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Capítulo 1

Entre miradas ansiosas los pies de la mujer avanzan por


los caminos polvorientos. Aprisionan su figura las mon-
tañas. Su espíritu es más ancho que este pueblo y su media
docena d e calles. Ella siente que ya no cabe aquí. Tiene que
marcharse. Tiene que empujar aquella cadena de montañas
para que le dejen espacio a sus ambiciones; llevarlas hasta
el mismo borde de ese mar que no conoce, un mar que sólo
ha visto en láminas. Desea irse a una ciudad con aire
salitrado. con o.las de papel picado, con r~cas~puntiagudas,
con arena muy fina y nubes que sean ingrávidas. Su figura
ya no cabe en estos predios y nada tiene que buscar aquí,
las miradas codiciosas de los Iiombres se lo dicen, las
respiraciones jadeantes de los mancebos del pueblo le han
abierto los ojos a su propia hermosura, conoce las secretas
formas de su cuerpo que ellos tan solo adivinan por encima
de sus ropas, sabe de la dureza de sus senos, de la grandeza
y negrura de sus ojos, de la suavidad dc su pelo, de lo
esbelto de su cuello... sabe en fin que es hermosa a través
de las miradas de los otros y sabría lo mismo sin que nadie
se lo hubiese dicho, entonces, ¿qué está buscando aquí?,
;,por qué no hace igual que otras muchachas del pueblo
mucho menos bonitas que ella?: irse a la capital. Allá
el mundo es más amplio y las montañas están lejanas y
el mar debe ser como los que aparecen en los calendarios,
allá no deben existir caminos, sino amplias avenidas, allá no
existe esta pobreza, ni las luces mortecinas que iluminan
estas noches, allá todo debe ser claridad y alegría y noches
más claras que el sol de nuestros mediodías. Allá existen
otros palpitares y otras esperanzas, otras formas de vivir y
d e morir más placenteras, una mujer como ella podría sacar
partido a su juventud y a los dones con que la ha dotado la
naturaleza. S e marcharía si pudiera hacerlo ahora mismo.
Dejaría para siempre estos caminos fatigosos y polvorientos,
estas casuchas tan pobres y pequeñas que dentro no
c a b e la pobreza, que s e desborda por todo el pueblo
lo mismo que la g a m a de los pastizales en donde vagan
sin control los animales; dejaría este sitio en donde la
lluvia lo ensucia todo y en donde hay que esconderse cuan-
do el sol golpea con fuerza en el verano. No quiere ver más
esta tierra en la cual vivir es un pecado y donde morir es un
gran acontecimiento porque significa liberarse de todo
66
.- quiero inne" grita, -"quiero marcharme''-, pero no
abre la boca, únicamente se muerde los carnosos labios y el
corazón s e le agita dentro del pecho de donde penden dos
senos redondos y dorados con pezones de acero pavonado.
La mujer quiere marcharse, está segura d e que eso es lo
mejor que puede hacer si no quiere envejecer antes de
tiempo pariendo hijos de un fulano cualquiera, planchando
camisas de mala confección, o gastándose los ojos entre el
humo de la cocina. No es eso lo que desea. Su ambición e8
alejarse de aquí y no volver nunca más, no le teme a la
aventura. no la espanta el futuro, sabe que una mujer
hermosa tiene dentro de su cuerpo todo lo necesario para no
morir de hambre. De eso está consciente. también lo está de
que no va a encontrarse desamparada allá en la capital.
porque ahí vive la madrina y su hija. Si a ellas les ha sido
posible abrirse paso con la ayuda que pudieran restarle y
con la figura que tiene, todo le resultará más fácil. Piensa
que podría llegar más lejos aún de lo que tiene ~ensado:un
hogar sin goteras. un marido trabajador y ropa decente
como las que ha visto en los figurines de la modista del
pueblo, no estos harapos que lleva encima y después el
párroco viene con el sermón de que "bienaventurados los
pobres", porque de seguro no ha visto los figurines que ella
ha visto, ni las revistas que ella ha ojeado, esa bienaventu-
ranza no se la traga ella, que no es boba, que no tiene en la
cabeza (ni en ningún otro lado), u n solo pelo de tonta. Si ya
la ~ n h r ~ la
z atiene atosigada. la pobreza y esas montañas
siempre vigilando sus pasos como para que no se vaya, que
le impiden mirar qué hay más allá, quien sabe qué ocultas
maravillas se levantan detrás de ese horizonte que cabalga a
lomo de camellos siameses.Só10 le queda andar estos cami-
nos con el nombre de calles, llenos de pedruzcos y baches,
repletos de polvo. bordeados de casas que se avergiienzan
d e su propia pobreza, como ella. que no resiste más este
pelo recogido en la nuca, esta blusa entallada a la que el
tiempo ha quitado el color, esta falda fuera de moda. SGlo le
queda caminar estos caminos hasta que Dios quiera. seguir
resistiendo las tentaciones de acostarse con uno de estos
hombres que la desnudan con los ojos. no quiere entregarle
a ninguno de ellos el preciado tesoro de su virginidad. pero
tal vez un día lo haga si se queda. será otra forma de morir.
otra vergüenza y otra miseria diferente.
La mujer sigue caminando. Ha llegado. Ya viene de
regreso. Escucha los silbidos y los rumores. Escucha las
voces claramente "yo la he visto desnuda baiiandose en el
río y no pude soportarlo. No nie da vergüenza cbnfesar que
9>
no pude resistir la visión que su desnudez me ojiecía y tuve...
Ella sigue caminando sin escuchar la última palabra obsce-
na. ni tampoco las primeras. únicamente su instinto de
mujer convierte en palabras los deseos reprimidos de los
hombres: ";cómo ha crecido esa muchacha, yo la vi pequeñita.
C a d a día está n ~ á herni~sn"
s y el rumor es como el agua del
río cuando choca con una piedra enornie. pero ella no le
hace caso al río. ni a los runiores del río. ni al agua. iii a los
hombres. sigue caminando despacito, consciente de que
hay un cuerpo desnudo en cada ojo de hombre y que ese
cuerpo e s el suyo, "comadre, la niña esa se ha convertido en
una mujer de un momento para otro, cualquier día tenemos
boda en el pueblo...", j/lue Dios la libre, que no se va a
casar en este pueblu~hotriste y miserable, queélla no tiene
amores, aunque es posible que exista alguien que le guste,
pero va a resistir la tentación todo lo que le sea posible,
hasta que pueda marcharse, no que Dios la h'bre...!
Llega a la casa, la puerta está abierta. en la sala no hay
nadie, la madre se encuentra en la cocina, el padre traba-
jando en la parcela. los hermanqs en la escuela. Deja la
puerta tal y como la encontró y sigue derecho hacia donde
sabe que s e encuentra su madre, el único lugar posible: la
cocina. No hay peligro de que nadie robe nada, lo único
abundante e s la miseria y nadie desea tener más d e la que
tiene. Los muebles son muy viejos. un radio que hay que
golpearlo para que suene y en el cual su padre escucha las
noticias. una mesa rústica en el comedor. tres desvenci-
jadas camas en los dos únicos aposentos que tiene la casa y
en donde todos duermen hacinados. La madre no la ha oído
llegar, no tiene aguzados los sentidos por el temor a
que se presente de improviso algún extraño, aquí todos son
bien conocidos y el que llegue es siempre bien recibido. La
mujer abre la boca y deja escapar su voz de flauta muy
doliente:
-;Madre!
La niadre voltea la cara y se ve a si misma reflejada
dentro d e un espejo de aire, ese era su mismo rostro veinte
años atrás, su niismo mirar triste y su inisma cabellera. Le
responde:
-;Ah, eres tú!
-Sí, mamá -le responde-. Quiero decirte algo ...
-;Te escucho, hija. Dime!
-;VOY a marcharme!
La madre junta las manos y cierra los ojos. Ya no ve a
su hija, pero sabe que está ahí, parada delante de ella.
mirándola fijamente, esperando su respuesta. Recuerda
cuando una vez quiso marcharse, pero cuando quiso hacerlo
ya era muy tarde, estaba embarazada de esa hija que tan
sólo hace unos instantes le ha dicho:
-;VOY a marcharme!
Entonces dice:
-jSólo quiero que lo hagas de noche y que no me digas
cuándo. Yo le explicaré a tu padre y a tus hermanos;..
Y se abrazan fuertemente y a la madre se le escapan
dos lágrimas silenciosas que le ruedan por el rostro, como si
d e verdad su hija ya s e hubiese marchado y no fuera a verla
más, como si ya s e hubiera muerto.
Capítulo 11

Con la pequeña maleta en la mano, Lucinda toca la


puerta. Espera un rato. Voltea la cara y comprueba que
todas las casas son terriblemente parecidas: se pregunta si
no habrá equivocado el número , pero no, es esa la casa que
busca. tiene la dirección anotada en ese papel que aprieta
fuertemente entre las manos. La espera se le hace eterna.
S e dice a sí misma que aquí tendrá que empezar de nuevo
todas aquellas cosas que nunca pudo empezar en su pueblo,
aquel rincón olvidado por la fortuna. El día está frío y
nublado. La ciudad le parece enorme y siente miedo de
encontrarse sola. al amparo de una mujer que todavía no
conoce, pero que le han dicho que es su madrina. No se
acobarda: ella lo ha dejado todo allá y no está dispuesta a
retroceder un solo centímetro. Aquí tendrá que aprender a
vivir de nuevo. Olvidarse de la rutina que proporciona la
pobreza. Vuelve a tocar con niaiio trkmula la puerta desco-
lorida. Una anciana le abre. La reconoce (mejor dicho: lo
adivina): es su madrina. No puede ser otra. Ella parece que
s e ha olvidado su cara. Ha asado tanto tiempo desde el día
en que se marehií dvl pueblo. exactamente igual a como ella
ha hecho ahora: no sabe qué decirle. pero le dice: ";Soy
Lucindo!". Ella la abraza y responde: ";Si es mi ahijad<c!"y
la hace pasar, le pide que se quede a vivir con ellos hasta
que se oriente mejor. hasta que encuentre un trabajo,después
si lo desea puede alquilar una habitación en un sitio mejor:
4.
i t e das cuenta, vivintos tan estrechos?" y ella le responde
que está bien y no sabe como agradecer este favor y la vieja
mujer le quita la maleta de la mano que ella aprisiona como
si fuera algo muy valioso. La lleva hasta el cuarto en donde
va a dormir con su hija Norma. le dice que es muy bella. que
así mismito era ella cuando joven y se queda callada por un
instante muy breve en el que muchos recuerdos pasan por
su cerebro. Mira a Lucinda como si ella misma se estuviese
mirando en un espejo, con otra juventud y otro color en la
piel, se ve a sí misma cuando los años y la dureza de la vida
no habían hecho estragos en su cuerpo. cuando fue amada
por muchos hombres y cuando creía en todas las promesas.
Le preocupa ahora lo que pueda hacer esta muchacha sin
experiencia y comienza a aconsejarla, a advertirle de los
peligros de una ciudad tan grande coino ésta:
-Lucinda, aquí los hombres son distintos. Tienes que apren-
der a cuidarte.
Y seguía explicando. llevándole a su espíritu unas
palabras de aliento.
-Pero no te preocupes, ziamos a ayudarte. A lo mejor Nornia
logra conseguirte un trabajo en la tienda ... ¿de seguro que
no te acuerdas de ella?
Y claro que no la recuerdas y que sí. que te gustaría
trabajar con ella en la tienda, que de seguro van a ser
buenas amigas y todo eso que dice su madrina es como si le
estuviesen abriendo las puertas de la gloria.
'

Y cuando Norma llega del trabajo, son casi las siete de la


noche, tiene el cansancio retratado en el rostro sudoroso, en
donde s e reflejan todos los afanes del día, ella se pregunta
quién e s esa intrusa que la recibe con una sonrisa, cwmo si la
conociera de toda la vida. La saluda con un apret6n de manos
funerario y le dice:
-jAh, eres Lucinda! ... Recibirnos tu carta, Lcómo estás?
Y casi sin esperar la respuesta se despoja de los zapa-
tos. Los pies le duelen una enormidad. Pasar ocho horas
parada en una tienda no es poca cosa. Es lo mismo que repite
dia tras días.
Mientras cenaban Lucinda habló de muchas cosas. Su
madrina quería saber todo lo que había pasado aliá en su
pueblo desde el día en que se marchó. Cada respuesta
suscitaba una nueva pregunta. Norma en cambio perma-
necía en silencio. mirando a intervalos el rostro de Lucinda.
reparando en aquellos ojos negros, demasiado grandes para
su cara. sorprendida de la forma espontánea en que brotaba
d e sus labios la sonrisa. Finalmente abrió la boca y mirando
fijamente a Lucinda. le dijo:
-Mamá me ha dicho que quieres traba~ar,enla tienda.
Lucinda responde con un niovimiento de la cabeza.
Casi tiene ternor a decir que sí con palabras.
-Voy a hablar con el duerio de la tier~du.Le diré que eres
prima mía, pero te advierto, que es un trabajo agotador y
nial pngudo.
-No importa -responde Lucinda-. yo quiero trabajar.
La noche pareció interminable para Lucinda. No pudo
cerrar los ojos ni un instante pensando en que Norma al día
siguiente hablaría coi1 su jefe para que ella pudiera trabajar
en la tienda. Norma es una buena muchacha. aunque al
verla por primera vez se saque la impresión de que es poco
,amistosa. Por fin amanece. La mira tirarse de la cama con
desgano, con una queja sorda que se queda sepultada en la
garganta. La mira correr hacia el baño y lavarse la cara.
Lucinda se levanta. Ayudará a la madrina a preparar el
desayuno para Norma.
Norma desde el bano ve cuando Lucinda se levanta y le
grita:
-No tienes por qué let-<l~tturse. ES niuy temprarro
Pero ella igualmente no le hace caso. No puede que-
darse metida en la cama. si durante ttda la noc-he el sueño
s e espaiitó de sus ojos. Si la ansiedad no la dejo tranquila ni
un instante. En todo caso era mucho mejor e l levantarse y
ayudar en algo, arreglar la ropa que se estrujó durante el
viaje, ponerse a limpiar la casa y esperar. Esperar que
Norma se marchara y que regresara de la tienda con la
noticia buena o mala. Serán horas de incertidumbre. de
destrozarse las uñas, horas de nerviosismo y angustia.
La ve marcharse. Caminar hasta la esquina a tomar el
autobús. Decir adiós a su madre y a ella con la mano,
perderse en la distancia.
-No te preocupes Lucinda -le dice su madrina-. Todo va
a salir muy bien, yo lo sé.
Y a Lucinda la envuelve una. espera angustiosa que
dura casi todo el día. S e le crispan los dedos, y los nervios
d e la cara se le endurecen cuando ve la figura de Norma
bajar del autobús. Ha estado acechando su llegada desde las
cinco d e la tarde, dando caminaditas desde la sala a la
puerta, desde la puerta al aposento, del aposento a la sala,
preguntándole a su madrina si cree que la aceptarán en la
tienda y la señora Catalina diciéndole que no se preocupe
tanto, que espere a que Norma llegue, ¿,por qué no la
habrían de aceptar? No puede resistir el deseo de correr a
alcanzar a Norma y preguntarle y en una veloz carreka se
lanza a su encuentro.
-¿Qué te dijeron?
Norma tiene el cansancio retratado en el rostro y pocas
ganas de hablar. De verdad se siente muy cansada. real-
mente le duelen mucho los pies y le pesa la voz en la
garganta. Norma guarda silencio y se queda mirando fija-
mente a Lucinda. como si con esos ojos tristes quisiera
descubrir la angustia y la incertidumbre que estremece a
Lucinda, quien a su vez trata d e adivinar en la mirada
taciturna d e Norma y en aquella ausencia de gestos una
futura catástrofe.
-No me aceptaron, ¿verdad?
Norma entra a la casa acompañada de Lucinda. S e
siente cansada igual que ayer. cansada igual que muchos
otros días. Después d e cenar se irá derechito a la cama para
volver a levantarse mañana y comenzar la rutina de siempre.
Pasar ocho horas de pie en la tienda mostrándole a la gente
cosas que casi nunca compraban, haciendo un esfuerzo
para que los parroquianos no se fueran con las manos
vacías. Si por ella fuera, los mandaría a todos al infierno en
el mismo momento en que se asomaran a la tienda. y por
encima de eso tener que brindarle una sonrisa aunque no
compraran nada. tener que decirles que ella estaba ahí para
servirles, cuando pedían que los excusaran por las molestias
que habían causado al estar tanto tiempo mirando y por no
llevarse nada.
Lucinda se siente destruida; igual que un edificio
convertido en escombros. Siente unas ganas tremendas de
ponerse a llorar, pero se sobrepone a las lágrimas y dice
entonces:
-Te dijeron que no...
Norma suspira profundamente. Norma Pereyra Rivera
(los dos apellidos de su madre, porque ella es fruto de un
amor ocasional que tuvo Catalina en sus años de mocedad),
cierra los ojos. Quisiera hablar, pero además de estar cansa-
da se-entretiene con la angustia de Lucinda. Está hastiada
de tener que hacer siempre lo mismo desde el lunes hasta el
sábado. Norma Pereyra (le da rabia llamarse así) ensaya una
sonrisa d e dientes cubiertos con panecillos de oro de la
manera más cuidadosa y con un gesto sin mucha significa-
ción responde:
-Me dijeron que si. Puedes ir conmigo mañana.
Y a Lucinda Palmares Sánchez de repente se le ilumina
todo el rostro. La suerte ha comenzado a sonreírle temprano.
Lucinda Palmares Sánchez (los dos apellidos de su madre,
porque a pesar de los muchos años que llevan juntos, sus
padres nunca se han casado) se lleva las dos manos a la cara
con un gesto inuy suyo y muy hermoso. Lucinda, la que
piensa que debió llamarse palmera por lo esbelto de su
cuerpo, porque en ella hay mucho de fiera salvaje. mucho
de bosque y de selva, la que tiene clorofila en las venas en
vez d e hemoglobina. Lucinda Palmares está feliz, los ojos le
brillan intensamente y llenan d e luz esta noche que
comienza a nacer.
Lucinda no puede dormir. La alegría le ha quitado el
sueño. Tiene en el cuerpo una preocupación prematura como
anticipación a los afanes que comenzarán en el día de
mañana. Norma le ha dicho que vender es únicamente
vender y que el que quiera comprar que compre, pero a ella
le asalta la duda de si ha de servir para ese tipo de trabajo.
S e tortura al no saber elegir el vestido de mañana. No sabe
decidir entre las pocas alternativas que tiene y al final se
decide por la falda azul con cuadros escoceses en rojo y el
pulóver blanco; una combinación de mar, de nubes y de
sangre, todo muy ajustado al busto y las caderas. Sabe que a
partir d e mañana cada despertar encerrará una experiencia
diferente, algo que para Norma es tan sólo una rutina. Ella
tiene una prisa metódica en cada uno de sus actos. S e toma
el café con leche casi frío, apresuradamente. A las siete
toma el bolso en donde guarda todas sus cosas: los polvos
para asentar el cutis, el pintalabios que da un poco de vida
a su boca, la cajita de rouge para encender las mejillas y el
bb
magic shadow" que reaviva esos ojos adormilados, casi
sin vida como un anticipo al cansancio del día que comienza.
S e levantan. Lucinda mira como Norma se compone en
el espejo las pestañas postizas. A pesar de la excesiva
blancura de la piel, ella encuentra que Norma es muy
hermosa y no se explica cómo a su edad aún no se ha
casado.
-;Vas a ver Lucinda, lo aburrido que es todo esto! - d i c e
Norma.
Lucinda convertida en manojo de nervios camina hasta
la salita contigua y se sienta a esperar que Norma termine de
arreglarse. La radio de transistores da una hora que no
despierta a Lucinda de esos sueños que alimentan la espe-
ranza de ser vendedora de la tienda, pero que a Norma le
dice que se apure y del pecho de ella sale una voz ronca,
casi si11emoción, que grita:
-;Se está huciendo tarde! ... NO te desesperes Lucinda, ya
casi termino. En un ratito más estoy contigo!
Y Lucinda se queda esperando en silencio con un calor
extraño metido entre la sangre y en ese momento ve a
Norma salir de la habitación, apresurada, con cara de
disgusto, con una protesta en los labios que musita queda-
mente. Lucinda se pone d e pie y junto con Norma sale a la
calle.
-¿Estoy bien así? -pregunta Norma.
-jDesde luego que sí. Estás muy bien!
Pero Norma no parece haber escuchado y murmura en
voz alta:
-jNunca consigo que el pelo me quede bien! ... jDate prisa
Lucinda a ver si conseguimos un vehículo, porque de lo
contrario, vamos a llegar tarde..
Y con una voz amarga exclama:
-jEste condenado trabajo me tiene cansada. El día menos
pensado no vuelvo más! ... jSi no fuera por ...
S e calla repentinamente. Un carro les pasa por el lado,
ella le grita "jMella!" y el auto se detiene. Las dos mujeres
s e suben y el vehículo comienza a desplazarse lentamente
por las calles, a rebasar a otros autos. Norma está tranquila.
en cambio Lucinda se muerde los labios temblando de
miedo, preguntándose contínuamente si habrá de servir o
no para este tipo de trabajo.
Capítulo 111

-jAllí es!
Norma señala con su índice izquierdo el frontal de la
tienda y en los ojos de Lucinda se retrata la ansiedad. Una
sonrisa nerviosa y forzada le nace en los labios, pero es
igualmente hermosa. Lleva como todos los días los dientes
primorosamente blancos. Ni siquiera tiene un pañuelo entre
las manos; solamente un manojo de dedos y ahora no sabe
qué hacer con ellos. Mira a Norma con esa misma sonrisa
sostenida entre los labios pintados ct>n un rojo muy débil, un
rojo casi enfermo, un rojo que casi no lo es y permanece en
silencio. No s e atreve a decir nada, a confesar su miedo;
únicamente la respiración delata su existencia, entonces
Norma la mira, y como la ve con el rostro transfigurado, le
pregunta:
-¿Te sientes nemiosa, verdad?
-jSí, Norma -responde Lucinda-. Mucho!
Y las dos siguen así, caminando rápidamente. Y a medida
que se acercan a la tienda el miedo crece dentro del echo de
Lucinda. Casi están en la puerta. Han llegado a la hora
exacta. Norma tiene el tiempo medido. Lucinda mueve la
cabeza y en su pelo se describe un gesto demasiado bello,
que no pasa destlpercibido. Todos la miran 7 se preguntan:
¿quién e s esta hermosa criatura que con esos ojos, con ese
pelo negro y esa piel de cobre lo ilumina todo?, ;quién es
ella?, ;de cuál planeta sideral habrá venido?, ;en cuál
galaxia estaba oculta?, ;cuáles dioses la engendraron?,
¿qué soles le doraron la piel?, ;qué noches le prestaron su
oscuridad a esos ojos y a ese pelo?, ¿en dónde se oculta el
hombre que esculpió su cuerpo? Nadie responde a estas
preguntas secretas, preguntas sin sonido que brotan de
lugares ignotos. Norma los mira a todos al mismo tiempo.
Una ira que no logra disimular se advierte en el rictus
amargo d e los labios. Ella es la primera en entrar. Lucinda la
sigue como un perro fiel y no puede ocultar que tiene un
miedo enorme moviéndose por debajo de la piel.
-jBuenos días a todos! - c o n tono seco y agrio.
Y un coro de voces imprecisas y fuera de compás
responden: ";buenos días!" y están casi a punto de pregun-
tarle, "¿quién es tu amiguita?, ;danos su dirección!, ¿cómo
se llama esa paloma? y Noel sale al encuentro de Norma,
acerca su rostro al de ella y le responde:
-;Buenos días, Normcr!, ¿cómo estás?
Ella no puede disimular que está enamorada de él y le
contesta que está bien. El se llama Noel, el de pelo rizado,
el d e la piel muy blanca y el cuerpo lleno de músculos, el de
estatura imponente, un poco tímido tal vez. El que se llena
de silencios durante las ocho horas de trabajo. El que n o dice
adi.ós, ni hasta mañana cuando concluye la jornada. El que
únicamente recibe a Norma con un beso en la mejilla cuan-
do ella llega y el que con un beso en la frente la despide. El
primero en llegar y el último en marcharse porque es la
confianza del jefe, casi su mano derecha. su consejero en
los asuntos importantes; tan serio y todo; tan formal. A
Norma le gusta mucho este muchacho unos cuantos años
más joven que ella y sGlo espera que un día le diga que la
quiere un poco, para responderle que lo ama en secreto.
pero él no se atreve, ni ella tampoco. Noel no resiste la
curiosidad y le pregunta:
-¿Quién es ella?
-;Es mi prima Lucinda! -le responde con su voz ronca.
Esa voz que nunca ha rebasado los limites de la emoción y
que sale de su garganta, fría como un témpano. Una voz de
esfinge o d e fantasma. Lucinda le extiende su mano temblo-
rosa y él puede presentir debajo de aquella piel un calor
delicioso; un dulce presentimiento. quién sabe si un dolor.
El le ha ofrecido algo y ella lo ha tomado, le ha ofrecido su
mano espontánea y para Lucinda es algo que significa
mucho. Es el primer gesto de amistad que recibe. Lo mira
detenidamente, admira su elevada estatura. Ella apenas le
Uega a los hombros a G s a r de los enormes tacos que ahora
lleva. Le ofrece'una sonrisa. Acaricia su mano de niño que
ha crecido demasiado, su garra de animal que esconde
dentro de su pecho un alma demasiado buena y desde su
garganta sale su voz convertida en un susurro.
-;Hola, Lucinda! -le dice.
Y ella, con su mano tierna entre la suave rudeza de la
d e él, le contesta:
-;Hola!
-Ella va a trabajar aquí con nosotros -interrumpe Norma
con voz sentenciosa, grave, casi ceremonial. Los ~ r e s e n t ay
él le dice:
-;Noel!
Y ella:
-;Me llamo Lucinda. Lucinda Palmares. Es un nombre raro
y horrible, no me gusta para nada!
Y él: -;No, que va. Es un nombre muy bonito. Los
nombres muy comunes no tienen nada de bonitos!
S e despiden. Norma la va a llevar ante el jefe omnipo-
tente. Ante el dueño que se queda hasta muy tarde contando
las monedas. Que se entretiene midiendo los metros de tela
que ha vendido y que se preocupa demasiado por los que
faltan por vender. El que se pasa horas enteras pensando en
las cosas que tiene que comprar. Haciendo números que
sólo él comprende y anotando cifras. El jefe vigilante y
poderoso que con sus ojos penetrantes lo observa todo
desde un lugar oculto. Dentro de aquel recinto, Lucinda es
una fogata que lo ilumina todo. Tiene debajo de cada párpado
un arcoiris y en cada uno de sus dientes una mariposa
blanca. Norma abre la puerta de cristales claros y se detiene
delante del jefe, que tiene en sus manos un paquete de
muestrarios. Como es natural. él siempre es el primero que
llega.
-jBuenos días, don Manolo! -le dice.
El responde sin mirar, sin quitar los ojos de los cuadra-
ditos d e tela, d e esos pedacitos de lienzo, prisioneros entre
sus dedos pukros y bien cuidados. Sabe quién le habla por
esa voz d e cirio apagado, de cristal tan opaco, tan de Norma,
tan sin. emoción, tan sin orgullo...
-jDon Manuel!. ..
Ahora lo llama d e otra forma. Ella se atreve a interrum-
pir su entretención de hombre de negocios. Don Manuel
levanta los ojos, respira con una brevedad que no se escapa
a los sentidos d e Norma y ella con una sonrisa y una palabra
que no termina d e nacer. espera ...
-;Esta es mi prima Lucinda. La persona de la cual le hablé
a i e r , ¿no lo recuerda?
-jAh sí, sí. Claro que lo recuerdo! -le responde, como si
hubiese pasado un siglo desde el día de ayer y de súbito lo
recordara todo.
-;Siéntese por favor. No se quede de pie! -le ordena y
señala una silla enfrente de su escritorio que hace otro siglo
que permanece vacía, esperando por ella únicamente. Se
sienta. Norma s e retira sin que nadie se lo ordene. Sabe
siempre todo lo que tiene que hacer sin que se lo hagan
saber. Allá adentro, Lucinda no sabe en cuál lugar de su
cuerpo va a ocultar su miedo, y él, don Manuel, un hombre
maduro. con sus cincuenta años ya cumplidos, comienza a
hacerle preguntas tontas, no tanto como ella las imagina.
que si e s verdad que es prima de Norma. porque no se
parecen en nada. y ella, que está a punto de echarlo a
perder todo. porque casi le responde que no son primas, ni
nada parecido, que la madre de Norma es su madrina y que
ahí se termina todo el vínculo que las une, pero tiene la
mitad d e un segundo para reflexionar y responder correcta-
mente y le dice que aunque se parezcan o no, la verdad es
que son primas, primas por parte de madre, que sí, que era
la primera vez que trabajaba en una tienda. que había
llegado hasta el octavo curso en la escuela secundaria y don
Manuel. el asturiano, como le llaman en secreto todos sus
empleados, un secreto a voces. porque desde hace tiempo
sabe que e s así como ellos le llaman, y hasta se siente
contento. porque este apodo es mucho mejor que el que
tenía en su pueblo, apodo que cargó desde su infancia hasta
el día en que salió para América. le da soberbia el recordar
cómo le llamaban los compañeros en la escuela, pero ahora
e s don Manuel, el asturiano, mucho mejor que Manuel,
nalga d e mono. Borra estos recuerdos con un simple perisa-
miento, con sencillo acto d e su voluntad y le dice a Lucinda
que esto no era demasiado, pero que e s muchomejor que los
estudios de la mayoría de los empleados que ha tenido y más
o menos lo mismo que los que trabajan ahora para él; con tal
d e que se portara seriamente para él era suficiente, bastaba
que Norma hubiese sido la persona que la recomendara,
entonces le dice que la va a poner a trabajar con Noel y con
su prima. que son los empleados más viejos. para que la
enseñen y para que se sienta en confianza. que le van a
pagar tanto para empezar, más un por ciento de las ventas y
que a medida que fuese conociendo el trabajo. le iba a
aumentar otro tanto y la sonrisa y las lágrimas de Lucinda se
confunden con el sol de la mañana. formando un arcoiris
alrededor d e sus ojos. La luz penetra entonces por la ventana
abierta con una brillantez y un vigor realmente extraño. Don
Manuel s e levanta de su silla con una rara emoción d'entro
del pecho, la toma del brazo y la acompaña hasta la puerta.
-;Cálmese, señorita. No se ponga usted así! -le dice.
Desde el umbral le hace una señal con la mano a Noel.
El apresura las pisadas y cuando se encuentra al lado de su
jefe, s e queda en atención, lo mismo que si fuera un militar,
esperando las palabras del patrón.
-;Ella va a trabajar contigo y con N o m a . Enséñale bien y
ayúdala en todo lo que puedas!
Noel la mira con firmeza. Tiene en ese momento esbo-
zada una breve sonrisa. En cambio Lucinda no puede domi-
nar la emoción, tampoco puede contener las lágrimas. Está
demasiado feliz, tanto que no puede creerlo. No tiene siquiera
un pañuelito con el cual limpiarse el rostro. Noel se da cuenta
y le entrega el suyo, inmaculado, Lucinda mira a Noel, ese
dios d e segundo orden que ahora será su guía, que la llevará
d e la mano en este laberinto de telas, encajes, mostacillas y
botones nacarados. Toma el pañuelo y se seca las lágrimas.
Le devuelve el pañuelo a Noel que la observa con sus ojos de
niño bondadoso y l e dice:
-;Gracias Noel, muchas gracias.. .!
La mano trémula de Lucinda entrega el pañuelo de
batista muy fina a su du.eño. Noel la sigue contemplando
con la breve sonrisa sostenida entre los labios y de su
garganta nace el susurro que se parece a una voz y que
responde:
-jQuiero que lo guardes para ti como un recuerdo. Te lo
regalo!
Su voz apenas si resuena. Está carente de eco. Todo es
como un secreto entre ellos dos, únicamente. Lucinda vuel-
ve a darle las gracias y aprieta con cariño entre sus manos,
el pañuelo con la inicial de él bordada en una esquina. Y no
hubo una palabra más y tampoco hacía falta. Ella se deja
conducir por él y allí, en medio de fardos de tela de múltiples
colores, se pasa todo el resto del día pensando. pensando ...
T e das cuenta Lucinda que no era tan fiero el león, ni tan
estrecha y difícil la entrada de este infierno y tú que sentiste
temor d e abandonar las grises praderas de tu pueblo; que
tuviste mucho miedo dejar el polvo y la miseria que te
circundaba para venir a enfrentarte con esta ciudad mons-
truosa, d e tentáculos negros como un pulpo, esta ciudad
calamar d e ojos centelleantes en medio de la noche, que le
temiste al andar apresurado de las gentes y ahora, mientras
duermes en la cama que compartes con Norma, tu amiga y
protectora, la hija de la señora Catalina, tu madrina, ella. tu
no prima, piensas que ha resultado demasiado fácil adaptarte
a esta cotidianidad que te rodea, que te arropa tibiamente
como esa piel de percal que te acaricia y protege. Te
duermes casi pensando en el mañana, en la sonrisa imagi-
naria d e Noel, eii el saludo codicioso de tu jefe, porque de
repente un día vas a descubrir que él interiormente te
desea, que dentro de su pecho alimenta una pasión extraña.
mucho más extraña y ardiente que la que siente Noel por ti.
pero también menos pura; sí, Noel, él en secreto te desea,
Noel, el que habla muy quedito y pausado, como si no
hablara, como si tuviese miedo. el de la sonrisa casi triste,
tu bestia cariñosa y ejemplar que a veces quisieras tener
unido a tu cuerpo, y que en otras, habías deseado no
haber conocido. Ahora, lo imaginas en la tibieza de la
almohada. en el olor limpio de la sábana de percal, porque
él huele a todo eso, a sábanas limpias y a pan que sale del
horno, a fina lavanda después de rasurarse, a él lo sientes
en el aire que respiras, en el pafiuelo que algunas veces
besas antes de irte a la cama. Te duermes, el mañana
espera y te recibirá con sus prisas y sus afanes; todo lo
sabes d e memoria. el precio de las telas, el color de los
hilos, las clases de botones. la variedad de los encajes. Todo
te lo ha enseñado Noel, todo menos la forma de aprender a
quererlo y quizás es mejor que así sea. él tiene muy poco
que ofrecer para satisfacer tus ambiciones, quizás tan sólo
el lecho en donde duerme, el calor de su cuerpo y un poco
d e su miseria cotidiana, casi igual a la tuya; pero lo quieres.
aunque no deseas quererlo; lo amas, así sea solamente un
poquito. No demasiado. porque tú tienes ambiciones que
únicamente pueden ser satisfechas en horizontes distintos.
Tú lo ambicionas todo y él no tiene nada. Deseas poseerlo
todo y él ni siquiera tiene un techo propio. Quieres caminar
orgullosa como caminan otras señoras, ir a las tiendas a
comprar por capricho. por el deseo simple de tener muchas
cosas, sin importar si las necesitas o no. Te duermes y junto
a la cabecera dormita tu no prima, la hija de tu madrina
Catalina, la que te odia sin palabras y sin gestos porque
Noel no la ama, porque presiente que lo habrá de perder en
tus brazos, porque sGlo a ti te mira. porque sólo a ti sonríe
en forma diferente, porque te habla aunque no pronuncie
palabras, porque sus miradas tienen un código que Norma
también comprende. Ahí está ella. durmiendo junto a ti. con
sus horribles pesadillas en silencio. Quizás la odias un poco,
pero tu cariño e s mucho más grande que tu odio, ella ha sido
buena contigo, ella te buscó trabajo y se lo agradeces, elia
te ha cedido un pedazo de su cama y tambikn se lo agra-
deces y ahora te ha dejado libre el camina que conduce al
corazón d e Noel sin presentar la más mínima lucha, sin
hacer la más leve alusibn. ni la más pequeña protesta, tiene
tal vez demasiado orgullo para hacerte comprender que le
molestan tus pláticas secretas. el encaje invisible qiie se
teje entre tus ojos y los d e Noel. Tú lo contemplas hermoso
mientras el sueño vence lentamente tus ojos y el cerebro
Haces el prophsito de no niarcharte jamás de esta casa. te
sientes demasiado bien debajo de este pedazo de techo
coinpartido que a medias te cobija y que pagas religiosa-
mente los días quince de cada mes con el sudor de tu frente.
T e mueves ligeraniente en la cama y los ojos se te abren un
instante, pero un segundo después una masa de pensa-
mientos s e confunden dentro d e tu cabeza y te duermes,
definitivamente te duermes.
Lucinda fue la primera en levantarse, se dio una ducha
ligerita y enseguida comenzó a vestirse. Se puso el uniforme
y empezó a alisarse los cabellos. Norma todavía seguía
durmiendo. Para ella todo es tan fácil, siempre es la misma,
en cambio, Lucinda es diferente. por eso cada vez que sale
a la calle luce hermosa. La rutina no existe para ella.
peinarse e s un rito, vestirse es otro rito diferente al anterior.
bañarse. niirarse en el espejo, arreglarse las uñas. son ritos
diferentes a los anteriores, todo en ella es sencillo. sin
complicaciones, como un sacerdote oficiando misa en un
día domingo, en cambio Norma tienen ese despertar triste
todas las mañanas. ese sabor agrio dentro de la boca y en el
centro mismo d e sus miradas, todo para ella es una cere-
monia mil veces repetida y no hay emoción alguna en ningu-
no d e sus actos. Ella tiene el tiempo medido. Siempre
termina d e arreglarse a tiempo y a tiempo sale de la casa. a
tiempo y a la misma hora de siempre llega a la puerta d e la
tienda; sólo que ahora tiene la compañía de Lucinda y allí en
la puerta está Noel como si estuviera esperándolas, él besa
fríamente a Norma en la mejilla y siente un-sabor a témpano
encima d e los labios. quisiera hacer lo mismo con Lucinda
porque adivina que en aquellas mejillas hay un infierno
delicioso, pero no se atreve hacerlo y sólo le da unos buenos
días eternamente iguales y tú, Lucinda. que siempre
respondes con una sonrisa flotando entre tus labios carno-
sos y sangrantes:
-;Buenos días, Noel!, ¿cómo estás?
Es más o menos tu respuesta y tu pregunta de siempre.
Noel te mira íntegramente. retrata en su cerebro tu figura
hermosa y responde:
-;YO estoy bien!, ¿y tú?
Lucinda retiene la mano de Noel más de lo debido y él
se deja, todo mimoso, como si ambos oficiaran eri ese
instante una ceremonia sencilla. secreta. absurda y extraña.
S e miran fijamente a los ojos. Norma desde lejos se hace la
disimulada. pero sigue en silencio los gestos de él y los de
ella. Liicinda. como si sintiera vergüenza por lo que ha
hecho, deshace el nudo que ata su mano a la de Noel y le
dice:
-;Creo que estás enamorado de mi prima Norma!
Noel se pone todo encarnado. En cada poro tiene clava-
da una aguja ardiente y en cada pupila una lágrima que no
sale. Le nace en los labios una sonrisa sin sentido, tiene la
impresión que Lucinda le está gastando una broma de mal
gusto; e s tan indiscreta su pregunta. Además, a ella ;qué le
puede interesar si está o no, enamorado de Norma? Se lleva
una mano a la cabeza y se arregla un mechón rebelde que le
cae encima d e la frente, entonces le responde:
-;Tan sólo soy SU amigo, Lwinda. Nada más que su amigo ...
- S i n embargo -replica Lucinda-, a ella la besas todas las
mañanas y a mi no; ¿es que no soy tu amiga también?
A Noel se le enciende más la 'cara. Sus mejillas se
tornan carmesíes. No sabe que decir, ni que hacer con este
sentimiento que tiene dentro del pecho, con ese algo que se
parece demasiado a la vergüenza. S e repone rápidamente,
mete las manos en los bolsillos y hace un gesto impreciso
con los hombros. . .
--¿Es que no soy tu amiga, Noel? -le pregunta con su
sonrisa luminosa d e siempre. Abre entonces el bolso en
donde guarda todas,sus cosas de mujer y saca el pañuelo
con la inicial bordada en una de sus esquinas. Es d que un
día Noel le regaló para que se secara las lágrimas; un día
que ella y él recuerdan bien porque no está muy lejano.
-jMira, todavía lo guardo conw recuerdo. Yo quiero ser tu
amiga!
-;Yo también lo deseo, Lucinda. Es más, te quiero más que
una amiga, mucho más de lo que quiero a Norma ...
No comprende como ha podido decirlo, cómo ha encon-
trado fuerzas para insinuar lo que tiene dentro de su pecho.
Expresa esta angustia que de noche no le deja dormir. Se arre-
piente de haberlo dicho así, con tan poca emocitin en la voz.
sin una luna que los mire cómplices, en medio'de todos
estos fardos de tela y con todas estas gentes que miran
desde lejos sin saber lo que pasa. Se arrepiente otra vez. La
mira con pena y con una voz que arde cuando se abre paso
dentro de su garganta, le dice:
-;Perdóname!, Lucinda.. .
Ella no acierta a comprender sus palabras. ni entiende
su rubor.. No sabe por qué se le quiebra la voz. igualito que
un cristal cuando s e cae. Ella no entiende su timidez. no
conoce la existencia de niños que se esconden en cuerpos
de hombres, ni d e almas blancas como el fulgor de la nieve,
para ella todo sendero conduce a alguna parte y aún no se
percata de cuál es el final del camino que transita en esta
vida. Todo acto tiene un propósito y hoy se levantó con uno
metido e n el medio de sus arqueadas cejas y ahora lo va a
cumplir.
-A Nornla la besas y a mí no; ¿te atreves a jurarnie que no
estás enamorada de ella?
-;Te lo juro, Lucinda. No estoy enanlorado de Normn!...
NO desde que tú llegaste ...-le responde y con cada minuto
que sucede se siente más nervioso.
-¿Y por qué a ella la besas y a mí no?
-;Porque tú no me dejas! -Responde sin saber lo que dice,
sin presentir como ordena las palabras. Ya está deseando
que ella termine de hablar. que se presente el primer cliente
d e la mañana para ir a atenderlo y dejarla allí con esos ojos
tan negros que ya se están convirtiendo en una molestia
insoportable encima de su cara. Mira el reloj con ansiedad y
s e d a cuenta que tan sólo han transcurrido unos minutos.
pero que dentro de su pecho s e han convertido en un
milenio d e tortura feliz. Sus preguntas han sido como lanzas
clavadas en su cerebro y de súbito comprende que hay una
felicidad inefable en el martirio. Al fin llega una mujer. es el
primer cliente, su ángel de la guarda que ha venido a
salvarlo del demonio. es su hada madrina de los cuentos de
niños. e s gorda. fea. irreverente; es un equivoco con ese
vestido de rayas paralelas tan azules y tan verdes. tan
ajustado al cuerpo que la grasa se le escurre entre la trama.
parece una sobreviviente de un naufragio milenario con
todas esas baratijas que le en den del cuello. con todas esas
perlas tan falsas como sus dientes y como su orgullo. como
ese falso color que tiene en las mejillas. como el color de sus
cabellos: el tinte y el maquillaje no pueden disimular la
enfermedad que nace con los años, parece una estampa
arrancada de una cr6nica antigua, a lo mejor fue nodriza de
la hija de un faraón o dama de compañia de una emperatriz
d e la China. e s evidente que ella no es de este mundo, tiene
la piel muy clara y arrugada. Noel la mira y la encuentra
seductora. es su tabla de salvacióri. Quiere despedirse de
Lucinda sin un adiós. sin un nos vemos luego. con tan s6lo
una mirada. da un par de pasos hacia ella. entonces
Lucinda vue1ve.a sonreírle y antes de que él le dé la espalda,
le susurra:
-;Desde ntaiiana pie saludas también con un beso; y
adeniás, quiero que me invites al cine este domingo!
Ncul se aleja silencioso. Se acerca a la mujer ave-paraíso,
a este ejemplar d e un continente perdido y olvidado. le
pregunta en qué puede servirle y escucha cuando le dice que
quiere un género para confeccionarse un vestido de noche.
algovistoso, que le vaya bien a su figura y Noel no comprende
o no quiere comprender. no sabe qué le puede quedar bien a
ese cuerpo. Le enseña vanos géneros y eila no parece
convencida.
--¿No tiene algo niás vistoso? -le pregunta.
Y Noel s e pregunta si esta mujer está demente. Si se
nota que rebasó la edad de los quince por lo menos una
docena de veces y todavía pregunta si tiene algo más vistoso,
como si no fuera ya bastante todo lo que le ha enseñado.
Pero no s e doblega, es su primer cliente y no puede dejar
que s e marche sin venderle, busca afanoso en la memoria y
por fin encuentra algo que a ella puede gustarle y ella
cuando lo ve con el fardo debajo del brazo, exclama:
- ...;Exactamente lo que estaba buscando!
Ena lo acaricia como si fuera una ~ i e de
l astracán, o
una estola de chinchilla y agrega a su exclamación:
-;Oh, qué aniable es usted. Yo soy ...
-;Tú rio &es nada! -piensa Noel. pero no 10 dice.-
-Un guacamayo viejo -vuelve a pensar, pero tampoco se
lo dice.
- U n a gran cronista social.
A Noel le parece haber visto su foto en algún periódico r,
revista, en alguna recepción de embajadores o fauna pare-
cida.
-...tengo una colunina fija en un periódico. Usted tiene
cara de intelectual. ¿Escribe usted acaso?
-jNo, no! -responde rápidamente Noel-. Unicaniente
soy un diletante. Me gusta la lectura.
-;Fantástico! ¿Cuáles libros ha leído?. ;qué autores son
sus preferidos?
- C é s a r Vallejo y Ezra Pound, en poesía ...
...
-;César Pound y Ezra Vallejo! jQué raro, janrás los
había oído mencionar. Deben ser de estos jóvenes de la
nouvelle vague! Tiene que leerse los clásicos, jovencito; a
Corín Tellado, por ejemplo...
Y Noel no sabe si reír o ponerse a llorar al mismo
tiempo y asiente con un movimiento de la cabeza.
M i nombre es Mimí.
Y la dama parece que también canta. con voz de tiple
naturalmente. Noel se despide con una sonrisa y en cambio
recibe una tarjetita con la direccih de ella por un lado y una
nube blanca por el otro. para cuando él decida hacerle la
visita. le dice. "gr<rciusseiior, hasta luego", y él la despide
con un apretón d e manos.
Capítulo IV

La tienda estuvo tres días cerrada y nosotros no sabía-


mos si alegramos o ponemos tristes porque no estábamos
seguros de que el asturiano nos pagaría esos días sin traba-
jar; y claro que nos lo pagó, al fin y al cabo la culpa'no era de
nosotros. Sino de ese sobrino suyo que se le ocurrió pegarse
un tiro ... ¿Cómo s e llamaba?; Alvaro, así se llamaba. lo
vimos unas cuantas veces en la tienda y el asturiano se
volvía loco, se notaba que era su sobrino favorito y se le
parecía un mundo, quizás veía en él al hijo que no tuvo, o
que s é yo. Debía tener unos cuarenta años a la hora de su
muerte. tal vez menos, pero es que la gente con tanto
estudio y tanta lectura. se pone vieja antes de tiempo y a lo
mejor ni a los cuarenta llegaba.
Cuando Alvaro tenía quince años conoció a Virginia.
Fue tal vez el gran amor de su vida y aunque un año mayor
que ella, estaban en el mismo curso. Compartían todo,
hasta sus secretos y uno no sabe cómo fue que llegaron a ser
amigos primero y novios después. Al principio no todo fue
fácil. ya que la madre de Alvaro (hermana del asturiano) era
una aristócrata perfecta que conoció a su marido cuando fue
de embajador a España. y allá se casaron y allá por poco
nace Alvaro, pero su padre quiso que su hijo naciera aquí y
un mes antes de dar a luz doña Irene. la envió a unas
vacaciones que s e prolongaron otro mes más. Cuando ella
enviudó, sus tres hijos (dos hembras y Alvaro) estaban
pequeños, y no se volvió a casar a pesar de haber quedado
muy joven, y se enclaustró ahí, en su residencia de Naco,
tragándose su aristocracia y sus deseos entre cortinas de
lamé y tragos servidos en copas de cristal de Bohemia, entre
silencios acompañados de pinturas originales de Guillo
Pérez, Gilberto Hernández Ortega y Ada Balcácer, entre
soledades inexplicables. entre recuerdos irreversibles, sola
con sus hijos y la servidumbre, cuidando a los primeros para
que se rodearan de gente de su alcurnia, advirtiéndoles que
un nuevo rico es tan peligroso como un viejo pobre y que
casi casi huelen a lo mismo, pero lo malo de todo esto -se
lamenta doña I r e n e - es que los jóvenes de hoy no tienen
conciencia, que uno los cuida y los mima, le selecciona sus
amistades de la misma forma que elige sus vestidos y des-
pués,ie juntan con cualquiera, con los hijos de esos políticos
que acaban de llegar ahorita al poder y que van a los mismos
colegios a donde mandamos nosotros a nuestros hijos y allí
nos los corrompen. pero qué le vamos a hacer, son los
precios que se pagan por el progreso, quiera Dios que no se
nos hagan comunistas. que no me den ese dolor; es por eso
que yo misma los llevo todos los domingos a misa y los hago
confesar aunque sé que ellos no tienen pecados. única-
mente para que no pierdan la costumbre, y también los hago
comulgar y yo le rezo a la virgen de Altagracia que Alvaro
me deje esa amistad que tiene con Virginia, que le borre su
nombre d e la boca y de la memoria, ya que tiene todos los
cuadernos rayados con su nombre; "Alvaro, ¿quién es Virgi-
nia?", y él me responde: "una compañera de curso, mamá,
¿por qué?", y yo le respondo: "por nada, hijo,por nada", y
él vuelve a preguntar, "¿Cómo sabes su nombre?", lo he
visto escrito en tus cuadernos, y hasta una poesía le
has dedicado" y ya él no pregunta nada más, se queda
callado, pensando, colgado d e los cuernos de la luna,
o en la mismita luna de Valencia, que debería ser de Astu-
rias, porque ailá la luna es más bonita que en ningún otro
lugar de España, y cuando digo de España, quiero decir del
mundo, y Alvaro sigue allí mismito, en la misma luna y en el
mismo sitio, pensando en la bendita Virginia, que no es más
que la hija de un fulano sin alcurnia, que cree que tiene a
Dios agarrado por el rabo porque es sub-administrador del
Banco del Estado y porque gana unos cientos de pesos, ya
no puede mandar a su hija a otro colegio, sino al mejor, en
donde está mi Alvaro y el problema no es de unos cientos de
pesos más o menos, sino de nombres y apellidos.
Alvaro no entiende nada de lo que le dice su madre. No
ve ninguna diferencia entre las amistades que ella le ha
buscado y las que él mismo ha elegido. Con Virginia se
siente a gusto cuando la lleva al matiné o cuando la invita a
tomar un helado en los Capri. Habría querido llevarla a la
casa, presentarla a su madre, pero ella se opone y le dice
que no quiere que traiga gentuza a la casa. Realmente no
me da respiro -piensa Alvaro-, pero no tengo el valor para
rebelarme y llevarle la contraria. Lo mejor de todo es que
Virginia comprende sin que nadie se lo hubiese dicho, sabe
que la madre de Alvaro mira a la gente por encima de sus
gafas con cierta desconfianza y no le molesta que él no la
invite a su casa, llegará el día en que lo haga, el día en que
se convenza en que no hay diferencia entre ella (que vive en
San Carlos) y las amiguitas de Alvaro que viven en Naco. o
en el Ensanche Piantini, que al fin y al cabo todo es cuestión
de mentalidad, que eso de Mamarse burgués o aristócrata es
una moda en decadencia que tarde o temprano quedará
abolida. se lo ha dicho su padre que priva de comunista y
quien quería que ella fuera a una escuela pública, a lo que
se opuso su madre, porque ella es testaruda como la madre
de Alvaro y cuando no quiere comprender, no comprende
absolutamente nada y no sabe que el dinero que gana su
marido le cuesta mucho sudor y sacrificio, pero para ella es
algo más que un mandamien'to el decir que uno es lo que
aparenta y que Carlos Marx y Oscar de la Renta no tienen
ninguna contradicción y que si uno no hace sacrificios por los
hijos ¿por quién los va a hacer? y como al padre de Virginia
no le gusta discutir. dijo que sí. que estaba bien y aprobó el
que ella se inscribiera en ese colegio. pero que no le volviera
a hablar de Oscar de la Renta.
En su rostro hay un rasgo de indecible tristeza. Descri-
birlo no es fácil. Lleva el pelo largo como es la moda. Las
patillas muy cortas pues sus barbas son apenas unas pelusi-
tas muy rubias (herencia de mamá) que espejean cuando el
sol las golpea; el bigote también rubio. apenas si se ve.
Definirlo es aún más trabajoso. siempre está callado. habla
muy poco. En el colegio se le considera un tipo raro y casi
todos piensan que él es así porque su familia es muy aristo-
crática. Con apenas quince años. ya su madre le ha elegido
la carrera que va a estudiar y eso que todavía no ha termi-
nado el bachillerato. Y aunque no le agrada, la decisión, la
autoridad de la madre no se discute todavía. No le gusta la
diplomacia. eso estuvo bien para su padre. Quiere estudiar
teatro. ser un gran actor como los que aparecen en las
películas de Hollywood.
Hacer amistad con él es también difícil. todavía le
quedan resabios hogareños. Desprecia a estos nuevos ricos
que la nueva democracia ha parido. a esto's arribistas de la
política que llegaron a la cúspide en nombre de los explo-
tados y que rápidamente se han olvidado de ellos. Todo esto
él lo siente por su madre. que tendrá que adaptarse a la
nueva situación que a él lo obliga a compartir el mismo
edificio y los mismos maestros con gente de clase media. El
cambio por lo menos no los ha llevado a la ruina.
Alvaro se pasea tranquilo; definir sus ojos azules (tam-
bién herencia de su madre. es muy fácil; son de un azul
cambiante, un azul que oscila entre las veleidades del tiem-
po. el color de su pelo es rubio y muy lacio. lo que hace
presagiar sin temor a equivocaciones, una calvicie prema-
tura. -A los quince no tiene más que la estatura de un niño de
quince años. La nariz y la boca son finas, pero el ceño
siempre fruncido le confiere a todo el conjunto de su cara
una indiscutible dureza. lo que no e s más que el reflejo de
las angustias que vive en el hogar. Pero eii los últimos dias
su faz s e ha id6 tornando plácida, tal vez con ¡a niisma
lentitud con que una gota d e agua taladra un agujero en una
roca; lo cierto e s que su rostro ahora e s menos severo,
aunque sus labios no sonríen, su ojos azules si lo hacen cada
vez q u e riiira a.Virginia.ella y la mayoría d e los nuevos
compañeros del colegiose han dado cuenta. pero lo ignoran.
Alvaro comprende que la mejor forma d e llegar a ella es
a través del cambio y por medio d e sus amigos. No sabe si
tentfrá valor d e comenzar a cerrar una aiiiistad c0n aquellos
con quienes scílo ha iiitercariihiado unos buenos días rituales
y uiios adioses corivencioriales. con a(liiel1os que lo niiran
partir solitario en el auto d e la familia que viene a buscarlo
expresaniente y 61 a veces espera minutos y riiinutos cuando
por una razon u otra el chofer se entretiene; su niadre niuy bien
le podia dejar el auto. porque sabe conducir. pero ella le
teme el tráfico d e la ciudad y e s eritoncrs cuando s e queda
cavilando en su futuro. Quisiera ser actor. pero su madre ha
dispuesto que no lo sea. quiere que estudie diplomacia. pero
e s posible que cambie d e opinión cuando vea las cuartillas
q u e tiene emborronadas (sus propios dramitas amorosos)
que guarda celosamente. Ayer mismo esvribi0 un poema
dedicado a Virginia. tal vez sea un extraño poema. igual que
esa sensación que siente dentro del pecho. Mañana iiiter-
cambiari con ella una sonrisa. será amigo de tc~dos'aunque
su 'madre s e oponga. ellos s'erliii el sendero que Ir at)i.irrí la
ruta hacia el corazcíii d e ella.
Cada vez que mira a Virginia renueva sus plarit-S de
ataque. No todo e s tan sencillo d e resolver c'onio sucede en
las películas: S u amistad pon los muchachos ha prosperado.
pero no con Virginia. Esperará el momento oportuno y no
desistirá d e su empresa. El cumpleaños deella está cerca,
s e lo han dicho ellos. y le van a hacer uiia l'iesta. tal vez
Virginia no Lo invite. pero uiib d e sus nuevos amigos le ha
prometido llevarlo. Mientras tanto, deja que el tiempo pase.
La saluda en un tono de voz más caluroso y hasta de vez en
cuando ella le sonríe. Lo fascina los dos hoyuelos que ella
tiene en la mejilla, esos flequitos de pelo negro que le caen
encima de la frente. su nariz respingadita y la forma franca
con que les habla a los otros. Piensa que ella debió ser reina,
duquesa o ave del paraíso y que la va a estar queriendo
hasta el día del juicio final. hasta que se terminen todos los
infinitos, a 61 le basta su figura para amarla sin prejuicios. y
ella todo eso lo sabe. diría que él es un poco anticuado. que
esa seriedad no le va bien a su edad, que parece un niño
viejo. buscando siempre los rayitos. de sol en el patio del
colegio como si tuviese frío, con un libro en la mano que no
lee y ella le tiene hasta su poquito de pena al verlo siempre
tan solitario (aunque no tanto como al principio), mirando
con esos ojos que cambian con la claridad del día; y que en este
día nublado son de un color gris acero. y le agradan esos
ojos. El la saluda a menudo. pero más nada. siente que él la
persigue con la mirada y que en las clases no despega los
ojos de su nuca y de su pelo. Ella siente esa molestia ahí.
d e t ~ á sd e ella y no puede ser otro que Alvaro. Los compa-
ñeros también se han dado cuenta y le gastan algunas
bromas, pero a e? no le dicen riada.
Y Alvaro casi no entiende lo que dicen los profesores,
su mente tiene un solo pensamiento y un solo nombre, al
diablo el universo y todo lo creado, las nubes y los ríos, las
áreas barridas por los radios vectores en los tiempos iguales
y que son iguales y los cubos de no sabe cuáles cosas y que
ahora el profesor de Física les explica. Virginia en un altar,
Virginia en la memoria. Virginia en el cerebro. Virginia en
el recuerdo, Virginia en todos los sueños de todas sus
noches, Virginia sonriendo, Virginia mirando, Virginia
caminando. ;,qué pensará ella de él. cuando ella piensa?. ;.y
si no piensa en 61 cuando ella piensa? Cree que lo mejor es
insistir, seguirla a donde vaya, preguntarle qué hace los fines
d e semana, a cuáles cines asiste y que si no le agradaría que
él la acompañe. que si no ha estado enamorada alguna vez y
claro que ha debido estarlo. claro que estás muy confundido.
Alvaro. Alvaro. ;.por qué hoy no me has saludado?
Capítulo V

Mañana es domingo de varipendón, se casa la reina con


Juan Barrigón.
-2Quién es la madrina?
D o R a Catalina...
-¿Y quién el padrino?
-Don Juan de Rivera ...
Entre recuerdos de la infancia. Lucinda escoge el
vestido. No: no se casa. únicamente escoge el vestido con el
cual irá al cine con Noel. Selecciona un rosado palidito. casi
casi blanco. No es su vestido de reina. ni el del día de. su
boda. TambiGn escoge las miradas y las sonrisas, el pelo
demasiado negro y lustroso: como siempre nocturno, cayér..
dole en silencio encima de la espalda. Sabe que él le dará el
beso rutinario en la mejilla y que se meterán al cine: al
Olimpia, a ver esa película de Brando que reestrenan, pero que
para ella e s reciente. Ha leído en los diarios que es muy
buena. También se lo han dicho sus amigas. Siente que con
cada amanecer, con cada sol que se levanta y con cada noche
que cae. esta sintiendo por Noel un cariño más profundo.
que lo está queriendo un poco más. sólo que su defecto
sigue siendo el mismo; es demasiado pobre y muy tímido.
Ama su timidez. pero odia su pobreza. Quizás él mismo lo
comprende y será por eso que no se atreve a hablarle
claraniente. pero eso no importa. sabe que en secreto él la
ama. que ella vive en todos sus momentos solitarios. que
comparte con 61 sus secretos furtivos. que está presente en
todos sus actos cotidianos. en sus sueños.-en sus baños. en
los íntimos momentos en que acaricia su cuerpo en nombre
d e sus senos divinos. en nombre de su piel tan tersa. sabe
que ell'a es la vigilia que le limita el sueño. que es el nombre
adorado que vibra en su garganta. que late dentro de su
pecho igual que otro cjrgano vital, que es su todo. su más
cercana ambicicjn. su más enfebrecido deseo.
Lucinda carita mientras se encamina hacia la ducha y
hasta allá la siguen los recuerdos, pero hay uno que preva-
lecerá por encima de todos. el recuerdo de él. un recuerdo
que le hará vibrar todo el cuerpo de emoción. su nombre y
su figura concentrados en su cerebro. corriendo por sus
dedos y penetrando en el medio de su cuerpo, moviéndose
nervioso por la médula de cada una de sus falanges y que
como un escalofrío le recorre toditita la piel. Mañana es
domingo.. .
Pero hoy él estará de nuevo presente en tus sueños.
esos sueños que son como una velada sin voces, como si
hubiesen nacido de una nebulosa. Mañana es domingo.. .
Y' Noel en su cuartito está mirando su camisa más
nueva, su pantalón más elegante, su corbata más sobria, sus
zapatos más limpios sus ropas interiores más blancas.
pensando constantemente en Lucinda. en el encuentro. El
la esperará, ya la espera en la esquina al pie de la palmera,
en este domingo claro y fresco. en ese o este domingo sin
nubes y con una brisa alegre. Siente que su corazón late a un
ritmo acelerado. fuera de compás y de ritmo. ese corazcín
que se ha vuelto una máquina loca cuando la ve llegar.
Lucinda lo toma de la mano y él se deja.' permite que lo
conduzca aquella mano tibia a un universo de placeres
ignotos. Vuelve a ponerse toditito encarnado. Un senti-
miento raro le acomete, como si tuviera una montaña
oprimiéndole el pecho, y allá, ahí adentro se pierden y se
confunden.
-¿En dónde prefieres que nos senterr~os?,-pregunta Noel
lleno de inocencia.
-;Allá arriba. En el balcón, en donde nadie nos moleste.
Allá estaremos más solos! -le responde Lucinda. malicio-
samente.
-¿No sentirás mucho frío?, - o t r a vez Noel. el muy ingenuo
el muy cándido. el muy.. .
-No importa -vuelve a decirle Lucinda. Zü estarás a mi
lado. No vas a permitir que sienta frío estando contigo.
Noel comprende bien todo lo que ella insinúa, pero se
hace el que no ha entendido nada. Sí. la abrazarás. ya la
abrazas. ya se llena de dudas. de interrogantes estúpidas;
¿.por qué no hacer lo que ella quiere? ... ;.y qué más? ... No
sabe qué más se podría hacer. Se siente demasiado inse-
guro. Tal vez a otra mujer se atrevería a besarla. pero a
Lucinda no. ella es demasiado diferente a las otras que
conoce y que han pasado por su vida con más penas que
glorias. porque reconoce que 61 es también un poco dife-
rente al resto de los hombres. que siente miedo de todo. que
a cualquier acto suyo se anticipa la duda. que en cosas del
amor nunca ha estado acertado. que siempre ha querido a
quien no ha,debido querer y que ha dejado pasar de largo a
aquellas que de verdad lo han querido, como a Norma, que lo
ama en secreto sin exigirle nada. S e repite en silencio que
Lucinda es igual a las demás para darse un poco de valor.
pero hay un mar de indecisiones en el lugar más rojo de su
pecho, allí en donde la sangre nace y es más pura, en el más
claro rincón que hay en su cuerpo, por supuesto que a ella
no la besaría. ni a ninguna otra que se le pareciera y ahora.
en medio d e todas estas confusiones no sabría diferenciar a
Lucinda d e cualquiera de esas que andan por ahí. por las
calles. en busca d e emociones que se repiten cada noche en
camas diferentes. con hombres diferentes. -"Tengo que
hacerlo" -se repite-. "Pero si no se deja?" -se pregunta.
Noel se siente lleno de interrogaciones. Dentro de su pecho
hay un enjambre de paréntesis abiertos, una nube de mari-
posas de oro q u e se cegaron con e l brillo nacido d e sus alas y
q u e por eso extraviaron sus brújulas, d e peces 'Iuminosos
que le devoran el pecho. Es un dolor muy hermoso el que
ahora siente en sus entrañas. Respira. No respira. suspira
en el momento d e comprar las boletas. Miran a las gentes
q u e ahora los rodean. Se confunden con ellos. S e pierden
entre ellos como s e pierde la llama d e un fósforo dentro d e
una fogata. Para Noel el mundo comienza en este instante.
para Lucinda tal vez, lo que comienza e s un juego. Ella no
está demasiado segura de la clase de sentimientos que
siente por Noel, quizás e s un poquito de pena, pero no es
solamente eso. hay algo en esos ojos y en esa sonrisa pálida
q u e la atrae y fascina, que ejerce cierto dominio sobre sus
sentidos. Quizás encuentra en él cierto apoyo. tal vez es la
soledad lo que la hace sentir así, como desvalida en esta
ciudad tan grande, tan monstruo, tan inhumana. Ella se ha
sentido tan sola todos estos meses; tan largos que no pare-
cen recortes del tiempo, que s e asemejan a siglos. Hay
veces que en la soledad de sus noches, siente unos deseos
. muy grandes d e volver a su pueblito gris, escondido allá.
detrás d e las montañas grises, pero no va a regresar aunque
sienta muchas ganas de hacerlo, no quiere volver a mirar el
polvo de aquellos caminos. Ella abandonó aquel lugar para
siempre, ha llegado para quedarse, s e siente segura de esto.
Tiene demasiado ambiciones incubándose en su pecho. Tal
vez Noel no es'lo mejor para sus fines, quizás tan sólo sea un
principio, pero es que dentro de su cuerpo ha nacido una
necesidad que late y vibra como otro ser viviente que le dice
que ella necesita de alguien y él es lo más próximo. Todo eso
lo piensa mientras sube las escaleras. agarrada de su mano
viril, asida por sus falanges robustas, subiendo uno a uno los
peldaños que los conducen al segundo piso de este cine
Olimpia. y ella, olvidándose d e todo y de todos busca los
asientos más lejanos. los más oscuros y solitarios y él. como
todo un caballero d e la Edad Media transportado inexplica-
blemente a este final del siglo veinte. le cede el paso a
Lucinda, y ella. con su vestido más nuevo, con sus hermo-
sos dientes cubiertos por esta niebla artificial que s e le ha
sumado a la noche, s e sienta, y Noel. que ya no es 61. hace
lo mismo. s e sienta a su lado. pensando en esta hermosa
muchacha cuyo pecho agitado siente vibrar como si estu-
viera junto al suyo, mientras allá detrás (o adelante), Se
retratan en sus ojos las figuras y el paisaje agreste, los
rostros ceriudos una veces, repletos de odio en otras, rebo-
santes d e amor la mayor parte, igualito que ellos ahora
mismo. Ya no hablan. Ya no existe el mundo. un cielo
artificial d e cemento y escayola los protege de las nubes y
d e la luna, solamente existe el nudo enfebrecido de sus
manos y cada pensamiento. cada respiración en esta media
oscuridad. están preñados de presagios hermosos y rnornen-
táneos. Lucinda inclina levemente su cabeza hacia la izquierda
y su mirada negra se tropieza con los ojos oscuros de Noel.
-;Está haciendo un poco de frío aquí! -le dice.
-;Si quieres cambiamos de lugar! -le responde Noel. el
muy inocente, el muy cándido. el muy ...
Lucinda esboza una ligera sonrisa que él no advierte.
aprieta más la mano de Noel que todavía permanece prisio-
nera entre la suya y le le responde:
-;Oh no, Noel. No hace falta!
Y se queda así, con la mano de 41 agarradita. y Noel
aún como que no se quiere dar cuenta. que no ha querido
enterarse que su mano se encuentra prisionera entre la tibia
piel d e la mano de Lucinda. como un pichGn en su nido.
como un feto en el vientre materno, como una mano rete-
nida por otra mano y allá lejos. en un lugar muy extraño para
ellos. unas figuras viven. sienten y padecen; una mujer y un
hombre como Noel y Lucinda (o como Lucinda y Noel).
como muchos otros hombres y muchas otras mujeres. no
pueden escaparse de lo que les tiene guardado el destino, y
el destino d e Lucinda ahora es estar dentro de la sala de un
cine sentada al lado de Noel. con su mano pequeñita y tibia
entre la de él. mirando la,película que reponen y que al
mismo tiempo anuncian como si fuera nueva. mientras sus
pensamientos vuelan hacia remotos. lugares cubiertos de
oaiis y de dunas, habitados por ángeles.
-¿Aún sientes frío? -balbucea Noel.
-jSí, Noel -le responde Lucinda-. Mucho!
Y hay un silencio casi eterno que Brando y Vivian
Leigth no entienden. Un silencio demasiado importante a
pesar de los gestos pequeños de las manos de Vivian Palma-
res y d e Lucinda Leigth. a pesar de la oscuridad. de esta
luna sin noche. d e este cielo falso con encajes de escayola y
nubes falsas. a pesar de la mirada inquisitiva de Brando
Noel y de su voz como no pronunciada. de su voz casi
murmullo, de su voz cruel casi niuri6ndose eri la playa.
Brando en la pantalla o en la vida real pronunciando unas
palabras que Lucinda no entiende y que Noel no lee.
-¿Aún quieres que nos quedemos aquí? El aire acondicio-
nado se siente demasiado -Noel vuelve a preguntarle.
Lucinda ensaya su voz más dulce y convincente, como
si fuera ella la que estuviera en la pantalla. su voz de paloma
enamorada, su voz de pez que se asfixia dentro de su propia
felicidad y le responde:
-;Sí, Noel. quiero que nos quedemos aquí! ...
Entonces hace una pausa ligerita que Brando aprove-
cha para decirle algo a Vivian y la voz de ella se abre como
un manantial de luz y agrega:
-...¿Por qué no me abrazas?
Y Marlon la toma entre sus brazos fuertes y a Noel se le
aloja otra vez en la garganta ese pedazo de hielo y Brando la
aprieta fuertemente y la besa y Noel que no sabe que hacer
lo que Marlon repite en la pantalla, encuentra entonces
fuerzas y responde:
-jPor qué no sé si me dejas. Porque tengo un poco de miedo!
Lucinda separa su cuerpo del cuerpo de Noel, deshace
el nudo que forma su mano con la de él y Vivian se aleja de
Brando. lo mira con ternura y ella le cruza el brazo por
encima d e su hombro y Marlon la mira alejarse un par de
pasos. satisfecho, y Lucinda atrae el cuerpo de Noel hacia
su cuerpo nuevamente. mientras Vivian camina otro tantito
más y s e aleja de Brando como un planeta loco escapado de
su órbita, Brando el magnífico y Vivian la estupenda y &l.
Noel. que deja de pensar. que quiere que su cuerpo flote
mientras Vivian y Marlon hacen con sus gestos y sus pala-
bras el deseo de ellos. ya no puede pensar con esa serpiente
oscura alrededor del cuello. ella Eva y 61 Adán. ella mujer,
serpiente y Eva al mismo tiempo el víctima y verdugo. Noel
hombre. Adán y Brando dentro de un cubo de cristal. de uri
paraíso polvoriento sin árboles de la vida. sin los frutos del
bien. siente que s e asfixia con esa boa alrededor del cuello.
que s e muere de alegría por que el pecado está próximo. se
siente todo tenso. sabe lo que tiene que hacer y lo que debe
decir. aquí no hay ángeles guardianes que se lo impidan. rii
que le tomen cuenta de sus actos. pero no encuentra las
palabras para decir lo que quiere. ni el valor para hacer lo
que e s debido. Brando como que duda. tiene la obligacitin
d e actuar. de fingir que vive, entonces respira hondamente
y la piedra que tiene la garganta la escupe con miedo. es en
ese preciso instante cuando Noel se atreve a preguntar:
-i Me dejarías darte un beso, Lucinda ?
La voz de Noel suena muy débil. casi gris en medio de
la noche y de las voces. en medio de las respiraciones
ocultas. pero Vivian ha podido escuchar claramente todo lo
que Brando ha dicho. lo que Marlon pide y le brinda "una
cierta sonrisa" (F.S.)Lucinda separa su rostro del rostro de
Noel y en medio de esta vaga claridad que lo gobierna todo y
que todo lo cubre. le contesta:
-;Sí, Noel, desde luego que sí!
Of course Marlon Noel. 1 leave you do it y sus labios se
unen y Brando b e s a a Lucinda nuevamente y Noel siente
que la felicidad de Vivian se le transniite por todo el cuerpo
por medio de aquel beso: ya casi nada importa, es como si
nada existiera. el mundo se hunde entonces en el centro
mismo de una nebulosa de oro: esa misma nebulosa que ella
tiene ahora entre las manos. que la hacen sentir dichosa y
presentir al mismo tiempo una felicidad eterna. Se siente
extremadamente feliz y emocionada. Mira otra vez el vesti-
do rosado palidito que sostiene entre las manos y se decide
por él, se siente plenamente convencida de que éste es el
que usará mañana porque el color le viene perfectamente al
bronce de su piel y porque sabe sin que se lo hubiesen dicho,
que a Noel le encanta este color, sabe que a él le gustará verla
vestida así cuando pase a buscarla. Hoy es sábado en la
noche, piensa en todo esto y a lb mejor sueña con ello.
Mañana es domingo...
Capítulo VI

Entre mts. d e popelina las horas se convierten en una


cinta para medir el tiempo, POLYESTER R.D. $2.00 yds.,
una ganga piensa el dueño. baratísimo, regalándolo todo.
PIE DE POULE en los colores más variados RDS1.50 yds..
botones de nácar y hueso a RDS0.50 la docena. Botones
hechos can sus huesos, con su dolor y sus miserias, con sus
cansancios. con sus salarios de hambre. ¿Cuánto vale el
sudor de Norma?; nada.

Tiene el valor gratuito d e su bilis, el infortunado precio


de un gesto d e sus manos, el precio que vale una mirada en el
plafond, lo que cuesta el mido que viene de la calle ¿y el
sudor d e Noel?; vale lo mismo que el sudor de todos.

Quizás sea lo único barato dentro d e esta tienda en


donde todo se traduce en P U O S , PESO$, PEWS, peso$,
peso$, pesos, el auténtico idioma de lo$ negocios, mientras
ello$ se hunden en la miseria más abyecta.

Todo el Sudor d e ellos e$ dinero,que entra en el


bol$illo del jefe y d e donde Salen únicamente dentavd. Y el
jefe y el alto dosto de la vida apretándoles el duello hasta
1 dejarlo$ sin respira-
Jión y por más que
griten nadie Id$ e$-
J d h a . porque el a$-
turiano $olamente
ve en $u$ figura$ un
$igno d e $ y ello$
Jon lo$ ojo$ rogando
a todo$ lo$ santo$
que lo$ ayuden y
y nada m i $ que rogando $o%~$o$. $O$. $O$. i$cJorro!...

Pensando que rii siquiera alcanzan para comprar 16 que


ellos venden. q u e todo lo tienen que comprar a un credito
q u e el asturiano le descuenta religiosamente los días quince
y treinta d e cada mes y ni siquiera les hace una rebaja y
ellos d e maldad. cuandu quieren comprar al Ja$h. lo hacen
e n otra tienda. entonces el jefe los mira de arriba hasta
abajo y les dice con voz agria:
-¿Esa camisa no la compraron aquí?
o ¿esa blusa, señorita, la compró usted4n otra tienda?
. Pero ellos tienen un truco que nunca les falla. que es
como una carnada que el pez gordo no s e traga:
-Esta blusa, don Manolb, me la trajo una prima que vive en
Nueva Yorh.
-Este pantalón es un regalo de un primo que vino de hlianii
a pasarse unos días.
Y el jefe hace una mueca. mueve la cabeza en u11 gesto
d e disgusto y les responde: -
-Por lo visto todo el mundo aquí tiene un primo viviqrido en
Nueva Yorh o en Mianri; dy no tienen algún hernlano vivien-
d o por allá?
Ellos lo interpretan conio si estuviera'pregiiritaiido por
sus madres y s e quedan eri silencio. N o cliieda más remedio
que seguir sirvieiido a los clientes.
-2 En qué podenlos servirle, señora?
-Por ahora en nada, estoy mirando solamente.
iAh!. miraiido solaniente, SO-
1 ' & * 1 lamente observando. y yo y
los otros vigilando que no se
lleve nada. vendedora y guar-
diana por un miserable sueldo
quincenal. si por mi fuera de-
jaría que se lo llevaran todo.
que tedioso es esto, qué por-
quería la vida. como me duele la espalda. sobre todo las
caderas. hle imagino que está por llegarme la fecha y mira a
la Lucinda que no le quita los ojos de encima a Noel.
siempre sonriendo. Tengo clue tener cuidado. ir al baño y
percatarme, menos mal que aquí también venden esas cosas.
- S i hay algo que le interesa, podríamos ayudarla.
-Esa falda, cuánto vale?
Que pregunta tan ingenua. vale todo el tiempo que estoy
aquí parada. los minutos que estoy observándola. el sudor
que sale de mis axilas. el dolor de mis caderas y la mens-
truación que está a punto de llegarme.
-Diez pesos, señora.
-jAh!
Unicamente dice jah! y no dice envuélvala que me la
llevo. no dice que va a comprarla y no tiene cara de hacerlo.
parece que tan sólo ha venido a fastidiarme el día.
-'.S urja tela de superior calidad y la confección es fini-
sinia.. . jhlirela usted!
-Si, lo sé.
Y sin embargo. es nada lo que sabe. la tela es una
porquería y la confección un desastre. los colores son como
un castigo para los ojos... No la compre señora que nada de
lo que se vende aquí vale un real.
-;Por qué no se la lleva ?
L ~ s t áun poquito cara...
P o d e n l o s hacerle una pequeña rebaja.
-No se preocupe, volveré otro día.
Muy bien hecho señora, no vuelva usted nunca, es lo
mejor que puede hacer. No me duele que haya gastado mi
saliva y mi tiempo con usted, hasta le tengo cierta simpatía.
Norma tiene una cara que espanta a los clientes y Noel
no me quita los ojos de encima, ¿,se habrá dado cuenta? No
me'importa que ella se entere que Noel desea acariciar mi
corazón y mis entrañas. S e lo noto en las miradas esquivas
que me da, como si estuviera cometiendo un delito. Le
tengo pena y cariño. Ahora comprendo el aburrimiento de
Norma. Pero qué importa. yo tengo otras metas más lejanas
que las de ella, más altas y más lejanas. Mis ambiciones
están en las nubes más distantes que remontan en el firma-
mento, aunque ahora no exista ninguna en el cielo y ella sea
esa nube que no existe, un poco de vapor de agua que se
esfuma lentamente para convertirse en cirrus o en un cumulus
congestus y luego en lluvia que mojará la negra espesura de
algún hombre. no de uno'cualquiera y aunque Noel es la
nave más cercana, presiente que él no podrá llevarla a esa
tierra d e placeres en donde podrá satisfacer sus más gran-
des y calas ambiciones, pero para qué piensas en él, Si te
encuentras fuera de su alcance y lejana de sus sueños, de
sus delirios, de sus pendientes demasiado inclinadas para
subirlas contigo a cuestas.
- C i n c o yardas de encaje, por favor.
Atiendo la señora en un niomento y pienso en lo hermo-
so que e s soñar con los ojos abiertos.
A o n dos pesos, señora, pase usted por la caja.
Le extiendo el recibo y le hago un paquetico con el
encaje blanco de mis sueños.
Noel la mira y s e pasa la mano por la nuca. El aire es
una gelatina d e fuego que se pega a la piel. No transpira.
únicamente siente el cuerpo pegajoso y qué hermosa está
Lucinda hoy, está Lucinda siempre, con cada día que pasa son
más apetecibles las formas de su cuerpo, ioh!, este calor tan
horrible (nylori a dos pesos la yarda), siempre tiene una
sonrisa a punto de cuajar dentro de los labios, icuándo irá a
ponerle aire acondicionado al negocio este viejo tacaño?.
icuándo me dará el aumento prometido?; sí, ya lo sé, me va
a decir que espere un poco más, que las ventas están malas
y hasta tiene un poco de razón, pero no tanto como para que
nos pague estos sueldos de miseria (alfombras de Chenille a
diez pesos el metro), si estuviera seguro de que pudiera
encontrar otro trabajo pronto, hace tiempo que él no estaría
viendo mi sombra, pero ahora está Lucinda de por medio,
no puedo irme y dejarla abandonada en este laberinto; no es
que necesite de mí. pero yo sí mucho de ella, no importa que
no me quiera en lo absoluto, me conformo con mirarla.
(sábanas 65% de dacrón y 35% de algodón a 40 pesos el
juego), con acariciarla con los ojos, imaginarla durmiendo
entre mis brazos a orillas de un río rumoroso y lejano, sobre
un pasto en donde el verde respire la felicidad de la tierra,
donde los corderos tengan vellones de plata y hablen con las
mariposas, los cocuyos y las flores; estar con ella en donde
no existan lunas, ni días, ni noches, ni soles, ni estrellas, ni
luceros, ni tiendas, ni gentes que compren y vendan; en
donde no hayan autos. ni ruidos, solamente nosotros poblan-
do el universo, creando las cosas necesarias que hacen a las
gentes felices, inventando otros pecados más dulces,
abriendo los capullos que aún tengan sus pétalos cerrados.
pintando las alas de las libélulas con colores no creados
(calcetines a dos pesos el par), borrando d e la memoria la
verdad y la-mentira para dadi paso a otras mentiras y
verdades. humedeciendo el agua. inventando la lluvia.
fabricando el calor para el fuego, aliviando el aire para que
las palomas puedan elevarse como sueños, endureciendo
las rocas. creando un tiempo plano para que no pasen las
horas ni los días. encendiendo sus entrañas con una liama
eterna. escondiéndonos debajo d e los granos d e arena.
saciando la sed de mi boca con la miel de su saliva. morder
s u lengua y sus orejas, acariciar su pelo y...
-;Despierte joven!. .. ¿en qué piensa?
Es la voz del patrón. dura como el lomo de un yunque.
-En nada, don Manolo ...
- S e te nota muy distraído en estos días; después eres capaz
d e pedir un aumento.
Ya está, se salió con la suya. Ya me fusiló por estar
pensando en ella. Observa a Lucinda y me mira a los ojos
como un reto, como si estuviera diciendo; "vamos a ver
quién gana". Yo sé que él lo puede todo porque tiene dinero
y que yo soy un pobre diablo que no tiene ni donde caerse
muerto. Le gusta la Lucinda, lo sé, se lo adivino (telas para
cortinas a cuatro pesos la yarda).
Y don Manolo regresa a la oficina pensando en que no
han estado bien las ventas. pero piensa más en Lucinda que
en su propio negocio. Es la primera vez que se-enamora de
verdad después que se casó, pero eso no quiere decir que no
le haya hecho a su mujer alguna mala jugada con una de
esas jovencitas fáciles y casquivanas, jah! pero este no es el
caso d e Lucinda, hay algo en ella que me dice que es
diferente. que es un diamante sin pulir para dejarlo en las
torpes manos de Noel, ese pobre empleaducho que vive
soñando con la luna, que dormita en las estrellas. que vaga
por galaxias lejanas. que habla con el aire y las organzas.
pálido como el algodón sin teñir, que delira tal vez con que
voy a aumentarle el sueldo para que mude a la Lucinda;
iqu¿. equivocado está el muy pendejo si piensa que voy a
facilitarle las cosas! Si ya lo tengo todo planeado, sé con
certeza ccímo voy a abrirme paso a través del corazíjn de
ella. Conozco sus ambiciones. piensa que un día vendrá un
hombre a la tienda y que éste caerá rendido irremisible-
mente al pie de su sonrisa. que la llevará a sentarse a un
trono. Quizás estoy exagerando. Voy a tantear el terreno: la
invitar¿. a cenar. Voy a regalarle el mejor vestido que hay en
la tienda. la ropa interior más fina y unos zapatos nueviis.
Despues le hablaré de amor. aunque hace tiempo qué olvidé
ccímo se enamora a una mujer que se ama, tan scílo soy una
máquina que únicamente sabe producir dinero, s6lo sé
hablarles a las mujetes fáciles, acostarme con los cueros de
cortina y no con muchachas como ella, pero ya aprenderé.
voy a recordar mi juventud y aprenderé. Voy a arriesgarme ...

TaAllS DE BAROS MC6REE60R Y lAWSEN MEMS


7-

Antes a 15.00, 9.00 Ahora a


Ahora a
Antes a
Ahora a
ora
a
Capítulo VI1

El reloj en la pared da las tres de la tarde. Es sábado. El


día gris pende del firmamento, pero no amenaza con una
lluvia inminente. Hay un cielo de plomo. pero todos en la
ciudad tienen la certeza de que la brisa alejará las nubes.
Circula un aire cálido por las calles y un viento como
cuchillo de fuego penetra por los poros. Hace calor. Un
calor y un viento de espada toledana que cantan cuando
cruzan entre las ramas secas de los árboles.
Virginia y Pamela se cuentan algunas intimidades. No
todas. por supuesto. Están más de una hora así. hablando
cosas sin sentido y al final la pregunta que en los labios de
Pamela revoloteaba:
-Ese muchacho, Alvaro, parece que está nluy enan~oradode
t i . ¿No té agrada?
,-Todavía no lo sé. No nle cae nial del todo.
-¿Por qué no llamanios a Mario para que venga con algún
u migo y denlos una vuelta?. .. iQué te parece?
-Es ntucho mejor que quedarse aquí en tu casa hablando
sarideces -responde Virginia.
Y Pamela piensa. "no sabes la sorpresa que te tengo".
darenios una vuelta alrededor del mundo o de la ciudad.
iremos a alguna discoteca cuando caiga la noche. cualquier
cosa es mejor que estar aquí sentadas hablando siempre de
lo mismo. Pamela va a la otra habitación y hace una llamada
y responde una voz bastante conocida, es la voz de Mario,
su novio, y al lado de él se encuentra Alvaro, su amigo más
reciente y todo ha salido mejor de lo que habían planeado.
Tal vez para Mario esto no signifique nada y significa mucho,
porque Alvaro corre con los gastos. Para Alvaro esto es un
comierizo, pero es mejor que no se haga demasiado ilusiones.
-¿Nos vamos? -pregunta Mario.
Y Alvaro responde con un gesto. Salen y suben al
coche. En casa de Pamela el reloj ha dado las cuatro y
media de la tarde.
La bocina del auto de Alvaro suena, dentro de la casa
Pamela mira a Virginia y dice:
-;Ya están aquí, vamos!
S e apresuran. Salen afuera y cuando ya van a entrar al
auto. Virginia abre los ojos sorprendida y exclama:
-;Alvaro!
Alvaro sqnríe. Esta es la segunda travesura que comete
en el día. La primera ha sido la de llevarse el auto sin el
permiso d e su madre. La segunda, ésta ahora de encon-
trarse con Virginia. Hace un gesto de cortesía muy bien
ensayado a las dos muchachas. con la cabeza y responde:
-;Por lo menos sabes mi nombre!
Virginia mira a Pamela y le dice:
N o sé si deba ir.
-No seas anticuada, Virginia. Vamos, sube.
Virginia obedece. Alvaro les extiende la mano y las
saluda. Mario el novio de Pamela va sentado al lado de él.
Virginia toma la mano de Alvaro que se ofrece muy blanca
en el aire de esta tarde gris y con un gesto de resignación
aprieta los labios y exclama:
-;Esto me huele a confabulación!
Pero finge. Está fingiendo. No está enteramente desilu-
sionada. Por meses había añorado este momento. Había
imaginado este encuentro en mil formas diferentes. y ahora
ha sucedido de la forma menos prevista.
-No seas anticuada, Virginia -vuelve a decir Pamela.
-jPor favor -responde ella No lo repitas. No tengo nada
de anticuada!
-Entonces, demuéstralo.
El auto parte velozmente. Hablan Mario y Pamela,
Alvaro y Pamela. pero Virginia permanece e n silencio.
Capítulo VI11

Lucinda se encuentra dentro de la oficina del jefe. El


ha mandado a llamarla y se siente asustada. Cada vez que él
pide que alguien pase por allí, es para llamarle la atencicín
acerca de alguna anomalía, para recomendar más cuidado
en el negocio o pedir más cortesía para los clientes, porque
comprador disgustado es un cliente ahuyentado. hombre o
mujer que no vuelve más por la tienda. Tiene miedo Lucin-
da. ;,qué habrá hecho ella, que el jefe la ha llamado?
-jSiéntate Lucinda, por favor!
La tutea, su voz es suave y dúctil. Tanto que no la
recohoce. El también está nervioso. Lo delata ese temblor
en la mano cuando enciende el cigarrillo. En esa sonrisa se
le nota. Don Manolo la mira fijamente, coloca el cigarrillo en
el cenicero y enciende otro cigarrillo. Lucinda tiene ganas
de reír, pero s e queda muy sena, tiene muchas preguntas
sin respuestas y muchas dudas dentro de la cabeza. Siente
que van a reventar sus nervios y que quiere ponerse a llorar;
i p o r qué le brilla tanto la mirada?. ya lo comprendo; que no
encienda otro cigarrillo porque es capaz de descontarlo de
mi sueldo... jpor favor, hable don Manolo, diga lo que tiene
que decir.. . por fin!
-jSé que mañana es su cumpleaños y he querido hacerle un
presente. Lo cierto es que no sabía cómo decírselo!
Ladino. viejo mentiroso, ahora que usted lo dice,
recuerdo que mi cumpleaños pasó hace varios meses, yo
misma no recordé la fecha, ;quién te habrá pasado esa
mentira?, ;.no habrá sido Noel? No, él no, eso te lo has
inventado hace un momento, sepa usted que los pobres
cumplen año una vez y después nada más; ;,qué será lo que
quieres? Casi me lo imagino...
- S é lo agradezco mucho, don Manolo, pero hay una equivo-
cación, mi cumpleaños hace meses que pasó.
-No importa, no importa - d i c e rápidamente- creo que
anoté mal la fecha. Una cosa es cierta y es que estoy muy
contento coq la forma en que trabajas y he querido hacerle
u n obsequio.
-No se hubiese niolestado, don Manolo. Yo trabajo igual
que los demás.
-No diga eso Lucinda, es usted más eficiente que muchos
enlpleados viejos.
-jAy don Manolo, no exagere!
Lucinda toda mimosa. todo coqueta, toda convertida en
una sonrisa porque ya s e olió la trampa y piensa caer en ella.
-Además, pienso darle un pequeño aumento con el compro-
miso de que no se lo diga a los demás. Si sigue usted así va a
llegar muy lejos en esta tienda.
-Por favor, don Manolo, que nie hace sentir muy nial.
E s cierto lo que le digo, Lucinda. Los otros debían de
seguir su ejemplo.
-Ay don Manolo, otra vez muchas gracias.
-Y para que vea que no soy tan malo como dicen, la invito
mañana a cenar, a celebrar su cumpleaños conmigo; ¿verdad
que irá?
- S u voluntad es una orden, celebraremos juntos mi cum-
pleaños.
-Déjeme adivinar cuántos arios cumple; ¿dieciocho?
-No por favor, don Manolo.
Ah viejo sátiro y ridículo, ¿cómo es posible que te equi-
voques tantas veces. También estás equivocado si crees que
vas a llevarme a la cama con estas chucherías.
-jAh, ya sé! ... jDiecisiete!
Lucinda no puede aguantar más esta comedia y suelta
la carcajada y se llena la habitación con un poco más d e luz
y con el sonido de su risa.
-¿Adiviné?
- C l a r o que no -responde rápidamente y aún queda entre
sus labios un pedazo de sonrisa.
-No importa -le dice don Manolo con ademanes serios.
mirándola fijamente a los ojos, lo que hace que ella se sienta
ruborizada-. ¿Cenará usted conmigo?
-Desde luego que si-responde Lucinda-. Su deseo es unc
orden; ¿no se lo dije antes?
-No sé cómo agradecértelo, Lucinda. Quiero que luzcas
hermosa y he elegido un vestido para ti -y señala los
paquetes-, quiero que lo luzcas mañana. Esto también es
una orden.
Capítulo IX

Atrás se han quedado las murmuraciones y el disgusto


con Norma.
Lucinda está radiante con el vestido nuevo que le regaló
el patrón. No sabe cómo sonreírle. Es la clase de vida que le
gusta. Verse rodeada de gentes importantes, tener un mozo
que complazca sus caprichos, aunque ahora con el menú
entre las manos s e encuentra hecha toda un lío porque no
conoce nada d e lo que hay allí escrito.
Noel se ha acostado temprano, quiere entregarse al
sosiego y al sueño que lo disipa todo, pero sus ojos se resisten
y su mente se tortura y tan sólo logra agudizar su angustia.
Norma lee su novelita de costumbre, pero no entiende
nada. Su cabeza se encuentra en otros lugares. Maldice a la
Lucinda por la suerte que tiene, no se conforma con robarle
el corazón de Noel. sino que ahora quiere matarla de envidia
coqueteando con el jefe.
Don Manolo comprende que Lucinda está en apuros
con el menú entre las manos y se propone ayudarla. Piensa
que debió llevarla a otro sitio en donde se sintiera más a
gusto. más a su forma de ser. Esta Lucinda que está privando
en dama. es una mujer diferente a la que vende en la tienda.
Aquella le gusta más.
Lucinda mira de arriba a abajo la lista de comidas.
SOPAS VINOS
Sopa de Pollo a la Nonni Muscadet
Minestrone Silvaner
Sopa Griega Gewürztraminer
Sopa Mixta César ~ h i t e a u n e u f - d uPape
Beaujolais
Riesling
Pouilly
Bordeux
Y no puede decidirse; se da cuenta que esta clase de vida
tiene sus complicaciones y que tiene que aprender a vivirla.
Noel maldice a Lucinda y maldice la hora de su naci-
miento, el día en que sus ojos la vieron llegar a la tienda, el
momento en que su corazón abrió las puertas al amor y a la
esperanza, el instante en que su voz hizo un nido en sus oídos
para adormecerlos, la hora en que sus manos la palparon en
el aire.
Norma cierra la novelita y su madre le pregunta qué
tiene, porque la nota intranquila. Ella no responde y su
madre comprende que no quieie que le hablen ni que la
molesten. Norma se pasea por la casa. Va de una habitación
a otra. Abre las manos en un gesto inútil que interroga a la
bruma que envuelve su silencio en esta noche llena de
halcones, de buitres y murciélagos. Le hacen faltas respues-
tas a sus preguntas, expresión a su rostro; se pregunta ¿,por
qué? sin saber qué pregunta y lanza un grito de rabia que
hace estremecer la casa.
- S i quieres elijo por ti, Lucinda -le dice don Manolo.
Arco que es lo mejor -responde ella-. Yo no sabría
hacerlo entre tantos nombres extraños y desconocidos.
. Su sinceridad lo deslumbra. Ella naciG para eso, hasta
para cautivar con su ignorancia.
Ella nació para mortificar la carne dkbil que no resista
=llc encantos. Noel se siente desvelado, piensa que ella no
debió aceptar los regalos del jefe y menos su invitación. si
sabe que él la ama.
;,En dónde estarán ahora? Tal vez durmiendo en una
cama juntos. No sabe qué pensar y mejor no piensa nada. El
pensar lo tortura y le hace más infeliz de lo que siempre ha
sido. Ahora está más pobre que antes, ella era su único teioro
y están a punto d e robárselo, iquién sabe si ya se lo han
robado? Tiene que confiar en ella; la quiere tanto que le
pediría perdón por haber dudado y por sentirse celoso.
Y pensar que tiene que esperar a que ella llegue para
meterse en la cama. Acostarse y quedarse con los ojos
abiertos de pura rabia. Tener que sentir el auto del jefe
cuando s e detenga y la deje; cuando s e iiiarche. Escuchar los
toques d e ella y tener que abrir la puerta; tener que compartir
su lecho con la infame, d e buen gusto la dejaría en medio de
la calle.
La noche afuera corre negra debajo de otros firma-
mentos. sin prisas y sin apuros. entre esperanzas y desvelos.
entre celos y angustias, entre risas y rabias. Lucinda está
feliz, el jefe lleno de esperanzas, Noel saturado de celos,
Norma rebosando de angustia. Las horas parecen que no
pasan, son eternas,, hasta que se oye detener un auto y
encima d e la puerta unos toques muy breves;..
Capítulo X

Mientras atiende a un cliente, Lucinda intercambia una


mirada cómplice con Noel. Sabe que él la ama aunque no se
lo ha dicho, pero mientras mide los tres metros de seda,
recuerda el miedo que sintió en el cine, el calor que se
desprendía de su cuerpo, el temblor que emanaba de sus
manos, la convulsiones de sus labios al darle el primer beso.
Dobla la tela cuidadosamente y la entrega a la señora vestida
d e negro, hay como un luto reciente en su mirada joven,
como una cierta turbiedad que le mancilla el rostro, un dejo
d e tristeza en cada una d e sus palabras y en cada uno d e sus
movimientos. Anota en su libreta el valor del género vendido,
le d a el original para que pague en la caja y ella se queda con
la copia. Allá, la cajera hará un paquete primoroso, rectan-
gular o cuadradito, dará unas gracias rutinarias y la verá
marcharse. Ella será el último recuerdo de la tarde, la dtima
cuenta por cobrar, porque después de ella nadie más entrará
en la tienda, porque la noche amenaza con desterrar las
últimas claridades del día. Ella es su dtimo recuerdo q u e s e
aleja, un recuerdo que se ha vestido de negro, como d e
tragedia griega, de una Electra sin memoria ni noticias,
quizás llora en silencio la muerte del padre o de la madre, tal
vez derrama lágrimas por un hermano querido, quién sabe si
ha perdido al padre d e sus hijos. a lo mejor ni siquiera ha
tenido tiempo de tenerlos, porque el rostro denota una
juventud adolorida, cada palabra de ella es como una queja
contra la naturaleza y contra Dios, aunque no quiera, va a
llevar grabado en su memoria aquel rostro y aquella voz,
mientras que allá, en el rincón más lejano y más solitario y
triste, Norma está como que piensa. Ella no mira y tampoco
ve nada. Ella, la que siempre ofrece su existencia por
marcharse hacia la casa. Ahora más que nunca quisiera
abandonar la rutina cotidiana, para mañana volver a lo
mismo, a los fardos d e tela, a los hilos y a los encajes, al
saludo y al viento. a esas ocho horas mal remuneradas, al
adiós de las seis de la tarde y otra vez al mañana que es el
peor d e los castigos para todos sus pecados. En la otra
esquina está Noel, que mira a su novia y le sonríe. Todavía
no se acostumbra ni tampoco cree que ella le pertenece, se
repite furtivamente con una voz sin palabras que le nace en
la memoria, que Lucinda es su novia porque el domingo
pudo besarla en la boca, porque todo el tiempo retuvo entre
sus manos la mano de Lucinda, porque los calores de sus
cuerpos se fundieron y formaron una única hoguera, un
único ardor y una única fiebre indisoluble. Sí. ella es su
novia aunque él no se lo pidiera con palabras, y desde luego.
el domingo próximo volverán al cine y de nuevo volverá a
besarla, a sentir todo l o q u e nunca antes había sentido, a
repetir su incertidumbre y sus temores y allá, en la puerta,
está el jefe, el asturiano, como ellos le llaman en secreto (si
supieran cómo le llamaban de niño sus amigos en la escuela).
y d e repente hay un afanar reciente, un acotejar de nuevo
todo lo ordenado. Unicamente Norma se queda con los
brazos cruzados, a ella le importa muy poco este trabajo y lo
mismo le daría que le llamaran la atención o que le pidieran-
que no volviera más, está demasiado aburrida y cansada con
esta mugre de labor con la que tiene que ganarse su sustento
y el de su madre, de qué vale todo su sacrificio si lo que
gana e s una birria, hasta le daría las gracias al asturiano si la
despidiera. Antes quería quedarse por Noel, pero ahora
mismo quisiera marcharse por culpa de él y de Lucinda. Ya
no existe una razón para quedarse, ahora él sale todos los
domingos con la rurala de Lucinda, la muy traidora, la muy
infame, la muy ... Ya no lo piensa más y se decide. Va a
hacer lo que ha estado pensando durante todo el día. Por
eso es que todos la encontraban muy extraña, demasiado triste
y silenciosa, sin atender a un solo cliente, sin hacer una sola
venta. Camina al encuentro del jefe, de su asturiano patrón,
el dueño de la tienda y le dice:
-;Don Manuel, desde mañana ya no voy a volver más!. ..
Y el jefe como que s e queda hecho una pieza d e
marfil (un peón, una torre o un ministro) muy pálido, a pesar
d e la inclemencia de este sol del trópico que todavía no le ha
podido cambiar el tono de la piel. El, que aún no olvida las
eses ni las zetas, convertido en una sola sorpresa, le pregunta:
-¿Pero por qué?... ¿Qué le sucede?
Y ella:
-Ya llevo mucho tiempo trabajando aqui y me siento cansa-
da; ¿usted me comprende?
Y él:
-;No, no la comprendo!. ..;Si quiere tomar sus vaciones por
adelantado, se la podemos dar!
Y después de todo el don no es tan malo, ni tan villano,
ni tan ruin, pero Norma que ya no quiere estar aqui bajo
este techo ni un instante más después del día de hoy, se
resiste y responde:
-;Es que he encontrado otro trabajo!
Norma miente. Norma finge. Norma actúa igualito que
Vivian y Marlon. Y el don entonces:
- S i es por cuestión de dinero, Norma, creo que podemos
discutirlo. Yo podría hacerle un aumento.
Y Norma:
-No, don Manuel, no puedo quedarme; ya he dado mi
palabra. '

Y entonces el jefe le responde con un poco de disgusto


en la voz y en las arrugas del rostro.
-jBueno, en ese caso, nada podemos hacer ! ...
Y ya no hablan ni una palabra más y a la cara triste de
Norma se suma la cara triste del jefe, la taciturna de Noel,
que sin que nadie le hubiese dicho nada, sabe que Norma se
marcha para siempre, presiente que ya no la verá nunca
más y en esta suma de caras acongojadas, también está la
cara desconcertada de Lucinda, que no sabe a ciencia cierta
la razón de su partida, pero intuye que ella es la culpable.
También están las caras de los otros compañeros. Pero el
más apenado d e todos es el jefe. El siente por Norma un
gran aprecio, todavía es una mujer eficie.nte, dedicada por
entero al trabajo hasta el día de hoy. Si alguna vez le llamó
la atención, no fue con ánimo de herirla. Sólo quiere que no
le guarde rencor y mientras dentro de su cabeza se produce
una combinación de números extraños, se acerca a la caja
registradora en donde aún está el dinero producido en el
día, la abre él mismo y saca unos billetes que no son nuevos
ni viejos, un poco usados solamente, pero que valen lo
mismo, se acerca otra vez a Norma que lo espera, le entrega
;
e l fajo de billetes que ella toma casi con vergüenza le dice
con una tristeza que se le refleja en la voz:
-jAquí tiene su salario y sus prestaciones. Clurndo usted
quiera puede volver, ya sabe que aquí tiene las puertas
abiertas!
Y Norma:
-Muchas gracias don Manuel - c a s i llorand*. Muchas
gracias. Sólo quiero que me haga un favor; que no lé diga a
los demás que me marcho; me da una pena muy grande el
desperdirme de ellos.
Y don Manuel: el asturiano: el dueño y jefe de la tienda,
que s e imagina que nadie a excepción de él, sabe algo del
asunto, le responde:
-jSe hará como usted quiera, Nonna. Como usted lo desee!
Y el reloj marca las seis d 6 la tarde y muchas vidas
renacen porque s e vuelve a la libertad rutinaria de la noche'
que comienza. Norma s e acerca a Lucinda, la toma del
brazo suavemente y casi en secreto le dice con su voz sólidr
-jNo voy a volver a la casa hasta más tarde. Dile a mamá
que no se preocupe, además, pídele a Noel que te acompañe
para que no te vayas sola!
Y a Lucinda este proceder de Norma le parece dema-
siado extraño. Sobre todo porque durante el día de hoy la ha
visto contrariada, como si algo le estuviese atormentando,
pero consiente con un gesto de la cabeza y le hace compren-
der que va a cumplir con el encargo, que en la casa le dirá a
SU madrina que no se preocupe. Dibuja en sus labios una
pequeña sonrisa más cercana a una mueca, y acerca su
boca al rostro preocupado de Norma, le da un beso en la
mejilla y le dice:
-Está bien Norma, no te preocupes. Le diré a tu madre que
no se mortifique. jCha0, y cuídate!
- C h a o , Lucinda! -responde ella-. Y no te preocupes
tampoco.
Norma se a1ej.a. Camina con desgano. Aprieta la carte-
ra y s e pregunta: "¿ahora, qué iré hacer?". Es incierto que
tiene otro trabajo, pero no puede continuar allí, no quiere
ver más la mirada de Noel todo el tiempo sobre el cuerpo y
el rostro de Lucinda y a ella sí que no puede soportarla un
día más. d e repente ha descubierto que siente un odio
profundo hacia ella. Odio y celos al mismo tiempo. Algo
amargo que comenzó a nacer el mismo día que Noel le
brindó la primera de sus sonrisas y la primera de sus
miradas, que fue haciéndose más grande cuando él le dio el
primer beso en la mejilla y que se hizo insoportable cuando
supo que fueron al cine. Ahora que camina por el malecón,
que le golpea la hrisa fría sobre el rostro, la devuelve al
ritmo d e la vida, no siente sin embargo, el paso alegre del
viento entre las hebras suaves de su pelo; i,qué va a decir en
su casa cuando le pregunten? No lo sabe y tampoco le
importa. Mañana saldrá a buscar otro trabajo. Sabe que no
será difícil encontrarlo, conoce a muchas personas que
trabajan en otras tiendas que no se negarán a prestarle
ayuda. además, sabe que el asturiano no le negará una
recomendación. Piensa un momento en don Manuel, en el
dueño y jefe de la tienda, en lo triste quese quedó cuando le
dijo que quería marcharse; él también está medio enamo-
rado d e Lucinda, de la rurala esa, ¡quién la miraba tan
bobita y todo y resulta que es toda una tremenda vampiresa!
Piensa; jvaya con las garras que tiene. A lo mejor al viejo
también lo atrapa! Ya no puede pensar más en ella sin que
le duela la cabeza, siente que algo está a punto de reventar
dentro de su pecho cuando recuerda el nombre de Lucinda,
cuando piensa en Noel; a él también lo está odiando, tampo-
c o quiere verlo más en su vida. Sigue caminando, sabe que
cuando s e sienta cansada va a ir a un bar y se tomará una
cerveza; esto bastará para hacerla sentir borracha y ya no
pensará más en esto y encontrará el valor para decirle a la
Lucinda lo que hace tiempo está queriendo decirle. Pide la
cerveza y un mozo del Roxy se la sirve. Su amigo Paquele está
e n la caja,, pero no quiere saludarlo, él también puede leerle
en el rostro una preocupación muy profunda, un desengaño
amoroso, las rayas de su ceño están demasiado profundas,
s e ha puesto vieja prematuramente. Enciende un cigarrillo y
deja que las penas se disipen, pero no se desvanecen ni con
el humo, ni con los sorbos d e cerveza que bebe apresurada-
mente. Pide otra cerveza porque aún no se siente lo sufi-
ciente mareada y el mismo mozo es quien se la trae y ahora
sí que s e siente borrachita, pide la cuenta y el mozo regresa
d e nuevo con un número anotado en un papel y que ella
debe traducir en dinero. Ahora sí que se siente completa-
mente embriagada, más de odio que de ninguna otra cosa.
Todavía andará un rato más por estas calles abandonadas y
ya mismo da la impresión de ser una putita solitaria, de ser
una mujer muy desgraciada, pero nada le importa lo que la
gente piense de ella. Llama un taxi y le pide una carrera
hasta ,su casa. Las noches en su harrio son más tristes y
oscuras que en ningún otro lugar de la ciudad, por eso
también lo odia, detesta este pedazo de ciudad y tiene la
certeza que un día lo habrá de abandonar de la misma forma
que hizo hoy con su trabajo y no volverá jamás, ni siquiera a
saludar a la madre. Introduce la llave en el agujero ham-
briento d e la puerta que cierra la oscura boca de su hogar,
este falo de hierro que le franquea el paso a todo el resto de
su casa, para hacer en eiia lo que se le antoje; esta falo que
introduce dentro de la vagina metálica de la puerta, esta
llave Noel, esa puerta eiia que se abre en silencio, este
silencio que se une a sus pisadas en medio de toda esta
penumbra. En medio de esta oscuridad conoce el sendero
secreto que la llevará hasta su lecho, que está en una
esquina de la habitación y que comparte con Lucinda, con
Lucinda que duerme en una esquina de la cama, o que no
duerme porque está preocupada esperando que ella llegue,
que tiene los ojos muy abiertos y la respiración muy corta
como si d e verdad estuviera durmiendo. Norma comienza
entonces a desvestirse calladamente, inmersa en el caos
que produce el sufrimiento. es entonces cuando escucha el
susurro que se escapa por la garganta de Lucinda:
-¿Eres tú, Norma?
Norma se acerca al borde de la cama. Sus pupilas ya se
han acostumbrado a la oscuridad reinante y se aproxima con
sus pisadas huecas a la figura indecisa de Lucinda. que se
ha incorporado en el lecho y que pregunta otra vez, llena de
miedo por aquella voz que no responde y por ese cuerpo
cuyos contornos no logra precisar:
-;Norma. .. Norma! ..., ;eres tú?
Entonces. en la oscuridad resuena el golpe rabioso de
la mano de Norma encima de la cara de Lucinda y ella sin
quererlo. deja escapar un quejido doloroso y profundo.
-;No grites desgraciada, que nadie va a venir a ayudarte-.
Escupe con rabia las palabras. la voz sin reflejos y sin
.sombras de Norma: su voz opaca y sin matices le repite:
-;No hagas ruido condenada, si se despierta mi madre lo vas
-;No hagas ruido condenda, si se despierta mi madre lo vas
a pasar peor, porque lo pagarás muy caro! ... jLlama ahora
a Noel para que te ayude!
...
-¿Pero qué te he hecho? ¿Por qué me pegas? --solloza a
media voz Lucinda-. ¿Por qué ...
Quiere volver a preguntar, pero un nuevo golpe le
cierra la interrogación que tiene dentro de la boca. Lucinda
ya no puede soportar el dolor y lanza un grito más agudo que
antes; ese nuevo golpe inesperado le ha dolido más que el
anterior. S e acurruca en la cama, se cubre todo el cuerpo
con la sábana. Está sintiendo muchísimo miedo, Norma
como que s e ha vuelto l&a, casi no se atreve a suspirar.
Llora en silencio. S e bebe en silencio las lágrimas y en
silencio se traga las palabras y su dolor, ¿qué cosas le
estarán pasando a ella?, piensa que si grita ella sería capaz
d e matarla y se queda quietecita. Norma se acerca al oscuro
bulto tembloroso, acurrucado, y le grita sordamente, casi
con rabia:
-;Te pego porque me da la gana y porque me quitaste a
Noel!
...
-Norma, yo no sabía !-Lucinda murmura sin atreverse
a decir más nada. S e queda con un sollozo silencioso dentro
del pecho. sintiendo la respiración furiosa de Norma muy
cerca d e su cara.
-;Mañana recoges todas tus cosas y te mrchas. NO quiero
verte aquí ni un día más. Te vas porque te da la gana, porque
encontraste otro lugar mejor en donde ir a vivir. Cuidado con
decirle a mamá que te he insinuado algo, porque entonces sí
de verdad te m t o . Maiiana le dices a mamá lo que quieras,
pero te largas de esta casa; ¿entiendes?
-;Sí, como tu quieras! -le responde Lucinda con las
palabras oscilando nerviosamente dentro de la garganta.
-;Cuando regrese no quiero encontrarte; ya estás advertida!
Lucinda ya no responde. Siente cuando el cuerpo de
Norma cae rendido encima de la cama. La escucha respirar
jadeante. como una bestia cansada. Una claridad fugaz
ilumina la habitación cuando enciende el cigamllo. Fuma
nerviosamente y entre cada bocanada de humo intercala un
pensamiento negro y antes de apagar el cigarrillo, le hace
una última advertencia:
-;No quiero verte aquí mañana, ya sabes, no quiero verte..
Y entre las palabras y el alcohol, se va durmiendo
lentamente, sin siquiera darse cuenta del sopor que la está
venciendo, y lentamente se ha dormido.
Capítulo XI

Como todos los días. Lucinda llega bien temprano a la


tienda. Noel la ve llegar y casi corre a alcanzarla. S e detiene
al verla, tiene los ojos demasiado rojos, como si hubiese
estado llorando. Unos círculos oscuros le rodean los párpa-
dos, parece que no hubiera dormido durante toda la noche.
Lucinda siente que no puede contener por un segundo más
la angustia que lleva dentro del cuerpo y los ojos comienzan
a inundárseles de llanto.
-¿Qué es lo que tienes, Lucinda? -pregunta alarmado
Noel, con la voz y la mirada llenas de incertidumbre-.
¿Dime si te ha pasado algo? Lucinda no puede respirar.
Quisiera poder hablar, pero las al abras las tiene todas
agrupadas en la garganta y no puede separarlas. Las otras
compañeras miran perplejas, y comienzan a sentir dentro de
ellas una pena compartida, que les va creciendo hasta
convertirse en una montaña dentro del pecho. Ellas
también quisieran ~reguntarlequé le sucede. pero presien-
ten los motivos y no. se atreven a hacerlo. Tiene que haber
reñido con Norma. ella piensa que a lo mejor no sabemos
que renunció del trabajo porque Noel no le quiso dar
bolas, que se sintió adolorida cuando supo que ellos dos
(Lucinda y Noel) eran novios, claro que él no le había pedido
a Lucinda que fuese su prometida, ni nada parecido, pero es
que iban solos al cine todos los domingos y a lo mejor se
besaban envueltos en toda aquella penumbra y el aire refri-
gerado; y a lo mejor se abrazaban fuertemente porque eila
siempre sentía frío y naturalmente, todo esto tenía que
molestar a la pobre Norma. que al fin y al cabo no era tan
rnala como parecía; ella sólo tenía ojos para ese tonto de
Noel, pero la pobre, tan feucha y pálida como era y con esa
voz tan marchita como un lirio marciano, tan mezcla d e
agua y d e ceniza, claro que no podía inspirarle ningún
sentimiento a Noel, que casi no se atreve a nada, que hasta
siente temor de partir una tela con las tijeras, a veces lo
vemos hablando solo y hasta nos parece que le está pidiendo
perdón a las sedas y a los algodones por la herida que
todavía no ha hecho, por el pecado que aún no ha cometido,
pero lo d e Lucinda es otra cosa, de seguro que fue ella que
le despegó los párpados al casto, bueno, noble y tonto santo
varón, ella con toda seguridad fue la que le pidió que la
besara en la mejilla todos los días tal y como lo hacía con
N ~ r m ay por ese boquetito se le fue metiendo'dentro del
corazón a Noel y a lo tnejor ella misma fue la que le sugirió
que la invitara al cine, la muy dragona, la muy Mesalina, la
muy Popea y otras mujeres de su calaña y ya le decíamos
nosotros que s e buscara una novia, que a él le hacía falta
una mujer, pero no a esta Lucinda y él como que comenzó a
sentirse muy feliz, quizás por primera vez, después de ir al
cine con ella; a todos nos lo contó, está como Nelson después
. d e Waterloo, cuando de verdad debía sentirse como Napo-
león, porque tengo el presentimiento de que esta mujer le va
a salir muy cara, que le va a costar muchos sufrimientos y
muchas lágrimas, nos daría mucha pena que sufriera por
eila, pero a lo mejor eso también le hace falta, él, igual que
ella s e sentía muy solo en esta ciudad tumultuosa, tan
dragona al igual que Lucinda, el infeliz, a pesar de los años
que Ueva aquí está medio rural y todo, mucho más que la
vivaracha d e Lucinda que casi casi ya no le queda nada de
lo que trajo, desde luego que ella se puede dar el lujo que no
podía Norma. está bien llenita por todos los rincones y tiene
unos ojos grandes, muy hermosos y negros y unos dientes
pequeños, todititos muy blancos y parejos v además, sabe
sonreír con putería y la piel la tiene muy limpia, como de
color de bronce, ni alta, ni pequeña, ideal para un tipo.como
Noel si tuviera otro temperamento. El como que se siente
superior cuando camina a su lado y le mira la negra cabe-
llera por encima de los hombros, porque el Noel éste, tiene
un tamano y cuerpo d e atleta, sólo que cuando habla
d a la impresión d e que e s un poco pendejo y hasta parece
que d e verdad lo es; esa timidez que tiene le hace daño,
pero como la Lucinda nació salida del cascarón, con ella va
a aprender lo que aún no sabe, ni imagina; pero ¿qué le
habrá pasado a la Lucinda, por qué llora? ;Si seré gafa;
;cómo no lo voy a saber?
-;Por favor, cálmate ya!, ¿dime qué es lo que te han hecho y
quién? -le pregunta Noel otra vez, un poco más angus-
tiad- ;Ten confianza en mi. Cuéntame qué ha sucedido!
-jEs que Norma me ha echado de la casa y ahora no tengo a
donde ir!
...
-jVamos, no llores Ya cálmate. Vas a ver cómo se arregla
todo!
-jAdemás, me ha pegado!
-¿Quién te ha pegado?; ¿por qué? ...
Noel interroga a Lucinda y eualquiera se da cuenta que
está muy nervioso, que algo le e s t i doliendo niuy adentro.
- j N o m . Nonna me ha pegado! --le responde casi sin
poder contener el llanto que la sacude toda.
-¿Pero, por qué? - i n q u i e r e Noel.
-jNo lo sé, no lo sé. Lo cierto es que no tengo a donde ir!
¿Qué voy a hacer, Noel?
-No te preocupes por eso, Lucinda -le dice, tratando de
consolarla. El cuartito en donde vivo e s pequeño, pero tú y
yo podríamos estar perfectamente.. .
-¿Te d& cuenta de que me está pidiendo que vaya a vivir
contigo, Noel? -responde Lucinda con una interrogación
en cada uno de sus ojos.
-¿Q" otra cosa p o d r h hacer si no tienes un sitio en donde.
ir a pasar las noches?
-;Lo que estás pidiendo no es tanfácil, yo tendría que ser tu
mujer!
-Es todo lo que puedo ofrecerte y lo único que se me ocurre
para ayudarte. Sabes muy bien lo mucho que te quiero. Sólo
puedo ayudarte dándote mi cariño y compartiendo contigo lo
poco que poseo. Si tienes otra solución, dímela.
Y aquella misma tarde Lucinda fue a buscar todas sus
cosas. Noel la esperaba en la puerta con un carro alquilado.
S e sentía rebosante d e una felicidad que jamás había pre-
sentido. También tenía un poco de miedo, no sabía qué iba a
hacer o decir si Norma se aparecía en la puerta de la casa.
Pero elia no apareció, tenía demasiado orgullo para dejarse
ver. para contemplar cómo con un simple acto suyo le
entregaba a su rival é l hombre que amaba.
Mientras sacaba sus cosas, Lucinda se estremeció
d e miedo nuevamente. Norma la miraba tranquilamente
como si nada estuviera pasando a su alrededor. Fumaba y la
mente la tenía despejada, todos sus pensamientos en orden,
todos los engranajes de su cerebro trabajando sincronizada-
mente, menos su corazón, que como un páramo enorme
y helado se iba ensanchando cada vez más entre sus dos
senos, ;,cuándo iba a terminar de sacar todas sus cosas?, si
tarda un segundo más de lo debido, cree que no va sopor-
tarlo y entonces sí que sería capaz d e cometer un disparate.
Noel afuera sufre su felicidad. Se le nota impaciente. Lu-
cinda tarda en salir. Tiene miedo d e que el momento menos
esperado Norma saliera y le hiciese frente, que diera un
escándalo, pero al final se convence de que ella no es capaz
d e cometer un desatino semejante, que ni muerta dejaría
que él s e enterara de su sufrimiento. Afuera Noel piensa
que Norma ni siquiera está en la casa, que a lo mejor s e
encuentra muy lejos esperando que se adentre la noche,
para cuando regrese tener la seguridad de que Lucinda ya
se hubiese marchado.
Capítulo XII

iQué bellas son las manos de Virginia. Qué suaves


so11las tuyas Alvaro. Manos tuyas de mujer, muy finas d e un
esmalte muy pálido de color que equivocó el camino y que
no llegG a ser rojo, que no quiso ser sangre, ni tampoco nube.
Blancas manos las de Alvaro. Manos de ella de un color
acanelado aprisionadas por unas manos de honibre adoles-
cente. Manos d e mujer que tiemblan, de niña que pretente
ser mujer y que por eso tiemblan cuando sienten el fluir del
calor d e una mano hacia otra mano!
-2Recuerdas cónro se iniciaron nuestras relaciones, Virgi-
nia ?
-¿Cómo no voy a recordarlo? ;Los muy traniyosos de Parne-
la y Mario lo planearon todo!
-Pero no lo lanrentas, ¿verdad?
-Desde luego que no.
-jMe alegra tanto que seas ni novia!
TUS besos me excitan. Virginia. los tuyos me hacen
perder la razíbn. Alvaro. Besos impregnados con el fuego
tenue d e la inexperiencia. Labios que se juntan y que se
separan para contemplar aquel beso que se ha quedado
suspendido en el aire. como una nube de deseo. que no se
ve. pero que se siente dentro del cuerpo. De esos cuerpos
que casi no se atreven a tocarse.
T u busto es delicioso a la mirada.
-No los mires. Haces que yo sienta vergüenza...
-Vergüenza de tenerlos?
-No, vergüenza de que tú los mires ...
-Entonces, no los miraré nunca más.
-No es eso lo que te estoy pidiendo.
-Entonces, sí puedo mirarlos.
-/ ...... .....I
Busto pequeño. redondeces incipientes. de pezones
pequeñitos y morenos. como dos copas invertidas. sin
pedestales en donde depositar el vino del amor y del deseo.
-;Déjame tocarlos!
-;No debes hacerlo, Confórmate con mirarlos!
E s o no es suficiente. No resisto el saber que están ahí,
ocultos.
Y Alvaro los toca. Va acercando la mano lentamente,
con temor y roza los pezones. Sabe que ella va a oponerse,
pero e s su deber tocarlos. hacfrlos vibrar al toque de sus
dedos. Y ella retira suavemente la mano. pero no hay
ningún reproche en su sonrisa.
-;Perdóname, Virginia!
N o es nada, Alvaro. Es solamente que ahora no quiero.
Y hubiese querido que él siguiera insistiendo, acari-
ciando por encima de la blusa esos dos promontorios que
tiemblan de ansiedad. Que los hubiese besado, tal vez. que
recostara la cabeza encima de su pecho ...
-;TU sonrisa es.hermosa!
Y encima de la sonrisa están los labios que teminan por
sepultar a la sonrisa. que acaban de enterrarla entre dos
arcos carnosos. Labios para que él la ame más a través de
sus b e s ~ s . - ~ e rahora
o él no la besa ...
-¿Me dejas acariciar tu pelo?
-jNo alvaro. Aquí no, hay...
Y ella se calla bruscamente. Piensa que ha cometido un
error al no dejar que acaricie sii pelo. Y él se conforma con
la negativa, con el no saber qué más iba a decir. Hace un
gesto inexplicable y oculta su mirada debajo de unas pesta-
ñas copiosas y unas cejas tupidas. Ella le toma de lastmanos
y con los ojos le habla de preocupaciones que Alvaro no
entiende, porque se encuentra atento a sus propias preo-
cupaciones.
-jTe amo, Virginia!
Y hay una pausa que dura un millón de años. Una pausa
que llega poblada de visitantes de otras regiones de1,espíritu.
un tiempo de silencios y un espacio habitado por fantasmas,
una angustia que se extiende hasta la galaxia más'lejana, un
cataclismo sin ruidos, una lluvia que se deposita en sus ojos.
unas respiraciones jadeantes. Corre un tierxlpo que no im-
porta, que se desplaza de la tarde hacia la oscuridad de la
noche como una sombra tenue que nace de las tinieblas y
que se muere en la más abyecta de todas las oscuridades.
Es hora de marcharse. Alvaro paga los helados y se levan-
tan. Ella lo mira a los ojos y entonces dice:
-;Yo también te amo, Alvaro!
Capítulo XIII

-;Traerla aqui. A mi casa! ... ¿Te has ouelto loco, Alvaro?


-Nada tiene de rnalo, mamá. No es una cualquiera.
- C o n que no es una cualquiera, entonces, ¿quién es?
- S e llanla Virginia y su padre tiene una buena posición en
el Banco del Estado.
-;A qué bien. Su padre es un hombre cuyo nombre y apelli-
do se conocen por medio de un decretc! Para mí eso no es
suficiente, un decreto se borra con otro decreto. Nuestra
familia.. .
-;Nuestra familiu, nuestra familia! -replica Alvaro-;
¿quién es nuestra fanlilia?, ¿son mis hermanas, soy yo? ...
NO mamá, nuestra familia eres tú. Tú eiiges nuestras ropas,
lo que debemos comer, quienes deben ser nuestras amistades
y hasta el momento en que debemos respirar! ¿No crees que
esto ya es demasiado?
-El tratar de darles a ustedes lo mejor, nunca será dema-
siado para mí.
-Tal vez para ti no sea demasiado, pero para nosotros sí.
- S i pudieras callarte, me harías un gran favor, Alvaro.
- C o n callamos no se resuelve nada, mamá.
- Q u i e r o que sepas una cosa, Alvaro. Te llevé nueve meses en
el vientre y fueron nueve meses horribles, vomitando siempre,
escupiendo todo el día, pero yo me dije: "a esta criatura la voy
a tener, porque sé que es un varón", porque tu padre quería ur~
varón después de haber tenido dos hembras, y entre males-
tares fuiste creciendo dentro de mi vientre ¿y después?,
después para traerte al mundo otro dolor, hubo que abrirme el
vientre para que tú nacieras. Tuve el coraje de parirte y voy a
seguir teniendo el mismo coraje para hacer de ti un hombre.
-¡Ya soy un hombre, mamá!
-jTodavía no, Alvaro. Aún te falta mucho para serlo!
-De todasformas voy a seguir saliendo con ella. Nada ganas
con no querer recibirla.
-Y yo voy a seguir oponiéndome. Soy capaz de muchas cosas,
Alvaro. Para defenderte, soy capaz de muchas cosas. No tiene
sentido el que me lleves la contraria.
-Yo te comprendo, mamá. Quien no sea capaz de reconocer
tu capacidad para imponer tu voluntad, está loco. Pero yo soy
diferente. No soy Rosalía, ni Irenita.
-¿Qué quieres decir con eso?
- Q u e a ellas hasta los maridos les escogiste y míralas como
están; los apellidos *desus maridos no les ha bastddo para
conseguir la felicidad.
E l l a s viven bien. Tienen todo lo que necesitan y no se
quejan.
-Pero no son felices, mamá.
-Basta, Alvaro. No quiero escuchar nada más.
Y doña Irene le da la espalda, dejándolo con todo lo que
tenía que decir dentro del pecho. Maldiciendo aquella conde-
nada Virginia que no deja tranquilo a su hijo, el único varón,
el más pequeño, el que es su orgullo y el que fue orgullo de su
marido. El único que tuvo la suerte de nacer aquí, porque ella
tuvo el pálpito de que iba a ser varón desde el primer
momento que lo sintió vivir dentro de su vientre y su marido
no quiso que sucediera lo mismo que con Rosalía e Irenita y
la mandó un mes antes d e alumbrar. a pasar unas vacaciones
a Santo Domingo y aquí se han quedado a vivir. porque aquí
estaba todo lo de su marido: sus negocios. sus casas y sus
fincas.
Capítulo XIV

Esto. quizás no era lo que su madre hubiese querido para


ella. pero ya que estaba allí, en aquel cuartito solitario, de
paredes penumbrosas y húmedas, sola con aquel hombre al
que no sabía si amaba. con aquel hombre por el cual siente un
cariño más parecido a la compasión que al verdadero amor.
pero ella. Lucinda. estaba aquí por una contingencia dolo-
rosa, llevada por un hado maligno. por una casualidad fatal.
por un caso fortuito. imprevisto y triste al mismo tiempo.
Comprende que es casi un deber para ella el entregarse a
aquel hombre, aceptar el sacrificio siempre doloroso que es
preámbulo del placer. Pero este sacrificio tiene otro tipo de
dolor que nunca la dejará disfrutar plenamente lo que tanto
había deseado en sus sueños y en sus momentos solitarios
cuando únicamente estaba acompañada de pensamientos
turbios. Está con todas sus cosas allí. amontonadas en un
rincón, en esta habitación en donde por la ventana alta
penetra una luz mortecina. en donde la duda y el miedo se
confunden dentro de este cúbico crisol que desvirtúa el color
amarillo de las paredes, en donde el blanco es un color sucio
y el negro otro color que no se decide fijarse. Esta es una
habitación en la cual nacen veinte espejismos falsos. con ese
bombillo colgando sobre sus cabezas como una enorme
lágrima encendida. preludio tal vez de una desgracia. o quien
sabe si tambiGn de muchas otras lágrimas y Noel. allí.
tambiGn triste. en silencio. con un miedo esférico en cada
una d e sus pupilas. jadeante. indeciso. como una fiera que no
s e atreve a saltar sobre su presa a pesar de que la sabe
indefeiisa. Y ella. Lucinda Palmares. en espera de lo inevi-
table. d e lo que tarde o temprano habría de sucederle. se
siente nirís cerca de la verdad que del mito. postrada en el
centro d e la habitación como una diosa dejada al capricho de
otros dioses y en el medio de la habitación está la cama. el
lecho insinuante que aguarda por su cuerpo. depósito de sus
sueiios y d e otras ambiciones. piedra del sacrificio. instru-
mento d e trabajo. manantial de tentaciones-y de pecados.
altar d e las infide1idades:esa cama fría y muda, inmaculada
conio si hubiese presentido su llegada. con su almohada
solitaria que le recuerda su condición de intrusa, pendiente
d e su pelo negro. del óvalo perfecto de su cara. de sus
moviniientos. d e su piel d e canela y lirio recién abierto al
rocío d e la mañana. ella (la almohada) espera tu pelo anoche-
cido. espera que te despojes de tus ropas más íntimas y d e tus
vergüenzas estúpidas e infantiles para que se realice el
/
holocausto y en medio de este silencio boreal, una sola cosa
te preocupa. el ruido de esa gota. que está cayendo en el baño
que está situado muy cerca de tu cabecera, esa gota golpeando
d e manera incansable en las baldosas frías. únicamente ese
sonido le roba el pensamiento y la abstrae del ritual que está a
punto d e comenzar y que no deja que contemples fijamente el
cuerpo d e la bestia que imaginabas fabulosa y que ahora en la
intimidad de esa ropa diminuta y blanca que le cubre.
descubres que todo no e s más que un globo inflado al máximo
volumen por tu imaginación fantasiosa. Lo miras terminar de
desnudarse lentamente mientras debajo de lo más intimo de
tu vestiduras, deliras y piensas que palpita tu sexo, lo abultado
d e tus senos y esa gota, Lucinda así, cayendo serenamente
en el piso. allá adentro del baño, mucho más húmedo que tu
sexo florecido. tu sexo que ahora tiene la aridez del desierto y
hace que tus besos tengan el sabor de la arena, más que el
deseo que inflama el pecho del que es ahora tu bestia domi-
nante y que soporta estoicamente sus instintos de macho. El
está rígido. mirándote con cada uno de sus poros, con todos
sus vellos erectos. y tú, miras tu alondra bella, parda.
asustada. casi desnuda, laxa, dispuesta a la entrega reden-
tora o esclavizante, tu sexo sacrificado entre la cruz de sus
brazos, tu sexo-cristo penetrado por un clavo ardiente para
hacer más dolorosa la entrega. Desde hoy todo te será
diferente y tal vez hermoso, desde hoy, desde este instante
más próximo al mañana. serás una mujer completa a pesar de
faltarte algo, de que no estarás intacta; una mujer de carnes
abiertas y perfumadas por el deseo de él y esa gota, Lucinda,
como nos distrae (a ti, a él y a mí) de lo que tenemos que dar y
d e lo que tú habrás de recibir, esa gota eslabón que nace
dentro d e ese clavo ardiente, que se desprende de una
cadena infinita y que en su leve golpeteo repite que algo muy
importante se ha perdido, que algo muy tibio de tu cuerpo se
va escapando Y: d e Eva-Lucinda la herida clausurada se
hace más amplia. más profunda y llena de dolor y esa gota
que sale d e la llave descompuesta, de tu sexo, del sexo de No
El. d e un lugar oculto dentro de este cuarto oscuro. Te duele
un punto indefinido d e tus pubis glorioso, un remendado
retazo d e tu alma, un pedazo de tu cuerpo voluptuoso. Y esa
gota d e sangre, de rocío o de semen. de tu respiración
húmeda, de tus ojos y de tu boca, humedecen ahora la sábana,
tus carnes y el embadolsado del baño; allá. detrás del
espaldar de la cama y tú; Lucinda, Lucinda, Lucinda, lo
besas. lo besas. lo besas y tU sin sentir deseos de besarlo.
porque ante todo tienes mucho miedo y él, Noel. Noel, Noel,
mueve sus dedos, su lengua, la parte impronunciable de su
cuerpo, dentro d e tus oídos, dentro de tu boca, dentro de la
selva más negra de tu cuerpo y te besa, te besa, te besa
ardientemente y no sabe qué hacer con este cataclismo de
placer que en ti no logra cerrar las compuertas del dolor. y tú
mujer y él hombre, todos nosotros dormimos el placer de la
siesta y al festín exquisito le sigue la beatitud del silencio. La
noche entonces s e pierde dentro de otra oscuridad y sólo que-
da el mañana, el mañana, el mañana y esa gota, esa gota, esa
gota que aún pende del sexo de Noel, de Noel, de Noel,
dentro d e la vagina sln color y sin espamos de Lucinda, de
Lucinda. d e Lucinda, esa gota, esa gota, esa gota que allá'
dentro en el baño, cae
Capítulo XV

En la tienda nadie sospecha nada, eso es lo que tú crees


Lucinda, eso es lo que tíi piensas. Aquí, en el centro de este
pequeño universo de sargas y taffetas. de rayones cenizos sin
olores, d e tweeds y algodonegde tramas y urdidos compli-
cados, de tricotas; en este pequeño mundo de tijeras y
alfileres, te parece que nadie se ha enterado. pero estás
equivocado Noel. Todavía somos un poco provincianos. Allí
los rumores s e crean o se inventan y después resultan que
son todo verdad y eres un susurro en cada oído y eres
Lucinda. una pequeña sonrisa en las bocas de tus compa-
ñeras cuando das la espalda y hasta los oídos omnipotentes
del jefe se han enterado del rumor que circula como un
huracán dentro del recinto y comparten tu secreto que ya no
e s ningún secreto. y a él como que también se le ha desper-
tado la codicia y ahora siente más deseo de tu cuerpo. más
codicia hacia tus formas abiertas. porque ahora eres más
mujer por que te falta algo que él hubiese querido robarte. El
habría querido poseer eso que Noel te arrancó en las pasadas
noches, eso que él si llevó entre sus carnes y que te ha
completado, pero tú no te sientes feliz en esa habitación tan
estrecha. te parece que lo has entregado todo a cambio de
nada. te molesta el aire que aquel cuarto aprisiona. porque es
un aire impuro y no puedes respirarlo, tres semanas han sido
el tiempo suficiente para que te dieras cuenta que no amas a
Noel y hasta has pensado en dejarlo, sí, a Noel, tu amigo de
ayer y tu esperanza y ahora tu amante que no amas. porque
sabes que no eres su esposa y nunca llegarás a serlo
porque no lo deseas, y piensas que te has vendido por tan sólo
un pedazo de su techo; por eso te lo pasas triste todos los
días, y él quisiera preguntarte; ¿es que ya no lo recuerdas?,
esta misma mañana te dijó que le parecía que a ti te sucedía
algo y te miraba preocupado y tú entonces respondiste que no
tenias nada. que no se molestara, que es que habías estado
pensando en la familia. que hacía tiempo que no veías a tu
madre y tus hermanos, pero que ya se te iba a pasar. que te
diera tiempo para acostumbrarte a esta nueva vida que
llevabas, que ya no ibas a pensar en aquellas cosas que fe
ponían triste, pero ya ves Lucinda, no se te ha pasado, dentro
d e lo más profundo de tu ser estás lamentando el paso que
has dado, el haberte desprendido de tu pueblito gris y de tu
virginidad, añoras aquel lugar situado allá. detrás de unas
montañas que en tu imaginación se levantan muy altas y
lejanas, pero lo que más lamentas es el haberte entregado por
un precio tan pequeño; tú no estás preparada para esta clase
d e vida, a pesar de ser la vida que siempre has vivido, por eso
viniste d e tu pueblito lejano para tan sólo encontrarte con
esta otra miseria muy parecida a la que llevabas allá, una
miseria en traje de bataclana, una miseria disfrazada de
oropel y perlas falsas, ya ni siquiera recuerdas las palabras
tristes d e Noel cuando te dijo que te amaba demasiado para
poder vivir sin ti. que no lo abandonaras y eso es lo que más te
duele, el saber que tienes que dejarlo y será hoy, mañana, o
pasado, cuando le dirás que esto ya no puede seguir, que
estás cansada de esperanzas sin futuro, que tú quieres
realidades que él no puede ofrecerte porque vive todo inmerso
dentro d e un mundo irreal; de seguro que vas a decirle sin
pensarlo demasiado, que ya esto se acabó, que tú no puedes
continuar con este calvario, que vas a dejar la cruz aquí
mismo para que otro cargue con ella, que creías que lo
amabas, pero aunque lamentablemente tarde, te has dado
cuenta que estabas equivocada, que ya no sientes nada por
él, que es inútil que te siga rogando, que tomarás tus cosas y
te marcharás sin volver la mirada para no ver sus ojos
llorosos, para no contemplar su último adiós repleto de
silencio y llamarás a un taxi para que te lleve al cuartito previa-
mente alquilado por un precio previamente convenido y así,
sin saberlo, sin siquiera darte cuenta, se cerrará otro capítulo
infeliz de esa novela que e s tu vida, entonces te quedas
pensando en lo que te tiaerá el mañana, en el despertar en los
brazos sonreídos de Noel, en su saludo y en su beso matinal,
en la ducha obligada antes de venir al trabajo, eso si, cada
uno por su lado para que nadie sospeche y en eso si que
tienen razón, nadie sospecha nada de ustedes dos, aquí todos
están seguros de que tú y Noel, (o Noel y tú, o Lucinda y tú, o
tú y Lucinda) están durmiendo juntos en la misma pobre
cama, compartiendo las caricias y los sueños, poseyendo en
común la oscuridad de la noche y sus calores, sólo que no te
sientes muy feliz en aquel cuarto que nunca has sentido tuyo,
que no te pertenece aunque él te lo ha ofrecido voluntaria-
mente, que odias demasiado por esa horrib!e gota de agua
que incansablemente resuena en el bañito, tan estrecho que
apenas caben dentro de él dos cuerpos desnudos. Todo eso
también s e sabe, tú no lo piensas, pero el jefe sí lo piensa.
ahora el jefe te desea con más delirio, con mucho más fuerza
que antes; tu carnes apretadas y parduzcas lo mortifican y exci-
antes; tu carnes apretadas y parduzcas lo mortifican y exci-
tan, y más que nada, ese caminar tan tuyo, tan diferente. que
le habla de deseos reprimidos, de pasiones calurosas y de
veranos llegados a destiempo, ese pisar tan raro que tienes
como si los pies te estorbaran al andar y no supieras en donde
colocarlos, ese temor tuyo de no herir el pavimento con tu
sombra; e s por todo esto.que te ha Uamado y te ha ofrecido un
aumento de sueldo y disminuirte el horario de trabajo.
puedes venir a la hora que desees y marcharte cuando lo
creas conveniente, eso te ha hecho caer en la cuenta de que
en el fondo te desea y ya estás haciendo planes para sacarle
provecho. No vas a hacer igyal quexon Noel, que le entre-
gaste tu cuerpo a cambio de tan poco. Por eso vas a esperar
que don Manuel se decida a decir que te busques un aparta-
mentito para qúe vivas sola y en donde él pueda visitarte sin
temores. Ese día le dirás que ya no quieres volver más a este
trabajo. que no vas a tener fuerzas para ver la cara de Noel,
no quieres tener presente su pena y su vergüenza, muy bien
podrías dec.irle al asturiano que buscara un motivo y que lo
despidiera. pero no podrías afrontar las críticas secretas ni
las sonrisas malévolas de los otros empleados, tú serías sólo
Lucinda, la otra, la intrusa, la traidora, la amante, la querida,
por eso piensas únicamente en ti misma y esperas que llegue
pronto la hora de partir y te irás por un lado y Noel por el
suyo, los dos con el mismo destino, aquel cuartito pequeño y
hacinante pintado con un color amarillo muy pálido, tan
pálido que e s como si no existiera.
Capítulo XVI

Doña Irene fue a conversar con su hermano Manolo, el


asturiano, el que tiene la tienda en la avenida Mella. Quería
su consejo. Alvaro es su único sobrino, porque la pobre
hermana Monserrat se quedó allá en España y han pasado
los años sin que encuentre con quien casarse. Ya no lo va a
encontrar, porque no son pocos los otoños que tiene encima.
Pero su hermano Manolo es otra cosa, en él ella ha encon-
trado el auxilio que le faltaba desde el día en que falleció su
pobre y buen marido. El la ayudó mucho cuando la rebelde de
Irenita no quería casarse con ese pretendiente tan bueno, y al
final después de muchos consejos pudo convencerla, y ahora
viene el descarado de Alvaro a decirle en su propia cara que
ni Rosalía Ai Irenita son felices, si hay que ver que no les falta
nada, que viajan todos los años a Europa y a los Estados
Unidos. que tienen su casas de veraneo en Constanza y.en
Jarabacoa. ;,qué más podría pedir una mujer para poder ser
feliz?
- S o n cosas de la juventud. Ya se le pasará -le ha dicho el
asturiana-. Déjalo todo por mi cuenta. Yo le hablaré.
Y doña Irene se retira un poco más tranquila. confiando
en ese hermano que no ha dejado de ser como un padre para
esos hijos suyos, en especial para Alvaro. que es como el hijo
que siempre quiso y que parece que ya no va a tener,
porque es muy difícil que la naturaleza haga milagros, no por
él. sino por su esposa que es unos años mayor. Está segura
que su maravilloso hermano sabrá convencer a su Alvaro y
que podrá hacerle comprender que los desvelos de ella no
son más que la preocupación de toda madre por el bienestar
d e sus hijos.
Y el asturiano que va esa misma tarde a casa de su
hermana y espera tranquilamente la llegada de ese sobrino
que s e parece tanto a su difunto padre, y también un
poquitito a él, que es como el hijo que le negara la provi-
dencia. Por eso lo quiere más que a todos los sobrinos y casi
igual que a sus hijas, y cuando Alvaro llega, el asturiano le
dice a su hermana Irene que lo deje a solas con él y ella con
disgusto se aleja, pero se va sin protestar, sabe que a veces a
los hombres les e s más fácil entenderse sin la presencia de
una mujer, pero de todos modos le hubiese gustado quedarse.
Y ya Alvaro sabe de lo que va hablarle el tío, de lo mismo
que le habló a Irenita cuando no quería casarse con Ismael,
porque ella tenía otro novio, que no tenía mucho dinero, ni un
buen empleo, ni una familia respetable, ni era blanco de ojos
verdes (o azules) como los de su mamá. Ya sabe que le dará
su consejito y venga con la arenga, con el mismo sermón que
s e repite cada vez que hay problemas, ah pero el tío es una
cosa, Irenita era otra y Alvaro una muy diferente. Su pobre
hermana tuvo que saltar el aro que le había señalado su
madre con la ayuda del tío Manuel y ahí la tienen, triste casi
todÓ el tiempo, con un marido que cuenta monedas cuando le
está haciendo el amor, y la pobre Irenita tiene una cara de
que no soporta al Ismael ese que a él lo llama cuñado, y Alvaro
siente que él le dice una malapalabra cuando lo llama así, y el
tío Manuel le dice que se siente, que no ponga esa cara, que
tiene que hablar con él y Alvaro obedece. no siente ningún
temor ante su presenciar
-Ya sé de lo que me vas hablar -le dice Alvaro.
-Mucho mejor así, no tendremos que dar ningún rodeo.
Alvaro sonríe. Cruza las manos y las piernas como todo
un caballero, y espera.
-Me han dicho que tienes novia ya.
-¿Por qué no dices que te lo ha contado mamá?
-Es cierto, me lo ha dicho tu madre.
-¿Y qué tiene de malo eso?
Nada.
-¿Entonces?
--Que parece que tu madre no lo aprueba.
-No importa lo que diga mamá, ni lo que ella piense.
-Debería importarte.
-Y lo que yo piense, ¿no importa?
-Eres muy joven. No tienes experiencia.
-¿Y tú que piensas?
-2 De qué?
-De ella y de mí.
-No sé, no la conozco.
-Entonces nada de lo que puedas decir tiene validez. Debe-
rías conocerla primero, antes de emitir un juicio.
-Pero es que tu madre me ha explicado ciertos detalles.
-Tú conoces a mamá mejor que nadie. No hay nada de malo
en que yo tenga novia. Ella no comprende que eso de los
apellidos no tiene ninguna importancia en estos tiempos.
Cuéntale tú, cómo llegaste de España, ella parece que lo ha
olvidado. Ella misma no tiene un apellido de primera, si algo
devalor tenemos se lodebemos a mi padre, no a ella. Si no se
hubiese casado con papá, a lo mejor todos nosotrosfuésemm
menos que Virginia.
-Yo te comprendo bien sobrino, pero decirle todo eso a tu
madre es bien dificil.
-¿Qué me aconsejas entonces, tío?
-Fingiremos. Haremos que tu madre crea otra cosa. Yo te
prestaré toda la ayuda posible. Tengo un apartamento de
soltero que te serviricr muy bien en caso de que lo necesites.
Podrías verla allí sin que te molestaran...¿La quieres muchas
-Desde luego, tío.
- E s e es el problema ...
-No entiendo que otro problema puede haber, que no sea mi
madre.
-Bueno, las mujeres son para quererlas, pero no demasiado.
Son para besarlas y acostarse con ella y después de
haber probado varias, elegir a una para esposa. Eres muy
joven, el tiempo dirá lo que será mejor para ti. No estás en
edad para casarte, asique aprovecha el tiempo y toma de ella
todo lo que te ofrezca.
-¿Entonces, lo apruebas?
- S e r i a estúpido oponerse. Además, no comparto las ideas de
tu madre. Yo te puedo prestar el apartamentito si algún día
decides llevarla a la cama.
-No comprendo lo que quieres decir, tío.
-Sí que comprendes, y no te sonrojes que eso es parte de la
vida. Yo seré tu cómplice si quieres.
P e r o ella es una niña ...
-Y tú también, pero ya tienes edad para saber por expe-
riencia propia ciertas cosas.
-¿Y mi madre?
-No tiene por qué estar enterada.
-jCracias, tío!
-Ya sabes que te quiero como un hijo. Esto será un secreto
entre los dos.
-Entre los tres, querrás decir.
-Sí claro, entre los tres.
Y don Manuel suelta una carcajada y se levanta. Le pone
el brazo en el hombro a su.sobrino, a su querido Alvaro, tan
parecido a su abuelo. al padre de su hermana Irene y de la
pobre Monserrat, .que se ha quedado solterona allá en Astu-
rias. Salen de la habitación y la señora Irene los espera
ansiosa, el asturiano dice que todo está resuelto y le hace un
guiño a Alvaro. Doña Irene piensa que no tendrá con qué
pagarle a ese hermano suyo y queda convencida que los
asuntos d e los hombres son más fáciles d e resolver entre los
hombres... ;Cuánta falta le hace su marido!
Capítulo XVII

Falta que me hace mi difunto esposo; No sólo para que


me abrace, de modo que mis noches no sean tan solitarias,
sino para que me ayude a hacerle frente a los problemas de
criar este hijo que me queda dentro de la casa. Este Alvaro
que parece va a ser más testarudo que una mula. ah, pero.
como el difunto no está, tendré que bastarme yo sola, suerte
que tengo a ese hermano de mi parte; que le ha hecho
entender la importancia que tiene el llamarse como se liama,
d e tener el apellido que lleva. Que le ha hecho saber lo
importante que es conservar una imagen y darle a la sociedad
lo que ella espera de nosotros, lo que nos exige, romperse el
alma para complacerlos, dejar de ser uno mismo si es posible
para representar este papel de dama, o de caballero respe-
table, para que no murmuren, llevar la frente mucho más alta
que todos los demás. De no haber pensado en esto. ya me
habría casado. Pero es tarde, me basta con saber que cuando
camino por las calles, dicen en voz baja, "ahí va doña Irene.
tan rica, tan hermosa, tan viuda, tan sola, tan abnegada, tan
sacrificada, tan pudiera haberse casado de nuevo. tan no lo
ha querido para no ponerle un padrastro a sus hijos, tan
orgullosa. tan feliz porque las hembras se casaron con tan
buenos maridos, con tan sólo Alvaro en la casa y la servidum-
bre", pero no se les antoja el pensar que todo eso puede ser
falso, tanto como un oasis en el Polo Norte, que la soledad
que s e autoimpone es únicamente un mito, un sacrificio
enorme, una mentira, un absurdo doloroso cuando una se
despierta a media noche y sabe, que no hay nadie a tu lado
que te aprisione los senos entre las manos trémulas, que no
hay nadie que abreve en las fuentes sudorosas que uno tiene
en el cuerpo, que no existe un ángel con espada de fuego que
te penetre y expulse los demonios ael deseo, sabe que la
almohada está sola esperando a un hombre fabricado con
sueños, que hay una sábana tibia, en una cama muy amplia
para una mujer que siente todavía que el amor le devora las
carnes y la liena d e ansiedades, pero estas son confidencias
que ella tiene que llevarse a la tumba, guardarlas para sus
momentos solitarios, revestir sus flaquezas con una coraza
de hierro para que nadie se entere, confiarse a sí misma sus
secretos en voz baja. para que las paredes no escuchen, para
que no la vean sufrir los cristales de las ventanas. Corre las
cortinas para que no reflejen su respiración cansada, no s e va
a rendir en esta lu&a cotidiana que es su razón de vivir, el
mismo aire que respira. nada más le queda Alvaro en la casa
y ahorita se le convierte en un hombre sin que ella lo advierta,
tan sólo es un rapaz y ya dizque tiene amores, pero ella
impedirá a cualquier precio que su hijó se contamine con
gente d e la clase media. impedirá a toda costa y aún al precio
de su propia felicidad que'él se codee con personas que no
son de su categoría. Menos mal que ha intervenido su hermano
en este asunto de Alvaro y que lo ha convencido para que
deje esos amores; ;,pero qué le sucede a ella ahora?. ;,por qué
cierra los ojos y se muerde los labios?, ;,por qué se cruza de
brazos?, ;,qué la hace caminar nerviosa de un lado para otro?
Hay algo en su intuición de madre que le dice que no todo
está bien, hay mucha felicidad en la cara de Alvaro en estos
días y él no le ha reprochado nada. tal vez es el futuro que
camina muy aprisa, ayer sus hijos eran tan sólo unos niños y
ya dos s e han marchado de la casa, tan sGlo queda Alvaro y
también habrá d e marcharse un día de esta casa tan grande.
no lo impedirá si se marcha con quien debe hacerlo. Por sus
hijos ha sacrificado su juventud y espera que por lo menos,
ellos lo agradezcan el día de mañana, pero ahora, lo mejor es
olvidar. dejar que el tiempo termine de borrarlo todo, quien
...
sabe si lo mejor hubiese sido quien sabe.
Capítulo XVIII

-;No me toques Alvaro. No debes hacerme eso!


Alvaro la abraza en el cine. Todo está oscuro. Le ha
puesto una mano en el pubis y con la otra. busca por encima
del corpiño un par de cúpulas que se desorientan sobre el
pecho de Virginia.
-;No por favor.. .
Pero Alvaro no deja que ella termine la súplica, está
haciendo todo igual a como le enseñara el tío astyriano, sella
los labios de ella con un beso que hace que olvide las manos
atrevidas, manos que buscan los tesoros que se esconden en
sus pezones rosados, el camino profundo que conduce a su
ombligo, y que van al encuentro de otra mano que se ha
detenido en un bosque de tupidos árboles. en donde a ras de
tierra florecen hortensias y margaritas enanas, en donde
nace un manantial de miel y ambrosía y allí descansan esas
manos o s e mueren entre aleteos de paloma herida, como un
viajero extraviado que pretende fijar allí para siempre su
morada.
-jPor favor, quita esa mano!
Ha hablado de una mano y ella no se equivoca. Alvaro no
puede al mismo tiempo acariciar sus senos y palpar sus
pubis. Ha separado sus labios de los de ella para decirle unas
palabras que no nacen d e su boca, sino de su corazón, para
hablarle de esa angustia exquisita que le corta la respiración
en trocitos de aire diminutos que al chocar entre sí despiden
unas notas delicadas, como las de un arpa azotada por una
brisa liviana, una brisa que le eriza la piel, que le baja los
párpados y que a ella la hunde en una oscuridad de noche sin
luna, sin estrellas y sin nubes, una oscuridad absoluta, limpia
d e impurezas luminosas, todo es un absurdo angustioso, un
santo dolor que la conduce feliz al éxtasis del sacrificio y él
está como un sediento que tiene el oasis al alcance de los
ojos, pero que no avanza un paso para no destruir todo lo que
tiene d e magia esta visión, tiene el oasis al alcance de la
mano, esa mano que palpa sudores de una piel que tiembla
d e temor y que siente pánico de que finalice esta aventura,
esa mano que cambia de lugar y de posición, que ahora le
acaricia los muslos, que avanza o retrocede vacilante hacia
un lugar que guarda un cofre de dulzuras inefables, un maná
que alimentará de amor a todos los amantes y que calmará la
sed d e él; que ha llegado al lugar prohibido, en donde no
existen ángeles guardianes que protejan el fruto sagrado, ha
llegado al sitio que ella más teme. a su fortaleza rendida por
el asalto constante de una mano y ya no hay más que hacer,
todas las almenas se encuentran solitarias, los guardas de las
atalayas dormidos. las murallas destruidas y abandonadas,
los vigías drogados, la artillería con la pólvora mojada,
porque un manantial ha nacido en el lugar más inadecuado y
él con los cañones de sus dedos perpetuando el asedio,
haciéndola morir a cada instante, con los ojos entornados
hacia un cielo en donde moran unos serafines inútiles y unos
demonios sonrientes, y ya no hay ningún poder del universo
que pueda defender su castillo de este asalto poderoso, el
puente levadizo ha descendido para que los invasores períe-
tren sin dificultad ninguna y el foso se ha llenado de más agua
con la propia humedad que nace de su cuerpo.
-;Ya más no, por favor!
Pero en su voz hay un pedimento que suplica que no
abandone el asedio hasta haberla rendido por completo, que
no la deje sin llegar al clímax del sacrificio en donde quedará
redimida d e la infinita muerte del infierno para llegar a la
gloria del orgasmo, sin mirar hacia atrás, como Orfeo a su
Eurídice. sin vacilar ni un instante, esa mano y esos dedos
hurgando dentro de la arena, mojándose entre las espumas
del mar.. .
-jAlüaro! - e l l a suspira.
Y él la besa.
-;Me estás haciendo daño!
Y Alvaro deja d e buscar .en la arena húmeda de la playa.
cuando siente la humedad de las olas, que brota como el rocío
brotaría de una rosa. Sabe que todo está concluido y remata
el asalto con un nuevo beso; ella entonces recuesta lo cabeza
sobre su hombro y cierra los ojos como si estuviera muriendo.
Está sintiendo un poco de vergüenza.
Capítulo XIX

A las 11 y 22 de la noche, exactamente, don Manuel está


sentado en la biblioteca. Tiene en el stereo un disco de larga
duración d e Percy Faith. Fuma nerviosamente su pipa atibo-
rrada de perfumado tabaco turco. De los pies a la cabeza le
corre un solo pensamiento como si fuera una fiebre. Tiene
metido en el centro de su pensadera toda la anatomía de
Lucinda. su sonrisa y su mirada ambiciosa. Presiente que
esta fiebre únicamente desaparecerá cuando el deseo se
apague con el mágico contacto de su cuerpo y el cuerpo de
Lucinda. Está deseando con demasiado fervor a esa mucha-
cha. Lo único malo e s que desde hace un par de meses es
ajena, que ya tiene por dueño a otro hombre y a él le
pertenece. con él comparte su miseria. pero ya dijo un poeta
algo así como que "nada es de nadie si hay alguien que lo
..
ansía. etc.. ect.. etc. . Presiente que Lucinda no tiene la
madera necesaria para resistir la miseria. si se puede adver-
tir en el movimiento de sus caderas sus ansias de vivir. si se
adivina debajo de sus pechos duros que el corazón palpita
fuera de ritmo. Suspira. Si pudiera hacerla suya por tan sólo
un instante; pero no se atreve a dar el paso necesario. hay
tantas canas y arrugas de diferencia entre su rostro y el de
ella, tantos años vividos que a ella le faltan por vivir, pero
comprende que este deseo no lo podrá reprimir por mucho
tiempo sin que le reviente el pecho. Todo lo que está
sintiendo dentro del cuerpo es mucho más fuerte que la razón
y más tarde o más temprano. la llamará a su oficina y le dirá
sin pensarlo demasiado, casi de un solo tirón:
-;Lucinda, te he mandado a llamar para decirte algo que
para mí es muy importante!
- j U ~ t e d dirá, don Mauel! -interrumpe Lucinda, cortando
en dos pedazos el hálito de voz.
Y él va a decir lo que tiene y quiere decir con todas sus
eses y sus zetas, con ese acento que aún no ha perdido a
través de los años. S e supone que Lucinda entonces inclinará
la mirada como si sintiera vergüenza y que escuchará en
silencio.
-;Quiero que sepas que desde el día que llegaste, estoy
interesado en ti!
Y Lucinda hace entonces lo que se tenia previsto, incli-
na la mirada como si de verdad sintiera vergüenza y con una
voz impersonal, que por primera vez en su vida no parece su
voz, apenas audible, musita:
-jLo sé don Manuel; he podido darme cuenta!
Y ella se quedará sentada delante del escritorio de su
jefe con la mirada oculta detrás de sus pestañas verdaderas.
con todos los músculos rígidos, con la respiración muy breve
escapando por su hermosa nariz, con las aletas levemente
dilatadas como si allí, en ese instante decisivo, el aire
resultara demasiado pesado para sus pulmones. Elia sabe
que se juega su destino y su futuro, y que al mismo tiempo
tiene la oportunidad de borrar parte de su pasado; el más
reciente. Y don Manuel, con sus cabellos grises y plata por
las sienes, con su calvicie incipiente, todo tenso también,
con las manos enlazadas encima de la mesa en donde como
mudos testigos descansan muestrarios y facturas, él, casi
adormecido por el ruido del acondicionador del aire: y aliá
afuera está el calor, las mercancías, las gentes que lo miran
todo sin comprar, las que de veras quieren comprar, los
compañeros con sus afanes y sus preocupaciones, aquí
adentro está todo fresquito y allá afuera está Noel y aquí
adentro está Lucinda y está don Manuel, el asturiano. el
dueño y jefe de la tienda, dentro de esta habitación en donde
flota un remedo de su clima natal; esto es sin duda alguna lo
que más extraña de su tierra lejana, es lo único que no ha
podido traer a este infierno de sol y de claridad en donde ha
formado una familia y creado una fortuna. Don Manuel
respira. aspira fuertemente el tabaco de su pipa que conver-
tido en humo se escapa por sus fosas nasales, don Manuel
recobra nuevamente el impulso, don Manuel entonces dice:
-;Sé todo lo que hay entre Noel y tú, pero eso no me importa.
Mereces una vida diferente que él no puede ofrecerte. Yo
puedo darte esa vida; ¿me comprendes?
Y Lucinda consiente con un leve movimiento de la
cabeza. El pelo suelto se le mueve al compás de esta brisa
artificial y de los impulsos dictatoriales de su cerebro.
Dentro de su cabeza están naciendo ahora las reacciones más
extrañas y diversas, tiene un manantial de delfines saltando
dentro de ella. una comparsa de grillos amarillos chillando
tercamente. danzando al compás de sus gritos. tiene un río
d e caracoles rosados y de medusas congeladas bajándole por
la médula. Sabe sin que nadie se lo diga. que el don. el jefe. el
asturi(ano de mono), el Manuel de su vida como tendrá que
decirle, está dispuesto a brindarle la plateada superficie de la
luna y la dorada luminosidad que da el dinero. No puede
desperdiciar esta oportunidad que se presenta. Por un ins-
tante muy breve la figura de Noel le c n z a el pensamiento y lo
adivina muy triste. y ella como que también se siente acon-
gojada; en dónde encontrará las palabras y la fuerza para
decirle que ya no siente que lo ama, que todo en e l a fue un
impulso fugaz, una necesidad pasajera que ya se encuentra
satisfecha. que su estrella no tiene el fulgor que ella pensaba.
que ahora ama a otro hombre. Don Manuel la mira fijamente
por encima de las gafas. deposita sus ojos encima de ese pelo
negro, sobre aquella mirada oculta, en ese cuello cubierto
con una piel tan suave en donde una voz más dulce que la
miel s e encuentra prisionera y oculta.
-;Yo puedo ofrecerte muchas cosas, Luinda. Todo lo que
tengo seria tuyo si me perteneces. Tendrías un apartamentito
con televisión, nevera, estufa y todo lo que tú quieras. Yo te
daria lo que necesites si me brindas tu cariño; si eres tan... si
tú me perteneces.. .
Lucinda permanece en silencio. El ha dicho todo lo que
eila estaba esperando. Comprende que tiene que decidirse
ahora. Esta y no otra, es la oportunidad que estaba ambicio-
nando, éste y no otro es el momento que ansiaba, pero no
encuentra la voz dentro del pecho para decirle que si, levanta
entonces la cabeza hermosa y le muestra a don Manuel unos
ojos anegados en lágrimas, sin lograr articular palabras, sin
poder manifestarse con un gesto aprobatorio, sus impulsos
están adormecidos, sus manos delicadas se levantan para
acudir en ayuda d e sus ojos llorosos que se ocultan sumisos
detrás d e aquel velo de dedos y d e uñas cuidadosamente
arregladas que relucen como pequeÍías conchas nacaradas.
Don Manuel s e levanta de la silla y se acerca a Lucinda. Ella
permanece lo mismo que una estatua sedentaria con el rostro
oculto entre las-manos. Le pasa su mano muy blanca por
encima del pelo, la emoción le domina; la sigue acariciando
sin que ella s e oponga, entonces le dice:
-jTodo lo tengo arreglado!, ¿qué me dices?
Pero Lucinda no puede decir ni una sola palabra, no se
atreve a contestar aunque lo quiere, don Manuel le quita con
sus manos aquellas dos manos que velan la cara de esa mujer
que ama, se arrodilla, besa con ternura ensayada la piel de
aquellos dedos y repite de nuevo la pregunta:
-¿Qué me respondes, Lucinda?
Lucinda suspira nuevamente, siempre con brevedad,
con temor y con un movimiento impreciso de la cabeza, le
dice a don Manuel, a su jefe, el dueño de la tienda, que sí, y
desde este ahora todo su universo vital habrá cambiado
enteramente, ha variado su movimiento y su transcurso,
desde hoy es otro planeta girando en una órbita diversa,
desde hoy y en este ahora, ese hombre que tiene arrodillado
delante de ella ha dejado de ser su jefe en cierto modo, para
convertirse en su jefe en otro modo diferente, para pasar a
convertirse en su marido. Don Manuel apenas si puede creer-
lo, aún cuando tenía la cerreza de su triunfo no lo esperaba
tan rápido, por eso, se le humedecen los ojos y la voz le falsea
en la garganta, tanto, que apenas puede articular sus pensa-
mientos ni pronunciar palabras.
-jCracias, Lucinda - d i c e - . Me siento demasiado feliz,
gracias otra vez!
Lucinda aprisiona entre sus dedos la mano blanca de
don Manuel y con una ternura que nadie le había enseñado,
pregunta:
-¿ Y Noel ?
-¿Qué sucede con él?
-;Nada!, pero, ¿cómo se lo haremos saber? ;Le va a doler
mucho que lo abandone!
Don Manuel entonces piensa un poco. Es cierto lo que
dice Lucinda; ¿cómo lo van a enterar? Se pasa la mano
blanca por encima del pelo gris canoso, saca luego su
pañuelo inmaculado del bolsillo del saco y se seca el rostro.
sudoroso a pesar del aire acondicionado. Está buscando una
respuesta que al mismo tiempo sea una solución a este
problema y sin saber cómo se le ha ocumdo la idea, le responde:
-;NO tiene que saberlo así, directamente.. .
Lucinda no comprende y se queda esperando en silencio.
-;Le vas a decir a Noel que no te sientes bien de salud, que
vas a dejar el trabajo y marcharte a la casa. Yo mandaré un
auto a buscarte mientras me quedo aquí para no despertar
sospechas. Ten todas tus cosas listas... Déjale una carta y
explicale!
Lucinda comprende que no hay otra solución mejor. ni
menos dolorosa. Está tan turbada que no sabe que ésta o
cualquier otra solución será igual de dolorosa para Noel; si
hubiera otra forma, pero su cabeza no está hecha Para pensar
y mucho menos para buscarle soluciones a problemas grandes
ni pequeños. Es mejor hacerlo así, como el don dice. Sonríe,
pero dentro de aquella sonrisa por primera vez en su vida hay
un residuo de tristeza. Sabe que Noel no podrá seguir
trabajando en aquel lugar, que tendrá que marcharse si e s
que le queda orgullo, que andará por las calles como un loco,
que tal vez se emborrache y la maldiga, pero él también es un
hombre y sabrá hacerle frente a esta dura verdad. Le asaltan
d e repente las dudas, además del amor, le está quitando su
trabajo, el derecho a ganarse el pan, sin quererlo, la figura de
Norma regresa a su memoria, eUa también tuvo que mar-
charse por su culpa; ¿en qué clase de mostruo se ha conver-
tido?, ¿por qué todo lo que toca s e torna maldito? Ahora Noel
tendrá que hacer lo mismo que Norma, quién sabe si la vida
los vuelva a juntar y logren ser felices, pero nadie puede
asegurar una cosa ni la otra, saca el pañuelito azul de su
cartera y borra de su rostro la huella de sus lágrimas, se
maquilla nuevamente la cara y recobra su felicidad anterim.
Es como si no hubiese sucedido nada. Como si nada estu-
viera pasando, como si no estuviera a punto de ocurrir el
cataclismo que habrá d e sepultar al hombre que con ella
comparte su pan y su techo. Don Manuel la ve partir. S e
sienta nuevamente en su escritorio, no puede sostenerse en
pie con esa felicidad dentro del cuerpo. La ve alkjarse. Sabe
que desde ahora ella se siente mal, que tiene un dolor o quién
sabe qué cosa, qué le dirá a Noel que se marcha hacia la casa,
que no se preocupe que no es nada serio, que tan sólo es un
mareo, que a lo mejor está, está, está ... iMentira, mentira,
mentira!; y después, cuando él regrese encontrará su ausen-
cia. Don Manuel sigue sentado en la biblioteca de su estudio,
está pensando mientras penetra por sus oídos la música del
larga duración d e Percy Faith, que aún no concluye. Son las
11 y 29 d e la noche, exactamente. En sólo siete minutos ha
recorrido muchos kilómetros en a1 espacio, muchos siglos en
el tiempo, años d e recuerdos en e l recuerdo y horas y días en
el futuro.
Capítulo XX

Virginia se viste ante la mirada atenta de Alvaro. Y a no


siente tanta vergüenza como la primera vez. Y aunque han
estado varias veces aquí, en el apartamentito de soltero que
tiene el tío de Alvaro, hay algo que al final le dice que no todo
lo que hacen está correcto.
-¿Y si yo, saliera embarazada, Alvaro?, ¿qué haríus?
-Me casaría contigo, por supuesto, Virginia.
-Pero tu madre se opondría.
-No me importa que se oponga.
-Pero ambos somos menores. En ese caso, ¿qué harías tú si
yo saliera embarazada? ' '

-No había pensado en eso. En realidad no sk que podríamos


hacer; ¿por qué me lo p r e ~ n t a s ?
-;Por nada, Alvaro. Es que llevamos varios meses en esto y
podría ocurrir; jno lo has pensado ?
-No, Virginia, no lo había pensado. Vamos a hacer todo lo
posible para que no ocurra. De ahora en adelante tomarás
pastillas.
Pero ella hace ya un par de meses que tiene sus dudas.
en dos ocasiones consecutivas la menstruación no ha apare-
cido y siente algo de miedo. Miedo por ella y por Alvaro.
Miedo por la madre de Alvaro y por los padres de ella. Se
había hecho el propósito de pedir a Alvaro que la llevara a un
médico, pero le faltaron fuerzas en el momento preciso. Tal
vez para él no fuera fácil decirle a su madre que va a tener un
hijo en estos momentos, pero podrían buscar una solución
que la salvara del descrédito público, el aborto. Lo mejor
sería que ella fuera sola al médico, aún tiene una esperanza.
Muy pequeña por cierto, pero al fin y al cabo es una espe-
ranza. Sólo quiere que Alvaro desee tener un hijo, por eso es
que vuelve a preguntar:
-¿No te agradaríu que tuviéramos un hijo?
-;Por supuesto que me gustarúa, pero no ahora, Virginia, no
ahora ...
-jClaio -dice ella-. No ahora ...por supuesto!
Y ella k da la espalda mientras se abrocha la blusa para
que él no la vea triste, para que no vea ese gesto de desaliento
en su rostro. Sabe que la esperanza de que no sea cierto su
embarazo, es casi una no esperanza, por eso vuelve a pregun-
tarle sin mirarle la cara:
-¿ Y por qué no ahora?
-No podríumos formur un hogar, además te olvidas de mi
madre.
-jAh, si-dice ella y hace una pausa-. Tu madre...!
-¿Qué es lo que te sucede?, -pregunta Alvaro, al tiempo
que se tira de la cama. La mira frente a frente y ve las
lágrimas que ella quería ocultar.
-jDime la verdad, Virginia!, ¿por qué lloras?
Es que me molesta demasiado que tu madre no quiera
ber de mí, que tengamos que vernos así, a escondidas.
-Ya se le pasará, amor. No te preocupes por eso.
Y ella le dice que está bien y termina de vestirse. Sube al
auto d e Aivaro y espera allí adentro a que él salga, más que
nada para pensar a solas. Ya todo lo tiene decidido. Irá
mañana al médico y si es cierto todo lo que sospecha, no
dirá nada hasta que hable con la madre de él, la va obligar
tragarse todo su maldito orgullo.
Capítulo XXI

Virginia toca la puerta y la criada la hace pasar. Y ahí


está ella sentada en la sala esperando que la reciban. Y ahí
está ella. doña Irene, con un odio indecible en cada uno de
sus ojos, porque sabe bien que esa es Virginia, la de las
poesías de su hijo, que no va a ser poeta, ni actor de cine
mientras a ella le quede respiración y mucho menos habrá de
casarse con esa muchacha.
-;Te has atrevido demasiudo!, ¿qué quieres?
-¿Qué tiene usted en contra de mí, señora?
Y doña Irene:
-No tendría nada en contra tuya si dejaras a mi hijo
tranquilo.
-Es Alvaro quien no me deja tranquila. ¿Por qué no se lo dice
a él?
-Ya se lo he dicho.
Y Virginia;
-Y naturalmente no le ha hecho ningún caso, ¿verdad?
-No he querido insistir demasiado, porque como tiene otras
novias, pienso que las relaciones contigo habrán de ser
pasajeras.
Y doña Irene no sabe cómo ha podido elaborar esa
mentira tan rápido, Virginia siente que la sangre se le
evapora dentro de las venas y sólo acierta a decir;
-¿Pero entre todas esas novias, yo soy la que él más quiere...
-¿Estás muy segura ?
Y Virginia:
A s í es señora. Muy segura.
-Y cómo lo sabes?
-;Porque soy la única que él ha querido llevar a una cama y
porque le voy a dar un hijo!
Y doña Irene grita:
-;Eres una descarada!
Y Virginia comprende que ha dado en el clavo, que le ha
hecho perder la paciencia y aunque le duela, va seguir
hablando d e lo mismo.
-;No creo que haya sido ningún descaro el haberse acostado
con Alvaro. Además le voy a dar un hijo. Llevo un hijo suyo
aquí - d i c e y señala su vientre- y si fuera a la justicia él
tendría que casarse conmigo aunque usted se opusiera, lo
haría porque me quiere!
-;Eres una desvergonzada. Lo tenías planeado todo!
-;No tenia planeado nada, pero desvergonzada o no, tendrá
qbe aceptarme!
Y doña Irene siente que el murido le da vueltas porque
intuye que aquella muchacha no le está mintiendo, Pero ella
no e s un árbol que se dobla al primer azote del viento y le
dice:
...
-¿Cuánto es lo que pides? ;Yo cargaré con los gastos de
todo!
Y Virginia:
-No comprendo de lo que me habla usted, señora.
Y doña Irene:
-Te estoy proponiendo llevarte a realizar un aborto. Tengo
médicos de confianza. Y te estoy ofreciendo dinero para que
no digas nada; ¿cuánto quieres?
-No deseo nada, señora. Además no va a haber aborto.
- ~ Q L Lte~propones?
- Q u e Alvaro se case conmigo, nada más.
- N o sabes lo que dices, muchacha. ¿Has ~ e d eno tus
padres ?
-He pensado en todo.
-Sí, ya lo veo - d i c e doña Irene-. Has ~ e n s a d oen todo,
pero yo trataré de impedirlo.
-No veo cómo podrá usted hacerlo, señora.
-Ya encontraré la fonrua de que tú no te salgas con la tuya.
Ahora, si quisieras inarcharte, te lo agradecería.
Y Virginia se levanta con la frente en alto. Está cons-
ciente de que ha obtenido una victoria. Sabe que llamará a
Alvaro, le dirá que ella ha venido y le contará todo lo hablado.
Entonces s e acaricia el vientre y dice:
-;Ahora vámonos, hijo. Ya volveremos para quedarnos!
Capítulo XXII

-jAlvaro -dice la madre-. ¿No te gustaría ir a visitar a la


familia que está en España?
-jClaro que me gustaría, mamá!
-Es que la tía Monserrat está muy débil de salud y quiere que
uno de nosotros vaya a verla.
-¿Y por qué no vas tú, mamá?
-Tengo algunos asuntos que atender primero, y ella quiere
que vayamos a verla lo más pronto posible.
'
-¿Y Rosalía O Irenita ?
-Tú no sabes lo que son las mujeres casadas. Tienen que
atender al hogar y a sus maridos. Además es solamente por
unos pocos días.
-¿Cuántos, nramá?
- U n a semana a lo sumo, Alvaro.
-Pero ¿y el colegio!, perderla algunas clases.
-Podrias recuperarlas estudiando algunas horas extras.
-¿Y cuándo sería el viaje?
-Mañana bien temprano, Alvaro.
-¿Y por qué todo tan rápido?
-;La pobrecita Monserrat, tanto que te quiere. Debe sentirse
muy mal c~ulruloha llamado por teléfono diciendo que saliera
alguien para allá inmediatamente.
-Entonces debe ser tú la que vayas.
-Yo iré más tarde, Alvaro. Tengo cosas importantes que
resolver primero.
-Y el tío Manuel, ¿por qué no va él?
-Todo ha sido tan rápido, que tiene que buscar a una
persona para que le cuide la tienda. Ya he hablado con él y no
va a poder hacer el viaje de inmediato.
-;Bueno - d i c e A l v a r e . si no hay otra salida. Además no
vendría nial estar una semana por allá!
Y la doña esa miente. Esta misma mañana habló con su
hermana Monserrat por teléfono. para que cuando Alvaro
llegue le esconda el pasaporte, y que se enferme de verdad si
es necesario.
Y Alvaro se siente muy contento. S610 siente no tener el
tiempo necesario para llamar a Virginia y contarle lo del viaje
para que no se preocupe, pero ella entenderá cuando regrese.
Le va a traer una mantilla y una peineta. aunque sabe que
ella nunca va a misa.
Y cuando el tío Manolo supo lo del viaje, le dijo a su
hermana yue ella era una arpía. Que mejor habría sido que el
muchacho se casara para que aprendiera a ser responsable.
pero doña Irene no salió de sus trece. Y en su casa Virginia no
sale de su vergüenza. no puede casi con ella. Le ha contado a
su madre que se encuentra enibarazada y los padres de ella
se encuentran conque Alvaro y su madre han salido para
España, uno primero y después la otra. Y el padre de ella está
que si agarra a Alvaro. lo asesina con sus propias manos.
Pero la culpa es también de ella. de Virginia. por eso la tia
retirado del colegio y la ha mandado a parir ese hijo a casa de
unos familiares en Santiago. y desde este momento. ella ha
dejado de ser su hija. La ayudará a parirlo, pero que despuGs
decida hacer con su vida lo que crea conveniente. Que se
muera si quiere. pero que jamás se presente delante de sus
ojos. Y Virginia se marcha de la casa. no queda de ella un solo
recuerdo agradable y allá en una ciudad que apenas
conoce, en casa de unos familiares que la miran con desdbn.
siente que vive como una psloma rodeada de gavilanes que
todos los días le perdonan la vida. para poder estar seguros
d e que sufre. y que jamás podrá olvidar su falta.
Capítulo XXIII

Todo resultó más o menos como se había previsto. A las


nueve d e la mañana Lucinda entró al despacho de don
Manuel. Ha llegado hasta allá porque el don la había manda-
do a buscar para preguntarle cosas que ahora no recuerda.
Quince minutos más tarde salía de la oficina, al cuidado de la
mirada penetrante y desconfiada de Noel. A él no se le
escapó la transfiguración del rostro de Lucinda. Se le acercó
como de costumbre y la miró fijamente a los ojos tratando de
buscar una huella que motivara su preocupación. Entonces
le dijo:
-¿Qué te pasa, Lucinda ?
No se atreve a responder. Parece que se le han olvidado
todas las palabras convenidas con el don. o tal vez tiene
miedo de que adivinen la mentira que se oculta detrás del
eco d e su voz. Quiere encontrar fuerzas, pero el manantial
oculto que tiene en la garganta se ha secado, se lleva una
mano hacia la frente y sus pensamientos como que se
atropellan dentro de su cabeza, duda, casi titubea.
-¿Te sientes mal, Lucinda -pregunta Noel nuevamente.
-Sí, Noel -responde con-mucho esfuerzo- me siendo mal,
me duele la cabeza y la espalda. Creo que es el malestar del
mes; jcomprendes?
-;Creíque me habías dicho que tenías otrafecha! ...¿No será
algiina otra cosa?
-;Creo que no, son los mismos síntoma. Es que hay veces que
se me adelanta. Tú no comprendes nada de esto, Noel; eres
hombre!
-¿Qué piensas hacer?
-Voy a marcharme a La casa. Allá te espero.
-¿Por qué no le dices al jefe que te sientes mal y que te vas a
marchar? ...Debes pedirle permiso primero.
-Sí, ya se lo dije ...
-¿Qué te respondió?
En la voz de Noel hay cierta dureza y un poco de
desconfianza. Nunca se ha sentido seguro de esa mujer que
inesperadamente apareció en su vida.
...
-¿Qué iba a decir? Que estaba bien, que si me senticr
indispuesta me marchara a descansar y que si me dolía mucho
La cabeza, tomara una aspirina.
-¿Y de lo otro ?
-¿Qué quieres decir?
A Lucinda le tiembla la voz. No sabe por qué, pero
siente miedo de aquella voz, de aquella pregunta y de
aquellos ojos que se hunden dentro de sus carnes tratando de
encontrar el lugar en donde se esconde la mentira.
-;Te mandó a buscar para hablar algo, ¿no es cierto?, ¿qué
te dijo?, jacaso no puedo saberlo?
-¿Que\ te pasa, Noel? ;Si no te conociera diríu que estás
celoso!
-;Y lo estoy...!¿Qué te dijo. De qué hablaron?
-;Nada importante, Noel. Me dijo que mis ventas no habían
estado buenas. últimamente, que tratara de mejorarlas. Eso
fue todo, Noel, te lo juro, eso fue todo.
Capítulo XXIV

Noel camina silencioso por las calles. Tiene una lágrima


prisionera dentro de cada uno de sus ojos. Camina entre las
luces & la ciudad. perdido entre la multitud y todos parecen
burlarse de su tristeza. S e desplaza entre esta noche absurda
que ha penetrado en su cuerpo con violencia. Lleva un lago
d e preguntas sin respuestas, todo un mar de dudas dentro de
su ser ... ¿por qué se ha ido con él?. ;por qué ha dejado de
quererme?, i,no hice todo lo posible por verla feliz?, aunque
poco, ;.no le di acaso lo que tenía?, ;,por qué el jefe y no otro?
Piensa que ella o la vida han querido que fuese así para
hacerlo sentir más humillado, ;,por qué? ... ;,por qué?, si su
jefe e s casado y con hijos?, ;,por qué? ...
Y sigue caminando tristemente con las desamparadas
manos dentro de los bolsillos, abatido, con el alma desga-
rrada por el dolor, por la pena. Siente rabia y coraje. Si la
encontrara ahora mismo. la estrangularía por infame; pero
ahora. ;,qué va a ser de él. sin trabajo. sin Lucinda? Nada
importa ya. Puede el mundo sumergirse dentro del caos y
nada importa. A quién le va importar esta negra noche que
tienes en el fondo de los ojos, esta soledad, esta incerti-
dumbre. ;.Qué irás a hacer ahora. Noel? Una voz interior te
pregunta repetidamente. ;,qué vas a hacer ahora? No sabes
la respuesta. Unicamente sabes que no vas a volver más a
aquel sitio en donde la conociste, a ese lugar en donde
ganaste su cariño y en donde lo perdiste. Caminas, sigues
caminando sin saber a dónde ir y sin importar en cuál oscuro
callejón irás a detenerte. Tus lágrimas de hombre te han
cambiando la cara, ya no eres Noel, eres su pena, su fracaso,
remedo d e ti mismo, eres otro hombre, en un instante muy
breve s e ha marchitado tu rostro juvenil, tus hombros se han
arqueado bajo este peso imposible, ya te sientes anciano, te
sientes destruido, tu timidez se agudiza y no confías ni del
aire que respiras, crees que ella puede haber disuelto en ese
aire un veneno que te liquide, o haber puesto una fragancia
letal en el olor d e las rosas, en su polen, en el sabor a nada de
las fuentes. T e ha nacido de súbito un odio profundo hacia
-
todo lo creado; un odio hacia Dios y hacia sus ángeles que no
pudieron evitar que Lucinda se marchara a pesar que se lo
pedías todas las noches en tus ruegos; ¿qué harás ahora con
tu arca vacía?, ;,sobre cuál altar vas a colocar ese corazón
destrozado? Ni yo mismo puedo darte una respuesta. Sigue
así, caminando, en busca de otra clase de muerte, emborrá-
chate, búscate una puta cualquiera y descarga el odio de tu
sexo dentro de ella, pero yo sé Noel. que ahora no me
escuchas. que el dolor ha cerrado tus oídos y el río de tu voz
s e ha secado en la garganta. Por eso caminas en silencio con
un ruido sordo dentro del pecho, vacilante, ciego, no ves y no
comprendes, no te importan los lugares. no adivinas a dónde
t e Uevan tus pasos, no te interesan las gentes que vas encon-
trado en tu camino, ni los saludos que no te brindan porque
no te conocen, ni los ruidos, ni las luces, ni la oscura piel de
los árboles, ni su follaje, ni los cigarrillos que nerviosamente
fumas uno tras otro. Yo sé que nadie será capaz de amorti-
guar el dolor que sientes, sólo piensas en ella ahora que estás
solo. Ni siquiera la maldices y eso e s lo peor que hay en
tu pena, Noel, que aún piensas en ella con cariño, que no la
aborreces ni la odias, que la piensas buena y la extrañas
como alguien que ha partido hacia la muerte, al encuentro
siempre doloroso con lo desconocido y albergas en tu pecho
la esperanza blanca d e que ella regrese un día, que se llegue
hasta ti para dormirla en tus brazos, para besarla de un modo
diferente para que jamás te deje, para que nunca te olvide,
para darle tu perdón sin que ella lo pida, para ofrecerle tus
caricias sin un remordimiento y sin una explicación, sin
regaño siquiera, pero sabes que te engañas, presientes que
eso no va a suceder jamás, porque ella ya te olvidó, porque
ahora s e encuentra en otros brazos brindando unas caricias
que hasta hoy fueron tuyas, jadeando bajo el peso de otro
cuerpo, recibiendo otros fluidos menos generosos, más
cómoda tal vez, sin extrañarte, sin un solo recuerdo para ti,
sonriendo a cada instante, poseyendo otro cuerpo y siendo
poseída, palpando otros deleites en otra habitación con más
aire y con más luces, escuchando en el stereo un disco vulgar,
sentada en los mullidos muebles de la sala. a6riendo el
congelador nuevecito, caminando hacia el balcón que mira
hacia una calle solitaria y el don, el asturiano, su nuevo jefe
en todo y para todo, feliz porque Lucinda es suya, porque sus
carnes tibias le pertenecen enteramente, contento en sus
pijamas azul clarito como un pedazo de cielo de algodón
teñido, con una sonrisa de satisfacción alrededor d e los
dientes, marrones por el tiempo y el tabaco. El la llama con
una voz muy dulce y ella vuelve a sus brazos y lo besa en la
incipiente calva, le acaricia el pelo de ceniza y platino y le
dice que lo ama, que es la mujer más feliz que existe en todo
el universo y brota entonces una confesión compartida, un
secreto común y don Manuel el asturiano se siente dema-
siado feliz para poderlo expresar su dicha con palabras y aprieta
el cuerpo d e Lucinda contra su pijamas de un color de cielo
tramado en algodón que cubre sus agrietadas carnes mas
blancas todavía que sus manos, carnes marchitas por el sol y
por el aire, por el tiempo y el trabajo, con renovadas pasiones
que hacen arder su piel con unos calores que sólo se apagarán
al contacto d e su cuerpo con el cuerpo de Lucinda y enton-
ces. la desnudez se hace común y caminan hacia el lecho
mullido y silencioso. S e abrazan, se besan, se acarician
mutuamente con esos gestos tan antiguos como la totalidad
del tiempo. Don Manuel entonces se levanta, va a la cómoda
y busca un paquetito que guardó allí cuando llegó. Regresa
d e nuevo y Lucinda lo mira sonreído, piensa que es un
pequeiio presente. El le pide que cierre los ojos y que abra las
piernas. Lucinda le obedece no sin sentir cierta extrañeza. le
pregunta qué e s lo que está haciendo y él le responde:
-jTe estoy devolviendo la virginidad!
Lucinda abre los ojos. Trata de incorporarse pero su
marido s e lo impide, quiere tocar aquella cosa incrustada en
el portal de su sexo. pero igualmente don Manuel se opone.
-jNo, no lo toques! -le dice suplicante y ella le obedece.
El asturiano apaga la luz de la habitación y se hace la
oscuridad. El jadear nace de nuevo y brotan espontáneos los
besos. Lucinda siente que ese cuerpo extraiio incrustado en
su sexo s e quiebra fácilmente al primer contacto con el sexo
d e su amante. El ritmo de sus cuerpos hace que se olviden de
todo lo creado, el mundo se va poblando lentamente con
fantasmas de plata y una constelación de luces desconocidas
los ilumina y viene la humedad. el rocío, la lluvia, las
lágrimas. la saliva, el sudor, la humedad. la humedad la
humedad la humedad ...
-¿Qué era aquello? -le pregunta Lucinda.
-No sé de qué me hablas! -responde el asturiano.
-jAquella cosa que me pusiste entre las piernas antes de
empezar!
-;Ah! - d i c e don Manuel como si lo hubiera olvidado-.
NO lo quieres creer, te devolvi l a virginidad!
Lucinda no sabe qué hacer y se lieva las dos manos al
sexo, horrorizada.
-jNo te pongas así-le dice-. ;Es un trocito de tela de la
más fina, de color carne!. Siempre lo he hecho, no es la
primera vez. Sólo pretendí idealizar nuestra unión.
Noel en la calle sigue caminando en el centro de esta
noche sin luna y sin estrellas, camina solitario, ya ni siquiera
piensa y no sabe en donde está.
Capítulo XXV

Y claro que Virginia después de todo tuvo mucha suerte,


porque encontró a un sastre que se hizo cargo de su juventud
y de la criatura que llevaba en el vientre. Lo conoció una
tarde de mayo en el parque Duarte y fue casi por accidente.
Claro, que no les miento, ella fue a subir unos escalones y
resbaló, él vino a levantarla y así fue como se conocieron, no
casi, sino a causa de un accidente. Y después se sentaron en
un banco y comenzaron a hablar, al final ella terminó con los
ojos anegados en llanto. No pudo contenerse delante de él.
Le contó toda su desgracia y él prometióque le daría toda la
ayuda que le fuese posible, comenzando por su amistad que
tanto necesitaba. Y así estuvieron viéndose durante un par
de meses todos los días, hasta que él le dijo que viniera a vivir
con él, que no le importaría criar un hijo de otro y ella no
vaciló, le dijo que se marcharía con él porque no podía
soportar a esos buitres que todos los días le perdonaban la
vida. Y ahora. aunque no es feliz, la vida le ha ido mucho
mejor que antes. Si tan sólo pudiera olvidar. Y ahí está la
niña que no es hija de su marido, pero que él la quiere igual
que los otros hijos que le ha parido y que lo llama padre lo
mismo que los otros y él la llama hija, sabiendo que es de otro
hombre y sabe que un hombre así merece ser amado y ella no
sabe si lo ama, o si sólo es una gran cariño lo que siente, pero
de lo que está segura, es que no lo abandonará nunca en la
vida, aunque no se case con ella. porque eso poco importa, le
basta con las caricias que le prodiga cada noche, con las
atenciones que tiene durante el día, le es suficiente tener
esta casa alquilada en donde vive con esos dos hijos que le ha
parido y en donde espera el otro que está por nacer, si tan
sólo pudiera olvidar. Y a sus padres no los ha vuelto a ver, no
quiere verlos, sabe que están vivos, que han prosperado, que
sus hermanos estudian ya en la universidad. que su madre ha
hecho intentos de reconciliación mandándole recados que
ella da por no recibidos y los perdonaría si tan sólo pudiera
olvidar sus sufrimientos, la vergüenza de haber sido arrojada
de la casa, abandonada como un cordero entre lobos ham-
brientos, y de Alvaro sabe que ha regresado de España, ha
visto su foto en los periódicos, han pasado ya quince años y es
como si todo hubiese sucedido ayer, graduado en arte escé-
nico, que es lo que siempre quiso ser, y ella se siente cansada
d e tanto que lo amó, que ya no puede amar a nadie más, ni
siquiera a ese marido que la socorrió cuando más desespe-
rada estaba, y ha visto el retrato de Alvaro en los periódicos,
s e encuentra tan cambiado, tiene ya una calvicie prematura,
y ha llegado coronado por la fama; "el famoso actor y director
teatral", pero todo es mentira, para ella es un farsante, tan
falso como todos los personajes que debe haber represen-
tado, pero eila fue su mejor comedia, su farsa más perfecta.
Ante ella representó el papel de hombre que la amaba y
después s e marchó dejándola embarazada de esa hija que
gracias a Dios no le ha faltado nada, ni siquiera un padre,
porque tiene uno que aunque no lleva su sangre la ama
demasiado, esa hija que sin embargo no ha tenido todo lo que
debería tener. "Destacado director teatral", dice la prensa y
¿qué sabe la prensa de él?, un truhán es lo que es, si ya eso se
adivinaba en su vocación de fingir y ella tan ingenua que
creyó todo lo que le decía y se le entregó por entero, si tan
sólo pudiera olvidar. Olvidar todo lo débil que fue, la forma
de su humillación, como fue echada de su casa, despreciada
por su familia, sobre todo por su padre, que se decía comunista
y otras cosas, pero que se ha convertido en un burgués
igualito a los que él criticaba, si pudiera olvidar que sufrió
privaciones. que lloró y todavía sigue llorando por las noches,
pero sonriendo durante el día para que nadie conozca de su
infelicidad, y se le antoja pensar que ella es tan buena actriz,
como él es buen actor, que ella finge su felicidad para que
otros sean felices, que paga con una alegría falsa los desvelos
de su marido hacia ella y sus hijos, sobre todo con la mayor
que ya ahorita tiene los dieciséis y que cree que Juan es su
padre, que no se imagina que su progenitor es Alvaro de la
Colina (su nombre artístico de ahora), que no lo sabrá jamás,
porque ni ella ni nadie se lo dirá, él no sabrá nunca que la dejó
embarazada el día que la abandonó, y ahora después de más
quince años ha vuelto a cosechar los laureles sembrados en
otras tierras y a lo mejor ha venido casado con una igualita
que él y si es así, su madre estará muy feliz; y a lo mejor tiene
hijos, y tiene que tenerlos porque quince años no son quince
días y debe haber formado una familia, y todo ese tiempo sin
mandarle una sola carta, y eso se lo podría perdonar porque
tal vez no supo nunca su dirección y las envió a casa de sus
padres y como a ellos no los ha vuelto a ver, a lo mejor sus
cartas están perdidas en algún cajón, o quién sabe si las
tiraron al zafacón sin siquiera leerlas, o si después de leídas
las quemaron, todo eso es posible, pero pudo haber regre-
sado una vez en esos quince años y salir a buscarla, no hay
muchas Virginias del Rosario en el país, y pararse en cada
esquina y gritar su nombre hasta que ella se hubiese asomado
a una ventana cualquiera y lo llamaja por su nombre; "iAlva-
ro, mi Alvaro del alma!", pero no vino y si vino ella no llegó a
enterarse nunca, a lo mejor prefirió quedarse entre los fríos
inviernos asturianos (dice esto porque no se enteró que
después se fue a vivir a Madrid), mientras que a ella el frío de
la soledad y la vergüenza la consumían y es lo que no le
perdona, que la hubiese olvidado tan pronto, quince años no
es mucho tiempo cuando se quiere de verdad, por eso es que
aún espera que vaya de pueblo en pueblo pronunciando su
nombre, para decirle cuando la encuentre, que ella todo lo ha
olvidado, hasta que lo quiso mucho, pero que después de
todo todavía sueña con él, que aún tiene orgasmos de llanto
cuando recuerda su rostro, que él está presente en todas sus
pesadillas, que cuando el otro la toma en sus brazos y la
posee, piensa que todos estos hijos que tiene pudieron haber
sido suyos y al varón que nació después de la primera niña se
habría atrevido a ponerle su nombre, pero no lo hizo porque
respeta a ese hombre que le ha dado todos los días el pan que
él no le ha dado a su hija, por eso lo respeta, porque le ha dado
a eila todo a cambio de muy poco, por eso es que a él tampoco
puede olvidarlo, lo recuerda casi siempre, no sabe si con
amor o con odio, pero no puede olvidar la herida que dejó su
partida, si tan sólo pudiera olvidar, pero no puede hacerlo
porque junto a ella tiene un pedazo de élque la llama madre y
s e le parece tanto, tiene sus mismos ojos azules y su misma
sonrisa triste, tal vez, es que ella quiere que se parezca a él,
porque descontando los ojos, todos los rasgos son de ella,
pero ella quiere verte en cada uno de sus gestos para odiarte,
que e s como si te amara en forma diferente, porque ella no te
ha olvidado, porque ahora que sabe que estás aquí no deja de
pensar en tu figura en ningún instante y por eso es que piensa
que si tan sólo pudiera olvidar, tal vez algún día podría volver
a ser feliz.
Capítulo XXVI

La crítica dice:
"La noche del 23 de mayo constituyó una reiteración de
lo que la crítica europea había dicho acerca del magnífico
actor y director teatral, Alvaro de la Colina. Para el debut en
su patria eligió el difícil Hamlet, en donde al par con su
habilidad como director, pudo lucir sus grandes condiciones
histriónicas en el papel principal de la obra de Shakespeare.
El célebre monólogo no sólo fue convincente, sino que
en ciertos momentos se convirtió en un espectáculo conmo-
vedor. Su contrapartida, Ofelia, estuvo a cargo de la prime-
risima actriz Violeta Valerio, la que no sólo hizo galas de un
profesionalismo ilimitado que deleitó a todos los asistentes al
Teatro Nacional, sino que con su hermosa figura y sus ade-
manes precisos hizo que el Hamlet presentado anoche cons-
tituyera un espectáculo que no será olvidado por mucho
tiempo. Etc., etc., etc.. etc .,...

Timoteo Harrison
El Heraldo
"La atmósfera de anoche en el Teatro Nacional estuvo
cargada de un dramatismo patético. El público se sintió
conmovido ante el duelo histriónico que presentaron los
primerísimos actores Violeta Valerio y Alvaro de la Colina en
los papeles de Ofelia y Hamlet, respectivamente.
La escena de la locura de Hamlet fue tal vez demasiado
convincente, su monólogo estremecedor y algo que no pudo
ser visto, pero sí sentido por el público, la dirección, virtual-
mente ajustada. La primerísima actriz Violenta Valerio des-
lumbró al .público con su belleza y con su'dominio del
escenario. Sus parlamentos fueron claros y sus gestos mar-
caron con precisión lo que las palabras no alcanzaban a
significar. La intensidad y el profesionalismo de todos los
actores nos ofreció una magnífica representación de la obra
de Shakespeare. Etc., etc., etc.,

Carolina de Jesús
La Opinión
bb
Con un elenco cuidadosamente escogido se presentó
anoche en el escenario del Teatro Nacional, el Hamlet del
inmortal Wiliam Shakespeare.
Todas las exigencias técnicas de la obra fueron hábil-
mente superadas por una dirección sumamente profesional,
la cual estuvo a cargo del primer actor Alvaro de la Colina,
quien además de dirigir la obra, tuvo sobre sus hombros la
dificilísima representación de Hamlet.
La escenografía y la iluminación supieron dotar del
patetismo necesario aquellas escenas que así lo precisaban.
La locura de Hamlet nunca pareció fingida. Violeta Valeno
en su papel de Ofelia supo imprimirle a su personaje toda la
dulzura y el dolor que le eran necesarios para dejar en el
ánimo de los espectadores la impresión de que más que una
obra teatral, estaban presenciando un drama cotidiano. Etc.,
etc., etc.
Mercedes del Pino
El Trajín Diario.
Y todos los actores se sienten más que satisfechos con
las ovaciones que les ha tributado el público. Tantas veces
salieron al escenario, que ya no lo recuerdan, pero fueron
muchas y después a celebrar el éxito con champagne en los
salones del Embassy Club y desde luego que la mayor parte
del éxito hay que acreditárselo al señor de la Colina, quien no
dejará que se marchiten estos laureles en su cabeza y ya tiene
a Casona en la colina, quiero decir en la cabeza y a su Dama
del Alba, y a lo mejor no llega sola, porque he oído decir que
quien con ella viene "la tía Beatriz" la que "hace un milagro"
y que se va a quedar entre nosotros, después de haber pasado
"Unas vacaciones en el cielo" leyendo la "Fábula de los
cinco caminantes", y más que nada, porque quería quedarse
acompañando a un amigo que trata de olvidar su complejo de
"Edipo" y que en su locura no se cansa de decir que es "rey",
ella no comprende ese sentimiento extraño que no es de
cariño ni de odio hacia "La madre", esa misma que lo envió a
España, mientras ella se quedaba parloteando con las "Ale-
gres comadres Windsor", que no eran de Windsor nada, sino
de Naco, o del Ensanche Piantini, o del Mirador Sur, uno de
esos bamos elegantes en los cuales "Todos los gatos son
pardos" y en donde todos los burgueses que viven aliá,
incluyendo su madre, tienen "Las manos vacías". Habría
querido quedarse por allá, para que su venida hubiese sido
celebrada como "El regreso de Matusalem", pero ya que está
aquí, compartirá sus conocimientos con todos, no se va a
quedar haciendo "Mucho ruido para nada", eso le'dará la
oportunidad de conocer algunas de "Nuestra(s) Natacha(s) y
una que otra "Cándida" frívola y coqueta que le ofrezca sus
encantos, porque en el mundillo de teatro hay de todo y para
todos". Claro que tendrá el tiempo suficiente para vivir, para
actuar y para enseñar lo que sabe desinteresadamente, sin
necesidad de que lo confundan con un "Mercader de Vene-
cia", ni de Santo Domingo, lo que más ambiciona es conver-
tirse en un "Pigmalion" y encontrar muchas Eliza Dootlitle,
sin temor a que sus acciones sean en una "Comedia de equi-
vocaciones A , porque después de todo tiene validez aquello
de que "Bien está lo que bien acaba".
Capítulo XXVII

La vida de Lucinda Darece una espiral de aciertos, pero


también d e silencio. Tiene todo lo que quiere, menos la
verdadera felicidad, aquella que se siente al lado del ser
amado. Al don le tolera todo, sus manías excéntricas, sus
celos sin razón, su venir de vez en cuando, su encierro obliga-
torio. Sus noches compartidas con él son un calvario, pero no
l e importa, tiene todo lo que el capricho se antoja, todo lo que
siempre quiso, y además el cariño de un hombre cjue parece
adorarla, sólo que ella no lo quiere del mismo modo. A veces
piensa en Noel (él fue el primero en poseerla, el primero en
tocarla íntegramente), no mucho por supuesto, no quiere
torturarse pensando en el daño que le ha hecho, hasta piensa
que lo quiso un poco y que lo habría amado más si no hubiese
sido tan pobre. Siente que su cariño por él no ha muerto
dentro d e su pecho, pero e s que él es tan pobre y ella se sabe
tan hermosa. Allá adentro siente pasos. No sabe si e s dentro
d e su alma en donde ocurren estos ruidos o en una de las
habitaciones de este apartamento, pero es don Manuel que se
acerca y ella borra a Noel de su memoria, sólo pide que en
esta hora incierta un ojo milagroso la ilumine. Noel. León. El
no. Sin arca para guardar sus sufrimientos. Sin melena ni
garras para luchar contra la dureza de la vida. La negación, el
espíritu que s e mira y no se ve.
Capítulo XXVIII

~ C L Qque
~ Onecesito personas jóvenes, pero tú lo eres dema-
siado!, ¿qué edad tienes?
-Ya pronto cumpliré los dieciséis.
-¿Y cómo te llamas?
-Alfonsina López.
-Es un bonito nombre para una actriz, como el de Alfonsina
Storni, ¿la conoces?
-Desde luego que sí. También me gusta escribir poesías. Las
de Alfonsina Storni me gustan mucho.
-También a mí. Me gustaría mucho que me enseñaras lo que
escribes.
-jQuién sabe si algún día se las enseñe, porque no vivo aquí!
-Y, ¿en dónde vives ?
-Vivo en Santiago y estoy aquíde vacaciones en casa de unos
familares de mi padre. Leí sus declaraciones en los periódicos
y he llegado a pensar que me gustaría ser actriz, además de
escritora.
-jAlfo~sina López, la gran actriz y escritora dominicana!,
¿no te gustaría llamarte Alfonsina Storni!
-No, solamente me gustaría escribir como lo hizo ella y morir
como murió ella.
-Tan joven y ya piensas en la muerte.
-Morir a veces es necesario. Hay personas que mueren todos
los díus. Yo quisiera morir una sola vez y que todos me recuer-
den, igual que a Alfomina. Creo que en su muerte hubo mucho
de poesia, tal vez fue la mejor de todas las suyas.
A r e s una trágica nata. S e r h una magníjka actriz. Es
posible que yo pueda ayudarte.
-No creo que será mucho lo que usted pueda hacer por mí.
Recuerde que no vivo en la capital.
-Tal vez tus padres consientun e; dejarte con los familiares
que tienes aquí.
-No lo creo, porque ellos son muy pobres.
-Yo podría hacer que te concedieran una beca.
-jSería mcrravillosol
-2 Volverás mañana ?
- S i usted me lo pide ...
- C l a r o que sí. Quizás podría darte algunas explicaciones y
ensayar alguna escena fácil. Tengo algunas obras escritas
desde hace mucho tiempo y podríamos adaptarla para ti.
P e r o si aún no sé actuar...
-Actuar es igual que vivir. Así de sencillo ...
-Volveré mañana. Ahora me murcho porque es tarde.
-Agradezco mucho tu visita.
H a s t a mañana.
Alvaro se ha quedado con la figura de Alfonsina en la
retina de los ojos. Clavada como un dolor en el pecho. Tal vez
sea muy joven para él, pero eso np importa. Una vez más le ha
sucedido lo mismo, ha tratado de encontrar en un rostro
extraño a otro rostro cuyas facciones no recuerda, una cara
que ya tiene olvidada, pero que muy de tarde en tarde se
asoma a su memoria. Repite el nombre de Alfonsina, la que
siempre vivió enamorada de la muerte, la que ahora ha
resucitado y la que amenaza con enseñarle a conocer otras
formas de vida, Virginia o Alfonsina, las dos muertas de
hidrógeno y de peces, de moléculas de oxígeno y de algas,
sólo quiere que una de las dos se hagapresente mañana, que
resucite de su lecho de arena, o que venga pasado mañana,
todos los días del mundo envuelta en una lluvia d e corales,
nada le importa y todo lo apostará a un sola baraja, la estabi-
lidad del hogar, la tranquilidad de su madre, el sosiego de su
esposa, la cercanía de los hijos, ellos necesariamente no
tienen porqué enterarse de esta comente de agua que fluye
d e él hacia el océano, ella será una alumna más. un árbol
diferente en medio de un bosque umbroso, una estrella más
brillante dentro d e una constelación lejana, una gota de
sangre luminosa dentro de sus venas, un destello cegador
dentro de los ojos, un temblor diferente en cada una de sus
manos. Ella es como un sol que ilumina a todos los planetas
dentro de esta galaxia, su sonrisa es pareja, limpia y espon-
tánea, su cuello moreno gira sobre sus hombros con orgullo,
sus manos son dos palomas grises que se mueven seguras, su
busto deja adivinar dos prominencias a través de la blusa, el
escote muestra las pendientes arqueadas de unos senos
redondos y un caminito estrecho que conduce al paraíso, su
cintura e s estrecha y sus caderas anchas, sus muslos dos
columnas, sus pies carecen de alas, pero ella flota cuando
camina. En su rostro hay inocencia y también determina-
cibn, a veces está seria y es hermosa, a veces está sonriente y
e s hermosa, sus ojos grandes y azules hablan de penas
y estrecheces, su nariz pequeña es atrevida y esa boca
partida en dos mitades desiguales (tan parecida a otras bocas
que llegaron a besarlo) le trae preocupaciones indecibles, no
sabe cómo definir esa sensación que tiene dentro del pecho,
no cree que sea amor, tan sólo es una ilusión pasajera, una
amenaza d e lluvia que lo moja por dentro, una espina en la
garganta, un ruido constante en los oídos que tan sólo pro-
nuncia su nombre, el d e ella, Gómez, López, o Storni. es lo
mismo, que más da, ahogada en su propia juventud dentro de
su propia sangre calurosa, una niña con formas d e mujer, una
mujer con cara d e inocencia y lo peor de todo es el tener que
romper su candidez y cuando llegue el día de mañana, el
tener que decirle:
-jAqui tengo una obra para que la ensayemos. El personaje.
que representarás se llamará Alfonsina!
-Y a lo mejor tú te llamas Alvaro.
-Sí. Pero primero deja que te explique el argumento.
-Prosigue.
4 e trata de un director de teatro que trata de enseñar a una
alumna que se le presenta de improviso y ala que hace repre-
sentar un pequeño papel.
-¿Y cómo lo hace?
-Ya estamos representando sin que te dieras cuenta. Para el
caso no importa que te llames Alfonsina o Virginia. Tú
responderás como lo has hecho, lo primero que se te ocurra.
-¿Por qué Alfonsina o Virginia?, jacaso me conoces?
-;Hay algo más de ti que deba conocer?
-No, pero me extraña el que utilices el nombre de Virginia.
-Es por lo que Virginia Woolf. Tú sabes que ella murió en la
misma forma que Alfonsina Storni.
-Y ahora yo tengo que ahogarme en el río Ozama.
-;Magnífico, has dicho una hermosa tontería, ¿pero por qué
no mejor en el Yaque?, ¿o en mis brazos?
Y hay una paqsa, una preparacibn de los instintos.
Alvaro s e separa y lleva una mano a la cara como si
estuviera pensando. en un gesto que e s muy suyo.
-Te parece bien que repitamos el ensayo una vez más. Ahora
lo haremos más verídico, el público tiene que creer todo lo que
ve.
-Está bien, pero será la última, porque me siento agotada.
Y 61 la toma en sus brazos y la besa. le acaricia los
cabellos. mientras que mirándola fijamente a los ojos. le
dice:
-;Te unlo mucho, Virginia. Te amo!
-Mi nombre es Alfonsina y no quiero rnorir ahogadcz.
-No me importa tu nombre, te amo igual.
-jPoi favor, no me beses ...
-;Deja que te bese hasta el cansancio ...
-Y ahorn, 2qLCé estfís hacirniio?
-;Quiero rerte los senos y bescirlos tantbie'n.
-;Pero eso no estú en cl libreto!
- S I : está, pero ahora no tengo tiempo de mostrártelo.
-;Por favor, no prosigas!
-;Déjanle quitarte la blusa!
-¿Crees que sea necesario ?
-;Claro que es necesario. Si no, ¿crees que me atrevería?
Y la boca de Alvaro se detiene en sus pezones y las
manos le acarician el cuello y le frotan el vientre y le corren el
cierre de cremallera de la falda y ella está desvanecida ante
tanto realismo. no sabe que es lo que ahora le sucede, pero
casi lo adivina, y la respiracibn se nota fatigada, es como si
estuviera a punto de morir ahogada dentro de este mar de
besos y caricias y él sin que ella pueda evitarlo, se desabo-
tona la camisa y se tiran en el suelo y muestra todo su velludo
torso, sus brazos musculosos y ella ya no quiere respirar este
aire infame que corre encima del planeta. quiere ir a otros
espacios. viajar a otras galaxias. vivir en otras constelaciones,
o ahogarse dentro del mar y Alvaro está ya en calzoncillos y
ya ella está sin la más íntima de sus prendas de vestir y él se
encuentra desnudo, ardiente, traspasando el calor de su
cuerpo hacia el cuerpo de ella. a través de sus caricias y sus
besos. a través de los muslos de ella, que jadea. que ya se
está ahogando. que ya sus pulmones se están llenando de un
Iíquido claro como el agua. pero que no es agua de mar. ni de
río, que se está llenando de deseos, de un querer que él la
penetre y d e un temor a que él la posea. que ahora está muy
rebosada de una duda indefinible que no la deja pensar clara-
mente. "actuar es como vivir" y ella no sabe ahora si actúa o
si vive, o si s e está muriendo ahogada en océano de fuego y ya
están los cuerpos paralelos. las bocas una enfrente de la otra.
sus miradas tropiezan. la lengua de 61 dentro de sus oídos. la
humedad de ella frente al sexo del otro. los sudores metálicos
mezclándose. hay un cerrar de los ojos y la oscuridad se hace
presente, tiemblan las cuatro paredes y se viene abajo el
techo, un vaso d e cristal cae de la niesa y se rompe, un
Iíquido rojo y espeso s e esparce por todo el piso. hay un
quejido que cruza doloroso de un extremo a otro del universo,
una mancha roja que taladra y hiere las baldosas y ella quiere
morirse y él quiere que ella viva, que no s e marche nunca.
que s e quede con él para siempre y dos lágrimas s e asoman a
los ojos d e ella y él entonces le dice:
-¿Por qué lloras, Virginia?
-jMe has engañado, Alvaro. Y no me llames Virginia.
-;No temas, voy a estar siempre contigo!
-;Ya no soy virgen. No sabes la vergüenza que siento!
-;NO tienes por qué avergonzarte!
-;Esto ha sido demasiado para mí. Quisiera morirme!
-2 Qué haces ?
-jMe visto!
-¿Puedo llevarte a tu casa?
-;NO!
-¿ Volverás mañana?
-Ni mañana, ni nunca.
-Espera, yo iré contigo.
-Quiero estar sola. No me sigas, ni me busques.
Capítulo XXIX

Don Manuel sale de la recámara. Se ha vestido rápida-


mente y se marcha para la tienda. Otra vez allá volverá a ser
el jefe, el mandamás, el despreciable asturiano, más astu-
riano y despreciable que antes, mucho más odiado porque
todos saben lo que le ha hecho a Noel. Del pobre muchacho
nadie ha sabido nada. Nadie le ha vuelto a ver la cara, todos
lo querían por bueno, por humilde, por tan callado e inofen-
sivo, por tan amigo y la desgraciada de Lucinda hacerle eso a
Noel que la recogió de la calle, alguien que no sea Dios debe
cobrarle todo el mal que ha regado por donde quiera que
pasa. Y al cabrón de don Manuel también, debe quemársele
la tienda y tener el seguro vencido. A este nialvado asturiano
que ahora lleva metido entre las arrugas d e su frente una '

preocupación que no se atreve a compartir con nadie y mucho


menos con Lucinda. Ya sus noches fuera del calor del hogar
son demasiado frecuentes y sospechosas para su esposa y
para sus hijas. Ya no sabe si es niejor soportar las riñas de su
esposa o la presencia d e Lucinda, pero lo malo de todo esto es
que a las dos las quiere, de un modo diferente a cada una eso
sí, pero las quiere. Necesita la presencia confortante de su
esposa, su seguridad y su abnegación. pero también se
le hace necesario el cuerpo de Lucinda, el calor que se des-
prende d e sus carnes. la dulzura de su voz y sus caricias. Ella
lo hace sentir que e s hombre nuevamente, ella le ha quitado
años d e encima, lo ha devuelto a la edad de veinte años o aún
más, a los quince, a la edad exacta en que Ikgó a la plenitud
del conocimiento de sí mismo. No encuentra qué hacer, su
esposa le ha dicho que si hay otra mujer en su vida, está
dispuesta a darle el divorcio y a ella no le quedan dudas de
que esa mujer existe, sólo que no sabe quién es, ni conoce su
nombre ni su domicilio. Quizás no sepa la verdad, pero la
intuye, las mujeres tienen un olfato muy delicado para esto.
S e ha hecho un propósito, únicamente durante el día irá a ver
a Lucinda, le iobará un par de horas al trabajo de la tienda,
pero las noches las pasará debajo del tibio techo de su casa.
Si Noel estuviera aquí todo hubiese sido diferente, en él
podía confiar, pero entonces no tendría a Lucinda. Aunque
no le ha dicho nada a Lucinda, sabe que ella entenderá; tiene
que ser comprensiva, tiene que entender su dilema y no
enojarse. S e despide con un beso y detrás de la puerta,
inmóvil dentro d e su bata de organza transparente, Lucinda
s e queda pensativa.
Capitulo XXX

Esa mujer que está ahí, se encuentra mirando el lejano


cruce d e las calles, su vida desierta y solitaria, la infinita
delgadez de su existencia, el terreno baldío que se abre
delante de sus ojos, el cansancio que siente en la espalda y en
la nuca, está viendo la cansada piel que cubre las carnes de
su cuerpo y el verdadero amor que no acaba de llegar, el que
s e perdió el día en que abandonó a Noel, ese amor que está
maduro en lo profundo de su pecho y que ya amenaza con
marchitarse. Esa mujer que está ahí, se aleja un instante de
la ventana, pero en el fondo de los ojos aún vibra el panorama
gris que se cubre con la tarde, el edificio blanco situado a la
derecha, de seis pisos exactamente. con sus ventanas como
pupilas que miran hacia todos los lados y que ahora comien-
zan a abrir los párpados lentamente. a iluminarse con la
claridad del hombre, con sus pequeños soles viajeros, con
sus minúsculos s i s t e m a ~ s u s ~ e n d i den
o sel techo que orbitan
alrededor del fuego y de las nubes, alrededor del sueño, del
llanto y de la soledad. Esa mujer que está ahí regresa al
balcón de su apartamento. La oscuridad ya le pertenece a la
noche y a sus ojos, a la brisa que circula allá afuera. Ella se
mira a sí misma, no tiene la necesidad de un espejo para
verse, s e siente extenuada y el rostro sudoroso. no siente
ánimos para despojarse de la ropa, tan sólo quisiera sentarse
allá afuera, en el balcón, y quedarse un largo rato pensando,
mirando los imaginarios ojos de Noel que en medio del
recuerdo son como dos soles que se reparten dentro de
esta oscuridad reciente; otra oscuridad más negra y densa la
tiene confundida, pero está muy cansada para fijar por
mucho tiempo su mente en aquel rostro perdido y para
pensar en la desgracia d e saberse sola, aunque tiene un
hombre que le paga la casa, que le costea sus pequeños
gastos de alimentos y la ropa, pero no son suficientes sus
desvelos. y los minutos pasan sin que los sienta deslizarse
por encima de su cuerpo, por su memoria rebosaza de re-
cuerdos tristes, sin embargo, ahora Lucinda no está sola,
tiene alrededor un ramillete de miradas que se posan sobre
ella, su soledad es solamente un mito, Noel la ve todas las
noches en sus sueños y se inventa muchos rostros iguales con
millones de ojos para mirarla y poder encontrarla en todos los
rincones en donde ella se oculte. Su aparente soledad en
medio d e este desorden mental no la deja adivinar la razón
por la cual se encuentra detenida en el tiempo, sentada en su
balcón mirando todo lo que la rodea sin poder ver más allá de
sus pensamientos, esa frontera incierta que la remite a otros
confines tenebrosos y lúgubres, ¿qué le sucede? ¿por qué se
queda ahí y no va a asearse, como hace siempre que llega de
la calle? Hoy e s un día diferente, es como si estuviera
cansada d e vivir. Toma una servilleta que al azar dejó
olvidada encima de la mesita, y se seca el sudor de la barbilla
y de la frente en un acto irreflexivo, como si quisiera con ese
acto borrar todo el pasado que en un flujo continuo acude a su
cerebro; no e s que está calurosa la noche, e s que su cuerpo
tiene aún adherida a la piel los residuos calurosos del día, sus
horas extenuantes y sus minutos. Aspira profundamente una
bocanada d e aire y el &ígeno de sus pulmones se renueva lo
mismo que sus pensamientos, ve su infancia en un pueblo
olvidado; sus calles llenas de baches, sus pies descalzos, sus
cabellos mojados bajo la lluvia pertinaz, los gruñidos de su
madre, la sonrisa buena d e su padre, la miseria que rodea a
toda la familia como una trinchera redonda que cada día se
estrecha más como una esfera infame. Toma la decisirín
entonces d e marcharse a otros prados más verdes, a lugares
en donde el agua de los ríos tuviese más del color delcnstal y
el aire más oxígeno y sus quince o dieciocho no s e vean
marchitados por el calor de una mano que quiera aprovechar
su desventura, no quiere aceptar obligada por el hambre el
calor que emane del cuerpo de un hombre.
Ella siempre lo supo todo, siempre quiso conocer los
placeres más diversos, otros éxtasis que al final se convirtie-
ron en torturas y no fueron más que un refugio en donde s e
ocultaron otras clases de miserias, pero para aquel primer
hombre que pasó p r encima de su cuerpo tiene recuerdos
buenos, él la sacó de en medio de una noche d e luna
incompleta, del centro mismo del infierno y la llevó a su
hogar, a su cubículo de fiera asediada por la ignorancia, en
donde conoció más penas que alegrías, pero en aquel mo-
mento cualquier sitio era mejor que la amplitud de las calles y
la soledad de los parques, que su pueblo lleno d e baches y
casas derruídas, su pueblo escondido allá lejos, en los confi-
nes del mundo. Sí, a Noel lo recuerda de vez en cuando con
cariño, él l e dio techo cuando lo necesitaba, compartió con
ella su sudor y su cariño, le dio todo lo que tenía, no lo que le
sobraba. En medio de este desorden mental que no le deja
adivinar la razón por la cual s e encuentra detenida en el
tiempo, sentada en su balcón mirando todo lo que la rodea sin
ver más allá d e sus pensamientos, viendo desfilar todos sus
amores pasados, sus amores de niña en esa frontera incierta
que la remite a otros confines tenebrosos y lúgubres. El día
de hoy le parece diferente, es como si se sintiera cansada de
vivir, y le hubiesen corroído el alma. Ahora la vida es otra
miseria, ni mejor ni peor que la anterior, sólo ha podido
descubrir que aquí, en esta ciudad, el centro d e !a espiral es
más estrecho y los tentáculos del pulpo más amplios. Los
besos del asturiano le saben a estopa, ella es demasiado
mujer para sus bríos decadentes, para sus visitas ocasiona-
les, demasiado para sus ojos opacos y codiciosos, para su
cabeza llena d e canas, para su cuerpo delgado lleno de
anugas, para esas manos tan suaves que no se hicieron para
las caricias. El era su diner0.y nada más. lo contrario a lo que
sentía dentro d e su pecho, él es tu soledad y tu esclavitud, te
ha convertido en la otra, en el amor que se mantiene oculto y
d e vez en cuando ilega con sus manos buitres en busca de la
carroña, demasiado cansado para sostener un vuelo soste-
nido encima de la juventud de su piel, pero se conforma
porque e s aquello una especie de consolación para entregar
el aliento a la mejor de todas las miserias, la de no sentirse
sola. Pero ahora esta soledad le duele porque se está llevando
su alma a un lugar en donde no existe ni el fuego, ni la luz que
nace del fuego, a donde todo e s frío y silencio. Ella quizás
tiene la culpa d e todo, de haberse precipitado dentro de un
vórtice más oscuro que la muerte. Pero ya es tarde. com-
prende que no puede volver como la golondrina al refugio
seguro cuando azotan u)entos de huracán, como cuando llega
la noche, como cuando, azota el frío inclemente. Ahora todos
los rostros le lucen sombríos y duros. más duros que la roca
más dura, más que el acero más duro, más que la vida
misma. No puede contener el llanto cuando viene a la
memoria el día en que se alejó de Noel cobardemente y para
siempre, a ese lugar que únicamente visita en momentos
como este, llenos de nostalgia y tristeza. Sólo le pide a Dios
que éste sea su primer y único resbalón en su primera
pendiente, que todo esto quede atrás como una resaca, como
la más oscura d e todas las noches que ha vivido. S e siente
más tranquila. S e le ocurre pensar que nunca se ha preocu-
pado por saber de su familia allá en aquel pueblito que parió la
frontera, no sabe de sus padres ni de sus hermanos y la
verdad es que hasta el día de hoy no le había preocupado
mucho, quizás la vida le ha transformado el corazón en una
mezcla de pedernal y de cemento. pero no la ha endurecido io
suficiente para impedirle que se sienta triste, como ahora,
que ve caer una lluvia fina que poco a poco humedece la tierra
y le hace sentir ese intenso olor a fango que sube desde abajo.
Se levanta del asiento y apoya una mano en el marco de la
puerta y sigue pensando con los ojos hacia afuera, hacia el
cruce imaginario de las calles, hacia el terreno baldío que
golpea su mirada y a su rostro frente a frente, al fin y al cabo
no todo ha de ser lamentos, ha tenido su poquito de suerte, ha
encontrado lo que buscaba, un hombre que tiene un-reptil
en cada dedo. Da un par de pasos hacia atrás como si un
presentimiento extraño la hubiese dejado aturdida, un pre-
sentimiento que es como un ligero vahido. Arranca su cuerpo
del vano de la puerta, la lluvia leve ha desaparecido por
completo. S e repone a ese dolor que no puede precisar en
cuál lugar del cuerpo le ha nacido. Mira alrededor de la sala y
s e siente satisfecha. Todo lo que está ahí le pertenece, se lo
ha dado don Manuel, el asturiano. a cambio de las mieles que
destilan cada uno de sus poros. Le gustaría que la vieran sus
padres y sus amigas de la infancia. Añora aquellos días
lluviosos que pasaba con las niñas de su pueblo, jugando con
muñecas de trapo y haciendo bizcochos de tierra mojada.
Quisiera que la vieran dichosa y hasta que la envidiaran, para
poder decir todo lo infeliz que se siente, para hablar de la
soledad que la rodea. Por fin decide darse un baño y cambiar-
s e para ir a ningún sitio. No resiste el cansancio.
Después s e preparará algo de comer, un vaso de leche y
un emparedado de queso, quizás abra una lata de raviolis.
eso también se lo debe al asturiano, el enseñarla a comer
todas aquellas cosas que no existen siquiera en los sueños de
los habitantes d e su pueblo. S e dirige a su dormitorio y
descorre las cortinas, abre las ventanas de par en par para
que ese aire húmedo que refresca la noche la refiesque a ella
también. Suelta la cinta que amarrra sus cabellos y el pelo
suave s e mueve al influjo del céfiro que juguetea con la noche
y que corre d e un lado a otro por la habitación. Abre la boca
como si fuese a pronunciar alguna palabra prohibida. o algún
secreto infame, pero el gesto de sus labios se detiene, se
reduce a un intento: es que tampoco iba a decir nada, es que
esa e s una expresión muy suya, un rictus que engaña. S e
despoja de los zapatos y siente que se desprende de las
baldosas un frescor que le produce un placer inefable. Por
nada del mundo quisiera perder el sáfico deleite de sentir el
contacto d e la desnudez de sus pies y el piso. Sin proponér-
selo su rostro se refleja en la pequeña luna del espejo, a pesar
d e lo mucho que ha sufrido aún conserva su hermosura. Se
arranca el vestido con gestos precisos y hermosos. Es una
sacerdotisa que oficia ante el dios del viento y de la noche.
S e queda en panties y en soutiens. El busto de pezones
duros y oscuros s e oculta dentro de las dos copas blancas. S e
siente confundida.
Capítulo XXXI

En dónde estás ahora que no escucho el batir de tus alas,


que no oigo tu grito de avefénix moribundo, tú la sacrificada
de la manera más vil. Puedes maldecirme todas las veces que
quieras, yo te he hecho mujer, pero también te he amado, he
amado tus formas y tus gestos, he amado tu juventud y
también tu sangre derramada. T e he buscado por toda la
ciudad sin encoritrarte, he mirado todos los rincones sin
hallar tus huellas, he caminado por todos los callejones y aveni-
das, pero nadie parece haber escuchado tus lamentos, contem-
plar su figura de mujer ahogada en su vergüenza y en mi propia
maldad. Habría bastado con besarte y dejar que te marcha-
ras, con tocar la suavidad de tu piel y no mancharte, con
acariciar tu cabellera sin llegar a desordenarla, con no cruzar
la frontera de lo indebido. con no clavarte una espina en el
lugar que más duele, con no ponerte un estigma en la frente.
No puedo olvidar tu cara ni tu frente inclinada, los ojos
Uorosos, ni la lividez de tu piel, ese tu andar lento y doloroso.
Quisiera encontrarte para ver si en algo puedo remediar la
ofensa ya que e s imposible devolverle al ángel su inocencia.
Tal vez s e encuentre ahogada d e dolor, con un cardumen de
peces dentro de los ojos. con algas en la boca, quizás le estén
naciendo líquenes en las pestanas, y anémonas eii los oídos, y
que un calamar furioso haya tomado como morada la herida
que él abrió en su sexo. Alfonsina asesinada, violada poseí-
da, penetrada, engañada, con el temor de un mañana dentro
d e sus ojos cerrados, presiente que ella no volverá nunca
más, por eso ahora la busca, por que ella no encontrará e l
sendero que la devuelva a sus brazos por eso la busca, ahora
que ella se muerde los labios y abre los brazos a la noche
solicitándole clemencia, que se despoja de sus ropas para
que la mire el cielo y observe la herida profunda en su pubis
casi imberbe, Alfonsina serafín, mártir. rosa arrancada a la
inocencia y arrojada a una cuneta, árbol marchito, candil que
s e apaga lentamente, caracol herido que se refugia dentro de
su concha, en la soledad y en la lejanía, en un lugar en donde
su nombre se confunde con la duda, en un oscuro rincón en
donde la esperanza abandona la carga que ella vacila en
tomar, porque se siente cansada d e caminar por las calles.
como ¿.l. que de tanto caminar está cansado, que de tanto
querer encontrarla ya no quiere encontrarla. ya conoce todas
las puertas d e los cines. todos los senderos que conducen a
los parquesy a las plazas, las escaleras de todos los edificios
y los zaguanes, las iglesias desiertas y ella, la que no lo deja
dormir, la que le roba horas a sus sueños, la que no escucha
su voz cuando él la llama y ya le duele la garganta de tanto
pronunciar su nombre, tal vez ya ha regresado a su pueblo, a
Santiago. Allá le será más fácil el encontrar1a;Tomará su
auto. Ilenará el tanque de gasolina, le mentirá a su esposa y a
sus hijos. tiene que hacer un viaje con urgencia, cuestiones
d e su trabajo. cosas deJa conciencia. problemas de la oficina
que tiene que resolver, no te preocupes, no tengo nada
oculto, si no duermo por Ias noches es porque no puedo
dormir. si hubiera algo de seguro que te lo habría dicho. entre
tú y yo no hay secretos. créeme que es cosa pasajera, quizás
lo único que necesito es un poco de descanso, tú sahes como
somos nosotros los artistas, pienso que extraño mucho la vida
d e allá afuera y que todavía no me acostumbro, tengo que
hacer este viaje, te digo que no te mortifiques, sí, voy a estar
varios días, varios días. no sé cuántos, claro que te llamaré
por teléfono tan pronto llegue, cuida bien a los niños, quiero
que me tengas confianza, no quiero hablar ahora, después te
lo contaré todo, no puedes ayudarme, yo puedo solucionar
solo este problema, adiós y quédate tranquila; jes que no ha
oído usted su nombre? Alfonsina del río, o del mar, .regresaré
al hotel, en esta calle no vive, he visitado casa por casa y
nadie la conoce, ;que si no conozco el nombre d e sus
padres?, claro que no los conozco, a ella solamente, desde
luego que no, me dijo que su apellido era López y su nombre
e s Alfonsina, sí' como la de la canción, puede que se haya
ahogado en el Yaque, voy a llamar a mi esposa para que esté
tranquila, pero no quisiera hacerlo, claro que me encuentro
bien, sólo un poco cansado, me alegro que los niños estén
bien, dale mi bendición y un beso para ti, vuelvo a llamarte
mañana, pero no s é la hora, ahora mismo me meto dentro de
la cama, ahora mismo me levanto, el día gris amenaza con
Iluvia, no tomo el desayuno, enciendo un cigarrillo y el motor
d e mi auto, comienzo a dar vueltas siguiendo un plan pre-
concebido, voy de una acera a la otra preguntando por su
nombre, me paro en cada esquina, perdone la molestia, ella se
llama Alfonsina, la calle 30 de Marzo es demasiado larga,
pero su longitud no me arredra, camino los repartos: el
Oquet, El Ensueño. Villa Olga, todos los barrios pobres, Los
Chachases, Nibaje, Pueblo Nuevo, los de la clase media; Los
Pepines, Villa Belén, y ya tiene tres días en esta misma
agonía, en esta agotadora faena, la barba le ha crecido y su
mujer desde la capital le pide que regrese, pero él le dice no y
ella lo amenaza con venir, pero él le suplica que no lo haga y
elia piensa que su marido debe estar medio loco, y si no lo
está tiene un gran problema que lo atormenta y él debería
tener confianza en ella, que para algo son esposos, ella que
siempre ha sido comprensiva quiere comprenderlo una vez
más y le promete que no irá a buscarlo y él que de verdad
parece como un loco. caminando por las calles. mirando todos
los rostros, tocando todas las puertas de las casas y que
todavía le quedan cientos de puertas por tocar:
-¿Qué desea usted, señor?
Esa voz le dice que ha llegado al lugar correcto, al sitio
tan ansiosamente buscado. Se lo dice ese rostro de mujer
lleno de arrugas prematuras que le ha abierto la puerta.
-;Estor buscando a una perso M...
Hace un gesto con la cara y cruza los brazos sobre el
pecho, se arma del valor que le estaba fallando, casi como
cuando se prepara para entrar a una escena y para justificar
la búsqueda de la muchacha, dice:
-;Soy director de teatro y ando buscando jóvenes talentos,
busco u...
-A Alfonsina López, ¿no es cierto?
-Sí, señora -responde lleno de euforia-. Yo soy...
-;Alvaro de la Colina, pero antes no te llamabas así!
-Seguro que usted ha visto mi nombre en los periódicos -
responde un poco confundido.
-Desde luego que sí.
- S e g u r o que Alfonsina le ha hablado de mí. No sé como
explicarle-le dice lleno de temor.
-No, ella no me ha dicho nada; jacaso se conocen?
Y en la voz de la mujer hay una ironía que lo descon-
cierta.
-;No, claro que no!
-Pero yo sí a usted, señor Alvaro Rodríguez Guadarrama.
-¿Quién es usted, que conoce mi verdadero nombre?
-¿Cómo está su madre, doña Irene Cuadarrama viuda
Rodríguez ?
-¿Quién es usted?
Y busca en su memoria un rostro que tenga relación con
su pasado, pero no lo encuentra. Un rostro de mentira que
quizás nunca existifi. Es posible que ella esté enterada de
todo y quiera aprovechar la ocasión para conseguir algún
dinero. S e nota que es tan pobre.
-Comprendo que usted no me reconozca, porque estoy muy
acabada. He sufrido demasiado.. .
-;Tú eres Virginia!, ;dime que'no es cierto!
-Así es, Alvaro. Yo soy Virginia. ..
-¿Y Alfonsina ?
-¿Acaso no lo sabes?
- S a b e r qué cosa ?
-Cuando te marchaste para España me dejaste embarazada.
Pensé que habias venido a buscar a Alfonsina porque querías
conocer a tu hGa.
-;ESO no puede ser posible, Virginia!
-Fue posible, Alvaro. Pero ella no sabe que tú eres su padre.
Yo nunca sk lo he dicho y no quiero que tú lo hagas. Ella cree
que SU padre es otro...
-¿Otro?
-Sí, Alvaro, tengo marido. Espero que comprendas.
-Pero eso no es posible, Virginia. No es posible.
-No llores, Alvaro. porque es tarde. Quisiera ahora que te
marcharas, mi marido está por llegar y no me gustaría que te
encuentre. Perdona que no te haya hecho pasar. Si quieres que
vaya a buscar a Alfonsina para que la conozcas, puedes
esperar un rato, está en el patio, pero por favor, no le digas
...
que eres su padre jEspera, Alvaro. No te marches! ...;Alva-
ro, Alvaro ...!
Capítulo XXXII

Más que en ningún otro instante comprende que su


cuerpo fue hecho para ser amado, adorado, sin embargo,
sueña que un día llegará Noel con su espada d e fuego entre
las piernas y habrá de doblegarla para siempre, vendrá
vestido d e oro y nácar y comenzará a amarla por las uñas de
los pies, le comerá las cutículas, le lamerá sus pisadas y sus
huellas, beberá toda su saliva, besará sus axilas y con sus
labios contará cada una d e su vértebras y a sus oídos cantará
las canciones más dulces y pronunciará para ella las palabras
que ningún otro hombre en el universo haya dicho a otra
mujer, suspira y espera el momento en que ese ángel o
demonio abra su puerta para apagar su incendio con el fuego
líquido que s e oculta en sus testículos. Se quita el brasier y
sus senos son dos cuervos negros que vibran armoniosa-
mente prendidos d e sus pechos y los dos son como uno.
Vuelve a mirarse a sí misma como si estuviera reflejada
en un espejo, proyectando hacia el infinito su tiempo eterno y
su espacio vacío, la impreponderincia de la vida, la contra-
riedad d e su existir, su destino d e estrella que se apaga, de
agujero negro en donde se reduce y condensa su cuerpo. el
astro enano que se concentra en sí mismo y que niega
enviar su luz, su miluzlú bien redonsondos, su enluminar de
su lululuz, sus dos lulunas que amellizan el lu hasta el luzlú y
convierten sus ennolú en mi lusilú y que hacen musitar
silábicos lulúes a la sombra moribunda de un lumisol, que
emana de su alma luminosa y que resplandece en su interior
a la vera del candil amargo de la soledad y del invierno
cotidiano que se acaba con el sol de los afanes cuando el día
e s aún un niiio imberbe. Lucinda sigue desnudándose. Pre-
parándose para la ducha tibia que precede a los sueños
ardientes. El vestido arrojado en el suelo como una cosa
inútil, como si ya no le sirviera más, como la mujer que es
todas las noches cuando el día aborta la oscuridad y se
entronízan las sombras d e una manera fatal por un sendero
oculto cubierto de malezas negras que divide en dos partes el
abdomen moreno que conduce a la fuente en donde algún
samaritano joven d e ojos negros habrá de apagar la sed que lo
consume. Por eso cada noche repite la misma oración y se
prepara para el oficio ritual de la esperanza, para la ceremo-
nia de entrega a un hombre incorpóreo cuyo nombre atesora
en secreto. No sabe por cuanto tiempo resistirá el deseo de
correr hacia sus brazos y pedir que la perdone, pero es que su
Noel está hecho de deseos y palabras, de querencias y nece-
sidades, más que nada fabricado por su soledad y con su
soledad, de una forma tan ambigua que se encuentra poblada
d e fantasmas vivientes, d e voces inaudibles que le susurran
vaguedades, que le recriminan cosas, que la incitan a actos
deshonestos. que la acongojan cuando debían alegrarla; que
la consuelan cuando no deben hacerlo y ya su tristeza no
puede ser más grande y se desborda, se esparce por toda la
habitación, corre como un río por las calles y se pierde por
cloacas oscuras. Camina por la habitación y en el espejo
sigue pintada su figura con ansias de perpetuarse en esa
apetecible edad de la aventura, en estos casi veinte años que
nunca ha sabido precisar porque no encontró a nadie que
pudiera darle una fecha para su nacimiento, pero eso no
importa ni mucho ni poco, ella existe desde el momento en
que tuvo conciencia de sí misma, ella fue quien f?jó su
nacimiento, la apertura de su vagina, la redondez de su
ombligo, el color d e SUS ojos, el largo de su pelo, el número de
poros que tiene en todo el cuerpo. sus menstruaciones, el
sabor a fresa de su saliva, la distancia entre sus ojos, la
inclinación de sus senos. la prominencia del tabique nasal, la
fragilidad de sus rodillas, la pulcritud de sus codos, la cónica
inversión d e sus muslos. el color de su piel, el número de sus
zapatos, la amplitud de sus caderas, su forma de caminar, la
cantidad d e dedos en cada mano. el día que ha de morir
todavía oculto en la lejanía, la fecha en la cual colgará el negro
hábito de la soledad tomada de la mano de Noel, quien la hará
recuperar cada minuto perdido y estará mil años acariciándole
la piel. Pero Noel no llega aunque lo espera todas las noches.
Un día, aburrida de todo y cansada de esperar se parará en
una esquina de las más transitadas y detendra a todos y cada
uno de los hombres y les preguntará si se llaman como él, que
si su no,mbre e s Noel, que si trabajan en una tienda y les
pedirá que la amen aunque tengan otros nombres, que le den
un poco d e calor a su cuerpo y un poco de paz para su
espíritu, una pizca de amor para calmar sus ansias, hasta que
alguien s e duela de su soledad y decida hacerla feliz aunque
sólo sea una noche, aunque al día siguiente se aborrezcan
mutuamente y eso solamente sirva para dar inicio a otro odio.
a otro miedo que vendrá a unirse a los otros que le flagelan en
sus eternos momentos de quietud y de silencio. Con dolor, o
con decepción, quizás con ira. verá a ese hombre vestirse
lentamente y lo dejará marchar sin decirle una palabra. sin
conocer el color d e sus ojos y sin acordarse de su verdadero
nombre. sin grabar en su memoria los detalles de su cara
para no recordarlo al día siguiente. ni siquiera en el supremo
instante en que se,alejará de la vida hacia esa otra vida que es
la muerte. Ha elegido el olvido de la misnia forma que un día
ya perdido en la iiieriioria eligicí la vida y las forriias dr su
cuerpo, igual que el día que eligicí la particia de sil pueblo
perdido en la frontera. de la niisiiia fornia que quiso ser
niujer y no una gota de agua. de la riii.irna fornia. cuando
quiera, se convertirá en un cisne tragáiidtb*e su canto. en una
paloma que emigra hacia la luna. tal vez en una nube azul que
s e desploma hecha llanto, en un arco iris que una la vida con
la muerte, después más nada, solamente vestirse para
emprender el largo sendero y allá flexarse sobre un arco
supremo que tenga sus raíces en el infinito, atarse a éste
como s e ató a la vida, a las ilusiones y a la fantasía, a los
sueños y a las dudas. Ya no se siente sola, ahora se encuentra
acompañada de sensaciones extrañas que ya creía olvidadas,
pero que d e súbito se han encendido en su cerebro creándole
una fiebre a este cuerpo en donde cada pensamiento se
encuentra soldado a un deseo reprimido y todas sus neuronas
en espera del mancebo que con su lengua de fuego encienda
d e amor toda la pradera y el negro pasto que crece entre sus
muslos, que convierta en cenizas todos esos deseos y esa
líbido que creía comatosa, pero de r.epente llena de vitalidad.
Espera impaciente al que sabe que no ha de llegar. Son sus
deseos y su voluntad los que piden algo imposible. Espera al
que sabe que podría hacerla desfallecer de placer entre
plumas de ave lira, pólipos coralíneos, conchas de caracol,
candiles apagados, espinas de cactus y flores de forsitias.
Sigue desnudándose en silencio, con su burlesque triste
construido con retazos de llantos y recuerdos, con enormes
pedazos d e luz que la iluminan en intermitentes claroscuros,
mientras afuera selene a medio vestir y medio desnuda es tan
sólo una sonrisa en el amplio espacio que se va llenando de
lunares d e plata. Selene como ella, en un acto que es burla y
burlesco al mismo tiempo, Selene como ella, creándose a sí
misma con infinito número de lados, cubriéndose de luz en
un espacio negro y curvo en donde no se divisa nada,
únicamente ella, Selene y ella, su tristeza y selene y su
soledad, ella y selene y su abandono, únicamente ella y
selene, Selene y ella, selene y Lucinda, Selene, selene,
...
selene, selene y ella, ella e s selene
Capítulo XXXIII

La prensa dice en grandes titulares:


"El actor y director teatral Alvaro de la Colina fue encon-
trado muerto d e un balazo en la cabeza. Aparentemente se
trata d e un suicidio, pero se desconocen los motivos que lo
condujeron a tomar tal decisión. Su esposa dijo, en declara-
ciones a la prensa, que últimaniente el señor de la Colina se
notaba muy nervioso y que hizo el viaje hasta la ciudad de
Santiago, porque aparentemente tenía algunos asuntos que
resolver, pero que su esposo no le comunicó cuáles eran esos
asuntos. En la habitación del hotel en donde se hospedaba el
actor d e la Colina, se encontró una pistola marca Browning y
un litro d e whisky a medio consumir. También una nota en la
que suplicaba que no se culpara a nadie por su muerte, sin
dar más explicaciones. No hay detenidos en torno al suceso y
la policía considera el caso cerrado.
Alvaro d e la Colina nació en Santo Domingo en el 1949 y
s e graduó en Artes Dramáticas en....
"Se ha muerto mi sobrino más querido, Lucinda, el más
amado. el que fue como un hijo. El, que nunca tuvo secretos
para mí, ahora s e ha llevado el último en donde resume y
condensa todos los enigmas de su vida, se ha llevado consigo
el secreto d e su muerte. ¡Qué dolor tan grande pudo obligarlo
a tomar esa decisión tan trágica! No me conformo con saber
que está muerto, tampoco su madre ni sus hermanas. Pobre
Irene, ya no puede con su dolor; sus ojos no tienen más
lágrimas para llorarlo. Su esposa está desesperada, y sus
hijos todavía sin comprénder el alcance de la tragedia,
porque están pequeños que no entienden lo que significa la
ausencia de Alvaro... ¿por qué lo haría, Lucinda?"
- S o n cosas de la vida, Manuel. Hay que tener valor y
confomrse.
"No me pidas que tenga más valor del que he tenido. El
valor de vestirlo cuando ya sus ojos estaban cerrados para
siempre, el de verlo así tan pálido, sin respirar, sin mover un
solo músculo; tan frío su cuerpo, tan lívida su piel. Había
tanta dignidad en sus facciones que no quiero creer todavía
que está muerto. Morirse cuando el futuro le sonreía por los
cuatro puntos cardinales, ¿por qué iría a suicidarse tan
lejos?; tal vez no quería que su familia sufriera el dolor de
verlo desangrándose.. . ;por qué lo hizo?"
-Ya no pienses más en eso, Manuel. Te estás haciendo daño
"Déjame pen'sar en él, lo único que puedo hacer es no
olvidarlo. Acaríciame, Lucinda. Aprisiona entre tus manos
las mías. Seca mis lágrimas con tus besos. Siento que 1a
respiración me falla, que me asfixio, que el corazón se quiere
salir de mi pecho".
-No te tortures, por favor. Naaia ganas con mortificarte.
"Es que no puedo olvidarlo aunque quiera. ¿Es que no
comprendes, Lucinda? iHa muerto Alvaro!; ¿no lo entiendes?"
- C l a r o que' lo entiendo. Recuéstate un poco y trata de
olvidar.
"Está bien Lucinda, me recostaré". Y don Manuel se
tira encima de la cama cuan largo es. "Pero no me pidas que
olvide". Y Lucinda le da un beso en la frente. "No quiero
olvidarlo". Un beso inocente, para que él olvide. "Quiero
tenerlo presente todos los días de mi vida. Quiero imaginar
que ha sido otro hombre el que se ha pegado un tiro en la
cabeza, no mi querido Alvaro".
+No se ha sabido por qué lo hizo?
"Es lci que me he estado preguntando desde el día de
ayer. Tal vez quiso envolver su muerte en un misterio. No
tenía derecho a marcharse en esa forma, si me hubiese
hablado y confiado sus preocupaciones yo lo habría ayudado
sin importar en lo que fuera, él sabía que siempre podía
contar conmigo.. . ;Morir así, tan solo!"
-Morir es una cosa muy privada. Es quedarse solo para
siempre, jno lo crees?
"Sí lo creo. Te comprendo bien, Lucinda. Morir es
quedarse solo para siempre. Quizás ya estaba muerto antes
de pegarse el tiro. Ese deseo de ir a Santiago para morir lejos
de su familia me hace pensar que ya estaba muriéndose, esa
soledad que mencionas, Lucinda, era tal vez la parte más
dolorosa de su muerte".
-2No estaríu algo mal de la cabeza?
bb
Uno nunca sabe estas cosas. Hay gentes que parecen
tan normales, pero no están bien de la cabeza. Yo no podría
asegurarte una cosa ni la otra, pero lo que está claro, es que
un problema serio lo atormentaba. Para ser sincero, no creo
que mi sobrino estuviera loco, si eso es lo que quieres
decirme. Lo vi en los últimos días y nunca me pareció más
feliz; quizás demasiado feliz".
-¿No tendríu $ás de una felicidad? Tal vez eso le haría
perder la razón.
"¿,Por qué dices eso? Te he dicho que no creo que
estuviera loco. Más de una felicidad no es posible. Siempre
te he dicho que una felicidad es bastante y que dos son
demasiado".
-Por eso mismo, Manuel. Porque no te cansas de repetir esas
palabras; por eso es que te lo recuerdo.
"Pero eso te lo dije por mi mismo. Cuando no pensé que
no serías mía solamente, cuando en mis sueños trataba de
alcanzarte con la mano, sin llegar a tocarte siquiera. En ese
momento no pensé que una felicidad me fuera suficiente y
cuando de verdad fuiste mía, esa otra felicidad me pareció
demasiado.
-¿Y cuál fue tu primera felicidad?
"Por favor, no hablemos d e cosas que ya tengo olvi-
dadas. Hablemos de ti, de tus caricias, de esos besos ardientes
que me prodigas. Hablemos de nosotros, de nuestro futuro.
Hablemos d e tus manos, sí, de tus manos. No te detengas,
sigue acariciándome la camisa, caminando con tus dedos
encima de mi pecho. No abras la boca siquiera. No digas una
palabra que se atreva a romper el encantamiento que ahora
reina. No destruyamos el silencio. Sigue desnudándome,
sabes que me gusta que me quites la ropa; me hace sentir tan
bien el que me desnudes, tan en tus manos, tan con tanto
deseos d e poseerte. Ves lo que ha hecho, como me has
puesto. Ahora déjame desnudarte, acariciar tus senos redon-
do, que bese tu ombligo y tus cavidades más secretas, que
te diga indecencias al oído, que te penetre hasta que los siglos
concluyan. Que te riegue, como se riega un jardín todas las
mañanas para que florezca ... iflorece Lucinda, florece! Deja
que el calor d e mi cuerpo sea tuyo y el tuyo mío, que se
encienda en mi cuerpo esa fiebre de la pasión, el placer de
saber que eres enteramente mía, que lo serás siempre...".
-;Manuel.. .!
"Habla Lucinda, di lo que quieras. Ya tenemos derecho
al reposo. Derecho a ocultar nuestros sudores debajo de la
piel, a dejar que nuestras respiraciones s e tornen más
pausadas y vuelvan a retomar el ritmo de antes. ¡Habla
Lucinda. di lo que piensas!"
-¿Serías capaz de suicidarte por mí? ...Por ejemplo, si yo te
abandonara.
-No Lucinda, no creo tener el valor necesario para hacerlo.
Además, tú no me dejarías, jno es cierto?
-jClaro que no, amor. No te abandonaría nunca!
-Entonces, ¿por qué esa pregunta?
--Una pregunta, nada más. Una pregunta ...
Capítulo XXXIV

Desde hoy la felicidad de Lucinda es demasiado grande.


El médico le ha dicho que se encuentra embarazada. La flor
que hay dentro de su cuerpo ha germinado. Un corazón que
no es el suyo ha comenzado a latir en sus entrañas y ya siente
que lo quiere; hasta ha elegido su sexo, tiene que ser varón y
si no fuera porque el don se enojaría mucho, se atrevena a
ponerle el nombre de Noel. Este es el heredero que el
asturiano ha buscado inútilmente (ya que sólo tiene hembras),
el hombre que se habrá de encargar de la tienda en el día de
mañana, y es ella la madre de esa criatura y no la otra.
Lucinda está esperando impaciente al que no es su esposo,
pero sí su marido. Mira la televisión, pero allá adentro de la
pantalla sólo ve sus pensamientos reflejados, únicamente ve
la criatura hermosa y regordeta de su hijo, blanco como su
padre, con los ojos claros como su padre, con las manos finas
y alargadas como su padre, de ella únicamente quiere el color
negro de su pelo; con esto se conforma. Siente la cópula de la
llave con la puerta y se levanta de un solo salto. Allí está el
que no es su esposo, pero si su marido, el don Manuel, el
asturiano, su patrón en todos los sentidos, y en todos los
deseos y mandatos. Corre a abrazarlo como siempre hace. lo
besa como siempre hace, entonces le dice con una voz muy
dulce y el pecho henchido de emoción:
-;Te tengo una gran noticia, mi amor!
Y don Manuel que viene un poco contrariado con todos
sus problemas; por los que tiene en su casa y por los que tiene
en la tienda, contrariado porque desde hace tiempo le tiene
temor a las grandes noticias que vienen de las personas que
no son grandes, hace un esfuerzo grande y esboza una
sonrisa.
-¿Y cuál es esa gran noticia, Lucinda?, -le pregunta.
...
-jQue vamos a tener un hijo, Manuel! ¿No te parece
maravilloso? ... iVamos a tener un hijo!
-¡No es posible! -responde alarmad-. ¿Cómo lo sabes?
- j F ~ i a ver al me'dico porque tenia sospechas y él me lo ha
.
confirmado!. . ¿Es que no te alegra ?
Don Manuel se aparta de sus brazos y s e deja caer en un
sillón, todo abatido; parece que estuviera muy cansado. La
televisión en un rincón emite unos reflejos y unos sonidos que
ni Lucinda ni él le prestan importancia, y el aparato sigue
sólo con su manantial de ruidos. El asturiano se l e v a las
manos a la cara y su rostro pálido s e oculta detrás de :%s. Se
queda así, pensando, silencioso. Lucinda se acerca temerosa
y le pregunta:
-¿No te sientes contento, Manuel ?
Don Manuel se pone d e pie y la mira fijamente. Eleva sus
manos con un gesto impreciso, con los ojos azules bien
abiertos, entonces le responde;
-jEsa criatura no puede nacer, Lucinda. En casa tengo ya
bastante problemas contigo. Un hijo ahora, haría que estos
problemas se tornen más graves. Por tu bien y por el mío,
compréndelo; ese niño no puede nacer!
Don Manuel está muy serio, casi transfigurado. Lucinda
lo ve irreconocible. Su felicidad se ha marchitado súbita-
mente. No comprende lo que le está sucediendo al hombre
con quien ha compartido todo durante casi un año. Le
acaricia el pelo cano y pregup a:
-¿No estás hablando en seno, Manuel?
-;Sí, L ~ i n d amuy
, en seno! ¿Te he hablado alguna v a en
otra forma?
-;Pero es que tú me has dicho que siempre habías querido
tener un hijo, un varón que preserve tu apellido! ...iEs varón,
Manuel, te lo aseguro, es un varón. Lo sé Manuel, lo sé!
-;Deja de hablar tonterrírs, Lucinda!
-;ES un varón! --repite ella nuevamente-. ;Lo sé, lo sé!
Y está toda llorosa. Se había hecho tantas ilusiones y de
repente todas se le han caído al suelo. Don Manuel la mira
fijamente, la toma de la mano y le dice con su voz más
cariñosa y convincente:
-;Compréndelo Lucinda, yo te quiero demasiado, pero esa
criatura ha elegido un mal momento para venir al mundo.
Tienes que hacerte un aborto. Te llevaré yo mismo!
Lucinda despierta del letargo en que la ha sumido el
desconcierto y la sorpresa y con una voz desconocida, le grita
con rabia:
-jNo voy a ir a ningún médico, ni sola ni contigo. Ese hijo es
también mío y yo quiero que nazca. Algún derecho tengo sobre
él. No lo voy a hacer, Manuel, aunque me mates!
-Entonces -le dice don Manuel con todas las eses y zetas-,
te tendrás que marchar de la casa.
-¿Quieres repetirlo nuevamente, Manuel?, ¿me estás echan-
do de la casa? -pregunta toda llena de lágrimas no
queriendo creer lo que ha escuchado-. ;Repítelo de nuevo!
-;Qué no puedes quedarte en esta casa ni un segundo más si
no vas conmigo al médico mañana mismo!
Lucinda no sabe qué hacer para dejar escapar todo este
sufrimiento que le ha nacido en el vientre como otra nueva
criatura. Una criatura hecha de dolor y de angustia. No sabe
qué hacer con sus sollozos, con sus penas y sus lágrimas.
Todo ha sido tan súbito. tan de repente e inesperado que no
logra ordenar las ideas en su mente, entonces, con hilo de voz
casi apagado, que apenas tiene brillo, le pregunta:
-¿Y a dónde voy a ir si me echas a la calle?
-;No lo sé -le responde-. Ni quiero que me lo digas!
-Lo que pasa es que ya no me quieres, Manuel!
-jSí, te quiero y mucho, Lucinda -responde el asturian*
lo que sucede, es que no eres comprensiva!
-¿Qué voy a hacer, Manuel, qué voy a hacer? -vuelve a
preguntar con la voz convertida en un solo dolor.
-jNo lo sé! -vuelve a responderle. Hace una pausa gene-
rosa y agrega: -jTe he ofrecido una solución, pero tú la
rechazas. Ponte en mi lugar y trata de comprender...
-jPonte en el lugar mío!
Don Manuel se acerca a Lucinda, le acaricia la negra
cabellera y con esa dulzura en la voz que tiene cuando quiere,
esa misma voz que utilizó cuando quiso que ella se fuera a
vivir con él, esa voz que aparece cada vez desea poseer su
cuerpo y tener sus caricias, le dice junto al oído, como un
susurro:
-jTe quiero mucho, Lucinda. Te he tratado como una reina y
jamás te he pedido un sacrificio, pero ahora te lo pido; vamos
mañana a ver al médico. Todo será muy sencillo, ya verás!
Y Lucinda ya sin fuerzas, con todas sus defensas en el
suelo, levanta los ojos, completamente rojos, todos ilorosos,
y con un movimiento muy triste de la cabeza le diie que sí, y
con un sonido en la voz que no le pertenece ni a ella. ni a
nadie, le responde:
-jEstá bien, Manuel, como tú ordenes. Iremos al médico hog
mismo, si tú quieres!
Capítulo XXXV

Todo ha sido tan súbito y violento que el día no le bastó


para recobrarse. Comenzó a sentirse mal de verdad; una
tristeza del tamaño de una piedra se le alojó en el pecho.
Ahora sabe que no está sola, que con elia hay alguien muy
querido, que el nido oscuro y tibio de su vientre está florecido
y que dentro habita una criatura. No está tan sola como
antes. Quiso estar tan segura que de verdad iba a tener un
hijo que hasta el día de hoy no se atrevió a decirle nada al
asturiano y mira como ha recibido la noticia. Menos mal que
consintió en no llevarla hoy al médico como le había exigido;
que condescendencia el haberlo dejado para el día de maña-
na, tengo la impresión de que él también se sintió un poco
aturdido con la noticia, pero de súbito pareció que despertara
de su sueño y se volvió un tomado con todas esas eses y esas
zetas enroscadas en los labios, con esos ojos oscilando entre
la ira y el miedo. Le había colocado un dilema entre las
manos; el hijo que ella ambicionaba tener desde hace tiempo,
pero él no, la seguridad de un techo confortable, el pan
nuestro de cada día, con soledad y sabor a vinagre, pero
mucho más delicioso que el pan que no se tiene.
Ese hijo podía ser su salvación o su desgracia. La
soledad o la compañía, porque el asturiano también era
celoso y la dejaba salir muy poco sin compañía. tampoco la
sacaba a pasear porque él era un señor respetable, con un
apellido respetable, con una esposa y unas hijas respetables
y ahora que lleva un hijo d e él en las entrañas, un hijo que
debería ser igualmente respetable, lo recibe como un intruso
y le Pide que se deshaga de éste como si fuera un paquete de
basura que se arroja a la calle. Siente miedo. Reconoce que es
cobarde, que teme perder todas estas cosas que le ha dado el
asturiano y que de un día para otro se han convertido en algo
imprescindible para ella: las cortinas de sedas, las reproduc-
ciones de cuadros famosos colgados en la pared, el conge-
lador, el televisor a colores, las ropas y las joyas de bisutería.
Lo tiene todo, menos el cariño de un hombre. La soledad es
su compañía constante porque él tan sólo viene a verla una o
dos veces al mes. Ya no es como al principio que se quedaba
con ella hasta avanzadas horas de la noche, que la entretenía
hablando de sus planes para ampliar la tienda, de un viaje
que harían al extranjero que nunca se hizo realidad; a lo
mejor ya se siente cansado de su compañía y por supuesto,
ella de la de él. Pero está equivocada, hasta la presencia del
asturiano es mucho mejor que esta soledad que se ha prolon-
gado por meses.
Ha logrado escaparse de ir al médico hoy, porque de
veras se puso muy pálida y el asturiano se sintió asustado
cuando la vio anonadada ... y pensar que había elegido el
nombre de su hijo, porque no le quedaban dudas de que era
un varoncito; se iba a llamar como su padre para que éste se
sintiera orgulloso cada vez que pensara en él, o tal vez como
de aquel niño que entrara una vez a la tienda, agarradito de la
mano de su madre ...
-;Boris Pavel, no pongas la mano, que mamá se enoja y te
pega!
Y el niño se quedaba tranquilito un momento, pero nada
más que un momento, porque sabía que su madre nunca se
enojaba de verdad y cuando daba la espalda volvía a tocar los
lienzos, los encajes; lo revolvía todo, se metía detrás de los
mostradores, tiraba de las faldas a las vendedoras y su
madre.. .
-;Boris Pavel! ... jen dónde te has metido? ... ;Ven aquí!
Le habría gustado ese nombre para su hijo. Un nombre
no demasiado común, como los que usan los hijos de la gente
d e alta sociedad; un nombre de niño rico. De no ser así, le
habría gustado llamarlo con el nombre de alguien que la
hubiese querido mucho en la vida, tal vez el nombre de otro
hombre, pero d e seguro que no le va a gustar al asturiano y lo
mejor e s no pensar en eso. El borazón le palpita con bríos en
el pecho, algo le dice que ese niño que comenzó a vivir en sus
entrañas está empezando a morir, que está llorando, como si
presintiera su destino final, como si supiera que no va a tener
ojos para llorar d e tristeza o de alegría y se anticipara al
llanto.
No hace nada con rebelarse momentáneamente si al fin
sabe que cualquier otro día que se llame mañana tendrá que
ir a visitar a ese médico que le robará a su criatura la
oportunidad de tener ojos para ver y llorar, de tener manos
para tocar las cosas de la tienda de su padre:
-;Boris Pavel, ven acá. No molestes a las personas mayores
cuando están trabajando! -le diría su padre.
Comienza a odiar al asturiano pero más se odia ella
misma, porque aunque no quiera ir a ver el médico, toda su
rebeldía será inútil y volverá a quedarse sola, con el arrullo
frustrado entre labios, con la nana que no llegó a aprenderse
bien para cantarla y que la acompañará para toda la vida
como si fuera un salmo fúnebre.
El asturiano ha obligado a elegir, pero no le ha dejado
alternativas y aunque en lo más profundo de su alma se
resiste, es demasiado cobarde o muy egoísta para tomar la
decisión que le indica su conciencia. El único camino de-
cente que le queda es el de regreso a su pueblo, pero odia a la
pobreza mucho más de lo que odia al asturiano y a esta
soledad dentro de la cual vive sumergida como un pez que
odia las tinieblas, y sin embargo condenado a morar en los
abismos más profundos. Tal vez el asturiano cambie de
parecer, pero reconoce que se engaña, sabe que él desea
mantener ante la sociedad esa imagen d e hombre inmacu-
lado. Piensa que después de todo él debe quererla un poco,
parque podía pedirle que se marchara, pero está segura de
que mientras no proteste la mantendría ailí, viviendo como
siempre soñó vivir, con las cosas que siempre imaginó tener.
No se ha quejado nunca de lo poco que sale, d e lo mucho que
la deja sola, d e su abandono comprado con dinero y joyas
falsas. No se podría quejar más que de su soledad, pero un
hijo siempre sería una compañía, él le calentaría los pies
cuando fuera viejecita, le llevaría el café por las mañanas,
por las noches le contaría todas las travesuras hechas duran-
te el día, le hablaría de sus amores cuando fuera grande, la
llevaría a los cines y a los parques, la defender;'a de las
noches oscuras. Quisiera llorar,.pero las lágrimas son tercas
para salir d e sus ojos.
El reloj d e pared da la una de la madrugada y no puede
dormir.>e levanta y sin mirarse en ningún espejo sabe que le
han nacido en la frente varias arrugas. Va hasta la cocina y
bebe un poco de agua. Siente la garganta reseca, tal vez a
causa d e todas aquellas palabras que no se han hecho
realidad dentro de su boca y que se han quedado en simples
pensamientos. Cómo dejar de pensar en que tiene que tomar
una decisión que no podrá olvidar jamás, aunque viva en la
frontera en donde mueren los siglos. Desea tener una voz
amiga junto a sus oídos para que le diga palabras de consue-
lo, una mano tierna como la d e su padre, que la acaricie y le
traiga sosiego, la mirada de unos ojos que la compadezcan,
unas pisadas que la sigan y la protejan, una luz que ilumine
esta madrugada negra, tan llena de mídos y recuerdos, tan
repleta d e voces ocultas que la torturan, que le reprochan
cosas, que le enrostran verdades que sólo ella conoce, que le
recuerdan sus mentiras y sus traiciones. Cree que va a
volverse loca si no amanece pronto, si el azul del cielo no
cambia el color gris de su tristeza, sin embargo, por nada del
mundo dejaría de ambicionar todo esto que posee y aun más
todavía. Si tuviera que empezar repetiría todo lo que ha
hecho, comenzaría desde el cero a construir sus actos con la
misma precisión que antes, con igual exactitud y sangre fría.
Vuelve otra vez a la cama, acoteja la almohada, estira la
sábana, cierra los ojos, mueve una pierna, lanza un suspiro,
junta las manos, s e muerde los labios, despeja una duda para
que en el espacio que ocupaba quepa otra mayor, quiere
llorar, tener a alguien más junto a ella que no sea esa criatura
informe que vive dentro de su cuerpo, alguien que respire
vida, no como ese infeliz que tiene la desgracia de ocultarse
dentro del cuerpo de una madre sin valor para defenderlo de
sus enemigos, que lo deja abandonado a su suerte en medio
d e una selva plagada de peligros, llena de monstruos sedien-
tos d e sangre inocente, rodeado d e abismos insondables y de
laberintos sin salidas.
Lucinda se sienta en el borde de la cama. Se arregla la
bata d e dormir d e color amarillo, de encajes blancos, vapo-
rosa, volátil como un ave inventada, como un pensamiento
sublime, como el pétalo marchito de una pálida rosa, como
una pluma en el viento. S e lleva las manos a la barbilla. Pone
la mente en blanco y ya no piensa en nada. Desde afuera s e
oyen los ruídos de los autos cuando pasan. Nadie en ningún
otro sitio está pensando en ella. Le cuesta trabajo el pensar
que está tan sola que nadie piense en ella. Que nadie tenga
un recuerdo de su vida, que no la recuerden por las calles que
caminó un día muy lejano, una tarde en un parque, una noche
en un cine, una sonrisa en la tienda. Alguien tiene que estar
pensando en ella, mordiendo tal vez una maldición sorda que
no le sale d e los labios.
S e levanta y Ce dirige a la sala. S e sienta en el sofá.
Afuera una constelación de puntos luminosos enciende el
horizonte. Escucha algo así como una voz lejana que dice
algo que ella no entiende. Se levanta del asiento sobresal-
tada. Solicita ayuda al ángel de su guarda. pero e n ningún
momento siente su presencia, llama a Dios con una voz tan
sorda que ni ella misma escucha, pero que él tampoco oye,
clama por la presencia d e su madre y de todos los santos que
conoce, pero ellos se comportan como deidades impotentes,
...;q ué hacer?
¿Qué hacer?
¿Llorar? ... No puede llorar, porque las lágrimas no
acuden a sus ojos. ;Lamentarse en voz alta? ...Despertaría a
los vecinos. ¿Golpearse contra una pared? ...La creerían
loca. ¿Quitarse de un solo golpe todas estas dudas elirni-
nando su presencia de la vida? ...Le faltaría valor. ¿Largarse
cori el hijo que lleva en el vientre y abandonarlo todo? ... Le
hace falta el coraje. '

¿Que hacer?
No volverá a su pueblo.
Tal vez ninguno de sus parientes esté vivo. Quién sabe
si ellos también se han marchado muy lejos. Y si estuvieran
¿,no habrían cambiado en todo ese tiempo sus sentimientos
hacia ella? ¿Qué dirían si se presentara de improviso y le
contara los vaivenes de su vida? De seguro que le echarían en
cara lo mucho que ha cambiado en todos esos años, que
hasta ahora no se había acordado que ellos existían, que al fin
ha podido encontrar el camino de regreso; precisamente
ahora que está encinta, para agregar a sus miserias las
miserias que ella ha recogido por esos caminos que el destino
la obligó a caminar. Le dirían que se marchó porque así lo
quiso y que ahora cuando ya la habian olvidado, se presenta
como una intrusa, que ya se habian acostumbrado a vivir sin
ella y les será difícil reconocer que está de nuevo entre ellos.
¿Qué hacer?
Volver de nuevo a casa de la madrina; ¿no habrá muer-
to?
No la ha vuelto a ver desde el día en que se fue de la casa.
¿Qué diría si un día diera la sorpresa y le hiciera visita?
La recibiría con los brazos abiertos, la haría pasar a la sala y
la obligaría a sentarse, le prepararía café, le contaría las
cosas que han pasado en el barrio desde el día en que se
marchó, también le hablaría de Norma, de lo que ha sido su
vida, d e las muchas noches en que llega borracha a la casa,
de las muchas otras que ni siquiera viene a dormir, que no se
explica cómo su hija se ha descarriado tanto, le pediría que
tuviera cuidado al sentarse para que no se le ajara el vestido y
si por casualidad Norma estuviera en la casa, ¿qué
De seguro que s e pararía en la puerta y le preguntaría su
nombre, con desdén le diría qué en cuáles cosas podía
servirle, que no, que no la conoce, que no sabe quién es, que
ahí no vivía ninguna señora llamada Catalina; que se marcha-
ra lo más pronto posible, tal vez le cierre la puerta en las
narices y le diga un par de groserías, es posible que la arrope
con esa luz fría que se desprende de sus ojos y la deje
congelada para toda la vida.
¿Qué hacer?
Correr a donde Noel y contarle sus penas, pedir que la
perdone por haber deshecho su vida, por haber sembrado de
esperanzas s u alma y haberlas destruido con un solo golpe,
con una traición cobarde y despreciable. Pedirle a él que la
comprenda ahora que no viene sola, que además d e sus
penas y fracasos la acompaña un hijo que se esconde en sus
entrañas, que la deje allí hasta qu se sienta con fuerzas para
hacerle frente a la vida, pedirle que se haga responsable de
esa criatura que él no supo hacer una realidad dentro de su
cuerpo, porque otra cosa habría sido su vida si ese hijo
hubiese sido suyo, habría sido como una cadena que la atara
a su existencia para siempre; pero no puede hacerle esa
petición, no tendría el valor necesario para enfrentar su
silencioso reproche, no encontraría fuerzas para intercam-
biar un saludo ni una mirada, le flaquearían las piernas, la
voz no saldría de su pecho, sus manos se derritirían como si
fuesen de cera al calor de un brasero si él las tocara. un sudor
helado le bañaría la piel, no podría soportar su sonrisa
amarga que no sería más que un reproche o un recuerdo de la
pena que un día ella dejó con su partida.
¿,Qué hacer?
Tal vez lo mejor es hacerle caso al asturiano, después de
todo esa criatura es también hijo de él. quizás lo más
conveniente e s liquidar el problema y olvidarse de todo. No
pensar más en lo que está pensando ahora. Puede que él
tenga un poco de razón.. .
Aunque está bastante claro afuera, Lucinda se mete de
nuev? en la cama. Cierra los ojos (o los abre) y trata de dormir
(O de mantenerse despierta) ¿qué importa?, pero no puede
hacerlo.
E s inútil engañarse.
Sabe que la realidad es diferente a lo que piensa y ve la
vida con un color distinto, en este instante tan lleno de
preocupaciones descubre el sabor amargo de los amaneceres
y el color no rojo de los ocasos, ni el verde de la yerba mojada,
sus desvelos tienen a partir de hoy un color de cosas tristes,
un color de ardor de ácido en los ojos, un color de vinagre y hiel
en medio d e la boca, un color de alfileres clavados en la piel,
color d e pies que han caminado demasiado, color de brasas
ardiendo dentro de las manos, color de un ser que nunca
llegará a nacer.
Es inútil engañarse.
Está atrapada en el centro de una espiral que no tiene
salida porque ella no quiere escaparse, porque un día se trazó
una meta y no desea devolverse después de recorrer un largo
trecho del camino, porque no quiere luchar, porque el valor
que le bastó para marcharse de su pueblo lo agotó en aquella
faena, se terminó en horas cuyos segundos eran días, en días
formados por horas que duraban años, en años, de estaciones
tan largas como siglos, en veranos que demtieron milenios,
en inviernos que congelaron el tiempo y lo detuvieron, en
primaveras, veloces que no les dieron a las rosas el tiempo
necesario Para que abrieran sus pétalos, en .otoiíos que
deshojaron los árboles en un instante.
Es inútil engañarse.
El tiempo lo hará todo; en favor o en contra. Nadie es
capaz de adivinar las sorpresas que guarda en su caja de
Pandora. Eso hará; dejar que este instante s e filtre a través
de su memoria y que se desvanezcan las cosas buenas y
malas que le dieron vigencia...
Eso hará.. .
Dejar que este tiempo de sal y azufre se deslice por
encima de su cuerpo como una serpiente cascabel que tañe
las bronceadas castañuelas de la muerte. Permitir que el día
vaya y que regrese convertido en noche o en amargura, ya
que no puede evitarlo.
Eso hará ...
Matar el presente que no muere, el día de hoy que es un
poco el de ayer y otro poco el de mañana, dejar que
-
~
el futuro
sea el juez d e su conducta, el fiscal de su miedo, el
carcelero de su infamia.
Eso hará ...
Doblar las rodillas, inclinar la frente, ocultar la mirada,
resignar el orgullo, taparse los oídos, amarrarse la lengua,
atarse las manos y los pies para asesinar la tentación que la
invita a marcharse y dejar todas estas cosas que la rodean y
que la hacen sentir tan bien, aunque a veces sueña que un
ángel viene a rescatarla de estas cosas que son las que la
tienen prisionera, pero que si les faltaran, sería lo mismo
que si le quitaran la piel o la luz de los ojos y la dejaran ciega
para siempre.
Lo que la mortifica es lo que tiene que hacer. Estarse
aquí con los brazos cruzados cuando debía estar andando
por caminos lejanos y grises, por praderas agrestes, saltando
abismos profundos, penetrando desiertos incandescentes,
cruzando ríos de caudales turbios para llegar al final de un
sendero en donde nacen todos los arcoiris y en donde se
bañan d e color azul los mares y los cielos, en donde se tiñen
de carmesí todas las rosas y se hace más fino el aire que se
respira y se toman más luminosas las horas finales de las
madrugadas.
;Qué debe hacer?
Conformarse con saber que la voluntad del asturiano es
un dogma irrebatible, algo que no se pone en duda ni se
discute.
Ahora no importa quién tiene la razón, si él, que ha
jugado al amor, o si ella que ha jugado con el amor y que no
ha sabido encontrar un hombre que la quiera porque no se
ha dejado querer, porque esa es una debilidad que no se
podía permitir, un lujo que no podía lucir. Para ella el amor
no ha sido más que una moneda que va de una mano a otra y
que tiene valor únicamente cuado s e atesora en los bolsillos.
Entonces, ¿para qué seguir pensando cuando todo lo ha
jugado a la suerte?, cuando ya nada tiene remedio y no
puede precisar si ha ganado o perdido, ya que ganancia o
pérdida a veces son la única cara de una misma medalla,
que depende tan sólo del lado en que la mire; un cara o cruz
infame, una apuesta sin riesgos a una alternativa variable,
cara o cruz, jugarse la suerte de su hijo, cara o cruz; ha
perdido, solamente el asturiano y ella sabe que su hijo ha
perdido, que ha sido condenado de antemano o no llorar ni a
ser feliz. iQué más da! ...
iQué más da! ...
Ser una mariposa o un murciélago temeroso de la
claridad del día; un grillo verde oculto debajo de una hoja
seca, un grano de arena o un cristal de nieve que se resiste a
ser lágrima o una gota de agua, un horizonte lejano o la
ribera d e un río queagotó su caudal en medio de un camino
sinuoso que jamás tuvo destino, ser libélula o crisálida,
cactus sediento o crisantemo marchito, oasis inexpugnable
en un ignorado valle de la luna, miseria y llanto, niebla que
oscurece la visión de los difuntos ...
iQué más da!
S e r vida o muerte que se contempla desde la otra orilla
del pez.
...jQué más da!
Capítulo XXXVI

Lucinda está muy sola. Lucinda está muy triste.


Lucinda s e está sintiendo mal, pero muy mal. Quisiera
llamar a alguien. Tomar el teléfono para decirle a su marido
que venga pronto para que la lleve nuevamente al médico,
porque algo no ha salido bien. que el vientre le está ardiendo
como si tuviera una hoguera encendida dentro del cuerpo;
decirle que algo le está doliendo mucho y que ese dolor no
e s por la criatura perdida. Pero no se anima a hacerlo; la
noche está demasiado oscura aunque todavía es temprano.
El le ha prohibido llamarlo a su casa, a lo mejor se
encuentra acostado con la otra, con su mujer por las
buenas, con la que tiene derecho a tener todos los hijos que
quisiera si ella pudiera tenerlos; y nadie se lo reprocharía,
s e seguro que está conversando con su mujer por la ley y por
la iglesia y ella, Lucinda, la que es tan sólo 19 impostora. la
que tiene que esperarlo a la hora que quiera llegar sin un
simple reproche, la que por obedecer ha tenido que arran-
carse un pedazo de sus carnes, el más doloroso de todos sin
lugar a dudas, todo porque él así lo ha ordenado y ahora que
lo quiere llamar. ella no se atreve, a pesar de que lo está
necesitando con urgencia. Ha descubierto un hilo de sangre
entre sus piernas y un dolor esparcido en toda la superficie
del vientre y siente la necesidad de decírselo a alguien para
que venga a ayudarla, porque se siente mal, porque también
le duele la cabeza, porque tiene mareos y el mundo parece
que da vueltas alrededor de ella, porque se siente muy débil
y ahora, s e encuentra tan sola, tan desamparada, tan sin
nadie. Hace un esfuerzo pequeño, que a ella le parece
enorme para levantarse del lecho; busca a luz de la lámpara
una toallita sanitaria para hacerse un tapón y ver si así puede
detener la hemorragia. Mira el reloj en la pared y tan sólo
son las nueve y media de la noche, con unos minutitos más y
unos segundos imprecisos. Toma la toallita rosada y debajo
del paquete d e Kotex se encuentra con el pañuelo. El mismo
que le regaló Noel para que se secara las lágrimas el primer
día que fue a trabajar en la tienda. No comprende por
qué nunca quiso desprenderse de él, quizás es porque aún le
guarda un poco de cariño a Noel, tal vez para torturarse un
poco en sus momentos solitarios. Lo recuerda con cariño
mientras s e coloca el tapón entre las piernas. S e siente un
poco más débil, un poco más sin fuerzas y otra vez vuelven
los mareos. Aprieta las piernas y aprisiona entre sus manos
el pañuelo, pronuncia su nombre, le confiesa todas sus
penas y su dolor, le pide que la perdone ahora que siente
que casi s e muere, le suplica que la ayude, yero él está muy
lejos y no puede venir a socorrerla. S e viste como puede con
lo primero que encuentra a mano y del fondo de una gaveta
del bureau toma una cantidad imprecisa de dinero. Sale a la
calle, a la plenitud de una noche que sostiene en su techo
una luna brillante y muy redonda. Esta luna de abril que
cuelga del firmamento como un fantasma de platino bruñido
escoltada por un sin fin de brillantes puntitos, con hebras de
nubes que simulan un vela y que inútilmente quieren
ocultar su cara &n facciones. Siente como la humedad de la
sangre empapa rápidamente la toallita rosada. Llama a un
taxi que pasa, pero no se detiene. Sigue esperando impa-
ciente durante unos minutqs que parecen años bisiestos,
hasta que pasa otro taxi y le hace señas, pero sigue de largo,
sin prestarle atención; ;es que me voy a morir aquí, sin que
nadie nie ayude? Al fin se detiene uno que señala su mano.
Se sube y le da una dirección, le dice que es urgente, que le
dará lo que pide y el hombre comprende que en aquel rostro
s e encierra algo terrible y le pregunta casi casi no queriendo
preguntarle, que si se siente mal, que si no quiere que mejor
la lleve a un hospital y Lucinda con la voz casi apagada
responde que no, que la lleve a esa dirección lo más rápido
posible, que corra un poco más, mientras con sus manos
sobre el sexo aprisiona la toallita completamente húmeda,
completamente roja. El tiempo se le está haciendo eterno y
una nube intmsa oculta por completo la cara redonda de la
luna, la visión s e le enturbia y %yano está pensando más
cuando llegan a la dirección que el chófer tiene anotada en
un papel. El le pregunta que si desea que la ayude a bajarse
y ella le dice que no y con el pañuelo de Noel apretado entre
las manos sube las escaleras, camina con pasos vacilantes
hasta la puerta del cuarto que sabe que es de él y toca con
temor, lo llama, le dice: ";Noel, Noel; ábreme por favor, me
estoy muriendo. .. Soy yo, Lucinda.. . Noel! ... Pero nadie le
responde, quizás está durmiendo. tal vez no está en su
cuarto, a lo mejor ya ni vive aquí. Toca un poquito más
fuerte la madera de la puerta y lo llama nuevamente, pero la
respuesta a su llamado es el silencio. Poco a poco s e va
desplomando junto a la puerta como una vela de.cera en
medio d e un desierto. S e queda con los ojos abiertos. muy
abiertos, espera que Noel llegue primero que la muerte,
mientras que por el lugar más oscuro y hermoso d e su
cuerpo, s e va desangrando lentamente.
Serían algo más d e la diez d e la noche cuando Noel
llegó a la puerta de la casa en donde desde hace tiempo
tiene alquilado su cuartito. Hace mucho que ya él no tiene luz
en la mirada. Está viejo, sucio y abandonado. S e siente
destruido. Sube pesadamente los escalones que lo llevan
hasta el segundo piso en donde reside desde mucho antes
del diluvio. Como s e siente cansado, no sabe si de tanta
trabajar o d e vivir, va a darse una ducha y luego se acostará
a dormir y hacer mañana lo mismo: levantarse temprano
para ir a trabajar a la imprenta hasta las horas finales de la
tarde y tomar toda la noche para la vagancia y esperar el fin
d e la semana para cobrar un salario miserable. Mientras se
dirige a la puerta sin pensar en nada, sin recordar nada ni a
nadie, bus& afanoso la llave en los bolsillos y ahí está, como
siempre. Pone el pie sobre el rellano que le sirve de
descanso y una leve claridad le ilumina la cara; Encuentra
muy extraño que la luz esté encendida. Mira hacia el fondo
del pasillo, hacia donde está su cuarto y s e detiene. Titubea
un poco, hay como un cuerpo derrumbado junto a su puerta.
Duda en acercarse. Es un cuerpo de mujer, desde aquí
puede verlo claramente. Se acerca un poco más, ya puede
ver el charco d e sangre que la rodea. Siente miedo, pero su
curiosidad es más fuerte que el temor y mientras se acerca
s e pregunta si está muerta. S e detiene, cree que lo mejor es
volver atrás y llamar a un policia, pero un presentimiento
extraño lo detiene. Algo absurdo ha nacido en su cerebro y
corre hacia el cuerpo de la mujer desfallecida y entonces
sus ojos no pueden retener la sorpresa, allí tirada está su
último presentimiento, ahí está su Lucinda sin palabras, su
Lucinda agonizante, su pálida Lucinda casi sin luzdentro de
los ojos muy abiertos. Nerviosamente abre la puerta y con
cuidado levanta el cuerpo d e ella. La lleva hasta el lecho
desordenado y la recuesta, todo lleno de amor y de cuidado.
La luz triste del pasillo los envuelve en una penumbra que
se parece mucho a la muerte. La observa detenidamente
con mucho más amor que antes y entonces ve la herida en
medio d e su cuerpo y le pregunta:
-¿Qué te ha sucedido. Lucinda. Dime qué tienes?
-;Mi hijo, Noel -le responde con un irdgil hilo de voz-.
...'
He perdido a. mi hijo! ;Se iba a llamar igual que tú!
-¿Un aborto? - a c i e r t a a pregtintar Noel y su pregunta se
queda flotando en el centro d e la habitación sin encontrar
respuesta.
-;Voy a ir a buscar a un médico! - g r i t a nerviosamente,
pero un quejido profundo y lastimero de Lucinda lo detiene
-jYa es muy tarde, Noel. Por javor, no me dejes sola!
Su voz casi no se oye y en los ojos de Noel casi se da
inicio al llanto.
-;No me dejes morir sola -le repite.
Noel se arrodilla entonces delante del lecho. Ella ciprra
los ojos y s e queda tranquila. El ya no puede contener las
lágrimas y comienza a llorar. S e queda un largo rato mirán-
dola fijamente; enciende un cigarrillo y mientras fuma se
pone a pensar que Lucinda otra vez vuelve a ser suya.
Capítulo XXXVII

Como nos molesta, Lucinda, ese gotear ruidoso que


produce la llave del baño, tan próxima a tu cabecera. Esa
gota que me produce la sensación de que algo muy impor-
tante para ti s e escapa, algo deleble e irrecuperable, como si
fuera un recuerdo olvidado, como una campiña que ve morir
todas sus flores y sus viñedos ante la llegada prematura del
invierno, de este invierno que se te ha enredado en el rostro
tomándolo muy pálido y tú, todavía te niegas a borrar d e tus
labios esa sonrisa como si te sintieras muy feliz aquí,
conniigo; y esa gota, ¿por que no cesa?, ipor qué sigue
cayendo lentamente, brotando por tus ojos incrédulos. por
ese agujero por donde yo te miro sin quererlo?; y esa gota,
Lucinda, esa lágrima roja está cayendo en el inismo centro
d e mi pecho, esa gota de sangre no me permite decir ni una
sola palabra d e consuelo y esa gota, esa otra gota encima de
ese piso frío, de tu alma casi yerta y tú tal vez pensando en
lejanas fronteras en donde la muerte no es posible, por lo
menos no otra muerte después de ésta, y tíi, pensando en
ayeres avefénix, lejanos y pasados, tú que ya no tienes
futuro ni pasado, que d e manera precaria sostienes el
presente en medio d e unos recuerdos confusos, llenos de
ruinas prehistóricas, repletos de tristezas. Ahora no quisiera
que pensaras en tu infancia entre flores marchitas, entre
caminos polvorientos, pero sé que ahora piensas, lo adivino
en los arcos redondos y sin luz de tus pupilas y en esa gota,
sonando, repitiendo que está aquí, presente, señalando con
su sonido la existencia de algo que se escapa inevitable-
mente, que s e mengua igual que las lunas de un planeta
imaginario y yo aquí, como esa gota, inútil como aquel
planeta y sus lunas, sin saber si me miras cuando abres los
ojos, junto a ti s i n saber si me escuchas cuando pronuncio
tu nombre, dejando que el sudor se confunda con el llanto,
con este llanto profundo que no me deja llorar, que no acaba
d e nacer enteramente, que me ahoga. Sé que tú compren-
des mi silencio. Lucinda, que sabes que me siento triste,
Lucinda, que todo ahora aquí es más lúgubre que aquel día
que llegué a esta maldita ciudad, tan grande, tan mostruo y
tan infame. Debí haberme quedado allá, en aquel pueblito
gris y sin inviernos tan parecido al tuyo. Debiste haber
hecho lo mismo. Tal vez no nos habríamos conocido ni
estuviéramos sufriendo esta cruxificción de ahora. Maldigo
el día en que decidí quedarme, el día en que renté este
cuartito, el día que viniste a la tienda, pero no te maldigo a
ti, a pesar de la carta que dejaste diciéndome que ya no me
querías; sabía que estabas mintiendo. A esta habitación la
odio por muchísimas cosas, porque me trae recuerdos que
no quiero, por esa gota que se escapa del grifo. que me dice
estás aquí como un dios omnipresente y al mismo tiempo
inútil, cayendo sin ningún propósito y sin ningún motivo,
únicamente parabrecordarme que un frío casi eterno está
recorriéndote el cuerpo y otra vez esa gota, otra vez tus ojos
muy abiertos y otra vez el temblor que te hace estremecer
las carnes' y otra vez tu sonrisa que me habla de una
felicidad no conocida y otra vez el apretón d e tu mano con
mi mano. Lleno de temor acaricio tu frente y casi estás
como muerta, s6lo tu respiración me dice que estás viva,
quisiera ir a un médico, pero tú iio me dejas. tengo miedo de
dejarte sola y no volver a encontrarte, no quiero que me
'dejes otra vez y para siempre ahora que me perteneces, que
eres solamente mía, esa gota Lucinda, ahora lo comprendo,
esa gota eres tú y es tu nombre, son todas las lágrimas que
en este momento me faltan, y que nunca serán suficientes
para llorarte. Ahora que no puedes decirme nada, no me
avergüenzo d e confesar que 'aún te quiero, que siempre te
quise mucho, que comprendo la razón de tu primera partida
y que la justifico; ;cómo ibas a sentirte bien al lado de un
pálido empleado de una tienda de tejidos? En verdad, yo
podía ofrecerte muy poco, está bien que te fijaras otras
metas más lejanas, que no hicieras igual que yo, que perdí
nis años mejores entre montones y montones de fardos de
ela y metros y metros de encajes, y hasta se puede decir
que tuviste tu poquito de suerte porque los ojos del jefe se
clavaron en los arcos negros y redondos de los tuyos. Yo
tuve también mi poquito de suerte porque primero fuiste
mía, y ahora que estás aquí me perteneces absolutamente,
para mí será, la última luz que salgan de tus ojos, el último
fulgor d e tu sonrisa, el último calor que emane de tu cuerpo.
d último sonido de tu garganta, la última transpiración de tu
piel, el último gesto de tus manos, el último céfiro que salga
d e tu boca y d e tus pulmones, mía será tu última tristeza y tu
última alegría. Eres totalmente mía ahora. Ahora tirada en
esa vieja cama que en un lejano verano llegó a pertenecerte,
te miro desangrar lentamente por el lugar más amado de tu
cuerpo, por el sitio más oculto y más sagrado, y yo aquí,
detenido, inmerso en este tiempo absurdo, sin poder ayu-
darte porque viniste a buscarme demasiado tarde, dentro de
este espacio caluroso que proteje tu cuerpo al borde de la
inercia de las miradas del mundo y esa gota otra vez. cómo
nos molesta ese pedacito de cristal sonoro y sangriento que
revienta en el piso, que humedece las sábanas, que estre-
mece mi alma y mi cuerpo desde los pies hasta el vértice de
los cabellos. T e estás poniendo muy seria, Lucinda; el sudor
casi t e perla la frente, ya el último,residuo de calor que
hahí&n tu cuerpo se te ha escapado por los poros. Tomo la
toalla y te seco la frente, t e arreglo el vestido, te peino los
cabellos, más intensamente negros en esta hora suprema,
tomo la toalla otra vez y la introduzco obscenamente entre
las piernas muy pálidas, queriendo detener ese hilo de
sangre por donde se te va la vida; vuelvo entonces a
escuchar esa gota.
Pero qué estoy haciendo aquí con los brazos cruzados si
todavía respira, si ese manantial de sangre aún no se
detiene, tengo que llevarla urgentemente a un hospital ...
;Dios mío; haz un milagro, es posible que todavía haya
tiempo.
Noel la toma entre sus brazos, su corazón palpita fuer-
temente, pero el de ella casi nada. Lucinda deja escapar un
quejido lastimero al sentirse suspendida, piensa que la
muerte ha llegado y que la eleva por los aires. Una brasa
ardiente le calcina las entrañas; abre los ojos y ve el rostro
pálido d e Noel, más pálido que el suyo; ¿no es posible que
sea cierto que va a morir en sus brazos? por lo menos Dios ha
escuchado sus ruegos y va a concederle ese último deseo.
Noel baja los escalones rápidamente y sale a la calle, al
centro d e esta noche oscura y tibia, ni un alma se divisa, no
puede quedarse en este sitio detenido, comienza a caminar
guiado por el instinto ... ;mil veces seas maldito, asqueroso
asturiano!, a lo lejos divisa dos ojos encendidos, dos Jroles
d e fuego que s e acercan; es un auto, aprieta con dulzura el
cuerpo d e Lucinda contra el suyo, la camisa que era blanca
está hecha un incendio que se pega a su piel, la sangre de
Lucinda es ahora su piel enrojecida, presiente que ella está
muriendo entre sus brazos y el cuerpo de esa mujer es casi
como su alma, ¿cómo va a olvidar este momento?, le dice al
oído unas palabras dulces, los ojos están llenos de lágrimas,
la voz de cristal hecha añicos, y rompe en un solo sollozo,
-< No te preocupes, Lucinda, vas a ponerte bien y no te
6

dejaré partir jamás"-. No sabe si ella lo ha escuchado


porque no hace un solo gesto con la cara, tiene la boca
abierta y en ella se adivina todos sus dientes sanos, a pesar
d e la noche su rostro es cada vez más pálido y transparente,
se para en medio de la calle y comienza a dar voces para que
el auto se detenga y el conductor piensa que ese hombre
tiene que estar loco, pero cuando divisa el cuerpo de la
mujer entre sus brazos piensa que debe estar desesperado.
-;Por favor, esta mujer se muere. Lléveme al hospital más
próximo!
El hombre se conduele al escuchar su voz ilena de
llanto, al ver su camisa completamente roja, la cara hermo-
sa de la mujer. la cara exangüe, ausente de color. Abre la
puerta y Noel coloca el cuerpo de Lucinda en el asiento
trasero en la posición que piensa es más cómoda. Ella
vuelve a quejarse, le duele más la herida oculta de donde
mana todo ese caudal de sangre. El conductor pregunta qué
ha pasado, pero Noel no responde -"El hospital Padre
Billini no está lejos"-, dice, pero Noel no lo escucha.
Doblan por varias calles que olvida la memoria y que conoce
el olvido. Es tarde, ya casi se va la madrugada. Llegan por
fin, despu'és de un viaje de minutos que ha tardado horas. El
conductor ayuda a Noel a bajar el cuerpo de Lucinda. Ella
no deja d e quejarse, "por qué no la dejan quietecita como
estaba y le permiten morirse"; está consciente de todo. sabe
que esa voz que escucha pertenece a Noel, que ese llanto
que s e derrama e s por ella, ahora comprende todo lo que él
la ama y lo mucho que ella lo quiere, pero no puede decir-
selo porque le faltan fuerzas, sólo quiere que él la perdone y
vuelve a quejarse quedamente cuando la colocan encima de
la camilla de la sala de emergencia. el médico abre los ojos
desmesuradamente cuando la vé y se pasa la mano por la
frente. Exclama:
-;Dios mío!
Noel no puede contener más el llanto y comienza a
llorar como lloran los niños.
-¿Por qué no la trajo con nuís tiempo?
Quisiera decir que ha venido todo lo rápido que pudo,
pero d e su garganta no sale una sola palabra. El reloj da
cuatro campanadas. El médico mira otra vez el manantial
de sangre. que sale del cuerpo de Lucinda con una lentitud
que pasma. como si tratara de eternizar la angustia.
-;Enfermera! - d i c e el médico-. -Rúpiflo, plasma sanguí-
neo y un coagulante!
La enfermera sale de su estupor y vuela. Su cofia
blanca parece una paloma. Una monjita se acerca.
Ya trasladan el cuerpo de Lucinda. La sangre nueva
yue le inyectan no tiñe de color la piel de su cara. Las
manos de papel casi están frías. Noel sigue en silencio
secándose las lágrimas. El conductor lo sigue como un perro
fiel que está cuidando a su amo. El ya no puede esperar más
y le dice:
- S e ñ o r , no me ha pagado.
Noel introduce las manos en los bolsillos vacíos y hace
con los hombros un gesto que el conductor comprende.
-No se preocupe, señor-es todo lo que dice.
Y Noel dice: -;Gracias!
- N o puede entrar a a sala --dice el médico.
-Quisiera estar con ella.
-Dígame cómo ha pasado.
- C r e a m e que no lo sé.
-<La conoce?
C i .
-¿Cuál es SU nombre?
-¿El mío o el de ella?
-El de ella, por supuesto.
L u c i n d a Palmares.
-Era muy hermosa.
-¿Por qué dice usted que era? ;Aún lo es!
-;Perdón!; ¿era usted su marido?
-No, doctor.
-2Un familiar acaso?
-Tampoco.
-¿Entonces, que es usted de ella?, ¿por qué la hu traido?
, 4 5 0 un
~ amigo.
--Lspere un morrrento. A hora vuelvo.
-¿Adónde va, doctor?
-Tengo que hacer una llamada.
-¿Se salvará?
-No soy Dios para decirlo.
-¿Entonces ?
-Todo es posible.
-¿Puedo quedarme a su lado?
-Entre. Aunque no comprendo para qué quiere torturarse.
Noel entra en la sala. Mira el frasco de plasma cayendo
lentamente, penetrando gota a gota en las venas de Lucinda.
Mueve la cabeza y las manos, unas pisadas hacen que voltee
al cabeza y que mire hacia la puerta. Ve entrar a una mujer
hermosa, con un miedo también hermoso en la mirada,
tocando con los ojos los encajes y los voiles, con el cabello
suelto y su faldita de cuadros escoceses, con su blusa de
nubes, con la noche en sus ojos, con la luz en su sonrisa; es
Lucinda, pálida como una gota de agua, que camina hacia
él, que sigue de largo y se acuesta en la cama, que comienza
a sangrar, a teñir las sábanas, el piso y las paredes; es eila la
que ha entrado para marcharse dentro de un sueño teñido
d e rojeces salobres. Mira el frasco de sangre y contempla la
gota, esa gota, Lucinda, ese sonido sordo, ese andar de
clepsidra por el interior de tus venas, esa gota, ¿por qué no
corre más rápido que el flujo de tu cuerpo?, esa gota, esa
sangre que entra y que se escapa, que se multiplica en su
huida, que sale en millones de gotas, ¿qué sucede, Lucinda?,
;por qué no sueñas con la vida?, esa gota, ¿por qué s e ha
detenido?, ;por qué no penetra ya como la lluvia en un
ocaso rojo?, esos ojos abiertos, Lucinda, sé que ya no miran
a nadie, ¿por qué ya no respiras?, ;qué ha pasado,.Lucinda,
qué ha pasado? ...
El médico regresa, no se atreve a interrumpir el llanto
d e Noel, ni ese abrazo que le está dando a la muerte. Pasan
unos minutos que llegan enredados entre la bruma y el
silencio d e la madrugada, entre la espuma gris del día que
comienza. Noei siente que le cuesta trabajo desprenderse
d e aquel cuerpo yerto. S e incorpora y con trabajo musita:
-;Ha muerto!
Noel no se percata de la presencia de los policías al
lado del doctor. Ellos no quisieran interferir en su dolor ni
en su tristeza. Algo les dice que ese hombre es inocente, que
su única culpa ha sido quererla demasiado, pero se acercan a
él con respeto, mirando fijamente ese rostro que oscure la
angustia, y con pena, ellos le dicen:

-;Lo sentimos mucho, señor. Queda usted detenido!

Santo Domingo
25-10-77.

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