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Alumno: Matías Ignacio Rodríguez Corvalán

Texto: Bauckham, R. Dios crucificado, Monoteísmo y Cristología en el Nuevo

Testamento.

Capítulo 1: Comprendiendo el Monoteísmo judío primitivo

El autor se dedica a responder la pregunta clave de; ¿Cómo se relaciona el

monoteísmo judío del segundo Templo con la Cristología del Nuevo Testamento? De esta

manera, pretende entender cómo los autores del Nuevo Testamento entienden la relación de

Jesús con Dios (le atribuyen divinidad? Qué tipo de divinidad?). Para esto es necesario

comprender cómo el judaísmo entendió la unicidad de Dios. Para hay distintos puntos de

vista que influyen en el proceso el cual Jesús es considerado divino por las iglesias

cristianas del periodo neotestamentario. En este sentido existen dos aproximaciones

principales:

• La primera señala que el judaísmo del segundo Templo estaba caracterizado por un

monoteísmo estricto que hacía imposible atribuir divinidad a otra persona a parte de

Dios. Visto de este modo, tendría que haberse producido una ruptura radical con este

modo de entender estricto, que diera espacio a atribuir divinidad real a Jesús.

• En segundo lugar, existe otro punto de vista que considera que no habría un carácter

estrictamente monoteísta, centrándose en varios tipos de figuras mediadoras (ángeles,

humanos exaltados, etc.). De esta manera, se piensa que estas figuras ocuparían un

status divino subordinado o semi-divino. La alta Cristología del Nuevo Testamento se

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apoyaría entonces, en un monoteísmo judío no estricto sino flexible, según este punto

de vista.

El interés del autor es señalar que él difiere de ambas visiones, argumentando que la

alta Cristología del Nuevo Testamento no dice relación con aplicarle a Jesús una categoría

de intermediario semi-divino sino identificándolo con él único Dios de Israel, sin violentar

el monoteísmo judío. En este sentido, pese a que el monoteísmo judío distinguía claramente

entre el único Dios y el resto de la realidad, esto no impidió que los primeros cristianos

incluyeran a Jesús en esta identidad divina única. El punto central para entender esta

inclusión es comprender las formas en que el monoteísmo judío entendía la peculiaridad de

Dios, que sería, lo que ha faltado, a juicio del autor en el debate.

Cuando logremos entender adecuadamente esta peculiaridad, entonces podremos

comprender cómo se desarrolló esta alta Cristología en el Nuevo Testamento.

El autor realiza dos críticas generales previo a entrar en la discusión entre el monoteísmo

judío y la Cristología primitiva. Por un lado señala que no esta bien definido lo “divino” del

monoteísmo judío, así también como lo flexible o lo estricto de éste y las llamadas figuras

mediadoras. Según el autor los estudiosos no aplican con claridad criterios que describan el

límite entre Dios y lo que no es Dios o lo divino y lo que no es divino.

Por otro lado, el autor considera que el carácter del judaísmo del segundo Templo ha

sido tergiversado por la concentración de las figuras mediadoras como mejor manera de

entender la Cristología primitiva.

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Sin temor a equivocarnos podemos suponer que los judíos del segundo Templo, eran

monoteístas convencidos, es decir, afirmaban la absoluta unicidad de YHWH como el único

y sólo Dios.

En este sentido, Dios no es una abstracción filosófica sino que los judíos sabían

quién era su Dios y que tenía una identidad única, un nombre y un carácter, que actuaba,

hablaba, se relacionaba y al cual uno se podía dirigir. Así es como el sentimiento bíblico y

judío de Dios hace una analogía de la identidad humana personal.

El autor distingue dos categorías para identificar los rasgos del Dios de Israel: unos

que identifican a Dios de acuerdo con su relación con Israel y otros de acuerdo a su relación

con toda la realidad. En este sentido la respuesta más válida es que entendían que YHWH

es el único Creador de todas las cosas y es el único gobernador de ellas.

El autor termina el capítulo uno concluyendo que La Palabra y la Sabiduría no son

seres intermediarios o semi-divinos sino que son intrínsecos a la identidad divina única, lo

que sentaría lo lazos para comenzar a entender la Cristología del Nuevo Testamento.

Capítulo 2: Monoteísmo Cristológico en el Nuevo Testamento

En este capítulo el autor pretende mostrar cómo los cristianos primitivos llegaron a

asumir que Jesús era Dios sin tener que renunciar a su monoteísmo, vale decir, conservando

la unicidad del Dios que ellos adoraban.

Por un lado, queda claro que Jesús nunca fue considerado semi-divino por lo que no

tendría relación con las figuras mediadoras, ya que esto lo descalificaría de ser parte de la

divinidad.

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Según el autor la principal razón por la cuál los cristianos del Nuevo Testamento

tuvieron una alta Cristología dice relación con el hecho de que a Jesús se le atribuyó un

Nombre divino, razón por la cual esto los conducía al hecho de que merecía adoración. Esto

queda demostrado en el Salmo 110:1, donde Cristo está incluido en la divinidad tanto como

en su Señorío.

De suma importancia es el hecho de cómo Pablo llega a incluir a Jesús: sería un

nuevo “shema” basándose en 1 Corintios 8:6, en el entendido de que este versículo apunta a

la preexistencia de Jesús como Señor y Dios incluyendo de esta manera al Hijo de Dios

encarnado dentro de la divinidad.

Capítulo 3: Dios crucificado: La identidad divina revelada en Jesús

En este último capítulo del libro, el autor hace uso de una serie de pasajes

específicos que resultan esenciales para poder entender y proclamar quién es Cristo. En este

sentido, Bauckham no encuentra mucho mérito a una Cristología meramente funcional sino

que a una Cristología de la identidad divina. Afirma este punto en el análisis de pasajes

Cristológicos del Antiguo Testamento, como los que se encuentran en Isaías entre los

capítulos 40 al 55 y también en otros pasajes del Nuevo Testamento, como por ejemplo

Filipenses 2:6-11 y algunos otros del Apocalipsis y del libro de Juan.

Uniendo todos estos pasos, lo primero que hace el autor es dividir del siguiente

modo su argumento: por un lado muestra cómo hay pasajes que dicen no solamente lo que

Dios es, sino que también revelan la identidad de Jesucristo como el Único Dios. Para el

autor estos pasajes son fundamentales por el hecho de que son aplicados a la Deidad de

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YHWH pero, así mismo son también aplicados en el mismo sentido por la iglesia primitiva

a Jesús. Dentro de este número de pasajes cobran suma importancia los que se mencionan

en Juan y que hacen referencia al “YO SOY” aplicado ahora a Cristo. Así vemos como

Juan muestra que el Dios del judío monoteísta del segundo Templo a quien adora y lo

considera Único, es el mismo que se nos revela en la persona de Cristo en el Nuevo

Testamento.

Por otro lado, también es central en su argumento el hecho de que el Dios a quien

hacen referencia estos pasajes es uno que se puede humillar, como lo expresa Filipenses

2:6-11. Aunque Bauckham no considera paulino este texto, esto no afecta a la Cristología

debido a que es un pensamiento propio del autor.

Posteriormente, el autor hace algo muy interesante al contraponer los pasajes del

Nuevo Testamento con los de Isaías, mostrando de esta forma que la humillación de

YHWH no era algo no previsto por Él mismo.

Visto de esta forma, el autor demuestra claramente que la alta Cristología de los

cristianos primitivos era consistente con su fe monoteísta y que lo nuevo que aparecía a la

luz consistía en otra forma de lectura de los pasajes del Antiguo Testamento en los cuales

ellos encontraron la identidad de Jesucristo revelada.

Así el autor llega al final de su argumento demostrando con la propia Escritura que

el Dios de los judíos del segundo Templo se correspondía en identidad con el Jesucristo del

Nuevo Testamento, al encontrar la aplicación de pasajes y de nombres propios del

monoteísmo judío a la persona de Cristo. Así llegamos a una nueva manera de entender el

desarrollo de la alta Cristología del Nuevo Testamento mediante una revelación gradual de

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la identidad de YHWH a la humanidad y que culmina en la persona de Jesús, expresada

maravillosamente en la fórmula bautismal encontrada en Mateo 28:19.

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