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La salvación - Ah, no, así no vale.

Ya le dije que tiene que ser


Isidoro Blastein sin mirar. Dese vuelta y cierre los ojos. ¡Y no espíe,
eh!
Buenas tardes, señor -dijo el viejo-, ¿qué desea? El hombre apretó fuertemente los párpados,
-Señor -dijo el hombre que buscaba la tanto, que la cara se le distendió en una mueca,
salvación-, ¿tiene algo que me salve?. como si estuviese riendo con la boca cerrada.
El viejo dejó el lápiz encima de la boleta, lo Atrás, arriba, el viejo estaba revolviendo algo,
corrió justo hasta el borde del talonario, cerró las alguna mercadería, que hacía ruido a lata. De
tapas, apoyó las manos sobre el mostrador, ladeó pronto el sonido cesó.
la cabeza, y se lo quedó mirando por encima de los El hombre sintió que el corazón le empezaba a
lentes. latir apresuradamente. Tu vo miedo. El viejito no la
El hombre ya empezaba a ponerse nervioso. podía encontrar.Ya la había vendido toda. Se daría
Por fin, el viejo dijo: vuelta en la escalera, y le diría:
-Ajá, ¿conque algo que lo salve? - Señor mío, lo siento mucho. No queda más. Ya
-Sí. ¿Tiene? -preguntó el hombre esperanzado. puede mirar. Y bajando despaciosamente los
El viejo tiró de la punta que asomaba apenas, escalones, agregaría:
extrajo el lápiz y dio unos cuantos golpecitos en el - Hasta la semana que viene no hay nada que
mostrador. hacer... Usted tendría que darse una vueltita el
-Conque algo que lo salve -dijo nuevamente. jueves, o más seguro el viernes.
"Qué despacioso", pensó el hombre, "parece un Entonces él, saturado de cansancio, preguntaría
telegrafista". por rutina:
El viejo arrugó la cara y miró los estantes de -Y dígame, señor, ¿no sabe dónde se podrá
arriba, con un ojo achicado, como si estuviera conseguir por acá cerca?
recordando. Después volvió a observar al hombre, -Pero no le estoy diciendo, señor, que la
salió de atrás del mostrador, y se alejó hacia el semana entrante la recibimos seguro -insistiría el
fondo del local, que era muy largo y bastante viejo ya un poco amoscado y apoyando la pierna
oscuro. Regresó empujando lentamente una renga en el suelo.
escalera con rueditas, que estaba unida por un riel -No, no puedo esperar. Gracias -y tendría que
a los estantes de arriba. irse, y suicidarse con bicloruro de mercurio.
El hombre notó que el viejo renqueaba un poco Pero no fue así. El viejo seguía revolviendo
de la pierna derecha. Creyó que iba a subir, porque cosas. "Probablemente debe de haber cajas de
ya había apoyado la escalera, muy cerca de él, cartón, también", pensó el hombre, porque por
como a cinco pasos, pero el viejo la sacudió un momentos el ruido a lata se amortiguaba.
poco verificando la solidez de los peldaños, se El viejo dijo:
sonrió y dijo: -Ajá, já, por ai cantaba Garay.
-Ahora, señor, si usted se diera vuelta... Por la forma como le salió la voz, parecía que
-¡Eso nunca! -dijo el hombre con el rostro estaba tironeando de algo. "Como si estuviera
demudado y haciendo un ademán de irse. sacando una muela", pensó el hombre.
- Por favor -dijo el viejo sonriéndose más -Ya está -dijo el viejo.
todavía-. El hombre dio un salto. Una media vuelta como
Por favor -volvió a decir-. No me interprete mal. los soldados.
Tiene que ser sin mirar. Dese vuelta y cierre los - Ah, no -dijo el viejo desde arriba-, sin darse
ojos. vuelta.
El hombre se dio vuelta y cerró los ojos. El hombre volvió a su posición. No había
El viejo tardaba. Por fin oyó que subía, alcanzado a ver más que el saco color gris rata del
respirando fuerte, como si le costase. viejo, un poco del pantalón marrón, de un marrón
El hombre hizo un amago de girar el cuerpo. muy antiguo, porque le trajo un recuerdo
Desde lo alto escuchó la voz del viejo. impreciso de cuando era chico, y dos rayas anchas
y blancas.
La escalera empezó a crujir. El viejo bajaba. Al "La verdad, que da gusto", pensó. Y sonriendo,
hombre le pareció que el descenso se le hacía lo agarró con las dos manos, como si sacara la
interminable. De frente, escondiendo algo detrás sortija.
de la espalda, el viejo tarareaba las palabras como Lo tuvo un momento contra el pecho. Después,
los chicos: como si recapacitara, lo puso debajo de la axila, y
-Ya está, ya está, ya está. metiendo la mano en el bolsillo del pantalón,
Llegó hasta donde estaba el hombre. preguntó apurado:
- Ahora, sin espiar, se me va a dar vuelta para el -¿Cuánto es?
otro lado -dijo. - Novecientos noventa y cinco pesos -dijo el
Y le apoyó la mano libre en el hombro, lo ayudó viejo-. ¿Necesita factura?
a girar, y verificó que tuviese los ojos bien -No, no hace falta -dijo el hombre.
cerrados. El viejo rebuscaba en el cajón del mostrador. El
-¿Ya está? -preguntó el hombre. hombre hizo un gesto con la mano rechazando el
-Ya va a estar, ya va a estar -dijo el viejo vuelto.
pasando detrás del mostrador. - Está bien, señor, déjelo.
Hizo un ruido con la bobina que al hombre le - Valiente -dijo el viejo dándole una moneda de
pareció raro, sobre todo al tirar del papel y al cinco pesos-.Que lo pase usted bien. Buenas
cortarlo. Pensó que ya estaba exagerando. tardes -Y se agachó para recoger el lápiz que se
"Cuánta parsimonia", se dijo. "Evidentemente, ya había caído.
está haciendo el paquete. "Y lo que el viejito le El hombre apretó el paquete y salió. Recién
estaba por vender debía de ser bastante pesado, entonces se dio cuenta de que al abrirse la puerta,
porque hizo un ruido contundente al ponerlo sonaba como un carillón, o una caja de música.
sobre el mostrador. El paquete era más o menos como un ladrillo,
- ¿Ya está? -volvió a preguntar el hombre, no tan grande, como le había parecido al verlo, ni
impaciente, aunque sabía que no estaba, porque tampoco tan pesado.
recién, recién el viejito lo había acomodado para El hombre deshizo el nudo con impaciencia, y
envolverlo. consiguió desenvolver la primera vuelta del hilo,
-Ya va a estar, ya va a a estar -y el hombre oyó porque el viejo le había dado dos. Cuando le
nítidamente el crujido del primer doblez. estaba sacando los parches de dúrex, y mientras
Además, pensó, debía de ser cuadrado, porque pensaba: "Qué curioso, no me había dado cuenta
el viejito hacía los pliegues con golpes secos, como de que le había puesto dúrex. Prolijo, el viejito", lo
siguiendo con la palma de la mano unos ángulos atropelló el Mercedes de color verde musgo.
rígidos. Prácticamente le aplastó la cabeza con la rueda
Ahora le estaba poniendo el piolín. izquierda.
El viejo cortó el sobrante del hilo. "Seguro que Se juntó un montón de gente.
con un alicate", pensó el hombre. Después el viejo Lo taparon con una bolsa de cal, que un
golpeó con el paquete ya hecho sobre el corredor de seguros mandó traer enseguida de la
mostrador y dijo, canturreando la a final como obra en construcción que estaba al lado.
dándole la seguridad al hombre de que Cuando llegó la ambulancia, todos se corrieron
efectivamente había terminado: y le dejaron paso. Deportivamente, bajaron el
-Ya está. chofer y el practicante; parecían dos jugadores al
El hombre primero abrió los ojos, después entrar a la cancha. Trotaron hasta el hombre, se
sacudió la cabeza como un nadador que sale del agacharon, lo destaparon y se miraron entre ellos.
agua, se dio vuelta y miró el paquete. El practicante quiso saber qué había en el
El viejo lo sostenía colgado del moñito, con dos paquete. El muerto lo sostenía apretado contra el
dedos, en un gesto casi gracioso. El hombre vio pecho. Trató de abrirle las manos, pero no pudo.
que tenía forma de prisma, y que estaba Tampoco pudo separarle los dedos. Entonces lo
eficientemente hecho, con papel madera verde. llevaron al hospital Pirovano. Lo bajaron con
camilla y todo, y lo dejaron en la guardia, encima
de otra camilla verde, con las patas despintadas.
El enfermero fue a llamar a la doctora. La casa de azúcar
Vino la doctora. La doctora era joven y gorda. Silvina Ocampo
Hablaba como un hombre, y decía malas palabras.
Cuando lo destapó, hizo un gesto negativo con la Las supersticiones no dejaban vivir a Cristina.
cabeza. Una moneda con la efigie borrada, una mancha de
Sintió curiosidad por el paquete. Intentó tinta, la luna vista a través de dos vidrios, las
sacárselo. El practicante le dijo que no era tan iniciales de su nombre grabadas por azar sobre el
fácil, que él ya había probado. tronco de un cedro la enloquecían de temor.
La doctora dijo, poniendo cara de inteligente: Cuando nos conocimos llevaba puesto un vestido
"Es que los muertos son muy duros". Y el verde, que siguió usando hasta que se rompió,
practicante dijo: "Sí, parecen hijos de vascos". pues me dijo que le traía suerte y que en cuanto se
La doctora tironeó de los restos del dúrex, y los ponía otro, azul, que le sentaba mejor, no nos
desprendió. Sacó el papel nerviosamente, el doble veíamos. Traté de combatir estas manías absurdas.
papel, porque el viejo había sido muy minucioso. Le hice notar que tenía un espejo roto en su cuarto
Entonces su expresión cambió. Su cara tenía ahora y que por más que yo le insistiera en la
un visaje de asombro y desencanto. conveniencia de tirar los espejos rotos al agua, en
La doctora creyó necesario hacer una frase una noche de luna, para quitarse la mala suerte, lo
entre el silencio de todos. La ocasión era propicia y guardaba; que jamás temió que la luz de la casa
a la doctora le gustaban mucho las frases. Miró bruscamente se apagara, y a pesar de que fuera un
alternativamente al enfermero, al chofer y al anuncio seguro de muerte, encendía con
practicante, y dijo: tranquilidad cualquier número de velas; que
- Vean a qué cosas se aferran los seres siempre dejaba sobre la cama el sombrero, error
humanos. en que nadie incurría. Sus temores eran
personales. Se infligía verdaderas privaciones; por
ejemplo: no podía comprar frutillas en el mes de
diciembre, ni oír determinadas músicas, ni adornar
La salvación la casa con peces rojos, que tanto le gustaban.
Adolfo Bioy Casares Había ciertas calles que no podíamos cruzar,
ciertas personas, ciertos cinematógrafos que no
Esta es una historia de tiempos y de reinos podíamos frecuentar. Al principio de nuestra
pretéritos. El escultor paseaba con el tirano por los relación, estas supersticiones me parecieron
jardines del palacio. Más allá del laberinto para los encantadoras, pero después empezaron a
extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda fastidiarme y a preocuparme seriamente. Cuando
de los filósofos decapitados, el escultor presentó nos comprometimos tuvimos que buscar un
su última obra: una náyade que era una fuente. departamento nuevo, pues según sus creencias, el
Mientras abundaba en explicaciones técnicas y destino de los ocupantes anteriores influiría sobre
disfrutaba de la embriaguez del triunfo, el artista su vida (en ningún momento mencionaba la mía,
advirtió en el hermoso rostro de su protector una como si el peligro le amenazara sólo a ella y
sombra amenazadora. Comprendió la causa. nuestras vidas no estuvieran unidas por el amor).
“¿Cómo un ser tan ínfimo” -sin duda estaba Recorrimos todos los barrios de la ciudad;
pensando el tirano- “es capaz de lo que yo, pastor llegamos a los suburbios más alejados, en busca de
de pueblos, soy incapaz?” Entonces un pájaro, que un departamento que nadie hubiera habitado:
bebía en la fuente, huyó alborozado por el aire y el todos estaban alquilados o vendidos Por fin
escultor discurrió la idea que lo salvaría. “Por encontré una casita en la calle Montes de Oca, que
humildes que sean” -dijo indicando al pájaro- “hay parecía de azúcar. Su blancura brillaba con
que reconocer que vuelan mejor que nosotros”. extraordinaria luminosidad. Tenía teléfono y, en el
frente, un diminuto jardín. Pensé que esa casa era
FIN recién construida, pero me enteré de que en 1930
la había ocupado una familia, y que después, para
alquilarla, el propietario le había hecho algunos
arreglos. Tuve que hacer creer a Cristina que nadie -¿Con qué dinero lo pagaste?
había vivido en la casa y que era el lugar ideal: la -Mamá me regaló unos pesos.
casa de nuestros sueños. Cuando Cristina la vio, Me pareció raro, Pero no le dije nada, para no
exclamó: ofenderla.
¡Qué diferente de los departamentos que Nos queríamos con locura. Pero mi inquietud
hemos visto! Aquí se respira olor a limpio. Nadie comenzó a molestarme, hasta para abrazar a
podrá influir en nuestras vidas y ensuciarlas con Cristina por la noche. Advertí que su carácter había
pensamientos que envician el aire. cambiado: de alegre se convirtió en triste, de
En pocos días nos casamos y nos instalamos allí. comunicativa en reservada, de tranquila en
Mis suegros nos regalaron los muebles del nerviosa. No tenía apetito. Ya no preparaba esos
dormitorio, y mis padres los del comedor. El resto ricos postres, un poco pesados, a base de cremas
de la casa lo amueblaríamos de a poco. Yo temía batidas y de chocolate, que me agradaban, ni
que, por los vecinos, Cristina se enterara de mi adornaba periódicamente la casa con volantes de
mentira, pero felizmente hacía sus compras fuera nylon, en las tapas de la letrina, en las repisas del
del barrio y jamás conversaba con ellos. Éramos comedor, en los armarios, en todas partes como
felices, tan felices que a veces me daba miedo. era su costumbre. Ya no me esperaba con vainillas
Parecía que la tranquilidad nunca se rompería en a la hora del té, ni tenía ganas de ir al teatro o al
aquella casa de azúcar, hasta que un llamado cinematógrafo de noche, ni siquiera cuando nos
telefónico destruyó mi ilusión. Felizmente Cristina mandaban entradas de regalo Una tarde entró un
no atendió aquella vez el teléfono, pero quizá lo perro en el jardín y se acostó frente a la puerta de
atendiera en una oportunidad análoga. La persona calle, aullando. Cristina le dio carne y le dio de
que llamaba preguntó por la señora Violeta: beber y, después de un baño, que le cambió el
indudablemente se trataba de la inquilina anterior. color del pelo, declaró que le daría hospitalidad y
Sí Cristina se enteraba de que yo la había que lo bautizaría con el nombre Amor, porque
engañado, nuestra felicidad seguramente llegaba a nuestra casa en un momento de
concluiría: no me hablaría más, pediría nuestro verdadero amor. El perro tenía el paladar negro, lo
divorcio, y en el mejor de los casos tendríamos que que indica pureza de raza.
dejar la casa para irnos a vivir, tal vez a Villa Otra tarde llegué de improviso a casa. Me
Urquiza, tal vez a Quilmes, de pensionistas en detuve en la entrada porque vi una bicicleta
alguna de las casas donde nos prometieron darnos apostada en el jardín - Entré silencíosamente y me
un lugarcito para construir ¿con qué? (con basura, escurrí detrás de una puerta y oí la voz de Cristina.
pues con mejores materiales no me alcanzaría el -¿Qué quiere? repitió dos veces.
dinero) un cuarto y una cocina. Durante la noche -Vengo a buscar mi perro -decía la voz de una
yo tenía cuidado de descolgar el tubo, para que muchacha-. Pasó tantas veces frente a esta casa
ningún llamado inoportuno nos despertara. que se ha encariñado con ella. Esta casa parece de
Coloqué un buzón en la puerta de calle; fui el azúcar. Desde que la pintaron, llama la atención de
depositario de la llave, el distribuidor de cartas. todos los transeúntes. Pero a mí me gustaba más
antes, con ese color rosado y romántico de las
Una mañana temprano golpearon a la puerta y casas viejas. Esta casa era muy misteriosa para mí.
alguien dejó un paquete Desde mi cuarto oí que mi Todo me gustaba en ella: la fuente donde venían a
mujer protestaba, luego oí el ruido del papel beber los pajaritos; las enredaderas con flores,
estrujado. Bajé la escalera y encontré a Cristina como cornetas amarillas; el naranjo. Desde que
con un vestido de terciopelo entre los brazos. tengo ocho años esperaba conocerla a usted,
- Acaban de traerme este vestido me dijo con desde aquel día en que hablamos por teléfono,
entusiasmo. ¿recuerda? Prometió que iba a regalarme un
Subió corriendo !as escaleras y se puso el barrilete.
vestido, que era muy escotado. -Los barriletes son juegos de varones.
-¿Cuándo te lo mandaste hacer? -Los juguetes no tienen sexo. Los barriletes me
Hace tiempo. ¿Me queda bien? Lo usaré cuando gustaban porque eran como enormes pájaros; me
tengamos que ir al teatro, ¿no te parece? hacía la ilusión de volar sobre sus alas. Para usted
fue un juego prometerme ese barrilete; yo no comenzó a devorarme Me pareció que había
dormí en toda la noche. Nos encontramos en la presenciado una representación de teatro y que la
panadería, usted estaba de espaldas y no vi su realidad era otra. No confesé a Cristina que había
cara. Desde ese día no pensé en otra cosa que en sorprendido la visita de esa muchacha. Esperé los
usted, en cómo sería su cara, su alma, sus acontecimientos, temiendo siempre que Cristina
ademanes de mentirosa. Nunca me regaló aquel descubriera mi mentira, lamentando que
barrilete. Los árboles me hablaban de sus estuviéramos instalados en ese barrio. Yo pasaba
mentiras. Luego fuimos a vivir a Morón, con mis todas las tardes por la plaza que queda frente a la
padres. Ahora, desde hace una semana estoy de iglesia de Santa Felicitas, para comprobar si
nuevo aquí. Cristina había acudido a la cita. Cristina parecía no
Hace tres meses que vivo en esta casa, y antes advertir mi inquietud. A veces llegué a creer que
jamás frecuenté estos barrios. Usted estará yo había soñado. Abrazando al perro, un día
confundida. Cristina me preguntó:
-Yo la había imaginado tal como es. ¡La imaginé -¿Te gustaría que me llamara Violeta?
tantas veces! Para colmo de la casualidad, mi -No me gusta el nombre de las flores.
marido estuvo de novio con usted. -Pero Violeta es lindo. Es un color.
-No estuve de novia sino con mi marido. ¿Cómo -Prefiero tu nombre.
se llama este perro? Un sábado, al atardecer, la encontré en el
-Bruto. puente de Constitución, asomada sobre el
-Lléveselo, por favor. antes que me encariñe parapeto de fierro Me acerqué y no se inmutó.
con él. -¿Qué haces aquí?
Violeta, escúcheme. Si llevo el perro a mi casa, -Estoy curioseando. Me gusta ver las vías desde
se morirá. No lo puedo cuidar. Vivimos en un arriba.
departamento muy chico. Mi marido y yo -Es un lugar muy lúgubre y no me gusta que
trabajamos y no hay nadie que lo saque a pasear. andes sola.
No me llamo Violeta. ¿Qué edad tiene? -No me parece tan lúgubre. ¿Y por qué no
puedo andar sola?
-¿Bruto? Dos años. ¿Quiere quedarse con él? Yo -¿Te gusta el humo negro de las locomotoras?
vendría a visitarlo de vez en cuando, porque lo -Me gustan los medios de transporte. Soñar con
quiero mucho. viajes. Irme sin irme. "Ir y quedar y con quedar
-A mi marido no le gustaría recibir desconocidos partirse."
en su casa, ni que aceptara un perro de regalo. Volvimos a casa. Enloquecido de celos (¿celos
-No se lo diga, entonces. La esperaré todos los de qué? De todo), durante el trayecto apenas le
lunes a las siete de la tarde en la plaza Colombia. hablé.
¿Sabe dónde es? Frente a la iglesia Santa Felicitas, -Podríamos tal vez comprar alguna casita en
o si no la esperaré donde usted quiera y a la hora San Isidro o en Olivos, es tan desagradable este
que prefiera; por ejemplo, en el puente de barrio -le dije, fingiendo que me era posible
Constitución o en el parque Lezama. Me adquirir una casa en esos lugares.
contentaré con ver los ojos de Bruto. ¿Me hará el -No creas. Tenemos muy cerca de aquí el
favor de quedarse con él? parque Lezama.
-Bueno. Me quedaré con él -Es una desolación. Las estatuas están rotas, las
-Gracias, Violeta. fuentes sin agua, los árboles apestados. Mendigos,
-No me llamo Violeta. viejos y lisiados van con bolsas, para tirar o recoger
-¿Cambió de nombre? Para nosotros usted es basuras.
Violeta. Siempre la misma misteriosa Violeta. -No me fijo en esas cosas.
Oí el ruido seco de la puerta y el taconeo de -Antes no querías sentarte en un banco donde
Cristina, subiendo la escalera. Tardé un rato en alguien había comido mandarinas o pan.
salir de mi escondite y en fingir que acababa de -He cambiado mucho,
llegar. A pesar de haber comprobado la inocencia -Por mucho que hayas cambiado, no puede
del diálogo, no sé por qué, una sorda desconfianza gustarte un parque como ése. Ya sé que tiene un
museo con leones de mármol que cuidan la No comentamos el episodio con Cristina; jamás
entrada y que jugabas allí en tu infancia, pero eso comprenderé por qué; era como si nuestros labios
no quiere decir nada. hubieran estado sellados para todo lo que no
-No te comprendo -me respondió Cristina. Y fuese besos nerviosos, insatisfechos o palabras
sentí que me despreciaba, con un desprecio que inútiles. En aquellos días, tan tristes para mí, a
podía conducirla al odio. Cristina le dio por cantar. Su voz era agradable,
Durante días, que me parecieron años, la vigilé, pero me exasperaba, porque formaba parte de ese
tratando de disimular mi ansiedad. Todas las mundo secreto, que la alejaba de mí. Por qué, si
tardes pasaba por la plaza frente a la iglesia y los nunca había cantado, ahora cantaba noche y día
sábados por el horrible puente negro de mientras se vestía o se bañaba o cocinaba o
Constitución. Un día me aventuré a decir a cerraba las persianas!
Cristina: Un día en que oí a Cristina exclamar con un aire
Si descubriéramos que esta casa fue habitada enigmático:
por otras personas ¿qué harías, Cristina? ¿Te irías Sospecho que estoy heredando la vida de
de aquí? alguien. las dichas y las penas, las equivocaciones y
los aciertos. Estoy embrujada -fingí no oír esa frase
-Si una persona hubiera vivido en esta casa, esa atormentadora. Sin embargo, no sé por qué
persona tendría que ser como esas figuritas de empecé a averiguar en el barrio quién era Violeta,
azúcar que hay en los postres o en las tortas de dónde estaba, todos los detalles de su vida.
cumpleaños: una persona dulce como el azúcar. A media cuadra de nuestra casa había una
Esta casa me inspira confianza ¿será el jardincito tienda donde vendían tarjetas postales, papel,
de la entrada que me infunde tranquilidad? ¡No cuadernos, lápices, gomas de borrar y juguetes.
sé! No me iría de aquí por todo el oro del mundo. Para mis averiguaciones, la vendedora de esa
Además no tendríamos adónde ir. Tú mismo me lo tienda me pareció la persona más indicada; era
dijiste hace un tiempo. charlatana y curiosa, sensible a las lisonjas. Con el
No insistí, porque iba a pura pérdida. Para pretexto de comprar un, cuaderno y lápices, fui
conformarme pensé que el tiempo compondría las una tarde a conversar con ella. Le alabé los ojos,
cosas. las manos, el pelo. Nunca me atreví a pronunciar la
Una mañana sonó el timbre de la puerta de palabra Violeta. Le expliqué que éramos vecinos.
calle. Yo estaba afeitándome y oí la voz de Cristina. Le pregunté finalmente quién había vivido en
Cuando concluí de afeitarme, mi mujer ya estaba nuestra casa. Tímidamente le dije:
hablando con la intrusa. Por la abertura de la -¿No vivía una tal Violeta?
puerta las espié. La intrusa tenía una voz tan grave Me contestó cosas muy vagas, que me
y los pies tan grandes que eché a reír. inquietaron más. Al día siguiente traté de
-Si usted vuelve a ver a Daniel, lo pagará muy averiguar en el almacén algunos otros detalles. Me
caro, Violeta. dijeron que Violeta estaba en un sanatorio
-No sé quién es Daniel y no me llamo Violeta - frenopático y me dieron la dirección.
respondió mí mujer. Canto con una voz que no es mía -me dijo
-Usted está mintiendo. Cristina, renovando su aire misterioso. Antes me
-No miento. No tengo nada que ver con Daniel. hubiera afligido, pero ahora me deleita. Soy otra
-Yo quiero que usted sepa las cosas como son. persona, tal vez más feliz que yo.
-No quiero escucharla. Fingí de nuevo no haberla oído. Yo estaba
Cristina se tapó las orejas con las manos. Entré leyendo el diario.
en el cuarto y dije a la intrusa que se fuera. De De tanto averiguar detalles de la vida de
cerca le miré los pies, las manos y el cuello. Violeta, confieso que desatendía a Cristina.
Entonces advertí que era un hombre disfrazado de Fui al sanatorio frenopático, que quedaba en
mujer. No me dio tiempo de pensar en lo que Flores. Ahí pregunté por Violeta y me dieron la
debía hacer; como un relámpago desapareció dirección de Arsenia López, su profesora de canto.
dejando la puerta entreabierta tras de sí. Tuve que tornar el tren en Retiro, para que me
llevara a Olivos. Durante el trayecto una tierrita
me entró en un ojo, de modo que en el momento su suerte. Murió de envidia. Repetía sin cesar.
de llegar a la casa de Arsenia López, se me caían "Alguien me ha robado la vida, pero lo pagará muy
las lágrimas, como si estuviese llorando. Desde la caro. No tendré mi vestido de terciopelo, ella lo
puerta de calle oí voces de mujeres, que hacían tendrá; Bruto será de ella; los hombres no se
gárgaras con las escalas, acompañadas de un disfrazarán de mujer para entrar en mi casa sino
piano, que parecía más bien un organillo. en la de ella; perderé la voz que transmitiré a esa
Alta, delgada, aterradora apareció en el fondo otra garganta indigna; no nos abrazaremos con
de un corredor Arsenia López, con un lápiz en la Daniel en el puente de Constitución, ilusionados
mano. Le dije tímidamente que venía a buscar con un amor imposible, inclinados como antaño,
noticias de Violeta. sobre la baranda de hierro, viendo los trenes
-¿Usted es el marido? alejarse."
-No, soy un pariente -le respondí secándome los Arsenia López me miró en los ojos y me dijo:
ojos con un pañuelo. -No se aflija. Encontrará muchas mujeres más
-Usted será uno de sus innumerables leales. Ya sabemos que era hermosa ¿pero acaso la
admiradores -me dijo, entornando los ojos y hermosura es lo único bueno que hay en el
tomándome la mano-. Vendrá para saber lo que mundo?
todos quieren saber, ¿cómo fueron los últimos Mudo, horrorizado, me alejé de aquella casa,
días de Violeta? Siéntese. No hay que imaginar que sin revelar mi nombre a Arsenia López que, al
una persona muerta forzosamente haya sido pura, despedirse de mí, intentó abrazarme, para
fiel, buena. demostrar su simpatía.
-Quiere consolarme -le dije. Desde ese día Cristina se transformó, para mí, al
Ella, oprimiendo mi mano con su mano menos, en Violeta. Traté de seguirla a todas horas,
húmeda, contestó: para descubrirla en los brazos de sus amantes. Me
-Sí. Quiero consolarlo. Violeta era no sólo mi alejé tanto de ella que la vi como a una extraña.
discípula, sino mi íntima amiga. Si se disgustó Una noche de invierno huyó. La busqué hasta el
conmigo, fue tal vez porque me hizo demasiadas alba.
confidencias y porque ya no podía engañarme. Los Ya no sé quién fue víctima de quién, en esa casa
últimos días que la vi, se lamentó amargamente de de azúcar que ahora está deshabitada
El collar resplandecientes, en los tapices que cubren las
Guy de Maupassant paredes con personajes antiguos y aves extrañas
dentro de un bosque fantástico; pensaba en los
Era una de esas hermosas y encantadoras exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en
criaturas nacidas como por un error del destino en fuentes maravillosas; en las galanterías
una familia de empleados. Carecía de dote, y no murmuradas y escuchadas con sonrisa de esfinge,
tenía esperanzas de cambiar de posición; no al tiempo que se paladea la sonrosada carne de
disponía de ningún medio para ser conocida, una trucha o un alón de faisán.
comprendida, querida, para encontrar un esposo No poseía galas femeninas, ni una joya; nada
rico y distinguido; y aceptó entonces casarse con absolutamente y sólo aquello de que carecía le
un modesto empleado del Ministerio de gustaba; no se sentía formada sino para aquellos
Instrucción Pública. goces imposibles. ¡Cuánto habría dado por
No pudiendo adornarse, fue sencilla, pero agradar, ser envidiada, ser atractiva y asediada!
desgraciada, como una mujer obligada por la Tenía una amiga rica, una compañera de
suerte a vivir en una esfera inferior a la que le colegio a la cual no quería ir a ver con frecuencia,
corresponde; porque las mujeres no tienen casta porque sufría más al regresar a su casa. Días y días
ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto pasaba después llorando de pena, de pesar, de
les sirven de ejecutoria y de familia. Su nativa desesperación.
firmeza, su instinto de elegancia y su flexibilidad Una mañana el marido volvió a su casa con
de espíritu son para ellas la única jerarquía, que expresión triunfante y agitando en la mano un
iguala a las hijas del pueblo con las más grandes ancho sobre.
señoras. —Mira, mujer —dijo—, aquí tienes una cosa
Sufría constantemente, sintiéndose nacida para ti.
para todas las delicadezas y todos los lujos. Sufría Ella rompió vivamente la envoltura y sacó un
contemplando la pobreza de su hogar, la miseria pliego impreso que decía:
de las paredes, sus estropeadas sillas, su fea “El ministro de Instrucción Pública y señora
indumentaria. Todas estas cosas, en las cuales ni ruegan al señor y la señora de Loisel les hagan el
siquiera habría reparado ninguna otra mujer de su honor de pasar la velada del lunes 18 de enero en
casa, la torturaban y la llenaban de indignación. el hotel del Ministerio.”
La vista de la muchacha bretona que les En lugar de enloquecer de alegría, como
servía de criada despertaba en ella pesares pensaba su esposo, tiró la invitación sobre la mesa,
desolados y delirantes ensueños. Pensaba en las murmurando con desprecio:
antecámaras mudas, guarnecidas de tapices —¿Qué haré yo con eso?
orientales, alumbradas por altas lámparas de —Creí, mujercita mía, que con ello te
bronce y en los dos pulcros lacayos de calzón procuraba una gran satisfacción. ¡Sales tan poco, y
corto, dormidos en anchos sillones, amodorrados es tan oportuna la ocasión que hoy se te
por el intenso calor de la estufa. Pensaba en los presenta!... Te advierto que me ha costado
grandes salones colgados de sedas antiguas, en los bastante trabajo obtener esa invitación. Todos las
finos muebles repletos de figurillas inestimables y buscan, las persiguen; son muy solicitadas y se
en los saloncillos coquetones, perfumados, reparten pocas entre los empleados. Verás allí a
dispuestos para hablar cinco horas con los amigos todo el mundo oficial.
más íntimos, los hombres famosos y agasajados, Clavando en su esposo una mirada llena de
cuyas atenciones ambicionan todas las mujeres. angustia, le dijo con impaciencia:
Cuando, a las horas de comer, se sentaba —¿Qué quieres que me ponga para ir allá?
delante de una mesa redonda, cubierta por un No se había preocupado él de semejante
mantel de tres días, frente a su esposo, que cosa, y balbució:
destapaba la sopera, diciendo con aire de —Pues el traje que llevas cuando vamos al
satisfacción: “¡Ah! ¡Qué buen caldo! ¡No hay nada teatro. Me parece muy bonito...
para mí tan excelente como esto!”, pensaba en las Se calló, estupefacto, atontado, viendo que
comidas delicadas, en los servicios de plata su mujer lloraba. Dos gruesas lágrimas se
desprendían de sus ojos, lentamente, para rodar —¡Qué tonta eres! Anda a ver a tu
por sus mejillas. compañera de colegio, la señora de Forestier, y
El hombre murmuró: ruégale que te preste unas alhajas. Eres bastante
—¿Qué te sucede? Pero ¿qué te sucede? amiga suya para tomarte esa libertad.
Mas ella, valientemente, haciendo un La mujer dejó escapar un grito de alegría.
esfuerzo, había vencido su pena y respondió con —Tienes razón, no había pensado en ello.
tranquila voz, enjugando sus húmedas mejillas: Al siguiente día fue a casa de su amiga y le
—Nada; que no tengo vestido para ir a esa contó su apuro.
fiesta. Da la invitación a cualquier colega cuya La señora de Forestier fue a un armario de
mujer se encuentre mejor provista de ropa que yo. espejo, cogió un cofrecillo, lo sacó, lo abrió y dijo a
Él estaba desolado, y dijo: la señora de Loisel:
—Vamos a ver, Matilde. ¿Cuánto te costaría —Escoge, querida.
un traje decente, que pudiera servirte en otras Primero vio brazaletes; luego, un collar de
ocasiones, un traje sencillito? perlas; luego, una cruz veneciana de oro, y
Ella meditó unos segundos, haciendo sus pedrería primorosamente construida. Se probaba
cuentas y pensando asimismo en la suma que aquellas joyas ante el espejo, vacilando, no
podía pedir sin provocar una negativa rotunda y pudiendo decidirse a abandonarlas, a devolverlas.
una exclamación de asombro del empleadillo. Preguntaba sin cesar:
Respondió, al fin, titubeando: —¿No tienes ninguna otra?
—No lo sé con seguridad, pero creo que con —Sí, mujer. Dime qué quieres. No sé lo que
cuatrocientos francos me arreglaría. a ti te agradaría.
El marido palideció, pues reservaba De repente descubrió, en una caja de raso
precisamente esta cantidad para comprar una negro, un soberbio collar de brillantes, y su
escopeta, pensando ir de caza en verano, a la corazón empezó a latir de un modo inmoderado.
llanura de Nanterre, con algunos amigos que salían Sus manos temblaron al tomarlo. Se lo puso,
a tirar a las alondras los domingos. rodeando con él su cuello, y permaneció en éxtasis
Dijo, no obstante: contemplando su imagen.
—Bien. Te doy los cuatrocientos francos. Luego preguntó, vacilante, llena de angustia:
Pero trata de que tu vestido luzca lo más posible, —¿Quieres prestármelo? No quisiera llevar
ya que hacemos el sacrificio. otra joya.
El día de la fiesta se acercaba y la señora de —Sí, mujer.
Loisel parecía triste, inquieta, ansiosa. Sin Abrazó y besó a su amiga con entusiasmo, y
embargo, el vestido estuvo hecho a tiempo. Su luego escapó con su tesoro.
esposo le dijo una noche: Llegó el día de la fiesta. La señora de Loisel
—¿Qué te pasa? Te veo inquieta y pensativa tuvo un verdadero triunfo. Era más bonita que las
desde hace tres días. otras y estaba elegante, graciosa, sonriente y loca
Y ella respondió: de alegría. Todos los hombres la miraban,
—Me disgusta no tener ni una alhaja, ni una preguntaban su nombre, trataban de serle
sola joya que ponerme. Pareceré, de todos modos, presentados. Todos los directores generales
una miserable. Casi, casi me gustaría más no ir a querían bailar con ella. El ministro reparó en su
ese baile. hermosura.
—Ponte unas cuantas flores naturales — Ella bailaba con embriaguez, con pasión,
replicó él—. Eso es muy elegante, sobre todo en inundada de alegría, no pensando ya en nada más
este tiempo, y por diez francos encontrarás dos o que en el triunfo de su belleza, en la gloria de
tres rosas magníficas. aquel triunfo, en una especie de dicha formada
Ella no quería convencerse. por todos los homenajes que recibía, por todas las
—No hay nada tan humillante como parecer admiraciones, por todos los deseos despertados,
una pobre en medio de mujeres ricas. por una victoria tan completa y tan dulce para un
Pero su marido exclamó: alma de mujer.
Se fue hacia las cuatro de la madrugada. Su —Sí. Es probable. ¿Te fijaste qué número
marido, desde medianoche, dormía en un tenía?
saloncito vacío, junto con otros tres caballeros —No. Y tú, ¿no lo miraste?
cuyas mujeres se divertían mucho. —No.
Él le echó sobre los hombros el abrigo que Contempláronse aterrados. Loisel se vistió
había llevado para la salida, modesto abrigo de su por fin.
vestir ordinario, cuya pobreza contrastaba —Voy —dijo— a recorrer a pie todo el
extrañamente con la elegancia del traje de baile. camino que hemos hecho, a ver si por casualidad
Ella lo sintió y quiso huir, para no ser vista por las lo encuentro.
otras mujeres que se envolvían en ricas pieles. Y salió. Ella permaneció en traje de baile, sin
Loisel la retuvo diciendo: fuerzas para irse a la cama, desplomada en una
—Espera, mujer, vas a resfriarte a la salida. silla, sin lumbre, casi helada, sin ideas, casi
Iré a buscar un coche. estúpida.
Pero ella no le oía, y bajó rápidamente la Su marido volvió hacia las siete. No había
escalera. encontrado nada.
Cuando estuvieron en la calle no Fue a la Prefectura de Policía, a las
encontraron coche, y se pusieron a buscar, dando redacciones de los periódicos, para publicar un
voces a los cocheros que veían pasar a lo lejos. anuncio ofreciendo una gratificación por el
Anduvieron hacia el Sena desesperados, hallazgo; fue a las oficinas de las empresas de
tiritando. Por fin pudieron hallar una de esas coches, a todas partes donde podía ofrecérsele
vetustas berlinas que sólo aparecen en las calles alguna esperanza.
de París cuando la noche cierra, cual si les Ella le aguardó todo el día, con el mismo
avergonzase su miseria durante el día. abatimiento desesperado ante aquel horrible
Los llevó hasta la puerta de su casa, situada desastre.
en la calle de los Mártires, y entraron tristemente Loisel regresó por la noche con el rostro
en el portal. Pensaba, el hombre, apesadumbrado, demacrado, pálido; no había podido averiguar
en que a las diez había de ir a la oficina. nada.
La mujer se quitó el abrigo que llevaba —Es menester —dijo— que escribas a tu
echado sobre los hombros, delante del espejo, a amiga enterándola de que has roto el broche de su
fin de contemplarse aún una vez más ricamente collar y que lo has dado a componer. Así
alhajada. Pero de repente dejó escapar un grito. ganaremos tiempo.
Su esposo, ya medio desnudo, le preguntó: Ella escribió lo que su marido le decía.
—¿Qué tienes? Al cabo de una semana perdieron hasta la
Ella volvióse hacia él, acongojada. última esperanza.
—Tengo..., tengo... —balbució — que no Y Loisel, envejecido por aquel desastre,
encuentro el collar de la señora de Forestier. como si de pronto le hubieran echado encima
Él se irguió, sobrecogido: cinco años, manifestó:
—¿Eh?... ¿cómo? ¡No es posible! —Es necesario hacer lo posible por
Y buscaron entre los adornos del traje, en reemplazar esa alhaja por otra semejante.
los pliegues del abrigo, en los bolsillos, en todas Al día siguiente llevaron el estuche del collar
partes. No lo encontraron. a casa del joyero cuyo nombre se leía en su
Él preguntaba: interior.
—¿Estás segura de que lo llevabas al salir del El comerciante, después de consultar sus
baile? libros, respondió:
—Sí, lo toqué al cruzar el vestíbulo del —Señora, no salió de mi casa collar alguno
Ministerio. en este estuche, que vendí vacío para complacer a
—Pero si lo hubieras perdido en la calle, lo un cliente.
habríamos oído caer. Anduvieron de joyería en joyería, buscando
—Debe estar en el coche. una alhaja semejante a la perdida, recordándola,
describiéndola, tristes y angustiosos.
Encontraron, en una tienda del Palais Royal, cesta al brazo, regateando, teniendo que sufrir
un collar de brillantes que les pareció idéntico al desprecios y hasta insultos, porque defendía
que buscaban. Valía cuarenta mil francos, y céntimo a céntimo su dinero escasísimo.
regateándolo consiguieron que se lo dejaran en Era necesario mensualmente recoger unos
treinta y seis mil. pagarés, renovar otros, ganar tiempo.
Rogaron al joyero que se los reservase por El marido se ocupaba por las noches en
tres días, poniendo por condición que les daría por poner en limpio las cuentas de un comerciante, y a
él treinta y cuatro mil francos si se lo devolvían, veces escribía a veinticinco céntimos la hoja.
porque el otro se encontrara antes de fines de Y vivieron así diez años.
febrero. Al cabo de dicho tiempo lo habían ya pagado
Loisel poseía dieciocho mil que le había todo, todo, capital e intereses, multiplicados por
dejado su padre. Pediría prestado el resto. las renovaciones usurarias.
Y, efectivamente, tomó mil francos de uno, La señora Loisel parecía entonces una vieja.
quinientos de otro, cinco luises aquí, tres allá. Hizo Habíase transformado en la mujer fuerte, dura y
pagarés, adquirió compromisos ruinosos, tuvo ruda de las familias pobres. Mal peinada, con las
tratos con usureros, con toda clase de faldas torcidas y rojas las manos, hablaba en voz
prestamistas. Se comprometió para toda la vida, alta, fregaba los suelos con agua fría. Pero a veces,
firmó sin saber lo que firmaba, sin detenerse a cuando su marido estaba en el Ministerio,
pensar, y, espantado por las angustias del sentábase junto a la ventana, pensando en aquella
porvenir, por la horrible miseria que los fiesta de otro tiempo, en aquel baile donde lució
aguardaba, por la perspectiva de todas las tanto y donde fue tan festejada.
privaciones físicas y de todas las torturas morales, ¿Cuál sería su fortuna, su estado al presente,
fue en busca del collar nuevo, dejando sobre el si no hubiera perdido el collar? ¡Quién sabe!
mostrador del comerciante treinta y seis mil ¡Quién sabe! ¡Qué mudanzas tan singulares ofrece
francos. la vida! ¡Qué poco hace falta para perderse o para
Cuando la señora de Loisel devolvió la joya a salvarse!
su amiga, ésta le dijo un tanto displicente: Un domingo, habiendo ido a dar un paseo
—Debiste devolvérmelo antes, porque bien por los Campos Elíseos para descansar de las
pude yo haberlo necesitado. fatigas de la semana, reparó de pronto en una
No abrió siquiera el estuche, y eso lo juzgó la señora que pasaba con un niño cogido de la mano.
otra una suerte. Si notara la sustitución, ¿qué Era su antigua compañera de colegio,
supondría? ¿No era posible que imaginara que lo siempre joven, hermosa siempre y siempre
habían cambiado de intento? seductora. La de Loisel sintió un escalofrío. ¿Se
La señora de Loisel conoció la vida horrible decidiría a detenerla y saludarla? ¿Por qué no?
de los menesterosos. Tuvo energía para adoptar Habíéndolo pagado ya todo, podía confesar, casi
una resolución inmediata y heroica. Era necesario con orgullo, su desdicha.
devolver aquel dinero que debían... Despidieron a Se puso frente a ella y dijo:
la criada, buscaron una habitación más económica, —Buenos días, Juana.
una buhardilla. La otra no la reconoció, admirándose de
Conoció los duros trabajos de la casa, las verse tan familiarmente tratada por aquella infeliz.
odiosas tareas de la cocina. Fregó los platos, Balbució:
desgastando sus uñitas sonrosadas sobre los —Pero..., ¡señora!.., no sé. .. Usted debe de
pucheros grasientos y en el fondo de las cacerolas. confundirse...
Enjabonó la ropa sucia, las camisas y los paños, —No. Soy Matilde Loisel.
que ponía a secar en una cuerda; bajó a la calle Su amiga lanzó un grito de sorpresa.
todas las mañanas la basura y subió el agua, —¡Oh! ¡Mi pobre Matilde, qué cambiada
deteniéndose en todos los pisos para tomar estás...
aliento. Y, vestida como una pobre mujer de —¡Sí; muy malos días he pasado desde que
humilde condición, fue a casa del verdulero, del no te veo, y además bastantes miserias.... todo por
tendero de comestibles y del carnicero, con la ti...
—¿Por mí? ¿Cómo es eso?
—¿Recuerdas aquel collar de brillantes que
me prestaste para ir al baile del Ministerio? Carta bajo la mesa
—¡Sí, pero... Silvina Ocampo
—Pues bien: lo perdí...
—¡Cómo! ¡Si me lo devolviste! Querido Florencio:
—Te devolví otro semejante. Y hemos Estoy pasando unos días en Aldington, en casa
tenido que sacrificarnos diez años para pagarlo. de unos amigos. Aldington está situado en un lugar
Comprenderás que representaba una fortuna para del sur de Inglaterra, bello, anegado y solitario,
nosotros, que sólo teníamos el sueldo. En fin, a lo donde crían ovejas. Desde aquí se ve, en una
hecho pecho, y estoy muy satisfecha. lejana franja, el mar, que podría ser un río. El
La señora de Forestier se había detenido. paisaje me recuerda un poco el nuestro, salvo la
—¿Dices que compraste un collar de ondulación natural del suelo, la moderación del
brillantes para sustituir al mío? canto de los pájaros, el absoluto silencio y la
—Sí. No lo habrás notado, ¿eh? Casi eran oscuridad perfecta de las noches. Es probable que
idénticos. en otras noches se oiga el croar de las ranas y que
Y al decir esto, sonreía orgullosa de su noble brille una luz extraordinaria ¿pero qué espera el
sencillez. La señora de Forestier, sumamente tiempo para volver exuberante a la naturaleza?
impresionada, cogióle ambas manos: Estamos en pleno verano.
—¡Oh! ¡Mi pobre Matilde! ¡Pero si el collar Hay en mí una mezcla de nostalgia y de goce
que yo te presté era de piedras falsas!... ¡Valía que no sabría explicar. La similitud y disimilitud del
quinientos francos a lo sumo!... lugar, comparado con mi tierra, provoca alborozo
en mi ánimo cuando vago al atardecer por los
caminos sinuosos que llevan al pueblo. No muy
lejos de aquí, un campamento de gitanos, rubios,
altos y feroces, con carros pintados de colores
violentos, con manijas, bisagras y guardabarros de
bronce, llamó mi atención. La primera vez que lo vi
fue el día del año en que los gitanos lavan la ropa:
la habían tendido alrededor de las carpas,
ocupando casi una manzana.
Hay un bosque, de abundante vegetación con
muchas flores rosadas; creo que te gustaría como
a mí. Dos veces logré perderme en él, en su
oscuridad, que me fascina. Observamos con mis
amigos que de trecho en trecho (sin quitarle
belleza, pero dándole quizá un aspecto lúgubre),
se abren hoyos en el suelo, con visibles restos de
raíces rotas; diríase que alguien, un jardinero de
prisa, hubiera sacado plantas con el terrón de
tierra para trasplantarlas. Junto a algún hoyo
queda una arpillera raída y húmeda, una colilla o
una lata vacía. Me atrae ese bosque y
secretamente deseo que la noche me sorprenda
alguna vez perdida en él, para que yo me vea
obligada a quedarme entre las flores rosas y los
helechos, sobre el musgo, acostada, con ese miedo
que me agrada, como suele agradarle a los niños.
Me dijiste que el miedo fue siempre una de mis
favoritas distracciones. Esas locuras mías son las
que gustan más, porque demuestran que aún caso no guarda proporción con el peligro que me
queda en mí un resto de infancia. No soy valiente, acecha. Hoy, por ejemplo, ¿por qué no tengo el
pero en mi inconciencia jamás rehuyo el peligro; lo miedo de ayer? La misma soledad absoluta me
busco para jugar con él. No lo olvides: he quedado circunda. Las ovejas grises que pastan a lo lejos
sola en este desamparado lugar de Inglaterra, en son como piedras grises que se mueven. ¿Por qué
una casa sin persianas, con ventanales de vidrio, no me dan miedo?
alejada de otras viviendas, sin ni siquiera un perro Temprano, tres veces por semana, viene una
para cuidarme. Mis amigos se fueron a Londres. Es mujer reumática a hacer la limpieza de la casa;
claro que el sitio es tranquilo y la gente tan buena, todavía estoy durmiendo cuando oigo sus cantos
que al salir ponemos la llave sobre el soporte del desafinados, como un zumbido. El jardín se cuida
farol de entrada, de modo que el almacenero, el él mismo. Nada cuida mejor un jardín que la
lechero o el cartero puedan dejar paquetes o humedad. Los dueños de la casa dicen que se
cartas adentro de la casa. Todo el pueblo sabe encargan de regarlo, cuando vienen a vivir aquí,
dónde está la llave de la puerta de entrada. pero hay tanta humedad natural que no han de
Debo confesarte que en el primer momento regarlo nunca, por más que se jacten de ello.
vacilé ante la idea de quedar sola aquí. Me gusta Interrumpí esta carta para preparar una taza de
compartir el miedo aunque sea con un perro o un té. Esta cocinita de gas es muy práctica: en dos
gato, pero ¿qué placer podría sentir? La picadura minutos todo está listo. Mientras te escribo, bebo
de una avispa en la pierna izquierda, que me dio el té. Escribirte con la pluma en la mano derecha y
fiebre (me duele todavía), los discos maravillosos sostener con la izquierda la taza en que bebo un
que no he oído bastante en el fonógrafo, la lectura manjar que preparo tan bien, es una felicidad que
de Rómulo Magno de Dürrenmatt y cierta inercia no cambio por ninguna otra. No, aunque no lo
me indujeron a quedarme. Luego, cuando quedé creas: no cambio esta felicidad por ninguna otra, ni
sola, y empezó a caer la tarde, una angustia por estar a tu lado. ¡El amor es tan complicado con
intolerable me sobrecogió. Tuve que tomar todos sus ritos! No me vengo de ti. El poniente ha
pastillas de Ampliactil, como esas mujeres de las iluminado los vidrios de rojo. Ahora estoy sentada
cuales te burlas. Todo eso sucedió ayer. El cielo, frente al ancho ventanal del dormitorio, desde
donde buscaba los Siete Cabritos, las Tres Marías, donde diviso el campo y una franja lejana, como
la Cruz del Sur, porque no conozco otro cielo y otro campo, de mar. No comprendo mi temor de
porque me parece que todos los cielos tendrán ayer. La soledad se intensifica a esta hora. El
que ser como el nuestro, se cubrió de nubes. Una zumbido de un moscardón golpea los vidrios: abro
tormenta, que podía competir con las de mi la ventana para que se vaya.
provincia se desencadenó. El mar, a lo lejos, Nunca oí tantos silencios juntos: el de la casa, el
parecía colérico. La noche sobrevino más del campo, el del cielo. Con cuidado pongo la taza
temprano, por suerte; digo por suerte, porque la sobre el plato de porcelana. Cualquier ruido sería
oscuridad me daba menos miedo, tal vez, que las estruendoso. Recuerdo un poema de Verlaine,
imágenes que estaba viendo, pues aunque busque titulado "Circunspección": "No interrumpamos el
el miedo, éste excedía mi deseo. Acurrucada en un silencio de la naturaleza, una diosa taciturna y
sillón, el más alejado de la ventana, me puse a feroz" decía un verso.
leer, mientras el cielo organizaba truenos y Desde hace unos instantes oigo un ruido, un
relámpagos, y la lluvia, con su cortina espesa y fría, ruido que me trae algún recuerdo de infancia, el
sin protegerme, me separaba del mundo. ruido que hace una pala (hermana del rastrillo) en
Esta mañana me desperté feliz de haber la tierra húmeda. ¿Pero quién puede trabajar a
vencido esa parte tan vulnerable de mi ser. estas horas? ¿Una pala invisible? Si pienso un poco
Caminando fui de nuevo al bosque: me perdí entre puedo asustarme. ¿Prefiero que esa pala que
las flores rosadas y los crujientes árboles: "Sola, golpea rítmicamente la tierra sea invisible?
sola, sola", repetía, regocijándome con mi soledad. Involuntariamente, de un misterio elijo la versión
"Estoy sola". que más me asusta. Me vuelvo hacia el este donde
¿Qué es el miedo? Ciertamente cada ser tiene está el otro ventanal, que no tiene mayor
su propio miedo, un miedo que nace con él. En mi atractivo. Hay una bolsa en el suelo. La bolsa se
mueve: es un hombre arrodillado. Está cavando la comiendo ellas mismas; más bien, habrán
tierra. ¿Por qué está arrodillado? Hace un esfuerzo terminado de comer, los hijos estarán durmiendo
inaudito con los brazos. Para cavar la tierra, (pues aquí se come muy temprano), viendo
habitualmente los jardineros hincan la pala con la tranquilamente lo que estoy viendo; propagandas
ayuda del pie. La postura del hombre es extraña. de trajes de baño, de aceite bronceador, de
¿Será un vecino que viene a robar plantas? ¿Qué cepillos Kent con su peine elástico, de jabones
plantas? Hay alverjillas rosas, salvias, dalias, para el cutis, de supositorios para infantes que ríen
nardos, caléndulas, brincos ¡qué sé yo! Pero no en vez de llorar. Luego las noticias policiales. Oigo
hay plantas grandes. ¿Para qué está cavando ese la voz que da los informes: un hombre peligroso,
hoyo? ¿Para qué? Habrán mandado una planta de portugués de cuarenta años, corpulento asesino,
algún vivero. ¿Por qué no me avisaron? Pero a esta llamado Fausto Sendeiro, alias Laranja, que trabaja
hora nadie trabaja. Dentro de un rato, ese hombre de jardinero, asesina y mutila a mujeres, para
tendrá que irse y podré acurrucarme en un sillón abonar las plantas que distribuye
tranquilamente para oír los discos. Ahora no caprichosamente. ¿Cómo no se descubrió antes?,
puedo interrumpir con otro sonido el ruido de esa dice el locutor. Parece que dos mujeres lo
pala. Cerrando los ojos sueño que vivimos en esta secundan, vestidas con trajes anticuados,
casa, que es nuestra y que tenemos un jardinero, vendiendo baratijas. Fausto Sendeiro, durante el
que está trabajando afuera. Se acerca la hora de la atardecer, cava los hoyos donde arroja a sus
cena, hora en que volverás. Soy feliz. víctimas para plantar encima arbolitos que saca de
Sospecho que el comienzo de esta carta no fue los bosques. Jamás existió asesino tan trabajador.
del todo sincero. Te extraño. No tengo motivo ¿Cuántas mujeres habrá matado? ¿Cómo? El
para ocultártelo, salvo este orgullo que me oprime primer jardín donde hizo las excavaciones, por
el cuello, como si tuviera manos para pura casualidad aparece en la pantalla. Una bolsa
estrangularme. quedó olvidada, con las impresiones digitales. Veo
A través del vidrio del ventanal, el hombre el jardín macabro, con las excavaciones y unas
¿será un hombre? se mueve pesadamente. Miro pobres plantas en el suelo. Desconecto el
mis brazos y compruebo que tengo frío, por televisor. El ruido de la pala continúa. No puedo
consiguiente miedo. Al alcance de mi mano está el casi moverme. Estoy paralizada. El hoyo se
televisor. Muevo los diales. Con avisos, imágenes agranda; es un agujero negro. Junto al agujero
(aunque sean para niños), música, noticias, vislumbro una planta tirada en el suelo. ¿Dónde
cualquier noticia, llegaré a no oír el silencio, que podré esconderme? Estoy en una casa de vidrio, y
encuadra mi susto. El hombre me mira mientras el hombre me mira continuamente. No hay
hinca la pala: ahora lo advierto. No sé si la sombra teléfono. Arrastrándome como un gusano podría
es negra o su cara, debajo del sombrero raído. Su tal vez llegar hasta la puerta de entrada o hasta el
figura corpulenta se pierde en la oscuridad de la dormitorio, donde está mi cama, sin ser vista.
noche, que va cayendo del cielo. Diríase que sólo ¿Pero si al verme hacer esos movimientos deja su
la tierra está iluminada, con los últimos reflejos del trabajo y viene corriendo hacia mí, para clavarme
poniente. el cuchillo que llevará en el cinto, o para
Si en esta casa hubiera una jaula con un pájaro, estrangularme con sus manos enormes? ¿En
o un animalito cualquiera, sentiría menos miedo. cuántos pedazos me cortará suponiendo que lleva
El televisor tarda en funcionar. ¿Le faltará la un cuchillo en el cinto, y en cuántos minutos me
antena? Oigo el ruido de la pala. Muevo los diales: estrangulará, suponiendo que oprima mi cuello
la pantalla se ilumina intensamente. ¿Antes de con sus manos enormes? No puedo alzar la vista
llegar a enfocar las imágenes tendré que morir? El hacia la puerta: las dos mujeres están allí. Ya
esfuerzo me calma un poco. Como verás, manejo entraron: sin golpear. Una de ellas tiene un
los diales con la mano izquierda. Podrías creer que sombrero con lentejuelas, plumas y gasa, la otra
no estoy escribiendo con la mano derecha ¡tan un gorro de paja con cerezas; visten faldas
temblorosa es ahora mi letra! Las imágenes almidonadas, negras, y llevan cada una de ellas
aparecen nítidas. En sus casas miles de señoras una valija de cuero. Musitan a un tiempo:
estarán tejiendo, dando de comer a sus hijos o "Venimos, señora, a venderle unas cositas
interesantes" (es la única frase que saben decir). verdaderas referencias en la literatura fantástica
De las valijas sacan blusas de nylon, medias, que irrumpió con fuerza en el panorama del
prendedores, fotografías de árboles y de buques, y romanticismo de finales del siglo XVIII y durante el
frascos de bombones que me ofrecen. siglo XIX, tiempo en que los autores clásicos del
—Acabo en seguida con estas cuentas —les género rescataron el cuento de terror de la
digo—. Mis gastos. leyenda y el cuento popular. En estos relatos
Se sientan, para esperarme, ofreciéndome un modernos, los eventos sobrenaturales, a
bombón, entre sus dedos largos. ¿Ese bombón diferencia de las leyendas tradicionales, no
contendrá un soporífero? Son mujeres piadosas. ocurren en lugares exóticos o ignotos, sino que
Se miran y ríen. suceden aquí y ahora, en el entorno cotidiano. Lo
—¿Pronto serviré de abono a una planta? —les que impulsa también el desarrollo del género es el
pregunto. entorno social e histórico, uno de los períodos más
No saben lo que quiere decir abono, ni planta, racionalistas, poblado ahora por las
ni pronto. Tomo el bombón y lo llevo a la boca: investigaciones científicas y las explicaciones a
tiene gusto a chocolate, al último bombón, a la algunos de los misterios de la humanidad y el
última etapa del miedo, que me comunica con hombre deja de creer en mitos y supersticiones
Dios. Siento un agradable sopor que me vuelve que desde siempre alimentaron su alma de terror,
atrevida. el fantasma comienza a ocupar una parte no
—¿No quieren tomar té? —les pregunto, sin despreciable de la literatura. No es, naturalmente,
dejar de escribir. Con el índice de la mano una obsesión nueva en el hombre, ni tampoco
izquierda señalo la taza que está sobre la mesa, y aparece por vez primera en la historia de la
la tetera. literatura, sin embargo, en pocas ocasiones ha
—Sí —responden al mismo tiempo, mirándose despertado tanto interés como en el siglo XIX, y
de soslayo—. ¿Cha cha? nunca se había erigido, como entonces, en
Mientras tomen el té pondré a salvo mi carta. personaje fundamental de un tipo de literatura
La dirección ya está en el sobre y... que, con los años, iría creando sus propias pautas
hasta adquirir la categoría de género literario.
Edgar Allan Poe
El cuento clásico de terror A pesar de las diversas posturas y críticas
Tal y como dice la conocida frase de H. P. histórico-literarias, Edgar Allan Poe es considerado
Lovecraft, «La emoción más antigua y más intensa el iniciador y propulsor del género del relato corto
de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y moderno. Los temas de Poe nacen de forma
más intenso de los miedos es el miedo a lo irremediable de su mundo interior: obsesiones,
desconocido», y como es lógico esperar de un alucinaciones, sueños... se transforman en materia
género tan estrechamente relacionado con las literaria que el escritor elabora y ordena creando
emociones primitivas, el cuento de horror es tan mundos habitados por extraños personajes, que
viejo como el pensamiento y el lenguaje humanos. actúan movidos por impulsos ajenos a la mayoría
En efecto, el terror constituyó una característica de los humanos, a pesar de la tendencia reflexiva y
destacada ya desde la magia ceremonial racionalizadora que les suele caracterizar. Sin
prehistórica y se desarrolló ampliamente en todas embargo, la fascinación que los cuentos de Poe
las culturas antiguas, cuyas leyendas eran un ejercen se debe, principalmente, a su capacidad
medio para intentar encontrar una explicación para crear ambientes densos y compactos donde
ante las leyes físicas de un mundo que les el lector se sumerge de forma irremediable desde
resultaba hostil y espantoso. Eran el espejo de las el principio hasta el fin. Y es que Poe tenía una
pesadillas, historias surgidas del inconsciente, de gran habilidad para expresar con palabras justas lo
los impulsos de destrucción y deseo que se que quería decir, sin añadir nada que pudiera
encuentran ocultos en nuestra más profunda y estorbar el centro de la historia. Este sentido
escondida consciencia interior. económico del lenguaje, junto con su capacidad
Pero a pesar de estos antecedentes, más o para la creación de mundos herméticos donde la
menos remotos, el relato de terror tuvo sus intriga se mantiene hasta el final, hacia el que
confluye toda la historia, le han dado la justa fama
de creador del relato breve moderno.

EL cuento de terror pertenece al género


fantástico, y es también llamado “fantástico de
terror” porque reúne las mismas características
que este, pero agrega elementos distintivos de los
cuales el principal es el trabajo que hay por parte
del autor en la psiquis de los personajes. Los
elementos sobrenaturales no son ya propicios a la
duda sino que están fuertemente establecidos y
sirven de estructura a los núcleos de acción. En el
caso de los cuentos de Poe “El gato negro” y “El
corazón delator” el narrador está en primera
persona y esto no es casual; sólo uno mismo
puede hacer un análisis de sus sensaciones y
emociones y los mismos protagonistas reconocen
su estado mental alterado por algún factor externo
que lo provoque.

Más del cuento fantástico:

El relato fantástico se diferencia del resto,


además de los elementos que lo caracterizan, por
ser el relato que permite la creación de mundos
posibles. ¿Qué quiere decir esto? Que mediante lo
fantástico podemos acceder a mundos diferentes
al de la realidad que nos rodea, mundos donde
otras cosas son “comunes y corrientes”, en los que
las personas pueden hacer cosas que aparecen
sólo en nuestros sueños o ilusiones; por eso
decimos que el género fantástico incluye lo
“onírico”.

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