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Guarne y el guamo, instantes fríos al calor de su gente

Juan David Tabares Uribe


Carlos Humberto Arredondo - Docente
Arte, estética y educación.
Universidad de Antioquia

El frío no puede esquivarse como se esquivan las miradas desconocidas que en la


calle se encuentran y sin ningún motivo fruncen el ceño que helado como el día
retrasa el caminar. En la calle habita permanente el aroma a pan fresco de manos
venezolanas, la desolación de la medianoche, el trajín de la madrugada de
supuestos estudiantes y obreros soñadores que despertaron con la ilusión de un
nuevo día, en la calle también se retrata la emoción de los andares que vacilan en
busca de alimento al medio día, el ansia de descanso cuando cae la tarde y la
satisfacción de haber sobrevivido a ese día cuando llega la noche, que de nuevo
helará la calle por donde vendrán los venezolanos otra vez a darnos el aroma
permanente del pan fresco.

Tradicionalmente se dice que Guarne, municipio del oriente antioqueño, tiene


nube propia, otros dirán que Antioquia es una ruana y a Guarne le tocó el hueco,
pero lo único verídico es que sí hace un frío capitalino impresionante, al cual se le
agrega el encierro bello y placentero de las montañas que le dan cierta frialdad a
lo que ya es frío y también es cierto que cuando llueve, caen las gotas de lluvia
como una tempestad de Zeus que atormenta a los prometeos que aquí yacen sin
romper sus cadenas, Guarne no sería nada sin la frialdad de sus mañanas, sin la
eterna juventud de sus calles y sin las miradas de su gente que con afán e interés
esquivan otras.

Palabras claves: sentido de pertenencia, comuneros, hospitalidad,

Guarne cuenta con dos vías principales que se atiborran con solo querer
cruzarlas, son pequeñitas como estas letras porque lo único grande en Guarne
aparte de sus parroquias y los sueños de su gente, son las chivas de chasis
enorme y que como las calles también resguardan los secretos de tantos pasos
que se han dado en ellas, de procesiones de deseos infelices e insatisfechos de
las personas, las calles de Guarne reflejan su gente, su retroceso con paso firme y
su fría manera de pensar, “por estas calles la compasión ya no aparece y la
piedad hace rato que se fue de viaje” (Yordano). La carrera 52 y la calle 52 se
unen formando una cruz en todo el corazón del pueblo guarneño y es aquí donde
se posan inclementes los buses con sus fumarolas, los muchachos que en otras
fumarolas forman su relajo, los campesinos con su colorido silvestre y su forma de
hablar, los colegiales con su uniforme militarizado y los comerciantes con su verbo
ilimitado lleno de ansias de supervivencia.

En esta cruz formada por dos arterias taponadas, a las 5 de la mañana se oyen
los murmullos de los caminantes que madrugan humildes a trabajar o a buscar la
continuación de un sueño pausado el día anterior, se ilumina el asfalto con la luz
enceguecedora de los vehículos con su carga humana que por ahí pasan,
interrumpiendo con sus motores el sueño sensible de los que duermen un poco
más, se levantan las rejas de los negocios que se abren también para superar un
nuevo día; en esa esquina, la esquina de “el guamo” como se le conoce en este
pueblo comunero, pasan muchas cosas, micro tráfico, mendicidad, comercio legal
e ilegal; pero la gente con su pujanza hace de Guarne un paraíso donde las cosas
buenas son más notables que las que no lo son tanto.

En la esquina de “el guamo” por ejemplo está la tienda de abarrotes “la soga”,
donde Don Marcos con sus ojos zarcos abre el alma a cada comprador que lo
visite, la “panadería guarne” donde los empleados venezolanos son la
indispensabilidad del servicio caluroso y amable que es transmitido en el calor de
cada pan, la tienda de Don Pedro que con su parsimonia te informa que sabes
cuando entras pero no cuando saldrás, la sastrería de Don Carlos que de manera
servicial está dispuesto a tejer pantalones y camisas para las señoras, o para
desgranar un rosario mediando por alguien necesitado de oración y a veces hasta
es un general comandando las fichas de su parques compartido con dos o tres
amigos mientras su televisor habla solo a sus espaldas, también hay por aquí una
tienda de remates, la de Don Ramón, quien te recibe con un tintico delicioso para
combatir el frío; una tienda esotérica, la del brujo como le dicen nuestros chamos,
a quien hace poco tiempo le asesinaron a su hijo que no andaba en muy buenos
pasos, está la carnicería de carrizo, de ella mejor no hablar porque sería tema de
otro tipo de investigación, no necesariamente académica; está la casa de las
pitungas, unas señoras muy mayores ellas que son las vendedoras de la mejor
tapetusa que se puede conseguir en Guarne y que desde que murió “Marielita”, la
mayor, se respira tensión cuando se pasa cerca a esa puerta que nunca para de
abrir y cerrar; por esta esquina es obligatorio el paso de la ambulancia cuando
lleva a alguien para el hospital, por eso a veces los vecinos curiosos solo se
conocen con sus pares cuando se asoman todos a ver la sirena encendida, la
calle se llena de gentes en los andenes y en los balcones que le hacen la calle de
dolor a quien vaya dentro de esa mortaja motorizada; Guarne, como el pueblo
blanco de Serrat, “bajo un cielo que, a fuerza de no ver nunca el mar, se olvidó de
llorar” (Serrat), los habitantes de Guarne, eternos comuneros, no sueltan lágrimas
por nada, ni por la muerte del hijo del brujo, ni por las ambulancias gritonas que
van al hospital, ni por su carencia de seguridad y mucho menos por el
desangramiento de su pueblo a manos de esos “…que llaman caudillos que andan
prometiendo escuelas y puentes donde no hay ríos” (Briceño), que con el paso de
los años han convertido a Guarne en lo que es hoy, un pueblo frío con gente
cálida que enfría su forma de pensar y actuar.

La esquina de “el guamo”, es el punto donde se bifurcan las cosas buenas de las
malas, los que van a hacer deporte van por un lado, los que forman su relajo están
por el otro, los trabajadores van por un lado y los que se resignaron a hacer nada
están en el otro calentando las aceras con sus frías intenciones de vida y su firme
deseo de morir así; si observas estas gentes desde un lado o del otro, solo podrás
concluir que todos le brindan la esencia al sector, parafraseando a Daniel Santa
en el texto Guarne, la eternidad del instante, de Guarne podrán llevarse todo, pero
nunca su gente que se posa por ahí a parlotear. Un pueblo sin historias propias es
un pueblo sin alma, pero debemos apropiarnos de él, debemos saber que somos
de aquí, yo por ejemplo, y con el permiso de Garzón y Collazos le digo a Guarne:
“por ti aprendí a querer por la primera vez y nunca me enseñaste lo que es la
ingratitud” (Morales), Guarne me ha enseñado todo, el amor, la tristeza, el frío, la
calidez de su gente, el sentido de pertenencia que algún día quise tener por mi
pueblo natal y que le falta a muchos comuneros que aún no saben que lo son,
pero lo más valioso que le aprendí a Guarne es el valor de una familia, una que
me arropó, me adoptó, me amó, me guio y me brindó los instantes más felices que
nunca habían estado en mí, Guarne por tanto, mi amor, mi hogar, mi vida, la
frialdad de tus días hace que la calidez de tu gente rememore que a ti el cielo
colmó de riquezas para que te poblara una raza altiva, gentil señorial.

Referencias

Briceño, A. (s.f.). A quién engañas abuelo. A quién engañas abuelo. Discos Fm, Bogotá.

Morales, J. A. (s.f.). Pueblito Viejo. Pueblito Viejo. Sonolux, Bogotá.

Serrat, J. M. (s.f.). Pueblo Blanco. Mediterráneo. Zafiro/Novola, Barcelona.

Yordano. (s.f.). Por Estas Calles. De Sol a Sol. VideoRecord, Caracas.

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