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Damián.

Creo que mi historia debe comenzar desde el principio. Nací y crecí en CDMX esta enorme capital.
Para tener tantos habitantes es difícil conectar con alguien, que ironía. En la primaria tenía algunos
amigos pero nadie realmente cercano. Excepto ella Sara era una amiga muy cercana desde que
estábamos en primer año.

Sara era mi persona especial, creo que cuando nos llego la pre adolescencia podría decir que me
gustaba aunque obvio nunca lo diría porque aún las chicas podían pegar piojos. Aún así era muy común
que ella fuera a mi casa y que mamá la consintiera o que yo fuera a la suya y que jugaramos
videojuegos con Angélica, su prima. Para mi esa parte de la infancia era sólo lo mejor que me podía
haber pasado. Pero la vida aún me guardaba sorpresas.

Todo empezó aquel invierno. Hacía más frío que de costumbre. Así que mamá me puso una cobija
extra con la cual dormía calientito y muy profundamente. Me hundía en el país de los sueños y al otro
día estaba tan lúcido que sentía que los sueños eran sólo una extensión de mi vida diaria. Paseando una
de esas frías noches conocí a Galard. Ella era una niña más o menos de mi edad, o a menos eso me dijo.

Galard y yo jugábamos al escondite o a veces visitábamos los sueños de otras personas, sólo por
diversión. Galard era bonita y divertida, pero siempre me dejaba una sensación de tristeza el estar con
ella, como si sólo riera cuando estaba conmigo, al principio eso no me incomodaba pero con el tiempo
se empezó a tornar cada vez más raro. Obsesión dirían los mayores que fue lo que ella tuvo por mi. Un
día jugando con Sara en el parque vi a Galard, me observaba con desaprobación. Esa noche me
interrogó sobre mi relación con Sara. No quise contestar nada, quizás por miedo a qué algo malo le
pudiera pasar a Sara. Galard tornó en un berrinche más grande del que jamás he visto en mi vida. Me
dijo que pactará con ella, no entendía a qué se refería y me negué.

Al otro día, en casa de Sara, le platiqué de lo que estaba pasando. Angélica escuchó y me dijo que se
trataba de un hada y que debía alejarme ya mismo. Sara se preocupó, pero tranquilizarla le hice la
promesa de que nada nos separaría y que siempre estaría con ella. Ella se puso muy contenta y más
cuando hicimos la famosa promesa de meñiques. Aunque hasta hoy me siento culpable de que no pude
cumplirlo. Galard en los sueños me dijo que quería la misma promesa de meñique con ella, me negué,
así que esa vez no fue berrinche sino ira lo que vi en sus ojos de nieve. Sentí frío como nunca en mi
vida lo sentí, quedé congelado y lo siguiente que recuerdo es una habitación oscura donde sólo había un
espejo y una farola y en mi delirio juro que esa farola también era una persona, quizás un niño como
yo.

Cada “noche” Galard volvía a la habitación y me recriminaba que eso lo podríamos haber hecho
diferente si hubiera aceptado el pacto, decía eso cuando usaba mis ojos como puertas al mundo de los
sueños, entraba y se alimentaba de pesadillas de otras personas. Vi tantas pesadillas tan variadas y de
tantas personas que perdí la cuenta después de 100. Sabía que tenía que huir, pero estaba atado y no
podía moverme. Un día la farola se empezó a mover, en mi delirio y desesperación hablé con la farola y
le pedí que me ayudara a desatarme con su flama. Lo más sorprendente es que la farola me contestó y
con mucho trabajo pudo quitar el vidrio y salió un niño pero hecho de fuego, me ayudó a quitarme la
cuerda. Ahí nos dimos cuenta que la habitación estaba completamente cerrada. Usando toda mi
imaginación y todo el juego que tuve con ella le dije que entráramos por el espejo. Al principio el niño
fuego se mostró escéptico pero igual me siguió.
Ya dentro del espejo era un mundo bien diferente. Para el niño fuego era todo raro, pero para mi sólo
era una forma más del mundo de los sueños. Gracias Galard por enseñarme tan bien a moverme en
lugares sin lógica. Para salir tuve que engañar a muchas personas y fingir ser unas tantas más. El niño
fuego decía que mi rostro cambiaba cada vez y que eso era impresionante, pero al preguntarme quien
era ya ni yo mismo lo sabía.

No se cuanto tiempo vivimos en el espejo, de cuantas personas tuve que disfrazarme para poder salir,
pero un día un espejo reflejaba un camino de espinas, la sensación era de cercanía a casa así que
entramos. Ya no era el mundo de los espejos sino era un lugar más bien físico. El peregrinaje me llevo a
un espejo más y al salir estaba otra vez en el mundo real, pero niño fuego no me acompañó, tenía
miedo y no lo culpo. Me vi en un trozo de espejo que estaba tirado en el piso y vi que ya no era el
mismo, había crecido y casi no me reconocía, pero hubo alguien que si me reconoció.

Angélica pasó por la calle y me vio. Ella me reconoció en inmediato y observó de arriba a abajo. Soltó
una lágrima y dijo:
Parece que te llevaron y pasaste tiempo fuera de este mundo, pensé que era un mito y me asusta
haberme equivocado...--
Cuando la vi los recuerdos de mi vida volvieron. Había pasado sólo una noche pero para mi cuerpo
había pasado años. Angélica me dijo que tenía una habitación desocupada en su departamento y supo
que requeriría toda la ayuda posible así que me aceptó. Me ayudó a conseguir empleo y ahí llegué al
gran cementerio de Panteones. La tristeza de otros curiosamente me hacía sentir fuerte. Pero no importa
lo fuerte que tornara siempre me sentía con malestar. Sólo el llegar a casa con ella me motiva. Ella me
cuenta de cómo están las cosas con Sara y con mi familia. Ella no juzga, sabe de cosas sobrenaturales,
entiende la situación y me trata con dignidad y respeto. Ella ahora es lo único que tengo en el mundo y
por una promesa, no de meñique, sino conmigo mismo, no la perderé a ella. No perderé a nadie más
nunca.
Parte 2.

El tiempo ha pasado. No puedo decir que las cosas han sido fáciles, en especial al comienzo. El miedo
me invadía por las noches, creo que por eso hice el hábito de dormir poco y sólo cuando estuviera
verdaderamente cansado. He aprendido de todo, desde los quehaceres domésticos hasta un poco el
cómo funciona el cementerio. Y quizás por eso Angélica decidió tenderme una mano, por si no hubiese
hecho ya mucho por mí.

Una mañana antes de salir de casa pidió hablar, llevaba muchos papeles en su maletín. Nos sentamos a
la mesa a charlar, como ya había pasado anteriormente.

Creo que es hora de que retomes la escuela-- dijo sonriente mientras ponía algunos papeles sobre la
mesa. Al verlos encontré papeles que me acreditaban como ciudadano y un formato de inscripción a
una primaria abierta de la zona. No pude evitar sentirme contento, pero al mismo tiempo receloso.

¿Cómo hiciste eso?-- pregunté curioso y algo temeroso.

Eso no es importante ahora. Lo importante es que dirás que sí, es hora de seguir adelante con tu vida--
contestó de forma amable. Su voz me calmaba siempre y está vez no fue la excepción. Ojeé todos los
papeles y confié plenamente en que todo saldría bien.

No tengo palabras para agradecerte-- repuse con pena y algo de coraje interno. A lo que ella me vio y
sólo dijo.

No hay nada que agradecer, al final, ya somos familia. ¿No es así?-- Asentí, no pude contener las
lágrimas de la emoción. Si me preguntaras no sé si por la idea de ir a la escuela o por la idea de tener
una familia que me acompañara en esta nueva etapa.

Angélica se fue al trabajo y yo me quedé un rato más en la casa. Mi turno ese día era por la tarde. Vi la
dirección de la escuela. Habría de ir. Aquella tarde fue un deleite de trabajo. Ayudé en todo lo que pude
y claramente tuve una sonrisa todo ese día. Tan de buen humor estaba que no noté que no llevaba el
celular. De regreso decidí ir por la ruta panorámica y caminé hacia lo que debía ser mi nueva escuela.
Tomé mi tiempo. Compré unas papas con salsa y le compré una a Angélica. Era una forma sencilla de
agradecer.

Al llegar a casa, vi que no estaba. Ya era algo tarde. Vi el celular en la mesa y lo tomé. Había
incontables llamadas perdidas de Angélica y un último mensaje que decía que la llamara y que era
urgente. Le llamé.

Damián, que bueno que llamas-- su voz estaba inquieta y quebrada y continuó. Estoy en casa de mis
tíos. Sara no ha regresado de la escuela.

Mi mundo se derrumbó, mi corazón latía fuertemente de impotencia y una lágrima rodó por mi mejilla.
Le pregunté si sabía algo más y sólo dijo que nadie la había visto salir del colegio. Después de un
segundo de pensar las cosas le dije a Angélica que iría a buscarla, conocía todos sus ritmos, no se me
podía perder ni un detalle. Colgué.
Fui lo más rápido que pude a la escuela en la que yo mismo había estudiado. Conocía cada rincón y
sabía lo que debía hacer. Salté la barda usando un contenedor de basura. Fui directo a los salones de
sexto año, donde Sara debía haber estado. No tenía idea de en qué salón estaría ni cuál podría ser su
lugar, pero inspeccione por los pequeños detalles. Hasta que encontré algo que me dejó sin aliento.
Afuera del salón de 6A había una rama ligeramente seca. La reconocería incluso dormido, era la misma
de aquel campo de plantas que rasgó mi cuerpo y alma cuando intenté huir de mi captora.

Para mi era claro como el agua. Un hada la había secuestrado y probablemente la misma que me había
capturado poco tiempo atrás, tomando el tiempo real del mundo. Estaba bien dentro de mis
pensamientos cuando el celular sonó. Era Angélica.

No quiero espantarte, Angélica-- paré, no sabía cómo decirlo, nisiquiera si decirlo o no.-- Creo que a
Sara la secuestraron, igual que a mí.

No hubo respuesta del otro lado de la línea. Terminé diciendo que iría a casa y hablaríamos. Al llegar le
enseñé la rama que delataba al captor. Angélica rompió en llanto. En esa ocasión debía ser un hombre y
debía ser fuerte para ella, para Sara y para todos. Así que sólo le dije – Iré por ella--. Angélica se negó,
pero sabía que era claro lo que debía de hacer. No podía dejarla atrás. Mandé un mensaje al trabajo que
estaba enfermo y no iría en un tiempo. Esa noche busqué por internet un lugar donde pudiera comprar
un cuchillo de hierro y mango de madera, estaba dispuesto a probar la leyenda del hierro y las hadas,
así como también estaba dispuesto a matar o morir por ir a por Sara.

No podía dormir, el llanto ligero de Angélica desde su habitación no me lo permitía. La adrenalina en


mi cuerpo era tan alta que tampoco quería dormir. Tenía que volver a ese campo de plantas, de ahí
buscar el cómo regresar a la habitación de mi captora, jamás pensé que haría eso. Tenía miedo pero
también decisión en hacerlo. En algún punto de la noche me quedé dormido. No sé si fue entre sueños
o no, pero juro que oí la voz de Galard en mi mente, resonando, burlesca, retadora.

En mis sueños le dije, iré a por ti. La traeré de vuelta, cueste lo que cueste.
Parte 3.

La noche fue pésima. Dormí tan mal como cuando regresé al mundo humano normal. El sol me
despertó cuando me dio de frente a la cara. Me cubrí con mi mano y me percaté que no estaba en casa.
Observé con detenimiento mi entorno, era una especie de iglesia abandonada. Todo secuestrado
despierta poderes similares a su captor. Realmente no había tenido la necesidad de usarlos desde que
huí, pero me sentí desprotegido y vulnerable, así que qué otro remedio había.

Tomé la lámpara de mi celular y con mi mano empecé a hacer un juego de sombras, las sombras de un
cuchillo, volqué todo el miedo y la tristeza de la cual me había alimentado todo ese tiempo y de ella se
conjuró un cuchillo hecho de sombras. Lo tomé en mis manos son firmeza. De repente, escuché un
sonido. Puse mi recién creado cuchillo entre el ruido y yo. Era una señora.

No te preocupes-- dijo con vehemencia. --No te haré daño, sólo estoy recogiendo frutos.

Estamos en el campo de espinas, ¿Verdad?-- Pregunté sin dejar de apuntarle con el arma.

Puedes bajar eso-- contestó y mostró sus manos hechas de ramas, como árbol viejo. –A duras penas
puedo cargar eso-- señalando a una canasta. –Y si. En efecto ahí estamos muchacho.

Más tranquilo tejí con sombras un cordón para atar el cuchillo a mi pantalón de pijama y nos
presentamos. Ella se hizo nombrar a si misma la Abuela. Me dijo que si la ayudaba a cargar el canasto
con frutas me daría una. Accedí. Caminamos unos 20 minutos a una villa de goblins. Los goblins son
secuestrados que perdieron la esperanza de vivir en el mundo humano. Al llegar a la villa me volví a
ver al rostro. Mi cara era pálida como la nieve y se descomponía en un juego de sombras, como si fuera
el vapor del cigarro de un adicto. Cuando la Abuela me observó indicó que todos ahí podían ver mi
verdadera forma y a nadie le importaba. Cuando llegamos a un mercado, en efecto, todos tenían rasgos
de hadas, nadie era un humano normal por ahí. La Abuela agradeció y me regalo un fruto, diciendo que
lo comiera sólo en momentos de desesperación. Por último le pregunté si había forma de ir de ahí al
reino de las hadas. Señaló un bosque espinoso y me dio un nombre Macbeth. Agradecí y me puse en
marcha.

El bosque espinoso era claramente la fachada de un laberinto. Pero para un superviviente como yo no
fue tan difícil hacerme con el camino correcto. De pronto de entre la maleza apareció un castillo
medieval, sabía que esa debía ser la residencia de Macbeth. Toqué a la puerta. Nadie contestó. Vi que la
puerta estaba abierta, así que entré. Grité el nombre del señor y apareció. Una especie de Rey, elegante
y largo apreció frente a mi.

Señor Macbeth. Requiero de su ayuda. Tengo que salvar a alguien muy querida para mi y para ello
tengo que viajar al reino de las hadas-- Dije lo más calmado posible, aunque en mi mente estaba la
prisa presente.

El reino de las hadas-- frunció el ceño y me vio de arriba a abajo. --Primero que nada dime, ¿Cómo te
llamas? Y ¿Cómo te enteraste de mi?

Mi nombre es Damián-- Contesté, pero la Abuela me pidió que no la mencionara, así que desvié la
pregunta. --Tengo mis métodos, señor. Un hada secuestro a mi amiga, por eso tengo que ir. Macbeth
acarició su mentón con su mano, que más parecía hecha de latón.
Sabes que nada en esta vida es gratis, ¿Verdad, Damián?-- Repuso en tono serio

Para nada, señor. ¿Qué tengo que hacer?-- Contesté igual de serio.

No es algo complicado, debes comprar para mi algunos enseres de alquímia para mí. Pagarás lo que los
goblins te pidan. ¿Está bien?-- dijo sin más y extendió una lista detallada de objetos que más parecían
cristalería de laboratorio. A lo cual accedí. Me puse en camino al mercado.

En el mercado los goblins negocian, no con dinero sino con cosas más mágicas. Uno de ellos me pidió
parte de la esencia de tristeza que había estado guardando en mi interior. Otro hizo que tuviera un
pacto, seguro ese sujeto me jugará una broma cuando menos lo espere. Y por último la Abuela me
vendió otra fruta por algo de mi fortaleza y resistencia física a lo cual me sentí debilitado y enfermizo.
Pero era el precio que había que pagar, además no quería darle a Macbeth la fruta que ya me había
ganado ayudando a la Abuela. Una vez pagado el precio, ella me deseo suerte. Después de agradecer
me puse en marcha.

Macbeth ya me esperaba en la estancia. Jugaba con una llave atada a un cordón. Me dijo que había
hecho un buen trabajo y me indicó que con esa llave iría al reino de las hadas, al punto que necesitaba
ir. Lo único que había que hacer era abrir una puerta en esa estancia y para regresar sólo entrar de
vuelta en la puerta. Parecía una misión fácil, pero la cara en la preocupación del Rey me daba
inquietud.

Señor, quisiera dejarle esta rama que encontré donde secuestraron a mi amiga-- Le tendí la rama y él la
tomó. – A mi regreso ¿podría regresármela?, será un símbolo de que esta misión será un éxito--. El
asintió y con su mano de latón me señaló la puerta, murmuró que tuviera suerte y cuidado.

Tomé la llave y abrí la puerta. Volví a ver esa habitación, algo más oscura sin farola, fría como el
mismo invierno polar. En la que había sido mi cama donde había sido reducido a menos que un objeto
estaba su cuerpo vulnerable y pequeño. Me acerqué con el cuchillo para desatarla. Antes de que diera
un paso más, la escuché su gélida voz.

Damián, pero que agradable sorpresa-- dijo y de su aliento se sentía la frialdad y la oscuridad. Con un
nudo en la garganta, sólo la liberé de las amarras de hielo. Conjuré un poder mayor que le vi a hacer a
mi captora tantas veces. Con el cuchillo hice un ligero agujero y conjuré al armiño polar para que me
diera su camuflaje y protección. Desaparecí de su vista dado que Galard clamó por mí con furia. Tomé
su cuerpo sin conciencia y salí con rapidez por la puerta.

Cerré dando un portazo y puse un grito de miedo una vez estando en la estancia de Macbeth. El Rey me
veía con alivio y me dio la rama, felicitándome. Una vez que el miedo se había disipado quité la
capucha que la cubría y descubrí algo que me dejó maś helado que el frío de la habitación o la
espeluznante presencia de mi captora.

La persona que había rescatado no era Sara.

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