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Diogenes Valdez - Lucinda Palmares
Diogenes Valdez - Lucinda Palmares
-jAllí es!
Norma señala con su índice izquierdo el frontal de la
tienda y en los ojos de Lucinda se retrata la ansiedad. Una
sonrisa nerviosa y forzada le nace en los labios, pero es
igualmente hermosa. Lleva como todos los días los dientes
primorosamente blancos. Ni siquiera tiene un pañuelo entre
las manos; solamente un manojo de dedos y ahora no sabe
qué hacer con ellos. Mira a Norma con esa misma sonrisa
sostenida entre los labios pintados ct>n un rojo muy débil, un
rojo casi enfermo, un rojo que casi no lo es y permanece en
silencio. No s e atreve a decir nada, a confesar su miedo;
únicamente la respiración delata su existencia, entonces
Norma la mira, y como la ve con el rostro transfigurado, le
pregunta:
-¿Te sientes nemiosa, verdad?
-jSí, Norma -responde Lucinda-. Mucho!
Y las dos siguen así, caminando rápidamente. Y a medida
que se acercan a la tienda el miedo crece dentro del echo de
Lucinda. Casi están en la puerta. Han llegado a la hora
exacta. Norma tiene el tiempo medido. Lucinda mueve la
cabeza y en su pelo se describe un gesto demasiado bello,
que no pasa destlpercibido. Todos la miran 7 se preguntan:
¿quién e s esta hermosa criatura que con esos ojos, con ese
pelo negro y esa piel de cobre lo ilumina todo?, ;quién es
ella?, ;de cuál planeta sideral habrá venido?, ;en cuál
galaxia estaba oculta?, ;cuáles dioses la engendraron?,
¿qué soles le doraron la piel?, ;qué noches le prestaron su
oscuridad a esos ojos y a ese pelo?, ¿en dónde se oculta el
hombre que esculpió su cuerpo? Nadie responde a estas
preguntas secretas, preguntas sin sonido que brotan de
lugares ignotos. Norma los mira a todos al mismo tiempo.
Una ira que no logra disimular se advierte en el rictus
amargo d e los labios. Ella es la primera en entrar. Lucinda la
sigue como un perro fiel y no puede ocultar que tiene un
miedo enorme moviéndose por debajo de la piel.
-jBuenos días a todos! - c o n tono seco y agrio.
Y un coro de voces imprecisas y fuera de compás
responden: ";buenos días!" y están casi a punto de pregun-
tarle, "¿quién es tu amiguita?, ;danos su dirección!, ¿cómo
se llama esa paloma? y Noel sale al encuentro de Norma,
acerca su rostro al de ella y le responde:
-;Buenos días, Normcr!, ¿cómo estás?
Ella no puede disimular que está enamorada de él y le
contesta que está bien. El se llama Noel, el de pelo rizado,
el d e la piel muy blanca y el cuerpo lleno de músculos, el de
estatura imponente, un poco tímido tal vez. El que se llena
de silencios durante las ocho horas de trabajo. El que n o dice
adi.ós, ni hasta mañana cuando concluye la jornada. El que
únicamente recibe a Norma con un beso en la mejilla cuan-
do ella llega y el que con un beso en la frente la despide. El
primero en llegar y el último en marcharse porque es la
confianza del jefe, casi su mano derecha. su consejero en
los asuntos importantes; tan serio y todo; tan formal. A
Norma le gusta mucho este muchacho unos cuantos años
más joven que ella y sGlo espera que un día le diga que la
quiere un poco, para responderle que lo ama en secreto.
pero él no se atreve, ni ella tampoco. Noel no resiste la
curiosidad y le pregunta:
-¿Quién es ella?
-;Es mi prima Lucinda! -le responde con su voz ronca.
Esa voz que nunca ha rebasado los limites de la emoción y
que sale de su garganta, fría como un témpano. Una voz de
esfinge o d e fantasma. Lucinda le extiende su mano temblo-
rosa y él puede presentir debajo de aquella piel un calor
delicioso; un dulce presentimiento. quién sabe si un dolor.
El le ha ofrecido algo y ella lo ha tomado, le ha ofrecido su
mano espontánea y para Lucinda es algo que significa
mucho. Es el primer gesto de amistad que recibe. Lo mira
detenidamente, admira su elevada estatura. Ella apenas le
Uega a los hombros a G s a r de los enormes tacos que ahora
lleva. Le ofrece'una sonrisa. Acaricia su mano de niño que
ha crecido demasiado, su garra de animal que esconde
dentro de su pecho un alma demasiado buena y desde su
garganta sale su voz convertida en un susurro.
-;Hola, Lucinda! -le dice.
Y ella, con su mano tierna entre la suave rudeza de la
d e él, le contesta:
-;Hola!
-Ella va a trabajar aquí con nosotros -interrumpe Norma
con voz sentenciosa, grave, casi ceremonial. Los ~ r e s e n t ay
él le dice:
-;Noel!
Y ella:
-;Me llamo Lucinda. Lucinda Palmares. Es un nombre raro
y horrible, no me gusta para nada!
Y él: -;No, que va. Es un nombre muy bonito. Los
nombres muy comunes no tienen nada de bonitos!
S e despiden. Norma la va a llevar ante el jefe omnipo-
tente. Ante el dueño que se queda hasta muy tarde contando
las monedas. Que se entretiene midiendo los metros de tela
que ha vendido y que se preocupa demasiado por los que
faltan por vender. El que se pasa horas enteras pensando en
las cosas que tiene que comprar. Haciendo números que
sólo él comprende y anotando cifras. El jefe vigilante y
poderoso que con sus ojos penetrantes lo observa todo
desde un lugar oculto. Dentro de aquel recinto, Lucinda es
una fogata que lo ilumina todo. Tiene debajo de cada párpado
un arcoiris y en cada uno de sus dientes una mariposa
blanca. Norma abre la puerta de cristales claros y se detiene
delante del jefe, que tiene en sus manos un paquete de
muestrarios. Como es natural. él siempre es el primero que
llega.
-jBuenos días, don Manolo! -le dice.
El responde sin mirar, sin quitar los ojos de los cuadra-
ditos d e tela, d e esos pedacitos de lienzo, prisioneros entre
sus dedos pukros y bien cuidados. Sabe quién le habla por
esa voz d e cirio apagado, de cristal tan opaco, tan de Norma,
tan sin. emoción, tan sin orgullo...
-jDon Manuel!. ..
Ahora lo llama d e otra forma. Ella se atreve a interrum-
pir su entretención de hombre de negocios. Don Manuel
levanta los ojos, respira con una brevedad que no se escapa
a los sentidos d e Norma y ella con una sonrisa y una palabra
que no termina d e nacer. espera ...
-;Esta es mi prima Lucinda. La persona de la cual le hablé
a i e r , ¿no lo recuerda?
-jAh sí, sí. Claro que lo recuerdo! -le responde, como si
hubiese pasado un siglo desde el día de ayer y de súbito lo
recordara todo.
-;Siéntese por favor. No se quede de pie! -le ordena y
señala una silla enfrente de su escritorio que hace otro siglo
que permanece vacía, esperando por ella únicamente. Se
sienta. Norma s e retira sin que nadie se lo ordene. Sabe
siempre todo lo que tiene que hacer sin que se lo hagan
saber. Allá adentro, Lucinda no sabe en cuál lugar de su
cuerpo va a ocultar su miedo, y él, don Manuel, un hombre
maduro. con sus cincuenta años ya cumplidos, comienza a
hacerle preguntas tontas, no tanto como ella las imagina.
que si e s verdad que es prima de Norma. porque no se
parecen en nada. y ella, que está a punto de echarlo a
perder todo. porque casi le responde que no son primas, ni
nada parecido, que la madre de Norma es su madrina y que
ahí se termina todo el vínculo que las une, pero tiene la
mitad d e un segundo para reflexionar y responder correcta-
mente y le dice que aunque se parezcan o no, la verdad es
que son primas, primas por parte de madre, que sí, que era
la primera vez que trabajaba en una tienda. que había
llegado hasta el octavo curso en la escuela secundaria y don
Manuel. el asturiano, como le llaman en secreto todos sus
empleados, un secreto a voces. porque desde hace tiempo
sabe que e s así como ellos le llaman, y hasta se siente
contento. porque este apodo es mucho mejor que el que
tenía en su pueblo, apodo que cargó desde su infancia hasta
el día en que salió para América. le da soberbia el recordar
cómo le llamaban los compañeros en la escuela, pero ahora
e s don Manuel, el asturiano, mucho mejor que Manuel,
nalga d e mono. Borra estos recuerdos con un simple perisa-
miento, con sencillo acto d e su voluntad y le dice a Lucinda
que esto no era demasiado, pero que e s muchomejor que los
estudios de la mayoría de los empleados que ha tenido y más
o menos lo mismo que los que trabajan ahora para él; con tal
d e que se portara seriamente para él era suficiente, bastaba
que Norma hubiese sido la persona que la recomendara,
entonces le dice que la va a poner a trabajar con Noel y con
su prima. que son los empleados más viejos. para que la
enseñen y para que se sienta en confianza. que le van a
pagar tanto para empezar, más un por ciento de las ventas y
que a medida que fuese conociendo el trabajo. le iba a
aumentar otro tanto y la sonrisa y las lágrimas de Lucinda se
confunden con el sol de la mañana. formando un arcoiris
alrededor d e sus ojos. La luz penetra entonces por la ventana
abierta con una brillantez y un vigor realmente extraño. Don
Manuel s e levanta de su silla con una rara emoción d'entro
del pecho, la toma del brazo y la acompaña hasta la puerta.
-;Cálmese, señorita. No se ponga usted así! -le dice.
Desde el umbral le hace una señal con la mano a Noel.
El apresura las pisadas y cuando se encuentra al lado de su
jefe, s e queda en atención, lo mismo que si fuera un militar,
esperando las palabras del patrón.
-;Ella va a trabajar contigo y con N o m a . Enséñale bien y
ayúdala en todo lo que puedas!
Noel la mira con firmeza. Tiene en ese momento esbo-
zada una breve sonrisa. En cambio Lucinda no puede domi-
nar la emoción, tampoco puede contener las lágrimas. Está
demasiado feliz, tanto que no puede creerlo. No tiene siquiera
un pañuelito con el cual limpiarse el rostro. Noel se da cuenta
y le entrega el suyo, inmaculado, Lucinda mira a Noel, ese
dios d e segundo orden que ahora será su guía, que la llevará
d e la mano en este laberinto de telas, encajes, mostacillas y
botones nacarados. Toma el pañuelo y se seca las lágrimas.
Le devuelve el pañuelo a Noel que la observa con sus ojos de
niño bondadoso y l e dice:
-;Gracias Noel, muchas gracias.. .!
La mano trémula de Lucinda entrega el pañuelo de
batista muy fina a su du.eño. Noel la sigue contemplando
con la breve sonrisa sostenida entre los labios y de su
garganta nace el susurro que se parece a una voz y que
responde:
-jQuiero que lo guardes para ti como un recuerdo. Te lo
regalo!
Su voz apenas si resuena. Está carente de eco. Todo es
como un secreto entre ellos dos, únicamente. Lucinda vuel-
ve a darle las gracias y aprieta con cariño entre sus manos,
el pañuelo con la inicial de él bordada en una esquina. Y no
hubo una palabra más y tampoco hacía falta. Ella se deja
conducir por él y allí, en medio de fardos de tela de múltiples
colores, se pasa todo el resto del día pensando. pensando ...
T e das cuenta Lucinda que no era tan fiero el león, ni tan
estrecha y difícil la entrada de este infierno y tú que sentiste
temor d e abandonar las grises praderas de tu pueblo; que
tuviste mucho miedo dejar el polvo y la miseria que te
circundaba para venir a enfrentarte con esta ciudad mons-
truosa, d e tentáculos negros como un pulpo, esta ciudad
calamar d e ojos centelleantes en medio de la noche, que le
temiste al andar apresurado de las gentes y ahora, mientras
duermes en la cama que compartes con Norma, tu amiga y
protectora, la hija de la señora Catalina, tu madrina, ella. tu
no prima, piensas que ha resultado demasiado fácil adaptarte
a esta cotidianidad que te rodea, que te arropa tibiamente
como esa piel de percal que te acaricia y protege. Te
duermes casi pensando en el mañana, en la sonrisa imagi-
naria d e Noel, eii el saludo codicioso de tu jefe, porque de
repente un día vas a descubrir que él interiormente te
desea, que dentro de su pecho alimenta una pasión extraña.
mucho más extraña y ardiente que la que siente Noel por ti.
pero también menos pura; sí, Noel, él en secreto te desea,
Noel, el que habla muy quedito y pausado, como si no
hablara, como si tuviese miedo. el de la sonrisa casi triste,
tu bestia cariñosa y ejemplar que a veces quisieras tener
unido a tu cuerpo, y que en otras, habías deseado no
haber conocido. Ahora, lo imaginas en la tibieza de la
almohada. en el olor limpio de la sábana de percal, porque
él huele a todo eso, a sábanas limpias y a pan que sale del
horno, a fina lavanda después de rasurarse, a él lo sientes
en el aire que respiras, en el pafiuelo que algunas veces
besas antes de irte a la cama. Te duermes, el mañana
espera y te recibirá con sus prisas y sus afanes; todo lo
sabes d e memoria. el precio de las telas, el color de los
hilos, las clases de botones. la variedad de los encajes. Todo
te lo ha enseñado Noel, todo menos la forma de aprender a
quererlo y quizás es mejor que así sea. él tiene muy poco
que ofrecer para satisfacer tus ambiciones, quizás tan sólo
el lecho en donde duerme, el calor de su cuerpo y un poco
d e su miseria cotidiana, casi igual a la tuya; pero lo quieres.
aunque no deseas quererlo; lo amas, así sea solamente un
poquito. No demasiado. porque tú tienes ambiciones que
únicamente pueden ser satisfechas en horizontes distintos.
Tú lo ambicionas todo y él no tiene nada. Deseas poseerlo
todo y él ni siquiera tiene un techo propio. Quieres caminar
orgullosa como caminan otras señoras, ir a las tiendas a
comprar por capricho. por el deseo simple de tener muchas
cosas, sin importar si las necesitas o no. Te duermes y junto
a la cabecera dormita tu no prima, la hija de tu madrina
Catalina, la que te odia sin palabras y sin gestos porque
Noel no la ama, porque presiente que lo habrá de perder en
tus brazos, porque sGlo a ti te mira. porque sólo a ti sonríe
en forma diferente, porque te habla aunque no pronuncie
palabras, porque sus miradas tienen un código que Norma
también comprende. Ahí está ella. durmiendo junto a ti. con
sus horribles pesadillas en silencio. Quizás la odias un poco,
pero tu cariño e s mucho más grande que tu odio, ella ha sido
buena contigo, ella te buscó trabajo y se lo agradeces, elia
te ha cedido un pedazo de su cama y tambikn se lo agra-
deces y ahora te ha dejado libre el camina que conduce al
corazón d e Noel sin presentar la más mínima lucha, sin
hacer la más leve alusibn. ni la más pequeña protesta, tiene
tal vez demasiado orgullo para hacerte comprender que le
molestan tus pláticas secretas. el encaje invisible qiie se
teje entre tus ojos y los d e Noel. Tú lo contemplas hermoso
mientras el sueño vence lentamente tus ojos y el cerebro
Haces el prophsito de no niarcharte jamás de esta casa. te
sientes demasiado bien debajo de este pedazo de techo
coinpartido que a medias te cobija y que pagas religiosa-
mente los días quince de cada mes con el sudor de tu frente.
T e mueves ligeraniente en la cama y los ojos se te abren un
instante, pero un segundo después una masa de pensa-
mientos s e confunden dentro d e tu cabeza y te duermes,
definitivamente te duermes.
Lucinda fue la primera en levantarse, se dio una ducha
ligerita y enseguida comenzó a vestirse. Se puso el uniforme
y empezó a alisarse los cabellos. Norma todavía seguía
durmiendo. Para ella todo es tan fácil, siempre es la misma,
en cambio, Lucinda es diferente. por eso cada vez que sale
a la calle luce hermosa. La rutina no existe para ella.
peinarse e s un rito, vestirse es otro rito diferente al anterior.
bañarse. niirarse en el espejo, arreglarse las uñas. son ritos
diferentes a los anteriores, todo en ella es sencillo. sin
complicaciones, como un sacerdote oficiando misa en un
día domingo, en cambio Norma tienen ese despertar triste
todas las mañanas. ese sabor agrio dentro de la boca y en el
centro mismo d e sus miradas, todo para ella es una cere-
monia mil veces repetida y no hay emoción alguna en ningu-
no d e sus actos. Ella tiene el tiempo medido. Siempre
termina d e arreglarse a tiempo y a tiempo sale de la casa. a
tiempo y a la misma hora de siempre llega a la puerta d e la
tienda; sólo que ahora tiene la compañía de Lucinda y allí en
la puerta está Noel como si estuviera esperándolas, él besa
fríamente a Norma en la mejilla y siente un-sabor a témpano
encima d e los labios. quisiera hacer lo mismo con Lucinda
porque adivina que en aquellas mejillas hay un infierno
delicioso, pero no se atreve hacerlo y sólo le da unos buenos
días eternamente iguales y tú, Lucinda. que siempre
respondes con una sonrisa flotando entre tus labios carno-
sos y sangrantes:
-;Buenos días, Noel!, ¿cómo estás?
Es más o menos tu respuesta y tu pregunta de siempre.
Noel te mira íntegramente. retrata en su cerebro tu figura
hermosa y responde:
-;YO estoy bien!, ¿y tú?
Lucinda retiene la mano de Noel más de lo debido y él
se deja, todo mimoso, como si ambos oficiaran eri ese
instante una ceremonia sencilla. secreta. absurda y extraña.
S e miran fijamente a los ojos. Norma desde lejos se hace la
disimulada. pero sigue en silencio los gestos de él y los de
ella. Liicinda. como si sintiera vergüenza por lo que ha
hecho, deshace el nudo que ata su mano a la de Noel y le
dice:
-;Creo que estás enamorado de mi prima Norma!
Noel se pone todo encarnado. En cada poro tiene clava-
da una aguja ardiente y en cada pupila una lágrima que no
sale. Le nace en los labios una sonrisa sin sentido, tiene la
impresión que Lucinda le está gastando una broma de mal
gusto; e s tan indiscreta su pregunta. Además, a ella ;qué le
puede interesar si está o no, enamorado de Norma? Se lleva
una mano a la cabeza y se arregla un mechón rebelde que le
cae encima d e la frente, entonces le responde:
-;Tan sólo soy SU amigo, Lwinda. Nada más que su amigo ...
- S i n embargo -replica Lucinda-, a ella la besas todas las
mañanas y a mi no; ¿es que no soy tu amiga también?
A Noel se le enciende más la 'cara. Sus mejillas se
tornan carmesíes. No sabe que decir, ni que hacer con este
sentimiento que tiene dentro del pecho, con ese algo que se
parece demasiado a la vergüenza. S e repone rápidamente,
mete las manos en los bolsillos y hace un gesto impreciso
con los hombros. . .
--¿Es que no soy tu amiga, Noel? -le pregunta con su
sonrisa luminosa d e siempre. Abre entonces el bolso en
donde guarda todas,sus cosas de mujer y saca el pañuelo
con la inicial bordada en una de sus esquinas. Es d que un
día Noel le regaló para que se secara las lágrimas; un día
que ella y él recuerdan bien porque no está muy lejano.
-jMira, todavía lo guardo conw recuerdo. Yo quiero ser tu
amiga!
-;Yo también lo deseo, Lucinda. Es más, te quiero más que
una amiga, mucho más de lo que quiero a Norma ...
No comprende como ha podido decirlo, cómo ha encon-
trado fuerzas para insinuar lo que tiene dentro de su pecho.
Expresa esta angustia que de noche no le deja dormir. Se arre-
piente de haberlo dicho así, con tan poca emocitin en la voz.
sin una luna que los mire cómplices, en medio'de todos
estos fardos de tela y con todas estas gentes que miran
desde lejos sin saber lo que pasa. Se arrepiente otra vez. La
mira con pena y con una voz que arde cuando se abre paso
dentro de su garganta, le dice:
-;Perdóname!, Lucinda.. .
Ella no acierta a comprender sus palabras. ni entiende
su rubor.. No sabe por qué se le quiebra la voz. igualito que
un cristal cuando s e cae. Ella no entiende su timidez. no
conoce la existencia de niños que se esconden en cuerpos
de hombres, ni d e almas blancas como el fulgor de la nieve,
para ella todo sendero conduce a alguna parte y aún no se
percata de cuál es el final del camino que transita en esta
vida. Todo acto tiene un propósito y hoy se levantó con uno
metido e n el medio de sus arqueadas cejas y ahora lo va a
cumplir.
-A Nornla la besas y a mí no; ¿te atreves a jurarnie que no
estás enamorada de ella?
-;Te lo juro, Lucinda. No estoy enanlorado de Normn!...
NO desde que tú llegaste ...-le responde y con cada minuto
que sucede se siente más nervioso.
-¿Y por qué a ella la besas y a mí no?
-;Porque tú no me dejas! -Responde sin saber lo que dice,
sin presentir como ordena las palabras. Ya está deseando
que ella termine de hablar. que se presente el primer cliente
d e la mañana para ir a atenderlo y dejarla allí con esos ojos
tan negros que ya se están convirtiendo en una molestia
insoportable encima de su cara. Mira el reloj con ansiedad y
s e d a cuenta que tan sólo han transcurrido unos minutos.
pero que dentro de su pecho s e han convertido en un
milenio d e tortura feliz. Sus preguntas han sido como lanzas
clavadas en su cerebro y de súbito comprende que hay una
felicidad inefable en el martirio. Al fin llega una mujer. es el
primer cliente, su ángel de la guarda que ha venido a
salvarlo del demonio. es su hada madrina de los cuentos de
niños. e s gorda. fea. irreverente; es un equivoco con ese
vestido de rayas paralelas tan azules y tan verdes. tan
ajustado al cuerpo que la grasa se le escurre entre la trama.
parece una sobreviviente de un naufragio milenario con
todas esas baratijas que le en den del cuello. con todas esas
perlas tan falsas como sus dientes y como su orgullo. como
ese falso color que tiene en las mejillas. como el color de sus
cabellos: el tinte y el maquillaje no pueden disimular la
enfermedad que nace con los años, parece una estampa
arrancada de una cr6nica antigua, a lo mejor fue nodriza de
la hija de un faraón o dama de compañia de una emperatriz
d e la China. e s evidente que ella no es de este mundo, tiene
la piel muy clara y arrugada. Noel la mira y la encuentra
seductora. es su tabla de salvacióri. Quiere despedirse de
Lucinda sin un adiós. sin un nos vemos luego. con tan s6lo
una mirada. da un par de pasos hacia ella. entonces
Lucinda vue1ve.a sonreírle y antes de que él le dé la espalda,
le susurra:
-;Desde ntaiiana pie saludas también con un beso; y
adeniás, quiero que me invites al cine este domingo!
Ncul se aleja silencioso. Se acerca a la mujer ave-paraíso,
a este ejemplar d e un continente perdido y olvidado. le
pregunta en qué puede servirle y escucha cuando le dice que
quiere un género para confeccionarse un vestido de noche.
algovistoso, que le vaya bien a su figura y Noel no comprende
o no quiere comprender. no sabe qué le puede quedar bien a
ese cuerpo. Le enseña vanos géneros y eila no parece
convencida.
--¿No tiene algo niás vistoso? -le pregunta.
Y Noel s e pregunta si esta mujer está demente. Si se
nota que rebasó la edad de los quince por lo menos una
docena de veces y todavía pregunta si tiene algo más vistoso,
como si no fuera ya bastante todo lo que le ha enseñado.
Pero no s e doblega, es su primer cliente y no puede dejar
que s e marche sin venderle, busca afanoso en la memoria y
por fin encuentra algo que a ella puede gustarle y ella
cuando lo ve con el fardo debajo del brazo, exclama:
- ...;Exactamente lo que estaba buscando!
Ena lo acaricia como si fuera una ~ i e de
l astracán, o
una estola de chinchilla y agrega a su exclamación:
-;Oh, qué aniable es usted. Yo soy ...
-;Tú rio &es nada! -piensa Noel. pero no 10 dice.-
-Un guacamayo viejo -vuelve a pensar, pero tampoco se
lo dice.
- U n a gran cronista social.
A Noel le parece haber visto su foto en algún periódico r,
revista, en alguna recepción de embajadores o fauna pare-
cida.
-...tengo una colunina fija en un periódico. Usted tiene
cara de intelectual. ¿Escribe usted acaso?
-jNo, no! -responde rápidamente Noel-. Unicaniente
soy un diletante. Me gusta la lectura.
-;Fantástico! ¿Cuáles libros ha leído?. ;qué autores son
sus preferidos?
- C é s a r Vallejo y Ezra Pound, en poesía ...
...
-;César Pound y Ezra Vallejo! jQué raro, janrás los
había oído mencionar. Deben ser de estos jóvenes de la
nouvelle vague! Tiene que leerse los clásicos, jovencito; a
Corín Tellado, por ejemplo...
Y Noel no sabe si reír o ponerse a llorar al mismo
tiempo y asiente con un movimiento de la cabeza.
M i nombre es Mimí.
Y la dama parece que también canta. con voz de tiple
naturalmente. Noel se despide con una sonrisa y en cambio
recibe una tarjetita con la direccih de ella por un lado y una
nube blanca por el otro. para cuando él decida hacerle la
visita. le dice. "gr<rciusseiior, hasta luego", y él la despide
con un apretón d e manos.
Capítulo IV
La crítica dice:
"La noche del 23 de mayo constituyó una reiteración de
lo que la crítica europea había dicho acerca del magnífico
actor y director teatral, Alvaro de la Colina. Para el debut en
su patria eligió el difícil Hamlet, en donde al par con su
habilidad como director, pudo lucir sus grandes condiciones
histriónicas en el papel principal de la obra de Shakespeare.
El célebre monólogo no sólo fue convincente, sino que
en ciertos momentos se convirtió en un espectáculo conmo-
vedor. Su contrapartida, Ofelia, estuvo a cargo de la prime-
risima actriz Violeta Valerio, la que no sólo hizo galas de un
profesionalismo ilimitado que deleitó a todos los asistentes al
Teatro Nacional, sino que con su hermosa figura y sus ade-
manes precisos hizo que el Hamlet presentado anoche cons-
tituyera un espectáculo que no será olvidado por mucho
tiempo. Etc., etc., etc.. etc .,...
Timoteo Harrison
El Heraldo
"La atmósfera de anoche en el Teatro Nacional estuvo
cargada de un dramatismo patético. El público se sintió
conmovido ante el duelo histriónico que presentaron los
primerísimos actores Violeta Valerio y Alvaro de la Colina en
los papeles de Ofelia y Hamlet, respectivamente.
La escena de la locura de Hamlet fue tal vez demasiado
convincente, su monólogo estremecedor y algo que no pudo
ser visto, pero sí sentido por el público, la dirección, virtual-
mente ajustada. La primerísima actriz Violenta Valerio des-
lumbró al .público con su belleza y con su'dominio del
escenario. Sus parlamentos fueron claros y sus gestos mar-
caron con precisión lo que las palabras no alcanzaban a
significar. La intensidad y el profesionalismo de todos los
actores nos ofreció una magnífica representación de la obra
de Shakespeare. Etc., etc., etc.,
Carolina de Jesús
La Opinión
bb
Con un elenco cuidadosamente escogido se presentó
anoche en el escenario del Teatro Nacional, el Hamlet del
inmortal Wiliam Shakespeare.
Todas las exigencias técnicas de la obra fueron hábil-
mente superadas por una dirección sumamente profesional,
la cual estuvo a cargo del primer actor Alvaro de la Colina,
quien además de dirigir la obra, tuvo sobre sus hombros la
dificilísima representación de Hamlet.
La escenografía y la iluminación supieron dotar del
patetismo necesario aquellas escenas que así lo precisaban.
La locura de Hamlet nunca pareció fingida. Violeta Valeno
en su papel de Ofelia supo imprimirle a su personaje toda la
dulzura y el dolor que le eran necesarios para dejar en el
ánimo de los espectadores la impresión de que más que una
obra teatral, estaban presenciando un drama cotidiano. Etc.,
etc., etc.
Mercedes del Pino
El Trajín Diario.
Y todos los actores se sienten más que satisfechos con
las ovaciones que les ha tributado el público. Tantas veces
salieron al escenario, que ya no lo recuerdan, pero fueron
muchas y después a celebrar el éxito con champagne en los
salones del Embassy Club y desde luego que la mayor parte
del éxito hay que acreditárselo al señor de la Colina, quien no
dejará que se marchiten estos laureles en su cabeza y ya tiene
a Casona en la colina, quiero decir en la cabeza y a su Dama
del Alba, y a lo mejor no llega sola, porque he oído decir que
quien con ella viene "la tía Beatriz" la que "hace un milagro"
y que se va a quedar entre nosotros, después de haber pasado
"Unas vacaciones en el cielo" leyendo la "Fábula de los
cinco caminantes", y más que nada, porque quería quedarse
acompañando a un amigo que trata de olvidar su complejo de
"Edipo" y que en su locura no se cansa de decir que es "rey",
ella no comprende ese sentimiento extraño que no es de
cariño ni de odio hacia "La madre", esa misma que lo envió a
España, mientras ella se quedaba parloteando con las "Ale-
gres comadres Windsor", que no eran de Windsor nada, sino
de Naco, o del Ensanche Piantini, o del Mirador Sur, uno de
esos bamos elegantes en los cuales "Todos los gatos son
pardos" y en donde todos los burgueses que viven aliá,
incluyendo su madre, tienen "Las manos vacías". Habría
querido quedarse por allá, para que su venida hubiese sido
celebrada como "El regreso de Matusalem", pero ya que está
aquí, compartirá sus conocimientos con todos, no se va a
quedar haciendo "Mucho ruido para nada", eso le'dará la
oportunidad de conocer algunas de "Nuestra(s) Natacha(s) y
una que otra "Cándida" frívola y coqueta que le ofrezca sus
encantos, porque en el mundillo de teatro hay de todo y para
todos". Claro que tendrá el tiempo suficiente para vivir, para
actuar y para enseñar lo que sabe desinteresadamente, sin
necesidad de que lo confundan con un "Mercader de Vene-
cia", ni de Santo Domingo, lo que más ambiciona es conver-
tirse en un "Pigmalion" y encontrar muchas Eliza Dootlitle,
sin temor a que sus acciones sean en una "Comedia de equi-
vocaciones A , porque después de todo tiene validez aquello
de que "Bien está lo que bien acaba".
Capítulo XXVII
~ C L Qque
~ Onecesito personas jóvenes, pero tú lo eres dema-
siado!, ¿qué edad tienes?
-Ya pronto cumpliré los dieciséis.
-¿Y cómo te llamas?
-Alfonsina López.
-Es un bonito nombre para una actriz, como el de Alfonsina
Storni, ¿la conoces?
-Desde luego que sí. También me gusta escribir poesías. Las
de Alfonsina Storni me gustan mucho.
-También a mí. Me gustaría mucho que me enseñaras lo que
escribes.
-jQuién sabe si algún día se las enseñe, porque no vivo aquí!
-Y, ¿en dónde vives ?
-Vivo en Santiago y estoy aquíde vacaciones en casa de unos
familares de mi padre. Leí sus declaraciones en los periódicos
y he llegado a pensar que me gustaría ser actriz, además de
escritora.
-jAlfo~sina López, la gran actriz y escritora dominicana!,
¿no te gustaría llamarte Alfonsina Storni!
-No, solamente me gustaría escribir como lo hizo ella y morir
como murió ella.
-Tan joven y ya piensas en la muerte.
-Morir a veces es necesario. Hay personas que mueren todos
los díus. Yo quisiera morir una sola vez y que todos me recuer-
den, igual que a Alfomina. Creo que en su muerte hubo mucho
de poesia, tal vez fue la mejor de todas las suyas.
A r e s una trágica nata. S e r h una magníjka actriz. Es
posible que yo pueda ayudarte.
-No creo que será mucho lo que usted pueda hacer por mí.
Recuerde que no vivo en la capital.
-Tal vez tus padres consientun e; dejarte con los familiares
que tienes aquí.
-No lo creo, porque ellos son muy pobres.
-Yo podría hacer que te concedieran una beca.
-jSería mcrravillosol
-2 Volverás mañana ?
- S i usted me lo pide ...
- C l a r o que sí. Quizás podría darte algunas explicaciones y
ensayar alguna escena fácil. Tengo algunas obras escritas
desde hace mucho tiempo y podríamos adaptarla para ti.
P e r o si aún no sé actuar...
-Actuar es igual que vivir. Así de sencillo ...
-Volveré mañana. Ahora me murcho porque es tarde.
-Agradezco mucho tu visita.
H a s t a mañana.
Alvaro se ha quedado con la figura de Alfonsina en la
retina de los ojos. Clavada como un dolor en el pecho. Tal vez
sea muy joven para él, pero eso np importa. Una vez más le ha
sucedido lo mismo, ha tratado de encontrar en un rostro
extraño a otro rostro cuyas facciones no recuerda, una cara
que ya tiene olvidada, pero que muy de tarde en tarde se
asoma a su memoria. Repite el nombre de Alfonsina, la que
siempre vivió enamorada de la muerte, la que ahora ha
resucitado y la que amenaza con enseñarle a conocer otras
formas de vida, Virginia o Alfonsina, las dos muertas de
hidrógeno y de peces, de moléculas de oxígeno y de algas,
sólo quiere que una de las dos se hagapresente mañana, que
resucite de su lecho de arena, o que venga pasado mañana,
todos los días del mundo envuelta en una lluvia d e corales,
nada le importa y todo lo apostará a un sola baraja, la estabi-
lidad del hogar, la tranquilidad de su madre, el sosiego de su
esposa, la cercanía de los hijos, ellos necesariamente no
tienen porqué enterarse de esta comente de agua que fluye
d e él hacia el océano, ella será una alumna más. un árbol
diferente en medio de un bosque umbroso, una estrella más
brillante dentro d e una constelación lejana, una gota de
sangre luminosa dentro de sus venas, un destello cegador
dentro de los ojos, un temblor diferente en cada una de sus
manos. Ella es como un sol que ilumina a todos los planetas
dentro de esta galaxia, su sonrisa es pareja, limpia y espon-
tánea, su cuello moreno gira sobre sus hombros con orgullo,
sus manos son dos palomas grises que se mueven seguras, su
busto deja adivinar dos prominencias a través de la blusa, el
escote muestra las pendientes arqueadas de unos senos
redondos y un caminito estrecho que conduce al paraíso, su
cintura e s estrecha y sus caderas anchas, sus muslos dos
columnas, sus pies carecen de alas, pero ella flota cuando
camina. En su rostro hay inocencia y también determina-
cibn, a veces está seria y es hermosa, a veces está sonriente y
e s hermosa, sus ojos grandes y azules hablan de penas
y estrecheces, su nariz pequeña es atrevida y esa boca
partida en dos mitades desiguales (tan parecida a otras bocas
que llegaron a besarlo) le trae preocupaciones indecibles, no
sabe cómo definir esa sensación que tiene dentro del pecho,
no cree que sea amor, tan sólo es una ilusión pasajera, una
amenaza d e lluvia que lo moja por dentro, una espina en la
garganta, un ruido constante en los oídos que tan sólo pro-
nuncia su nombre, el d e ella, Gómez, López, o Storni. es lo
mismo, que más da, ahogada en su propia juventud dentro de
su propia sangre calurosa, una niña con formas d e mujer, una
mujer con cara d e inocencia y lo peor de todo es el tener que
romper su candidez y cuando llegue el día de mañana, el
tener que decirle:
-jAqui tengo una obra para que la ensayemos. El personaje.
que representarás se llamará Alfonsina!
-Y a lo mejor tú te llamas Alvaro.
-Sí. Pero primero deja que te explique el argumento.
-Prosigue.
4 e trata de un director de teatro que trata de enseñar a una
alumna que se le presenta de improviso y ala que hace repre-
sentar un pequeño papel.
-¿Y cómo lo hace?
-Ya estamos representando sin que te dieras cuenta. Para el
caso no importa que te llames Alfonsina o Virginia. Tú
responderás como lo has hecho, lo primero que se te ocurra.
-¿Por qué Alfonsina o Virginia?, jacaso me conoces?
-;Hay algo más de ti que deba conocer?
-No, pero me extraña el que utilices el nombre de Virginia.
-Es por lo que Virginia Woolf. Tú sabes que ella murió en la
misma forma que Alfonsina Storni.
-Y ahora yo tengo que ahogarme en el río Ozama.
-;Magnífico, has dicho una hermosa tontería, ¿pero por qué
no mejor en el Yaque?, ¿o en mis brazos?
Y hay una paqsa, una preparacibn de los instintos.
Alvaro s e separa y lleva una mano a la cara como si
estuviera pensando. en un gesto que e s muy suyo.
-Te parece bien que repitamos el ensayo una vez más. Ahora
lo haremos más verídico, el público tiene que creer todo lo que
ve.
-Está bien, pero será la última, porque me siento agotada.
Y 61 la toma en sus brazos y la besa. le acaricia los
cabellos. mientras que mirándola fijamente a los ojos. le
dice:
-;Te unlo mucho, Virginia. Te amo!
-Mi nombre es Alfonsina y no quiero rnorir ahogadcz.
-No me importa tu nombre, te amo igual.
-jPoi favor, no me beses ...
-;Deja que te bese hasta el cansancio ...
-Y ahorn, 2qLCé estfís hacirniio?
-;Quiero rerte los senos y bescirlos tantbie'n.
-;Pero eso no estú en cl libreto!
- S I : está, pero ahora no tengo tiempo de mostrártelo.
-;Por favor, no prosigas!
-;Déjanle quitarte la blusa!
-¿Crees que sea necesario ?
-;Claro que es necesario. Si no, ¿crees que me atrevería?
Y la boca de Alvaro se detiene en sus pezones y las
manos le acarician el cuello y le frotan el vientre y le corren el
cierre de cremallera de la falda y ella está desvanecida ante
tanto realismo. no sabe que es lo que ahora le sucede, pero
casi lo adivina, y la respiracibn se nota fatigada, es como si
estuviera a punto de morir ahogada dentro de este mar de
besos y caricias y él sin que ella pueda evitarlo, se desabo-
tona la camisa y se tiran en el suelo y muestra todo su velludo
torso, sus brazos musculosos y ella ya no quiere respirar este
aire infame que corre encima del planeta. quiere ir a otros
espacios. viajar a otras galaxias. vivir en otras constelaciones,
o ahogarse dentro del mar y Alvaro está ya en calzoncillos y
ya ella está sin la más íntima de sus prendas de vestir y él se
encuentra desnudo, ardiente, traspasando el calor de su
cuerpo hacia el cuerpo de ella. a través de sus caricias y sus
besos. a través de los muslos de ella, que jadea. que ya se
está ahogando. que ya sus pulmones se están llenando de un
Iíquido claro como el agua. pero que no es agua de mar. ni de
río, que se está llenando de deseos, de un querer que él la
penetre y d e un temor a que él la posea. que ahora está muy
rebosada de una duda indefinible que no la deja pensar clara-
mente. "actuar es como vivir" y ella no sabe ahora si actúa o
si vive, o si s e está muriendo ahogada en océano de fuego y ya
están los cuerpos paralelos. las bocas una enfrente de la otra.
sus miradas tropiezan. la lengua de 61 dentro de sus oídos. la
humedad de ella frente al sexo del otro. los sudores metálicos
mezclándose. hay un cerrar de los ojos y la oscuridad se hace
presente, tiemblan las cuatro paredes y se viene abajo el
techo, un vaso d e cristal cae de la niesa y se rompe, un
Iíquido rojo y espeso s e esparce por todo el piso. hay un
quejido que cruza doloroso de un extremo a otro del universo,
una mancha roja que taladra y hiere las baldosas y ella quiere
morirse y él quiere que ella viva, que no s e marche nunca.
que s e quede con él para siempre y dos lágrimas s e asoman a
los ojos d e ella y él entonces le dice:
-¿Por qué lloras, Virginia?
-jMe has engañado, Alvaro. Y no me llames Virginia.
-;No temas, voy a estar siempre contigo!
-;Ya no soy virgen. No sabes la vergüenza que siento!
-;NO tienes por qué avergonzarte!
-;Esto ha sido demasiado para mí. Quisiera morirme!
-2 Qué haces ?
-jMe visto!
-¿Puedo llevarte a tu casa?
-;NO!
-¿ Volverás mañana?
-Ni mañana, ni nunca.
-Espera, yo iré contigo.
-Quiero estar sola. No me sigas, ni me busques.
Capítulo XXIX
¿Que hacer?
No volverá a su pueblo.
Tal vez ninguno de sus parientes esté vivo. Quién sabe
si ellos también se han marchado muy lejos. Y si estuvieran
¿,no habrían cambiado en todo ese tiempo sus sentimientos
hacia ella? ¿Qué dirían si se presentara de improviso y le
contara los vaivenes de su vida? De seguro que le echarían en
cara lo mucho que ha cambiado en todos esos años, que
hasta ahora no se había acordado que ellos existían, que al fin
ha podido encontrar el camino de regreso; precisamente
ahora que está encinta, para agregar a sus miserias las
miserias que ella ha recogido por esos caminos que el destino
la obligó a caminar. Le dirían que se marchó porque así lo
quiso y que ahora cuando ya la habian olvidado, se presenta
como una intrusa, que ya se habian acostumbrado a vivir sin
ella y les será difícil reconocer que está de nuevo entre ellos.
¿Qué hacer?
Volver de nuevo a casa de la madrina; ¿no habrá muer-
to?
No la ha vuelto a ver desde el día en que se fue de la casa.
¿Qué diría si un día diera la sorpresa y le hiciera visita?
La recibiría con los brazos abiertos, la haría pasar a la sala y
la obligaría a sentarse, le prepararía café, le contaría las
cosas que han pasado en el barrio desde el día en que se
marchó, también le hablaría de Norma, de lo que ha sido su
vida, d e las muchas noches en que llega borracha a la casa,
de las muchas otras que ni siquiera viene a dormir, que no se
explica cómo su hija se ha descarriado tanto, le pediría que
tuviera cuidado al sentarse para que no se le ajara el vestido y
si por casualidad Norma estuviera en la casa, ¿qué
De seguro que s e pararía en la puerta y le preguntaría su
nombre, con desdén le diría qué en cuáles cosas podía
servirle, que no, que no la conoce, que no sabe quién es, que
ahí no vivía ninguna señora llamada Catalina; que se marcha-
ra lo más pronto posible, tal vez le cierre la puerta en las
narices y le diga un par de groserías, es posible que la arrope
con esa luz fría que se desprende de sus ojos y la deje
congelada para toda la vida.
¿Qué hacer?
Correr a donde Noel y contarle sus penas, pedir que la
perdone por haber deshecho su vida, por haber sembrado de
esperanzas s u alma y haberlas destruido con un solo golpe,
con una traición cobarde y despreciable. Pedirle a él que la
comprenda ahora que no viene sola, que además d e sus
penas y fracasos la acompaña un hijo que se esconde en sus
entrañas, que la deje allí hasta qu se sienta con fuerzas para
hacerle frente a la vida, pedirle que se haga responsable de
esa criatura que él no supo hacer una realidad dentro de su
cuerpo, porque otra cosa habría sido su vida si ese hijo
hubiese sido suyo, habría sido como una cadena que la atara
a su existencia para siempre; pero no puede hacerle esa
petición, no tendría el valor necesario para enfrentar su
silencioso reproche, no encontraría fuerzas para intercam-
biar un saludo ni una mirada, le flaquearían las piernas, la
voz no saldría de su pecho, sus manos se derritirían como si
fuesen de cera al calor de un brasero si él las tocara. un sudor
helado le bañaría la piel, no podría soportar su sonrisa
amarga que no sería más que un reproche o un recuerdo de la
pena que un día ella dejó con su partida.
¿,Qué hacer?
Tal vez lo mejor es hacerle caso al asturiano, después de
todo esa criatura es también hijo de él. quizás lo más
conveniente e s liquidar el problema y olvidarse de todo. No
pensar más en lo que está pensando ahora. Puede que él
tenga un poco de razón.. .
Aunque está bastante claro afuera, Lucinda se mete de
nuev? en la cama. Cierra los ojos (o los abre) y trata de dormir
(O de mantenerse despierta) ¿qué importa?, pero no puede
hacerlo.
E s inútil engañarse.
Sabe que la realidad es diferente a lo que piensa y ve la
vida con un color distinto, en este instante tan lleno de
preocupaciones descubre el sabor amargo de los amaneceres
y el color no rojo de los ocasos, ni el verde de la yerba mojada,
sus desvelos tienen a partir de hoy un color de cosas tristes,
un color de ardor de ácido en los ojos, un color de vinagre y hiel
en medio d e la boca, un color de alfileres clavados en la piel,
color d e pies que han caminado demasiado, color de brasas
ardiendo dentro de las manos, color de un ser que nunca
llegará a nacer.
Es inútil engañarse.
Está atrapada en el centro de una espiral que no tiene
salida porque ella no quiere escaparse, porque un día se trazó
una meta y no desea devolverse después de recorrer un largo
trecho del camino, porque no quiere luchar, porque el valor
que le bastó para marcharse de su pueblo lo agotó en aquella
faena, se terminó en horas cuyos segundos eran días, en días
formados por horas que duraban años, en años, de estaciones
tan largas como siglos, en veranos que demtieron milenios,
en inviernos que congelaron el tiempo y lo detuvieron, en
primaveras, veloces que no les dieron a las rosas el tiempo
necesario Para que abrieran sus pétalos, en .otoiíos que
deshojaron los árboles en un instante.
Es inútil engañarse.
El tiempo lo hará todo; en favor o en contra. Nadie es
capaz de adivinar las sorpresas que guarda en su caja de
Pandora. Eso hará; dejar que este instante s e filtre a través
de su memoria y que se desvanezcan las cosas buenas y
malas que le dieron vigencia...
Eso hará.. .
Dejar que este tiempo de sal y azufre se deslice por
encima de su cuerpo como una serpiente cascabel que tañe
las bronceadas castañuelas de la muerte. Permitir que el día
vaya y que regrese convertido en noche o en amargura, ya
que no puede evitarlo.
Eso hará ...
Matar el presente que no muere, el día de hoy que es un
poco el de ayer y otro poco el de mañana, dejar que
-
~
el futuro
sea el juez d e su conducta, el fiscal de su miedo, el
carcelero de su infamia.
Eso hará ...
Doblar las rodillas, inclinar la frente, ocultar la mirada,
resignar el orgullo, taparse los oídos, amarrarse la lengua,
atarse las manos y los pies para asesinar la tentación que la
invita a marcharse y dejar todas estas cosas que la rodean y
que la hacen sentir tan bien, aunque a veces sueña que un
ángel viene a rescatarla de estas cosas que son las que la
tienen prisionera, pero que si les faltaran, sería lo mismo
que si le quitaran la piel o la luz de los ojos y la dejaran ciega
para siempre.
Lo que la mortifica es lo que tiene que hacer. Estarse
aquí con los brazos cruzados cuando debía estar andando
por caminos lejanos y grises, por praderas agrestes, saltando
abismos profundos, penetrando desiertos incandescentes,
cruzando ríos de caudales turbios para llegar al final de un
sendero en donde nacen todos los arcoiris y en donde se
bañan d e color azul los mares y los cielos, en donde se tiñen
de carmesí todas las rosas y se hace más fino el aire que se
respira y se toman más luminosas las horas finales de las
madrugadas.
;Qué debe hacer?
Conformarse con saber que la voluntad del asturiano es
un dogma irrebatible, algo que no se pone en duda ni se
discute.
Ahora no importa quién tiene la razón, si él, que ha
jugado al amor, o si ella que ha jugado con el amor y que no
ha sabido encontrar un hombre que la quiera porque no se
ha dejado querer, porque esa es una debilidad que no se
podía permitir, un lujo que no podía lucir. Para ella el amor
no ha sido más que una moneda que va de una mano a otra y
que tiene valor únicamente cuado s e atesora en los bolsillos.
Entonces, ¿para qué seguir pensando cuando todo lo ha
jugado a la suerte?, cuando ya nada tiene remedio y no
puede precisar si ha ganado o perdido, ya que ganancia o
pérdida a veces son la única cara de una misma medalla,
que depende tan sólo del lado en que la mire; un cara o cruz
infame, una apuesta sin riesgos a una alternativa variable,
cara o cruz, jugarse la suerte de su hijo, cara o cruz; ha
perdido, solamente el asturiano y ella sabe que su hijo ha
perdido, que ha sido condenado de antemano o no llorar ni a
ser feliz. iQué más da! ...
iQué más da! ...
Ser una mariposa o un murciélago temeroso de la
claridad del día; un grillo verde oculto debajo de una hoja
seca, un grano de arena o un cristal de nieve que se resiste a
ser lágrima o una gota de agua, un horizonte lejano o la
ribera d e un río queagotó su caudal en medio de un camino
sinuoso que jamás tuvo destino, ser libélula o crisálida,
cactus sediento o crisantemo marchito, oasis inexpugnable
en un ignorado valle de la luna, miseria y llanto, niebla que
oscurece la visión de los difuntos ...
iQué más da!
S e r vida o muerte que se contempla desde la otra orilla
del pez.
...jQué más da!
Capítulo XXXVI
Santo Domingo
25-10-77.