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NUESTRA AUTOEVALUACIÓN.

UN RECORRIDO, QUIZÁS, METÁFORICO

Luis Eduardo Pérez Marrugo,mgs

Alguien decía que “Es difícil lograr la ruptura, dar el salto y moverse en la
multiplicidad, escapar de lo Uno o de la unidad oculta”; pero, quizás, es más
difícil pensar y sentir que es difícil lograr la ruptura, dar el salto y moverse. Sin
pensar y sentir las posibles rupturas y saltos no es posible lograr la ruptura. El
orden del pensar y del sentir es el orden de lo enactivo, de lo racional, de lo
histórico y de lo pulsional que, fundiendo-se definen el devenir del ser, de lo
personal, de lo colectivo, de lo institucional.

La ruptura, el escenario de lo discontinuo, de las segmentariedades, de lo que


escapa, de lo que se des-territorializa. Como me gustaría que la existencia
institucional o de lo que de institucional tiene nuestra existencia_ si es que
existe la existencia institucional_ se instituyera en archi-piélagos, es decir, en el
espacio de diversidades, de las divergencias que unen fortaleciendo las
diferencias; en el espacio múltiple que hace emerger un espacio. ¿Como
superar la predominancia de un exclusivo espacio que se convierte en el
espacio?

Dar el salto, el ámbito del riesgo, de las simas, de lo torrentoso, de la tragedia.


La manera en que suenan las palabras nos lleva al salto o a la permanencia.
Suplicar ayuda es distinto a solicitar ayuda; la suplica es del campo de lo ritual,
de lo que, pudiendo ser pensado y sentido, es soslayado; de lo que pudiendo
ser abordado por colectivos es pedido con apremio al Uno. La suplica evita el
riesgo, con la suplica solo se arriesga lo previamente construido en el acto de
la suplica. En tanto, lo construido, se hace subalterno, pierde legitimidad el
poder de nominar, es decir, de crear, cosas con las palabras.
La suplica nos evita el vértigo que produce las profundidades, los precipicios,
las simas. Asomar-nos a mirar lo que fluye en lo más profundo de un abismo
nos es una tarea fácil; el mirar nos inquieta, nos aleja de los bordes del abismo,
quizás. Primero, por la lejanía entre nuestra posición de observadores y el
objeto que “deseamos” observar; segundo, porque es incierto lo que creemos
observar; tercero, porque, creemos que “nos vamos a ir” al fondo de lo que
creemos observar. La suplica constituye el ruego mediante el cual al Otro u
Otra se le pide que mire, en la sima, lo que a nos-otros, con Otros u Otras,
podríamos y nos corresponde observar.

Moverse en la multiplicidad implica el juego de las incertidumbres, de lo


azaroso, de lo im-posible, de lo “lento, de lo rumiante y tardío”, de las mil
mesetas, de lo rizomático, de lo invisibilizado. Es el juego de las interrelaciones
subterráneas_ que no subalternas_, de lo carente de centro, de jerarquías; el
juego de lo que puede ser “leído o escriturado” desde cualquier lugar y no
desde un lugar único y especial. El lugar único determina lo que debe ser leído
y escriturado, cuando y donde deber ser leído y escriturado. He allí la
efectividad, eficacia y rapidez de los procesos ya sea de lectura o de escritura,
de la vida o de la autoevaluación institucional de la vida o de la vida
institucional.

He allí la oposición entre lo paradigmático y lo sintagmático, entre la


racionalidad y la narratividad, entre lo in-formativo y lo formativo. He allí,
también, la posibilidad de que lo paradigmático, lo racionalizado, lo informativo
con-viva en la morada de la narrativa haciendo emerger criaturas hibridas
mucho más robustecidas frutos del casamiento entre la logicidad “interiorana”
con el “dicharacerismo” caribeño, como dijera Toño; entre la cultura que nos
solicita la universalidad de lo que no somos y la cultura que nos pide reivindicar
lo que hoy creemos que somos; entre Grecia y Macondo.
Lo Uno, lo que nomina, lo que define la verdad o la falsedad, y por que no, la
mentira, lo sagrado. No le tememos a Prometeo ni a Moisés. Podríamos decir
que ellos son del orden de lo divino; a lo que algunos, quizás, nos preocupa es
que la “carne y hueso de un humano” la convirtamos en Prometeo o Moisés.
Hoy tenemos a nuestro par amigo Armando; mañana podríamos tener a
Andrés, luego a Olga y más tarde o temprano a Kumbalé. No nos preocupa que
nos interpelen, nos cuestionen; nos preocupa la heteronimia en relación al
Uno; nos preocupa la constitución de una “Grancolombia” hoy, que desaparece
cuando la figura que permite dicha constitución, mañana ya no está; nos
preocupa la inexistencia de vínculos pedagógicos con el maestro que nos
podría estar concitando a construir nuestro propias naves, nuestras propias
velas, a explorar nuestros propios vientos; nos preocupa el “hagan y no al
pensamiento que piensa y siente el hagan”. Nos preocupa nos-otros mismos,
por la poca preocupación que, quizás, tenemos por lo que hemos construido.

Preocupa la presencia, no la ausencia. La primera, aglutina, conforma, monta


estructuras, agrega, masifica; la segunda, convoca, con-versa, edifica desde y
con lo edificado, lo con-versado, lo con-vocado. La presencia planta la tarea, el
olvido; la ausencia, planta el asumir-se, la memoria; la presencia hace de la
memoria un olvido; la ausencia hace del olvido una memoria. La ausencia es
memoria y olvido. Deseamos las mejores ausencias, en tanto, desde nuestro
lugar, ella constituye las mejores presencias. Prometeo, entregó el “fuego de la
razón” a los humanos, sin convocarlos a su conquista; Armando, a veces nos
entrega el fuego y otras nos convoca a su conquista. Centremos nuestras
pasiones y razones en su conquista y menos en sus entregas; la entrega cierra
el territorio; la convocatoria abre el territorio y lo interconecta con otros nuevos.

Hemos pretendido que nuestro proceso de autoevaluación sea rizomático no


logo-mático. Esto último es una actividad, es aritmético, aditivo, acumulativo,
sedentario, tiene un camino asegurado, caminos transitados, un orden mono-
planificado, unidimensional, “vertical”, podríamos decir, pragmático. Lo
rizomático no des-conoce el orden sino que permite muchos ordenes, no
desconoce el orden transgrede el orden, combina o interconecta ordenes,
territorios; es viajero, nómada, se desarrolla borrándose en la experiencia,
parafraseando a Maite Larrauri. Si la experiencia, como dice Jorge Larrosa, es
aquello que nos pasa y al pasarnos nos trans-forma tendríamos que
convocarnos a una experiencia auto-evaluativa y no a una actividad auto-
evaluativa, hasta donde le apuntamos a la autoevaluacion transformativa, no al
mejoramiento. ¿Hasta donde lo que hemos movilizado alrededor de la
autoevaluación, constituye una actividad y no una experiencia?.

Desde las azarosas colinas de la ENSCI.

Cartagena de Indias, Mayo 14 de 2009

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