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LA

INTERCESIÒN DE
LOS SANTOS

Nuestra Santa Iglesia Ortodoxa ora por

todos los muertos en la fe, pidiendo el

perdón de sus pecados. Porque no hay

hombre sin pecado. “Si decimos que

no tenemos pecado, nos engañamos, y la

Verdad no está con nosotros” (San Juan

Apóstol).

Por eso, por más justo que haya sido el

hombre, la Iglesia lo acompaña en

su salida, orando por él a Dios.

“Hermanos, orad por nosotros” (1 Tesal.

5:25).

Simultáneamente con esto, cuando la

voz común de la Iglesia confirma las

virtudes del difunto, los cristianos,

además de las oraciones, se instruyen

con los buenos ejemplos de su vida y lo

colocan como modelo de imitación.

Cuando más adelante la santidad del

difunto se concreta con testimonios

peculiares, como martirio, intrépida

confesión, abnegado servicio a la

Iglesia, don de curación, y sobre todo

cuando el Señor confirma su santidad

con milagros después de su muerte,

entonces la Iglesia lo glorifica en forma


especial. ¿Cómo puede la Iglesia no

glorificar a aquellos a quienes el mismo

Señor llama sus amigos?”

” Vosotros sois mis amigos…. Os he llamado

amigos…”

(san Juan 15:14-15)

a los que recibió en las moradas celestiales

en cumplimiento de las palabras:

“donde yo estoy, vosotros también

estaréis” (san Juan 14:3).

Entonces se suprimen las oraciones por

el perdón de los pecados del difunto y se

reemplazan por otras formas de

comunión con él:

1) exaltación a sus hazañas por Cristo,


ya que:

“si se enciende una luz no se pone

debajo de un almud, sino sobre el

candelero, y alumbra a todos los que

están en casa” (san Mateo 5:15)

2) súplicas a él, para que ruegue por


nosotros por el perdón de nuestros

pecados, por nuestros progresos

morales, nos ayude en nuestras

necesidades espirituales y en nuestras

aflicciones. Esta dicho:

“Bienaventurados de ahora en más los


muertos que
mueren en el Señor” (Ap. 14:13)

“La gloria que me diste, yo les he dado” (san


Juan 17:22),

por el mandamiento del Salvador, esta

gloria se la dedicamos. También dijo el

Señor:

“El que recibe a un profeta por cuanto es

profeta, recompensa de profeta recibirá”

(san Mateo 10:41),

“Todo aquel que hace la voluntad de mi


Padre que está en los cielos, éste es mi
hermano, y hermana, y mi
madre” (san Mateo 12:50).

nosotros nos toca aceptar a los rectos

como rectos. Si él fue hermano para el

Señor, debe igualmente serlo para

nosotros. Los Santos son nuestros

hermanos, hermanas, madres y

padres espirituales, y nuestro amor a

ellos se expresa en nuestra relación

con ellos en oración. El Apóstol san

Juan escribió a los cristianos:

“Lo que hemos visto y oído, eso os

anunciamos, para que también

vosotros tengáis comunión con

nosotros, y nuestra comunión

verdaderamente es con el Padre, y

con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1:3).


Y en la Iglesia no se interrumpe este

contacto con los Apóstoles, él pasa a

nosotros desde otra región de su

existencia, la celestial.

La proximidad de los Santos al Trono

del Cordero y el ofrecimiento de sus

oraciones por la Iglesia de la tierra,

están trazados en:

Apocalipsis de San Juan, 5:11-12:

“Y miré, y oí la voz de muchos ángeles

alrededor del trono, y de los seres

vivientes, y de los ancianos; y su

número era miles de miles,” que

glorificaban al Señor.

La relación con los Santos en oración es

la realización de facto de la unión de los

cristianos en la tierra con la Iglesia

celestial, de la cual habla el Apóstol:

“Os habéis acercado al monte de Sión,

a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la

celestial, a la compañía de muchos

millares de Ángeles, a la congregación

de los primogénitos que están inscritos

en los cielos, a Dios el Juez de todos, a

los espíritus de los rectos hechos

perfectos” (Heb. 12: 22-23).

Las Sagradas escrituras presentan

gran número de ejemplos de que los

rectos, aun viviendo en la tierra,


pueden ver, oír y saber mucho, de lo

que está velado a la percepción común.

Y estos dones existen, con más razón

en ellos cuando se despojan de la carne

y se encuentran en el cielo.

El Apóstol san Pedro penetró en el

corazón de Ananías (Hech. 5:3); a Eliseo le

eran revelados los hechos ilícitos de su

criado Guejezi (4 Reyes, cap. 4) y

además sabía todas las intenciones de

la corte Siria, que después notificó al

rey de Israel (4 Reyes, 6:12).

Los Santos en la tierra penetraron en

espíritu en el mundo celestial y

vieron multitudes de ángeles, Isaías y

Ezequiel fueron honrados en

contemplar la imagen de Dios, otros

fueron arrebatados al tercer cielo, y

allá oyeron palabras místicas

indecibles, como el Apóstol San Pablo.

Estando en el cielo, los Santos con

mayor razón, están dotados en saber

lo que ocurre en la tierra y oír a los

que les invocan

“son como los ángeles” (san Lucas 20:36).

De la parábola sobre el rico y Lázaro,

vemos, que Abraham, encontrándose

en el cielo, pudo escuchar la

lamentación del rico sufriendo en el

hades, pese al “gran abismo” que los


dividía. Las palabras de Abraham:

“Tus hermanos tienen a Moisés y a los

profetas, que les oigan,” muestran que

él sabe la vida del pueblo hebreo

después de su muerte, sabe de Moisés,

de los profetas y sus escritos centenares

de años después.

La visión espiritual de los rectos en el

cielo es mayor, de lo que fue en la

tierra. El Apóstol escribe:

“Ahora vemos por espejo,

oscuramente; mas entonces veremos

cara a cara. Ahora conozco en parte;

pero entonces conoceré como fui

conocido” (1 Cor. 13:12).

La santa Iglesia siempre ha mantenido

la enseñanza de invocar a los Santos

con la seguridad de su protección ante

Dios hacia nosotros. Esto lo vemos en

las antiguas Liturgias, como la

de Santiago: “especialmente

recordamos a la Santa y gloriosa,

siempre Virgen y bendita Madre de

Dios. Recuérdala Señor Dios y por Sus

purísimas y santas oraciones,

compadécenos y ten piedad de

nosotros.

” San Cirilo, explicando la Liturgia de la


Iglesia de
Jerusalén, repara: “después
recordamos a los que se han dormido

antes que nosotros, en primer lugar,

patriarcas, profetas, Apóstol es,

mártires, para que por sus oraciones e

intercesiones reciba Dios nuestras

súplicas.” Son numerosos los

testimonios de los Padres y maestros

de la Iglesia sobre la veneración de los

Santos a comienzos del siglo IV. Pero

ya en el siglo II se tienen indicaciones

directas en escritos de los primeros

cristianos, sobre la fe en las oraciones

de los Santos en el cielo por sus

hermanos en la tierra. Testigos de la

muerte de San Ignacio de Antioquia

(discípulo del apóstol Juan, comienzo

del siglo II), dicen: “Volviendo a casa

con lágrimas, algunos vieron de

repente al venerable Ignacio

levantado y estrechándonos, orando

por nosotros.” Semejante memoria con

menciones de oraciones e intercesiones

por nosotros de mártires, se tienen

también en otros relatos de las épocas

de persecuciones a los cristianos.

Algunas ramas del protestantismo

afirman que no hay Santos pues solo

Dios es Santo, mal interpretando de

nuevo las sagradas escrituras puesto

que el mismo apóstol Pablo en sus

cartas envía saludos a los santos de


sus comunidades, también leemos

referente a los santos en algunos

pasajes de los Hechos de los apóstoles y

más claramente el amor de Dios por

quienes mueren en santidad. Tales

denominaciones protestantes

rompieron totalmente su relación con

la iglesia celestial.

1 Corintios 1 :1-2 Pablo, llamado a ser


apóstol de Jesucristo por la voluntad

de Dios, y el hermano Sóstenes2 a la

iglesia de Dios que está en Corinto, a

los santificados en Cristo Jesús,

llamados a ser santos con todos los

que en cualquier lugar invocan el

nombre de nuestro Señor Jesucristo,

Señor de ellos y nuestro:

Filipenses 4:21 21 Saludad a todos los santos

en Cristo Jesús. Los hermanos que están

conmigo os saludan.

2 Corintios 1 Pablo, apóstol de

Jesucristo por la voluntad de Dios, y

el hermano Timoteo, a la iglesia de

Dios que está en Corinto, con todos

los santos que están en toda Acaya

Efesios 1 Pablo, apóstol de Jesucristo por

la voluntad de Dios, a los santos y fieles

en Cristo Jesús que están en Éfeso.


Filipenses 1 Pablo y Timoteo, siervos de

Jesucristo, a todos los santos en Cristo

Jesús que están en Filipos, con los obispos

y diáconos:

Hechos 9:32-43 32 Aconteció que Pedro,

visitando a todos, vino también a los

santos que habitaban en Lida.

1 Tesalonicenses 4:3-4 3 pues la voluntad

de Dios es vuestra santificación; que os

apartéis de fornicación; 4 que cada uno

de vosotros sepa tener su propia esposa

en santidad y honor;

Veremos las Palabras del discípulo

Ananías al Señor sobre Saulo de Tarso

Hechos 9:13 13 Entonces Ananías

respondió: Señor, he oído de muchos

acerca de este hombre, cuántos males ha

hecho a tus santos en Jerusalén

Salmos 116:15 15 Estimada es a los ojos de

Jehová La muerte de sus santos.

San Juan Crisóstomo da una imagen

todavía más clara: “Si nosotros — dice

él — al partir hacia una tierra o

ciudad lejana exigimos guías, ¡cuánto

más necesitamos de ayudantes y

alguien quien nos dirija para pasar sin

obstáculos cerca de los superiores y

potestades, soberanos del mundo aéreo,

perseguidores y jefes publicanos! Por


ello, al alejarse del cuerpo, el alma ora

se eleva, ora desciende; tiene miedo y

tiembla. El reconocimiento de los

pecados nos atormenta, más aún en

aquella hora en la que nos espera ser

llevados al examen y al temible juicio.”

La Santa iglesia Católica Ortodoxa

enseña ciertamente que en la Iglesia

Celestial tenemos a nuestros

intercesores, ayudantes y quienes

rezan por nosotros. Especialmente La

Purísima Madre de Dios, quien es

nuestro Manto Protector.

Las oraciones que rezamos — son las


oraciones de los Santos, escritas por

ellos, que surgieron de sus corazones

en los días de su vida terrenal, ellos

pueden sentirlas, y así se acercan a

nosotros. Así son las oraciones que

elevamos a diario por nosotros. Así es

todo el ciclo de oficios Divinos diarios,

semanales y festivos. Todos estos

escritos no provienen de una oficina,

provienen de las sagradas

enseñanzas de los santos Padres y

Apóstoles. Los enemigos espirituales

son impotentes en contra de esta

ayuda, siempre que nosotros

tengamos fe, y si nuestra oración es

sincera y ferviente. Hay más alegría

en los cielos por un pecador que se


arrepiente, que por aquellos quienes

no necesitan

arrepentimiento. ¡Cuán

insistentemente nos enseña en el

templo la Iglesia a

“terminar el resto de nuestra vida en


paz y arrepentimiento”! Nos enseña a
invocar a la Santísima, Purísima,
Bienaventurada Soberana nuestra, la
Madre de Dios con todos los Santos, y
entonces con plena fe, encomendarnos a
nosotros mismos, los unos a los otros y
toda nuestra vida a la santa voluntad
de Cristo, Dios nuestro.

Pero, aun con toda esta miríada de

protectores celestiales nos alegra la

especial cercanía de nuestros

ángeles guardianes. Ellos son

mansos. Unas veces se alegran por

nosotros, otras veces sufren por

nuestras caídas.

LA INMORTALIDAD DEL ALMA Y LA


INTERSECIÒN DE LOS SANTOS EN LAS
SAGRADAS ESCRITURAS.

“el polvo vuelve a la tierra, como era,

y el espíritu vuelve a Dios, que lo

dio” (Eclesiastés. 12:7).

"Las almas de los justos están en las

manos de Dios y ningún tormento podrá

alcanzarlos." (sabiduría 3-1)

Los buenos viven

eternamente; su recompensa está en


las manos del Señor; el Altísimo cuida

de ellos. (sabiduría 5- 15)

Más clara y evidentemente se

expresa la esperanza de la futura

liberación de las almas de los rectos

del Hades en la palabra del Salmo:

“Mi carne se serena en la esperanza,


ya

que no dejarás mi alma en el Hades, ni


dejarás al portador de Tu imagen ver
la
corrupción”
(Sal. 15:9-10; y también Sal. 48:16).

La liberación del hades, objeto de

esperanza en el Antiguo

Testamento, se hace realidad en el

Nuevo Testamento. El Hijo de

Dios

En el Sermón de despedida a Sus

discípulos les dijo que Él va a

prepararles el lugar para que ellos

también estén donde Él está

(Juan 14:2-3)Exclamó al ladrón: “hoy

estarás conmigo en el Paraíso”

(Luc. 23:43).

escribe el Apóstol Pablo,

“deseo irme y estar con Cristo” (Flp. 1:2123).

“Porque sabemos que, si la tienda


terrestre de nuestro cuerpo se desmorona,
tenemos una casa que es de Dios, una
habitación no hecha por manos humanas,
eterna en los cielos. Por eso ahora gemimos
deseando ardientemente ser revestidos de
nuestra habitación celestial” (2 Cor. 5:1-2).

“ vosotros en cambio os habéis acercado

al monte de Sion, a la ciudad del Dios

vivo, la Jerusalén celestial, a la

compañía de muchos millares de ángeles,

a la congregación de los primogénitos

que están inscritos en los cielos, a Dios

el Juez de todos, a los espíritus de los

justos hechos perfectos.” (Hebreos 12-22)

“Y no temáis a los que matan el cuerpo,

pero no pueden matar el alma; más bien

temed a aquel que puede hacer perecer

tanto el alma como el cuerpo en el

infierno. “ (Mateo 10-28)

Oí una voz que desde el cielo me decía:

Escribe: Bienaventurados de aquí en

adelante los muertos que mueren en el

Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán

de sus trabajos, porque sus obras con

ellos siguen. Apocalipsis 14:13

“Porque también Cristo padeció una sola

vez por los pecados, el justo por los

injustos, para llevarnos a Dios, siendo a

la verdad muerto en la carne, pero

vivificado en espíritu; en el cual

también fue y predicó a los espíritus


encarcelados, los que en otro tiempo

desobedecieron, cuando una vez

esperaba la paciencia de Dios en los días

de Noé, mientras se preparaba el arca,

en la cual pocas personas, es decir, ocho,

fueron salvadas por agua.” 1 de Pedro 3:18-

20

Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el


altar las almas de los que habían sido
muertos por causa de la palabra de
Dios y por el testimonio que tenían. Y
clamaban a gran voz, diciendo:
¿Hasta cuándo, Señor, santo y
verdadero, ¿no juzgas y vengas
nuestra sangre en los que moran en
la tierra? Apocalipsis 6:9-10

Otro claro ejemplo nos muestra que al

despojarse de este cuerpo terrenal los

muertos en el Señor iban al seno de

Abraham lo podemos ver en la

parábola del rico y Lázaro (Lucas 16:19-

31).

No hay razón alguna para creer que

al salir de este cuerpo terrenal el

alma muera o caigamos en algún

sueño profundo del cual no somos

conscientes (tal como aseguran

algunas sectas protestantes),

contrario a esto se nos enseña que los

justos al morir asisten a la presencia


de Dios en el paraíso, siendo

plenamente conscientes y allí oran

por nosotros, de igual forma los

ángeles.

Y cuando hubo tomado el libro, los


cuatro seres vivientes y los
veinticuatro ancianos se postraron
delante del Cordero; todos tenían
arpas, y copas de oro llenas de
incienso, que son las oraciones de los
santos Apocalipsis 5:8-14

Otro ángel vino entonces y se paró ante el


altar, con un incensario de oro; y se le dio
mucho incienso para añadirlo a las
oraciones de todos los santos, sobre el altar
de oro que estaba delante del trono. Y de
la mano del ángel subió a la presencia de
Dios el humo del incienso con las
oraciones de los santos. Apocalipsis 8:3-4

Entonces Onías tomó la palabra, y dijo:


«Éste es Jeremías, el profeta de Dios, el
cual ama mucho a sus compatriotas. Él
siempre ora por el pueblo de Judá y por
la santa ciudad de Jerusalén» 2
Macabeos 15:14

Onias se refería al profeta Jeremías

quien vivió 400 años atrás, con esta

declaración demuestra que el profeta

vive y reza en el cielo por el pueblo.


Y un claro ejemplo de la intercesión de

los ángeles la veremos en el siguiente

pasaje.

cuando tú y Sara rezaban, yo

presentaba tus oraciones al

Señor. Cuando enterrabas a los

muertos, yo estaba junto a ti.

Cuando te levantabas de la mesa

para dar sepultura a los

muertos, esto no se me pasó por

alto, sino que estaba contigo.

Ahora bien, Dios me ha

enviado para sanarte a ti y a

tu nuera. Yo soy Rafael, uno de

los siete ángeles que tienen

entrada a la Gloria del Señor.»"

Tobìas 12-12:15
ALGUNAS FRASES DE LOS

SANTOS PADRES SOBRE

NUESTROS SANTOS y

ANGELES DESDE EL CIELO

Cuando nuestra mirada se dirige a los santos y cuando


meditamos en ellos, surge en nosotros el anhelo de vivir de
forma similar. Vemos su fe, su familiaridad con Dios, su
forma de vida tan simple, tan humilde, tan sufrida, pero
feliz y llena de paz. Vemos que también ellos eran mortales
y pecadores como nosotros, y que atravesaron las mismas
etapas que nosotros. Ellos estuvieron en donde estoy yo
ahora, aunque hoy están en el Paraíso.

Anhela a los ángeles y a lossantos . Anhelar y desear, en


este caso, consiste en poner a alguien frente a mí de forma
palpable y visible, por medio de mi mente, mi corazón y mi
fervor. Se trata de introducir a ese “alguien” en mi vida.
Así, háblale al santo, síguelo, anhélalo, hazlo tuyo. Pídele
sus oraciones y todo lo que necesites. Usualmente, Dios nos
otorga lo que le pedimos, por medio de los santos. Y hace
esto para no estropear el equilibrio en el vínculo de amistad
entre nosotros. Él actúa como lo haríamos nosotros en
nuestras propias ocupaciones ayudándonos unos a otros.
Una depende de otra, y así es como cada quien participa de
los carismas y oraciones del otro.

Un día fui a ver al padre Porfirio y le dije: “Padre, le pido


que no nos olvide y que no deje de orar por nosotros, porque
lo necesitamos mucho. Especialmente, piense en nosotros en
la noche, cuando el ruido de la vida cotidiana cesa,
momento en el cual intentamos dialogar con nosotros
mismos y con Dios”. Escuchando esto, el padre me
dijo: “¡Entre nosotros no existe la distancia! Y será mejor
cuando parta de esta vida, porque entonces podré estar a su
lado cada vez que me llamen”.[…]

“¡Entre nosotros no existe la distancia!”. Esta es la palabra


consoladora que nos repiten las legiones de santos
contemporáneos, a nosotros, los “cansados y agobiados”,
personas solas, que lloran y sufren, que no tienen otra cosa
que sus lágrimas para ofrecer.

¡Los ángeles y los santos viven! Están a nuestro lado, son


nuestros amigos y nos tienden la mano. ¿Sabremos
responderles?

En el Juicio Final nos encontraremos con San Basilio el


Grande, San Juan Crisóstomo y San Gregorio el Teólogo. Nos
encontraremos, también, con Santa Filotea mártir y el
Profeta David. Nos veremos, asimismo, con los profetas
Jeremías e Isaías y con los Santos Evangelistas Mateo,
Marcos, Lucas, Juan, con nuestro compañero ángel
protector . Los reconoceremos y seremos sus amigos, porque
hemos leído sus Evangelios, sus cartas y el relato de sus
vidas. Los reconoceremos y ellos nos reconocerán como
amigos, porque hemos vivido con ellos y ellos han sido
nuestro ejemplo de vida. Nos reuniremos con todos ellos y
tendremos esta alegría el Día del Juicio de Cristo. Si hemos
hecho el bien, ese día no será uno terrible para nosotros.
Para nosotros, Cristo será un benefactor, viniendo del Cielo.

Honramos la santidad que demostraron en vida y les


pedimos, con nuestra veneración, que nos ayuden a
alcanzar esa misma santidad.

Cuando alguien te rechace o se sienta molesto contigo,


acércatele, pregúntale qué le ha ofendido, ofrécele un
obsequio para hacerle sonreír, observa qué es lo que
necesita para que te ame más o para que le ames más. Y
esto, a pesar de que se trata de una persona como tú, mortal
y pecador. Y todo esto debes hacerlo, aún con más razón,
con un santo. Debes relacionarte con él, para que luego te
resulte más fácil pedirle lo que necesitas. El santo luchó en
vida, vivió en determinado lugar, sufrió por Cristo... y, por
eso, no deja que conozcamos su misterio sin antes
esforzarnos.

Él está seguro que también nosotros, esforzándonos,


podemos vencer, porque conoce por experiencia propia el
amor y la disposición de Dios para enriquecernos. Y para
entender su propio esfuerzo, debemos imitar su experiencia
ascética. Este es un requisito de la ley espiritual, de la
relación con los santos. En consecuencia, debemos alcanzar
una relación personal con ellos. Y si no podemos conseguirlo
con varios, hagámoslo al menos con uno. Es mejor contar
con alguien más, antes que estar solos.

Así pues, entra en relación con el santo cuyo nombre llevas


o con tu compañero ángel guardián, o con San Juan el
Bautista, quien es muy cercano y fácilmente abordable.
Hasta los musulmanes lo buscan. Habla también con San
Nicolás, que ayuda incluso a los pecadores y a los culpables.
Habla con la Madre del Señor. ¿A quién ha desatendido
Ella, a quién no le ha enviado su consuelo? A Ella claman
incluso las almas del infierno. Luego, ¿por qué no habríamos
de hacerlo nosotros? Entonces, esforcémonos en tener
nuestros propios intercesores. ¿Quién no sabe que los santos
son personas vivas, que se encuentran en “la mano de Dios”
y pueden, en consecuencia, actuar también?

Cuando la muerte sobreviene a la persona, ¡qué especial prerrogativa


se le confiere al ángel recibido con el Bautizo! Cuando este ángel
aparece, todos los demás se hacen a un lado.

Verdaderamente, el ángel que recibimos al ser bautizados tiene un


gran poder. Por eso, al terminar tus oraciones, ofrécele algunas
postraciones, diciendo: “¡Santo ángel, custodio de mi vida, pídele a
Cristo Dios por mí, pecador!”.

Y es que nuestro ángel no solamente nos protege en esta vida, sino


también en el momento de morir. Él viaja con nosotros a través de los
“peajes” que el alma debe franquear hasta cuarenta días después del
deceso, porque es nuestro valioso protector, desde el día del Bautizo. Si
él no existiera, el maligno haría con nosotros cualquier cosa.

A cada cristiano ortodoxo Dios le ha dado un ángel guardián que le


protegerá toda su vida, si es que aquel no lo aleja con sus malas
acciones. Así como el humo ahuyenta a las abejas y las palomas
huyen ante un mal olor, así también al ángel que cuida nuestra vida
lo alejan nuestros pecados, tales como la ebriedad, el desenfreno, el
odio, la ira y todas las otras maldades. Por eso, el profeta David dijo
en sus salmos,
No deja que tu pie dé un paso en falso, no duerme tu guardián (Salmo
120, 3).
Es decir que no dejará que tu pie te haga caer, frecuentando más los
juegos que la Iglesia, amando las trivialidades y fábulas más que las
Santas Escrituras.

Cuando el cristiano es justo, el ángel de Dios se alegra, pero cuando


aquel comienza a mentir, a robar, a beber sin control, a dejar de
visitar la iglesia, a enojarse y a ser avaro, entonces el ángel de Dios se
entristece, mientras los demonios danzan de alegría, llenando a la
persona de toda clase de maldades, a cuál más vil. Por eso, San Basilio
el Grande dice:

“Los ángeles escriben el nombre de todos los que entran a la iglesia sin
enojo y sin maldad, así como el nombre de todos esos que oran y
ayunan”.
Entonces, hombre, no permitas que tu ángel deje de escribir tu
nombre, por culpa de tu propia dejadez, porque a cada fiel Dios le dió
un ángel, que escribe todas sus buenas acciones. Y en cada pueblo de
no-creyentes, Dios dejó un sólo ángel custodio, así como lo dice la
Escritura:

“Puso límite a las lenguas, de acuerdo al número de ángeles de


Dios” (Reyes).

Estemos, entonces, siempre atentos, recordadando que junto a cada


persona hay dos ángeles: uno justo y el otro, del maligno. El ángel de
Dios es bueno, callado, piadoso y modesto, mientras que el del astuto
es iracundo, orgulloso, rencoroso y lleno de maldades. Conozcamos sus
hechos, para rechazarlo con el temor de Dios y no dejarle lugar en
nuestra alma. Y al ángel bueno abrámosle el corazón para recibirlo,
para que nos instruya en la verdad y nos libre de las artimañas del
enemigo.

El ángel custodio tiene un vínculo directo con nuestra alma, siendo el


mediador de nuestro encuentro personal con Dios. Él es el testigo
silencioso de lo que hacemos y pensamos, dirigiéndonos al bien y
librándonos de todo mal.

Este ser racional, espiritual y libre, nos fue dado por Dios al ser
bautizados, para que nos ayude a andar la senda redentora. Tal es la
razón por la cual el sacerdote, en la ceremonia del Bautizo, dice:
“Acompaña su vida con un ángel de luz que lo libre de los ataques del
malvado, del acecho del astuto, del demonio del atardecer y de
apariciones malignas”.
La misión del ángel guardián presupone también un llamado a la
persona humana, para que tienda a buscar a Dios, así como nos lo
enseña San Basilio el Grande: “Cada creyente tiene un ángel como
protector y pastor, para que lo guíe en esta vida”. Sin la protección
permanente de su ángel guardián, el hombre queda vulnerable ante
toda clase de demonios. San Juan Crisóstomo presenta los ángeles
como modelos a seguir.

Los paganos y los herejes no reciben ángeles guardianes, por parte de


Dios, porque no han sido bautizados en el nombre de Cristo y no creen
en los ángeles.

Debemos ser conscientes de la ayuda que nos presta nuestro ángel


guardián, que está siempre a nuestro lado. Hagamos la voluntad de
Dios, de acuerdo al sano consejo de nuestro ángel. En la regla de
oraciones del cristiano encontramos también el “Canon de oraciones
al Ángel Guardián”, con el cual le pedimos que nos cuide y nos
conduzca en el camino de Dios.

Cierta vez, un grupo de peregrinos se acercó a la celda del padre


Cleopa Ilie:
“—¿De dónde vienen?”, les preguntó éste.
“—De (la ciudad rumana de) Bârlad.”
“—¡Qué lejos! Sepan que, desde que decidieron venir a este monasterio,
sus ángeles custodios comenzaron a enumerar sus pasos, el dinerito
que juntaron para el viaje y todo el esfuerzo que esto implicaría. Todo
ello será presentado por sus ángeles el Día del Juicio, porque, en vez
de visitar alguna discoteca, algún bar o alguna fiesta, todo ese afán se
lo dedicaron a Cristo. ¡Si ustedes pudieran ver el gozo de sus ángeles
guardianes en este momento... creo que morirían de felicidad!”.

Padre, ¿es verdad que nuestro ángel guardián nos ayuda en todo
momento?

—De nosotros depende la medida de su auxilio. Si pisamos un poco


sobre tierra dura, también él lo hará, y nos librará de cualquier
peligro. Si hacemos lo que debemos hacer, también él hará lo que tiene
que hacer. ¡Cuántos milagros han ocurrido con la ayuda de los
ángeles! ¡Cuántos jóvenes se han librado de quién sabe qué pecados!
¡Cuánto poder tiene un ángel! Y nos ayuda aún con su silencio.
Relato de un milagro del Santo Angel guardián y el
Arcángel Miguel

Un joven decidió ir al Santo Monte Athos, con la esperanza de


hacerse monje en el Monasterio de Dochiariou. Pero, en vez de llegar
por mar, lo hizo por tierra, atravesando el bosque. Por designios de
Dios, casi sin darse cuenta encontró un tesoro escondido entre la
espesura. Sin saber qué hacer, lo cubrió nuevamente con un buen
número de ramas y hojas, y siguió su camino. Más tarde, al llegar al
monasterio, le contó al stárets sobre su hallazgo. Entonces, este llamó
a dos monjes para que ayudaran al muchacho a traer el tesoro al
monasterio.

Los tres expedicionarios tomaron una pequeña lancha y se fueron por


mar, rodeando el Santo Monte hasta llegar a la altura del sitio
señalado por el mozo. Bajaron, tomaron el tesoro y lo pusieron en la
embarcación. Sin embargo, cuando estaban por partir de vuelta al
monasterio, el demonio entró en el corazón de los dos monjes,
proponiéndoles matar al muchacho y quedarse ellos con el tesoro.
Aceptando lo que les susurraba el maligno, tomaron una piedra
grande y la ataron con una cuerda al cuello del aterrado joven. Sin
pensarlo más, y a pesar de las súplicas del inocente, lo arrojaron al
agua. Después volvieron a esconder el tesoro en el bosque y se
pusieron de camino al monasterio.

Pero ¿qué sucedió mientras tanto? Cuando el monje a cargo


del katholikón del monasterio entró a la iglesia para encender las
velas, vio que de las penumbras salía aquel muchacho, completamente
mojado y sosteniendo entre sus brazos una enorme piedra que tenía
atada al cuello. Asustado, el monje corrió a llamar al stárets, quien al
venir le pidió al joven que le explicara qué había sucedido. Llorando,
este relató lo siguiente: “Después de mostrarles el tesoro a los monjes,
lo pusieron en la barca, me ataron esta piedra al cuello y me
arrojaron al mar. Viéndome perdido, comencé a llamar a Dios y a Su
Santísima Madre. Entonces ví que aparecieron dos jóvenes luminosos,
reconociendo al Santo Arcángel Miguel y a mi propio ángel custodio,
quienes me dijeron que no había nada que temer y me alzaron con sus
manos. Luego, en un abrir y cerrar de ojos me vi aquí, en el Santo
Altar”.

Al escuchar todo esto, el stárets ordenó que nadie dijera nada hasta
que volvieran los dos monjes. Horas después, cuando finalmente
aparecieron, se dirigieron inmediatamente al stárets y le
recriminaron que aquel joven les había embaucado. Ante tanto ardid
y perfidia, el anciano los tomó del brazo y se los llevó a la iglesia, en
donde estaba reunida toda la comunidad de monjes, con el muchacho
en cuestión al centro.

Cuando vieron al chico, los dos monjes se quedaron estupefactos.


Después de reprenderlos con severidad, el stárets los envió, con otros
monjes, a traer el tesoro que habían escondido no muy lejos del
monasterio. Después, por su maldad, el stárets los mandó a vivir a
una celda en los alrededores del monasterio, en donde se
arrepintieron toda su vida por el pecado cometido.

La piedra que ataron al cuello del joven se conserva aún hoy en el


Monasterio de Dochiariou, en el Santo Monte Athos. al principio, el
monasterio estaba dedicado al Santo Jerarca Nicolás, pero, debido a
la profusión de milagros de los Santos Arcángeles realizados en aquel
lugar, los padres del monasterio decidieron cambiar su fiesta
patronal, para honrar a estos últimos.

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