
y, si se ganaba, la victoria sería de Cleopatra y no de Antonio. Por tanto,

28
Tarn, (cap. 3, n. 70), págs. 135-143.

171
Octavia contra Cleopatra

Canidio estaba hablando con algo de razón y un gran componente de


sentido común cuando advertía de que, «tampoco le interesaba a Anto-
nio desanimar así a los egipcios [enviando a su reina de vuelta a casa], que
formaban una gran parte de la fuerza naval», (56,2-3).
Después de que Plutarco señala que prevalecieron los argumentos de
Canidio, por lo que Cleopatra prosiguió al lado de Antonio, el beocio
escribe una de las frases más elocuentes y célebres de toda la Vida: e)d/ ei
gar\ ei)j Kai/sara pan / ta perielqei=n (ya que hacía falta que todo
fuese a parar a manos de César) –Ant. 56,3–. Parece como si Antonio y
Cleopatra fueran simples peones en el juego del destino.
La referencia implícita es a la pareja formada por la reina y el triun-
viro como si fueran meras marionetas en manos de Tyche. Un destino
que, a la postre, acabará siendo más propicio con su enemigo que con la
unión formada por Dioniso e Isis redivivos. Plutarco habla a veces como
si, en efecto, hubiera una fuerza o fuerzas supranaturales que guiara la
historia humana hacia un fin predeterminado, es decir, un impulso de
carácter eminentemente teleológico. Esa fuerza a veces sería positiva (así
en Brut. 47,7), otras veces se asemejaría a un daimon o genio guardián
(Ant. 33,2; Caes. 66,1 o Brut. 55,2) o, por último, puede ser en otras oca-
siones una fortuna más o menos providencial (así en Phil. 17,2). No está
claro si bajo tales ideas subyace un sistema de pensamiento coherente de
tipo filosófico o religioso. Nosotros creemos que sí. No olvidemos que
Plutarco tuvo cargos de gran importancia relacionados con el oráculo
délfico, llegando a ser sumo sacerdote de este santuario.
Nuestro hombre desarrolla estas ideas con una función principal-
mente dramática, elevando el tono de la narración cuando quiere pre-
pararnos para momentos climatéricos dentro del curso de la misma. En
Ant. 56,3, la frase enfatiza la trágica y desgraciada situación de Antonio
que se enfrenta no sólo a una oposición mortal, en la figura de su ri-
val Octaviano, sino también a la dimensión de lo que será su trágico e
inmutable final. Esto recuerda principalmente al manierismo de Heró-
doto (1,8,2) cuando escribe: xrh=n gar \ Kandau/lv gene/sqai kakw=j,
siendo el mismo perielqei=n plutarqueo un término predilecto del

172
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

historiador de Halicarnaso. No obstante, Plutarco no es el único que


tiñe en ocasiones su narración de un tono fatalista. Existen otros mu-
chos exempla romanos de esta misma idea: así, por ejemplo, Livio (1,1,4
ó 1,4,1) sobre los preparativos para la fundación de Roma o el mismo
autor en 1,46 refiriéndose al derrocamiento de los reyes. También Tácito
(Ann. 4,1 sobre Elio Sejano o Hist. 2,1 sobre Vespasiano), o el mismo
Dión Casio (44,18,3) escribiendo sobre la muerte de Julio César.
El interludio samio es descrito por Plutarco con un lenguaje pode-
roso. Y sin embargo, a la exuberancia de los festejos samios se le aña-
de el contrapunto amargo de la inevitabilidad de la muerte de Antonio.
Los hombres buscan con ansia la epinikia pero el lector ya sabe que,
finalmente, no les sonreirá la victoria. Ninguna otra fuente menciona
esta estancia festiva en Samos y es probable que la narración del beocio
sea exagerada en algún detalle pero el grueso de la misma es verdadero.
Antonio y su séquito partieron para Samos en la primavera de 32. Es
probable que le llevara algún tiempo reunir en Éfeso a la totalidad del
ejército de Antonio. Parece plausible que Antonio y Cleopatra residie-
ran en Samos durante las aproximadamente seis semanas que duraría el
transporte de todos los efectivos a través del Egeo.
El historiador da el dato (56,4) de que fue ahora cuando la reina y
el triunviro se casaron. En realidad, importa poco cotejar la verdad del
dato. Lo importante es que, sea o no cierto que en algún momento An-
tonio y Cleopatra llegaron a estar unidos en matrimonio, el triunviro se
divorció oficialmente de Octavia, más o menos por estas mismas fechas,
hacia mayo o junio de 32.
En las celebraciones que tuvieron lugar en Samos actuaron unos po-
derosos gremios de músicos, actores y bailarines que se encontraban
muy bien organizados a modo de corporaciones. Los más importantes
entre estos eran los atenienses, los ístmicos-nemeos y los jónicos-hele-
spontinos, pero también tenemos noticias de asociaciones de artistas en
Chipre y en Egipto29. Presumiblemente, la mayoría de los intérpretes y

29
E. E. Rice, The Grand Procession of Ptolemy Philadelphus, Oxford, 1983, págs. 52-58.

173
Octavia contra Cleopatra

artistas que actuaron en esta ocasión en Samos provendrían de la aso-


ciación jónico-helespontina30, pero qué duda cabe que habría asimismo
una fuerte representación de artistas de procedencia egipcia y chipriota.

3. La deserción de Planco y Ahenobarbo


En el verano del año 32 dos de los pilares más importantes sobre
los que se sustentaba la facción de Antonio eran el cónsul de ese año,
el filorrepublicano Cneo Domicio Ahenobarbo y el diplomático cesa-
riano de rango consular Lucio Munacio Planco. Los dos hombres no se
soportaban y la relación que ambos mantenían con Cleopatra era bas-
tante distinta. El pacifista Ahenobarbo miraba con recelo y, por qué no
decirlo con un cierto desprecio, a una reina a la que se limitaba a tutear,
a la vez que le insistía a Antonio en que debía plantear su causa para el
conflicto que se avecinaba como una causa romana y no oriental. Por su
parte, Munacio Planco se comportaba de forma obsequiosa con Cleopa-
tra, siendo con ella adulador hasta la náusea.
Sin embargo, y como comprobamos en este pasaje, el que terminaría
desertando en primer lugar de la causa antoniana fue Planco, quien junto
con su sobrino M. Ticio (cos. suff. 31; MRR,II, pág. 420), huiría a Roma
en algún momento del verano de ese año 32 buscando el amparo de Oc-
tavio. Refiere Veleyo en el fragmento que comentamos que, en medio
del clima prebélico, Planco desertó al heredero de César non iudicio
recta legendi neque amore reipublicae aut Caesaris, quippe haec semper
impugnabat, sed morbo proditor (2,83,1). Es un hecho constatable que el
tribuno Veleyo no trata con mucha estima en su narración al personaje
de Planco. Un poco más adelante (2,83,2), sigue hablando de éste en
términos similares cuando refiere que se marchó al lado de Octaviano ya
que fue tratado con dureza por Antonio cuando el triunviro descubrió
pruebas irrefutables de su abyecta venalidad (manifestarum rapinarum
indicia). Veleyo carga las tintas sobre este individuo, personaje por otro
30
Vd. A. W. Pickard-Cambridge, The Dramatic Festivals of Athens, Oxford, 1968, págs.
279-321.

174
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

lado nada simpático (Plut., Ant. 58,2-4), ya que se trata del exponente
más claro de individuo que, durante el período que estamos analizando
en esta monografía, está más dispuesto a cambiar de facción según co-
rran los vientos políticos.
Veleyo relata a continuación una historia según la que, durante una
mascarada celebrada en Alejandría, Planco había aparecido disfrazado
como el dios marino Glauco, bailando sobre las cuatro extremidades
con el cuerpo teñido de azul y con una cola de pez31. La anécdota es
muy creíble ya que en el ámbito privado eran frecuentes este tipo de
celebraciones dedicadas a Dioniso y en ellas, como demuestra el famoso
friso de la Villa de los Misterios, los disfraces estimulaban la fantasía de
los participantes en la fiesta.
Munacio Planco había estado encargado del sello y la corresponden-
cia de Antonio desde el año 35 (Ap., BC 5,144) y había estado presente,
de modo espectacular, en los intercambios de acusaciones entre ambos
triunviros. Plutarco comete un error (Ant. 58,2-4) cuando alude a que
tanto Planco como Ticio habían sido ya cónsules, ya que éste último
sólo lo fue en el año 31. Si Plutarco hubiera querido dejar realmente
mal parado a Antonio, el historiador hubiera redactado su texto en una
forma similar a como lo hizo Dión (50,3, 4-5). El Octavio de Plutarco
no se encuentra especialmente ultrajado por el polémico contenido del
testamento de Antonio, sino que maneja el asunto con calma y con cui-
dado. Tampoco la plebe romana reacciona con especial horror. Vemos
incluso cómo una parte de los senadores desaprueba el comportamiento
de Octaviano (58,4).
El testimonio del historiador de Queronea señala que Octavio pidió
el testamento a las vírgenes vestales (Ap. BC 3,92), pero éstas no quisie-
ron dárselo. Se limitaron a mandarle recado de que, si él realmente que-
ría hacerse con el documento, fuera y lo cogiera. A nosotros se nos hace
muy cuesta arriba creer en semejante ejercicio retórico. Lo que proba-
blemente sucedió es que Octaviano simplemente arrebató el documento

31
Sobre la misma véase Scott, PP, pág. 32 y Zanker, API, pág. 72.

175
Octavia contra Cleopatra

a unas vestales que muy poca resistencia podían oponer, en la práctica,


a todo un imperator que era, además, el hombre fuerte de Italia. Parece
fuera de duda que el acto de apropiación del testamento por parte del
joven César fue un acto claramente ilegal. De hecho, era ilegal dar a co-
nocer el testamento de un hombre vivo.
Plutarco rehúsa tratar este asunto como lo hace Dión. En parte, por-
que Roma se encuentra ya suficientemente ultrajada (Plut. Ant. 57,3), y
también porque el beocio desea presentar a Antonio como un extrava-
gante más que como un villano y a Octavio más como astuto que como
virtuoso. Plutarco omite los detalles que Dión (50,3,4-5) proporciona
acerca de ciertas cláusulas del testamento aunque más adelante (Ant.
58,4-5) se refiere a la que menciona el traslado de Antonio a Alejandría
caso de que muriera en Roma. Nuestro historiador no elige mencionar
esta cláusula de forma arbitraria, sino con toda la intención. Este detalle
prefigura el momento en que ambos amantes estén definitivamente uni-
dos después de la muerte.
Dión menciona muy brevemente el divorcio de Antonio de su esposa
Octavia, acaecido hacia mayo o junio de 32. Plutarco (Ant. 57), explota
hasta el máximo posible este asunto del divorcio. Dión sólo registra una
breve referencia al tema, lo cual es absolutamente normal dado el laco-
nismo de estilo de este historiador.
La rápida mención al divorcio de Antonio es seguida en la narración
dionea por la defección que, tanto Ticio como Planco, hicieron hacia el
bando de Octaviano. En este asunto, Dión Casio es lamentablemente par-
co, como en él es habitual. Consigna que los dos hombres desertaron de
Antonio, bien porque habían tenido alguna fricción con él, bien porque se
habían enfadado con Cleopatra. Pero el historiador parece conectar con
un «y entonces», el hecho de la deserción con el asunto del divorcio. Lo
cierto es que ambos hechos estarían sin duda bastante relacionados. En el
círculo de consejeros de Antonio, los que querían que Cleopatra volviera
a Egipto eran sin duda los más susceptibles a tener en cuenta a la opinión
pública italiana. Este grupo estaría totalmente en contra del divorcio de
Octavia y entre estos figurarían probablemente Ticio y Planco.

176
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

El efecto de la deserción de dos personajes tan importantes como M.


Ticio y Munacio Planco debió de causar gran impacto entre las filas de
ambos contendientes. No parece que hayan desertado otros en compañía
de estos dos hombres o, al menos, ninguna fuente así lo menciona. Sin
embargo, no deja de resultar significativo que el que en estos momentos
era denunciado como esclavo de la pasión de una reina bárbara (cf. D.
C. 50,5,1-4 y Plut., Ant. 62,1), tuviera entre su séquito a unos trescientos
senadores, bastantes de ellos de conocida adscripción republicana.

4. El testamento de Antonio
Los dos desertores llevaban consigo un secreto impagable: el lugar
donde se encontraba a buen recaudo el testamento de Antonio. A Octa-
viano le caía una oportunidad llovida del cielo. En 50,3,4-5, Dión Casio
coincide con Plutarco (Ant. 58,2-4) e implícitamente nos hace suponer
que Octaviano supo por los dos individuos que hicieron defección del
bando de Antonio todos los planes presentes y futuros de éste y las cláu-
sulas que contenía el testamento. Pero, a diferencia de Plutarco, Dión no
dice que el precioso documento estaba guardado en poder de las vesta-
les. En este caso, pensamos que Dión es menos fiable que Plutarco y que
el testamento estaba en poder de estas mujeres consagradas a Vesta. El
hecho de depositar testamentos y otros documentos de gran valor en el
templo redondo de dichas vírgenes era una práctica común en Roma y
da toda la credibilidad a la fuente plutarquea.
Una de las disposiciones del documento que más debió entristecer,
y a la vez indignar, a los habitantes de la Urbs es la que se refería a que,
cuando Antonio muriese, fuese enterrado al lado de Cleopatra en Ale-
jandría. Roma era desde tiempo inmemorial el lugar de enterramiento
de los grandes personajes de la República. Antonio, al declarar que, en
el momento supremo, prefería la capital egipcia como lugar de su in-
humación, hacía una gran ofensa a la sensibilidad romana ya que venía
a asimilarse con los Tolomeos sepultados en la ciudad oriental, rival
de Roma.

177
Octavia contra Cleopatra

El tema del testamento de Antonio causó un efecto tan negativo en la


opinión pública italiana que por todas partes se respiraba una atmósfera
cargada de rumores disparatados. Dión se hace eco de la más importan-
te de estas habladurías sin ninguna razón de ser, cuando señala la opi-
nión de que, si Antonio ganaba en el inminente conflicto, éste entregaría
Roma a la reina de Egipto y trasladaría la capital a Alejandría (D. C.
50,4,1). Se decía incluso que el juramento favorito de Cleopatra era el
deseo de dictar justicia desde el mismo Capitolio (íd., 50,5,4). Dicha pro-
paganda llegaría a ser tan acuciante que los propios amigos de Antonio,
según Dión (50,4,2), le censuraron de manera severa por las decisiones
políticas tan torpes que estaba tomando. Como vemos, Octaviano volvía
a ganar otra pequeña batalla en la guerra de desgaste previa ya que este
asunto del testamento propició un enorme efecto negativo sobre Anto-
nio en grandes segmentos de la población.
Algunos autores32, a lo largo de todo el siglo pasado, han especulado
con la hipótesis de que el pretendido testamento de Antonio fuese una
falsificación total o parcial. Nosotros no vemos el porqué de una falsifi-
cación a estas alturas de la confrontación. Es más, incluso si las fuentes
que poseemos hubieran distorsionado bastante todo el asunto, creemos
que las disposiciones de un posible testamento original no hubieran sido
muy diferentes a las que nosotros manejamos.
Muchos de los cargos contra Antonio que presenta C. Calvisio Sa-
bino (cos. 39; MRR,II, pág. 386) en Ant. 58,5-6 tienen reminiscencias
de la elegía romana33. Así, el tema del saludo como «señora», (domina-
kuri/a), el seruitium, el abandono de los asuntos públicos, los regalos o

32
Así, M. Rostovtzeff, Social and Economic History of the Roman Empire, Oxford, 1926,
págs. 29 y 494, n. 24 (aunque tácitamente abandone la hipótesis en las sucesivas ediciones),
en contra Scott, PP, págs. 41s. Luego Syme, RR, pág. 357 y más recientemente J. Crook,
«A legal point about Mark Antony’s will», JRS 47 (1957), págs. 36-38 e íd.,«A negative
point about Mark Antony’s will», L’Antiquité Classique 58 (1989), págs. 220-223., han
cuestionado la validez total o parcial del documento. En contra, y defendiendo la opinión
en que nosotros ahondamos, se han pronunciado J. R. Johnson, «The authenticity and
validity of Antony’s will», L’Antiquité Classique 47 (1978), págs. 494-503 y F. A. Sirianni
en ibíd. 53 (1984), págs. 236-241, discrepando de Johnson en algún punto.
33
J. Griffin (cap. 1, n. 79), págs. 22-24.

178
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

la ansiosa lectura de las tablillas de amor. Aunque todos estos detalles


se engrandecen en el caso de Antonio como lo muestran los impresio-
nantes regalos, el material de las tablillas o la importancia de los asuntos
que el triunviro imprudentemente abandona. La elección del material
refleja la obsesión propia del Plutarco que ve a Antonio como un amante
desvalido. El beocio debe de haber sabido de la existencia de otras alega-
ciones contra Antonio, más peligrosas incluso que las que él refiere (así
Dión 50,3,4-5), pero prefiere usar el material que ofrece Calvisio porque
políticamente es menos cruel ya que no se centra en las desproporciona-
das ambiciones de Antonio, sino en lo cautivo que se encuentra ante las
artes de seducción de la reina egipcia.
Lo que debemos resaltar es que, independientemente de la falsedad
o no de las acusaciones, las mismas vienen a demostrar la sutileza de la
propaganda inspirada por Octavio. Éste no quería dar la impresión de
que la lucha que estaba a punto de iniciarse era, en realidad, una guerra
civil acordada contra un comandante romano y unas tropas romanas Era
mucho más ventajoso para sus intereses presentar el conflicto como una
guerra contra un peligroso enemigo extranjero, simbolizado por la reina
egipcia. El papel de Antonio en todo este asunto era explicado, por la
facción de Octaviano, como el de un general romano fatalmente atraído
por el encanto y el embrujo de Cleopatra. De ahí que se considerara que
Antonio no era dueño de sus propios actos.
La biblioteca de Pérgamo, fundada por Eumenes II, era la rival más
próxima de la gran biblioteca de Alejandría. La biblioteca había sido es-
quilmada por el fuego en 48. La biblioteca de Alejandría tenía en fondo
cuatrocientos mil rollos conteniendo varios trabajos y noventa mil que
contenían sólo uno. Aquí la expresión bibli/wn ap ( lw=n sugiere que la
biblioteca pergamena contenía sólo la segunda clase de rollos de papiro
que quizá correspondían al tipo más moderno.
El acto de frotarle los pies a una persona era, por otro lado, consi-
derado como una de las cimas de la lujuria. Se consideraba, además, una
tarea propia de esclavos (Cat. 64,162). Sobre la acción de los efesios de
llamar kuri/a a Cleopatra, y si creemos a Dión (50,5,1), fue el mismo

179
Octavia contra Cleopatra

Antonio quien llamó de esta manera a la reina de Egipto.


Por último, Cayo Furnio había servido a las órdenes de Planco en 43
y de Ticio en el bienio 36-35, pero a pesar de esos vínculos permaneció
en la facción de Antonio hasta la batalla de Accio.
Los preparativos de Octavio para la guerra le mantuvieron ocupado
durante la mayor parte del año 32. Plutarco, (Ant. 60,1) y también Dión,
simplifican bastante las cosas cuando omite, por ejemplo, el juramento
de alianza a Octaviano prestado por Italia y las provincias occidentales a
lo largo de todo ese año (R. G. 25)34. La guerra se le declararía, por tanto,
a Cleopatra a fines de verano. La guerra no se le declaró a Antonio, sino
solamente a Cleopatra, aunque se sabía que en realidad los procedimien-
tos se hacían contra ambos (D. C. 50,4,4-5). Estaba claro que, en cual-
quier caso, Antonio se convertiría en enemigo de Octavio (íd., 50,6,1),
pues a estas alturas el mayor de los triunviros no iba a traicionar a Cleo-
patra para pasarse al bando de Octaviano. Estamos ante otro intento,
por parte del joven César, de intentar presentar propagandísticamente
el conflicto como una lucha entre Este y Oeste. A Antonio ni siquiera
se le declaró enemigo público, lo cual sucedería más tarde, por lo que
técnicamente la guerra no iba dirigida contra él. Sin embargo, Dión Ca-
sio (ibíd.) sabía muy bien qué se escondía tras estas acciones del futuro
Augusto. El heredero de César sabía que Antonio acabaría alineándose
contra él a la hora del conflicto, ya que su destino a estas alturas estaba
irremisiblemente unido al de la monarca egipcia.
El cinismo llegaría en algunos casos a extremos tales, que incluso
se quiso añadir al conjunto de acusaciones formales contra Antonio la
de que éste habría escogido de forma voluntaria defender el bando de
Cleopatra contra el de su propio país. Y decimos cinismo porque hasta
este instante, declaración de guerra incluida, Antonio no había realizado
ningún movimiento encaminado a desembocar en un conflicto armado.

34
«Iurauit in mea verba tota Italia sponte sua et me belli quod uici ad Actium ducem
depoposcit». Sobre el juramento, véase Syme, RR, págs. 359s. y A. Millán Méndez, «Sacra-
mentum militiae. Características del juramento prestado a Octavio en el año 32», Hispania
Antiqua 6 (1976), págs. 27-42.

180
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

Todas las acciones tales como el mandato de unos impuestos extraordi-


narios, la lectura ilegal del testamento de su colega que estaba bajo cus-
todia, el juramento de fidelidad y la misma declaración de guerra, habían
sido iniciativas de Octaviano.
El joven César jugaría una vez más con los sentimientos romanos
tradicionales reviviendo, y en su mayor parte fabricando ex novo35, una
antigua fórmula que usaban los sacerdotes feciales para declarar la guerra
(D. C. 50,4,4-5). A Marco Antonio se le arrebató igualmente el consula-
do que iba a ocupar al año siguiente.
Entre las acusaciones de todo tipo que enumera Dión y que Octavio
hizo a Cleopatra en el momento de la declaración de guerra, figura como
una de las más importantes la de la asociación de Antonio y de la reina
egipcia con las divinidades que se refieren en el pasaje. Se trata de uno de
los argumentos más graves e incontrovertibles que esgrime Octavio en
su declaración de guerra de 32.
De nuevo está presente el tema de las representaciones e imágenes en
forma de pinturas y estatuas. Las prácticas de la pintura y la escultura que
podríamos denominar «de corte», supusieron una novedad introducida
durante el helenismo y que debe mucho a la figura de Alejandro Magno,
que tenía en su séquito a pintores y escultores de gran fama. Es seguro
que la práctica inaugurada en la época del gran macedonio fue continua-
da por sus sucesores, los Diádocos, llegando así a la fastuosa corte de la
dinastía Lágida, que sería el lugar donde previsiblemente cabría situar la
realización de las pinturas y esculturas a las que aquí alude Dión.
Toda esta iconografía se enmarcaba dentro de la propaganda política
que Antonio quiso poner en práctica durante su mandato en Oriente.
Puede decirse que el triunviro entendió muy bien cómo funcionaba la
mentalidad oriental con respecto a la institución de la realeza y que su
política en la zona grecoparlante del imperio no estuvo exenta de una vi-
sión adecuada de las cosas. Pero Antonio pocas veces tuvo presente que

35
Tal es la tesis del interesante artículo de T. Wiedemann, «The Fetiales. A reconsidera-
tion», CQ 36 (1986), págs. 478-490, donde se demuestra que el rito fecial de lanzamiento de
la lanza fue ideado probablemente por Octaviano para ser representado en este momento.

181
Octavia contra Cleopatra

enfrente tenía, dándole la réplica, a un enemigo de la agudeza y el olfato


político de Octavio. Sin embargo, y aunque le salió mal, a Antonio puso
salirle bien su apuesta de gobierno. Además, es bastante probable que
si a Octaviano le hubiera tocado gobernar en el Este, no hubiera hecho
una política muy diferente de la que llevó a cabo su compañero de mayor
edad en el Triunvirato.
En el otoño de 32, enfrascado ya de lleno en los preparativos milita-
res que conducirían a Accio, Octaviano llegó a Grecia desembarcando
con una inusitada rapidez. Dión nos narra en 50,12,1 como el joven Cé-
sar acampó primero con su ejército bajo los montes Ceraunios, esto es,
sobre el continente al norte de Corcira, la actual Corfú, luego ocuparía
esta isla para pasar a estacionarse en la zona alrededor de la desemboca-
dura del Aquerón. Finalmente, el futuro Augusto ocupó con el grueso
de sus efectivos el lugar donde se erigiría posteriormente Nicópolis.
Mientras tanto, como nos recuerda Plutarco (Ant. 62,3), el ejército
y la flota de Antonio se encontraban resguardada en la bahía de Accio.
Pero el triunviro pasó el invierno en los cuarteles de Patrás.
El lugar de Torone en Epiro es de difícil identificación, pero se cree
que es la moderna Parga, situada sobre un promontorio con forma de
cucharón al oeste de la desembocadura del Aquerón. El sitio es espe-
cialmente apropiado para ser ocupado por un ejército después de que la
flota hubiera fondeado cerca de la boca de dicho río. Con otros dos días
de camino el ejército de Octaviano llegaría a Accio, el lugar donde se
produjo meses después una batalla decisiva que cambiaría para siempre
el curso de la Historia.
En este pasaje, Plutarco (Ant. 62,3) desarrolla uno de los escasos frag-
mentos de contenido sexual que pueden encontrarse en sus Vidas. Es
bastante probable que la reina nunca pronunciara tales palabras. Desde
luego, el beocio descansa aquí totalmente en una fuente oral. Y es que
cuando la egipcia pregunta: Ti/ deino/n ei) Kai=sar e)pi\ toru/nv ka/
toru/nh; se trata de una frase que encierra un juego de palabras difícil
de dilucidar a simple vista pero de claro contenido obsceno y del que
Plutarco estaba al tanto ya que toru/nh es un término que se empleaba

182
4. La ruptura definitiva. 35-32 a. C.

en argot para referirse al pene36. Con esta aclaración el doble sentido


claramente procaz de la retórica interrogación de la reina queda diáfano
para nosotros37.

36
Cf. J. N. Adams, The Latin Sexual Vocabulary, Londres, 1982, pág. 23.
37
Aunque el pasaje sea poco común en Plutarco, las referencias sexuales no constituyen,
ni mucho menos, algo raro en la literatura latina. En poesía se dan casos palmarios, como
Horacio por ejemplo.

183
5. Los dioses abandonan a
Cleopatra.
31-30 a. C.
1. Los sucesos de Accio
Desde el momento en que Octaviano arriba a Grecia, dispuesto a
enfrentarse con su compañero de Triunvirato en una confrontación que
determinaría el nombre del dueño único del mundo romano, la deser-
ción empezó a hacer mella en las filas del bando antoniano. Algunos
reyes clientes de Antonio se pasaron al enemigo, caso de Amintas con
su caballería gálata.
Algunos romanos se comportaron de forma parecida. Ese fue el caso
de M. Junio Silano (cos. 25) y de Q. Delio, personajes que efectuaron
ahora uno de sus proverbiales cambios de bandos. A estos les siguió uno
de los generales de estado mayor más próximos a Antonio, Cn. Domicio
Ahenobarbo (cos. 32; MRR,II, pág. 417), que se fugó literalmente con
lo puesto, en secreto y en una pequeña barca. El siempre caballeroso
Antonio le mandaría poco después sus propias pertenencias (Plut., Ant.
63,2-3, Vell. 2,84,2 y Suet., Nero 3,2).
Dión Casio explica el por qué de su deserción fundamentándola en
que tenía algún motivo de queja contra Cleopatra. En realidad, Aheno-
barbo aborrecía a la monarca egipcia y fue desde el principio contrario
a la guerra. El motivo de queja que tendría contra Cleopatra ayudaría a
explicar el tono de Plutarco cuando en Ant. 63,2 apostrofa sobre Domi-
cio que para\ th\nV| Kleopat / raj gnw/mhn. De hecho, siempre había sido
notorio que la reina no gozaba de las mayores simpatías en la considera-
ción del cónsul. En las deliberaciones que tuvieron lugar el año anterior,
Ahenobarbo había reclamado que la reina debía volver a Alejandría.

185
Octavia contra Cleopatra

Es importante resaltar la mención que hace Dión a la impresión que se


estaba creando en Occidente con las sucesivas deserciones que se produ-
cían en el bando de Antonio. En una época en que la opinión pública y el
mensaje oral tenían una gran importancia, Octaviano supo manejar muy
bien a su favor la corriente de opinión desfavorable. Nadie querría conec-
tar su futuro con el de un bando que se estaba desintegrando por momen-
tos y del que sus propios miembros salían huyendo al ver su causa perdida.
Días o mejor horas antes del 2 de septiembre de 31, fecha de la batalla
de Accio, Octaviano exhortó a sus tropas con un discurso acerca de las
razones que le habían llevado hasta allí y el por qué esta era una guerra
de salvaguarda de la esencia romana frente al peligro bárbaro. El discur-
so comprende seis capítulos en la narración de Dión (D. C., 50,24-30),
siendo éste el único historiador que se hace eco de los discursos de am-
bos triunviros antes de la batalla. Esta intervención de Octaviano es una
respuesta al discurso anterior de Antonio (D. C., 50,16-22). El discurso
de Octavio no fue recogido por Dión en los términos exactos. Se trata
de una recapitulación de todas las acusaciones que el heredero de César
había dirigido a Antonio y a la reina egipcia a lo largo de todos los años
pasados de batalla propagandística. Ahora analizaremos un pasaje del
mismo (50,24,6-7), que nos parece especialmente interesante.
El discurso se hace eco más de una vez sobre la nefasta condición de
mujer de Cleopatra, lo cual la imposibilita a los ojos de Octavio, para go-
bernar territorios (D. C. 50,24,3). Recoge los vicios en los que ha caído
Antonio durante su estancia entre los alejandrinos y alguna que otra re-
ferencia a los honores que Antonio concedió a su prole en la ceremonia
del 34 y a los títulos de Selene-Isis para la reina y de Osiris-Dioniso para
el triunviro (D. C. 50,25,1-4). Octaviano realiza incluso un ejercicio de
perspectiva histórica, totalmente inclinado a su favor, acerca de los acon-
tecimientos vividos durante la decena de años pasada (D. C. 50,26,1-4).
Para concluir con el llamamiento ineludible a hacer la guerra a la reina
extranjera. La idea implícita es que, si realmente el que escuchaba era un
buen romano que quería a su patria, no tenía otra opción que empuñar
la espada contra Cleopatra (D. C. 50,26,5).

186
5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.

Al retratar al pueblo egipcio haciendo una descripción pueril y suma-


ria de las costumbres de éstos que eran más conocidas para los romanos,
Dión está definiendo en positivo al pueblo de Roma. Lo que Dión viene
a decir en este párrafo es: mirad, nosotros nos definimos en nuestra esen-
cia como romanos por oposición completa a estos bárbaros pervertidos
e idólatras. El buen romano debe huir de todo rasgo que lo identifique
con esta estereotipada y propagandística imagen del bárbaro. Por eso a
Antonio, que ha adoptado alguna de estas costumbres abominables, le
está bien empleada cualquier cosa que le suceda. La idea del «otro», se
encuentra perfectamente reflejada en este bello párrafo de Dión que, no
lo olvidemos, es griego.
El otro, el bárbaro, no es un ciudadano sino un esclavo. Siendo éste
un lugar común en la literatura latina para referirse a los súbditos de las
monarquías de corte oriental y helenístico. Y además, y he aquí el horror
más abominable de todos, eran esclavos de un fatale monstrum (Hor.,
Od. 1,37,21) con dos cabezas: era reina y era mujer.
En vísperas de la batalla de Accio la situación militar en el partido
antoniano era desesperada. Sólo tres individuos de rango consular per-
manecían a su lado: Canidio Craso, Sosio y Gelio Publícola. La men-
cionada deserción de los líderes, ya fueran estos senadores romanos o
príncipes orientales, se extendió a la flota y a los propios efectivos del
ejército. Canidio era partidario incluso de no presentar batalla ahora
sino de retirarse a Macedonia para buscar allí una salida con el apoyo
de aliados bárbaros (Plut., Ant. 63,3). La batalla de Accio parecía estar
decidida incluso antes de que fuera librada.
Lo que realmente sucedió aquel dos de septiembre es difícil de saber
con seguridad. Es muy probable que tenga razón J. Kromayer1 cuando
1
«Kleine Forschungen zur Geschichte des zweiten Triumvirats», Hermes 34 (1899),
págs. 1s. Sobre Accio puede verse a Th. Sarikakis, «Proswpografi/a th=j A ) kti/aj Niko-
po/lewj» A ) rxaiologikh/ E ) fhmeri/j (1970), págs. 66-85; W. R. Nethercut, «Propertius
II,15,41-48. Antony at Actium», Rivista di Studi Classici 19 (1971), págs. 299-301. ; W.
Carlton, «Ancient Warships 700-31 BC, IV: Conclusion», Journal of the society of Ancient
Numismatics 4 (1972-73), págs. 23-24, para una descripción de las galeras usadas en Accio
por Antonio contra Octavio; R. J. Baker, «Propertius, Cleopatra and Actium», Antichton
10 (1976), págs. 56-62; M. Paschalis, «Virgil’s Actium-Nicopolis», Nicopolis I, Proceedings

187
Octavia contra Cleopatra

piensa que la batalla debería verse como un intento, por parte de Antonio,
de romper el bloqueo al que estaba sometido con tantos barcos y tropas
como fuera posible. El curso de los acontecimientos de la batalla se presta
a debates de todo tipo. Lo cierto es que, al parecer, hubo poca lucha y asi-
mismo pocas bajas. Es posible que una parte de la flota de Antonio rehu-
yera el combate o se negara a combatir. El mismo triunviro logró abrirse
paso con cuarenta barcos y seguir a Cleopatra en su huida a Egipto. Este
es el momento concreto que analiza Veleyo (2,85,3) en un pasaje, teñido de
un tono filoaugusteo que sobrecoge. Estamos ante un momento cumbre.
En Veleyo, el hecho queda reflejado por medio del recurso a unas an-
títesis llenas de tensión: Antonius fugientis reginae quam pugnantis mili-
tis sui comes esse maluit, et imperator, qui in desertores saeuire debuerat,
desertor exercitus sui factus est. El estilo lacónico y a la vez poderoso de
Veleyo Patérculo está aquí muy presente.
Plutarco (Ant. 67,1) maneja el texto de forma admirable. La soledad
de Antonio se está preparando desde Ant. 63,5-6 hasta alcanzar el clímax
en 66,5. El paralelo más cercano a este texto es Pompeyo (72s.), y su re-
acción tras Farsalia (9 de agosto de 48). Pompeyo también se sienta en
silencio en un primer momento y, cuando aparecen los hombres de Julio
César, se pone unas humildes ropas y huye. Cuando por fin encuentra
un barco, se acomoda a bordo en silencio y navega con la esperanza de
reencontrarse con su esposa Cornelia. Una semejanza tan grande en-
tre los dos pasajes no nos sorprende. Ni siquiera es necesario pensar
que uno derive del otro o que ambos provengan de una fuente original.
Es muy poco probable que un retrato tan humano de Antonio esté to-
mado de alguna fuente y aquí, como en el caso de Pompeyo, Plutarco
reconstruye gran parte de la secuencia tomándola seguro de su propia
imaginación, encontrando detalles similares que se ajusten entre sí y que
evoquen la misma simpatía por Antonio que por Pompeyo.

of the 1st international Symposium on Nicopolis, Preveza, 1987, págs. 57-69; W. M. Murray
y M. Petsas, The spoils of Actium Archaeology 41,5 (1988), págs. 28-35 y finalmente R. A.
Gurval, Actium and Augustus. The politics and emotion of civil war, Ann Arbor, Michigan
U. P., 1995.

188
5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.

Antonio aparece como grande en la derrota y tan generoso como


siempre. Es intensamente amado por sus hombres y se preocupa por su
seguridad. Pero parece claro que todo está perdido y ésta es la conclu-
sión que Plutarco quiere que extraigamos de este texto.
Aunque Dión no lo menciona nunca de forma explícita en su narra-
ción, ya desde Flavio Josefo (C. Ap. 2,59) empezó a correr el rumor de
que era probable que Cleopatra hubiera cometido algún tipo de traición.
El historiador bitinio no parece creer este rumor y, sin embargo, fue un
tema muy del gusto del círculo de los poetas augusteos y del que Plutar-
co se hace algún eco (Ant. 66,3s.).
En 50,33,1-3, Dión Casio no parece conceder ninguna credibilidad al
tema de la posible traición de la reina egipcia. Intuimos en este texto su
percepción de la batalla por parte de Antonio y de Cleopatra como una
maniobra de ruptura del bloqueo al que estaban sometidos. De cualquier
forma, la historia de la posible traición de Cleopatra no parece tener viso
alguno de credibilidad y la crítica más reciente así lo considera2.
Lo que en este texto persigue Dión es poner de manifiesto, una vez
más, las acusaciones más reiteradas de la propaganda del círculo de indivi-
duos próximos al futuro emperador Augusto. Cleopatra nunca podría ser
un gobernante fiable, ni para gobernar su propio reino ni para ser amiga
de Roma. Siendo mujer y, por tanto de naturaleza cambiante, no se podía
confiar en ninguna decisión que tomara. La prueba, viene a decir Dión
Casio, la tenemos en Accio. Sin esperar al total desarrollo de la batalla, y
fiel a su naturaleza como mujer y como egipcia, huye con parte del ejército
egipcio arrastrando, a la vez tras ella a Antonio en su huida. ¿Qué bene-
ficio y confianza podría esperar Roma de una mujer de esa naturaleza?

2. Los estertores del sueño


Los días que siguieron a Accio entraron pronto en la leyenda. Una
leyenda forjada, en gran parte, por Octaviano. Los últimos días de

2
Pelling, Antony, pág. 284.

189
Octavia contra Cleopatra

Antonio y Cleopatra en Alejandría fueron días de excesos, lujos y tam-


bién de tristeza. La mezcla de rituales que refiere Plutarco (Plut. Ant.
71,2-5)3, en una información referente a Cesarión y a Antilo, que ten-
drían en este momento alrededor de quince años, es muy interesante. El
pasaje debe situarse a fines de 31 o hacia abril de 30. La ceremonia de la
efebía es de clara raíz griega, mientras que la imposición de la toga virilis
es de origen romano. Antes de la edad adulta los niños llevaban la toga
praetexta con un pequeño borde púrpura. Había un claro significado
político en esta ceremonia que marcaba el inicio de la madurez de ambos
jóvenes, ya que el estado mismo de adulto era un requisito esencial para
que llegaran a ser líderes de su propio grupo político o facción a su debi-
do momento. En Plutarco la ceremonia pierde todo tipo de significado
político. Es meramente una excusa para una celebración.
Sobre el club de los Amigos hasta la Muerte, el nombre del mismo
fue tomado probablemente de Sunapoqnh/iskontej, una obra de Di-
pilo que Plauto adaptaría posteriormente con el nombre de Commorien-
tes. La obra de Dipilo era una comedia romántica que contaba la historia
de dos amantes que se salvaban de la muerte justo a tiempo. Antonio y
Cleopatra copian la idea pero de forma más siniestra. En el mismo sen-
tido en que el concepto es usado por ambos personajes se conoce, por
ejemplo, la noticia sobre el rey celta que tenía una guardia personal com-
puesta por seiscientos hombres suzw=ntaj kai\ sunapoqnh/iskontaj,
unidos por un juramento para morir a la vez que su jefe (Nic. Dam. fr.
80). En nuestro texto el afecto de los amigos tanto hacia Antonio como
hacia la reina aparece tan grande como siempre. Pero no todos perma-
necerán fieles hasta el final (Ant. 74,3). Un final en el que los verdaderos
«amigos hasta la muerte», serán sólo los dos amantes.
Plutarco es la fuente que más extensamente se explaya en el tema de
los experimentos con venenos y prisioneros. Es cierto que también lo
hace Dión (51,11,2), pero sin comparación posible con el historiador

3
Es probable que la ceremonia en la que participaron ambos muchachos se celebrara
en abril de 30 pero, desde luego, los otros acontecimientos relatados en este pasaje debe
situarse cronológicamente a fines del año 31.

190
5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.

beocio. El conocido como Carmen de bello Actiaco4 sitúa cronológica-


mente los experimentos tras la toma de Pelusio por Octavio, o sea hacia
fines de julio de 305. Eliano (N. A., 9,11) las coloca durante la apro-
ximación del joven César a Egipto. Plutarco avanzó quizá el episodio
en su narración para tratar de enfatizar la soledad del triunviro ya que,
desde el comienzo, tanto Antonio y Cleopatra como sus amigos, saben
que esta estancia alejandrina terminará con la muerte de ambos amantes.
Galeno (14,235-236), narra sin pudor cómo la reina probó los efectos de
la mordedura de serpiente en sus doncellas Iras (a quien este autor llama
Neira) y Carmion. Esta versión está basada probablemente en una tra-
dición local alejandrina6. El asunto se origina en la conocida tradición
egipcia de experimentos médicos con reos condenados a muerte, pero su
credibilidad parece dudosa. La sugerencia de que la reina egipcia estaba
buscando una muerte cómoda es sospechosa. Y, en todo caso, la morde-
dura de una cobra era algo muy familiar para un egipcio culto como para
requerir experimentación previa.
El áspid era una serpiente egipcia de la familia de las cobras, famo-
sa por su picadura indolora. Galeno (14,327) atestigua la rapidez de su
efecto por propia observación personal y cuenta que era usado como un
método relativamente humano de ejecutar a los criminales en Alejandría.
Pero la ausencia de dolor es sólo relativa. Es verdad que al principio
éste no se produce ya que el veneno ataca al sistema nervioso central
y la muerte puede llegar a ser muy rápida: menos de una hora en caso
de mordedura profunda en la cabeza o en el tronco, aunque si es en un
brazo puede tardarse en morir más tiempo. El fallecimiento viene pre-
cedido por temblores, trastornos respiratorios, dificultad para hablar,

4
Se trata de un poema escrito en el Alto Imperio, probablemente por C. Rabirio, de
unas sesenta líneas junto con otros fragmentos de menor extensión, que fue encontrado en
Herculano. Sobre el mismo véase la edición de I. Garuti, C. Rabirius. Bellum Actiacum e
Papyro Herculanensi 817, Bologna, 1958; también H. W. Benario, «The ‘Carmen de bello
Actiaco’ and Early Imperial Epic», ANRW II 30. 3, hrsg. W. Haase, Berlin-New York,
1983, págs. 1656-1662 y G. Zecchini, «Il Carmen de bello Actiaco. Storiografia e lotta
politica in età augustea», Historia Einzelschr. Heft 51, Stuttgart, 1987, págs. 26s.
5
Cf. Pelling, Antony, pág. 300.
6
Vd. I. Becher (cap. 3, n. 39), págs. 160-163.

191
Octavia contra Cleopatra

descoordinación muscular, somnolencia, incontinencia y convulsiones,


a pesar de lo que en el texto indica Plutarco7.
Si hemos de creer a Dión (51,6-8), hubo en realidad tres embajadas.
Con las primeras propuestas de Antonio, la reina egipcia incluyó una
oferta secreta en la que le entregaba su trono a Octavio. Éste, por su par-
te, no respondió a Antonio y le dio instrucciones a Cleopatra para que
abandonara sus tropas y su reino antes de pedir clemencia añadiendo, en
secreto, que podía retener su trono y su vida se eliminaba a Antonio. En
una segunda ocasión, Cleopatra ofreció al joven César un gran tesoro y
Antonio se ofreció a suicidarse si Octavio perdonaba la vida a la reina. Fi-
nalmente, el triunviro terminó por enviar a Antilo ante Octavio con mu-
cho oro y éste se lo volvió a enviar a su padre sin causarle el menor daño.
Mucho de la narración dionea es seguramente una invención. Poco
plausible parece especialmente todo el asunto de Antilo. La versión de
Plutarco (Ant. 72,1), es mucho más creíble y probablemente se ajuste
más a lo que realmente ocurrió.
Plutarco nos dice que ei)j A ) si/an recibió Octavio la embajada de
Antonio. Octavio se trasladó a Samos y a Éfeso poco después de Accio y
allí fue agasajado por una serie de embajadas, como la de Roso y Milasa.
Octavio permanecería en el Este hasta finales de ese año 31. Por otro
lado, si Cleopatra hubiera sido privada de su trono, la única alternativa
a la anexión del reino egipcio por parte de Roma habría sido el gobierno
del mismo por los hijos menores de la reina, difícilmente por Cesarión.
La batalla de Accio fue, y sigue siendo, un asunto oscuro. En la ver-
sión oficial, la del vencedor Octaviano, la batalla cobró dimensiones de
gesta fundacional, de «leyenda natal en la mitología del Principado»8.
En la propaganda política del Triunvirato puede hablarse, con propie-
dad, de un antes y un después de Accio. La propaganda quiso que a un
lado figurasen el heredero de César, con el Senado y el pueblo romanos.

7
Para todo este tema de Cleopatra y sus experimentos de venenos en seres humanos hay
una aportación muy reciente de G. Marasco, «Cleopatra e gli esperimenti su cavie huma-
ne», Historia 44 (1995), págs. 317-325.
8
Syme, RR, pág. 375. Vd. En especial R. A. Gurval (n. 1).

192
5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.

Al otro lado se alinearían las huestes de los países orientales, egipcios,


árabes y bactrianos, liderados por un renegado acompañado de una reina
extranjera: sequiturque, nefas, Aegyptia coniunx (Virg., Aen. 8,688). La
victoria habría de ser definitiva y completa. Aunque no había prisa en
perseguir a los fugitivos hasta el país del Nilo cosa que, como bien indica
el texto que discutimos, sólo hizo «el año siguiente», (Vell. 2,87,1).
En el verano del 30, Octaviano se dirigió a Egipto desde Siria, y Cor-
nelio Galo, que luego sería primer prefecto de Egipto, desde el Oeste.
L. Pinario Escarpo, delegado de Antonio en la Cirenaica, se rindió con
sus cuatro legiones haciendo defección al bando de Octavio y reforzó el
cuerpo de ejército del mencionado Galo. Antonio se adelantó hacia el
Oeste para oponerse a éstos, pero fracasó sufriendo serios reveses por
mar y por tierra. Las legiones romanas no pisarían el suelo de la capital
egipcia hasta finales de julio, después de tomar Paretonio y Pelusio.
Veinticuatro horas antes de que las tropas de Octaviano pusieran su
bota en el palacio de Loquías, se produjo una postrera demostración del
valor militar de Antonio en una carga de caballería que tuvo lugar cerca
del hipódromo de Alejandría y que supondría la última de sus victorias
al frente de un ejército que se desmoronaba un poco más a cada movi-
miento que realizaba el ejército rival (Plut. Ant. 74,3).
El hipódromo de la capital egipcia se encontraba situado al este, más
allá de la Puerta Canópica9. El campamento de Octavio, al que Plutarco
se refiere cuando dice que éste había tomado posiciones en las inmedia-
ciones del hipódromo, estaba situado un poco más al este todavía, ya que
la carga de infantería narrada por Plutarco (Ant. 76) tuvo lugar donde
más tarde se localizaría Nicópolis, a seis kilómetros de la ciudad (D. C.
51,18,1; Str., Geog. 17,1,10 = C 795)10.
La escena del beso de Antonio a la reina recién terminada la bata-
lla y la posterior de la presentación del soldado constituyen unos fres-
cos espléndidos en la narrativa plutarquea. En su Antonio y Cleopatra
(4,viii), el dramaturgo inglés William Shakespeare se recrea en estas
9
P. M. Fraser (cap. 3, n. 32), II, págs. 95s.
10
Cf. (n. 9), pág. 92.

193
Octavia contra Cleopatra

escenas dotándolas de gran magnificencia. En Plutarco, Antonio juega


primero a ser el Héctor de una Andrómaca que es Cleopatra y vemos
que Shakespeare recoge esta alusión (4,viii,8-9). Luego la reina ejerce su
propio papel de monarca generosa y magnífica monarca, con el elemento
de la recompensa al soldado. Por todos lados se respira en el ambiente
de la corte egipcia estilo, clase y magnificencia, pero no hay esperanza
alguna para ninguno de los protagonistas de este drama en el que se han
convertido los últimos días de la dinastía Lágida. La pronta deserción
del soldado que ha sido colmado con oro es una muestra y un símbolo
de la situación, y de lo que está todavía por venir. En Shakespeare, el
triunviro permite al soldado besar la mano de la reina, un gesto total-
mente barroco y vacuo, pero nada se nos dice de una posterior defección
por parte de éste.

3. La muerte de los amantes


Plutarco (Ant. 77), es una de las escenas supremas de la Vida del
triunviro en Plutarco. El último encuentro entre Antonio y Cleopatra
antes de la muerte del primero a causa de las heridas causadas por su
intento de suicidio (Plut., Ant. 77,4s.). La escena (qe/ama) está descrita
de manera muy precisa. El historiador de Queronea a menudo captura
un momento crucial en la vida de un individuo proporcionándonos una
imagen de gran impacto visual (cf. Plut., Ant. 26). Esa es la razón de que
muchas veces se mueva en el mismo registro visual cuando está narrán-
donos la muerte de dicho personaje, como es éste el caso.
En Ant. 77, tenemos la impresión de que los detalles tan vívidos
proceden de un testigo ocular de los hechos que Plutarco narra, en este
caso quizá Olimpo, el médico personal de la reina. Por ejemplo, el de-
talle de las dos mujeres que están presentes en la escena, que son sin
duda Iras y Carmion, aunque el historiador no las identifique por su
nombre. La expresión sunagwniw/ntwn (77,2) en referencia al esfuerzo
compartido en la tarea de elevar a Antonio, está influenciada por Tucí-
dides (7,71,1), donde cada ejército terrestre compartía las emociones de

194
5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.

los que combatían, mientras asistían como espectadores a la gran batalla


naval que se estaba desarrollando.
En este pasaje la reina de Egipto comparte la agonía de Antonio,
igual que más tarde compartirá la muerte de éste. El triunviro era, sin
duda, señor de la Lágida aunque innumerables veces él había tenido que
soportar la denominación de esclavo (D. C. 50,24,6-7), esposo de ella
aunque la reina se hubiera contentado con ser una mera e)rwme/nh del
romano (Plut., Ant. 53,5) y por último general (íd., 64,2) ya que Marco
Antonio siguió siendo hasta el final un soldado romano.
Las palabras que el colega de gobierno de Octavio pronunció mien-
tras agonizaba son imaginarias casi con toda probabilidad. Pero el tono
serio y solemne en el que Plutarco las hace salir de la boca de Antonio,
le otorga a las mismas una dignidad regia. Las palabras de Antonio son
lapidarias11. Y aparecen especialmente sugestivas si se las compara con
las últimas palabras de Dido12. El discurso está en especial consonan-
cia con el gusto de la época, en particular: ... kai\ nu=n ou)k ag) ennw=j
R
( wmai=oj u(po R( wmai/ou krathqei/j (Ant. 77,4). Compárese con Suet.,
Aug. 99; íd., Nero 49,1; Tác., Ann. 15,63,3 y 16,35. La virtus de Antonio
en su momento supremo reposa, para Plutarco, en sus cualidades como
romano (Plut., Sert. 13,5). Las palabras del general romano que la amó
presagian la preocupación de la reina tolemaica por evitar ser exhibida
en triunfo (Ant. 84,4).
Sobre el influyente caballero C. Proculeyo, del que Antonio le indica
a Cleopatra que es un servidor de toda confianza, cabe decir que era un
hombre perteneciente el círculo más íntimo de Octavio y, si Antonio lo
hubiera conocido de verdad, el triunviro habría sabido de la cercanía de
éste a Octaviano. Es probable que este detalle de Antonio aconsejando
a la reina que confiara de forma especial en este caballero esté motivado
por un recurso literario de Plutarco para introducir en el capítulo si-
guiente de nuevo a Proculeyo (Ant. 78,1-4).

11
Véase R. Lattimore, Themes in Greek and Latin Epitaphs, Illinois, 1942, págs. 285-290.
12
«... uixi et quem dederat cursum Fortuna peregi,/ et nunc magna mei sub terras ibit ima-
go. / urbem praeclaram statui, mea moenia uidi ...», (Aen. 4,653-655).

195
Octavia contra Cleopatra

En su lacónico estilo, Veleyo (2,87,1-2) narra el final, que tuvo lugar


con escasos días de diferencia, de los dos enemigos más encarnizados de
Octavio durante la mayor parte del Triunvirato.
La vida de la corte de Alejandría en su último año de vida fue singular
y estuvo llena de excesos. Se pasaba del éxtasis más desenfrenado a la
postración más absoluta. El triunviro y la reina pasaron aquellos meses
inmersos en medio de festividades y ceremonias del más variado pelaje
(Plut., Ant. 71,2-3), divagando sobre proyectos irrealizables (ibíd., 77,1)
o bien abrumados por su tristeza y abatimiento ante la muerte que sabían
inexorable en cuanto Octavio pusiera su bota en las inmediaciones de la
capital egipcia. La propaganda proagustea urdió una intrincada madeja de
historias más o menos creíbles que han hecho que hayamos perdido, para
siempre, buena parte de la auténtica verdad histórica sobre el episodio.
Tras una resistencia heroica pero inútil (Plut., Ant. 74,3), Antonio
fue derrotado en una batalla y después se suicidó (ibíd., 77). Las legiones
romanas entraron en la capital tolemaica el primero de agosto. La reina
de Egipto sobrevivió unos días a su amante. Días que han entrado a
formar parte de la historia, la leyenda y la propaganda. La reina, y espe-
cialmente su hijo Cesarión (Ant. 81), eran una fuente de preocupación
y molestia si seguían con vida, pero un general romano no podía dar la
orden de ajusticiar a una reina impunemente, si quería tener en cuenta
su reputación. La diplomacia, la intimidación más o menos solapada y el
orgullo de Cleopatra acabaron con la ingrata tarea y resolvieron el pro-
blema. La última exponente de la dinastía lágida se resistió a ser llevada
en triunfo por las calles de la Urbs. La firmeza y el desafío que supusie-
ron para la Historia su final y su forma de morir, la hicieron digna del
nombre de romana aunque sólo fuera por su ferocia, a la vez que consti-
tuían la base definitiva y prístina sobre la que se cimentaría el posterior
mito de Cleopatra13.
En Plutarco (Ant. 78,1-4), la muerte de Marco Antonio se menciona
de forma indirecta. A ésta le siguen las lágrimas de Octavio por la muerte
13
Véanse al respecto los versos de Horacio:«... deliberata morte ferocior / saeuis Liburnis
scilicet inuidens / privata deduci superbo / non humilis mulier triumpho ...», (Od. 1,37,29s.)

196
5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.

de su colega en un despliegue de sensibilidad que era casi de rigor. En


el caso que nos ocupa, subsisten pocas dudas de que la emotiva demos-
tración de Octavio era poco más que un mero acto de cara a la galería.
En la posterior conferencia entre Proculeyo y Cleopatra, la reina rea-
liza las mismas demandas que había hecho antes sobre el permiso que
Octaviano podría otorgar a los hijos de la egipcia para que ocuparan sus
reinos (Plut. Ant. 72,1). Mientras que la Cleopatra de Dión, más mez-
quina, se preocupa sólo por su propia seguridad (D. C. 51,11,1).
La escena que finaliza con la captura de Cleopatra, días después del 1
de agosto del 30 (Plut. Ant. 79,1), está descrita teniendo en cuenta hasta
el más preciso detalle, con la cadencia de una rápida secuencia de frases
cortas. Dión no parece conocer la historia de forma tan exhaustiva como
el historiador beocio. En el bitinio, la reina tolemaica concede a Procu-
leyo y a Epafrodito una audiencia y este es el momento que éstos eligen
para apresarla (D. C. 51,11,4). Es muy probable que la exposición de
Plutarco tenga su fuente en un testigo ocular de los hechos.
El auténtico propósito de la primera visita de Proculeyo (Plut. Ant.
78,1-4), era al parecer ver en qué lugar se había refugiado la reina. Ese
lugar era el mausoleo de Antonio. La segunda visita que realiza a Cleo-
patra un personaje del círculo más íntimo de Octaviano es la protagoni-
zada por C. Cornelio Galo, el poeta y poderoso eques que llegaría a ser,
a pocos meses vista de estos hechos, el primer prefecto de Egipto14. Los
dos caballeros, Proculeyo y Galo, parecen haber estado unidos por un
sentimiento de amistad.
Sabemos qué clase de plan tenía previsto Octavio en el caso de que
hubiera capturado con vida a Cleopatra: ser llevada a Roma para ser ex-
hibida en un triunfo. Después de la captura, la reina tenía pocas razones
para confiar tanto en Galo como en Proculeyo. En Plutarco, Epafrodito

14
Sobre él puede consultarse a A. Stein, Cornelius, RE 7 (1900), Nr. 164, cols. 1342-1346 y
Skutsch, cols. 1346-1350 y más recientemente R. D. Anderson et alii, «Elegiacs by Gallus
from Qasr Ibrîm», JRS 69 (1979), págs. 125-155, un importantísimo artículo, revelador
de un gran descubrimiento para la historia de la literatura latina y que ha desencadenado
un arduo debate que se encuentra, más de treinta años después, lejos de haber dicho su
última palabra.

197
Octavia contra Cleopatra

es el liberto que recibe órdenes estrictas de no perder de vista en ningún


momento a Cleopatra. Este personaje también aparece en Dión Casio
(51,11,4).
Plutarco (Ant. 81), describe las muertes de Antilo y de Cesarión en
un pasaje especialmente triste. Plutarco habría podido darle a todo el
pasaje mucha más emoción si hubiera querido. El beocio, no obstan-
te, prefiere reservar el momento de clímax para la muerte de Cleopatra.
Dión Casio (51,16,5-6) menciona las muertes de los jóvenes después de
la de Cleopatra.
En el caso de la muerte de Antilo, por ejemplo, Plutarco habría po-
dido añadirle más dramatismo si hubiera hecho mayor hincapié en el
asunto de la espléndida joya que el muchacho portaba. Lo más seguro
es que, momentos antes de morir, Antilo hubiera buscado asilo en lugar
sagrado, bien junto a una estatua del divino Julio (Suet., Aug. 17,5), bien
en un altar que Cleopatra había dedicado y construido para Antonio
(D. C. 51,15,5). Plutarco prefiere recrearse en la perfidia del tutor. Los
hijos de Cleopatra que, en un primer momento, sufrieron un trato gene-
roso fueron Alejandro Helios, Cleopatra Selene y Ptolomeo Filadelfo.
La majestuosidad de los nombres podía haber añadido un nivel más de
tensión dramática al pathos de esta escena.
En cuanto a Cesarión, el muchacho tenía pocas posibilidades de es-
capatoria. Hemos visto ya que la reina egipcia había pedido el reino para
su vástago. En Plutarco, el chico es ingenuo hasta el extremo y qué decir
de la indeseable conducta del tutor, que se aprovecha de la ingenuidad
de su pupilo.
En lo referente a la frase del filósofo Areio, su certera observación
selló la suerte de Ptolomeo César. De hecho, la frase proviene de la Ilíada:
mientras los griegos huyen hacia los barcos, Odiseo advierte a los jefes que
ou)k ag
) aqo\n polukoirani/h: ei)j
= koi/ranoj e)s
/ tw, / ei)j
= basileu/j
(2,204).
La visita que Octavio efectuó a Cleopatra (Plut. Ant. 83), capturó
muy pronto la imaginación de todos los autores. Sobre el hecho cir-
cularon pronto distintas versiones. La propaganda y las corrientes de

198
5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.

opinión, de uno u otro signo, tuvieron desde el principio mucho que


decir. La narración de Plutarco es sutil y mucho más contenida que otras
contemporáneas, caso de la adaptación del episodio en Shakespeare por
ejemplo (5,ii,112-174). Sólo de manera progresiva, y quizá tampoco en-
tonces de forma completa, nos damos cuenta de la naturaleza de la estra-
tagema de Cleopatra. En un primer momento, la reina procede de forma
enigmática. Su dikaiologi/a (83,2) consistente en responsabilizar a
Antonio de todo lo ocurrido, nos deja una sensación de mezquindad
incómoda. Pero el lector atento puede empezar a preguntarse si esto
es inocente. El mismo lenguaje empleado por el historiador beocio en
nuestro texto sugiere una cuidada teatralidad.
El episodio de Seleuco nos deja perplejos. Cleopatra no estaba que-
dándose con algunos objetos de uso femenino para regalárselos luego
a Octavia y Livia. Ésta es una pésima excusa y, a la vez, un brillante
ejercicio de improvisación. Pero en ese caso, ¿por qué trataba la reina de
salvar su tesoro?15. Difícilmente podía habérselo quedado ella. Lo más
probable es que toda la escena relatada por Plutarco en el capítulo 83
haya sido preparada por Cleopatra, incluida la intervención de Seleuco,
para hacer creer a Octavio que ella deseaba seguir con vida.
La sensación que tenemos al analizar el texto es la de una vaga im-
presión de decepción dosificada de manera cuidadosa. Sorprende
poco, por tanto, que Octavio se marche de la entrevista con la reina
e)chpathke/nai me\n oi)om / enoj, e)chpathme/noj de\ ma=llon (83,5)16.
Por su parte, Dión Casio (51,12-13) ofrece una versión más cruda. Su
Cleopatra espera seguir reteniendo la corona y es quien solicita a Octavio
la entrevista. La reina recibe a Octavio en palacio al amparo de un cuida-
doso discurso, esperando mover su compasión. Octavio sólo le promete
que no sufrirá ningún daño. Ella le pide reposar después de muerta al

15
Sobre la leyenda del fabuloso tesoro de los reyes lágidas de Egipto y su relación con la
última representante de la dinastía, tiene una pequeña nota T. R. S. Broughton, «Cleopatra
and the treasure of the Ptolemies», AJPh 106 (1985), págs. 115-116.
16
Esta es la única ocasión en toda la Vida de Antonio en la que Plutarco no otorga el con-
trol de la situación a Octavio. El heredero de César se muestra aquí totalmente confundido
y poco seguro acerca de qué pensar.

199
Octavia contra Cleopatra

lado de Antonio, pero éste vuelve a responderle de forma fría y desapa-


sionada. Sólo cuando se da cuenta de que está siendo mantenida con vida
para que desfile en un triunfo romano, es cuando Cleopatra concibe un
verdadero deseo de morir. Entonces ella pretende, falsamente, que tiene
un tesoro que darle a Livia. Esto sirve para burlar a los que la vigilan y al
propio Octaviano. La reina se aprovechará de su descuido y se suicidará.
Algún elemento de Dión puede ser elaboración suya, pero otros des-
cansan en la misma tradición que usa Plutarco y son verdaderos, como
la mención a Livia o el énfasis en el triunfo. Muchos de los elementos de
Dión parecen provenir de una tradición temprana ya que Floro (2,21,9-
10) presenta hechos muy similares. Toda vez que la reina había quedado
establecida como paradigma de gran belleza y de lujuria, la entrevista
que mantienen Octavio y ella debía ser enmarcada, por fuerza, en los
términos estereotipados de exaltación del amor. Así, la descripción física
de la reina cuando entra en su cámara Octavio no deja de resultar endia-
bladamente atractiva en su calculado desaliño. Esta temprana tradición
proporciona material para una entrevista similar mantenida por el rey
judío Herodes (Jos., A. J. 15,97).
Es probable que esta tradición deba su vigencia a Livio, que habló
de los últimos días de la reina de Egipto y al que le gustaban este tipo
de escenas amorosas estereotipadas (véase, por ejemplo su Sofonisba en
30,12-15). Sin duda, Plutarco conocía esta tradición y termina asumien-
do un papel plenamente proaugusteo que va de Livio a Dión, pero al
igual que en las acusaciones de traición por parte de la reina (cf. Ant.
72,1; 73,2-3; 74,1 ó 76,1-2), prefiere presentarnos en este pasaje a una
Cleopatra más cercana a la realidad histórica o, al menos, más coherente
con sus decisiones y comportamientos a lo largo de toda una vida. Una
reina, en definitiva, con componentes de lealtad, determinación y, sobre
todo, dignidad.
El historiador beocio no refiere dónde tuvo lugar la escena del en-
cuentro entre Cleopatra y Octavio. Lo más probable es que aconteciera
en el mausoleo de Antonio. No obstante, si seguimos a Dión (51,11,5),
a la reina se le había permitido permanecer en el mausoleo durante

200
5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.

unos días, pero para este momento ya habría vuelto al palacio. Por otro
lado, la sencillez de vestimenta de la lágida contrasta con su especta-
cular despliegue final, teqnhkui=an e)n xrush=i katakeime/nhn kli/
nhi kekosmhme/nhn basilikw=j (Ant. 85,3). Dión Casio, por su parte,
(51,12,1) es más acerado. Hace reposar a Cleopatra en una costosa estan-
cia mientras está ataviada con las vestiduras de duelo llevadas de modo
negligente. El detalle de estar vestida sólo con la túnica supone un signo
visible de rendición o humildad. La descripción física de la reina en este
pasaje sugiere una profunda pena y la apatía de un perpetuo dolor. En la
escena hay un poderoso registro visual: la reina que desea reclinarse y el
comandante que se sienta.
El individuo llamado Seleuco es desconocido. Plutarco no explica
su presencia y nosotros ya habíamos asumido que Cleopatra y Octavio
estaban a solas, aunque en la narrativa plutarquea los sirvientes entran
y salen sutilmente del espacio donde acontece la acción. Por su parte,
Shakespeare hace entrar a Seleuco a petición de Cleopatra (5,ii,139).
En cuanto a la excusa ofrecida por la lágida, la mención a Livia es
corroborada en las tradiciones paralelas por Dión Casio (51,13,2). Lo
más probable es que la mención a la hermana de Octaviano fuese fruto
de una elaboración propia de Plutarco.
Dentro del lamento de Cleopatra junto a la tumba de su amado Anto-
nio (Plut. Ant. 84,2-4), la circunstancia de que la reina debería ser llevada
a Roma para ser exhibida en un previsible triunfo alejandrino adquie-
re una gran importancia. Plutarco convierte esto en una de las razones
que conducen a la Lágida a la solución del suicidio. Ésta será después la
versión oficial sobre los motivos de su muerte y, de manera probable,
el mismo Octavio la autorizaría como elemento de propaganda. Poco
después de los hechos, el poeta Horacio, «seguro y a sueldo en Roma»17,
edifica el momento culminante de esta cuestión en sus Odas (1,37)18.
En otro orden de cosas, la «tumba», de la que habla Plutarco en este
texto (84,2), era el lugar donde se le ofrecerían presentes al Antonio
17
Syme, RR, pág. 377.
18
Cf. (n. 13).

201
Octavia contra Cleopatra

difunto. Da la impresión de que nuestro autor no posee una idea clara de


los eventos que reconstruye. Antonio fue enterrado en el mausoleo pero
no creemos que esta escena del llanto de la reina esté localizada allí y quizá
habría que hablar mejor de «ataúd», antes que de «urna», ya que no hay
nada que sugiera que el triunviro fue incinerado antes de su sepultura.
En cuanto a la escena del lamento y al discurso que ofrece Cleopatra,
ninguna otra fuente tiene un pasaje similar. Plutarco pudo fabricar el
episodio por completo. En alguna otra parte, el historiador usa la oratio
recta de manera sobria. De manera especial, en pasajes cortos y para
registrar anécdotas (así en 4,4; 20,3; 24,5-6; 28,3-7; 29,4; 46,3-4; 59,3;
64,2; 73,2; 76,3-5 y 79,2-3). Los discursos largos en Plutarco ilustran
siempre temas importantes. Algunas veces son de índole política o filo-
sófica (Pyrrh. 19 ó Ag.-Cl. 52). A menudo tales discursos nos hablan de
afecciones privadas, de las relaciones familiares o de la amada del bio-
grafiado. Así, Porcia insiste en que ella será la koinwno\j me\n ag ) aqw=n ...
koinwno\j d` an ) iarw=n de Bruto (Brut. 13) o Cornelia se culpa a sí mis-
ma por la derrota de su marido y es consolada de manera conmovedora
(Pomp. 74-75). Los héroes de Plutarco son individuos y, a la vez, hom-
bres públicos. Pero esta sensibilidad para con la familia, y hacia el amor
y el dolor privados, es típica de la humanidad de nuestro historiador.
Es instructivo comparar este pasaje con algunos elementos de la tra-
gedia, ya que a menudo comparten algunos rasgos con los lamentos de
la vida real19. M. Alexiou escribe20 que «there is no example in Greek
antiquity of a lament which has lost all traces of refrain». En este texto
que comentamos tenemos uno, pero este tema llama aquí la atención.
Iras y Carmion atienden a la reina (84,2) y podían haberse hecho eco
de sus lamentos, tal y como hubiera sucedido en la vida real. Eso podía
haber resultado muy conmovedor (cf., Il. 19,287-302), pero seguramente
menos que la propia soledad de Cleopatra. La invocación que la reina
hace de Antonio, mh\ pro/v zw=san th\n seautou= gunai=ka (84,4), evoca

19
Sobre el tema de los lamentos como un género propio en la literatura griega, véase M.
Alexiou, The Ritual Lament in Greek Tradition, Cambridge, 1974.
20
Cf. (n. 19), pág. 134.

202
5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.

escenas trágicas y reminiscencias, por ejemplo con Esquilo. Pero aquí no


se produce ningún llamamiento a la venganza, ya que por ahora tal acción
resultaría bastante mezquina. Los lamentos recordaban las cualidades del
fallecido y la reina egipcia podía haber explotado más el tema de la in-
negable grandeza de su amado. Pero lo que hace es hablar de sí misma y
unir sus padecimientos a los de él. Si ella vive, ambos amantes se unirán
en el triunfo de Octavio ya que el símbolo del Antonio derrotado será la
propia Cleopatra en persona llevada en triunfo por las calles de Roma.
¡Cuánto mejor sería pues que los dos estuvieran unidos pero en la muer-
te!. En la tragedia, los que lloran la muerte del amado desean a menudo la
muerte para ellos mismos y algunas veces incluso piensan en compartir la
tumba del ser querido21. Pero en este caso estamos ante una unión fuerte
y conmovedora entre el muerto y el que llora al fallecido. Esta escena
tiene algo del ethos de la elegía romana, aunque allí tales temas sean más
autoindulgentes (Prop. 2,26,43-58; 2,28,38-41; 4,7,93-94)22.
Por último, Cleopatra se llama a si misma «esposa», del triunviro en
un momento de este discurso. Ya no es una simple concubina. La muerte
la ha convertido en esposa. A menudo se produce una interrelación en-
tre la iconografía de los esponsales y los funerales en la tragedia y en la
vida real. También es frecuente, como en la Antígona de Sófocles, el que
sintamos una perversión de la naturaleza cuando una víctima encuentra
el matrimonio sólo tras la muerte. Pero éste no es el caso. El matrimonio
entre la reina y el triunviro no es antinatural sino triunfante.
Las principales líneas que conforman la tradición del conocido pa-
saje de Plutarco (Ant. 85,2-4), referente a la muerte de Cleopatra, están
ya perfiladas desde Horacio (Od. 1,37,29s.)23. Cleopatra sobrevive a la
ocupación de su ciudad. Su ánimo permanece tranquilo pero ella está de-
cidida a no figurar como máxima atracción del espectáculo que supone
un triunfo romano y se suicida por la mordedura de un áspid. La forma

21
Ibídem, pág. 178.
22
Véase también el trabajo de J. Griffin, Latin Poets and Roman Life, Duckworth, Lon-
dres, 1985, págs. 45-46 y 142-162.
23
Cf. (n. 13).

203
Octavia contra Cleopatra

de morir ha consumido a los historiadores en estériles debates desde


hace ya mucho tiempo pero la tradición ha permanecido inmutable. Si
hubiera habido sospechas de que detrás de la muerte de la reina se escon-
día la larga mano de Octavio, seguro que Tácito nos hubiera alertado del
hecho en Ann. 1,10. Sin embargo, los historiadores modernos son más
escépticos y a menudo sugieren que el hijo adoptivo de César ordenó la
muerte de Cleopatra o, al menos, otorgó algún tipo de consentimiento
a su suicidio24.
Esta hipótesis puede ser correcta. Es verdad que el hecho de que la
Lágida siguiera con vida suponía un riesgo. Pero, ¿por qué entonces Oc-
tavio le permite seguir con vida una decena de días después de que Ale-
jandría cayera y después de dos intentos fallidos de suicidio (Ant. 79,2-3
y Ant. 82)?. En el desorden posterior a la caída de la capital25, la reina
tolemaica podría haber muerto sin que su caso levantara una exacerbada
polémica. Habría sido muy fácil hablar entonces de suicidio, y Octavio
podría haber hablado con gran pesar de la compasión que hubiera mos-
trado con Cleopatra si la reina hubiera accedido a hablar con él.
Sin embargo, las implicaciones de los sucesos acaecidos tal y como
han llegado a nosotros, dejan a Octavio bastante mal parado. El futuro
Augusto insistía, cada vez que la ocasión se le presentaba, en que la reina
siguiera viva para que fuera llevada a Roma y se le exhibiera en triunfo.
El caso es que, a la postre, Octaviano fue burlado y Cleopatra hizo suya,
suicidándose, la última y más magnífica de las victorias posibles. El ma-
yor partido que la tendencia propagandística proaugustea pudo obtener,
una vez que se supo que la reina había muerto por su propia mano, fue
lo siguiente: se elevó a la última monarca lágida a una categoría heroica
convirtiéndola así en un enemigo si cabe más digno.

24
Así lo creen, por ejemplo entre otros, M. Grant (cap. 2, n. 65), págs. 224-227. También
Syme, RR, págs. 376-377, deja entrever de manera implícita una idea similar a la que hemos
expresado.
25
Un auténtico Götterdämmerung, que haciendo un ejercicio quizá peligroso pero muy
ilustrativo, podría compararse con lo que ocurrió durante la caída de Berlín en el fatídico
mes de abril de 1945 y los meses que siguieron al final de la segunda Guerra Mundial.

204
5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.

A pocos se les ocultaba el hecho de que hubiera sido más convenien-


te el hecho de que la reina egipcia hubiera fallecido desde el principio.
La principal y única razón por la que el joven César había mantenido
con vida a Cleopatra era por el hecho de querer verla desfilar humillada
en un triunfo por las calles de la capital del Imperio, como querían sus
seguidores (en especial Prop. 4,6,63-66). Es verdad que la reina había
sido disuadida hasta entonces de la idea de suicidarse por las amenazas
hechas sobre sus vástagos que eran todavía niños vulnerables. Pero, aun-
que estaba rota de dolor por la decisión que iba a tomar, prefirió elegir la
muerte antes que ser la máxima atracción de un espectáculo ideado por
su mayor enemigo.
El anterior curso narrativo de Plutarco ha venido preparando el ca-
mino para la historia del áspid (Ant. 71,4-5)26. De hecho, en 85,1-3 pare-
ce aceptar la versión y, sin embargo, si puede surgir alguna duda al res-
pecto el historiador de Queronea se reserva el capítulo 86 para relatarnos
las otras versiones sobre la muerte de la reina. En este capítulo, Plutarco
se muestra muy cauto. Dión muestra una precaución similar (51,14).
También aparece expectante Suetonio cuando escribe putabatur, (Aug.
17,5). Las dos versiones, mordedura de serpiente o ingestión de veneno
circulaban ya en época de Estrabón (Geog. 17,1,10 = C 795). Pero como
apunta Plutarco (Ant. 86,3), Octavio promovió y animó la versión del
áspid mostrando una imagen de dicha serpiente en la posterior proce-
sión triunfal e incluso en alguna ocasión anterior (85,3). Las primeras
versiones de la muerte de Cleopatra aceptan, casi sin ambigüedades, la
muerte por mordedura de serpiente aunque sugieren la presencia de dos
reptiles mejor que uno sólo27.
Algunos elementos de la historia resultan sospechosos. La cobra
egipcia tiene aproximadamente dos metros de longitud y es difícil con-
cebir que pudiera caber en una cesta de tamaño normal, mucho más si

26
Cf. (n. 7).
27
Vd. I. Becher (cap. 3, n. 39), págs. 151-173, para la confrontación de las diferentes versio-
nes sobre el fallecimiento de la reina egipcia.

205
Octavia contra Cleopatra

se trataba de dos serpientes. El asunto de la cesta, según Pelling28, tie-


ne todos los ingredientes para pensar en una historia que explique la
negligencia de los guardianes. Pensamos igual. Además, la cobra tarda
de tres a cuatro horas para recargar su veneno después de una primera
mordedura fatal y así, es muy difícil que las tres mujeres pudieran morir
todas por su mordedura. Iras y Carmion, o al menos una de ellas, muy
probablemente ingirieron veneno.
Otros detalles son mucho más plausibles. La mordedura de una co-
bra tiene la forma de unos pinchazos de alfiler, normalmente dos o cua-
tro y esto está en consonancia con lo dicho en Ant. 86,3. Más importante
es el hecho de que la doble cobra (uraeus) era un símbolo tanto de Isis
como de la casa real egipcia. Los monarcas del país del Nilo llevaban una
representación de este animal en la parte frontal del tocado de su cabeza.
Dicha imagen tenía la función de rechazar a los enemigos. Si Cleopatra
utilizó ahora una cobra como instrumento para dejar este mundo, el re-
ferente simbólico del hecho resultaba apropiado. El uso de veneno era,
en este caso, menos digno y podía ser asociado, de manera equivocada,
a brujería oriental. De hecho, la versión del veneno hubiera venido muy
bien a los propósitos de Octavio en lo concerniente a la propaganda. Si el
futuro emperador difundió la historia de la serpiente o serpientes pudo
deberse, simplemente, a que fue eso lo que realmente sucedió.
Plutarco narra la escena de manera magnífica y real. Ya no más abs-
tinencia de comida (Ant. 82), sino una digna colación. No más humil-
dad ni túnicas simples (Ant. 83,1 cf. texto 50), sino un baño, un vestido
adecuado y las alhajas propias de una reina (85,1). Aparecen los higos y
hasta el sirviente que los trae posee rasgos del estilo y confianza de su
reina y señora. Cleopatra envía entonces la carta, un detalle importante
de cara a la técnica narrativa ya que desplaza el foco de atención hacia
Octavio. La historia de las muertes no progresa de forma continuada
sino que sólo volvemos a las mujeres cuando los agentes del joven César
llegan al lugar donde éstas se encuentran. Eso permite a Plutarco presen-

28
Antony, pág. 319.

206
5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.

tarnos las muertes bajo la forma de una escena particularmente vívida y


emotiva. El beocio favorece, una y otra vez, el registro visual en su na-
rración. Pocas escenas existen, en toda la literatura antigua, más sencillas
y hermosas que ésta.
Las figuras de Iras y Carmion, por ejemplo, son ya familiares al lec-
tor (Ant. 67,4; 77,1; 79,2 ó 84,2). Pero sólo ahora que adquieren un papel
más relevante en la narración, Plutarco se refiere a ellas por su nombre.
Otros autores aplican también técnicas similares29. Por último, las pa-
labras dirigidas a Carmion suenan coloquiales, en el mismo tono en el
que un personaje de nota se dirigiría a una esclava, pero la seriedad de
las mismas es intensificada por la majestuosidad de la respuesta de la sir-
viente. Iras y Carmion ocupaban, dentro del aparato de la corte egipcia,
un papel similar al de las damas de honor o de compañía de las reinas
europeas en las cortes de la Edad Moderna.
Igual que Plutarco (Ant. 86,1-4), el bitinio Dión Casio (51,1-4) tiene
muchas dudas sobre los sucesos que acontecieron alrededor de la muerte
de la última de los Tolomeos hacia el 10 de agosto del 30. Ambos autores
beben de una fuente común. Dión también nos habla de las picaduras en
el brazo, de la hidria y de la peineta envenenada. Pero menciona una cesta
de flores y no de higos, posiblemente por error. El detalle de los higos en
Plutarco pudo haberlo tomado el beocio, de nuevo, de Olimpo, el mé-
dico personal de la reina. Sobre el asunto del áspid, Dión refiere sólo la
existencia de una serpiente, pero versiones anteriores parecen sugerir dos,
así por ejemplo Virgilio (Aen. 8,697) cuando escribe: geminos... anguis;
Horacio (Od. 1,37,27) y Floro (2,21,11) tomando el detalle de Tito Livio.
El mismo Propercio cuando refiere: bracchia spectaui sacris admorsa co-
lubris (3,11,53) parece estar sugiriendo que fueron dos las serpientes que
figuraban en el retrato de Cleopatra que se exhibió durante el triunfo de
agosto de 29, y no una como dice Plutarco (Ant. 86,3)30. De hecho, es

29
Cf. C. F. Russo, Aristofane, autore di teatro, Firenze, 1962, págs. 57-65.
30
Por cierto, sobre ese poema de Propercio que mencionamos véase W. R. Nethercut,
«Propertius 3,11», Transactions and Proceedings of the American Philological Association
102 (1971), págs. 411-443.

207
Octavia contra Cleopatra

posible que la Lágida usara dos serpientes de haber tenido la posibilidad


de conseguirlas, ya que la doble serpiente era un emblema real.
La versión más usual, que es la que en un primer momento propor-
ciona el beocio, sugiere que Cleopatra recibió la mortal mordedura en el
brazo. Versiones más tardías dicen que la picadura se localizó en el pe-
cho, como recoge Shakespeare en su Antonio y Cleopatra (5,ii,308-309).
En realidad, una mordedura en el pecho mataría de forma más rápida. El
hecho de poner a la serpiente en una hidria es menos extraño de lo que
a primera vista pudiera parecer, ya que las cobras pueden sobrevivir du-
rante largos períodos sin agua ni comida. Por otro lado, ciertos detalles
de la escena sugieren un desarrollo de la misma en el mausoleo aunque el
historiador beocio no da pistas concretas sobre el lugar. Floro (2,21,11)
sugiere también este sitio, así como algún autor moderno31. Por su par-
te, Dión sitúa la escena en el palacio real de Loquías.
El detalle de que el triunviro romano y la reina de Egipto descansaran
juntos al final por orden expresa de su mayor enemigo es interesante. Casi
con toda probabilidad fueron enterrados en el mausoleo donde ya repo-
saban para entonces los restos de Antonio (Suet., Aug. 17,4; Mart. 4,59).
Las circunstancias de la muerte de la reina tolemaica nunca estuvie-
ron del todo claras. Seguramente nunca lo estén. Al vencedor le inte-
resaba que todo lo sucedido desde Accio, batalla incluida, quedara en-
vuelto para siempre en las brumas de la leyenda. Así quedaba asegurado
el halo semiirreal y mítico que envolvía los primeros años triunfales de
su régimen. Lo que contribuía a exaltar todavía más, si cabe, la imagen
providencial y salvífica del que a partir de 27 se hará llamar Augustus,
nombre que lo liga por cierto con el fundador de Roma32. Los poetas de
su facción tenían muy bien aprendida la lección. Así, la inspiración de
Horacio creó unos versos, altisonantes pero sesgados, que contribuirían

31
Cf. Becher, (cap. 3, n. 39), pág. 169.
32
Como podemos comprobar aquí «casi todo», son imagines: imágenes de la reina egipcia
en el triunfo celebrado tras su muerte, imágenes de la forma de gobierno sui generis que
Octavio implementa cuando unos tres años después estos hechos, es decir cuando ve su
posición de poder unipersonal más inatacable, etc.

208
5. Los dioses abandonan a Cleopatra. 31-30 a. C.

de forma decisiva al juicio que la posteridad hizo de Cleopatra33. En


ellos puede verse esa descripción, no exenta de cierta admiración, tan
característica de los escritores romanos cuando se refieren al valor de los
grandes personajes bárbaros o extranjeros que se han comportado como
dignos enemigos de Roma. En Tito Livio, por ejemplo, los defectos de
Aníbal eran tan grandes como sus virtudes.
Esta es una de las pocas ocasiones en la Vida de Antonio en la que
Plutarco se comporta casi más como un historiador moderno que como
un biógrafo (Ant. 58,5-6). El beocio recoge aquí las diferentes versiones
sobre la muerte de la última de los Lágidas y lo hace de acuerdo con un
método inusual. Actuando de forma similar a como procedería un histo-
riador actual, nuestro autor se limita a enunciar las diferentes opiniones
que existen sobre el hecho sin emitir juicio de valor alguno. Además,
nos indica la versión del hecho que Octavio acepta. En este fragmento
Plutarco nos recuerda enormemente a Dión Casio34.

33
Cf. (n. 13).
34
Aceptando el carácter filoagusteo de la obra de ambos, asunto que ha quedado bien
demostrado en este trabajo.

209
Conclusiones

Nunca es tarea fácil el hecho de aprestarse a escribir unas conclusio-


nes que evoquen, en cierta forma, cualquier investigación que se haya
realizado. Nosotros creemos, en el momento en que nos enfrentamos a
este hecho, que lo mejor a la hora de realizarlas es, por una parte, incidir
sobre algunos puntos que no se hayan desarrollado más por extenso en
las páginas anteriores, y por otra, recapitular las tesis fundamentales del
estudio que hemos realizado.
Tampoco es tarea baladí el hecho de realizar una investigación so-
bre «historia de las mujeres», para el mundo de la Antigüedad clásica
cuando, desde hace aproximadamente una quincena de años, se vienen
realizando tantos y tan buenos trabajos. Este trabajo ha usado algunos
de ellos de forma concienzuda.
Como es obvio, sabemos que existieron ciertas analogías en la situa-
ción social tanto de las mujeres griegas como de las romanas: salvo algu-
nas cualificadas excepciones que constituyen el tema de nuestra tesina,
sabemos por ejemplo que en ambas sociedades las mujeres no poseían
capacidad política. O que por citar otro campo, el del derecho privado,
tanto las mujeres griegas como las romanas estaban sometidas durante
toda su vida a la tutela de un hombre.
Pero, de todas formas, la situación de las féminas en ambas sociedades
no es, en absoluto, comparable. En Grecia, la mujer atendía a una mera
función biológica que era la de la reproducción. En Roma, por contra,
las matronas tenían un papel muy destacado en la estructura familiar y
en la sociedad, y dicho papel tenía un reconocimiento mediante la forma
de unos ciertos privilegios que ratificaban la importancia de su labor.
Las madres en Roma no eran simples instrumentos de reproducción
y nutrición. De hecho, los niños de las élites eran criados y alimenta-
dos con suma frecuencia por los nutritores, que eran esclavos de sexo

211
Octavia contra Cleopatra

masculino. El auténtico papel de la madre romana era el de la relación


entre la madre y el hijo adolescente y adulto. Su rol era el de consejera
moral, mentora, custodia de los valores cívicos en definitiva. Las mujeres
colaboraban con los hombres en la tarea de transmitir a sus vástagos di-
chos valores cívicos. Esta función les era pertinente, de manera especial,
si las madres pertenecían a los grupos elevados ya que, en ese caso, éstas
eran a menudo independientes en materia económica, lo cual les permi-
tía ayudar a sus hijos en la carrera política de éstos. De esta circunstancia
se derivaba también, para estas mujeres, un cierto prestigio, honores y
un reconocimiento de su valía.
Las mujeres romanas eran los custodios más seguros de los valores
que definirían posteriormente a un buen ciues, de los mores maiorum en
suma. Y lo paradójico es que esos eran los valores de una sociedad desde
luego patriarcal, tanto en organización jurídica y social como en men-
talidad. Desarrollando con brío y convicción el papel que les había sido
asignado, las mujeres en Roma reprodujeron de generación en genera-
ción la cultura de un mundo de hombres que les proporcionaba muchos
honores pero sólo una falsa libertad, propia de quienes aceptan reglas
dictadas por otros, aunque sea a cambio de indiscutibles beneficios.
En Roma, por tanto, podríamos decir que por primera vez el vínculo
de solidaridad entre los sexos, posible sólo donde se procura un inter-
cambio equilibrado, que ha restituido a la condición femenina el lugar en
el que, bajo diversas formas, hoy se desenvuelve.
En nuestro trabajo hemos analizado cómo esas funciones guardia-
nas de los valores sostenedores del orden social fueron sublimadas a un
plano casi espiritual por Octavia, la hermana del futuro Augusto, en su
actuación como matrona quintaesencial, podríamos decir, hasta la muer-
te de su hijo Marcelo en 23. Ella fue la encargada, sin duda por los crea-
dores de opinión próximos al futuro princeps, de asumir ese papel dentro
de la familia reinante de cara a la instauración del nuevo régimen. De ese
gobierno nacido del desgobierno que habría de dar a Roma una época de
paz desconocida desde hacía siglos, un nuevo Saeculum Aureum.

212
Conclusiones

Después de la muerte de su hijo y cuando Octavia se retira del primer


plano de la escena pública, su puesto será ocupado por Livia, la esposa
del emperador. Aunque con algunas modificaciones importantes pues
recordemos que Livia no tuvo retoños con Augusto. Con Octavia se ha-
bía hecho gran hincapié en las virtudes tróficas y de crianza de los hijos.
Recordemos el texto de Plutarco (Ant. 54,1-3), dónde se dice que cuida-
ba de los niños a su cargo “no sólo de los de ella misma sino de los que
Fulvia había tenido con él [A.] de una manera noble y magnífica”. Ahora
con Livia la propaganda pretende incidir más en el papel de ésta como, la
primera matrona del estado, como depositaria de la arcana sabiduría de
la mulier. Como custodia fiel de los valores cívicos, de los mores maio-
rum en definitiva, que toda madre romana debe inculcar desde pequeño
a su hijo para que éste sea después un ciudadano romano ejemplar.
Es sabido que las madres romanas flanqueaban al padre en su fun-
ción de educador. Augustus fue el gran padre del nuevo Estado Romano
surgido tras Accio. No olvidemos que en 2 a. C. se le concede el título
de pater patriae. Si todo padre debía verse apoyado por su esposa para
la buena educación de sus hijos, el «padre», Augusto encontró un fiel
cayado y una excelente compañera de fatigas en la persona de su esposa.
Matrimonio bien avenido, tanto política como sentimentalmente, Livia
se convertiría con el tiempo en una mater patriae, desbancando a Octa-
via de un papel central en Roma desde la muerte de Marcelo.
Livia y Augusto fueron el matrimonio perfecto, símbolo de lo que
debía de ser una perfecta familia romana en la que ella le ayudaba a él de
manera solícita proporcionándole sabios consejos, tal y como se espera-
ba que debía ser su papel, para el mejor gobierno de los vastos límites del
imperio. Los problemas que ambos tuvieron con sus hijos, protagoniza-
dos especialmente por Julia, la hija única del monarca, nunca dieron por
terminada esta forma de hacer política y de regir el estado, cuasi familiar
y por supuesto con miras dinásticas.
Se mezclan aquí elementos de carácter antropológico de los que
no vamos a hablar porque, sin duda, no es éste el lugar para hacerlo y
desbordaría con mucho los límites de esta investigación. Hay mucho de

213
Octavia contra Cleopatra

propaganda en todo lo que concierne a la familia imperial y a la relación


Livia-Augusto en paralelo al gobierno del Estado Romano. Por supues-
to que muchas cosas no eran, en absoluto, idílicas. Pero parece fuera de
toda duda el hecho de que existía una franca complicidad de sentimien-
tos y de voluntades en la mayoría de las acciones protagonizadas por el
princeps y su mujer.
Conscientes de las ventajas y honores que se derivaban de un buen
cumplimiento del papel que la sociedad les había asignado, las mujeres
romanas compartían muchos de los valores masculinos. En un pasaje de
Apiano (BC 4,32), hemos visto la protesta de las mujeres más ricas de
Roma en el año 42 ante una exagerada política impositiva de los triunvi-
ros, confeccionada para aliviar las onerosos gastos de guerra de la cam-
paña de Filipos. Habíamos hecho mención entonces al discurso que en
defensa de dicho colectivo de mujeres había realizado Hortensia, hija del
célebre orador Q. Hortensio Hortalo. Retomemos ahora el tema para
intentar sacar algunas conclusiones válidas del mismo.
Cuando las mujeres creyeron injusto el procedimiento de los miem-
bros de la troika gobernante, decidieron que Hortensia defendiera sus
intereses pidiendo a los triunviros que el patrimonio femenino continua-
ra estando exento de tasación. El punto más interesante es el argumento
que tomó Hortensia para defender su posición. Ya que la mujer no hizo
otra cosa que repetir los argumentos usados por el tribuno Valerio cuan-
do, en 195, se discutía la derogación de la Lex Oppia.
Dicha ley había sido votada en 215 y establecía que las mujeres no
podían llevar con ellas más de media onza de oro. Se les prohibía además
llevar vestidos de colores chillones y no podían circular en carroza por
Roma u otra ciudad, ni en el radio de una milla de distancia de ellas, sal-
vo para asistir a las ceremonias religiosas de carácter público.
En 195 el tribuno de la plebe L. Valerio propuso la abolición de esta
ley. A esta propuesta de abolición su opuso enérgicamente Catón. Pero
Valerio estaba convencido de que la derogación de la ley Oppia no sólo no
pondría en cuestión el papel subalterno de las mujeres, sino que incluso lo
reforzaría. Sería, según él pensaba, una subordinación más grata para las

214
Conclusiones

mujeres, que evitaría que éstas se sintiesen como esclavas y las haría más
obedientes y menos propensas a entrometerse en los asuntos masculinos.
Volvamos ahora a Hortensia. Había pasado un siglo y medio de las
palabras de Valerio. Las mujeres se habían emancipado hasta el punto de
poder discutir en público cuestiones de índole típicamente masculina.
Una mujer culta y emancipada como Hortensia, compartía la idea de
Valerio de que las mujeres merecían un premio a cambio de su exclusión
de la vida pública: «¿Por qué hemos de pagar tributos nosotras que no
tenemos participación ..., en absoluto, en el gobierno de la cosa pública
(...)?», (Ap., BC 4,33).
Privilegio a cambio de exclusión, eso fue lo que Hortensia solicitó en
nombre de las mujeres más importantes de la Urbs. Su proposición fue
aceptada y se modificó la política fiscal. En la óptica romana, su razo-
namiento era perfectamente lógico. Las mujeres no solicitaban otra cosa
que el respeto del do tu des implícito en la relación entre los sexos. Evi-
dentemente, estos términos eran suficientemente remunerativos, cuando
menos para la mayoría de los hombres.
El episodio de Hortensia fue un suceso público que debió de alcan-
zar una repercusión espectacular aunque ahora las fuentes no permitan
percibir el asunto en toda su importancia. Ya que ninguno de los pró-
ceres de la Urbs ofreció a las mujeres su patrocinium ante los triunviros
para defender el punto de vista de aquéllas, es la misma Hortensia la que
se erigió en defensora de los intereses de sus compañeras. No es casual
que el asunto sea, en esencia, la demanda de un beneficium por parte
de las mujeres, siendo éste garantizado por un simple pronunciamiento
de los triunviros. Tampoco lo es que Valerio Máximo (8,3,3), la otra
fuente que describe la escena, lo haga usando para ello términos sacados
del vocabulario legal. Precisamente una de las características del sistema
monárquico que se estaba prefigurando en el triunvirato era la imposibi-
lidad de distinguir entre la emanación de decisiones y el hecho de emitir
fallos legales, por parte de quienes detentaban el poder.
Nuestra investigación tenía como punto de partida el 27 de noviem-
bre de 43 con la promulgación de la Lex Titia, que es la que implantaba

215
Octavia contra Cleopatra

el Triunvirato. El amargo período de las proscripciones fue uno de los


momentos más funestos del desarrollo histórico de la República Tardía
aunque la presencia de Octavia, como hemos comprobado (D. C. 47,7,4-
5), contribuyó a aliviar en algún que otro pequeño asunto la situación
creada. Ya por entonces la hermana de Octavio empezaba a dejar sentir
su influencia en las cuestiones más candentes de la alta política romana.
Por su parte, los asesinos de Julio César ni mucho menos perdían el
tiempo, sino que iban acumulando triunfo tras triunfo frente a la causa
cesariana en el oriente. Además, excepto Egipto, cuya reina apoyaba la
causa del partido cesariano debido al recuerdo de la relación que mantu-
vo con el divino Julio y a más prosaicas razones de tipo político, el resto
de los reinos y ciudades orientales apoyaban a Bruto y a Casio. A finales
de verano de 42, en Filipos, y con la muerte de Bruto y Casio, el retorno
a la antigua forma de gobierno con una república aristocrática y oli-
gárquica parecía imposible. Para lograr esta gran victoria, se levantaron
impuestos abusivos incluso gravando a las mujeres, lo cual provocó la
ira de éstas (véase supra). En esta coyuntura, la intervención de Octavia
defendiendo a sus compañeras, fue vital para una suavización de la me-
dida. De nuevo, la presencia apaciguadora de la hermana de Octaviano,
en los primeros pasos hacia su caracterización posterior como la arbiter
par excellence.
Filipos puede resumirse como una gran victoria. La gloria de la ba-
talla se la llevó Marco Antonio y con él permaneció durante unos diez
años. Puesto que, entre los años 34 y 32, el triunviro cometerá unos erro-
res políticos imperdonables que le harán perder todo su aura de buen
general y romano ejemplar en un tiempo relativamente corto.
Flamante vencedor en Filipos, Antonio se encaminó hacia sus pro-
vincias orientales para proceder a una reorganización de las mismas. En
41 y en Tarso de Cilicia el general romano se encontrará por vez primera
con la que ha de ser su principal fuente de preocupaciones, y también de
sentimientos, en lo que le restaba de vida, la reina egipcia Cleopatra. La
mujer junto con la que decidió apostar por un proyecto político que en-
tendía el gobierno de Roma de un modo diferente a como lo hizo Octa-

216
Conclusiones

vio. Es cierto que fracasó pero si la suerte de Accio hubiera sido distinta,
los historiadores de la antigua Roma estaríamos hoy en día hablando de
un Imperio romano definido en términos bastante distintos a como lo
concibió Augusto.
En este primer encuentro Antonio no quedó ni mucho menos sub-
yugado por la reina. Ésta confirmó la lealtad a Roma del reino cliente de
los lágidas y tanto ella como Antonio pasaron juntos el invierno del 41 al
40 en Alejandría, invierno plagado de anécdotas, la gran mayoría de ellas
magnificada por la propaganda filoaugustea. Mientras sucedía todo esto,
en Italia tenía lugar el oscuro asunto de la guerra de Perusa. Precisamen-
te, después de que Octavio aplastara en Perusa a algunos miembros de la
facción de Marco Antonio, entre ellos a su hermano Lucio y a su esposa
Fulvia, empezaron unas negociaciones en serio para restaurar, de alguna
manera, el “espíritu” de Bolonia y, por ende, la esencia del peculiar sis-
tema de gobierno allí creado, que estaba en aquellos momentos pasando
por una etapa de crisis ciertamente grave.
El resultado de estas conversaciones se conoce, para la Historia, con
el nombre de tratado de Brindisi. Con este acuerdo, Octavia alcanzó un
especial protagonismo. Se le entregaba a Antonio como esposa, con lo
cual Octavio cortaba un tanto las alas del que sin duda sabía que termi-
naría siendo su único y principal rival. Su modo de hacerlo era ligándolo
a su familia y poniendo al lado de su compañero de triunvirato a una
mujer de las características de su hermana, para que intentara recondu-
cir a Antonio por el buen camino, del que empezaba a desviarse. Con
esta jugada maestra, Octavio hace de su hermana una de las más fuertes
garantías de estabilidad de la estructura política del Triunvirato. Así, un
sistema fundado sobre una base totalmente alegal, daba pasos hacia su
consolidación mediante su apuntalamiento en una figura de carácter tan
carismático como la de Octavia. Es otra versión, si se quiere, en la que
el honos, la gravitas y el mos maiorum se convierten otra vez en la base
ideológica del sistema político vigente, aunque estos conceptos hayan
pasado en esta ocasión por un tamiz muy peculiar si se mira con la óptica
romana: la figura de una mujer.

217
Octavia contra Cleopatra

En el año 39 tiene lugar el tratado de Miseno. Un mero paréntesis


en la pugna por el poder entre Antonio y Octaviano. Entre otras cosas,
porque la presencia de Sexto Pompeyo en las negociaciones y la firma
del mismo supusieron, a la vuelta de unos pocos años, una anécdota ape-
nas recordada. El invierno siguiente, el de 39 a 38, Octavia lo pasa junto
con su flamante esposo en Atenas. Allí reciben todo tipo de atenciones y
Octavia ejerce un influjo absolutamente positivo sobre su marido, que se
comporta de manera ejemplar. Sin duda, Antonio era en estos momen-
tos un hombre enamorado de una esposa con la que acababa de casarse
y ese período invernal pasado junto con Octavia en una ciudad de tan
hondas reminiscencias como lo era Atenas, debió de resultarle más tarde
uno de los tiempos más dichosos de su vida.
Octavia es caracterizada, ahora, como la esposa virtuosa por excelen-
cia, que ejerce unos benéficos efectos sobre su esposo el triunviro y a la
que es muy difícil negarle nada. En Atenas le tributaron al matrimonio
honores divinos, pero parece que por entonces nadie resultó ofendido.
Sin embargo años más tarde, en 34, unas ceremonias como las celebradas
en el gimnasio alejandrino, que a buen seguro tendrían algún que otro
punto en común con las que ahora se celebraron en Atenas, levantaron
ampollas entre la gran mayoría de los miembros de las clases bienpen-
santes de Roma. De hecho, Antonio se dedicó a hacer con Octavia en el
invierno de 39-38 las mismas actividades que había realizado con Cleo-
patra en el invierno de 41-40. Los mismos que, en Roma, se escandaliza-
ron ante el invierno alejandrino, aprobaron ahora con ruidosas palmas
el invierno ateniense.
Para entonces la autoridad de la potencia romana se había ido res-
tableciendo. Sólo se echaba en falta una reorganización duradera de los
asuntos del oriente. Octavio consideró entonces aconsejable, política-
mente hablando, declarar la guerra a Sexto Pompeyo, un individuo con
el que apenas hacía un año habría rubricado Miseno.
Tras unas tiranteces entre los dos grandes líderes Antonio y Octavia-
no, sobre el lugar y la fecha de la gran conferencia a dos bandas que era
prioritario realizar, los dos hombres se reunieron, en medio de una clima

218
Conclusiones

de gran tensión, en la sureña ciudad de Tarento. Cuando la paciencia de


Antonio y la diplomacia de Mecenas ya no daban más de sí, apareció la
figura salvadora de Octavia ejerciendo la función de arbiter entre sus
dos parientes.
Ella ejerce en esta ocasión de mediadora y de garante y es la interme-
diaria en el intercambio de tropas y embarcaciones que tuvo lugar entre
Antonio y Octavio. En Tarento, en definitiva, la hermana de Octaviano
y esposa de Antonio es el último expediente al que ambos generales recu-
rren para salvar el sistema creado en Bolonia y que había sido ratificado
en Brindisi tres años antes. El Triunvirato quedó prolongado ahora has-
ta el año 33 y, ya que ni su prestigio ni su supremacía parecían todavía
amenazados de forma seria, Antonio volvió al este donde quedaba aún
mucho trabajo por hacer. Desde la actual Corfú, a finales de ese año 37, el
triunviro devolvió a su esposa Octavia de vuelta a Italia. Y es que, aunque
él todavía era ignorante de ello, su futuro y su destino se encontraban en
el oriente, a muchas kilómetros de la Urbs y en los brazos de otra mujer.
Mientras, a principios del año 38, el astuto Octavio había abando-
nado una esposa mucho menos conveniente, para casarse con la bella e
influyente Livia Drusila. Los dos años siguientes, el heredero de César
los dedicó a eliminar de la escena política al único contrincante que po-
día equipararse en algo a Antonio, el menor de los hijos de Pompeyo el
Grande. Bastaron una serie de batallas marítimas para eliminar a un ene-
migo que, en realidad, nunca tuvo mucho que hacer. También Lépido, el
miembro menos poderoso del triunvirato, quedaría por entonces fuera
de combate, arrastrado en el marasmo que se tragó al joven Pompeyo. A
partir de ahora el horizonte quedaba totalmente despejado. Ya estaban
sólo Antonio y Octavio. Lo que sucediera a partir de ahora sería una lu-
cha sin cuartel por el poder unipersonal en Roma. Para regir los destinos
del todopoderoso imperio cualquier tipo de artimaña o de mentira es-
taba permitida. Y en cuestión de mentiras y artimañas, el joven Octavio
era un consumado experto.
Durante esos mismos años de 37 y 36, Antonio se dedicó a cometi-
dos bastante diferentes a los realizados por Octaviano. Tras Brindisi, su

219
Octavia contra Cleopatra

auctoritas se encontraba en lo más alto y todavía seguía siendo el vence-


dor de Filipos. Se fue hasta Siria para convocar allí de nuevo, la segunda
vez después de Tarso, a la reina de Egipto. Entre fiestas y conciliábulos
pasaron juntos en Antioquía el invierno de 37 a 36.
Es en este período cuando se producen las famosas donaciones que
Antonio le hace a la reina de Egipto. De hecho, el reino Lágida supo-
nía una pérdida si era destruido, un riesgo si se quería anexionarlo y
un grave problema si se quería gobernarlo, ya que su situación interna
era especialmente compleja. Por tanto, lo que Marco Antonio decidió
como máximo gobernante oriental tenía una lógica bastante grande. El
triunviro no hizo otra cosa que incrementar los territorios del reino de
Egipto manteniendo, si no reforzando, la posición de la reina tolemai-
ca como reina cliente y amiga del pueblo romano. La idea de Antonio,
así como también toda la ambición que tenía Cleopatra, era consolidar
la independencia territorial de Egipto y salvarguardarla bajo la fórmula
que estaba vigente en ese momento de reino - cliente. Lo más seguro es
que la Lágida sólo deseara mantener la independencia de los límites de
su territorio y no verse anexionada por las botas de las legiones romanas.
Tanto es así, que las concesiones hechas por Antonio a Cleopatra
no levantaron en ese momento ningún tipo de alarma en Roma. Sólo
más tarde se convirtieron en lugar y pretexto para la difamación. Lo que
suponía para la reina el lote de donaciones hecho por Antonio era un
renacimiento del pasado tolemaico en todo su esplendor y riqueza, pero
no en su poderío militar.
Tras una desastrosa campaña contra los partos que hubo de pospo-
ner sine die en el año 35, Antonio recibió en esa misma fecha la noticia
de la llegada a Atenas de su esposa Octavia, a la que no veía desde hacía
dos años, con tropas y otros artículos de carácter militar enviados desde
Roma por el hermano de ésta, Octavio, que todavía era su colega en las
tareas de gobierno. Es probable que Octaviano hubiera urdido toda la
maniobra para poner en un aprieto a Antonio. Pero también es verdad
que la idea de ir a Atenas pudo haber partido de un deseo auténtico de
Octavia de volver a ver a un marido al que realmente echaba de menos.

220
Conclusiones

El caso es que Antonio se enfrentaba a una alternativa perjudicial.


Aceptar los presentes de Octavio equivalía a dar por buena la ruptura del
acuerdo que ambos hombres habían firmado dos años atrás en Brindisi,
ya que los soldados que mandaba el joven César con su hermana eran
sensiblemente inferiores en número a los que había prometido. Por otro
lado, rehusar suponía hacerle un insulto a Octavia y a los sentimientos
romanos que, desde hacía ya algún tiempo, ella venía personificando.
Ante semejante tesitura, el triunviro de mayor edad aceptó las tropas y
mandó regresar a Roma a la hermana del joven César, cometiendo un
error político que habría de costarle caro. Por supuesto, la propaganda
proaugustea y la historiografía del período casi sin excepción, que com-
parte también esta inclinación hacia el futuro Augusto, se hacen eco de
la poco caballerosa actitud de Antonio ante la que era su legítima esposa.
Actitud sin duda propiciada por el irrefrenable deseo de Antonio, raya-
no ya casi en la locura y en el encantamiento, de estar en todo momento
al lado de la única mujer que realmente ya le importaba, Cleopatra la
reina de Egipto. Y es que Antonio estaba tratando con Octaviano, pero
aprendió demasiado tarde.
En el año 34, tuvo lugar en Alejandría una extraña ceremonia que
aconteció al regreso de Antonio de su victoriosa campaña armenia. El
general romano organizó fuera de Roma, de manera temeraria y peli-
grosa, una procesión solemne que era en realidad un triunfo en todo
menos en el nombre. El rey armenio destronado fue obligado a rendir
homenaje a la reina de Egipto. Después en otro despliegue similar en el
gimnasio de la capital egipcia, Antonio proclamó a Cesarión hijo carnal
del divino Julio. Las implicaciones están claras, por cuanto Octaviano
era solamente hijo adoptivo de César. Además otorgó a Cleopatra el tí-
tulo de Reina de Reyes sobre sus posesiones orientales y títulos similares
fueron conferidos a los restantes hijos, tres en total, que había tenido la
pareja formada por el general romano y la reina lágida.
La propaganda filoaugustea ha exagerado hasta el absurdo lo que
quiera que ocurrió en Alejandría en ese fatídico año 34. La exactitud de
hechos y detalles es hoy día irrecuperable. Pero lo que sí parece más allá

221
Octavia contra Cleopatra

de toda duda razonable es que Antonio cometió, en esta coyuntura, uno


de los dos errores más garrafales de su carrera política. Un error que, a la
vuelta de un par de años, incidirá de manera absolutamente negativa para
él ya que, a buen seguro, fue uno de los factores que más peso tuvo en
la alineación de la península italiana y de todo el occidente en la facción
de Octaviano. El otro error político de bulto que Antonio cometió fue
el divorciarse de su legítima esposa, Octavia, la cual hasta el momento
mismo de su divorcio había sido su mejor y única relaciones públicas en
Italia y en el resto de occidente, lugar donde la presencia de la propagan-
da de Octaviano se dejaba sentir de manera demoledora.
La versión que la facción del joven César ha legado a la posteridad
es muy sencilla y coherente, y con su victoria en Accio se convirtió en
la versión única y oficial: La última batalla que los ciudadanos romanos
hubieron de luchar antes de disfrutar de un nuevo Saeculum Aureum,
iniciado por Augusto y destinado a ser inmortal, era el jalón final de una
guerra justa, librada en defensa de la libertad y la paz contra un enemi-
go extranjero. Estos enemigos de Roma eran la reina de Egipto, mujer
lasciva y viciosa y su compinche, un romano otrora noble pero ahora
degenerado por aquélla. Juntos, estos dos individuos malditos trataban
de minar las libertades del pueblo romano, de subyugar a Italia y al Oc-
cidente al poder de una decadente reina oriental.
La realidad era mucho más prosaica y, desde luego, más comprome-
tida si se quería expresar libremente. Incluso podría considerarse que
el agresor era el propio Octaviano. Este había subvertido el orden re-
publicano mediante un auténtico golpe de estado y se había convertido
junto con otros dos compañeros, contra uno de los cuales luchaba ahora
por la hegemonía única, en jefe de un gobierno sacado de la manga, con
muchos visos de ilegalidad y que implantaba sus decisiones por medio
de masacres y prácticas terroristas, de las cuales Perusa quedó para la
posteridad como magnífica muestra. Por si eso no fuera suficiente, des-
pués del 1 de enero de 32, Antonio tuvo de su parte a los cónsules, en
teoría los jefes del estado romano, y a la constitución simbolizada en una
mayoría de miembros del senado que se unieron a su causa.

222
Conclusiones

Egipto mismo nunca podría considerarse, durante todo el período


que nuestro trabajo analiza, una amenaza para Roma. La inmensa mayo-
ría de las disposiciones que Antonio tomó y que se referían a las provin-
cias orientales, fueron conservadas luego por el triunviro vencedor. He-
mos de pensar, por tanto, que la lógica y el sentido común presidieron
la mayor parte de las acciones de gobierno tomadas en el este por el que
fue esposo de Octavia. Por tanto, es erróneo pensar en Antonio como
alguien con un propósito de reinar como un monarca helenístico sobre
un reino separado, o bien sobre todo el imperio. Los honores divinos se
le decretaban en oriente a cualquier representante del poder. Si hubiera
sido Octavio el encargado de gobernar en las provincias orientales, su
política no hubiera diferido mucho de la de Antonio.
A fines del año 33, que es donde nos encontramos, Antonio sostenía
una difícil posición política. El triunviro, por ejemplo, había sido muy
capaz de mantener a raya a la reina cuando ésta demandaba la ampliación
del reino egipcio a expensas de Judea. ¿Dónde se halla aquí rastro alguno
del Antonio hechizado y esclavizado por la reina? Esta es la imagen que,
con notable éxito, la historiografía y la literatura filoaugusteas nos ha
venido vendiendo desde hace veinte siglos. Es cierto que él pudo haber
sucumbido al poder de la imaginación y la comprensión de la reina. Pero
todo lo demás es, mucho nos tememos, malintencionada propaganda ur-
dida casi contemporáneamente a cuando los hechos sucedieron. La única
realidad histórica que parece defenderse por sí sola es la de que Antonio
se vio obligado a luchar con Cleopatra hasta el final, por su honor y por
principios, así como por las necesidades creadas.
Se ha dicho asimismo, también de forma malintencionada, que la rei-
na de Egipto ansiaba crear un imperio universal de todo el Oriente que
acabara con el imperio romano sustituyéndolo para luego poder gober-
nar ella misma todo el orbe desde donde ahora lo gobernaba Octavio.
Esta idea, fundada por completo en la propaganda proagustea, es abso-
lutamente descabellada.
Sin duda Cleopatra fue una gobernante de indiscutible talla política.
Pero es difícil pensar, una vez analizados las fuentes literarias de for-

223
Octavia contra Cleopatra

ma concienzuda, que su propósito fuera más allá de la consolidación


y aumento de su propio reino, siempre protegido por la influencia y la
presencia de Roma bajo la fórmula ya existente para Egipto de reino -
cliente. Sin embargo, para aunar voluntades y opiniones se presentó a
Cleopatra como un amenazador peligro extranjero. La imagen histórica
verdadera de la tolemaica nunca podrá recuperarse. La propaganda del
partido de Octavio se encargó muy bien de ello. Para hacer de Antonio
un mal romano, había que convertir a su amante en un monstruo.
La opinión creada, casi desde el primer momento, inclinó la balanza
de la Historia aún antes de que Accio tuviera lugar. Las actuaciones de
Antonio y de Cleopatra no fueron la causa que provocó Accio. Ni si-
quiera su pretexto. Lo que sucedió en realidad fue una lucha descarnada
por el poder con mayúsculas. Una lucha salvaje, a muerte, donde todo
valía, incluso la grandilocuente mentira de que el conflicto que finalizó
en el golfo de Ambracia era una lucha de fuerzas entre oriente y oc-
cidente. Sobre esa patraña se edificó un régimen, el augusteo imperial,
destinado a durar largo tiempo.
El año 32 fue un año de preparativos. Sin embargo, una nefasta de-
cisión política tomada por Antonio vino a quebrar la tensa calma. A
inicios de verano de ese año, Antonio de divorció de Octavia de forma
oficial. Este acto, del todo unilateral, suponía la ruptura de la amicitia
con Octavio de forma irreversible. La guerra habría de producirse ahora
de todos modos. Además, la presencia de Cleopatra al lado de Antonio
como su aliada cobraba ahora una dimensión especialmente provocado-
ra y de nefasta influencia a los ojos de cualquier romano. Cualquiera que
fuera el vínculo que los uniese.
Se sucedió una guerra de propaganda consistente en acusaciones recí-
procas. Luego vino todo el asunto de la deserción de Planco y Ticio con
el subsiguiente robo del testamento de Antonio depositado en el templo
circular de Vesta. Al juramento de fidelidad hacia la persona de Octavio
por parte de las provincias occidentales, registrado de forma solemne
en las Res Gestae (25), se contrapuso, en el otro bando, las presiones
de algunos miembros del estado mayor de Antonio para que Cleopatra

224
Conclusiones

abandonara la toma de decisiones. Fue inútil. La reina había invertido


muchos esfuerzos y, sobre todo, mucho dinero, en aquella empresa.
Ahora no iban a dejarla fuera. Además, estaban los sentimientos cada
día más fuertes que Antonio sentía por ella. La necesitaba a su lado ahora
más que nunca y no iba a mandarla de vuelta a Alejandría.
El segundo día del mes de septiembre del año 31 llegó la hora de la
verdad. Antonio y Cleopatra fueron vencidos en una batalla cuyo de-
sarrollo exacto sigue siendo un misterio para la posteridad. A nadie, y
mucho menos a Octavio, le interesaba que se contara la realidad de lo
que sucedió en aquel remoto lugar de Grecia. Después llegaría la hora
de ajustar cuentas.
Octavio avanzó rápidamente hacia Egipto con el poderío militar in-
contestable de un ingente ejército tras él. Tras un año viviendo en una
atmósfera depresiva e irreal, en una Alejandría que era una triste sombra
de la que había sido otrora en sus años de esplendor, Antonio se quitó
la vida tras una breve y pobre resistencia. Su amada le sobrevivió unos
días que han pasado a formar parte de la leyenda y que la posteridad ha
glosado de múltiples maneras. El caso es que Octavio llegó a verse las
caras con su peor enemiga pero la diplomacia, la intimidación solapada y
el orgullo de una princesa de sangre dieron con la solución. Cleopatra se
suicidó con una firmeza y un gesto de desafío dignos, como decía Car-
mion, de la descendiente de tantos reyes (Plut., Ant. 85,4).
La mordedura del áspid salvaba el honor de la reina de Egipto y pres-
taba un doble servicio a los intereses de Octavio. Cleopatra había de-
mostrado ser, sin duda, un rival digno y de gran altura. En Roma no se
festejó, por supuesto, la pérdida de ciudadanos romanos en ese continuo
rosario de guerras civiles que duraba ya más de un siglo y a la que Accio
puso punto final. Tampoco la muerte de un soldado brillante y un gran
estadista como era Antonio, un hombre que siguió siendo, pese a lo que
dijeron de él, un romano hasta el momento mismo de su muerte. No, lo
que provocó el estallido de júbilo en Roma fue, como no podía ser me-
nos, la muerte de la reina extranjera. Parafraseando a Horacio, ahora era
el momento para celebrar que la pesadilla, la amenaza, había terminado.

225
Octavia contra Cleopatra

Los hijos de Cleopatra eran un grave problema. Antilo y Cesarión


pagaron con su vida sus posibilidades de ser auténtica alternativa de go-
bierno, caso de que la opción de Antonio hubiera triunfado. Los otros
fueron empleados en lucrativos matrimonios de conveniencia. Ese fue
el destino que corrieron los últimos miembros de la familia real de los
Tolomeos. El futuro César Augusto asumió la herencia de los reyes del
país del Nilo.
Octaviano era, a la vez, magistrado y princeps en Roma y rey de
Egipto. El reino de los tolomeos quedó convertido en patrimonio
personal suyo.
Hemos intentado ofrecer, en este trabajo, una imagen novedosa y di-
ferente de la mujer romana y la extranjera, en general, y de dos genuinas
representantes de sociedades en lucha, en particular. Sin caer en lo inde-
fendible, nos hemos propuesto abordar una visión distinta de la tradicio-
nal que hasta ahora se ha tenido tanto de Octavia como de Cleopatra, y
de la propaganda política producida durante el período estudiado. Ana-
lizar, desde la premisa metodológica del análisis sistemático de los textos
que son una de las fuentes primarias de más enjundia, los sucesos más
relevantes del período triunviral desde otros ángulos que puedan ofrecer
algo nuevo sobre estas dos mujeres, con cierta distancia sobre la biblio-
grafía que hasta ahora se había venido aceptando como dogma de fe.
Toda la investigación que se había venido realizando hasta la fecha
sostenía, casi sin excepciones, una tesis similar: la de que la última reina
de Egipto y la hermana favorita del que llegaría a ser primer empera-
dor de Roma eran personajes importantes, pero siempre en la medida en
que estaban subordinadas a las gigantescas personalidades de Antonio y
de Octavio.
Con esta monografía hemos querido demostrar que el planteamien-
to no es tan sencillo como se dice. Octavia es una gran señora política
romana que sirve como refrendo de pactos políticos, como por ejemplo
el tratado de Brindisi del año 40, o su posterior reválida en Tarento, tres
años más tarde. Es capaz, además, de tomar decisiones que, alguna vez
incluso, se contraponen a la pauta que le había indicado su hermano.

226
Conclusiones

En cuanto a Cleopatra, lejos del papel de femme fatale que la histo-


riografía al uso le ha venido adjudicando desde siempre, lo cierto es que
un concienzudo análisis de los textos revela la alta capacidad política
de la última de los Tolomeos, que no pretende subyugar o dominar a
Antonio, como tantas veces se ha asegurado, sino convertirse más bien
en su compañera siendo la “eminencia gris” de un proyecto político de
reforzamiento de su poder en el oriente. Proyecto éste que el triunviro
se ve en la tesitura de apoyar, al principio de forma tímida y luego for-
zado por la fuerza centrípeta de los propios acontecimientos. Puede ser
cierto que la reina egipcia influyó a veces más de lo deseable en alguna
de las decisiones de Antonio. Pero la nefasta influencia de la propaganda
proaugustea ha hecho que olvidáramos, hasta hace relativamente poco
tiempo, el hecho de que ambos formaban juntos una pareja con un po-
tencial político formidable y que el desenlace de Accio muy bien pudo
haber sido completamente diferente.
Si Antonio hubiera resultado vencedor en la batalla que se libró junto
al golfo de Ambracia, ¿cuál hubiera sido la urdimbre política del estado
romano que hubiera resultado después de un siglo casi ininterrumpido
de luchas fratricidas? De manera bastante probable, la revolución roma-
na subsiguiente hubiera deparado una forma monárquica más orientali-
zante, más próxima quizá el modelo de los reyes helenísticos. La cultura
romana, en general, habría adquirido un tono más «asiánico». Y estos no
son planteamientos ociosos sino que, a pesar del barniz «clasicista», im-
puesto por Augusto tras la sanción oficial de su nuevo régimen en enero
del año 27 (eso sí, mucho más superficial de lo que podría pensarse), los
reinados posteriores de un Calígula o un Nerón nos devuelven la pers-
pectiva de una esencia helenística u orientalizante a la que los romanos
nunca quisieron dar la espalda por completo. A buen seguro, teniendo
in mente un pensamiento parecido al de la famosa frase medieval que
dice: «somos enanos a hombros de gigantes». Y es que, en algunas de sus
formas, la esencia del proyecto de Cleopatra y Antonio no desaparece
tras la muerte de ambos en el año 30.

227
Octavia contra Cleopatra

Nos sentiríamos tremendamente satisfechos si con este trabajo hu-


biéramos conseguido provocar algún tipo de debate o suscitar un tema
de discusión sobre alguna de las múltiples cuestiones que aquí se han
mencionado y con las que nos hemos encontrado a lo largo de nuestra
investigación. Sin duda, esa sería una feliz noticia.

228
Abreviaturas

Broughton, T. R. S., The Magistrates of the Roman Republic. II. 99 B. C.-31


B. C., Cleveland, 1952, reimp. 1968 (=MRR).
Cook, S. A., Adcock, F. E. y Charlesworth, M. P. (eds.), The Cambridge
Ancient History, vol. X, Cambridge U. P., 1934 (=CAH).
Bowman, A., Champlin, E. y Lintott, A. (eds.), The Cambridge Ancient His-
tory, vol. X, Cambridge U. P., segunda edición, 1996 (=CAH 2).
Corpus Inscriptionum Latinarum, Berlín, 1863 (=CIL).
Corpus Inscriptiones Graecae, Berlin, 1873 (=CIG).
Cortés Copete, J. M. (traduc. e introduc.), Res Gestae Divi Augusti, Ediciones
Clásicas, Madrid, 1994 (=RG).
Crawford, M. H., Roman Republican Coinage, Cambridge, 1974 (=RRC).
Dittenberger, W., Orientis Graecae inscriptiones selectae, Leipzig, 1903-05
(=OGIS).
Ehrenberg, V. y Jones, A. H. M., Documents Illustrating the Reigns of Augus-
tus and Tiberius, Oxford, 1955 (=EHRENBERG-JONES).
Haase, W. y Temporini, H., (eds.), Aufstieg und Nierdergang der römischen
Welt, Berlín/Nueva York, 1972- (=ANRW).
Hornblower, S., Spawforth, A. (eds.), The Oxford Classical Dictionary,
Oxford U. P., tercera edición revisada, 2005 (=OCD).
Inscriptiones Graecae, Berlín, 1873 (=IG).
Jacoby, F., Die Fragmente der griechischen Historiker, Berlín, 1923- (=FGrH).
Wissowa, G. et al., Paulys Real-Encyclopädie der classischen Altertumswisssens-
chaft, Stuttgart, 1894- (=RE).

229
Bibliografía

Apiano (1985): Historia Romana III. Guerras Civiles (Libros III-IV), A. San-
cho Royo, ed., Madrid, Gredos.
Cassius Dio (1989): Roman History V. Books XLVI-L, E. Cary ed., Harvard U.
P., reimp, Loeb Classical Library.
Gayo (1985): Instituciones, ed. bilingüe, Manuel Abellán et al. traductores, Ma-
drid, Civitas.
Plutarch (1988): Live of Antony, B. Perrin ed., Harvard U. P., reimp, Loeb
Classical Library.
Velleius Paterculus (1992): Compendium of Roman History and Res Gestae
Divi Augusti, F. W. Shipley ed., Harvard U. P., reimp, Loeb Classical Library.

Â
Adams, J. N. (1982): The Latin Sexual Vocabulary, Londres.
Alexiou, M. (1974): The Ritual Lament in Greek Tradition, Cambridge U. P.
Alfaro, C. (1993): «Antonia Minor: símbolo de las Clarissimae romanas», As-
parkia, 2, págs. 47-54.
Alföldy, G. (2012): Nueva historia social de Roma, Sevilla, Ediciones de la Uni-
versidad de Sevilla.
Alonso Troncoso, V. (1991): «Crianza y derecho de alimentos: de Homero
a Solón», Anejos de Gerión. Homenaje al Dr. Michel Ponsich, págs. 29-51.
— (2003): «Las primeras bibliotecas en Roma», Revista General de Información
y Documentación, 13, págs. 39-49.
Alonso Troncoso, V. y García Vivas, G. A. (2009): «Octavia contra Cleopa-
tra: imagine della donna e confronto culturale», en H. J. Gehrke y A. Mas-
trocinque (Hgrs.), Roma e l’Oriente nel i sec A. C. (acculturazione o scontro
culturale?). Atti del Convegno Humboldtiano Verona, 19-21 febbraio 2004,
págs. 11-34.

231
Octavia contra Cleopatra

Anderson, R. D. (1979): et al., «Elegiacs by Gallus from Qasr Ibrîm», JRS 69


(1979), págs. 125-155.
Arkenberg, J. S. (1993): «Licinii Murenae, Terentii Varrones and Varrones Mu-
renae. I. A prosopographical study of three Roman families», Historia 42,
págs. 326-351.
— (1993): «Licinii Murenae, Terentii Varrones and Varrones Murenae. II. The
enigma of Varro Murenae», Historia 42 págs. 471-491.
Babcock, C. L. (1965):«The early career of Fulvia», AJP 86, págs. 1-32.
Badian, E. (1991): «M. Lepidus and the Second Triumvirate», Arctos 25, págs.
5-16.
Baker, R. J. (1976): «Propertius, Cleopatra and Actium», Antichton 10, págs.
56-62.
Balsdon, J. P. V. D. (1983): Roman Women: Their history and habits, Nueva
York, 1962, reimp.
Bartmann, E. (1999): Portraits of Livia. Imaging the Imperial Woman in Au-
gustan Rome, Cambridge.
Bauman, R. A. (1992): Women and Politics in Ancient Rome, Londres.
Basso, E. (1974): «Virgines Vestales», AAN 85, págs. 161-249.
Beard, M. (1980): «The sexual status of Vestal Virgins», JRS 70, págs. 12-27.
Becher, I. (1966): Das Bild der Kleopatra in der griechischen und lateinischen
Literatur, Berlín.
— (1976): «Augustus und Dionysos – ein Feindverhältnis?», Zeitschrift für
ägyptische Sprache und Altertumskunde, 103, págs. 88-101.
Bengtson, H. (1974): «Zum Partherfeldzug des Antonius», Sitzunb. der Deuts-
chen Akademie der Wissenschaften zu Berlin, 1.
Benario, H. W., (1983): «The Carmen de Bello Actiaco and Early Imperial
Epic», ANRW II 30. 3, Berlin/New York, págs. 1656-1662.
Bernareggi, E., (1973): «La monetazione in argento di Marco Antonio», Nu-
mismatica e Antiquità classiche, págs. 63-105.
Bicknell, P. J. (1977): «Caesar, Antony, Cleopatra and Cyprus», Latomus 36,
págs. 325-342.
Bois Du, P. (1973): «The farmako/j of Vergil. Dido as a scapegoat», Vergilius
22, págs. 14-23.

232
Bibliografía

Bosworth, A. B. (1972): «Asinius Pollio and Augustus», Historia 21, págs. 441-
473.
Bowersock, G. W. (1965): Augustus and the Greek World, Oxford U. P.
— (1983): Roman Arabia, Harvard U. P.
— (2013): The Throne of Adulis. Red Sea Wars on the Eve of Islam, Oxford U.P.
Bradford, E. (1995): Cleopatra, Barcelona.
Brandt, H. (1995): «Marcellus “sucessioni praeparatus”? Augustus, Marcellus
und die Jahre 29-23 v. Chr.», Chiron 25, págs. 1-17.
Braund, D. C. (1984): Rome and the Friendly King. The Character of Client
Kingship. Londres.
— (1986): «To chain the king», Pegasus 29, págs. 1-5.
Bravo, G. (1989): Poder político y desarrollo social en la Roma Antigua, Madrid.
Brenk, F. E. (1992):«Plutarch’s Life “Markos Antonios”: A Literary and Cultu-
ral Study», ANRW II, 33. 6, págs. 4347-4469.
Broughton, T. R. S. (1985): «Cleopatra and the Treasure of the Ptolemies»,
AJPh 106, págs. 115-116.
Bruhl, A. (1953): Liber Pater. Origine et Expansion du culte dionysiaque a
Rome dans le monde romain, París.
Brunt, P. A. (1966): «The Roman Mob», Past and Present 35, págs. 3-27.
— (1971): Italian Manpower, Oxford U. P.
Cantarella, E. (1991): La calamidad ambigua, Madrid.
Carcopino, J. (1937):«César et Cléopâtre», Annales de l’Ecole des Hautes Étu-
des du Gand 1, págs. 35-77.
Carlton, W. (1972-1973): «Ancient Warships 700-31 BC, IV: Conclusion»,
Journal of the Society of Ancient Numismatics 4, págs. 23-24.
Casson, L. (1971): Ships and seamanship in the Ancient World, Princeton U. P.
Castillo, A. (1974): del, «Problemas en torno a la fecha de la legislación matri-
monial de Augusto», Hispania Antiqua 4, págs. 179-189.
— (1974): «El papel económico de las mujeres en el Alto Imperio Romano»,
Revista Internacional de Sociología 32, 9-10, págs. 59-76.
— (1975): La mujer romana y sus intentos de emancipación durante el siglo i d. C.,
Granada.
— (1976): La emancipación de la mujer romana en el siglo i d. C., Granada.

233
Octavia contra Cleopatra

— (1979): «Apuntes sobre la situación de la mujer en la Roma imperial», Lato-


mus 38, págs. 173-187.
— (1986): «El sistema legislativo como elemento fundamental para el desarrollo
femenino en el mundo romano», en E. Garrido (ed.), La mujer en el mundo
antiguo, Madrid., págs. 183-193.
Christ, K. (1993): «Die Frauen der Triunvirn», en A. Gara e D. Foraboschi
(eds.), Il Triunvirato constituente alla fine della republica romana. Scritti in
onore di Mazio Attilio Levi, Como, págs. 135-153.
Ciccotti, E. (1985): Donne e política negli ultimi anni della Repubblica roma-
na, con una nota de lectura de Eva Cantarella, Nápoles, reimp.
Clark, G. (1996): «Roman Women», en I. MacAuslan, P. Walcot (eds.), Women
in Antiquity, Oxford.
Crawford, O. C. (1941):«Laudatio Funebris», CJ 37, págs. 17-27.
Crook, J. A. (1957) «A legal point about Mark Antony’s will», JRS 47, págs.
36-38.
— (1989): «A negative point about Mark Antony’s will», L’Antiquité Classique
58, págs. 220-223.
Daly, L. J. (1984): «Augustus and the murder of Varro Murena (cos. 23 B. C.).
His implications and its implications», Klio 66, págs. 157-169.
Degrassi, A. (1963-65): Inscriptiones Latinae liberae rei publicae, Florencia.
Delgado Delgado J. A. (2008) «Flaminica-Regina-Vestalis. Sacerdocios feme-
ninos de la Roma Antigua», en Serrano-Niza, Lola y Hernández Pérez, M.ª
Beatriz (eds.), Mujeres y religiones. Tensiones y equilibrios de una relación
histórica, Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Idea, págs. 85-105.
Delia, D. (1991): «Fulvia reconsidered», en S. Pomeroy (ed.), Women’s History
and Ancient History, North Carolina U. P., págs. 197-217.
Delorme, J. (1975) Le Monde hellenistique, 323-133 avant J.-C.: événements et
institutions, París.
Detienne, M. (1977): Dionysos. Mis a Mort, Paris.
— (1983): Los jardines de Adonis, Madrid, Akal.
Deubner, L. (1966): Attiche Feste, Hildesheim.
D’ors, A. (1979): «Cleopatra ¿«uxor», de Marco Antonio?», Anuario de Histo-
ria del Derecho Español 49, págs. 639-642.

234
Bibliografía

— (1981): Derecho privado romano, 4.ª ed., Pamplona.


Fadinger, V. (1969): Die Begründung des Prinzipats, Berlín.
Fau, G. (1978): L’emancipation feminine à Rome, París.
Finley, M. I. (1986): El nacimiento de la política, Barcelona.
— (1989): (ed.), El legado de Grecia. Una nueva exploración, Barcelona.
Fischer, R. A. (1999): Fulvia und Octavia. Die beide Ehefrauen des Marcus
Antonius in den politischen Kämpfen der Umbruchzeit zwischen Republik
und Prinzipat, Berlín.
Fletcher, J. (2008): Cleopatra the Great. The woman behind the legend, Londres.
Flory, M. B. (1993): «Livia and the History of Public Honorific Statues for
Women in Rome», Transactions of the American Philological Association
123, págs. 287-308.
Fraser, P. M. (1972): Ptolemaic Alexandria, II volúmenes., Oxford U. P.
Gabba, E. (1956): Apiano e la storia delle guerre civili, Florencia.
— (1967): Appiani bellorum civilium liber primus, Florencia.
— (1970): Appiani bellorum civilium liber quintus, Florencia.
— (1977): «Sesto Pompeo a Nauloco», Rivista di Cultura Classica e Medioevale
19, págs. 389-392.
Galinsky, K. (2012): Augustus: Introduction to the Life of an Emperor, Cam-
bridge U. P.
García Garrido, M. (1958): Ius Uxorium. El régimen patrimonial de la mujer
casada en derecho romano, Roma-Madrid.
— (1988): Derecho privado romano, Madrid.
García Vivas, G. A. (1994): «Imago Augusti», Tempus 8, págs. 87-93.
— (2004): «Apiano BC 4, 32: Octavia como exemplum del papel de la mujer en
la propaganda política del Segundo Triunvirato (44-30 a. C.)», Fortunatae
15, págs. 103-112.
— (2006): «Una matrona romana y un escritor conciso: Octavia y Veleyo Patér-
culo (Vell. 2,78,1)», Fortunatae 17, págs. 33-40.
Garuti, I., C. (1958): Rabirius. Bellum Actiacum e Papyro Herculanensi 817,
Bolonia.
Gaudemet, J. (1949): «Le mariage en droit romain. Iustum matrimonium»,
RIDA 2, págs. 309-366.

235
Octavia contra Cleopatra

— (1954): «Originalité et destin du marriage romain», Studi P. Koschaker,


L’Europa e il diritto romano, Milán.
— (1959): «Le statut de la femme dans l’Empire Romain», Recueils de la Société
Jean Bodin 11, págs. 191-222.
Giangrande, G. (1967): «Textkritische Beiträge zu latëinischen Dichtern»,
Hermes 95, págs. 110-121.
Goldsworthy, A. (2011): Antonio y Cleopatra, Madrid.
Gosling, A. (1985): «Augustan Apollo. The conflation of literary tradition and
Augustan propaganda», Pegasus 28, págs. 223-245.
— (1986): «Octavian, Brutus and Apollo. A note», AJPh 107, págs. 586-589.
Gowing, A. (1992): «Lepidus, the Proscriptions and the Laudatio Turiae»,
Historia 41, págs. 283-296.
Grant, M. (1974): Cleopatra, St. Albans.
Gray-Fow, M. J. G. (1988): «A stepfather’s gift L. Marcius Philippus and Octa-
vian», G & R 35, págs. 184-199.
Grifin, J. (1976): «Augustan poetry and the life of luxury», JRS 66, págs. 87-105.
— (1977): «Propertius and Antony», JRS 67, págs. 17-26.
— (1985): Latin Poets and Roman Life, Londres.
Grimal, P. (1982): Diccionario de mitología griega y romana, Barcelona.
— (1988): L’amour a Rome, París.
Grueber, H. A. (1970): Coins of the Roman Republic in the British Museum,
II, Londres.
Grzybek, E. (1978): «Pharao Caesar in einer demotischen Grabiunschrifte ans
Memphis», MH 35, págs. 149-158.
Guarino, A. (1975): «Genesi e ragion d’essere del patriziato», Labeo 21/3, págs.
343-353.
Gurval, R. A. (1995): Actium and Augustus. The politics and emotion of civil
war, Ann Arbor.
Guizzi, F. (1968): Aspetti giurodici del sacerdocio romano. II sacerdocio di Vesta,
Nápoles.
Habicht, Ch. (1995): Athen. Die Geschichte der Stadt in hellenisticher Zeit,
Munich.
Hadas Lebel, M. (1930): Sextus Pompey, Nueva York.

236
Bibliografía

Hahn, I. (1982): «Appian und seine Quellen», Romanitas-Christianitas. Unter-


suchungen zur Geschichte und Literatur der Römischen Kaiserzeit, Berlín.
Hall, J. F. L. (1986): «L. Marcius Philippus and the rise of Octavian Caesar»,
Augustan Age 5 (1986), págs. 37-43.
Hallet, J. P. (1984): Fathers and Daughters in Roman Society. Women and the
Elite Family. Princeton U. P.
Hayne, L. (1971): «Lepidus’ Role after the Ides of March», A Class 17, págs.
109-117.
— (1974): «The Defeat of Lepidus in 36 B. C.», A Class 17, págs. 59-65.
Heinen, H. (1989): «Onomastiches zu Eiras, Kammerzofe Kleopatras VII»,
ZPE 79, págs. 243-247.
Hermann, Cl. (1964): Le rôle judiciaire et politique des femmens sous la Répu-
blique romaine, Bruselas.
Hemelrijk, E. A. (2004): Matrona Docta: Educated Women in the Roman Elite
from Cornelia to Julia Domna, Londres.
Hinard, F. (1985): Les proscriptions de la Rome républicaine, Rome.
Hohl, E. (1985): «Primum facinus novi principatus», Hermes 70, págs. 350-355.
Hughes-Hallet, L. (1991): Cleopatra: Histories, Dreams and Distortions,
Londres.
Huzar, E. G. (1978): Mark Antony: a Biography, Minneapolis.
— (1988): «Augustus heir of the Ptolemies», ANRW II, 10. 1, págs. 343-382.
Johnson, J. R. (1978): «The authenticity and validity of Antony’s will»,
L’Antiquite Classique 47, págs. 494-503.
Jones, A. H. M. (1974): Augusto, Eudeba, Buenos Aires.
Jones, C. P. (2011): «Cleopatra VII in Teos?», Chiron 41, págs. 41-53.
Kerényi, K. (1996): Dyonisos: archetypal images of indestructible life, Prince-
ton, (traducción española: Dionisios. Raíz de la vida indestructible. Herder,
Barcelona, 1998).
Kleiner, D. E. E. (1992): «Politics and Gender in the pictorial propaganda of
Antony and Octavian», Echos du Monde Classique 36, págs. 357-368.
Kokkinos, N. (1992): Antonia Augusta. Portrait of a great Roman Lady, Londres.
Kornemann, E. (1896): «Die historische Schriftstellerei des C. Asinius Pollio
usw», Jahrbücher f. cl. Philologie, Supp. Band, 22, II Heft, págs. 555-692.

237
Octavia contra Cleopatra

Kraft, K. (1967): «Zu Sueton, Divus Augustus 69. 2», Hermes, págs. 496-499.
Kromayer, J. (1899): «Kleine Forschungen zur Geschichte des zweiten Trium-
virats VII», Hermes 34, págs. 1-54.
Lane, E. N. (1996): (ed.), Cybele, Attis and Related Cults: Essays in memory of
M. J. Vermaseren. Religion in the Graeco-Roman World, Leiden.
Lattimore, R. (1942): Themes in Greek and Latin Epitaphs, Illinois U. P.
Lauter, H. (1980-81): «Porticus Metelli-Porticus Octaviae. Die baulichen
Reste», BCAR 87, págs. 37-46.
— (1980-81): «Ein frühaugusteiches Emblem in den Porticus Octaviae», BCAR
87, págs. 47-55.
Le Corsu, F. (1981): Plutarque et les femmes dans les Vies Parallèles, Les Belles
Letres, París.
Le Glay, M. (1990): Grandeur et déclin de la République, París.
Levi, M. A. (1933): Ottaviano Capoparte, II, Florencia.
Lewis, J. D. (1970): «Primum facinus novi principatus?», Auckland Classical
Essays presented to E. M. Blaiklock, Auckland, págs. 165-184.
Ludwig, E. (1937): Cleopatra: the story of a queen, Londres.
Lintott, A. (1999):Violence in Republican Rome, Oxford.
Magie, D. (1950): Roman Rule in Asia Minor, Princeton U. P.
Magnino, D. (1984): Appiani bellorum civilium liber tertius, Florencia.
Manning, J. G. (2009), The last pharaohs. Egypt under the Ptolemies, 305-
30 B. C., Princeton University Press.
Mannsperger, D. (1973): «Apollon gegen Dionysos. Numismatiche Beiträge zu
Octavians Rolle als Vindex Libertatis», Gymmnasium 80, págs. 381-404.
Marasco, G. (1987): Aspetti della politica di Marco Antonio in Oriente,
Florencia.
— (1992): «Marco Antonio «nuovo Dionisio», e il De sua ebrietate», Latomus
51, págs. 538-548.
— (1995): «Cleopatra e gli esperimenti su cavie humane», Historia 44, págs. 317-325.
Martin, P. M. (1972): «Héraklès en Italie d’après Deny d’Halicarnase: (A. R.
1,34,44)», Athenaeum 50, págs. 252-275.
Mette, H. J. (1973):«Vergil, Bucol. 4. Ein Beispiel “generischer”, Interpreta-
tion», RhM 116, págs. 71-78.

238
Bibliografía

Millán Méndez, A. (1976): «Sacramentm militia. Características del juramento


prestado a Octavio en el año 32», Hispania Antiqua 6, págs. 27-42.
Millar, F. (1973): «Triumvirate and Principate», JRS 63, págs. 50-67.
— (1964): A study of Cassius Dio, Oxford.
Minguez álvaro, M.ª T. y Ugarte Orue, I. (1995): «Una experiencia didác-
tica en un aula de cultura clásica. Mujer y religión en Roma: Las vírgenes
vestales», Estudios Clásicos 107, págs. 125-138.
Moles, J. (1992): «Plutarch, Vit. Ant. 31. 3 and Suetonius, Aug. 69. 2», Hermes
120, págs. 245-247.
Montero, M. (1986): «La mujer en Roma», en E. Garrido, (ed.), La mujer en el
mundo antiguo, Madrid, págs. 195-204.
Murray, W. M. y Petsas, M. (1988): «The spoils of Actium», Archaeology 41,
5, págs. 28-35.
Nethercut, W. R. (1971): «Propertius II, 15, 41-48. Antony et Actium», Rivis-
ta di Studi Classici 19, págs. 299-301.
— (1971): «Propertius 3. 11», Transactions and Proceedings of the American Phi-
lological Association 102, págs. 411-443.
— (1971-72): «The imagery of the Aeneid», CJ 67, págs. 123-143.
Norden, E. (1924): Die Geburt des Kindes. Geschichte einer Religiösen Idee,
Leipzig, Berlín.
Núñez Paz, M.ª I. (1988): Consentimiento matrimonial y divorcio en Roma,
Salamanca.
Ooteghem Van, J. (1961): Lucius Marcius Philippus et sa famille, Bruselas.
Orestano, R (1951): La struttura giuridica del matrimonio dal diritto classico al
diritto giustiniano, Milán.
Otto, W., Dyonisos (1933): Mythos und Kultur, Frankfort, (traducción espa-
ñola: Dionisio: mito y culto, Siruela, Madrid, 1977).
Pani, M. (1975): «Troia resurgens. Mito troiano e ideología del principato», An-
nali della Facoltà de Letere e Filosofia [Bari] 18, págs. 65-85.
Paschalis, M. (1987): «Virgil’s Actium-Nicopolis», Nicopolis I, Proceedings of
the 1stinternational Symposium on Nicopolis, Preveza, págs. 57-69.
Pelling, C. B. R. (1979): «Plutarch’s method of work in the Roman Lives», JHS
99, págs. 74-96.

239
Octavia contra Cleopatra

— (1988): (ed.), Plutarch, Life of Antony, Cambridge U. P.


— (1996): «The triumviral period» en A. K. Bowman, E. Champlin y A. Lintott
(eds.), The Cambridge Ancient History. Vol. 10: The Augustan Empire, 43
BC-AD 69, 2.ª ed, págs. 1-69.
Pestman, P. W. (1961): Marriage and Matrimonial Property in Ancient Egypt,
E. J. Brill, Leiden.
Pickard Cambridge, E. W. (1968): The Dramatic Festivals of Athens, Oxford.
Poliakoff, M. B. (1989):«ph/loma and kh/rwma: Refinement of the Greco-
Romano Gymnasium», ZPE 79, págs. 289-291.
Pomeroy, S. (1984): Women in Hellenistic Egypt: from Alexander to Cleopatra,
Nueva York.
Pöschl, V. (1981): «Vergil und Augustus», ANRW II, 31. 2, págs. 307-327.
Prowse, K. R. (1967): «The Vestal Circle», G & R 14, págs. 174-187.
Rabello, A. M. (1979): Effetti personali de la «patria potestas», Milán.
Ramsey, J. (2008): «At what hour did the murderes of Julius Caesar gather on
the Ides of March 44 B. C.?», en S Heilen et al., (eds.), In Pursuit of Wis-
senschaft: Festschrift für William M. Calder III zum 75. Geburtstag, Olms,
págs. 351-363.
Reynolds, J. (1982): Aphrodisias and Rome, Londres.
Rice, E. E. (1983): The Grand Procession of Ptolemy Philadelphus, Oxford.
Rice-Holmes, T. (1928): The Architect of the Roman Empire I, Oxford U. P.
Richardson, L. (1976): «The evolution of the Porticus Octaviae», AJA 80,
págs. 57-64.
Robleda, O. (1970): El matrimonio en derecho romano, Roma.
Rocca La, E. (1987-88): «Pompeo Magno “novus Neptunus”», Bull. Comm.
Arch. Com. Roma, págs. 265-292.
Roddaz, J. M. (1988): «Lucius Antonius», Historia 37, págs. 317-346.
Roldán, J. M. (1981): La República Romana, Madrid.
Romilly, J. de (1979): La douceur dans le penseé grecque, París.
Rostovtzeff, M. (1926): Social and Economic History of the Roman Empire,
Oxford U. P.
Rudd, N. (1966): The Satires of Horace, Cambridge U. P.
Russo, C. F. (1962): Aristofane, autore di teatro, Florencia.

240
Bibliografía

Samson, J. (1990): Nefertiti and Cleopatra: Queen-Monarchs of Ancient Egypt,


Nueva York.
Samuel, A. E. (1971): «The joint regency of Cleopatra and Caesarion», Etudes
de Papyrologie 9, págs. 73-79.
Saquete, J. C. (2000): Las vírgenes vestales. Un sacerdocio femenino en la religión
pública romana, Madrid, Anejos de Archivo Español de Arqueología XXI.
Sarikakis, Th. (1970): «Proswpografi/a th=j A
) kti/aj Nikopo/lewj»,
A ) fhmeri/j, págs. 66-85.
) rxaiologikh/ E
Scardigli, B. (1982):«La sacrosanctitas tribunicia di Ottavia e Livia», AFLS 3,
págs. 61-64.
Schiff, S. (2011): Cleopatra, Barcelona.
Schilling, R. (1961): «Vestales et vierges chretiennes dans le Rome Antique»,
Revue de Sciences Religieuses 25, págs. 113-129.
Schor, B. (1978): Beiträge zur Geschichte des Sextus Pompeius, Stuttgart.
Schuller, W. (2008): Cleopatra. Una reina en tres culturas, Madrid.
Scott, K. (1929): «Octavian’s Propaganda and Antony’s De Sua Ebrietate», CP
24, págs. 133-141.
— (1933): «The political propaganda of 44-30 B. C.», MAAR 11, págs. 7-49.
Senatore, F. (1991): «Sesto Pompeo tra Antonio e Ottaviano nella tradizione
storiografica antica», Athenaeum 69, págs. 103-139.
Severy, B. (2003): Augustus and the Family at the Birth of the Roman Empire,
Nueva York/Londres.
Singer, M. W. (1947): «Octavia’s Mediation at Tarentum», Classical Journal 43,
págs. 172-177.
Sirianni, F. A. (1984): «Was Antony’s will partially forged?», L’Antiquité Clas-
sique 53, págs. 236-241.
Solana Dueso, J. (1994): Aspasia de Mileto. Testimonios y Discursos. Barcelona.
Sordi, M., (1985): La Guerra di Perugia e la fonte del 1. V dei Bella Civilia di
Appiano», Latomus 44, págs. 301-316.
Staffieri, G. M. (1974): «La discendenza di Marco Antonio nei regni clienti
medio orientali nord africani», NAC, págs. 85-101.
Stone, C. S. (1983): «Sextus Pompey, Octavian and Sicily», AJA 87, págs. 11-22.
Strasburger, H. (1983):«Vergil und Augustus», Gymnasium 90, págs. 41-76.

241
Octavia contra Cleopatra

Syme, R. (1974), «The Crisis of 2 B. C.», Bayerische Akademie der Wissenschaf-


ten. Philosophisch - Historische Klasse Sitz. Jahrgang 7, págs. 3-34.
— (1978): «Mendacity in Velleius», American Journal of Philology 99, págs. 45-63.
— (1986): The Augustan Aristocracy, Oxford U. P.
— (1989): La revolución romana, Taurus, Madrid.
Tarn, W. W. (1932): «Alexander Helios and the Golden Age», JRS 22, págs. 135-
160.
Thür, H. (1990): «Arsinoe IV, eine Schwester Kleopatras VII, Grabinhaberin
des Oktogons von Ephesos?: ein Vorschlag», Jahreshefte des Österreichen
Archäologischen Instituts 60, Haupt.-Bl. págs. 43-56.
Tyldesley, J. (2008): Cleopatra, Barcelona.
Treggiari, S. (1969): Roman Freedmen during the Late Republic, Oxford U. P.
Veblen, Th. (1974): La teoría de la clase ociosa, México.
Versnel, H. (1970): Triumphus, Leiden.
Viscogliosi, A. (1999): «Porticus Metelli», en E. M. Steinby (ed.), Lexicon To-
pographicum Urbis Romae, IV, Roma, págs. 130-132.
— (1999): «Porticus Octaviae», en E. M. Steinby (ed.), Lexicon Topographicum
Urbis Romae, IV, Roma, págs. 141-145.
Voci, P. (1980 [1984]): «Storia della patria potestas da Augusto a Diocleziano»,
Iura 31, págs. 37-100.
Volterra, E. (1940): La conception du mariage d’après les juristes romains,
Padua.
— (1964): Voz «Matrimonio», (dir. Rom.), Novissimo Digesto Italiano, 10, Tu-
rín, págs. 30s.
— (1968): «La conventio in manum e il matrimonio romano», RISG 95, págs.
205s.
— (1978): «Ancora sul matrimonio di Antonio con Cleopatra», Festschrift W.
Flume, págs. 205-212.
— (1980): «Ancora sulla struttura del matrimonio classico», Festschr. U. von
Lübtow, Berlin, págs. 147-153.
Wallmann, P. (1974): «Untersuchungen zu militärischen Problemen des Peru-
sinischen Krieges», Talanta, págs. 58-91.

242
Bibliografía

Watkins, O. D. (1985): «Horace, Odes 2. 10 and Licinius Murena», Historia 34,


págs. 125-127.
Weigel, R. D. (1974): «Lepidus reconsidered», A Class 17, págs. 67-73.
— (1985): «Augustus’ Relations with the Aemilii Lepidi. Persecution and Patro-
nage», RhM 128, págs. 180-191.
— (1992): Lepidus, the tarnished triumvir, Routledge, Londres.
Welch, K. E. (1995): «Antony, Fulvia and the Ghost of Clodius in 47 B. C.»,
G & R 42, págs. 182-201.
Whitehorne, J. (2001): Cleopatra, London, reimp.
Wiedemann, T. (1986): «The Fetiales. A reconsideration», CQ 36, págs. 478-
490.
Will, E. (1982): Histoire politique du monde helenistique (323-30 av. J. C.), II,
2.ª ed., Nancy.
Winkes, R. (1995): Livia, Octavia, Julia. Portrats und Darstellungen, Providen-
ce and Lovaina, La Neuve.
Winterbottom, M. (1976): «Virgil and the confiscations», G & R 23, págs. 55-59.
Witt, R. E. (1971): Isis in the Graeco-Roman World, Ithaca, Nueva York.
Yourcenar (1990): El tiempo, gran escultor, Barcelona.
Zannini, P. (1976): Studi sulla tutela muliere, Turín.
Zanker, P. (1992): Augusto y el poder de las imágenes, Madrid.
Zecchini, G. (1987): «Il Carmen de Bello Actiaco. Storiografia e lotta politica in
età augustea», Historia Einzelschr 51, Stuttgart.

243
Índice onomástico
(Elaborado por Ronda Vázquez Martí)

A
A. Alieno............................ Véase Alieno 58, 60, 61, 63, 64, 65, 72, 75, 77, 78, 79,
A. Gabinio.......................Véase Gabinio 80, 81, 83, 85, 86, 87, 88, 90, 109, 110,
A. Hircio............................ Véase Hircio 111, 113, 114, 117, 126, 127, 128, 129,
A. Terencio Varrón Murena.........Véase 130, 131, 132, 136, 138, 139, 140, 141,
Varrón Murena 142, 147, 214
Afrodita...................... 121, 122, 123, 124 Apolo..................................69, 74, 98, 99
Agripa......................................45, 82, 105 Areio....................................................198
Ahenobarbo (hijo), Cn. Domicio Ahe- Aristófanes............................................60
nobarbo...... 63, 90, 165, 171, 174, 185 Arquelao.............................................143
Ahenobarbo (padre), L. Domicio Ahe- Arsínoe............... 128, 129, 130, 131, 132
nobarbo.................... 62, 63, 72, 84, 91 Artavasdes.... 96, 150, 157, 159, 161, 166
Alejandro........ Véase Alejandro Magno Ártemis................................................129
Alejandro Helios........ 62, 145, 157, 159, Asinio Polión..................... Véase Polión
161, 163, 164, 198 Aspasia de Mileto...............................126
Alejandro Magno...... 123, 135, 164, 181 Atenea...................................................78
Alieno..........................................113, 128 Atia......................... 24, 25, 29, 34, 37, 58
Amintas.......................................143, 185 Augusto............................Véase Octavio
Amulio..................................................30
Ancaria..................................................58 B
Andrómaca.........................................194 Bíbulo..................................................161
Anfítrite................................................97 Bruto....... 45, 53, 90, 110, 111, 118, 129,
Antilo........... 84, 102, 190, 192, 198, 226 202, 216
Antonia la mayor....62, 63, 66, 72, 81, 84, 91
Antonia la menor.....................63, 81, 84 C
Antonio............... Véase Marco Antonio C. Asinio Polión............... Véase Polión
Apiano................... 12, 24, 25, 28, 29, 34, C. Calvisio Sabino...........Véase Calvisio
37, 38, 39, 40, 41, 42, 46, 47, 48, 49, 56, Sabino

245
Octavia contra Cleopatra

C. Casio...............................Véase Casio Cesarión........................ 9, 111, 113, 114,


C. Casio Longino................Véase Casio 115, 116, 117, 163, 166, 167, 168, 169,
C. Cilnio Mecenas.......... Véase Mecenas 190, 192, 196, 198, 221, 226
C. Claudio Marcelo........Véase Claudio Chilonis.................................................83
Marcelo (Cayo Claudio Marcelo) Cibeles.................................................156
C. Cornelio Galo.... Véase Cornelio Galo Cicerón............... 23, 24, 29, 40, 111, 114
C. Fonteyo Capitón....... Véase Fonteyo Cilnio Mecenas............... Véase Mecenas
Capitón Circe....................................................149
C. Marcelo........Véase Claudio Marcelo Claudia............................... Véase Clodia
(Cayo Claudio Marcelo) Claudio..................................................63
C. Octavio............ Véase Cayo Octavio Claudio Marcelo (Cayo Claudio Mar-
C. Opio.................................Véase Opio celo)....24, 25, 26, 28, 49, 50, 58, 62, 66
C. Proculeyo................ Véase Proculeyo Claudio Marcelo (Marco Claudio Mar-
C. Sosio.................................Véase Sosio celo)......... 43, 44, 45, 55, 62, 105, 108,
C. Trebonio...................Véase Trebonio 142, 212, 213
C. Vibio Pansa Cetroniano...........Véase Claudio Nerón.....................................98
Vibio Pansa Cleopatra.................... 11, 12, 15, 16, 17,
Calígula...............................................227 18, 19, 54, 60, 61, 65, 67, 73, 74, 75,
Calipso..................................................94 77, 85, 91, 92, 93, 94, 95, 96, 97, 99,
Calvisio Sabino...........................178, 179 106, 107, 108, 109, 110, 111, 112, 113,
Camila.................................................103 114, 115, 116, 117, 118, 119, 120, 121,
Canidio..................Véase Canidio Craso 122, 123, 124, 125, 127, 128, 129, 131,
Canidio Craso....151, 169, 171, 172, 187 132, 134, 135, 136, 137, 141, 142, 143,
Caracalla..............................................164 144, 145, 146, 147, 148, 149, 151, 152,
Carmion..... 191, 194, 202, 206, 207, 225 153, 154, 155, 158, 159, 160, 161, 163,
Casio...... 45, 90, 109, 110, 111, 113, 118, 164, 165, 166, 167, 168, 170, 171, 172,
119, 129, 216 173, 174, 176, 177, 178, 179, 180, 181,
Cayo César...........................................44 185, 186, 187, 188, 189, 190, 191, 192,
Cayo Furnio.......................................180 193, 194, 195, 196, 197, 198, 199, 200,
Cayo Octavio...........................24, 25, 58 201, 202, 203, 204, 205, 206, 207, 208,
Cecilio Metelo....................................105 209, 216, 218, 220, 221, 223, 224, 225,
Celio Rufo..........................................114 226, 227
César Augusto.................Véase Octavio Cleopatra III.......................................165

246
Índice onomástico

Cleopatra Selene.................145, 163, 198 155, 156, 158, 159, 172


Clodia..............................................57, 67 Dioniso-Osiris...........................124, 146
Clodio Pulcro.................................57, 67 Dipilo..................................................190
Cn. Domicio............ Véase Ahenobarbo Dolabela.... 109, 110, 111, 113, 114, 119,
(hijo), Cn. Domicio Ahenobarbo 128
Cn. Domicio Ahenobarbo............Véase Domicia Lépida....................................63
Ahenobarbo (hijo), Cn. Domicio Domicio........Véase Ahenobarbo (hijo),
Ahenobarbo Cn. Domicio Ahenobarbo
Cneo Pompeyo............ Véase Pompeyo  Doride...................................................97
Cneo Pompeyo Magno.................Véase Drusila................................... Véase Livia
Pompeyo  Druso César..........................................63
Cornelia............. 102, 103, 120, 188, 202 Druso (hijo de Antonia la menor)......63
Cornelio Galo............................193, 197 Druso (hijo de Livia).........................108
Craso.....................................................57
Ctesias.................................................164 E
Cupido................................................124 Eliano..................................................191
Emilio Paulo.........................................40
D Eneas.............................................94, 150
Delio..... 92, 118, 119, 127, 148, 157, 185 Eros.....................................................124
Demetrio.............................................123 Escipión Africano..............................102
Deyanira................................................83 Escipión Emiliano..............................103
Dido................................ 94, 95, 150, 195 Escribonia.................. 64, 65, 79, 98, 139
Dión............................Véase Dión Casio Esquilo................................................203
Dión Casio...... 12, 38, 41, 42, 60, 61, 64, Estrabón......................................129, 205
66, 69, 72, 78, 79, 80, 81, 84, 90, 91, 96, Eumenes II..........................................179
98, 105, 113, 114, 125, 130, 131, 132,
136, 140, 141, 142, 143, 147, 150, 151, F
152, 153, 154, 157, 159, 163, 165, 166, Filipo...................... Véase Marcio Filipo
167, 168, 170, 173, 175, 176, 177, 178, Filopemen.................................38, 41, 42
179, 180, 181, 182, 185, 186, 187, 189, Filóstrato.....................................126, 136
190, 192, 197, 198, 199, 200, 201, 205, Flaminino..............................................78
207, 208, 209 Flavio Josefo.......................................189
Dioniso.... 69, 75, 78, 121, 122, 124, 132, Floro....................................200, 207, 208

247
Octavia contra Cleopatra

Fonteyo Capitón..................................81 J
Fraates.................................................149 Julia (esposa de Pompeyo)................139
Franipates..............................................72 Julia (hija de Octavio).......43, 46, 50, 52,
Fufio Caleno.........................................57 84, 213
Fulvia..... 55, 57, 58, 61, 67, 84, 101, 102, Julia (madre de Antonio).... 49, 56, 64, 65
213, 217 Julio César.........................18, 23, 24, 26,
Fulvia (madre de Julia)........................49 27, 33, 34, 39, 40, 44, 45, 49, 50, 54,
57, 63, 64, 67, 68, 69, 78, 83, 90, 91, 92,
G 98, 99, 102, 109, 110, 111, 112, 113,
Gabinio...............................................128 114, 115, 116, 117, 120, 125, 127, 128,
Galeno.................................................191 129, 149, 154, 163, 166, 169, 172, 173,
Gelio Publícola...................................187 174, 180, 186, 188, 198, 199, 204, 216,
Germánico............................................63 219, 221
Glafira.................................127, 128, 167 Julo Antonio.................................84, 102
Glauco.................................................175 Junia.......................................................53
Junio Silano.........................................185
H Júpiter............................................33, 160
Héctor.................................................194
Heleno...................................................68 L
Hera...............................................97, 119 L. Calpurnio Bíbulo......... Véase Bíbulo
Hércules..................................69, 95, 122 L. César.................................................49
Herodes...............................144, 153, 200 L. Coceyo Nerva ............... Véase Nerva
Hircio....................................................24 L. Domicio Ahenobarbo ............... Véa-
Homero...............................................119 se Ahenobarbo (padre), L. Domicio
Horacio.... 80, 81, 82, 137, 201, 203, 207, Ahenobarbo
208, 225 L. Emilio Paulo...... Véase Emilio Paulo
Hortensia....................................214, 215 L. Escribonio Libón.......... Véase Libón
Hortensio Hortalo.............................214 L. Estayo Murco................................109
L. Julio César........................................40
I L. Marcio Censorino....... Véase Marcio
Iotape...........................................157, 163 Censorino
Iras...................... 191, 194, 202, 206, 207 L. Marcio Filipo.... Véase Marcio Filipo
Isis............... 124, 146, 164, 165, 172, 206 L. Munacio Planco............ Véase Planco

248
Índice onomástico

L. Pinario Escarpo........... Véase Pinario M. Primo............................. Véase Primo


Escarpo M. Ticio.................................Véase Ticio
L. Valerio.......................... Véase Valerio M. Tulio Cicerón............Véase Cicerón
L. Vario Rufo............ Véase Vario Rufo M. Valerio Mesala Corvino...........Véase
Labieno.................................................72 Mesala Corvino
Lépido.11, 39, 40, 46, 53, 57, 66, 151, 219 Marcelo.... Véase C. Claudio Marcelo y
Leucofriene.........................................129 M. Claudio Marcelo
Libón.............................................64, 139 Marcio Censorino................................71
Livia....... 80, 98, 100, 101, 167, 199, 201, Marcio Crispo....................................109
213, 214, 219 Marcio Filipo..................................24, 25
Livia Drusila......................... Véase Livia Marco Antonio............11, 16, 17, 18, 19,
Livila......................................................63 23, 24, 25, 33, 39, 40, 45, 46, 47, 49, 53,
Livio............................. Véase Tito Livio 55, 56, 57, 58, 60, 61, 62, 63, 64, 65, 66,
Livio Druso..........................................98 67, 68, 69, 71, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 78,
Livio Druso Claudiano.......................98 79, 80, 81, 83, 84, 85, 86, 87, 89, 90, 91,
Lucano................................................125 92, 93, 94, 95, 96, 97, 99, 100, 101, 102,
Lucio.............................................55, 217 106, 107, 108, 109, 112, 113, 114, 116,
Lucio Antonio.....................Véase Lucio 117, 118, 119, 120, 121, 122, 123, 124,
Lucio César...........................................44 125, 127, 128, 129, 130, 131, 132, 133,
Lucio Vero............................ Véase Vero 134, 135, 136, 137, 138, 139, 140, 141,
142, 143, 144, 145, 146, 147, 149, 150,
M 151, 152, 153, 154, 155, 156, 157, 158,
M. Agripa...........................Véase Agripa 159, 160, 161, 162, 163, 164, 165, 166,
M. Antonio Antilo.............Véase Antilo 167, 168, 169, 170, 171, 172, 173, 174,
M. Celio Rufo............Véase Celio Rufo 175, 176, 177, 178, 179, 180, 181, 182,
M. Claudio Marcelo........Véase Claudio 185, 186, 187, 188, 189, 190, 191, 192,
Marcelo (Marco Claudio Marcelo)  193, 194, 195, 196, 197, 198, 199, 200,
M. Emilio Lépido............. Véase Lépido 201, 202, 203, 208, 216, 217, 218, 219,
M. Junio Bruto....................Véase Bruto 220, 221, 222, 223, 224, 225, 226, 227
M. Junio Silano.........Véase Junio Silano Marco Apuleyo....................................58
M. Livio Druso........Véase Livio Druso Mecenas................ 64, 65, 80, 81, 82, 219
M. Livio Druso Claudiano............. Véase Medea..................................................149
Livio Druso Claudiano Menas..........................................138, 142

249
Octavia contra Cleopatra

Menodoro.................... 80, 138, 141, 142 99, 100, 101, 102, 104, 105, 106, 107,
Mesala Corvino..................................119 108, 112, 115, 116, 133, 137, 138, 139,
Milasa..................................................192 140, 141, 142, 143, 144, 148, 151, 154,
Mucia...................................................139 155, 156, 157, 158, 160, 163, 165, 166,
167, 168, 169, 170, 171, 172, 174, 175,
N 176, 177, 178, 179, 180, 181, 182, 185,
Neira....................................................191 186, 187, 189, 191, 192, 193, 195, 196,
Nereidas........................................97, 121 197, 198, 199, 200, 201, 203, 204, 205,
Nereo....................................................97 206, 208, 209, 212, 213, 214, 216, 217,
Nerón................. 63, 84, 90, 91, 133, 227 218, 219, 220, 221, 222, 223, 224, 225,
Nerva...............................................64, 82 226, 227
Nicolás de Damasco..........................136 Odiseo.........................................150, 198
Olimpo........................................194, 207
O Onfale....................................................95
Octavia............ 11, 12, 15, 16, 17, 18, 19, Opio....................................................116
23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 34, 37, 38, 42, Opio Estaciano...................................150
43, 44, 46, 49, 50, 51, 52, 53, 54, 55, 57, Osiris-Dioniso...................................186
58, 60, 61, 62, 65, 66, 67, 71, 72, 73, 74, Otón....................................................133
75, 77, 78, 79, 81, 82, 83, 84, 85, 86, 87, Ovidio...................................................93
88, 89, 90, 91, 92, 93, 94, 96, 97, 98, 99,
100, 101, 102, 103, 104, 105, 106, 107, P
108, 136, 141, 142, 144, 146, 148, 151, P. Canidio Craso..Véase Canidio Craso
152, 155, 160, 167, 173, 176, 199, 212, P. Clodio............... Véase Clodio Pulcro
213, 216, 217, 218, 219, 220, 221, 222, P. Clodio Pulcro.... Véase Clodio Pulcro
223, 224, 226 P. Cornelio Dolabela.... Véase Dolabela
Octavia maior.......................................58 P. Servilio Vatia Isáurico... Véase Servilio
Octaviano.........................Véase Octavio Vatia Isáurico
Octavio.................. 11, 15, 17, 18, 19, 23, P. Ventidio Baso....Véase Ventidio Baso
24, 25, 26, 27, 28, 29, 33, 34, 37, 39, 40, Parásito................................................132
41, 42, 43, 44, 45, 46, 47, 49, 50, 54, 55, Penélope........................................94, 150
56, 57, 58, 60, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 68, Pinario Escarpo..................................193
69, 71, 73, 74, 76, 77, 79, 80, 81, 82, 83, Planco.......... 40, 171, 174, 175, 176, 177,
84, 85, 86, 87, 88, 89, 91, 92, 93, 98, 180, 224

250
Índice onomástico

Platón....................................60, 132, 133 Ptolomeo IV.......................................122


Plauto..................................................190 Ptolomeo XII Auletes......117, 128, 148,
Plutarco........... 12, 30, 31, 40, 43, 44, 49, 165
50, 56, 58, 60, 61, 62, 64, 65, 66, 71, 73, Ptolomeo XIII....................................117
74, 75, 76, 77, 79, 80, 81, 82, 83, 84, 85, Ptolomeo XIV....................111, 114, 129
86, 87, 88, 90, 91, 92, 93, 94, 95, 96, 99,
100, 101, 106, 108, 117, 118, 119, 120, Q
121, 122, 123, 124, 125, 126, 127, 131, Q. Cecilio Metelo....Véase Cecilio Metelo
132, 133, 134, 135, 136, 138, 139, 140, Q. Delio............................... Véase Delio
141, 142, 143, 144, 145, 146, 147, 148, Q. Fufio Caleno..... Véase Fufio Caleno
149, 151, 153, 157, 158, 159, 160, 161, Q. Horacio Flaco........... Véase Horacio
162, 163, 164, 165, 166, 168, 170, 171, Q. Hortensio Hortalo...Véase Hortensio
172, 173, 175, 176, 177, 179, 180, 182, Hortalo
183, 185, 188, 189, 190, 191, 192, 193, Q. Labieno.......................Véase Labieno
194, 195, 196, 197, 198, 199, 200, 201, Q. Marcio Crispo.Véase Marcio Crispo
202, 203, 205, 206, 207, 209, 213
Polemón..............................143, 161, 170 R
Polión..................................64, 72, 90, 92 Rea Silvia...............................................30
Pompeyo..... 56, 64, 68, 78, 98, 112, 120, Rómulo.................................................82
137, 140, 188, 219 Rómulo y Remo...................................30
Pompeyo el Grande..... Véase Pompeyo  Roso.....................................................192
Pompeyo Magno.......... Véase Pompeyo  Rufila...................................................168
Pompeyo (Sexto Pompeyo)..........Véase
Sexto Pompeyo S
Porcia.............................................83, 202 Salvia Titisenia....................................168
Poseidón................................................97 San Agustín.........................................133
Primo.....................................................44 Sarmento...............................................80
Proculeyo....................................195, 197 Selene-Isis...........................................186
Propercio......................................43, 207 Seleuco........................................199, 201
Ptolomeo César............. Véase Cesarión Sempronia...........................................103
Ptolomeo Cesarión....... Véase Cesarión Séneca..................................................106
Ptolomeo Filadelfo.....145, 161, 164, 198 Serapión......................................110, 129
Ptolomeo II.........................................123 Servilia.............................................53, 67

251
Octavia contra Cleopatra

Servilio Vatia Isáurico..........................67 Tucídides.............................................194


Sexto....................Véase Sexto Pompeyo
Sexto Apuleyo (hijo)............................58 U
Sexto Apuleyo (padre).........................58 Ulises.....................................................94
Sexto Pompeyo............43, 56, 57, 64, 65,
68, 71, 79, 80, 84, 86, 98, 137, 138, 139, V
140, 141, 142, 151, 168, 169, 218, 219 Valerio.........................................214, 215
Shakespeare, William........193, 194, 199, Valerio Máximo......................47, 48, 215
201, 208 Vario Rufo............................................80
Sila...................................................33, 78 Varrón Murena...............................44, 80
Sisina....................................................127 Veleyo.............. Véase Veleyo Patérculo
Sócrates de Rodas.................................75 Veleyo Patérculo...............39, 55, 56, 57,
Sofonisba.............................................200 140, 150, 155, 156, 158, 159, 174, 175,
Sosio....................................165, 170, 187 188, 196
Suetonio....30, 39, 41, 42, 43, 58, 99, 114, Ventidio................ Véase Ventidio Baso
116, 146, 205 Ventidio Baso...............................72, 151
Venus...................................................124
T Vero.....................................................133
T. Vinio Filopemen.... Véase Filopemen Vesta............. 29, 30, 31, 32, 33, 177, 224
Tácito.....................................33, 173, 204 Vibio Pansa...........................................24
Tanusia..................................................38 Vipsanio Agripa................Véase Agripa
Tecmessa...............................................83 Virgilio....................... 44, 62, 80, 94, 207
Terentila..............................................168 Volumnia..............................................83
Tértula.................................................168
Tiberio.............................................63, 98 Z
Tiberio Graco.....................................102 Zeus...............................................97, 119
Ticio.... 169, 174, 175, 176, 177, 180, 224
Ti. Claudio Nerón..........Véase Claudio
Nerón
Tito Livio....30, 31, 150, 173, 200, 207, 209
Tito Tacio.............................................82
Tito Vinio.......................................38, 41
Trebonio.............................109, 110, 111

252
Índice de autores citados
(Elaborado por Ronda Vázquez Martí)

A Bradford, E. .............. 115, 117, 118, 155


Adams, J. N. ...................................... 183 Brandt, H. ............................................ 43
Alexiou, M. ........................................ 202 Braund, D. C. .................... 146, 159, 162
Alfaro, C. ............................................. 63 Bravo, G. .............................................. 39
Alföldy, G. ........................................... 41 Brenk, F. E. .......................................... 95
Alonso Troncoso, V. ....... 15, 20, 54, 97, Broughton, T. R. S. ................... 114, 199
101, 102, 105 Bruhl, A. ...................................... 70, 155
Anderson, R. D. ................................ 197 Brunt, P. A. ................. 83, 148, 162, 170
Arkenberg, J. S. ................................... 44
C
B Cantarella, E. ........ 25, 26, 29, 31, 32, 50
Babcock, C. L. ..................................... 58 Carcopino, J. ..................................... 111
Badian, E. ............................................. 53 Carlton, W. ........................................ 187
Baker, R. J. ......................................... 187 Casson, L. .................................... 83, 122
Balsdon, J. P. V. D. ............................. 47 Castillo, A. del...... 26, 28, 32, 50, 51, 52,
Bartmann, E. ........................................ 98 100, 103
Basso, E. ............................................... 29 Christ, K. ............................................. 58
Bauman, R. A. ..................................... 47 Ciccotti, E. ..................................... 47, 48
Beard, M. ............................................. 29 Clark, G. ...................................... 85, 101
Becher, I. ............. 70, 125, 191, 205, 208 Crawford, O. C. ................................ 108
Benario, H. W. .................................. 191 Crook, J. ............................................ 178
Bengtson, H. ...................................... 150
Bernareggi, E. ...................................... 61 D
Bicknell, P. J. ..................................... 109 Daly, L. J. ............................................. 44
Bois, P. du.............................................95 Degrassi, A. ......................................... 61
Bosworth, A. B. .................................. 56 Delgado Delgado, J. A. ........... 13, 21, 29
Bowersock, G. W. ............. 118, 143, 147 Delia, D. ............................................... 58

253
Octavia contra Cleopatra

Delorme, J. ........................................... 75 Grueber, H. A. .............................. 61, 97


Detienne, M. ................................ 70, 120 Grzybek, E. ....................................... 115
Deubner, L. ......................................... 79 Guarino, A. ........................................ 168
D’Ors, A. ............................... 25, 27, 168 Guizzi, F. ............................................. 32
Gundel, H. ........................................... 41
E Gurval, R. A. ............................. 188, 192
Ehrenberg, V. ...................................... 45
H
F Haase, W. ........................................... 191
Fadinger, V. ....................................... 107 Habicht, Ch. ...................................... 106
Fau, G. ................................................. 32 Hadas Lebel, M. ................................ 138
Finley, M. I. ............................... 106, 125 Hahn, I. ................................................ 56
Fischer, R. A. ................................. 58, 88 Hallet, J. P. ........................................... 43
Fletcher, J. .......................................... 125 Hall, J. F. L. ......................................... 24
Flory, M. B. ......................................... 98 Hammond, M. ..................................... 42
Fraser, P. M. ............. 123, 126, 165, 193 Hayne, L. ............................................. 53
Heilen, S. ............................................ 113
G Hemelrijk, E. A. ................................ 104
Gabba, E. .45, 48, 56, 81, 86, 88, 129, 138 Hermann, Cl. ...................................... 47
García Garrido, M. ....................... 27, 84 Hinard, F. ............................................ 38
García Vivas, G. A. ...... 54, 97, 101, 105 Hohl, E. ............................................. 117
Garuti, I. ............................................ 191 Hughes-Hallett, L. ........................... 125
Gaudemet, J. .................................. 25, 27 Huzar, E. G. .............................. 107, 112
Gelzer, M. ............................................ 12
Giangrande, G. .................................. 136 J
Goldsworthy, A. ............................... 125 Johnson, J. R. ..................................... 178
Gosling, A. ........................................... 70 Jones, A. H. M. ............................. 25, 45
Gowing, A. ........................ 38, 40, 45, 53
Grant, M. .......... 107, 126, 146, 165, 204 K
Gray-Fow, M. J. G. .............. 24, 26, 100 Kerényi, K. .......................................... 70
Griffin, J. ............... 70, 77, 154, 178, 203 Kleiner, D. E. E. .................................. 88
Grimal, P. ....................................... 78, 97 Klinz, A. ............................................... 79
Groag, E. .............................................. 62 Kokkinos, N. ....................................... 63

254
Índice de autores citados

Kornemann, E. .................................... 56 N
Kraft, K. ............................................. 168 Nethercut, W. R. ............... 119, 187, 207
Kromayer, J. ...................................... 187 Norden, E. ......................................... 145
Núñez Paz, Mª. I. ................................ 27
L
La Rocca, E. ....................................... 138 O
Lattimore, R. ..................................... 195 Ollendorff, L. ...................................... 98
Lauter, H. .......................................... 105 Ooteghem, Van J. ............................... 24
Le Corsu, F. ......................................... 50 Orestano, R. ........................................ 27
Le Glay, M. ......................................... 23 Otto, W. ............................................... 70
Levi, M. A. ........................... 88, 107, 124
Lewis, J. D. ........................................ 117 P
Lintott, A. .......................................... 162 Pani, M. .............................................. 119
Ludwig, E. ......................................... 125 Paschalis, M. ...................................... 187
Pelling, C. B. R. ......... 25, 40, 43, 49, 61,
M 68, 74, 81, 92, 107, 118, 120, 124, 140,
Magie, D. ..................................... 72, 129 145, 158, 189, 191, 206
Magnino, D. ........................................ 48 Pestman, P. W. .................................. 145
Mannsperger, D. ........................... 70, 75 Petsas, M. ........................................... 188
Marasco, G. ............ 70, 72, 96, 143, 192 Pickard Cambridge, A. W. ............... 174
Martin, P. M. ....................................... 70 Poliakoff, M. B. ................................... 75
Mendelssohn, L. .................................. 48 Pomeroy, S. ....................................... 145
Mette, H. J. .......................................... 62 Pöschl, V. ........................................... 119
Millán Méndez, A. ............................ 180 Prowse, K. R. ...................................... 29
Millar, F. .................................. 38, 46, 91
Mínguez Álvaro, Mª. T. ..................... 29 R
Moles, J. ..................................... 167, 168 Rabello, A. M. ..................................... 25
Montero, M. ........................................ 26 Ramsey, J. .......................................... 113
Münzer, F. ..... 12, 17, 24, 25, 49, 81, 90, Reynolds, J. ......................................... 71
110, 114, 116 Rice, E. E. .......................................... 173
Murray, W. M. .................................. 188 Rice Holmes, T. ................................ 107
Richardson, L. ................................... 105
Robleda, O. ......................................... 27

255
Octavia contra Cleopatra

Roddaz, J. M. ....................................... 55 87, 88, 92, 111, 116, 118, 124, 127, 138,
Roldán, J. M. ..................................... 103 145, 157, 170, 178, 180, 192, 201, 204
Romilly, J. de......................................126
Rostovtzeff, M. ................................. 178 T
Rudd, N. .............................................. 81 Tarn, W. W. ........................ 62, 75, 145, 1
Russo, C. F. ....................................... 207 47, 148, 171
Thür, H. ............................................. 129
S Treggiari, S. .................................. 80, 141
Samson, J. ........................................... 121 Tyldesley, J. ....................................... 125
Samuel, A. E. ..................................... 115
Saquete, J. C. ....................................... 29 U
Sarikakis, Th. ..................................... 187 Ugarte Orue, I. .................................... 29
Scardigli, B. .......................................... 98
Schiff, S. ............................................. 125 V
Schilling, R. .......................................... 29 Veblen, Th. ........................................ 123
Schor, B. ............................................. 138 Versnel, H. ......................................... 158
Schuller, W. ....................................... 125 Viscogliosi, A. ................................... 105
Schuppe, E. ........................................ 136 Voci, P. ................................................. 25
Scott, K. ... 23, 40, 42, 45, 55, 73, 92, 95, Volterra, E. .......................... 27, 168, 242
99, 138, 167, 175, 178
Senatore, F. ................... 64, 80, 138, 140 W
Severy, B. ..................................... 54, 105 Wallmann, P. ....................................... 56
Singer, M. W. ....................................... 88 Watkins, O. D. .................................... 44
Sirianni, F. A. ..................................... 178 Weigel, R. D. ................................. 53, 66
Solana Dueso, J. ................................ 126 Welch, K. E. ........................................ 58
Sordi, M. .............................................. 56 White, H. ............................................. 48
Staffieri, G. M. ................................... 125 Whitehorne, J. ................................... 125
Stähelin, F...........................................167 Wiedemann, T. .................................. 181
Stein, A. ........................................ 80, 197 Will, E. ....................................... 110, 115
Stone, C. S. ........................................ 138 Winkes, R. ........................................... 98
Strasburger, H. .................................. 119 Winterbottom, M. ............................... 39
Syme, R. .... 11, 12, 17, 19, 23, 25, 27, 39, Witt, R. E. .......................................... 124
43, 45, 47, 55, 57, 58, 66, 71, 78, 81, 84,

256
Índice de autores citados

Y
Yourcenar, M. ................................... 125

Z
Zanker, P. . 30, 70, 74, 95, 105, 121, 137,
154, 157, 175
Zannini, P. ........................................... 28
Zecchini, G. ....................................... 191

257

También podría gustarte