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Bibliografía obligatoria:
✔ “Tres ensayos de teoría sexual” (1905), ensayos I y II, AE, VII, 123, 146152, 157-168, 179-188.
✔ “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), AE, XIV, 113-134.
✔ “La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis” (1910), AE, XI, 209-16.
✔ “Fragmento de análisis de un caso de histeria [Dora]” (1905), punto I: “El cuadro clínico”,
AE, VII, 15-56.
Bibliografía ampliatoria:
✔ 20 conferencia. “La vida sexual de los seres humanos” (1916-7), AE, XVI, 283-291.
a
✔ 21a conferencia. ”Desarrollo libidinal y organizaciones sexuales” (1916-7), AE, XVI, 292-301.
✔ “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”, punto 3, AE, XI, 181-3.
Con esta Clase damos comienzo a la Segunda parte del Programa que titulamos La Pulsión y su
ordenamiento. En la clase pasada cerramos la primera parte del programa con la formulación de
un modelo de aparato psíquico en el que, si prestan atención, no estaba directamente
contemplada la dimensión del cuerpo. La sexualidad, si participaba en él, lo hacía de manera
contingente, en términos de la suma de excitación, el monto de afecto correspondiente al
recuerdo inconsciente del trauma sexual desplazado hacia el síntoma, cuya tramitación se
buscaba rectificar a partir del trabajo asociativo. Pero este edificio conceptual se origina
justamente para poder explicar las neurosis y sus síntomas, y toda aquella primera clínica
freudiana nos llevaba a pensar en el lugar preponderante de lo sexual en la etiología de las
neurosis. En las “Neuropsicosis de defensa” la representación inconciliable, nos señala, provenía
siempre del ámbito de la vida sexual del paciente. En la formulación de la defensa, la situación
traumática ante la que ésta se levanta, es una situación traumática infantil sexual. Como vimos en
el “Manuscrito K” Freud se pregunta por qué lo sexual está presente en la neurosis y deja en
suspenso lo siguiente, pensar si en lo sexual existe una fuente independiente que genera un
desprendimiento de displacer. “Mi opinión es que dentro de la vida sexual tiene que existir una
fuente independiente de desprendimiento de displacer” (AE, I, p. 262). Y en “La interpretación de
los sueños” vemos asomar la expresión “fuerza pulsionante” (AE, V, pp. 556 y 557), lo que mueve
al aparato psíquico, expresión relativa al motor del deseo.
Bien, en esta unidad que lleva por título “De la insistencia en la sexualidad como etiología a la
construcción de la pulsión”, encontramos dos textos en los que leeremos cómo Freud aborda y va
a seguir conceptualizando desde el Psicoanálisis el problema de la sexualidad humana. Los “Tres
ensayos de teoría sexual” de 1095 es uno, texto más próximo a “La interpretación de los
sueños” y “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915) que forma parte de los grandes escritos
metapsicológicos publicados alrededor de los años 1914-16. Pero también tenemos uno de los
grandes historiales clínicos, el primero de cinco, que Freud comunica en el mismo año que
publica “Tres ensayos de teoría sexual”, 1905. Nos referimos a “Fragmento de análisis de un
caso de histeria”, conocido como el caso Dora que ya tenía terminado unos años antes, en
1901. Cuenta un caso, el procedimiento analítico de un caso. Ustedes podrán encontrar allí el
método de interpretación de los sueños con el análisis de dos sueños de Dora, y leer claramente
el trabajo de interpretación producido en el marco del tratamiento. Pero el caso es mucho más
que eso, aparece la vinculación entre los sueños y los síntomas y la dimensión de lo sexual, el
valor del ámbito sexual de la vida de esta joven en la producción de sus síntomas. Dicho de otra
manera, podemos encontrar en este historial de histeria una corroboración de dos cuestiones
importantes, la importancia de la interpretación de los sueños en un análisis y la injerencia de la
sexualidad en la causa de los síntomas.
Pero, ¿qué es la sexualidad para el Psicoanálisis? ¿Por qué tiene un rol etiológico respecto de los
síntomas? En este lío se mete Freud con “Tres ensayos de teoría sexual”. Es un texto complejo
que él revisa muchas veces, y al que le agrega fragmentos y notas durante años. El mismo Freud
lo critica años después porque cree que podrían encontrarse incongruencias debido a estos
añadidos. De cualquier manera, en este texto se aborda directamente lo que había asomado en
su investigación y tratamiento de las neurosis. Nos estamos refiriendo al concepto de pulsión,
uno de los conceptos clave del Psicoanálisis, “concepto básico” (AE, XIV, p. 113) dice Freud,
(“Grundbegriff”), “concepto fundamental” dirá posteriormente Lacan (1964).
Podemos tomar el problema de este concepto desde un doble punto de vista. Por un lado su
fundamento clínico, y por otro la cuestión epistemológica en sí. En relación a lo primero debemos
preguntarnos: ¿A qué necesidad/es responde la creación del concepto de pulsión por parte de
Freud? Esto es un punto de partida fundamental en la enseñanza y transmisión del psicoanálisis,
sobre todo si queremos evitar efectos indeseados de adoctrinamiento, donde la teoría y sus
modificaciones corren el riesgo de aparecer simplemente como efecto de meras inspiraciones u
ocurrencias del autor desconectadas de los hechos y problemas que se intentan explicar y
resolver. Es un problema siempre vigente dentro del psicoanálisis y que está ligado a la
transmisión de una experiencia tan única, bajo el riesgo de generar un efecto de “solo para
iniciados”, “solo para entendidos”. No queremos que suceda eso con la introducción de este
concepto en la cursada.
En segundo lugar, un problema epistemológico dijimos. ¿Cuáles son los pasos seguidos por
Freud en la elaboración del mismo? ¿En qué se basa Freud para argumentar su existencia y su
rol en la teoría sobre la etiología de las neurosis? ¿Cómo es que procede Freud para intentar
precisar lo que llama “la esencia de la pulsión” (AE, XIV, p. 115)? Sin abandonar el problema del
fundamento clínico, nos enfrentamos aquí con un problema metodológico. Y es una gran
oportunidad para trabajar sobre las dificultades y la especificidad de una epistemología
psicoanalítica. ¿Cómo se construyen los conceptos en psicoanálisis? Es una pregunta muy
importante, más aún, cuando la introducción de un concepto nuevo en la teoría, funciona como un
punto de partida que va a permitir hacer aparecer nuevos problemas para la práctica.
En relación a todo esto les recomendamos que no pierdan de vista los primeros dos párrafos de
“Pulsiones y destinos de pulsión” (1915) (AE, XIV p. 113), donde Freud señala la función que
cumplen los conceptos en el interior de la teoría, en sus relaciones con el material empírico. Allí
distingue claramente dos planos. El nivel puramente descriptivo, el de los fenómenos y los
problemas que necesitan una elucidación; y en segundo lugar, el nivel de las explicaciones. Allí
participan los conceptos, en tanto “convenciones” que permiten ceñir mejor los fenómenos
estudiados, acuñando definiciones siempre abiertas a cuestionamientos y modificaciones, lejos de
todo planteo teórico meramente dogmático.
La pulsión es en efecto uno de los conceptos fundamentales del psicoanálisis, “un concepto
básico convencional de esa índole, por ahora bastante oscuro” (AE, XIV p. 113), al cual Freud
intentará darle contenido desde diversos lados. Decir que es un concepto significa que no es un
fenómeno como tal. La pulsión no se “ve” directamente. Es una construcción teórica forjada a
partir de las exigencias de explicación de la clínica, y de la necesidad de resolver problemas. Esto
nos resulta indispensable para poder llevar adelante nuestra operación de “lectura” de Freud.
El recorrido metodológico es original. Freud toma simultáneamente cuatro caminos, a los que
hace finalmente converger para sostener su argumentación. Los primeros tres son “exteriores” a
la práctica analítica como tal, y el último es el propiamente analítico. Ahora simplemente los
enumeraremos, y los iremos retomando a lo largo de esta clase. Los dos primeros en la primera
parte, y los otros en la segunda parte.
¿En qué hechos se basa Freud?
3) El despliegue de la llamada función sexual “normal” en los adultos. ¿Cómo es que se llega
a ese punto? Le va a prestar atención también a todo lo relativo a las metas “preliminares”
al acto sexual y a la participación de todas las otras zonas erógenas que no son las que
específicamente conducen a la reproducción de la especie humana (genitales).
4) La exploración psicoanalítica de los síntomas neuróticos, que en correlato con todos los
caminos anteriores lo va a conducir a teorizar las diversas formas de “organización de la
libido” (oral, anal, fálica), la interrupción del desarrollo, y su reanimación con la pubertad.
De allí que el programa puntúe aquí “anarquía y organizaciones” para referirse a estas
cuestiones.
Apoyándose en estas cuatro grandes fuentes de fenómenos, Freud los hace converger y nos
plantea el concepto de “Pulsión”.
Trieb no es Instinkt:
Pulsión es el término con el que aparece traducido “Trieb” en la versión que estamos usando
nosotros de Echeverry (Amorrortu), y que se diferencia de otro término alemán “Instinkt” traducido
correctamente como instinto. La versión de López Ballesteros se equivoca allí porque traduce
Trieb como instinto sexual y esto puede inducir una confusión seria si no se toman los recaudos
de lectura. ¿Por qué? Porque justamente con Trieb Freud está despejando y diferenciando lo que
caracteriza a la sexualidad humana y nos diferencia de otras especies animales. Lo primero que
debemos plantear para aproximarnos a una “definición por la negativa”, del concepto de pulsión
es que pulsión no es instinto.
¿Qué es un instinto? Quienes estudian el comportamiento animal, los etólogos y los psicólogos
de la psicología comparada, plantean que hay diversos tipos de comportamientos animales.
Algunos son adquiridos, por ejemplo los comportamientos aprendidos por adiestramiento. Otros
son en cambio innatos. Dentro de estos últimos, junto a los reflejos, los tropismos y las patías, se
encuentran los instintos. Los instintos son pautas de comportamiento complejas pero no
aprendidas, sino que vienen dadas. Es como un “saber previo” que tiene el animal, resultado de la
larga evolución de la especie, que garantiza su perfecta adaptación al medio en relación a ciertos
puntos clave como son la alimentación, la reproducción, el nido, la supervivencia en general. Son
pautas muy fijas, con poca variabilidad para los miembros dentro de una misma especie. Esto
significa que todos hacen lo mismo. (Ej. todos los horneros construyen su nido de la misma
manera). Aún en el caso de un instinto como el de la agresión a un congénere está en juego
siempre una finalidad adaptativa. (Ej. elegir el macho alfa más potente para proteger y asegurar la
descendencia, o eliminar otras bocas en la manada si escasea el alimento para todos).
Si vamos al terreno de los instintos sexuales, nos encontramos con una definición biológica de la
sexualidad. “Sexual” es en realidad una forma entre otras de reproducción de las especies. Hay
algunas especies, recordarán de Biología, que se reproducen de forma asexual (la célula madre
se fragmente en dos o más células hijas), mientras que en otras, se pone en juego la polaridad
“macho-hembra”. La reproducción se lleva adelante a partir de una conjunción entre ambos polos.
A nivel biológico la reproducción sexual es binaria. Supone los dos polos.
Si tomamos por caso a los mamíferos superiores, constatamos que el instinto sexual siempre
tiene
1) Un “objeto” predeterminado. Es siempre un individuo vivo, de la misma especie, del
sexo opuesto y “maduro” (apto para la reproducción). Se lo reconoce a partir de alguna
“señal” también fijada de antemano (un olor, un color, un movimiento).
2) Un “mecanismo” predeterminado. Consisten en una actividad que una vez
desencadenada no se puede detener, algo impulsa a ello, una “energía” propia lo
motoriza. Esta actividad involucra los genitales y permite el acercamiento para el
intercambio de las gametas.
3) Una “meta” o finalidad adaptativa predeterminada. Esos comportamientos conducen a
la reproducción.
Un ejemplo sencillo donde pueden constatar este funcionamiento es el los perros. Cuando la
perra se volvió apta para la reproducción, comienza a tener ciclos. Cuando está “en celo”, emana
un olor que funciona como una señal que gatilla y desencadena en el macho adulto cercano la
pauta de comportamiento sexual y la monta. Ninguno de los dos debe aprender nada allí. Hay
complementariedad y acuerdo, hay un saber previo que los guía. El acto se consuma y los
cachorros al tiempo nacen. Esta definición del instinto sexual, aplicada a la sexualidad humana
es muy cercana a lo que Freud denomina “opinión popular” (AE, VII, p. 123).
¿Qué es lo más habitual, lo que entiende el común de la gente? La opinión popular, si
pudiéramos hacer una encuesta probablemente arrojaría lo siguiente: sin dudas lo sexual son
sensaciones, deseos que comienzan en la pubertad, los adolescentes comienzan a sentirse
atraídos por sus compañeras/os de escuela. Aparece un empuje, “apetito sexual”, que nos lleva a
ser atraídos irrefrenablemente por la persona del otro sexo. No existiría en la infancia, porque
surgen con los caracteres secundarios, que con sus encantos despiertan sensaciones que antes
no tenían. Es decir con los genitales maduros, se produce una atracción, una tendencia a
conectarme, a acercarme a otra persona. Me acerco con un fin, un objetivo preciso: la unión de
los genitales. La atracción sexual apunta en esa dirección. Su Meta sería, ya dijimos, la unión de
los genitales en el coito (el acto sexual) al servicio de la reproducción. Así quedaría caracterizada
la sexualidad en una definición clásica con una meta y un Objeto natural que es la persona del
otro sexo con el fin último de la reproducción de la especie. Ahora bien, esto no es muy diferente
de lo instintivo, ¿verdad? Un comportamiento que viene dado en su carga genética, nada
aprendido. El animal sabe cómo procurarse alimentos, cómo y cuándo aparearse para
reproducirse. Por ejemplo, un caballo no se dirige directamente a determinada yegua porque le
vio un no sé qué en sus ojos, o un perfume o su manera de relinchar, la “elige” automáticamente
porque es la única que está en celo cerca de él. Entonces la definición, diremos “oficial” de
sexualidad humana responde a ese esquema del instinto. Algunos inescrupulosos se aprovechan
y pretenden incluso hacer negocios vendiendo perfumes con feromonas para lograr
desencadenar una atracción irresistible!
1
Letters of Sigmund Freud, la carta se encuentra en una compilación de cartas realizada por Ernst Freud
popularmente tiene hoy en 2021. Hoy se la usa casi como un insulto para señalar a alguien como
moralmente reprochable, como sinónimo de “mala persona”, por ej. “fulano es un perverso”. De
hecho, con los cambios que socialmente se han producido a lo largo del siglo XX y lo que va del
siglo XXI en torno a la sexualidad, de todo ese gran listado de “perversiones” sólo nos quedaría
como condenable el sexo con niños (pedófilos) y las violaciones (sádicas). Las prácticas con
muertos no son tan frecuentes. Son prácticas sexuales que atacan el lazo social y la convivencia.
Pero después, mientras se trate de adultos que consienten y en un ámbito privado, hoy no se
considera un hecho punible y en gran parte del mundo no se lo censura.
Freud, en cambio, en 1905 usa la palabra “perversión” en un sentido técnico. Etimológicamente
“perverso” significa que corrompe o da vuelta completamente el estado habitual de las cosas, la
norma. En este terreno, la norma supuesta es la del instinto. Las aberraciones sexuales son
“perversas” en la medida en que no cumplen con la definición de instinto. Lo que constatamos con
ellas, la prueba importantísima que ellas nos aportan es que la sexualidad humana no viene
organizada de manera previa como en los animales, y que por eso queda abierta a una enorme
variabilidad de prácticas y situaciones. ¿Se entiende la paradoja? Toma como norma supuesta
para iniciar la comparación, algo que en realidad demuestra que no existe como tal en la especie
humana.
De toda esta revisión que lleva adelante en el primer ensayo Freud va a concluir con una
operación inédita, que es efectivamente la introducción del concepto de Pulsión (Trieb). Con esto
va a producir un verdadero “estallido expansivo” del concepto de sexualidad. “Ampliar el concepto
de sexualidad” (AE, VII, p. 121) dice Freud en uno de los prólogos de “Tres Ensayos…”. Ya no va
a ser más la sexualidad considerada en los términos de la opinión popular, ni de la biología
instintiva (con la polaridad macho-hembra). “Lo que fuera del psicoanálisis se llama sexualidad se
refiere sólo a una vida sexual restringida, puesta al servicio de la reproducción y llamada normal”
(AE, XVI, p. 291). En consecuencia, nos dice que: “La experiencia recogida en los casos
considerados anormales nos enseña que entre la pulsión sexual y objeto sexual no hay sino una
soldadura que corríamos el riesgo de no ver a causa de la regular correspondencia del cuadro
normal, donde la pulsión parece traer consigo al objeto. Ello nos prescribe que debemos aflojar,
en nuestra concepción, los lazos entre la pulsión y objeto. Probablemente, la pulsión sexual es al
comienzo independiente de su objeto, y tampoco debe su génesis a los encantos de este” (AE,
VII, p. 134). Freud nos indica que debemos aflojar en nuestra manera habitual de pensar, los
lazos entre la pulsión y el objeto, romper con nuestros moldes previos de pensamiento.
La de la pulsión es quizás la tesis más revulsiva del psicoanálisis, el carácter no instintivo de la
sexualidad humana, “pervertida” para siempre. La contingencia del objeto. La tesis de la pulsión
es equivalente afirmar la ausencia de una fórmula, de un saber previo que garantice una armonía
preestablecida entre los sujetos a nivel sexual. En este sentido, es importante decir que resulta
tan enigmático que un hombre necesite de un zapato como condición absoluta de su satisfacción,
como que un hombre busque una mujer para hacerle el amor. “En efecto, si no comprendemos
estas conformaciones patológicas de la sexualidad ni podemos reunirlas con la vida sexual
normal, tampoco comprenderemos esta última” (AE, XVI, p. 280).
¿Qué nos queda entonces para aproximarnos a la concepción freudiana de la sexualidad a partir
del concepto de pulsión? Si no hay objeto ni mecanismo prefijado, sólo nos resta el costado
energético. La pulsión, también podríamos decir impulso, es algo que pulsa, que empuja.
Entonces a la pulsión sexual podemos pensarla como algo que sexualmente nos empuja. Así
intenta presentarla en “Tres Ensayos…”: “Por «pulsión» podemos entender al comienzo nada
más que la agencia representante {Repräsentanz} psíquica de una fuente de estímulos
intrasomática en continuo fluir; ello a diferencia del «estímulo», que es producido por excitaciones
singulares provenientes de fuera. Así, «pulsión» es uno de los conceptos del deslinde de lo
anímico respecto de lo corporal. La hipótesis más simple y obvia acerca de la naturaleza de las
pulsiones sería esta: en sí no poseen cualidad alguna, sino que han de considerarse sólo como
una medida de exigencia de trabajo para la vida anímica. Lo que distingue a las pulsiones unas
de otras y las dota de propiedades específicas es su relación con sus fuentes somáticas y con
sus metas. La fuente de la pulsión es un proceso excitador en el interior de un órgano, y su meta
inmediata consiste en cancelar ese estímulo de órgano” (AE, VII, p. 153).
Comentemos un poco este pasaje. “Agencia representante psíquica”. ¿Qué es una agencia
representante? Los futbolistas, las modelos, los actores, por ejemplo, tienen representantes que
negocian por ellos los contratos. Bueno, “agencia representante” es la idea de un delegado en el
aparto psíquico, que representa a otra cosa. ¿A qué? A una fuente de estímulos intrasomática en
continuo fluir. Después discutiremos un poco esto de lo interno vs lo externo, porque no es tan
sencilla la cuestión. Pero aquí Freud introduce la idea de un concepto límite, fronterizo entre lo
biológico y lo psíquico; y de una fuerza “constante” que no es como el instinto que tiene épocas,
el “estar en celo”. Aparece entonces la referencia corporal, que no estaba tan clara en el primer
esquema metapsicológico que vimos en el capítulo VII de “La interpretación de los sueños”, y su
conexión con lo psíquico. Freud usa términos de la física de la época que define a la “energía”
como capacidad para realizar un trabajo. Pues bien, la pulsión supone “una medida de exigencia
de trabajo para la vida anímica”. Estamos en el terreno de una cantidad no organizada, sin
cualidad, que pone en marcha al aparato psíquico y al principio del placer para su tramitación. La
cualidad puede aparecer planteada luego, en su conexión con las fuentes y metas. Volveremos
más tarde en la clase sobre estos términos.
¿Cómo pensar esa relación entre la pulsión y su ordenamiento? ¿Cómo es que teniendo un
mismo punto de partida, ese “déficit” instintivo se puede llegar a resultados tan diversos (neurosis,
perversión, “normalidad”)? ¿Qué es lo que cumple una función ordenadora de la satisfacción
pulsional equivalente al instinto previamente pautado de los animales? Freud no responde rápido
estas preguntas, sino que va dando pasos progresivos. Para que no se pierdan en el desarrollo
del programa podemos “spoilear” un poco y anticipar que la función del padre tendrá un rol central
en todo esto.
La sexualidad infantil
El próximo paso en todo esto, Freud lo da en su segundo ensayo, dedicado a la sexualidad
infantil. Continúa oponiéndose a la opinión popular. Va a señalar que tampoco es la pubertad la
que da origen a lo sexual. La pubertad es el cambio biológico que pone en funcionamiento la
genitalidad para poder mantener un acto sexual. Pero la sexualidad está desde antes. Los niños,
dice Freud, ya tienen sexualidad independientemente de las posibilidades genitales como tal.
Desde los manuales psiquiátricos, a algunos niños se les reconocía actividad sexual, pero estos
niños eran considerados como casos raros, excepcionales, patológicos, sólo podían tener una
sexualidad “perversa”. O sea, cuando se detectaba alguna práctica de esas los nenes no sólo no
eran puros, castos y santos, sino que su sexualidad era semejante a la que denominamos
perversa. Este es un preconcepto que Freud derribará. Este tema da lugar a su segundo ensayo
titulado “La sexualidad infantil”.
Ahora sí, sigamos con el otro paso que da en el segundo ensayo: “La sexualidad infantil”, su
planteo de la existencia de manifestaciones de la sexualidad en la infancia implica justamente
ampliar la definición clásica donde había un predominio genital de lo sexual. Arranca el segundo
ensayo diciendo que “la existencia de una pulsión sexual en la infancia posee el carácter de una
ley” (AE, VII, p. 157). Decir “ley” supone que es para todos, es decir, que se verifica en todos los
casos. No se trata sólo de casos excepcionales o enfermos. Freud le quita el carácter puro y
angelical a todos los niños.
Al considerar otras metas y objetos, Freud va a presentar como ejemplo paradigmático al
chupeteo o succión en vacío, actividad no relacionada con la nutrición, puesto que aún cuando el
niño no tenga hambre chupetea, es decir, que establece un contacto de succión con los labios
rítmicamente sin finalidad de nutrición. Este es el dato observable, la repetición sistemática de un
acto sin ninguna finalidad adaptativa. En sí, chupetear no sirve para nada, no tiene una función
biológica. Freud se pregunta ¿por qué repite? No es por reflejo. Lo hace en vacío, sin ningún
elemento que desde el exterior estimule y desencadene ese movimiento. Tampoco es por una
necesidad o estímulo interno. El hambre acaba de ser saciado y sin embargo continúa
succionando en vacío. Aquí Freud, haciendo uso de lo que ya había planteado previamente,
introduce la hipótesis de que lo hace para obtener una satisfacción placentera. El principio del
placer encuentra en esta actividad un medio para obtener una descarga pulsional. ¿Ven cómo
articula las cosas? A nivel del fenómeno tenemos la succión en vacío. A nivel de la explicación
introduce la pulsión. La boca se comporta como una zona erógena: “la acción del niño
chupeteador se rige por la búsqueda de un placer” (AE, VII, p. 164). Retengan esta idea de que la
“repetición” se explica por la ganancia de placer, porque es una idea que lo orienta en estos
planteos y que tendrá muchas discusiones luego en su obra, sobre todo después de 1920.
De esta observación “modelo” (AE. VII, p. 163), Freud va a extraer muchas consecuencias para
caracterizar a la sexualidad infantil. “Diríamos que los labios del niño se comportaron como una
zona erógena, y la estimulación por el cálido aflujo de leche fue la causa de la sensación
placentera. Al comienzo, claro está, la satisfacción de la zona erógena se asoció con la
satisfacción de la necesidad de alimentarse. El quehacer sexual se apuntala [anlehnen] primero
en una de las funciones que sirven a la conservación de la vida, y sólo más tarde se independiza
de ella. (…) La necesidad de repetir la satisfacción sexual se divorcia entonces de la necesidad
de buscar alimento (…). El niño no se sirve de un objeto ajeno para mamar; prefiere una parte de
su propia piel porque le resulta más cómodo, porque así se independiza del mundo exterior al que
no puede aún dominar, y porque de esa manera se procura, por así decir, una segunda zona
erógena, si bien de menor valor” (AE, VII, p. 164-165). Se obtiene satisfacción, con intervención
de una zona erógena. ¿Qué es esto? Una zona del cuerpo no genital, en este caso oral, con un
borde del cuerpo que permite cierto movimiento que da placer de esa forma. “Es un sector de piel
o de mucosa en el que estimulaciones de cierta clase provocan una sensación placentera de
determinada cualidad” (AE, VII, p. 166). La propiedad erógena puede estar ligada a ciertas partes
del cuerpo privilegiadas, pero cualquier sector puede llegar a prestar ese servicio. Depende sobre
todo de la cualidad del estímulo que reciba. Las excitaciones provienen de y se cancelan allí, es
un circuito.
En cuanto al objeto, no tiene que ver con otra persona. La succión en vacío puede ser relevada
por el dedo, la teta, el chupete, la punta de la sábana, la oreja del muñeco, una parte del propio
cuerpo o una parte del cuerpo de otro (el seno materno por ejemplo) o de un objeto. El objeto
para chupetear puede ser cualquier cosa siempre y cuando sirva para ser chupado, no hay un
objeto predeterminado para chupetear. Fíjense el cambio. Ya no dice que el objeto es una
“persona”. No hace falta, y si está, por ejemplo, la mamá no entra en juego como otra persona
sino como algo saliente que está lindo para chupetear; o en el caso de uno, no soy yo el objeto
para chupetear sino una parte, mi dedo. O sea, se trata de un objeto parcial, un fragmento, algo
para chupar, cualquier cosa que cumpla con la condición de poder ser chupable por los labios.
Esto no es simple. Se trata de un fragmento, de una parte, pero además lo “propio” o “ajeno” es
sólo desde el punto de vista del observador. En realidad, desde el punto de vista subjetivo el
cuerpo no le responde a voluntad, no está organizado ni hay coordinaciones motrices logradas.
Entonces ese objeto fragmentario en torno al cual se alcanza la satisfacción no es
verdaderamente ni propio ni del otro, está en una zona de intersección.
La meta de esta actividad, la satisfacción, se alcanza en un movimiento rítmico interminable,
repetitivo, con apoyatura en el cuerpo, alrededor del vacío del objeto. Es una actividad constante,
circular, sin fin. A la modalidad de satisfacción Freud la va a llamar “autoerótica”. El carácter
constante y repetitivo nos impide decir que la satisfacción sea completa. No se alcanza algo como
para decir “ya me satisfice y no quiero chupar más” (la definición clásica sugería que existía un
final, el orgasmo o la reproducción). La satisfacción es parcial. Este es un punto que nos debe
dejar reflexionando, porque en relación al deseo inconsciente, como aquel que aportaba la fuerza
pulsionante, Freud también decía que no se agotaba. Es un problema teórico que nos exige
pensar la articulación. Este objeto pulsional, nos es presentado además en un ejemplo muy
cercano, aunque no del todo idéntico al objeto del deseo de la experiencia de satisfacción. En
ambos casos, está en juego la idea de un corte respecto de la necesidad biológica. El deseo se
ponía en marcha con ese corte respecto de las necesidades orgánicas. Ahora, con la pulsión, no
es sólo cuestión de la vía alucinatoria inicialmente despejada en la búsqueda de la identidad
perceptiva. La novedad que se agrega aquí, con el objeto de la pulsión, es la idea de la
participación del cuerpo y de una satisfacción autoerótica, en una actividad en vacío.
Esta observación paradigmática, le sirve a Freud para ir recortando las características esenciales
de la sexualidad infantil.
a) Nace apuntalándose en una de las funciones corporales importantes para la vida
b) Su modalidad de satisfacción es autoerótica
c) Su meta se encuentra bajo el imperio de una zona erógena.
Es cierto que en “Tres Ensayos…” Freud no desarrolla muchos ejemplos del erotismo de la
mirada en los niños. Pero lo hará muy poco tiempo después cuando presente el historial de
Juanito. Allí destaca con claridad dos momentos que en general se aparecen en muchos niños.
Un primer momento “exhibicionista” en que al niño le gustaba hacerse ver por sus compañeritas
de juego, y le daba placer mostrarse desnudo. Y luego, un segundo momento en que le empieza
a dar vergüenza orinar en público y necesita ocultarse. Eso le va a hacer pensar a Freud en ese
momento que algo cambió y que operó la represión. Cuando hacia el final de la clase
comentemos el artículo sobre "La perturbación psicógena de la visión" (1910) volveremos sobre el
papel erógeno de la mirada, y el conflicto que se origina en algunos casos entre la satisfacción
sexual del ver/ser visto y los intereses del yo. La función sexual de la mirada es clara para Freud.
“El ojo, que es quizá lo más alejado del objeto sexual, puede ser estimulado {reizen} casi siempre,
en la situación de cortejo del objeto, por aquella particular cualidad de la excitación cuyo
suscitador en el objeto sexual llamamos «belleza». De ahí que se llame «encantos» {Reize} a las
excelencias del objeto sexual. Con esta excitación se conecta ya, por una parte, un placer; por la
otra, tiene como consecuencia aumentar el estado de excitación sexual, o provocarlo cuando
todavía falta” (AE, VII, 191).
Respecto de la voz, Freud cuenta en “Tres ensayos…” una anécdota sobre un niño de tres años
“a quien cierta vez oí rogar, desde la habitación donde lo habían encerrado a oscuras: «Tía,
háblame; tengo miedo porque está muy oscuro». Y la tía que le responde: «¿Qué ganas con eso?
De todos modos no puedes verme». A lo cual respondió el niño: «No importa, hay más luz cuando
alguien habla»” (AE, VIII, p. 204-205). La voz del otro, no importa el contenido de lo que dice, es
fuente de placer en tanto indica su presencia y frena en este caso la angustia. A veces es al
revés, la angustia puede surgir para alguien si no se siente escuchado, si su voz no es alojada.
En la experiencia de satisfacción habíamos señalado ya la importancia del otro, su presencia,
como función de comunicación en el pasaje del grito al llamado. Aquí no aparece tanto el valor de
mensaje sino el hecho de escuchar su voz. Esto a veces tranquiliza. Desarrollos posteriores del
psicoanálisis, le han dado importancia también al valor erógeno de la voz. Se trata de un objeto
pulsional, ligado a un orificio del cuerpo que, a diferencia de los otros, no se cierra, y que
encontramos participando de distintas maneras en la vida de las personas. Por ejemplo, en el
masoquismo, cuando alguien le cede la voz de mando a quien cumple el rol dominante en la
escenificación tortuosa; o en el sadismo por ej, cuando el violador le tapa la boca y le arranca la
voz a su víctima. A veces la voz aparece también bajo la forma de alucinaciones verbales en las
psicosis, o más matizada como “voz de la conciencia” (Esto lo estudiaremos en la tercera parte
del programa con la noción de Superyó). En todos estos ejemplos también está presente la
dimensión pulsional.
Una última exteriorización sexual infantil que Freud comenta es la masturbación. Esta ya nos
resulta más fácil de considerar sexual, no? Al igual que las otras organizaciones pulsionales que
venimos comentado, surge apuntalándose en funciones biológicas. “Tanto en los varones como
en las niñas se relaciona con la micción (glande, clítoris)” (AE. VII, p. 170). Hay en esto como una
especie de acercamiento en la infancia a la zona genital. Tendremos que estudiarlo más en
detalle en la unidad 9, ya que veremos que no es estrictamente “genital” lo que sucede. Por ahora
retengamos sólo la idea de que en virtud de su situación anatómica, por la abundancia de
secreciones, por los lavados y frotaciones del cuidado corporal tarde o temprano se hace notar
alguna sensación placentera, y eso despierta en los niños la necesidad de repetirla. Nuevamente
una necesidad de repetición inútil, por puro placer, en este caso masturbatorio. Nos comenta
Freud que la sintomatología de estas exteriorizaciones es casi siempre del aparato urinario, y
menciona en particular la enuresis nocturna (hacerse pis en la cama), cuando no obedece a
razones neurológicas, como un equivalente de la descarga pulsional excitatoria. Las incidencias
de esta organización en la sexualidad adulta, y sus manifestaciones en la exploración
psicoanalítica también la revisaremos más adelante cuando nos centremos en el estudio de las
articulaciones Edipo/Castración.