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8/5/2021 La patología del éxito | EL PAÍS Semanal

PSICOLOGÍA ›

La patología del éxito


Vivimos en una sociedad que valora a los triunfadores. Sin embargo,
¿qué es serlo?
¿Y qué es el fracaso? ¿Por qué hay personas que convierten su vida en
una competición?

Borja Vilaseca

2 AGO 2015 - 00:00 CEST

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ANNA PARINI

Cuenta una historia que un anciano empresario le regaló a su nieto el


juego del Monopoly por su decimoctavo aniversario. Era verano y el
joven disfrutaba de sus vacaciones antes de comenzar la carrera de
Económicas. Era un chico ambicioso. Quería superar la fortuna
acumulada por su abuelo. Por las tardes, los dos se sentaban junto al
tablero y pasaban horas jugando. A pesar de la frustración de su
nieto, el empresario seguía ganándole todas las partidas, pues
conocía perfectamente las leyes que regían aquel juego.

Una mañana, el joven por fin comprendió que el Monopoly consistía


en arruinar al contrincante y quedarse con todo. Y hacia el final del
verano, ganó su primera partida. Tras quedarse con la última
posesión de su mentor, se enorgulleció de ver al anciano derrotado.
“Soy mejor que tú, abuelo. Ya no tienes nada que enseñarme”, farfulló,
acunando en sus brazos el botín acumulado.
Sonriente, el empresario le contestó: “Te felicito, has ganado la
partida. Pero ahora devuelve todo lo que tienes en tus manos a la caja.
Todos esos billetes, casas y hoteles. Todas esas propiedades y todo ese
dinero… Ahora todo lo que has ganado vuelve a la caja del Monopoly”.
Al escuchar sus palabras, el joven perdió la compostura.

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Y el abuelo, con un tono cariñoso, añadió: “Nada de esto fue


realmente tuyo. Tan solo te emocionaste por un rato. Todas estas
fichas estaban aquí mucho antes de que te sentaras a jugar, y seguirán
ahí después de que te hayas ido. El juego de la vida es exactamente el
mismo. Los jugadores vienen y se van. Interactúan en el mismo
tablero en el que lo hacemos tú y yo. Pero recuerda: nada de lo que
tienes y acumulas te pertenece. Tarde o temprano, todo lo que crees
que es tuyo irá a parar nuevamente a la caja. Y te quedarás sin nada”.

Muchas personas suben ciegamente peldaño 


a peldaño por la escalera que creen que les
conducirá al éxito. Y solo al llegar a la cima
se dan cuenta de que han colocado la escalera
en la pared equivocada”

Stephen Covey

El joven escuchaba cada vez con más atención. Y al captar su interés,


el anciano empresario compartió con él una última lección: “Te voy a
decir lo que me hubiera gustado que alguien me hubiera dicho
cuando tenía tu edad. Piénsalo con detenimiento. ¿Qué pasará cuando
consigas el ascenso profesional definitivo? ¿Cuando hayas comprado
todo lo que deseas? ¿Cuando hayas subido la escalera del éxito hasta
el peldaño más alto que puedas alcanzar? ¿Qué pasará cuando la
excitación desaparezca? Y créeme, desaparecerá. ¿Entonces qué?
¿Cuántos pasos tienes que caminar por esta senda antes de que veas a
dónde conduce? Nada de lo que tengas va a ser nunca suficiente. Así
que hazte a ti mismo una sola pregunta: ¿qué es lo verdaderamente
importante en la vida?”.

Por más absurdo que nos pueda parecer al leerlo, hay personas que
prefieren tener éxito a ser felices. Y eso que lo uno no es incompatible
con lo otro. Sin embargo, entran en conflicto cuando la aspiración de
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lograr reconocimiento a toda costa se convierte en una patología; eso


sí, socialmente aceptada.

Al mirar con lupa las motivaciones ocultas de quienes sueñan con


recibir premios, salir en la foto y gozar del aplauso de multitudes,
observamos una serie de rasgos en común. En primer lugar,
comparten un profundo miedo al fracaso, un temor irracional de no
“llegar a ser alguien”. Ese es el motor oscuro de muchas de sus
decisiones y de casi todos sus actos. Esta es la razón por la que suelen
ser adictos al trabajo o workaholics. En casos extremos, se sienten
culpables si no están ocupados con quehaceres productivos,
considerando el ocio y el descanso como una pérdida de tiempo.

Si bien suelen vivir desconectados de sí mismos, de sus emociones y


sentimientos, están completamente enchufados al móvil y al
ordenador portátil. En el nombre de la eficiencia y la profesionalidad,
siempre están disponibles para sus jefes y clientes, relegando a la
familia y los amigos a un segundo plano. Son ambiciosos y muy
competitivos, y tienden a mantener relaciones basadas en el interés.
Para ellos la vida es un concurso, una carrera, una competición. Sin
embargo, se obsesionan tanto con ganar y llegar a la meta que a
menudo se muestran incapaces de disfrutar del camino.

De forma inconsciente, desarrollan una máscara deslumbrante,


forjada por medio de prestigiosos títulos académicos y pomposos
cargos profesionales. Gozar de una buena imagen es otra de sus
prioridades. De ahí que suelan ser víctimas de la vanidad: si los demás
no les reconocen los logros y méritos cosechados, ellos mismos se
encargan de que todo el mundo se entere.

Para redefinir el éxito

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ANNA PARINI

LIBRO
Del tener al ser
Erich Fromm (Paidós)

Un ensayo más de actualidad que nunca en el que el autor cuestiona el triunfo de


la vanidad y de la banalidad contemporáneas, abogando por recuperar los valores
esenciales que le dan sentido a nuestra existencia.

PELÍCULA
Hook
Steven Spielberg

Robin Williams interpreta a un estresado hombre de negocios que ha perdido por


completo su verdadera identidad. Un viaje a su infancia le hará recordar quién ha
sido y quién puede volver a ser.

Podríamos decir que su flor preferida es el narciso. Y que entre sus


animales favoritos se encuentra el pavo real. Debido a su carácter
exhibicionista, saben cautivar la atención de los demás, desplegando
un encanto personal bien calculado; son expertos en crear una
magnífica impresión de sí mismos. A su vez, se les puede identificar
con el camaleón, pues también son maestros en el arte de adaptarse a
sus interlocutores, mostrando aspectos de su personalidad que les
garanticen una buena reputación social.

Creen que si no brillan, sobresalen o destacan, serán invisibles a los


ojos de la gente y, en consecuencia, indignos de reconocimiento.
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Muchos de estos adictos al éxito logran finalmente llegar a la cima.


Pero algunos se encuentran con una sensación de vacío insoportable.
De pronto tienen lo que siempre habían deseado. Paradójicamente,
sienten que dichas recompensas carecen de sentido. Una vez
conquistado el mundo se dan cuenta de que por el camino se han
perdido a sí mismos.

Detrás de esta compulsión por el éxito se esconde una dolorosa


herida: la de no sentirse valioso por el ser humano que es, poniendo
de manifiesto su falta de autoestima. Así, en vez de obsesionarse por
el reconocimiento ajeno, es fundamental que aprendan a re-
conocerse a sí mismos. Es decir, saber quiénes son verdaderamente,
yendo más allá de la máscara que han ido creando para seducir a la
audiencia que los rodea.

Para lograrlo, han de redefinir sus prioridades, sus aspiraciones, así


como su concepto de éxito, atreviéndose a tomar decisiones movidas
por valores que de verdad les importen. Es entonces cuando muchos
toman consciencia de que ser feliz vale más que tener éxito. Y en la
medida que empiezan a ser fieles a sí mismos, a los dictados de su
corazón, a menudo emprenden una senda profesional mucho más
vocacional, orientando su existencia al bien común y no tanto a su
propio interés. Lo curioso es que tarde o temprano llega un día en
que el éxito aparece como resultado.

Sabios de todos los tiempos nos recuerdan una y otra vez algo que
tendemos a olvidar: “El mayor triunfo es ser uno mismo”. En caso de
no saber por dónde empezar, podemos seguir las indicaciones de
Antoine de Saint-Exupéry: “Procura que el niño que fuiste no se
avergüence nunca del adulto que eres”. Para ello, no nos queda más
remedio que escuchar con atención a nuestro corazón. Él sabe
perfectamente quiénes somos y cuál es nuestro propósito en esta
vida. Nuestro corazón lo sabe todo acerca de nosotros. El quid de la
cuestión es si somos lo suficientemente valientes para escucharlo.

elpaissemanal@elpais.es
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