odie}INDICE
El ruisefior y la rosa
pig. 7
El gigante egoista
pag. 23
El principe feliz,
pag. 37
El amigo fiel
pag. 63
El joven rey
pag. 93
Un cohete muy especial
pag. 123
Oscar Wilde
pig. 149
El ruisefior y la rosa
-D kj gue baitarta conmigo site le-
vaba unas rosas rojas —se lamentaba el joven
estudiante—, pero no hay una sola rosa roja en
todo mi jardin.
Desde su nido de 1a encina, lo oy6 el ruise-
flor. Miré por entre las hojas asombrado.
—iNo hay ni una rosa roja en todo mi jar-
din! —gritaba el estudiante
Y sus hermosos ojos se llenaban de Ianto.
—iAh, de qué cosa mas insignificante de-
pende la felicidad! He lefdo cuanto han escrito
los sabios, poseo todos los secretos de la filosofia
y encuentro mi vida destrozada por carecer de
tuna rosa roja,7en_SURUSENOR LA ROSA YOTHOSCUENTS
—He aqui, por fin, el verdadero enamorado
—ijo el ruisefior—. Le he cantado todas las
noches, aun sin conocerlo; todas las noches les
cuento su historia a las estrellas; y ahora lo veo.
Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y
sus labios rojos como la rosa que desea; pero la
pasién le ha puesto pilido como el marfil y el
dolor ha sellado su frente.
—EI principe da un baile mafiana por la no-
che —murmuraba el joven estudiante— y mi
amada asistird a la fiesta. Si le Hevo una rosa roja,
bailaré conmigo hasta el amanecer. Si le Ilevo
tuna rosa roja, la tendré en mis brazos. Reclinaré
su cabeza sobre mi hombro y su mano estrecharé
la mfa, Pero no hay rosas rojas en mi jardin, Por
lo tanto, tendré que estar solo y no me ha
in-
gn caso, No se fijaré en mi para nada y mi
corazén se destrozaré .
—He aqui el verdadero enamorado —dijo el
ruiselior—, Sufre todo lo que yo canto: todo lo
ue es alegria para mi es pena para él, Realmente
61 amor es algo maravilloso: es mas bello que lasJ PERUBEROH LA ROSA YOTHOSCUENTOS
S,
cesmeraldas y més caro que los finos 6palos. Per-
las y rubfes no pueden pagarle, porque no se halla
‘expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo
al vendedor ni ponerlo en una balanza para adqui
rirlo a peso de oro.
—Los miisicos estardn en su estrado —decfa
el joven estudiante—. Tocardn sus instrumentos
de cuerda y mi adorada bailara a los sones del
arpa y del violin, Bailard tan vaporosamente que
su pie no tocar el suelo, y los cortesanos con sus
alegres atav{os la rodearén solfcitos; pero conmi-
20 no bailaré, porque no tengo rosas rojas que
darle.
'Y dejandose caer sobre el césped, se cubrfa
la cara con las manos y lloraba.
— {Por qué llora? —preguntaba una lagartija
verde, correteando cerea de él, con la cola levan-
tad,
Si, qpor qué? —deefa una mariposa que
revoloteaba persivu
Evo digo yo. gpor q
Inargurita a st ye
Lior por
ido un rayo de sol.
‘murmuré una
‘con una vocecilla tenue.
rosa roja
_pre_THHUSHRORY LA Rosh YOMROSCURMTES
A,
— Por una rosa roja? ;Qué tonteria!
Y la lagartija, que era algo cfnica, se eché a
refr con todas sus ganas.
Pero el ruisefior, que comprendfa el secreto
de la pena del estudiante, permanecié silencioso
cn la encina, reflexionando sobre el misterio del
amor.
De pronto desplegé sus alas oscuras y em-
prendié el vuelo.
Pas6 por el bosque como tuna sombra, y como
una sombra atraves6 el jardin.
En el centro del cuadro se levantaba un her-
moso rosal, y al verlo vol6 hacia él y se posé
sobre una ramita.
—Dame wna rosa roja —Ie grit6—, y te can-
taré mis canciones més dulces.
Pero el rosal mene6 la cabeza.
—Mis rosas son blaneas —contesté—, blan-
cas como la espuma del mar, mas blancas que la
nieve de la montafia. Ve en busca de mi herma-
no, el que crece alrededor del viejo reloj de sol,
y quizé él te dé lo que deseas,
u[Jam_SLRUSERORY LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS
ELRUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
XS
Entonces el ruiseftor volé al rosal que crecfa
en torno del viejo reloj de sol.
—Dame una rosa roja —le grité—, y te can-
taré mis canciones més dulces.
Pero el rosal meneé la cabeza.
—Mis rosas son amarillas —respondi6—,
tan amarillas como los cabellos de las sirenas que
se sientan sobre un tronco de érbol, més amarillas
‘que el narciso que florece en los prados antes que
egue el segador con su hoz. Ve en busca de mi
hermano, el que crece debajo de la ventana del
estudiante, y quizé él te dé lo que deseas.
Entonces el ruisefior vol6 al rosal que crecfa
debajo de la ventana del estudiante.
—Datne una rosa roja —le grité—, y te can-
taré mis canciones més duces.
Pero el arbusto mene6 la cabeza.
—Mis rosas son rojas —respondié—, tan
rojas como las patas de las palomas, més rojas
que los grandes abanicos de coral que el océano
mece en sus abismos; pero el invierno ha helado
mis venas, la escarcha ha marchitado mis boto-
2
ay,
. el huracén ha partido mis ramas, y no tendré
iis rosas en este afo.
—No necesito mas que una rosa roja —grit6
cl ruisefior—, una sola rosa roja. ,No hay ningtin
medio para que yo la consiga’?
—Hay un medio —respondié el rosal—, pero
cs tan terrible que no me atrevo a decfrtelo,
—Dimelo —contesté el ruisefior—. No soy
miedoso.
—Si necesitas una rosa roja —dijo el r0-
sal, tienes que hacerla con notas de musica al
claro de luna y tefirla con ta sangre de tu propio
corazén, Cantarés para mi con el pecho apoyado
mis espinas. Cantarés para mi durante toda la
noche y las espinas te atravesardn el corazén: la
sangre de tu vida correré por mis venas y se
convertiré en sangre mia.
—La muerte es un buen precio por una rosa
roja —replie6 el ruisefior—, y todo el mundo
ama la vida, Es grato posarse en el bosque
verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la
luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de
BJim SEHUSENOR LA ROA ¥ OTROS CENTOS
EL RUISERIOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
av
los nobles espinos. Dulces son las campanillas
que se esconden en el valle y los brezos que
cubren la colina, Sin embargo, el amor es mejor
que Ia vida. ZY qué es el corazén de un péjaro
comparado con el de un hombre?
Entonces desplegé sus alas oscuras y em-
prendié el vuelo. Pas6 por el jardin como una
sombra, y como una sombra cruz6 el bosque.
El joven estudiante permanecta tendido so-
bre el césped alli donde el ruisefior lo dejé y las
igrimas no se habfan secado atin en sus hermo-
508 ojos,
—Sé feliz —le grit6 el nuisefior—, sé feliz;
tendrds tu rosa roja. La crearé con notas de misi-
ca al claro de luna y la teftiré con la sangre de mi
propio corazén. Lo tinico que te pido, en cambio,
es que seas un verdadero enamorado, porque el
amor es mas sabio que Ia filosofia, aunque ésta
sea sabia; més fuerte que el poder, por fuerte que
éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su
cuerpo color de llama; sus labios son dulces como
Ia miel y su aliento es como el incienso.
14
le A,
El estudiante levant6 los ojos del césped y
presté atencién; pero no pudo comprender lo que
le decfa el ruisefior, pues Gnicamente sabia las
cosas que estan escritas en los libros.
Pero la encina lo comprendié y se puso tris-
le, porque amaba mucho al ruiseiior que habia
construido el nido en sus ramas.
—Cntame la dltima cancién —murmuré—.
iMe quedaré muy triste cuando te vayas!
Entonces el ruisefior cant6 para la encina, y
su voz era como el agua que rie en una fuente de
plata.
Al terminar su cancién, el estudiante se le-
vant6, sacando al mismo tiempo su cuaderno de
notas y su lapiz.
“EL ruisefior —se decia pasedndose por la
‘alameda—, el ruisefior posee una belleza innega-
ble, gpero siente? Me temo que no. Después de
todo, es como muchos artistas: puro estilo, exen-
to de sinceridad, No se sacrifica por los demés.
No piensa més que en la miisica y en el arte;
como todo el mundo sabe, es egofsta. Ciertamen-
IsELRUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
eS
te, no puede negarse que su garganta tiene notas
bellisimas. ;Qué léstima que todo eso no tenga
sentido alguno, que no persiga ningdn fin préc-
tico!”
Y volviendo a su habitacién, se acosté sobre
su jergén y se puso a pensar en su adorada,
Al poco rato se quedé dormido.
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el
ruisefior vols al rosal y colocé su pecho contra las
espinas
Y toda la noche canté con el pecho apoyado
sobre las espinas; y la frfa luna de cristal se detu-
vo y estuvo escuchando toda la noche.
Canté durante la noche entera; las espinas
penetraron cada vez mas en su pecho, mientras
Ja sangre de su vida flufa de su pecho.
Al principio canté el nacimiento del amor en
el coraz6n de un joven y de una muchacha; y
sobre la rama mas alta del rosal florecié una rosa
maravillosa, pétalo tras pétalo, cancién tras can-
cién, *
Primero era palida como la bruma que flota
16ELRUISENOR YLA ROSA Y OTROS CUENTOS
| aS
sobre el rio, pélida como los pies de la mafiana y
argentada como las alas de la aurora,
La rosa que florecfa sobre la ramas més altas
del rosal parecfa la sombra de una rosa en un
espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago,
Pero el rosal grité al ruiseitor que se apretase
‘més contra las espinas.
—Aprigtate més, ruisefior —le decié
Megaré el dia antes que la rosa esté terminada,
Entonces el ruisefior se apreté mas contra las,
espinas y su canto fluy6 més sonoro, porque can-
taba el nacimiento de la pasién en el alma de un
hombre y de una virgen.
Y un delicado rubor aparecié sobre los péta-
los de la rosa, lo mismo que enrojece la.cara de un
enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habfan Hlegado atin al
corazén del ruisefior; por eso el corazdn de la
rosa seguia blanco: porque sélo la sangre de un
ruisefior puede colorear el corazén de una rosa.
Y el rosal grité al ruisefior que se apretase
‘més contra las espinas.
0
18
FL RUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
—Apriétate més, ruisefior le repetia—, 0
egaré el dia antes que la rosa esté terminada.
Entonces el ruisefior se apreté aun més con-
{ra las espinas, y las espinas tocaron su corazén y
61 simtié en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto més cruel era su dolor, més impetuo-
so salfa su canto, porque cantaba el amor subli-
mado por la muerte; el amor que no termina en la
tumba.
Y Ia rosa maravillosa enrojecié como las
rosas de Bengala. Purpiireo era el color de los
pétalos y purptireo como un rubf era su corazén,
Pero la voz del ruisefior desfallecié. Sus bre-
ves alas empezaron a batir y una nube se extendié
sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez més.
tid que algo se le ahogaba en la garganta.
Entonces su canto tuvo un diltimo destello.
La blanca luna lo oy6 y olvidéndose de la aurora
se detuvo en el cielo.
La rosa roja lo oy6; tembl6 toda ella de arro-
bamiento y abrié sus pétalos al aire frio del alba.
si
19Jr_EERUSERORY LAROA¥ OTROS CUENTOS
ELRUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
=
El eco lo condujo hacia su caverna purptirea
de las colinas, despertando de sus suefios a los
rebafios dormidos.
El canto floté entre los caftaverales del rio,
que llevaron su mensaje al mar.
—Mira, mira —grité el rosal—, ya esté ter-
‘minada la rosa.
Pero el ruisefior no respondié: yacfa muerto
sobre las altas hierbas, con el coraz6n traspasado
de espinas.
‘A mediodia el estudiante abrié su ventana y
miré hacia afuera,
—iQué extrafia buena suerte! —exclamé—.
jHe aqui una rosa roja! No he visto una rosa
semejante en toda mi vida. Es tan bella, que estoy
seguro de que debe tener en latin un nombre
enrevesado.
E inclinéndose, la cogié.
Inmediatamente-se puso el sombrero y corrié
casa del profesor, Ilevando en su mano la rosa.
La hija del profesor estaba sentada a la puer-
ta, Devanaba seda azul sobre un carrete, con un
perrito echado a sus pies.
20
lo =
—Dijiste que bailarias conmigo si te traia
tuna rosa roja —le dijo el estudiante—. Aqui tie-
nes [a rosa més roja del mundo. Esta noche la
prenderas cerca de tu corazén, y cuando bailemos
juntos, ella te diré cudnto te quiero.
Pero la joven fruncié las cejas.
—Temo que esta rosa no armonice bien con
mi vestido —respondié—. Ademés, el sobrino
del chambelén me ha enviado varias joyas de
verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan més
que las flores.
—Oh, qué ingrata eres! —dijo el estudiante
Heno de cdlera,
Y tir la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplast6.
—jIngrata! —dijo la joven—. Te diré que te
portas como un grosero; y después de todo, qué
eres? Un simple estudiante. Bah! No creo que
puedas tener nunca hebillas de plata en los zapa-
tos como las del sobrino del chambeldn.
Y levanténdose de su silla, se metié en su
21pr _SLUSERORYLA OSA YOTROSCUENTOS
“;Qué tonterfa es el amor! —se decfa el estu-
diante a su regreso—. No es ni la mitad de dil
que la l6gica, porque no puede probar nada;
habla siempre de cosas que no sucederén y hace
creer a la gente cosas que no son ciertas. Real-
mente, no es nada préctico, y como en nuestra
época todo estriba en ser prictico, voy a volver a
la filosofia y al estudio de La metafisica.”
Y dicho esto, el estudiante, una vex en su
habitacién, abri6 un gran libro polvoriento y se
puso a leer,
El gigante egoista
> 818: 6
Cando volvian del colegio, cada tarde,
los nifios tenfan la costumbre de ir a jugar al
jardin del gigante.
Era un jardin grande y solitario, con un sua-
verde ¢ésped. Brillaban hermosas flores so-
bre el suelo, y habia doce durazneros que en
primavera se cubrian con delicadas flores de un
blanco rosado y que en otofio daban jugosos
frutos,
Los p4jaros, posados sobre las ramas, canta-
ban tan deliciosamente, que los nifios solfan inte-
rrumpir sus juegos para escucharlos.
23em_TURUSENORY LA Rosa ¥ mms CUENTOS
—iQué felices somos aqui! —se deefan unos
aotros.
Un dia volvi6 el gigante. Habia ido a vi
‘4 su amigo el ogro de Comualles, y se quedé
siete afios en su casa. Al cabo de los siete ailos
dijo todo lo que tenia que decir, pues su conversa~
ci6n era limitada, y decidié volver a su castillo.
Al llegar, vio a los nifios que jugaban en su
jardin.
—{ Qué hacen ahf? —Ies grité con voz des.
agradable,
Los nifios huyeron.
—Mi jardin es para mf solo —prosiguié el
gigante—. Todos deben entenderlo asf, y no per-
mitiré que nadie que no sea yo se divierta en él
Entonces lo cereé con altas murallas y puso
el siguiente cartelén:
SE PROHIBE LA ENTRADA.
BAJO LAS PENAS LEGALES
CORRESPONDIENTESEL RUISERIOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
(Je>_S-HUSEROH LA HOSA ¥ Orns CURNTOS
AS,
Era un gigante egofsta.
Los pobres niffos no tenfan ya sitio de recreo.
Intentaron jugar en la carretera; pero la ca-
rretera estaba muy polvorienta, toda llena de agu-
das piedras, y no les agradaba.
‘Tomaron la costumbre de pasearse, una vez
terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro,
para hablar del hermoso jardin que habfa al otro
lado.
Entonces lleg6 la primavera y el pais se lend
de pajaros y florecillas.
Sélo en el jardin del gigante egoista conti-
nuaba siendo invierno.
Los pajaros, desde que no habfa nifios, no
tenfan interés en cantar y los érboles no se acor-
daban de florecer.
En cierta ocasién una linda flor levanté su
cabeza sobre el césped; pero al ver el cartel6n se
entristecié tanto pensando en los nifios, que se
dejé6 caer a tierra, volviéndose a dormir.
Los tnicos que estaban contentos eran el
hielo y la nieve.
26
a= B
—La primavera se ha olvidado de este jardin
—exclamaban—. Gracias a esto vamos a vivir en
61 todo el afi.
La nieve extendié su gran manto blanco so-
bre el césped y el hielo visti6 de plata todos los
frboles.
Entonces invitaron al viento Norte a que vi-
niese a pasar una temporada con ellos.
El viento Norte acept6 y vino. Estaba en-
vuelto en pieles. Aullaba durante todo el dia por
el jardin, derribando chimeneas a cada momento.
—Este es un sitio delicioso —decfa—, Invi-
temos también al granizo.
Y lego también el granizo.
‘Todos los dias, durante tres horas, tocaba el
tambor sobre la techumbre del castillo, hasta que
rompié muchas tejas. Entonces se puso a dar
vvueltas alrededor del jardin, lo més de prisa que
pudo, Iba vestido de gris y su aliento era de hielo.
—No comprendo por qué la primavera tarda
tanto en Llegar —decia el gigante egoista cuando
se asomaba a la ventana y vefa su jardin blanco y
frio—. {Ojalé cambie el tiempo!
27EL RUSERORY LA ROSA Y OTROS CUENTOS
ne
Pero la primavera no legaba, ni el verano
tampoco.
El otofio trajo frutos de oro a todos os ja
nes, pero no dio ninguno al del gigante.
—Es demasiado egofsta —dijo.
Y segufa el invierno en casa del gigante, y el
viento Norte, el granizo, el hielo y la nieve danza-
ban en medio de los érboles.
Una maiiana, el gigante acostado en su le-
cho, pero ya despierto, oy6 una miisica deliciosa
Soné tan dulcemente en sus ofdos, que le hizo
imaginarse que los mtisicos del rey pasaban por
alli,
En realidad, era un pardillo que cantaba ante
su ventana; pero como no habja ofdo a un péjaro
en su jardin hacfa mucho tiempo, le parecié la
msica més bella del mundo.
Entonces el granizo dejé de bailar sobre su
cabeza y el viento Norte de rugit. Un perfume
delicioso Hegé hasta é1 por la ventana abierta,
—Creo que ha llegado al fin a primavera
—Aijo el gigante,
pe" La nos Yorn CUBTOS
—-_<—T— ovr
Y saltando de la cama se asomé a mirar por
la ventana. ZY qué vio?
Pues vio un espectaculo extraordinario.
Por una brecha abierta en el muro, los nifios
se habyan deslizado en el jardin, encaramsndose a
ramas. Sobre todos los Arboles que alcanzaba
4a ver el gigante, habia un niio, y los arboles se
sentian tan dichosos de sostener nuevamente a
los nfios, que se habsan cubierto de flores y agita-
ban graciosamente sus brazos sobre las cabezas
infantile
Los pajaros revoloteaban cantando con deli-
cia y las flores refan irguiendo sus cabezas sobre
el eésped.
Era un cuadro precioso.
Sélo en un rineén, en el rincn més apartado
del jardin, seguia siendo invierno.
Alli se encontraba un nifio muy pequefio.
“Tan pequefio era, que no habfa podido llegar a las
ramas del érbol y se paseaba a su alrededor Ilo-
rando amargamente,
El pobre arbol estaba atin cubierto de hielo y
29EL RUISENOR Y LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS
de nieve, y el viento Norte soplaba y rugia por
encima de é1.
—Sube ya, muchacho —decia el arbol.
Y le alargaba sus ramas, inclinéndose todo lo
que podia, pero el nifio era demasiado pequefio.
El coraz6n del gigante se enternecit
{Qué egofsta he sido! —pensé—. Ya sé por
qué Ja primavera no ha querido llegar hasta aqui.
Voy a colocar a ese pobre pequefiuelo sobre la
cima del drbol, luego echaré abajo el muro, y mi
jardin serd desde ahora el sitio de recreo de los
nifios.”
Estaba verdaderamente arrepentido de lo que
habia hecho.
Entonces bajé las escaleras, abrié nuevamente
la puerta y entré en el jardin.
Pero cuando los nifios lo vieron, se aterrori
zaron tanto que huyeron y el jardin se cut
nuevamente de nieve y de hielo.
Unicamente el nifio pequeflito no habja hui-
do, porque sus ojos estaban tan llenos de légrimas
que no lo vio venir.
301H, RUISENOR V LA ROSA Y OTROS CUENTOS
Jra_TERUIERIOR LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS
Sy
El gigante se acered a ¢1, 1o cogié carifiosa-
mente y lo deposité sobre el drbol.
Y el drbol inmediatamente florecié, los péja-
ros vinieron a posarse y a cantar sobre él y el nifio
extendi6 sus brazos, rode6 con ellos el cuello del
gigante y lo bes6.
Los otros nifios, viendo que el gigante ya
rno era malo, se acercaron y la primavera los
acompaii6.
—Desde ahora este jardin es de ustedes, pe-
quefiuelos —dijo el gigante.
Y cogiendo un martillo muy grande, ech6
abajo el muro.
Asi, cuando los campesinos fueron a medio-
dia al mercado, vieron al gigante jugando con los
nitfos en el jardin més hermoso que pueda imagi-
Estuvieron jugando durante todo el dfa, y por
la noche fueron a despedirse del gigante.
—Pero, {dénde esta el comparierito de uste-
des? —les pregunté—. ;Aquel muchacho que
subj al érbol?
= A,
A él era a quien queria més el gigante, por-
que le habia abrazado y besado.
No sabemos —respondieron los nifios—;
ne ha ido.
Diganle que venga mafiana sin falta
repuso el gigante.
Pero los niflos contestaron que no sabfan
donde vivia y que hasta entonces no to habfan
visto nunca.
EL gigante se quedé muy triste. Todas las
tardes, a la salida del colegio, venfan los nifios a
jugar con el gigante, pero éste ya no volvié a ver
al pequefiuelo a quien querfa tanto. Bra muy bon-
daxloso con todos os nifios, pero echaba de me-
nos a su primer amiguito y hablaba de él con
frecuen
—jCémo me gustaria verlo! —solia decir.
Pasaron los afios y el gigante envejeci6 y fue
\obilitindose. Ya no podia tomar parte en los
juegos; permanecfa sentado en un gran sill6n vien-
«lo jugar a los niffos y admirando su jardin,
—Tengo muchas flores bellas —decfa—,
33EL RUISERORY LA ROSA Y OTROS CUBNTOS
FE RISRON ANOS ONESIES _ agg
pero los nifios son las flores més bellas de todas.
Una maiiana de inviemo, mientras se vestia,
‘miré por la ventana.
‘Ya no detestaba el invierno; sabfa que no es
sino el suefio de la primavera y el reposo de las
flores.
De pronto se froté los ojos aténito, y miré
con atencién,
Realmente era una visién maravillosa. En un
extremo del jardin habia un érbol casi cubierto de
flores blancas. Sus ramas eran todas de oro y
colgaban de ella frutos de plata; bajo el érbol
aquel estaba el pequefiuelo a quien tanto querfa.
EL gigante se precipit6 por las escaleras le~
no de alegria y entré en el jardin. Corrié por el
ceésped y se acercé al nifio, Y cuando estuvo junto
a él, su cara enrojecié de célera y exclams:
—{ Quién se ha atrevido a herirte?
En las pal mas de la mano del nifio y en sus
piececitos se vefan las sefiales sangrientas de los
claves.
—{Quién se ha atrevido a herirte? —grité el
a4
AW AY
\ Ny Ses
Nsa
gigante—. Dimelo. Iré a coger mi espada y lo
mataré.
—No —respondié el nifio—, éstas son las
heridas del Amor.
—L¥ quién es ése? —dijo el gigante.
Un temor respetuoso le invadi6, haciéndole
caer de rodillas ante el pequefiuelo.
El nifio sonri6 al gigante y le dijo:
—Me dejaste jugar una vez.en tu jardin. Hoy
vendras conmigo a mi jardin, que es el Paraiso.
Y cuando Hegaron los niffos aquella tarde,
encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el
Arbol, todo cubierto de flores blancas,
36
i El Principe Feliz
Een ta parte més alta de 1a ciudad, sobre
un pequefio pedestal, se alzaba la estatua del
Principe Feliz
‘staba enteramente revestida de madreselva
de oro fino. Sus ojos eran dos centelleantes zafi-
ros y un gran rubf rojo ardfa en el pufio de su
cexpada,
Por todo esto era muy admirada,
—Es tan hermoso como una veleta —obser-
v6 uno de los miembros del concejo que descaba
ser considerado como entendido en arte—. Aho-
|,no es tan titil —afiadi6, temiendo que lo toma-
ran por un hombre poco prictico.
37Jem _E UBER LA Hosa Yoo cUBNTOS
EL RUISEROR YLA ROSA Y OTROS CUENTOS
xs
Y realmente no lo era.
—;{Por qué no eres como el Principe Feliz?
—preguntaba una madre carifiosa a su hijito, que
pedfa la luna—. El Principe Feliz.no hubiera pen-
sado nunca en pedir nada gritando de ese modo.
—Me hace dichoso ver que hay en el mundo
alguien que es completamente feliz —murmura-
ba un hombre fracasado, contemplando la estatua
maravillosa,
—La verdad es que parece un éngel —de-
fan los nifios del orfelinato al salir de la catedral,
vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus
lindas chaquetas blancas.
—{En qué lo conocen —replicaba el profe-
sor de mateméticas—, si no han visto nunca uno?
—iOh! Los hemos visto en suefios —res-
pondieron los nifios.
Y el profesor de matematicas fruncia las ce-
jas, adoptando un severo aspecto, porque a él no
le parecia bien que unos nifios se permitiesen
sofia.
Una noche vol6 sin descanso una Golondri-
na hacia ta ciudad.
38
a
Hacfa seis semanas que sus amigas habfan
partido para Egipto, pero ella se qued6 atrés.
Estaba enamorada del més hermoso de los
juncos. Lo encontré al comienzo de la primavera,
cuando volaban sobre el rfo persiguiendo a una
Wn mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo
de tal modo, que amainé el vuelo para hablarle,
—{ Quieres que te ame? —dijo la Golondri-
it, que no se andaba con rodeos.
Y el Junco le hizo un profundo saludo.
Entonces la Golondrina revolotes a su alre-
dedor, rozando el agua con sus alas y trazando
las de plata,
Era su manera de hacer la corte. Y asf trans-
currié todo el verano.
—Es un enamoramiento ridfculo—gorjeaban
as otras golondrinas—. Ese Junco es un pobretén
y tiene una familia muy numerosa.
Pues, en efecto, todo el rfo estaba cubierto de
juncos. Cuando Hlegé el otofio, todas las golondri-
nas emprendieron el vuelo,
ver que se fueron, la enamorada se. sin-
39Jr PERUBERORY LA OSA YOTROSCUENTOS
aK
muy sola y empez6 a cansarse de su amante.
“No sabe hablar —decia ella—. Y, ademas,
temo que sea inconstante, porque coquetea sin
cesar con la brisa.”
Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa,
el Junco hacfa las més graciosas reverencias
“Veo que es muy casero —murmuraba la
Golondrina—. A mf me gustan los viajes. Por lo
tanto, al que me ame le debe gustar viajar conmi-
g0."
i Quieres seguirms
mo la Golondrina al Junco.
Pero el Junco moyié la cabeza. Estaba dema-
siado atado a su hogar.
—iTe has burlado de m{! —Ie grité la Golon-
drina—. Me marcho a las pirémides. ;Adiés!
Y la Golondrina se fue.
Vol6 durante todo el dfa y al caer la noche
lege a la ciudad.
“Dende buscaré un abrigo? —se dijo—. Su-
pongo que Ia ciudad habré hecho preparativos
para recibirme.”
—pregunt6 por ailti-
EL RUISERIOR VLA ROSA Y OTROS CUENTOS
a,
Entonces divis6 la estatua sobre la columnita.
—Voy a cobijarme alli —grité—. El sitio es
bonito y abt hace fresco.
Y se dej6 caer precisamente entre los pies del
Principe Feliz,
“Tengo una habitacién dorada”, se dijo que-
damente, después de mirar alrededor.
Y se dispuso a dormir.
Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, le
cay6 encima una pesada gota de agua.
—{Qué curioso! —exclamé—. No hay una
sola nube en el cielo, las estrellas estén claras y
brillantes, jy, sin embargo, llueve! El clima del
norte de Europa es verdaderamente extrafio. Al
Junco le gustaba Ia Iluvia; pero en él era puro
egoismo.
Entonces cayé una nueva gota.
{Para qué sirve una estatua si no resguarda
de la lluvia? —dijo la Golondrina—. Voy a buscar
tun buen copete de chimenea.
Y se dispuso a volar més lejos. Pero antes
que abriese las alas cay6 wna tercera gota.
4EL RUSSEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS.
| re |
LaG
Jo que vio!
Los ojos del Principe Feliz estaban arrasados
de lagrimas, que corrfan por sus mejillas de oro,
‘Su rostro era tan bello a la luz de la luna, que
la Golondrina se sinti6 Mena de piedad.
—{Quién eres? —4ijo,
—Soy el Principe Feliz.
—Entonces, ,por qué Horas de ese modo?
—pregunté la Golondrina—. Me has dejado casi
‘empapada.
—Cuando yo estaba vivo y tenia un corazén
de hombre —dijo la estatua—, no sabia lo que
eran las lagrimas, porque vivia en el Palacio de la
Despreocupacién, en el que no se permite la en-
trada al dolor, Durante el dia jugaba con mis
compaiieros en el jardin y por la noche bailaba en
el gran sal6n, Alrededor del jardin se alzaba una
muralla muy alta, pero nunca me preocups lo que
habfa detras de ella, pues todo cuanto me rodeaba
era hermosisimo, Mis corte:
Principe Feliz, y, en verda
londrina miré hacia arriba y vio... ;Ah,
nos me llamaban el
yoera feliz, sies que
42EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROSCUENTOS
Ja _PERUISEROR LA ROSA Y OTROS CUERTOS
aS,
el placer es a felicidad. Ast vivi y ast mori, y
ahora que estoy muerto me han elevado tanto,
que puedo ver todas las fealdades y todas las
miserias de mi ciudad, y aunque mi coraz6n sea
de plomo, no me queda més recurso que llorar.
jCémo! ,No es de oro de buena ley?”, pen-
6 Ia Golondrina para sus adentros, pues estaba
demasiado bien educada para hacer observacio-
nes en voz alta sobre las personas.
—Alli abajo —continus Ia estatua con su
vor leve y musical—, allf abajo, en una callejue-
la, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas
esta abierta y por ella puedo ver a una mujer
sentada ante una mesa. Su rostro est4 enflaqueci-
do y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojeci-
das, llenas de pinchazos de aguja, porque es cos-
turera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso
que debe lucir en el préximo baile de corte la mas
bella de las damas de honor de la reina. Sobre un
echo, en el rineén del cuarto, yace su hijito enfer-
mo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no
puede darle més que agua del rio, y por ello Lora.
44
= a
Golondrina, Golondrinita, no quieres llevarle el
rubf det pufio de mi espada? Mis pies estén suje-
{os al pedestal y no me puedo mover.
—Me esperan en Egipto —respondié la Go-
londrina—. Mis amigas revolotean de aqui para
alli sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos.
Pronto irdn a dormir al sepulero del Gran Rey. El
mismo rey esté allf en su caja de madera, envuel-
to en una tela amarilla y embalsamado con sus-
tancias arométicas. Tiene una cadena de jade ver-
de pilido alrededor del cuello y sus manos son
como unas hojas secas.
—Golondrina, Golondrina, Golondrinita
dijo el Principe—, no te quedarés conmigo
tuna noche y serés mi mensajera? ;Tiene tanta
sed el nifio y tanta tristeza la madre!
-No creo que me agraden los niflos —con-
lest6 la Golondrina—. El invierno pasado, cuan-
do yo vivia a orillas del rio, dos muchachos mal
educados, los hijos del motinero, se pasaban el
ticmpo tirdndome piedras. Claro que no me al-
canzaban, Nosotras, las golondrinas, volamos
4s(pra Herstion ya Rost omos cumTOS
aS,
demasiado bien para eso y ademés yo pertenezco
una familia célebre por su agilidad; pero a pesar
de todo era una falta de respeto,
La mirada del Principe Feliz era tan triste,
que la Golondrina se quedé apenada.
—Mucho frio hace aqui —le dijo—, pero me
quedaré una noche contigo y seré tu mensajera,
—Gracias, Golondrinita —respondis el Prin-
cipe.
Entonces la Golondrina arraneé el gran ruby
de la espada del Principe y, Hevéndolo en el pico,
‘vol6 por sobre los tejados de la ciudad.
Pas6 sobre la torre de la catedral, donde ha-
bia unos angeles esculpidos en mérmol blanco.
Pas6 sobre el palacio real y oy6 la miisica de
baile.
Una bella muchacha aparecié en el baleén
con su novio.
—iQué hermosas son las estrellas —le di-
jo y qué poderosa es ta fuerza del amor!
—Quisiera que mi vestido estuviese acabado
para el baile oficial —respondi6 ella—. He man-
46
EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
dado bordar en él unas pasionarias, ;pero son tan
perezosas las costureras!
Pasé sobre el rio y vio los fanales colgados
cn los méstiles de los barcos. Pasé sobre el ghetto
y vio a los judfos viejos negociando entre ellos y
pesando monedas en balanzas de cobre.
Al fin Ileg6 a la pobre vivienda y eché un
vistazo dentro. El nifio se agitaba febrilmente en
su camita y la madre se habia quedado dormida
de cansancio,
La Golondrina entré en la habitaci6n y puso
cl gran ruby sobre la mesa, encima del dedal de la
costurera, Luego revoloted suavemente alrededor
del lecho, abanicando con sus alas la cara det
niito,
—iQué fresco més dulce siento! —murmuré
el nifio—, Debo estar mejor.
Y cay6 en un delicioso suefio.
Entonces la Golondrina se dirigi6 a todo vuelo
el Principe Feliz y le conté lo que habia
hai
hecho.
—Es curioso —observé ella—, pero ahora
47EL RUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
J RUSENORYIATO
casi siento calor, y, sin embargo, hace mucho fro.
Y la Golondrina empezé a reflexionar y en-
tonces se durmis.
CCuantas veces reflexionaba, se dormia.
Al despuntar el alba vol6 hacia el rfo y tomé
un baiio,
—jNotable fenémeno! —exclamé el profe~
sor de omitologia que pasaba por el puente—.
{Una golondrina en invieno!
Y escribié sobre aquel tema una larga carta a
un periédico local.
Todo el mundo la cit6, ;Estaba plagada de
palabras que no se podian comprender!.
“Esta noche parto para Egipto”, se decfa la
Golondrina.
Y s6lo de pensarlo se ponfa muy contenta.
‘Visité todos los monumentos pablicos y des-
cansé un gran rato sobre Ia punta del campanario
de la iglesia.
Por todas partes adonde iba piaban los go-
rriones, diciéndose unos a otros
— Qué extranjera més distinguida!
48EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
J_PERUSEROR La Rosa Yorn CUTER
eas,
¥ esto la Ilenaba de gozo. Al salir la luna,
volvi6 a todo vuelo hacia el Principe Feliz.
—;Tienes algiin encargo para Egipto? —le
grité—. Voy a emprender el vuelo.
—Golondrina, Golondrina, Golondrinita
—Aijo el Principe—, no te quedards otra noche
conmigo?
—Me esperan en Egipto —respondic la Go-
Jondrina—. Mafiana mis amigas volarén hasta la
segunda catarata. Allf el hipopétamo se acuesta
entre los juncos y el dios Memnén se alza sobre
un gran trono de granito. Acecha a las estrellas
durante toda la noche, y cuando brilla Venus,
lanza un grito de alegria y luego se calla. A me-
diodfa, los rojizos leones bajan a beber a la orilla
del rio. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus
rugidos dominan a los rugidos de la catarata.
—Golondrina, Golondrina, Golondrinita
—Aijo el Principe—, alld abajo, al otro lado de la
ciudad, veo a un joven en una buhardilla, Esté
inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en
tun vaso a su lado hay un ramo de violetas marchi-
50
m as
tas. Su cabello es negro y rizoso y sus labios son
rojos como pepas de granada. Tiene unos grandes
ojos sofiadores. Trata de terminar una obra para el
director del teatro, pero tiene demasiado frfo para
seguir escribiendo. No hay fuego ninguno en el
‘aposento y el hambre lo ha rendido.
—Me quedaré otra noche contigo —dijo la
Golondrina, que tenia realmente buen coraz6n—.
{Debo Hlevarle otro rubt?
—iAy! No tengo més rubies —dijo el Princi-
pe—. Mis ojos son lo tinico que me queda. Son
unos zafiros extraordinarios trafdos de la India
hace miles de afios. Arréncame uno de ellos y
lévaselo. Lo venderé a un joyero, se comprar
imentos y combustible, y concluird su obra,
—Amado Principe —dijo la Golondrina—,
‘eso no lo puedo hacer yo.
Y se ech6 a Morar.
—iGolondrina, Golondrina, Golondrinita!
—ijo el Principe—. Haz lo que te pido.
Entonces la Golondrina arrancé un ojo del
Principe y vol6 hacia la buhardilla del estudiante
SLpom HUSHNOR LA ROSA YomROS CUETO
Era fécil penetrar en ella porque habia un agujero
enel techo. La Golondrina entr6 por él como wna
flecha y se encontré en la habitacién.
EI joven tenia la cabeza entre las manos. No
oy6 el aleteo del pdjaro, y cuando levants la
cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las
violetas marchitas.
—Empiezo a ser estimado —exclamé—. Esto
proviene de algtin rico admirador. Ahora puedo
terminar la obra,
Y parecia felicisimo.
Al dfa siguiente la Golondrina vol6 hacia el
puerto.
Descansé6 sobre el méstil de un gran navio y
contempld a los marineros, que sacaban enormes
cajas de la cala tirando de unos cabos.
—iAh, iza! —gritaban a cada caja que lega-
baal puente,
—iMe voy a Egipto! —les grité 1a Goton-
rina.
Pero nadie le hizo caso, y al salir Ja luna
volvié hacia el Principe Feliz.
92
EL RUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
Pp
S
—He venido para decirte adiés —Ie dijo.
—iGolondrina, Golondrina, Golondrinita!
-exclamé el Principe—, ,no te quedarés conmi-
‘20 una noche més?
—Es invierno —replic6 1a Golondrina—, y
pronto estard aguf la nieve glacial. En Egipto
calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los
cocodrilos, acostados en el barro, miran perezo-
samente a los érboles, a orillas del rio, Mis com-
pafieras construyen nidos en el templo de
Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las si-
guen con Ia mirada mientras se arrullan. Amado
Principe, tengo que dejarte, pero no te olvidaré
‘nunca y la primavera préxima te traeré de all dos
bellas piedras preciosas para que sustituyan a las
que diste. Bl ruby ser més rojo que una rosa roja
yy el zafiro serd tan azul como el océano,
—Allé abajo, en la plazoleta —contesté el
Principe Feliz—, tiene su puesto una nifia vende-
dora de fésforos. Se le han caido los fésforos al
Toyo, estropedndose todos. Su padre le pegaré
si no lleva algiin dinero a casa, y est lorando,
33