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Análisis

El capítulo VI abre otro tópico importante, que es la violencia


social y racial. La discriminación es directa entre alumnos. Allí,
serranos e indios son discriminados por igual: “Tu crees ya leer
mucho -me dijo Rondinel-. Crees también que eres un gran
maestro del zumbayllu. ¡Eres un indiecito, aunque pareces blanco!
¡Un indiecito, no más!” “Indio”, “indiecito” o “cholito” son
apelativos comunes para los alumnos de procedencia andina. “No
tengo la costumbre de hablar en indio” dice Valle, “por fortuna no
necesitaré de los indios; pienso ir a vivir a Lima o al extranjero”

Opcional:

Para comenzar, El capítulo 6 nos brinda una pequeña reflexión


sobre la desinencia yllu. Por un lado, representa el sonido de las
pequeñas alas en vuelo, en su sentido onomatopéyico. Por el
otro, illa nombra a ciertas formas de luz no solar, no totalmente
divinas, con las que el hombre andino cree aún estar vinculado.
El tankayllu, por ejemplo, es un tábano inofensivo. Los niños beben
la miel de su aguijón que se instala por siempre en su corazón,
pero aun así los indios no lo consideran una criatura divina. Hay en
Ayacucho también un danzak’ (bailarín de tijeras característico del
mundo andino) llamado “Tankayllu” que hace proezas infernales al
atravesar agujas y garfios en su cuerpo. Otro ejemplo es
el pinkuyllu, un instrumento que se toca solo en comunidad (a
diferencia de la quena familiar), que no es religioso sino que solo
se usa para tocar canciones épicas y bailar las danzas guerreras. Su
sonido cala profundo en el corazón.
La monotonía del Colegio se altera por la llegada de un zumbayllu.
Ernesto sigue a sus compañeros, atrapado por el sonido de esta
palabra que le recuerda misteriosos objetos.
El zumbayllu pertenece a Ántero, un niño rubio de lunares. Es una
especie de trompo que, al girar, emite un sonido muy particular,
un yllu. La memoria de Ernesto se aviva; recuerda al danzak’, a los
verdaderos tankayllus y el sonido del pinkuyllu. Desesperado, le
pide a su dueño que le venda el zumbayllu. A pesar del desafío de
Lleras y Añuco, que le dicen a Ántero que no le venda el trompo a
Ernesto, Ántero se lo regala. La alegría de Ernesto es
inconmensurable. Ántero regala muchos zumbayllus más que
suenan por todo el patio.
A partir de allí, Ernesto y Ántero entablan un vínculo. Ántero le
pide a Ernesto, que es conocido por escribir muy bien, que le
componga una carta para una joven de Abancay. Ántero le
promete un winku, un zumbayllu diferente, algo irregular, pero que
es laik'a, brujo; “tiene alma”.
Ernesto, recordando a la joven blanca de una hacienda que alguna
vez conmovió su corazón, comienza la carta para la muchacha a la
que Ántero quiere conquistar. Pero súbitamente frena la escritura
y se avergüenza. Se pregunta qué pasaría si las jóvenes indias
supieran leer. En un arrebato, improvisa una carta en lengua
quechua, y se conmueve.

En el comedor vuelve la violencia: Rondinel, un compañero


provocador, trata despectivamente a Ernesto; “Indiecito”, le dice.
Ernesto le responde que él es blanco pero inútil. Rondinel lo
desafía a una pelea.

El duelo es incitado por Valle, un alumno arrogante y lector de


novelas. Es el único que no habla quechua y desprecia a los indios.
Ernesto se siente solo; busca rezar y no puede. Tiembla de
vergüenza y viene a su memoria, como un rayo, la imagen
de Apu K’arwarasu, su montaña protectora, dios regional de su
aldea nativa. Junta coraje y desafía a Rondinel a adelantar el duelo.
Rondinel teme. Lleno de coraje, Ernesto se tranquiliza.
Al día siguiente va al patio y hace girar el zumbayllu. Como el río,
el zumbayllu trae alegría a su corazón.

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