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Este documento explora cómo podemos imitar el ejemplo de Cristo viviendo en Dios, con Dios y para Dios. Explica que Cristo era la revelación de Dios en la tierra y dependía totalmente de Dios, a pesar de ser divino. Para servir como ejemplo, veló su divinidad y se hizo dependiente como un humano. Finalmente, sugiere que debemos aferrarnos a Dios como Cristo lo hizo, para que Él nos dé fuerzas a través de nuestra humanidad.
Descripción original:
Título original
Discurso del 9 de noviembre de 1895 en la reunión campestre de Armadale…
Este documento explora cómo podemos imitar el ejemplo de Cristo viviendo en Dios, con Dios y para Dios. Explica que Cristo era la revelación de Dios en la tierra y dependía totalmente de Dios, a pesar de ser divino. Para servir como ejemplo, veló su divinidad y se hizo dependiente como un humano. Finalmente, sugiere que debemos aferrarnos a Dios como Cristo lo hizo, para que Él nos dé fuerzas a través de nuestra humanidad.
Este documento explora cómo podemos imitar el ejemplo de Cristo viviendo en Dios, con Dios y para Dios. Explica que Cristo era la revelación de Dios en la tierra y dependía totalmente de Dios, a pesar de ser divino. Para servir como ejemplo, veló su divinidad y se hizo dependiente como un humano. Finalmente, sugiere que debemos aferrarnos a Dios como Cristo lo hizo, para que Él nos dé fuerzas a través de nuestra humanidad.
Discurso del 9 de noviembre de 1895 en la reunión campestre de Armadale,
The Bible Echo, 3 y 10 de febrero de 1896
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y prended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30). EPE 113.1 Deseo especialmente llamar la atención a estas palabras: “Llevad mi yugo sobre vosotros” y aprended de mí”. Todos saben que Cristo es nuestro ejemplo en la vida cristiana. Sería inútil que tomara mi tiempo y el de ustedes para establecer este hecho. Hay muchísimos que desean imitar el ejemplo de Cristo, muchísimos que no saben cómo, y el propósito de nuestro estudio esta tarde será, si es posible, ayudar a alguno a saber cómo hacer esto. Doy por sentado que cada cristiano sabe que debería ser como Cristo. No hay enseñanza en la Escritura más clara que ésta, y la promesa es que el discípulo no es mayor que su maestro, pero cada uno que es perfeccionado será como su maestro. Nuestro propósito es presentar algunas lecciones sencillas y claras que esperamos sean útiles para ustedes en comprender mejor cómo imitar la vida de Cristo. EPE 113.2 Tres puntos definidos. Podríamos divagar grandemente sobre este asunto, y ocupar todo el tiempo, sin llegar a nada muy definido en nuestras mentes. Pero quiero que obtengan dos o tres lecciones fijas; porque ellas son el fundamento para toda otra lección, y con ellas todas las demás lecciones vendrán por sí mismas. Para que el punto sea definido en las mentes de ustedes con referencia a aprender de él, quiero plantear delante de ustedes tres puntos. EPE 113.3 Hemos de imitar el ejemplo de Cristo al vivir en Dios y con Dios y para Dios. ¿Cómo viviremos, como Cristo en Dios, con Dios y para Dios? EPE 114.1 Cristo el Renuevo. Cristo era la misma revelación de Dios, la vida de Dios sobre la tierra. En Zacarías 6:12 el profeta dice de él: “Aquí está el varón cuyo nombre es el Renuevo; él brotará de sus raíces [no en un lugar equivocado, sino donde él está; él crecerá desde su lugar] y edificará el templo de Jehová”. Aquí se habla de Cristo como el Renuevo, y él era el renuevo de Dios. Pero sus raíces están en el cielo; y al ser el renuevo de Dios para este mundo, él es, en otro sentido, el brazo de Dios. Dios estaba en el cielo, pero él estaba alcanzando hacia abajo en Jesucristo para sostener el mundo. Como el Renuevo, Cristo creció como una rama, a fin de ser algo visible para el mundo. Dios está en las nubes y en oscuridad; pero él quería revelarse al mundo que había sido separado por el pecado, así que Cristo vino como un renuevo de sí mismo. EPE 114.2 La Fuente oculta de vida. Ustedes saben que las raíces de un árbol están escondidas debajo de él; pero ellas son las fuentes secretas de vida, y lo que aparece, que llamamos el árbol, no es otra cosa que la raíz que surge a la vista. Cristo era el renuevo para el mundo, pero su raíz estaba escondida en Dios, y él fue manifestado para que el mundo pudiera ver qué es Dios. La vida de Cristo, cuando estuvo aquí en la carne, estaba en Dios, y él dependía de Dios tanto para su vida para servir aquí como nosotros estamos obligados a depender de Dios. Es verdad que él tenía vida; “como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” [Juan 5:26]. Pero cuando vino aquí para ser la revelación de Dios al mundo, y un ejemplo para la humanidad, él se puso en el lugar mismo de la humanidad; y como la humanidad era débil, él llegó a ser débil por el bien de la humanidad. Como la humanidad dependía totalmente de un poder fuera de sí mismo, así él llegó a ser dependiente. Y él dijo: “Así como me envió el Padre viviente y yo vivo por el Padre, también el que me come vivirá por mí” [Juan 6:57]. EPE 114.3 Él tomó ese lugar de dependencia, esa posición de debilidad, a fin de que él pudiera pasar por la experiencia de aquellos que vino a salvar; su vida estaba oculta en Dios, y él dependía totalmente de Dios y del ministerio de los ángeles. EPE 115.1 La vida de Cristo en Dios. No crean que la vida de Cristo aquí fue una vida fácil porque él era el divino Hijo de Dios. Él era el divino Hijo de Dios, pero veló esa divinidad. Contemplen la maravillosa condescendencia de Dios en Cristo. Aunque él tenía poder, no obstante lo dejó a un lado, y llegó a ser dependiente. Esto se afirma en la Escritura. El Evangelio de Juan es el gran evangelio de vida. Vamos a él cuando queremos aprender acerca de la vida. En este Evangelio, Cristo dice: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí y yo en el Padre” [Juan 10:37, 38]. EPE 115.2 Aunque es cierto que Jesucristo era la divinidad velada en humanidad, también es cierto que él era la humanidad encerrada en la divinidad. En su humanidad, él se aferraba del Padre para que le ayudara, para que le diera fuerzas, para todo lo que él necesitaba como humano; en su divinidad, el Padre moraba en él, y obraba por medio de él. Él era la divinidad en humanidad, las raíces que alcanzan el cielo, pero era la humanidad encerrada en la divinidad. Así dice en Juan 14:10: “¿No crees que yo soy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre, que vive en mí, él hace las obras”. Y pidió para sus discípulos: “Para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Juan 17:21). Cristo era la unión de lo divino y lo humano, que es la perfección de la humanidad, porque la divinidad obraba en la humanidad y por medio de la humanidad.