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“En Bilbao, este edificio escultórico, proeza tecnológica nacida de la

imaginación de Frank Gehry para la Fundación Guggenheim, no tardó en


encontrar su sitio en el corazón de la ciudad, convirtiéndose en un icono
reconocido internacionalmente”.
Jean-Francois Lasnier

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El Museo Guggenheim Bilbao, obra del arquitecto canadiense Frank Gehry
representa un magnífico ejemplo de la arquitectura más vanguardista del siglo
XX. Con sus 24.000 m2, de los cuales 11.000 se destinan a espacios
expositivos, representa un hito arquitectónico por su audaz configuración y
su diseño innovador, conformando un seductor telón de fondo para el arte
contemporáneo que en él se exhibe.

Desde su inauguración en 1997, el Museo Guggenheim se ha convertido en


el nuevo símbolo de Bilbao. En el proyecto del museo se plasmó la idea de la
cultura como motor económico tras el estancamiento industrial en el que
estaba instalado Bilbao a principios de los años 90 del siglo pasado. Para ello
se requería una obra que fuera referencia reconocible en todo el mundo. En
este sentido la alianza con la Fundación Solomon Guggenheim y el
arquitecto Frank Gehry resultó altamente productiva.

Tras 4 años de obras (1993-1997), no exentas de polémicas, en octubre de


1997 quedó inaugurado el Guggenheim, y el concepto del museo del siglo
XXI. El resultado ha sido un espacio abierto concebido como intérprete de la
cultura, capaz de contar historias, donde el contenido emocional de las obras
expuestas se combine con la arquitectura, y el conjunto evoque la tradición
industrial del suelo donde está edificado. Un ambicioso proyecto cultural cuyo
primer activo es el monumental edificio creado por Frank Gehry.
El Museo Guggenheim supone el
comienzo de la apertura de Bilbao
al mundo de la cultura y el
turismo, y desde su inauguración
en 1997, el motor del cambio.
Desde entonces lo han visitado
casi 13 millones de personas.
Solo en 2010, 956.000 (el 62 %
procedentes del extranjero)
visitantes acudieron a él atraídos
por el brillo de sus planchas de
titanio.

El edificio que diseñó Frank Gehry ha contribuido a la transformación urbanística de


Bilbao, ha propiciado la recuperación de un enclave degradado por la reconversión
industrial y ha sido el primer paso para la renovación del entorno de la ría del
Nervión. De esta forma se han amortizado los 100 millones de dólares (71,8
millones de euros al cambio actual) que costó su construcción y los 25 millones de
euros al año que cuesta mantenerlo.
Para plasmar sus primeras ideas,
en 1991 Frank Gehry dibuja sobre
el solar elegido una serie de
croquis que le permiten realizar
un encaje esquemático. Con una
técnica fluida y en un movimiento
continuo semejante a la escritura
automática, Gehry multiplica los
dibujos, “los garabatos” como él
los llama, pero de los que poco a
poco emergen las formas.
Varios de los trazos principales
del futuro edificio se aprecian ya
en esta fase, como el lucernario
central del atrio en forma de flor o
la larga galería inspirada en el
caso de un barco o en un enorme
pez.
Las formas nacidas de estos dibujos “garabatos” se
transforman en maquetas rudimentarias: entre las
conformaciones geométricas se inserta la flor de metal
de formas más libres. Después se añadiría la torre al
otro lado del puente de la Salve, unida al Museo por la
larga galería que pasa debajo de él.
El proceso por el cual de los diseños se pasa a las maquetas y luego al edificio
fue muy complejo y en muchos aspectos innovador. La tecnología, como
siempre sucede en la arquitectura, vino en ayuda de la imaginación del
arquitecto. El equipo de Gehry fue pionero en el uso de CATIA, un programa
informático utilizado en la industria aeronáutica, para construir
tridimensionalmente los volúmenes del edificio y calcular sus materiales y
costo. El programa se usó tanto en el diseño como en la construcción de los
elementos constructivos y detalles de acabado, ya que dado el carácter
escultórico del edificio ninguno de ellos se repetía (particularmente las planchas
de titanio).
“Muchas de las formas diseñadas en ese momento sólo eran factibles gracias al
ordenador”- señalan sus colaboradores Randy Jefferson y Jim Glymph-. “Bilbao es
un claro ejemplo de ello. Antes, esas formas se habrían considerado como algo a
evitar: buenas ideas en estado de croquis, pero imposibles de construir. Bilbao
habría podido ser dibujado con lápiz y cartabón, pero se habrían tardado
decenios”. Todas las piezas de la compleja estructura metálica son pues calibradas
por el programa informático CATIA antes de su fabricación.
Como en otras obras de Gehry, las formas
escultóricas del Guggenheim se logran a
través de un armazón estructural de acero que
se recubre con planchas de metal (esto es
especialmente evidente en la torre al costado
del Puente de la Salve). De allí el carácter
escenográfico, a la vez fluido y lleno de
movimiento y energía que caracteriza las
obras de Gehry.
Otro elemento decisivo en la génesis del proyecto fue la elección del material de
fachada. Gehry se interesó por el titanio: “contábamos con el potencial de un metal
a la vez cálido y lleno de carácter”, recuerda. “El titanio es más fino que el acero;
tiene un tercio de milímetro de espesor y presenta una estructura moldeable; no
descansa en plano y el viento hace palpitar su superficie, cualidades de las que
aprendimos a sacar partido”.
El solar antes del Guggenheim

A Gehry le ofrecieron
cualquier espacio de los
muelles de Abandoibarra y,
aunque podía haber elegido
un espacio menos caótico, se
decantó por la zona más
estrecha junto al puente de la
Salve, una zona con pocos
reclamos estéticos.
El edificio establece un diálogo sutil con el tejido urbano: la autovía y el puente de
la Salve, la ría del Nervión, el carácter industrial del antiguo puerto, e incluso las
vistas desde las calles adyacentes, todo en Bilbao parece haber participado en la
concepción plástica del edificio de Gehry.
La gran galería, que discurre bajo el puente eclosionando en una torre bífida, arrima
el Museo a su entorno. Mientras la piel de escamas de titanio alude explícitamente
al pasado industrial de la ciudad, la luz que espejea sobre su superficie establece
una correspondencia con los reflejos en el agua de la ría.
El edificio es la primera obra de arte del museo. Se trata de una gran escultura
habitable que supera los límites de la mera arquitectura. Un conglomerado de
volúmenes retorcidos, cubiertos con escamas de titanio, cuya contemplación evoca
el pasado marítimo e industrial de Bilbao. Las formas del edificio, buque que surca
las aguas del Nervión, cetáceo varado o conglomerado de fábricas y talleres, están
tan abiertas a interpretaciones como las piezas que alberga el museo.
La construcción se compone de una serie de volúmenes interconectados, unos de
forma ortogonal recubiertas de piedra caliza y otros de volumetría más fluida,
curvilínea y orgánica, cubiertos por una piel metálica de titanio. Estos volúmenes
se conectan con muros cortinas de vidrio que dotan de transparencia a todo el
conjunto.
Los materiales

•La piedra caliza fue elegida por su


tonalidad, pues se funde perfectamente
con el fondo de la fachada de piedra
arenisca de la fachada de la Universidad
de Deusto.
•Las paredes de cristal están realizadas
y montadas en una compleja estructura
metálica cuya realización fue posible
gracias a los avances tecnológicos.
•El vidrio utilizado está tratado de forma
que, pese a ser totalmente traslúcido,
protege el interior del calor y la radiación.
•Por su parte, las 33.000 losetas de
titanio, que a modo de “escamas de pez”
recubren grandes áreas del edificio,
contribuyen a dar forma a la imposible
silueta del Guggenheim. Su atractivo
aspecto rugoso es un efecto perseguido
por el arquitecto en aras de una mayor
sensación de tactilidad y retorcimiento de
los volúmenes.
Entrada.
El ingreso al Museo resulta
en sí un poco extraño, ya
que se halla casi escondido,
hundido respecto al nivel de
la calle, al que se accede
tras descender una amplias
escaleras.
El atrio
El eje que da lógica interna a la
estructura aparentemente caótica
del edificio es el monumental atrio
interior. Toda la estructura de
volúmenes retorcidos gira entorno
a ese pórtico monumental. Es el
auténtico corazón del Museo, de
más de 50 metros de altura,
inundado de luz procedente de las
cristaleras. Gerhy ha creado un
espacio en cuyo diseño trabaja
tanto en calidad de escultor como
de arquitecto.
Las paredes de cristal del atrio ofrecen una vista
diáfana de la ría y los montes de la periferia. Inundado
por la luz procedente de la linterna cenital “flor
metálica”, el atrio sirve como punto de convergencia y
de orientación, así como de escenario de instalaciones
monumentales concebidas específicamente para su
ubicación en el Museo.
Ascensores acristalados, torres de
escaleras de piedra y pasarelas
curvilíneas colgadas del techo
permiten la circulación del visitante
por los tres pisos.
El atrio se abre a la ría a través de un
pórtico exterior. En el medio se ubica
un gran pilar cilíndrico que sostiene
una cubierta abovedada, que a lo
lejos nos da la impresión de ser una
bienvenida al museo.
La gran galería de 130 m de
largo y 30 de ancho, que
actualmente alberga la obra
monumental de Richard Serra,
La materia del tiempo
(1993-2005), prolonga la
percepción de un espacio-tiempo
en expansión.
Las obras de gran formato tienen
cabida en esta galería especial,
libre de soportes y con suelo
preparado especialmente para
soportar el peso de las obras que
aloja. Esta galería, llamada
popularmente la “galería del pez”,
que vista desde fuera atraviesa
el Puente de la Salve por debajo
y se topa en su extremo con una
torre que simula abrazar el
puente e incluirlo en el edifico,
tiene su propia entrada,
adquiriendo cierto carácter
independiente.
Instalación de esculturas de acero
de Richard Serra “La materia del
tiempo”. 1993-2005.
El espacio expositivo
Desde el atrio se distribuyen las salas de exposiciones. Son tres plantas de
galerías de varios tamaños conectadas por un sistema de pasarelas curvilíneas
suspendidas del techo, puentes, ascensores de cristal y torres de escaleras que
conducen a las 20 salas de exposición de conformaciones diferentes
Imágenes de la exposición temporal “Caos y
clasicismo” en Mayo de 2011
Imágenes de la exposición
temporal “el intervalo
luminoso” en Mayo de 2011.
Desde su inicio, el Museo Guggenheim
Bilbao tuvo como parte fundamental de
su misión la formación de una
colección propia.
Alguna de las 91 obras que hoy forman
parte de esa colección se exponen en
el atrio o en los espacios exteriores del
museo.
Entre ellas destacamos.:

Jim Dine. Tres Venus españolas,


1997.
Jeff Koons. Tulipanes. 1995-2004
Louise Bourgeois. La araña gigante
“Mamá”. 1999-2001.
Anish Kapoor “el gran
árbol y el ojo”. 2009.
En la entrada principal nos recibe la escultura floral Puppy (1992), de Jeff Koons,
el gigantesco perro de flores de 12 metros de altura, que había sido pensada como
temporal pero fue tan popular que terminó siendo acogida como permanente…. Con
mucha sorna los bilbaínos dicen que el edificio que tiene detrás se construyó como
la caseta del perro.
Pilar M E
Mayo de 2011

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