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yel €n el contexto educativo Reflexiones, testimonios y actividades Concepcié Poch Olga Herrero PROLOGO es ignoran la JorGE Luis BorcEs La experiencia de la muerte es una «presencia in- quietante» en la vida humana. A menudo intentamos ig- norarla, pero todos sabemos que, tarde o temprano, te- nemos que morir, Los seres humanos somos, ante todo, seres inscritos en un tiempo y en un espacio, en una cultura, en una tradicién simbélica. Todo lo que los hombres y las mu- jeres decimos 0 hacemos lo decimos y lo hacemos en el interior de una cultura. La vida y la muerte de los seres humanos son una vida y una muerte culturales. En otras palabras, lo natural en el hombre es la cultura. La muerte es uno de los elementos constitutivos del fenédmeno antropolégico. Todas las culturas tienen una vision de la muerte que, a la postre, resulta decisiva para comprender su visién de la vida. Asf pues, «vida» y «mucr- te» no son dos entidades contrapuestas, como suele en- tenderse, sino todo lo contrario: nuestra visién de lavida depende en gran medida de nuestra visién de la muerte y viceversa. g Pero creo que la muerte no puede entenderse como un hecho, sino como un proceso. La experiencia de la muerte es algo que pertenece desde el principio a la na- turaleza humana. Tan pronto como nacemos empeza- mos a morir. Nifios y nifias no suelen tardar demasiado tiempo en darse cuenta de ello. Por esta razén, preten- der ocultarles este fenémeno supone ponerles de espal- das a sf mismos, a su mas intimo ser, y esto es precisa- 15 mente lo que ha hecho la pedagogia contempordanea: ig- norar la muerte. Frente a los relatos que la antropolog{a cultural nos ofrece respecto a los mitos y rituales mortuorios de cul- turas «primitivas», en nuestro mundo occidental asisti- mos casi impasibles a un olvido de la muerte. La causa creo que hay que buscarla en el creciente auge del espfri- tu tecnolégico, que contempla la muerte como un «error del sistema», en lugar de entenderla como una dimensién fundamental de la naturaleza humana. En nuestra so- ciedad occidental contemporanea se acttia como si la muerte no existiera, como si no se debiera morir, como si fuéramos inmortales. El terror y la angustia que expe- rimentamos ante la muerte son un buen s{ntoma de que algo hay en nuestra cultura que nos separa de otras en las que morir:se contempla como algo natural. En este sentido, el antropélogo L. V. Thomas sostiene que hoy el hombre de Occidente ve la muerte como algo obsceno y escandaloso y pone sus esperanzas en los progresos de la ciencia y de la técnica que podrian un dfa acabar de- finitivamente con ella. Mientras que en numerosas culturas la muerte apa- rece como un acontecimiento social y cultural, que se vive en comunidad y en la que todos los integrantes del grupo social participan, incluso los nifios, en nuestro mun- do occidental se muere, a menudo, fuera del hogar, aban- donado en ocasiones por la familia y rodeado de una profesionalizacién y una burocratizacién. El moribun- do es una molestia para una sociedad que tiene como valor reinante la eficiencia y la eficacia. Morimos solos, abandonados, en el frfo espacio de un hospital, rodea- dos de tubos y de m4quinas. Dejamos de ser «alguien» para pasar a ser «algo». Y, sobre todo, es necesario que nadie diga la verdad, aunque paradéjicamente todo el mundo la sabe. Al moribundo se le oculta la mayoria de las veces la gravedad de su estado, pensando que de es- te modo se le alivia el dolor. La muerte en el hospital es una «muerte programada», tecnificada, fria, calculada. E] interés general advierte de que la muerte debe ser 165° y i yribundos ocultada a los ojos de los demas pacientes, MO? iza por SU di ono. Af La muerte cel ent: i ue en algu lizaci jesimbo- mitiva: ciedades pri 1 tos simbdlicos ¥ rituales de st) ra estrechar Jazos eran elemen' i ee * Te para el equilibrio socts y Pi ; Gain entre Tos familiares del fallecido, er nuestra vida urvfeliana todo ello esté en vias . Junto > todo esto entra en crisis un ele importancia: el rito mmortuorio. Los viVO% se. cate punto de cohesion que equilibr E] duelo es otro de los aspectos antrop? sufre un importante retroceso- Hoy moda, con lo que se desvanece una de la vida humana. E] duelo social per ‘dad. yeadaptaci6n del superviviente & ida en comunidac, una readaptaci6n no traumatica, sino todo Los familiares y amigos del difunto, después por una primera fase de choque ante Ja pérdida de un ser querido y de una segunda fase de depresion, necesi- tan volver a integrarse enla cotidianidad de su mundo. El duelo desempefia aqui una funcién esencial. La muerte, pues, ha sido negada. Negacién de mitos, ales mortuorios; de luto y de due- de simbologia, de ritu lo, de emociones... ¥, &P su lugar, burocracia, tecnologia, soledad, silencio. La ciencia y la técnica fracasan ante la muerte. Nada pueden aportar. Pedagogos, psicdlogos, reto: ¢co- maestros Y educadores se encuentran ante un mo tratar de la muerte en la escuela? g¢C6mo hablar de Ja muerte especialmente a los mas pequefios? Todos sa- bemos que éste no es un tema facil, pero es una cuesti6n urgente y necesaria. Creo que el libro de Concepcié Poch y de Olga Herrero puede ser un instrumento im. prescindible para comenzar a tratar de la muerte y del duelo en los contextos educativos. JoAN-CaRLES MBELIC! *, . bs Universidad Auténoma de Barcelona 17 PEDAGOGIA DE LA VIDA Y DE LA 1.1. ¢Educar para la muerte es educar para la vida? E] ser humano es un ser contingente: nacemos, vi- vimos, nos enamoramos, enfermamos, nos curamos y, al final, siempre morimos. No deja de resultar curioso que uno de los rasgos caracteristicos de la filosofia oc- cidental sea la ocultacién de la muerte. La filosoffa ha rodeado a Ja muerte de una niebla. Simplemente no hay muerte. [...] Pero la muerte nos hace tinicos e in- sustituibles. Sélo el sujeto singular puede morir. Por lo tanto, olvidar la muerte supone apartar la mirada de uno de los aspectos constitutivos de la naturaleza hu- mana, de la contingencia, un aspecto que —insistimos— nos hace tinicos e insustituibles. BARcENA, F. y MBLICH, J.-C., La educacién como acontecimiento ético, pag. 16 E] te6rico de la muerte Philippe Ariés postula que nuestro tiempo ha prohibido el tema de la muerte como en el siglo pasado se’'prohibio el del sexo, La contingen- cia, la finitud, el sufrimiento y la muerte =Ytainbién’el fracaso’y la pérdida‘en general— no forman parte del Sistema de ideas del hombre occidental,’ y no solamente no forman parte de ‘a, sino que sof notas incémodas y extrafias en su cosmovisi6n. Se han convertido en temas prohibidos y dificiles, y de un modo especial cuando to- can de cerca a personas que amamos. La evidencia anterior no impide que nifos y adoles- centes contemplen el sufrimiento y la muerte televisivos 19 y cinematogrificos a grandes dosis. Pero ésta no es la muerte real, es una muerte lejana, mucho mas facil de diger En Occidente entendemos la muerte como un acci- dente externo que debemos evitar y silenciar. Ni siquie- ra es admisible pensar en ella. Hablar de la muerte se considera de mal gusto, morboso. En la contraportada de la obra de Nigel Barley, se puede leer: «La muerte, en la cultura occidental, es objeto de comentarios avergon- zados y comprensiones tacitas, en unos casos, o de una violencia orgidstica, en otros. En nuestra sociedad, tan amiga de la fotograffa, la tiltima escena del Album fami- liar, el entierro, siempre falta. Al parecer, la muerte nos anonada y somos incapaces de comprender su universa- lidad»." Estas lf{neas ponen en evidencia que desde nuestro prisma cultural desconocemos que algunas culturas afri- canas y orientales entienden la muerte como un hecho mas —y muy importante— en la vida de las personas. De hecho, tiene sentido entenderla asf: hay vida porque hay muerte y viceversa; y el tiempo que transcurre entre ambas siempre es breve. El filésofo Daniel Innerarity lo expresa bellamente: «El hombre es el ser que comienza demasiado tarde y ac&ba demasiado pronto [...] el tiempo es para nosotros un plazo. Por eso ninguna de las cosas importantes de nuestra vida pueden esperar ilimitadamente. Vivimos bajo la presién del tiempo [...] la brevedad es una pro- piedad de las cosas que hacemos, del tiempo del que disponemos momentdneamente, y de la vida en su con- junto»? 1. Barley, 2000. 2. Innerarity, 2001, pag. 101. 20 i ic te 1.1.1. La pregunta porel sentido de la vida y de la muerl ces la misma pregunta? E] hombre busca Ja tensién. Busca concretamente tareas que tengan sentido, que pueden mantenerse €M tna «sana tensi6n. Es también lo que yo designo con ‘Peoncepto motivacional de «deseo de sentido». Si el hombre encuentra un sentido, entonces ¥ s6lo entone ae tiente feliz, pero también sé capacita Pare el sufri- fiento. En efecto, el hombre esté dispuesto entonces 2 peumir privaciones e incluso a poner en juego vida. L.¥ ala inversa, si el hombre no atribuye ningit sel eo a la vida, maldice ésta, aunque externamente Te va- yan bien las cosas, y a veces se deshace de ella, A pesar ji bienestar yaP penestar y del lujo, O precisamente en el r Jen el lujo. La sociedad industrial satisfac practica: > eee todas las necesidades del hombre, y la societ rene osno se preacupa de crear necesidades: Pero hay de contac que no queda satisfecha: la necesidad de sentido, el deseo de sentido. FRANKL, V., El hombre doliente, pag. 53 erte es hacerlo por le manera cer- ta un cambio Preguntarse por el sentido de la mu el de la vida, La persona que ha percibido di cana la presencia de la muerte experimen’ enssus valores: para ella pierden significado los sentimien- y destacan con luz propia las tos frivolos y mezquinos cosas realmente esenciales; relativiza con normalidad los problemas cotidianos, da mucha mas importancia a las pequefias cosas de la vida, se comunica més profun- damente con las personas amadas, es mas capaz de ele- gir s6lo lo que desea hacer... Lo decisivo no es la duracion cronolégica de nuestra existencia sino el sentido que ésta haya tenido. Una vi- da breve puede haber tenido mucho sentido, mientras que otra de larga extensién en el calendario puede haber transcurrido vacfa de sentido, La utilidad de la vida, decfa Montaigne, no consiste en la duracién sino en el uso: algu- nos han vivido durante mucho tiempo y han vivido poco. "Cada persona tiene la capacidad de descubrir el sen- tido unico e irrepetible de su vida. No hay ningtin acon- tecimiento en la vida del ser humano que no pueda ten un significado, s6lo queda saber descubrirlo. E] suicida 21 , para él la vid: ya ne tenfa nada cue mac oa ¢. nds erael'de los absuzdos. N mo porcué ce su sacrifici sido de si mensaje: épara qué seguir sufriendo? ivix es caminar hacia morir. Todas las situaciones as ce pérdide que la vida nos proporcions a lo 48°80 y ancho Gel calendario preparan el camino hacia la muerte. Unamuno decfa que toda conciencia lo es de muerte y de dolor, y que sélo puede entenderse la vida a la luz de la muerte. Séneca expresa la misma idea cuando afirma que aprender a morir es dejar de ser as- clavo. 1.1.2. La muerte «hoy» ges igual que la de «ayer»? En el pasado, el carécter irrepetible de la vida hu- mana y la indole universal de la muerte quedaban neu- tralizados por la esperanza en una transicién hacia otra existencia, transicién realizada en el acto de morir. Ac- tualmente, la conciencia de la mortalidad aparece aisla- da. El hombre ha perdido su relacién constante con la muerte, su vivencia de la mortalidad como «presencia ausente» del morir y de la muerte en la vida, ya que el morir ha pasado a ser un hecho natural y la muerte es cl fin de la persona total, no sélo en las ciencias natu- rales ¢ histéricas, sino también en algunas concepcio- nes teolégicas. [...] éNo seria el mundo moderno mas rase, no a la marginacién de la muerte, sino a la margi- 7 nacién del cardcter absoluto (total) de la misma? 2Es posible levantar la proscripcién que pesa sobre la in. mortalidad para concebir de nuevo la muerte como otro modo de existencia? humano si aspi- Meyer, J. E., Angustia y conciliacion de la muerte en nuestro tiempo En la primera mitad del siglo xx era légico y cotidia- no vivir la muerte como acontecimiento social. Se mo- ria en casa, rodeado de la familia, los amigos y los veci- nos. La «buen ‘@ muerte» consistfa en conocer la llegada 22 este hecho empezé 8 camviat radicalmente. = sea morir dulcemente, répidamente, sin di So Gomez Sancho, los derechos del ‘enfermo mor! do en el mundo moderno son: no saber que va a morir y, si lo sabe, comportarse como_si no lo supiese. Nuestra muerte no ha de plantear problemas 4 Jos que nos KO- dean: ser discreto es la consigna, que se note lo menos posible. La misma palabra «muerte» s¢ evita por considerarse algo obsceno; es frecuente escuchar que la abuela «se ha ido de viaje». Sélo la mirada técnica y profesional esté autorizada a contemplar al moribundo. En términos ge- nerales, en las sociedades occidentales jndustrializadas, aparte de los profesionales de la salud es diffcil encontrar personas de menos de 40 afios que hhayan visto morir a al- guien o hayan contemplado un cadaver. Segin diversos socidlogos norteamericanos, la mayorfa de las familias de su pais no han tenido que enfrentarse con la muerte de un familiar directo ‘desde hace mas de veinte afios. Todos sabemos que al nifio, hoy, se Je aleja de la muer- te. De hecho, conoce muy bien la muerte impersonal y violenta que le ofrecen Jos medios de comunicacién y las peliculas, pero al mismo tiempo desconoce la muerte natural, individual, la de un ser querido e incluso el pen- samiento de que él también puede morir. ‘A menos que el tema aparezca en la television, se ale- ja a los adultos y de una manera especial a los nifios de la presencia de Ja muerte. Tal y como deciamos en otro trabajo, muchos padres no dejan que sus hijos vean el cuerpo del abuelo o de la abuela que acaba de morir, porque temen que esto les pueda resultar traumatico. Es frecuente llevar al nifio a casa de alguien conocido para que lo distraiga y no piense en la persona que él queria y que ha muerto.? 23 24 Mélich expresa muy claramente este cambio entre «ayer» y choy» sobre la forma y el deseo de morir del hom- bre y la mujer de nuestro tiempo: «A diferencia de otras culturas mal llamadas primitivas, las personas hoy en dia quieren morir répidamente, sin pensarlo, sin tener con- ciencit de ello. El hecho dramatico es que morimos en los hospitales, rodeados de tubos y maquinas. E] duelo terno ha desaparecido. El difunto es expulsado literal- mente del hogar para Ievarlo al tanatorio. Allf ser4 arre- glado por los profesionales de la muerte para dejarlo pre- sentable a los ojos de la familia y de los amigos».4 Es muy ilustrativa al respecto la siguiente narracién autobiografica de Philippe Aries: En 1964 perdf a mi madre. Cuando regresé en verano al pueblecito en el que éramos conocidos desde hacia mu. cho tiempo, fui acogido con las tradicionales expresiones de pésame: «jAy, pobre mujer!.;Qué pena debe de sentir usted! ¢Sufrid?, etc.», En 1971 perdf a mi padre. Las mismas bellfsimas per- sonas, exactamente las mismas que siete afios antes s¢ apiadaban de Ja suerte de la pobre sefiora —nada de jove. nes atolondrados ni de progresistas avidos de moderni- dad, sino septuagenarios més bien nostalgicos— me rehufan o bien abrevi 3. Poch, 2000, pag. 28, 4. Mélich, 1989, pag, 125, 5. Arias, 2001, pags. 216-217, i 5 i in- ¥ es que hoy en dia se muere casi a pee emad cluso en mayor soledad de Ja que Pascal en aren afirmaba en su obra Pensamientos que Ss nos ieuida La premisa «la persona €S mortal» hha si a ate por «la persona muere de...», como S! el hecho ae! seal llegara de fuera, como si Ja muerte fuera un ente aje} ° nosotros mismos y tuviera vida propia. Pero, de hecho, Ja muerte no es «la muerte», sino qué Ja muerte somos «nosotros». También los miin denominador de la bre ros tienen el co- funerales y los entie! Jeja de ellos a vedad y se al nesta sutil discrecion en hecho de morir? Nos lo pregunta 1 mismo tiempo, OS propo- de interrogantes y de los nifios. ¢Cémo afecta a 1 torno a la muerte y a mos y os lo preguntamos. Al nemos un recorrido de reflexion, posibles respuestas. la educaci6: Habrfa que preparar a los niiios para la muerte mucho antes de experimentarla, tanto si se trata de su propia muerte, como de la de otra persona. Evisapet KUBLER-Ross, Los nirios y la muerte, an pag. 103 fantfles y juveniles, la muerte parece ho tene: ar, ni siquiera para hablar de ella—Es demasiado fuerte, dé- niasiado duro, Emel-aire tray muchos interrogantes que ni siquiera han sido clatamente formulados: En la escuela, ugar por excelencia leno de vidas in- _ eQuién ha formado a los maestros en este tema? — ¢En qué curriculo de magisterio o de pe f se comiempla Ta pede poate de 1a muerte? a Los psicopedago, : é gos de centi i formacién en este tema? fos escolares tienen 25 =. veto educative cue 3 prerni- 88 Ge cue la pers. 9 sé.c descubre el sencidd de su Vida s través cel placer, de le creaciéz, del goce, de la fe- i i ién pusde encozctrar dic’ o cue Sueda parecer— a través del - enzo y la muerte. Ei Hlésofo Karl Jaspers consi- ¢! sufrimiento y la muerte como las dos situaciones te mas duras por las que el ser humano tiene que pasar, sin posible escapatoria ni subterfugio. En estas paginas nos hacemos algunas preguntas, a las que intentamos dar algunas respuestas: arnos parte —_¢Por qué nos planteamos «educar para la muer- te»? ¢¥ para qué? — Si tanto el sexo como la muerte pertenecen a la vida, ¢qué razones hay para educar sexualmente y no ta- natolégicamente? — ¢Qué justificacién pedagégica se puede esgri- mir para prohibir las vivencias educativas en torno a la muerte? : . — ¢Cémo explicar a los nifios la experiencia de la muerte y hacer frehte a sus preguntas? — ¢Cémo se trata la muerte en los curriculos edu- cativos? —_¢Cémo vemos y «vivimos» la muerte los educa- dores? — ¢éQué actitudes y valores surgen en torno a la muerte? — ¢Cémo informar de la muerte de un nifio o de un joven a sus comparieros? — ¢Como dar la noticia de la muerte de un ser que- rido para él a un nifio o un adolescente? — ¢Cémo elaboramos el duelo los adultos, los ado- lescentes y los nifios tras la muerte de un ser querido? Muchos investigadores han observado que el nifio, independientemente de si tiene o no la capacidad inte- lectual adecuada para ello, capta lo esencial de la muerte. Los educadores —y los padres— esperamos toda clase 26 espe- hacerlo todo bien para es y algunos consideran que ! ‘clo es evixaries vantas frusiraciones como sea posible. No es észe el

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