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Rolando Astarita Precios y ley económica en "Salario, precio y ganancia" (2)

Precios y ley económica en "Salario, precio y ganancia"


(2)
La tesis de que los precios se determinan por los salarios

La explicación del precio como suma de partes desemboca en “el dogma” (Marx) de que los
precios de las mercancías se determinan, en forma lineal y directa, por los salarios. Es que se
postula la existencia de un costo salarial (salario = al valor del trabajo) y que sobre este se
establecen los recargos (mark-up) correspondientes a la ganancia y la renta. Marx caracteriza
esta explicación como “anticuado y desacreditado error” (Salario… p. 16), seguramente
porque consideraba que había sido superada por Ricardo. Sin embargo, es la teoría de la
inflación que predomina en la Economía burguesa no monetarista.

En oposición a la idea de que los precios dependen linealmente de los salarios, Marx presenta
el hecho, muy simple, de que en la práctica no existía alguna relación directa entre el nivel
salarial de los trabajadores y las mercancías que producían. Para verlo con un ejemplo
sencillo. Si en una jornada de trabajo de 10 horas un obrero genera $1000 de valor, y produce
2 bienes X, el valor de cada X será, lógicamente, $500, aunque el salario obrero sea, en
relación al valor agregado, bajo; por ejemplo, $100 por jornada. Si luego, merced a un avance
de la productividad, el obrero pasa a producir 10 X en la jornada (en la que continúa
agregando un valor de $1000), el valor de cada X se habrá reducido a $100, con
independencia de que los salarios, por caso, puedan haber aumentado a $500 por jornada.
Este simple ejemplo bastaría para demostrar que los precios de las mercancías no se
determinan, de manera simple y unívoca, por el precio de la fuerza de trabajo, o sea, por los
salarios.

Planteo circular

A lo explicado en el apartado anterior agreguemos que la tesis de que los precios están
determinados por el precio del trabajo lleva a una explicación circular. Es que cuando nos
preguntamos cómo se determina el valor del trabajo (de la fuerza de trabajo) nos vemos
obligados a contestar que por el valor de las mercancías necesarias para sostener el trabajo (o
la fuerza de trabajo). Pero antes nos habían dicho que el valor de las mercancías se determina
por el valor del trabajo. En palabras de Marx:

“Así, pues, empezamos por la afirmación de que el valor del trabajo determina el valor de la
mercancía, y terminamos afirmando que el valor de la mercancía determina el valor del
trabajo. De este modo, no hacemos más que movernos en el más vicioso de los círculos sin
llegar a ninguna conclusión. Salta a la vista, en general, que, tomando el valor de una
mercancía, por ejemplo el trabajo, el trigo u otra mercancía cualquiera, como medida y
regulador general del valor, no hacemos más que desplazar la dificultad, puesto que
determinamos un valor por otro que, a su vez, necesita ser determinado”. Y todavía observa
que, en su forma más abstracta, el dogma de que los salarios determinan el valor de las

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mercancías viene a decir que “el valor se determina por el valor”. Una tautología que “solo
demuestra que, en realidad, no sabemos nada del valor (pp. 17-8, ibid.).

El recurso a la oferta y la demanda

La afirmación de que los salarios regulan los precios remite a la pregunta de “por qué se paga
una determinada suma de dinero por una determinada cantidad de trabajo” (p. 15, ibid.). O
sea, qué determina el precio del trabajo (en realidad, de la fuerza de trabajo). La respuesta
más común dice que se determina por la oferta y la demanda.

Marx aborda entonces – capítulo 4 de Salarios… - la crítica a la ley de la oferta y la


demanda, considerada por la Economía burguesa el principio básico del mercado. Para los
economistas entrenados en la literatura “académicamente correcta” cuestionar la ley de la
oferta y la demanda equivale a cuestionar algo tan evidente y probado como que la Tierra es
redonda. A todo estudiante que se inicia en la ciencia económica se le instruye en la ley que
reza: manteniéndose todo lo demás igual (ceteris paribus), la cantidad demandada de una
mercancía aumenta cuando baja su precio; y aumenta la cantidad ofrecida cuando aumenta su
precio. Es el mercado de un solo bien, tal como lo estableció Alfred Marshall a fines del siglo
XIX. Es la síntesis ecléctica entre una curva de costos con reminiscencias ricardianas, pero
subjetiva en lo esencial; y una curva de demanda basada en la teoría del valor utilidad.

Gráfico de oferta y demanda

Como se ve en el gráfico (tomado de un manual de Micro), el equilibrio se establece donde


ambas curvas se cruzan, determinando simultáneamente el precio y la cantidad del producto.
A partir de aquí, los razonamientos habituales son del tipo “si aumenta la demanda del bien,
la curva D se desplaza hacia la derecha, aumentando precio y cantidad”, etcétera.
Desaparecen las relaciones sociales (de producción y distribución) y todo parece reducirse a
una cuestión de sentido común. Por eso, ya en época de Marx, y sin esperar a la sofisticación

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marshalliana, la Economía vulgar hacía de la oferta y demanda el alfa y omega de su


explicación de los precios y las cantidades producidas y demandadas.

Sin embargo, objeta Marx, si el precio se regula según la ley de la oferta y la demanda, se
plantea la pregunta de por qué ley se regulan, a su vez, la oferta y la demanda. Pero la
Economía vulgar a mediados del siglo XIX no tenía respuesta a este problema, y Marx
avanza entonces su argumento central: como ya había señalado la Economía clásica (Ricardo,
Smith), las variaciones de la oferta y la demanda solo explican oscilaciones pasajeras de los
precios de mercado por encima o por debajo de su valor (o de lo que Smith llamaría “precio
natural”; Ricardo “costo de producción”; Marx en El Capital “precio de producción”). Por
eso, en el instante en que la oferta y la demanda “se equilibren, o se cubran mutuamente,
como dicen los economistas”, las dos fuerzas contrarias dejan de actuar y “el precio de una
mercancía en el mercado coincide con su valor real, con el precio normal en torno al cual
oscilan sus precios en el mercado. Por tanto, si queremos investigar el carácter de este valor,
no tenemos que preocuparnos de los efectos transitorios que la oferta y la demanda ejercen
sobre los precios del mercado” (pp. 15-6, ibid.). Pero entonces la oferta y la demanda no
explican lo que es central, a saber, el valor (o el precio de producción) que tiende a prevalecer
en el mercado. Surge de nuevo la necesidad de encontrar, por debajo de la apariencia, el
principio regulador.

Interludio sobre las funciones de oferta y demanda de la Micro

Como adelantamos en el apartado anterior, en tiempos de Marx la Economía burguesa no


había elaborado alguna ley para explicar la oferta y demanda. De hecho, la demanda se
resolvía en una observación empírica: a tal precio de tal producto, correspondía tal demanda.
No había pretensión de establecer alguna relación funcional entre precio y cantidades
demandadas. Relación que sí se intentó con la teoría subjetiva del valor, que fue elaborada
hacia la década de 1870: a medida que aumentan las cantidades consumidas del bien X, se
reduce su utilidad marginal, y por lo tanto su precio (que expresa la utilidad en el margen).
Sin embargo, esa función de demanda solo se puede construir apelando a conjeturas
especulativas acerca del comportamiento de un consumidor al que, además, hay que
considerar un “átomo”, independiente de las instituciones y clases sociales. El resultado es
que no hay manera de elaborar una función de demanda que registre lo que ocurre en los
mercados reales (véase aquí).

Algo similar ocurre con la curva de oferta. Para plantear la cuestión de la manera más
sencilla: según la teoría neoclásica, a medida que aumenta la producción aumenta el precio de
la mercancía. Pero… ¿cómo se explica entonces que, por ejemplo, Ford aumentó
extraordinariamente, en las décadas de 1910 y 1920 la producción de su modelo T, a la par
que bajaba su precio? Y algo similar ocurre siempre que hay rendimientos crecientes a escala
(esto es, cuando aumenta la productividad al aumentar la escala de la producción). Y los
rendimientos crecientes a escala son comunes en las economías capitalistas (recuérdese la
fábrica de alfileres que describe Adam Smith).

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La Economía ortodoxa, sin embargo, no puede admitirlos, no solo porque con ellos se acaba
la competencia perfecta (la gran corporación derrota a la pequeña en la guerra competitiva),
sino también porque la pendiente positiva de la curva de oferta marshalliana obliga a suponer
que los rendimientos son decrecientes (lo cual es muy conveniente para sostener que los
“factores de producción” son remunerados según su productividad marginal). Más todavía, la
Economía ortodoxa ni siquiera puede suponer que los rendimientos de la empresa puedan ser
constantes. Es que en ese caso, la curva de oferta es horizontal, de manera que su cruce con la
curva de la demanda solo determina cantidades producidas. Pero, de nuevo, en la realidad de
la producción capitalista, los rendimientos constantes son habituales, ya que las empresas
trabajan normalmente con cierta capacidad ociosa (lo que les permite responder a aumentos
circunstanciales de la demanda sin alterar sus costos fijos de producción); y en el mediano y
largo plazo aumentan su capacidad productiva para responder a incrementos permanentes de
la demanda (véase la crítica de Sraffa (1926) a la curva de oferta de Marshall).

En definitiva, y como han planteado los críticos (marxistas, sraffianos) en las economías
capitalistas los rendimientos pueden ser decrecientes, constantes o crecientes. Por lo cual la
función de oferta no se sostiene.

Agreguemos todavía que la determinación de precios y cantidades por la oferta y demanda


exige que las curvas sean independientes. Es que si son interdependientes (al desplazarse una,
se desplaza la otra, y viceversa) el resultado es indeterminado. Y en la realidad, la oferta y la
demanda son interdependientes. Por ejemplo, en la medida en que se modifica la oferta de un
producto X, se afectan precios y cantidades producidas de bienes distintos de X (pueden ser
insumos de X o bienes en los que X entra como insumo). Pero estos cambios a su vez afectan
al precio y las cantidades producidas de X. De ahí la necesidad que experimentó la Economía
neoclásica de pasar del estudio del mercado de un solo bien a los modelos de equilibrio
general, o walrasianos. Pero lo que nos interesa remarcar aquí es que no existe el pretendido
carácter científico – o sea, sometido a ley – de las funciones de oferta y demanda que
postulan los economistas ortodoxos.

Para concluir esta parte de la nota, destaco la paradójica situación que se ha planteado sobre
los precios y la ley económica. Es que a la afirmación de los economistas “heterodoxos” de
que los precios “son políticos”, los neoclásicos responden diciendo que están determinados –
en última instancia – por la ley económica fundamental, la ley de la oferta y la demanda. Sin
embargo, no existe ley de la oferta ni ley de la demanda que expliquen la determinación de
los precios por “la oferta y la demanda”. Por lo tanto, oponer al subjetivismo heterodoxo la
tesis de que los precios se determinan por la oferta y la demanda, es oponerle un planteo tan
vacío de teoría como la explicación que se pretende refutar.

Textos citados:

Marx, K.: Salario, precio y ganancia,


http://www.ehu.eus/Jarriola/Docencia/EcoMarx/salario,%20precio%20y%20ganancia.pdf.

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Sraffa, P. (1926): “The Laws of Returns under Competitive Conditions”, Economic Journal,
vol. 36, pp. 535-50.

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