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Un viaje desde la piel


hacia el alma

BIOGRAFÍA NOVELADA

CARACAS, 2010
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© GERMÁN ENRIQUE M ATOS R.


JOSÉ R AFAEL G ÓMEZ ORIOL , 2011

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de este libro por cualquier medio o procedimiento sin
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Un viaje desde la piel


hacia el alma

G ERMÁN E NRIQUE M ATOS R.


J OSÉ R AFAEL G ÓMEZ O RIOL
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PRÓLOGO

De Pitágoras, el grande Iniciado en los santuarios


egipcios y babilónicos, ha llegado hasta nosotros el legado
precioso de sus enseñanzas, las cuales, abarcando diversos
ámbitos del conocimiento y de la ética, compendian un au-
téntico saber universal y alumbran al hombre el sendero del
perfeccionamiento por medio de la búsqueda de la verdad
y el cultivo de las virtudes. Acercarse a él y a las sorpren-
dentes circunstancias que rodearon su existencia desde la
perspectiva que brindan las tradiciones esotéricas, es la en-
comiable tarea que cumplen con lujo de aciertos, Germán
Enrique Matos R. y José Rafael Gómez Oriol, consecuentes
sembradores de ideales.
En el siglo VI antes de Cristo, el hombre se empeñó en
buscar las respuestas a sus preguntas. Las disquisiciones de los

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helenos se sobrepusieron a los intereses de los comerciantes


fenicios, preparando el comienzo de una metaf ísica del
hombre que cobraba cuerpo en una vastedad de preocupa-
ciones que le abismaban. Una nueva semántica del verbo
comenzaba a escribir o a grabar, en el aire del tiempo, la
fiebre de la interrogación, y daba nacimiento, en virtud del
asombro, a la filosof ía.
Por entonces, había en Samos, colonia griega en el
mar Egeo, un hombre que hospedaba en su casa a viajeros
que venían desde los más remotos lugares y eran portadores
de diferentes lenguas e inquietudes, propias de cada latitud.
Ese hombre se llamaba Mnesarco y era grabador y comer-
ciante en metales y piedras preciosas. En la alquimia de su
pasión, Mnesarco y su esposa Pitays habían generado una
joya resplandeciente, un hermoso hijo, destinado a un gran-
dioso porvenir, a «ser útil a todos los hombres en todos los
tiempos» al decir de la Pitia de Delfos.
El niño creció favorecido por ambos padres en su
apego al conocimiento. Con ojos distendidos contemplaba el
cielo con un arrobamiento de doncella enamorada. Sus pu-
pilas parecían abarcar y absorber toda la comba celeste. La
noche lo atraía con una pasmosa inquietud poética. Insatis-
fecho de cuanto sabía, interrogaba todo cuanto le rodeaba.
De admirable complexión y penetrante mirada, asombraba
con sus intuiciones y la sabiduría de sus palabras. Este mu-
chacho misterioso era nada menos que Pitágoras.
No obstante la opacidad que desdibuja todo cuanto
se refiere a su vida, se admite que fue discípulo de Ferécides

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de Siro, uno de los primeros pensadores que supo combinar


el mito y la ciencia y del gran Tales de Mileto, el célebre filó-
sofo f ísico colocado a la cabeza de los Siete Sabios helenos.
También escuchó a Anaximandro, introductor en Jonia del
reloj de sol y del gnomon o cuadrante, muy eficaz para la
navegación en mares abiertos por la determinación de los
puntos cardinales, los solsticios y los equinoccios.
Con el propósito de completar su formación, especial-
mente en el ámbito de los misterios egipcios, sus maestros le
recomendaron viajar al país de las pirámides. A la sazón
Samos padecía la tiranía de Polícrates, quien, deseando
alejar al joven de sus dominios, lo recomendó al faraón
Amasis, el cual lo recibió como a un buen amigo. Todas
estas circunstancias le concedieron el raro privilegio de ser
iniciado en los misterios menores y mayores que trasmitían
oralmente los sacerdotes de los templos de Heliópolis, Men-
fis y Teba, así como en las doctrinas de Hermes Trismegisto.
Allí permaneció algo más de dos décadas, lo que le convirtió
en el segundo griego que obtenía semejante honor, una vez
que fuera precedido por su maestro Tales de Mileto.
Invadido y conquistado Egipto por el rey persa Cambi-
ses, hijo de Ciro el Grande, Pitágoras fue llevado a Babilonia
como prisionero de guerra. Fueron doce años de cautiverio en
los que el insaciable buscador se las arregló para ser instruido
por los Magos en los ritos sagrados de la religión de Zaratus-
tra, además de adquirir elevados conocimientos de música,
de astronomía, de medicina y de matemáticas, disciplinas en
que los babilonios habían logrado formidables avances.

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Una vez fallecido el cruel Cambises, el imperio persa


pasó a ser dirigido por el rey Darío y Pitágoras pudo retor-
nar a su patria. Su ausencia de Grecia se extendió durante
treinta y cuatro años; al volver a ella se detiene primero en
Samos, marcha después a Eleusis para ser introducido en
los ritos eleusinos, celebrados en honor de Deméter, Persé-
fone, Hades y otras divinidades y enseguida visita Delfos
con la finalidad de consultar al famoso Oráculo. El con-
tacto estrecho con los sacerdotes egipcios, babilonios y per-
sas había dotado a su espíritu de un saber profundo y ahora
para completarlo interrogaba a la Pitia acerca de la misión
que debía cumplir. La instrucción fue clara y precisa: debía
crear una escuela de corte iniciático, simbólico y esotérico,
que trasmitiese el conocimiento científico, que invitase al
libre pensar filosófico y que orientase al hombre en su re-
forma interior y que estuviese sustentada en las doctrinas
trascendentales de Dios, Arquitecto del Universo; de la in-
mortalidad del alma y de su proceso purificador a través
de múltiples vidas sucesivas. Una escuela, además, que de-
bería influir en las costumbres sociales y políticas así como
en la democratización del sistema de gobierno. Pitágoras se
manifestaba dispuesto a asumir el compromiso: en su pecho
ardía el fuego de Prometeo, e igual que hizo el dios, él se lo
entregaría a los hombres.
Efectuados varios ensayos, el Maestro eligió la ciudad
de Crotona como asiento de su noble proyecto. Situada en
la Magna Grecia, en el sur de la península itálica, no era
una ciudad muy grande pero sí muy próspera. Había sido

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fundada por los aqueos, aquella raza guerrera a la que Ho-


mero cantó en sus versos heroicos. La escuela de Crotona
consiguió reunir en su seno a un grande y selecto número de
hombres, que habían acceder a ella tras superar un proce-
dimiento iniciático que contemplaba ejercicios de reflexión
y de purificación a través de viajes y pruebas simbólicas que
les llevaban a superar los obstáculos interpuestos por los
elementos primordiales, la tierra, el aire, el agua y el fuego.
Ellos serían privilegiados con el saber profundo o esotérico,
superior en alcances e interpretaciones al conocimiento exo-
térico, superficial y exterior, que se daba al vulgo. Los recién
iniciados o acusticoi debían mantener un silencio absoluto,
escuchando a los demás con respeto y meditando sobre las
lecciones que se les impartían. En el segundo grado, los ma-
thematicoi avanzaban en la comprensión de las doctrinas
ocultas interpretando los símbolos y las alegorías. Alcan-
zando el grado de los epiphanoi, los estudiantes eran libera-
dos completamente de sus vendas y se abrían a la apopteia,
vale decir a la razón iluminada por el espíritu, al conoci-
miento profundo de los principios superiores de la existencia:
unicidad y eternidad del Creador, inmortalidad espiritual,
palingenesia constante.
La enseñanza pitagórica afirmaba como premisa que
el mundo es armonía y que el número es traducción y clave
de esa armonía. En su sistema cosmogónico el número es el
principio esencial de todo lo existente, así como para Tales
era el agua, para Anaxímenes el aire, para Heráclito el
fuego, o lo que más tarde sería para Protágoras el hombre

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mismo, en tanto que «medida de todas las cosas». En virtud


de esta tesis, los números definen las cosas, redondean su vo-
lumen, tienen visualidad y beligerancia jerárquica. De
acuerdo con el pitagorismo, los diez primeros números, cuya
representación es la «sagrada década», son suficientes para
comprender la infinita variedad de las cosas, desde el micro-
cosmos humano hasta el macrocosmos universal. El uno re-
presenta la Divinidad, la Mónada, principio de todo, el punto
geométrico. El dos forma la línea, la dualidad, el día y la
noche, la generación producida por el encuentro entre el prin-
cipio masculino y el femenino. El tres es el número que tiene
comienzo, medio y fin, pues lo forma la unidad y el primer
par. En la Triada se simboliza la constitución ternaria de los
sistemas humanos. El cuatro está constituido por la multipli-
cación del par por sí mismo y expresa la justicia y la recipro-
cidad. En la Tetrada se representa la unión de lo creado con
lo increado, de la Naturaleza con la Divinidad. El cinco da a
la materia sus atributos y su forma, y al surgir de la reunión
del primer par y del primer impar, simboliza la unión del
hombre y la mujer. El seis representa la ordenación cósmica
y es la suma del primer par con su cuadrado. El siete proviene
de la combinación de la Triada con la Tetrada, de lo humano
con lo divino, y es referencia cuantitativa de numerosas leyes
de la Naturaleza. El ocho, cubo del primer par, simboliza la
regeneración. El nueve, último número de las unidades, se
identifica con la inmortalidad. El diez o tetraktis es el número
ideal, por provenir de la integración de la unidad, el primer
par, el primer impar y el primer cuadrado.

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Los pitagóricos dedicaron buena parte de sus reflexio-


nes a las matemáticas, a la música y a la astronomía. Cre-
aron la primera tabla de multiplicar, identificaron las
progresiones aritméticas, y demostraron numerosos teore-
mas comenzando por el famoso Magno Teorema, admirable
demostración de que el cuadrado de la hipotenusa de un
triángulo rectángulo es igual a la suma de los cuadrados de
los catetos. Por derivación establecieron el vínculo entre el
ritmo musical y el proceso lógico del número y sus combina-
ciones, atendiendo a las relaciones entre las longitudes de
las cuerdas que producían las consonancias musicales. De
sus observaciones cósmicas apareció la primera aproxima-
ción a la idea de la esfericidad de la Tierra y al movimiento
del planeta alrededor del Sol.
En su propuesta de reforma social, dirigida a inicia-
dos y profanos, el pitagorismo propugnaba la búsqueda de
la virtud en el interior del ser humano. Cada uno, auxi-
liado por la filosof ía, las matemáticas y la cosmología, ha
de edificar su templo interior siguiendo el modelo ideal que
ofrece el cosmos, término creado por el Maestro para iden-
tificar la perfección universal. Conforme el ser humano va
descubriendo ese orden perfecto su vida se torna virtuosa y
armoniosa, y en consecuencia la sociedad se va transfor-
mando al ponerse en vigencia los principios rectores de Li-
bertad, Igualdad y Fraternidad. Por lo que antecede se
comprende perfectamente que el pitagorismo haya sido
una de las fuentes primordiales que han nutrido el corpus
iniciático, simbólico y esotérico de la Masonería Universal,

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escuela antigua y a la vez moderna, heredera y depositaria


de las Grandes Tradiciones, que ha ofrecido un aporte con-
siderable a la evolución moral, social y espiritual de la hu-
manidad.
Acerca de las lecciones que han sido expuestas, feliz-
mente se dispone de referencias inobjetables. Aun cuando
el Maestro no dejó nada escrito pues su magisterio fue ex-
clusivamente oral, ha quedado para la posteridad un ma-
ravilloso documento como expresión de su pensamiento vivo
al que se suele denominar Los Versos Áureos, cuyos precep-
tos constituyen una Suma de máximas morales, de pro-
funda significación filosófica, metaf ísica, ética, iniciática y
simbólica por cuanto tratan de la preparación, purificación
y perfección del ser. A veinticinco siglos de distancia, el
cuerpo de enseñanzas del preclaro filósofo de Samos esta-
tuye un verdadero código espiritual, una ética trascendente,
que disfruta de toda la fuerza y vigencia que sólo la verdad
que posee le confiere.
Arquetipo de la fe suprema, del corazón encendido en
llamas de alientos superiores, del pensamiento siempre di-
rigido hacia los espacios siderales, Pitágoras pertenece a esa
clase de seres superiores, abiertos a la razón y a la inspira-
ción, que en momentos álgidos del proceso civilizatorio, fun-
gen de intermediarios entre el orden divino y el orden
humano, como una especie de médium que recoge fluidos
de la más elevada espiritualidad para derramarlos entre
los hombres con la amorosa paciencia de quien se siente
consustanciado con su verdadera misión.

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Al entregar Un viaje desde la piel hacia el alma, para


gusto e instrucción del lector, como resultado de acuciosas
investigaciones y hondas meditaciones, que se aúnan a sus
bien cimentadas convicciones filosóficas y esotéricas, José
Gómez Oriol y Germán Matos se acreditan como dignos
discípulos del gran Maestro de Samos.
Saludo con beneplácito la aparición de esta biograf ía
novelada o novela biográfica, cuyo título, si bien preanun-
cia su trasfondo iniciático, no limita sus alcances filosóficos
e históricos. Texto afortunado que invita al deleite ético y
estético, escrito con buena letra, conocimiento cabal de la
materia y pasión en el espíritu.

Jon Aizpúrua
Caracas, julio de 2011
aiz1090@yahoo.com
@jonaizpurua

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INTRODUCCIÓN

Son dos las razones que nos indujeron a elegir a Pitágo-


ras como guía en este viaje hacia el Alma.
La primera. Nadie amó con tanta intensidad la búsqueda de
la verdad en la antigua Grecia como él, al declarar que
su profesión era la de philosophós o amante de la sabi-
duría, tal como indican los vocablos filós, amante y so-
phia, sabiduría.
La segunda: Fue el fundador de una escuela iniciática para
transmitir a sus alumnos lo aprendido por él, tanto en
sus viajes fuera de la isla de Samos, como al interior de
sí mismo. Sus enseñanzas versaron en torno a la mate-
mática, la geometría, la música y a la metaf ísica, todo .
ello con el objeto de encontrar una explicación a la rea-
lidad en la que se veía inmerso.

XVII
.
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Se cree que Pitágoras nació en la Isla de Samos, per-


teneciente al archipiélago de las Espóradas, en el Mar Egeo
Septentrional, entre la península Helénica y muy cerca de la
península donde hoy se encuentra Turquía y que fuera la
cuna de la cultura Occidental y sede de la Grecia antigua. Se
estima que su nacimiento ocurrió entre el 570 y el 572 a. C.
y fue hijo de un ilustre comerciante llamado Menesarco.
Alrededor de los cuarenta años de edad en el 530 aproxi-
madamente a. C. huyendo de la dictadura de Polícrates, Pi-
tágoras emigra a Crotona, localizada en la llamada Magna
Grecia, al Sur de lo que hoy es la península Itálica y se esta-
blece en esa ciudad que era un puerto importante en aquel
entonces y finalmente huye a Metaponto donde al parecer
muere, probablemente alrededor del 496 a. C.
El tiempo que transcurre entre su juventud y su huida
a Metaponto y su estancia en Crotona, está llena de leyen-
das y de viajes no certificados por la historia, pero el legado
de sus conocimientos está hoy más vigente que nunca, por
lo que esta historia novelada del personaje nos adentrará en
los misterios del antiguo Egipto y los legados del imperio
Babilónico. Nos llevará a comulgar con los ritos de los an-
tiguos galos y druidas, nos adentrará en la China del perío-
do Zhou y en la filosof ía de Confucio (551-479 a. C.) y nos
aproximará a la Cábala Judaica y el antiguo mundo Árabe.
De esta mezcla de conocimientos adquiridos en sus
viajes y experiencia con otras culturas, Pitágoras sacará el
contenido de lo que sería su escuela iniciática en Crotona.
Esos conocimientos, recogidos según la tradición y escritos
por sus discípulos (ya que Pitágoras, como todos los gran-
des maestros no escribió nada), forman parte de un legado

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para la nueva humanidad que emergerá en esta era, de
acuerdo a muchas profecías de antiguos pobladores de la
tierra y culturas indígenas originarias, tales como la de los
egipcios, los mayas, los incas, los hoppies y de muchos otros
videntes, que nos aseguran que nuestro hermoso planeta
azul cambiará un día y volverá a reinar en él la armonía
entre los hombres, y que se perdió cuando éste fuera expul-
sado del paraíso.
.
En la tradición Judaica, esto ocurrirá cuando el cielo
baje a la tierra y los hombres comprendan el plan de Dios
para su ascenso, representado también dentro del Cristia-
nismo como la segunda bajada del Cristo (el que integra la
divinidad en su ser) y el juicio final a los hombres, consi-
derado lamentablemente esto último como el final de los
tiempos.
Así pues, en una dinámica fabulada y novelada, lleva-
remos al lector dentro un pasaje multicultural, a profundi-
zar en los misterios del ser, en la eterna búsqueda de la
verdad y, finalmente, promulgaremos el mensaje que nos
trae este gran iniciado, para estos fascinantes tiempos de
cambio en que nos encontramos:

Todo vibra, todo es música, todo es energía en diversos


niveles de vibración y amplitud de onda, todo es número.

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