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CAPÍTULO 01

RECIPROCIDAD:
EL EQUILIBRIO DE LAS RELACIONES AMOROSAS.

En la vida de relación, la reciprocidad es el camino seguro para el amor. Ella
puede ser simbolizada por una balanza en cuyos platos es depositado todo aquello
que cada uno aporta para nutrir la convivencia. Interés, complicidad, respeto,
atención, cariño y varios otros ingredientes de cuidados mutuos que son la fuente
vital de bienestar en la relación.
Por medio de la reciprocidad, tenemos la nítida sensación de pertenecer, de
que somos amados, protegidos y respetados, experimentando un estado enriquecedor
de nutrición afectiva.
En la relación afectiva, la reciprocidad es una cuestión de energía que actúa
como sello del alma, aprobando o desaprobando la conexión entre nosotros y las
otras personas.
La herida evolutiva del abandono es suavizada cuando hay ese intercambio de
emociones, causando un sentimiento extremamente motivador y acogedor.
Personas reciprocas se corresponden moral, emocional, espiritual y
energéticamente. Entretanto, ningún relacionamiento ofrecerá un nivel tan
consistente de pertenecer, si cada uno de los miembros no estuviera
desenvolviéndolo, promovido por el auto-amor del cual se nutren y sienten
pertenecer, antes que todo a sí mismos. Ese auto-amor extingue las sombras de la
carencia y la falta de sí mismo, distanciando al ser de la postura enferma de depender
del otro para sentirse completo. 
Los carentes crónicos de afecto son espíritus con señales graves de abandono
y dolor que se perdieron en el camino del crecimiento personal y no consiguen sentir
la frecuencia curativa del amor. Perdieron la capacidad de auto nutrirse, de sentir el
amor de los otros, de sensibilizarse y adaptarse a las relaciones de intercambio
maduras y compensadoras. Se ausentan de una relación digna con las leyes de la
abundancia del Creador y prefirieron el lamentable encanto del egoísmo
enloquecedor. Surge, entonces, la carencia afectiva, la falta del ser divino que se es
desde la creación.
El efecto más devastador de esa falta es la angustia, una insatisfacción
persistente a lo largo de los milenios, que extiende las experiencias del ser humano a
niveles expiatorios graves. Ella surge al esperar demasiado del otro cuando usted
mismo no ofrece ni lo necesario para que el plato de la balanza de la relación alcance
el equilibrio.
Ese dolor emocional expone al ser a relaciones en las cuales, para ser amado,
precisa hacer favores. Son los casos en que la persona vive para agradar. Esa es una
experiencia problemática y dolorosa. En esos casos, hay un desnivel energético y
moral, un encuentro de sombras que supera los aspectos luminosos que serían el
objetivo de ambos que actúa como una enfermedad en las relaciones, destruyendo los
brotes frágiles del amor que precisan ser regados y adobados con la reciprocidad,
para conducirlos a aprendizajes importantes y esenciales.   
La angustia es una dolencia profunda que alcanza a la mayoría de la
humanidad. Y no se trata apenas de una consecuencia de las ofensas de alguien. Es
un estado constante de insatisfacción, un estado de rebeldía con la vida. Angustiados
no consiguen ser recíprocos en sus relaciones, sean ellas sociales, familiares o
afectivas. Son traumatizados por viejas emociones y espantados por memorias
infelices. No consiguen sentir o pertenecer al contexto en el cual están insertados ni
son capaces de comunicar eso a los otros, pasando por lo inadecuado a la rebeldía.
La necesidad de pertenecer a los grupos y a las relaciones es parte de la ley de
sociedad, como asevera El Libro de los Espíritus, en la pregunta 767:
¿Es contrario a la ley de la Naturaleza el aislamiento absoluto?
Sin duda, pues, es por instinto que los hombres buscan la sociedad y
todos deben concurrir para el progreso, auxiliándose mutuamente.
El aislamiento emocional es uno de los principales capítulos de la angustia en
el libro de la vida. El corazón se siente preso en sus sentimientos adormecidos y no
consigue hacer la conexión necesaria para establecer lazos sanos y usufructuar de la
bendición de la convivencia revitalizadora.   
Es necesario perdonarse, soltar el pasado y realizar el auto-encuentro,
liberándose de las ofensas que lo aprisionan, para poder cargarse de energías divinas
y fortalecedoras. El perdón llega cuando la gratitud toma cuenta del corazón, cuando
se comprende psíquica y emocionalmente el motivo de las ofensas sufridas. Cuando
se consigue decir: “Suelto, recomienzo y quiero ser feliz". Es cuando se entiende que
cualquier motivo de angustia son, en verdad, vías de acceso a su yo profundo, en
busca de mensajes de madurez que las sabias leyes universales traen para usted.
Quien está conectado con el propio afecto, consigue ser reciproco
espontáneamente. En esa condición, solo acepta una relación de igual a igual, en el
cual la balanza tenga igualdad de conducta, propósitos y energías.
La reciprocidad genera confianza, entrega recíproca, alegría y las mejores
rutas para la proximidad existencial bajo la égida del amor, y de la complicidad
espontanea.
Personas reciprocas, sea en la amistad, en la vida familiar y en la vida
amorosa, escogieron amar con lealtad y compromiso; son partidarios naturales que
atienden la mejor parte de los que aman y, por eso, se tornan preferidos y amados por
todos. No hay abandono en quien aprende a ser reciproco. La angustia se cura y el
amor transborda.

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