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Clase Monedas Sociales UNDAV
Clase Monedas Sociales UNDAV
Monedas Sociales y
complementarias
CLASE 7
Alimentos Soberanos: prácticas
y herramientas para una
gestión participativa desde los
territorios y junto al Estado
UNIVERSIDAD
NACIONAL DE
AVELLANED A
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Monedas sociales y complementarias
Motivación
Solemos pensar en el dinero como algo natural en nuestras vidas, como algo que estaba
allá antes de que nazcamos y permanecerá por mucho tiempo una vez que ya no este-
mos. Nos guste o no, nos permita acceder a cosas que disfrutamos o sea una de las causas
de nuestro padecimiento, el dinero se nos presenta como un aspecto inquebrantable del
mundo en el que vivimos. Y de la misma manera que debemos adaptarnos a aceptar y
convivir con cuestiones “naturales” como el tiempo o el clima, las fuerzas de la sociedad
(sus estructuras e instituciones) nos inducen a pensar que el dinero es uno de esos aspec-
tos que debemos tomar como dados, que en lugar de cuestionar, combatir y resignificar
es mejor aceptar, relajarse y gozar.
La visión expresada en los libros de textos, sin embargo, adolece de algunos problemas.
El más importante: no es consistente con la evidencia histórica y los estudios antropo-
lógicos sobre los orígenes y la evolución del dinero. Según estos estudios (por ejemplo,
Graeber, 2011) el dinero es una tecnología social que, lejos de surgir espontáneamente
del trueque, es creado deliberadamente por grupos sociales con una organización políti-
ca preexistente en la búsqueda de un objetivo determinado. En tanto social, el dinero no
es algo que existe por naturaleza ni que emerge espontáneamente. Los registros históri-
cos demuestran que los orígenes del dinero se remontan a épocas donde las economías
de mercado todavía no existían. En particular, las primeras formas de dinero se introdu-
jeron en Mesopotamia 2.000 años antes de que las primeras monedas fueran acuñadas.
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Por lo tanto, si las primeras formas de dinero eran tales que no podían utilizarse para
realizar intercambios, ¿para qué se utilizaban?
Hay evidencia de que las sociedades primitivas usaban el dinero tanto como una forma
de medir el tamaño de la deuda que cada miembro de la comunidad tenía que pagar a
los dioses (y a sus representantes en la Tierra), como una medida para establecer las san-
ciones que había que pagar por los daños y perjuicios a la comunidad o a miembros de
esta (Ingham, 2004). Posteriormente, los imperios del mundo antiguo usaron el dinero
para llevar un registro de los bienes producidos y acumulados. En Mesopotamia, por
ejemplo, los impuestos se fijaban en un “dinero de cuenta” y se pagaban en cebada. Así́,
el dinero fue creado originalmente por las comunidades para facilitar su organización
política y económica.
Ninguna sociedad razonablemente organizada puede prescindir de herramientas que
realicen estas dos funciones, a saber, una forma de medir lo que se produce, intercambia
y debe, y una forma de pagar todas estas transacciones. Sin embargo, la lección im-
portante que debemos aprender de la evolución histórica del dinero es que lo que sea
que usamos para hacer pagos (ya sea de deudas o de bienes y servicios) no necesita ser,
simultáneamente, lo que usamos para medir el valor de estos pagos. Amato y Fantacci
(2011) dicen al respecto que:
Cuando pido un metro de material, quiero un trozo de tela de un metro de largo, no un
metro de tela. Lo mismo puede decirse de la economía, y aún en mayor medida. El di-
nero en términos del cual se denomina la deuda no es necesariamente el dinero en el cual
debe ser pagada. Para cumplir su función indispensable de herramienta para el bienestar
público, el dinero solo requiere que la relación entre las dos funciones anteriormente men-
cionadas (ser unidad de medida y medio cambio/pago) se establezca públicamente y a su
debido tiempo.
El propio John Maynard Keynes lo dejó claro en su Tratado sobre el dinero (Keynes,
1930/1971), en el que afirmaba que:
Quizás podamos dilucidar la distinción entre dinero y dinero de cuenta diciendo que el
dinero de cuenta es la descripción o título y el dinero es lo que responde a la descripción.
Ahora bien, si la misma cosa siempre respondiera a la misma descripción, la distinción no
tendría ningún interés práctico. Pero si la cosa puede cambiar, mientras que la descripción
sigue siendo la misma, entonces la distinción puede ser muy significativa. La diferencia
es similar a la diferencia entre el rey de Inglaterra (quienquiera que sea) y el Rey Jorge.
Un contrato para pagar de aquí a diez años una cantidad de oro igual al peso del rey de
Inglaterra no es lo mismo que un contrato para pagar una cantidad de oro igual al peso
del individuo que ahora es el Rey Jorge. Es el Estado quien debe declarar, cuando llegue el
momento, quien es el rey de Inglaterra. (pp. 3-4, cursiva en el original, traducción propia)
Un dinero que definitiva e institucionalmente combine estas dos funciones -unidad de
cuenta y medio de cambio- se convierte necesariamente en una reserva de valor. Por reserva
de valor nos referimos a la posibilidad de atesorar una cosa con la certeza institucionalmente
garantizada de que conservará su valor en términos de la unidad de cuenta. No llama la
atención que la teoría monetaria hegemónica sostenga que esta es una función esencial que
el dinero debe realizar. Esta transferibilidad intertemporal sin costo alguno implica que el
dinero como reserva de valor sea la forma absoluta de cada activo e instrumento de crédito.
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Para la reflexión: ¿si un elemento crucial del dinero es su función de unidad de cuenta,
no es importante pensar quiénes y a través de qué mecanismos definen cuál es esa uni-
dad y cómo se ajusta en el tiempo? ¿Puede, entonces, el dinero ser tomado como algo
“neutral” que no tiene injerencia sobre la “economía real”, o las decisiones en torno al
funcionamiento del dinero y el sistema monetario son de crucial importancia para la
vida cotidiana de las personas?
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distintas formas de dinero electrónico (desde una cuenta bancaria hasta la billetera de
Mercado Pago). Todas estas formas contemporáneas de dinero comparten una carac-
terística que las distingue de las formas monetarias de la Antigüedad: no tienen valor
intrínseco. Mientras que la cebada o los metales (llamados dinero-mercancía) tienen un
valor en sí mismo, lo que usamos como dinero en la actualidad solo tiene valor porque
el Estado así lo establece. Más concretamente, la moneda de curso legal es un medio
de pago reconocido como válido por la ley para cancelar obligaciones financieras. Dado
que el pago de impuestos es una obligación financiera a la que están sujetos todos los
ciudadanos, el Estado tiene el privilegio de emitir la moneda que todos necesitan y, por
tanto, que todos están dispuestos a aceptar.
No obstante, desde hace ya mucho tiempo este privilegio fue compartido con los bancos,
que también están habilitados a crear dinero (bajo supervisión del Banco Central). Esta
capacidad de los bancos reside en la potestad de otorgar crédito de forma discrecional;
contrario a lo que se cree habitualmente, el crédito bancario es creado ex nihilo. Otra
idea errónea pero recurrente sobre el dinero moderno tiene que ver con el “respaldo”.
Desde el abandono del patrón oro en la primera mitad del siglo XX el dinero se volvió
fiduciario, lo que significa que su valor está dado por la fe que los usuarios tengan en que
preservará su valor dado que el Estado continuará otorgándole el status de moneda de
curso legal (de ahí el nombre de dinero “fiduciario”). No hay una cantidad de oro o de
cualquier otro activo en ningún Banco Central que asegure que el valor de la moneda
nacional se mantenga constante en un determinado momento del tiempo. De esta for-
ma, el precio del dinero que las personas intercambian por su trabajo está sujeto a fluc-
tuaciones inciertas que no guardan ninguna relación con el esfuerzo que ellas realizan.
Bajo su status actual, la función del dinero de operar como medio de pago que impulsa
la economía real se ve seriamente amenazada por factores que exceden el dominio de las
comunidades locales y en algunos casos de los Estados-Nación (por ejemplo, en el caso
de las crisis globales o las turbulencias económicas internas). Tal vez sirva como ejemplo
local los momentos en los que debido a la incertidumbre respecto de “lo que va a pasar
con el dólar” deja de haber precios, es decir, si bien los comercios tienen mercadería en
stock eligen no venderla porque no saben a qué precio podrán reponerla.
El hecho de que la capacidad de crear dinero fiduciario sea monopolio de los bancos
implica que, como sucede con los monopolios en general, puede ser aprovechado para la
obtención de beneficios extraordinarios si los bancos inducen una escasez artificial del
mismo para que inflar su valuación. Esta escasez artificial de dinero fiduciario significa
que nunca hay suficiente cantidad de él donde se necesita, y puede haber un exceso en
sectores que perjudican a la sociedad y al medio ambiente.
Otro problema del dinero fiduciario consiste en que intenta cumplir las tres funciones
que supuestamente debería cumplir: funcionar como un medio adecuado de pago, ser
unidad de cuenta (i.e., la medida en la cual todo el resto de los bienes expresan su valor)
y ser reserva de valor. Como mencionamos más arriba, la función del dinero como re-
serva de valor puede entrar en contradicción con su función como medio de pago. Dado
que la posibilidad de acumular dinero implica que parte del stock global de dinero se
está filtrando del sistema, una consecuencia obvia de la función del dinero como reserva
de valor es que la cantidad de transacciones que pueden ser realizadas disminuye. Esta
situación es particularmente evidente en épocas de incertidumbre, donde la gente, las
firmas y los bancos tienden a aumentar sus ahorros por motivos precautorios. En estas
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Para reflexionar: recordar los años en los que surgieron los Clubes de Trueque. ¿Qué fue-
ron exactamente esos clubes? ¿Por qué se generaron? ¿Quiénes eran sus participantes?
¿Era realmente trueque lo que se hacía allí o había algún tipo de “dinero”? ¿Si había
dinero, quién lo emitía y con qué criterio?
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Año de
Nombre creación País Breve descripción
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- Los intercambios no están regidos sólo por precios (y menos por precios que se auto-
rregulan). Siendo el mercado una red de intercambio material pero también simbólico,
constituye un espacio de socialización por excelencia, en donde se producen encuentros,
intercambios de información, se facilita el conocimiento mutuo, la construcción de redes
comunitarias, etc. (Melo Lisboa, 2004).
Según Jérôme Blanc (2006) las monedas sociales son un subgrupo dentro de las mone-
das complementarias (a las que definimos anteriormente) que no son emitidas bajo una
lógica política ni lucrativa sino sostenidas en una lógica ciudadana y que presentan tres
objetivos o motivaciones:
1. Proteger el espacio local: las monedas sociales intentan localizar de entrada las
transacciones en el seno del espacio considerado, privilegiando el uso local de los ingre-
sos provenientes de una producción local.
2. Dinamizar los intercambios locales en beneficio de la población, negando por
ello a la acumulación, a la conservación y a la concentración de la riqueza.
3. Transformar la naturaleza de los intercambios, sentando las bases para la cons-
trucción de otra economía.
La transformación indicada en el tercer punto se desarrolla, según Blanc, en tres planos:
- Transformando a las personas de consumidoras o productoras en “prosumidoras”, re-
valorizando las capacidades productivas de las personas que no son valorizadas en el
ámbito del empleo asalariado o de los profesionales independientes.
- Transformando la relación que establecen las personas que intercambian, enmarcando
la transacción en una relación humana que la exceda y le dé sentido, promoviendo por
vía de la confianza el desarrollo de relaciones interpersonales desde la convivencia hasta
la amistad.
- Alejando los intercambios de la estricta lógica mercantil; estableciendo, por ejemplo,
reglas de fijación de precios y de resolución de conflictos.
Basándose en Blanc pero con una mirada desde el Sur, Orzi (2012) plantea que exis-
ten cinco1 características que deben darse para que una moneda social promueva “otra”
economía.
1. Debe promover la adquisición de una mayor conciencia sobre el fenómeno
monetario. Una moneda para otra economía debería ser una moneda que en primera
instancia disminuya tanto como se pueda el grado de fetichización que tiene la moneda
oficial2, una moneda que aparece como dotada de vida propia; como si no fuera creada,
gestionada y controlada por seres humanos. Intentar definir a la moneda social por “su
naturaleza de relación social específica, creadora de su propio espacio social” (Theret,
2008) nos obliga a considerar las características particulares que toma en cada sociedad;
ya no como funciones (es decir, en su rol de medio de cambio, de unidad de cuenta o
reserva de valor), sino como “usos de la moneda” (es decir, dónde se usa, quiénes la uti-
lizan, con qué objetivo, cómo se gestiona, etc.).
2. Debe reconocer y promover el carácter político del desarrollo de otra economía.
La afirmación del carácter político de las acciones que conllevan la producción y el con-
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Notas
1
En realidad Orzi plantea siete puntos, pero a criterio del autor de este material dos de ellos pueden ser subsumidos en los
cinco restantes. No incluimos en el listado los siguientes puntos: que la moneda llegue a ser gestionada por los sectores
populares (porque nos parece que esto está incluido en el punto 3 del listado) y; que el importante potencial pedagógico
que involucra la creación y gestión de una moneda social, pueda ser utilizado para generar redes que les permitan crecer
y replicarse a las experiencias de la economía social y solidaria (ya que si bien esto debiera estar incluido, desde nuestro
punto de vista, en las buenas prácticas de la autogestión).
2
Este concepto viene de Marx, quien afirma que el fetichismo de la mercancía (y, en el caso que nos ocupa, del dinero)
es algo intrínseco a las sociedades productoras de mercancías y servicios, ya que en ellas el proceso de producción se
autonomiza de la voluntad del ser humano. En un sistema capitalista, el intercambio de las mismas es la única manera en
que los diferentes productores aislados se relacionan entre sí. De esta manera, el valor de las mercancías es determinado
de manera independiente de los productores individuales, y cada productor debe producir su mercancía en términos de la
satisfacción de necesidades ajenas. De esto resulta que la mercancía misma (o el mercado) parece determinar la voluntad
del productor y no al revés.
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