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La explicación del precio como suma de partes desemboca en “el dogma” (Marx) de que los
precios de las mercancías se determinan, en forma lineal y directa, por los salarios. Es que se
postula la existencia de un costo salarial (salario = al valor del trabajo) y que sobre este se
establecen los recargos (mark-up) correspondientes a la ganancia y la renta. Marx caracteriza
esta explicación como “anticuado y desacreditado error” (Salario… p. 16), seguramente
porque consideraba que había sido superada por Ricardo. Sin embargo, es la teoría de la
inflación que predomina en la Economía burguesa no monetarista.
En oposición a la idea de que los precios dependen linealmente de los salarios, Marx presenta
el hecho, muy simple, de que en la práctica no existía alguna relación directa entre el nivel
salarial de los trabajadores y las mercancías que producían. Para verlo con un ejemplo
sencillo. Si en una jornada de trabajo de 10 horas un obrero genera $1000 de valor, y produce
2 bienes X, el valor de cada X será, lógicamente, $500, aunque el salario obrero sea, en
relación al valor agregado, bajo; por ejemplo, $100 por jornada. Si luego, merced a un avance
de la productividad, el obrero pasa a producir 10 X en la jornada (en la que continúa
agregando un valor de $1000), el valor de cada X se habrá reducido a $100, con
independencia de que los salarios, por caso, puedan haber aumentado a $500 por jornada.
Este simple ejemplo bastaría para demostrar que los precios de las mercancías no se
determinan, de manera simple y unívoca, por el precio de la fuerza de trabajo, o sea, por los
salarios.
Planteo circular
A lo explicado en el apartado anterior agreguemos que la tesis de que los precios están
determinados por el precio del trabajo lleva a una explicación circular. Es que cuando nos
preguntamos cómo se determina el valor del trabajo (de la fuerza de trabajo) nos vemos
obligados a contestar que por el valor de las mercancías necesarias para sostener el trabajo (o
la fuerza de trabajo). Pero antes nos habían dicho que el valor de las mercancías se determina
por el valor del trabajo. En palabras de Marx:
“Así, pues, empezamos por la afirmación de que el valor del trabajo determina el valor de la
mercancía, y terminamos afirmando que el valor de la mercancía determina el valor del
trabajo. De este modo, no hacemos más que movernos en el más vicioso de los círculos sin
llegar a ninguna conclusión. Salta a la vista, en general, que, tomando el valor de una
mercancía, por ejemplo el trabajo, el trigo u otra mercancía cualquiera, como medida y
regulador general del valor, no hacemos más que desplazar la dificultad, puesto que
determinamos un valor por otro que, a su vez, necesita ser determinado”. Y todavía observa
que, en su forma más abstracta, el dogma de que los salarios determinan el valor de las
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Rolando Astarita Precios y ley económica en "Salario, precio y ganancia" (2)
mercancías viene a decir que “el valor se determina por el valor”. Una tautología que “solo
demuestra que, en realidad, no sabemos nada del valor (pp. 17-8, ibid.).
La afirmación de que los salarios regulan los precios remite a la pregunta de “por qué se paga
una determinada suma de dinero por una determinada cantidad de trabajo” (p. 15, ibid.). O
sea, qué determina el precio del trabajo (en realidad, de la fuerza de trabajo). La respuesta
más común dice que se determina por la oferta y la demanda.
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Rolando Astarita Precios y ley económica en "Salario, precio y ganancia" (2)
Sin embargo, objeta Marx, si el precio se regula según la ley de la oferta y la demanda, se
plantea la pregunta de por qué ley se regulan, a su vez, la oferta y la demanda. Pero la
Economía vulgar a mediados del siglo XIX no tenía respuesta a este problema, y Marx
avanza entonces su argumento central: como ya había señalado la Economía clásica (Ricardo,
Smith), las variaciones de la oferta y la demanda solo explican oscilaciones pasajeras de los
precios de mercado por encima o por debajo de su valor (o de lo que Smith llamaría “precio
natural”; Ricardo “costo de producción”; Marx en El Capital “precio de producción”). Por
eso, en el instante en que la oferta y la demanda “se equilibren, o se cubran mutuamente,
como dicen los economistas”, las dos fuerzas contrarias dejan de actuar y “el precio de una
mercancía en el mercado coincide con su valor real, con el precio normal en torno al cual
oscilan sus precios en el mercado. Por tanto, si queremos investigar el carácter de este valor,
no tenemos que preocuparnos de los efectos transitorios que la oferta y la demanda ejercen
sobre los precios del mercado” (pp. 15-6, ibid.). Pero entonces la oferta y la demanda no
explican lo que es central, a saber, el valor (o el precio de producción) que tiende a prevalecer
en el mercado. Surge de nuevo la necesidad de encontrar, por debajo de la apariencia, el
principio regulador.
Algo similar ocurre con la curva de oferta. Para plantear la cuestión de la manera más
sencilla: según la teoría neoclásica, a medida que aumenta la producción aumenta el precio de
la mercancía. Pero… ¿cómo se explica entonces que, por ejemplo, Ford aumentó
extraordinariamente, en las décadas de 1910 y 1920 la producción de su modelo T, a la par
que bajaba su precio? Y algo similar ocurre siempre que hay rendimientos crecientes a escala
(esto es, cuando aumenta la productividad al aumentar la escala de la producción). Y los
rendimientos crecientes a escala son comunes en las economías capitalistas (recuérdese la
fábrica de alfileres que describe Adam Smith).
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Rolando Astarita Precios y ley económica en "Salario, precio y ganancia" (2)
La Economía ortodoxa, sin embargo, no puede admitirlos, no solo porque con ellos se acaba
la competencia perfecta (la gran corporación derrota a la pequeña en la guerra competitiva),
sino también porque la pendiente positiva de la curva de oferta marshalliana obliga a suponer
que los rendimientos son decrecientes (lo cual es muy conveniente para sostener que los
“factores de producción” son remunerados según su productividad marginal). Más todavía, la
Economía ortodoxa ni siquiera puede suponer que los rendimientos de la empresa puedan ser
constantes. Es que en ese caso, la curva de oferta es horizontal, de manera que su cruce con la
curva de la demanda solo determina cantidades producidas. Pero, de nuevo, en la realidad de
la producción capitalista, los rendimientos constantes son habituales, ya que las empresas
trabajan normalmente con cierta capacidad ociosa (lo que les permite responder a aumentos
circunstanciales de la demanda sin alterar sus costos fijos de producción); y en el mediano y
largo plazo aumentan su capacidad productiva para responder a incrementos permanentes de
la demanda (véase la crítica de Sraffa (1926) a la curva de oferta de Marshall).
En definitiva, y como han planteado los críticos (marxistas, sraffianos) en las economías
capitalistas los rendimientos pueden ser decrecientes, constantes o crecientes. Por lo cual la
función de oferta no se sostiene.
Para concluir esta parte de la nota, destaco la paradójica situación que se ha planteado sobre
los precios y la ley económica. Es que a la afirmación de los economistas “heterodoxos” de
que los precios “son políticos”, los neoclásicos responden diciendo que están determinados –
en última instancia – por la ley económica fundamental, la ley de la oferta y la demanda. Sin
embargo, no existe ley de la oferta ni ley de la demanda que expliquen la determinación de
los precios por “la oferta y la demanda”. Por lo tanto, oponer al subjetivismo heterodoxo la
tesis de que los precios se determinan por la oferta y la demanda, es oponerle un planteo tan
vacío de teoría como la explicación que se pretende refutar.
Textos citados:
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Rolando Astarita Precios y ley económica en "Salario, precio y ganancia" (2)
Sraffa, P. (1926): “The Laws of Returns under Competitive Conditions”, Economic Journal,
vol. 36, pp. 535-50.