Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La gran mayoría de los humanos a lo largo de la historia trabajó porque tenían que hacerlo. Muchos
encontraron comodidad, valor y significado en sus esfuerzos, pero algunos consideraron el trabajo como una
necesidad a evitar si fuera posible. Durante siglos, las élites de las sociedades europeas y asiáticas aspiraron a
liberarse del empleo remunerado. Aristóteles definió a un "hombre en libertad" como la cumbre de la existencia
humana, un individuo liberado de cualquier preocupación por las necesidades de la vida y con una voluntad
personal casi completa (es revelador que no definiera a los comerciantes ricos como libres en la medida en que
sus mentes estaban demasiado ocupadas pensando en comprar más cosas).
La promesa de la inteligencia artificial (IA) y la automatización plantea nuevas preguntas sobre el rol del trabajo
en nuestras vidas. La mayoría de nosotros permaneceremos enfocados durante décadas en actividades de
producción física o financiera, pero a medida que la tecnología proporcione servicios y bienes a un coste cada
vez más bajo, los seres humanos se verán obligados a descubrir nuevos cometidos, no necesariamente
relacionados con la forma en la que hoy concebimos el trabajo.
Parte del desafío, como propuso recientemente el economista Brian Arthur, "no será económico sino político".
¿Cómo se distribuirá el botín de la tecnología? Arthur señala la agitación política actual en Estados Unidos y
Europa en parte como resultado de la brecha entre las élites y el resto de la sociedad. Cuando avance más el
siglo XXI, las sociedades descubrirán cómo distribuir los beneficios productivos de la tecnología por dos razones
principales: porque será más fácil y porque deben hacerlo. Con el tiempo, la tecnología permitirá más
producción con menos sacrificio. Mientras tanto, la historia sugiere que la concentración de la riqueza en muy
pocas manos conduce a presiones sociales que se abordarán a través de la política o la violencia, o ambas cosas.
Esto plantea un segundo desafío más difícil: a medida que los beneficios de la tecnología se vuelven más
accesibles, a través de la reforma o la revolución, muchos de nosotros nos enfrentaremos a esta pregunta:
"cuando la tecnología puede hacer casi cualquier cosa, ¿qué debo hacer y por qué?".
Especialmente desde la Revolución Industrial, la tecnología ha hecho que una porción cada vez mayor de la
humanidad se aleje de la producción de productos básicos para la vida. Mientras que muchas personas
permanecen atrapadas en una lucha diaria por la supervivencia, un porcentaje menor de humanos está libre de
esa presión. A medida que la IA y los sistemas robóticos se vuelvan mucho más capaces y comprometidos, el
trabajo seguirá progresando sin nosotros, quizás alcanzando lo que John Maynard Keynes describió en Economic
Possibilities for our Grandchildren como desempleo tecnológico, en el que la tecnología reemplaza la mano de
obra humana mucho más rápido que la velocidad a la que descubrimos nuevos puestos de trabajo. Keynes
predijo que esto solo sería "una fase temporal de inadaptación", y que dentro de un siglo la humanidad podría
superar su desafío económico fundamental y liberarse de la necesidad biológica de trabajar.
Esta es una visión esperanzadora, pero también un camino sinuoso y peligroso. Keynes advirtió: "si se resuelve
el problema económico, la humanidad se verá privada de su propósito tradicional... Sin embargo, no hay ni país
ni pueblo, creo, que pueda esperar la era del ocio y la abundancia sin temor". Con inquietud, Keynes se
preguntó cómo las personas enfocarían sus atenciones, intereses y temores cuando se les absuelve de ganarse
la vida. A medida que nos desconectemos de las actividades tradicionales, ¿cómo evitaremos un futuro nihilista
de Huxlian? ¿Cómo definiremos nuestro propio sentido de propósito, significado y valor?
Podemos explorar esta cuestión a través del trabajo de la filósofa, historiadora y periodista Hannah Arendt,
quien en la década de 1950 diseñó un marco de largo alcance para comprender toda la actividad humana. En
"The Human Condition", una obra hermosa, desafiante y profunda, Arendt describe tres niveles de lo que ella
define, después de los griegos, como la "vita activa".
La fuerza trabajadora genera necesidades metabólicas, como los alimentos, que sostienen la vida humana. El
trabajo crea los artefactos físicos y la infraestructura que definen nuestro mundo y, a menudo, duran más que
nosotros, desde los hogares y los bienes hasta las obras de arte. La acción incluye actividades interactivas y
comunicativas entre los seres humanos, la esfera pública. En la acción, exploramos y afirmamos nuestra
singularidad como seres humanos y buscamos la inmortalidad.
Durante los próximos 100 años, la inteligencia artificial y los sistemas robóticos dominarán cada vez más el
trabajo y la mano de obra, produciendo las necesidades y los artefactos físicos de la vida humana y permitiendo
que algunos más de nosotros ascendamos (Arendt lo presentó como una evolución ascendente; este es un juicio
de valor cualitativo) al reino de la acción. Por supuesto, algunas personas pueden dedicarse a la mano de obra o
al trabajo por elección, pero la elección es la distinción esencial.
La mayoría de los filósofos griegos antiguos priorizaron la contemplación sobre la acción como la cumbre del
esfuerzo humano. Arendt luchó contra esta noción, argumentando a favor de la acción, algo con lo que está de
acuerdo la cultura contemporánea. Sin embargo, al final, la acción y la contemplación funcionan mejor cuando
se alían. Tenemos la oportunidad, tal vez la responsabilidad, de convertir nuestra curiosidad y naturaleza social
en acción y contemplación.
Nos enfrentaremos a ajustes dramáticos en nuestra "vita activa" en las próximas décadas y cada uno de
nosotros nos preguntaremos qué hacer y por qué. Esperamos que nuestros nietos sean libres de seguir una vida
de compromiso y exploración, cultivar un huerto o cocinar. Si somos afortunados, esta será una elección más
que una necesidad.
Arendt abrió "The Human Condition" con una advertencia sobre "una sociedad de trabajadores que está a punto
de liberarse de las cadenas del trabajo". ¿El peligro? Que "esta sociedad ya no sabe de esas otras actividades
más importantes y significativas, por el bien de las cuales merecería que se ganara esta libertad". Arendt centró
particularmente este desafío en la ideología comunista que tanto glorificaba al trabajo.
Cuando nuestras máquinas nos liberan de cada vez más tareas, ¿a qué vamos a dirigir nuestras atenciones? Esta
será la pregunta definitoria de nuestro próximo siglo.
En la nueva película The Circle, basada en la novela de 2013 de Dave Eggers, una mujer joven se une a una
empresa del estilo de Google y se queda maravillada por su campus repleto de comodidades, trabajadores con
talento y la visión de unificar y simplificar las vidas digitales de las personas. Sin embargo, pronto nos damos
cuenta de que la influencia de The Circle sobre el mundo exterior es menos positiva de lo que parece: su líder
insta al resto de personas a transmitir sus vidas completas por streaming y los usuarios que no lo aceptan se
ven de repente vigilados, juzgados y hasta incluso perseguidos por turbas furiosas.
Eggers no investigó realmente en profundidad para su libro, algo que molestó a varios miembros de la
comunidad tecnológica. No obstante, la historia parece inquietantemente profética en su retrato de la brecha
que separa a quien diseña y produce la tecnología y todos los demás; es decir, los que quieren "reinventar
nuestro mundo" y los que experimentan esos cambios y se sienten amenazados por ellos. De hecho, varias
obras de no ficción publicadas este año exploran la misma brecha cada vez más problemática.
En The Upstarts, el periodista Brad Stone ofrece historias de los niños tecnológicos bonitos Airbnb y Uber, ofrece
una mirada a mundos que los no tecnólogos rara vez logran ver. Vemos a empleados de Airbnb jugar al ping-
pong en la oficina, practicar yoga durante sus descansos, disputar partidos de balón prisionero y defender la
visión del CEO de la empresa, Brian Chesky, de unir a las personas. En los carteles de la oficina se leen cosas
como "Pertenece a cualquier lugar" y "Amor Airbnb". En una escena descrita por Stone, Chesky cuenta a sus
trabajadores que aunque se rió en un principio de la sugerencia de un compañero de que la comunidad de
Airbnb podría ganar algún día un Premio Nobel, ha llegado a creer que no es una idea tan descabellada. (Para
que conste, sí lo es).
Uber ofrece sus propios beneficios. La empresa tiene una larga tradición de lo que en inglés se conoce
como workation, una especie de "vacaciones laborales" pagadas en las que se trabaja pero como si se estuviera
de vacaciones. Esto significó enviar 5.000 personas a un retiro de cuatro días en Las Vegas (EEUU) en 2015. Los
asistentes participaron en diferentes seminarios y escucharon al consejero delegado de la empresa de
transporte, Travis Kalanick, presentar una nueva declaración de valores centrada en mejorar las ciudades gracias
a un transporte más eficiente. Los trabajadores de la compañía también fueron voluntarios en un banco de
alimentos local y disfrutaron de ofertas de ocio especiales por las noches, incluido un concierto privado de la
inversora de Uber Beyoncé.
Stone demuestra, sin embargo, que fuera de Silicon Valley (EEUU) la percepción de Airbnb y Uber es menos
halagüeña. En 2012, por ejemplo, un neoyorquino que alquiló su habitación a través de la plataforma de Airbnb
fue acusado de regentar un hotel transitorio ilegal; aunque la empresa presentó un escrito en su defensa, ésta
rehusó ofrecerle servicios legales. Otros anfitriones se han enfrentado a una suerte similar, y los investigadores
han encontrado niveles alarmantes de discriminación en la plataforma: los aspirantes a huésped de color tienen
muchas menos posibilidades de ser aceptados que los caucásicos. Uber ha sido acusada de incumplir leyes
locales de transporte, destruir el porvenir de los taxistas con licencia, poner a los pasajeros en peligro y evitar
ofrecer un salario y beneficios adecuados a sus propios conductores. Este año, Kalanick fue cazado incluso en
vídeo discutiendo con uno de ellos sobre su remuneración. (Y sus problemas no son únicamente externos: la
empresa se ha enfrentado recientemente a críticas por supuestamente ignorar casos de acoso sexual a sus
trabajadoras).
Otros gigantes tecnológicos se enfrentan también a críticas cada vez mayores: Facebook está acusada de
difundir noticias falsas, Twitter ha evitado solucionar el problema del acoso en su plataforma y Google
sigue disputando batallas antimonopolio en Europa. El mundo tecnológico en general ha socavado la
privacidad y contribuido a la desigualdad de ingresos al habilitar la automatización de cosas que antes
representaban trabajos humanos.
Piense en los retratos contradictorios dibujados por dos nuevas obras: Valley of the Gods, de la periodista
Alexandra Wolfe, y The Complacent Class, del economista Tyler Cowen. Wolfe se centra en el fundador de
PayPal, Peter Thiel, y un grupo de adolescentes seleccionados por su fundación para abandonar los estudios
universitarios y fundar empresas, pero también nos permite conocer una amplia variedad de subculturas
tecnológicas – desde seasteaders, polígamos y aquellos que, como Thiel, persiguen la inmortalidad al invertir en
tecnologías diseñadas para alargar la vida. La sugerencia no es que estas búsquedas estén equivocadas de por sí,
sino que nacen de un deseo irrefrenable de empujar los límites, tanto tecnológicos como sociales, más allá.
Mientras tanto, en el resto del país, Cowen sostiene que la mayoría de "los estadounidenses están de hecho
trabajando mucho más duro que antes para posponer el cambio o evitarlo por completo". Por ejemplo,
mientras que muchas start-ups se siguen creando en los centros tecnológicos del país, hace décadas que la
apertura de nuevos negocios presenta una dinámica descendente.
¿Intentará el mundo tecnológico cerrar esta brecha? ¿Cambiará del modelo tradicional de "avanzar rápido y
romper cosas" a otro que siga siendo ágil e innovador, pero también tenga en cuenta las implicaciones sociales
más amplias y de largo alcance? No lo creo. La respuesta de Uber a las críticas se ha basado hasta ahora en gran
parte de lo que Stone denomina la "Ley de Travis". Si el producto es lo suficientemente bueno, los consumidores
lo demandarán y su apoyo permitirá el éxito. Aunque Airbnb ha mantenido una imagen pública más amable que
otras empresas tecnológicas, Stone relata sus tácticas "sin guante", desde el envío masivo de spam a anfitriones
potenciales durante sus primeros días hasta negarse a la solicitud de datos de clientes de la ciudad de Nueva
York (EEUU).
En enero, el CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, anunció su objetivo de reunirse con personas de cada estado
que aún no ha visitado, una señal de implicación comunitaria. Sin embargo, algunos de sus compañeros
tienen motivaciones más oscuras. Thiel le ha contado al New York Times que apoya el "Calexit", la propuesta
liderada por la comunidad tecnológica estadounidense de que California se independice de Estados Unidos. Y,
según el New Yorker, el nuevo pasatiempo favorito en Silicon Valley es prepararse para el fin del
mundo: comprar terrenos, suministros y hasta armas para maximizar las posibilidades de sobrevivir a un
desastre apocalíptico.
Existe un peligro tremendo aquí. El mundo tecnológico no puede aislarse –dentro de campus empresariales y
espacios de coworking hoy, y quién sabe dónde mañana– y negarse a lidiar con la desigualdad, la diversidad y
otros temas sociales. Asimismo, el resto de la sociedad debe resistirse a la tentación y tendencia de defender los
empleos y barrios tal y como eran antes, a favorecer la preservación frente a la renovación.
Necesitamos encontrar un término medio.
En The Circle, un trabajador de la empresa sí intenta eliminar el peligro que provoca la tecnología, pero
finalmente es vencido. En cualquier caso, en el mundo real no existen héroes misteriosos al acecho para
salvarnos. Silicon Valley ha de esforzarse más para asegurarse de jugar un papel productivo en la sociedad. Al
mismo tiempo, los no tecnólogos han de aceptar que, aunque el cambio es difícil, la tecnología puede aportar
progreso, no solo desorden