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Universidad Laica Eloy Alfaro De Manabí

Extensión Chone

Carrera:

Ingeniería Tecnología De La Información

Asignatura:

DEODONTOLODÍA
PROFESIONAL
Tema:

Ensayo

Estudiante:

Jazmín Briceida Viejó Flecher

Docente:

Lcda. Dalila Alcívar Cedeño

Periodo:

2021
Introducción
La prudencia es decisiva porque está en relación con lo más íntimo del ser humano, la inteligencia
y la voluntad. En la prudencia se integran dos elementos: uno cognoscitivo y otro resolutivo. No
basta con ver las cosas con objetividad, ni con tener “buena intención”, ni con “buena voluntad”,
sino que la prudencia pide también una determinación resolutiva de la voluntad. La inteligencia
ofrece a la voluntad el conocimiento de lo que es bueno hacer y de lo que se debe evitar. Y la
voluntad ofrece a la inteligencia la posibilidad de realizar lo que ella ha conocido objetivamente.

El rol otorgado a la razón práctica en la constitución de la virtud es un aspecto que ha sido objeto
de disputa en la discusión ética. La teoría clásica otorga un rol a la racionalidad práctica que en
las distintas vertientes de esta teoría ha sido reforzado o debilitado. En efecto, al afirmar que la
virtud consiste en tomar en todas las cosas el justo medio, evitando el exceso y el defecto,
Aristóteles aclara que este justo medio es el deber que prescribe la recta razón.

La virtud y la prudencia
Las virtudes han de entenderse como aquellas disposiciones que, no solo mantienen las prácticas
y nos permiten alcanzar los bienes internos a las prácticas, sino que nos sostendrán también en el
tipo pertinente de búsqueda de lo bueno, ayudándonos a vencer los riesgos, peligros, tentaciones
y distracciones que encontremos y procurándonos creciente autoconocimiento y creciente
conocimiento del bien. El catálogo de las virtudes incluirá, por tanto, las necesarias para mantener
familias y comunidades políticas tales que hombres y mujeres pueden buscar juntos el bien y las
virtudes necesarias para la indagación filosófica acerca del carácter de lo bueno (Ibíd.: 270-271)

La virtud, entonces, no es ni una pasión, ni una facultad, sino un hábito o cualidad adquirida.
Mientras que como «pasión» o «afección» Aristóteles comprende el deseo, la cólera, el temor, la
alegría y, como «facultad» a las potencias que hacen que seamos capaces de experimentar las
pasiones, un hábito es la disposición moral buena o mala en que nos encontramos para sentirlas.
Así, «por ejemplo, en la pasión de la cólera», dice el filósofo, «si la sentimos demasiado viva o
demasiado muerta es una disposición mala y si la sentimos en una debida proporción, es una
disposición que se tiene por buena».5 Por este motivo, Aristóteles se refiere a la virtud como una
clase de héxis, 6 esto es, como un modo de ser del individuo que refiere a una disposición del
carácter respecto de las pasiones. Esta definición de la naturaleza y origen de la virtud, según la
cual ella refiere a una tendencia o disposición a actuar correctamente, es un aspecto central que,
hasta donde llega mi conocimiento, ha persistido aún en las más variadas versiones de esta teoría.
Siguiendo con la caracterización de la virtud como un hábito debemos decir que no es un hábito
cualquiera, para ser más precisos, a diferencia de otro tipo de hábito, no es simplemente una
disposición a actuar correctamente sino una disposición a actuar correctamente por una razón.
(ARISTOTELES, 2004)
“la prudencia aplica los principios morales de la conciencia a los casos particulares y superamos
las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar” (CEC 1806), toda virtud
depende, en cierta manera, de la prudencia, y todo pecado es, en cierta manera, una contradicción
a la prudencia. Baruc 3,28 dice: “se perdieron por no tener prudencia, se perdieron por su falta de
cordura”. Ahora podemos entender mejor por qué la prudencia es “madre” de todas las virtudes
y su ausencia origina todos los vicios. Solamente aquel que es prudente puede ser, por añadidura,
justo, fuerte y templado. Toda virtud es, por necesidad, prudente. Es imposible educar al hombre
en otras virtudes, sin antes educarlo en la prudencia, esto es, en la valoración objetiva de la
situación concreta en que tiene lugar la acción. Si no hay prudencia, no hay posibilidad de que
haya virtud moral. De aquí, que la virtud de la prudencia, realizando las decisiones acordes con
la verdad y el bien, sea la quintaesencia de la mayoría de edad ética, la clave para nuestra madurez.

El término aristotélico sitúa la prudencia como la virtud que guía las acciones humanas
encaminadas a conseguir un bien supremo, la felicidad, que consiste en vivir y actuar bien. Dicho
concepto tiene una larga historia que puede dar lugar a equívocos. A pesar de que con el tiempo
ha ido desapareciendo del vocabulario moral contemporáneo, no significa que ya no necesitemos
su aplicación en nuestros actos cotidianos y trascendentales. La phrónesis griega proviene sobre
todo de Aristóteles y los estoicos, quienes la consideraban “«la ciencia de las cosas que deben
hacerse y de las que no deben hacerse»” (Comte-Sponville, 2005). Se sabe que los latinos la
tradujeron como prudentia, no obstante, para estos últimos va mucho más allá de la simple
prevención de los peligros; en la vida cotidiana existen peligros que es necesario afrontar, ante lo
cual apelamos al retorno de la phrónesis desde el punto de vista de la virtud aristotélica,
reinterpretada por Gadamer como virtud del riesgo y de la decisión sensata. El riesgo depende
muchas veces de lo que se debe eludir, según el sentido moderno del término (la prudencia como
precaución en las acciones que se ejercen).
Bibliografía
ARISTOTELES. (2004). Ética Nicomaquea. Tr. Patricio de Azcárate. . Buenos Aires, Losada.

Comte-Sponville, A. (2005). Pequeño tratado de las grandes virtudes,. Barcelona.: Ediciones


Paidós Ibérica, S.A.

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