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Habían pasado muchos años desde que los alien nos miraban a una
prudente distancia. Ya tenían experiencia al haberse encontrado con razas
beligerantes, y esta vez no se iban a confiar, como había resultado con los
insectoides, mucho más inteligentes de lo que parecían a simple vista,
siendo capaces de diezmar la población alienígena.
Esta vez sería diferente según los planes y el ingenio de los invasores. La
energía atómica ya era conocida en la galaxia, y los humanos la tenían a
manos llenas, todo era cuestión de burlar las defensas y la deseada
energía caería en manos invasoras.
Lo que no sabían los invasores, era que los humanos estaban preparados
para la invasión. Se habían colocado detectores automáticos en los
planetas principales, por ello el escondite alienígena nunca prosperó. El
ataque no sorprendió a nadie, la guerra era ya anunciada.
-Siempre estorbas mi campo de visión- Decía Kruben con su grave voz, que
se llevaba bien con sus ojos claros, y sus antenas rojizas. Su compañero,
Bursten, prefirió quedarse en la cola de Kruben, desde allí tendría un buen
escenario de ataque. Se acercaron a la ventana de la pequeña casa,
buscando quedarse con sus primeros prisioneros. Usaron el sistema de
detección para saber cuántos ocupantes había. Eran un hombre, una
mujer, y su pequeña cría.
La luz estaba encendida, dejando ver las cortinas lila. La televisión estaba
prendida y mostraba ya la transmisión de emergencia. La pareja de
atacantes abrieron la ventana quedamente, la cual cedió sin esfuerzo. Los
dos pasaron al primer intento, y se colocaron en las esquinas de la sala. En
ese momento se fue la luz tal y como estaba programado, la televisión se
apagó y las cortinas se volvieron moradas. Los alien siguieron avanzando
por el medio de la sala, silenciosos, esperando aprovechar el factor
sorpresa.
En el tercer nivel se enfrentaba la nave nodriza con las bases lunares, que
habían sido desplegadas por los ejércitos de todo el mundo, previendo el
ataque que ahora era una realidad. El intercambio de fuego era parejo,
hasta que la nodriza fue obligada a retroceder exactamente detrás del
campo de asteroides, que le sirvió como escudo. Las hostilidades
crecieron cuando los asteroides empezaron a ser usados como proyectiles
dirigidos milimétricamente a los objetivos terrestres. En verdad ése fue un
punto central para que la guerra se mantuviera en equilibrio.
El empate fue declarado inestable al pasar de un año completo, en el día
de conmemoración de la primera batalla apareció lo que faltaba, el cuarto
nivel del enfrentamiento: el inicio de las negociaciones para la paz. Las
reglas que procuraban el cierre se darían entre tres partes: los alien, los
humanos, y la federación galáctica, que prontamente colocó su poderosa
estación de mando en la órbita de Marte.
-No podemos extender esta guerra por siempre- dijo Stuart, el americano.
-Para mí un inmediato cese de las hostilidades es la prioridad- contestó
Darnel con su típico acento alienígena, mientras movía sus antenas con
ansiedad.
-Como embajador de mi planeta, no veo motivo para seguir esta matanza-
será porque tengo un sesgo pacifista, dijo Lorrel, impaciente en su silla.
-Para nosotros, todo el honor está en ser aventurado, así que me inclino
porque continuemos la beligerancia- dijo Dinsen con ojos desorbitados, no
le gustaba que hubiera tanto humo en la habitación.
Por fin, dijo el presidente de la mesa con ojos locuaces -Por favor señores,
no vinimos aquí a perder el tiempo con las mismas palabrerías de siempre-
¿No habría manera de dejar de desperdiciar tantos recursos?
La noche marciana caía, dejando la habitación de color rojizo. A lo lejos,
una tormenta de arena parecía seguirse de largo, como sabiendo que no
podía intervenir en ese momento crucial.
El americano abrió las cartas con una amenaza terrible, que pareció ser
capaz de romper la burbuja de presión que la habitación conservaba a
falta de una atmósfera respirable. -Estamos cansados de tanto barullo,
nuestras naves están listas para destruir cualquier amenaza, incluso las de
la federación. En ese preciso momento, la galaxia tomó nota de la
auténtica amenaza que la raza humana representaba para toda forma de
vida. Desde entonces nos llaman “los beligerantes”.
Todos tuvieron que firmar renuentes, incluso Dinsen tuvo que aceptar las
condiciones, puesto que era obvio que una ploriferación de zonas
desmilitarizadas no favorecería su forma de vida.
Si esperaban un final feliz tendrán que esperar otra ocasión más propicia.
La Tierra quedo castigada por miles de años, lejos de poder aprovechar las
ventajas de las amplias zonas de comercio. Su único consuelo fue servir de
ejemplo para las otras civilizaciones, puesto que sólo era visitada por
curiosos que querían saber cómo se veía un cementerio nuclear. Sólo 3 mil
humanos sobrevivían en la bota que fuera otrora Italia, rodeados por un
verdoso paisaje, si así se le podía llamar a las humeantes arboledas que
quedaban en sustitución de los hermosos bosques que algún día
admiraron miles de turistas que visitaban la preciada región.
Pero existe otro nivel, para algunos llamado nivel cinco. En éste puede
suceder hasta lo más inusitado, es como un sueño. Allí vive el planeta
Tierra con una brillante luz blanca, impávido ante los avatares de la
galaxia, tan perfecto como se puede ser.