Colombia tiene miles de estos casos. Aunque el divorcio es un procedimiento muy
común en estos días, solo se autorizó desde el 17 de diciembre de 1992, cuando se promulgó la ley vigente. La promulgación de la Ley N.º 25 en 1992 tuvo importantes repercusiones sociales. Si bien la posibilidad legal de la disolución civil del matrimonio está prevista en el Código Civil adoptado en 1887, en ese año el Estado de Colombia y la Santa Sede concluyeron un acuerdo en el que la religión católica fue aceptada y establecida como nacional. El único matrimonio válido entre los bautizados es el rito de iniciación. La Constitución Política de 1991 autoriza la terminación del efecto civil de todo tipo de matrimonio. Precisó que la disolución del vínculo estaría sujeta, entre otras cosas, al derecho civil, Durante casi un siglo, en Colombia, solo se reconocía el matrimonio legal, ya que ningún creyente podía contraer matrimonio civil, porque estaba en peligro de excomunión. Si quisiera renunciar a su religión. La disolución del vínculo es competencia exclusiva de los tribunales eclesiásticos y ante el poder judicial civil sólo puede disolverse la separación legal, porque el sacramento del matrimonio es único e indiscutible. Disolviendo: “Lo que Dios ha reunido, el hombre solo puede separarlo. Esta situación cambió parcialmente con el Concordato de 1973, mediante el cual la gente común podía contraer matrimonios religiosos o civiles sin renunciar a su religión o exponerse a la sanción de la Iglesia. Pero el divorcio sigue siendo un procedimiento que se aplica solo a los matrimonios civiles, ya que el vínculo religioso aún existe. Por eso podemos decir que el divorcio, aunque registrado en el Código Civil, sólo existe en la práctica en Colombia desde la promulgación de la Ley 25 de 17 de diciembre de 1992. Antes era una fuente inalcanzable. Solo son consultados por aquellos con los que se casarán civilmente, es decir, una pequeña minoría de colombianos. Esto no significa que se disuelva el vínculo familiar, sino que da por terminada la obligación contractual y pone fin a los efectos civiles, Gracias a esta ley, los cónyuges casados por la iglesia pueden divorciarse legalmente y contraer un nuevo matrimonio civil. Esto no significa que se disuelva el vínculo familiar, sino que da por terminada la asociación contractual y termina los efectos civiles. Como resultado, el divorcio hizo imposible que muchas ex parejas casadas por la iglesia y sindicalistas legalizaran una nueva federación en Colombia. En un libro que escribí con la periodista María Clara Mendoza hace unos años advertimos que, paradójicamente, el objetivo primordial del divorcio es preservar la institución de la familia, así como la convivencia de dos personas. El amor y la unión feliz pueden enriquecerse, la unión infeliz puede causar estragos. En estos casos, el divorcio es en última instancia solo una solución y no una fuente de conflicto, ya que ofrece una solución legal a un problema que ha destruido la vida familiar. Por tanto, el número de divorcios no es un factor que divide o destruye familias, sino un recurso que el Estado proporciona para evitar que los cónyuges se casen, porque, así como el Estado general otorga el derecho a contraer matrimonio, también significa libertad de disolución. Unión fallida.
Hoy en día según la Superintendencia de Notariado y Registro, el divorcio en
Colombia ha venido aumentando durante los últimos años. En el 2016, se registraron más de 23.000 casos. Usualmente, el primer trimestre del año es el periodo en el que se instauran más procesos, mientras que el último es en el que menos se presentan. Por otro lado, cerca de la mitad de las parejas del país viven en unión libre. Actualmente, la Corte Constitucional debate sobre si el régimen del divorcio que tenemos es apropiado. Aunque el alto tribunal, en una de las demandas presentadas en el 2017, mantuvo sin modificación la norma atacada, preservando la imposibilidad de demandar el divorcio al cónyuge culpable, hay quienes creen que, así como el matrimonio nace por el querer de los esposos, también debería terminar por la voluntad de cualquiera de ellos. Nadie está obligado a amar o a vivir con otro y nadie tiene por qué mantener el matrimonio contra su voluntad. Adicionalmente, la discusión gira en torno a si se debe continuar con un sistema causalista de divorcio como el que tenemos en la actualidad.