Está en la página 1de 5

TEMA 5: LA PROSA: HISTORIOGRAFÍA, ORATORIA Y RETÓRICA

1. EL NACIMIENTO DE LA PROSA
La Historia de Heródoto inicia un nuevo género literario en Grecia, la Historiografía. Es la primera obra
extensa en prosa y la principal fuente que expone sistemáticamente la época anterior a las Guerras Médicas
y el desarrollo de la confrontación bélica entre griegos y persas.
La aparición de la prosa escrita requiere la existencia de algunos elementos: una escritura relativamente
extendida, un público de lectores y unos soportes materiales sobre los que escribir, por lo que en Grecia su
aparición es tardía, tras el florecimiento poético. La inscripción más antigua en prosa data del s. VI a.C., se
encontró en Egipto y está escrita por mercenarios griegos.
Como antecedentes de este nuevo género literario podemos citar los anales o crónicas en los que se
anotaban los acontecimientos más sobresalientes del año, usados luego por los eruditos de los siglos V y IV
a. C. para realizar crónicas más elaboradas al combinarlos con las leyendas locales.
En Jonia, en el siglo VI a. C. parece que hubo una novelística popular, originariamente quizá en boca de
narradores ambulantes del tipo de los rapsodos; en Heródoto pueden rastrearse abundantes restos de estas
novelitas cortas, de carácter popular, insertas en medio de su relato propiamente historiográfico.
Pero lo que da a la prosa su empuje definitivo es el movimiento científico jonio de los siglos VII y VI a. C. La
prosa, que trata temas científicos, filosóficos, médicos e historiográficos, se convierte así en un instrumento
de la razón frente al carácter más emocional de la poesía.
El sentido etimológico de la palabra “historia” (investigación, indagación) parece aludir a la exposición de
estos hechos. En Jonia la gran actividad viajera de tipo comercial fundamentalmente estimula este tipo de
narraciones. Así, una de las primeras manifestaciones de la historia es los “periplos” o descripción de
itinerarios de navegación, que tienen, además de su interés geográfico, el histórico-costumbrista.
La logografía jonia, pues, es el precedente más directo de la posterior Historiografía. Abarca una serie de
relatos (lógoi) sobre ciudades o pueblos, compuestos por viajeros griegos que recorrían Oriente y Occidente
llevados por sus deseos de aprender e investigar. Exponen los hechos deducidos de la propia observación o
indagación. Pocos fragmentos han sobrevivido hasta hoy. Los logógrafos de los que tenemos noticia son:
Hecateo de Mileto, Acusilao de Argos y Helanico de Cirene.
2. LA HISTORIOGRAFÍA
2.1. Heródoto
Nacido en Asia Menor (484 a.C.) sigue la tradición de los logógrafos jonios, con el objetivo de contemplar e
investigar: los años anteriores al 447 a.C., fecha en que llega a Atenas.
Le influyeron en el sentido histórico de su obra y su formación como historiador:
su estancia en Atenas, donde vivió el despertar de la sofística; y el pensamiento tradicional y conservador
de las tragedias de Esquilo y Sófocles.
Sus Historias están divididas arbitrariamente por un gramático posterior en nueve libros, con los nombres
de las nueve musas. No son un todo homogéneo, sino que son un mosaico de cosas yuxtapuestas:
descripciones geográficas, novelística procedente de la tradición oral, resultados de su investigación
personal sobre los acontecimientos…
Su propósito inicial es contar la historia de Persia: seguir la sucesión de sus reyes desde Ciro hasta Jerjes y
narrar las características de los pueblos que se anexiona Persia hasta llegar a las Guerras Médicas.
Tras su estancia en Atenas y su conocimiento del ambiente espiritual respirado en dicha ciudad, profundizó
en el análisis de las características de ambos mundos, griego y persa; y plantea las Guerras Médicas como
un conflicto entre Asia y Europa. Emplea tres fuentes: la observación directa, lo conocido por medio de
otros y su opinión e indagación.
Es crítico con los datos, aunque no hace una crítica profunda sobre las fuentes orales y escritas; escéptico,
duda sobre la veracidad de algunos hechos; y tiene una mentalidad sencilla y religiosa (fatalismo): en último
término es la voluntad divina la que decide y es inútil luchar contra el destino.
Heródoto emplea el dialecto jonio, un estilo simple y cercano a la épica, sin buscar artificios retóricos y
estilísticos. En su discurso resalta el comportamiento general de los hombres, trascendiendo lo individual,
empleando mucho los diálogos.
2.2. Tucídides
Aristócrata de nacimiento, que recibió una buena educación. Su niñez y juventud coincidieron con la época
de mayor esplendor de Atenas. Asimiló las enseñanzas de los movimientos filosóficos y retóricos de su
tiempo. Su interés en la historia es una tradición familiar.
Su obra La Guerra del Peloponeso, tiene como fin contar los hechos acaecidos en tal guerra (s. IV a.C. entre
Esparta y Atenas desde un punto de vista humano, donde la historia viene determinada por la inteligencia:
las decisiones determinadas por la política, economía y razones militares (al margen de las normas
religiosas). La fortuna ejerce un papel principal desde el punto de vista humano, no religioso.
La naturaleza humana es un elemento constante del proceso histórico: la aspiración de la libertad, el odio
del pueblo sometido hacia su opresor, la imposición de la ley del más fuerte, la ambición de poder y la
envidia del éxito.
Quiere lo mejor para Atenas y por eso critica a los sucesores de Pericles, aunque elogia el nuevo régimen
moderado que se estableció en Atenas en 411 a.C. También critica los excesos cometidos por los espartanos
y exalta la antigua tradición y los valores morales de amor a la patria, a la justicia, al bien común. A pesar del
egoísmo y la envidia del ser humano se puede conseguir un mundo mejor.
Tiene como objetivo exponer la estricta verdad y relata hechos contemporáneos, por lo que maneja un
gran número de fuentes.
El criterio de verosimilitud basada en la idea de progreso económico y militar de las ciudades, le lleva a
afirmar la superioridad del presente frente al pasado. Considera más importante la guerra del Peloponeso
que la legendaria guerra de Troya
Realiza una exhaustiva búsqueda de datos. Solo usa los que superan su examen crítico. Datos objetivos.
En su obra abundan los discursos (de ambos contendientes) para expresar la verdad política, los móviles,
las motivaciones de los personajes, dramatizar su relato e introducir las ideas del autor (pone en tela de
juicio su objetividad). En estos discursos emplea un lenguaje denso y oscuro, que contrasta con el estilo
sencillo y preciso del resto.
2.3. Jenofonte
Nacido en Atenas (430 a.C.) aúna talento aventurero con una visión clara de su entorno histórico. Defensor
de ideales tradicionales helénicos y las enseñanzas de Sócrates. Se le considera precursor del helenismo: en
su tendencia al individualismo, en sus esbozos de nuevos géneros literarios (como la biografía y la novela),
en su preocupación por la pedagogía…
Sus obras podemos dividirlas en históricas, socráticas y didácticas. Entre ellas destacan 3: Las Helénicas:
siete libros de historia griega (411-362 a.C.), donde pretende continuar a Tucídides; aunque se queda en la
superficie de las cosas; Anábasis: relato de sus aventuras, expedición de mercenarios griegos para ayudar a
Ciro el Joven, donde abundan los pormenores geográficos y etnográficos, así como el detalle de las
cuestiones militares; y Ciropedia: novela de tendencia político-pedagógica, basada en hechos y personajes
históricos. Narra la educación, juventud y subida al trono de Ciro el Viejo. Abundan los discursos y los
episodios moralizadores, así como los relatos novelescos.
Jenofonte como historiador tiene muchos defectos: no es exhaustivo, es olvidadizo, margina hechos de
primera importancia, cuenta las cosas desde su perspectiva…; sin embargo, su escritura es fresca, precisa,
rápida, no ajena a la ironía en ocasiones, tan solo alterada por la longitud de algunos discursos, que
aparecen cargados de tópicos retóricos y distan mucho de la hondura psicológica de los de Tucídides.
Remodela la historia, silenciando algunos hechos y embelleciendo sus testimonios con figuras retóricas.
3. LA ORATORIA
La capacidad de hablar bien y, sobre todo, con eficacia, es un rasgo que encontramos ya desde el comienzo
de la Literatura griega: la poesía épica (Homero). Pero habrá que esperar a la segunda mitad del s. V a. C.
para que se convierta en auténtico género literario. Y a su vez, este interés por dominar el arte de la palabra
dará lugar a la aparición de la especulación técnica para lograr ese objetivo: la Retórica.
Podemos hablar de tres tipos de Oratoria:
- La oratoria política, útil en los contextos democráticos, como la Atenas del s. V.
- La oratoria forense, provechosa ante los tribunales justicia.
- La oratoria de aparato, que se utiliza en los discursos de las grandes celebraciones.
Oradores principales:
- Lisias: en la oratoria judicial
- Demóstenes y Esquines: en la lucha política
- Isócrates: en la oratoria de aparato
3.1. Lisias
Es un escritor de discursos profesional. Se conservan alrededor de una treintena de sus discursos, casi todos
ellos cortos y referentes a slos asuntos privados de sus clientes.
Contra Eratóstenes, es un discurso pronunciado poco después del derrocamiento de los Treinta, bajo cuya
denominación Eratóstenes detuvo al hermano de Lisias y lo envió a la muerte. El discurso, por su
proximidad a los acontecimientos brutales que trata, arroja una importante luz sobre los Treinta y sus
motivaciones. Los tiranos, dice Lisias, "reconocían que tenían que limpiar la ciudad de delincuentes y dirigir
el resto de los ciudadanos a la virtud y la justicia" y sin embargo, lo que deseaban era matar a gentes
adineradas cuyas haciendas se pudieran confiscar.
Lisias sabe penetrar en el interior de las gentes para quienes escribía sus discursos y hacerles expresarse en
consonancia con lo que se conocía de su manera de ser.
También compuso un discurso fúnebre para los atenienses que habían caído en la guerra contra Corinto,
pero es demasiado convencional para conmover. Esta fue su única incursión en la retórica de aparato.
3.2. Demóstenes
Se conserva la totalidad de sus obras de madurez y a lo largo de toda la Antigüedad, se le honró como el
orador más grande de todas las épocas y como un modelo indiscutible para todos los demás. Hasta en
temas triviales, Demóstenes consigue que todas sus palabras den en el blanco.
La llama angustiosa que arde siempre en todos los discursos políticos de Demóstenes es su amor a Atenas y
apasionada preocupación por verla superar los graves peligros que la amenazaban. Este es el tema principal
no solo de su duelo oratorio con Esquines sino el de otros discursos públicos, tales como las Filípicas y las
Olintiacas, en los que ponía de relieve el crecimiento del poderío de Filipo y la perentoria necesidad de
detenerlo.
Demóstenes creía en la grandeza esencial de Atenas y, lo mismo que otros patriotas exaltados, no hallaba
dificultad en unir al elevado ideal de su patria el convencimiento de que ésta, rara vez, se había mostrado a
la altura del mismo. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por su patria y al final, sacrificó su vida cuando
se envenenó para no entregarse a Antípatro, el general macedonio. Reservaba las más duras palabras para
quienes actúan en contra de Atenas, y aunque pidiese al cielo que cambiasen de parecer, casi no podía
creer en esa posibilidad, en realidad su deseo era que se los derrotasen y los aniquilasen.
Su incapacidad para comprender el punto de vista del contrario es a veces una ventaja, pero no lo es
cuando le lleva a exagerar el suyo como a menudo ocurre. Tenía muy pocas dotes de penetración
psicológica y no se esforzó en adquirirlas. En su mundo, todo era blanco o negro.
Estaba obsesionado con la visión de una Atenas independiente y con el recuerdo de su anterior grandeza.
Eso era lo que guiaba sus acciones y sus palabras y estaba convencido de que, igual que Atenas había
salvado a Grecia de los persas, podía salvarla de nuevo de la no menos peligrosa agresión de Macedonia.
3.3. Esquines
Tanto Filipo como Alejandro admiraban a Atenas y estaban dispuestos, dentro de las debidas limitaciones, a
darle un trato de favor. Esquines interpretó esas intenciones en su aparente valor.
Demóstenes optó por la política de resistencia a toda costa al macedonio y tenía un pésimo concepto de
Esquines. El conflicto es el que se da entre el hombre de ideas fijas y el hombre de mundo, flexible y
transigente, y se evidencia en la disparidad de caracteres. Esquines no se permite injuriar a Demóstenes; se
limita a presentarlo como hombre absurdo.
A su manera, Esquines era un patriota, pero pensaba que Atenas podía conservar una digna independencia
manteniéndose en buenas relaciones con Macedonia. Lo que le falta es ese empuje de Demóstenes.
Argumenta con habilidad, persuasivamente pero jamás sobrecoge, y se comprende que, en la caldeada
atmósfera de la época, perdiera el último combate de la disputa con Demóstenes y muriera en el exilio. Con
todo, vemos con perspectiva histórica, que los dos estaban en un error.
Demóstenes luchaba contra el crecimiento de Macedonia y fracasó por completo en su intento de
detenerlo. Y Esquines, que veía en Macedonia la aliada de Atenas, también se equivocó. Por un tiempo, el
triunfo de Filipo y de Alejandro pareció significar la realización de sus esperanzas, pero después de la
muerte de Alejandro y el acceso al poder de sus sucesos es, que se disputaron el imperio por las fuerzas de
las armas, fueron harto menguadas las ventajas que podían obtenerse de Antípatro y sus agentes. 3.4.
Isócrates
Es el mayor cultivador de la retórica de aparato, que en su época fue una forma muy conocida y popular.
Isócrates compuso sus obras en forma de discursos, pero lo que en realidad pretendía era que se leyesen
como panfletos políticos. Entre los oradores áticos, constituye quizás una excepción por su predominante
interés por la política y sus ideas imaginativas, no siempre practicables.
Como Platón, sentía una profunda inquietud por la educación y las ideas políticas. Era un artista que era
consciente de que tenía algo serio que decir y supo desarrollar un modo efectista de decirlo. Aunque
escribió discursos para que los pronunciasen otros en los tribunales, la importancia de su obra reside en sus
largos tratados sobre dos temas que le fueron muy entrañables, la educación y la condición de Grecia. Fue
testigo presencial del auge de los sofistas que pretendían hacer sabios a los hombres mediante salario, y de
la corrupción a la que condujo y se dispuso a desacreditarlos y a ofrecer a cambio algo más honrado y
menos pretencioso. En su discurso Contra los sofistas lleva a cabo su crítica destructiva y ataca a aquellos
maestros que pretenden enseñar más de lo que saben, especialmente el conocimiento exacto de la
conducta justa y el de toda la virtud.
Isócrates hizo seguir este tratado de Sobre la antídosis, donde ofrece sus puntos de vista positivos. Por
educación, entiende la cultura en un sentido amplio, el entrenamiento del hombre desde su juventud y la
edad adulta para desempeñar con plenitud su papel en el Estado. En su intención general, se aproxima
mucho más a Protágoras que a Platón. La educación debe fortalecer el carácter y contribuir a la formación
del recto juicio, y por ello ha de prestar gran atención a la más grande de las capacidades humanas, el
lenguaje. Parte de una convicción clara: los hombres educados son superiores a los demás griegos, de la
misma manera que los hombres son superiores a los animales y los griegos a los bárbaros.
Isócrates sentía un gran amor hacia su patria que, para él, no era tanto Atenas como toda Grecia. Como
pocos hombres de su época, vio como las mortíferas luchas entre las ciudades griegas no solo resultaban
ruinosas, sino que impedían que Grecia civilizara el mundo. Compuso el Panegírico con vistas a su recitación
en el festival olímpico. Estaba convencido de que solo una causa común podía unir a los griegos y hacerles
conscientes de que constituyan una nación. Comenzó por proponer que Esparta y Atenas se unieran para
encabezar una unión de todos los griegos contra Persia; pero, inesperadamente, Tebas se alzó con el poder
y su propósito cayó por tierra.
A él, le debemos más que a nadie lo que es la prosa. Los oradores buscaban métodos para convencer a los
jurados. Isócrates es el único que escribe de un modo ecuánime y razonador, para convencer a sus lectores
de la verdad de sus argumentos.
El ideal de la unificación de Grecia propugnado por Isócrates llegó a ser un asunto político urgente e
inmediato, con la aparición de Filipo. Lo que Isócrates pedía como un acto voluntario de los griegos
divididos, les fue impuesto por la fuerza por Filipo que, en opinión de muchos, no era ni griego ni defensor
de sus libertades tradicionales.
El resultado fue una profunda escisión en la opinión pública y la división de los partidos fue tan oportuna
que se convirtieron en juguetes en manos de Filipo, que sabía manejar astutamente a los hombres y sacar
provecho de las rencillas locales. Esta situación prosiguió con la misma gravedad bajo su hijo Alejandro y se
manifiesta con los dos políticos atenienses que se enfrentaron en un largo duelo oratorio: Esquines y
Demóstenes. En sus batallas jurídicas, se traslucen las discordias que desgarraban Atenas y otras ciudades
de Grecia.

También podría gustarte