Está en la página 1de 2

FIESTA Y LUCHA

Ante Jesús se han sorprendido siempre dos clases de personas: los fariseos, iríamos hoy los
piadosos; los que pretenden que la religión debe ser sacrificio, dolor, penitencia. Cristianos con
cara de funeral. (Francisco recordó que su predecesor, “Pablo VI decía que no se puede llevar
hacia delante el Evangelio con cristianos tristes, desalentados, desanimados. No se puede. Esta
actitud un poco fúnebre, Muchas veces los cristianos tienen más la cara de ir a un funeral que de ir
a alabar a Dios)

Estos cristianos se escandalizan, no cuando Jesús asiste a banquetes, porque eso está en los
evangelios, sino cuando se traducen fielmente esas mismas actitudes suyas a la época actual; y así,
condenan a los que no ayunan, a los que no machacan el pecado y el infierno todo el día, a los que
no cumplen las leyes eclesiásticas.

También se han sorprendido ante Jesús los que viven como si la vida no fuera más que divertirse y
distraerse, los que sueñan constantemente en diversiones y pasatiempos, los que olvidan en la
práctica que no viven solos en este mundo y que las personas no son para usarlas a capricho, los
que ponen su empeño en tener, tener y tener más cada día más.

Todos esos cristianos coinciden en creer que la alegría, el gozo, la fiesta... son incompatibles con
la vida cristiana.

La única diferencia entre ellos está en el camino diverso que han escogido:

 unos tratan de servir a un Dios sin alegría, sin fiesta, sin gozo ,
 y los otros se han ido detrás de una alegría sin Dios.
 Otros han fabricado un dios a su medida, con lo que han perdido la capacidad de la
sorpresa.

El Jesús del evangelio de hoy desenmascara con su actuar esta separación absurda, sacrílega.

A Dios se le ama no sólo rezando, sino también comiendo y bebiendo, todo con espíritu de acción
de gracias, de reconocimiento y de participación. Para Jesús esto también es parte de la lucha por
la vida.

A Dios se le ama fundamentalmente compartiendo la vida con los que nos rodean, pues Dios ha
creado las cosas para que podamos gozarnos y disfrutar con ellas. Sin olvidar que la creación es de
todos para todos y no de unos cuantos. He ahí nuestra lucha.

Por eso el cristiano tiene que unir en su vida la fiesta y la lucha; tiene que hacer una síntesis de
ambas si quiere identificarse con la ética de Jesús, con su destino de vida.

Para Jesús, la fiesta es como una pequeña parcela que cultiva uno en sí mismo, cuando vive la
libertad desde la generosidad, y esto resulta de ir intuyendo el sentido de la vida que no es otro
que Dios mismo. Esa parcela tiene unos límites: yo no puedo violentar la conciencia de los demás y
hacerles cautivos de mí mismo.
Por eso para Jesús, la fiesta brota desde dentro de nosotros mismos. Pues, en todo hombre existe
una parte de soledad que ninguna intimidad humana puede llenar. Ahí sale Dios a nuestro
encuentro; y ahí, en esas profundidades, se sitúa la fiesta íntima con Dios a la que nos da acceso
Cristo resucitado.

Porque el Resucitado es nuestra fiesta, he ahí nuestra identidad como discípulos de Jesús. Una
fiesta que se va ahondando en la medida que asúmanos el proyecto de humanidad jesuáneo: dar
vida jugándose la vida por los otros.

Por eso si decimos ser discípulos de Jesús, ser cristianos, ¿cómo cruzarnos de brazos ante el
hombre/la mujer víctima del mismo hombre? De ahí que sea intolerable cualquier miseria tanto
del hombre como de cualquier otro ser vivo y de la misma naturaleza.

Los cristianos no podemos olvidar que el combate lo debemos iniciar en nuestras propias vidas,
para no sumarnos, advertida o inadvertidamente, al número de opresores.

La propia lucha se convierte así en fiesta: fiesta en el combate contra nosotros mismos para que
nuestro primer amor, el vino por excelencia, el resucitado no se nos agote, y fiesta en la lucha en
favor de los que nunca son invitados a nada y que solo les queda el baile de los que sobran.

También podría gustarte