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Connie Mason

SERIE ROGUES, Nº 01

EL NOBLE Y LA
LADRONA

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ÍNDICE

Capítulo 1.............................................................................3
Capítulo 2...........................................................................14
Capítulo 3...........................................................................25
Capítulo 4...........................................................................36
Capítulo 5...........................................................................48
Capítulo 6...........................................................................59
Capítulo 7...........................................................................70
Capítulo 8...........................................................................82
Capítulo 9...........................................................................93
Capítulo 10.......................................................................104
Capítulo 11.......................................................................115
Capítulo 12.......................................................................127
Capítulo 13.......................................................................138
Capítulo 14.......................................................................150
Capítulo 15.......................................................................162
Capítulo 16.......................................................................174
Capítulo 17.......................................................................185
Capítulo 18.......................................................................196
Capítulo 19.......................................................................207
Capítulo 20.......................................................................218
Capítulo 21.......................................................................230
Capítulo 22.......................................................................233
Nota de la Autora................................................................238
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA...............................................239

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 1

Londres, 1817

El elegante carruaje negro traqueteaba en la noche sin luna a lo largo del


camino de entrada a Londres y sus faroles de petróleo proyectaban un tenue
resplandor a través de la densa niebla que cubría el paisaje. En su interior, el
marqués de Bathurst recostaba su morena cabeza sobre los lujosos cojines de
terciopelo, con las piernas extendidas en agotado abandono.
Gratamente cansado y sexualmente saciado, Gabriel cerró los pesados párpados
mientras recordaba las agradables horas que había pasado en el lecho de la condesa
de Barrow. Cuando la condesa lo había invitado a su casa solariega, Gabriel había
aceptado con presteza. No era la primera vez que le era ofrecida la posibilidad de
compartir el lecho de Leslie mientras su marido, el conde de Barrow, se encontraba
en su pabellón de caza, en Escocia, y probablemente no sería la última.
Sin embargo, puesto que el conde regresaba al día siguiente, Gabriel había
considerado prudente marcharse; aunque le había resultado difícil desprenderse del
calor de los agradables brazos de Leslie. Ésta lo había engatusado para volver al
lecho para una última despedida, una cosa había llevado a otra, lo que finalmente
había tenido como consecuencia su tardía marcha de la casa.
Una lenta sonrisa se extendió por los sensuales labios de Gabriel mientras sus
eróticos pensamientos le adormecían. Su última visión antes de que el sueño lo
venciera fue la de unos senos suaves y blancos, unos brazos que se le aferraban y
unos muslos abiertos. Lástima que lord Barrow no estuviera ausente de su casa con
más frecuencia.

Dos jinetes cabalgaban por la desierta y oscura carretera envuelta en húmeda


niebla que se elevaba del suelo en densas y asfixiantes volutas. Cubiertos desde el
cuello a los talones con largas capas, con las capuchas bajadas sobre la frente, apenas
resultaban visibles en la oscuridad.
—Es tarde, Ollie. Hora de volver a casa. Esta noche parece que no hay nadie por
los caminos.
Ollie suspiró con pesar.
—Eso parece, Pete. Intentaremos otro...
Pete le interrumpió en mitad de la frase.
—Escuche. Tal vez después de todo tengamos suerte. He oído acercarse un
carruaje por la carretera. Recuerde, ahora la palabra es precaución. De ningún modo

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puedo permitir que le suceda algo. Tendrá que alejarse a la primera señal de
problemas.
—¿Qué puede ir mal? Ya hemos hecho esto antes y probablemente volveremos
a hacerlo.
—No dudo que tiene razón, pero no es algo que me agrade —gruñó Pete.
—Eres en exceso protector —se quejó Ollie—. No te preocupes, nada va a
suceder.
Ollie miró con atención la oscuridad aguardando, con los nervios en tensión, a
que el carruaje tomase la curva. Cuando por fin el vehículo estuvo a la vista, Ollie
siseó:
—Por el aspecto del carruaje, esta noche el botín será bueno.
—Recuerde lo que le he dicho, Ollie —le advirtió Pete mientras dirigía su
caballo hacia el centro de la carretera y desenfundaba su pistola. Ollie lo siguió
apostándose detrás con una pistola entre los dedos, entumecidos por la tensión.

Gabriel estaba soñando cuando su carruaje traqueteó deteniéndose


bruscamente y lanzándolo al suelo. Agitó la cabeza para despejarse los últimos restos
de sueño, volvió a sentarse y levantó la cortina. Al no distinguir nada más que el
resplandor de las luces del coche, buscó la manecilla de la puerta.
—¡La bolsa o la vida!
A Gabriel se le inmovilizó la mano. ¡Eran salteadores de caminos! Despierto y
ya alerta trató de empuñar su pistola.
—Yo en su caso no lo haría —le ordenó el salteador con un ronco gruñido.
La pistola que le apuntaba por la ventanilla era larga, grande y letal.
—Arroje su arma fuera.
Maldiciendo entre dientes, Gabriel se sacó la pequeña pistola del bolsillo y la
arrojó por la ventanilla.
—Ahora salga y no intente nada. Somos dos, y mi compañero está cubriendo al
cochero.
Gabriel descendió precavidamente del vehículo. No deseaba poner en peligro la
vida del conductor. Su alivio fue palpable cuando vio a Jenkins de pie junto a los
caballos, estrechamente vigilado por el segundo bandolero pero vivo.
Volvió a centrar su atención en el salteador que agitaba una pistola frente a su
rostro. Aunque la situación no era divertida, sintió deseos de reír. No podía discernir
nada amenazador en el bandido.
—Vacíe sus bolsillos —le ordenó éste con voz hosca que sonaba forzada.
—Sólo conseguirá unas pocas libras —contestó Gabriel con calma mientras se
sacaba del bolsillo algunos billetes de banco y se los ofrecía—. Han asaltado el coche
equivocado. Aquí no hay joyas, ni caja; sólo un hombre que va camino de su hogar
de regreso de una cita.
Gabriel entornó sus ojos, color azul oscuro, mientras escudriñaba el rostro del
asaltante entre la bruma. Pensó que los bandidos habían escogido bien el momento.

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Oscurecido por nubes y niebla, el cielo sin luna daba escasa luz, y los rostros de los
asaltantes, completamente ocultos por sus capas y capuchas, resultaban imposibles
de identificar. Pero tenía la intensa impresión de que quien le apuntaba era un joven
delgado. Y en una ocasión, cuando el salteador levantó el rostro, Gabriel distinguió
un destello de verde y un asomo de color rojo bajo el borde de su capa. Se trataba de
un bandido de ojos verdes y pelirrojo: las pistas iban en aumento.
Por un instante, se sostuvieron la mirada, y una emoción indefinible pasó entre
ellos. Gabriel apenas había tenido tiempo de pensar en lo que aquello significaba
cuando el asaltante le dijo:
—Lleva un anillo en el dedo.
Gabriel ocultó espontáneamente los dedos en su palma. El anillo había
pertenecido a su hermano fallecido, el destinado a ser el heredero de su padre de
haber vivido.
—Entréguelo —siseó el bandido.
—No puedo.
La pistola descendió peligrosamente hacia sus genitales.
—Le he dicho que lo entregue. ¿De qué prefiere desprenderse, del anillo o de...
las joyas de la familia? No cometa ningún error. No me detendré ante nada para
conseguir lo que deseo.
Gabriel vaciló un momento antes de sacarse el anillo del dedo y depositarlo en
la palma de la mano que le tendía el bandolero. El joven parecía más desesperado
que peligroso. Había elevado su voz varias octavas y se lo veía nervioso. También
hablaba bastante bien para ser un salteador corriente. Gabriel almacenó todo esto en
su memoria. No descansaría hasta ver a aquellos bandidos colgando de la horca de
Tower Hill. ¡Nadie robaba al marqués de Bathurst y quedaba impune!
—¿Son diamantes los botones de su camisa?
—¿Va a dejarme sin nada? —preguntó Gabriel despacio, con voz
engañosamente tranquila.
—Si es usted lo bastante rico como para llevar botones de diamantes perderlos
le causará escaso pesar. ¡Apresúrese!
—¿Cuál es el problema, Ollie? ¿Le está dando problemas?
—Todo va bien Pete. Sólo estoy esperando la botonadura de su camisa.
—¿Ato al cochero y le ayudo?
—Puedo arreglármelas —repuso Ollie.
Gabriel se quitó los botones y los colocó en la ansiosa mano del bandolero con
un despectivo ademán, lamentando no haber pensado en llevar su espada aquella
noche, pero en el lecho de Leslie no la necesitaba.
—¿Algo más? —preguntó Ollie.
—Eso es todo —replicó Gabriel, y dirigió al salteador una mirada curiosa—. Le
ha cambiado la voz, Ollie. ¿No es usted algo joven para esta clase de trabajo? Por otra
parte, su manera de hablar es bastante refinada para ser un salteador de caminos.
—¡Vuelva al carruaje! —le ordenó Ollie.
Gabriel deseaba protestar, pero lo pensó mejor. Su vida no era la única que se

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hallaba en juego. Aunque presentía que el muchacho no representaba peligro, su


compañero era diferente.
Observó con los ojos entornados cómo Ollie retrocedía. Al cabo de un
momento, los asaltantes montaron en sus caballos y desaparecieron rápidamente
entre la niebla que se arremolinaba.
—¿Está bien, Jenkins? —preguntó Gabriel mientras saltaba del carruaje y
buscaba su pistola en el suelo.
—Sí, lo estoy, señor. Y lamento haber permitido que esto ocurriera.
¡Condenados salteadores! Han salido de la nada. Me ha costado terriblemente
mantener controlados a los caballos.
—No es culpa suya, Jenkins. Ayúdeme a encontrar mi pistola. Es demasiado
tarde para detener a los bandidos, pero odiaría perder el arma. Perteneció a mi
hermano.
«Como el anillo», pensó Gabriel con una oleada de ira.
Encontraron el arma en seguida y Gabriel regresó al coche. Jenkins cogió las
riendas y el vehículo retomó la marcha por la carretera. Tamborileando los dedos en
el asiento, Gabriel se recostó y revisó las pistas que los bandidos habían dejado,
aunque no eran muchas. Se llamaban Pete y Ollie. Ollie era joven, probablemente de
ojos verdes y pelirrojo. Gabriel no había visto al otro lo bastante cerca como para
advertir ningún rasgo significativo que lo identificara.
Cerró los ojos y trató de representarse de nuevo al más joven. Algo incómodo se
agitó en él al recordar los verdes ojos de Ollie, la sensación de que era algo distinto
de lo que pretendía ser le reconcomía.

La tarde siguiente, Gabriel entró airado en el Brook's Club de St. James's Street,
aún fastidiado por el robo de la noche anterior.
—¡Bathurst, ven aquí!
Gabriel vio a su buen amigo y compañero de jarras Ramsey Dunsford, conde de
Braxton, que le hacía señales desde la puerta de la sala de juego y viraba
bruscamente en dirección a él.
—Westmore y yo te echamos de menos anoche —dijo Ram a modo de saludo—.
Te buscamos en White's y luego nos dirigimos al antro de juego de Crocker's. Ambos
perdimos una fortuna —gruñó Braxton.
—Necesito una copa —dijo Gabriel haciendo señas a un digno lacayo vestido
de negro.
—Algo ha sucedido —aventuró Ram—. No me lo cuentes hasta que Westmore
se reúna con nosotros. Deseo que él también lo oiga.
—¿Me estabais esperando?
Lucas, vizconde de Westmore, se acercó para reunirse con sus dos amigos con
las cejas interrogativamente enarcadas.
—Llegas a tiempo, Luc —dijo Ramsey—. Bathurst está a punto de entretenernos
con sus desventuras de anoche.

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—¿Desventuras? —inquirió Luc.


—Nada salvo una calamidad provocaría tan feroz expresión en el rostro de
Bathurst —declaró Ram—. Yo aún no he comido, ¿vamos a remediarlo al comedor?
Bathurst puede relatarnos su desgraciada historia mientras cenamos.
Gabriel bullía de ira a fuego lento mientras seguía a sus amigos al comedor y
encargaba faisán asado, trucha y patatas. Había estado tan ocupado tratando de
localizar a sus bandidos de media noche que aquel día se había olvidado de almorzar
al mediodía. Incluso había contratado a un agente de Bow Street para que buscara a
los condenados bastardos.
Malhumorado, miró a sus amigos. Ambos eran los mejores amigos que alguien
podía desear. Luc, de ojos azules, tenía los cabellos de intenso color castaño rojizo y
rasgos clásicamente hermosos. Había luchado junto a Gabriel en Waterloo. Ramsey,
de pelo negro y ojos grises, era amigo suyo desde Eton.
—Bien, vamos con ello pues —le aguijoneó Ramsey—. ¿Qué mujer te tiene tan
preocupado? ¿Dónde estuviste anoche?
—En el lecho de lady Barrow. Y no es ella quien me preocupa.
—¡Su marido te encontró con ella! —dijo Luc regocijado—. No es propio de ti
ser tan descuidado, Gabriel.
—Desde luego que Barrow no me sorprendió —replicó este último—. Y no
tendrías por qué alegrarte tanto si así hubiese sido. Para tu información, dejé el lecho
de la dama poco después de medianoche.
—Pues algo sucedió, eso es evidente —insistió Ramsey.
—Ciertamente —admitió Gabriel.
Tomó un saludable trago del brandy que el lacayo había depositado frente a él
y dejó la copa con energía sobre la mesa.
Divertido, Ramsey curvó el labio superior.
—Sedujiste a una virgen y su papá intervino. ¿Cuándo aprenderás que las
vírgenes son terreno prohibido?
—¡Condenación! —se lamentó Gabriel—. ¿Queréis dejarme en paz? Sabéis bien
que prefiero a las mujeres experimentadas. No deseo tener nada que ver con vírgenes
vergonzosas. Lo que pasó es que anoche, en la carretera, de vuelta hacia aquí un par
de salteadores de caminos detuvieron mi carruaje y se llevaron el anillo de mi
hermano y la botonadura de diamantes de mi camisa.
Ram contuvo una risita.
—Probablemente no sabían que eras un héroe de guerra. No es propio de ti que
te cojan desprevenido.
—Me quedé dormido —murmuró Gabriel.
Se hizo un breve silencio mientras un lacayo colocaba su comida ante ellos.
—Lady Barrow es una legendaria devoradora de hombres —afirmó Luc
mientras cogía su tenedor—. ¡Diablos, incluso yo estaría agotado tras pasar unas
horas en su lecho!
Gabriel le dirigió una burlona sonrisa.
—Tú eres infatigable Westmore. Ni siquiera yo puedo seguir tu ritmo.

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—Ésa es una mentira como no había oído otra —rió Ram—. No existe una dama
dispuesta cuyos encantos no hayamos probado los tres, un burdel que no hayamos
visitado o un antro de juego que no hayamos frecuentado. Con justicia se nos conoce
como la Liga de los Libertinos de Londres.
—Y estamos orgullosos de ello —añadió Luc—. Háblanos del robo Bathurst.
Hace unas semanas, un par de asaltantes abordaron también a lord Trowbridge y a
su esposa. Probablemente sean los mismos que te robaron a ti.
—Últimamente se están produciendo muchos robos en la carretera —reflexionó
Ram.
—Había oído hablar de los robos —admitió Gabriel—, pero nunca habría
pensado que yo me convertiría en una de sus víctima. He puesto a los agentes de
Bow Street sobre su pista. Conozco sus nombres y me propongo llevarlos ante la
justicia.
—¿Conoces sus nombres? —preguntó Ram expectante—. Bastante descuidado
por su parte, ¿verdad?
—Se llamaban entre sí Ollie y Pete. Descuidado o no, es una buena pista.
Durante unos momentos comieron en silencio, pero la mente de Gabriel estaba
agitada mientras mascaba e ingería sin realmente saborear su cena. Había algo que le
preocupaba de uno de los salteadores. Los modales y la voz del bandido más joven
eran muy característicos. Si volviese a ver al individuo estaba seguro de que lo
reconocería.
—Olvídate de esos tunantes, Bathurst —le dijo Ram mientras se retrepaba en su
asiento y encendía un puro—. La justicia se encargará de ellos. Antes o después
cometerán un error y acabarán en la horca.
—¿Qué tal si vamos a Crocker's? —preguntó Luc—. Esta noche me propongo
recuperar algo de mi dinero.
—Yo había pensado en otro tipo de entretenimiento; uno con el que Gabriel
pueda quitarse ese robo de la mente —sugirió Ram—. ¿Alguno de vosotros está a
favor de madame Bella?
Gabriel sonrió. Madame Bella sonaba exactamente como lo más adecuado.
—Madame Bella está bien —dijo—. Comed en abundancia, necesitaremos
energía para las actividades de esta noche. Confío en que ninguno de vosotros quiera
a la pelirroja alta y de ojos verdes de nombre caprichoso, porque esta noche me
propongo monopolizarla.
Gabriel se preguntó por qué había dicho aquello. Cabellos rojos y ojos verdes le
habían obsesionado en sueños la noche anterior, pero pertenecían a un hombre, no a
una mujer.
—Te refieres a Fifi —dijo Luc—. Serás bien recibido por ella. Yo en cambio
prefiero a las rubias pequeñitas con grandes y generosos senos.
—Vámonos, pues —propuso Ram levantándose.
Los integrantes de la Liga de los Libertinos de Londres emprendieron la marcha
decididos a dedicarse a sus habituales distracciones con mujeres, juego y bebida.

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Sofocando un bostezo, Olivia Fairfax entró en la cocina para prepararse el


desayuno unas tres horas más tarde que de costumbre. Eran casi las diez y Peterson,
su único sirviente a tiempo completo, estaba sacando algo del horno de leña.
—Buenos días, Peterson —lo saludó Olivia.
Peterson frunció la frente preocupado y escudriñó el rostro de Olivia.
—¿Está usted bien, señorita Livvy?
Olivia sonrió radiante... demasiado radiante.
—Desde luego. ¿Por qué no iba a estarlo? ¿Ha visto a mi tía?
—Estoy aquí, querida.
Una mujer diminuta, de mediana edad, entró animada por la puerta. Salvo por
sus entremezclados mechones grises, su cabello tenía el mismo rico e intenso color
rojo que el de su sobrina.
—Buenos días, tía Alma —dijo la muchacha esbozando una sonrisa, aunque
varias buenas razones hacían que Olivia no tuviese muchas ganas de sonreír. Los
menguados ingresos conseguidos la noche anterior no bastaban para hacer frente al
día a día, efectuar las reparaciones que requería el tejado y mucho menos cubrir los
gastos de la educación de su hermano en Oxford. Además, el hombre arrogante con
quien se había encontrado en el carruaje le había producido una incómoda sensación
en la boca del estómago. La intuición le decía que aquel hombre le traería problemas
y que ella debía ser lo bastante lista como para ser prudente.
—Buenos días Livvy. —Los vivos ojos azules escrutaron atentamente el rostro
de Olivia mientras las manitas como pájaros de Alma jugueteaban con su delantal—.
Pareces agotada, querida. Sabes que no apruebo lo que estáis haciendo. Y Neville, el
pobre muchacho, se quedaría horrorizado si descubriera las... insólitas actividades de
su hermana.
Olivia suspiró y se dejó caer pesadamente en la silla más próxima.
—Ya hemos hablado de esto antes, tía. Hago lo que debo por mi familia. Neville
se merece una educación adecuada. Sólo nosotros sabemos que padre no dejó nada
más que su título, y el secreto debe seguir siendo un secreto.
Alma dirigió una acusadora mirada a Peterson.
—Es culpa suya. Si no fuese por él, no pondrías tu vida en peligro con esas
expediciones nocturnas.
—Si no fuera por Peterson, no habríamos sobrevivido hasta ahora —protestó
Olivia—. Papá no nos dejó nada. Sabes que falleció en circunstancias muy poco
honorables dejando sólo una montaña de deudas y escándalo tras de sí. Una vez
liquidadas sus cuentas, no nos quedó nada.
—Deberías habérselo dicho a Neville en lugar de hacerle creer que había dinero
para su educación.
—No podía hacerle eso. Papá le prometió que podría estudiar en Oxford y yo
no tuve corazón para decepcionarle. Traerle ahora a casa lo destrozaría.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó Alma—. Si sigues arriesgando así tu vida por el
bien de tu familia nunca encontrarás un marido.

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—¿Tienes alguna sugerencia mejor? —preguntó Olivia—. Tal vez tú podrías


emplearte como lavandera, o yo podría trabajar de institutriz, pero incluso así el
dinero no bastaría para mantener esta casa y pagar la instrucción de Neville.
Alma se sonrojó.
—No hace falta que seas tan frívola en este tema. Lavar ropa sería mejor que lo
que tú estás haciendo. Esto tiene que acabar, Livvy. Un día la suerte te abandonará...
y entonces, ¿qué?
—No puedo detenerme, tía, todavía no —argumentó Olivia—. La última noche
no ha sido tan provechosa como confiaba que fuese.
A Alma se le hundieron los hombros.
—Livvy, querida, por favor, reconsidéralo. Robar carruajes podría ser tu
muerte.
Olivia se quedó pensativa.
—Tal vez exista otro modo de conseguir el dinero que necesitamos para
sobrevivir —comentó inspirada.
—¿Qué significa eso exactamente?
—¿Verdad que acabamos de recibir una invitación para el baile de la duquesa
viuda de Stanhope? Es la viuda rica que intentó atrapar a papá para que se casara
con ella, ¿recuerdas? No sería difícil deslizarse en sus habitaciones y...
—¡Absolutamente no! Lo prohíbo. No vas a robar a la gente que conocemos.
—Sabes tan bien como yo que la duquesa es una desagradable arpía.
Probablemente me ha invitado a su baile para humillarme. Nunca ha perdonado que
papá la rechazase. En mi opinión, lo único sensato que hizo en su vida.
—Raras veces asistimos a actos sociales —le recordó Alma.
—Por buenas razones. No podemos permitírnoslo. Necesitaremos trajes de
baile nuevos y tendremos que alquilar un simón que nos lleve hasta allí.
—¿Está realmente pensando en ir, señorita Livvy? —preguntó Peterson.
—Es una oportunidad demasiado buena como para perdérsela. ¿Has
encontrado comprador para la botonadura y el anillo que conseguimos anoche?
—Siempre lo consigo, señorita Livvy.
—¡Oh, querida, esto es terrible! —se lamentó tía Alma cuando Peterson salió de
la habitación—. Hace siglos que no voy a un baile. Ve sin mí, Livvy, y ahórrate así el
gasto de mi vestido.
—Sabes que no puedo, tía. Neville no está aquí para acompañarme, y necesito
una carabina, aunque sea una solterona.
—¿Cómo vas a ser una solterona, querida? —protestó Alma—. Sólo tienes
veinticuatro años.
—Casi veinticinco, y solterona, sí —repitió Olivia—. No pasa nada, tía, tengo
asumida mi falta de perspectivas. Sin una dote, existen pocas esperanzas de que me
case.
—¿Y qué hay de lord Palmerson? Él se casaría contigo sin dote si tú accedieras.
—El vizconde Palmerson es un sapo —afirmó Olivia.
Alma se encogió de hombros.

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—No estoy de acuerdo contigo. Por ahí, circulan algunos desagradables


chismes sobre él, pero ya sabes lo que son las murmuraciones.
—Lo desprecio. Dejó embarazada a la hija de un comerciante y la muchacha se
tiró por el puente de Londres cuando él se negó a casarse con ella. Además, bebe
demasiado y juega aún más. Y no olvides que condujo a mi padre a las deudas y a la
vida disoluta —añadió amargamente—. Por otra parte, se dice que sus bolsillos están
tan vacíos como los nuestros, lo que me hace preguntarme por qué deseará casarse
con la hija de un conde sin blanca.
—No hay nada que confirme el rumor de que Palmerson dejó embarazada a la
muchacha, y cualquier hombre podía haber descarriado a tu padre; dio la casualidad
de que fue Palmerson.
—Di la verdad, tía, a ti tampoco te gusta ese hombre.
—Es cierto, querida, pero me preocupas mucho cada vez que intentas algo
peligroso o insensato. Tengo horribles pesadillas contigo colgando de la horca. —Se
le alteró la voz—. Es terrible, sencillamente terrible.
Olivia rodeó con los brazos a la diminuta mujer y le dio un abrazo
tranquilizador. Quería entrañablemente a Alma. Era la única madre que ella y
Neville habían conocido desde que la suya falleció al traer a Neville al mundo,
dieciocho años atrás. Su padre se había apartado de su familia tras la muerte de su
esposa y pasado el resto de su vida persiguiendo placeres mundanos. Había muerto
hacía cuatro años, defendiendo el honor de una prostituta en un duelo y dejando tras
de sí importantes deudas.
—No te preocupes, tía, seré cuidadosa. Peterson no permitiría que me sucediera
nada.
—Las cosas acabarán torciéndose —se quejó Alma—. Lamento el día en que
Peterson te convenció de esa locura a la que ahora te dedicas.
—Fue idea mía, no de Peterson —le recordó Olivia—. Él se unió a mí porque yo
estaba decidida a hacerlo fuera como fuese. —Alzó la barbilla tercamente—. Además,
no tengo ningún remordimiento por lo que hago. La gente a la que robo es la misma
que alimentaba el apetito de mi padre por el libertinaje. Sus supuestos buenos
amigos no movieron un dedo para detener su ruina, aunque eran conscientes de que
mal podía permitirse seguir su ritmo. La mansión Fairfax de Grosvenor Square sirvió
para pagar las deudas de juego. Si no hubiera comprado esta ruinosa casa, ni siquiera
tendríamos dónde vivir.
—¿No hay nada que pueda decir para detenerte? —insistió Alma.
—Nada. Si las cosas funcionan en el baile, quizá pueda poner fin a mis
expediciones nocturnas.
—Sólo me cabe esperar que así sea —suspiró Alma.
—Ve a por tu sombrero y tu chal, tía. Visitaremos al modisto en cuanto coma
algo.
Olivia masticó su tostada y sorbió su té mientras su mente retornaba al hombre
que viajaba la noche anterior en el carruaje. Parecía la clase de hombre que ella se
había propuesto evitar a toda costa. Era un libertino de los que Olivia conocía bien;

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camino de su casa tras una cita amorosa. En un arrebato de despecho se preguntó


cuántas reputaciones habría arruinado.
Era muy guapo y tenía un aspecto disoluto pese a su bien formado cuerpo y sus
anchos hombros. Le consideraba un noble depravado con tendencia al libertinaje. Era
exactamente igual que lord Palmerson, que había llevado a su padre a la ruina y a
una temprana tumba.
Olivia no podía evitar preguntarse sobre la identidad del hombre. Su carruaje
no ostentaba ningún blasón, pero exhalaba dinero y educación. Y aquella burlona
sonrisa suya le había erizado el vello de la nuca.
Quitó importancia a una repentina premonición de fatalidad y concluyó su
desayuno. Tenía mejores cosas que hacer que fantasear sobre un hombre a quien
probablemente no volvería a ver en su vida.

Gabriel se paseaba de un lado a otro ante su abuela, la marquesa viuda de


Bathurst, con las manos a la espalda y el cejo fruncido.
—No es necesario dramatizar, Bathurst —lo reconvino lady Patrice—. Sabes lo
que pienso en cuanto a proporcionar un vástago que herede el título y las tierras. De
haber vivido tu hermano, estoy segura de que hubiese cumplido con su deber.
—¡Condenación, abuela! ¿Siempre tienes que refunfuñar sobre mi estado de
soltería? Sólo tengo treinta años. Papá no se casó hasta los treinta y cinco.
—Deja de compararte en eso a tu querido padre fallecido —dijo lady Patrice
categórica—. Me estoy haciendo mayor y deseo que haya un heredero antes de dejar
este mundo. Si detuvieras un poco tu vida de francachelas, podrías encontrar una
joven dama de tu agrado. Tengo entendido que las debutantes que entran este año en
el mercado del matrimonio son excepcionales.
—¿Excepcionales? ¿Por qué razón, abuela? —se quejó Gabriel—.
¿Excepcionalmente jóvenes? ¿Excepcionalmente sosas y dóciles? ¿Excepcionalmente
bobas? No tengo ningún interés en esa clase de mujeres.
Lady Patrice golpeó con su bastón de puño plateado en el pulido suelo de
madera con bastante fuerza como para hacerse acreedora de la atención de Gabriel.
—La condesa viuda Stanhope da un baile esta noche. Todo aquel que es alguien
en sociedad estará allí. Supongo que recibiste una invitación.
Gabriel se encogió de hombros.
—Supongo. Grimsley se ocupa de esas cosas.
—Espero que asistas —dijo lady Patrice con una voz que no admitía discusión
—. Mientras estés allí, puedes examinar a las damitas.
Gabriel quería entrañablemente a su abuela, pero era algo tirana cuando se
trataba de organizarle la vida. Así y todo, a él no se le ocurriría decepcionarla.
Asistiría al baile, aunque no tenía ningún interés en considerar sus perspectivas
matrimoniales. La abuela lo conduciría al agua, pero no podría hacerle beber.
Se inclinó y besó la piel tenue como papel de su mejilla.
—Muy bien, abuela, asistiré al baile de lady Stanhope, pero no esperes que

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busque allí al amor de mi vida. Estoy disfrutando demasiado como para dejarme
encadenar tan pronto.
Los azules ojos de lady Patrice, muy parecidos a los de su nieto, brillaron de
satisfacción.
—Eres un buen muchacho, Bathurst. Sabía que verías las cosas como yo. A
propósito —añadió dirigiéndole una inocente mirada—, ¿has sustituido ya a tu
última amante? Aquella actriz apenas alcanzaba tus habituales niveles de «calidad».
Gabriel profirió una carcajada estrepitosa.
—Nunca dejas de sorprenderme, abuela. Ya no veo a Colette ni he encontrado a
nadie que la sustituya.
—No lo hagas —le aconsejó lady Patrice—. Tengo una buena sensación sobre
esta noche. Tomarás el té, ¿verdad?
—Desde luego, pero no puedo quedarme mucho tiempo. Si tengo que asistir al
baile de lady Stanhope, me gustaría llevar refuerzos.
—¿Por casualidad te refieres a aquellos amigotes tuyos de mala fama? En su
momento encontrarán esposas, y entonces, la Liga de los Libertinos de Londres se
dispersará. Para variar, deja que las lenguas se muevan hablando de algún otro.
Sinceramente, estoy harta de oír hablar de las aventuras de mi nieto. Ahora siéntate
mientras pido que traigan el té... tus constantes paseos me agotan.
Gabriel se fue de casa de su abuela una hora después. Al subir a su carruaje,
asió las riendas y dirigió a su par de caballos grises hacia White's. Braxton y
Westmore aún no lo sabían, pero iban a acudir al baile.

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Capítulo 2

Acompañado por sus dos amigos, Gabriel se mezcló con la multitud que asistía
al baile de la condesa de Stanhope, y sintió un abrumador temor cuando advirtió la
sobreabundancia de jóvenes vestidas de blanco virginal, el color utilizado por todas
las debutantes recién presentadas en sociedad.
—No sé cómo he podido dejarme convencer para que me trajeras aquí —se
quejó Ramsey en un aparte con Gabriel—. Observa toda la atención que hemos
despertado. Esta sala contiene más mamás ansiosas de casar a sus hijas con un título
de las que he visto desde hace mucho.
—Yo no estoy buscando una esposa —intervino Luc—, y, afortunadamente,
ninguna está persiguiéndome para casarse conmigo. Mi título no es lo bastante
importante como para obtener la atención que despertáis vosotros dos.
—Mi abuela estaba en lo cierto —repuso Gabriel—. Pero no puede comprender
por qué me niego a tomar esposa.
Ramsey soltó una estrepitosa carcajada.
—¿Sabe tu abuela lo ocupado que estás con las rameras? Tú, Westmore y yo
somos libertinos impenitentes. No me extrañaría que todos acabáramos siendo unos
perdidos.
—Pues que así sea —replicó Gabriel—. Voy a saludar a la abuela y a
emborracharme luego.
—¿Tu abuela no es esa que está hablando con la duquesa viuda? —señaló Luc.
Gabriel dejó escapar un suspiro angustiado.
—En efecto, lo es. Disculpadme, caballeros, el deber me llama.
—¡Atención, ahí viene lady Hayworth remolcando a sus dos poco elegantes
hijas! —advirtió Luc antes de que Gabriel tuviera tiempo de escapar—. Y la indómita
dama tiene esa mirada en los ojos. Ha llegado el momento de que me vaya. Me
reuniré con vosotros más tarde.
—Cobarde —siseó Gabriel mientras Luc efectuaba una rápida retirada dejando
que Ram y Gabriel se enfrentaran solos a lady Hayworth y sus dos hijas casaderas.
—Lord Bathurst, lord Braxton —saludó lady Hayworth con gran deleite—. ¿Era
lord Westmore ese a quien he visto irse apresuradamente?
—En efecto, lo era —repuso Gabriel—. Acaba de acordarse de un compromiso
anterior.
—Recuerdan a mis hijas, ¿verdad? Honoria, Lucinda, saludad al marqués y al
conde.
Gabriel forzó una sonrisa complacida. Aunque conocía a ambas damas,
ninguna le atraía. Honoria tenía los dientes saltones y era algo regordeta, mientras

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

que Lucinda, más joven y bonita, tenía el cerebro de un mosquito. Su agitación de


pestañas y manos lo dejaban completamente exhausto.
Tras cambiar algunos huecos cumplidos, Gabriel se despidió.
—Discúlpenme, señoras, mi abuela requiere mi atención.
—Te acompañaré, Bathurst —dijo Ram—, aún tengo que saludar a nuestra
anfitriona.
—Uf, ha sido una encerrona —comentó Gabriel—. Después de que hable con la
abuela tengo intenciones de irme. He hecho acto de presencia y cumplido mi
compromiso. ¿Recogemos a Westmore y nos vamos a Brook's? Aquí hay poco que...
—se detuvo en mitad de la frase—. ¡Diablos!, ¿quién es?
Gabriel no podía dejar de mirar a la dama que había junto a la puerta. ¿Por qué
no la había visto antes? ¿Dónde se había escondido? Era evidente que no era nueva
en aquel comercio del matrimonio, pues su aplomo y madurez indicaban que no se
hallaba en su primera juventud. Sin embargo su edad no mermaba en absoluto su
fulgurante belleza.
Ram siguió la dirección de la mirada de Gabriel.
—Vaya, imagínate, encontrar aquí a lady Olivia Fairfax. Es impresionante,
¿verdad?
Gabriel pensó que eso era quedarse corto. No sólo era una dama excepcional en
todos los sentidos, sino que también era original, con su oscuro cabello pelirrojo y su
tez impecable. La mayoría de pelirrojas tenían el cutis pálido y pecoso, pero lady
Olivia era la excepción.
—¿Está casada? No veo a ningún marido merodeando junto a ella. ¿Está
disponible para tomar un amante?
—Guarda tu miembro en los calzones, Gabriel —le aconsejó Ram—. Lady
Olivia Fairfax está soltera. Es la hija del finado conde de Sefton.
—He oído el nombre, pero no sé nada de él.
—Falleció de modo bastante deshonroso mientras tú estabas con Wellington en
la Península.
—¿Deshonroso?
—Se enfrentó en duelo por una prostituta que trabajaba en Covent Garden.
Bastante necio por su parte, pero tras la muerte de su esposa, el hombre perdió la
cordura. Por desdicha, algunos amigos suyos se aprovecharon de él. Se dice que dejó
un montón de deudas a las que tuvieron que hacer frente su hijo y su hija.
—Pues deben de habérselas arreglado bien solos, porque lady Fairfax y su
acompañante van a la última moda.
—Su acompañante es lady Alma Fairfax, hermana soltera del fallecido lord
Sefton. Ella crió a los hijos de Sefton a la muerte de su madre.
—¿Por qué no se ha casado Olivia? No se entiende que una mujer de semejante
belleza permanezca aún soltera.
—No tiene dote —repuso Ramsey encogiéndose de hombros—. Tengo
entendido que Doncaster agotó la fortuna familiar, incluida la dote de su hija. Una
vez pagadas las deudas, apenas quedó suficiente para mantenerlas en refinada

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

pobreza y enviar al joven heredero a Oxford. Aunque, como comprenderás, todo son
habladurías, en realidad nadie conoce el verdadero estado de las finanzas familiares.
Ella rara vez asiste a actos sociales.
—¿La conoces?
—Sí.
—Preséntamela. Si necesita un protector, yo soy su hombre.
Ram sonrió.
—¿Vuelves a pensar con el pene? Las vírgenes son algo prohibido para
hombres como nosotros. No desearás acabar encadenado, ¿verdad?
—Estás asumiendo que la dama es virgen, Ram —dijo Gabriel—. Sólo porque
no circulen habladurías sobre ella no significa que no haya tenido amantes. Mira,
¿ése no es lord Palmerson, husmeando a su alrededor? Parecen conocerse muy bien.
Si ella conoce a ese odioso bastardo, no puede ser tan pura como crees. ¿No dejó
Palmerson embarazada a la hija de un comerciante y se negó a casarse con ella?
Dicen que la chica se mató, ¿es cierto?
—Ése es el rumor.
—Pese a su evidente amistad con Palmerson, deseo conocerla. Preséntamela.
Tratando de que no se le notase la ira en la expresión, Olivia paseó la mirada
sobre las numerosas personas que había en la elegante sala de baile de la duquesa
viuda.
—Esto va a ser fácil —le dijo a su tía en un aparte—. Hay tantísima gente
merodeando por aquí que, cuando llegue el momento, es imposible que mi breve
desaparición despierte sospechas.
—Preferiría que no lo hicieras, querida. ¿Y si te sorprenden? ¿Y si...?
—No te preocupes, tía. Seré cuidadosa. Necesitamos el dinero y éste es el único
medio. Vamos a saludar a nuestra anfitriona.
—¡Olivia, querida, qué agradable sorpresa!
Olivia contuvo un gemido. Palmerson era la última persona a quien deseaba
ver. Le ponía los pelos de punta.
—Lord Palmerson —saludó secamente.
—He estado pensando en usted, Olivia. ¿Cuándo va a aceptar mi propuesta?
Todavía tengo la licencia especial que me procuré la primera vez que se lo propuse.
Sus negativas son agotadoras.
—No he cambiado de idea, milord. No tengo intenciones de casarme con usted.
Palmerson se pasó la delgada mano por sus lustrosos cabellos y miró fríamente
a Olivia.
—Eso me sorprende. Sé que Sefton despilfarró su dote. Yo soy su única
esperanza de tener un marido y una familia.
—Usted podía haber detenido la ruina de mi padre si lo hubiera deseado —
replicó Olivia con helado desdén.
—¿Por qué continúa culpándome de la muerte de su padre? Él se labró su
propia desgracia. Yo no podía hacer nada para frenarla.
—Eso dice. Pero era su amigo: debería haberle ayudado.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Eso es agua pasada, Olivia. Está comenzando una contradanza, ¿bailamos?


—No. Yo...
Palmerson no le dio ninguna oportunidad de negarse, le enlazó el brazo con el
suyo y la arrastró a la atestada pista de baile. Olivia se volvió a mirar a su tía, la vio
balancearse mareada y trató de separarse de Palmerson para acudir en su ayuda,
pero él la arrastró en la danza. Ella observó de reojo cómo un hombre pasaba un
brazo por la cintura de su tía sosteniéndola.
Aquella breve mirada fue suficiente para helarle la sangre en las venas. ¡Era él,
el hombre a quien había robado! ¡Maldición! ¡Qué malísima suerte! Luego se obligó a
recuperar la calma recordándose que él no tenía motivos para sospechar de ella.
—Relájate, Olivia, no voy a morderte.
—Para usted soy lady Olivia —replicó cortante—. La familiaridad conduce al
desprecio, milord.
—Somos viejos amigos, Olivia. Nos conocemos desde hace muchos años. —Se
inclinó hacia ella—. Seríamos más que amigos si accedieras a ser mi esposa.
Por fortuna la danza concluyó.
—¿Salimos fuera a tomar un poco el aire? —propuso Palmerson.
—No, gracias —replicó Olivia—. Mi tía me necesita. No tiene buen aspecto.
Se dirigió rápidamente hacia Alma, deteniéndose con brusquedad al ver que
charlaba con aquel hombre. Otro hombre al que reconoció vagamente estaba con él.
Olivia deseó dar media vuelta y echar a correr, pero una mirada sobre el hombro le
permitió ver a Palmerson avanzando hacia ella. Si deseaba evitar más contacto con él,
no tenía más remedio que buscar a su tía. Sólo tenía que asegurarse de que no daba
ningún motivo para que aquel inquietante hombre sospechara que ella era la
ladrona.
Cuando llegó al lado de su tía ambos hombres se volvieron mirándola
expectantes, pero sólo uno de ellos mereció su atención. A la luz de centenares de
velas, su duro y atractivo rostro no mostraba nada de la disipación que ella había
advertido la noche del asalto. Sus anchos hombros tensaban las costuras de su
elegante chaqueta azul oscuro y sus tensados calzones de ante no dejaban nada de su
anatomía a la imaginación. Su cabello negro medianoche era varias tonalidades más
oscuro que los ojos azul oscuro y las cejas describían un inconfundible arco
aristocrático.
Exhalaba arrogancia y libertinaje. Era la clase de hombre que no le gustaba y en
quien no confiaba. Su amigo era tan atractivo y parecía tan hastiado como él. Aunque
le resultaba familiar, no podía recordar su nombre.
—Olivia, querida —comenzó tía Alma—, recuerdas a lord Braxton, ¿verdad? Lo
conocimos hace un año, en Eggerlys. Y el caballero que le acompaña es lord Gabriel
Wellsby, marqués de Bathurst. Lord Bathurst, mi sobrina, lady Olivia Fairfax.
Sobreponiéndose al momentáneo desfallecimiento que sintió al pensar que
había robado a un marqués, Olivia ofreció una mano levemente temblorosa a lord
Bathurst. Con los modales de un perfecto caballero, él se la tomó y se inclinó ante
ella, pero el modo en que le rozó la palma con las yemas de los dedos fue más que

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

turbador. Olivia pudo sentir el calor de su aliento a través del tenue tejido del
guante, y retiró la mano antes de que su temblor la delatase.
—Están tocando un vals. Lady Olivia, ¿me hace el favor de bailar conmigo?
Ella se quedó muy sorprendida al ver que la muy correcta condesa viuda
permitía que el controvertido vals se interpretara en su fiesta. Estaba considerado un
baile poco decente, y Olivia no se había molestado en aprenderlo.
—Lo siento, no estoy familiarizada con los pasos —objetó Olivia.
—En realidad, son muy sencillos. Limítese a seguirme.
Sin esperar siquiera su respuesta, le pasó el brazo por la cintura y la condujo a
la pista de baile. La mantuvo próxima a él, demasiado próxima para la paz mental de
Olivia.
—Tiene unos ojos de un insólito verde —dijo Gabriel mientras giraba con ella
ejecutando un paso que la hizo tropezar.
Ella se asió a él con más fuerza mientras su firme brazo la aseguraba.
—No se preocupe, un paso en falso no es una catástrofe. Sígame, uno, dos tres...
vuelta. Uno, dos tres, vuelta. Eso es. —La iba guiando mientras ella cogía el ritmo—.
Tiene una predisposición natural para la danza.
Casi sin aliento y prendida en el baile, ella no respondió.
—¿Nos hemos visto antes, lady Olivia? —preguntó Gabriel mirándola fijamente
a los ojos.
—Asisto a pocos eventos sociales —repuso ella tras encontrar por fin la voz—.
Dudo que nos hayamos visto anteriormente.
—Es raro —reflexionó él—. Hubiera jurado...
—Pues está equivocado —lo cortó secamente.
Él estrechó el abrazo y Olivia sintió un alarmante roce de su pierna entre sus
muslos mientras Gabriel realizaba un suave giro. Aunque su movimiento no era
abiertamente sexual y se ceñía estrictamente a la danza, Olivia sintió un
estremecimiento interior. Al bailar con Palmerson sólo había sentido repulsión, pero
Bathurst no era Palmerson, y repulsión no era exactamente lo que estaba
experimentando. La presión de su fuerte cuerpo masculino contra ella era
desconcertante.
—¿Conoce bien a Palmerson? —preguntó Gabriel.
Olivia parpadeó.
—¿Qué? ¿Qué ha dicho usted?
¿A qué se refería Bathurst?
—¿Es Palmerson un amigo íntimo?
Olivia le pisó un pie, pero los fuertes brazos de Bathurst permanecieron firmes
sin soltarla. Su ira creció, y trató de separarse, pero la implacable presión de él en su
cintura la mantuvo firmemente en el sitio. Ella no disponía más que de las palabras
para protestar.
—¡Cómo se atreve! ¡Si está suponiendo lo que yo creo, no puede estar más
equivocado!
—Discúlpeme, milady, no pretendía ser impertinente.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Olivia levantó la mirada hacia el seductor rostro del marqués y no vio en él ni


una pizca de remordimiento. El hombre era tan arrogante, que se merecía el robo.
Durante el resto del vals, permaneció obstinadamente muda, con el cuerpo rígido y
negándose a mirarlo.
—¿Está enfadada conmigo? —preguntó Gabriel con un asomo de diversión.
—En absoluto —mintió Olivia—. No soy una chiquilla de cabeza hueca incapaz
de distinguir a un impenitente libertino de un caballero.
—¿Cuántos impenitentes libertinos conoce además de Palmerson, lady Olivia?
—Sólo uno, lord Bathurst —repuso Olivia mirándolo directamente a los ojos.
Para su mortificación, el atractivo marqués echó la cabeza hacia atrás y se rió.
—Touché, milady. Bien hecho.
Antes de que Olivia tuviese tiempo de felicitarse por su respuesta, Bathurst la
arrastró hacia las puertas cristaleras abiertas y salió con ella a la terraza, donde la
apoyó contra la balaustrada, en una esquina oscura, y le plantó delante su figura
impecablemente vestida.
—Me ha parecido que necesitaba respirar aire puro —dijo Gabriel con aplomo.
—Pues está equivocado —replicó Olivia fríamente. Déjeme volver
inmediatamente a la sala de baile. Si no me ve, mi tía se preocupará.
Al tiempo que decía eso, trató de esquivarlo, pero él la atrapó contra la
barandilla de piedra cercándola con los brazos, uno a cada lado del cuerpo de ella.
—La dejo marchar si responde a una simple pregunta, lady Olivia.
Olivia no tenía más remedio que acceder. Esperaba que su pregunta no tuviera
nada que ver con el robo.
—¿Es usted tan inocente como pretende?
—¡Cómo se atreve! —exclamó mientras echaba la mano hacia atrás y le
propinaba un bien dirigido bofetón.
Él se tambaleó, pero no la soltó.
—¿Qué he hecho para merecer esta clase de canallesco tratamiento de usted? —
preguntó Olivia—. ¿Por qué me formula usted tan insultante pregunta?
—Deseo ser su amante —replicó Gabriel—, y evito a las ingenuas como una
plaga. La he visto hablando con Palmerson. Su desagradable reputación aventaja a la
mía. —Se encogió de hombros—. Simplemente he supuesto...
—Usted supone demasiado —lo cortó ella.
Gabriel miró los enojados ojos verdes de Olivia y sintió una extraña sensación
de familiaridad. Algo aguijoneaba su memoria, pero la impresión era demasiado
vaga para asirla. Se había mirado antes en aquellos mismos ojos de matiz esmeralda,
estaba seguro. Pero ¿dónde? ¿Cuándo? Gabriel sabía que se estaba comportando
como un asno sin principios, pero parecía no poder evitarlo. Había algo en Olivia
Fairfax que sacaba lo peor de él.
Sus tersos hombros brillaban tentadores a la luz de la luna y la cintura imperio
de su vestido de muselina verde y oro realzaba los firmes contornos de sus perfectos
senos. Si seguía los dictados de la moda, debajo no debía de llevar nada más que
unas simples enaguas. El excitante pensamiento de las pocas capas de ropa que los

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

separaban envió una oleada de sangre caliente a sus ingles.


Gabriel la deseaba. ¿Por qué aquella mujer le resultaba tan familiar? ¡Maldición
y condenación! ¿Por qué tenía que ser ella inocente? ¿O no lo era? En realidad no le
había dado una respuesta. De notable mala gana, retiró los brazos de la balaustrada y
retrocedió.
—Una vez más le ruego que me disculpe, lady Olivia. Nunca he encontrado a
una mujer que me encendiera así la sangre. Usted es una dama y la he tratado sin
respeto, pero realmente no puede censurarme. Es excepcionalmente hermosa y aún
más enigmática, lady Olivia.
—Seguro que bromea, milord. Hice mi presentación en sociedad hace varios
años y estoy considerada como una solterona. Dirija sus dudosas atenciones a alguna
de las jovencitas que buscan marido. Yo no tengo dote ni perspectivas, y estoy
totalmente satisfecha con mi vida.
—Y ningún amante —le hizo añadir a Gabriel un perverso diablo—. Muy mal.
Tengo entendido que se encuentra en aprietos financieros. Si estuviera buscando un
protector, yo podría ayudarla.
—Puedo protegerme sola, gracias —resopló Olivia mientras se retiraba
prudentemente.
Si no había entendido mal, el marqués acababa de pedirle que fuese su amante.
La insolencia del hombre no conocía límites.
Con un resoplido desdeñoso, Olivia se alejó de él y se precipitó por las puertas
cristaleras dentro de la atestada sala de baile. Tenía una misión y nadie iba a
detenerla; en especial un presuntuoso libertino como Bathurst.
Olivia encontró a su tía Alma sentada con un grupo de matronas que
inspeccionaban a los hombres disponibles para sus hijas. Al verlas, Alma se levantó
al punto y arrastró a Olivia hacia un rincón.
—¿Dónde te habías metido, Livvy? Te he visto bailar con lord Bathurst, pero
luego has desaparecido. Estaba empezando a preocuparme, en especial después de lo
que me he enterado acerca del marqués.
La atención de Olivia se agudizó.
—¿De qué te has enterado, tía?
—El hombre es un libertino insensible, jugador y mujeriego. Recibió el título
cuando su hermano mayor se ahogó en un accidente de barco. Bathurst estuvo con
Wellington en la Península. Me han dicho que es un héroe de guerra. Se había
propuesto hacer carrera en el ejército, hasta que fue convocado a casa tras la muerte
de su hermano. Circulan rumores de que él no quería el título, pero que no tuvo
elección. Su hermano dejó viuda más no heredero.
—No se necesita ser vidente para reconocer lo que es Bathurst —observó Olivia.
—He hablado brevemente con su abuela, la marquesa viuda. Está preocupada
por él y por su desgana para darle un heredero al título. Ve con cuidado, querida. Me
temo que ha puesto en ti miradas lujuriosas, y puesto que parece reacio al
matrimonio, sus atenciones no pueden ser honorables.
—No te preocupes, tía, sé cuidar de mí misma.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Y eso no es todo —susurró Alma—. Dicen que no se ha casado porque está


enamorado de la esposa de su hermano. Que se incorporó al ejército porque la mujer
que él amaba lo rechazó y se casó con su hermano. Bathurst no ha visitado la
mansión familiar de Derbyshire ni a su cuñada desde que regresó a su hogar, ya hace
tres años.
—Bathurst no parece de los que se mueren de pena por un amor perdido —se
burló Olivia.
—Me siento inclinada a creer lo mismo que tú, querida, pero a la gente le gusta
hablar... —Se acercó más a ella—. El marqués forma parte de la famosa Liga de los
Libertinos de Londres, esos hombres escandalosos sobre los que hemos leído en los
diarios. —Por mi experiencia, diría que el marqués posee un temperamento
depravado, y probablemente sea incapaz de discernir lo bueno de lo malo. Dudo
mucho que esté enamorado de la viuda de su hermano. Creo que no tiene corazón y
aún menos escrúpulos.
Alma le dirigió una extraña mirada.
—¿Te ha insultado el marqués, querida Livvy?
—Debes saberlo, tía. Fue el carruaje del marqués el que robamos Peterson y yo.
Alma se tambaleó y dejó escapar un gemido con los ojos desorbitados por el
pánico.
—Tranquila, tía, Bathurst no me ha reconocido. No tiene motivos para creer que
soy otra cosa que lo que parezco.
—Su presencia aquí lo cambia todo —repuso Alma con voz estremecida—.
Debemos irnos inmediatamente.
—No cambia nada, tía. Debemos el pago trimestral de Neville en la universidad
y el techo no se arreglará solo. Tengo que hacer lo que he venido a hacer.
—¿Estás segura de que no existe otro medio?
—Ya hemos agotado este tema, tía. Regresa con las damas y disfruta tanto como
puedas.
—¿Qué vas a hacer?
La pregunta se respondió por sí sola cuando un joven se acercó a Olivia para
pedirle un baile. Ella aceptó graciosamente y fue conducida a la pista. Mientras
marcaba los pasos con su compañero, sintió una sensación molesta en la nuca y vio
que Bathurst se encontraba en un lateral, observándola con una expresión de
desconcierto. Ella bailó varias danzas con diferentes parejas y luego, de pronto,
volvió a encontrarse frente a Bathurst. Él dirigió a los jóvenes que la rodeaban una
mirada amenazadora y éstos se diseminaron como hojas a impulsos del viento.
—He pedido otro vals y no se me ocurre nadie mejor con quien bailarlo que
usted —dijo inclinándose ante ella.
—Pues yo he decidido descansar durante el próximo baile —replicó Olivia.
Se volvía ya para alejarse cuando se encontró con la duquesa viuda Stanhope
ante ella.
—Olivia, querida, estoy encantada de que hayas venido —exclamó la viuda con
envenenado entusiasmo—. En estos días se te ve poco en general. Dime —dijo,

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

inclinándose hacia adelante con mirada ávida de curiosidad—, ¿dónde has


encontrado el dinero para comprar estos encantadores vestidos que lleváis tú y tu
tía? ¿Has robado un banco? O, mejor aún, ¿has encontrado un protector rico? ¿Sigue
Palmerson interesado por ti?
Olivia deseó caer allí mismo fulminada. Si el propósito de la duquesa había sido
insultarla ante el marqués, lo había conseguido.
—Tía Alma y yo nos arreglamos muy bien con lo que papá nos dejó, pero le
agradezco su preocupación —repuso Olivia con suavidad—. Discúlpeme, iba a
descansar un poco los pies —añadió mientras se apresuraba a retirarse.
Gabriel observó con una divertida expresión en el rostro cómo Olivia se alejaba
rápidamente.
—Está destinada a ser una solterona, ¿sabe? —dijo la marquesa con una pizca
de malicia—. La reputación de su padre y su falta de dote la hacen por completo
inapropiada.
—He estado lejos de Inglaterra durante los años de la guerra y no sé nada de la
familia de lady Olivia.
—Lord Sefton podía haberse casado conmigo cuando falleció su esposa, pero en
lugar de ello escogió una vida de disipación. Tengo entendido que dejó a su familia
sin un penique, salvo un pequeño estipendio anual. No sé cómo consigue Olivia
mantener la familia a flote.
Gabriel reconocía la perversa intención de la mujer mientras la oía.
Evidentemente, la viuda estaba descargando en la hija sus frustraciones con el padre.
Se preguntó por qué habría asistido Olivia Fairfax al baile si era tan despreciada por
la anfitriona. ¿A cuántos potenciales maridos habría asustado la viuda con sus
murmuraciones sobre el padre de Olivia y sus asuntos financieros?
—Lady Olivia y su tía van vestidas a la última moda —observó Gabriel—. Tal
vez esté usted equivocada acerca de su falta de fondos.
—Hum. Es improbable, milord. Estoy enterada de todo lo que se dice. En
cuanto a usted, Bathurst, su reputación está dañando sus posibilidades de contraer
matrimonio. Su abuela está muy afligida por la situación.
Un destello de ira oscureció los ojos de Gabriel.
—Soy consciente de los sentimientos de mi abuela. Como probablemente habrá
usted sospechado, sólo estoy aquí porque ella me pidió que viniera. —Inclinó la
cabeza—. Si me disculpa...
Sin aguardar respuesta, se alejó a grandes zancadas. Se detuvo en la puerta y
escudriñó a la multitud en busca de Olivia sin encontrarla. No se hallaba en la pista
de baile ni con su tía.
Tampoco vio a Palmerson, y se preguntó si estarían juntos. Por la razón que
fuera, pensar en Olivia y Palmerson juntos lo irritaba.
¿Sería Palmerson amante de Olivia? De ser así, Gabriel no tendría ningún
escrúpulo en perseguir a la dama. Deseaba a la audaz pelirroja en su cama y no se
detendría ante nada para conseguirla. Puesto que no tenía intenciones de casarse y
no estaba buscando esposa, su falta de dote no le preocupaba.

- 22 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Ni siquiera los mejores amigos de Gabriel conocían sus razones para


permanecer soltero. Pensaban, lo mismo que todos cuantos lo conocían, que estaba
enamorado de la viuda de su hermano, pero no se trataba de eso en absoluto. En la
medida en que ello convenía a sus propósitos, dejaba que se difundiese la historia.
Apreciaba a Cissy, pero sólo como cuñada, y le permitía vivir en Bathurst Park
porque no tenía corazón para echarla. Sus razones para evitar el matrimonio eran
mucho más complejas.
Al no localizar a Olivia entre la multitud, Gabriel decidió despedirse de su
abuela y marcharse. Entonces distinguió a la muchacha saliendo de la pista de baile y
todo lo demás desapareció de su mente. Parecía nerviosa, miraba por encima del
hombro y se movía rápidamente. De pronto, Gabriel estuvo seguro de que iba a
reunirse con Palmerson en algún lugar previamente acordado para una cita galante.
No quería creer algo así de ella. Olivia había rechazado su propuesta, ¿por qué
iba a aceptar a Palmerson? Se le ocurrió una buena razón. Palmerson estaba
dispuesto a casarse con ella, mientras que sus propias intenciones eran menos
honorables.
En el momento en que Olivia desapareció por la puerta, Gabriel la siguió. La
vio subir la escalera y esperó hasta que ella llegó al descansillo superior. Entonces fue
tras ella sorprendido ante su curiosidad. La vio entrar en una cámara y se detuvo
bruscamente preguntándose si realmente deseaba saber lo que estaba sucediendo allí
adentro.
Sí, deseaba saberlo.
Gabriel no hizo ningún intento de ser cauteloso al asir el pomo y abrir la puerta.
La vio al instante, y la expresión del rostro de ella al descubrirlo fue inenarrable.
Sorpresa. Impresión. Incredulidad. Ira.
Recordó que debía volver a respirar cuando vio que ella estaba sola delante de
una recargada arca, en lo que parecía ser el dormitorio de una dama.
Olivia tenía los ojos desorbitados y una expresión de alarma en el rostro cuando
se dirigió a él.
—¿Qué está usted haciendo aquí?
Gabriel se apoyó negligentemente contra el marco de la puerta, con los brazos
cruzados sobre el pecho.
—Podría preguntarle lo mismo a usted. ¿Él aún no ha venido?
—¿Él? Dígame, ¿de quién está usted hablando?
—Va a encontrarse con Palmerson aquí, ¿verdad?
El asombro que se reflejó en su cara le hizo comprender que estaba lejos de la
verdad. Pero ¿qué otra razón podía tener ella para escabullirse sola?
—¡Es usted despreciable! —lo atacó Olivia—. ¿Qué le ha hecho pensar que iba a
reunirme con un hombre?
Gabriel se encogió de hombros.
—¿Qué otra cosa podía pensar?
—Que estoy buscando la sala de descanso de las damas. Me duelen los pies y
quería reposar un poco.

- 23 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Gabriel hizo un lento y detenido examen del dormitorio vistosamente decorado


y su incredulidad se hizo patente al enarcar elegantemente una ceja.
—Si tuviera que aventurar una conjetura, diría que éste es el dormitorio de lady
Stanhope.
Aunque Olivia pareció sonrojarse, Gabriel pensó que se recuperaba con
admirable aplomo.
—Me he perdido. Es una casa grande y las indicaciones para llegar a la sala de
descanso de las damas no eran claras. Será mejor que salga y busque a alguien que
pueda dirigirme allí.
Cuando ella fue a pasar por su lado, Gabriel la asió por la cintura y la cogió
entre sus brazos. Su dulce perfume a flores, la presión de su cuerpo ligeramente
vestido y su exuberante boca tan próxima a él, lo despojaron de todo sentido común.
Estrechándola contra su endurecido cuerpo, se inclinó y la besó en la boca,
usando su lengua para obligarla a abrir los labios y poder saborearla.
Sus suaves senos parecían rogar su contacto, pero cuando deslizó una mano
para acariciar el provocador pezón, ella se escabulló, mirándolo como si fuera la
encarnación del pecado.
—¿Por qué ha hecho esto?
Gabriel se encogió de hombros.
—No he podido resistirme.
Los verdes ojos relampaguearon.
—Porque es usted un granuja y un libertino.
Gabriel miró aquella irritada mirada verde y experimentó otra extraña oleada
de familiaridad.
—¿Está usted segura de que no nos hemos visto antes?
Olivia sofocó un grito con el dorso de la mano y huyó.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 3

Mientras regresaba al salón de baile y buscaba a su tía, Olivia se lamentó en


silencio de que nada saliera bien. Era hora de marcharse: con la debacle que estaba
siendo esa noche, nada más podría obtenerse. Lamentaba el día en que lord Bathurst
se había apeado del coche y entrado en su vida. Aunque estaba segura de que él no la
relacionaba con el salteador de caminos Ollie, no podía explicar su extraña tendencia
a ver algo familiar en ella.
Encontró a Alma y le sugirió que se marchasen. Su tía percibió la angustia de
Olivia y accedió rápidamente a ello.
—Yo me excusaré con la duquesa mientras tú recoges nuestros echarpes y
avisas al cochero —dijo Alma—. ¿Va todo bien, querida? Pareces trastornada. ¿Ha
sucedido algo malo?
—Todo ha ido mal, tía. Te lo explicaré luego. Ve a despedirte de su gracia, te
espero en el vestíbulo.
Olivia se apresuró, ansiosa por irse de allí antes de que Bathurst le saliera de
nuevo al paso. Odiaba pensar en las consecuencias si reconocía a Ollie en ella.

Lord Ramsey Braxton distinguió a Gabriel llegando a la sala de baile con una
resuelta expresión en el rostro. Ram se preguntó qué se proponía. No tenia razones
para relacionar la repentina marcha de lady Olivia con el semblante serio de su
amigo, hasta que éste lo vio y se apresuró hacia él.
—¿Has visto a lady Olivia? —le preguntó Gabriel sin más preámbulos.
—Ella y su tía acaban de marcharse —repuso Ram.
—¡Maldición! —masculló Gabriel mientras se iba apresuradamente dejando a
su amigo boquiabierto.
Gabriel bajó corriendo el largo tramo de escalera y salió al exterior mientras el
coche que conducía a las mujeres que buscaba doblaba la esquina.
—¿Qué infiernos te pasa? —preguntó Ram detrás de él—. ¿Se puede saber qué
le has dicho a lady Olivia para que se haya ido con tanta precipitación?
—¿Qué te hace pensar que le he dicho algo?
—Los dos os habéis ido del salón al mismo tiempo y habéis vuelto al baile
desde la misma dirección. Te conozco, Bathurst. Somos amigos desde hace mucho
tiempo. Lady Olivia no es tu tipo.
—¿Estás listo para marcharte? —le preguntó Gabriel a Ram ignorando su
reprimenda.
—Creí que nunca me lo preguntarías —repuso su amigo con un suspiro de

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

alivio—. Luc ya se ha ido. Ha dicho que se reuniría con nosotros en Brook's.


—Vamos, pues. Puedes contarme todo lo que sepas sobre lady Olivia en el
carruaje.
—Estás empezando a preocuparme, Bathurst —dijo Ram—. Lady Olivia está en
zona prohibida para hombres como nosotros.
—No lo comprendes, Ram, y si te he de decir la verdad, tampoco yo. Hay algo
en ella... que me recuerda a alguien. Hasta que descubra a quién, no podré descansar.

—¿Qué te ha dicho lord Bathurst? —le preguntó tía Alma una vez ella y Olivia
hubieron retornado a salvo a casa—. ¿Te ha reconocido? ¡Oh, querida niña!, ¿qué
haremos?
Olivia sabía que había estado poco comunicativa durante el trayecto de regreso
a casa, pero necesitaba pensar. Encontrar a Bathurst en el baile la había inquietado
profundamente. El marqués era un inconsciente libertino: le había pedido del modo
más descarado que se convirtiera en su amante. Y casi se había quedado muda de la
impresión cuando le había preguntado si era inocente. Un caballero no le hablaría a
una dama de forma tan irrespetuosa, pero estaba claro que Bathurst no era un
caballero.
Si él la hubiera reconocido como quien lo había asaltado, Olivia estaba
razonablemente segura de que la hubiera entregado a la ley, y eso la asustaba. Nunca
se había sentido tan vulnerable. Semejante descubrimiento arruinaría a su familia.
Olivia se esforzó por tranquilizar a su tía, pese a su propia sombría visión del
futuro.
—No es tan malo como eso, tía. Reconozco que encontrarme a Bathurst ha sido
una impresión, pero estoy segura de que él no me ha reconocido. Sin embargo, no
habrá más bailes ni salidas públicas por el momento. No puedo permitir que vuelva
a verme.
—¡Oh, querida! Y, ¿sobreviviremos?
—Pete y Ollie volverán a cabalgar de nuevo —contestó Olivia—. Sólo que la
próxima vez escogeremos más cuidadosamente nuestros objetivos. Ve a acostarte, tía.
Yo subiré luego.
Murmurando para sí sobre pecado y perdición, Alma tomó uno de los dos
candelabros de la mesa del vestíbulo y ascendió lentamente la escalera. Olivia cogió
el otro y se dirigió a la cocina. No la sorprendió encontrar a Peterson esperándola.
—No ha salido como esperaba —dijo Olivia.
Él le dirigió una penetrante mirada.
—¿Qué ha pasado?
Olivia se dejó caer en una silla y hundió la cabeza entre las manos.
—Nada ha salido bien. Toda la velada ha sido un desastre; desde el principio
hasta el fin. Tanto dinero gastado en vestidos para la tía y para mí ¿y para qué?
Podíamos haberlo utilizado para reparar el techo. Me temo que la próxima vez que
llueva, no tendremos bastantes botes para poner bajo las goteras.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Peterson, más amigo de confianza que sirviente, le dio a Olivia unas palmaditas
en el hombro en un torpe intento de consolarla.
—Cuénteme, señorita Livvy.
—Él estaba allí.
—¿Él? ¿Quién?
—Es un marqués. Lord Bathurst, el hombre del carruaje que robamos.
—Eso no debería preocuparla —se burló Peterson—. No hay modo de que
pueda relacionarla con Ollie. Usted es hija de un conde, y de una reputación
intachable.
—No estoy tan segura de eso —repuso Olivia.
Recordó la reacción de Bathurst ante Palmerson y sus equivocadas conclusiones
acerca de su relación, y deseó fervientemente haberse quedado en casa.
—¿Cabalgarán de nuevo Pete y Ollie, señorita Livvy?
—No veo otro remedio —repuso Olivia—. Pero tú has estado con nosotros
mucho tiempo, Peterson, te considero como de la familia. Y nunca ha sido mi
intención poner tu vida en peligro. No te pediré que vayas conmigo, tiene que ser tu
decisión.
La hundida barbilla de Peterson se afirmó.
—¿Cuándo saldremos?
—Pronto. Si tenemos suerte, encontraremos a un acaudalado lord y a su esposa
de regreso de un acontecimiento social en una de las grandes casas solariegas de las
afueras de Londres.

—¿Recibiste la invitación de lord y lady Barrow para su fiesta en su casa


solariega el próximo sábado, Bathurst? —le preguntó Luc a Gabriel mientras
almorzaban con Ram en White's varios días más tarde.
—Grimsley me lo ha comentado esta misma mañana.
—Irás, ¿verdad? —preguntó Ram—. Lady Barrow se sentiría muy defraudada
si su semental preferido no apareciera por allí.
Divertido, Gabriel entornó sus negros ojos.
—Creí que eras tú quien ostentaba ese título.
—Todos hemos gozado de la dama en una u otra ocasión —observó Luc—, pero
tú sigues siendo su favorito.
—Supongo que tendré que aparecer por allí —dijo Gabriel—. ¿Qué haréis
vosotros dos?
—Yo también iré —contestó Ram.
—Oh, bueno, puesto que vais los dos, me apunto —intervino Luc—.
¿Compartimos carruaje?
—Podríamos coger el mío —sugirió Ram—. Acabo de comprar un par de
magníficos caballos bayos en Tattersall y deseo probarlos en la carretera.
Convinieron una hora y se separaron. La abuela de Gabriel le había enviado
una nota pidiéndole que la visitara, y éste se entretuvo mirando el parque mientras

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

lo atravesaba con su coche bajo una lluvia brumosa hasta llegar a la elegante mansión
de Mayfair de la dama. Huntly, el viejo mayordomo de lady Patrice, acompañó a
Gabriel al salón, donde la anciana dama estaba sentada delante del fuego con una
manta de viaje sobre las piernas y un libro apoyado en el pecho.
—Me alegro de que hayas venido, Bathurst —dijo—. Hace un tiempo
horroroso.
—No me has hecho venir para que hablemos del tiempo, abuela. ¿Qué he hecho
ahora?
—¿Te llamó la atención alguna de las damiselas que se encontraban en el baile
de la viuda?
—Había muchas damiselas encantadoras presentes —repuso Gabriel con
prudencia.
—Pero ninguna te atrajo —aventuró ella.
—Ya conoces mi opinión sobre el matrimonio, abuela. ¿Por qué sigues
presionándome?
Lady Patrice movió con triste resignación su blanca cabeza perfectamente
peinada.
—Mi querido muchacho, ¿qué puedo decirte para que cambies de opinión? Has
tenido unos padres cariñosos, no puedes culparlos de tu aversión al matrimonio.
¿Cuál es el problema?
—No tengo ningún deseo de casarme —contestó Gabriel apretando los dientes.
—No me gusta tu tono, Bathurst.
—Perdóname, abuela, pero toda charla sobre el matrimonio me agota.
—Te vi bailando con lady Olivia Fairfax —comentó—. Confío en que tus
aspiraciones no vayan en esa dirección. Ella es bastante atractiva, pero demasiado
mayor, y su falta de dote hace años que la dejó fuera del mercado matrimonial.
Por alguna razón, esas palabras influyeron en Gabriel de modo equivocado.
—Si lady Olivia me interesara, su falta de dote no importaría. Ni tampoco su
edad, que me parece muy correcta para mí.
—¿De veras? —repuso su abuela con una marcada inflexión en la voz—. Qué
interesante.
—Si estuviera interesado he dicho, lo que no es el caso. ¿Deseas algo más,
abuela?
—Tengo entendido que los Barrow dan una gran fiesta familiar en su finca el
próximo sábado. Supongo que tú y tus disolutos amigos asistiréis, puesto que todos
mantenéis tan íntimas relaciones con lady Barrow. —Meneó la cabeza—. La
incapacidad de lord Barrow para frenar las aventuras extraconyugales de su esposa
es horrorosa.
—Abuela...
—No, querido muchacho, no voy a reprenderte por tu implicación con la dama;
no se me ocurriría decirte lo que debes hacer.
Gabriel puso los ojos en blanco.
—Desde luego que no lo harías, abuela. —Besó su arrugada mejilla—. Cuídate.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Cissy y tú sois todo lo que me queda.


—¡Ah, sí, Cissy! Ahora recuerdo por qué te pedí que vinieras. Precisamente
ayer recibí una carta de ella. Desde tu regreso a Inglaterra la has descuidado por
completo, a ella y Bathurst Park. Ni siquiera has contestado a sus cartas, y me ha
pedido que te dé un mensaje. Desea que la visites.
—¿Ha dicho por qué?
—No, pero estoy segura de tu afecto por Cissy, y no puedo comprender tu
desgana en volver a la finca familiar. Desearía que depusieras tu aversión a Bathurst
Park y visitaras a tu cuñada.
Gabriel bajó la mirada.
—No tengo ningún deseo de volver a esa casa.
—¿Son ciertas las murmuraciones? ¿Es Cissy la razón de que te niegues a
casarte? ¿Estás enamorado de la viuda de tu hermano?
—¿Parezco suspirar de amor, abuela?
Lady Patrice lo miró con sus ojos miopes.
—Algo te está reconcomiendo, querido muchacho. Y si no es Cissy, ¿qué es?
Algo o alguien te ha puesto en contra del matrimonio.
—Tengo que marcharme, abuela. No te preocupes por mí. Me gusta mi vida tal
como es.
Mientras salía de casa de su abuela, Gabriel pensaba sobre el deseo que
experimentaba Cissy de que la visitara. Debería haberlo hecho ya tras su regreso de
Francia, pero era incapaz de regresar al hogar de su juventud. Tenía un buen
administrador en Winthorpe y recibía informes de él regularmente, de modo que no
veía ninguna razón para irse de Londres. La emoción de la vida de la ciudad le
convenía; allí nunca estaba aburrido, nunca carecía de compañía, tanto masculina
como femenina. Londres era adonde él pertenecía.
Gabriel se sintió mucho más desasosegado cuando centró sus pensamientos en
lady Olivia; la perversa pelirroja que había obsesionado sus sueños desde el baile de
lady Stanhope. Aunque se había devanado los sesos, aún no podía recordar dónde la
había visto anteriormente, y sin embargo la había visto; estaba seguro de ello. Sin
embargo, cada vez que trataba de recuperar su imagen de algún recuerdo
semienterrado, se le escabullía. Se prometió a sí mismo que algún día lograría asirlo.

—Los Barrow van a celebrar una gran fiesta el próximo sábado en su casa de
campo, señorita Livvy —dijo Peterson—. Lo sé directamente por el ama de llaves de
su mansión en la ciudad, a quien se lo dijo el mayordomo de los Presley y éste a la
señora Hamilton.
—¿Nuestra cocinera?
—Sí, señorita Livvy. La misma señora Hamilton me lo dijo. Habrá algún dinero
fácil en la carretera tras la fiesta.
Olivia pensó amargamente que, tal como iban las cosas últimamente, nada sería
fácil. Pero no tenía ninguna otra alternativa.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Muy bien, Peterson. Hagámoslo.


—Yo me encargaré de todo, señorita Livvy. Puede confiar en mí.

Gabriel entró en la biblioteca de los Barrow para escapar de los otros invitados,
y examinó las estanterías de libros que se alineaban en la pared. Había llegado a la
finca el día anterior por la tarde, con Luc y Ram, y ya estaba aburrido. En una mesita
auxiliar había una licorera de brandy y unas copas, y se sirvió. Pensó que no debería
haber ido. No estaba de humor para los tejemanejes de Leslie, y no se sentía cómodo
con su marido vigilándola de cerca.
Gabriel hizo una mueca de desagrado al recordar cómo Leslie se había pegado a
él cuando lo encontró a solas en la galería superior. Hacer el amor con la sensual
Leslie cuando su marido se hallaba ausente era una cosa, pero engañar al conde
cuando éste estaba en su residencia era algo que excedía incluso la moral de Gabriel.
Además, pensó con un gruñido, no podía desterrar a lady Olivia de su mente lo
suficiente como para dar cabida en ella a Leslie. Había algo que le resultaba
enormemente familiar en la esquiva joven de ojos verdes. Pero tras una atenta
observación de su rostro y su figura, no había visto nada en lo que basar su teoría de
que la conocía. Le parecía como si fuera a volverse loco deseando a una mujer que
para él era prohibida. Dejó escapar un suspiro de exasperación y tomó otro trago del
excelente brandy de lord Barrow.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí solo, Bathurst? Te he estado buscando por
todas partes. —Lady Leslie Barrow dirigió una mirada despectiva a las estanterías de
libros, y luego dedicó una provocativa sonrisa a Gabriel—. ¿No puedes encontrar
nada más emocionante que hacer que leer?
—Necesitaba estar unos momentos a solas —repuso él.
Leslie cerró la puerta de la biblioteca y se le acercó silenciosamente. Gabriel la
observó con los ojos entornados. Si respirara demasiado profundamente, sus
abundantes senos se desbordarían del corpiño de escote bajo. Aunque el vestido
estaba confeccionado siguiendo la última moda, había sido estrechado para revelar la
redondeada figura que había debajo.
Leslie rodeó el cuello de Gabriel con los brazos y estrechó su cuerpo contra él en
descarada invitación.
—Edmond se ha llevado a algunos invitados a ver el lago y los cisnes... Por fin
estamos solos.
—No es una buena idea, Leslie —replicó Gabriel retirándole cuidadosamente
los brazos y retrocediendo—. Edmond está demasiado cerca.
—¡Gran Dios, Gabriel, no me digas que de repente tienes escrúpulos y
conciencia!
«Lo que tengo es un deseo de pelirrojas de ojos verdes.»
—Me conoces lo suficiente como para saber que no es eso, Leslie, pero no es ni
el momento ni el lugar para permitírnoslo. Tienes la casa llena de invitados que
requieren tu atención y, además, mis amigos sin duda me están buscando.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Entonces en otra ocasión —repuso Leslie algo apaciguada—. Pronto regresaré


a la ciudad. Edmond desea tomar las aguas en Bath y le he convencido de que vaya
solo. Te informaré cuando esté sola para que vengas a visitarme.
—Hazlo —repuso Gabriel con una falta de entusiasmo que Leslie pareció no
advertir.
¡Maldita lady Olivia Fairfax! Nada de lo que Leslie tenía para ofrecerle le
interesaba, y todo por culpa de ella.

Gabriel sufrió todo el resto del día y el siguiente, aliviando su aburrimiento con
la caza de por la mañana y hablando de negocios con sus pares durante la tarde que
precedía al gran baile que Leslie había planeado para aquella velada. Gabriel sugirió,
y Luc y Ram estuvieron de acuerdo, partir inmediatamente después de la fiesta en
lugar de quedarse en la mansión Barrow otra noche más, como hacían algunos de los
invitados.
—¿Qué te sucede, Bathurst? —le preguntó Ram—. ¿Por qué no estás en algún
rincón con lady Barrow? ¿O perdiendo mucho dinero en las cartas? ¿O bebiendo con
tu habitual deleite? ¿Es que estás enfermo?
Gabriel frunció el cejo. Debía de estar comportándose de manera totalmente
atípica.
—Estoy bien, Braxton. Tal vez sólo un poco harto de diversiones domésticas
aburridas.
—No tienen por qué ser aburridas —observó Ram—. Lady Barrow te ha estado
mirando toda la tarde. Estoy seguro de que podríais encontraros clandestinamente
antes de la cena de medianoche. Anda, ve y hazla feliz.
—Esta noche, no —murmuró Gabriel—. No estoy de humor. Ram arrugó la
frente. —Ahora me siento preocupado.
Gabriel se echó a reír.
—¿Tan depravado soy que mi falta de deseo por el sexo clandestino despierta
vuestras sospechas?
Ram se encogió de hombros.
—¿Qué otra cosa puedo pensar? A menos que... hayas puesto tus ojos en otra
mujer. ¿Aún estás jadeando por lady Olivia?
—Y nunca he jadeado —replicó Gabriel ofendido—. Admito que lady Olivia es
atractiva, pero vosotros mejor que nadie sabéis que no estoy buscando esposa.
Tontear con ella sellaría mi destino.
—Estoy completamente de acuerdo contigo sobre el sagrado matrimonio —
admitió Ram—, y sé que tienes tus razones como yo tengo las mías. ¿Te importaría
compartirlas?
—¿Estás dispuesto a compartir tú las tuyas?
Ram apretó los labios con fuerza y negó con la cabeza. A Gabriel no le
sorprendió la reacción de su amigo, él sentía lo mismo. Los diablos que lo guiaban
eran personales, no para ser compartidos. En su caso, nadie sabía sus razones para

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

permanecer soltero, ni siquiera su abuela.


—Ya veo que no —repuso Gabriel divertido—. Lady Leslie vuelve a enviarme
señales. Tal vez debería bailar con ella. No desearía quemar mis puentes si no tengo a
nadie esperando en la otra orilla.
—Tienes que tomar otra amante, Bathurst. Has pasado una mala época desde
que despediste a aquella actriz.
—Lo estoy considerando, Ram. Si ves a alguien que te parezca que puede ser
conveniente, infórmame. Disculpadme, se está formando el próximo grupo y Leslie
continúa sin compañero.

Gabriel y Ram estaban casi dormidos mientras su carruaje avanza rápidamente


por la carretera hacia la ciudad. Gabriel cabeceaba contra los cojines mientras Ram
estaba recostado junto a él. Tras la cena de medianoche, se habían despedido de sus
anfitriones e iniciado el regreso a Londres. Luc había concertado una cita a
escondidas con lady Barbara Silvers, en cuyo lecho iba a pasar la noche, y se había
quedado en la casa.
Los suntuosos bayos de Ram recorrían a paso firme la carretera pese a la lluvia
y la niebla; mientras, la luna se había deslizado rápidamente tras las nubes dejando
una noche tan negra como las profundidades del infierno. Ni Gabriel ni Ram estaban
preocupados por los salteadores de caminos; muy poca gente se aventuraría a viajar
en una noche tan sombría como aquélla.
Un disparo despertó a Gabriel de un leve sueño, luego, el coche se detuvo
bruscamente.
—¡Por los infiernos! ¡Otra vez no! —maldijo Gabriel esforzándose por
despejarse. En esta ocasión estaba preparado.
Ram fue más lento en despertar.
—¿Por qué nos hemos detenido?
—Salteadores de caminos —susurró Gabriel—. ¿Tienes un arma? Tras mi
último encuentro con ellos, siempre cargo y dejo lista mi pistola antes de emprender
viaje.
—Tengo una pistola aquí mismo —repuso Ram buscando en un espacio oculto
entre los cojines—. Nunca salgo de casa sin ella. Tardaré sólo un momento en
cargarla y...
La puerta se abrió de golpe y los dos salteadores aparecieron por la abertura.
—¡Ustedes dos, fuera!
Gabriel reconoció aquella voz pese al embozo que cubría la boca y la nariz del
bandido. ¡Qué condenada mala suerte! El bandido distinguió la pistola de Ram y
gritó:
—¡Tire su arma por la puerta!
—Hazlo —le siseó Gabriel a Ram. Este obedeció de mala gana.
—¡Salgan! —ordenó el salteador.
Ram se apeó el primero, seguido de Gabriel. En el momento en que este último

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

salió por la puerta, oyó una ahogada exclamación y, a continuación, la asombrada


voz del bandido:
—¡Usted!
—No creí que volviéramos a encontrarnos tan pronto —dijo Gabriel mientras
aprovechaba la momentánea distracción del bandido para deslizar la pistola en su
mano.
—¿Lleva alguna arma encima? —preguntó el asaltante.
—En esta ocasión, no, Ollie.
—Regístrelo, Pete —dijo Ollie.
Gabriel levantó los brazos ocultando la pequeña pistola en su palma mientras
Pete le registraba los bolsillos.
—Está desarmado, Ollie.
Ram pareció sobresaltarse al oír a Gabriel llamar a los bandido por su nombre.
—¿Son los mismos que te robaron hace varias semanas?
—Los mismos —repuso Gabriel.
—¿Dónde está mi conductor? —preguntó Ram.
—Estoy aquí, milord —exclamó el hombre—. Atado.
—Nadie resultará herido si hacen lo que les decimos. —El salteador mostró un
saco bajo sus narices—. Vacíen sus bolsillos y depositen sus objetos de valor aquí
dentro.
Maldiciendo amargamente, Ram echó allí su bolsa.
—Las joyas también. Anillos, relojes, botonaduras de camisa, todo.
Gabriel obedeció mientras se deshacía de sus objetos de valor con la izquierda y
mantenía la pistola oculta en la derecha. Observaba detenidamente a ambos
salteadores aguardando la oportunidad de utilizar su pistola sin ponerse en peligro
ni él ni a Braxton. Ser asesinado por una mísera cantidad de dinero y algunas
baratijas era perder la vida absurdamente. Pero él deseaba habérselas con los
salteadores de caminos... lo deseaba de todo corazón, en especial con el más joven.
Ollie echó el saco del botín a Pete.
—¡Vete, Pete! Yo mantendré a estos dos a raya.
—Ni hablar, Ollie. Nos iremos juntos.
Ollie dirigió una mirada a Pete y luego comenzó a retroceder hacia un caballo
que esperaba. Gabriel tensó la mano sobre su pistola dispuesto a apuntar y disparar
en el momento en que los asaltantes volvieran la espalda. La oportunidad llegó
cuando los ladrones montaron en sus caballos. Con notable velocidad, Gabriel
apuntó a Pete y disparó.
La suerte quiso que el caballo de Pete se adelantase y que fuese Ollie y no Pete
quien se cruzó ante la vista de Gabriel. Un grito agudo, en absoluto el que se
esperaría de un peligroso ladrón, produjo un escalofrío en la espalda de Gabriel.
Ollie se desplomó sobre la silla y Gabriel profirió una maldición. Aquello no le
gustaba nada, en absoluto.
—¡Le has dado, Bathurst! —gritó Ram.
Gabriel se disponía ya a correr tras el salteador herido, pero Pete dirigió su

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

pistola hacia él deteniéndolo.


—¡Alto ahí! ¿Está bien Ollie? —preguntó Pete—. ¿Puede cabalgar?
Ollie tenía la voz tensa, y Gabriel puedo notar que estaba a punto de perder la
conciencia. Su instinto lo inducía a correr en ayuda del fuera de la ley, pero el sentido
común le decía que no era más que lo que el culpable se merecía.
Ollie gruñó mientras Pete asía las riendas de su caballo; luego, ambas monturas
se perdieron de vista carretera adelante.

Olivia se aferró a las crines del caballo como si fuera en ello la vida. El ardor del
hombro se había convertido en un dolor insoportable y el zumbido de su cabeza
amenazaba con sumergirla en la oscuridad. Pero no podía, no debía desmayarse.
Tenía que volver a casa. A casa, con tía Alma.
«Piensa», se dijo. Pensar en algo que no fuera la agonía que le desgarraba el
hombro. Bathurst, sí; pensar en Bathurst era positivo. La ira podía desterrar el dolor.
Y ella estaba furiosa. El cruel destino había colocado a Bathurst en su camino aquella
noche. ¿Estaba siendo castigada por robarles a los ricos nobles sus baratijas? Era
injusto que, tras verificar que los caballos que arrastraban el transporte no
pertenecían a alguien a quien hubieran robado previamente, se hubiera encontrado
al marqués en el carruaje.
Olivia había pensado con frecuencia en él desde el baile de la viuda. Recordaba
su arrogancia, el calor de su cuerpo mientras bailaban y su inquietante habilidad
para desnudarla con la mirada.
¿Por qué no podía olvidarlo?
Peterson redujo la velocidad de los caballos y se acercó a ella.
—¿Está usted bien, señorita Livvy? ¿Dónde le ha dado la bala de ese bastardo?
Su tía me va a matar.
—En el hombro —jadeó Olivia—. Creo que ha entrado y salido, pero duele
como un demonio.
—Resista —rogó Peterson—. Pronto llegaremos a casa.
—¿Nos siguen?
—No, pero será mejor apresurarnos. Por fortuna, la lluvia nos ayuda.
De pronto, un negro foso pareció abrirse bajo Olivia y se balanceó en la silla.
—No creo...
Apenas fue consciente de cuando Peterson la desmontó de su cabalgadura y la
llevó a la suya. La sostuvo entre sus brazos mientras su robusto caballo los conducía
a los dos a casa.
Cuando llegaron, Alma los estaba aguardando en la cocina.
—He preparado una tetera —dijo al oír abrirse la puerta—. Debéis de estar
mojados hasta los tuétanos y medio congelados.
Cuando se dio la vuelta hacia ellos, la taza se le cayó de las manos estrellándose
contra el suelo.
—¡Livvy! ¡Dios mío, no me digas que está muerta!

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—No, milady, no está muerta, sólo herida. Será mejor que ponga agua a hervir.
—Llévala a su habitación —pidió Alma una vez se recompuso. Aunque había
quienes la consideraban frívola, en las crisis siempre se crecía—. Pondré agua a
hervir e iré por el botiquín.
Tras colocar la tetera en el trípode sobre las llamas, Alma fue en busca de su
caja de curas y se apresuró tras Peterson.
—¿Qué ha pasado?
—Ha sido él, el condenado marqués —escupió Peterson mientras dejaba a
Olivia en el lecho y retrocedía para que Alma pudiera atender a su sobrina herida.
Alma le quitó a Olivia la capa y, cuidadosamente, le retiró la chaqueta.
—¿Qué marqués?
—Bathurst.
—Luego puedes hablarme de eso —le cortó Alma categóricamente—. Ahora lo
que necesito es agua caliente.
Cuando Peterson se marchó, Alma le quitó a Olivia la camisa ensangrentada y,
rápidamente, localizó los dos puntos por donde la bala había entrado y salido de la
carne. Preparó una compresa con trapos limpios, la presionó con fuerza contra la
herida para detener la hemorragia y se sintió aliviada al ver que no tenía que extraer
la bala.
Olivia permaneció inconsciente mientras Alma limpiaba la herida con el agua
caliente que le llevó Peterson, le aplicaba un ungüento y le practicaba un vendaje.
Luego, acabó de desnudar a Olivia y le puso un camisón.
Era cuanto pudo hacer. Si Olivia tenía fiebre, se vería obligada a avisar a un
médico, lo cual podía resultar desastroso. Alma no tenía ni idea de cómo explicar una
herida de bala en la delicadamente educada hija de un conde.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 4

El atormentado grito del salteador herido se había grabado en la mente de


Gabriel y no podía quitárselo de la cabeza por mucho que lo intentase. Tres días
después del atraco, estaba sentado a la mesa de su estudio, tratando de concentrarse
en cuestiones de negocios, pero su cerebro se negaba a colaborar. Incluso había
tratado de desterrar sus pensamientos explorando pasatiempos más agradables, tales
como jugar en Crocker's y probar las mujeres de casa de madame Bella, pero nada le
había servido.
Desde que disparó al bandolero, Gabriel había dado vueltas en la cama
recordando una y otra vez el desgarrador grito del hombre. Era absurdo que
lamentase haberle disparado a un criminal, pero extrañamente, así era. Gabriel
decidió que debía de estarse ablandando con la edad. Antes de entonces había
disparado contra hombres, pero bien era verdad que sólo durante épocas de guerra,
cuando la vida de un soldado dependía de su puntería.
Con una voluntad fruto de la determinación, Gabriel agitó la cabeza para
despejársela del desafortunado incidente, y trató de concentrarse en el informe de
Winthorpe, el administrador de Bathurst Park. Sin embargo, sus pensamientos, de
manera espontánea, se deslizaban hacia otro sendero más agradable.
Olivia Fairfax.
Por razones que estaban más allá de su comprensión, su curiosidad por la dama
bullía desenfrenada. ¿Dónde viviría? ¿Quiénes eran sus amigos? ¿Tendría enemigos?
Al parecer, era una especie de reclusa, porque raras veces se la veía en sociedad.
¿Tenía admiradores, aparte de Palmerson? Incapaz de concentrarse en el informe,
Gabriel se levantó y fue hacia la ventana. La lluvia acribillaba el cristal, sólidas gotas
de agua se estrellaban contra el suelo, frente a la casa, ocultando a alguna ocasional
alma valerosa que se aventuraba a salir en ese día desapacible y borrascoso.
Gabriel se apartó de la ventana y tiró del cordón para llamar a Grimsley. Al
cabo de unos momentos, un hombre alto y delgado, de edad indeterminada, entró en
el estudio. Grimsley, aunque impecable en su aspecto y maneras, era más peligroso
de lo que cabía imaginar, y era versado en cuestiones que quedaban levemente fuera
de la ley. Durante la guerra, había servido a Gabriel como asistente, y le había
salvado la piel en más de una ocasión. Gabriel había tenido una buena relación con él
entonces, y ahora, en tiempos de paz, el hombre le servía bien en más de una
habilidad.
—Parece bastante malhumorado esta mañana, milord —observó Grimsley—.
¿Está enfermo? ¿Puedo hacer algo por usted?
—No estoy enfermo, pero sí que hay algo que puede hacer por mí. Sé que hace

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

un día endemoniado, pero esto es importante. Necesito cierta información, y puesto


que usted es tan bueno obteniéndola...
Grimsley sonrió.
—Soy su hombre, milord. ¿Qué desea saber?
—Lady Ofelia Fairfax, hija del difunto conde de Sefton. Deseo saberlo todo
sobre ella.
Grimsley enarcó interrogativamente una de sus cejas ligeramente grisáceas.
—¿Hay algo en particular que le interese?
—Deseo saber dónde vive, si su padre le dejó dinero y los nombres de sus
pretendientes. Tengo entendido que convive con una tía. ¿Tiene otros parientes?
Cuanto pueda decirme sobre la casa será de ayuda.
—Haré todo lo posible —prometió Grimsley. Y se volvió para marcharse.
—Me disculpo de nuevo por enviarle fuera con este tiempo atroz —dijo Gabriel.
—No tiene importancia, milord. Los tuvimos peores en la Península.
—Llévese el carruaje, Grimsley.
Gabriel volvió a su informe. Con Grimsley encargado de obtener la información
que necesitaba, ésta pronto estaría disponible.

Lady Alma se retorcía las manos preocupada mientras cuidaba de su sobrina,


que yacía muy pálida e inmóvil en la cama. Desde el incidente de Olivia con lord
Bathurst, hacía tres días, su recuperación estaba yendo muy lenta para el gusto de
Alma. Olivia había empezado a tener fiebre al día siguiente del terrible incidente, y
ninguno de los remedios de Alma parecía surtir efecto.
—Tía Alma, ¿aún estás ahí? Tengo mucho calor.
Alma contempló a Olivia con dolorida preocupación.
—Es que tienes fiebre, querida. No te ha bajado en tres días. Creo que es hora
de llamar a un médico.
—¡No! —exclamó Olivia, esforzándose por sentarse—. No puedes, tía, sabes
que no puedes.
Alma le dio unos suaves golpecitos en el hombro y la apremió a tenderse de
nuevo.
—Te estás alterando, querida, y eso no es bueno para ti. No haré nada que no
desees. Descansa mientras voy a buscarte un caldo.
Una vez Alma se aseguró de que Olivia estaba cómodamente recostada en el
lecho, salió silenciosa de la habitación. Sorteó los charcos de agua que se formaban en
el suelo pese a los recipientes colocados bajo las numerosas goteras del techo, y se
apresuró hacia la cocina.
—¿Cómo está? —preguntó Peterson mientras depositaba un bote con estrépito
sobre la gastada mesa.
—Aún con fiebre. La he sugerido avisar a un médico, pero no quiere oír hablar
de ello.
Sorbió por la nariz y se enjugó una lágrima.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Estoy preocupada —concluyó.


—De todos modos, dudo que con este tiempo viniera ningún médico —
comentó Peterson.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Alma.
—Buscando botes para ponerlos bajo las goteras.
Alma fue a la despensa y regresó con las manos vacías y los ojos asustados.
—No tenemos ni un hueso para sopa. ¿Qué vamos a hacer?
Peterson recogió su impermeable de un gancho.
—No se preocupe, lady Alma. Yo le conseguiré un hueso para la sopa.

Gabriel paseaba arriba y abajo de su estudio, deteniéndose de vez en cuando


para mirar con atención al exterior a través de la ventana. Grimsley hacía horas que
se había ido y estaba oscureciendo. No debía haber enviado a su hombre de
confianza a la calle en un día como aquél, su encargo podría haber esperado al día
siguiente. A Grimsley le debía un aumento de sueldo, y Gabriel decidió que sería
sustancial.
Se estaba retirando de la ventana cuando vio acercarse su carruaje. Se dirigió al
vestíbulo y aguardó impaciente a que el cochero dejase a Grimsley ante la entrada
principal. La puerta se abrió con una ráfaga de viento que casi le hizo perder el
equilibrio.
—Póngase ropa seca antes de informarme de sus descubrimientos —le ordenó
Gabriel—. ¿Prefiere té o brandy?
Grimsley esbozó una sonrisa.
—Brandy, milord.
Gabriel le devolvió la sonrisa.
—Yo pensaba lo mismo. El brandy y yo le aguardaremos en mi estudio.
Grimsley se presentó allí poco después. Gabriel le tendió una copa de brandy.
—Mi información sobre lady Olivia es incompleta, pero puede ser de cierto
valor para usted —comenzó Grimsley mientras se sentaba en una silla frente a
Gabriel—. La dama y su tía son un par de solitarias.
—¿De qué se ha enterado? ¿Puede decirme dónde vive?
—Ciertamente, milord. Encontré su casa. Está al sur de Mayfair, en Chelsea. —
Le tendió un pedazo de papel—. Anoté el número de la casa. No es un lugar
impresionante.
Gabriel echó una mirada a la dirección y se guardó el papel en el bolsillo.
—¿Qué más?
—Como ya sabe, la tía soltera de lady Olivia vive con ella. Tiene además un
hermano más joven, pero no cuenta con parientes próximos en Inglaterra. Según los
vecinos, tienen dos sirvientes, una combinación de cocinera/ama de llaves que acude
diariamente y un hombre para todo que vive en la casa. Sospecho que rozan la
pobreza.
—Tengo entendido que el hermano está fuera, en la universidad. ¿Cómo se las

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

arreglan para pagar su estancia allí?


—Eso es en cierto modo un misterio. El muchacho tiene dieciocho años.
Algunos dicen que el conde de Sefton dejó bastante dinero como para pagar los
estudios de su hijo, pero nadie parece saberlo a ciencia cierta. Los que conocieron al
conde dicen que tras la muerte de su esposa fue de mal en peor. Que se involucró con
un individuo llamado Palmerson y en toda clase de libertinajes.
—¡Palmerson! —repitió Gabriel—. Ese hombre es una amenaza para la
sociedad. Siga, Grimsley.
—El conde de Sefton encontró la muerte en un duelo por una prostituta de
Covent Garden. Fue todo un escándalo. Se dice que fue incitado a batirse por
Palmerson. No sé qué tendría que ganar Palmerson en ello, pero me parece
sospechoso, en especial porque me he enterado de que ha propuesto matrimonio a
lady Olivia.
Gabriel se quedó inmóvil.
—¿Ella ha aceptado?
—No, que yo sepa. Y eso es todo, milord. La dama y su tía raras veces asisten a
acontecimientos sociales, aunque algunos antiguos amigos de la familia aún las
invitan. Peterson, el hombre para todo, cuida de ellas como si fueran su propia
familia.
—Lo ha hecho muy bien, Grimsley —la felicitó Gabriel—, la verdad es que
nunca me ha fallado usted. Se ha ganado una buena gratificación por su trabajo y un
sustancial aumento para primeros de mes.
—Gracias, milord. Es usted muy generoso.
—Tómese el resto del día libre, se lo merece. Ya me abrirá algún lacayo cuando
regrese esta noche.
—¿Va a salir, milord? ¿Con este tiempo?
—Lord Braxton me ha enviado una nota. Westmore y él me invitan a reunirme
con ellos en Brook's para una cena tardía.
Grimsley se puso en pie.
—Muy bien, milord. Le deseo una noche agradable.
—Buenas noches, Grimsley.
Gabriel salió de su estudio y ordenó a un lacayo que hiciera venir a la puerta su
carruaje. Luego regresó a su habitación para vestirse para la noche. Throckmorton, su
criado, le ayudó a ponerse una camisa de hilo y un traje, le ajustó la chaqueta a los
hombros y luego le tendió el sombrero y el bastón. Gabriel salió de la casa con el
aspecto de un elegante marqués.
Cuando le indicó al cochero la dirección, sólo se le ocurrió un lugar adonde
deseara ir.
—A Chelsea, Jenkins. Y después a Brook's.
Jenkins ocupó el asiento del conductor y el vehículo se puso en marcha
traqueteando por la calle barrida por la lluvia hacia Chelsea. Cuando llegaron a ese
distrito, antes tan de moda pero a la sazón lugar de residencias venidas a menos,
Gabriel localizó la dirección que Grimsley le había facilitado y dio unos golpecitos en

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

el techo. El coche se detuvo ante una estrecha casa que tal vez había sido distinguida
en otro tiempo, pero que ahora necesitaba desesperadamente una restauración.
Gabriel se preguntó por qué lady Olivia no habría destinado parte de su
estipendio mensual a reparaciones. El misterio despertó en él el deseo de resolverlo.
Si no aquella noche, algún otro día no muy lejano. No se hacían visitas a damas casi
desconocidas a aquellas horas de la noche. Aunque Gabriel tal vez no fuera un
caballero en el estricto sentido de la palabra, observaba algunas de las normas
dictadas por la sociedad.
Dio un golpe en el techo y el coche avanzó a sacudidas. Estaba abismado en sus
pensamientos cuando el carruaje se detuvo y Jenkins abrió la puerta.
—Estamos en Brook's, milord.
Sostuvo un paraguas por encima de la cabeza de Gabriel y lo acompañó hasta la
entrada.
La puerta se abrió y Gabriel se agachó un poco para entrar. En seguida vio a
Braxton y Westmore. Estaban de pie junto al hogar, absortos en una conversación con
lord Paxton. Gabriel avanzó hacia ellos a grandes pasos.
—Bathurst —lo saludó Ram—, llegas tarde. El estómago me llega a la columna.
¿Qué te ha entretenido?
—Tenía que hacer algo primero. Hola, Paxton. Creía que estabas en el
extranjero.
—Acabo de regresar, amigo. ¿No sabes que acabo de encadenarme?
—Felicidades.
—Sí, bueno, la dote valía la pena. Ahora debo marcharme; mi mujercita me está
esperando.
Ram soltó una risita mientras Paxton se alejaba.
—He aquí un ejemplo excelente de lo que el matrimonio puede hacer con un
hombre.
—Busquemos una mesa y encarguemos la cena —sugirió Luc—. Mientras
comemos, Bathurst puede contarnos qué lo ha hecho retrasarse.
Tras encargar la cena, Ram y Luc observaron a Gabriel expectantes.
—¿Quién es la mujer que te ha hecho llegar tarde? —preguntó Luc sin más
preámbulos.
—¿Qué te hace pensar que sea una mujer?
—Nunca se me ocurriría que pudiese no serlo —rió Luc a carcajadas.
—Tal vez nuestro amigo ha estado ocupado tratando de averiguar la identidad
de nuestros salteadores de caminos —aventuró Ram.
—Lo dudo —replicó Luc—. Desde el día del robo venimos sufriendo este
horrible tiempo. Estoy seguro de que Bathurst ha estado encerrado en su casa, lo
mismo que nosotros. Nada como una bebida caliente y un fuego acogedor en el
hogar cuando el tiempo es así de atroz.
—He estado pensando en el robo, en efecto —reconoció Gabriel—. Me
propongo enviar a Grimsley a recorrer hospitales y médicos que se sepa que atienden
a delincuentes para que investigue si recientemente ha ingresado alguien con una

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

herida de bala.
—Hiciste lo que tenías que hacer —afirmó Ram—. No pienses más en ello. Sólo
nos robaron una mísera suma. Te lo puedes permitir.
—Ésa no es la cuestión, Braxton. Ser robado dos veces por los mismos bandidos
es algo indignante.
—Ya nos informarás de lo que averigües —repuso Ram centrándose en su plato
de chuletas de cordero y patatas—. Estoy ansioso por sentarme con las cartas. Hoy
siento que voy a tener suerte.
—Yo creo que esta noche pasaré —dijo Gabriel—. Tengo necesidad de hacer
algo.
Ram dejó su tenedor en la mesa y miró fijamente a su amigo.
—¡Lo sabía! ¡Has encontrado una nueva amante! ¿Quién es? Debe de ser
alguien importante para que estés tan nervioso.
Gabriel arqueó una ceja.
—En realidad no hay ninguna amante. —Dejó su tenedor y se limpió la boca
con la servilleta—. Ahora, si me disculpáis, debo irme.
Luc y Ram se miraron el uno al otro con la preocupación reflejada en el rostro
mientras Gabriel se alejaba.
—¿Qué supones que le pasa? —dijo Ram—. Últimamente no es el mismo.
Nunca había visto que nada lo consumiera tanto como ese asunto de los salteadores.
Casi parece que lamente haber disparado a uno de aquellos bastardos.
—Eso es absurdo, Braxton —lo reprendió Luc—. Bathurst no permitiría que un
robo lo afectase de ese modo. Se trata de una mujer, hazme caso.
—No le he visto con ninguna mujer en especial —reflexionó Ram en voz alta.
—Ni yo... a menos que... ¡diablos! No creerás que se está interesando por lady
Olivia, ¿verdad?
—Ya sabes que ella está fuera del mercado. Dudo que Bathurst perdiera su
tiempo con una mujer sin dote, por muy encantadora que sea. Además, perder el
tiempo con una dama soltera no es el estilo de Bathurst. Ella acabaría exigiendo
matrimonio, y nuestro amigo no tiene ninguna intención de encadenarse.

Gabriel no tenía idea de que sus amigos estaban especulando sobre su vida
amorosa mientras su coche traqueteaba por la carretera, bajo la húmeda noche. Le
había dado a Jenkins una dirección que lo conducía de nuevo hacia Chelsea. Dio
unos golpecitos en el techo y el vehículo se detuvo otra vez en la curva, ante la casa
de Olivia. Aunque Gabriel no tenía intenciones de entrar en la casa esa noche, se
recostó en los cojines y contempló la luz fluctuante a través de las ventanas.
Comprendiendo que entretenerse fuera de la casa de Olivia era una pérdida de
tiempo, Gabriel estaba ya a punto de indicarle a Jenkins que prosiguiera, cuando
advirtió una figura encorvada que se acercaba a la residencia. Esa persona llevaba un
paquete bajo el brazo, vestía un impermeable y era sin lugar a dudas un hombre. Al
ver que entraba en la casa sin llamar, Gabriel entornó los ojos. Evidentemente,

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Grimsley no se había enterado de todo acerca de lady Olivia Fairfax.

Al día siguiente, Gabriel se levantó antes del mediodía pese a haber dormido
poco la noche anterior. Se vistió, tomó un ligero desayuno y salió de la casa. Puesto
que el día había amanecido insólitamente excelente tras casi una semana de lluvia,
Gabriel decidió dirigir su carruaje hacia Chelsea. Tal vez pudiese invitar a lady
Olivia a dar un paseo por Hyde Park. Si pasaba más tiempo en su compañía, podría
acabar recordando dónde se habían visto antes.
A la luz del día, Chelsea resultaba deprimente. Hileras de mansiones vetustas
que habían conocido tiempos mejores se alineaban en las calles, e incluso la gente
que merodeaba por allí parecía desaliñada.
Gabriel hizo detener el coche delante de la casa de Olivia, y descendió de él
ágilmente. Se ajustó la chaqueta, recogió su bastón y anduvo airoso hacia la puerta
principal. No había aldaba, por lo que usó su bastón para anunciar su presencia.
Transcurrió largo rato hasta que la puerta se abrió, apareciendo en ella un hombre
mayor, de cabellos grises y larga nariz, que vestía lo que pretendía ser una librea,
unos calzones negros y un ajado chaleco negro sobre su arrugada camisa de hilo.
¿Sería aquél el hombre para todo de Olivia? Pareció algo sobresaltado al ver a
Gabriel, pero se recompuso en seguida.
—¿En qué puedo servirle, milord?
—Por favor, informe a lady Olivia de que lord Bathurst ha venido a visitarla.
¿Sabe si recibe?
—Yo... no es momento oportuno, milord.
El hombre parecía totalmente desconcertado, y Gabriel se preguntó por qué
razón.
—Le sugiero que anuncie mi presencia a lady Olivia y deje que sea ella quien
decida.
—Lo siento, milord, no puedo hacer eso. Lady Olivia no está... es decir, ella...
—¿Quién es, Peterson? —se oyó preguntar.
—Su señoría el marqués de Bathurst desea ver a lady Olivia.
Gabriel miró más allá del mayordomo y distinguió a lady Alma junto a la
escalera, al parecer tan desconcertada como Peterson.
—¡Oh Dios, Dios! —exclamó Alma—. Él no puede. Quiero decir, es imposible.
Sin aguardar a ser invitado, Gabriel pasó por delante de Peterson y entró en el
vestíbulo. Se quitó el sombrero y se detuvo tan bruscamente que casi tropezó con
uno de los cubos llenos a rebosar de la lluvia del día anterior. Una gota de agua cayó
del techo en su cabeza en ese momento, y cuando levantó los ojos, otra gota le cayó
en uno de ellos. Se la secó y, de repente, se dio cuenta de que había varios cubos más
situados estratégicamente en todo el vestíbulo y más allá.
Gabriel se volvió hacia Peterson.
—¿Qué es todo esto?
—El techo, milord, tiene goteras —repuso Peterson secamente.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Ya lo veo. Pero ¿por qué no ha sido reparado?


—Porque no todos disponemos de una riqueza como la suya —repuso Alma
adelantándose para defender a Peterson.
—¿Dónde está lady Olivia? —preguntó Gabriel ignorando el sarcasmo de la
mujer.
La mujer lanzó una preocupada mirada hacia la escalera.
—No está... disponible.
Gabriel ya había tenido más que suficiente.
—¿Qué le sucede?
—Mi sobrina está afectada por el clima y no se halla en condiciones de recibir,
milord.
—¿Han avisado a un médico?
Lady Alma palideció.
—No es necesario. Soy perfectamente capaz de cuidar dolencias menores.
Gabriel, con una mueca, lanzó una mirada apreciativa a las paredes, que
rezumaban agua, y al suelo húmedo.
—Las condiciones de vida aquí son pésimas. No es de extrañar que lady Olivia
esté enferma.
Lady Alma agitó las manos impotente.
—Le aseguro que, como ha dejado de llover, Olivia se pondrá bien muy pronto.
Ni el ceño de lady Alma ni la frente arrugada de Peterson eran
tranquilizadores.
—Juzgaré por mí mismo las condiciones de lady Olivia —dijo, dirigiéndose a la
escalera. Alma se situó frente a él.
—¡Lord Bathurst, usted no puede hacer esto! No es correcto. Usted y mi sobrina
apenas se conocen.
Él la rodeó.
—Sea como fuere, voy a subir. Usted puede acompañarme, pero no puede
detenerme.
—Peterson, haga algo —rogó Alma.
—¿Qué quiere que haga yo? —preguntó Peterson observando la altura y la
envergadura de Gabriel—. Él es un marqués y yo... —se encogió de hombros—, yo
soy un criado.
Gabriel subió la escalera advirtiendo, a medida que avanzaba, que la barandilla
se bamboleaba y que los peldaños cedían bajo su peso. Alma subía a trompicones
detrás de él retorciéndose las manos y murmurando para sí.
—Muéstreme el camino —dijo Gabriel, dejando que Alma le precediese.
Ésta avanzó rápidamente ante él y se aplastó contra una puerta cerrada en lo
alto de la escalera. Gabriel enarcó una ceja, cogió a Alma por la cintura y la hizo a un
lado. Luego golpeó una vez en la puerta y pronunció el nombre de Olivia. Al no
recibir respuesta, llamó de nuevo.
—Lady Olivia, soy Bathurst. Su tía dice que está usted mal. ¿Puedo serle de
ayuda?

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

En esta ocasión, oyó un débil:


—¿Bathurst? ¡Oh, no! ¡Váyase!
—¿Lo ve? —exclamó Alma mirándolo airada—. Olivia no desea verle.
Sencillamente, no es correcto, milord.
Gabriel sabía que estaba quebrantando las normas, pero algo iba mal, muy mal.
Si Olivia necesitaba un médico, él iba a asegurarse de que lo tenía. Tal vez ella no
pudiera pagárselo, pero él sí.
—Voy a entrar —anunció Gabriel.
Le concedió un momento para que se preparara y luego abrió la puerta y entró.
Su mirada se posó en el lecho donde la ligera figura de Olivia era apenas distinguible
bajo la colcha que la cubría. Una espléndida cabellera roja estaba extendida por la
almohada, enmarcando un rostro mortalmente pálido, salvo por dos manchas rojas
en sus mejillas.
—¿Qué está usted haciendo aquí? —balbuceó Olivia.
Gabriel se aproximó al lecho.
—Está enferma. Enviaré a Jenkins por mi médico personal inmediatamente.
—¡No! —protestó Alma—. ¡Por favor, milord, váyase! Le prometo que avisaré a
mi propio médico.
Gabriel miró a Olivia con la frente fruncida por la preocupación.
—Está con fiebre. ¿Cuánto tiempo hace que está así?
—Uno o dos días —contestó Olivia débilmente—. Váyase, no deseo que me vea
así.
—¿Qué han hecho por ella? —preguntó Gabriel rodeando a Alma—. No soy
médico, pero tengo suficiente conocimiento de fiebres como para saber que debería
estar obligándola a ingerir líquidos.
Olivia trató de incorporarse, pero Gabriel la asió por los hombros y suavemente
la obligó a recostarse. A través del camisón de hilo sintió el calor de su carne, y
maldijo entre dientes. Al parecer, los brebajes preparados por lady Alma poco habían
contribuido a aliviar la fiebre de la joven. Se arrodilló junto al lecho y le cogió la
mano.
—Lady Olivia, sé por qué su tía no ha avisado a un doctor. Tal vez usted no
pueda permitirse cuidados médicos, pero yo sí puedo.
—No... no es eso —repuso ella con voz ronca—. No se preocupe. Me curaré. Tía
Alma está atendiéndome muy bien. No necesito su ayuda. Adiós Bathurst.
Gabriel se levantó, pero no se marchó, como Olivia ordenaba. Mientras dirigía
la mirada por la habitación, escasamente amueblada, su expresión era de sombría
desaprobación.
—Usted no pertenece a este lugar. El techo tiene goteras y el yeso se está
desmoronando.
—Somos muy conscientes de la situación —repuso Alma mordiéndose el labio
inferior para evitar que le temblara.
—¿Cómo se atreve a venir a nuestra casa sin ser invitado y a insultarnos? —lo
atacó Olivia—. Tampoco puede usted dictarnos cómo debemos vivir. No es de su

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

incumbencia cómo manejamos nuestros asuntos.


Gabriel pensó que ella tenía razón. Apenas conocía a Olivia Fairfax y a su tía, y
no tenía ningún motivo para inmiscuirse en sus vidas; pero allí se necesitaba un
médico y por razones que se le escapaban, se sentía obligado a ayudar.
—Enviaré a Jenkins por mi médico.
—Puesto que no le permitiré que me examine, estará usted perdiendo su
tiempo y el de él —replicó Olivia.
Gabriel, exasperado, se pasó la mano por los negros cabellos.
—¿Por qué rechaza mi ayuda?
—No aceptamos caridad. Además, estoy segura de que su ayuda conlleva un
precio que no estoy dispuesta a pagar. Un hombre de su desagradable reputación
siempre desea algo a cambio.
Gabriel soltó un resoplido de indignación.
—Yo no le he pedido nada.
Olivia cerró los ojos y recordó la noche del baile. Lord Bathurst no sólo le había
hecho una proposición indecorosa, sino que se había tomado libertades y formulado
preguntas de naturaleza muy personal. Por añadidura, si se enteraba de que ella era
quien le había robado, estaría perdida. No podía permitir que un doctor viese su
herida. Sin duda alguna levantaría sospechas.
—Le prometo avisar a mi propio doctor si usted quiere, pero déjeme sola —dijo
Olivia.
Prometería cualquier cosa con tal de librarse de Bathurst. El hombro le dolía
endiabladamente y se sentía como si se estuviera cociendo en los fuegos del infierno.
Gabriel parecía oscilar hacia adelante y hacia atrás ante la desvaída visión de
Olivia. Contemplando aquel rostro tan hermoso se preguntaba qué lo habría llevado
junto a su lecho. Era la última persona del mundo a quien hubiese esperado ver. Por
la expresión de sus ojos veía claramente que la encontraba patética, y ella no deseaba
su piedad. No deseaba nada del marqués de Bathurst.
—¿Por qué está usted aquí, milord?
—¿Tan pocos pretendientes tiene que no reconoce a uno cuando viene de
visita? Creí que le gustaría disfrutar de un paseo por el parque.
—En otra ocasión quizá —intervino Alma—. Ahora Olivia debe descansar.
—Por favor, váyase Bathurst —le rogó la joven—. Mi tía tiene razón. Estoy
cansada.
—¿Qué hay del médico? —la presionó Gabriel.
—Enviaré a Peterson a buscarlo inmediatamente —repuso Alma llevándolo
hacia la puerta—. Le acompaño.
—Muy bien. Pero no se librarán de mí tan fácilmente. Volveré mañana.
Olivia no pudo relajarse hasta que Alma regresó para decir que Bathurst se
había ido.
—¿Por qué ha venido? —preguntó Olivia.
Alma le dio unos golpecitos en el hombro para tranquilizarla.
—Está interesado por ti, Livvy. He podido verlo en sus ojos.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Los intereses de Bathurst van en una sola dirección —se burló Olivia—. Y
ésta está por debajo de su cinturón. Él sólo desea una cosa de una mujer, y
evidentemente cree que yo estoy disponible y dispuesta a entregarme. Estoy segura
de que cree que una mujer soltera está desesperada por tener un hombre.
—Tal vez le convinieras como esposa —especuló Alma—. Necesita un
heredero, y tu pureza de sangre es intachable.
—Bathurst es un libertino impenitente, y no está en absoluto interesado en el
matrimonio. Dudo que exista una mujer capaz de enderezarlo. Además —añadió
fatigada—, no lo querría ni en bandeja de plata.
—Estás cansada, querida —observó Alma—. Échate una siesta mientras te
caliento un poco de caldo. Bathurst tiene razón en que debo forzarte a tomar
líquidos. También es acertado lo de avisar a un médico. Tu persistente fiebre me
preocupa.
—Aguarda un día más, tía —le rogó Olivia—. Si la fiebre no remite mañana,
puedes enviar a Peterson a por el doctor Drayton. Podemos vender el último botón
de diamante para pagar sus honorarios y comprar su silencio.
Alma le dirigió una mirada escéptica.
—Muy bien. Un día más, Livvy. Pero sólo eso.

El pálido rostro de Olivia seguía presente en los pensamientos de Gabriel


mucho después de que éste regresara a casa. No alcanzaba a comprender por qué se
preocupaba por su bienestar, pero así era, y se le ocurrió que podía hacer algo por
ella.
—¡Grimsley!
Éste debía de estar fuera, junto a la puerta, porque apareció al instante.
—¿Me llamaba, milord?
—Por favor, avise a mi médico y dígale que vaya a casa de lady Olivia. Ya sabe
la dirección.
—Al punto, milord.
—Y Grimsley...
—Sí.
—Dígale al doctor Barnsworth que venga inmediatamente a verme después de
visitar a su paciente. Procure que comprenda que tendrá una gratificación además de
sus honorarios.
—Muy bien, milord.
Gabriel sabía que Olivia no apreciaría su intromisión, pero por más que se
esforzaba, no podía entender por qué ella y su tía eran tan inflexibles en cuanto a lo
de buscar ayuda médica. ¿Había algo que no deseaban que se supiera?
¿Qué secretos estaban encubriendo?
Algo en Olivia lo intrigaba, lo atraía, le hacía desear desenmarañar el misterio
que la rodeaba.
Un golpe en la puerta le sobresaltó despertándolo de su ensueño. Grimsley

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

entró al ser autorizado.


—El doctor Barnsworth está camino de Chelsea, milord. Ha prometido venir a
verlo antes de regresar a su consulta.
—Gracias, Grimsley. Acompáñelo a mi estudio en cuanto llegue. ¿Y ha podido
averiguar algo acerca de los dos salteadores de caminos que nos robaron a Braxton y
a mí?
—No, milord, se diría que aparecen y desaparecen muy misteriosamente. He
corrido la voz por la calle y contratado a los investigadores de Bow Street para que
vigilen todos los lugares de mala nota donde se reúnen los ladrones. Antes o después
cometerán un error, y, cuando lo hagan, usted será el primero en enterarse.
»Sin embargo, he localizado su anillo en una casa de empeños y me he tomado
la libertad de comprárselo.
Gabriel tomó el anillo que le tendía Grimsley y se lo puso en el dedo.
—Vale usted su peso en oro, Grimsley. ¿Qué haría sin su ayuda? En cuanto a
los ladrones, prefiero mantener la ley fuera del asunto hasta que sepa quiénes son.
Algo me dice que los conozco, por lo menos a uno de ellos.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 5

Olivia comprendió que algo había sucedido en el momento en que su tía entró
en el dormitorio. ¿Habría regresado Bathurst? ¿Qué deseaba ahora?
—¿Qué sucede, tía?
—Bathurst ha enviado a su médico —gimió Alma—. ¿Qué vamos a hacer?
Olivia trató de sentarse, pero el dolor la hizo volver a reclinarse sobre las
almohadas.
—¡Maldito sea ese hombre! ¿Por qué no se ocupará de sus asuntos? Despide al
doctor.
—Sabes que eso hará que Bathurst se vuelva aún más suspicaz.
Olivia se concentró en el problema que se le presentaba y buscó un modo de
evitar al médico sin que Bathurst regresara con más preguntas. La inspiración le hizo
esbozar una débil sonrisa.
—Haz pasar al doctor, tía. No tiene por qué examinarme a fondo. Tú dijiste que
mi herida no estaba infectada, ¿no? Pues le diremos que me ha aparecido una fiebre
sin razón alguna.
—¿Estás segura, Livvy?
Olivia frunció los labios.
—Muy segura. Cuando el doctor regrese a informar a Bathurst, como estoy
segura de que hará, tendrá poco que contarle.

Paseando por su estudio arriba y abajo, con un humor de perros, Gabriel


maldijo a Olivia por hacer que se preocupase por ella. Él tenía una reputación de
granuja y libertino que mantener. Un hombre impulsado por sombríos secretos no
debía sucumbir a tiernos sentimientos. No, no eran tiernos sentimientos. Lo que él
sentía por Olivia era de naturaleza claramente sexual. Sólo deseaba una cosa de ella.
Dos horas después, Grimsley hizo entrar al buen doctor en el estudio de
Gabriel.
—¿Cómo ha encontrado a lady Olivia, doctor? —le preguntó el marqués antes
siquiera de que el hombre tuviera tiempo de sentarse.
—No tenía idea de que lord Sefton hubiera dejado a su familia en la miseria.
Sus condiciones de vida son horrorosas, y nada apropiadas para una buena salud.
—Estoy totalmente de acuerdo —dijo Gabriel.
Barnsworth miró al aristócrata con curiosidad.
—¿Conoce usted bien a la familia?
—He conocido recientemente a lady Olivia y a su tía. ¿Por qué lo pregunta?

- 48 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—He encontrado a lady Olivia..., ¿cómo diría?, obstinada y poco dispuesta a


colaborar, pero me he esforzado todo lo posible por emitir un diagnóstico.
Gabriel sofocó una sonrisa. Obstinada era una expresión que se quedaba corta.
Olivia había carecido de adecuada orientación durante demasiado tiempo, y
concedía demasiado valor a su independencia.
Simulaba fría reserva, pero la intuición le decía a Gabriel que eran de sangre tan
ardiente como él mismo. De pronto, comprendió que Barnsworth estaba esperando
para proseguir, y controló sus eróticas reflexiones.
—¿Ha logrado saber qué le pasa, doctor? ¿Se recuperará lady Olivia?
Barnsworth frunció los labios y dijo:
—Toda la visita me ha resultado desconcertante. El único examen que la dama
me ha permitido ha sido superficial. Dice que hace varios días que está con fiebre,
pero que no tiene otros síntomas. Me ha permitido auscultarle el corazón y éste
sonaba con fuerza. La falta de otros síntomas es extraña, pero no fuera de lo
corriente.
Gabriel sentía cómo iba creciendo su impaciencia. Interrumpió al médico:
—¿Ha llegado a establecer un diagnóstico y prescribir medicación?
—La ciencia médica todavía tiene que descubrir por qué se producen las fiebres
esporádicas. Según lady Alma, la joven dama posee una fuerte constitución y rara
vez está enferma, de modo que pronostico que su fiebre remitirá cuando concluya su
curso. Le he dejado un elixir para bajarle la temperatura y le he prescrito varios días
de reposo en el lecho y aire fresco una vez cese la fiebre.
Gabriel pensó escéptico que eso era insuficiente.
—¿Eso es todo? ¿Podría lady Olivia estar tísica?
—No, categóricamente no. Eso lo he descartado de inmediato. Confíe en mí,
Bathurst. Lady Olivia estará perfectamente bien dentro de pocos días.
A Gabriel no le quedaba más remedio que confiar en el médico.
—Muy bien. Envíele la factura a mi administrador. Cuidaré de que se incluya
una gratificación por su pronta atención.
—Muy amable por su parte, Bathurst —repuso Barnsworth—. Me marcho.
—Grimsley le acompañará.
Barnsworth tenía ya la mano en el pomo de la puerta cuando Bathurst dijo:
—Una pregunta más, doctor. ¿Está lady Olivia en condiciones de recibir visitas?
—Dele unos cuantos días, Bathurst. Ya sabe que a las damas no les gusta ser
vistas cuando no están en plena forma.
Las palabras de despedida de Barnsworth provocaron una seca sonrisa en los
labios de Gabriel. El tipo de mujeres que él visitaba a duras penas podían ser
descritas como damas, y siempre se hallaban en plena forma cuando había un varón
presente. Pero suponía que Olivia, como todas las mujeres, era presumida, y él
aguardaría a que estuviera suficientemente recuperada como para visitarla.

Una semana después de la visita del doctor Barnsworth, Olivia estaba sentada

- 49 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

en el salón, todavía pálida, pero lo bastante repuesta como para reanudar sus
actividades normales. La herida estaba sanando y la fiebre hacía ya días que había
desaparecido. Había recuperado el apetito y sentía que le volvían las fuerzas. Por
fortuna, Bathurst no había regresado, aunque su ausencia no resolvía todos los
problemas que la atormentaban.
Había tenido que desprenderse de la señora Hamilton dejando a su tía Alma y a
Peterson a cargo de la casa, pero aun así sus finanzas seguían siendo críticas.
Peterson había ofrecido contratarse en algún otro sitio, pero Olivia se había negado
tajantemente. Sólo les quedaba un botón de diamante para vender y, después de eso,
nada. El asno para pobres aparecía en su horizonte, enorme y aterrador.
No podía considerar recurrir a la ayuda de parientes. El padre de Olivia se
había gastado su propia fortuna y la dote de su esposa. Tras la muerte de sus abuelos
maternos en el mar, hacía varios años, un primo lejano había heredado el título.
Olivia le había pedido ayuda tras la muerte de su padre, pero él había ignorado su
ruego. Si sus abuelos aún estuvieran vivos, Olivia sabía que la ayudarían, pero por
desgracia no estaban en condiciones de ayudar a nadie.
Las reflexiones de Olivia se vieron interrumpidas por la apresurada aparición
de Peterson.
—¡Señorita Livvy, venga en seguida! Ha ocurrido algo de lo más extraño.
Olivia se disponía a interrogar a Peterson, pero interrumpió bruscamente sus
palabras al oír golpes y chirridos que venían de algún lugar por encima de su cabeza.
—¡Por todos los demonios! ¿Qué es eso?
—Eso es lo que estoy tratando de decirle, señorita Livvy. Han llegado unos
obreros para reparar el tejado. Ahora mismo están haciéndolo.
—¡No puede ser! —exclamó Olivia—. Diles que paren inmediatamente. Seguro
que se han equivocado de dirección. Yo no he encargado nada.
—Les he ordenado que se marcharan, pero han insistido en que ésta era la
dirección correcta. Lady Alma está en el mercado, pero dudo que ella encargara un
nuevo techo sin su consentimiento. Cuando les he dicho que no les podíamos pagar,
han contestado que ya habían cobrado.
—Tiene que tratarse de un error.
Los golpes continuaban, sólo que esta vez procedían de la puerta principal.
Peterson se apresuró a abrir.
—Si es uno de los obreros, quiero hablar con él —le dijo Olivia.
Se recostó en su silla, segura de que podría aclarar aquello en unos momentos.
—Es lord Bathurst, milady —anunció Peterson en tono formal.
«¡Maldición!», pensó Olivia mientras Gabriel aparecía en la puerta con aspecto
elegante y distinguido, llevando una chaqueta gris de excelente tela, que se ajustaba a
la perfección a la anchura de sus hombros. Su inmaculado pañuelo blanco estaba
atado con elegante descuido y sus calzones de ante se adherían a los duros muslos y
las largas piernas de un hombre que seguramente era la envidia de quienes carecían
de su evidente masculinidad.
Su rostro anguloso, de noble nariz y firme mandíbula, evidenciaba, a las claras

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

su aristocrático linaje. Sus pómulos parecían esculpidos en granito, sus labios plenos
y sensuales exhibían una pizca de disipación, y en sus ojos se reflejaba una innata
inteligencia y, desde luego, perversidad. Aunque Olivia tratara de evitarlo, no podía
dejar de advertir de qué modo se flexionaban los largos músculos de sus piernas
mientras avanzaba graciosamente hacia ella.
—Veo que han llegado los obreros del tejado —observó Gabriel.
Olivia lo miró comprendiendo de repente.
—¡Ha sido usted! ¡Usted ha contratado a los obreros!
—Me reconozco culpable —repuso él.
—¡Cómo se ha atrevido!
—Yo me atrevo a muchas cosas —replicó Gabriel.
—Sabe que yo no puedo pagar un nuevo tejado. Debe ordenar a los
trabajadores que detengan inmediatamente lo que están haciendo.
—Si no me engaño, nunca ha dicho que no necesitara un nuevo tejado.
—Esa no es la cuestión.
—¿Y cuál es la cuestión?
—Apenas le conozco y, por consiguiente, no puedo permitir que haga esto.
Primero me envía a su médico contra mi deseo claramente expresado, y luego
contrata a obreros para que arreglen mi tejado sin mi conocimiento. Esto no es
correcto. Las reparaciones de mi casa se harán cuando yo pueda permitírmelas. Su
caridad es inaceptable.
—¿Quién ha dicho nada sobre caridad? Se me ocurren varios modos en los que
puede saldar la deuda. Algunos muy agradables.
El calor inundó las mejillas de Olivia. Las palabras de Bathurst dejaban pocas
dudas en cuanto a sus intenciones respecto a ella. «Los libertinos no cambian», le
advirtió una voz interior.
—Váyanse usted y sus obreros, Bathurst. Sé lo que está buscando, y no va a
salirse con la suya. Es usted un crápula con los instintos de un semental en celo.
Gabriel echó atrás la cabeza y se rió.
—¿Qué sabe usted de sementales en celo, lady Olivia?
—Lo suficiente como para reconocer a uno en cuanto lo veo. Estoy segura de
que hay mujeres que disfrutan siendo insultadas, pero yo no soy una de ellas.
Sus palabras parecieron resbalar sobre él como el agua de la lluvia durante una
tormenta.
—He traído mi carruaje. Hace un día tan espléndido que he pensado que tal vez
le gustaría disfrutar de un paseo por el parque. —Su luminosa mirada recorrió
lentamente sus facciones—. Está muy pálida. El aire fresco y el sol le harán mucho
bien.
—Probablemente tiene razón y disfrutaría con un paseo... pero con cualquiera
que no fuese usted.
—¿Qué estoy oyendo acerca de un paseo? —preguntó lady Alma entrando
apresurada en la habitación.
Cuando vio a Gabriel, se le desorbitaron los ojos.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Lord Bathurst, buenas tardes.


—Buenas tardes, lady Alma —repuso Gabriel cortésmente—. He venido para
llevarme a lady Olivia a dar un paseo en mi carruaje.
Alma observó el pálido rostro de su sobrina.
—Podrías aprovechar y tomar un poco el aire, Livvy.
—¡Tía!
—¡Oh, querida! ¿He vuelto a decir algo equivocado?
—No pasa nada, tía, tranquila.
—Casi lo había olvidado —prosiguió Alma—, ¿has ordenado reparaciones en el
tejado?
—¡Absolutamente no! —resopló Olivia dirigiendo a Gabriel una mirada
ofendida—. Los reparadores del tejado son otro de los actos de caridad de lord
Bathurst. Está lleno de ellos.
—¿Verdad que sí? —contestó Alma—. No olvides llevarte un echarpe y cubrirte
la cabeza, querida —añadió al retirarse—. No quiero que cojas un resfriado tras tu
reciente... enfermedad.
—¿Adónde vas, tía?
¿Su tía se marchaba dejándola sola con lord Bathurst? ¿No comprendía cuan
peligroso era ese hombre para ellas ni cuánto mal podía causarles si su fisgoneo
desenterraba la verdad?
—Estaré en la cocina, querida. He convencido al carnicero para que me
vendiera de una pieza de buey de primera por el precio de un corte de menor calidad
—dijo Alma entusiasmada—. Peterson y yo vamos a preparar una cena especial para
esta noche.
La vergüenza sonrojó las mejillas de Olivia. Ahora Bathurst creería que
realmente estaban en la miseria.
Sintió la dura mirada de él sobre ella y lo miró con ferocidad.
—¿Por qué me mira de este modo?
—Olivia...
—Para usted lady Olivia.
—Si usted insiste, milady —se burló Gabriel. Le tendió la mano—. No creo que
necesite el echarpe, pero de todos modos, tal vez debería cogerlo. Como dice su tía,
no deseamos tentar a la suerte después de su enfermedad.
Hipnotizada por la sensual promesa de sus ojos, Olivia casi dejó que le cogiese
la mano, pero en el último momento prevaleció el sentido común. El solo hecho de
estar a solas con Bathurst era un peligro.
—No creo...
—¡Peterson! —gritó Gabriel.
Peterson apareció al instante.
—¿Ha llamado, milord?
—Traiga el echarpe y el sombrero de lady Olivia.
Peterson le dirigió a ésta una mirada preocupada y luego se apresuró a
obedecer las órdenes de Gabriel.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—No puedo salir con usted —protestó Olivia—. Lady Alma está demasiado
ocupada para hacer de carabina.
—Al ser una dama que se halla fuera del mercado matrimonial, son sus
palabras no las mías, su edad le permite más libertades que a una señorita recién
presentada en sociedad.
Peterson reapareció.
—Su echarpe, su sombrero y sus guantes, señorita Livvy.
Gabriel tendió la mano. Peterson le entregó las prendas de ropa y se retiró
discretamente.
Olivia comprendió que Bathurst no iba a aceptar una negativa por respuesta.
Una vez había tomado una decisión, el hombre era inconmovible como granito. Ella
podía protestar hasta el día del juicio final, que él seguiría allí impávido,
desafiándola con su perversa sonrisa. Maldiciéndose por ser tan necia, asió la mano
que él le tendía y se puso en pie, dejando que le atara el tocado bajo la barbilla y la
ayudara con el echarpe sin un murmullo de protesta. Para su vergüenza, encontraba
al marqués de Bathurst físicamente atractivo, intelectualmente estimulante y
peligrosamente enigmático. Sin embargo, su propia vida dependía de que supiera
resistirse a esos atributos que encontraba tan sugestivos.
—Sabía que le parecería bien —comentó Gabriel mientras la cogía por el codo y
la guiaba hacia la puerta.
Se produjo un embarazoso momento cuando él la levantó hasta el asiento
elevado de su carruaje. El repentino movimiento le produjo dolor en la herida en
curso de curación y ella desvió el rostro para que Bathurst no advirtiera su mueca.
—¿Está bien?
—Estoy perfectamente —repuso Olivia apretando los dientes.
—He pensado que podríamos pasear por Hyde Park —comentó Gabriel
poniendo su suntuoso grupo de caballos en movimiento.
Aunque luchaba contra ello, Olivia comenzaba a disfrutar con la salida. Hacía
muchos años que no había paseado en un carruaje tan espléndido. A lo largo de Park
Lane, el entorno era impresionante a la brillante luz de aquella tarde de verano. Las
fachadas de las casas, de granito y mármol, relucían lustrosas, y el transparente
cristal de las ventanas destellaba al sol mientras las iban dejando atrás.
Hyde Park era un lugar bullicioso a aquella hora del día. La gente paseaba por
el camino pavimentado, entre exuberantes setos, flores, árboles y bancos de piedra,
mientras caballos y carruajes competían por el espacio a lo largo de la vía pública. Sin
embargo, los edificios de tres y cuatro pisos que formaban la plaza que rodeaba el
paraje, le recordaban a Olivia su propio estado de pobreza.
—El parque está hoy concurrido —observó Gabriel mientras conducía el
vehículo hacia una de las salidas.
—¿Adónde vamos? —preguntó Olivia mientras pasaban ante vendedores
ambulantes y músicos callejeros.
Gabriel le dedicó una traviesa sonrisa.
—Ya lo verá.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Cuando pasaron el puente de Londres dejando atrás la ciudad y se dirigieron al


campo de Surrey, un escalofrío de cautela recorrió la columna de Olivia. Estar a solas
con Bathurst no era una buena idea por varias razones, y no era la menor de ellas la
atracción que bullía a fuego lento entre ellos dos.
—Lléveme a casa, Bathurst —le ordenó Olivia con su voz más altanera—.
Acabo de recuperarme de una enfermedad y éste es mi primer día fuera.
—¿Se siente mal? —preguntó Gabriel repentinamente preocupado.
—No, en realidad, no, pero...
—No iremos lejos —le aseguró él.
Al cabo de unos momentos, tomaban un sendero sinuoso flanqueado por setos.
Cuando el camino se abrió mostrando un laguito habitado por cuatro graciosos
cisnes, Olivia exclamó encantada:
—¡Es precioso! No sabía que existiera algo tan apacible tan cerca de la ciudad.
—Pensé que le gustaría —comentó Gabriel mientras ponía el freno y saltaba al
suelo.
Olivia observó agitada cómo Gabriel retiraba una manta de debajo del asiento y
la extendía sobre el exuberante césped, junto al lago. Luego la bajó a ella del vehículo
como si no pesara nada y así, en brazos, la transportó hasta ella.
Lo primero que se le ocurrió a Olivia era que Bathurst había hecho eso mismo
antes muchas veces, con una gran variedad de mujeres. Si su intención era seducirla,
iba a quedar decepcionado.
No estaba dispuesta a sucumbir a sus manejos depredadores. Y si creía que ella
iba a ofrecerle su cuerpo en pago del nuevo tejado, no la conocía bien.
—Soy perfectamente capaz de andar, milord —dijo mientras él la depositaba
cuidadosamente en la manta y se tumbaba a su lado.
—Puedes llamarme Gabriel.
Él escudriñó su rostro fijando su intensa mirada en sus ojos. Ella los bajó y
procuró no apartar la vista de las manos. Gabriel la contempló durante tanto rato que
Olivia temió que reconociera algo en sus rasgos. ¿Se daría cuenta de pronto de que
era Ollie, el salteador de caminos? Sus temores aumentaron cuando él dijo:
—¿Le ha dicho alguien que tiene unos hermosos ojos verdes? Sé que la he visto
antes, pero no puedo recordar dónde. Estoy seguro de que tarde o temprano me
acordaré.
—No nos hemos visto antes del baile de la duquesa viuda de Stanhope —
afirmó Olivia—. Usted ha conocido a muchas mujeres, tal vez me parezca a alguna
de sus... amantes.
—Ninguna mujer que yo conozca se parece a usted —insistió Gabriel.
Olivia sintió calor en los labios bajo su mirada y se los humedeció con la lengua,
inconsciente del efecto que ese simple gesto podía tener en él.
—¿Está usted atormentándome, Livvy?
Olivia abrió los ojos de par en par. No tenía ni idea de a qué se refería, pero no
quería que él utilizara el diminutivo sólo permitido a los miembros de la familia.
—Sólo me llaman Livvy los íntimos, milord.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Una juguetona sonrisa curvó sus labios.


—Yo pudo ser íntimo, muy íntimo de usted, Livvy.
Gabriel devolvió la mirada a sus labios. Se inclinó acercándose a ella. Tan
próximo que el olor a cuero, tabaco y a pura virilidad la envolvió penetrando sus
poros. Sus sentidos se estaban alterando. Cerró los ojos e inspiró profundamente.
Sintió el aliento de Gabriel rozar su mejilla y comenzó a temblar. ¡Maldito fuera! ¿Por
qué estaba permitiendo que un conocido mujeriego y crápula le hiciera eso?
El duro cuerpo del hombre estaba cerca, lo suficiente como para que sintiera su
calor. Y eso avivaba en ella una ardiente respuesta. Abrió los ojos y descubrió que él
la observaba. Trató de poner distancia entre ambos, pero no fue capaz de apartarse,
atada por invisibles lazos.
—No lo haga —dijo ella sin aliento.
—¿Hacer qué?
—Mirarme como un sabroso bocado. Sus modales son deplorables, lord
Bathurst.
Él curvó las comisuras de los labios.
—¿Por qué cree que se me considera un libertino? —murmuró inclinando su
cabeza hacia ella.
Si no hubiera estado tan escandalizada, lo habría abofeteado. En lugar de ello,
permaneció como petrificada, con la cabeza ladeada, mirándolo, y los labios
ligeramente entreabiertos.
Lo que sucedió a continuación fue inevitable. La boca de Gabriel tomó la suya.
El beso fue puro fuego que se extendió por su cuerpo caldeándolo hasta el último
rincón. El gesto la inquietó y le gustó. Sin voluntad consciente, se acercó a él, atraída
por su cuerpo, ansiosa por notar la sólida superficie de su pecho contra sus senos
doloridos. En su limitada experiencia con los hombres, nada la había preparado para
aquel momento.
Lo único que le impedía deslizar las manos bajo su camisa y tocarlo era una
diminuta chispa de razón que conservaba. Pero hasta ese poco de cordura se disipó
cuando él deslizó la lengua entre sus dientes, saboreándola audazmente. Olivia,
temblorosa, bebió el sutil sabor a él. Apretó las palmas contra su pecho con intención
de apartarlo, pero en lugar de ello, deslizó las manos hasta sus hombros y le rodeó el
cuello.
Lo oyó gemir, y luego él la atrajo hacia sí, hasta que estuvo reclinada entre sus
brazos. Sus muslos eran como columnas de granito que la mantenían sobre la manta,
y el beso se fue prolongando hasta que, de pronto, Olivia fue consciente de que el
tenso sexo de Gabriel empujaba contra su vientre. Se apoderó de ella un licencioso
apremio de levantar las caderas para acercarse a esa misteriosa dureza, pero
consiguió dominarlo.
Cuando notó que se le caía el sombrero, comprendió que estaba metiéndose en
problemas. Bathurst era demasiado experimentado, demasiado seguro de sí mismo,
demasiado masculino. Se dio cuenta de que ya le había desabrochado el vestido y
que sujetaba su seno por encima de la camisola. Se quedó sin aliento.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Te adaptas perfectamente a mi mano —murmuró él contra sus labios—. Me


gusta que no lleves corsé. Eres lo bastante esbelta como para poder prescindir de él.
Las palabras de Gabriel volvieron a Olivia a la realidad.
—¡No lo haga! —Se desprendió de sus brazos y se abrochó rápidamente—.
¿Cómo se atreve a tomarse semejantes libertades con mi persona?
Él le sonrió.
—Parecías disfrutar con lo que yo estaba haciendo.
El calor inundó sus mejillas. Debería haber hecho mayor esfuerzo por resistirse.
Debía haberle ordenado que la llevara a casa. En lugar de ello, se había recostado
complacientemente contra su cuerpo, y permitido que él obrara su magia.
—Se ha aprovechado de mi inexperiencia —lo atacó Olivia.
Gabriel la miró enarcando una ceja con elegancia.
—¿Estás diciendo que Palmerson no te ha poseído?
—¡Cómo se atreve! Su audacia me horroriza.
Hizo un esfuerzo por ponerse en pie. Usar el brazo derecho aún le resultaba
doloroso, pero no iba a permitir que aquel libertino despreciable la ayudara.
—¿Me perdonarás si me disculpo, Livvy?
—Disculpas no aceptadas —resopló Olivia—. ¿Puede llevarme a casa, lord
Bathurst? Desde luego me entregará una factura completa por el coste de mi nuevo
tejado, y procuraré devolverle hasta el último penique.
—No deseo su dinero.
—No obstante lo tendrá. Eso cuesta menos que lo que usted desea de mí.
—Le ruego que me diga qué es eso.
«Mi corazón, mi alma, todo lo que soy.» Avanzó hacia el carruaje y se subió a él.
—Esta conversación ha concluido, milord.
—Me llamo Gabriel, y no nos iremos de aquí hasta que digas mi nombre.
«Sapo arrogante.»
—Muy bien. Deseo marcharme... Gabriel.
Su sonrisa casi la compensó de la angustia que le estaba causando, pero se
mordería la lengua antes que admitirlo. Con los párpados entornados, observó cómo
se subía al coche y cogía las riendas. Si no fuera por la insoportable compañía, casi
lamentaba dejar aquella apacible cañada por el hedor y suciedad de la ciudad.
—Tus mejillas comienzan a mostrar algún color —comentó Gabriel cuando
cruzaban el puente de Londres—. La salida te ha hecho bien, tal como yo suponía. Si
mañana por la mañana no llueve, iré a buscarte sobre las diez. Tendremos una
comida campestre.
—Una perspectiva algo aburrida para usted, ¿no es así? —aventuró Olivia—.
Los hombres de su clase raras veces dejan los antros de juego y los burdeles antes del
amanecer, y luego duermen hasta mediodía.
—Tal vez prefiera estar contigo que dormir —repuso Gabriel.
—Y tal vez los burros vuelan —se mofó Olivia—. No tengo idea de por qué está
decidido a seducirme, lord Bathurst, a menos que cortejar a una solterona madura le
divierta.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—¿Te has mirado últimamente, Livvy? Desafío a cualquiera a que te describa


como una solterona madura. En cuanto a cortejarte, olvida ese bonito sentimiento.
No estoy interesado en el matrimonio.
—¿Y yo soy su entretenimiento de esta semana o de este mes? No tengo el
menor interés en entablar relación con usted, por muy platónica que ésta fuera.
—Tampoco estoy interesado en una relación platónica, Livvy. —Sus ojos se
oscurecieron hasta volverse de un gris humo—. Deseo ser tu amante. Puedo
manteneros a ti y a tu familia cómodamente. No tendrás que pasar apuros para que
tu hermano siga en la universidad, y tu tía no tendrá que discutir con el carnicero por
un corte mejor de carne de lo que podéis permitiros.
A la vez que las palabras de él despertaban su furia, Olivia tuvo que admitir
que, por un breve momento, se sintió tentada. Era lo bastante inteligente como para
saber que su falta de dote y su edad avanzada la descartaban como esposa, pero
siempre se había preguntado cómo sería experimentar pasión, conocer el contacto
íntimo de un hombre. Ella había tenido su primera experiencia aquella tarde, y la
avergonzaba reconocer que deseaba más. Pero no de lord Bathurst. Él era de esa clase
de hombres que toman y toman y a cambio no dan nada de sí mismos. Aunque
pudiese recibir cosas materiales de Bathurst, ella siempre ansiaría algo más.
—Antes aceptaría la propuesta de matrimonio de Palmerson que permitirle
tenerme —le replicó Olivia—. Por lo menos su oferta es honrada, y mi reputación
permanecería intacta.
Cuando Gabriel se detuvo ante la casa de Olivia, vio un carruaje ante la puerta.
Tiró de las riendas y se apeó.
—Parece que tienes visita, Livvy.
Olivia frunció los labios. El carruaje pertenecía a Palmerson, el último hombre
de la Tierra, además de Bathurst, a quien deseaba ver.
—Probablemente sea una de las amigas de tía Alma —mintió.
Gabriel la ayudó a bajar del coche.
—Gracias por el paseo, milord.
—Gabriel.
—Claro... Gabriel.
—Te veré mañana.
—¿Por qué? Ninguno de los dos tiene nada que ganar con esta relación. Adiós,
lord Bathurst.
Gabriel la saludó.
—Adieu, Livvy. A las diez. Procura estar bien.
Gabriel se rió para sí mientras observaba cómo Livvy desaparecía en el interior
de la casa. ¡Qué atardecer tan estimulante! No podía recordar cuándo se había
sentido tan vivo a tan temprana hora del día. El aburrimiento que había
experimentado últimamente daba paso a la euforia. No había nada aburrido en lady
Olivia Fairfax. Aquella tarde, Gabriel había tenido un breve atisbo de la ardiente
pasión que se ocultaba bajo su irritable exterior. Había tenido su seno en la mano, la
había besado y había notado su excitación.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Ya la imaginaba vestida con la más fina seda y luciendo las joyas que él se
proponía regalarle. Inmediatamente, esa visión se vio sustituida por otra. Olivia en
su lecho, su vibrante cabello extendido sobre la almohada, su desnudo cuerpo
expuesto licenciosamente, invitándolo al contacto. Y su rostro... imaginaba su
expresión soñadora para él solo y al momento sintió que se excitaba.
La visión desapareció cuando otro hombre entró en escena: Palmerson. ¿Por
qué un hombre con los bolsillos vacíos deseaba a una mujer sin dote? No tenía
sentido. Gabriel apretó la mandíbula con determinación.
«Palmerson no puede tener a Livvy.»
Se fue de allí y se dirigió por Pall Mall a Brook's. Estaba de muy buen humor, y
deseaba compararlo con sus amigos. Al entrar, vio a Ram sentado en un cómodo
sillón de cuero, leyendo un periódico, y se reunió con él. Ram lo saludó y dejó el
periódico a un lado.
—Me he detenido en tu casa, pero ya te habías ido —dijo—. Grimsley me ha
dicho que esta mañana has salido temprano. ¿No podías dormir?
—Algo así —repuso Gabriel—. Hacía un día tan magnífico que decidí salir a
dar un paseo.
—¿Solo? ¡Vamos, Bathurst! Te conozco mejor que eso. ¿Quién es ella?
—No la conoces —contestó él, esquivo.
—¿Bromeas? Ninguna mujer escapa a mi atención. —Chasqueó los dedos—. ¡Ya
lo sé! ¡Es esa nueva actriz de la ópera! ¿Qué tal está? Tal vez la pruebe cuando te
canses de ella.
Gabriel dirigió a Ram una encendida mirada.
—He estado con una dama, no con una actriz.
—¿Una dama? ¡Qué aburrido!
—No me he aburrido en absoluto. En realidad, me he sentido más vigoroso que
desde hace mucho tiempo. El juego de perseguir y conquistar siempre me excita.
—¿Te refieres a nueva caza en la ciudad? ¿Una dama soltera quizá?
Gabriel permaneció obstinadamente silencioso.
—¡Por todos los infiernos, Bathurst, estás convocando el desastre! Grábate mis
palabras: entretenerse con damas puede traer problemas. ¿Tan pronto has olvidado
nuestra promesa?
—¿Cómo podría olvidarla? No trates sin respeto a damas de buena cuna si
quieres evitar caer en la trampa del párroco. No temas, Braxton, mis intenciones
hacia esa dama no son conducirla al altar.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 6

Palmerson estaba aguardando a Olivia cuando ella entró en el salón. Tía Alma,
que parecía más molesta que nunca, estaba sirviendo el té. El visitante se levantó
inmediatamente con el rostro marcado por severas arrugas.
—¿Qué estaba haciendo con Bathurst, Olivia? Es un sinvergüenza y un
libertino. No quiero que mi futura esposa se relacione con esa clase de gente. La
única proposición que obtendrá de él será indecente.
Olivia sintió que se le crispaban los nervios. Palmerson no tenía ningún derecho
a pedirle cuentas.
—No soy en modo alguno su futura esposa, milord, ni es probable que lo sea.
Por otra parte, no espero nada de Bathurst.
Palmerson le dirigió una condescendiente mirada.
—Soy su única esperanza de un matrimonio y una familia propia, querida. Si
no me equivoco, pronto cumplirá veinticinco años. Está totalmente fuera del
mercado matrimonial.
—Mi edad no tiene nada que ver con lo que siento por usted —replicó Olivia.
Palmerson se apoyó en la desmoronada repisa de la chimenea y sonrió benigno.
—A menos que me equivoque, está a un paso de la casa de misericordia. A su
precioso hermano no le queda nada por heredar más que un título vacío. Está sola;
me necesita.
—¿Ha heredado una fortuna de repente, Palmerson? —preguntó Olivia
dulcemente.
El sutil cambio de expresión del hombre le demostró que había tocado un punto
flaco.
—Espero heredar muy pronto una sustancial suma de dinero —manifestó él—.
Podemos casarnos mañana o la semana que viene, si prefiere. Eso es lo que su padre
deseaba.
—Usted pudo engañar a mi padre, pero no a mí. Fue usted quien lo condujo a
la ruina.
—Su padre era adulto, Olivia —replicó Palmerson—. Sabía lo que estaba
haciendo. No puede culparme a mí de su desgracia.
Olivia entornó los párpados pensativa.
—¿Por qué desea casarse conmigo, Palmerson? No tengo dinero. ¿Me ama?
¿Soy tan hermosa que no puede resistírseme? ¿Qué es? No lo comprendo. ¿Por qué
no está persiguiendo a una mujer rica?
Alma profirió un gorgoteante sonido con la garganta.
—La lengua de Livvy tiende a descontrolarse, milord.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Le tengo mucho cariño —aseguró Palmerson—. Su padre deseaba que nos
casáramos. Comentamos los detalles antes de su muerte. Sólo estoy cumpliendo con
los deseos de un difunto. Y usted es encantadora, Olivia, no lo dude.
Se apartó de la repisa de la chimenea y le acarició la mejilla. Ella se retiró
bruscamente.
—La encuentro deseable, Olivia, ¿tan difícil es de creer?
—Compórtese, milord —le advirtió Alma.
—Peterson le acompañará a la puerta —dijo Olivia.
Este apareció casi inmediatamente.
—Por aquí, milord.
Palmerson dirigió a Olivia una mirada disgustada.
—Muy bien, pero volveré. Se casará conmigo; puede contar con ello. Entretanto,
manténgase lejos de Bathurst.
—¡Oh, querida! —exclamó Alma después de que Palmerson se hubo marchado
—. Ese hombre no cederá. ¿Por qué supones que está tan empecinado en casarse
contigo cuando no va a ganar nada con la unión?
—Eso es precisamente lo que me gustaría saber —contestó Olivia—. Pero olvida
a Palmerson, tía, no voy a casarme con él.
—Él espera recibir dinero, tal vez deberías reconsiderar su posición. Estamos en
un serio aprieto, Livvy. Tal vez deberíamos hacer que Neville dejara la universidad.
—¡No! ¡No puedo hacerle eso! Está demasiado cerca de concluir su educación.
Ya pensaré algo, tía.
Alma apretó los labios pensativa.
—¿Qué tal Bathurst? Parece interesado, y Dios sabe que tiene dinero más que
suficiente para mantener a una mujer.
Olivia soltó un resoplido muy poco distinguido.
—Bathurst no busca esposa. Palmerson tenía razón al decir que Bathurst sólo
me ofrecería una propuesta indecente.
Alma frunció el cejo.
—¿Estás diciendo que él...? ¡Oh, querida, y pensar que te he animado a que
salieras con él! ¿Te ha insultado, Livvy?
—Olvida a Bathurst, tía. No ha sucedido nada que yo no pueda manejar.
Alma se restregó las manos con palpable angustia.
—¿Qué vamos a hacer?
—Pete y Ollie harán lo que han hecho en el pasado.
—¡No! ¡No lo permitiré! Es demasiado peligroso. Mira lo que sucedió la última
vez que Pete y Ollie se echaron a la carretera.
—No volverá a suceder, tía. Te lo prometo.
—¡Tú no lo sabes! No, Livvy, te lo prohíbo terminantemente.
Olivia odiaba preocupar a Alma, pero no había más remedio.
Lo único que podía hacer era confiar y rogar que el destino no pusiera de nuevo
a Bathurst en el camino de Pete y Ollie cuando escogieran su próxima víctima.
—Hablaremos de esto más tarde, cuando no estés tan disgustada —repuso

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Olivia con evasivas—. Ahora voy a mi habitación a descansar.


—Te llamaré cuando esté preparada la cena, querida —dijo Alma mientras se
dirigía a la cocina.
La mente de Olivia rumiaba sombríos pensamientos mientras subía la escalera.
Bathurst la deseaba en su lecho y Palmerson la quería como esposa. De los dos
hombres, Bathurst era quien más la intrigaba, quien generaba en ella algo que apenas
reconocía. Su contacto había despertado en ella el desenfreno y sus besos le creaban
una necesidad que aún la atormentaba.

Sentado en su sillón favorito, con una copa de brandy en la mano, Gabriel


sonreía mientras recordaba las agradables horas que había pasado con Olivia. Ya
estaba deseando que llegase el día siguiente. Se preguntaba cuánto tiempo le costaría
llevársela al lecho. Después de todo, la seducción era su especialidad, y Olivia la
mujer en la que había puesto sus miras.
Sin duda, ella era diferente a la mayoría de mujeres con las que se había
acostado, pero eso era lo que la hacía tan atractiva. Su refrescante originalidad
revitalizaba sus hastiados gustos. ¡Oh, sí, tendría a Olivia Fairfax, y pronto!
Un discreto golpe en la puerta atrajo su atención.
—¡Adelante!
Grimsley apareció en la puerta.
—Lord Braxton y lord Westmore, milord.
Luc y Ram entraron en la sala.
—¿Estás hibernando? —le preguntó Ram, enarcando una interrogativa y
elegante ceja.
—Te hemos estado esperando toda la noche —dijo Luc—. Al no aparecer,
hemos supuesto que te había retenido una mujer —dirigió una aguda mirada a
Gabriel—. ¿Aún estás persiguiendo a lady Olivia? Ya sabes que es una causa
perdida.
—Bathurst es más listo que todo eso —resopló Ram.
Gabriel se irritó ante la suave reprensión de su amigo.
—¿Qué te hace estar tan seguro de que ella es una causa perdida?
Ram palideció visiblemente.
—¡No dirás que te has acostado con ella! Eso no es propio de ti, Bathurst, en
absoluto. Lo próximo que harás será anunciar tu compromiso.
—Vamos, eso nunca sucederá —afirmó Gabriel—. Sin embargo encuentro
fascinante a lady Olivia. Hay un aire de misterio en ella que me intriga.
—Olvida a lady Olivia —le aconsejó Luc—. Braxton y yo pensábamos que tal
vez quisieras unirte a nosotros.
—¿En qué diabluras estáis pensando?
—Madame Bella tiene prevista una noche de exhibición especial de sus nuevas
adquisiciones. Sólo estamos invitados sus mejores clientes —le explicó Luc—. Se dice
que las mujeres son vírgenes, nuevas en la profesión, y que estarán destinadas a los

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

más altos postores.


—Interesante —murmuró Gabriel—. Supongo que Braxton y tú os proponéis
participar en la puja.
—Las vírgenes suelen ser terreno vedado para nosotros —dijo Ram—, pero esto
es diferente. Esas mujeres se ofrecen voluntariamente, de modo que las normas no
cuentan. Te unirás a nosotros, ¿verdad, Bathurst?
Gabriel contempló pensativo a sus amigos. Apostar por el privilegio de
desflorar a una virgen no le atraía especialmente, pero a éstos les resultaría bastante
extraño que no asistiera.
—Bien, Bathurst, ¿vas a venir con nosotros o no? —insistió Luc.
—¿A qué hora comienza la puja?
—A las once en punto.
—Allí estaré.

El establecimiento de madame Bella para entretenimiento de caballeros


refinados, estaba atestado cuando Gabriel entró en el salón aquella noche poco antes
de las once. La subasta estaba a punto de comenzar. Gabriel observó con
desinteresada mirada a las dos mujeres escasamente vestidas que deambulaban por
la sala. Una era regordeta y rubia, y la otra pechugona y morena. Aunque ambas
eran jóvenes y encantadoras, ninguna poseía la esbelta gracia ni la madura belleza
que Olivia Fairfax tenía en abundancia.
—¿Qué te parecen? —preguntó Ram cuando, junto con Luc, se reunieron con él.
—Están bien —repuso Gabriel escueto.
—Yo apuesto por la rubia —dijo Luc—, aunque la morena tiene dos puntos
muy excelentes a su favor.
Ram sonrió.
—Esos dos puntos son precisamente por lo que yo apuesto por la morena. ¿Qué
hay de ti, Bathurst?
—Creo que pasaré. No sería correcto superar la puja de mis dos mejores
amigos.
Gabriel nunca admitiría que ninguna de las dos mujeres le atraía.
Al cabo de un momento comenzó la subasta. Al principio, las pujas eran
concurridas, pero a medida que aumentaban los precios, sólo quedó un puñado de
los clientes más acaudalados de madame Bella.
Gabriel observó en silencio cómo Westmore hacía una sustancial oferta por la
rubia regordeta.
—¿No apuesta, Bathurst? —ronroneó una voz femenina en su oído.
Gabriel sonrió a Bella, contemplando con familiaridad a la mujer de generoso
busto. Aunque ya no era joven, su rostro y su figura seguían siendo exquisitos.
Gabriel recordaba con cariño las numerosas veces que había retozado en el lecho de
ella y se preguntaba por qué de repente le parecía demasiado mayor para su gusto.
—Esta noche no —dijo Gabriel.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Bella le enlazó el brazo con el suyo y le sonrió.


—Tal vez le gustaría alguien más experimentado, una mujer que sepa cómo
complacer a un hombre. Yo siempre estoy disponible para usted, Bathurst.
Gabriel le dio un juguetón golpecito en el trasero y retiró suavemente el brazo.
—Esta noche no, Bella. Tengo que ir a otro sitio.
Ella enarcó una ceja inquisitiva.
—¿Cuál es el nombre de la dama afortunada, Bathurst? ¿La conozco?
—Lo dudo.
—Muy bien, le perdonaré en esta ocasión, pero la invitación sigue en pie.
Gabriel se sintió bastante aliviado cuando ella le envió un beso y se alejó
tranquilamente. Centró su atención una vez más en la subasta y vio a Luc y a la rubia
subiendo la escalera juntos mientras proseguía la puja por la morena. Observó
durante algunos minutos, y se sintió satisfecho al ver que Ram superaba a los demás.
—¡Qué coincidencia, Bathurst!
Gabriel se volvió y se encontró con Palmerson a su lado.
—¿Por qué no me sorprende encontrarlo aquí, Palmerson? ¿No ha podido
superar la oferta de Braxton?
—No tengo necesidad de pujar por una prostituta —repuso Palmerson
suavemente—. Nadie puede compararse con mi futura esposa.
—¿Su futura esposa? ¿A quién se refiere? No sabía que estuviera
comprometido.
—No oficialmente, desde luego, pero lady Olivia Fairfax se casará pronto
conmigo.
—¿De veras?
Gabriel sacó su reloj de bolsillo y lo abrió.
—Discúlpeme, tengo que irme.
—Sólo le pido un momento de su tiempo. Seré breve: apártese de lady Olivia.
Soy muy consciente de su reputación con las mujeres y no apruebo que intente
seducir a mi prometida. Yo ya la he poseído, y no comparto lo que es mío.
Gabriel se quedó rígido.
—¿Usted la ha poseído?
En lugar de sentirse traicionado, debería haber estado alborozado. Seducir a
una mujer experimentada era más su estilo que cortejar a una virgen.
—No puedo decirlo más claro, Bathurst. Olivia Fairfax y yo somos amantes. Y
yo no fui el primero. Ya le he propuesto matrimonio, pero me está dando largas. Es
demasiado obstinada e independiente para su propio bien, pero entrará en razón
cuando se dé cuenta de que soy su única esperanza de matrimonio.
Gabriel contempló a Palmerson como si estuviera viendo a un gusano reptando
por una madera.
—Si la dama realmente le importa, debería ser más cuidadoso con su
reputación. Satisfaga mi curiosidad explicándome sus razones para desear casarse
con Olivia. Imaginaba que se decantaría más bien por una heredera que le sacara de
apuros económicos.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Espero heredar pronto una fortuna, aunque eso no es de su incumbencia.


Tenga en cuenta mis palabras, Bathurst: apártese de Olivia Fairfax.
—Tomo sus palabras en consideración —contestó Gabriel con un despectivo
saludo—. Discúlpeme, tengo que irme.
Mientras Gabriel conducía su faetón por las desiertas calles de Londres,
reflexionaba sobre lo que le había dicho Palmerson. Por alguna razón, pensar en
intimidad entre Olivia y ese hombre le resultaba desagradable, pero sin embargo no
le hacía desearla menos. En cuanto a la advertencia de Palmerson, no pensaba tenerla
en cuenta. Gabriel no los temía, ni a él ni sus amenazas.

Sydney Germaine, vizconde Palmerson, rememoraba la conversación que había


sostenido con Bathurst mucho después de que la puja hubiese cesado y que la
mayoría de clientes de madame Bella estuvieran arriba, con las mujeres elegidas.
Palmerson estaba sentado en una esquina, y sostenía una copa mientras elaboraba un
plan para obligar a Olivia a casarse con él antes de que fuese demasiado tarde. Si no
se casaban pronto, todo se habría perdido. Necesitaba aquel matrimonio, lo había
planeado desde hacía años, precisamente después de orquestar la inoportuna muerte
de Sefton. Por desgracia, Olivia no le había aceptado.
La joven lo consideraba responsable de la caída de su padre en el libertinaje y se
negaba obstinadamente a ser convencida de lo contrario. Una vez estuvieran
casados, él doblegaría su obstinación, pero hasta que fuese suya, tenía que andarse
con pies de plomo. Por desgracia, el tiempo se estaba acabando. Olivia tenía que ser
su esposa antes de que ella cumpliera veinticinco años.
Palmerson tamborileó con los dedos sobre la mesa y se devanó los sesos
buscando una solución a su problema. Ésta le fue llegando lentamente, pero era tan
ingeniosa que no pudo evitar una sonrisa. Requeriría alguna planificación previa y
una buena dosis de preparación, pero con tanto como estaba en juego, valía la pena
dedicar tiempo a ello.

Olivia no esperaba que Bathurst volviese por su casa después de que ella le
dijera que no tenía sentido continuar su relación, pero sin embargo allí estaba, de pie
ante ella, tan guapo y seguro de sí mismo como siempre.
—Otro día magnífico, lady Olivia —dijo, una vez Peterson lo hubo acompañado
al salón—. ¿Está lista?
—Creía que, después de ayer...
—Pues estaba equivocada. —Miró a Alma, que acababa de entrar en la sala—.
Buenos días, lady Alma, tiene usted un aspecto excepcionalmente bueno esta
mañana. He venido para llevar a su sobrina a una comida campestre.
—No voy a ir —declaró Olivia.
—Necesitará su chal y su sombrero —prosiguió Gabriel como si no la hubiese
oído.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Voy a por ellos —se ofreció Alma.


—¡Tía!
—¡Oh, querida, de nuevo he hablado intempestivamente!, ¿verdad? —Y dicho
esto, se irguió en toda su estatura—: Mi sobrina no desea salir con usted, milord.
—Desde luego que sí.
Olivia sintió que le ardían las mejillas. ¿Creía Bathurst realmente que ella caería
rendida en sus brazos, como sus otras mujeres? ¿Quién creía que era para darle
órdenes como si fuese uno de sus lacayos? Ella no necesitaba a un hombre en su vida,
en especial uno como Bathurst. Estar con él era demasiado arriesgado. No le apetecía
acabar en la horca, que era donde iría a parar si él se enteraba de la verdad.
—Lo siento, milord, pero...
Gabriel enlazó su brazo con el de ella y la condujo hacia la puerta.
—En realidad no necesita un chal, Olivia. Si tiene frío, le prestaré mi chaqueta.
Disgustada, ella comprendió que Bathurst no iba a admitir un no por respuesta.
—Por favor, tía, ¿quieres traerme mi sombrero y mi chal?
—Sabía que cambiaría de opinión —dijo Gabriel mientras Alma se apresuraba.
Regresó al cabo de unos momentos. Olivia estaba furiosa mientras Gabriel la
ayudaba a ponerse el chal y le ataba los cordones del sombrero bajo la barbilla.
—Es una vergüenza cubrir este glorioso cabello —murmuró Gabriel.
—La mayoría de la gente cree que el pelirrojo es espantoso.
—Yo no soy la mayoría de la gente.
—Eso he descubierto. Muy bien —dijo ella secamente—. Vamos a ello.
Un incómodo silencio reinó entre ellos mientras Gabriel ayudaba a Olivia a
montar en el carruaje y se sentaba luego a su lado. Los caballos avanzaban ya por la
carretera cuando Olivia se dignó hablar.
—No le comprendo, milord.
—Llámame Gabriel. ¿Qué es lo que no comprendes?
—Su persistencia. ¿Por qué me persigue?
—Porque me complace.
—Está perdiendo el tiempo. Yo no tengo nada que ofrecerle a un hombre como
usted.
—¿No? Pues Palmerson insinuó otra cosa.
—¿Palmerson? No puedo creer que se tome en serio nada de lo que le diga
Palmerson.
Gabriel enarcó las cejas.
—¿De verdad? Dijo que era su amante.
Un rubor de ira fue subiendo por el cuello de Olivia.
—¿Que él ha dicho eso? ¡Cómo se ha atrevido! ¿Es que no existe límite para el
descaro de ese hombre?
—¿Lo niegas?
—Lléveme a casa, Bathurst. Me niego a permanecer en compañía de un hombre
que piensa de mí de ese modo.
Sin hacerle caso, Gabriel prosiguió por el puente de Londres hacia el campo.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Culpa a tu amante, no a mí. Es él quien está perjudicando tu reputación. No


has respondido a mi pregunta. ¿Palmerson y tú sois amantes?
—Su pregunta no merece respuesta. ¿Adónde me lleva?
—Disfrutaste tanto ayer en el lago que pensé que podríamos volver.
—No es buena idea.
Una perversa sonrisa curvó las comisuras de los labios de Gabriel.
—¿Temes estar sola conmigo?
—Cualquier mujer en sus cabales temería estar a solas con un integrante de la
liga de los Libertinos de Londres.
Él hizo torcer a los caballos por el estrecho sendero que conducía al lago.
—Pero tú eres diferente, ¿verdad, Olivia?
—Así lo creo. Me tengo por perfectamente capaz de poner a los libertinos en su
sitio.
—Admiro tus agallas. —Examinó sus rasgos con los ojos entornados—. Me
gustaría poder recordar dónde nos hemos visto antes.
Olivia se quedó inmóvil.
—¿Cuántas veces debo decirle que no nos habíamos visto hasta la noche del
baile de la duquesa de Stanhope?
El hombre le dirigió una mirada de soslayo.
—Lo creeré cuando mi mente así me lo diga. ¡Ah, ya hemos llegado!
—Parece a punto de llover —observó Olivia—. Tal vez no deberíamos
entretenernos.
Gabriel miró el cielo frunciendo el cejo.
—Estaba despejado cuando hemos salido, pero después de todo, esto es
Inglaterra. No obstante, la lluvia aún no parece inminente. Podrías hablarme de
Palmerson mientras disponemos nuestro almuerzo.
—No voy a bajar del carruaje y no deseo hablar de Palmerson.
—¿Niegas que sea tu amante?
—¿Por qué le preocupa eso?
—Porque yo quiero ser tu amante. Eres demasiado buena para Palmerson. Si lo
amaras, te casarías con él.
—No me casaría con Palmerson aunque fuese el último hombre sobre la Tierra
—resopló Olivia—. ¿Responde esto a su pregunta?
—En realidad, no. ¿Estás segura de que deseas quedarte aquí?
Ella asintió con la cabeza.
—Bien, si no vas a dejar el carruaje, hablemos de ti. Me fascinas, Olivia, admiro
tu independencia y tu espíritu combativo. Es muy meritorio que te las arregles para
permanecer financieramente a flote tras la muerte de tu padre, pero yo puedo
ayudarte si me lo permites. Palmerson no dispone de recursos; él sólo puede
ofrecerte su nombre.
—¿Y qué puede ofrecerme usted, Bathurst?
Con sus ojos azul oscuro resplandecientes de pasión, Gabriel repuso:
—Todo cuanto desee tu corazón. Dinero para mantener a tu hermano en la

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

universidad, sirvientes, joyas, vestidos para ti y para tu tía; todo cuanto una mujer de
tu posición pueda desear.
Olivia frunció los labios.
—¿Mi posición? Soy hija de un conde. ¿Por qué no debería aspirar al
matrimonio? Mi reputación quedaría definitivamente arruinada si aceptase su
escandalosa proposición. Sólo porque carezca de dote y esté fuera del mercado
matrimonial no significa que vaya a sacrificar mi buen nombre.
—Sin embargo, Palmerson ya ha arruinado tu reputación. ¿A cuántos hombres
además de a mí supones que les ha contado tus aventuras amorosas?
—¡El muy cerdo! —exclamó Olivia—. No obstante, no puede usted negar que
me ha ofrecido su nombre. ¿Puede usted decir lo mismo?
—No, Olivia. No puedo ni voy a ofrecerte mi nombre. Por razones personales,
he jurado no casarme nunca.
—¿Un libertino hasta el final, Bathurst?
—Yo lo calificaría de otro modo. Pero no puedes fingir que no te sientes atraída
hacia mí, Olivia.
¿Atraída hacia él? Un escalofrío le recorrió la columna. Sólo podía dar gracias a
Dios de que él no advirtiese cuánto la inquietaba su proximidad.
—Estás temblando. ¿Tienes frío? —La rodeó con el brazo—. Permíteme que te
dé calor.
Sus temblores aumentaron.
—¿Puedo atreverme a suponer que tu temblor tenga algo que ver conmigo?
—Cada cual puede suponer lo que quiera —replicó Olivia mordaz—. Por favor,
retire su brazo.
—Me parece que no. Voy a besarte, Olivia.
Los sentidos de ella quedaron en suspenso mientras él la deslizaba sobre su
regazo. Sentía el calor de su cuerpo a través de las capas de ropa y la garganta se le
secó mientras él miraba su boca. Luego, sus sensuales labios cubrieron los de ella y él
se tomó su tiempo para explorar su forma con la punta de la lengua. Olivia trató de
reprimir una respuesta manteniendo la boca fuertemente cerrada, pero su
inexperiencia fue su perdición.
Gabriel tocó suavemente con la lengua la unión de sus labios que se abrieron al
calor y el sabor de él y, cuando finalmente deslizó la lengua con seguridad dentro de
su boca, Olivia sintió como si el mundo estuviera girando descontrolado. Una
apagada protesta surgió de su garganta, convirtiéndose en suspiro cuando sintió
deslizarse su mano bajo la falda y pasar rozando sus piernas para ir a posarse en su
muslo. Los besos de Gabriel se hicieron entonces más intensos, más exigentes, y lo
único que ella pudo hacer fue enlazarle los brazos alrededor del cuello y asirse a él.
Bathurst no se parecía a ninguno de los hombres que había conocido.
Libertino era su nombre, seducción su juego y ella era su víctima. Cuando él la
acomodó entre sus piernas, Olivia se puso en tensión, con todos los sentidos
centrados en el calor de su contacto y en las sensaciones no familiares que crecían en
su interior.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Él movió los dedos por la carne tierna y henchida.


—Relájate —susurró Gabriel contra sus labios—. No voy a hacerte daño.
—Basta —jadeó Olivia—. Yo... Esto es... ¿Seduce a cada mujer que conoce?
El sutil movimiento de sus dedos en ella alejaba todo pensamiento coherente de
su mente.
—Desde luego —murmuró él.
Entonces la besó de nuevo profundamente, introduciendo y retirando la lengua
de su boca a un ritmo carente de significado para la sexualmente inexperta Olivia.
Gabriel apartó la boca de la de ella para besarle vorazmente la oreja, el suave
cuello y el tierno hueco de la base de su garganta. Olivia gritó, sintiendo una
repentina e inesperada necesidad cuando Gabriel introdujo un dedo en su interior. Se
arqueó contra él haciendo profundizar el dedo. Luego, Bathurst acarició con el
pulgar un lugar tan sensible, que el cuerpo de Olivia comenzó a vibrar en espontánea
reacción.
En aquel momento se quedó tan sorprendida, que no se dio cuenta de que
Gabriel le había desabrochado la ropa y desnudado sus senos hasta que sintió el
húmedo calor de su boca en su henchido pezón. Con tantas sensaciones agitándola
de repente su cuerpo parecía reaccionar con independencia de su mente. No podía
pensar, sólo sentir. Todo su ser era calor líquido y suavidad, sus huesos se deshacían.
Sentía crecer un ansia en su interior que la hizo abrazarse a él mientras Gabriel
hundía más el dedo dentro de ella, llenándola, excitándola. El dedo entraba y salía
mientras él lamía y chupaba sus senos con labios y lengua. En lugar de detenerlo,
Olivia se le acercó más, apretándose contra la dura protuberancia de su sexo. Se
quedó sin aliento, y aspiró aire desesperadamente, con el cuerpo repentinamente
rígido y la sangre palpitante.
Incapaz de moverse ni de pensar, lo único que pudo hacer fue esforzarse por
aceptar el esquivo éxtasis que la mortificaba. Cuando lo alcanzó, profirió un grito de
sorpresa y admiración.
Gabriel comprendió sorprendido que deseaba a Olivia con una necesidad
asombrosa, con un apetito tan devorador que temía estallar en llamas. Su cuerpo
estaba duro, su sexo henchido y turgente. No podía recordar que ninguna mujer
hubiera desafiado sus hastiados sentidos como Olivia.
Por encima de todo, Gabriel deseaba levantarle las faldas y colocarla debajo de
él, pero aquel carruaje era demasiado estrecho para tal actividad y los cielos
demasiado amenazadores como para entretenerse. Se prometió a sí mismo que
pronto la tendría desnuda y jadeando por él. Pronto se sumergiría profundamente en
ella, sentiría su tensión envolviéndole, la oiría exclamar su nombre extasiada. No
importaba lo que Palmerson hubiese podido tener con ella, sería suya. Entre Olivia y
él había un vínculo que desafiaba toda explicación, y Gabriel sabía que ella también
era consciente de éste.
Olivia se puso tensa y se retiró. Parecía aturdida, y una sonrisa distendía los
labios de Gabriel. El radiante rostro de una mujer saciada era la visión más hermosa
del mundo. No sólo le complacía a él, sino que asimismo estimulaba su ego. ¿Habría

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

hecho Palmerson resplandecer así su rostro y vibrar su cuerpo?


—¿Qué ha sucedido? —preguntó ella desconcertada.
—Has experimentado placer.
La confusa expresión de su rostro lo hizo pensar.
—Palmerson ha debido de ser un amante muy inepto si ha dejado de
satisfacerte.
Sus palabras parecieron sacarla de su trance.
—¡Maldita sea! Lo que usted ha hecho es imperdonable.
Buscó a tientas los cierres de su vestido con expresión rebelde.
—¡Lléveme a casa!
—Hay algo entre nosotros, Olivia —dijo enigmático—. Tú también lo sientes, lo
sé.
A ella la invadió el pánico.
—¡No hay nada!, ¿me oye? ¡Nada!
Tenía que poner distancia entre ellos.
Se asió a los lados del carruaje y se levantó a medias lista para saltar al suelo.
Un brazo musculoso le rodeó la cintura devolviéndola al asiento.
—¿Adónde vas?
—A cualquier lugar lejos de usted.
Gabriel frunció la frente consternado.
—Te dije que no te haría daño. ¿Por qué me tienes miedo?
—¿No lo comprende? ¡Usted es peligroso!
«¡Oh, Dios, había dicho demasiado!»
—Relájate, Olivia. Te llevaré a casa. De todos modos el tiempo está demasiado
amenazador para nuestro almuerzo campestre. Pero esto no ha acabado entre
nosotros. Nada quedará zanjado hasta que te tenga debajo de mí y yo
profundamente introducido en tu interior. No luches, Livvy, tiene que ser así. Desde
el momento en que vi tus ojos verdes... —Hizo una pausa con expresión pensativa.
Olivia se mordió el labio mientras un estremecimiento de temor le recorría el
cuerpo. Las seductoras palabras de Gabriel no la asustaban tanto como su agudo
intelecto. Aguardó, con el aliento contenido, a que él prosiguiera.
—Lo siento. He tenido un momentáneo lapso. Sé que te vi en el baile de la
duquesa viuda, pero mi mente se niega a aceptar que ése fuera nuestro primer
encuentro.
Casi enferma de alivio, Olivia se juró evitar al demasiado hermoso, demasiado
sensual y libertino lord Bathurst tanto en el próximo como en el lejano futuro.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 7

Olivia no había dormido bien las últimas noches. Tras su último encuentro con
Bathurst, nada en su mundo era como debería. Confusas emociones se debatían en su
interior. Disfrutaba demasiado estando con él, aun sabiendo que sus intenciones no
eran honorables. No era difícil ver cómo se había ganado su reputación. Ninguna
mujer decente estaba segura en su compañía. Por lo menos, era sincero sobre lo que
deseaba de sus amantes. No formulaba falsas promesas ni mentía.
Olivia se preguntaba vagamente qué lo habría predispuesto contra el
matrimonio. La mayoría de los hombres deseaban herederos a los que legar sus
tierras. Bathurst era marqués: tenía mucho que perder si dejaba de procurarse
herederos.
De mala gana, desechó sus pensamientos sobre el inquietante aristócrata y se
concentró en sus desesperados y serios aprietos. No sólo debía a Bathurst el techo
que éste había financiado, sino que también se había retrasado en el pago trimestral
de la enseñanza de su hermano. No le quedaba nada más que vender y su despensa
estaba casi vacía. Tenía que hacer algo, y pronto.
Tía Alma le había retirado el vendaje antes de su última salida con Bathurst y la
herida parecía estar sanando satisfactoriamente. Se le ocurrió que Bathurst podía
haber visto la cicatriz cuando desnudó sus senos, pero puesto que no la había
mencionado, suponía que había estado demasiado excitado para advertirla.
No había más remedio. Pete y Ollie tendrían que cabalgar de nuevo.
Un golpe en la puerta sacó a Olivia de sus silenciosas cavilaciones.
—¿Estás despierta, Livvy?
—Entra, tía.
Olivia se apartó de la ventana y sonrió a Alma.
—Buenos días. ¿Sucede algo malo?
—No, querida, todo es como de costumbre. Sólo quería decirte que me voy al
mercado. ¿Te parece bien que me lleve a Peterson? Me siento más segura por las
calles yendo con él.
—Por supuesto, llévatelo —contestó Olivia distraída.
—¿Estás bien, querida? Pareces muy turbada.
—Estoy bien, tía, de verdad. Puedes irte.
—¿Se trata de Bathurst? No ha venido por aquí últimamente.
—Eso es exactamente lo que deseo. Odio estar en deuda con él por nuestro
nuevo tejado, y confío en no volver a verle.
Alma suspiró.
—Si tú lo dices, querida. Bien, entonces me voy. Procuraré no tardar mucho.

- 70 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Olivia se entretuvo algunos minutos más y luego bajó a prepararse el desayuno.


Encontró un pedazo de pan y un trozo de queso para acompañar el té y se sentó para
disfrutar del escaso alimento. Por desdicha, estaba demasiado preocupada como para
saborear lo que estaba comiendo.
Había luna casi nueva, por lo que aquélla sería una noche perfecta para que
Pete y Ollie se pusieran sus disfraces y salieran a la carretera. Si Olivia hubiera tenido
otra elección, no se habría convertido en salteadora de caminos, pero el destino y los
vicios de su padre la habían convertido en una fuera de la ley. Rogaba por que la
incursión prevista para esa noche resultara lo bastante lucrativa para pagar sus
cuentas y alimentarlos durante un largo tiempo. Cuanto más salían Pete y Ollie, más
peligroso resultaba. Su mayor temor era que en algún lugar al final de la carretera los
esperara la horca.
Tras concluir su desayuno, Olivia procedió a asear la casa. Estaba muy bien
tener un tejado sin goteras, pero estar en deuda con Bathurst la incomodaba. Él
deseaba cosas de ella que Olivia no estaba dispuesta a darle: su virginidad y su buen
nombre. Pero quizá se había dado ya por vencido, pues no había vuelto a visitarla
desde el día en que intentó seducirla en su carruaje.
Metida en sus pensamientos, Olivia no se dio cuenta del ruido que venía de la
puerta. Cuando se le ocurrió por fin pensar que alguien estaba llamando con gran
impaciencia, se apresuró a abrir. Cuando vio a Palmerson ante ella, estuvo a punto
de cerrársela en las narices.
—Buenos días, Olivia, ¿puedo entrar?
—Estoy sola, lord Palmerson. Puede usted regresar cuando tía Alma esté aquí,
pero no se lo aconsejaría.
—Sé que está sola. He visto salir a su tía y al mayordomo.
Un escalofrío recorrió la columna de Olivia.
—¿Está usted vigilando la casa?
—¿Qué le hace pensar eso?
Pasó rodeándola y cerró la puerta recostándose en ella mientras la miraba con
los ojos entrecerrados.
—Estaba vigilando la casa —lo acusó ella—. ¿Qué desea, lord Palmerson?
Explíquese y márchese, por favor.
—Guarde sus uñas, Olivia. Simplemente he venido a invitarla a la velada
musical en casa de lady Filmore. Esta noche actuará una diva italiana. Será muy
entretenido.
La mente de Olivia comenzó a barajar posibilidades. ¿Qué le impediría
escabullirse de la velada musical y hacerse con algunas joyas de lady Filmore? Sería
ciertamente menos arriesgado que llevar a cabo otro robo en la carretera. Si Peterson
tenía que sufrir por su locura, ella nunca se lo perdonaría.
—Muy bien, milord, le acompañaré. Pero no se haga ilusiones por mi
aceptación.
—¡Espléndido, querida! Pasaré a buscarla a las nueve en punto.
Olivia regresó a la cocina y tomó otra taza de té mientras reflexionaba sobre los

- 71 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

pros y los contras de su aventura. Bathurst no era de los que asistían a algo tan
aburrido como una velada musical, de modo que no tendría que preocuparse por
escapar del perspicaz marqués. A Palmerson se lo podía engañar, pero a Bathurst,
no. Decidió que se escabulliría mientras la diva estuviera actuando y se haría con
alguna alhaja de lady Filmore.
Olivia estaba lavando su taza de té cuando Alma y Peterson regresaron del
mercado.
—Hoy hemos encontrado algunas gangas —dijo Alma con voz cantarina.
—Tienes la capa húmeda, tía. ¿Está lloviendo?
—Está algo húmedo fuera.
—Tal vez deberías subir y cambiarte antes de que pilles un resfriado. Yo
guardaré las compras.
—Gracias, querida —dijo Alma—. Los últimos días han sido tan estupendos,
que he olvidado cuan rápidamente puede cambiar el tiempo.
Se marchó apresuradamente dejando solos a Olivia y Peterson.
—Tenemos que hablar —comenzó ella.
—Hagámoslo, señorita Livvy. Hoy casi no habrá luna. Pete y Ollie pueden salir.
—No. He descubierto otro modo de solucionar nuestras dificultades
financieras, por lo menos por el momento. Palmerson me ha visitado mientras
estabais fuera y me ha invitado a una velada musical en casa de lady Filmore esta
noche. Como sabes, lord y lady Filmore son unos ricos mecenas de las artes.
Actualmente, están patrocinando la ópera, y han invitado a una diva italiana para
que cante. Asistirá mucha gente, y nadie me echará de menos durante los pocos
minutos que tarde en birlar algunas joyas de lady Filmore, ella apenas las echará en
falta.
—No me gusta, señorita Livvy —argumentó Peterson—. Palmerson no es
persona de confianza y usted estará sola con él.
—No puedo seguir poniendo en peligro tu vida, Peterson. No sé lo que habría
hecho sin ti desde que papá murió. Estoy pensando que es hora de que Pete y Ollie se
retiren.
—Son las mejores noticias que he oído desde hace tiempo —exclamó Alma
encantada.
—¿Cuánto tiempo hace que estás ahí, tía?
—Lo bastante como para oírte renunciar a tu vida de fuera de la ley.
Olivia y Peterson intercambiaron una mirada sobre la cabecita de lady Alma.
Olivia confiaba en que él comprendiera que no debía hablarle a su tía de sus
intenciones de aquella noche. Cuanto menos supiera, mejor para ella.
—En efecto. Los fuera de la ley viven continuamente en vilo. Encontraremos
otro modo de mantenernos.
—Eso mismo, querida —repuso Alma radiante—. Sé que se te ocurrirá algo.
—He aceptado una invitación de lord Palmerson para asistir a una velada
musical esta noche en casa de los Filmore —prosiguió Olivia.
—¡Palmerson! —balbuceó Alma—. Creía que no podías soportar a ese hombre.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—He decidido que alternar un poco me irá bien.


—Pero ¿con Palmerson? Sé que eres bastante mayor para tomar tus propias
decisiones, querida, pero ¿por qué aceptar la invitación de Palmerson si no lo
aguantas? Lord Bathurst...
—Olvida a Bathurst. Él no puede ofrecerme nada.
—Ha puesto un nuevo tejado en nuestra casa. No puede ser tan malo.
—Bathurst no hace nada sin una razón —replicó Olivia—. Basta ya del
marqués. Voy a salir con Palmerson. No me esperéis despiertos.

—Estás deslumbrante —dijo Alma cuando Olivia descendió por la escalera


aquella noche.
—Confío en que nadie recuerde que llevo el mismo vestido que lucí en el baile
de la viuda.
—¿Por qué iba eso a importarte? Te queda estupendo.
—Aquí está su chal, señorita Livvy —dijo Peterson tendiéndole a Olivia una
prenda de ricos flecos y bordados que en otro tiempo había pertenecido a la madre
de ella. Era la única cosa de la que no había sido capaz de separarse.
Palmerson llegó exactamente a las nueve. Una encantadora sonrisa se dibujó en
sus labios cuando la vio.
—Seré la envidia de todos los hombres que asistan a la velada.
Algo en su tono de voz hizo a Olivia sentirse incómoda, pero no tenía otra
elección para llevar a cabo su plan. Trató de no inmutarse cuando el hombre le puso
la mano en el codo y la acompañó hacia la puerta.
Alma se quedó mirando la puerta cerrada unos momentos y luego se volvió
hacia Peterson con la frente arrugada.
—No me gusta esto, Peterson. ¿En qué está pensando Olivia? Creía que
detestaba a Palmerson. Ojalá hubiese ido con ella.
—¿Se sentiría usted mejor si yo fuera a la mansión de los Filmore y echase una
mirada para ver cómo van las cosas?
—¿Lo harías, Peterson? Sé que puedo confiar en ti.
—Desde luego, milady, si eso la tranquiliza —repuso Peterson.

Olivia se sentó lo más lejos posible de Palmerson en su carruaje cerrado. Por


desgracia, él se deslizó más cerca, hasta que ella quedó estrujada en el rincón.
—Está demasiado cerca de mí —se quejó Olivia.
—¿De verdad, querida? —dijo él sin mostrar ningún pesar por su audacia.
—Por favor, retírese. Apenas puedo respirar si me agobia de este modo. ¿Por
qué tardamos tanto en llegar? No recuerdo que la mansión Filmore esté tan lejos.
—Mire por la ventanilla, Olivia.
Un estremecimiento de temor la recorrió de arriba abajo al apartar la cortinilla
de cuero y ver que habían dejado la ciudad y que se dirigían al campo.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—¡Estamos dejando la ciudad!


—Soy muy consciente de ello, Olivia.
Ella trató de disimular su pánico.
—¿Adónde me lleva?
—Antes de decírselo, ¿se casará conmigo?
—No, gracias. No deseo casarme con usted, Palmerson. Sabe que tengo razones
para rechazarle, de modo que ¿por qué insiste?
—Entonces no me deja otra alternativa.
El color abandonó las mejillas de Olivia.
—¿De qué está hablando?
Palmerson no dijo nada mientras sacaba un frasquito de su bolsillo y vertía
unas gotas de un líquido claro en su pañuelo; a continuación, cubrió con él el rostro
de Olivia.
El dulce y penetrante olor la dejó tan conmocionada como el sorprendente gesto
de Palmerson. Trató de luchar, de retener el aliento, pero el aire abandonó sus
pulmones y se vio obligada a aspirar. En el momento en que lo hizo, la resistencia la
abandonó. Se sintió flotar, como si su mente ya no estuviera unida a su cuerpo. Una
negrura descendió sobre su conciencia, y luego cayó en un profundo vacío sin
posibilidades de huir de él.
Olivia permaneció inconsciente mientras Palmerson la llevaba a La Liebre y el
Sabueso, una sórdida posada de las afueras de Londres donde aquel día temprano
había alquilado una habitación. El posadero apenas miró a Olivia cuando Palmerson
se le acercó. La habitación estaba pagada y los asuntos del caballero no eran de su
incumbencia.
—Espero que más tarde lleguen unos amigos —dijo Palmerson—. Cuando
pregunten por mí, envíelos a mi habitación.
—Ejem... ¿está seguro de que es prudente, milord? —El posadero dirigió a
Palmerson una astuta mirada—. Tal vez se presenten en un momento inoportuno, si
usted me entiende.
—Eso es exactamente lo que quiero —murmuró Palmerson.
El hombre se rascó la cabeza, se encogió de hombros y se volvió mientras
Palmerson subía la escalera con Olivia en sus brazos.
Entró en la habitación, depositó a la joven en la cama y le quitó toda la ropa
salvo la camisa. Deseaba que sus amigos los encontraran en una situación
comprometida, pero no quería que vieran demasiado de ella. Una vez fueran
«descubiertos» juntos, la reputación de Olivia estaría arruinada y ella se vería
obligada a aceptar su proposición.

Peterson se precipitó en el salón sin respiración, agitado y pálido.


—¿Qué sucede, Peterson? ¿Dónde está Olivia? ¿Le ha sucedido algo? ¡Oh, por
favor, no me tengas en vilo! —rogó Alma.
Esforzándose por recuperar la respiración, Peterson avanzó tambaleándose

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

hacia una silla, donde se desplomó.


—No hay ninguna velada musical en casa de los Filmore esta noche —balbuceó.
Alma se llevó la mano al pecho.
—¿Qué? Debes de estar equivocado.
—No hay ningún error, milady. La casa estaba a oscuras cuando llegué. Al
principio pensé que tenía una dirección equivocada y llamé a la puerta para
informarme. Un sirviente me abrió y me dijo que los Filmore están en el extranjero, y
que no esperaban que regresaran pronto. Casi me he quedado en el sitio. ¿Qué habrá
hecho Palmerson con la señorita Livvy?
A Alma comenzaron a temblarle las piernas. Peterson se levantó de un salto de
su silla para tranquilizarla.
—Debemos tratar de permanecer tranquilos, lady Alma. Pensemos
detenidamente en el problema y...
—¿Y qué, Peterson? ¿Cómo rescataremos a nuestra Livvy de ese monstruo? No
puedo ni imaginar lo que hará con ella.
—No puede hacerle daño, milady; no se atreverá.
—Conociendo a Palmerson, creo que se atrevería a todo para realizar sus deseos
y, por alguna oscura razón, desea a Livvy. ¿Y si alguien la descubre a solas con él?
Eso la arruinaría. Livvy se considera sin posibilidades de casarse, pero yo confío en
que algún día encuentre a un hombre al que pueda amar, alguien que la ame pese a
su falta de dote. Pero si Palmerson la posee, todo estará perdido. Está arruinada, si
Palmerson... si él... ¡Oh, no puedo decirlo!
—Los encontraremos, lady Alma.
—¿Cómo? ¿Qué vamos a hacer?
Empezó a sollozar quedamente en su pañuelo.
Peterson parecía confuso, como si él mismo no estuviera seguro de qué hacer.
—¿Por dónde empezaremos? ¿Quién podría ayudarnos? —gimió Alma.
Peterson frunció el cejo. De pronto, levantó la mirada con la tensión
atenuándose en su cuerpo.
—Bathurst.
—¿El marqués? ¡Oh!, ¿estás seguro?
—No se me ocurre otra persona. Parecía interesado por la señorita Livvy. ¿Qué
podemos perder?
—Apresúrate, pues, Peterson. Sólo Dios sabe lo que el vizconde se propone
hacer con nuestra Livvy.

Gabriel se removía impaciente mientras Throckmorton le anudaba el pañuelo al


cuello.
—Estese quieto, milord, si no, nos pasaremos con esto toda la noche.
—Apresúrese, Throckmorton. Braxton y Westmore me aguardan en White's.
Vamos a asistir a la ópera y luego a la reunión de lady Symore.
—Entonces deseará lucir su mejor aspecto, milord —resopló el sirviente—. Ya

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

está. —Retrocedió para inspeccionar su obra—. Perfecto. Voy a buscar su...


La puerta se abrió interrumpiendo a media frase a Throckmorton. Era Grimsley,
con el rostro contraído en una mueca.
—Hay una «persona» abajo e insiste en hablar con usted, milord. Dice que es
urgente.
—¿Una persona, Grimsley? Sin duda puede usted ser más explícito. ¿Tiene
nombre esa persona?
—Peterson, milord.
Gabriel se volvió tan rápido que casi derribó a Throckmorton.
—¿Ha dicho usted Peterson? ¿Está solo?
—Eso parece, milord.
—Llévelo a la biblioteca. Me reuniré con él en seguida.
Grimsley se marchó. Gabriel metió las manos en la chaqueta que el criado le
ofrecía y salió por la puerta.
—No me espere Throckmorton. Probablemente llegaré tarde.
Gabriel bajó los peldaños de dos en dos. Peterson era el sirviente de Olivia, no
había motivos para que el hombre estuviera allí a menos... No, eso era algo
impensable.
Peterson paseaba nervioso por la biblioteca cuando Gabriel irrumpió en la sala.
Al abrirse la puerta, el hombre se volvió de inmediato. Su rostro estaba ceniciento y
tenso; sus ojos desorbitados y llenos de pánico, como si arrastrara el peso del mundo
sobre sus encorvados hombros.
—¿Qué sucede? —preguntó Gabriel secamente.
—No tenemos a nadie más a quien recurrir, milord —empezó Peterson—. Lady
Alma y yo estamos terriblemente preocupados.
Gabriel, a quien se le estaba acabando la paciencia, gritó:
—¡Vaya al grano, ¿quiere?! ¿Le ha sucedido algo a lady Olivia?
Peterson parecía tan desdichado que Gabriel se temió lo peor. Había tratado de
no pensar en la joven durante los últimos días. Ella le había dicho muy rotundamente
que no deseaba tener nada que ver con él, y él había decidido cumplir sus deseos...
por el momento. Pero no había renunciado a ella ni mucho menos. Olivia Fairfax no
era la clase de mujer a la que uno olvidaba fácilmente. La deseaba, y Gabriel siempre
conseguía lo que deseaba.
—La señorita Livvy ha desaparecido, milord. Ha sido raptada por un hombre
que no se propone nada bueno. Estoy seguro.
—¿Raptada? ¿Qué quiere decir?
Fue hacia la alacena, sirvió dos dedos de brandy en una copa y se la entregó a
Peterson.
—Creo que esto le sentará bien. Ahora siéntese y comience desde el principio.
No puedo ayudarles si no conozco todos los detalles.
Peterson tomó un largo sorbo de brandy, se estremeció y luego se sentó en el
borde de una silla.
—Usted es nuestra única esperanza, milord. Estamos desesperadamente

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

necesitados de su ayuda.
—Cuénteme —repuso el marqués esforzándose por mantener una calma que no
sentía.
Peterson aspiró con respiración vacilante.
—Lord Palmerson invitó a la señorita Livvy a una velada musical esta noche en
casa de los Filmore.
Gabriel frunció el cejo.
—Los Filmore están fuera de la ciudad.
—Exactamente —confirmó Peterson con aspereza—. Lady Alma estaba
preocupada por que la señorita Livvy había salido con Peterson y yo me ofrecí a ir a
casa de los Filmore y observar cómo iba todo. Ahí descubrí la artimaña de
Palmerson.
—¿Cómo saben que Olivia no se ha ido voluntariamente con Palmerson? ¿Qué
les hace pensar que la ha raptado? Ella accedió a acompañarle, ¿no es así?
Peterson frunció los labios.
—Conozco a la señorita Livvy y ella no haría tal cosa. Palmerson ni siquiera le
gusta. —Vaciló un momento y luego dijo—: Tenía una razón para aceptar la
invitación del vizconde.
—¿Qué razón?
Peterson se irguió en toda su estatura.
—Nunca traiciono una confidencia.
Gabriel sintió una tensión en el pecho que se le iba extendiendo por el cuerpo.
Si Palmerson tocaba un solo cabello de la cabeza de Olivia, pensaba desafiar a ese
bastardo, y tendría gran placer en ensartarlo en una espada.
—¿Puede decirme algo más? ¿Algo que pueda ayudarme en la búsqueda?
—¿Va a ayudarnos? ¡Oh, milord, no sé lo que decir, salvo ofrecerle mi gratitud!
Gabriel asió a Peterson por los hombros. Al cabo de unos momentos, el hombre
estaba lloriqueando.
—Serénese. Llegaré al fondo de esto... Si Olivia está realmente perdida, la
encontraré.
—¿Qué puedo hacer para ayudarle?
—Regrese a casa y tranquilice a lady Alma. Les haré llegar noticias en cuanto
sepa algo. ¿Ha venido usted a pie?
—Sí, milord.
—Lo llevaré a su casa —dijo Gabriel mientras salía de la habitación.
Tras acompañar a Peterson a su casa, Bathurst condujo su carruaje hacia St.
James's Square. No tenía la menor idea de por dónde comenzar a buscar a Olivia, ni
siquiera sabía si ella deseaba ser encontrada, pero comenzar por los clubes parecía
una buena idea. Palmerson tenía amigotes entre la buena sociedad. Tal vez alguno de
ellos le revelara algo útil.
La primera parada de Gabriel fue en Brook's. Ninguno de los próximos a
Palmerson estaba por allí, de modo que se fue. Boodle's resultó igualmente
infructuoso. Encontró a Braxton y Westmore en White's y, sin decirles el porqué, se

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

disculpó por no poder acompañarlos a la ópera. Su búsqueda de los amigos de


Palmerson resultó tan vana en White's como lo había sido en los restantes club. Su
última esperanza era el salón de juego de Crocker's.
Allí la suerte le sonrió. Encontró a tres de los compinches de Palmerson. Lord
Dearborn, lord Sanford y lord Fordham estaban enfrascados en una jugada de whist
con altas apuestas. Gabriel observó desde los laterales cómo los hombres acababan
una mano. Los tres eran hijos segundos o terceros de nobles, sin esperanza alguna
por tanto de heredar título ni fortuna, y estaban tan en la ruina como Palmerson.
Gabriel sabía que eran libertinos sin principios, desenfrenados y poco
recomendables. Pero, aunque Gabriel podía ser asimismo un libertino, él nunca se
rebajaría a secuestrar ni a rapiñar. Su asociación con las mujeres era más sutil, y no
utilizaba medios despiadados ni brutalidad en su seducción.
La paciencia de Gabriel se vio recompensada cuando oyó decir a lord Sanford:
—Lástima que Palmerson no esté aquí para vernos ganar por una vez.
—Está disfrutando con su pájara en La Liebre y el Sabueso —le recordó
Fordham.
—Tal vez quiera compartirla con nosotros —dijo Dearborn.
—No lo creo —rió a carcajadas Fordham—. Pretende casarse con la muchacha.
Me lo dijo él mismo.
El cuarto jugador de la mesa, lord Hollingsworth, un conocido de Gabriel, le vio
y le saludó.
—Bathurst, no te había visto, amigo. ¿Te unes a nosotros?
—No, gracias —repuso Gabriel—. Estaba a punto de irme. Buenas noches,
caballeros.
»La Liebre y el Sabueso —repitió Gabriel para sí mientras efectuaba una rápida
retirada.

Mareada, Olivia abrió los ojos y no tuvo idea de dónde se encontraba ni por
qué. Un dulce y empalagoso olor persistía en el aire y ella parpadeó repetidamente
para enfocar la vista. No reconocía nada, ni la sala en la que estaba ni el lecho en el
que yacía.
Volvió la cabeza y vio a Palmerson sentado en una silla, contemplándola con un
destello en los ojos que no presagiaba nada bueno. Con el temor invadiéndola, trató
de levantarse y, de pronto, comprobó que tenía las manos atadas a la cabecera de la
cama.
—Ya era hora de que despertase. Estaba empezando a pensar que le había dado
demasiado cloroformo.
—Desáteme. ¿Qué ha hecho usted, Palmerson?
—Asegurarme de que se casará conmigo. Su reputación está arruinada, querida,
profunda e irreversiblemente arruinada. Después de que nos encuentren juntos, no
tendrá más remedio que convertirse en mi esposa.
—¿Dónde estamos?

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—En una posada... eso es todo cuanto necesita saber. He estado esperando a
que se despertara para que pudiéramos comenzar. No puede imaginar lo difícil que
me ha resultado mantener las manos lejos de usted. Sus senos son hermosos, hace
horas que los estoy admirando. La curva de sus caderas, la esbeltez de sus piernas...
es perfecta. Podía haberla tomado mientras dormía, pero deseo que esté despierta y
sensible cuando le haga el amor.
Olivia miró hacia abajo y se dio cuenta de que le habían quitado toda la ropa,
menos la camisa, dejándola vulnerable y expuesta a las perversas intenciones de
Palmerson.
Ella tiró de sus ataduras.
—Es usted despreciable. ¿Cómo ha podido hacerme algo así? ¡Suélteme
inmediatamente!
—No hay ninguna posibilidad, Olivia. —Se incorporó y se puso en pie—. Voy a
hacerle imposible rechazar mi propuesta.
Olivia observó en aturdido silencio cómo Palmerson se quitaba el pañuelo, la
chaqueta y el chaleco. Cuando comenzó a desabrocharse los calzones, abrió la boca
para gritar.
—Adelante, grite —la animó Palmerson—. Nadie vendrá. He planeado esto
cuidadosamente y pagado con generosidad para no ser molestado. Una vez nuestra
romántica cita esté en boca de todo el mundo, no tendrá más remedio que casarse
conmigo.
La irritación surgió incontenible de la boca de Olivia.
—¡Sapo! ¡Monstruo! ¿Por qué me quiere? Yo no tengo nada que ofrecerle. Pero
no importa lo que me haga, nunca accederé a casarme con usted.
—Lo hará en cuanto considere cómo afectará el escándalo a su hermano y a su
tía. Desea que Neville pueda ocupar su lugar en sociedad, ¿verdad?
—Siempre he pensado que era un bastardo, Palmerson, ahora lo sé.
Amenáceme con lo que quiera, aun así no me casaré con usted.
Él se desabrochó el último botón de los calzones y se los quitó. El bulto visible
en sus calzoncillos provocó un escalofrío de temor en Olivia. Pese a la advertencia de
Palmerson de que nadie acudiría en su ayuda decidió gritar.
—Se lo he advertido —gruñó Palmerson mientras sacaba un pañuelo de seda de
la mesita de noche, la asía por la barbilla y se lo introducía en la boca, sofocando su
grito de manera instantánea—. Como ve, no he dejado nada al azar.
Olivia pataleó salvajemente, pero no le sirvió de nada. Palmerson se echó sobre
ella, oprimiéndola bajo su cuerpo. Evitando sus agitadas piernas, le levantó la camisa
sobre las caderas y ajustó sus ingles sobre las de ella. Olivia sintió su sexo erguido
golpeando contra ella y retorció el cuerpo para evitar lo que temía inevitable. No
estaba dispuesta a facilitárselo.

Gabriel entró en La Liebre y el Sabueso lleno de una ira salvaje. Había


reconocido el carruaje de Palmerson en el patio, y el apremio de matar era una furia

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

desatada en su interior. Se había sentido antes de aquel modo, pero había sido en el
campo de batalla, tras ver a su regimiento diezmado por las tropas de Napoleón. Por
un momento, pensó que Olivia podía haber acompañado voluntariamente al
vizconde, pero eso no disipó la terrible oscuridad que ofuscaba su mente.
Apretó los dientes y los puños y se aproximó al posadero.
—Estoy buscando a un... amigo —dijo casi atascándose con las palabras—. Lord
Palmerson. Por favor, indíqueme cuál es su habitación.
Gabriel estaba preparado para emplear la fuerza, incluso agitar su pistola con el
fin de conseguir la información que deseaba, pero tales medidas no fueron
necesarias.
El posadero se encogió de hombros.
—Arriba. La segunda puerta a la izquierda. Ustedes los dandis son gente
extraña, pero mientras consiga mi dinero, nada es asunto mío.
Gabriel subió disparado por la escalera, tropezando por el pasillo escasamente
iluminado hasta que encontró la habitación. Si la puerta hubiera estado cerrada, la
hubiese echado abajo, pero el pomo giró fácilmente bajo su mano. Un sofocado
sonido procedente del interior le produjo una oleada de alarma y abrió bruscamente.
La hoja chocó contra la pared con sonoro estrépito.
Si Gabriel pensó que era extraño que Palmerson no reaccionara ante su ruidosa
aparición, no tuvo tiempo de pensar en ello. La alarmante visión de Olivia
debatiéndose bajo él, amordazada, con los brazos atados y agitando salvajemente las
piernas desnudas, eliminó todos sus pensamientos.
—¡Apártese de ella! —rugió.
Palmerson, al parecer sorprendido por una voz que no esperaba, levantó la
cabeza y dirigió una furtiva mirada a Gabriel.
—¿Qué infiernos hace usted aquí? ¡Esto no es asunto suyo!
Bathurst miró a Olivia, y el corazón le latió tumultuosamente cuando ella le
dirigió una mirada suplicante.
—Pues voy a hacer que lo sea. ¡Apártese de Olivia!
—¡Maldito sea, Bathurst, voy a casarme con ella! Váyase, aquí no es bienvenido.
Gabriel volvió a mirar a Olivia, que agitaba la cabeza en enérgica negación.
—Parece que sí lo soy... para rescatar a la dama.
—¡No me importa lo que ella quiera!
—A mí, sí —gruñó el marqués mientras levantaba a Palmerson y lo tiraba al
suelo—. Vístase y márchese de aquí.
Cuando Palmerson se disponía a levantarse, vio una pistola en la mano de
Gabriel y palideció.
—¡Maldito entrometido! No se saldrá con la suya.
—Ya me he salido. Vístase antes de que le eche de aquí con el trasero al aire y
sin nada con que cubrirse.
Palmerson se puso primero los calzones y luego el resto de su ropa. Un
pequeño sonido de Olivia distrajo momentáneamente a Gabriel, y Palmerson
aprovechó ese breve lapso para abalanzarse contra él. Aunque éste no esperaba el

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

movimiento, sus años en el ejército habían afinado sus sentidos, y evitó con facilidad
el ataque del otro. Le golpeó la cabeza con la culata de la pistola y observó con
frialdad cómo el raptor de Olivia se desplomaba a sus pies.
Se acercó entonces a ella y le quitó la mordaza.

***

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Capítulo 8

Olivia creía estar sufriendo alucinaciones. Bathurst no podía estar allí. Y sin
embargo lo estaba, real como la vida misma.
—¿Cómo... cómo ha sabido dónde encontrarme? —preguntó con voz
temblorosa—. Tía Alma y Peterson pensaban que yo había asistido a una velada
musical. De hecho, yo también lo creía. —Se cubrió el rostro con las manos—. ¿Cómo
he podido ser tan necia?
—No es momento para recriminaciones, Olivia —dijo Gabriel mientras
rápidamente la ayudaba a incorporarse en el lecho.
—¿Qué va a hacer ahora?
—Vestir a ese bastardo y echarlo de aquí antes de que recupere el conocimiento.
La mente de Olivia volvió a funcionar, sus pensamientos retornaron a la
infamia que Palmerson casi había consumado y la ira sustituyó a la conmoción. Pero
necesitaba más que ira para tranquilizarse. Necesitaba sentir los brazos de Gabriel
rodeándola, sosteniéndola, consolándola. Deseaba su fuerza, su...
Salió de su ensimismamiento cuando vio a Gabriel cargarse al vizconde al
hombro.
—¿Adónde va?
—Volveré en seguida.
—Gabriel...
La puerta se abrió y cerró tras él. Los pensamientos de Olivia giraron en todas
direcciones mientras se acurrucaba en el lecho, con los brazos rodeando sus rodillas.
Recuperando un mínimo de control, comprendió que no tenía nada que temer
mientras Bathurst dominara la situación, y se reprendió a sí misma por dudar de la
habilidad de él para hacer frente a cualquier cosa con la que se topara.
La puerta se abrió de nuevo y Gabriel entró en la habitación. Se acercó a ella
inmediatamente y se sentó en el borde de la cama.
—¿Estás bien?
Su proximidad la tranquilizó, aunque estaba a punto echarse a llorar. Incapaz
de hablar, asintió.
—¿Te ha hecho daño?
Negó con la cabeza.
—Trató de... deseaba…
La expresión de Gabriel se endureció.
—Sé lo que deseaba.
—¿Qué ha hecho con él?
—Si por mí fuese, lo hubiese matado.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Me alegro de que no lo haya hecho... Él no es digno de eso.


—Lo he montado en su carruaje y dado instrucciones al cochero de que lo
llevara a su casa.
—¿El posadero no ha sospechado nada?
—Le he dicho que Palmerson estaba muy ebrio, y le he dado bastante dinero
como para reprimir su curiosidad.
Con los ojos resplandecientes de gratitud, Olivia alargó la mano, inconsciente
de cuan profundamente ese ademán excitaría la masculinidad de él y de pronto se
encontró en sus brazos. Gabriel le murmuró palabras tranquilizadoras, pero éstas no
eran tan reconfortantes como sus brazos. Olivia sintió que el corazón de él latía
contra su mejilla, notó el calor de su cuerpo a través de la delgada tela de su camisa,
y no tuvo la fuerza de voluntad para rechazar aquel consuelo.
—Ojalá lo hubiese matado —murmuró Gabriel rozándole la mano—. Le he
dejado irse con demasiada facilidad. Aunque fuerais amantes, no tenía ningún
derecho a tomarte contra tu voluntad.
Ella se estremeció, levantó la cabeza y lo miró a los ojos.
—Ayúdame a olvidar que alguna vez ha sucedido.
—Dime lo que deseas —le pidió Gabriel.
Ella irguió la barbilla en una invitación inconfundible. Entonces él la besó, y el
beso produjo exactamente el efecto que ella quería. Palmerson desapareció en el calor
generado por el encuentro de sus labios. El contacto se prolongó cada vez más,
privándola de respiración y voluntad, y dando paso al deseo. La boca de Gabriel en
la de ella era como un bálsamo curativo que relegaba el recuerdo de la agresión de
Palmerson a los más lejanos confines de su memoria. No deseaba recordar, deseaba
sentir. Quería que Gabriel borrase lo que casi había sucedido aquella noche.
Deseaba...
Él gruñó contra sus labios y profirió sombríos e incoherentes juramentos de
pasión que a ella le parecieron salvajes y excitantes. Cuando su lengua rozó sus
labios, ella se abrió a él, paladeando su sabor y su fragancia. Gabriel rodeó sus senos
con las manos, acariciando sus pezones con las yemas de los dedos y enviando
dardos de anhelo a través de su cuerpo.
Olivia se arqueó contra él, entrelazándole los brazos alrededor del cuello para
atraerlo más cerca. Un gruñido sordo se deslizó entre los labios de Gabriel, y de
pronto él interrumpió el beso.
—Esto va demasiado de prisa, Livvy. Sabes lo que va a suceder si seguimos así,
¿verdad?
A Olivia no le importaba mientras no cesaran sus deliciosos besos. No parecía ir
a saciarse nunca de ellos.
—No te detengas, Gabriel. Por favor, no te detengas. Eres el único que puede
expulsar el espantoso recuerdo de Palmerson.
—¿Estás segura, Livvy? Sabes que no puedo casarme...
—¡Chis! No lo estropees.
Él la arrastró a su regazo, y Olivia pudo sentir el calor que se expandía entre

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

ellos y la dureza de su erección presionando contra su trasero. Impulsada por el


instinto, se movió contra él oscilando suavemente.
—¡Condenación, Livvy! Si no dejas de hacer eso, esto va a acabar demasiado
pronto. Te he deseado desde hace tanto tiempo que estoy ardiente como una brasa.
Olivia sabía que podía poner fin a aquello, pero estar en los brazos de Gabriel
mientras él la acariciaba era demasiado bueno para detenerlo. «Esto está muy mal»,
se dijo a sí misma. Nada bueno podía resultar de entregarse a Bathurst.
—Tal vez no sea una buena idea —dijo débilmente, ignorando las exigencias de
su excitado cuerpo.
La mano de Gabriel se quedó inmóvil bajo su camisa. Olivia sintió que él
tensaba los hombros y apretaba los dedos contra su muslo.
—¿Debo detenerme? —preguntó con voz áspera—. Lo haré, pero no será fácil.
Comenzó a mover la mano en impacientes círculos por su cadera y su trasero.
Con cada excitante caricia, una ardiente y densa tensión fue creciendo en la parte
inferior del cuerpo de Olivia y, cuando él le separó los muslos para tocarla, ella se
puso en tensión y se aferró a él. Gabriel movió los dedos entre sus piernas,
acariciando su húmedo centro, jugueteando con su sensible núcleo con la yema del
pulgar, hasta que se sintió mojada y henchida.
Él introdujo un dedo dentro de ella.
—Dime, Livvy, ¿deseas que pare?
—¿Parar?
¿Podría soportarlo? Lo que realmente deseaba era conducir aquel desconocido
tormento a una satisfactoria conclusión, saborear la culminación de las deliciosas
sensaciones que las manos y la boca de Gabriel habían despertado. Un gemido de
placer se le escapó de los labios mientras los expertos dedos masculinos acariciaban
su interior. Si él se detenía en aquel momento, ella se moriría.
—¡No, no pares!
La impaciencia agitaba su cuerpo mientras Gabriel la tendía sobre el colchón y
le quitaba la camisa.
Él la contempló con ojos brillantes, apreciando lo que veía.
—Eres aún más hermosa de lo que había imaginado.
Instintivamente, Olivia fue a cubrirse, pero Gabriel no se lo permitió.
—No, no te ocultes de mí. Deseo verte del todo.
Ella se mantuvo inmóvil, respirando con rápidos y pequeños jadeos mientras
miraba con intención el cuerpo vestido de Gabriel.
—Eso no es muy justo cuanto tú aún estás completamente vestido.
¿Había sido ella quien lo había dicho? ¿Habría conseguido Bathurst convertirla
en una libertina con unos cuantos besos y caricias?
—Todo sea por complacer a una dama —replicó él.
Olivia no sabía si observar o cerrar los ojos cuando él se levantó y comenzó a
desnudarse. No era una jovenzuela propensa a desvanecerse ante la vista del pecho
de un hombre, pero pese a su edad, nunca había visto desnudo a un hombre adulto.
Y con el apresuramiento con que Gabriel estaba deshaciéndose de la ropa, estaba a

- 84 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

punto de ver más de lo que había imaginado.


Él la miró y sonrió, luego se sentó en el borde del lecho y se quitó los zapatos y
las medias. Cuando se levantó para desprenderse de los calzones, Olivia desvió la
vista.
—Mírame, Livvy. Eres demasiado valiente para comportarte ahora como una
cobarde.
Ella levantó la mirada. Nadie la había acusado nunca de ser cobarde. Sus ojos se
abrieron ligeramente cuando él se deslizó los calzones y calzoncillos por las caderas,
pero no desvió la mirada. No habría podido aunque lo hubiese deseado. Su cuerpo
era magnífico. La visión de un hombre totalmente excitado fue un poderoso
recordatorio de lo que estaba a punto de hacer. Se quedó sin aliento mientras él se
tumbaba en el lecho y le ponía la mano en la cadera.
Gabriel se estrechó contra ella, su erección tanteó entre sus muslos mientras él
la besaba. Su pene parecía tan grande, tan terrible, que temió que la partiera en dos.
Sabía que deseaba aquello, pero no estaba segura de estar preparada. No tenía
experiencia ninguna y Gabriel en cambio tenía demasiada.
¿Se reiría él ante sus torpes esfuerzos? Había tantas cosas que considerar y tan
poco tiempo antes de...
Gabriel se incorporó junto a ella e inició una lenta caricia con la lengua, desde
sus labios hasta sus senos. Cuando suavemente chupó y lamió uno de sus pezones, la
sangre de Olivia se convirtió en un río de lava. Él no se demoró en exceso en su
tierno festín, sino que rápidamente descendió por la cremosa lisura de su estómago
yendo a detenerse en la bruñida sedosidad contenida entre sus muslos.
Un grito sofocado se escapó de la boca de Olivia cuando él paseó su lengua
arriba y abajo de su hendidura, rozando los henchidos pétalos allí ocultos.
—Tú no puedes... no deberías...
Gabriel levantó la cabeza.
—Relájate, Livvy, no voy a hacerte daño.
Deslizó las manos bajo su trasero y la levantó acercándola a su boca, dándose
un banquete de ella, como famélico de su sabor.
Tan intensos eran los sentimientos que surgían a borbotones de su interior, que
Olivia se sintió como si estuviera siendo consumida por aquellas exquisitas y
trastornadoras emociones. Inconscientemente se abrió para él, observando su negra
cabeza mientras Gabriel la excitaba. Notaba en ella secretos y prohibidos
estremecimientos mientras la ávida boca de él la devoraba.
Olivia, que se mantenía precariamente en equilibrio al borde de un gran
descubrimiento, gritó cuando Gabriel abandonó su suculento festín apartándose. Se
retorció incómoda, sintiendo a continuación una tremenda presión cuando él penetró
en su interior.
La presión se alivió y él se quedó inmóvil, contemplándola.
—Antes de proseguir, necesito saber si has hecho esto antes. ¿Estaba
equivocado al suponer que Palmerson era tu amante? Dímelo ahora, antes de que
siga.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Vagamente, Olivia se preguntó si él se detendría si le decía que no había


conocido nunca varón. No deseaba que lo hiciera. Había llegado hasta allí y deseaba
conocer el resto.
—¿Supondría eso alguna diferencia, Bathurst?
—No mientras tú comprendas que no habrá matrimonio. No se trata de ti,
Livvy, sino de mí. Por razones que no puedo explicar, nunca me casaré.
—No te preocupes, Bathurst, no espero de ti ningún compromiso. Acepté
permanecer soltera hace mucho tiempo. Deseo que esto suceda, deseo que me hagas
el amor. Deseo experimentar esto al menos una vez en mi vida, para convertirme
verdaderamente en una mujer, y deseo que seas tú quien me revele el misterio. Pero
no me convertiré en tu amante. Una vez salgamos de esta habitación, seguiremos
caminos separados.
—¿Te arrebataré tu virginidad si continúo? —insistió Gabriel.
Los músculos de sus brazos abultaban como si estuvieran sometidos a una gran
tensión, y los planos de su rostro eran duros, con un deseo tan evidente que a un
tiempo la estremecía y la asustaba. Pero no iba a echarse atrás. Nunca más tendría
otra oportunidad como aquélla de convertirse en una mujer.
—¿No me deseas, Gabriel?
Apretando los dientes, él flexionó las caderas e irrumpió a través de su
virginidad con una rápida arremetida, introduciéndose profundamente en su
interior. Olivia esperaba sentir alguna incomodidad, pero no estaba preparada para
el dolor. Éste la inundó en oleadas, mientras ella luchaba por recobrar el ritmo de la
respiración.
—¡Por todos los demonios! —murmuró Gabriel—. Eras virgen. Demasiado
tarde ahora, cariño. El acto se ha consumado y lo peor ha pasado. Trata de relajarte,
el dolor desaparecerá pronto.
Olivia no parecía tan segura. Se sentía dilatada, repleta y dolorida. ¿Dónde
estaba el placer cegador que ella esperaba? ¿Era eso todo lo que cabía esperar? No se
dio cuenta de que había expresado verbalmente sus temores, hasta que Gabriel dijo:
—No te preocupes, haré que te resulte agradable.
Le levantó las piernas y cambió su posición para aliviar la presión. Luego la
acarició y besó pasándole los dedos a lo largo de la suave piel interior de sus muslos
aliviando así la tensión de sus músculos. Ella aspiró profundamente mientras él se
movía despacio en su interior, generando una caricia que la fue llevando poco a poco
a las sensaciones que había experimentado antes de que Gabriel la penetrase.
—Estoy totalmente dentro, Livvy. ¿Lo puedes sentir? Deja que la sensación te
arrastre.
¿Arrastrarla? ¿Adónde? Evidentemente, estaba demostrando su inexperiencia.
De pronto, sintió la necesidad de mover las caderas hacia atrás y hacia adelante
haciendo coincidir el vaivén con las arremetidas de él y acercar más sus cuerpos. Su
sutil respuesta provocó un gruñido en la garganta de Gabriel, que empujó entonces
más rápida y profundamente; Olivia se arqueó para ir al encuentro de él,
sorprendida al descubrir que el dolor se aliviaba y, ante su gran asombro, el acto se

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

volvió mucho más agradable. La respiración de Gabriel sonaba jadeante en el oído de


Olivia; su propio aliento se aceleró, coincidiendo con el incremento de los latidos de
su corazón. Algo estaba sucediendo, algo extraño, salvaje y estimulante.
Inhaló más aire y comenzó a disfrutar con el acto, gozando del modo en que
sentía a Gabriel profundamente en su interior. Milagrosamente, no le parecía ya
demasiado grande, sino exactamente de la medida correcta. Con los dedos clavados
en los músculos de su espalda, Olivia se le abrazó, sosteniéndole tensa en el hueco de
sus muslos. La presión se intensificó, hasta que se volvió demasiado exquisita como
para poder soportarla, y todo pensamiento huyó exceptuando el de aquello, de él, de
Gabriel. Asaltada por un cegador arrebato de puro gozo pronunció su nombre
mientras oleadas de increíble placer la elevaban y transportaban más allá de la
realidad.
Gabriel, aturdido, se retiró pronunciando su nombre mientras vertía su
simiente sobre las sábanas. Luego le cubrió la boca con la suya y bebió a fondo de su
placer.
Respirando profundamente se desplomó a su lado y la estrechó entre sus
brazos. Ella estaba tan silenciosa, tan inmóvil, que él se preguntó en qué estaría
pensando. Hasta que no se había abierto paso en su virginidad, no había creído que
estuviera intacta. ¿Lo censuraría Olivia por haberla creído impura? ¿Lamentaría lo
que habían hecho? Entonces se le ocurrió un horrible pensamiento. ¿Esperaría que le
propusiera matrimonio aunque él ya le había dicho que nunca podría casarse?
Cuando notó una cálida humedad sobre su pecho, levantó la barbilla de Olivia
hacia él y la miró a los ojos preocupado.
—¿Qué sucede, Olivia? ¿Te he hecho daño? La primera vez siempre duele un
poco.
—Duele, pero el dolor pasa rápidamente. Eres muy bueno en esto, Gabriel.
Lamento haberte defraudado.
—¿De dónde has sacado esa idea? —La besó en la punta de la nariz—. Eres
maravillosa y me ha complacido saber que era el primero.
Ella hizo una mueca y desvió la mirada.
—Por poco no lo has sido. Gracias de nuevo por estar aquí cuando te
necesitaba. Sabes que sé defenderme. Soy fuerte. No se lo estaba poniendo fácil a
Palmerson.
—Olvida a Palmerson. ¿Por qué estás llorando?
—Estoy triste porque ésta será la última vez que estemos juntos así. Esta noche
has evitado una tragedia, pero no puedo arriesgarme a perjudicar a Neville
privándolo del lugar que debe ocupar en la sociedad provocando un escándalo. Esto
es una despedida, Gabriel.
Él no estaba en absoluto convencido de que fuera a ser así. Una sola vez con
Olivia no le bastaba.
—Deberíamos irnos, Livvy. Nos hemos ya demorado demasiado aquí.
Se puso los calzones, luego buscó la camisa de Olivia y se la tendió mientras él
recogía el resto de las cosas de ella. Cuando se volvió, vio que se había puesto la

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

prenda y estaba sentada en el borde del lecho. Se la veía pequeña y vulnerable, y


hermosamente despeinada. Deseó echarla en la cama y volver a hacerle el amor, pero
hizo acopio de su buen juicio y acabó de vestirse.
Gabriel miró a la joven, advirtió que tenía problemas para abotonarse el vestido
y acudió a su lado para ayudarla. Tocarla fue un error. La apremiante necesidad de
besarla lo abrumó. La volvió de cara a él, le levantó la barbilla y cubrió su boca con la
de él.
Perdido en el sabor y aroma de ella, en la suavidad de su cuerpo tan
íntimamente cercano al suyo, estuvo a punto de sucumbir de nuevo a sus lujuriosos
deseos. Pero antes de que fuera lo bastante estúpido como para volver a tumbarla en
el lecho, Olivia tuvo el buen sentido de interrumpir el beso. Seguía aún entre sus
brazos, con el aspecto de una mujer que acaba de ser plenamente amada, cuando la
puerta se abrió bruscamente y tres hombres se precipitaron dentro de la habitación.
—Te digo que te has equivocado, Sanford. Éste no es Palmerson.
Con un grito de alarma, Olivia se ocultó bajo las sábanas, pero era demasiado
tarde, el trío ya había visto su rostro.
—Bathurst —balbució Fordham—. Lo siento, amigo. No me proponía
interrumpir. Pensamos... es decir, nos indujeron a creer que Palmerson estaría aquí
con lady Olivia.
Dearborn estaba demasiado ocupado contemplando a la chica como para
hablar.
—De modo que éste era el juego de Palmerson —murmuró Gabriel
sombríamente.
Conseguir que tres famosos chismosos lo encontraran en una habitación con
Olivia hubiera sellado el destino de ella, tanto si la había violado como si no. Pero no
había sucedido de ese modo. Ahora le tocaba a él pagar por lo sucedido, y hacer lo
correcto. Por desgracia, hacer «lo correcto» no podía incluir una proposición de
matrimonio.
—¡Fuera de aquí! —gritó Gabriel—. Si alguno de ustedes repite lo que ha visto
aquí esta noche, haré que se arrepienta de ello.
Sin embargo, por la ávida expresión de sus rostros, comprendió bien que su
amenaza no los silenciaría. Al día siguiente, todo Londres y más allá sabría que había
comprometido a lady Olivia. Estaba dispuesto a apostar que hasta el Times
publicaría un relato tergiversado de la historia. Olivia quedaría arruinada
socialmente y él no podría hacer nada por remediarlo.
—Nuestras bocas están selladas —dijo Sanford con los ojos chispeantes de
diversión—. Vamos, muchachos, veamos si podemos encontrar a Palmerson.
Los tres hombres se fueron y Gabriel cerró de un portazo tras ellos. Olivia
asomó de debajo de las sábanas con el rostro ceniciento.
—¿Cómo lo sabían?
—Al parecer, Palmerson dispuso que tres famosos chismosos de Londres te
encontraran aquí con él. Yo debí haberlo visto venir. Lo siento, Livvy. Quedarnos en
la habitación ha sido un error.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—¡¿Lo sientes?! —gritó Olivia casi frenética por la desesperación y la ira—.


Acabo de convertir a mi familia en objeto de los más desagradables cotilleos desde la
muerte en duelo de mi padre ¿y lo único que eres capaz de decir es que lo sientes?
—Haré todo cuanto esté en mis manos para protegerte. Asumiré toda la
censura. Diré que te forcé.
—Para lo que servirá eso. No es sólo mi reputación la que se verá perjudicada,
sino también la de mi tía y la de Neville. Ellos pueden verse aislados de la sociedad.
Acaso expulsen a Neville de la universidad si se enteran en Oxford.
»Llévame a casa —añadió a continuación, algo más calmada y echándose el chal
sobre los hombros—. Lo hecho hecho está. No hay vuelta atrás. Mi familia ya ha
vivido antes con el escándalo.
—No me proponía que sucediera de este modo, Olivia. Yo te seguí aquí para
ayudarte, no para perjudicarte.
—Mejor verme perjudicada por ti que por Palmerson —dijo ella sinceramente.
—No te he pedido nada, Bathurst, y puedes estar seguro de que no te exigiré una
proposición de matrimonio. Esta noche he tomado una decisión y no lo lamento.
Gabriel siguió a Olivia por la puerta y la escalera. El posadero estaba dormido
en una silla de un rincón y sólo dos clientes desinteresados se encontraban en la sala
común. Gabriel hizo salir a Olivia apresuradamente y la ayudó a subir al carruaje.
Tras darle la dirección a Jenkins, se sentó junto a ella.
Gabriel pensó que Olivia estaba haciendo gala de una admirable compostura y
sintió una punzada de remordimiento. Seducirla había sido siempre su objetivo, pero
tenía que admitir que el tiempo y el lugar habían sido erróneos. Él no se había
propuesto que sucediera de ese modo, pero sus pasiones se habían descontrolado.
Ella se lo había pedido y él la había satisfecho disfrutando plenamente de cada
momento. No había habido hastío en su respuesta a Olivia, y hacía mucho tiempo
que Gabriel no se sentía de ese modo. Ella era natural, inocente, y, se diese cuenta o
no, estaba hecha para el amor.
El matrimonio era la salida habitual para una situación como aquélla, pero él no
podía proponérselo a Olivia. Gabriel nunca se casaría, y si ella supiera por qué,
estaría de acuerdo. Sin embargo podía ayudarla financieramente.
—Voy a abrir una cuenta bancaria a tu nombre y depositar en ella una cantidad
sustancial, Livvy —comenzó—. Es lo menos que puedo hacer por ti.
Olivia giró bruscamente la cabeza y le dirigió una mirada incendiaria.
—¡Absolutamente no! Me niego a aceptar un cuarto de penique de ti. No
necesito tu culpabilidad ni tu ayuda.
Gabriel suspiró desalentado. Olivia se lo estaba poniendo difícil. ¿Por qué no
podía ella darle la satisfacción de dejar que la ayudase financieramente? El orgullo y
la independencia eran rasgos admirables, pero Olivia los llevaba demasiado lejos. ¿O
no era así? ¿No la admiraba precisamente por esas cualidades? ¡Al diablo con todo!
¿Por qué estaba tan confuso?
—Eres muy obstinada, Livvy. Por favor, déjame hacer esto por ti.
Ella negó con la cabeza.

- 89 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—No.
—Muy bien. Como quieras. Sin embargo, yo daré instrucciones a mi abogado
para que deposite una suma de dinero en el banco a tu disposición, tanto si decides
aceptarla como si no.
—Estás perdiendo el tiempo, Bathurst —repuso ella secamente—. Pagarme por
los servicios prestados no hará que te aprecie más.
Se sucedieron largos minutos de silencio, luego Gabriel dijo:
—¿Cuándo volveré a verte? ¿Vendrás conmigo a la ópera el sábado por la
noche?
—No vamos a volver a vernos, Gabriel. Creí que te lo había dicho claramente.
—Supongo que ahora me odias. Te deseaba en mi lecho, pero no quería que
después me odiaras.
—¿Odiarte? No, no te odio. ¿Cómo podría? Me has rescatado de Palmerson. El
matrimonio con él habría sido intolerable. Ojalá supiera por qué ese interés en que
me case con él.
—Encargaré a Grimsley que lo investigue. Si Palmerson tiene un motivo, mi
hombre lo descubrirá.
—Esa oferta sí la acepto. Gracias, Gabriel —dijo Olivia volviéndose a mirar por
la ventanilla.
Lo que había sucedido aquella noche entre Bathurst y ella había sido tan
extraordinario que no podía compararlo con nada de lo que había vivido hasta
entonces. Mirando la oscuridad, se permitió dejar vagar sus pensamientos hacia
aquella sórdida habitación donde había perdido su virginidad.
Nunca hubiera sospechado que hacer el amor pudiera ser un placer tan sublime
y gratificante, e imaginaba que no sería lo mismo con alguien que no fuera Bathurst.
—¿Estás bien? —le preguntó él al ver que el silencio entre ellos se prolongaba.
—Has pasado por muchas cosas esta noche.
Olivia estuvo a punto de echarse a reír. También había pasado mucho la noche
en que él le disparó. Sin embargo, había sobrevivido.
—Iba a preguntarte una cosa antes de que los amigos de Palmerson
irrumpieran en la habitación —dijo Gabriel—. He visto que tenías una cicatriz en tu
hombro izquierdo. No se distinguía muy bien con aquella luz tan tenue, pero parecía
bastante reciente.
¡Oh, Dios, se había dado cuenta! Había estado demasiado absorta en la relación
amorosa como para pensar en ello.
—La cicatriz no es reciente —mintió—. La tengo desde el verano pasado,
cuando Neville vino a casa en vacaciones. Estaba practicando con la pistola de
nuestro padre y yo me metí en medio.
Gabriel le dirigió una asombrada mirada.
—¡Qué accidente más horrible! Confío en que ambos aprendieseis la lección.
Las armas de fuego son peligrosas para quienes no saben cómo utilizarlas.
Olivia se encogió de hombros.
—Fue una herida menor. Neville estaba horrorizado, pero el daño no fue

- 90 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

importante.
Devolvió su mirada al exterior y Gabriel se recostó contra los cojines en
contemplativo silencio. Cuando se aproximaban a su casa, le preguntó:
—¿Debo entrar contigo?
—No es necesario. Yo se lo explicaré todo a tía Alma y a Peterson.
—¿Les hablarás de nosotros... de lo que ha sucedido esta noche? Si no lo haces,
se enterarán por los periódicos. Me temo que mis amenazas no impedirán que los
amigos de Palmerson saquen el máximo partido de esto.
—Les diré lo que deseo que sepan —repuso Olivia—. No necesitan saber lo que
realmente ha ocurrido en la posada. En realidad, los amigos de Palmerson no nos
han descubierto haciendo... ya sabes. Sólo sospechan que ha pasado algo.
—Eres tú quien debe decidir, Livvy. Te veré mañana.
—No, por favor, Gabriel, mi idea es mejor. Tu reputación no está arruinada, la
mía sí. En estas situaciones, los hombres suelen salir mejor librados. Pueden seguir
con sus ocupaciones habituales, sin recriminaciones, mientras que las mujeres se ven
apartadas de la sociedad. Prefiero enfrentarme a ello con mis propias condiciones. Tú
no tienes intención de ofrecerme matrimonio, de modo que es mejor que dejemos de
vernos absolutamente.
—Podrías ser mi amante y dejarme manejar a mí las habladurías. No lo
lamentarás, Livvy, te lo prometo.
—Ya lo lamento... haberte conocido.
Lo decía sinceramente. De no haber conocido a Bathurst, nunca habría sabido lo
que faltaba en su vida.
Cuando el carruaje se detuvo ante su casa, se volvió hacia el aristócrata.
Después de que se separaran aquella noche sólo se encontrarían de nuevo como
corteses conocidos, pero nunca como amantes. Escudriñó sus hermosos rasgos
deseando desesperadamente memorizarlo todo de él. Intentó decir algo memorable,
pero no se le ocurrió nada. A falta de palabras, simplemente se alejó de su vida.
Dos personas muy preocupadas esperaban a Olivia en la puerta. Tía Alma
estaba casi fuera de sí por la preocupación y Peterson parecía haber envejecido en el
espacio de unas horas. Alma la estrechó entre sus brazos y se negó a soltarla hasta
que Olivia se liberó suavemente de ella.
—Estoy bien, tía, de verdad.
—Te he visto bajar del carruaje de Bathurst. Estoy muy aliviada de que te haya
encontrado. Nos dijo que confiáramos en él, pero yo temía que Palmerson te hiciese
algún daño antes de que el marqués te encontrara.
—Palmerson me mintió acerca de la velada musical y luego utilizó cloroformo
para dejarme inconsciente —explicó Olivia—. Me llevó a una posada de las afueras
de la ciudad y...
—¡Oh, querida, no estoy segura de que desee oír eso! —dijo Alma abanicándose
con su pañuelo.
—Todo está en orden, tía. Bathurst llegó a tiempo y echó a Palmerson.
—¡Bravo por él! —exclamó Peterson—. Sabía que pedirle ayuda era una buena

- 91 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

idea.
—Hay más —susurró Olivia.
—Puedo esperar, querida —murmuró Alma.
—No, tía, necesito hablar de ello. Luego voy a intentar olvidar lo que ha
pasado. Ni Bathurst ni yo sabíamos que Palmerson había pedido ayuda a sus amigos
para llevar a cabo su perverso plan. Se suponía que debían irrumpir en la habitación
y encontrarnos a Palmerson y a mí en situación comprometida. Bathurst y yo nos
demoramos demasiado en la posada y puedes imaginar el resto. Naturalmente, han
pensado lo peor. Mañana se hablará de mí por toda la ciudad. Los periódicos
probablemente publicarán su propia versión al día siguiente.
Peterson profirió una maldición y Alma se desplomó en una silla,
tambaleándose, con el rostro ceniciento.
—Estás arruinada, Livvy. ¡Dios mío, toda la familia lo está! Ahora ya no hay
solución posible. Bathurst tendrá que proponerte matrimonio.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 9

Gabriel durmió hasta bien entrada la mañana. Tras bañarse con calma, comió y
se retiró a su estudio. Había sido un idiota al tomar la virginidad de Olivia en aquella
sórdida posada. Si hubiese puesto freno a su lujuria, podría haber llevado a Olivia a
su casa y nadie se habría enterado. Y por lo que se refería a la seducción, había sido
un desastre.
Le había hecho el amor a Olivia cuando ella se hallaba en un estado de
conmoción y ése era un comportamiento reprobable, aunque fuera lo que ella
deseaba. Gabriel había pensado que, la primera vez, la poseería sobre sábanas de
seda, tomándose todo el tiempo del mundo para saborearla. Pero lo que había
sucedido en la realidad desafiaba la imaginación.
En primer lugar, Olivia era virgen. Para empeorar las cosas, habían sido
descubiertos por un trío de conocidos chismosos. Peor aún, él no había planeado
nada de lo que había sucedido. ¿Qué diablos iba a hacer? Una vez la buena sociedad
se enterase de lo que había pasado, a Olivia y su familia la vida les resultaría
imposible.
Se preguntó sombríamente qué iba a hacer. Sus razones para permanecer
soltero seguían siendo válidas y como Olivia no le permitía hacerse cargo de ella
financieramente, se veía impotente para aliviar sus problemas. Si pudiera ahogar el
germen del escándalo, lo haría, pero probablemente ya era demasiado tarde. Y
cuando se enterara su abuela, se desatarían todos los infiernos.
Ella conocía su reputación como libertino y mujeriego, pero comprometer a una
mujer de buena cuna y negarse a hacer lo «correcto», ciertamente le haría ganarse su
ira.
Gabriel nunca había tenido intenciones de perjudicar a Olivia, pero hacerle el
amor había sido una experiencia extraordinaria. Acabó cayendo en un talante
contemplativo mientras recordaba cada dulce momento que había pasado con ella.
Una oleada de calor inundó su cuerpo y se estancó en sus ingles. Con Olivia, con una
vez no le bastaba.
Con Olivia, con una vez tendría que bastarle.
Gabriel no podía confiar en su control. Eyacular dentro de ella podía dar lugar a
un desastre. Con otras mujeres, eso nunca había sido un problema. Retirarse en el
momento justo a Gabriel le resultaba natural después de tantos años de hacerlo. Pero
con Olivia, le había resultado casi imposible. El apremio de darle a ella su simiente
había sido un impulso tan fuerte, que casi había sucumbido a él.
Deseaba estar dentro de ella en aquel mismo momento; deseaba posar su boca
en sus senos y sus manos en su apetecible trasero. ¡Dios!, ¿qué le estaba pasando?

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Sofocó un gemido, fue hacia la alacena, se llenó una copa de brandy y se la llevó al
sillón, así como la botella.
A la hora de comer, Grimsley le llevó una bandeja, pero Gabriel siguió con la
botella. Permaneció así, sentado, cavilando, durante horas, levantándose
ocasionalmente para pasear por la habitación y retornando luego a su sillón y a su
botella. La luz del día se convirtió en crepúsculo, y Grimsley, muy preocupado,
volvió para preguntar si su señoría se disponía a salir aquella noche y si deseaba que
lo ayudasen a bañarse y vestirse. Gabriel lo despidió con un ademán, informando al
preocupado sirviente de que se proponía pasar la noche en casa.
Grimsley parpadeó.
—¿En casa, milord?
—En casa —repitió Gabriel—. Y tráigame otra botella; ésta está vacía.
En algún momento, durante la larga noche, Gabriel se quedó dormido con la
copa colgando de su mano y las botellas vacías tiradas en el suelo, a sus pies. Se
despertó con la luz entrando a raudales por la ventana y el sonido de la puerta al
abrirse de golpe. Con la vista borrosa, agitó la cabeza para aclarársela cuando vio a
Ram irrumpir allí seguido de Luc. Ram le metió un periódico bajo la nariz y le
espetó:
—¿Qué diablos está pasando, Bathurst? Estás acabado.
Gabriel levantó los ojos, inyectados en sangre, hacia sus amigos, y trató de
esbozar una sonrisa, pero sólo pudo exhibir una mueca.
—Buenos días a vosotros también. ¿A qué debo el placer de esta temprana
visita?
—¿Has visto el periódico de la mañana? —preguntó Luc.
Gabriel trató de centrar su atención en el periódico que tenía ante los ojos, pero
estaba demasiado resacoso como para distinguir las palabras.
—Me temo que esta mañana no. No estoy en mi mejor forma. ¿Qué es eso tan
terriblemente importante?
—Escucha mientras te leo un trozo de la columna de chismes —dijo Ram
aclarándose la garganta.
»Ha llegado a conocimiento de este redactor que uno de los integrantes de la
Liga de Libertinos de Londres fue visto en La Liebre y el Sabueso con una dama que
anteriormente tenía una intachable reputación. El marqués de B y lady O parecían
haber yacido juntos en posición horizontal según afirman quienes los vieron en
déshabillé. ¿Significa eso que va a haber boda inminente?
—¡Infierno y condenación! —gruñó Gabriel—. Los amigotes de Palmerson no
han podido esperar para contarle al mundo lo que vieron en La Liebre y el Sabueso.
—¿Y qué vieron exactamente? —preguntó Luc—. Naturalmente, lady O es
Olivia Fairfax. Y, a propósito, Bathurst, tienes una pinta horrible.
—Esta vez te has pasado de la raya, amigo —añadió Ram—. ¿Por qué tenías
que ir tras una virgen cuando hay tantísimas mujeres por ahí para satisfacer nuestras
necesidades?
—¿Cómo sabes que era virgen? —gruñó Gabriel.

- 94 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Nunca se ha dicho que no lo fuera —repuso Ram—. La dama ha vivido al


margen de la sociedad desde la muerte de su padre. No hay ni una sola habladuría
sobre ella.
—Idos —replicó Gabriel.
—¿Vas a proponerle matrimonio? —preguntó Luc impasible ante la hosquedad
de Gabriel.
Éste dio una patada a las botellas que, de repente, descubrió a sus pies.
—Ambos sabéis que no puedo.
—La reputación de lady Olivia está arruinada —añadió Ram innecesariamente.
—¿Crees que no lo sé? —gritó Gabriel.
—¿Qué pasó? —preguntó Ram—. Te conozco bien, amigo. Que yo sepa, ésta es
la primera vez que has comprometido a una virgen. Te lo advertimos, pero te negaste
a escuchar.
Gabriel se examinó las uñas.
—No negaré que deseaba a Olivia y le pedí que fuera mi amante. Ella se negó,
pero su familia está en serios aprietos; ella necesita un protector. Poco puedo hacer
ahora para detener esas maliciosas habladurías.
—De modo que no vas a casarte con ella —conjeturó Luc.
—¿Acaso no lo he dicho así? —repuso Gabriel irritado.
—No eres tú mismo, Bathurst —observó Luc—. Tal vez deberíamos dejarte y
volver cuando estés de mejor talante.
Al ver que no obtenían respuesta, Ram y Luc salieron de la habitación.
Grimsley llegó al cabo de unos momentos con el desayuno y un periódico recién
impreso. Gabriel cogió el periódico y buscó inmediatamente la columna de chismes.
La leyó entera dos veces antes de soltarlo.
—¿Sucede algo malo, milord? —pregunto Grimsley preocupado—. No parece
usted mismo.
—¿Ha leído las noticias matinales, Grimsley?
—Aún no, milord. Suelo leer el diario cuando usted ya ha concluido con él.
Gabriel recogió el periódico y se lo tendió a Grimsley señalándole la columna
de chismes con un dedo.
—Puede usted leer eso. Sospecho que todo el servicio está hablando del asunto
ahora que se ha hecho público.
Grimsley leyó el artículo en cuestión y sus cejas se fueron enarcando con cada
palabra.
—¿Es eso cierto, milord?
—Me temo que sí, Grimsley.
—Entonces, sospecho que procede felicitarle. Necesitará una licencia especial,
pero eso puede arreglarse bastante fácilmente. Me encargaré de ello de inmediato.
—No voy a casarme, Grimsley. Sin embargo, hay algo que sí puede hacer por
mí.
Si Grimsley se quedó sorprendido ante la negativa de Gabriel a casarse con la
mujer a la que había comprometido, no lo demostró.

- 95 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Estoy a su servicio, milord.


—Deseo saber más cosas sobre lord Palmerson y sus razones para intentar
perjudicar a la mujer con la que pretendía casarse. La mujer en cuestión no tiene
dote, de modo que no había ninguna ganancia monetaria para él y me niego a creer
que la ame.
—Haré todo lo posible por obtener esa información, milord —prometió
Grimsley—, pero necesito saber el nombre de la dama antes de poder poner en
marcha una investigación.
—Puesto que sé que es discreto, se lo diré. Se trata de Olivia Fairfax. Palmerson
está deseoso de casarse con ella, y me interesa saber por qué.
—Muy bien, milord. Confío en que mis contactos me proporcionen algo de
valor.
Gabriel siguió sentado en contemplativo silencio mucho después de que
Grimsley se hubo marchado. Decidió tomarse el desayuno y luego fue a su
habitación a bañarse y vestirse. No podía andar escondiéndose ni pretender que no
existían las habladurías. Lo mejor que podía hacer era realizar sus actividades
normales y frecuentar sus habituales lugares de esparcimiento.
Cuando se disponía a salir de casa, recibió una nota. En cuanto el lacayo se la
tendió, supo quién se la mandaba. Su abuela no había perdido el tiempo. Él confiaba
en poder cabalgar primero un poco por el parque, pero la nota de la abuela eliminaba
esa posibilidad. Preparándose para el enfrentamiento, Gabriel se puso en marcha en
su montura favorita.
Un muchacho corrió a recoger las riendas cuando desmontó ante la mansión de
su abuela.
—No lo desensilles —le dijo Gabriel—. No me quedaré mucho rato.
Lady Patrice estaba aguardando a Gabriel en el salón matinal, serio el arrugado
semblante y los labios fruncidos con desaprobación.
—¿Cómo estás, abuela? —preguntó él tras inclinarse y besar su flácida mejilla.
—Te lo diré cuando hayamos comentado tus planes de boda.
—Veo que has leído el periódico de la mañana.
—¿Es eso cierto? ¿Eres tú el lord B que ha comprometido a lady O en La Liebre
y el Sabueso?
Gabriel estuvo a punto de negarlo, pero prudentemente decidió no hacerlo.
Todavía no había conseguido nunca mentirle a su abuela sin ser descubierto. Ella lo
conocía demasiado bien.
Tras una penosa pausa, dijo:
—Es cierto, abuela, pero existen circunstancias atenuantes.
—Olvida las circunstancias, que poco importan. Entiendo que lady O es Olivia
Fairfax.
—Prefiero mantener el nombre de la dama fuera de la cuestión.
—Es demasiado tarde para eso, muchacho. Todo Londres está hablando de
vosotros. Esta vez has ido demasiado lejos. Has comprometido a una dama soltera, y
sólo existe una salida honorable para eso. Habría preferido que arruinaras a alguien

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

con una dote mayor, y con menos años, pero la joven tiene buena genealogía. —Se
dio unos golpecitos en la barbilla—. Celebraremos una boda íntima y daremos una
pequeña recepción.
Gabriel escuchaba a su abuela con creciente aprensión. La anciana estaba
realmente a punto de llorar. No habría ninguna boda, y tenía que decírselo antes de
que aquello fuera demasiado lejos.
—¡Alto, abuela! No habrá boda. Haré cualquier cosa para acallar las
murmuraciones menos casarme, a eso no puedo comprometerme.
Lady Patrice golpeó con su bastón en el suelo con implacable determinación.
—Ningún nieto mío eludirá su deber. Te casarás con lady Olivia y tendrás el
heredero que deberías haber engendrado hace años. —Dirigió una dura mirada a su
nieto—. Tal vez ella ya esté engordando.
—No, abuela, eso no es posible.
—¿Estás diciendo que no ha sucedido nada en La Liebre y el Sabueso?
—No te mentiré, abuela. Lo único que te diré es que tomé precauciones.
—¡Aja! Lo sé todo sobre precauciones, y no siempre funcionan. Sin embargo,
esto está de más. Has comprometido a una mujer cuya reputación era irreprochable y
te casarás con ella.
—Abuela —dijo Gabriel con decreciente paciencia—. Sencillamente, no puedo...
—Y yo digo que lo harás. Desde luego que te casarás. Yo me cuidaré de los
preparativos. Tú, lo único que tienes que hacer es obtener una licencia especial y
compadecer en el momento señalado. Esta conversación ha concluido.
Con la mente confusa, Gabriel se despidió poco después. Su abuela estaba
empeñada en una boda, y nada de lo que él dijera podía persuadirla de lo contrario.
Y como él quería a su abuela, cumpliría con sus deseos. Era vieja, frágil y desconocía
sus razones para permanecer soltero. Después de escucharla, se dio cuenta de que no
podía negarle el placer de verlo sentar la cabeza.
Pero aunque su abuela pudiera obligarle a casarse, no podía forzarlo a tener
hijos. Su nombre moriría con él.
El día después de haberse librado por tan poco de Palmerson en La Liebre y el
Sabueso, Olivia almorzaba sin saborear la comida. Sentía como si su mundo se
estuviese desintegrando lentamente.
Mientras picoteaba su comida, se dio cuenta de pronto de que faltaba el
periódico matinal. Insólitamente estaba sobre la mesa de la cocina cuando ella había
bajado a desayunar esa mañana, y era la hora de comer y aún no lo había visto.
—Tía, ¿has visto el periódico de la mañana? —preguntó la joven.
Alma detuvo el tenedor a medio camino de su boca.
—¿El periódico, querida? Uh... Yo... hum... tendrás que preguntarle a Peterson.
Tal vez se le ha olvidado.
Un escalofrío recorrió la columna de Olivia.
—Peterson nunca se olvida. Algo pasa. Dímelo.
—¡Oh, querida, es terrible! ¡Sencillamente terrible! —vaciló Alma—. Confiaba
en que no llegaríamos a esto.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Tía...
—¡Oh, muy bien! Peterson y yo no queríamos que lo leyeses. Hay una
información en la columna de chismes y pensamos que iba a afectarte.
—Aprecio que tratéis de protegerme, pero deseo saber lo que se dice de mí.
¿Puedo ver el periódico, por favor?
Con los labios apretados formando una tenue línea, Alma se levantó y sacó el
periódico de un cajón donde lo había guardado anteriormente. Olivia buscó la
columna de chismes y leyó en silencio las malditas palabras... palabras que hacían
jirones su reputación.
Aunque hacía largo tiempo que no formaba parte de la buena sociedad, ver el
nombre de la familia arrastrado por el barro de nuevo le dolía. Se había esforzado
mucho por superar la vergüenza que su padre les había causado, y ahora ella había
provocado un escándalo aún mayor. Neville nunca sería aceptado en sociedad y tía
Alma compartiría con ella su desgracia.
—No es tan malo —aventuró Alma cuando Olivia hubo leído el ofensivo
artículo—. Las murmuraciones desaparecerán una vez que Bathurst y tú estéis
casados. Algo bueno resultará de todo ello. Todos nuestros problemas financieros
acabarán. Tal vez sea lo mejor, Livvy.
Olivia apretó los dientes, frustrada.
—No va a haber boda, tía. Bathurst no me propondrá matrimonio. Y si lo
hiciera, yo no lo aceptaría.
Alma abrió la boca sorprendida.
—¿Por qué dices algo así? Es evidente que el marqués está interesado por ti.
¿Por qué, si no, acudió a rescatarte?
—Porque es un ser humano decente —dijo Olivia.
«Y un amante asombroso.»
Bathurst había dejado perfectamente clara su postura antes de que hicieran el
amor. Ella recordaba cómo le había rogado que le hiciese el amor y como él la había
satisfecho más allá de sus sueños más salvajes. La decisión de Bathurst de
permanecer soltero era desconcertante, y sólo podía suponer que su placer hedonista
y su libertinaje significaban más para él que tener una esposa y una familia.
—Voy arriba, tía —dijo Olivia concluyendo la conversación, antes de que Alma
pudiera seguir interrogándola—. Envíame a Peterson cuando vuelva del mercado.
—¡Oh, no! —se lamentó Alma—. No me digas que tú y Peterson vais a... a...
—Tenemos que hacerlo. No nos queda nada más que el reloj de padre, y lo
guardo para Neville.
Se levantó y salió de la cocina antes de que la conversación retornara a Bathurst.

Con las severas palabras de su abuela aún resonando en sus oídos, Gabriel
desmontó frente a la ruinosa casa de Olivia. Nadie corrió a recoger sus riendas, de
modo que ató su caballo en un matorral y subió la escalera principal. Tenía la mano
en la aldaba de metal cuando comprendió que no podía seguir adelante con aquello.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Comenzaba a dar media vuelta cuando la puerta se abrió de repente.


—¡Lord Bathurst! —exclamó Alma, al parecer tan sorprendida como él—. No le
he oído llamar.
Gabriel esbozó una sonrisa.
—Lady Alma, buenos días. ¿Cómo sabía que estaba aquí?
—No lo sabía. He salido para barrer el umbral y le he encontrado. Ya era hora
de que apareciese, milord. Supongo que habrá leído el periódico de la mañana.
—Así es —reconoció Gabriel.
—Me alegro de que se haya decidido a hacerle proposiciones a mi sobrina. La
ha colocado en una situación terrible.
Gabriel se puso rígido.
—Si usted recuerda, madame —dijo fríamente—, fue Palmerson, no yo, quien
raptó a su sobrina.
—Yo lo sé, milord, pero la sociedad lo ignora. Además, no nací ayer. Si usted y
Livvy hubieran salido inmediatamente de la posada, su reputación seguiría intacta.
—¿Qué le ha contado Olivia?
—Lo bastante como para comprender que no es usted tan inocente como
pretende. Su reputación le precede, milord. Ninguna mujer joven está a salvo en su
compañía.
—Su empleado Peterson no debía de pensar lo mismo que usted, si no, no
hubiese venido a pedir mi ayuda.
—No había nadie más —repuso Alma encogiéndose de hombros.
—¿Con quién estás hablando, tía?
Gabriel levantó los ojos y vio a Olivia bajar la escalera. Deslizó la mirada
lentamente sobre ella, como si así pudiera distinguir bajo el gastado vestido las
insinuantes curvas que ocultaba. Recordaba el aspecto de su cuerpo desnudo,
sonrojado por la pasión y henchido de deseo, y sintió que empezaba a excitarse.
—Espero que cumpla con su deber hacia mi sobrina —le recordó Alma
mientras avanzaba hacia la escalera para esperar a Olivia.
—¿Qué está haciendo aquí, Bathurst? —preguntó ésta cuando llegó al vestíbulo.
—Yo también me alegro de verte —repuso Gabriel secamente—. Tenemos que
hablar —añadió, antes de que Olivia pudiera replicar—. En privado.
—No puedo imaginar qué más tenemos que decirnos.
—Lleva a lord Bathurst al salón, querida —le aconsejó Alma—. Estoy segura de
que tenéis muchas cosas que discutir. Yo debo hacer algunos recados, y me llevo a
Peterson conmigo.
—Tía... —comenzó Olivia, pero ya era demasiado tarde para hacer regresar a
Alma.
Olivia entró furiosa en el salón.
—¿Esta visita es necesaria, milord?
—Mi abuela y tu tía parecen creerlo así.
Olivia se volvió hacia él con expresión airada.
—Si se trata de lo que creo, ya puede irse.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Gabriel la miró, pensando cuan hermosa se la veía en aquellos momentos. Sus


ojos destellaban y su rostro estaba ruborizado. Tenía que esforzarse para no cogerla
entre sus brazos y besar su provocativa boca. Intentó controlar sus divagantes
sentidos y le dijo:
—Siéntate, Olivia.
Ella, con el cejo fruncido, no se movió.
—Seguiré de pie, gracias. ¿Qué es lo que desea decirme?
Con las manos a la espalda, Gabriel comenzó a pasear arriba y abajo delante de
ella.
—Nos casaremos en cuanto hayan concluido los preparativos. La noticia de
nuestro compromiso aparecerá mañana en los periódicos. Eso detendrá las
murmuraciones.
Olivia entornó los ojos.
—¿Cuándo ha cambiado usted de idea sobre el matrimonio, Bathurst?
—Yo no he cambiado. Mi abuela leyó la columna de chismes del Times de hoy y
me ha echado un rapapolvo. La abuela puede ser vieja y frágil, pero se sigue
considerando la jefa de la familia. Aborrece los escándalos, y me ha ordenado que te
pida en matrimonio. Puesto que la quiero entrañablemente, me someteré a sus
deseos, aunque de mala gana. Sin embargo, hay algo que desearía dejar claro: no
habrá hijos de nuestra unión.
Olivia irguió la barbilla.
—Rechazo respetuosamente su propuesta de matrimonio, y asumo la plena
responsabilidad de lo sucedido en La Liebre y el Sabueso.
—¿Estás rechazando mi propuesta? —preguntó Gabriel sorprendido—. Tal vez
no has visto el periódico de esta mañana.
—Lo he visto. No es peor de lo que esperaba. Estoy reconocida de que fuera
usted y no Palmerson. Lo que Palmerson pretendía era violación, lo que hicimos
fue...
—Agradable, supongo —sugirió Gabriel.
Olivia se sonrojó y desvió la mirada. Agradable era quedarse muy corto.
—No le considero culpable de lo... que sucedió. Ni hicimos nada que yo no
deseara.
—Sin embargo, intimamos, y fuimos sorprendidos in fraganti.
—No le comprendo, Bathurst. Usted tenía toda la intención de seducirme y
convertirme en su amante. Por lo que usted dijo, creía que el matrimonio no entraría
nunca en sus planes.
—Eso es cierto —reconoció Gabriel—. Si fueras mi amante, podría haberte
protegido. Nadie diría nada. Sin embargo, eso ahora ya no es posible. Al
descubrirnos juntos, todo cambia.
—Eso es ridículo —resopló Olivia—. Cómo les gusta a los hombres tergiversar
las cosas en beneficio de sus propósitos egoístas. Nada ha cambiado. Yo no me
convertiré ni en su amante ni en su esposa. Dígale a su abuela que no aceptaré
casarme con un hombre que no desea esposa ni familia.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Mi nombre te protegerá, Livvy —intentó convencerla Gabriel—. Se le podría


evitar el escándalo a tu familia.
—Mi padre ya se ocupó de arruinar el nombre de nuestra familia. La sociedad
ha comenzado a olvidar lo que él hizo, y, algún día, mi indiscreción también será
olvidada o sustituida por otro chisme más interesante.
—Nadie te propondrá matrimonio —le recordó Gabriel.
—Mis esperanzas de matrimonio acabaron con mi padre. Me he hecho a la idea
de vivir sin esposo ni familia. —Sostuvo impávida su mirada—. No me avergüenza
lo que hicimos. Siempre tendré buenos recuerdos de esa noche.
Una mezcla de alivio e incredulidad privó a Gabriel del habla. Era cierto que no
deseaba casarse con Olivia, pero no porque no experimentara sentimientos hacia ella.
Lo que realmente temía era perder el control cuando hicieran el amor y traer una
criatura al mundo. Sin embargo, ella, increíblemente, le había rechazado. ¡Por Dios,
era un marqués y rico! ¿Qué más podía querer Olivia?
Gabriel se preguntó por qué estaba disgustado. Debería estar complacido con la
decisión de ella. Podía decirle sinceramente a su abuela que lo había rechazado y
luego volver a sus costumbres decadentes.
—¿Es tu última palabra, Olivia?
—Lo es.
Él apretó los labios.
—Muy bien. No volveré a molestarte.
Se volvió para marcharse.
—¡Gabriel, espera!
Él se volvió lentamente enarcando la ceja interrogativamente.
—¿Has cambiado de idea?
—No... sólo... deseaba darte... de nuevo las gracias.
Un estremecimiento recorrió a Gabriel. ¿Había arruinado la reputación de
Olivia y ella le daba las gracias? De pronto algo estalló en su interior y se acercó a ella
para estrecharla entre sus brazos. Se quedó mirando las brillantes y verdes
profundidades de sus ojos y se sintió perdido. Nada, salvo la muerte, podía impedir
que la besara.
Un cálido y lento deseo se instaló en su vientre e inflamó su alma. Deseaba que
ella le pidiera que se detuviese y al ver que no lo hacía, deslizó la lengua en su boca y
aspiró profundamente su dulce esencia. Sintió el vacilante movimiento de la lengua
de Olivia contra la suya y gimió su nombre en su boca.
—Detenme —gruñó.
—No... puedo.
Olivia saboreó su beso y sintió un hondo dolor en ella. Sabía que era demasiado
tarde para frenarse cuando él le abrió el corpiño y bajó la boca hasta sus senos.
Arqueándose para recibir sus caricias, sintió que el corazón le latía con fuerza salvaje
mientras él le lamía el pezón y recorría con la lengua su rugoso núcleo.
—Aquí no —balbuceó Olivia.
—¿Dónde?

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Su voz sonó baja y torturada; ella apenas reconoció la suya cuando contestó:
—Arriba.
Gabriel la cogió entre sus brazos y subió con ella la escalera. Recordaba dónde
estaba su habitación y atravesó el umbral cerrando la puerta detrás de él. Luego
depositó a Olivia en el lecho y se acostó a su lado.
—Te deseo, Livvy. No sé qué me has hecho y no me importa, siempre y cuando
me dejes amarte.
Olivia apenas captó sus palabras mientras él la desnudaba con una rapidez que
demostraba sus amplios conocimientos sobre vestuario femenino. Luego, él se echó
hacia atrás y la contempló paseando su brillante mirada por su desnudo cuerpo con
un ansia que no podía ocultar.
Palpitante de necesidad, Olivia observó cómo Gabriel se desnudaba a la vez.
Todo en él la complacía: sus anchos hombros, su esbelta cintura y su pecho bien
modelado. Tenía caderas estrechas y piernas musculosas, pero el arma que esgrimía
entre las piernas era lo que le quitaba el aliento. Grueso y largo, su miembro se
erguía contra su liso vientre desde un nido de rizos negros.
Gabriel se tendió en el lecho y, una vez junto a ella, presionó sus labios contra la
suave piel de debajo de sus senos, le besó cada costilla y hundió la lengua en su
ombligo; a continuación le chupó el vientre dejándole allí una señal amorosa.
—Deseo probarte por todas partes —murmuró él mientras sus labios seguían la
línea de sus caderas.
Al parecer, el suspiro de placer de Olivia era todo el estímulo que necesitaba
para besarle una pierna y luego lamerle lentamente el interior de la otra, dibujando
húmedos círculos con la lengua. Cuando llegó al tierno lugar que ella sentía
henchido y palpitante, echó su cálido aliento sobre su mismo centro, mientras el
cuerpo de Olivia reaccionaba tensándose como la cuerda de un arco.
Ella pensó que se suponía que aquello no debía ocurrir. Pero ¿cómo podía
resistirse a una oportunidad más de estar en brazos de Gabriel? Lo deseaba y él la
deseaba, nada más importaba.
Entonces él posó la boca contra su dolorido núcleo y ella se inquietó y murmuró
una protesta.
—No voy a hacerte daño, Livvy —la tranquilizó él.
Asió sus nalgas con las manos y profundizó el beso, mientras la acariciaba con
los labios, con la respiración, con la lengua hasta que ella estuvo temblando como
una hoja y a punto de resquebrajarse.
Un roce más de su lengua y ella gritó. Se sentía palpitar violentamente contra su
boca y se entregó a sus íntimas caricias ofreciéndole más de sí misma. Respiraba con
dificultad, desfallecida. Por fin se detuvieron las convulsiones y su respiración se
aligeró. Yacía tendida, completamente confusa mientras él se removía y retrocedía
sobre su cuerpo, levantándole las piernas e impulsando su henchido dardo hacia su
interior. Gabriel comenzó a moverse apremiándola a que lo siguiera con eróticas
palabras. Olivia se adaptó a su ritmo, se frotó contra él y dejó que la guiaran sus
instintos.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Con el cuerpo latiendo y el corazón acelerado, aguardó con ansiosa expectación


mientras él la besaba y acariciaba. A medida que su cuerpo arremetía y se movía, sus
besos iban haciéndose más cálidos e intensos.
—¡Me gusta tanto tu sabor! —susurró contra sus labios—. ¡Estás tan húmeda y
tan tensa! Adoro el modo en que tus músculos me aprietan. ¿Puedes alcanzar de
nuevo el clímax?
No hubo respuesta. Olivia no podía respirar, mucho menos hablar. Cuando él la
besó, ella perdió todo sentido de la realidad.
Agobiada por nuevas sensaciones, abrió la boca a la inquisitiva lengua
masculina. Se saboreó a sí misma en ella, olió la pasión que los rodeaba y sintió cómo
Gabriel se movía contra su cuerpo, convirtiéndose en parte de ella, acariciando su
interior, besándola, sus manos en todo su cuerpo, tocándola en todos aquellos
lugares que le daban placer. Cada vez que él embestía, provocaba en Olivia una
nueva sensación, haciendo que sintiera algo distinto.
—Estoy casi a punto, Livvy... No me hagas esperar demasiado.
Él empujó de nuevo, moviéndose más de prisa y más duramente hasta que algo
cedió dentro de ella. Contuvo la respiración, segura de que moriría de placer, y luego
estalló. Desde algún lugar lejano le oyó pronunciar su nombre y lo sintió
estremecerse y retirarse, y verter luego su simiente sobre su estómago.
A continuación se desplomó junto a ella, con el pecho jadeante y la respiración
saliendo de su boca sonoramente.
—Mañana nos casaremos —dijo Gabriel cuando al fin recuperó el ritmo
respiratorio.
—No he cambiado de idea, Gabriel. No me casaré con un hombre que sólo
siente lujuria por mí y que se niega a engendrar hijos. Deberías irte antes de que
regrese lady Alma.
Gabriel se puso en pie, con expresión dura e implacable.
—Cometes un error, Olivia, pero no voy a suplicar que te cases conmigo. La
única razón de que te haya propuesto matrimonio es porque mi abuela así me lo ha
exigido.
Sus duras palabras convencieron a Olivia de que había tomado la decisión
correcta. Gabriel no deseaba una esposa. Además, tenía otra razón de peso para
rechazarlo. Ollie, el salteador de caminos, aún se encontraba entre ellos.
Observó desanimada cómo Gabriel se vestía e iba hacia la puerta. Se detuvo con
la mano en el pomo y se volvió para mirarla, como si esperase que ella lo detuviera.
Al ver que permanecía obstinadamente muda, se fue murmurando imprecaciones y
dando un portazo a sus espaldas.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 10

Gabriel abandonó la casa enojado. Él no se había propuesto hacerle el amor a


Olivia allí, en su propio hogar, pero debería haber previsto la explosiva pasión que
existía entre ellos. Con Olivia nunca tendría bastante.
No se le había ocurrido que ella pudiese rechazar su oferta, pero ahora podría
decirle a su abuela que él había cumplido con su deber. Cuanto antes supiera que no
habría boda, antes dejaría de darle la lata.
Huntly abrió la puerta tras la llamada de Gabriel.
—¿Está mi abuela? —le preguntó.
—La encontrará en su sala de estar, milord.
Gabriel subió la escalera despacio y entró en la sala tras un breve golpecito en la
puerta.
—Bathurst, ¿tan pronto de vuelta? ¿Cuándo será la boda?
—No habrá boda, abuela. Lady Olivia me ha rechazado.
—¡Qué disparate! Nadie rechaza a un marqués.
—Tú no conoces a Olivia. Es terca e independiente y tiene cierta extravagante
idea acerca de casarse por amor.
—Esa chiquilla está perdida. ¿No sabe que tú eres su última esperanza de
matrimonio y vida normal?
—Me temo que no, abuela. Me he esforzado todo lo posible por convencerla,
pero evidentemente no ha sido bastante. Ahora tengo una cita, de modo que debo
irme.
—Su rechazo te complace —observó la abuela—. Realmente no pretenderás
quedarte soltero, ¿verdad?
—Sí, es lo que pretendo. —Besó su frágil mejilla—. Adiós, abuela.
—¿Es por causa de Cissy? —insistió la mujer.
Gabriel hizo una pausa.
—Cissy no tiene nada que ver con esto, abuela. El matrimonio no es para mí.
—No estés tan seguro, muchacho —murmuró lady Patrice mientras él se
marchaba—. Te veré casado, y pronto.
Olivia se lavó, se vistió, y estaba en la cocina preparándose una taza de té
cuando Alma y Peterson regresaron. Después de que Gabriel se marchase, se sentía
incapaz de ordenar sus pensamientos. Una vez más había respondido con
desenfrenado abandono. Él la tenía esclavizada, la engatusaba para que cayera en sus
brazos con una simple mirada y besándola sin que ella opusiera la menor resistencia.
¡Qué necia había sido! No había futuro para ellos, y cuanto antes se diera cuenta,
mejor.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—¿Le has dado una oportunidad a Bathurst? —preguntó Alma cuando regresó
del mercado—. ¿Habéis fijado una fecha?
Olivia no deseaba hablar del marqués, pero sabía que Alma no desistiría.
—He rechazado su proposición.
—¡No es posible! ¿Sabes lo que eso significa?
Fingiendo una calma que no sentía, Olivia dijo:
—Sé exactamente lo que significa. Le estoy haciendo un favor a Bathurst no
casándome con él. No es algo que él desee. Se ha visto obligado a proponérmelo por
su abuela, y yo me niego a casarme con un hombre por cualquier razón que no sea el
amor. Además, tía, ¿y si después de casarnos Bathurst me reconociera como el
salteador de caminos que le robó en la carretera? Muy probablemente me
denunciaría e intentaría anular el matrimonio, lo que aún sería mayor escándalo que
el que ya tenemos.
—¡Oh, querida!, ¿qué vamos a hacer ahora? Yo había confiado en que Bathurst
fuese la solución a nuestros problemas financieros. El carnicero se ha negado a
prolongar nuestro crédito y he vuelto con las manos vacías.
—Todavía tenemos el reloj de papá.
—Eso pertenece a Neville. Y, hablando de Neville, lo echarán de la universidad
si no se pagan pronto los honorarios.
Olivia apretó la mandíbula.
—Yo me cuidaré de ello, tía.
Se disculpó y fue en busca de Peterson. Lo encontró en el salón, limpiando el
polvo.
—No deberías realizar el trabajo de una doncella —dijo Olivia.
—No me importa, señorita Livvy. Cuando se case con el marqués, tendrá más
sirvientes de los que podrá manejar. He oído decir que es extraordinariamente rico.
—No me casaré con Bathurst —declaró Olivia con un tono de voz que no
admitía réplica—. Es hora de que Pete y Ollie cabalguen de nuevo. El cielo está hoy
cubierto y es muy probable que la luna quede oscurecida por las nubes. Trae los
caballos después de oscurecer.
Peterson frunció el cejo.
—A lady Alma no le va a gustar esto.
—¿Se te ocurre otro modo de que podamos poner alimento en la mesa? Birlar
una bolsa aquí y allí aliviará nuestros problemas, y no causará excesivo trastorno a
los ricos lores y ladies a los que robemos.
Peterson dejó escapar un profundo suspiro.
—Muy bien, señorita Livvy, pero esto no me gusta. Verla a usted herida y
sangrando apagó mi entusiasmo por nuestras escapadas nocturnas.
—No volverá a suceder, Peterson, lo prometo.

Gabriel estaba en el club White's, jugando una partida de cartas, cuando se


enteró del atraco a mano armada cometido de nuevo por los salteadores de caminos

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

conocidos como Pete y Ollie. Lord Prestley, un regordete conde famoso por su
riqueza y disipación, difundió la noticia de que los malvados fuera de la ley habían
detenido su carruaje y le habían robado a él y a su actual amante sus bolsas y joyas.
—Se llevaron todo lo que teníamos de valor —explicó Prestley—. Y le dieron un
susto de muerte a la pobre Lily.
—A mí no me parecieron demasiado peligrosos —replicó Gabriel—. Esos
mismos Pete y Ollie detuvieron mi coche hace un tiempo y luego otra vez, cuando
volvía con Braxton en el carruaje de éste de una fiesta en el campo. En aquella
ocasión disparé y herí a uno de ellos. Por lo que se ve, el disparo no los asustó.
—Lástima que no muriera ese bandido —declaró Prestley. Luego dirigió a
Gabriel una astuta mirada—. ¿Cómo van las cosas entre usted y lady Olivia?
La suerte quiso que en ese momento lord Sanford fuera a reunirse con el grupo.
—¿Han fijado ya una fecha para la boda, Bathurst? Realmente deberían ser más
cuidadosos en sus citas.
Sanford ya no trataba de ocultar sus risas.
—Debería haber visto su rostro cuando Dearborn, Fordham y yo irrumpimos en
su nidito de amor.
Gabriel dirigió a Sanford una mirada fría como el hielo.
—Precisamente, Sanford, le he estado buscando para que enmendara un error
de juicio. Usted está equivocado. No era a lady Olivia a quien vio conmigo en La
Liebre y el Sabueso.
El otro debía de estar demasiado obcecado para advertir el aviso porque dijo:
—No cometo errores como ése. Desde luego que era lady Olivia Fairfax a quien
vi con usted en La Liebre y el Sabueso, aunque usted no era el hombre con quien yo
creí que iba a encontrarla.
—¡Basta! —lo interrumpió Gabriel—. Si lo prefiere, podemos zanjar este asunto
en el campo de duelo. O bien puede usted disculparse por su error.
Sanford comprendió de repente que estaba pisando terreno peligroso. Hacía
falta ser más valiente de lo que él era para enfrentarse a Bathurst en un duelo.
Bathurst no sólo era un experto tirador con pistola y un superior espadachín, sino
que también era muy bueno en las peleas a puñetazos.
—Bien amigo, tal vez me equivoqué.
—Ciertamente lo hizo. A propósito, ¿ha visto últimamente a Palmerson? Hay
algo que deseo tratar con él.
—Le daré su mensaje en cuanto le vea —repuso Sanford.

Una semana después de esa conversación, otro carruaje fue asaltado por Pete y
Ollie. Gabriel sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que los ladrones fueran
prendidos y ahorcados y, por alguna extraña razón, ese pensamiento le producía una
incómoda sensación en la boca del estómago.
Al día siguiente, Gabriel encontró a Palmerson en Brook's. El vizconde montó
en cólera cuando Gabriel se lo llevó a la fuerza a un saloncito para una conversación

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

privada.
—Lo que planeó para lady Olivia es demasiado bajo incluso para alguien como
usted, Palmerson —arremetió Gabriel.
—Yo no hice nada. Fue usted quien la comprometió —repuso el otro rabioso—,
pero no permitiré que se case con ella. Olivia es mía, ¿lo ha oído? Su padre me la
cedió antes de morir.
—Si lady Olivia le pertenece, ¿por qué tarda tanto en convertirla en su esposa?
—gruñó Gabriel—. Si ella le perteneciera no tendría necesidad de escenificar una
seducción.
—¡Ella no me quiere! —exclamó Palmerson—. ¿Cree que hubiera planeado una
seducción si ella hubiera accedido a casarse conmigo?
—No lo sé. Dígamelo usted.
—Es un bastardo, Bathurst, un condenado bastardo. No tenía por qué meter las
narices donde no le importa. Olivia sería ahora mi esposa si usted no se hubiera
entrometido.
—Tiene un extraño modo de demostrar afecto, Palmerson —se burló Gabriel—.
¿Desde cuándo la violación es considerada seducción? La dama no estaba dispuesta.
—La dama no sabe lo que quiere. Necesita un poco de persuasión. Yo
simplemente la estaba ayudando a decidirse para que aceptara mi proposición.
Gabriel inmovilizó a Palmerson con una acerada mirada.
—Explíqueme por qué desea casarse con lady Olivia Fairfax. Ella no es rica, y
me consta que usted tiene los bolsillos vacíos. No puede amarla si estaba dispuesto a
destruir su reputación. Sea claro, Palmerson, ¿qué desea usted realmente de Olivia?
—Nada que a usted le importe. Limítese a apartarse de mi camino. —Se tocó la
nuca con los dedos e hizo una mueca—. Le debo a usted el bulto que me hizo en la
cabeza en La Liebre y el Sabueso. Mis amigos dicen que usted se acostó con Olivia.
Yo no puedo creer que ella le permitiera poseerla y a mí no.
—Tal vez sus amigos mienten.
—Y tal vez no. Pero no importa —gruñó—. Aún la deseo. Todo el mundo sabe
que usted nunca se casaría con Olivia. Quizá ahora ella esté más dispuesta a aceptar
mi propuesta y detener así las habladurías.
—Si lo cree así es que no la conoce —murmuró Gabriel—. Además, si intenta
volver a hacerle daño, me veré obligado a tomar represalias.
Palmerson entornó los ojos.
—¿Qué interés tiene usted en Olivia?
Gabriel deseaba saber qué responder a esa pregunta. Lo que él sentía por Olivia
era desconcertante, incluso para un hombre como él, que normalmente sólo deseaba
una cosa de una mujer. Sin embargo, Olivia era distinta a todas las mujeres que había
conocido. Vibrante, independiente, obstinada, toda ella interesante en sí misma. Se le
podían ocurrir una docena más de adjetivos, pero ninguno le haría justicia.
Principalmente la deseaba. Deseaba estar dentro de ella, en torno a ella, debajo de
ella, sobre ella, amándola de todos los modos en que un hombre puede amar a una
mujer.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Mi interés, Palmerson, no es asunto suyo. Le aconsejo que reflexione larga y


profundamente sobre mis palabras. Si le hace daño a Olivia tendrá que responder
ante mí.
Gabriel inclinó la cabeza y se marchó.

Olivia estaba sentada ante la mesa de la cocina, contando el dinero que el


comprador de objetos robados le había dado a Peterson por las mercancías que le
había llevado, fruto de los dos últimos robos. Alma y Peterson estaban sentados con
ella, aguardando los resultados.
—Junto con el dinero en efectivo, hay bastante para pagar la universidad de
Neville y llenar nuestra despensa —dijo Olivia finalmente—. Si somos cuidadosos,
nos puede durar algunas semanas.
—Gracias a Dios —repuso Alma fervientemente—. Me temo que mi pobre
corazón no resistirá mucho más esto. ¿Por qué no podías casarte con Bathurst?
—Ya hemos discutido mis razones —repuso Olivia escueta—. Peterson,
¿puedes llevar el dinero de Neville a la universidad?
—¿Debo partir inmediatamente señorita Livvy?
—No será necesario, Peterson —dijo una voz desde la puerta.
Tres pares de ojos se volvieron hacia quien había hablado. Olivia soltó un grito
de alegría y corrió a abrazar a su hermano.
—¡Neville! ¿Qué estás haciendo en casa?
El muchacho, alto para sus dieciocho años pero aún con la inmadurez de la
juventud en el rostro y el cuerpo, se parecía a Olivia en el color de los cabellos y de
los ojos. Y, aunque carecía de su belleza, era un muchacho atractivo que algún día
haría palpitar los corazones de las damas. Su único defecto era su vivo
temperamento, y el mayor temor de Olivia era que eso le supusiera contratiempos.
El sutil cambio en la expresión de Neville advirtió a Olivia que no todo iba bien.
—¿Qué sucede, Neville? ¿Qué te ha traído a casa? No te esperábamos.
—Deberías saber la respuesta mejor que yo, Livvy —dijo su hermano—. Las
murmuraciones llegan incluso a los más remotos rincones de Inglaterra. El rector de
la universidad me convocó a su despacho para interrogarme, y yo no tenía la más
remota idea de lo que me estaba diciendo. Cuando me mostró la columna de chismes
sobre ti y lord Bathurst, me quedé horrorizado. Puesto que no creíste oportuno
invitarme, he considerado que debía venir a casa para la boda. Es mi derecho como
cabeza de familia acompañar a la novia.
—Lo siento, Neville. No me pareció lo bastante importante para hacerte venir a
casa. Todo ha sido un terrible malentendido. No habrá ninguna boda.
—¿Malentendido? ¿Cómo puede ser eso? ¿Estabas o no en La Liebre y el
Sabueso con lord Bathurst?
—No sucedió nada. Mañana regresarás a la universidad y esto es todo.
—No haré tal cosa —resopló Neville—. No lo haré hasta que llegue al fondo de
este asunto. Como hermano tuyo, es mi responsabilidad procurar que cesen las

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

murmuraciones. Tal vez deberías comenzar por contarme exactamente qué sucedió.
—No le des la lata a tu hermana —lo regañó Alma—. Ya tiene bastante a lo que
enfrentarse.
—Por eso estoy aquí. ¿Inició lord Bathurst el escándalo?
—¡Absolutamente no! —afirmó Olivia—. Bathurst me rescató de una peligrosa
situación que implicaba a lord Palmerson.
—¡Lord Palmerson! ¡Ese bastardo! Entonces no fue Bathurst quien se aprovechó
de ti.
—No, querido. Lord Sanford y sus amigos fueron quienes iniciaron las
habladurías sobre Olivia y Bathurst —dijo Alma.
—Tía, por favor —la reconvino Olivia.
—Livvy, no soy un niño —dijo Neville con firmeza—. No regresaré a la
universidad hasta que descubra qué está sucediendo. Ya he pasado demasiado
tiempo en la inopia. Ni siquiera sé de dónde sacáis el dinero para pagarme mis
estudios.
Olivia pensó que en efecto, Neville estaba creciendo. Ya no era el niño que
confiaba en su hermana para que ésta procurase por él. Era un joven que abordaba la
madurez, y dispuesto a extender las alas. Era curioso, irreflexivo y orgulloso. Tenía
que devolverlo a la universidad antes de que la metiese en más problemas.
—No puedes descuidar tus estudios, Neville. Estás demasiado próximo a
concluir tu educación. En cuanto a Palmerson, gracias a Bathurst, no me causó daño
alguno.
—No voy a volver a la universidad hasta que solucione las cosas con
Palmerson.
—No harás nada de eso —se le enfrentó Olivia—. Déjame manejar a mí las
cosas como considero apropiado.
Neville apretó los labios y no dijo nada, pero ella pudo advertir por su
obstinada expresión que no lo había convencido.
—Le ayudaré a deshacer su equipaje e instalarse, milord —dijo Peterson con
gran alivio para Olivia.
—¿Cuándo te has vuelto tan formal? Siempre he sido Neville para ti.
—Ahora es usted un hombre. Se merece ser tratado formalmente. Sígame..., su
habitación está tal como la dejó.
—¿Tan mal, eh? —bromeó Neville—. No debería ir a la universidad mientras
mi familia pasa apuros para que yo pueda permitírmelo. —Miró en torno arrugando
la nariz disgustado—. ¿Por qué no me dijisteis que las cosas estaban así?
—Nos va perfectamente bien, Neville —le aseguró Olivia—. Ve con Peterson,
luego charlaremos.
Cuando su hermano hubo salido, Olivia se desplomó en una silla.
—No había contado con que Neville viniera a casa. Va a complicarnos las cosas.
—Estoy segura de que podrás tranquilizarlo, querida —la consoló Alma—. Ya
sabes cuan impetuosos pueden ser los muchachos a esa edad.
—Confío en que tengas razón, tía —dijo Olivia—. Confío en que tengas razón.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Neville aguardó aquella noche a que todos estuvieran dormidos antes de


ponerse su mejor ropa y salir. Como cabeza de familia, sabía lo que tenía que hacer
para defender el honor de su hermana, y no temía actuar de acuerdo con ello. Detuvo
un coche de alquiler y le dijo al conductor que lo llevase a Brook's, decidido a
enfrentarse al responsable de la situación de Olivia en uno de los clubes para
caballeros.
El hombre que Neville buscaba no estaba en Brook's, por lo que prosiguió hasta
White's. Tampoco se encontraba allí. Neville localizó por fin a lord Palmerson en
Crocker's.
Abordó al vizconde cerca de la mesa de refrigerios y le preguntó:
—¿Me recuerda, lord Palmerson?
—No lo creo —repuso éste mirándolo despectivo—. ¿Debería?
—Soy Neville Fairfax, conde de Sefton. Sin duda recuerda a mi padre. Y si no
estoy equivocado, conoce usted a mi hermana.
—¡Sefton! ¡Por Dios cuánto ha crecido!
—Los muchachos suelen hacerlo —repuso Neville secamente—. ¿Hay algún
lugar aquí donde podamos hablar sin ser interrumpidos?
Palmerson entornó los ojos.
—¿De qué se trata, Sefton? No tengo tiempo para juegos de chiquillos.
Neville se puso rígido.
—No estoy jugando, Palmerson. Sé lo que le hizo usted a mi hermana y estoy
dispuesto a defender su honor.
Palmerson se rió con ganas.
—¿Usted? Usted no tiene experiencia en esta clase de cosas. Además, yo no le
hice nada a su hermana. A Bathurst es a quien debería usted desafiar, pero si yo
estuviera en su lugar, me lo pensaría dos veces. Es demasiado experto para un
muchacho novato como usted.
—Sé la verdad, Palmerson.
El tenso enfrentamiento había comenzado a atraer la atención y varios hombres
se acercaron disimuladamente para escuchar.
—Vaya con cuidado con lo que dice, Sefton —le advirtió Palmerson—, si no,
puede encontrarse con muchos problemas.
—El nombre de mi hermana ha sido mancillado —prosiguió Neville—, y usted,
no Bathurst, es el culpable. Por consiguiente, debo desafiarle.
—Sin duda bromea.
—No bromeo. La elección de armas le corresponde a usted.
Un rumor excitado se levantó en la sala. Neville dedicó poca atención a los
espectadores mientras aguardaba a que Palmerson aceptase su desafío y designase
un arma.
—¿Está seguro de que es eso lo que desea, Sefton? No me gusta matar a
criaturas, pero si insiste...

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—¿Es demasiado cobarde para aceptar mi desafío?


Palmerson se rió a carcajadas.
—¿Miedo de usted? En absoluto, querido muchacho. Muy bien, acepto. Pistolas.
Lord Sanford se abrió paso entre la multitud para situarse junto a Palmerson.
—Actuaré como tu segundo, Palmerson.
—¿Tiene usted un segundo, Sefton? —preguntó Palmerson.
Neville miró en torno, no vio a ningún conocido y se encogió de hombros.
Siempre podía contar con Peterson, pero deseaba mantener a la familia al margen de
aquello.
Entonces, un hombre se adelantó.
—Si no se le puede disuadir de esta locura, seré su segundo. —Le tendió la
mano—. Soy Ramsey Dunsford, conde de Braxton.
—Gracias, lord Braxton —dijo Neville estrechándole la mano.
—Reúnase con mi segundo, Braxton, y fijen hora y lugar —le ordenó
Palmerson.
—¿Está seguro de que es lo que desea, Sefton? —le preguntó Ram.
—Desde luego —repuso Neville.
—Y usted, Palmerson, ¿está seguro de que desea enfrentarse a un hombre lo
bastante joven como para ser su hijo?
—No soy hijo de Palmerson —replicó Neville.
—Y yo no disfruto asesinando muchachos —repuso Palmerson—. Tal vez el
joven cachorro cambie de idea antes del duelo.
—No cambiaré de idea, Palmerson —aseguró el muchacho mientras hacía una
inclinación de cabeza—. Buenas noches, milord.
Y salió apresuradamente sin darse cuenta de que Ram le había seguido fuera.
—¿Va usted a pie? —le preguntó Ram.
—El coche que alquilé se ha ido —repuso Neville—. No vivo lejos. Caminaré
hasta casa.
—Permítame que le lleve. Mi carruaje está aparcado al final de la calle.
—Muchas gracias.
—¿Puedo hacerle cambiar de idea acerca del duelo? —le preguntó Ram.
—No. Mi rencor contra Palmerson es doble. Insultó a mi hermana e intervino en
la muerte de mi padre.
—Es usted hermano de lady Olivia, ¿verdad?
—Sí —admitió Neville—. Supongo que habrá oído las murmuraciones sobre mi
hermana y Bathurst.
—Así es. He leído sobre el asunto en el periódico. ¿No debería desafiar a
Bathurst?
—Sé la verdad —repuso Neville.
—También yo —murmuró Ram—. ¿Le puedo ofrecer mis pistolas de duelo?
Neville asintió.
—No he visto recientemente las pistolas de mi padre, por lo que no estoy
seguro de que sigan estando en condiciones.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Me podré en contacto con usted después de que haya hablado con el segundo
de Palmerson.
—No venga a casa —le pidió Neville—. No deseo que mi familia se preocupe.
—Muy bien. Mañana le enviaré una nota.

Olivia sabía que pasaba algo con Neville, pero no acertaba a averiguar de qué se
trataba. El muchacho había dormido hasta tarde y luego había merodeado por la casa
como un animal enjaulado. Cuando ella le habló de regresar a la universidad, él se
negó en redondo. Cuando le sugirió que saliera a tomar un poco el aire, murmuró
algo acerca de que aguardaba una nota de un amigo.
Cuando por fin llegó la nota, Neville se mostró tan reservado sobre ella que
Olivia se preguntó si se trataría de una muchacha. Un joven atractivo como su
hermano probablemente tendría a muchas chicas adulándolo.
Cuando le preguntó a Neville sobre la nota y el remitente, éste le dijo que no era
nada que le concerniera. Olivia se tomó el desaire con calma, pero no pudo dejar de
preocuparse por el joven.
Por la tarde, Neville salió por fin de casa, y Olivia decidió aprovechar para
limpiar su habitación. Estaba haciendo la cama cuando vio un papel arrugado en el
suelo y lo recogió. Curiosa, lo alisó y leyó el mensaje. Era de lord Braxton diciéndole
a Neville que debía encontrarse con lord Palmerson a las seis de la mañana del día
siguiente en un sector apartado de Hyde Park.
Olivia se tambaleó bajo el peso de lo que acababa de saber. ¡Neville iba a
enfrentarse en duelo con Palmerson! ¿Cómo podía haber sucedido eso? ¿Cuándo
podía haber sucedido? Neville no llevaba en casa ni dos días. Palmerson mataría a
Neville. Tenía que detenerlo, pero ¿cómo?
Rogando encontrar a Palmerson en casa, detuvo un carruaje y le dio al
conductor la dirección.
—Aguárdeme aquí —le dijo al cochero volviendo la cabeza mientras se apeaba
del vehículo y se apresuraba en dirección a la casa.
Asió la aldaba de latón y llamó a la puerta. Al cabo de unos momentos, apareció
el mayordomo del vizconde en la entrada.
—¿En qué puedo servirla, madame?
—¿Está lord Palmerson en casa?
—No estoy seguro, madame. Si lo encuentro, ¿quién debo decirle que le visita?
—Por favor, dígale que a lady Olivia le gustaría hablar con él —dijo con su tono
más altanero—. Es un asunto de la máxima importancia.
—Pase al salón, milady, y comprobaré si el vizconde está.
Apretando los dientes, Olivia dio unos impacientes golpecitos con el pie
mientras el mayordomo iba en busca de Palmerson. Sabía que el aristócrata sí estaba,
si no, el mayordomo le hubiera dicho inmediatamente que no se encontraba en casa.
—El vizconde la recibirá —dijo el mayordomo desde la puerta—. Sígame,
madame.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Olivia fue introducida en el estudio de Palmerson rogándole que esperara allí.


Tras un breve espacio de tiempo, el vizconde apareció.
—Olivia, usted es la última persona a quien esperaba ver aquí. ¿A qué debo este
placer?
—Sabe muy bien por qué estoy aquí —estalló Olivia—. No habrá ningún duelo.
¿Cómo se atreve a desafiar a mi hermano? ¡Sólo tiene dieciocho años!
—Para su información, fue su hermano quien me desafió a mí. Le di todas las
oportunidades para que se retractara. Si no deseaba que él me desafiase, debería
haberle dicho que fue Bathurst quien se acostó con usted en La Liebre y el Sabueso.
—¡Neville no se batirá con nadie! Usted escribirá una nota diciéndole que ha
cambiado de idea y yo se la entregaré.
Él se echó a reír.
—Usted bromea. ¿Desea que quede como un cobarde?
—No me importa cómo quede usted ante sus amigotes. Sólo me preocupa mi
hermano.
—Tal vez, después de todo, pueda complacerla —dijo Palmerson con astuta
insinuación—. Cásese conmigo y anularé el duelo.
Olivia retrocedió como si hubiera sido golpeada. Tenía que haber algún otro
modo de salvar a su impetuoso hermano.
—¿Y si me niego?
—Sabe que soy un experto tirador. Su hermano no tiene ninguna posibilidad. Si
le mato, tal vez tenga que salir del país durante un tiempo, pero no será mucho.
—¡Váyase al infierno, Palmerson! —escupió Olivia—. Encontraré otro modo de
detenerle.
Giró sobre sus talones y se marchó. Una vez hubo subido de nuevo al coche que
la aguardaba, estalló en llanto. ¿Qué había hecho? ¿Había convertido su negativa a
casarse con Palmerson en la sentencia de muerte de su hermano? Tal vez debería
regresar y acceder a las condiciones del vizconde.
No, todavía no. Primero tenía que hablar con Neville y tratar de disuadirlo de
aquella locura.
Su hermano estaba en casa cuando ella regresó, y Olivia lo abordó sin más
preámbulos.
—¿Qué has hecho? ¿Estás loco? Me niego a permitir que te batas con
Palmerson.
Neville palideció.
—¿Cómo lo sabes?
—Encontré la nota de lord Braxton. Vas a escribir una disculpa
inmediatamente.
—¿Neville ha desafiado a Palmerson? —preguntó Alma desde la puerta—. ¡Oh,
querido! ¿Cómo has podido?
—¿Y bien, Neville? —dijo Olivia apretando los dientes.
—Lo siento, Livvy, no voy a retractarme. Está en juego el honor de nuestra
familia.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Nuestro padre destruyó nuestro honor hace años.


—Entonces me toca a mí restablecerlo. Nada de lo que digas me hará cambiar
de idea. No te preocupes, Livvy, soy muy bueno disparando y no me propongo
morir.
—¡Oh, pero qué insensato! —gritó Olivia prorrumpiendo en llanto—.
Palmerson se propone matarte. Acabo de hablar con él y es tan obstinado como tú. Se
ha negado a echarse atrás.
—¿Has ido a ver a Palmerson? ¿Después de todo lo que te hizo?
—No me has dejado otra elección.
Olivia decidió guardarse para sí las condiciones del vizconde para detener el
duelo, porque si todo lo demás fallaba, se vería obligada a aceptarlas para salvar la
vida de Neville.
—Voy arriba, Livvy —dijo Neville—. Trata de no preocuparte. A diferencia de
nuestro padre, voy a batirme en duelo por una buena causa.
—Joven inconsciente —se lamentó Olivia cuando su hermano salió de la
habitación—. ¡Oh, tía!, ¿qué puedo hacer? No puedo permitir que Neville muera, y
sin duda es lo que pasará si se enfrenta a Palmerson.
—Sólo puedes hacer una cosa, Livvy —le dijo Alma en tono práctico.
—¿Qué? Si sabes cómo salvar a Neville, dímelo, por favor.
—Bathurst. Es el único que puede detener esta farsa. No es momento de ser
orgullosa, querida. Si es necesario, suplícale que nos ayude.
Olivia pensó largamente, y luego dio un fuerte abrazo a su tía y se precipitó
hacia la calle.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 11

Olivia tardó quince minutos en encontrar un coche, y otros veinte en llegar a la


mansión de Gabriel. Nunca había estado en su casa, pero sabía que vivía en la calle
más de moda de la ciudad. El conductor parecía saber exactamente dónde estaba
situada, y la condujo rápidamente a Park Lane. Olivia bajó del coche, pasó corriendo
junto a las columnas de mármol, subió rápidamente la escalera y golpeó con fuerza la
aldaba de latón.
—¡Por favor, Señor, que esté en casa! ¡Por favor, Señor, que esté en casa! —
repetía una y otra vez.
Un lacayo abrió la puerta. Si se quedó sorprendido al encontrar allí a una mujer
de expresión frenética, no dio muestras de ello.
—¿En qué puedo servirla, madame?
—Lord Bathurst... debo verle —balbuceó Olivia—. ¿Está en casa?
—¿Quién es, Thomas? —exclamó Gabriel desde lo alto de la escalera—. A
quienquiera que sea, dígale que deje una tarjeta. Estoy a punto de salir.
Olivia casi se desplomó de alivio al oír el sonido de la voz de Gabriel. Empujó al
sirviente a un lado, corrió hacia el pie de la escalera y dijo:
—Soy Olivia, milord. Debo hablar con usted. Es de vital importancia.
—¿Olivia?
Ella miró con avidez a Gabriel mientras éste bajaba la escalera. Estaba
impresionante, con un ajustado chaleco negro, camisa de hilo embellecida con níveo
encaje, y tensos calzones color ante que moldeaban sus muslos y pantorrillas. Lo
observó desde los anchos hombros hasta su estrecha cintura y caderas, y luego
recorrió sus firmes piernas hasta las botas impecablemente lustradas. Estaba tan
guapo que Olivia casi olvidó el motivo de su visita.
Gabriel pareció sorprendido al verla, lo cual no podía censurársele. Si alguien la
hubiera visto entrar en la casa, las murmuraciones sobre ella y el marqués se
intensificarían. Pero no importaba. Nada importaba más que salvar la vida de su
hermano.
Gabriel llegó al vestíbulo y le pasó un brazo por los hombros.
—Estás temblando, Livvy. —Se volvió hacia el lacayo—. Thomas, busque a
Grimsley. Dígale que sirva té en mi estudio.
Con el brazo aún en torno a ella la guió por el vestíbulo hacia su estudio, una
sala magnífica decorada en cuero y pesada madera negra, y que se ajustaba
perfectamente a la personalidad de Gabriel. La llevó hasta una silla y la hizo sentarse.
—¿Qué sucede, Livvy? ¿Te ha vuelto a molestar Palmerson? ¡Por Dios! Voy a
arrancarle la piel si te ha tocado.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—No se trata de mí sino de Neville —consiguió balbucir Olivia.


—¿Neville? ¿Tu hermano? ¿No estaba lejos, en la universidad?
—Se enteró de lo que se dice sobre nosotros y ha venido a casa.
—Confío en que le tranquilizaras. ¿Es por eso por lo que estás tan afectada?
Sabes que no deberías estar aquí. Si te vieran, los chismosos disfrutarían de lo lindo.
Grimsley apareció con el carrito del té, y Olivia se calló mientras lo servía y
luego se retiraba en silencio. Gabriel cogió la taza de Olivia, fue con ella a la alacena y
añadió un generoso chorro de brandy.
—Bébelo —le ordenó—. Pareces necesitarlo.
Olivia tomó un sorbo, sintió el ardiente líquido deslizarse por su garganta y
llenar su estómago de un agradable calor. Luego tomó otro sorbo y, seguidamente,
dejó la taza y se aclaró la garganta.
—Bien, veamos —comenzó Gabriel—. Cuéntame qué es lo que te ha
trastornado tanto.
—Neville sabe la verdad sobre Palmerson y lo que intentó hacerme, y le ha
desafiado en duelo —soltó de corrido.
—¿Y Palmerson ha aceptado? —preguntó Gabriel con una nota de incredulidad
en la voz.
—El duelo tendrá lugar mañana al amanecer en un lugar apartado de Hyde
Park. Si Palmerson mata a Neville, y yo estoy segura de que lo hará, será un
asesinato. Mi hermano sólo tiene dieciocho años y no tiene experiencia con armas de
fuego.
Miró los ojos azul medianoche de Gabriel implorándole con la mirada.
—No sé a quién recurrir, milord.
—Me llamo Gabriel, Livvy. Has recurrido a la persona adecuada. —Se arrodilló
a sus pies—. ¿Confías en mí?
Olivia asintió.
—Entonces confía en que ayudaré a tu hermano. ¿Quién es su segundo?
—Lord Braxton.
—¡Braxton! Por lo menos está en buenas manos. Tu joven hermano está
descubriendo, acaso por vez primera, que vale la pena luchar por el honor. Ahora es
el cabeza de familia y se siente obligado a defender vuestro honor.
Olivia se puso en pie bruscamente.
—Parece como si estuvieras de acuerdo con él. He recurrido a ti en busca de
ayuda, no para oírte exponer tus ideas sobre el sentido de responsabilidad de un
hombre.
Gabriel se levantó y la atrajo suavemente hacia sí.
—Sólo te estoy explicando las razones de Neville, Livvy. Sin embargo, es
demasiado joven para enfrentarse en un duelo, y Palmerson no debería haber
aceptado medirse con él.
Olivia contempló al hombre al que había llegado a amar.
—¿Podrás ayudarnos?
El calor de su cuerpo la envolvía. Sus labios se cernían sobre los de ella, tan

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

próximos que podía ver las finas líneas de éstos.


—Siempre puede hacerse algo.
Su tono era decidido, su convicción clara. Olivia sintió como si le hubieran
quitado una carga pesada de los hombros.
—Yo ya he ido a ver a Palmerson. Me ha ofrecido un trato que no he aceptado.
Gabriel enarcó las cejas sorprendido, para luego bajarlas airado.
—¿Que has ido a ver a Palmerson? ¿Qué te ha hecho? ¿Te ha tocado? ¿Te ha
hecho daño?
Olivia negó con la cabeza.
—No, nada de eso. Ha dicho que anularía el duelo si accedía a casarme con él.
Olivia pudo sentir cómo el cuerpo de Gabriel se ponía tenso.
—¡El muy bastardo! ¿Cuánto hace que lo has visitado?
—Una, dos horas... ¿Qué importa eso?
—Deja que me encargue de esto, Olivia. Aguárdame aquí.
—No, quiero ir contigo.
—Olivia —dijo Gabriel severamente—. Éste es el único modo en que accedo a
ayudarte. Prométeme que te quedarás aquí tranquila hasta que vuelva. No tardaré.
Grimsley te facilitará todo cuanto necesites en mi ausencia.
—Milord... Gabriel, debe de haber algo que yo pueda hacer.
Él le cogió la barbilla, le levantó la cara y la besó. Gabriel sabía
maravillosamente, cálido, húmedo, seductor. Su aroma, su proximidad y sabor, el
contacto de su lengua, la embriagaron mientras él devoraba su boca con un anhelo
casi desesperado. Fue un beso de fiera intensidad, de pura e indómita pasión. Pero
tan repentinamente como había comenzado, el beso concluyó. Gabriel la apartó de él,
jadeante y con los brazos estirados.
—No tardaré, Livvy.
Entonces la soltó y se fue. Aturdida, Olivia lo vio partir amándole tanto que le
resultaba doloroso.

Un propósito inexorable oscurecía los ojos de Gabriel mientras hablaba con


Grimsley al marcharse.
—La joven dama parece muy turbada, milord —aventuró el sirviente.
—Deseo que mantenga aquí a lady Olivia hasta que yo regrese —le aleccionó
Gabriel—. Llévela a la biblioteca y cuide de que esté cómoda. Que el cocinero le
prepare algo de comer. Haga lo que sea preciso para que no se vaya de la casa.
—¿Hay problemas, milord?
—Todo lo relacionado con Olivia significa problemas —repuso él—. Ordene
que traigan mi carruaje a la puerta.
Al cabo de unos minutos, Gabriel se dirigía a casa de Palmerson, en Oxford
Street, en el West End, un respetable vecindario pero algo menos de moda que
Mayfair. Confiaba en encontrar al vizconde en casa, pero estaba dispuesto a buscarlo
en sus clubes si era necesario. Gabriel detuvo su vehículo en la esquina, ante la casa

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

de Palmerson, y echó el freno, sorprendiéndose al ver el carruaje de Braxton


aparcado cerca.
Saltó al suelo, fue hacia la entrada principal y llamó con energía. La puerta se
abrió y él se metió dentro.
—Por favor, informe al vizconde que lord Bathurst desea verle —le dijo al
lacayo.
—Lord Palmerson tiene una visita, milord. Aguarde aquí, por favor, mientras le
informo de su presencia.
Gabriel no estaba dispuesto a esperar. Deseaba ver a Palmerson y quería verlo
ya. Se adentró más profundamente en el vestíbulo y gritó:
—¡Palmerson, asómese!
Aguardó un momento y luego repitió su orden, esta vez más alto.
El vizconde apareció ante una puerta con expresión disgustada.
—¿Me está buscando, Bathurst?
—¡Sí, maldita sea!
—¡Bathurst! —Braxton apareció tras Palmerson—. Me preguntaba qué hacías
aquí cuando te he oído.
—¿Por qué no me has contado lo que pasaba?
—Iba a hacerlo si no lograba imbuir cierto sentido común en Palmerson y en ese
joven irreflexivo al que Olivia llama hermano.
—¿Has obtenido algún progreso?
—Por desgracia, no —repuso Braxton apenado.
—Entonces ha llegado el momento de que yo entre en escena —declaró Gabriel.
—¿Puedo preguntarle cómo se ha enterado del duelo? —inquirió el vizconde.
—No, no puede —replicó Bathurst—. Pero me propongo detenerlo.
Palmerson se echó a reír.
—¿Y cómo se propone hacerlo? Si el joven Sefton se niega a retractarse, ¿por
qué iba a hacerlo yo?
—Porque lo digo yo —espetó Gabriel con un quedo gruñido.
—Lo siento, amigo. Usted no puede hacer nada.
Con lenta deliberación, Gabriel se quitó el guante derecho y abofeteó con él la
mejilla de Palmerson.
Este inspiró asustado.
—¿Me está desafiando? ¿Con qué motivo?
—Por principios generales. Braxton es mi testigo. Si usted se niega, la noticia
circulará por toda la ciudad en menos tiempo del que cuesta decir su nombre.
Gabriel se sintió complacido al ver cómo palidecía el rostro del vizconde.
—No me deja otra elección, Bathurst. Acepto su desafío.
—Yo actuaré como tu segundo —se ofreció Ram.
—Se lo notificaré a Sanford —dijo Palmerson—. Braxton y él tendrán que
disponer hora y lugar.
—No hay necesidad de un encuentro de segundos, Palmerson. Yo le diré la
hora y el lugar. Hoy a las seis de la tarde bajo el roble que hay junto a la estatua de la

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

ninfa de madera de Green Park. Puesto que usted pretende ser un buen tirador,
dejemos que sea ésa el arma escogida.
Se volvió para marcharse.
—¡Aguarde! Esto es inaceptable. Escoja otro momento.
—Acceda a mis condiciones o anule su enfrentamiento con el joven Sefton.
Aguardaré mientras usted escribe una nota exculpatoria y me encargaré de
entregársela yo mismo.
—¿Y ser el hazmerreír de mis pares? ¡Nunca en la vida!
—Muy bien. Le veré en el campo del duelo.
—Es un bastardo despiadado Bathurst —se enfureció Palmerson—. Ella no es
digna de esto y usted lo sabe. Esa zorra se ha estado escabullendo desde hace años,
desde la muerte de su padre. Yo le ofrecí mi nombre, ¿puede usted decir lo mismo?
No tiene derecho a robarme lo que en buena ley me pertenece. Eso no se hace. Confío
en que esté preparado para morir.
Gabriel no dignificó las palabras de Palmerson con una respuesta, sino que giró
sobre sus talones y se fue de allí con paso airado.
—¡Bathurst, espera! —gritó Ram—. ¡Voy contigo!
Un lacayo abrió la puerta y Gabriel y su amigo salieron juntos.
—Me atrevería a decir que Palmerson está temblando —se rió el conde de
Braxton—. Has estado muy brillante, Bathurst. ¿Lo matarás?
—Probablemente no —dijo Gabriel—, aunque debería. Sólo deseo asegurarme
de que no está en condiciones de enfrentarse luego con el joven Sefton.
—¿Y si es él el afortunado? Palmerson es bueno. Podría matarte.
—Es una posibilidad que estoy dispuesto a asumir.
—Te importa ella realmente, ¿verdad?
—Si te refieres a lady Olivia, desde luego que me importa. Le propuse
matrimonio, ¿no es así?
—Por tu abuela, o así lo dijiste, pero me pregunto... ¿Qué sucedió realmente
entre tú y lady Olivia en La Liebre y el Sabueso?
—Hace mucho tiempo que somos amigos, Braxton. Deberías guardarte de
formular preguntas como ésta.
—Discúlpame —dijo Ram—. Te lo pregunto precisamente porque soy tu amigo.
Estás arriesgando tu vida por lady Olivia y su hermano, y eso revela muchísimo
acerca de tus sentimientos hacia la dama.
—Olvida mis sentimientos y concéntrate en el duelo. Te recogeré con mi
carruaje a las cinco y media.
Gabriel subió al asiento del conductor y tomó las riendas. No oyó murmurar a
Ram mientras el carruaje rodaba ruidosamente por la calle.
—¡Pobre tonto!

Olivia había seguido a Grimsley desde el estudio a la biblioteca donde el


hombre le había pedido que se pusiera cómoda mientras le preparaban un refrigerio.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Impresionada por la opulencia que la rodeaba, Olivia contemplaba los miles de libros
encuadernados en piel que se alineaban en las estanterías. Sabía que el marqués era
rico, pero le resultaba difícil imaginar tal abundancia tras vivir los últimos años casi
en la pobreza.
Aunque impaciente por el retorno de Gabriel, Olivia disfrutó examinando los
libros y saboreando el refrigerio ligero pero delicioso que Grimsley le sirvió. Acababa
de sacar Los viajes de Gulliver de la estantería cuando la puerta se abrió y Gabriel
entró en la biblioteca.
—Me alegro de encontrarte con algo que ocupa tu mente —dijo Gabriel.
El libro cayó de las manos de Olivia.
—¡Has vuelto! ¿Qué ha sucedido? ¿Has logrado anular el duelo de Palmerson?
—Lo he hecho, Livvy. No tienes que preocuparte de nada.
Olivia sintió que se quitaba un tremendo peso de encima. Estaba tan aliviada
que se abalanzó sobre él, que la cogió entre sus brazos y la estrechó. Parecía lo más
natural del mundo que ella se pusiera de puntillas y lo besara. Lo que comenzó como
simple gratitud, se intensificó y la pasión acabó dominando.
La atracción que había entre ellos se encendió como una llama. Gabriel tensó los
brazos en torno a ella y sintió endurecerse su cuerpo. Olivia sofocó un grito contra la
garganta de Gabriel mientras él cubría sus senos con las manos y sus caderas se
balanceaban contra las de ella.
Olivia hizo una advertencia de cordura.
—Gabriel, no deberíamos...
—Chis, amor. No nos queda mucho tiempo. Déjame amarte.
Ella apenas registró sus palabras mientras se concentraba en sus manos y en lo
que estaba haciendo. Le había desabrochado el vestido y se lo había bajado junto con
la camisa, desnudando así sus senos. Con las puntas de los dedos le acariciaba los
pezones arriba y abajo, que se erizaban como tensos capullos. Luego, su experta boca
cubrió uno de ellos y se lo lamió. El húmedo calor de su boca resultaba
insoportablemente erótico y un sonido anhelante surgió de la garganta de ella ante
aquel sorprendente placer. Una multitud de sensaciones la abrumó y se arqueó y
estrechó contra él, pidiéndole más, con las manos sujetando sus hombros y la cabeza
echada hacia atrás.
—¿Debo detenerme, Livvy? —murmuró Gabriel contra su piel húmeda.
Ella deseaba decir que sí, pero la palabra se quebró en su garganta. No podía
soportar que Gabriel se detuviera. Negó con la cabeza en silencio. Con una sonrisa, él
la depositó lentamente sobre la gruesa alfombra.
Le quitó los zapatos con una mano mientras con la otra hurgaba bajo sus faldas
en busca de las cintas de sus enaguas. Las soltó hábilmente quitándoselas. Cuando
ella yacía desnuda, con sólo las medias sostenidas por delicados ligueros, Gabriel le
separó los muslos, se arrodilló entre ellos y contempló la longitud de sus piernas
hasta su propio núcleo.
—Eres tan bella... —dijo, con ojos brillantes mientras contemplaba los
ensortijados rizos de su entrepierna.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Olivia aspiró asombrada cuando él le tocó la suave piel del estómago y le rozó
ligeramente el ombligo con el pulgar. Luego deslizó los dedos hacia abajo y fue
separando los pétalos de su sexo, acariciando y estimulando su centro
exquisitamente sensible. Deslizó un dedo en su interior, lo introdujo profundamente,
lo sacó y luego lo deslizó por su henchido sexo.
Olivia sintió que las piernas le flaqueaban. Gabriel retiró el dedo y besó el
interior de su muslo. Olivia nunca se había sentido tan vulnerable, tan expuesta. No
era justo. Se asió a las solapas de él y trató de quitarle la chaqueta por los hombros.
Gabriel negó con la cabeza.
—Todavía no, Livvy. Necesito probarte ahora. El resto puede venir después.
Cuando él posó su boca en aquel lugar que sus dedos mantenían abierto, un
gemido implorante escapó de los labios de la joven. Le deseaba desesperadamente, le
necesitaba dentro de ella, pero él no parecía inclinado a satisfacerla.
—Paciencia —murmuró él.
Presionó su boca en ella, en el interior de su sexo, hasta que Olivia rogó sentir
sus dedos, su lengua, su miembro. Gabriel prosiguió el delicioso tormento con sus
labios y lengua, succionándola y haciéndola emitir unos suaves gemidos. Su
respiración se aceleró cuando los dedos de Gabriel se introdujeron entre sus nalgas,
acariciando un lugar escandalosamente inadmisible y sin embargo audazmente
excitante. La confusión le dejó la mente en blanco. Trató de protestar, pero se dio
cuenta de que su cuerpo cedía sin su consentimiento. Un palpitante placer latía en
todo su cuerpo. Olivia vibró una y otra vez, arqueándose contra su amante, mientras
su boca y sus manos la elevaban vertiginosamente hacia el clímax.
Cuando la respiración de Olivia se convirtió en un frenético jadeo, Gabriel se
apartó y se desabrochó los pantalones. Flexionó las caderas y penetró dura y
profundamente en su interior. Aún absorta en el delicioso período posterior a su
placer, Olivia envolvió sus piernas en torno a él y se movió con él al unísono hasta
alcanzar un nuevo goce. Oyó la violenta respiración de Gabriel, sintió sus músculos
tensos y su miembro agitándose dentro de ella. Luego, in extremis, él salió y vertió su
simiente en la alfombra.
—Aún estás vestido —murmuró Olivia.
—No por mucho tiempo —susurró el marqués roncamente.
Se apoyó en un codo, se quitó la chaqueta y la camisa, que utilizó para limpiar
la mancha de la alfombra. Luego se puso en pie y acercó a Olivia hacia él. Al ver que
la levantaba en brazos y la llevaba hacia la puerta, ella protestó:
—¡Mis ropas! ¡Estoy desnuda! ¿Qué pensarán tus criados?
—Les pago lo suficiente como para que no piensen.
—Así y todo, no saldré de la habitación si no estoy totalmente vestida.
Su decidido tono convenció a Gabriel, que la dejó de pie en el suelo y se cruzó
de brazos sobre su desnudo pecho.
—Muy bien, pero hazlo de prisa. Se hace tarde y deseo volver a hacerte el amor
antes de...
—¿De qué?

- 121 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

La mirada de Gabriel se apartó de ella. Un escalofrío de aprensión recorrió a


Olivia, pero lo desechó.
—Tengo una cita más tarde... a la que no puedo faltar.
La joven se apresuró a vestirse.
—Debo irme a casa. ¿Tú crees que Palmerson habrá enviado ya una nota de
disculpa para Neville?
Al ver que Gabriel fruncía el ceño, Olivia dijo:
—Eso es lo que va a pasar, ¿no? Una disculpa es el único modo en que Neville
podrá salvar las apariencias.
—Me he encargado de ello —repuso Gabriel evasivo—. Palmerson no estará en
condiciones de enfrentarse en duelo con tu hermano, eso es todo lo que necesitas
saber.
Olivia se quedó inmóvil.
—¿Qué has hecho Gabriel? ¿Cómo has conseguido que Palmerson se volviera
atrás?
—Eso no importa. Has dicho que confiabas en mí. Déjame a mí los detalles.
El marqués abrió la puerta y la acompañó al vestíbulo. Luego le ofreció el brazo
y juntos subieron la escalera de mármol hacia su habitación. Para gran alivio de
Olivia, todos los sirvientes se hallaban en otros lugares, salvo Thomas, que estaba
junto a la entrada principal y que, si los vio, no dio muestras de haberlo hecho.
Pero una vez cerrada la puerta del dormitorio de Gabriel ya no habría más ojos
curiosos. La ropa fue rápidamente desechada, volando aquí y allá. Gabriel estrechó a
Olivia de un modo tan repentino que la dejó sin aire en los pulmones y, al cabo de
unos momentos, ella se encontró tendida en un lecho muy grande y cómodo, con
colgaduras de terciopelo verde y un cubrecama a juego.
Gabriel se acostó a su lado, acariciándola expertamente con las manos, y todas
las sensaciones que había experimentado en el suelo de la biblioteca comenzaron de
nuevo.
—Me gustaría vestirte con sedas y satenes, y adornarte con joyas del color de
tus ojos —murmuró él. Su mirada se tornó oscura e intensa—. Sé que he visto unos
ojos verdes como los tuyos en algún lugar. Ayúdame a recordarlo, Livvy.
Olivia le acarició la mejilla.
—No nos hemos visto antes, te lo aseguro. Muchas mujeres tienen los ojos
verdes.
Gabriel gruñó y cogió la mano llevándola hacia su pene.
—Lo discutiremos más tarde. Tócame, Livvy. Tócame donde me duele por ti.
Olivia flexionó los dedos y luego los curvó en torno a su erección. Él estaba
duro como mármol y, sin embargo, ardiente al contacto; la punta era suave como
terciopelo y coronada por una gota nacarada de humedad. Ella movió la mano
experimentalmente y se vio recompensada con un prolongado gemido que parecía
surgir de lo más profundo del pecho de Gabriel.
Asustada, trató de retirar la mano, pero él la detuvo.
—¿Te he hecho daño? —preguntó ella.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—¡Por Dios, no! ¡No pares!


Animada por la respuesta movió la mano arriba y abajo a todo lo largo,
sorprendiéndose al ver cómo su miembro parecía crecer dentro de su mano cerrada.
Un diablo interno la impulsó a bajar la cabeza y tocar con la punta de la lengua al
extremo palpitante. La inesperada intimidad hizo arquearse a Gabriel violentamente
hacia arriba. Luego la asió con brusquedad de la cintura levantándola y colocándola
a horcajadas sobre él.
—Cabálgame, Livvy.
Guiada por sus manos en sus caderas, Olivia cabalgó sobre él, la carne
golpeando contra la carne. Estaba tan excitada que se deshacía. Con la cabeza echada
hacia atrás, los ojos cerrados, jadeante y sin aliento, prosiguió implacablemente hasta
que un estrépito retumbó en su cabeza y su cuerpo se estremeció. Se corrió con una
oleada de placer tan exquisito que creyó que había muerto y subido a los cielos.
—¡Livvy, apártate de mí ahora mismo! —rogó Gabriel—. Voy a... ¡Oh Dios,
Dios... demasiado tarde!
Olivia lo asió fuertemente con las piernas negándose a hacerlo. A continuación,
recibió el cálido chorro de su simiente en el interior de su vientre, sintió a Gabriel
estremecerse y lo oyó llamarla por su nombre. Ella se acercó aún más a él y escuchó
el frenético latido de su corazón.
El hombre maldijo con violencia.
—Esto no tenía que haber ocurrido. Nunca había soltado mi simiente dentro de
una mujer. No puedo creer que haya dejado que sucediera. Sabías condenadamente
bien que no podía retirarme a tiempo.
—Y yo no podía dejar que lo hicieras. Sé como se quedan embarazadas las
mujeres, Gabriel, pero no creo que por esta sola vez hayamos engendrado un niño.
Me consta que no deseas esposa ni hijos y nunca te atraparía de ese modo. No sé qué
me ha pasado.
Gabriel sonrió.
—Yo soy lo que te ha pasado. Dos veces.
Olivia se sonrojó.
—Sabes lo que quiero decir. Esto no puede volver a suceder, Gabriel. Parecemos
estallar en llamas siempre que estamos juntos.
—Eso no es malo —dijo él mirando distraídamente el reloj que estaba sobre la
repisa de la chimenea.
Olivia advirtió la dirección de su mirada e hizo un movimiento para dejar el
lecho.
—Tienes una cita a la que debes ir. Tengo que marcharme.
—Descansa un momento mientras hablo con Grimsley No hay prisa.
Olivia sofocó un bostezo. Estaba agotada, y unos pocos minutos más no
importarían.
—Muy bien, unos minutos, pero no más.
Gabriel se inclinó y la besó intensamente en los labios antes de abandonar el
lecho y desaparecer por una puerta que Olivia supuso conduciría a su vestidor.

- 123 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Bostezó de nuevo y se tumbó de cara a la puerta para ver regresar a Gabriel.

Olivia se despertó con un sobresalto, consternada al descubrir que se había


quedado dormida. Miró por la ventana y le sorprendió ver que el sol estaba ya bajo
en el horizonte. ¿Por qué no la había despertado Gabriel? ¿Se habría marchado ya a
su cita? Se había mantenido tan reservado sobre ello que se preguntaba si le estaba
ocultando algo. Pero aquello era absurdo, se burló. Ella no tenía derecho a
inmiscuirse en sus asuntos.
Se levantó del lecho y descubrió que alguien había dejado un jarro de agua
caliente en el lavamanos. Se lavó, se vistió y se preparó para pasar la vergüenza de
ser vista saliendo del dormitorio de Gabriel.
Pero ésa no era su única preocupación. Gabriel estaba a punto de identificarla
como Ollie, el salteador de caminos, y ella no podía permitir que eso sucediera.
¿Cuántas veces tendría que despistarlo con negativas? ¿Cuánto tiempo podría mentir
sobre sus actividades ilegales? Mientras que su mente le decía que olvidara a Gabriel,
su cuerpo y su corazón deseaban más de él.
No podía ser, y ella lo sabía.
Aspiró profundamente para calmarse, abrió la puerta del dormitorio, salió al
vestíbulo y miró en torno. ¿Habían subido un tramo o dos de escalera? ¿Debía girar a
la derecha o a la izquierda? Había estado tan absorta con Gabriel que no se había
fijado en la dirección que tomaban. Completamente perdida, se limitó a quedarse
inmóvil, aguardando la inspiración para ponerse en camino. Mientras, llegó
Grimsley.
—Milady, el carruaje de lord Bathurst la aguarda. Si está preparada, la
acompañaré hasta la puerta.
Olivia pasó por varias tonalidades de sonrojo.
—Gracias. Ya estoy preparada.
Luego, mientras seguía al sirviente por el pasillo, preguntó:
—¿Cuánto tiempo hace que se marchó lord Bathurst?
Se hizo un silencio.
—No estoy muy seguro —murmuró Grimsley con una desgana que inquietó a
Olivia.
¿Se habría perdido algo?
—¿Ha dejado lord Bathurst algún mensaje para mí?
—No, milady.
Olivia no le creyó. El hombre sabía más de lo que le estaba diciendo. ¿Acaso la
cita de Gabriel se relacionaba con Palmerson? La intuición le decía que sí.
—Me preocupa Bathurst. ¿Cree usted que está bien?
Grimsley se volvió bruscamente con expresión recelosa.
—¿Lo sabe usted? Pensaba yo... —Se encogió de hombros—. Bueno, no creí que
se lo hubiera dicho. Su señoría debería estar ahora en Green Park, pero no hay
motivo para preocuparse. Es un excelente tirador. Lord Palmerson no tiene ninguna

- 124 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

posibilidad.
Olivia se puso palidísima.
—¿Van a enfrentarse en duelo?
—¿No lo sabía? ¡Dios mío!, ¿qué he hecho? Su señoría me arrancará la piel por
esto.
—Gracias, Grimsley —gritó Olivia mientras echaba a correr delante de él.
—¡Aguarde, milady! ¿Qué se propone hacer?
—Voy a Green Park —gritó, volviendo la cabeza.
—¡No puede ir sola! La acompañaré.
Olivia no se molestó en responder mientras pasaba corriendo ante un
sobresaltado Thomas, que abrió la puerta a tiempo para evitar una colisión. Una
sensación de alivio la inundó al distinguir el coche de Gabriel en la esquina. Por lo
menos no tendría que perder tiempo buscando un vehículo de alquiler. Olivia no
tenía ni idea de lo que iba a hacer cuando llegara a Green Park, sólo sabía que tenía
que estar allí. ¡Condenado fuera Gabriel por no habérselo dicho! ¿Se proponía matar
a Palmerson? ¿Así era como se hacía cargo de las cosas?
Grimsley la alcanzó, dio instrucciones al conductor y se metió en el carruaje
junto a ella.
—A su señoría esto no le va a gustar —advirtió.
—Su señoría no es Dios —replicó Olivia—. Confiaba en que Bathurst
convenciera a Palmerson para que desistiera. En ningún momento quería que
solucionara el asunto vertiendo sangre.
—No creo que su señoría se proponga matar a Palmerson —aventuró el
sirviente.
—¿Y si Palmerson tiene suerte y hiere o mata a Bathurst?
Grimsley soltó un resoplido no muy decoroso.
—Eso es sumamente improbable, milady.
—¿No puede correr más este coche?
—Vamos lo más rápido que podemos —repuso el hombre.
Descendieron por Regent Street y giraron a la derecha por Piccadilly. Cuando se
aproximaban a Green Park, la multitud de última hora de la tarde comenzaba a
reducirse.
—¿Sabe usted dónde tendrá lugar el duelo? —preguntó Olivia mientras giraban
por la puerta del parque.
—Así es, milady —repuso Grimsley. Se asomó por la ventanilla y voceó unas
órdenes al conductor—. Ya estamos cerca.
—¿Cree que negaremos a tiempo?
—Sinceramente confió en que no, milady —contestó.
La suerte quiso que llegaran al campo de duelo demasiado tarde. Con ayuda de
lord Braxton, Gabriel estaba poniéndose la chaqueta que se había quitado mientras el
cirujano y lord Sanford asistían al herido Palmerson. No había nadie más por allí.
Olivia saltó del carruaje antes de que éste se detuviera del todo, llamando a Gabriel
por su nombre, y luego corrió hacia él.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Gabriel se volvió con evidente conmoción al ver a Olivia allí con Grimsley
pisándole los talones.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ásperamente—. Te dije que me
encargaría de Palmerson.
Se volvió hacia su subordinado con el ceño ensombreciendo su frente.
—No debería haberla traído aquí.
El sirviente parecía afligido.
—Discúlpeme, milord.
—No culpes a Grimsley —salió Olivia en su defensa—. Le engañé para que me
lo contara. Hubiera venido sola si él no hubiera insistido en acompañarme. ¿Matando
a Palmerson era como te proponías ayudarme? ¿Está malherido? ¿Vivirá?
Gabriel le dirigió una mirada indescifrable.
—No creí que te preocupara Palmerson. No era mi intención matar a ese
bastardo. Sólo me proponía herirle para que no pudiera encontrarse mañana con tu
hermano. Puedes irte a casa y decirle a ese joven insensato que ha salido con bien del
apuro. Y no estarían de más unas «gracias».
Olivia no sabía por qué estaba tan enojada, salvo porque Gabriel podía haber
muerto, y habría sido por culpa de ella.
Una voz procedente de la creciente oscuridad interrumpió sus pensamientos.
—¡Maldito sea, Bathurst! Usted y su ramera aún no han oído mi última palabra.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 12

Furioso, Gabriel ayudó a Olivia a subir a su carruaje y cogió las riendas. No


quería que ella estuviera allí y se sentía agradecido de que no hubiese presenciado el
real duelo que había concluido unos minutos antes. A Palmerson, la mano le
temblaba tanto que erró al disparar a Gabriel, pero sólo por un pelo. Sin embargo, la
bala de éste había ido a parar exactamente donde él había apuntado. La brillante flor
en el hombro derecho de Palmerson le aseguraba a Gabriel que el vizconde no podría
utilizar el brazo durante tiempo.
Miró a Olivia. Tenía los labios apretados y los ojos se le veían ensombrecidos y
tormentosos. Bien, él podía ser igual de obstinado. No le había hablado del duelo por
buenas razones. Ella no hubiera aprobado su modo de manejar el asunto.
¿Por qué Olivia no podía comprender que la violencia era lo único que
Palmerson entendía? Tratar de razonar con él no había dado resultado.
Extrañamente, Palmerson había parecido complacido ante la perspectiva de matar al
joven Sefton, y había obligado por tanto a que Gabriel recurriese a métodos nada
escrupulosos.
—¿Adónde me llevas? —preguntó Olivia con los dientes apretados.
—A casa. Es donde deseas ir, ¿no es cierto?
—No tienes que molestarte. Puedo alquilar un carruaje.
—¿Por qué estás tan enojada? He hecho lo que me había propuesto. Tu
hermano ya no corre peligro de ser asesinado. Además —gruñó—, se lo debía a ese
bastardo por lo que trató de hacerte.
Olivia se volvió en redondo hacia él.
—¿No comprendes nada? ¿Y si hubieras resultado herido o algo peor? Hubiera
sido por mi culpa. Nunca me había propuesto ponerte en peligro. ¿Por qué eres tan
descuidado con tu vida?
—Mi vida nunca está en peligro, Livvy. Concédeme algún crédito. Sabía
exactamente lo que estaba haciendo.
—¿En serio?
Se sucedió un pesado silencio.
—Hemos llegado —dijo Gabriel tensando las riendas cuando llegaron ante la
casa de Olivia—. Te acompaño.
—No es necesario, milord.
—No discutas, Livvy.
La cogió por el codo, la ayudó a apearse y subió con ella los peldaños hasta la
entrada. Neville, con expresión fiera, abrió la puerta antes de que llegaran.
—¿Qué te da derecho a entrometerte, Livvy? No soy un niño. Puedo cuidar de

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

mí mismo. Tía Alma me ha dicho que habías acudido a Bathurst en busca de ayuda.
No necesito ayuda. Y no hay nada que podáis hacer ninguno de los dos para detener
el duelo.
Gabriel pensó que el joven cachorro estaba mostrando sus garras. Le tendió la
mano.
—Supongo que es usted lord Sefton. Yo soy Bathurst.
Con gesto muy poco cordial, el muchacho le estrechó la mano.
—No tiene motivos para tomarla con su hermana, Sefton —lo reprendió Gabriel
mientras entraba en la casa con Olivia—. Ella le quiere y temía por su vida.
Neville lanzó a Gabriel una mirada incendiaria.
—¿Qué clase de relación tiene usted con mi hermana, Bathurst? Ella me contó
que usted la rescató de Palmerson, pero yo creo que hay algo más que eso. ¿Son
ciertas las murmuraciones? ¿Ha comprometido usted a Olivia?
—¡Neville! —balbuceó Olivia—. Pero ¿qué te pasa? Deberías estarle agradecido
a Bathurst.
—Así es —intervino Alma—, deberías estarlo. Si no fuera por él, ahora mismo
estarías hasta las rodillas de agua de lluvia. Bathurst hizo reparar nuestro tejado y se
negó a aceptar el pago.
Neville reflexionó sobre eso y luego preguntó:
—¿Está él facilitando el dinero para mantenerme en la universidad?
—¡Desde luego que no! —negó Olivia—. ¿Sabes lo que estás sugiriendo,
Neville?
Gabriel ya había oído bastante.
—Si me permites intervenir, Olivia, tal vez logre tranquilizar la mente del joven
Sefton. Puede que se sienta mejor al saber que vamos a casarnos.
Neville dirigió su mirada a Olivia.
—Me dijiste que no habría boda. Deseo respuestas, Livvy. Puede que sea joven,
pero no soy estúpido.
—Por favor, muchachos —intervino Alma retorciéndose las manos—. Detesto
las discusiones.
—No te mentí, Neville —dijo Olivia—. Bathurst me pidió en matrimonio y yo le
rechacé.
Al chico se le desorbitaron los ojos.
—No lo comprendo. A tu edad, deberías saltar de alegría ante la oportunidad
de casarte con un marqués. No es que tengas mucho donde escoger. Nuestro padre
se cuidó de ello al despilfarrar tu dote.
Gabriel puso una mano sobre el hombro de Neville.
—¡Basta! ¡Discúlpese con su hermana!
—No es necesario, milord. Neville sólo ha dicho la verdad —señaló Olivia.
Gabriel intensificó su presión en el hombro del joven.
—No obstante se disculpará, lord Sefton. Su hermana no ha atendido a sus
propias necesidades para procurar el bien de su familia.
La bravuconería de Neville se desmoronó bajo las duras palabras de Gabriel.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Lo siento, Livvy. No debería haber dicho lo que he dicho. Aprecio lo que has
hecho por mí, pero no puedes impedir que me enfrente mañana con Palmerson.
—Me permito diferir de usted, Sefton —dijo fríamente Gabriel—. Mañana no
habrá duelo. Palmerson ha recibido una herida y está totalmente incapacitado.
Sospecho que recibirá una nota en ese sentido muy pronto.
—¿Cómo se atreve? —estalló Neville—. ¡Tengo el derecho de defender el honor
de mi hermana! ¿Qué le ha hecho usted a Palmerson?
—Por favor, tranquilízate —rogó Olivia—. Y discúlpate con lord Bathurst.
—Lo siento, Livvy, no puedo hacerlo. Por hoy, he acabado con las disculpas.
Giró sobre sus talones y se fue con paso airado.
—Hablaré con él —dijo Alma apresurándose tras su sobrino—. No siempre es
tan irrespetuoso, milord.
—Sabía que se enojaría, pero confiaba en que lo comprendiese —se lamentó
Olivia.
—Es joven —la tranquilizó Gabriel—. Ésta es la primera vez que ha estado en
situación de afirmarse como adulto. Si no te quisiera, no habría sido tan inflexible en
cuanto a defender tu honor. Deberías devolverlo a Oxford lo antes posible.
—Gracias, Gabriel. Saber que Neville no tendrá que enfrentarse a Palmerson en
el campo del honor es un gran alivio para mí. Lo siento si he parecido poco
agradecida, pero tu vida a cambio de la de Neville era algo que no podía aceptar.
—Ya te he dicho que yo no he corrido peligro, Livvy. Pero me alegro de que te
hayas preocupado tanto por mí. —Le cogió la barbilla y rozó ligeramente sus labios
con los suyos—. ¿Significa eso que has cambiado de idea sobre aceptar mi propuesta?
—No me casaré contigo, Bathurst.
—Entonces me marcho, Olivia. Ya sabes dónde encontrarme si cambias de idea.
Peterson apareció detrás de él.
—Yo le acompañaré, milord.
—Adiós, Bathurst, y una vez más, gracias —le dijo Olivia ofreciéndole la mano.
Gabriel contempló sus dedos, tan largos, blancos y delicados, y recordó cómo
los había sentido en su cuerpo. Deslizó la mirada por su brazo, más allá del hombro y
hasta su boca, rememorando el modo en que Olivia lo había excitado con ella. Sintió
que se endurecía y reprimió un gemido.
Le asió la mano, le volvió la palma hacia arriba y depositó un beso en el centro.
—Adiós, milady. Hasta que volvamos a vernos.
Olivia apartó la mano y subió corriendo la escalera. Gabriel sonrió y salió por la
puerta que Peterson le había abierto. Pese a lo reacia que se mostraba la joven y a sus
propias reservas, se verían de nuevo. Era inevitable. Su pasión era como una droga.
Seductora, persuasiva, adictiva.

Aquella misma tarde Gabriel llamó a Grimsley a su estudio. El sirviente habló


antes de que Gabriel pudiera manifestar por qué lo había convocado.
—Haré mis maletas en seguida, milord, y no le culparé si me despide sin una

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

carta de recomendación.
Gabriel levantó bruscamente la cabeza.
—¿De qué diablos me está hablando?
—Le he fallado, milord. Debería ser despedido.
—Pero ¿qué dice? No es por eso por lo que le he llamado. Usted es un miembro
altamente valorado de mi casa. Sería erróneo censurarle a usted por la curiosidad de
Olivia.
Grimsley pareció enormemente aliviado.
—¿Desea entonces que le informe de lo que he descubierto sobre la familia de
lady Olivia?
—En efecto.
—Bien. Están en la más absoluta miseria. No he encontrado ninguna prueba de
que el difunto lord Sefton dejara a sus hijos más que la casa en la que viven. Mientras
vivió su esposa residían en una magnífica mansión en Grosvenor Square. Él la
vendió tras la muerte de ella, compró el domicilio donde ahora reside la familia y
derrochó el resto. Su depravación aún los atormenta.
—Si eso es cierto, ¿cómo se las arregla Olivia para mantener a su hermano en
Oxford? —reflexionó el marqués en voz alta.
—No tengo ni idea, milord.
—¿Y qué hay de Palmerson? ¿Se ha enterado de algo valioso sobre él?
—No más de lo que ya conocemos. Está en serios apuros. Sus deudores lo están
acosando y está muy próximo a verse encerrado en prisión por ello. La opinión de la
alta sociedad es que necesita casarse por dinero.
—El misterio se ensancha —murmuró Gabriel—. Gracias, Grimsley. Si se entera
de algo nuevo, hágamelo saber. Puede retirarse.
—Gracias, milord. ¿Cenará en casa esta noche?
—No, cenaré fuera. Necesito hacer el recorrido esta noche. Estoy deseoso por
enterarme de lo que se sabe de mi duelo con Palmerson. Dudo mucho que
permanezca largo tiempo en secreto.

Durante los siguientes días, Olivia trató de convencer a Neville para que
regresara a Oxford, pero él se negó. Por añadidura, estaba exigiendo más respuestas.
Deseaba saber de dónde procedía el dinero para su educación y seguía interrogando
a Olivia sobre su relación con Bathurst. Neville podía ser joven, pero superaba en
astucia a su edad. Olivia temía por el futuro de su hermano: sin fondos, no tendría
ninguna posición en sociedad y se vería gravemente limitado para escoger esposa.
Con el fin de tomar medidas para el futuro del muchacho, Olivia decidió que
Pete y Ollie debían cometer más robos y exigir mayor porcentaje del comprador de
artículos robados.
Encontró a Peterson en la cocina y abordó el tema.
—Tenemos que hablar, Peterson.
—En efecto, señorita Livvy. ¿Qué vamos a hacer con su señoría?

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—¿Su señoría? ¿Bathurst?


—No, con el señor Neville. Me temo que va a causarnos problemas.
—Él regresará a Oxford, Peterson. He estado pensando largo y tendido sobre su
futuro. Su educación está casi completada. Regresará a casa para quedarse al final del
trimestre y necesitará dinero. A Ollie le corresponde encontrar los fondos para su
acceso a la sociedad.
—El peligro de ser cogidos aumenta cada vez que salimos —le advirtió
Peterson.
—Lo sé, pero no puede evitarse. Encuentra algún lugar nuevo donde guardar
los caballos. Si alguien siguiera sus huellas hasta nosotros podría formular
preguntas.
—¿Cuándo saldremos de nuevo?
—En cuanto Neville regrese a Oxford.
—Muy bien, señorita Livvy. Déjemelo todo a mí.
—Odio volver a pedirte que pongas tu vida en peligro, Peterson, y si prefieres
no cabalgar conmigo, lo comprenderé.
—Pete y Ollie son un equipo, señorita Olivia. No tengo intenciones de dejarla
sola.
—Gracias, Peterson. No sé lo que haría sin ti. Neville se merece la clase de vida
que nuestro padre le negó.
Ni Olivia ni Peterson oyeron que alguien cerraba suavemente la puerta de la
cocina.

Habían transcurrido varios días desde el duelo de Gabriel con Palmerson.


Después de una noche fuera de la ciudad, el aristócrata regresaba a casa bien pasada
la medianoche con los bolsillos más llenos que cuando se marchó. Hasta el momento,
no había oído nada sobre el duelo. Pero estando Sanford implicado, Gabriel sabía
que se filtrarían noticias. No había sido nunca su intención implicar a Olivia en más
habladurías, pero poco podía hacer él para detenerlas.
Pese a lo tardío de la hora, Grimsley acudió a recibir a su señor a la puerta.
—Tiene una visita, milord. Le dije que debía regresar a casa y volver mañana,
pero insistió en que tenía que verle en el momento en que usted llegara a casa. Lo he
instalado en el estudio.
—¡Maldición! Nada puede ser tan importante. ¿Le ha dicho su nombre?
—Lord Sefton, milord.
Gabriel palideció.
—¡Sefton! ¡Dios mío! Algo debe de haberle sucedido a Livvy. Lo veré en
seguida.
Con grandes zancadas, Gabriel se dirigió a su estudio, irrumpió por la puerta y
vio a Neville sentado en un sillón de cuero junto a la chimenea. El joven se puso
rápidamente en pie cuando el marqués entró en la sala.
—¿Se trata de Olivia? —preguntó Gabriel—. ¿Qué le ha sucedido? ¡Cuénteme!

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Neville hundió los dedos en sus despeinados cabellos con evidente agitación.
—A Livvy no le ha pasado nada, pero mi visita tiene que ver con ella. Sé que
nos separamos en términos poco amistosos, Bathurst, pero al parecer usted es la
persona a la que Livvy recurre para pedir ayuda. Ella confía en usted, y yo no puedo
ser menos.
—Siéntese, Sefton. Parece necesitar una copa. ¿Le va bien brandy?
Neville asintió distraído.
Gabriel sirvió dos dedos de brandy en una copa y aguardó a que Neville
tomara un trago antes de hablar.
—Vamos, Sefton, ¿qué asunto de importancia le trae aquí a estas horas de la
noche?
—Lo que le voy a decir debe ser mantenido en estricto secreto —le advirtió
Neville—. ¿Qué sabe usted de un par de salteadores de caminos llamados Pete y
Ollie?
—No mucho, aunque me convertí en una de sus víctimas en la carretera una
noche sin luna. También tuve el placer de herir a Ollie la siguiente vez que nos
vimos.
—¿Cómo? ¿Que le disparó a Ollie? ¡Maldición! ¿Sabe usted lo que hizo?
—Desde luego. ¿Por qué le disgusta eso?
—Usted le disparó a Olivia. ¡Hirió a mi hermana!
Gabriel se quedó completamente inmóvil. Luego estalló furioso.
—¿De qué está hablando, en nombre del cielo? Desde luego que no disparé a su
hermana. El único modo de que eso pudiera haber sucedido sería que ella fuese...
Se interrumpió de repente y se puso mortalmente pálido.
—Exactamente —confirmó Neville—. Yo no lo sabía hasta que por casualidad
he oído una conversación entre Olivia y Peterson esta noche. Cuando yo regrese a
Oxford, ellos dos se proponen reanudar sus actividades ilícitas.
»Me he quedado de piedra. No tenía ni idea. No sabía qué hacer. Luego he
pensado en usted. Si pidió a Livvy en matrimonio, ella debe de importarle. ¿Me
ayudará a mantenerla a salvo, Bathurst? Se lo rogaré si es necesario.
—Déjeme pensar.
Gabriel comenzó a pasear arriba y abajo.
Ollie y Pete. Peterson y Olivia. ¿Por qué no había visto antes la relación? Unos
ojos verdes mirándolo bajo la sombra del ala de un sombrero. Los ojos de Livvy. No
era de extrañar que le resultara tan familiar.
La enfermedad de Livvy había coincidido con el disparo. La razón de que ella
no permitiera que su médico la examinara detenidamente había sido porque temía
que descubriera la herida de bala. Saber que había herido gravemente a Olivia casi lo
hizo desplomarse de rodillas. ¡Maldición! ¡Maldita fuera!
—Bathurst, por favor —rogó Neville—. Se lo imploro. Ahorcarán a Olivia si la
atrapan.
—Desde luego que le ayudaré, Sefton. ¿Tenía alguna duda al respecto?
Cuénteme todo lo que sepa. Luego decidiré qué debo hacer para mantener a su

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

hermana a salvo.
Neville le repitió casi palabra por palabra la conversación que había oído entre
Peterson y Olivia.
—Las piezas comienzan a encajar —reflexionó Gabriel—, salvo por una cosa.
¿Por qué desea Palmerson casarse con Olivia y por qué estaba tan ansioso por
aceptar su desafío?
—No tengo ni idea. He estado lejos, en la universidad, durante los últimos años
y he sabido poco de lo que sucedía en mi familia. Ni siquiera me explicaron la
naturaleza del duelo de mi padre hasta que estuvo enterrado. Olivia debía de estar
desesperada por conseguir dinero para hacer lo que hizo. Está poniendo su vida en
peligro por mí. ¿Sabe usted cómo me hace sentir eso?
—Puedo imaginarlo muy bien —murmuró Gabriel—. Si tengo que ayudar,
usted deberá hacer exactamente lo que yo le diga.
—Lo que sea. Haré lo que sea por ayudar a Livvy.
—Muy bien. Entonces debe regresar a Oxford mañana.
—¡Maldición! ¿Cómo puede pedirme eso?
—Es lo mejor para todos. Deje que yo maneje el asunto.
Neville entornó los ojos.
—No va a entregarla a la justicia, ¿verdad?
—¡No sea impertinente! Sé lo que estoy haciendo. A propósito, puede
felicitarme por mi matrimonio con su hermana.
—Creí que Olivia había rechazado su propuesta.
—Eso ahora no importa. Vuelva a casa, Sefton. Confíe en mí para hacerme
cargo de todo. Pete y Ollie van a desaparecer para siempre y su familia
experimentará un repentino cambio de fortuna. En cuanto a Peterson, sin Ollie,
predigo que morirá de viejo en su lecho.
Neville no parecía convencido.
—¿Me informará si surgen problemas?
Gabriel le dirigió una mirada ofendida.
—No surgirán problemas. Déjelo todo en mis manos.
—Muy bien —accedió Neville—. Cualquier cosa será mejor que lo que Livvy
está haciendo con su vida.
Se levantó, sofocó un bostezo y se dirigió hacia la puerta.
—Buenas noches, milord. Estoy en deuda con usted.
—Aguarde, Sefton. Hay algo más. Le pido permiso para vender su casa. Confío
en que no tenga una vinculación sentimental con ella.
—No tengo muchos recuerdos de esa casa. ¿Qué va a hacer con tía Alma?
—La instalaré con mi abuela, por lo menos de momento.
—Yo puedo alquilar un alojamiento cuando haya acabado mi educación —
reflexionó Neville—. Y tal vez compre una comisión en el ejército.
—Ordenaré que mi abogado deposite el dinero de la venta de su casa en el
banco, a su nombre.
—Muy bien. Tiene mi autorización para proceder. Ahora debo irme.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—No va a encontrar transporte a estas horas de la noche. Llévese uno de mis


caballos. Grimsley lo acompañará a los establos y se ocupará de que el caballo sea
devuelto mañana. Estoy seguro de que debe de estar rondando por aquí para
acompañarle.
Así era, Grimsley estaba montando guardia fuera del estudio. Gabriel habló con
él brevemente, luego, ambos, Neville y el sirviente, se marcharon. Gabriel se demoró
con su brandy otra media hora, reflexionando sobre sus planes para Olivia y el
futuro que ambos iban a compartir.
Se levantó temprano a la mañana siguiente, pese a haberse retirado a altas horas
de la noche. Había mucho que hacer y demasiado poco tiempo para realizarlo todo.
Comentó sus planes con Grimsley mientras desayunaba.
—Voy a trasladarme temporalmente a mi casa de campo —dijo Gabriel—.
Deseo que Throckmorton y usted preparen mis cosas y me sigan durante la semana.
—¿Cuan pronto piensa irse, milord?
—Hoy.
Grimsley se sorprendió.
—¿Tan pronto? ¿Ha habido problemas por su duelo con Palmerson?
—No, no es nada de eso. Hay problemas, pero implican a lady Olivia.
—¿En qué puedo ayudar?
Gabriel confiaba totalmente en Grimsley y no tuvo ningún escrúpulo en
contarle la razón de su apresurada marcha. Lo más concisamente posible, le habló
sobre Pete y Ollie y de por qué quería llevarse a Olivia de Londres.
—¡Por Dios! —balbuceó Grimsley—. Resulta difícil de creer.
—Lo mismo he pensado yo, pero los hechos son irrefutables. Todo lo que sé de
Olivia concuerda con lo que su joven hermano me dijo anoche. No puedo permitir
que la detengan, Grimsley.
—Desde luego que no, milord. Es inimaginable. ¿Cómo se propone mantenerla
en Bathurst Park?
—Voy a casarme con ella, aunque tenga que chantajearla para conseguirlo. Es el
único modo que se me ocurre de salvarle la vida. Por fortuna aún tengo la licencia
especial que compré hace algunas semanas, de modo que eso no será problema.
Tiró su servilleta.
—Será mejor que me ponga en marcha. Hay mucho que hacer antes de partir.
Yo mismo hablaré con Jenkins para que prepare el coche para el viaje.
—Muy bien, milord. Todo será hecho según sus deseos.

Gabriel se encaminó inmediatamente a la mansión de su abuela. Aunque era


temprano, encontró a lady Patrice en su soleado salón del desayuno, tomando café y
leyendo el Times de Londres.
—Bathurst, ¿qué te trae por aquí tan despierto y tan temprano? ¡Qué contenta
estoy de verte, muchacho! Me he estado sintiendo vergonzosamente descuidada
últimamente. ¿Me acompañas? Pediré el desayuno.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Gabriel dio a su enérgica abuela un beso en la mejilla y se sentó frente a ella.


—Ya he desayunado, abuela, pero tomaré café.
Lady Patrice levantó una mano e, inmediatamente, un lacayo llevó una taza y
sirvió café de una jarra de plata.
—¿Qué te trae por aquí a estas horas del día? —repitió su pregunta la dama.
Inexplicablemente nervioso, Gabriel carraspeó. Sabía que su anuncio haría feliz
a su abuela y se sorprendió al darse cuenta de que también a él lo hacía dichoso,
aunque no debería. A Olivia, el matrimonio sólo le provocaría congoja y desilusión.
Sin embargo, serviría para protegerla, y eso era en lo que debía él concentrarse.
—No me tengas en vilo, querido —lo reprendió lady Patrice—. Evidentemente
vienes a darme noticias de gran importancia.
Gabriel sonrió.
—Voy a casarme, abuela.
Ésta palmoteo excitada.
—¡Oh, querido, eso es maravilloso! No podías hacerme más feliz. ¿Cómo has
convencido a lady Olivia para que acepte tu proposición.
—Es una larga historia, abuela, ahora no tengo tiempo de contártela.
—Celebraremos la boda aquí, desde luego. Yo lo organizaré todo. Lo único que
debe preocuparte es traer a la novia y la licencia.
—Voy a casarme en Bathurst Park, abuela. Olivia y yo saldremos
inmediatamente hacia el campo.
Lady Patrice enarcó las cejas sorprendida.
—¿Es eso prudente? ¿Qué me dices de Cissy? Ella vive allí, lo sabes. ¿No será
algo incómodo?
—No veo por qué tiene que serlo. Mi relación con Cissy concluyó cuando se
casó con mi hermano. Yo no abrigaba ninguna animadversión ni hacia ella ni hacia
Ned. Y desde luego no estoy languideciendo por mi cuñada. Bathurst Park es lo
bastante grande para todos si ella decide quedarse una vez yo me haya casado, pero
sospecho que preferirá trasladarse a su propia residencia. Ned la dejó bien provista,
y yo le he permitido quedarse en Bathurst Park porque no tenía intenciones de
casarme ni de volver ahí.
—No obstante, no vas a casarte sin que tu familia esté presente —argumentó la
marquesa viuda—. Dispondré el viaje cuanto antes. Puedo tener el equipaje y estar
lista para salir esta misma semana. Aplaza tu boda hasta que yo llegue, Bathurst,
significa mucho para mí.
Como de costumbre, Gabriel no pudo resistirse a la petición de su abuela.
—Muy bien, aguardaré hasta que llegues. Pero tú podrías hacer algo por mí a
cambio.
—Lo que quieras, querido, lo que quieras.
—Me gustaría que invitarás a lady Alma, la tía de Olivia, a trasladarse contigo
como acompañante. Olivia tal vez no quisiera dejar sola a su tía, y a mí me gustaría
un poco de intimidad con mi esposa durante las primeras semanas. Puedes llevarla
contigo a Bathurst Park para la boda. También quisiera que encontraras un sitio en tu

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

hogar para Peterson, el criado de la familia.


—Una acompañante —reflexionó lady Patrice—. No es mala idea, Bathurst.
Conozco a lady Alma y nos llevaremos muy bien. No digas más, querido. Enviaré mi
carruaje allí con una nota pidiéndole a lady Alma y a Peterson que vengan a verme
aquí esta tarde.
—Gracias, abuela. Sabía que podía contar contigo. Olivia se sentirá contenta al
saber que su familia estará bien atendida. Adiós, abuela. Te veré en Bathurst Park.
—Desde luego que sí, querido, desde luego que sí.

La siguiente parada de Gabriel fue en White's. Puesto que su abuela y lady


Alma se proponían asistir a la boda, decidió invitar también a sus dos amigos. Los
encontró en animada conversación en un saloncito privado.
—Bathurst, únete a nosotros —lo saludó Luc—. Estamos discutiendo una
aventura financiera. ¿Nos darás tu opinión?
—En otra ocasión quizá. Tengo algo importante que deciros.
—Somos todo oídos —dijo Ram.
—Los dos estáis invitados a una boda. Se celebrará en Bathurst Park, y necesito
un padrino.
—¿Hablas en serio? —exclamó Luc—. ¡Por Dios, Bathurst, lady Olivia debe de
ser una hacedora de milagros! ¿Está embarazada?
—¡Por Dios, no! Bien, ¿qué decís?
—Me sentiría honrado de ser tu padrino, Bathurst, pero delego en Braxton. Él te
conoce desde hace más tiempo. ¿Quién será la madrina?
—Tal vez Cissy le haga los honores a Olivia.
—¿La esposa de tu hermano? Yo creía que tú y Cissy... Bien, ya sabes. Pensaba
que por esa razón nunca visitabas tu finca de Derbyshire. Es de todos conocido que
la cortejaste hasta que te dejó por tu hermano.
—Eso fue hace años. No ha habido nada entre Cissy y yo desde que se casó con
Ned. Me sentí decepcionado cuando lo escogió a él, pero no les guardé rencor a
ninguno de los dos.
—Y bien —inquirió Ram—, ¿cómo has convencido a lady Olivia para que se
case contigo? ¿Se ha hartado finalmente de las habladurías? Han comenzado a salir a
la superficie noticias de tu duelo con Palmerson, lo que ha revitalizado los chismes
sobre ti y Olivia.
—Debería haber imaginado que Sanford no podría mantener la boca cerrada —
comentó Gabriel—. ¿Alguno de vosotros ha visto a Palmerson?
—Parece haber desaparecido, supongo que estará lamiéndose las heridas —
aventuró Luc—. ¿Has fijado ya fecha para la boda?
—No. En realidad Olivia todavía no sabe nada.
—¡¿Cómo?! —exclamaron Luc y Ram al unísono.
—Un problema menor. Mi abuela saldrá para Bathurst Park dentro de pocos
días y espero que vosotros lleguéis durante la semana. La boda se celebrará en

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

cuanto todos estéis allí.


—Estaremos —le aseguró Luc a Gabriel—. Y buena suerte cuando tengas que
convencer a tu esposa de que serás un excelente marido.
Mientras salía de White's, Gabriel pensó que realmente necesitaría suerte.
Olivia difícilmente podía ser coaccionada por nada. Ahora sabía por qué había
rechazado su propuesta. Había temido que él la identificase como su asaltante. Pero
no creería que él fuera a descubrirla, ¿verdad? Su opinión de él debía de ser
realmente muy mala si temía algo así. Ya era bastante grave que él le hubiera
disparado y la hubiese herido.
Pensar que casi había matado a Olivia avivó su furia. Se sentía capaz de retorcer
su gracioso cuello por haberse puesto en peligro. Bien, se casaría con ella para poner
fin a sus actividades ilegales. Siendo su esposa, ella estaría a salvo.
Por desgracia, había un grave inconveniente. Con el fin de proteger a Olivia de
dolor y pesar cuando se separasen, tendría que negar la pasión que sentía por ella.
No podía permitirse perder el control como la última vez que hicieron el amor.
No podía tener un hijo con ella.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 13

Olivia se sentía complacida. Neville había cambiado bruscamente de idea


acerca de regresar a la universidad, y ella lo había enviado hacia allí en coche aquella
misma mañana, con fondos suficientes para pagar sus gastos trimestrales y disponer
de una generosa asignación.
Ahora volvía a estar donde había comenzado, buscando dinero
desesperadamente. La única solución eran Pete y Ollie. Decidió que aquella noche
cabalgarían.
Peterson había ido a comprar y Olivia aguardó pacientemente a que regresara
para elaborar con él los planes. Un sonoro golpe en la puerta la hizo bajar de su
habitación, pero Alma llegó al vestíbulo antes que ella.
—Lord Bathurst, pase —oyó decir a su tía—. Le diré a Olivia que está usted
aquí.
—Estoy aquí, tía —exclamó Olivia desde la entrada—. Qué temprano, milord.
—Olivia, tenemos que hablar —dijo Gabriel. Miró a Alma—. Me gustaría estar
unos momentos a solas con su sobrina, si no le importa.
—En absoluto —repuso Alma—. Tengo trabajo en la cocina.
—¿A qué debo el placer de tu visita? —preguntó Olivia mientras lo precedía
hacia el salón.
—Mi duelo con Palmerson es ya de conocimiento público —explicó Gabriel—.
Los chismosos están disfrutando de lo lindo, lo que significa que las habladurías e
insinuaciones sobre nosotros se difundirán muy pronto.
—Confío en que no estés aquí por algún sentido equivocado del deber. No me
casaré contigo bajo ningún concepto, Bathurst.
«A menos que me dijeras que me amabas y fuese verdad», pensó Olivia.
—Te equivocas —dijo Gabriel con un gruñido bajo que la puso en alerta—. Tú y
yo nos vamos inmediatamente a mi casa de campo, en Derbyshire.
—Estás loco, Bathurst. ¿Qué te hace pensar que voy a ir contigo a ninguna
parte?
—Porque valoras tu vida y te importa lo que le suceda a Peterson.
—Lo que dices no tiene sentido.
—Me comprenderás en un momento. ¿Ha regresado tu hermano a la
universidad?
Olivia frunció el cejo.
—Esta mañana. ¿Por qué iba a importarte eso a ti?
—Excelente. Confiaba en que mantendría su palabra.
—¿De qué estás hablando?

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Mírame, Livvy.
Ella miró fijamente sus oscuros ojos azules, e inmediatamente recordó la última
vez que estuvieron juntos. Su relación amorosa había sido salvaje, frenética, y su
mirada tenía el mismo inflexible fulgor que en aquellos momentos.
—Después de que hablemos con tu tía, prepararás una bolsa pequeña de viaje,
recogerás tu capa y tu sombrero y me acompañarás al carruaje. Luego nos iremos
juntos a Bathurst Park. Nos casaremos allí en cuanto mi abuela y tu tía lleguen.
Recoge sólo lo suficiente hasta que tengas un guardarropa adecuado para la esposa
de un marqués.
—¡Estás loco! —repitió Olivia.
—¿En serio? Estoy haciendo lo que debo para protegerte... Ollie.
—No necesito que... ¿Cómo me has llamado?
—Lo sé, Livvy, lo sé. Tus días de robar a la gente se han acabado. ¿Hasta
cuándo esperabas seguir con tus actividades ilícitas? —Alzó la voz enojado—. ¡Por
Dios, yo te disparé! ¡Podría haberte matado!
Aquello no podía estar sucediendo. Ser reconocida por Bathurst había
constituido su peor pesadilla. Olivia simuló no comprender.
—No sé de qué me estás hablando. Si me acusas de haber hecho algo ilegal,
desde luego que lo niego.
Una ardiente furia endureció los rasgos de Gabriel.
—Neville os oyó por casualidad a Peterson y a ti y acudió a mí en busca de
ayuda. Puedes imaginar cómo me sentí al comprender que te había disparado.
Cuando advertí tu herida, acepté tu explicación porque no creí que me mintieras. No
sólo has estado arriesgando tu vida, sino también la de tu sirviente, al que
evidentemente aprecias. No tienes un mínimo de sensatez.
Gabriel la asió del brazo, evitando que se retirara de la explosión de su enojo.
Por fin había sido descubierta y no podía seguir negando las acusaciones.
—Neville no tenía derecho a implicarte. Debería haber acudido primero a mí.
¿Por qué te preocupa lo que me suceda?
—Sólo Dios sabe por qué me siento responsable de ti. Tal vez por culpabilidad.
O quizá porque no tienes a nadie más que a un inexperto muchacho para cuidar de ti
y de tu tía. —Le dirigió una mirada que hizo que la sangre se acelerase en sus venas
—. O quizá es que deseo conservarte como compañera de lecho y no estoy dispuesto
a prescindir de ti.
Olivia no se creía una palabra.
—Mentiroso. No te has casado con otras mujeres con quienes te has acostado.
¿Por qué conmigo sí?
Los ojos de Gabriel se ensombrecieron, adquiriendo el color del humo.
—¡Maldición si lo sé! Pero en estos momentos eres la única mujer a quien deseo.
Olivia irguió la barbilla.
—¿Durante cuánto tiempo? ¿Deseas tener hijos conmigo? ¿Puedes prometerme
que nunca mirarás a otra mujer con deseo?
—¡Maldita sea! No habrá niños. Y no puedo decir que estaré contigo para

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

siempre. Existen fuerzas sobre las que carezco de control que dictan mi vida. En
cuanto a otras mujeres...
—Aguarda... vuelve a la última frase. ¿De qué estás hablando? ¿Qué clase de
fuerzas dictan tu vida?
Gabriel se pasó con energía los largos dedos por el cabello.
—Olvida lo que he dicho. No es importante.
—¿Por qué no quieres tener hijos? No puedo casarme con un hombre que no
quiere hijos. No es natural.
—¡Maldición, Livvy, no me lo preguntes!
Alma asomó la cabeza por la puerta.
—He oído gritos. ¿Va todo bien por aquí?
—Venga, Alma. Tiene que oír esto.
Alma entró en la sala dirigiendo preocupadas miradas a Olivia y Gabriel.
—¿Qué ha hecho ahora Livvy, milord?
—Nada. En realidad todo va bien. Olivia ha accedido a ser mi esposa. La
ceremonia se celebrará en mi casa solariega de Derbyshire.
A Alma le brillaron los ojos de contento.
—Es la mejor noticia que he oído desde hace mucho tiempo. Ahora tú y
Peterson no tendréis que... —Se apretó la boca con la mano—. ¡Oh, querida!
—No pasa nada, Alma —dijo Gabriel—. Lo sé todo sobre Pete y Ollie, y puede
estar segura de que esos dos fuera de la ley nunca más volverán a cabalgar.
Alma asió impulsivamente la mano de Gabriel entre las suyas.
—No sabe lo aliviada que me siento. He estado tan preocupada por mi querida
sobrina y por Peterson; porque, Livvy, podrían haberte matado cuando tú... es
decir...
Olivia puso los ojos en blanco como si pidiera la divina intervención.
—Bathurst lo sabe todo tía.
—¿Cómo lo ha descubierto?
—Supo de Pete y Ollie por Neville. Al parecer, éste nos oyó accidentalmente
cuando Peterson y yo estábamos hablando.
—No me preocupa cómo lo descubrió. Estoy muy contenta de que se haya
acabado. —Alma frunció el cejo—. No va a delatar a Livvy, ¿verdad, lord Bathurst?
—¿Y revelar que mi marquesa es una salteadora de caminos? —preguntó
Gabriel secamente—. Me llevo a Olivia de Londres y de la tentación. Ya no tendrán
que preocuparse por sus finanzas. Su familia es ahora responsabilidad mía.
—¿Responsabilidad o carga? —preguntó Olivia—. No quiero eso, Bathurst.
—Neville me dio permiso para vender esta casa y depositar los beneficios en el
banco a su nombre. Le he encargado el asunto a mi abogado. Ya no tendréis que vivir
en la pobreza.
Olivia perdió la paciencia.
—¿Cómo te atreves a organizar mi vida sin consultarme? ¡Neville no tenía
ningún derecho a designarte su agente! Ésta es la única casa que tenemos. ¿Qué va a
hacer lady Alma? ¿Dónde vivirá Neville cuando concluya su educación?

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Estoy dedicándome al problema de Neville. En cuanto a lady Alma, mi


abuela necesita una acompañante, y creo que ella y tu tía se llevarán de maravilla. Mi
abuela enviará un carruaje más tarde para recoger a tu tía y a Peterson.
—Podría ir haciendo su equipaje, lady Alma, e informar a Peterson de que
servirá en casa de mi abuela hasta que se produzcan otras disposiciones.
Alma se precipitó fuera de la sala con un revuelo de faldas. Olivia aguardó
hasta que se hubo marchado, luego dijo:
—¿Qué otras disposiciones, Bathurst?
—A su debido tiempo, tanto tu tía como Peterson vivirán con nosotros.
—¿Los vas a convertir en rehenes para obligarme a obedecer? ¿Qué les sucederá
si me niego a casarme contigo?
—¡Maldita sea, Livvy! ¡Estás poniendo a prueba mi paciencia! Vas a casarte
conmigo y basta. No necesito rehenes para obligarte a aceptar. Tengo todas las
municiones que necesito a mi disposición.
Con los brazos en jarras, Olivia se enfrentó a él abiertamente.
—¿Qué municiones, milord?
—Las identidades de Pete y Ollie.
Olivia apretó los labios.
—De modo que te propones delatarnos.
—En absoluto. Pero te sugiero que lo pienses dos veces antes de rechazar mi
propuesta.
Gabriel comprendía que estaba siendo innecesariamente duro, pero no podía
permitir que Olivia volviese a la clase de vida que había llevado desde la muerte de
su padre. Además, él le había prometido a Neville que pondría fin a las actividades
ilegales de su hermana, y así lo haría.
Impulsado por una saludable dosis de culpabilidad, se proponía asumir la
plena responsabilidad sobre Olivia y su familia. La había deseado y la había tomado
sin pensar en su reputación, ahora debía pagar las consecuencias. No podía darle
hijos, pero podía procurar que viviera en condiciones el resto de su vida. Cuando ya
no hubiese ningún peligro de que la joven fuese descubierta, la dejaría volver a
Londres.
Ella necesitaría amigos después de que él... Bueno, con suerte, eso no sería muy
pronto. Hasta el momento, no había habido indicios de... lo que más temía.
Olivia se volvió en redondo y le dio la espalda a Gabriel.
—Has ganado, Bathurst.
Gabriel contempló la graciosa curva de su espalda, su cuello, tenso de
indignación, el orgulloso ladeamiento de la cabeza y sintió un sentimiento
insoportablemente tierno y protector crecer en él. Había deseado a Olivia desde el
primer momento en que había puesto los ojos en ella. Pero una vez la hubo tenido,
aún la había deseado más. Ni siquiera su amante preferida le había complacido tanto
como ella, cuya inocencia y poco mundano comportamiento lo mantenían en
constante estado de excitación. Pensó que debía de estar madurando. Aunque sabía
que no debería, la idea de sentar la cabeza con Olivia le resultaba enormemente

- 141 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

atractiva. Lo único que no debía permitirse era perder el control durante sus
momentos íntimos. No podía lastimarla dándole hijos.
La asió por los hombros, la volvió de cara a él y le alzó la barbilla. Había
lágrimas en sus ojos y él se las enjugó con la yema del pulgar.
—Livvy, confía en mí para mantenerte a salvo y proteger a tu familia. Te
prometo que no serás desdichada.
Al ver que no obtendría respuesta alguna, Gabriel inclinó la cabeza y le rozó los
labios con un beso, pero un simple roce no le bastaba. Resiguió con la lengua la curva
de su boca en una petición silenciosa de que la abriera para él. Al principio, los labios
de Olivia permanecieron tensos e inflexibles, pero finalmente se fueron separando
bajo su suave persuasión. El beso comenzó lento e indolente, hasta estallar en
insaciable pasión.
Gabriel no podía contenerse. La naturaleza de su beso se volvió completamente
sensual, descaradamente audaz mientras la atraía hacia sí y la estrechaba con fuerza.
Olivia gimoteó a modo de protesta. Él estaba tan sorprendentemente excitado,
tan desvergonzadamente duro, que apenas podía respirar. Lo que había comenzado
como un simple beso, se había convertido rápidamente en algo salvaje y apasionado,
y ella no debía permitir que aquello sucediera. Gabriel la deseaba, no la quería; la
tomaba sin permiso, y la idea que él tenía de un matrimonio feliz no se correspondía
con la suya. ¿Qué clase de hombre niega hijos a su mujer?
Se separó de él jadeante por el esfuerzo de controlar su respuesta ante el
provocativo asalto de Gabriel. Lo miró a los ojos, sorprendida por la sensualidad que
se reflejaba en la mirada fijada en ella.
—Por favor, Gabriel, aquí no. Ahora no.
Él dejó caer los brazos a los lados.
—Perdóname. Cuando estoy contigo pierdo totalmente el mundo de vista.
Recoge tus cosas y dile a tu tía que nos vamos.
Olivia deseaba negarse, pero no podía. No creía que Gabriel delatara a
Peterson, pero no podía asumir esa posibilidad. Un resto de sentido común le decía
que Gabriel obraba bien impidiendo sus actividades, que su buena suerte no podía
ser eterna, y que un día sería capturada por la ley. Pero aun así se resentía de sus
dominantes modales.
Estar fuera del mercado matrimonial durante tantos años le había dado a Olivia
una independencia de la que pocas mujeres disfrutaban, y entregar su libertad a un
arrogante libertino como Bathurst no iba a serle fácil. Se le ocurrió un pensamiento
que la hizo sonreír. Ella no tendría que renunciar a su independencia tan duramente
conseguida. El impenitente libertino probablemente tomase una amante y dejara que
se las compusiera sola poco después de la boda.
—Tú ganas esta vez, Bathurst —replicó escueta. Se volvió para marcharse—.
Estaré lista en un momento.
—Olivia —le llamó Gabriel mientras la seguía al pie de la escalera—. Tienes que
comprender que me siento obligado a esto. La culpabilidad me está matando. Yo te
disparé. Y luego te comprometí. Eso me hace responsable de ti.

- 142 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Olivia giró en redondo sobre sus talones.


—¿Culpabilidad? ¿Responsabilidad? Tus razones para ofrecerme matrimonio
son inaceptables para mí.
Una perezosa sonrisa se dibujó en los labios de Gabriel.
—¿Y qué hay del deseo? Ésa me parece una buena razón para mí.
—Condenado e imposible libertino —murmuró Olivia mientras subía
enérgicamente la escalera.
Gabriel, observándola desde abajo, admiró el gracioso balanceo de sus caderas
y la delicada línea de sus tobillos.
—Recoge sólo lo esencial —exclamó tras ella—. Ya te he dicho que vamos a
encargar un nuevo guardarropa.
Gabriel tuvo que aguardar sus buenos treinta minutos antes de que Olivia
reapareciera, llevando una pequeña bolsa. Lady Alma y Peterson estaban con ella.
—¿No necesitaría Livvy una acompañante? —preguntó Alma—. Tal vez
debería ir con ustedes.
—No es necesario. La viuda de mi hermano reside en Bathurst Park. Espero
verlas a usted y a mi abuela allí dentro de pocos días. Le prometí a mi abuela que la
boda no se celebraría hasta que ella llegase. Usted puede ayudarla con los detalles.
—¡Qué emocionante! —exclamó Alma, al parecer tranquilizada por la
explicación de Gabriel—. Siempre he soñado con planear la boda de Livvy.
Peterson carraspeó.
—Si me permite un atrevimiento, milord...
—¡Adelante, Peterson! Usted también puede expresar su opinión.
—La señorita Livvy me ha dicho que usted estaba enterado de nuestras...
actividades, y deseo decirle que sólo accedí a sus planes porque ella habría ido sola si
yo no la hubiera acompañado. No pretendía poner su vida en peligro por nada del
mundo.
—Es algo tarde para esos sentimientos —observó Gabriel—. ¿Estás preparada,
Olivia?
Olivia abrazó a su tía y a Peterson, y luego se volvió hacia Gabriel.
—Estoy lista, milord. Tu chantaje ha funcionado. Tu silencio ha comprado una
esposa.
Gabriel suspiró frustrado. No era un comienzo muy prometedor, pero era más
de lo que había esperado. Que él fuera a casarse era ya un milagro en sí mismo.
Había jurado que no tomaría nunca esposa tras oír las últimas palabras que su madre
dirigió a su hermano. Esas palabras habían cambiado su vida. Y también la de su
hermano, aunque Ned no había vivido lo bastante para experimentar las
consecuencias de la confesión materna.
Desterró esos desagradables recuerdos, apoyó la mano de Olivia en la curva de
su brazo y la condujo hacia la puerta principal y hasta su coche.
—¿Llegaremos hoy a tu finca? —preguntó Olivia cuando el vehículo comenzó a
traquetear.
—No. Pasaremos la noche en una respetable posada que está a medio camino.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Creo que encontrarás el Rey Jorge de tu agrado. La posada atiende a viajeros con
título.
Olivia se quedó en silencio, y Gabriel se preguntó en qué estaría pensando. No
tuvo que aguardar mucho rato para saberlo.
—Has dicho que la viuda de tu hermano vive en Bathurst Park. ¿Debo entender
que no ha vuelto a casarse?
Gabriel se removió incómodo.
—Supongo que Cissy ha tenido muchas oportunidades de hacerlo, pero no ha
encontrado a un hombre de su agrado.
—¿Cuántos años tiene?
—Tu edad, más o menos.
—¿Se quedará en Bathurst Park cuando estemos casados?
—Sí, si así lo desea, pero imagino que se trasladará a su propia finca, algo más
pequeña. Blythe House formaba parte de su dote.
Olivia desvió la mirada hacia el paisaje por el que circulaban y Gabriel se
concentró en sus propios pensamientos. Recordó cuando Cissy le dijo que iba a
casarse con su hermano. Era muy hermosa, etérea, de delicados rasgos y cabellos
rubios casi blancos. Ella se había disculpado con delicadeza por haber escogido a
Ned, explicando que sus padres la habían instado a aceptar al heredero en lugar de al
segundo, y que así debía hacerlo.
Gabriel recordaba haber experimentado una momentánea furia, pero no había
durado mucho. Todos ellos eran condenadamente jóvenes. Él y Ned habían estado
siempre muy unidos, y no albergó ninguna mala voluntad hacia su hermano ni Cissy
después de la boda. Luego, su madre, en uno de sus momentos de lucidez, le había
dicho algo a Ned que había cambiado irrevocablemente su vida.
Mirando por la ventanilla, Gabriel observó que había empezado a llover. Había
amenazado lluvia todo el día, pero él había confiado en que el tiempo se mantuviera
hasta que se detuvieran por la noche. Cuando el viento y la lluvia comenzaron a
meterse en el coche, bajó las cortinillas de cuero de las ventanillas, desplegó una
manta y la extendió sobre las rodillas de Olivia.
Los relámpagos atravesaban el cielo y los truenos retumbaban. Cuando el coche
comenzó a avanzar con dificultad a causa del barro, Gabriel comprendió que no
podían ir mucho más lejos por la posibilidad de quedarse encallados en algún tramo
desierto de carretera. Dio unos golpecitos en el techo e instrucciones a Jenkins para
que se detuviera en la siguiente posada que encontraran. Poco rato después, el
carruaje entraba en el patio de una posada de sombrío aspecto, que Gabriel estaba
seguro de que no estaría a la altura del más sencillo alojamiento. No obstante, era un
refugio bienvenido.
Jenkins abrió la puerta y desplegó los escalones del carruaje. El agua le goteaba
por la nariz y estaba empapado. Gabriel se apeó el primero haciendo una mueca
cuando el barro le manchó las botas. Le tendió los brazos a Olivia y, cuando ella fue a
poner el pie en un charco, Gabriel la cogió en brazos y la transportó bajo el letrero de
El Gallo y el Cuervo hasta el calor aguardentoso de la posada. Jenkins se apresuró

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tras ellos sosteniendo un paraguas sobre sus cabezas.


Gabriel dejó a Olivia de pie en la puerta y se volvió para dirigirse al cochero.
—Acomode a los caballos, Jenkins, y luego vaya a calentarse junto al fuego. Yo
encargaré las habitaciones y comida caliente.
El posadero se apresuró a recibirlos.
—Buenas tardes, milord. ¿Desea comida caliente y una habitación?
—Eso mismo. Dos habitaciones. Las mejores que tenga. Y un lugar para que
duerma mi cochero.
—Las comidas no son problema, milord, pero no tengo habitaciones libres. —
Hizo un ademán señalando la atestada sala común—. Como puede ver, estamos casi
a punto de reventar esta noche.
Gabriel buscó a Olivia con la mirada y vio que se había dirigido hacia el enorme
hogar de la sala común. Sus temblores lo convencieron de que incluso el más
humilde alojamiento era mejor que ninguno.
—Debe de tener algo disponible. —Se sacó una corona de oro del bolsillo y se la
ofreció al posadero—. Mi... esposa está helada y agotada. Cualquier habitación con
una cama y un hogar bastarán.
El posadero se quedó mirando la pieza de oro por un instante y luego la cogió
de los dedos de Gabriel.
—Hay una habitación que podemos ofrecerles, milord, pero no es lujosa. El
Gallo y el Cuervo no es la clase de lugar que atrae a viajeros acomodados.
—Ya le he dicho que tomaremos lo que haya disponible.
—Está la habitación de mi hija. Ella puede dormir con mi mujer y conmigo esta
noche y ustedes alojarse allí. La cama está limpia y el cuarto tiene un pequeño hogar.
Si está de acuerdo, enviaré a un muchacho para que atice el fuego mientras comen.
Mi mujer es una cocinera aceptable. Esta noche ha preparado pastel de carne.
—Excelente —dijo el marqués. Sacó otra moneda de su bolsa—. Me gustaría
que llevaran una bañera con agua caliente a la habitación. Y asegúrese de que
atienden a mi cochero.
El posadero agarró la moneda, que, como la otra, desapareció en su bolsillo.
—Haré lo necesario en cuanto a la bañera, milord, pero lo único que puedo
ofrecerle a su cochero es un banco cerca del fuego y comida caliente.
—Con eso bastará. Mi... esposa y yo aguardaremos nuestra cena en la sala
común.
Gabriel fue en busca de Olivia y la condujo hacia una mesa vacía. Jenkins entró
en la posada al cabo de un momento llevando su equipaje. Se lo entregó al posadero
y se acercó al calor del fuego.
—Tengo que hablar con Jenkins, Livvy —dijo Gabriel mientras ella se sentaba a
la mesa—. El posadero nos ha ofrecido la habitación de su hija. La están preparando
mientras comemos. Nuestra comida llegará pronto.
—Milord —dijo Olivia cuando él se marchaba—, ¿compartiremos habitación?
A Gabriel se le ensombrecieron los ojos.
—No había habitaciones disponibles. He tenido que sobornar al posadero para

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que nos cediera la de su hija. No me apetecía mucho dormir en un banco de la sala


común y he supuesto que a ti tampoco.
Inclinó la cabeza y se alejó.
Conteniendo su ira, Olivia se lo quedó mirando. Tener la vida organizada y que
ignorasen sus opiniones no era algo que llevase muy bien. Ella no deseaba que un
hombre le dijera adonde debía ir y qué tenía que hacer. Estaba segura de que Gabriel
la consideraba solamente como otra mujer que calentaba su lecho. El sentido común
le decía que no permanecería fiel a sus votos matrimoniales. Le había propuesto
casarse por razones inaceptables para ella. Deber y culpabilidad eran pobres
sustitutos de amor y respeto. Gabriel le había disparado y su orgullo masculino
exigía que la desposara, pero el orgullo femenino de ella se rebelaba.
Llegó la comida y Gabriel regresó a la mesa.
—Huele bien —comentó, sirviendo una generosa ración del pastel de carne y
hojaldre en el plato de Olivia antes de servirse en el suyo.
Olivia comió en silencio. Estaba hambrienta, pero el olor a cuerpos sucios y
cerveza rancia le provocaba espasmos en el estómago. Bebió un sorbo de cerveza
prudentemente hasta que el estómago se le calmó, y luego comenzó a comer. Cuando
llegó la tarta de frutas cubierta con crema de Devonshire, simplemente la miró y la
apartó a un lado.
—No puedo comer un bocado más.
—Estás agotada —dijo Gabriel echando hacia atrás su silla—. ¿Nos retiramos?
—Buenas noches, milord, milady —los despidió el posadero mientras subían la
escalera—. Que duerman a gusto.
La habitación resultó ser un lugar acogedor bajo el alero. Un fuego bailoteaba
alegremente en el hogar y una bañera de agua caliente los aguardaba. Un lecho
pequeño, pero en condiciones, estaba colocado junto a la única ventana, en esos
momentos sacudida por la lluvia torrencial.
—Parece bastante limpia —comentó Gabriel tras una inspección superficial—.
Somos afortunados de tenerla.
Retiró la capa de los hombros de Olivia y le desató las cintas del sombrero.
—Quítate la ropa y métete en la bañera.
—¿Qué vas a hacer mientras yo me baño? —preguntó Olivia desafiante.
Ella aún no le pertenecía y deseaba que él fuera consciente de ello.
—Te he visto antes desnuda, Livvy.
Ella irguió la barbilla, retadora.
—Nunca me has visto bañarme. Algo tan personal debe estar reservado para los
matrimonios.
—Pones enormemente a prueba mi paciencia, Livvy. Pero muy bien. Si
prefieres bañarte en privado, bajaré a la sala común y compartiré una botella con
Jenkins.
Olivia sonrió satisfecha cuando él salió de la habitación. Lo que realmente
contaba era que ella había ganado un asalto en su batalla para sobrevivir como
esposa de Gabriel. Estaba convencida de que, una vez estuvieran casados, él

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regresaría a Londres para satisfacer su naturaleza sensual, dejándola sola, sin ni


siquiera el consuelo de los hijos para llenar sus días vacíos.
Olivia se desnudó y se metió en la bañera. El agua caliente le sentó
estupendamente y se dejó envolver por el calor acogedor. Tras un breve momento,
cogió el jabón y un paño y se frotó entera. Cuando acabó, cerró los ojos y apoyó la
cabeza atrás, en el borde, con su larga cabellera rojiza cayendo hacia fuera como una
brillante cascada.

Cuando los hombres comenzaron a tenderse sobre los bancos de la sala común,
Gabriel decidió que era hora de retirarse. Se acabó su botella y se despidió de
Jenkins. No estaba bebido, pero la cerveza le había originado un calor que se
extendía por todo su cuerpo y se encharcaba en sus ingles. Pensó en Livvy yaciendo
cómoda y calentita en su lecho y le entró una gran impaciencia para reunirse con ella.
Visualizó su cuerpo sonrojado por el baño, sus largas piernas extendiéndose en
sensual abandono y sus brazos buscándole a él.
Sintió que su miembro se engrosaba, notó cómo latía, y el deseo por la pequeña
ladrona de ojos verdes lo impulsó a subir rápidamente la escalera. La luz se filtraba
por debajo de la puerta y él la abrió al instante. Dirigió su mirada al lecho: estaba
vacío. El temor le puso un nudo en la garganta. Conociendo a su Livvy, pensó que
probablemente se habría escabullido por la escalera posterior y habría huido.
¡Maldita fuera! Entró en la habitación, miró la bañera y se quedó paralizado.
Olivia parecía estar durmiendo, tenía la cabeza apoyada contra el borde y sus largos
cabellos caían hasta el suelo. Lo invadió una sensación de alivio.
Se quitó la chaqueta y la camisa y levantó a Olivia cuidadosamente de la
bañera, envolviendo con una toalla su cuerpo goteante. Ella murmuró y se agitó,
pero no despertó mientras la transportaba al lecho y secaba su sonrosada carne con la
toalla. Luego se quitó el resto de la ropa y se acostó junto a ella.
Impulsado por la necesidad de besar sus dulces labios, de probar su carne
perfumada y acariciar con la lengua su fragante centro, la volvió en sus brazos de
cara a él. Si no sentía pronto su tensa vaina rodeando su miembro y en los oídos los
gimientes jadeos de ella mientras la complacía, sin duda perecería.
—Te deseo, Livvy —susurró contra su boca.
—Hummm.
En el momento en que sus labios reclamaron los de ella, Olivia despertó.
—¿Qué estás haciendo, Gabriel?
—¡Haciéndote el amor!
—No, yo deseo...
Con un arrebato de diversión mezclado con el calor de sus ojos, Gabriel inclinó
la cabeza y la besó, trazando un ardiente sendero hasta su ombligo. Deslizó su cálida
lengua en torno y en el interior del diminuto hueco.
—¿Estás segura?
—Sí... no... No lo sé. Me confundes.

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—Puedo ver que me deseas.


Con la punta de los dedos, separó los rizos entre sus muslos encontrando
fácilmente el sensible núcleo que se ocultaba entre ellos. Ella profirió un sonido de
impotencia ante el contacto, una protesta que él ignoró. Bajó la boca y Olivia sintió
cómo sus dedos la abrían. Sus labios se separaron y su lengua se precipitó
investigándola con excitantes caricias. Ella sintió el éxtasis extenderse por todo su
cuerpo: sus nervios clamaban pidiendo más. Cualquier pensamiento coherente
desapareció ante la vista de la cabeza de Gabriel entre sus piernas.
—¡Gabriel, por favor!
Él le sonrió.
—Estoy a tu disposición, amor.
Luego, volvió a inclinar la cabeza y posó de nuevo su boca sobre ella, catando y
acariciando con la lengua con delicada pericia.
Mientras él se instalaba más firmemente entre sus piernas, Olivia profirió un
suspiro de rendición y se arqueó contra él. La sensación se desplegó en su interior.
Temblando, se tensó hacia el esquivo placer que parecía estar fuera del alcance.
Abrió la boca, pero de ella no surgió ningún sonido. Gabriel era implacable. Su
habilidad para conseguir tan poderosa respuesta de ella era impresionante, y Olivia
no podía hacer nada por evitarlo. Él conmovía algo en su corazón, algo que ningún
otro hombre había descubierto, y que la asustaba.
Luego él la llevó al clímax con una caricia distinta de su lengua. Olivia aún
estaba estremeciéndose con gozoso temblor cuando el hombre cubrió su boca con la
suya alimentándola con la dulce esencia de su propio sabor. Cuando él flexionó las
caderas y se deslizó profundamente en su interior, Olivia lo acogió en su cuerpo con
un grito de placer, devolviéndole el beso y arqueándose hacia él mientras Gabriel
comenzaba a moverse enérgicamente sobre ella.
Un chispazo prendió fuego en Olivia, que se sintió poseída. Consumida.
Sumida en un terrible infierno. Hundió los dedos en sus negros cabellos y se movió
rítmicamente al unísono con la agitada arremetida de sus caderas. Su cuerpo
experimentaba el placer en estado puro y su mente se cerró a todo lo demás.
—Livvy, mírame.
Su voz le llegó como a través de una gran distancia. Levantó la mirada hacia él.
Su rostro se agitó hasta enfocar la vista, sus ojos dos brillantes esferas de deseo.
—Déjate ir. Te poseo, amor. Entrégate a mí.
Sus palabras comportaban sólo cierta medida de cordura. ¿Cómo podía ella
entregarse a él cuando él nunca le pertenecería por completo? Los hombres como
Bathurst poseían. Se aferraban a sus posesiones exigiendo completa rendición y sin
ofrecer nada de sí mismos a cambio. Pero no importaba cuan desesperadamente
deseara reprimir ella una reacción, el experto modo de hacer el amor de él la
conducía sin remedio a un arrebatador clímax.
Gabriel gimió mientras los temblores estremecían su cuerpo. Sentir las
contracciones de Olivia en su miembro, su tensa respiración a cada inmersión de su
cuerpo en el de ella, era demasiado. En su interior se estaba fraguando una tormenta.

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Arremetió implacablemente, penetrándola cada vez con mayor profundidad a cada


salvaje acometida. El clímax de ella llevó a Gabriel al límite, pero logró salir justo a
tiempo, vertiendo su simiente sobre el estómago de la joven.
Rodando hacia un lado, cogió la toalla del suelo y suavemente secó la mancha
de semen. Olivia se apartó de su lado, pero él la cogió entre sus brazos y la atrajo
hacia sí. Estaba casi dormido cuando sintió que sus lágrimas le humedecían el pecho.
Se apoyó en el codo y fijó la vista en la casi extinguida luz del ruego.
—¿Por qué lloras?
—¿Por qué no deseas hijos?
Él suspiró.
—Duérmete, Livvy. Algún día me agradecerás que tome precauciones.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 14

Olivia nunca en la vida había visto nada tan majestuoso como Bathurst Park.
Rodeada de bosques, huertos y cuidados jardines, la espaciosa mansión surgía como
una joya en el centro del esplendor de la naturaleza, reflejándose en el brillante lago
que tenía delante. Resplandecía a la luz del sol como una gran dama ataviada del
modo más elegante; una matriarca que reposara tranquila en un entorno bucólico.
Derbyshire, situado en los Midlands, era famoso por sus ondulantes colinas,
verdosas tierras de labranza, abetos y setos de espinos y rosas. Era el centro de la
caza del zorro y atraía a muchos miembros de la alta sociedad a la zona durante la
época.
—Tu casa es magnífica —dijo Olivia mientras cruzaban la entrada y se dirigían
hacia la mansión solariega por un amplio camino flanqueado de setos.
—¿Verdad que sí? —repuso Gabriel. Aunque he tratado de evitarlo, la echaba
de menos.
—¿Cuánto tiempo hace que no visitas esta finca?
—Supongo que demasiado. Me marché de aquí tras la muerte de mi madre, y
nunca he regresado. Ned heredó el título poco después de casarse con Cissy y no
había ninguna razón para que me quedase aquí. Compré una comisión en el ejército
y serví en la Península, con Wellington. Ned falleció hace tres años, cuando yo estaba
en el extranjero. Después de mi regreso, nunca encontré el momento de visitar
Derbyshire. Por fortuna, tengo un excelente administrador, Winthorpe.
Olivia no podía imaginar qué era lo que había mantenido a Gabriel lejos de la
finca familiar durante tantos años, pero era un hombre con muchos secretos.
El carruaje se detuvo ante la escalera principal y Olivia miró por la ventanilla,
dejando vagar la vista valorativamente por la fachada de piedra rosada y cubierta de
hiedra coronada por torrecillas y almenas. La casa era demasiado nueva para ser
descrita como un castillo medieval, y demasiado antigua para ser calificada de
construcción moderna.
Gabriel se apeó primero y le tendió la mano. Olivia desvió la vista de la
mansión y apoyó su mano en él.
—No me habías preparado para tanta magnificencia, Gabriel. ¿Sabe la viuda de
tu hermano que venimos?
—No hubo tiempo de enviarle un mensaje. Me imagino que se sorprenderá
pero le gustará vernos.
Olivia así lo esperaba. Algo acerca de lady Cissy Wellsby la preocupaba,
aunque no la conociera. Tenía la impresión de que se le escapaba algo importante
respecto a esa mujer.

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Un anciano sirviente abrió la puerta, sonriente al ver a Gabriel.


—¡Bienvenido a casa, milord! No le esperábamos. ¡Es maravilloso que vuelva a
estar aquí!
Gabriel agradeció al hombre su entusiasta bienvenida.
—No ha envejecido nada desde que me marché, Briggs. Veo que sigue tan
activo como siempre. Es agradable estar de nuevo en casa.
—Confío en que su estancia sea prolongada, milord.
—El tiempo lo dirá, Briggs. Mis sirvientes tardarán un día o dos en llegar, y la
abuela vendrá pronto con su acompañante. Por favor, encárguese de que preparen
habitaciones para mi prometida. La alcoba junto a la mía estará bien.
Briggs volvió la mirada hacia Olivia, asombrado por la revelación de Gabriel.
Pero como buen sirviente, se limitó a inclinar la cabeza y decir:
—Bienvenida, milady. Si me disculpa, avisaré a lady Cissy para que la reciba
debidamente.
—¿Tenemos invitados, Briggs?
La voz sorprendió a Olivia. El dulce y armonioso tono procedía de una voz
suave y melódica. Cuando lady Cissy entró en el vestíbulo, Olivia se medio ocultó
instintivamente detrás de Gabriel. Comparada con la encantadora cuñada de Gabriel,
se sentía zafia y torpe. Cissy era tan hermosa que dolía mirarla. Menuda, rubia y
frágil, el pálido óvalo de su rostro parecía tan perfecto como su bien modelado
cuerpo. Era tan exquisita, que parecía resplandecer en su ajustado vestido de
algodón rosa pálido. Parecía una chiquilla jugando a mayor, y se diría que tenía
varios años menos que Olivia, aunque Gabriel había dicho que eran de la misma
edad.
Cissy llamó a Gabriel por su nombre, se llevó una mano a la garganta y pareció
ir a desmayarse. Gabriel la sujetó entre sus brazos y ella se estrechó inmediatamente
contra él, asiéndose a sus anchos hombros y susurrando su nombre mientras dejaba
escapar un suave suspiro. La inesperada escena desagradó a Olivia, y su intuición le
dijo que entre Cissy y Gabriel había algo más de lo que él le había contado.
Tras unos minutos de permanecer abrazada a él, Cissy distinguió a Olivia por
encima del hombro de Gabriel y se puso tensa. El le soltó los brazos de su cuello y la
apartó un poco.
—Perdóname por no haberte informado de que venía, pero no había tiempo —
se disculpó—. Salí de Londres bastante repentinamente.
Ignorando las palabras de Gabriel, Cissy observó a Olivia con hostil curiosidad.
—¿Quién es esta mujer, Bathurst? Briggs debería haberla dirigido a la entrada
de servicio.
—Olivia no es una sirviente, Cissy, ella es...
—No me digas que es tu amante, Bathurst, porque me niego a creer que te
hayas atrevido a traer a tu fulana a mi casa. Parece una mendiga —dijo arrugando la
nariz—. ¿La recogiste en el arroyo? Ni siquiera es joven... No sabía que te atrajeran
las mujeres de ese tipo.
Terriblemente indignada, Olivia irguió los hombros, abrumada por la absoluta

- 151 -
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falta de modales de Cissy. Una mordaz réplica estaba ya formándose en su garganta,


pero Gabriel se le anticipó.
Con los labios apretados en una línea de desaprobación, colocó un brazo
protector sobre Olivia.
—Acabas de insultar a mi futura esposa, Cissy. Te presento a lady Olivia
Fairfax, mi prometida. Olivia, ésta es lady Cissy Wellsby, viuda de mi hermano.
El rostro de Cissy palideció de repente.
—¿Vas a casarte? Yo creía que tú nunca te casarías. Pensaba que era por mi
causa. Yo... no lo puedo creer. Pensaba que tú y yo... He... estado esperando que
vinieras a casa para decirte...
—Cissy —le advirtió Gabriel—, ya has dicho bastante. Olivia está agotada y le
gustaría poder ir a su habitación. Luego hablaremos. Ven conmigo Livvy, te
acompañaré a tu alcoba. Está junto a la mía, en el ala oeste.
—¿Le has asignado la suite próxima a la tuya? —balbuceó Cissy.
—¿Por qué no? Es donde le corresponde estar.
—¿Cuándo será la boda?
—En cuanto llegue la abuela. Ella y la tía de Olivia se encargarán de los
preparativos. Cuento contigo para actuar como carabina mientras Olivia está en mi
casa.
—¿Por qué tanta prisa, Bathurst? —preguntó Cissy burlona—. ¿Está tu futura
esposa embarazada?
El tono de Gabriel fue levemente reprobador.
—¿Qué te pasa, Cissy? Siempre has tenido muy buenos modales.
Los ojos de Cissy estaban inundados de lágrimas, pero a Olivia eso no la
conmovió. Hasta una necia podría ver que esa mujer la odiaba, y Olivia no era
ninguna necia.
Cissy quería a Gabriel.
—Discúlpame, Bathurst —rogó Cissy—. He estado muy sola desde que Ned
falleció. Te aguardaré en el estudio. Podemos hablar después de que tu futura esposa
esté instalada.
—No le gusto —susurró Olivia mientras Gabriel la conducía hacia la escalera.
—Debes disculpar a Cissy —le dijo Gabriel—. Está enfadada conmigo por no
haberla visitado desde que renuncié a mi comisión y regresé a Inglaterra.
—¿Por qué no habías venido hasta ahora?
—Llegué demasiado tarde para el funeral de Ned y no vi razón para dejar
Londres.
Olivia pensó que había algo más que eso, pero no insistió en el asunto. Cissy y
Gabriel compartían un pasado que Olivia desconocía, pero resultaba evidente que a
Cissy no le gustaba la idea de que Gabriel tomara esposa.
Llegaron al descansillo superior y Gabriel giró por un extenso pasillo y luego
por otro.
—Esta ala ha pertenecido tradicionalmente al lord y a su lady —dijo Gabriel—.
Las alcobas son anexas, separadas por un saloncito. También hay un cuarto de baño

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

con modernas tuberías entre las dos suites. Cuando heredé el título, hice modernizar
la casa.
—¿Por qué lo hiciste si no ibas a vivir aquí? —inquirió Olivia.
—Cissy residía aquí y deseaba que la finca estuviera en buen estado por si
algún día yo decidía regresar. ¡Ah, ya hemos llegado! —exclamó abriendo una puerta
y acompañándola al interior.
Olivia entró en el salón y se detuvo bruscamente, la opulencia de su entorno la
dejó anonadada por un momento. Lujosas alfombras cubrían el suelo, y seda de color
crema adornada con diminutas rosas decoraba las paredes. Un sofá tapizado en satén
rosa y sillones haciendo juego estaban dispuestos cerca de una chimenea, y un
escritorio delicadamente tallado y una silla se encontraban entre el mobiliario.
—¿Cuenta con tu aprobación? —le preguntó Gabriel—. Era la habitación de mi
madre hasta que... Bien, no importa.
—¿Estoy desplazando a Cissy?
—No. Ned nunca ocupó estas habitaciones cuando heredó el título. Prefería el
ala este. Aunque esta parte de la casa ha sido mantenida a punto para mi regreso,
hasta ahora no ha sido ocupada. ¿Te gustaría ver el dormitorio?
—¿No deberías esperar a que nos casáramos para darme estas habitaciones?
Gabriel enarcó las cejas.
—Es como si estuviéramos casados, Livvy.
Abrió la puerta y se hizo a un lado para que ella entrase.
La atención de Olivia fue inmediatamente atraída por los ventanales que
llegaban del suelo al techo, cubiertos con cortinajes de satén de un rosa pálido, y por
el tapizado de las paredes, combinado en seda crema y rosa. Luego, dirigió la mirada
hacia el enorme lecho con cortinas del mismo color que los cortinajes. La habitación
contaba además con un recargado tocador completo, con espejo y un gran surtido de
cepillos, un cómodo diván tapizado en damasco rosa y una cómoda. Sobre la repisa
de la chimenea había un reloj y un conjunto de fotos que debían de haber pertenecido
a la madre de Gabriel.
—Mis habitaciones están pasado el salón —dijo éste indicando una puerta
frente a aquella por la que habían entrado—. Al cuarto de baño se accede por el
vestidor.
—No hay cerraduras en las puertas —observó Olivia—. ¿Qué te impide entrar
en mi habitación cuando quieras?
—Nada. Una vez estemos casados, dormirás en mi lecho.
—Hasta que te canses de mí —siseó Olivia.
Gabriel le pasó un dedo bajo la mandíbula y una vena latente de su cuello.
—¿Qué te hace pensar que me cansaré de ti?
Olivia se encogió de hombros.
—Es lo que hacen los libertinos. Los dos sabemos por qué te casas conmigo.
Gabriel enarcó las cejas.
—¿Lo sabemos?
—Desde luego. Culpabilidad. Me disparaste y te sientes obligado a aceptar la

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

responsabilidad de mí y de mi familia. Pero no tienes por qué hacerlo, Bathurst.


Puedo cuidar de mí misma.
—¿Puedes? Veamos —recapituló Gabriel contando con los dedos—. Careces de
fondos, te dispararon, fuiste secuestrada y casi violada. Te vistes con ropas
masculinas y robas a viajeros desprevenidos, rogando ser ahorcada. Te estoy
salvando de ti misma, Olivia. Tu familia estará mucho mejor si yo cuido de ella.
Olivia, indignada, se puso rígida.
—Pues yo me arreglaba muy bien hasta que tú llegaste.
Él avanzó hacia ella y la estrechó entre sus brazos.
—¿Te las arreglabas bien, Livvy? Si te sucediera algo porque yo hubiera dejado
de protegerte, eso habría sido insoportable para mí —dijo seriamente—. ¿Por qué
tienes que cuestionar mis motivos?
—¡Porque tus motivos son sospechosos! —replicó Olivia—. Tú no querías
casarte y yo jamás seré la clase de mujer que cierra los ojos ante los líos de su marido
mientras ella lleva adelante los suyos propios. ¿Qué dices a esto, Bathurst?
Mirándola con ojos perversamente brillantes, le levantó la barbilla y reclamó
sus labios.
«Pequeña boba», pensó Gabriel mientras deslizaba su lengua entre los dulces
labios de Olivia y profundizaba el beso. No tenía ni idea de cuánto tiempo le
complacería Olivia, pero le gustaba que ella se propusiera honrar sus votos
conyugales.
Gabriel luchó para controlar su terrible deseo, con escaso éxito. Sus músculos
estaban tensos, su miembro rígido y henchido y su control casi a punto de
resquebrajarse. Se había dicho a sí mismo que no volvería a hacer el amor con Olivia
hasta que estuvieran casados. Era una especie de prueba. Deseaba demostrar que
podía refrenar su ardor respecto a ella, pero todas sus buenas intenciones se
disiparon cuando sus cuerpos se acercaron y sus labios encajaron tiernamente en los
de él.
Las manos de Gabriel acariciaban febrilmente las nalgas de Olivia hasta que
comprendió cuan próximo estaba de sucumbir al deseo. Interrumpió el beso. Al cabo
de un momento, la hubiera tendido en el lecho con las faldas hasta la cintura y su
miembro profundamente hundido en ella.
Olivia pareció confusa cuando él la separó y soltó un hondo suspiro. Sus ojos
estaban vidriosos de pasión y sus labios húmedos y henchidos por sus besos.
Cuando ella tenía aquel aspecto resultaba muy peligrosa. Gabriel no podía permitirse
bajar la guardia; no podía darle un hijo.
Por encima de todo, no deseaba que ella se enamorase de él. Eso sería cruel,
porque cuando todo se acabase... Hasta el momento no había indicios de ello, pero
eso podía cambiar al día siguiente o al otro o el día siguiente a aquél. Con una
voluntad fruto de la necesidad, Gabriel decidió poner distancia entre Olivia y él. Le
haría el amor, pero no entonces, cuando su terrible deseo le hacía imposible
controlarse.
—Tienes tiempo para descansar hasta la cena —dijo Gabriel escueto—. Te

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

enviaré a una doncella para que te ayude a bañarte. Mientras tú descansas, hablaré
con Cissy para que mande llamar a modistas que te confeccionen un guardarropa.
Tras su apresurada retirada, Gabriel se detuvo en el vestíbulo e inspiró hondo
esforzándose por eliminar su erección. Cissy le aguardaba en el estudio, y no sería
agradable para ella ver el poder que Olivia tenía sobre él. Una vez recuperado, bajó
rápidamente al encuentro de la viuda de su hermano.
—Creía que no llegabas nunca —se quejó Cissy cuando él entró en la sala—.
¿En qué estás pensando, Bathurst? No sé qué ves en esa mujer. No hay más que
mirarla para saber que no aporta nada al matrimonio.
—No necesito nada de Olivia —repuso Gabriel.
—¿Está embarazada?
—No habrá herederos de los Bathurst.
—Nunca le perdonaré a Ned que no me diera hijos —se lamentó Cissy—.
Insistía en que teníamos mucho tiempo para tener niños, y por su obstinación, murió
sin descendencia.
Gabriel aplaudió la decisión de Ned, pero se cuidó mucho de manifestar su
opinión ante su cuñada.
—Antes de que hablemos de Olivia, deseo informarme sobre la muerte de Ned.
Sé que se ahogó, pero me consta que era un gran nadador. ¿Cómo pudo morir así?
—No lo sé. Lo único que sé es que nunca volvió a ser el mismo tras aquella
conversación con tu madre, poco antes de que ella se arrojase por la ventana. Tú
estabas aquí, en Bathurst Park, debiste darte cuenta. A veces me pregunto qué le dijo
tu madre para cambiarlo de ese modo.
Gabriel sabía exactamente lo que preocupaba a su hermano.
—¿Cómo estaba Ned el día que se ahogó?
—Igual que siempre. Deseaba ir a pescar antes de que estallara una tormenta
que parecía aproximarse.
—Dímelo sinceramente, Cissy. ¿Crees que Ned se quitó la vida?
A ella se le desorbitaron los ojos.
—¿Por qué debía hacer algo así?
«Porque no podía vivir con lo que le había dicho nuestra madre», pensó
Gabriel.
—Lo siento, Cissy, olvida que te lo he preguntado. —Luego cambió
bruscamente de tema—. Quisiera pedirte que ayudases a Olivia a sentirse bien
recibida.
—¿Cómo puedes pedirme eso? —exclamó Cissy—. He esperado tu regreso
durante años. Sabes que te prefería a Ned. Te amaba, Gabriel. Ned fue elección de
mis padres, no mía.
—Sin embargo, te casaste con él. El día de vuestra boda, yo me prometí cambiar
de vida. Ambos éramos jóvenes. Lo que teníamos entonces ya no existe. Tú eras la
esposa de Ned y yo no tenía derecho a pensar en ti más que como mi hermana. No
puede haber nada entre nosotros, Cissy.
Ella se abalanzó sobre Gabriel, enlazando los brazos alrededor de su cuello en

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desesperada súplica.
—Tú no piensas eso, Gabriel. Tú me amas, lo sé. Comprendo que nunca
podamos casarnos, pero podemos ser amantes.
—Cissy —le advirtió él retirando sus brazos—. Voy a casarme con Olivia. Ya no
siento lo mismo por ti.
Con las manos en las caderas, ella dio una patada en el suelo como una niña
malcriada.
—¡No te creo! Reconócelo, Gabriel. Yo soy la razón de que nunca te hayas
casado.
—Lo siento, Cissy. La abuela y algunos de mis amigos íntimos pueden creerlo
así, pero no es cierto.
—No mientas Gabriel. No es posible que ames a Olivia.
—No tengo por qué explicarte mis sentimientos por ella.
—¡Lo sabía! —se jactó Cissy—. No la quieres. Niégalo cuanto quieras, pero es a
mí a quien amas; a mí a quien deseas.
Gabriel dejó escapar un suspiro exasperado.
—Estás equivocada, Cissy, pero pensarás lo que tú quieras, por muy
enérgicamente que yo lo niegue. Lo único que deseo de ti en estos momentos es tu
ayuda. Deseo que mi novia vaya vestida adecuadamente, aunque ello signifique
emplear a todas las costureras del pueblo.
»¿Podrás hacer que las costureras y sus ayudantes estén aquí mañana por la
mañana a las diez? —prosiguió—. Quiero que le hagan vestidos, lencería, sombreros
de moda... y un traje de boda, no lo olvides. Yo me pondré en contacto con el
zapatero.
—Puesto que me lo pides, lo haré, pero no me gusta —repuso haciendo un
mohín.
—Sabía que podía contar contigo —declaró Gabriel—. Lo dejo todo en tus
expertas manos. Que el primer vestido esté acabado pasado mañana; pagaré una
gratificación cuando se entregue.
Si las miradas matasen, Gabriel estaría muerto. Cissy apretó los labios
convirtiéndolos en una tensa línea, giró sobre sus talones y se fue de allí airada.
Una incómoda sensación le advirtió a Gabriel que Cissy iba a resultar
problemática. Sospechaba que había empeorado las cosas pidiéndole que ayudase a
Olivia con su guardarropa, pero nunca había imaginado que ella esperara que
reanudasen lo que habían tenido antes de que se casara con Ned. Cissy deseaba más
de lo que él estaba dispuesto a darle. Sólo podía confiar en que, una vez que Olivia y
él estuvieran casados, su cuñada volviese con su familia, o bien a su propio hogar. Si
decidía quedarse, la situación podía volverse infernal.

La doncella que Cissy asignó a Olivia miró a su nueva ama de arriba abajo y
dijo:
—Me llamo Annette y soy su doncella, milady. ¿Dónde han puesto sus baúles?

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Lady Cissy me ha dicho que deshaga su equipaje y que procure que se sienta
cómoda.
Olivia le devolvió a Annette la altanera mirada. Se negaba a sentirse intimidada
por una sirvienta.
—No he podido traer mis pertenencias.
Annette enarcó las cejas.
—Comprendo. Si se quita el vestido, me encargaré de que lo planchen y esté
presentable para la cena de esta noche.
—Preferiría tomar la cena en mi habitación —dijo Olivia—. ¿Puede arreglarse?
—Desde luego, milady. ¿Desea usted algo más?
—Ahora mismo no. Voy a dormir una siesta. Procure que no me molesten.
Cuando me despierte, me bañaré.
—Muy bien, milady.
Olivia pensó que no era extraño que la doncella la tratara con desdén. Su traje
de terciopelo verde estaba polvoriento y arrugado por el viaje. El dobladillo se veía
deshilachado y, el en otro tiempo elegante adorno de encaje, estaba ajado. Parecía
una pariente pobre en lugar de la futura esposa de un marqués. Ella no pertenecía
allí. Deseaba el amor de Gabriel, no su culpabilidad. Se desnudó hasta quedarse en
camisa y se tendió en el lecho. Los párpados se le cerraron y, en unos minutos, se
quedó dormida. Despertó una hora más tarde, se estiró para aflojar los músculos y se
levantó. No se veía a Annette por ninguna parte, por lo que decidió prepararse ella
misma el baño. Abrió la puerta del vestidor, encontró la puerta de comunicación con
el baño y se quedó gratamente sorprendida al descubrir la bañera ya llena de agua
caliente. Se quitó la camisa y, suspirando reconocida, se sumergió en ella.

Gabriel regresó a su habitación, se quitó la ropa y se puso la bata. Si habían


seguido sus instrucciones, la bañera estaría ya llena, aguardándole. Un tranquilo
baño era exactamente lo que necesitaba para liberar la tensión que bullía en él.
En breve tiempo, su vida iba a cambiar para siempre. Estaba a punto de tomar
esposa y asumir responsabilidades, algo que siempre había confiado evitar. Mientras
Olivia siguiera complaciéndole, no necesitaría una amante, pero no podía predecir
cuánto tiempo lo mantendría fiel el deseo por su esposa. Antes de conocer a Olivia,
su vida había estado llena de hedonistas placeres, y una larga serie de amantes
habían compartido su lecho días y noches.
Pasó por el vestidor en dirección al cuarto de baño, y entonces se detuvo
bruscamente. Su cuerpo reaccionó de manera espontánea al ver a Olivia con sus
senos de pezones de coral balanceándose sobre el agua y los ojos cerrados mientras
se enjabonaba el cabello.
—Deme la toalla, Annette —dijo, tendiendo la mano—. Me ha entrado jabón en
los ojos.
De alguna manera, Gabriel encontró fuerzas para moverse, aunque sin apartar
la vista de los senos de Olivia flotando en el agua. Cogió la toalla y la depositó en su

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

mano tendida.
—Gracias.
—No se merecen —dijo Gabriel.
Olivia abrió bruscamente los ojos.
—¡Tú! ¿Qué estás haciendo aquí?
—Me parece que estás usando el agua que han preparado para mí.
—¡Oh, yo creía...! Lo siento.
—No necesitas disculparte, Livvy. La bañera es bastante grande para dos.
Se quitó la bata y la echó a un lado.
Olivia comenzó a levantarse.
—Puedes quedarte con la bañera.
Pero Gabriel la empujó dentro del agua.
—Aún tienes jabón en el pelo. —Cogió una jarra de agua limpia del lavabo y la
levantó—. Echa la cabeza hacia atrás.
Olivia obedeció sin protestar y él vertió un chorro sobre su rojiza melena.
Mientras ella se escurría el líquido de los cabellos, Gabriel se metió en la bañera y se
sumergió en el agua.
—Voy a salir.
El agua salpicó el suelo mientras ella trataba de irse.
Gabriel la asió por la muñeca y tiró de ella hacia abajo. Ella cayó contra él y sus
senos le rozaron el pecho.
—Tienes unos senos encantadores, Livvy.
Inclinó la cabeza e introdujo en su boca un maduro pezón, que comenzó a
chupar. Deseaba saborearla, tocarla, penetrar en ella.
Los pezones de Olivia se volvieron casi dolorosamente tensos mientras la boca
de Gabriel los acariciaba y lamía. Abrió la boca en silencioso ruego, pero él parecía
saber lo que ella deseaba sin que se lo dijera. Bajó las manos por su cintura y caderas
hasta los tensos montículos de sus nalgas, amasándolos con firmes y expertas
caricias.
Olivia carecía de voluntad por completo. Gabriel la había despojado de ella.
—Puede entrar alguien —susurró con temblorosa respiración.
Gabriel sonrió divertido.
—Que lo hagan.
Olivia se preguntaba por qué permitía que Gabriel hiciera todo aquello con ella.
Él controlaba su cuerpo como controlaba a sus sirvientes. Le bastaba con tocarla para
que ella respondiera. Una mirada de sus perversos ojos y se deshacía. Había tratado
de levantar un muro en torno a su corazón, pero él tenía la habilidad de destruirlo
con el fuego de sus ojos y con un solo contacto.
Los pensamientos de Olivia se detuvieron bruscamente mientras Gabriel la
levantaba, le extendía las piernas con las rodillas y se deslizaba en su interior.
—Aquí es donde pertenezco —murmuró contra su oído.
—Hasta que otra mujer despierte tu atención —balbuceó Olivia.
—No puedo predecir el futuro, Livvy. Nadie puede prometer el «para siempre»

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que tú pides. ¿Por qué no puedes estar contenta con lo que tenemos?
La vaga respuesta de Gabriel contribuyó poco a consolar a Olivia. Su fatalista
enfoque de la vida la confundía.
—El matrimonio es un compromiso para toda la vida, Gabriel, y tú no te lo
tomas en serio.
Él se movió en su interior arremetiendo profundamente.
—Hablo en serio. El amor es algo que hacemos bien juntos.
Olivia pensó que hacer el amor y ser amada eran dos cosas distintas. ¿Cómo
podría ella soportar el dolor de amar y no ser correspondida? La culpabilidad de
Gabriel no bastaba para construir un matrimonio.
Los pensamientos de Olivia se diluían mientras un cálido sentimiento de deseo
se instalaba en su vientre. El impetuoso ritmo de las caderas de Gabriel se aceleró. Un
chispazo se encendió en ella. Se sintió poseída, consumida, devorada por un terrible
infierno. El agua salpicaba por los costados de la bañera mientras las caderas de
Gabriel se agitaban y su boca reclamaba la de ella en un beso abrasador. Sensación
tras sensación la trastornaba mientras enredaba los dedos en los negros cabellos de él
y frotaba los sensibles pezones contra su pecho.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Gabriel. Sentir los dedos de ella
asiéndole, su tensa respiración a cada acometida de su cuerpo, la dulzura de su
beso... era demasiado. Era muchísimo lo que deseaba darle, decirle, pero no se
atrevía. Por mucho que lo deseara, no se atrevía a desnudar su alma ante Olivia, ni a
abrumarla con secretos familiares.
El gemido de ella lo llevó al límite. Su miembro estaba profundamente
introducido en ella. Sentía cómo se contraían sus músculos interiores y la oyó gritar.
Con una fuerza de voluntad fruto de la determinación, aguardó hasta que Olivia
alcanzó el clímax, y luego se quedó quieto antes de salir y permitirse su propio
placer.
—¿Por qué haces eso? ¿Por qué no quieres darme un hijo? —gritó Olivia,
saltando de la bañera y sosteniendo la toalla como un escudo ante ella.
Gabriel se levantó y salió del agua.
—Es complicado y no tiene nada que ver contigo.
—Lo tiene que ver todo conmigo —replicó Olivia duramente—. Pero si tú no
me cuentas tus secretos, yo no te contaré tampoco los míos.
Giró sobre sus talones y abrió bruscamente la puerta. Gabriel la asió por el
brazo y la atrajo hacia sí.
—Tú no tendrás secretos para mí, Livvy.
Ella lo miró con indefensa frustración.
—No puede controlar mis pensamientos, milord.
—Puedo controlar tu cuerpo —replicó él con un brillo peligroso en los ojos—. Y
puedo impedir que pongas en peligro tu vida.
—Haré lo que me plazca. Dudo seriamente que permanezcas mucho tiempo en
el campo después de nuestra boda. Londres tiene demasiado atractivo para ti.
Visitarás tus habituales lugares preferidos y te irás de juerga con tus amigos y

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amantes mientras yo me quedo aquí abandonada. Lo que yo haga una vez te hayas
ido, será cuenta mía.
Gabriel apretó los labios.
—Estás equivocada, Livvy. Yo puedo regresar a Londres, pero tú irás conmigo.
A Olivia se le desorbitaron los ojos de incredulidad.
—¿No coartará una esposa su estilo de vida, milord?
—Tal vez, pero sobreviviré.
Él la volvió de cara hacia su puerta y le dio unos golpecitos en el trasero.
—Ahora vístete. Aún es temprano para cenar. Te acompañaré al comedor.
Olivia se aferró desesperada a la toalla, el sutil olor del acto amoroso la envolvía
como una soga de seda, tentándola, inquietándola.
—Puesto que no tengo nada que ponerme, he decidido cenar en mi habitación.
—¿Puedes estar lista en veinte minutos?
—¿No me has oído? Comeré en mi habitación.
Sus palabras resbalaron sobre él como el agua de lluvia.
—Me he cruzado con tu doncella en el vestíbulo. Tu vestido ha sido aireado y
planchado, de modo que tu excusa no sirve.
Le dio un suave empujón hacia la puerta.
—Veinte minutos, Livvy.
Olivia regresó rabiosa a su habitación. Aquel hombre era terco como una mula.
¿No oía nada de lo que ella decía? ¿Tenía que salirse siempre con la suya? ¿No
comprendía Gabriel que ella no podía competir con la elegante Cissy?
Annette estaba aguardando a Olivia en su habitación. Puso los ojos en blanco al
advertir sus enmarañados cabellos.
—Siéntese, milady. Intentaré peinarla de una manera apropiada. ¿Se los
empolvo? Los cabellos rojos no están de moda.
—No quiero polvos —repuso Olivia con toda la cortesía de que fue capaz a la
altanera doncella—. Me gusta el color de mis cabellos. —«Menuda mentira»—.
Puede peinarlos mientras lo haga con un estilo sencillo.
—Lady Cissy es el colmo de la moda —resopló Annette—. Nunca aparece en
público con un cabello fuera de lugar.
—Pero yo no soy lady Cissy —replicó Olivia mordaz. —Discúlpeme, milady —
dijo Annette, aunque no parecía en absoluto apenada.
Al cabo de quince minutos, los cabellos de Olivia habían sido dominados y
recogidos en un sencillo moño con unos rizos sueltos sobre la nuca y las sienes.
Acababa de ponerse el vestido cuando Gabriel apareció en la puerta de
comunicación, guapo y elegante, con un chaleco negro, pantalones color arena e
hileras de encaje adornando sus puños y la parte delantera de la camisa.
—Bien, ya estás preparada —comentó, ofreciéndole su brazo—. ¿Bajamos? No
debemos hacer esperar a Cissy en nuestra primera noche.
—Por supuesto —convino Olivia—. No quiera Dios que ofendamos a tu Cissy.
Gabriel enarcó las cejas.
—¿Mi Cissy? ¿Estás insinuando que hay algo entre Cissy y yo?

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Tras una pausa deliberada, Olivia observó:


—Tú lo dices, no yo.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 15

Cissy estaba aguardando ya en el comedor cuando Gabriel y Olivia llegaron.


Ataviada con el estilo más moderno, lucía un vestido confeccionado con seda de un
rosa intenso engalanado con rosas blancas y volantes. A Olivia, su escote le pareció
escandaloso, y se sintió indignada al descubrir a Gabriel contemplando la cremosa
extensión de los descubiertos senos de su cuñada.
—Ya era hora —resopló Cissy—. Ya sabes cuanto valoro la puntualidad,
Bathurst.
—Ha sido por mi culpa —dijo Olivia dirigiendo a Gabriel una mirada velada—.
Me demoré en el baño.
—Supongo que podemos hacer a Bathurst responsable de ello —zahirió Cissy.
Olivia se sonrojó y fijó la mirada en el plato. Con gran alivio por su parte,
Gabriel cambió de tema, y la charla derivó hacia un terreno más neutral. La
complicada comida avanzó lentamente, y la variedad de alimentos se hizo
interminable. La sopa de ostras y el rodaballo con salsa de langosta hubieran sido
suficientes, pero siguieron muchos más, comprendida perdiz y trufas, mollejas de
ternera con relleno de nueces, zanahorias confitadas y budín de manzana.
—Ha sido una comida excelente, Cissy —la felicitó Gabriel mientras dejaba su
servilleta a su lado y se levantaba. Le ofreció una mano a Olivia—. Hace una noche
templada, Livvy. ¿Qué te parece un paseo por los jardines?
—Una espléndida idea —intervino Cissy—. Un paseo antes de acostarse es
bueno para la digestión.
Cansada de las observaciones sarcásticas y estudiadas poses de Cissy, Olivia
dijo:
—Si no te importa, milord, creo que me retiraré pronto. Estoy segura de que
Cissy y tú podéis entreteneros sin mí.
Cissy sonrió a Gabriel y enlazó su brazo con el suyo.
—¿Vamos, Bathurst?
—Acompañaré a Olivia a su habitación y me reuniré contigo en el salón —
repuso él con evasivas, cogiendo a Olivia del codo y guiándola hacia la escalera.
Cissy los vio partir y luego pidió a un lacayo que avisara a Annette. La doncella
llegó en seguida, y le hizo una reverencia.
—¿Deseaba verme?
—Sí, puede hablar sinceramente Annette, porque sé que me es leal. ¿Cuál es su
opinión sobre lady Olivia?
—No soy quién para decirlo, milady.
—Deseo que se exprese libremente. Ya sabe lo que siento acerca de la intrusa.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Lady Olivia no es digna de un hombre como Bathurst.


—Desde luego que no, milady —dijo Annette—. Lady Olivia puede ser una
dama con título, pero es tosca, nada sofisticada y se viste sin estilo.
—Yo creo exactamente lo mismo. ¿Le parece que lady Olivia y Bathurst son
amantes?
—Sé que lo son —repuso Annette satisfecha de sí misma—. Basta sólo con
observarlos juntos para saberlo.
Cissy frunció el cejo y luego despidió a Annette.
—Puede retirarse.
Paseó por la biblioteca con contenida rabia al ver que Gabriel no regresaba, y
culpando a Olivia de su ausencia. Irritada y acalorada, salió ella sola al jardín. Ni la
luna llena ni el aire de la noche levemente perfumado aliviaron la tensión que bullía
en su interior.
Gabriel era suyo, siempre lo había sido, aunque ella se hubiera casado con su
hermano. Entre ella y Gabriel existía una relación espiritual que desafiaba a la lógica.
Estaba convencida de que ella era el motivo por el que él no se había casado, la razón
de que no pudiera amar a otra mujer. Ahora, ella era libre para convertirse en su
amante, y había estado esperando que Gabriel acudiera a buscarla. Cissy sentía que
Olivia no era una mujer adecuada para su cuñado, y estaba dispuesta a hacer lo que
fuera con tal de impedir ese casamiento. Levantó los ojos al cielo y rogó la
intervención divina.
Un sonido susurrante la obligó a detenerse. Sus negros pensamientos se
evaporaron y una sonrisa iluminó su rostro.
—¿Eres tú, Bathurst?
No le llegó ninguna respuesta.
—Sé que estás ahí, no juegues conmigo. Me deseas tanto como yo a ti.
Una sombra se materializó desde detrás de un seto y avanzó hacia ella. La luz
de la luna iluminó su rostro y Cissy se quedó boquiabierta ante un hombre al que
había conocido alguna vez, pero a quien no veía desde hacía mucho tiempo.
—Usted no es Bathurst.
—Pues no, en efecto —repuso el hombre con una elegante inclinación.
—Le conozco. Nos conocimos cuando mi marido y yo pasamos una Temporada
en Londres. Creo que es usted lord Palmerson. Se ha metido en una propiedad
privada, milord. ¿Tiene usted algo que ver con Bathurst?
—No pretendo causar ningún daño, milady. Sólo le pido un momento de su
tiempo.
—¿Por qué ha entrado aquí furtivamente? ¿Debo buscar a Bathurst?
—Bathurst es la última persona a quien deseo ver —gruñó él—. He venido a
detener una boda. Olivia es mía. Y si lo que acabo de oír es cierto, usted tiene sus
propias razones para querer mantener separados a Olivia y Bathurst.
Cissy miró al hombre como si fuera la respuesta a su plegaria. Era guapo,
elegante, y tenía un cuerpo bien formado. Y, lo más importante, tenían los mismos
objetivos.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Dígame una cosa. ¿Olivia y usted son amantes?


—Así es, o lo éramos hasta que Bathurst me la robó —mintió Palmerson—.
Bathurst me odia, y creyó castigarme quitándome a Olivia. Usted no creerá que a él
le interese ella realmente, ¿verdad?
—Desde luego que no. Sabía que tenía que haber una razón para los repentinos
planes de boda de Bathurst. No puede querer a alguien tan carente de atractivo y tan
poco elegante como Olivia.
—Entonces, ¿me ayudará? —preguntó Palmerson.
—Acaso sea demasiado tarde.
El vizconde inspiró profundamente.
—Aún no están casados, ¿no?
—No, están esperando a que lleguen la abuela de Bathurst y la tía de Olivia.
—¿Me ayudará pues? ¿Puede atraer a Olivia fuera, al jardín? Sólo necesito unos
minutos para convencerla de que deje a Bathurst.
—Está usted muy seguro de sí mismo, lord Palmerson.
—Tengo todas las bazas —repuso el hombre satisfecho—. Pero es importante
que Bathurst no sepa que yo he estado aquí, no debe siquiera mencionar mi nombre.
—Debe de amar mucho a Olivia.
—¿Amar? ¡Oh, sí, desde luego! —añadió rápidamente—. Hay cosas en Olivia
que quiero muchísimo.
—Estoy segura de que ella estará mejor con usted —repuso Cissy—. No es
mujer que pueda pasar por alto a las amantes de Gabriel y sus juergas.
—Exactamente. Usted desea a Bathurst y yo me propongo que lo consiga.
Cissy sonrió.
—Entonces tenemos los mismos objetivos. Yo le traeré a Olivia, pero usted
tendrá que hacer el resto.
—Gracias, milady. Estaré eternamente en deuda con usted.
—No, lord Palmerson. Yo estaré eternamente en deuda con usted.
Palmerson se fundió de nuevo en las sombras y Cissy regresó a la casa con la
moral altísima. Lo único que tenía que hacer para desterrar a Olivia de la vida de
Bathurst era conducirla hacia lord Palmerson.

Olivia encontró un camisón y una bata tendidos sobre su lecho, y supuso que
Annette los habría dejado allí. Se desnudó rápidamente y se puso ambas prendas
mientras sus pensamientos retornaban a Gabriel. Él debía de estar ansioso por
encontrarse con Cissy, porque la había dejado en su puerta tras un fugaz beso y unas
bruscas «buenas noches».
No hacía falta demasiada imaginación para conjeturar lo que Gabriel y Cissy
debían de estar haciendo en el jardín. Supuso que renovar una relación íntima.
¿Habría engañado Cissy a su marido con Gabriel? No, decidió. Él nunca habría
traicionado a su hermano de ese modo. Fuera lo que fuese lo que hubiera sucedido
entre Gabriel y Cissy en el pasado, habría tenido lugar antes de que Cissy y Ned se

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

casaran. ¿Amaba Gabriel a Cissy? La legislación británica le impedía casarse con la


viuda de su hermano, pero sí podían convertirse en amantes. Sin embargo, Olivia se
planteaba una desconcertante pregunta: ¿por qué no había ido Gabriel a visitar a
Cissy desde la muerte de Ned?
Se acercó a la ventana para mirar las estrellas más brillantes y formular un
deseo. Pero ni todos los deseos del mundo podían darle el amor que ella ansiaba de
Gabriel. Suspirando descorazonada, Olivia se dirigió hacia el lecho y se sentó en el
borde del mismo. Estaba sumida en sus pensamientos cuando oyó que alguien
llamaba quedamente a su puerta. «Gabriel.» Corrió hacia allí y abrió.
—¡Ah, eres tú! —exclamó decepcionada al ver a Cissy ante ella—. ¿Sucede algo?
—En absoluto —repuso la joven—. Pero te esperan en el jardín.
—¿Gabriel? —Las esperanzas de Olivia revivieron para caer luego rápidamente
en picado.
¡Cómo se atrevía a mandarla llamar como si fuera una sirvienta! Sin embargo, la
curiosidad prevaleció sobre su resentimiento. Se reuniría con él, pero le haría sentir el
afilado filo de su lengua por haber exigido en lugar de pedir.
—No estoy vestida —dijo Olivia.
Cissy le echó una mirada por encima del hombro.
—No creo que a él le importe.
Olivia se detuvo un momento mientras seguía a Cissy a través del invernadero,
antes de salir al jardín.
—Os dejaré solos —dijo ésta dando media vuelta.
—¿Dónde está él?
—No te preocupes. Te encontrará.
Olivia salió al jardín y siguió el sendero. A la luz de la luna, las plantas y los
árboles parecían casi irreales mientras se inclinaban a impulsos de la brisa. El
perfume de las rosas predominaba en el aire y la noche parecía propicia para los
amantes.
Olivia se sobresaltó cuando un hombre salió de las sombras bloqueándole el
paso.
—¿Gabriel? Cissy dice que querías verme. Sabrás que no me entusiasma que me
mandes llamar.
Cuando el hombre entró en la zona iluminada por la luna, Olivia sofocó un
grito y se tambaleó.
—Olvida a Bathurst. Le he visto salir a caballo hace poco. Corría como el mismo
diablo. Supongo que camino de alguna cita con una de sus amantes.
Olivia giró en redondo.
—No voy a escuchar una palabra más.
No había dado ni un paso cuando Palmerson la asió del brazo y la obligó a
volverse de cara a él.
—Si valoras en algo la vida de tu hermano, será mejor que escuches lo que
tengo que decirte.
Olivia se quedó inmóvil, petrificada.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—¿Qué ha dicho?
—Me he ganado tu atención, ¿verdad?
—Explíquese, Palmerson.
—Haré algo mejor que eso. No vas a casarte con Bathurst.
Olivia se soltó de él.
—Usted no tiene ningún derecho a decirme lo que puedo o no puedo hacer.
¿Cómo me ha encontrado?
—Tu hermano me dijo dónde estabas.
Un estremecimiento de aprensión le recorrió la columna vertebral.
—Mi hermano está en la universidad.
El vizconde le dirigió una ufana sonrisa.
—¿Seguro?
«No te dejas llevar por el pánico», se dijo Olivia. Palmerson estaba utilizando
tácticas amedrentadoras para conseguir sus fines.
—Desde luego que está allí. Yo lo vi partir.
—Eso no significa que llegara a su destino —insinuó el lord—. Casualmente, lo
vi subir al carruaje y tomé medidas para tomarlo bajo mi custodia.
—¡Mentira! ¿De qué va todo esto, Palmerson?
—De nuestro matrimonio, desde luego. Haré todos los preparativos y vendré a
buscarte cuando todo esté a punto. Debes convencer a Bathurst de que me prefieres a
él.
—Está loco. ¿Por qué debería hacer algo así?
—Porque tengo a tu hermano y tú deseas que él esté a salvo.
—¿Me toma por una necia? ¿Por qué iba a creerle?
—Porque te estoy diciendo la verdad.
—¿Qué pruebas tiene de que está reteniendo a mi hermano? Me debe una
explicación. Y deseo saber por qué está tan empeñado en casarse conmigo.
—Tu veinticinco cumpleaños es la semana que viene, ¿verdad?
Olivia no alcanzaba a ver ninguna relación entre su cumpleaños y el demencial
deseo de Palmerson de hacerla su esposa.
—¿Cómo sabe eso?
—Olvidas lo íntimos que éramos tu padre y yo.
Olivia apretó los labios.
—No he olvidado nada respecto a su amistad con mi padre. Le considero
responsable de su decadencia moral y de su muerte. Explíqueme por qué es
importante mi cumpleaños.
—Creo que no. Aunque te enterarás bastante pronto. Limítate a decirle a
Bathurst que no vas a seguir adelante con los planes de boda. Déjame a mí el resto.
—No haré tal cosa. Y miente sobre Neville.
Palmerson resopló.
—Siempre has sido una zorra obstinada. Tal vez me creerás si te traigo pruebas,
¿eh? Necesito un día o dos para conseguirlas. Reúnete conmigo dentro de dos días en
este mismo lugar y a esta misma hora. Si se lo dices a alguien, tu hermano sufrirá las

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

consecuencias.
Desapareció de nuevo en las sombras dejando a Olivia perpleja, asustada y
enojada. ¿Había dicho Palmerson la verdad? ¿Retenía a Neville contra su voluntad?
¿Cómo lo había logrado? ¿Qué motivaba que Palmerson estuviera tan desesperado
como para recurrir al secuestro, y qué tenía que ver su cumpleaños en todo aquello?
Nada tenía sentido. Absorta en sus pensamientos, se encaminó hacia la casa.
—¿Qué estás haciendo aquí, Olivia? ¿Sabes qué hora es?
—Gabriel, me has asustado —se sobresaltó ella.
—Perdóname, pero no esperaba encontrarte en el jardín a estas horas de la
noche. ¿No podías dormir?
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Regresaba de cabalgar, y he visto a alguien acechando en las sombras; he
venido a investigar. ¿Estás bien?
Olivia pensó en Palmerson y la recorrió un involuntario estremecimiento.
—Tienes frío —dijo Gabriel quitándose la chaqueta y echándosela sobre los
hombros—. Vamos, te acompañaré a tu habitación.
—¿Adónde has ido? —preguntó Olivia—. ¿Has estado con una mujer?
—No seas ridícula —se burló—. No podía dormir y pensé que un poco de
ejercicio me ayudaría.
—Un paseo por el jardín con Cissy te hubiera hecho el mismo efecto.
—Yo no invité a Cissy. ¿Por qué te negaste a acompañarme y luego has salido
sola?
Se detuvo y le levantó la barbilla.
—¿Estabas sola, verdad, Livvy? Cuando me acercaba al invernadero me ha
parecido ver dos figuras. ¿Era así?
La luna se ocultó rápidamente tras una nube y Olivia bendijo la densa
oscuridad que protegía su mentira.
—No. Estaba sola.
Gabriel echó a andar de nuevo, guiándola por el invernadero hacia la casa y
pasándole un brazo por los hombros.
—Pareces preocupada. ¿Todavía no te has resignado a nuestro matrimonio?
—Nunca me resignaré a casarme con un hombre que me propone casarse
conmigo por culpabilidad o por una idea equivocada del deber.
Cuando llegaron a la habitación de Olivia, él le dijo:
—Es tarde, Livvy. Acuéstate y confía en mí; voy a hacer lo mejor para ti.
Inclinó la cabeza y le rozó los labios con los suyos. Se disponía ya a retirarse
cuando, de repente, la estrechó contra sí profundizando su beso, que rápidamente se
convirtió en un audaz y exigente asalto a sus sentidos. Olivia deseaba responder,
pero las amenazas de Palmerson seguían frescas en su mente. Deseaba contárselo
todo a Gabriel, pero temía que, al hacerlo, pusiera en peligro la vida de Neville.
Gabriel interrumpió el beso y retrocedió unos pasos.
—¿Qué sucede, Livvy? ¿Estás preocupada por Cissy? ¿Por qué estás
temblando? Cuéntame lo que te preocupa.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Nada, Gabriel. Es sólo que estoy cansada. Ha sido un día muy largo.
—Tienes razón. Acuéstate. Hablaremos mañana.
Tendida en el lecho, una vez que Gabriel se hubo marchado, no podía conciliar
el sueño. Aunque no deseaba creer que Palmerson tuviera a Neville cautivo, tenía
que tomárselo en serio. ¿Y si realmente lo tenía? ¿Podría casarse con él para salvar la
vida de su hermano? ¿La dejaría marchar Gabriel?

A la mañana siguiente, cuando Olivia bajó a desayunar, la falta de sueño era


evidente en sus rasgos tensos y en las sombras que tenía bajo sus verdes ojos. Si
Gabriel lo advirtió, no dijo nada. Cissy, en cambio, aunque se abstuvo de hacer
comentario alguno, adoptó una expresión que era más elocuente que las palabras.
Aun así Olivia propuso:
—Tal vez Cissy podría mostrarme el resto de la casa —sugirió.
—Una idea espléndida —dijo Gabriel—. Si me disculpáis, yo me reuniré con mi
administrador y visitaré a mis arrendatarios. Hace mucho tiempo que no lo hago.
Una vez éste se hubo marchado, Olivia se volvió para enfrentarse a Cissy.
—Anoche me hiciste creer intencionadamente que Gabriel me había citado en el
jardín. ¿Por qué? Odio a Palmerson y no deseo tener nada que ver con él.
—¿Sabe Gabriel que Palmerson y tú sois amantes? No puedo imaginarlo
casándose con una mujer con un pasado como el tuyo. Se merece algo mejor.
—¿Es eso lo que Palmerson te dijo?
—Me dijo muchas cosas. ¿Te convenció para que dejaras a Gabriel?
—Evidentemente no conoces a Palmerson como yo. Ese hombre es un buitre. Yo
le hago responsable de la muerte de mi padre y no tengo ninguna idea de por qué
está tan empeñado en que me case con él. Como bien sabes, no tengo dote y, aparte
de Palmerson, no tenía ninguna otra perspectiva de matrimonio. Sin embargo, no me
casaría con él aunque fuese el último hombre sobre la Tierra.
Cissy se encogió de hombros.
—Desde luego que no. ¿Por qué casarse con un simple vizconde cuando puedes
hacerlo con un marqués?
—Tú no tenías derecho a hacerme salir al jardín con engaños —la acusó Olivia
—. Sé que no te gusto, pero el sentimiento es mutuo. Ahora puedes mostrarme la
casa.

Las costureras llegaron a la mañana siguiente, ansiosas de comenzar a


confeccionar el nuevo guardarropa de Olivia. Ésta nunca había visto tan formidable
surtido de ropas y modelos. De haber seguido el consejo de Cissy, habría acabado
vistiendo volantes y un sinfín de adornos, esforzándose por parecer ridículamente
como una mujer más joven. Por fortuna, Gabriel estaba presente para ayudarla a
escoger y acabó con el doble de vestidos y accesorios de los que consideraba
necesarios.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

La gratificación que Gabriel ofreció por la celeridad consiguió que tuviese un


vestido y un traje de montar al día siguiente de su prueba, así como un par de
zapatos y botas para cabalgar. Pese al placer que le producía tener ropa nueva y de
moda, Olivia no podía dejar de pensar en su encuentro con Palmerson. Si él le traía
pruebas de que Neville estaba realmente en su poder, se vería obligada a hacer lo
que fuese necesario para mantener a su hermano a salvo.
Gabriel intuía que algo preocupaba a Olivia. Ésa era una de las razones por las
que no le había hecho el amor durante los dos últimos días. Y no podía descartar la
sensación de que ella no estaba sola en el jardín durante su paseo de medianoche.
Juraría que había visto dos figuras a la luz de la luna.
Tras desayunar aquella mañana, Gabriel invitó a Olivia a dar un paseo a
caballo. Ella accedió de bastante buen grado, pero él pudo advertir que su mente
estaba en otro sitio.
—Ponte tu nuevo traje de montar —le dijo—. Le pediré al cocinero que nos
prepare un picnic y así no tendremos que apresurarnos en regresar para la hora de
comer.
Olivia asintió y se marchó.
—Me encantaría dar un paseo a caballo —dijo Cissy cuando Olivia hubo salido
de la habitación.
—En otro momento, Cissy. Discúlpame, ahora he de hablar con el cocinero.
Gabriel aguardó a Olivia en el vestíbulo con una cesta de comida colgada del
brazo. Complacido, la observó bajar la escalera, y pensó que estaba encantadora, con
su traje de montar verde bosque y el alegre sombrero con su airosa pluma.
—Este color es perfecto para ti —la elogió.
—Tú lo escogiste —repuso Olivia.
—Compré un caballo para ti ayer en el pueblo —añadió Gabriel.
A la joven se le iluminaron los ojos.
—¿Me compraste un caballo?
—Confío en que te guste, puesto que no es castrado ni negro como la montura
de Ollie.
Olivia no respondió. Cuando llegaron a los establos vio al mozo conduciendo a
la explanada una hermosa yegua blanca.
—¿No es una belleza, milord? —dijo el mozo.
—Ya lo creo que lo es —exclamó Olivia entusiasmada, precipitándose para
verla más de cerca—. Gracias, Gabriel, me encanta.
—¿Quiere que la ayude a montar, milady? —preguntó el mozo.
—Yo la ayudaré, Linus, gracias.
Gabriel levantó a Olivia hasta la silla y le entregó las riendas.
—¿Cómo se llama? —preguntó ella.
—Pensé que tú te encargarías de bautizarla.
Olivia se mordió el labio.
—Me gustaría pensar en ello.
No deseaba poner el nombre a un caballo que acaso no volvería a montar.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Tómate tu tiempo —dijo Gabriel mientras montaba su lustroso castrado—.


¿Estás preparada?
Olivia asintió, y Gabriel salió al trote por el sendero que llevaba a los campos
abiertos de más allá del parque. Atravesaron juntos un pintoresco pueblecito, y
cabalgaron luego por terrenos cultivados por los arrendatarios y a través de un
bosque. El sol estaba alto en el cielo cuando Gabriel se detuvo ante un arroyo
ondulante y desmontó.
—Éste parece un lugar idóneo para detenerse a comer —dijo.
Asió a Olivia por la cintura y la dejó deslizarse entre sus brazos, pero no la soltó
inmediatamente. Le cogió la barbilla y se la levantó.
—Te he echado de menos, Livvy.
Olivia le dirigió una mirada sorprendida.
—No me he ido a ninguna parte, Gabriel.
—Estás aquí en cuerpo, pero no en espíritu. ¿Quieres decirme qué te preocupa?
—Imaginas cosas.
—No te creo. ¿Estás disgustada porque te obligo a casarte conmigo?
—Sí, eso es. No me gusta verme obligada a hacer algo que no deseo.
—¿Estás segura de que no deseas casarte conmigo?
Fijó la mirada en sus labios, en sus jugosas curvas y húmedas comisuras
muriéndose de ganas de besarla.
—Tus besos me dicen otras cosas. ¿Quieres que te lo demuestre?
—Los dos sabemos que no tengo voluntad en lo que a ti se refiere. Puedes
besarme, Gabriel, y yo responderé, pero eso no significa que me sienta feliz con esta
situación. Los libertinos no son precisamente buenos esposos.
—Los libertinos pueden hacer a sus esposas extremadamente felices. Sabemos
cómo complacerlas. ¿Debo demostrarte cuan bien puedo complacerte a ti? He tratado
de darte tiempo para que llegues a controlar la situación, pero te veo más
preocupada que nunca. ¿Tal vez has olvidado mis atenciones?
—Tal vez —replicó Olivia.
—¿Debo comprobar mi teoría y ver quién tiene razón?
Le cogió la mano y la llevó hasta la parte frontal de sus tensos calzones.
—¿Puedes sentir cuánto te deseo? Siempre tendremos esto, Livvy.
Un gemido surgió de su garganta cuando los dedos de Olivia se curvaron sobre
su erección. Él se endureció aún más, se puso más tenso, y la necesidad de
introducirse en ella casi lo desbordó. Se dejó caer de rodillas en el suave césped y la
arrastró consigo.
—Querida, Livvy. Voy a hacerte el amor.
Ella lo miró sobresaltada. La había llamado querida. ¡Oh, Dios! ¿Por qué su vida
era tan complicada? Aquella noche se reuniría con Palmerson y se enteraría de la
verdad sobre Neville. Podía ser la última vez que estuviese con Gabriel antes de que
las circunstancias los obligaran a separarse. ¿Cuánto tiempo se afligiría por ella?
Sospechaba que no mucho.
Gabriel había cogido su manta de montar y regresaba donde había dejado a

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Olivia, cuando un sonoro ruido rompió el silencio. El aristócrata se desplomó en el


suelo y Olivia se dispuso a levantarse para llegar hasta él.
—Quédate ahí —siseó Gabriel—. Alguien nos está disparando.
Ella se dejó caer en el suelo.
—¿Estás herido?
—No. ¿Y tú?
—¿Quién iba a dispararnos?
—No lo sé. Pero me propongo descubrirlo. Podrían ser cazadores furtivos que
nos hubiesen confundido con animales salvajes.
Olivia estaba a punto de pronunciar el nombre de Palmerson, pero venció la
prudencia. No podía permitirse poner la vida de Neville en peligro manifestando sus
sospechas.
Gabriel se deslizó sobre ella y la cubrió con su cuerpo, pero el peligro parecía
haber pasado, porque, después del primero, no se produjeron más disparos.
—Quédate en el suelo —le aconsejó Gabriel mientras él se ponía de cuclillas—.
Voy a echar una mirada por ahí.
—¿Estás seguro de que es prudente? ¿Llevas un arma?
—No, pero dudo que tenga necesidad de ninguna. Quienquiera que nos haya
disparado probablemente se ha ido. No tardaré.
—Ve con cuidado.
Gabriel regresó poco después conduciendo los caballos.
—Ahora estamos seguros, Livvy —dijo Gabriel—. He encontrado los caballos.
Han salido disparados cuando ha sonado el tiro.
—Gracias a Dios —dijo ella aliviada—. ¿Han dejado alguna pista?
—No he visto más que césped pisoteado. Regresemos a casa. Una comida
campestre ahora está fuera de lugar.
Gabriel ayudó a Olivia a montar y se marcharon de allí.
—Nuestros invitados han comenzado a llegar —comentó él mientras se
aproximaban a la mansión.
Dos carruajes estaban aparcados ante la entrada principal.
—Es el coche de la abuela —observó a continuación—. Y el otro es uno de los
míos. La abuela y tu tía han llegado, y también Grimsley y Throckmorton.
Entregaron los caballos a un mozo y entraron en la casa. Lady Patrice y lady
Alma estaban en el salón, tomando té y pasteles con Cissy.
A lady Patrice se le iluminó el rostro al ver a Gabriel.
—Bathurst, mi querido muchacho, ya hemos llegado. Ven y preséntame a tu
futura esposa. Hace mucho tiempo que nos conocimos.
—¡Qué contenta estoy de verte a salvo y con tan buen aspecto, Livvy! —dijo tía
Alma.
Olivia le dio un abrazo y luego centró su atención en la anciana dama que había
acogido a su tía.
—Lady Bathurst, estoy encantada de conocerla. Gabriel habla con frecuencia de
usted y la tiene en alta estima.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Confío en que así sea —replicó lady Patrice—. Puedes llamarme abuela y yo
te llamaré Olivia. Deja que te eche una mirada, querida.
Olivia se quedó inmóvil mientras la pequeña dama de cabellos blancos la
examinaba con unos ojos tan agudos como parecía ser su mente. Aunque lady Patrice
parecía frágil como el cristal, Olivia sospechó que era resistente como el acero.
—Me gustas —dijo lady Patrice—. Sospecho que sabrás mantenerte firme ante
mi nieto. Tu querida tía me ha entretenido con anécdotas sobre tu energía y valor.
Olivia dirigió a Alma una mirada de censura.
—¡Oh no, Livvy, nada de eso! —exclamó Alma de repente aturdida—. Sólo
deseaba que lady Patrice supiera que tú eras el pegamento que unió a la familia tras
el escandaloso comportamiento y muerte de tu padre.
Olivia se sonrojó.
—Me concedes demasiado mérito, tía.
—Lady Alma dice la verdad —intervino Gabriel—. Mi prometida es una mujer
extraordinaria.
—Extraordinaria... —intervino Cissy—. No alcanzo a ver cuan extraordinaria
puede ser una mujer que aparece ante mi puerta como una mendiga.
—Olivia me parece perfectamente respetable —la contradijo lady Patrice, y
dirigió una mirada a Gabriel—. Ya es hora de que empieces a formar una familia,
Bathurst. Nunca creí todas esas insensateces de permanecer soltero y sin
descendencia. Espero conocer a un heredero de Bathurst muy pronto.
—Quizá esté ya en camino —especuló Cissy.
Olivia notó cómo Gabriel se ponía tenso, y comprendió que su abuela no creía
que él hablara en serio cuando decía que no quería tener hijos.
—Olivia y yo estamos hambrientos y sucios de polvo después de nuestra
cabalgada —dijo Gabriel—. Si nos disculpáis, necesitamos cambiarnos y comer algo.
Nos encontraremos para la cena.
—Muy bien. La querida Alma y yo nos retiraremos a nuestras habitaciones y
descansaremos tras nuestro largo viaje. Más tarde hablaremos de vuestros planes de
boda.
Gabriel asió a Olivia por el codo y la condujo hacia la escalera.
—Me alegro de que no hayas dicho nada sobre nuestro pequeño incidente. No
deseo asustar a las damas con algo que podría resultar no ser nada.
Olivia se detuvo ante su habitación y pensó si debía hablarle a Gabriel de la
visita que Palmerson le haría esa noche, pero decidió que no. No debía hacer nada
que pusiera en peligro la vida de Neville.
—Me proponía hacerte el amor hoy junto al arroyo —murmuró Gabriel con una
voz baja y sensual que casi derritió a Olivia—. ¿Me invitas a tu habitación?
Aquélla podía ser su última oportunidad de hacer el amor con Gabriel. Olivia
pronunció un silencioso juramento diciendo que, si alguna vez se casaba con
Palmerson, él nunca sería un verdadero esposo para ella. Ningún hombre entraría en
su intimidad salvo el que ella había amado. Sólo Gabriel tenía el poder de
conmoverla. Pese a su creencia de que ellos no estaban destinados a seguir juntos, no

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

acogería a otro hombre en su lecho.


Olivia sintió que la boca se le secaba. Cuando Gabriel la miraba de aquel modo
tan especial, con los ojos brillantes de deseo y los labios curvándose en seductora
sonrisa, no podía negarle nada. Entró en su alcoba y dejó la puerta abierta. Gabriel la
cogió en sus brazos y la condujo hasta el lecho.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 16

Su boca era cálida y hambrienta. Sus manos estaban de pronto por todas partes,
desabrochándole el vestido, hurgando bajo su camisa, desnudándola hasta las
caderas en salvaje frenesí. Casi con la misma ansia que él, Olivia se abrió el corpiño
para que él pudiera acceder a sus senos. Deseaba que la tocara, la cogiera entre sus
brazos y la besara hasta dejarla sin aliento.
Gabriel le pasó las manos por los hombros y bajo los brazos quitándole el
vestido y echándolo a un lado. La desesperación y un anhelo insaciable impulsaban a
Olivia mientras le desabrochaba los calzones, metía la mano en ellos y lo tomaba
entre sus manos. Él estaba duro y tenso contra sus palmas, y tan caliente que
abrasaba. Un sonido estrangulado se escapó de la garganta de Gabriel, un gemido
que encontró su eco en su propia excitación.
Echó a un lado su camisa, inclinó la cabeza y cerró la boca sobre su pezón. Ella
apretó los dedos en sus hombros y arqueó la cabeza hacia atrás, sumida en las
sensaciones que experimentaba, mientras él le lamía la henchida punta con la lengua.
Luego, desnudó su otro seno, acariciándolo asimismo con la lengua. Olivia sintió la
mano de él recorriendo su muslo y moverse luego para cubrir su rezumante centro,
introduciendo los dedos entre sus piernas con el pulgar rodeando su tierno núcleo.
Ella se retorció y gimió.
—Por favor —susurró contra sus labios—. Quítate la ropa. Deseo sentir tu piel
contra la mía.
Gabriel se levantó con brusquedad, se desnudó rápidamente y se reunió con
ella. Luego la besó una y otra vez hasta que sus alientos se mezclaron y ella ya no
pudo discernir el uno del otro. Tenía el pulso acelerado y los latidos de su corazón
resonaban con fuerza en sus oídos.
Sus inquisitivos dedos volaron sobre él en loco frenesí, reposando en las curvas
y planos de la firme carne masculina, en la elevación de sus hombros, en la dura
longitud de su torso, en su pecho ancho y velludo. Su mano encontró el rígido
miembro masculino y lo acarició suavemente.
Gimiendo como si le causara dolor, Gabriel le apartó la mano. Con unos pocos
movimientos, la puso sobre él y arremetió profundamente. Ella arqueó la espalda,
con la garganta contraída, y comenzó a moverse siguiendo el ritmo de sus
acometidas. Su acto amoroso fue rápido y furioso. Sus tumultuosos clímax llegaron
simultáneamente y, mientras Gabriel se retiraba, las lágrimas surcaban las mejillas de
Olivia.
Lloraba por el heredero que Gabriel nunca tendría.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

En el reloj de la repisa de la chimenea dio la medianoche. Olivia saltó del lecho


y se puso la camisa y el vestido que antes Gabriel le había quitado, con cuidado de no
despertarlo. Abrió la puerta silenciosamente y se deslizó fuera de su habitación por
los oscuros pasillos, bajó la escalera y salió al jardín.
Rogaba por que Palmerson no estuviera allí, por que hubiera sido todo un
engaño, pero sus esperanzas se evaporaron cuando él le salió audazmente al paso en
el sendero.
—Llegas tarde —se quejó.
—Puede sentirse afortunado de que esté aquí. Debería habérselo dicho a
Gabriel y dejar que él se ocupara de esto.
—Entonces no habrías vuelto a ver a tu hermano.
—Deseo pruebas —exigió Olivia—. Ya ha mentido antes. ¿Por qué iba a creerle
ahora?
Palmerson se metió la mano en el bolsillo y sacó un reloj que hizo oscilar,
sujetándolo por la cadena, ante los ojos de Olivia. Ella se lo arrebató de los dedos y lo
examinó a la luz de la luna.
—Pertenece a Neville. Era de mi padre. Se lo di a mi hermano antes de que
partiera para Oxford.
—Sabía que lo reconocerías. ¿Crees ahora que tu precioso hermano está en mi
poder?
—No lo comprendo. Yo vi a Neville en el carruaje.
—También yo lo vi subir en el carruaje, y contraté a unos hombres para que
fingieran un robo. El vehículo fue detenido antes de llegar a su destino y Sefton
capturado.
—¿Le hicieron daño? Le veré en el infierno si así ha sido.
Palmerson se echó a reír.
—Tus amenazas no me asustan. No puedes hacer nada para perjudicarme. En
cuanto a tu hermano, será liberado cuando estemos casados.
Olivia se sintió acorralada. Ella haría cualquier cosa por mantener a salvo a
Neville, incluso casarse con un sapo como Palmerson.
—¿Qué desea que haga?
—Le dirás a Bathurst que no puedes casarte con él porque me amas a mí. Y será
mejor que hagas que parezca verosímil si valoras en algo la vida de tu hermano.
—Muy bien. ¿Y luego qué?
—Luego saldrás por la puerta principal y entrarás en mi carruaje. Iremos
directamente al pueblo y allí nos casarán con una licencia especial. El párroco local
ha accedido a celebrar la ceremonia. Consumaremos inmediatamente el matrimonio
y nos iremos a Londres para difundir la noticia de nuestras nupcias.
—Gabriel no creerá mis mentiras. Sabe que te desprecio.
—Ése no es mi problema. Estoy seguro de que harás lo que sea para salvar la
vida de tu hermano. Yo vendré a recogerte a las dos en punto. No me hagas esperar.
—¿Por qué está haciendo esto? No me ama y yo no aporto dote al matrimonio.

- 175 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Te lo explicaré cuando estemos casados.


—Ahora —insistió Olivia.
—No seas pesada, Olivia. Lo sabrás cuando sea oportuno. Buenas noches,
querida.
Giró sobre sus talones y volvió a sumergirse en la oscuridad. Olivia se quedó
mirándolo partir con el reloj apretado contra su pecho. Con el corazón destrozado,
regresó a la casa. Gabriel aún estaba durmiendo cuando ella se desnudó y volvió a
meterse en el lecho, junto a él. Él se agitó y murmuró algo en sueños. Abrumada por
la necesidad de tocarlo, le cogió la mejilla y bajó la cabeza besándole en los labios.
Sintió más que vio que él sonreía y cuando ella se instaló junto al calor de su
cuerpo, Gabriel la sorprendió rodeándola con los brazos y atrayéndola debajo de él.
—Creí que estabas durmiendo.
—Te echaba de menos. ¿Adónde has ido?
—Tenía calor... y he abierto la ventana.
—Pensaba que ya estaba abierta.
—No, la he abierto yo.
Ella sintió que su miembro se endurecía, que se levantaba contra su estómago y
elevó las caderas en descarada invitación.
—Veo que los dos pensamos lo mismo —murmuró Gabriel. Le extendió las
piernas con sus rodillas y tocó su centro latente—. Es la mejor cura para el insomnio.
Se deslizó en ella y, por unos pocos y gloriosos momentos, Olivia lo olvidó todo
sobre Palmerson y las mentiras que tendría que inventar para salvar a su hermano.

A la mañana siguiente, Gabriel se despertó con el canto de los pájaros y la luz


del sol. Frunció el cejo al comprobar que estaba solo en la cama, y luego sonrió al
recordar la noche anterior. Olivia había sido tan ardiente con él..., lo había
despertado en mitad de la noche para hacer el amor. ¿Lo amaba? Con lo obstinada
que era, nunca lo reconocería, pero sus acciones expresaban muchísimo sobre sus
sentimientos. Ella no era una prostituta, que supiera cómo simular pasión. Era una
muchacha inocente, de sangre ardiente, una mujer cuya pasión era tan auténtica
como ella misma.
Grimsley saludó a Gabriel cuando éste regresaba a su habitación.
—Throckmorton le ha preparado su baño, milord —le anunció con voz
tranquila, pese al hecho de que su amo había salido desnudo de la habitación de su
futura esposa.
—Gracias, Grimley. ¿Qué noticias trae de Londres?
—Lord Palmerson ha abandonado el escenario social. No se lo ha visto desde el
duelo.
—Hará un favor a Londres si no vuelve a mostrar su rostro por allí. Ese hombre
debería ser rehuido por cualquier persona decente.
—Creo que aún no hemos visto lo último de Palmerson, milord.
—Por desgracia, estoy de acuerdo. ¿Se ha enterado de algo que ayude a

- 176 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

comprender sus razones para desear casarse con Olivia?


—No, milord. Sus bolsillos siguen estando vacíos y su perversa reputación lo ha
eliminado de la lista de buenos partidos. Cuando aquella pobre muchacha se suicidó,
sus perspectivas de casarse con una heredera murieron con ella.
—Mientras se mantenga lejos de Olivia, no me importa lo que sea de él.

Tras su baño, Gabriel fue en busca de Olivia. La encontró en el pasillo,


buscándolo a su vez, y le pidió unos momentos de su tiempo. Gabriel la condujo a su
habitación y aguardó a que ella hablara, con la curiosidad frunciendo su frente.
Como el silencio se prolongaba, él la cogió entre sus brazos.
—Te he echado de menos al despertarme esta mañana.
Viendo que ella permanecía muda, Gabriel la apartó de él y observó sus ojos
preocupados.
—¿Qué pasa, Livvy? ¿Ha sucedido algo? ¿Te ha dicho Cissy algo que te haya
inquietado?
Olivia movió los labios unos instantes antes de formar las palabras.
—He cambiado de idea. No me casaré contigo.
Los ojos de Gabriel revelaron su incredulidad. Sabía que Olivia no había sido
ella misma últimamente, pero confiaba en que sus persistentes dudas hubieran
quedado eliminadas con la sesión amorosa de la noche anterior. Sin duda alguna,
había sido una entusiasta amante.
—¿Qué estás diciendo? ¿Qué ha sucedido? Si Cissy te ha dicho algo...
Olivia desvió la mirada.
—Cissy no tiene nada que ver con mi decisión.
Él le cogió la barbilla y la obligó a mirarlo. —Livvy, cuéntamelo. Dime qué va
mal. —Tú no eres el hombre a quien deseo.
—¿Deseas... a otro? —Una risita resonó en su pecho. Pensó que estaba saliendo
una vez su imprevisible yo—. ¿Quién, dímelo, te lo ruego, ha ganado tu corazón? No
sé de ningún pretendiente que suplique tus favores.
—No eres el único hombre de mi vida. Sinceramente, Bathurst, ¿no te sientes
algo aliviado de que haya encontrado a otro para casarme?
Una miríada de emociones se desplomaron sobre Gabriel, decepción, ira,
desconcierto, incredulidad.
—¿Quién es él? —rugió.
Olivia miró impávida a Gabriel a los ojos.
—Lord Palmerson.
—¡Palmerson! ¡Pero si tú le desprecias! No lo has visto desde... —Un destello de
comprensión iluminó sus ojos—. La noche que estabas en el jardín. Te habías reunido
con él, ¿verdad?
Ella apartó la mirada.
—Sí.
—¿Cómo puedes desear a ese bastardo después de lo que te hizo?

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Su silencio le hundió una daga en el corazón. Él había estado dispuesto a


casarse con ella, a protegerla y ayudar a su familia. ¿Cómo podía ella desear a un
hombre de carácter tan dudoso y bolsillos vacíos? Realmente no tenía sentido.
Entornó los ojos mientras de pronto recordaba su excusa tras haber abandonado el
lecho la noche anterior. ¿Había ido a reunirse con aquel bastardo después de hacer el
amor y luego había regresado y lo había despertado para volver a hacer el amor?
—Te viste con él anoche, ¿verdad?
Ella parpadeó. Gabriel creyó ver un destello de dolor en sus ojos, pero no le dio
importancia.
—Pareces haber olvidado que puedo arruinar a tu familia puesto que conozco
tus... actividades ilegales.
—Tú no harías eso, Gabriel. Ahora te conozco demasiado bien como para creer
que intencionadamente causaras daño a gente inocente. Si me delataras a las
autoridades, Neville, tía Alma y Peterson sufrirían por mis errores. Sinceramente, no
creo que desees eso.
—¡Maldita seas! —gritó Gabriel—. Ahora me dirás que le amas.
—Palmerson me dará hijos.
—Si es de eso de lo que se trata, entonces quizá sea lo mejor. —Se encogió de
hombros—. Debería agradecértelo por permitirme proseguir con la clase de vida que
prefiero. No necesito a una esposa que restrinja mis actividades. Negarte hijos no es
algo que desee hacer, pero debo hacerlo. Podías haber confiado en mí para hacer lo
que fuera mejor para los dos, pero no, has tenido que recurrir a Palmerson.
Él la empujó al pasar por su lado hacia la puerta.
—Confío en que él aprecie el tiempo que he dedicado a enseñarte a complacer a
un hombre. Adiós, Olivia.
—¿Adónde vas?
—Regreso a Londres, adonde pertenezco. Puedes explicarles a tu tía y a mi
abuela por qué has anulado la boda.
La puerta se cerró de golpe tras él de un modo definitivo y Olivia se sintió
desfallecer.
Deseó correr tras él, explicarle lo relativo a Neville y rogarle que la perdonase.
Salió al pasillo confiando en alcanzarlo. Se detuvo bruscamente cuando le llegó su
voz desde el vestíbulo. Lo oyó llamar a Grimsley, luego sonó un portazo y, al cabo de
unos momentos, un sonido de cascos de caballos rompió el silencio. Bajó corriendo la
escalera llamando a Gabriel por su nombre, pero era demasiado tarde. Lo único que
vio cuando abrió la puerta fueron los faldones de su chaqueta volando tras él
mientras su caballo se lo llevaba de su vida para siempre.
—Livvy, querida, ¿qué sucede? ¿Adónde va Bathurst con tal apresuramiento?
Olivia reprimió las lágrimas preparándose para la prueba que la esperaba.
Decirles a tía Alma y a lady Patrice que el matrimonio se había anulado iba a ser lo
más duro que había hecho en su vida. Se volvió lentamente con una sonrisa forzada.
—¡Estás llorando, Livvy! ¿Qué ha sucedido? ¿Habéis tenido Bathurst y tú una
disputa de enamorados? Enjúgate las lágrimas, querida. Los nervios antes de la boda

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

son normales.
—No voy a casarme con Gabriel, tía. He anulado la boda. Él se ha ido a
Londres.
Un grito sofocado desde la escalera la hizo volverse en redondo. Lady Patrice
estaba en el rellano de arriba, con una mano apoyada sobre el corazón.
—¿Qué dices que has hecho?
—Lo siento, milady. No pretendía decírselo de este modo —dijo Olivia—. No
culpe a su nieto. Ha sido culpa mía.
Otra voz entró en la conversación.
—¿Has echado a Bathurst?
—No le he echado, Cissy. Se ha ido por su propia voluntad. Tal como yo
pretendía. ¿Puedo hablar contigo en privado, tía?
—Desde luego, querida. Vamos al jardín, ¿te parece? De todos modos, quería
estar unos momentos a solas contigo. Después de que te marchaste de Londres
llegaron dos cartas para ti. Con todas las emociones, me olvidé de dártelas.
Cogidas del brazo, Olivia y Alma salieron al jardín dejando a una chasqueada
Cissy y a una desconcertada lady Patrice tras ellas.
—¿De quién son las cartas, tía?
—No lo sé, querida. —Las sacó del bolsillo y se las tendió—. No se me ha
ocurrido mirarlo.
Olivia pensó que era muy característico de ella, y dirigió a Alma una cariñosa
mirada. Con aire ausente, observó la letra de una de las cartas y se detuvo
bruscamente.
—Esta carta es de Neville. Reconozco su letra. ¿Sabes lo que significa, tía?
Alma le dirigió una mirada perpleja.
—Supongo que significa que Neville llegó a Oxford sano y salvo.
—Exactamente —exclamó Olivia abriendo el sobre—. Es de Neville.
—¿Y qué dice, querida? Estará muy decepcionado cuando se entere de que has
anulado la boda.
—Escucha esto, tía. Unos salteadores de caminos detuvieron el coche de
Neville. Él consiguió ocultar el dinero en los cojines, pero se llevaron el reloj de papá.
Temía que los bandidos fueran a matarlo cuando vio que trataban de arrastrarlo
hacia uno de sus caballos, pero se asustaron al ver llegar otro coche. —La ira estalló
dentro de ella—. ¡Palmerson me mintió! ¡Maldito sea! Si su plan realmente hubiera
funcionado, Neville estaría ahora en grave peligro.
—¿Qué tiene que ver Palmerson con Neville? Estoy muy confusa.
—No tiene importancia, tía. Neville está donde corresponde. Eso es lo que
importa.
Alma parecía confundida.
—¿Qué es lo que querías decirme?
—Nada importante.
—Estás poniendo a prueba mi paciencia, Livvy. ¿Debo preocuparme?
Olivia no sabía cómo responder a esa pregunta. Sus dificultades financieras no

- 179 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

se habían evaporado, pero por lo menos Palmerson ya no seguía siendo una


amenaza. A falta de mejor respuesta, le dijo:
—Todo va a ir bien, tía.
—¿Qué hay de Bathurst? ¿Se ha ido para siempre?
El dolor llenaba el corazón de Olivia. El hombre al que amaba se había
marchado de su vida, y ella no podía hacer nada para remediarlo. Lo había
ahuyentado con mentiras y dudaba que la verdad lo hiciera regresar.
—Me temo que sí, tía.
Alma profirió un tembloroso suspiro.
—¿Y qué hay de la otra carta, Livvy? ¿Sabes de quién es?
Olivia casi había olvidado la segunda carta, tan trascendental había sido la
primera. Era de un tal señor Silas Culpepper.
—¿Conoces al señor Culpepper?
—No. ¿Y tú?
—No reconozco el nombre. Ábrela, querida.
Olivia abrió el sobre e inspeccionó rápidamente el contenido. Cuando llegó al
final, se puso mortalmente pálida y se tambaleó hasta llegar al banco más próximo
nevándose la carta al corazón.
—¿Qué es, Olivia? No puede ser tan mala. ¿Qué más nos puede pasar?
La emoción puso un nudo en la garganta de Olivia.
—No pasa nada, tía... Nunca sospeché... ¿Por qué nadie me lo dijo?
—Cuéntamelo, Livvy, puedo asumirlo. ¿Quién es el señor Culpepper?
—Un abogado, tía.
—¿Un abogado? ¿Y qué desea?
—Felicitarme por convertirme en heredera con ocasión de mi veinticinco
cumpleaños.
—¿En... heredera? Debe de haberse equivocado de destinatario.
—Su carta parece auténtica, tía. Desea que le visite en cuanto me sea posible.
Nuestros abuelos maternos nos dejaron su fortuna a Neville y a mí. Neville recibirá
su parte cuando cumpla los veinticinco.
—¿Por qué no fuiste informada antes? ¿En qué estaba pensando Sefton?
—No lo sé, pero me propongo descubrirlo. Volvamos a casa. Nos iremos en
cuanto encuentre transporte para Londres.
Lady Patrice y Cissy las estaban aguardando.
—¿Te importaría explicarme qué ha sucedido entre mi nieto y tú? —preguntó
lady Patrice—. Contaba con este matrimonio para conseguir un heredero para
Bathurst.
—Es evidente que Bathurst recuperó la razón —dijo Cissy con malicia.
Olivia la ignoró.
—Lo siento, milady. Simplemente, entre Gabriel y yo las cosas no funcionaron.
—Comprendo —dijo lady Patrice sabiamente—. Pero aún no está todo perdido,
querida. Sigamos a Bathurst a Londres para remediar la situación.
Olivia le dirigió una triste sonrisa.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Me temo que es demasiado tarde. Gabriel no deseaba casarse conmigo. Él


sólo me ofreció casarse conmigo porque... bueno, ya no importa. No nos convenimos.
Yo deseo más del matrimonio de lo que Gabriel está dispuesto a dar. Si me disculpa,
debo hacer mi equipaje y buscar transporte para Londres.
—Puesto que no habrá boda, también yo puedo regresar a Londres —anunció
lady Patrice—. Tú y la querida Alma podéis compartir mi carruaje. Y ambas os
quedareis conmigo.
—Eso es muy amable de su parte, pero...
—Nada de peros. Está decidido. Gabriel ha puesto en venta vuestra antigua
vivienda. No quiero oír discusiones. Saldremos por la mañana.
Cuando Palmerson llegó a las dos en punto aquella tarde en su carruaje
alquilado, Olivia estaba demasiado furiosa como para enfrentarse a él. Le envió a
Peterson con una nota mordaz y observó desde la ventana cómo Palmerson leía la
misiva, la arrugaba en el puño y la tiraba al suelo. Olivia aún seguía sonriendo
cuando él entró apresuradamente en el carruaje y salió a toda prisa, como alma que
lleva el diablo.

Totalmente inclinado sobre el caballo, Gabriel recorría la carretera, al galope, y


ni aun así le parecía que corría lo bastante como para huir de las palabras de Olivia.
Éstas lo acosaban y latían en su cerebro con la fuerza de una violenta tormenta.
Olivia le deseaba, él lo sabía. Pero eso no parecía importar. El dominio que
Palmerson tenía sobre ella era desconcertante. Saber que Olivia podía hacer el amor
con él y luego encontrarse con Palmerson en el jardín, había sido peor que cualquier
dolor físico que hubiera experimentado jamás. ¿Habría ella yacido con Palmerson
tras hacer el amor tan dulcemente con él?
Gabriel siguió galopando hasta que la espuma que surgía de la boca del caballo
lo convenció de que se detuviese antes de conducir al pobre animal a la muerte.
Entró en el patio de una posada de aspecto respetable, dio instrucciones para que
cuidaran de su caballo y solicitó una habitación. Estaba en la sala común,
embriagándose a conciencia, cuando oyó que alguien pronunciaba su nombre.
Levantó la mirada y vio que Braxton y Westmore avanzaban hacia él.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —preguntó Ram—. ¿Por qué no estás en tu
casa, preparándote para la boda?
—La boda se ha anulado —murmuró Gabriel—. Acompañadme, caballeros,
tengo intenciones de emborracharme.
—Parece como si ya lo estuvieras bastante —dijo Luc dejándose caer en una
silla junto a Gabriel—. ¿Quieres decirnos qué sucede?
Bathurst hizo señas a la camarera para que sirviera bebidas para todos antes de
responder.
—No hay nada que contar. No nos conveníamos.
—¡Diablos!, eso podría habértelo dicho yo —rió Ram—. Tú no eres de los que se
casan. Tal vez la próxima vez que se te ocurra encadenarte escucharás a tus amigos.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

No nos verás a Westmore ni a mí corriendo hacia el altar.


—Sí, debería haberos escuchado —repuso Gabriel con voz turbia por la bebida
—. Creí que le estaba haciendo un favor. Yo le disparé, ¿sabéis? Deseaba hacer bien
las cosas. El maldito honor y todo eso.
—¿Disparaste a lady Olivia? ¡Por Dios, me gustaría oír esa historia! —se
asombró Luc.
—Recordadme que os lo cuente cuando esté sobrio —repuso Gabriel. Levantó
su vaso—. Brindo por la depravación. No importa cuan corta sea mi vida, me
propongo disfrutar plenamente de mi libertad.
—Amén —replicó Ram con una risita y bebiendo un buen trago.
—Otro brindis, caballeros —dijo Gabriel sosteniendo el vaso en lo alto—. Por
todas las mujeres a las que me propongo amar durante los años que me quedan, y
por la buena suerte en los salones de juego.
Los tres hombres vaciaron sus vasos.
Regresaron a Londres a la mañana siguiente. Gabriel no se sentía muy
despierto, pero logró mantenerse en la silla pese a su turbia cabeza. Raras veces bebía
en exceso, pero la ocasión lo pedía. Que lo dejaran plantado ya era bastante malo,
pero verse sustituido por un hombre como Palmerson, bastaba para convertir a
cualquiera en un alcohólico.

Olivia odiaba abusar de la hospitalidad de lady Patrice, pero tenía poca


elección. Hasta que hablara con el señor Culpepper sobre su herencia no tenía
adonde ir ni tampoco dinero. Habían llegado a Londres el día anterior por la tarde y
Olivia había salido temprano aquella mañana en dirección al despacho del abogado.
Lady Patrice había insistido en que se llevara su carruaje de ciudad y Peterson se
había ofrecido para conducirlo. Olivia había enviado un mensajero anunciándole a
Culpepper su visita.
Cuando llegó al despacho de éste, la condujeron a su oficina privada. Él se
levantó para saludarla.
—Estoy encantado de conocerla por fin, lady Olivia. Soy Silas Culpepper.
—Tendrá que disculparme, señor Culpepper, si le parezco algo desconcertada.
Verá, no tenía ni idea de que mis abuelos nos hubieran dejado algo a mi hermano y a
mí. Su carta ha sido una absoluta sorpresa.
Culpepper frunció el cejo.
—¿Su padre no le habló de ello?
—No. ¿Sabe usted por qué nunca lo hizo?
El ceño del abogado se intensificó.
—No me gustar hablar mal de los difuntos, milady, pero su padre trató en
varias ocasiones de quebrantar el fideicomiso. Por fortuna, éste estaba blindado. Al
parecer, sus abuelos no confiaban en su padre para que fuera él quien administrara
su herencia, y tomaron disposiciones muy concretas respecto a usted y su hermano.
—Mi abuelo no tuvo ningún heredero varón. Nos dijeron que sus propiedades

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

habían ido a parar a manos de un pariente lejano.


—Así es, lady Olivia. La finca y el título fueron a parar a esa persona, pero la
fortuna de sus abuelos se la dejaron a usted y a su hermano.
—Nunca lo supimos. Papá debería habérnoslo dicho.
—Lamento mi propio descuido en esta cuestión. Puesto que su padre tenía
conocimiento del hecho, supuse que usted y su hermano también habrían sido
informados. Usted no se puso en contacto conmigo tras la muerte de su padre, y
supuse que lo haría antes de su cumpleaños para realizar los trámites de la
transferencia de fondos a su cuenta. Al no recibir tampoco antes noticias de usted,
me preocupé y decidí escribirle.
—Como le digo, su carta ha sido una completa sorpresa. ¿Conocía alguien más,
aparte de mi padre, la existencia de la herencia?
—Veamos. Creo que lord Palmerson, el amigo de su padre, estaba al corriente
—respondió Culpepper—. Visitaron juntos mi despacho una o dos veces. ¿No se lo
mencionó el vizconde a la muerte de su padre?
—No. Pero que estuviese enterado de la herencia explica muchas cosas.
—Invertí la mayor parte del dinero y ha acumulado considerables intereses en
el transcurso de los años. Todos los documentos están aquí para que los examine.
Como puede ver, la cifra es considerable. Es usted una rica heredera, y la
participación de su hermano será aún mayor debido al interés devengado desde
ahora hasta que cumpla veinticinco años.
Olivia ojeó los documentos incrédula y atónita.
—Es una gran cantidad de dinero.
—Ya le he dicho que lo era. Me sentiré muy complacido de seguir siendo su
abogado, lady Olivia, si usted así lo desea. Le sugiero que retire, digamos unas cien
libras mensuales para gastos menores y que me envíe sus facturas para que las pague
de su cuenta.
—¿Le he oído correctamente? ¿Cien libras mensuales para gastos menores?
—¿No basta?
—Es más que suficiente. Pero nuestras necesidades inmediatas son muy
apremiantes, y requerirán una suma más sustancial. No tenemos casa ni sirvientes
para atenderla y nuestras ropas están totalmente pasadas de moda.
—¿Ha pensado en alguna residencia?
—Me encantaría volver a nuestro antiguo hogar de Grosvenor Square. Papá se
lo vendió para financiar sus vicios. ¿Cree que puede estar en venta?
—Me sentiré muy satisfecho de realizar indagaciones, milady.
—¿De veras?
—Será un placer. Y si su antigua casa no está disponible, le propondré otras
para su aprobación. Déjelo todo en mis manos.
Olivia miró al señor Culpepper a los ojos y se quedó impresionada por su
honradez. Se había mantenido firme contra los intentos de su padre de reclamar su
herencia y eso despertaba en ella una profunda admiración. Sus abuelos habían
confiado en él y ella no podía hacer menos.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Muy bien, señor, dejaré el asunto en sus manos. Puede ponerse en contacto
conmigo en la residencia de la marquesa viuda de Bathurst. Estaré allí hasta que
encuentre una casa.
—En cuanto firme usted estos documentos puede comenzar a enviarme sus
facturas, y le será depositada una cantidad suficiente de fondos en su cuenta para
uso inmediato.
Olivia se levantó y le tendió la mano.
—Ha sido usted muy amable, señor Culpepper. Pasar de la pobreza a la riqueza
de la noche a la mañana es algo impresionante, pero no desagradable.
Culpepper la miró asombrado.
—¿Pobreza? Querida, de haberlo sabido, hubiera dispuesto que le transfirieran
inmediatamente intereses de su herencia. Discúlpeme por no haber contactado con
usted en seguida tras la muerte de su padre, pero yo no era su abogado y no deseaba
entrometerme.
—Está más que disculpado, señor. Buenos días.
—Buenos días, milady. Me mantendré en contacto con usted.
Olivia salió de allí aturdida. Era rica. No podía aguardar para decirle a Neville
que cobraría tan considerable herencia cuando cumpliera los veinticinco años.
Financieramente, todos sus problemas habían desaparecido. Ella y su familia podían
vivir con lujo el resto de sus vidas.
Peterson la aguardaba en la esquina.
—¿Está usted bien, señorita Livvy? Parece algo descompuesta. ¿Le ha dado el
abogado malas noticias?
—Al contrario, Peterson. Las mejores noticias. Somos ricos. Te lo explicaré todo
más tarde.
—¿Adónde desea ir?
—A Bond Street. Quiero comprarle algo bonito a tía Alma. Y también para ti,
Peterson. Tu librea está bastante gastada.
Dos horas después, Olivia había comprado tantos regalos para sus seres
queridos que sobresalían del maletero. Había esperado que gastar dinero llenase el
vacío que había dejado en su corazón la marcha de Gabriel, pero su superficialidad
era forzada. ¿De qué le servía el dinero si no podía sanar la herida o amortiguar el
dolor de un amor perdido? No había vuelta atrás. Con unas cuantas palabras crueles
había destruido para siempre su relación con Gabriel.
Él nunca la perdonaría.
El destino reforzó sus sombríos pensamientos cuando vio a Gabriel paseando
por la otra acera de la calle con una mujer de cabellos negros cogida de su brazo. Sus
cabezas estaban juntas mientras él le sonreía y ella lo miraba llena de admiración.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 17

Gabriel había evitado deliberadamente a su abuela después de marcharse de


Bathurst Park, pero sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse a ella. Se
preguntaba qué le habría dicho Olivia y si él podría deshacer el mal que ella había
causado. La abuela esperaba ansiosa ese matrimonio, y Gabriel sospechaba que su
decepción debía de ser inmensa. Aun así, peor hubiera sido si se hubiera casado con
Olivia y no hubiese llegado a engendrar nunca el heredero que la abuela deseaba.
Después de su regreso a Londres, a Gabriel no le había costado mucho volver a
sus antiguas costumbres: salir de juerga hasta primeras horas de la mañana, jugar
como si sus fondos fueran ilimitados y retozar con sus antiguas amantes. La noticia
de que Olivia y él no estaban comprometidos era ya de dominio público y Gabriel no
deseaba que se dijera que uno de los famosos integrantes de la Liga de los Libertinos
de Londres estaba suspirando por un amor perdido.
Naturalmente, su breve ausencia de la ciudad había sido advertida, pero él no
había dado ninguna explicación, salvo que había tenido que atender asuntos
relacionados con la finca. El insulto de Olivia a su ego lo había precipitado por el
sendero de la perdición. Bebía, salía de farra y jugaba, pero aún no se había acostado
con ninguna mujer y culpaba a Olivia por su falta de deseo.
¿Qué le había hecho ella?
Ahora, una vez hubo decidido finalmente visitar a la abuela, Gabriel se
preguntaba qué iba a decirle para suavizar su enfado si Olivia no le había contado la
verdad sobre su compromiso con Palmerson; y dudaba que lo hubiera hecho. Gabriel
suponía que ella no iba a divulgar tal información; todo el asunto era demasiado
violento para los oídos de la abuela.
Mientras desmontaba ante la puerta de lady Patrice, se preguntó si Olivia y
Palmerson ya estarían casados. Suponía que sí, dada la impaciencia del vizconde.
Pensó perversamente que enviaría un regalo de boda a su casa. Sus pensamientos
retornaron a Olivia y su disposición a casarse con ella. Ahora sabía que había sido un
error, que era la culpabilidad lo que lo había obligado a proponérselo. Sí, la lógica del
asunto era sencilla. Había actuado en efecto por culpabilidad tras enterarse de que le
había disparado; su orgullo le exigía que cuidara de ella.
Su corazón no estaba implicado y nunca lo había estado.
Gabriel dio unos golpecitos en la puerta y aguardó una respuesta.
—Buenas tardes, milord.
—Buenas tardes, Huntly. ¿Está mi abuela en casa?
—Las damas están en el salón, milord. Voy a anunciarle.
—¿Damas? —Gabriel se encogió de hombros. Había confiado en encontrar sola

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

a la abuela—. No se moleste, Huntly. Yo mismo me anunciaré.


Con una sonrisa, le entregó al mayordomo su sombrero y fue hacia el salón. Al
distinguir a su abuela sentada en su sillón favorito, se dirigió hacia ella ignorando a
las otras dos personas presentes en la sala.
—Ya era hora de que aparecieras, Bathurst.
—He venido a disculparme por marcharme de Bathurst Park sin darte ninguna
explicación.
—¿Dónde están tus modales, querido muchacho? No has saludado a mis
invitadas.
Aún sonriente, Gabriel se volvió para hacer lo que su abuela le decía. La sonrisa
se desdibujó y luego desapareció al reconocer a Olivia y a su tía.
—¿Qué están haciendo ellas aquí, abuela?
—No seas grosero con mis huéspedes, Bathurst.
—Tal vez deberíamos marcharnos —dijo la joven levantándose.
—No lo hagáis por mí —se burló Gabriel—. ¿Cómo os las habéis arreglado tú y
tu tía para ganaros el afecto de mi abuela? —Fijó su condenatoria mirada en Olivia y
añadió—: ¿Dónde está Palmerson? ¿Ya te ha hecho su esposa? ¿O prefiere tenerte
como su ramera?
Lady Patrice golpeó con su bastón en el suelo.
—¡Basta, Bathurst! La querida Olivia es mi huésped. ¿Cómo te atreves a
insultarla?
—¡Huésped! ¿Te ha explicado la querida Olivia por qué anuló nuestro
matrimonio, abuela? ¿Sabes que ella y Palmerson...?
—He acabado con Palmerson —dijo Olivia interrumpiéndole en mitad de su
frase—. Además, tu abuela sabe la verdad. Tal vez mejor que tú. No hubiese sido
capaz de aceptar su hospitalidad si le hubiera mentido.
—Dudo que tú reconocieras la verdad aunque ésta te golpease en el pleno
rostro. ¿Qué sucedió? ¿De pronto Palmerson comprendió que no tenía nada que
ganar casándose contigo? ¿No bastaban tus encantos para atraerlo a tu lecho? A mí
sí. ¿O quizá es que deseaba a alguien con más experiencia?
Olivia se puso bruscamente en pie, pálida y temblando de humillación. ¿Cómo
podía Gabriel hacerle eso? Sabía bien que ella le había herido, pero insultarla en
presencia de su abuela no tenía justificación.
—¡Ya basta, Bathurst! —montó en cólera lady Patrice—. Tus modales son
despreciables. Discúlpate con lady Olivia.
—¿Te pones a favor de ella y en mi contra? ¿Crees las mentiras que te ha
contado?
—Tal vez Alma y yo deberíamos dejaros solos. Estoy segura de que Olivia
podría aclararte muchas cosas.
—Ella y yo no tenemos nada más que decirnos, abuela —repuso Gabriel—. Da
igual si Olivia está casada o va a casarse con Palmerson.
—¿Qué es lo que da igual, querido? —preguntó la anciana—. Tal vez tú no
conozcas la historia como yo.

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—Por favor, déjelo estar, lady Patrice —rogó Olivia—. Su nieto tiene todo el
derecho a sentir lo que siente acerca de mí. —Miró a Gabriel a los ojos con el corazón
destrozado—. No debería haber aceptado la oferta de tu abuela de acogernos en su
casa, pero tía Alma y yo no teníamos adonde ir. Muy pronto nos trasladaremos a una
casa nueva en Grosvenor Square, por lo que puedes dejar de regañar a lady Patrice
por habernos dado alojamiento.
—¿Me acompaña a mi habitación, lady Alma? —dijo lady Patrice levantándose
—. No me siento muy bien. —Alma corrió en ayuda de la viuda.
—Desde luego, pero ¿es prudente dejar solos a estos dos?
—No se ven armas a la vista, Alma. A menos que las palabras puedan matar,
dudo que haya derramamiento de sangre. —Se apoyó pesadamente en el brazo de
Alma y dijo—: ¿Nos vamos?
Ni Olivia ni Gabriel se dieron cuenta de que las dos ancianas se habían retirado
hasta que éste giró en redondo para formularle una pregunta a su abuela.
—¿Adónde diablos se ha ido?
La joven inspeccionó rápidamente la habitación y comprobó que estaban solos.
—Si me disculpas, me voy con ellas.
Gabriel la asió del brazo.
—Tú no te vas a ninguna parte. Me debes una explicación. ¿Por qué utilizaste a
Palmerson como excusa para no casarte conmigo? ¿Y qué es eso de trasladarte a
Grosvenor Square? ¿Dónde has conseguido dinero? Si me entero de que Pete y Ollie
vuelven a merodear por ahí, yo mismo proporcionaré sus identidades a la ley.
Sus palabras empujaron a Olivia a desquitarse. Sabía que con su negativa a
casarse con él había herido su orgullo, pero él no deseaba realmente una esposa. Ella
lo había liberado para que pudiera proseguir su libertino modo de vida.
—Sólo me ofreciste matrimonio por culpabilidad. Supéralo, Bathurst. Me
disparaste y me recuperé. No tenías ninguna obligación de casarte conmigo.
—¿Y qué debía haber hecho? ¿Permitir que Peterson y tú siguierais arriesgando
vuestras vidas y las vidas ajenas? ¿Se supone que yo no debía hacer nada mientras
vosotros robabais a confiados ciudadanos?
—Pete y Ollie son ya historia, Bathurst. Nunca más volverán a cabalgar. Ya no
existe la necesidad.
—¿Tengo tu promesa de ello? ¿Puedo confiar en ti?
Olivia se volvió para marcharse.
—Creo que ya he dicho bastante, Bathurst. Nada de lo que pueda decir
cambiará tu opinión sobre mí.
Gabriel la asió de los hombros y la volvió de cara a él.
—No me lo has explicado todo. ¿De dónde has sacado el dinero para comprar
una casa en Grosvenor Square?
Olivia trató de separarse, de escapar del calor de su cuerpo, de la sensualidad
de su expresiva boca, pero él la mantuvo sujeta con firmeza. Lo miró a los ojos
recordando la última noche que pasaron juntos y comprendió que también él la
recordaba. Sus labios estaban separados por pocos centímetros. Sus alientos se

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

mezclaban. Sintió que él hundía los dedos en sus hombros y deseó gritar de
frustración. Ante Gabriel nunca podía quedarse indiferente. El único lugar donde se
entendían era en el lecho.
Sus alborotados pensamientos se detuvieron bruscamente cuando Gabriel unió
con fuerza su boca a la de ella. Olivia trató de apartarlo, pero en lugar de ello le asió
la chaqueta con los puños y lo atrajo más cerca. Ésa fue su resistencia. Un gemido
palpitó en sus labios. Las rodillas le temblaron y su mente se nubló mientras Gabriel
le lamía los labios con la lengua, separándolos y penetrando en ella.
Su beso la dejó sin respiración. Sintió que se derretía. ¿Qué estaba tratando él de
demostrar? ¿Qué ella era vulnerable a sus besos? ¿Que lo deseaba? Cierto, todo eso
era cierto, se lamentó en silencio.
Las fuertes manos de Gabriel recorrieron su cuerpo con la familiaridad de quien
lo conoce íntimamente. Los pezones se le irguieron contra las palmas de él y notó
humedad entre los muslos. Consciente de lo que él le estaba haciendo, hizo acopio de
la poca fuerza de voluntad que le quedaba y se liberó.
—¡No, no vas a hacerme esto!
La expresión de Gabriel era triunfante; su risa, burlona.
—Ya te lo he hecho. Tú me deseas, Livvy. Pero por fortuna para mí, yo ya no te
deseo. Me alegra que hayas alcanzado una inesperada riqueza, y no ser yo quien te
mantenga.
Ella irguió la barbilla desafiante.
—Nunca te he pedido nada, milord.
—¿No? —La apartó a un lado—. Buenos días, milady.
Herida en lo más vivo, Olivia se esforzó por ocultar la pena de su corazón
destrozado mientras Gabriel se inclinaba burlonamente ante ella y daba media vuelta
para marcharse. Su brusca partida le dejó un doloroso vacío interior, pero se negó a
sentirse derrotada por un impenitente libertino.

Gabriel no se podía creer lo que acababa de suceder. Había pensado que no


vería más a Olivia y se había quedado atónito al encontrarla en casa de su abuela,
fingiendo ser lo bastante rica como para comprarse una casa en Grosvenor Square.
¿Habría algo de cierto en su declaración? ¿Habría sucedido algo que cambiase el
curso de su vida desde que él la dejó en Bathurst Park y entonces? En unos pocos
días, ella había pasado de pobre a heredera, o así se lo había insinuado. No tenía
sentido.
Gabriel reflexionó sobre el giro de los acontecimientos mientras cabalgaba hacia
Brooks's. Le había sorprendido que Olivia no se hubiese casado con Palmerson y que
no tuviera intenciones de hacerlo. Algo extraño estaba sucediendo, pero él había
estado demasiado irritado y disgustado como para llegar al fondo de la cuestión. La
lógica le decía que no necesitaba la peligrosa complicación que la joven suponía en su
vida, pero su corazón le hablaba de otro modo.
Ignoró el insólito rumor de excitación que había en el club, normalmente

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

silencioso y tranquilo, y fue directamente hacia lord Braxton, que estaba leyendo con
atención un periódico en un apartado rincón. Ram levantó la cabeza cuando Gabriel
carraspeó.
—¿A qué viene toda esta conmoción? —preguntó éste mientras se dejaba caer
en un cómodo sillón de cuero—. No he visto algo parecido desde que el viejo
Northby tuvo un heredero de su cuarta esposa a los ochenta y tres años.
—¿No te has enterado?
—¿Enterado de qué?
—Tu lady Olivia es una heredera. Al parecer no supo de su buena suerte hasta
que cumplió los veinticinco años, hace unos días. Sus abuelos maternos habían
depositado una considerable cantidad de dinero para cuando ella y su hermano
alcanzaran esa edad. Me sorprende que no lo supieras. Va a ser el más jugoso tema
de las habladurías de Londres durante meses, sólo superado por el escándalo de
haberos descubierto a lady Olivia y a ti en La Liebre y el Sabueso.
—De modo que es cierto —comentó Gabriel sorprendido—. He visto a Olivia en
casa de mi abuela. Me ha dicho que se iba a trasladar en Grosvenor Square, pero no
la he creído.
—Según los rumores, y fuentes de confianza lo confirman, la herencia fue una
completa sorpresa. Al parecer, su padre nunca les habló a los hijos del legado. He
oído decir que incluso trató de quebrantar el fideicomiso y utilizar los fondos para su
propio uso.
—Sefton era realmente un bastardo, ¿verdad?
—Me extraña que no estuvieras enterado del repentino giro de fortuna de lady
Olivia. Tu propia abuela la está respaldando en Almack's y en otros acontecimientos
sociales. Tu antigua prometida, pese a ser considerada no casadera, se ha convertido
en la heredera más solicitada de la ciudad.
—Me pregunto qué le ha sucedido a Palmerson —reflexionó Gabriel—. No es
propio de él dejar que se le escape de los dedos una fortuna. —De pronto, cayó en la
cuenta, y con ello comprendió detrás de lo que había ido Palmerson—. Palmerson y
Sefton eran amigos del alma, ¿verdad?
—Eran íntimos. La idea general es que el vizconde fue responsable de la caída
de Sefton en el libertinaje tras la muerte de su esposa.
Gabriel digirió lo que su amigo le había dicho, e inmediatamente comprendió
que Palmerson había estado enterado de la herencia de Olivia y que deseaba casarse
con ella para obtener el control de sus fondos. Ahora todo tenía sentido... todo salvo
una cosa. Había una información vital que aún se le escapaba. ¿Por qué se había
citado Olivia con Palmerson en el jardín? ¿Por qué había accedido a casarse con él y
luego cambiado de idea?
Con un suspiro, Gabriel levantó su largo cuerpo del sillón y se puso en pie.
—Discúlpame, acabo de recordar que tengo una cita.
Presa del desconcierto, Gabriel se marchó apresuradamente. En pocos días,
Olivia se había convertido en la preferida de la buena sociedad, perseguida por
hombres que codiciaban su herencia. ¿Sería ella lo bastante mundana como para

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

distinguir que estaba siendo cortejada por su fortuna?


Se preguntó por qué debía preocuparse. Sus propias razones para evitar el
matrimonio y engendrar hijos seguían siendo válidas. Sin saber realmente cómo ni
por qué, Olivia se había infiltrado en su interior haciéndole olvidar las trágicas
circunstancias que hacían para él imposible formar una familia. En realidad le había
hecho un favor negándose a casarse con él, ¿no era así?

Tres días después, Grimsley le entregó a Gabriel una nota de su abuela


pidiéndole que las acompañara a ella y a sus invitadas a Almack's aquella noche.
Gabriel leyó la nota, la arrugó en la mano y la tiró al suelo.
—¿Hay respuesta, milord? —preguntó Grimsley—. El mensajero está
esperando.
Gabriel deseaba negarse a la petición de su abuela. Estaba a punto de decirle a
su sirviente que despidiera al mensajero sin respuesta. Pero no podía negarle a su
abuela tan poca cosa. Se tragó sus deseos y se apresuró a escribir una nota
informando a la anciana que pasaría a recogerlas a las nueve en punto, y
advirtiéndole que no esperase de él que atendiese durante la velada a sus invitadas.
Selló la nota y se la entregó a Grimsley.
Aquella misma tarde, Gabriel decidió que un paseo a caballo por el parque sería
lo mejor para aclararse la cabeza. Se fue con su montura preferida por Hyde Park y se
dirigió hacia Rotten Row. Iba galopando a paso rápido cuando vio a una dama,
acompañada por un mozo, que se aproximaba en dirección contraria. Redujo la
marcha para dejarla pasar, pero ésta tensó las riendas y lo saludó efusivamente.
—Bathurst, ¿dónde te has metido todos estos días? Te he echado de menos.
—Buenos días, condesa —dijo Gabriel quitándose el sombrero—. Estaba
pensando visitarla, pero los negocios me han ocupado gran parte de tiempo.
Lady Leslie, condesa de Barrow, colocó su caballo junto al de Gabriel.
—¿Por qué eres tan formal, Gabriel? Después de todo, somos antiguos e íntimos
amigos.
—Así es, Leslie. Discúlpame por no visitarte a mi retorno del campo. Permíteme
remediarlo. ¿Está tu marido contigo en Londres?
Los negros ojos de Leslie chispearon maliciosamente.
—El pobre Barrow sufre un ataque de gota y se ha quedado en el campo. No
deseaba que yo me perdiera la Temporada, y me ha animado a que viniera a
ocuparme de nuestra casa de la ciudad hasta que él pueda reunirse conmigo. ¿Puedo
esperarte esta noche?
—Esta noche tengo que acompañar a mi abuela y a sus invitadas, pero puedo
verte más tarde, si te parece bien.
—Te esperaré, Bathurst. Será exactamente igual que en los viejos tiempos,
¿verdad, querido? Circulan rumores de que ya no estás comprometido. Confío en
que sea verdad.
—Mi prometida se hizo atrás —contestó Gabriel escueto—. Estoy soltero y libre.

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Leslie le dirigió una deslumbrante sonrisa.


—Espléndido. Hasta esta noche pues —dijo con afectación mientras seguía su
camino.
Gabriel prosiguió su marcha preguntándose por qué no se sentía eufórico ante
la perspectiva de acostarse con una amante tan experta como la condesa.

—¿Qué dice que ha hecho? —exclamó Olivia horrorizada—. ¡Oh, milady, no


debería!
—¿Y por qué no? —inquirió lady Patrice—. ¿Qué mal había en pedirle a
Bathurst que nos acompañe a Almack's? Ya es hora de que asumas tu papel en
sociedad. Como patrocinadora de Almack's, estoy en perfecta situación de asegurar
tu lugar en la buena sociedad. Los vestidos que encargaste para Alma y para ti han
sido entregados, de modo que no existe razón para demorarlo más. Ya has estado
oculta demasiado tiempo, por así decirlo.
—No puedo creer que Bathurst accediera —comentó Olivia agitando la cabeza
incrédula—. Él dejó clarísimo que no deseaba tener nada que ver conmigo.
—Soy su abuela, muchacha. Y le he pedido algo sencillo.
Confiaba en que lady Patrice no estuviera haciendo de casamentera. No había
esperanzas para Gabriel y para ella. Olivia misma se había ocupado de que así fuera
cuando se desdijo de su boda y utilizó a Palmerson como razón para ello. Bien, una
vez que se marchara de casa de lady Patrice, no vería mucho a Gabriel.
El señor Culpepper había obrado un milagro. Había conseguido comprar la
casa de la familia Sefton de manos de quienes habían sido sus propietarios hasta
entonces. El anciano vizconde Conners y su esposa habían estado considerando
retirarse a su casa del campo, y la oferta de Culpepper había llegado en un momento
oportuno. El trato se había cerrado, y Olivia y su tía regresarían a su antiguo hogar
muy pronto. Aún era más emocionante el hecho de que Neville, al haber completado
ya sus estudios en la universidad, en breve se reuniría con ellas.
A medida que se aproximaba la hora de llegada de Bathurst, Olivia consideró
echarse atrás. Lo único que la contuvo de obrar así fue su orgullo. No permitiría que
la ira de Bathurst hacia ella la destruyese, ni tampoco que su amor no correspondido
la destrozase.
Bathurst llegó puntualmente a las nueve. Olivia se detuvo en lo alto de la
escalera admirándolo desde lejos mientras él saludaba a su abuela. No podía apartar
la vista de él. Estaba magnífico con un frac de terciopelo color ciruela que se ceñía
perfectamente a su torso y sus anchos hombros, y sus calzones de color beige que
destacaban las líneas de sus poderosos muslos. Su pañuelo de seda blanco era una
obra de arte y su chaleco de satén dorado pálido estaba elegantemente bordado en su
parte frontal. Adornos de encaje caían en cascada por la parte delantera de su camisa
y de sus mangas.
Él sonrió ante algo que dijo lady Patrice y a Olivia le dio un vuelco el corazón.
Luego, él miró hacia arriba y la vio.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Gabriel trató de no mirarla, pero sus ojos se negaron a apartarse de ella.


Siempre le había parecido hermosa, pero aquella noche estaba absolutamente
imponente, con un brillante vestido plateado bordado de pequeños cristales y de
escote bajo, destacando así sus magníficos senos y sus hombros. Su bruñido cabello,
recogido en lo alto de la cabeza en flojos bucles, estaba adornado asimismo con
cristales que destellaban a la luz de las velas. Parecía una diosa, y él había adorado
cada glorioso centímetro de aquel hermoso cuerpo.
Gabriel desechó esos excitantes pensamientos e, inconscientemente, se esforzó
por reprimir su repentina y mal recibida excitación. Olivia parecía deslizarse por la
escalera, y cuando la abuela se volvió para saludar a su encantadora huésped, el
marqués se vio obligado a reconocer su presencia.
—Lady Olivia —dijo fríamente mientras ella se reunía con el grupo.
—Lord Bathurst —replicó ella.
—¿Dónde está la querida Alma? —preguntó lady Patrice.
—No se siente muy bien —repuso Olivia preocupada—. La tía raras veces está
enferma, por lo que me ha sorprendido cuando se ha quejado de un espantoso dolor
de cabeza.
—¡Oh, no! —exclamó la marquesa viuda—. Me he vuelto terriblemente
dependiente de tu tía. No me siento cómoda dejándola sola si no está bien.
—Estoy de acuerdo con usted —repuso Olivia—. Vaya usted con Bathurst. Yo
me quedaré con mi tía.
—Ni hablar —replicó la abuela—. Yo misma me quedaré con Alma. Bathurst
puede acompañarte, tal como estaba planeado.
—Vas demasiado lejos, abuela —gruñó Bathurst.
—Tonterías. Además, Olivia no debe perderse su presentación. Se sentiría muy
defraudada.
Gabriel enarcó las cejas sarcástico. La mirada de horror del rostro de Olivia
decía algo completamente diferente. No deseaba estar sola con él, lo mismo que él no
deseaba estar solo con ella.
—Lord Bathurst tiene razón, milady —comenzó la joven—. Él no está obligado
a acompañarme a ningún lugar y, además, ir sola con él hará que empiecen las
habladurías. Ya ha habido bastantes sobre nosotros hasta ahora. ¿Ha olvidado el
anuncio del compromiso que publicó en el periódico antes de que nos fuésemos de
Londres? La gente pensará que aún somos pareja.
—¿Y qué hay de malo en ello? —resopló lady Patrice—. Puesto que Gabriel está
tan ansioso por evitar el matrimonio, estar contigo lo protegerá de las mamas
casamenteras.
—Esto no funcionará, abuela —replicó Gabriel—. Mis amigos ya saben que el
compromiso está roto, y en estos momentos probablemente sea de conocimiento
público.
La abuela agitó una mano quitándole importancia.
—Eso da igual. Deja que la buena sociedad hable. Ahora marchaos y pasadlo
bien. Yo debo ir con la querida Alma y asegurarme de que está cómoda.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Gabriel apretó la mandíbula mientras miraba a la anciana dama subir


lentamente la escalera ayudada por un lacayo y su bastón. ¿Por qué le estaba
haciendo aquello? Dudaba seriamente que lady Alma estuviera enferma. Sospechaba
que era un complot que habían urdido las dos mujeres para dejarlos a él y a Olivia
solos. ¿Qué parte habría tenido Olivia en aquel execrable plan?
—Supongo que estarás contenta —se quejó Gabriel.
Olivia se enojó.
—¿Estás insinuando que esto ha sido obra mía?
—¿Y no lo es? ¿Está tu tía realmente mal?
—No tengo razones para dudar de ello. ¿Estás buscando una excusa para no ir?
No me molestaría lo más mínimo si así fuera.
—Muchachos, no os entretengáis más —exclamó lady Patrice desde el
descansillo superior de la escalera—. Marchaos de una vez.
Briggs apareció con la capa de Olivia y abrió la puerta. Gabriel salió con ella al
frío aire de la noche y la ayudó a subir al carruaje. Olivia se deslizó al extremo más
alejado, asegurándose de que no se rozaban en absoluto, cuando Gabriel se sentó
también en el coche. Éste aspiró sin querer el perfume de la joven, que llenaba el
reducido espacio con un sensual aroma que exacerbaba sus sentidos. Era consciente
de la presencia de ella como nunca antes.
¿Qué diablos iba mal en él?
Se atrevió a dirigirle una furtiva mirada y advirtió que ella parecía tan
incómoda como él. Movía sin parar las enguantadas manos sobre su regazo mientras
miraba hacia afuera por la ventanilla.
—A mí, esto me gusta tan poco como a ti —gruñó Gabriel.
—Lo siento —dijo Olivia, sin parecer en absoluto contrita—. Díselo a tu abuela,
no a mí.
—¿Durante cuánto tiempo te propones aprovecharte de la hospitalidad de mi
abuela?
—No temas, mi tía y yo vamos a trasladarnos muy pronto a nuestra nueva casa.
Cuando nos fuimos de Bathurst Park, queríamos ir a un alojamiento temporal pero
tu abuela no quiso ni oír hablar de ello. Como bien sabes, es bastante terca. Y
tranquilízate, no me estoy aprovechando de ella en ningún sentido.
Gabriel apretó firmemente la mandíbula y trató de ignorar a la mujer que hasta
el momento lo había conmovido más que ninguna. Antes de que Olivia le dejara por
Palmerson, incluso se había convencido de que experimentaba profundos
sentimientos por ella, de que realmente deseaba casarse con ella.
Sombríos y complejos pensamientos daban aún vueltas en su mente, cuando el
carruaje llegó a Almack's. Sin decir palabra, Gabriel ayudó a Olivia a apearse del
coche y la acompañó hasta la puerta. Un lacayo los hizo pasar al interior. Bathurst
observó cómo ella miraba la sencilla elegancia del vestíbulo. La condujo por la
escalera hacia el piso superior, flanqueado a ambos lados por salas de juego, que
también se utilizaban para cenas y banquetes, y de allí directamente a la sala de baile.
La encantada expresión de Olivia impulsó a Gabriel a preguntarle:

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—¿No habías estado nunca antes en Almack's?


—No, es la primera vez. Tras la... escandalosa muerte de mi padre no encontré
ninguna patrocinadora, por lo que siempre tuve prohibida la entrada.
Gabriel levantó la mirada hacia el blanco techo que se remontaba nueve metros
por encima de sus cabezas, e imaginó lo que debía de parecerle a alguien que nunca
había estado antes allí ni visto sus paredes, de color verde pálido, con molduras de
color crema decoradas con tallas y medallones, así como los enormes ventanales en
forma de arco. En las paredes, se alineaban los bancos, y una elevada pérgola para
los músicos dominaba un extremo de la sala de bañe.
Cuando ellos entraron, el silencio se hizo entre la multitud. Gabriel no sabía si
era debido a las habladurías que circulaban o a causa de la deslumbrante belleza de
Olivia. Sospechó que un poco de todo. La presentó a una de las patrocinadoras y
luego la acompañó a un banco.
—¿Quieres tomar alguna bebida?
—No tienes que cortejarme, Bathurst, sé lo que sientes hacia mí.
—¿Sí? ¿Realmente lo sabes?
Ella lo miró inexpresiva, pero su posible respuesta quedó interrumpida cuando
un grupo de potenciales pretendientes convergieron en ellos.
—Tú has tenido tu oportunidad, Bathurst. Ahora es la nuestra —dijo uno de los
dandis apartándolo de un codazo—. ¿Me concede el honor de un baile, lady Olivia?
—¿Y a mí? —preguntó a su vez un hombre en quien Gabriel reconoció a un
famoso derrochador.
—¿Dónde tiene su carné de baile? —preguntó otro.
—¡Caballeros!, ¿dónde están sus modales? —los regañó Gabriel—. Estoy seguro
de que lady Olivia les favorecerá a todos y cada uno de ustedes si aguardan el
momento oportuno. Sin embargo, el primer baile me corresponde a mí. —Le tendió
la mano—. ¿Bailamos?
Olivia parecía insegura, pero Gabriel no le dio tiempo a protestar mientras la
conducía hacia la pista. La orquesta estaba interpretando un vals, uno
particularmente preferido por él. Puso la mano en la cintura de ella y la hizo girar
siguiendo los pasos.
—De modo que ya comienza —dijo el marqués fríamente—. Ahora que eres
una heredera, no te faltarán pretendientes. Escoge sensatamente, Livvy. Aléjate de
hombres como Palmerson y los de su calaña. Por ejemplo, lord Fordham es adicto al
opio, y a lord Brandon le gusta tener múltiples compañeras, pero necesita casarse con
una heredera para llenar las arcas familiares.
—Encuentro bastante divertidos tus consejos siendo como eres un reconocido
libertino y un mujeriego —arremetió Olivia—. No pienso casarme nunca.
Él dejó escapar una sarcástica risa, pero el baile concluyó antes de que pudiera
responderle con palabras. Acompañó a Olivia fuera de la pista y la dejó rodeada por
un grupo de admiradores. Se apoyó en una columna y observó cómo se ponían en
ridículo por ella. Se oprimió las sienes con las puntas de los dedos, ante el inicio de
una jaqueca que empezaba a despuntar detrás de sus ojos. Era doloroso mantenerse

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

al margen, mientras hombres hechos y derechos se arrojaban a los pies de Olivia; en


especial, cuando todos ellos la habían menospreciado en otro tiempo por su edad y
su falta de dote.
—Parece como si necesitaras a un amigo.
Gabriel forzó una sonrisa.
—¿Desde cuando Almack's es tu estilo, Braxton?
—Pensé echar una mirada a la nueva cosecha de debutantes. Westmore anda
también por aquí. Le pedí que me acompañara. Ah, ahí está —señaló Ram—. Lady
Crabtree y sus dos hijas lo han arrinconado. Pobre bastardo. ¿Y qué estás haciendo tú
aquí?
—La abuela me coaccionó para que las acompañara a ella y a sus huéspedes
esta noche.
—No veo a tu abuela entre este gentío.
—No está aquí.
Ram le dirigió una perpleja mirada.
—Entonces, quién... Oye, ¿no es esa lady Olivia, rodeada por un grupo de
admiradores?
—Es sorprendente lo que el dinero puede hacer por la popularidad de uno —
replicó Gabriel.
—Pareces celoso, viejo amigo. ¿Ha venido con Palmerson?
Gabriel, disgustado, profirió un resoplido.
—Vuelve a probar. Al parecer, entre ellos todo ha terminado.
A Ram se le desorbitaron los ojos.
—Entonces, ¿quién...? ¡Maldición, ha venido contigo! ¿Estás loco? Esa mujer
constituye una amenaza mayor para tu soltería de lo que sospechaba.
Gabriel puso los ojos en blanco.
—No sabes de la misa la mitad.
—Me gustaría escuchar tu historia pero tendrá que ser en otro momento. Si
deseo conservar su amistad, debo rescatar a Westmore de esa bruja y de sus dos
retoños devoradores de hombres.
Gabriel devolvió su atención a Olivia. Ahora estaba bailando con lord Fordham.
Gabriel se estremeció interiormente mientras el aristócrata la estrechaba más contra
sí de lo adecuado.
Un atisbo de perfume familiar y una voz sensual próxima a su oído desviaron
su atención de Olivia hacia la mujer que se le había acercado furtivamente mientras
él tenía la mente ocupada.
Lady Leslie deslizó su brazo bajo el de Gabriel y le sonrió con los ojos
chispeando maliciosamente.
—Hola, querido. ¿Sorprendido de verme?

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 18

Olivia sonreía y decía las palabras oportunas a sus compañeros de baile, pero su
corazón no estaba allí. Una y otra vez, su mirada retornaba a Gabriel. Parecía estar
sosteniendo una columna en un borde de la pista de baile, mirándola con los ojos
entornados. Ella frunció el cejo cuando le vio frotarse las sienes, y se preguntó en qué
estaría pensando. La siguiente ocasión en que lo miró, estaba profundamente
enfrascado en una conversación con lord Braxton.
—¿Puedo visitarla mañana, lady Olivia? —le preguntó lord Fordham mientras
tensaba la mano en su cintura atrayéndola aún más cerca de su sudoroso cuerpo.
—No creo...
—Tal vez entonces usted me honraría permitiéndome que la condujera a pasear
por el parque en mi nuevo faetón —prosiguió Fordham alegremente.
—Lo siento, pero mañana estoy ocupada.
Tras una breve pausa, él cambio de tema, sorprendiendo a Olivia con su
franqueza.
—Permítame felicitarla por su buena suerte. Tengo entendido que acaba de
heredar una fortuna.
—Gracias. Mis abuelos fueron en extremo generosos.
La respuesta de Fordham, si es que la hubo, se perdió para Olivia cuando ésta
miró a Gabriel y vio junto a él a una dama encantadora que reconoció como lady
Leslie Barrow. La sonrisa que le dedicaba la condesa era tan íntima, tan llena de
promesas, que Olivia tuvo que desviar la mirada. Cuando se atrevió a mirar de
nuevo, Gabriel conducía a la dama a la pista de baile.
La intuición le hizo comprender a Olivia que Gabriel y lady Leslie eran
amantes, o que lo habían sido en algún tiempo. De pronto, el esplendor de Almack's
y todo lo que representaba se convirtieron en nada. Lady Leslie era una mujer
casada. No representaba ninguna amenaza para el estatus de Gabriel como soltero
recalcitrante, a diferencia de Olivia, que de convertirse en su esposa, podía ser un
impedimento para su hedonista modo de vida. Al ver cuan fácilmente Gabriel caía
en los brazos de otra mujer, sintió que le zumbaba la cabeza.
—¿Sucede algo malo, milady? —le preguntó Fordham educadamente—. Se ha
puesto pálida. Tal vez le iría bien respirar un poco de aire.
Sí, necesitaba aire desesperadamente.
—Gracias, milord. Aire fresco es exactamente lo que necesito.
Si Olivia hubiera advertido la satisfecha sonrisa de Fordham mientras la guiaba
hacia la terraza, se hubiera excusado.
Pero la única persona que la percibió fue Gabriel.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Cuando Olivia y Fordham salieron por las puertas cristaleras, sólo había otras
dos parejas paseando por la terraza. Una de ellas regresó a la sala de baile y la otra
descendió por la escalera hacia el jardín, dejando a Olivia sola con Fordham. Ella
inspiró profundamente el húmedo aire de la noche, deseando estar en cualquier otro
sitio que no fuese aquél. Le preocupaba poco la sociedad y la gente que la habían
ignorado cuando era una soltera sin dinero, y le importaban un comino los cazadores
de fortunas que ahora reclamaban su atención.
Se estremeció sin darse cuenta.
—¿Tiene frío? —preguntó Fordham. Con habilidad la rodeó con un brazo y la
atrajo hacia sí—. Permita que le dé calor, lady Olivia. Tengo entendido que Bathurst
es un amante excepcional, pero yo no carezco de virtudes. —La guió hacia la escalera
—. Hay una pérgola en el jardín. Allí nadie nos molestará.
—Suélteme, milord —le ordenó Olivia—. ¿Cómo se atreve a insinuar que
Bathurst y yo... que nosotros...?
Se interrumpió al darse cuenta de repente de que Fordham tenía información
de primera mano de su relación con Gabriel porque era uno de los hombres que los
habían sorprendido en La Liebre y el Sabueso.
—No represente el papel de virgen recatada conmigo, Olivia. Necesita un
marido que le dé respetabilidad, y a mí no me importa tener a una mujer
experimentada en mi lecho.
—¿No le importa tener una rica y experimentada esposa? —replicó Olivia—. Ya
ha dicho usted bastante, milord. Será mejor que regrese a la sala de baile antes de que
Bathurst advierta mi ausencia.
—Creí que Bathurst y usted habían acabado. Lo he visto hablar con una de sus
antiguas amantes antes de que saliéramos. Sé muy bien que él no es de los que se
casan. En cambio, yo estoy muy dispuesto a encadenarme a su dinero.
La atrajo hacia sí y trató de besarla, pero Olivia se resistió. Golpeándole el
pecho con los puños trató de apartarlo de sí. Entonces, de repente desapareció, y en
su lugar surgió Gabriel. Miró en torno y vio a Fordham tendido a sus pies.
Bathurst le dio un golpecito con el pie.
—La dama no está dispuesta, Fordham. Le sugiero que busque a alguien que
reciba mejor sus proposiciones.
Fordham retrocedió rápidamente hasta alejarse del alcance de la bota de Gabriel
y se levantó vacilante.
—¿Por qué no ha dicho que seguía interesado en ella? De haberlo sabido, no me
hubiese entrometido.
Dirigió a Olivia una mirada acusatoria y se escabulló.
—Confié en que serías lo bastante juiciosa como para separar la paja del grano
—dijo Gabriel—. Fordham es uno de los peores. ¿Qué te ha impulsado a salir fuera
con él?
La joven le dirigió una mirada incendiaria.
—Necesitaba aire fresco. Y si no te importa, me gustaría irme a casa.
Gabriel enarcó las cejas.

- 197 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—¿Tan temprano? ¿No deseas quedarte al bufé de medianoche?


—Si tú no estás dispuesto a marcharte, envíame a casa en tu coche —replicó
Olivia—. El bufé de medianoche no me tienta.
—Ni a mí —reconoció Gabriel—. Almack's es famoso por servir alimentos
excepcionalmente malos y bebidas aguadas. Te acompañaré a casa.
—¿Y qué hay de lady Leslie?
Gabriel se envaró.
—¿Qué pasa con ella?
—Nada. Tu larga lista de amantes no me interesa. Sé que han sido incontables
antes de mí, y estoy segura de que habrá muchas más después de que yo sea
olvidada. ¿Nos vamos?
Ansiosa por irse, Olivia se abrió paso entre la multitud. Gabriel la seguía de
cerca. Ella podía sentir las miradas fijas en ambos, y supuso que la gente sentía
curiosidad por su relación. Casi había alcanzado la puerta, cuando lady Leslie se
interpuso en su camino.
—Lady Olivia, felicidades por su buena suerte. Supongo que no tardará en
anunciarnos su compromiso. Es sorprendente lo que una herencia puede hacer con
una soltera sin muchas perspectivas. —Agitó una mano despectiva—. Los hombres
son criaturas patéticas. Sin embargo, hay excepciones —añadió dirigiendo a Gabriel
una sonrisa seductora.
—Por favor, discúlpeme, milady —dijo Olivia rodeándola—. No me siento bien.
—Perdóneme por retenerla. No me había dado cuenta. —Lady Leslie dio unos
golpecitos a Gabriel en el hombro con su abanico y dijo en tono lo bastante alto como
para que Olivia la oyera—: No me hagas esperar, Bathurst. Tengo algo especial en
mente para nosotros esta noche.
Gabriel alcanzó a Olivia.
—¿Te sientes de verdad mal, Livvy?
En realidad, Olivia se sentía mareada. Tenía el estómago alterado y la cabeza le
daba vueltas, pero su estado de su salud no era asunto de Gabriel. No hacía falta ser
un genio para saber que él había planeado una cita con lady Leslie aquella noche.
—Ahora sí.
Un lacayo le entregó a Olivia su capa. Gabriel se la colocó sobre los hombros y
la acompañó hasta el coche. Se detuvo para intercambiar unas palabras con Jenkins y
luego la ayudó a subir y se sentó junto a ella.
—Estás disgustada —le dijo.
—En absoluto —negó—. ¿Por qué debería estarlo?
—Quizá lo que ha dicho Leslie ha podido molestarte.
—Tú y yo no tenemos una relación, Gabriel. Te conozco y sé lo que eres, no
puedes permanecer mucho tiempo sin una mujer. No soy quién para juzgarte a ti ni
tus costumbres.
—Si recuerdo correctamente, y creo que sí, disfrutabas con algunas de mis
costumbres.
A Olivia se le encendieron las mejillas.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—¿Por qué sacas eso a colación?


La luz de la lámpara volvía luminosos los ojos de Gabriel, cálidos, tranquilos,
seductores. Por un breve instante, a Olivia le pareció ver en ellos un diminuto
chispazo de vulnerabilidad y necesidad, pero fue tan fugaz, que creyó que lo había
imaginado. Pero lo que no fueron imaginaciones de ella fue su nombre en labios de
él, ni sus manos echándola hacia atrás sobre el asiento de cuero mientras la besaba.
Una oleada de excitación recorrió sus venas echando abajo su resistencia. El
familiar y querido sabor de él llenó sus sentidos, y Olivia le devolvió el beso. Cuan
necia había sido al pensar que su voluntad era más firme que la pasión que sentía por
aquel hombre. La lógica desapareció dejando que la guiara el instinto. Los latidos de
su corazón compitieron con los lujuriosos sonidos de su jadeo y el crujido de los
asientos de cuero mientras Gabriel la ponía a horcajadas sobre él.
Le desabrochó el vestido y se lo bajó dejando sus senos al aire.
—¿Qué estás haciendo? —exclamó ella.
—Lo que he estado deseando hacer toda la noche —gimió Gabriel mientras su
húmeda y cálida lengua se apoderaba de su pezón—. Ver a todos esos hombres
poniéndote las manos encima me ha vuelto loco de celos.
Olivia sofocó un grito y dejó escapar un lento y agitado suspiro. ¿Acababa
Gabriel de decir que estaba celoso? Imposible. Sus pensamientos se desvanecieron
cuando él le mordió suavemente el pezón ahuyentándolo todo de su mente salvo lo
que estaba haciendo. Olivia enredó los dedos entre sus negros cabellos, arqueó la
espalda y le ofreció más de sí misma mientras él probaba el otro seno. Ella aspiró
profundamente cuando él deslizó las manos bajo su falda y sobre sus muslos.
Olivia hizo acopio de la poca fuerza de voluntad que le quedaba y rogó:
—Gabriel, debemos detenernos. No podemos hacer esto. Es indecente.
—¿Qué va a detenernos?
—El sentido común.
Por desdicha, el sentido común salió volando por la ventanilla cuando Gabriel
la cogió y la depositó en el asiento de enfrente. Él esbozó una semisonrisa mientras la
oprimía contra los cojines de cuero y se arrodillaba ante ella.
—¡Gabriel...! ¿Qué...?
—No me detengas, Livvy. Los dos lo deseamos.
Con un suave gemido, ella cerró los ojos y se entregó a la ansiosa necesidad que
Gabriel había creado en su interior. Le subió la falda hasta las caderas, le abrió las
piernas y se colocó entre ellas. Olivia se asió con desesperación a las agarraderas de
cuero de ambos lados del carruaje mientras Gabriel la acariciaba con las manos y la
lengua. Ella levantó las caderas y se movió con él, notando que se quedaba sin
fuerzas ante el denso ambiente que habían creado dentro del vehículo. La tensión
crecía. Olivia se sintió acelerada, con la sangre y la cabeza palpitantes. Conservaba
apenas unos restos de cordura.
Él se apartó tan bruscamente que Olivia lo asió por los hombros para
mantenerlo en su sitio.
—¡No! ¡No pares!

- 199 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Su voz sonó estremecida, llena de necesidad.


—No puedo esperar. He de tenerte ahora —contestó él.
—Tu cochero nos oirá.
Pero Gabriel se levantó, la recostó en el asiento y se colocó sobre ella.
—Jenkins es discreto. Le he dado instrucciones para que dé vueltas por el
parque una o dos veces.
—¿Habías planeado esto?
—En realidad, no. Pero había pensado que sería una buena oportunidad para
que hablásemos. —Se encogió de hombros—. Pero ahora, hablar es lo único que no
deseo hacer.
—Deberíamos detenernos ahora mismo, Gabriel. Lady Leslie te está esperando.
—Prefiero tenerte a ti.
—Yo no seré tu ramera.
—Podrías haber sido mi esposa.
La réplica de Olivia se quebró en su garganta cuando el sexo de Gabriel se
impulsó audazmente entre sus muslos. Sintió su dureza y su necesidad, y su núcleo
palpitando de expectación.
—Ábrete para mí, Livvy.
Ella deseaba resistirse, negar su anhelo, pero aquélla era probablemente la
última vez que haría el amor con Gabriel. Cuando él hubiera desaparecido de su
vida, Olivia sabía que no volvería a amar a nadie, que nunca desearía a un hombre
como lo deseaba a él. ¿Por qué no dejar que le hiciese el amor por última vez? Sus
piernas se abrieron y Gabriel se deslizó entre ellas.
El carruaje rebotó, las ruedas traquetearon y los cascos de los caballos
repiquetearon contra el camino; Olivia no oyó nada más que la violenta mezcla de
sus alientos y el latido de su corazón mientras Gabriel se deslizaba fácilmente en su
impaciente calidez. Él estaba tan excitado, tan henchido, que se sintió profundamente
consumida de deseo. La fricción de su húmedo interior apoderándose de su excitado
miembro los hizo enloquecer a ambos. Ella sintió los estremecimientos que le
agitaban a él y sus propios estremecimientos rivalizando con los suyos en intensidad.
Vio la mueca de placer en el hermoso rostro del noble y se sintió perdida.
Prendida en el apasionado frenesí que sentía en él, se arqueó para recibir sus
profundas acometidas. El corazón de Gabriel retumbaba contra el suyo, mientras él
se sumergía profundamente, agitándola con la intensa fuerza de sus impetuosas
acometidas. Su ira había desaparecido, todo relegado al olvido salvo la desesperada
necesidad que se abría paso en su interior. Cerró los ojos contra la creciente marea de
emociones y se dejó transportar por sus sentidos.
—Mírame —gruñó ásperamente Gabriel en su oído—. Deseo que recuerdes
esto, que nos recuerdes, que recuerdes lo que pudo haber sido si el destino hubiera
sido benévolo con nosotros.
Su ronco susurro obligaba al acatamiento. Los rasgos de él expresaba un control
tensamente contenido. Los tendones de su cuello destacaban tirantes y su cuerpo
estaba rígido. Sumergida en su propio clímax, Olivia era sólo vagamente consciente

- 200 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

de que Gabriel aún no se había retirado de ella.


Una llamarada la incendió, y se sintió poseída, devorada entera por la pasión.
El agitado empuje de las caderas de Gabriel la llevó a alturas inimaginables. Su
mente se cerró. Toda ella se convirtió sólo en un manojo de puras terminaciones
nerviosas, cada una de ellas chisporroteando de excitación. Entonces dejó que su
cuerpo tomase el mando y se entregó al placer. Vagamente, sintió que Gabriel
deslizaba las manos para asir sus nalgas, levantándola, y el ardor bullente de sus
cuerpos los unió. Le oyó pronunciar su nombre y sintió el torrente cálido de su
simiente dentro de ella. Cerró las piernas en torno a él y lo condujo al olvido.

Gabriel se retiró bruscamente y se desplomó sobre Olivia, furioso consigo


mismo por haber perdido el control. Por segunda vez durante su tumultuosa
relación, había seguido dentro de ella hasta el fin. Se abrochó apresuradamente la
ropa murmurando una sarta de maldiciones. La mayor parte de su vida adulta había
evitado lo que acababa de suceder esa noche. La única y más importante razón para
su resistencia a casarse con Olivia era su incapacidad de controlarse cuando le hacía
el amor. Tener un hijo sería desastroso. Ella nunca le perdonaría si un hijo de ellos
acabara estando... Dios, ni siquiera podía pronunciar la palabra. Si su falta de
contención engendraba una criatura, jamás se lo perdonaría. Aquella noche
confirmaba lo que él había sabido en todo momento: que no podía confiar en sí
mismo estando con Olivia. Por fin estaba dispuesto a admitir que ella significaba
para él algo más que un cuerpo caliente en su lecho.
Esa revelación lo hizo detenerse en seco... Era como si él... ¡Malditos infiernos!
¿Podía ser? ¿Podía él realmente amar a Olivia? ¿Era de eso de lo que se trataba? No
era de extrañar que fuera tan peligrosa para él. Gimiendo, se cubrió la cara con las
manos.
—¿Qué sucede, Gabriel?
Apartó las manos y la miró, con el dolor reflejándose en sus ojos.
—Sabes lo que ha sucedido tan bien como yo. Puede que te haya dejado
embarazada. No sé qué me ha pasado: no suelo ser tan descuidado. Te pondrás en
contacto conmigo si te he dejado encinta, ¿verdad?
Olivia apretó los labios y comenzó a ponerse bien la ropa sin contestar. Sus
movimientos eran bruscos, casi furiosos, y él comprendió que la había herido de un
modo que ella nunca le perdonaría. Repasando sus palabras, se maldijo a sí mismo
por no haberle dicho que si estaba embarazada se casaría con ella.
No pretendía herirla. Sus sentimientos eran confusos, sus emociones tan
instintivas que no podía pensar correctamente. Hacerles el amor a las mujeres era
natural en él, pero estar enamorado, era algo completamente nuevo y aterrador.
Había creído que deseaba casarse con Olivia para evitar que ella siguiera
actuando fuera de la ley y para paliar su culpabilidad tras haberle disparado.
¿Cuándo y cómo habían entrado en juego sus emociones?
—Lo siento, Livvy. Yo no...

- 201 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Tal vez deberías decirle a Jenkins que me devuelva a casa de tu abuela —


replicó Olivia cortando su incipiente frase—. No deseo retrasarte en tu cita con lady
Leslie.
Él no reconoció el nombre.
—¿Con quién?
Olivia lo miró fijamente.
—Estás raro, ¿qué te pasa Bathurst? ¿Te sientes mal?
—Podría decirse que sí —repuso Gabriel mientras golpeaba el techo del coche.
¿No era la locura una enfermedad?
Mirando malhumorado por la ventanilla, Gabriel comprendió que la negrura de
la noche no podía compararse con su negrura interior. Hubiera sido mucho mejor no
haber sabido lo que sabía su hermano. La ignorancia era la felicidad. Cómo deseaba
no ser hijo de su madre. Si por lo menos... Pero él sabía la verdad y había cosas que
no podía cambiar aunque lo deseara.
Consciente de que Olivia lo estaba mirando, Gabriel dijo:
—Perdóname, Livvy. Nunca he tenido intenciones de herirte, pero hay algo que
debes saber acerca de mí. Algo que nunca le he contado a nadie.
Olivia lo miró inescrutable.
—No tienes por qué contarme tus secretos, Gabriel.
—Pero lo haré. Después de esta noche, no me queda más remedio. Ésta es la
segunda vez que te doy mi simiente. Puede que te haya dejado embarazada de un
hijo mío.
Olivia pareció alarmada.
—¿Qué estás tratando de decirme? ¿Tienes alguna clase de enfermedad? De ser
así, ésta no resulta evidente.
—No sé si eso va a durar demasiado —empezó Gabriel—. Cualquier día puedo
sucumbir a la locura. Es cosa de familia. Sospecho que mi hermano se suicidó
ahogándose porque vio señales de ello en sí mismo. Si me sucediera a mí, obraría de
igual modo. Ned fue inteligente al no darle un hijo a Cissy. Tener descendencia sería
trágico. Ésa es la razón de que haya tratado de tomar precauciones cuando hacíamos
el amor.
Olivia se lo quedó mirando como si acabaran de brotarle cuernos.
—¿Cómo sabes que la locura está presente en tu familia? Tu abuela es por
completo sana mentalmente.
—La rama paterna de la familia no es la afectada. Se trata de la materna. Mi
madre estaba totalmente loca cuando se arrojó por una ventana suicidándose, lo
mismo que su madre antes que ella. Mi padre la amaba demasiado como para
internarla en Bedlam cuando su locura fue ya evidente. Tenía momentos lúcidos,
pero en general la recuerdo como una frágil alma en pena que ni siquiera podía
recordar los nombres de sus hijos.
—¿Lo sabe tu abuela?
—No lo creo. Ella estaba en el extranjero durante aquellos años en que mamá
estuvo enferma. Por entonces, el abuelo era embajador en España. No estoy seguro

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

de que mi padre le contase a mi abuela la verdad sobre mamá, y ella es ahora


demasiado frágil para decirle que es probable que su nieto enloquezca en un futuro
próximo.
La incredulidad impregnó las palabras de Olivia.
—Si tu madre estaba tan enferma, ¿cuándo te contó todas estas cosas?
—Como te digo, tenía momentos lúcidos. Poco después de que mi padre
muriese, llamó a Ned a su habitación y le contó la historia familiar. Le aconsejó que
no tuviera hijos y que dejara extinguirse la familia con él. Al día siguiente, se arrojó
por la ventana matándose.
—¿Por qué se lo dijo a Ned y a ti no?
Gabriel se encogió de hombros.
—¿Quién sabe cómo funcionaba su mente? Supongo que pensó que Ned me lo
diría a mí, lo que naturalmente hizo. Yo no deseaba quedarme allí tranquilamente
sentado aguardando que me sobreviniera la locura, por lo que huí. Sentía tal
aversión que deseaba no volver nunca a nuestra casa solariega. Compré una
comisión en el ejército y luché en la Península. La muerte de Ned me reportó un
título y responsabilidades que no deseaba. Tuve que regresar a Londres y entonces
decidí vivir mi vida a fondo.
«Mujeres, bebida, juego y libertinaje; encontré mi puesto entre los granujas y los
crápulas y fui bastante feliz. Pero entonces apareciste tú y cambiaste mi vida de
arriba abajo.
Sorprendida por la confesión de Gabriel, Olivia no podía encontrar palabras
para consolarle. Él era tan sensato, tan dueño de sí, que no podía creer que pudiese
acabar loco como su madre.
—¿Cómo perturbé el orden de las cosas?
Gabriel parpadeó y desvió la mirada.
—¿Necesitas preguntármelo?
—Deseo saberlo, Gabriel.
«Dime que me amas», pensó.
—Olivia... —comenzó él mientras el carruaje rodaba hasta detenerse.
Ella nunca se enteró de lo que Gabriel iba a decirle, porque la puerta se abrió y
Jenkins desplegó los peldaños. La confusión pugnaba en su cabeza con la compasión.
Sentía vértigo tras la sorprendente confesión de Gabriel.
Se apeó del coche.
—Puedo ir sola hasta la puerta, Bathurst. Buenas noches.—¡Olivia, aguarda!
Acerca de esta noche... Me lo dirás, ¿verdad?
—Buenas noches, Gabriel —repitió ella.
Se recogió las faldas, corrió hacia la puerta, dio un golpecito e inmediatamente
le abrió un lacayo con ojos soñolientos. Olivia se detuvo en la puerta y miró por
encima del hombro. Lo que vio casi le destrozó el corazón. Gabriel permanecía rígido
junto al coche, con el rostro tenso por una emoción que ella no podía definir. Sofocó
un sollozo y le dio la espalda.
Gabriel no censuraba a Olivia porque le odiase. Él había tratado de retener su

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

simiente, pero había estado tan abrumado por el momento que había perdido el
control. Ahora era demasiado tarde para decirle que la amaba. Demasiado tarde para
decir que estaba apenado por el modo en que habían resultado las cosas. Habría
renunciado a su título y a todo lo que poseía con tal de ser cualquier otro...
cualquiera menos Gabriel Wellsby.

Olivia se despertó a la mañana siguiente con el estómago revuelto y dolor de


cabeza. Al sentarse en el lecho, le sobrevinieron unas repentinas náuseas y buscó el
orinal que tenía debajo de la cama. Justo a tiempo, porque vomitó todo lo que había
consumido durante las últimas veinticuatro horas. Debilitada y empapada en sudor,
apoyó la cabeza en las manos, preguntándose si el conocimiento de lo que Gabriel le
había contado sería lo que causaba su malestar. El pensar que pudiese traer al mundo
un hijo afectado de locura.
Pensó que no tenía tiempo para debilidades. Había mucho que hacer antes de
que ella y tía Alma se trasladaran a su nueva casa, y necesitaba fuerzas para seguir
adelante. Tanto si la historia familiar de Gabriel era cierta como si no, eso no suponía
ninguna diferencia. Él había escogido la clase de vida que deseaba vivir, y en ésta ella
no estaba incluida. Si él le hubiera dicho que la amaba se quedaría a su lado sin
importar nada más. Ahora que conocía su situación, podía haber aceptado no tener
hijos, si era eso lo que él deseaba. Podían haberse enfrentado juntos a los problemas,
pero él había escogido encararse solo con su destino.
Era muy probable que Gabriel escapara a la locura. Nadie sabía de cierto si su
hermano se había quitado la vida. La madre de Gabriel podía haber exagerado el
progreso de la enfermedad, o quizá no estaba tan lúcida como creían cuando había
confiado a Ned su secreto. ¿Por qué no había mencionado el padre de Gabriel la
enfermedad hereditaria antes de morir? Nada estaba claro salvo una cosa: Gabriel no
la amaba.
Se levantó con cuidado, se vistió y bajó a la sala matutina para desayunar con
Alma y lady Patrice. Ambas mujeres acogieron a Olivia efusivamente.
—¿Lo pasaste bien anoche? —le preguntó lady Patrice—. Te oí llegar. Era muy
tarde. Confío en que mi nieto se comportase.
—Lo pasé... estupendamente —tartamudeó Olivia.
—Toma un poco de pastel de riñón, querida —dijo Alma—. Está delicioso.
Olivia echó una mirada al alimento que había en el plato de Alma y se puso
mortalmente pálida. Sintió de nuevo el estómago revuelto y subirle la bilis a la
garganta y se puso en pie de un salto.
—Disculpadme —dijo.
Tuvo que marcharse precipitadamente.
—¿Hemos dicho algo que pudiese disgustarla? —preguntó lady Patrice—.
Confío en que Bathurst no hiciera nada que la ofendiera.
—Livvy se ha puesto completamente pálida —replicó Alma preocupada—. No
creo que se deba a nada que hayamos hecho o dicho. Discúlpame, Patrice, debo ir

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

con ella.
—Por supuesto.
Olivia estaba enjuagándose la boca cuando Alma entró en la habitación.
—¿Estás bien, querida?
—Estoy perfectamente, tía.
—Almack's es famoso por su deficiente comida. Anoche debió de ser peor de lo
habitual.
Olivia frunció el cejo.
—No comí ni bebí nada.
Alma le puso la mano en la frente.
—No tienes fiebre. ¿Te ha disgustado algo?
—Por favor, tía, no exageres. Tal vez una taza de té y una tostada me asentarán
el estómago.
Alma entornó los ojos.
—Se trata de Bathurst, ¿verdad? ¿Qué te ha hecho ahora?
—Por favor, tía, déjalo estar. No deseo hablar de Bathurst. ¿Bajamos y
tranquilizamos a lady Patrice acerca de mi estado de salud?
Antes de regresar a su habitación, Olivia consiguió tomarse dos tazas de té y
mordisquear una tostada sin que volviesen las náuseas. Con sus energías mermadas
se sentó en el borde de su lecho y recordó las cosas que Gabriel y ella habían hecho
en el carruaje y lo que él le había contado después.
Vivir sabiendo de su potencial locura y su consecuente y temprano
fallecimiento era algo que hubiese acabado con un hombre menos sólido que Gabriel.
Él en cambio había atrincherado su corazón contra el amor, evitado contactos
emocionales y cortado sus vínculos con el hogar de su familia porque no podía
soportar los recuerdos. Su grave situación producía en Olivia una profunda pena y la
hacía sentir enferma.
¿Lo bastante enferma como para sentir unas náuseas incontenibles a la vista de
los alimentos? ¿Tanto como para vomitar? Se removió incómoda, y rememoró la
primera vez que Gabriel no se había retirado a tiempo vertiendo su simiente en ella.
¿Cuánto tiempo hacía de eso?
Apartó ese pensamiento y prosiguió con otro. Era ridículo pensar que la locura
acechaba a Bathurst. Ella no lo creía ni por un momento, aunque evidentemente él
estaba convencido de ello. Ojalá conociera un modo de tranquilizarlo. Se preguntó si
lady Patrice tendría la clave. Valía la pena seguir pensando en ello.

El mareo de Olivia pasó y, a medida que transcurría el día, comenzó a sentirse


como siempre. El señor Culpepper le llevó el título de propiedad y las llaves de su
hogar, y Olivia no pudo aguardar para trasladarse a la casa que ella recordaba tan
entrañablemente de su juventud.
—Encontrará allí un equipo completo —le dijo Culpepper—. Los sirvientes de
los anteriores propietarios deseaban quedarse, de modo que me tomé la libertad de

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

contratarlos. Desde luego, si no son de su agrado, puede sustituirlos.


—Estoy segura de que funcionarán muy bien —repuso Olivia—. Peterson se
encargará de ello, y me propongo contratar también a la señora Hamilton, nuestra
antigua cocinera y ama de llaves, si es que ella está de acuerdo. Ahora mismo,
Peterson está tratando con ella del asunto. ¿Cuándo puedo instalarme?
—Mañana.
—¡Maravilloso! —exclamó Olivia batiendo palmas—. Neville estará muy
complacido.
Cuando el abogado se marchó, Alma y lady Patrice se reunieron con Olivia.
—Voy a echaros mucho de menos a ti y a la querida Alma —dijo Patrice
enjugándose una lágrima—. Os he tomado verdadero cariño. Confío en que me
visitaréis con frecuencia.
—Lo haremos tan a menudo como el tiempo lo permita. Gracias por habernos
hecho sentir bien recibidas aquí —repuso Olivia.
—Perdóname por entrometerme, pero ¿cómo están las cosas entre Bathurst y
tú? —se interesó luego lady Patrice.
—Nada ha cambiado. Bathurst es... debería usted hablar con él, milady. Su nieto
está preocupado.
Lady Patrice dirigió a Olivia una triste sonrisa.
—Me he dado cuenta de ello desde hace tiempo, pero él no confiará en mí. —Su
sonrisa tembló—. Reconócelo, querida. Tú le amas, ¿verdad?
Olivia desvió la mirada, deseando poder mentir, pero lady Patrice era muy
perspicaz para distinguir la verdad.
—No pasa nada, Livvy, querida —la tranquilizó Alma—. Es evidente que le
amas. Yo hace tiempo que lo sé. —Entonces, miró a Patrice en busca de confirmación.
La anciana viuda asintió y Alma prosiguió—: Las dos creemos que Bathurst te ama a
ti también, pero que es demasiado obstinado para reconocerlo.
Olivia sofocó un sollozo.
—No es posible que sepáis eso. Es todo tan triste... Disculpadme, me necesitan
en otra parte.
—¿De qué supones que iba todo esto? —preguntó Alma cuando Olivia se hubo
ido de allí precipitadamente.
—Algo sucede —repuso Patrice—, y me propongo llegar al fondo de ello. Mi
nieto puede engañar a otros, pero no a mí. Lo conozco demasiado bien.
—El malestar de Olivia de esta mañana era desconcertante, ¿verdad? —
reflexionó Alma en voz alta—. Sin embargo, parece haberse recuperado bastante
rápidamente.
—¿Estás pensando lo mismo que yo? —inquirió Patrice.
—Desde luego.
—Me mantendrás informada, ¿verdad?
—Puedes tenerlo por seguro, querida Patrice.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 19

Gabriel no hizo ningún intento de volver a ver a Olivia. No había deseado


abrumarla con sus secretos familiares, pero los había mantenido tanto tiempo en su
interior, que sentía como si fuera a estallar si no confiaba en alguien. Por otra parte,
ella se merecía conocer la razón de su resistencia al matrimonio y a la paternidad.
Ahora, tras explicarle sus temores más profundos, se sentía demasiado violento
como para enfrentarse a ella.
Nunca se perdonaría si había engendrado un hijo en Olivia en alguna de las dos
ocasiones en que había perdido el control. Vagamente, se preguntaba si ella podría
saber ya si su simiente había arraigado la primera vez que hicieron el amor. ¿Le
comunicaría a él que estaba embarazada de su hijo?
Maldiciendo su debilidad en lo que a ella concernía, Gabriel se lanzó al
escenario social. Bebió en exceso, perdió enormes cantidades de dinero a los naipes,
porque no podía concentrarse, y acompañaba cada noche a una mujer diferente a
acontecimientos que no le importaban nada. Sorprendentemente, no se había
acostado con ninguna de ellas. Incluso había visitado un lupanar sin probar a
ninguna de las mujeres que desfilaron ante sus ojos. Aquel día, iba a acompañar a
lady Leslie a las carreras y luego a su casa. Sabía que ella esperaba que él le hiciera el
amor, y tendría que esforzarse por despertar su entusiasmo para actuar según las
expectativas de ella. Aunque no pusiera su corazón en ello, sabía que acostarse con
Leslie sería una prueba de su capacidad de seguir adelante sin Olivia. Haría lo que
hacían mejor los libertinos pese al hecho de que otra mujer poseyera su alma.
Grimsley aguardaba a Gabriel en el vestíbulo con su sombrero y su bastón.
—Acaba de llegar una nota de su abuela, milord. ¿Desea leerla antes de
marcharse?
Gabriel miró la nota y negó con la cabeza. Aquélla era la tercera comunicación
que había recibido, y pretendía ignorarla como había hecho con las anteriores.
—Déjela en mi escritorio. La leeré más tarde.
Grimsley no dijo nada, pero su expresión revelaba a las claras su
desaprobación. Aunque Gabriel odiaba desairar a su abuela, no podía enfrentarse
con ella precisamente en esos momentos. Sin embargo, era consciente de que Olivia y
su tía se habían trasladado a su nueva casa, y de que Neville se había reunido con
ellas unos días después. También sabía que su abuela desaprobaba el modo en que
estaba conduciendo su vida, pero negarse a casarse y engendrar herederos era un
modo, el único, de poner fin a la locura heredada de su madre.
—Me voy a las carreras —dijo Gabriel mientras pasaba junto a Grimsley.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Lord Braxton y lord Westmore se encontraban ya allí para recibir a Gabriel


cuando éste se apeó de su carruaje.
—Bathurst —le dijo Ram—, eres exactamente el hombre a quien deseaba ver.
¿Estás solo?
—Por el momento —repuso el aludido—. ¿Qué os proponéis?
—Estoy pensando en comprar una buena pareja para mi faetón y tú tienes buen
ojo para escoger excelentes caballos. ¿Nos acompañarás mañana a Westmore y a mí a
Tattersall?
—Desde luego. ¿A qué hora?
—Te recogeré a las tres.
Luc carraspeó y le dio a Gabriel un codazo.
—Muchacho, ¿no es aquélla lady Olivia? ¿Y quién es el joven dandi que la
acompaña?
Gabriel giró la cabeza hasta que Olivia entró en su campo visual.
—Su hermano Neville. Ha regresado a casa desde la universidad.
—Ahora que tú y Olivia ya no sois noticia —comentó Luc—, ella se deja ver
frecuentemente por doquier, asistiendo a diversos acontecimientos sociales. Ayer la
vi en el musical de Hudsons y también en la fiesta de Carlton; se ha convertido en la
más popular de todas las fiestas.
—¿Por qué no iba a serlo? —resopló Gabriel—. Su fortuna es tan atractiva como
ella.
—Pareces celoso, viejo amigo —rió satisfecho Luc.
—Tal vez deberías revisar tus ideas sobre el matrimonio —sugirió Ram—. La
mayoría de los hombres caen en la trampa del párroco antes o después.
—Nadie os ha pedido vuestra opinión —repuso Gabriel seco.
Pese a sus severas palabras, Gabriel no podía desviar su mirada de Olivia.
Estaba estupenda, con un traje de tarde de aire levemente militar. Sobre un ceñido
vestido de hilo rojo, llevaba una chaqueta corta hasta la cintura de color azul oscuro,
con mangas ajustadas, botones metálicos y hombreras doradas. No se parecía en
nada a los raídos vestidos que había llevado en épocas de escasez. También parecía
mucho mejor alimentada, porque se la veía más llena de seno y cintura. Sin embargo,
tras una inspección cuidadosa, a Gabriel le pareció que tenía el rostro tenso, y
advirtió manchas moradas bajo sus ojos.
—Estoy aquí, Bathurst, mi travieso muchacho.
Aunque la estridente voz femenina rechinó en sus oídos, Gabriel se volvió hacia
lady Leslie con una acogedora sonrisa.
—Te he estado buscando por todas partes —dijo ella.
—Acabo de llegar, Leslie —explicó Gabriel—. Y he sido abordado por Braxton y
Westmore.
Ambos se inclinaron cortésmente y murmuraron salutaciones.
—Nos disculparán, ¿verdad, caballeros? —dijo Leslie sutilmente. Se cogió del
brazo de Gabriel—. ¿Vamos, Bathurst? La primera carrera está a punto de comenzar

- 208 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

y me gustaría encontrar un lugar cerca de la valla cuando mi caballo tome la


delantera.
—¿Te refieres a Karma, el castrado de dos años que adquiriste recientemente?
—En efecto. Confío en que apuestes por él. Va a ganar.
—Yo prefiero a Samson, el castrado de lord Paulson. Lo he visto correr antes y
me dejó impresionado con su velocidad.
—¡Muérdete la lengua, Bathurst!
Llegaron a la valla exactamente cuando los caballos tomaban la salida. Cuando
Samson se disparó tomando prontamente la delantera, donde se mantuvo durante la
carrera, Gabriel se alegró de haber arriesgado una considerable suma en el animal.
Ganar era la primera muestra de buena suerte que había tenido desde hacía mucho
tiempo. Sin embargo, el caballo de Leslie estuvo a punto de quedar empatado con
Samson. Leslie protestó tan ruidosamente al perder que empezó a atraer una
inoportuna atención.
—¡He perdido una fortuna con este jamelgo! —exclamó furiosa—. Mañana
mismo voy a venderlo. Vamos, Bathurst, ya he visto bastante. Se me ocurren mejores
modos de entretenernos que mirando a perdedores.

Olivia hubiese deseado ignorar el arranque de cólera de la amante de Gabriel,


pero su estridente y poco señorial demostración de temperamento se lo hizo difícil.
Se preguntaba qué vería Gabriel en ella, aparte de lo que era evidente. Bathurst no
había tratado de ponerse en contacto con ella tras la noche en Almack's, y eso le
dolía. Deseaba fervientemente estar con él, ayudarlo a enfrentarse al destino que la
vida le había deparado. Deseaba custodiarlo, aliviar sus penas y mitigar sus temores.
Deseaba estar con él cuando llegase el final, tanto si era cuestión de meses, de años
como de décadas. ¿Cómo podía Gabriel negarse a lo que ella podía ofrecerle?
«Sin ningún problema», pensó disgustada. Prefería perder el tiempo que le
quedaba en pasatiempos sensuales; ahogar su culpabilidad y temores con
gratificaciones sexuales con mujeres a quienes preocupaba bien poco su bienestar.
—¿Estás bien, Livvy? —le preguntó Neville solícito—. Sé que te debe de doler
ver a Bathurst con otra mujer.
—Estoy perfectamente, Neville. Si lo recuerdas, fui yo quien se negó a casarse.
—También me dijiste el porqué. Podría matar a Palmerson por lo que hizo. Si él
no te hubiera mentido, ahora serías la marquesa de Bathurst. Me pregunto dónde se
ha escondido ese hombre —reflexionó Neville en voz alta—. Hace semanas que
nadie le ve.
—Tal vez esté buscando a otra heredera —aventuró Olivia—. Gracias a Dios,
recibí tu carta antes de casarme con él. Me estremezco cada vez que pienso en lo
cerca que estuvo de secuestrarte. Yo me hubiese casado con él con tal de salvarte la
vida.
—No puedo creer que papá estuviera enterado de nuestra herencia y no nos lo
dijera nunca.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Papá no era el mismo desde que murió mamá. Estaba afligido y era
vulnerable, y Palmerson se aprovechó de él. Cuando éste se enteró de lo de la
herencia, apremió a papá para que quebrantara el fideicomiso, pero por fortuna para
nosotros, no pudo hacerlo. Incluso no me sorprendería que fuese él quien
convenciera a papá para que no nos lo dijera.
»Tras su muerte, Palmerson decidió que yo era una buena candidata para llenar
sus arcas vacías. Ninguna heredera quería saber nada de él desde que se suicidó la
hija del comerciante.
—Gracias a Dios por Bathurst —repuso Neville—. ¿Qué sucedió realmente
entre tú y el marqués, Livvy? Hay más de lo que dices. Ahora eres una heredera;
deberías ser feliz, y sin embargo, no lo eres.
Olivia lanzó otra rápida mirada a Gabriel antes de responder.
—Hay muchas cosas por las que me siento agradecida, Neville. En primer
lugar, nuestras preocupaciones financieras se han acabado. Cuando tú decidas
casarte, no tendrás problemas en poder hacerlo con una mujer de igual categoría.
Con tu aspecto y tu fortuna, podrás escoger sensatamente y casarte por amor. Es mi
más ferviente deseo para ti, hermanito.
—Y el mío para ti es que tus propios deseos se hagan realidad —replicó Neville.
Olivia devolvió su atención a la pista de carreras. Hubiera estado mucho mejor
en casa con tía Alma, tomando té en el salón, con los pies apoyados en un escabel y el
corsé aflojado. Justo empezaba a llevar corsé con el fin de parecer más moderna con
los nuevos trajes, y aún se sentía incómoda con aquella prenda.
Comenzó la segunda carrera y la multitud se adelantó en masa arrastrando a
Olivia contra la valla. El calor, el polvo y el olor de cuerpos sucios empapados en
empalagoso perfume la aprisionaron como un puño de hierro, sofocándola.
Comenzó a marearse y se balanceó contra Neville. De no haber sido por el firme
brazo de su hermano, se hubiese caído al suelo y hubiera sido pisoteada por la
multitud.
—¿Te sientes bien, Livvy? Estás muy pálida.
—Sácame de aquí antes de que llame la atención —rogó Olivia aferrándose al
brazo de su hermano.
Con la frente fruncida de preocupación, éste la condujo entre la multitud.
—¿Estás enferma?
—Es el calor y el gentío —repuso ella.
La preocupación ensombreció el rostro de su hermano.
—No debería haber insistido en que me acompañaras. ¿Puedes arreglártelas
sola mientras voy a por el carruaje? No tardaré mucho.
—Ya me siento mejor.
—Espléndido. Volveré en seguida.
Olivia aguardó cerca de la carretera, con el estómago revuelto y la frente
sudorosa.
—¿Qué estás haciendo aquí sola, Olivia? ¿Dónde está Neville?
¡Era Bathurst! Olivia no necesitaba verlo para saberlo. Reconocería su voz en

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

cualquier lugar.
—Neville ha ido a buscar el carruaje.
—¿Os marcháis ya? Si las carreras acaban de comenzar.
—Yo... ya he tenido bastante. ¿Dónde has dejado a lady Leslie?
—Con amigos. Había ido a recoger mis ganancias y te he visto aquí sola, muy
pálida y con aspecto de sentirte mal.
—No tienes por qué preocuparte.
—Pues me preocupo. No importa lo que pienses de mí. Me preocupo. He
intentado que no fuera así, pero no eres fácil de olvidar, Livvy.
—No me hagas esto, Gabriel.
—Pareces cansada. ¿No duermes bien?
—Estoy perfectamente.
—Lamento el modo en que resultaron las cosas, Livvy. Por lo menos ahora
sabes por qué me he resistido al matrimonio durante todos estos años. No tiene nada
que ver contigo y todo que ver conmigo y mi historia familiar.
—Aquí estoy, Bathurst. —Leslie se abrió paso entre Olivia y Gabriel—. Y
dispuesta para marcharnos, mi amor.
Olivia cerró los ojos y se tambaleó. Gabriel rodeó a Leslie para sostenerla.
—No estás bien.
—Es el calor, Bathurst —replicó Leslie, molesta—. También yo me siento un
poco mareada. ¿Nos vamos?
—Dentro de un momento. En cuanto llegue el hermano de lady Olivia.
—Aquí está ya Neville —dijo la joven con un suspiro de alivio al distinguir su
carruaje.
Neville descendió del asiento del conductor para ayudarla.
—Debería cuidar mejor de su hermana, Sefton —le espetó Gabriel—. Ella no se
siente bien.
—Soy muy consciente de ello, milord.
Neville ayudó a Olivia a subir al carruaje. Con el cejo fruncido, Gabriel se
quedó observando hasta que el vehículo desapareció al doblar la esquina. Se
preguntaba si Olivia estaría embarazada, y rogaba por estar equivocado. Le hubiese
gustado conocer más a fondo los síntomas que experimentaban las mujeres en ese
estado, pero puesto que nadie próximo a él nunca se había encontrado en tales
circunstancias, había hecho poco caso de esas cosas. Si ella estuviera encinta debía de
ser desde la primera vez en que él dejó de retirarse. Contando retrospectivamente,
comprobó que habían pasado dos meses o más desde entonces.
—¿Dónde está tu carruaje, Bathurst? —preguntó Leslie impaciente—. Estoy ya
aburrida de las carreras. Hace mucho tiempo que no estamos solos.
Gabriel miró a Leslie y vio en ella a una depredadora; una mujer cuyo enorme
apetito sexual la convertía en una excelente compañera de lecho para un hombre
como él. Gabriel había probado casi todos los placeres pecaminosos conocidos por
los hombres y probablemente inventado unos pocos. Sin embargo, una vez él hubiera
desaparecido, Leslie encontraría otro amante que ocupara su lugar. No perdería ni

- 211 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

un momento en llorar por él. ¿Lloraría alguien por él? La abuela, si aún seguía con
vida. Tal vez Braxton y Westmore le echarían de menos, pero no había nadie que lo
conociera íntimamente. Se sentía como si su alma ya hubiese abandonado su cuerpo,
como si fuera una cascara hueca con nada más que esperar que el vacío. El presente
era inseguro y él no quería pensar en el futuro.
Se le ocurrió que no tenía ni el deseo ni la voluntad de hacer el amor con Leslie.
Ni aquel día ni al siguiente ni nunca.
—Te llevaré a tu casa, Leslie, pero no me puedo quedar.
La irritación enrojeció las mejillas de la mujer.
—¡Cómo te atreves a despedirme, Bathurst! ¿Cuántas veces crees que puedes
desecharme y continuar disfrutando luego de mis favores?
Gabriel se encogió de hombros sin importarle realmente.
—No lo sé, Leslie. Tú me dirás.
—La situación es ésta, Bathurst: hay otros guardando cola para ocupar tu
puesto en mi lecho.
—No lo dudo. Eres una mujer hermosa y sensual. Tal vez es hora de que nos
separemos.
—Muy bien, si es eso lo que deseas. No esperes volver de nuevo a mí porque ya
estoy harta de tus excusas.
—Lo siento, Leslie. Estoy seguro de que tu marido estará complacido al saber
que me he retirado de tu lecho por propia voluntad.
La expresión de ella exhibió ampliamente su indignación mientras giraba sobre
sus talones y se alejaba. Gabriel sabía que se había comportado como un insensible
bastardo, pero se sentía muy bien tras haberse liberado de la condesa. Ella nunca
había significado para él nada más que un cuerpo cálido cuando lo necesitaba.
Probablemente hubiera roto con ella hacía mucho tiempo si Leslie no hubiera sido
tan descarada persiguiéndole.
Gabriel se sintió de repente fatigado y descorazonado, y abandonó el
hipódromo para ir en busca de una botella. Necesitaba algo potente que atontase su
mente y adormeciera sus desasosegantes pensamientos. Si su introspección se hacía
aún más densa, no estaba seguro de poder con ella. La locura debía de estar más
próxima de lo que había supuesto. ¿Habría comenzado ya? Confiaba en contar con
más tiempo.

Definitivamente, Olivia no estaba bien. Todas las personas próximas a ella


habían advertido su aspecto y hecho observaciones al respecto. Ella había restado
importancia a su malestar y seguía haciéndolo así, pero sabía que nadie la creía.
Había llegado el momento de enfrentarse a la verdad.
Estaba esperando un hijo de Gabriel.
Al pensar en la primera vez que Gabriel había liberado su simiente en ella,
Olivia reparó en que ya hacía tres meses que no tenía su menstruación.
Reconocer los hechos era aterrador. Estaba embarazada de una criatura que tal

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

vez podía haber heredado la locura. ¿Qué iba a hacer?


Decírselo a Gabriel era imposible. Él ya tenía bastantes problemas como para
aceptar la responsabilidad de un hijo que no deseaba. Se le ocurrió que podría
comprarse una casa en el campo y limitarse a desaparecer del escenario londinense.
La mansión Fairfax pertenecía a su hermano. Tenía previsto dejarla cuando Neville
tomara esposa, y tenía bastante dinero propio como para criar ella sola al niño. Tía
Alma se iría con ella, desde luego, y Gabriel nunca se enteraría de la existencia de la
criatura.
Olivia nunca se había sentido cómoda con sus iguales después de que la
hubieran rechazado tras el escándalo de la muerte de su padre. Los cazadores de
fortuna la asqueaban, y formar parte de la vorágine social no le interesaba tanto
como a Neville.
Su hermano parecía complacido con su nueva posición en sociedad y ella se
sentía dichosa por él, pese a su propia mala suerte. Él había hecho muchos nuevos
amigos entre los apuestos y jóvenes caballeros y damas de la alta sociedad. En cuanto
a los visitantes masculinos que aparecían por la mansión con intenciones de
cortejarla, Olivia les ofrecía té, escuchaba sus necias charlas y los olvidaba
rápidamente en cuanto se marchaban.
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte ahí cavilando? —le preguntó Neville cuando
se encontró con Olivia sentada junto a la ventana de la sala matinal, con un libro en
las manos.
—No estoy cavilando —replicó ella—. Estoy leyendo. ¿Adónde vas tú?
—A Tattersall. ¿Te gustaría acompañarme? Hoy tiene lugar una subasta de
caballos y estoy pensando en comprarme una nueva montura. ¿Puedo permitírmelo?
Olivia sonrió.
—Desde luego. Pero si no te importa, prefiero quedarme en casa y leer.
—Te quedas demasiado en casa, Livvy. ¿Qué sucede? ¿Puedo hacer algo para
ayudarte? ¿Es Bathurst la razón de que evites aparecer en sociedad? Sé por qué
rechazaste casarte con él, pero Palmerson ya no es una amenaza. ¿Por qué no le
explicas a Bathurst lo que sucedió? Estoy seguro de que él lo comprendería.
—Existen circunstancias que lo desaconsejan —explicó Olivia—. Bathurst no
desea una esposa; nunca la deseó. No te preocupes por mí. Estoy perfectamente. En
realidad, estoy pensando en retirarme al campo. Una casa en un decorado bucólico
me parecería el cielo. Tú pronto tomarás esposa y mi presencia puede ser incómoda.
—¡Livvy! No tengo intención de casarme pronto. Encadenarse es un asunto
serio. Me propongo tomarme mi tiempo. Además, no entraré en posesión de mi
herencia hasta que cumpla veinticinco años. Y tú siempre puedes estar conmigo, en
cualquier circunstancia.
Profundamente conmovida, Olivia se secó una lágrima de la comisura del ojo.
—Gracias, Neville, pero realmente prefiero el campo.
Su hermano se quedó pensativo.
—¿Estás segura de que te encuentras bien? Últimamente no eres la misma. Si
estás enferma, deseo saberlo. —Hinchó el pecho—. Soy el hombre de la familia.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Por supuesto que lo eres —repuso Olivia, sonriendo afectuosa—. No hay


nada de que preocuparse, cariño. Ve a Tattersall y pásalo bien.
Neville le dedicó una mirada insegura y luego asintió y se marchó.
—¿Por qué no le has dicho la verdad, querida Livvy?
—¡Tía Alma! ¿De dónde sales?
—Estaba escuchando desde la puerta. No pretendía hacerlo, pero tampoco
deseaba interrumpir.
—¿Qué te hace pensar que le estaba mintiendo a Neville?
—Te conozco demasiado bien, querida, y no soy una necia, ya lo sabes. Estás
embarazada de Bathurst, ¿verdad?
—¡Oh, tía! ¿Es tan evidente?
—Para mí, sí. ¿Qué vas a hacer al respecto? Bathurst debería enfrentarse a sus
responsabilidades.
—Tía, debes prometerme que no le dirás una palabra a nadie, en especial a
Bathurst. A bastante tiene que enfrentarse ya.
—¡Hum! No es él quien está encinta. Tienes que decírselo, Livvy.
—Me niego a incrementar sus preocupaciones, tía.
Alma entornó los ojos.
—Es rico, está sano y es endiabladamente guapo. Eso no me suena a motivo de
preocupación. ¿Qué le pasa?
—No puedo contártelo.
—¿Está enterada lady Patrice de los problemas de Bathurst?
Olivia negó con la cabeza.
—Gabriel preferiría que no lo supiera. Estoy pensando en comprar una casa en
el campo donde poder criar a mi hijo en un entorno apacible —dijo, cambiando
bruscamente de tema—. ¿Vendrás conmigo?
—Si es eso lo que realmente deseas, querida, desde luego que lo haré.
—Sabía que podía contar contigo, tía. No sé qué haría sin ti.
—Mi hermano te defraudó, pero yo no lo haré —contestó Alma.
Luego, abrazó a Olivia y se dio la vuelta para irse, pero se detuvo bruscamente
al ver a Neville detrás de la puerta, con un aspecto como si su mundo acabara de
derrumbarse.
—Lo has oído —afirmó Alma.
—He olvidado el bastón y os he oído a Livvy y a ti cuando he vuelto a buscarlo.
No pretendía escuchar, pero la conversación parecía seria. Lo he oído todo, tía.
¡Maldito Bathurst! ¿Qué vamos a hacer?
—Por ahora, nada. Necesito tiempo para pensar. Ya has oído a Livvy. Se
muestra inflexible en cuanto a guardarse esto para sí.
—Pero ¡eso no es correcto! —estalló Neville—. Debo hacer intervenir a Bathurst.
¡El hijo de perra! Hirió a mi hermana, y ahora no se le debería permitir escabullirse
como si ella fuera alguna cualquiera con la que se ha revolcado.
—Debes mantener la calma, Neville —le advirtió Alma—. Livvy está muy frágil
en estos momentos. Hemos de procurar no herirla.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Cuando Neville se marchó, Alma le pidió a Peterson que llamara el carruaje y le


dio la dirección de casa de lady Patrice. La viuda la recibió inmediatamente.
—¡Qué alegría verte, Alma! He ordenado que sirvan té y pasteles. Desde luego
me acompañarás.
Alma, que estaba a punto de estallar a causa de la agitación que sentía, se
retorcía las manos sin saber por dónde empezar.
—En realidad, no le he prometido a Livvy que no se lo diría a nadie, por lo que
no estoy quebrantando mi palabra. ¡Oh, querida!, ¿por dónde comenzar? ¿Has visto a
Bathurst recientemente?
Lady Patrice soltó un resoplido de disgusto.
—El joven cachorro ignora mis notas. Varias de ellas, a decir verdad. Ni
siquiera ha tenido la cortesía de responder —frunció el cejo—. ¿Por qué? ¿Qué ha
hecho? ¿Es lo que nosotras sospechábamos?
—Me temo que sí. Olivia está esperando tu bisnieto y mi sobrino o sobrino-
nieto, y se propone no decírselo a Bathurst.
A lady Patrice se le demudó el semblante y su cutis adquirió el tono de un
antiguo pergamino.
—¿Qué vamos a hacer para unir a esos dos?
—Livvy ha dicho que Bathurst estaba esforzándose por resolver algunos
problemas que desconocemos y que no quería incrementar sus preocupaciones.
¿Tienes idea de a qué se refería?
—No tengo ni idea —murmuró lady Patrice—. Pero me propongo mantener
una seria conversación con él en cuanto pueda obligarlo a venir. ¿Cómo está la
querida Olivia?
—Es una mujer fuerte, y está decidida a enfrentarse sola a su destino. Se
propone comprarse una casa de campo y vivir allí permanentemente con el hijo de
Gabriel. Se la ha ignorado durante tanto tiempo, que tanto la buena sociedad como
su opinión le importan poco. Lo único que siempre ha deseado era que Neville fuera
aceptado por sus iguales.
—No permitas que Olivia haga nada drástico hasta que yo hable con mi nieto
—le aconsejó Patrice—. Estoy segura de que él deseará cumplir con su deber hacia
ella. Alma meneó la cabeza descorazonada.
—Eso podría ser un problema. Olivia no es probable que se conforme con un
matrimonio por deber, y no la censuro. Mi sobrina se merece un marido que la ame,
un hombre que sea un buen padre para su hijo.
—Estoy segura de que Bathurst ama a Olivia. A nosotras nos corresponde unir
a esas dos almas obstinadas.

Gabriel no parecía poder tomarse las cosas con calma aquellos días. Estaba
aburrido, incapaz de concentrarse, y encontraba la vida generalmente poco
inspiradora. La emoción había desaparecido de las habituales actividades que solían
divertirle antes de conocer a Olivia. Se encontraba haciendo apuestas

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

escandalosamente altas, bebiendo demasiado y completamente desinteresado de la


seducción.
Temía que hubiese comenzado la locura y se preguntaba si habría llegado el
momento de que se apartase de la sociedad. Aunque su madre nunca había mostrado
tendencias violentas, no podía predecir cómo progresaría la enfermedad en él.
Grimsley, siempre vigilante en lo que a su señor concernía, lo abordó un día con
sus temores.
—Por favor, disculpe mi impertinencia, milord, pero estoy preocupado por
usted. No come, bebe demasiado y parece inquieto. ¿Hay algo en lo que yo pueda
ayudarle?
—Está comenzando, Grimsley —le confió Gabriel.
Grimsley pareció perplejo.
—¿Puedo preguntarle qué es lo que está comenzando, milord? ¿Tiene algo que
ver con lady Olivia?
—En absoluto. Es la locura, Grimsley. En mi familia es hereditaria. Deseo que
me vigile y se asegure de que no me vuelvo violento.
El sirviente pareció profundamente afligido.
—Debe de estar bromeando, milord. Usted es la persona más cuerda que
conozco. Le veo cada día y no he observado ningún signo de locura en usted.
Gabriel dejó escapar un largo y aliviado suspiro.
—Gracias, Grimsley. Aunque acaso no muestre ningún signo externo de ello,
debo admitir que mi mente carece de estabilidad estos días.
—Debería casarse, milord. No ha sido el mismo desde que conoció a lady
Olivia.
—Me niego a abrumarla con mis problemas.
—No existen garantías de que usted haya heredado la enfermedad, milord. Yo
he estado con usted largo tiempo. He observado su valor en las batallas y he visto el
admirable papel que representa usted entre sus iguales. Yo no calificaría eso de
locura.
—Aprecio su confianza, Grimsley, pero no puedo casarme. Me niego a cargar a
mi esposa con un futuro que no puedo predecir. No sería honesto.
—¿Puede alguno de nosotros predecir su propio futuro?
—No lo sé, amigo mío. Pero tiene usted razón en una cosa: he estado
demasiado tiempo dándole vueltas a esto. Esta noche me voy al teatro. No me espere
despierto.
Gabriel se vistió maquinalmente, sin poner interés en ello. Por un momento,
pensó en enviarle una nota a Olivia y pedirle que lo acompañase, pero lo pensó
mejor. ¿Cómo podría ella olvidarlo si él seguía apareciendo en su vida? Desde que
había reconocido, por lo menos para sí mismo, su amor por la joven, comprendía
cuan desesperadamente deseaba permanecer cuerdo.
Al principio, cuando se enteró de que podía heredar la locura de su madre,
había aceptado su destino y tratado de aprovechar al máximo los años que le
quedaran. Luego había conocido a Olivia y, de pronto, le importaba su futuro.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Deseaba a Livvy en su vida. Deseaba... ¡maldición! No importaba nada lo que


deseara. Lo que tenía que ser, sería, y él no podía hacer nada en absoluto por
remediarlo.
La velada no fue exactamente como Gabriel había planeado. En el teatro, se
unió a un grupo de conocidos e incluso envió una nota a Lizette, una de las actrices,
invitándola a una cena de medianoche con él. Se había propuesto acostarse con ella
en una habitación privada que había reservado con anterioridad, pero cuando besó a
la artista y la tendió sobre un diván, no sintió la excitación suficiente como para,
completar el juego de seducción en el que solía ser tan bueno. Debía de estar
volviéndose loco porque hasta entonces eso nunca le había pasado. Antes, sólo con
pensar en hacerle el amor a una mujer hermosa, le bastaba para estar dispuesto. El
alcohol que había consumido durante la noche podía haber embotado sus sentidos,
pero lo dudaba.
Era Olivia.
Imágenes de ella iban con él dondequiera que estuviera o hiciera lo que hiciese.
El amor era algo curioso. Nada en la vida lo había preparado para Olivia. Ella había
llegado sin avisar y se había infiltrado en su corazón antes de que él pudiera erigir
barreras contra eso.
Gabriel introdujo varios soberanos de oro en el escote de Lizette y la despidió.
Riéndose entre dientes a su pesar, se preguntó cuánto tardaría en ser de dominio
público su extraño comportamiento en el dormitorio.
Llegó a casa de un extraño talante. Tal vez fuese la negra niebla que se
arremolinaba en su cabeza, o quizá la sensación de su propia vulnerabilidad.
Abrió la puerta con la llave, recogió la vela chisporroteante que estaba sobre la
mesa del vestíbulo y se dirigió despacio a su estudio para acabarse la botella de la
que había estado bebiendo antes de ir al teatro. Alguien había encendido el fuego
disipando la humedad y las sombras, y Gabriel fue directamente a la alacena.
—Ya era hora de que regresase a casa, Bathurst.
Gabriel giró en redondo y se quedó mirando al hombre que se levantaba en
esos momentos de un sillón entre las densas sombras de la habitación. Cuando
avanzó hacia el círculo de luz que proyectaba la chimenea, Gabriel no se quedó nada
sorprendido al ver a Neville.
—¿Qué sucede esta vez, Sefton? Esto está comenzando convertirse en una
costumbre.
—Su mayordomo me permitió entrar.
—Grimsley se permite demasiadas cosas. Bueno, puesto que usted ya está aquí,
puede decirme lo que desea.
Neville cuadró los hombros y contestó:
—Es hora de que se enfrente a su responsabilidad con mi hermana.
—¿De qué diablos está usted hablando?
—Olivia está embarazada de un hijo suyo.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 20

La breve pero explosiva conversación con Neville resultó instructiva. Gabriel no


sólo se enteró de que Olivia estaba embarazada de un hijo de él, sino que también
averiguó por qué había renunciado a que se casaran. Maldijo a Palmerson, y se
prometió reparar el daño que había causado aquel bastardo. La conversación con
Neville concluyó bruscamente cuando el joven emplazó a Gabriel a cumplir con su
deber hacia su hermana y luego salió furioso por la puerta.
Reflexionando sobre lo hablado, Gabriel aventuró que Olivia debió de quedarse
embarazada la primera vez. ¿Cuánto tiempo haría de eso? Pensó torvamente que
bastante.
La idea de traer al mundo a una criatura con una enfermedad hereditaria le
horrorizaba ¡Cómo debía de odiarle Olivia! Por supuesto, tenían que casarse
inmediatamente, pero él nunca podría remediar el daño que le había causado. No
debería haberla tocado jamás después de comprender que con ella no tenía control.
Asomó la cabeza por la puerta y vociferó llamando a Grimsley. El normalmente
impecable mayordomo apareció al cabo de unos momentos con los escasos cabellos
disparados de su rosado cuero cabelludo y su camisón ondeando en torno a las
huesudas rodillas.
—¿Ha llamado, milord? ¿Se ha marchado ya el joven Sefton?
—Sí, se ha ido tras darme algunas noticias angustiosas. Me encuentro en
desesperada necesidad de fortificación líquida. Tráigame dos botellas de mi mejor
brandy y procure que nadie me moleste.
Grimsley vaciló.
—¿Hay algo que yo pueda hacer?
—En esta ocasión, no, Grimsley. Tengo que enfrentarme a ello yo solo.
—Muy bien, milord. —Se dispuso a retirarse.
—Que sean tres las botellas, Grimsley. Así no tendré que volver a molestarle
esta noche.
Se desplomó en un sillón, reclinó la cabeza contra el cojín y cerró los ojos.
¿Cómo diablos había permitido que aquello sucediera? Podía volverse loco en
cualquier momento y dejar a una criatura predispuesta a la locura para que Olivia la
criase. Había provocado una catástrofe, y había arrastrado a Olivia con él.
—Su brandy, milord —dijo Grimsley con una voz llena de desaprobación.
—Déjelas y vuélvase a la cama —contestó Gabriel fatigosamente.
Grimsley vaciló un momento, luego se encogió de hombros y se marchó
arrastrando los pies. Se sirvió una generosa cantidad de brandy en una copa, la hizo
girar y se la tomó de un trago. Sabía que beber no resolvería sus problemas, pero le

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

ayudaba a olvidar la horrible injusticia que había cometido con Olivia. Volvió a
llenar la copa y bebió de nuevo.

Gabriel despertó con el sonido de voces que entraban y salían de su confundido


cerebro. Sentía la cabeza como un melón maduro a punto de estallar y en la boca un
sabor horrible. Desorientado, se preguntó por qué estaba desplomado en un sillón,
con las piernas extendidas y una copa vacía colgando de su mano. Mientras estiraba
las piernas para combatir los calambres, sus pies chocaron con una de las botellas
vacías tiradas por el suelo, dando paso a sus recuerdos.
«Olivia está embarazada de mi hijo.»
Las voces del vestíbulo subieron de tono; un sonido estridente y una voz
monótona le provocaron un dolor en su cabeza que casi lo hizo doblarse sobre sí
mismo. De pronto, la puerta se abrió bruscamente dando paso a una airada lady
Patrice y a un agitado Grimsley tras ella.
—Lo siento, milord, pero su abuela ha insistido en verle inmediatamente.
—Déjenos, Grimsley —ordenó imperiosa lady Patrice—. Deseo tener unas
palabras en privado con mi tozudo nieto.
—Procura ser rápida, abuela —gruñó Gabriel—. Como puedes ver, no estoy en
condiciones de ofrecer una cortés compañía.
—¿Qué te sucede? —lo regañó la abuela—. Tienes toda la vida por delante. ¿Por
qué la desperdicias en búsquedas sin valor? Acláramelo, querido, para que yo lo
pueda entender.
Gabriel dejó escapar un suspiro cansado. Era evidente que su obstinada abuela
no dejaría de acosarlo hasta que se enterase de la verdad. Tal vez había cometido una
injusticia con ella al no explicarle por qué prefería una vida de libertinaje en lugar del
matrimonio y la familia.
—Siéntate, abuela. Esto puede llevarnos un rato.
Lady Patrice se sentó en una silla de respaldo recto, se apoyó en su bastón y
miró detenidamente a Gabriel.
—Estás pálido.
Él se encogió de hombros.
—Supongo que sí.
—Has ignorado mis notas. Y no estás enfermo, porque has sido visto por todas
partes. Me debes una explicación.
—Y la vas a tener. Tras oír lo que tengo que decir, comprenderás por qué no
puedo casarme ni engendrar hijos.
—Estabas bastante dispuesto a casarte con Olivia.
—Tenía que hacerlo para protegerla. Estaba implicada en algo que podía
conducirla a prisión si la hubieran cogido.
La abuela lo miró incrédula.
—¿Estás diciendo que la querida Olivia estaba haciendo algo ilegal?
—Eso es exactamente lo que estoy diciendo. Yo comprometí a Olivia y deseaba

- 219 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

protegerla así como apaciguar mi culpabilidad. Por eso le propuse matrimonio. Pero
de ese matrimonio no hubieran nacido hijos.
—¡Uf!, algo tarde para eso, ¿no crees?
Pasaron unos momentos hasta que el significado de sus palabras penetró en el
atontado cerebro de Gabriel.
—¿Lo sabes? —preguntó cuando pudo articular palabra.
—Si te refieres a la delicada condición de Olivia, así es. ¿Qué piensas hacer con
ello, querido muchacho?
Debería habérselo imaginado. Lady Alma debía de haberle contado las
escandalosas nuevas a su abuela después de que Olivia confiase en su tía.
—¿Soy el último en saberlo? Neville se presentó anoche en mi puerta
exigiéndome que hiciera lo adecuado con su hermana.
—El muchacho parece que promete —reconoció lady Patrice.
—Me casaré con Olivia desde luego, pero nunca me perdonaré la desolación a
que he dado lugar. La situación es horrible.
—¿En qué sentido? Es evidente que Olivia te importa mucho. Tú mismo lo
admites; deseabas protegerla y cuidar de ella. Explícate, Bathurst.
—Olivia me importa, pero hay cosas que tú no sabes sobre mí y que ponen el
matrimonio y la familia fuera de mi alcance.
Una recelosa mirada ensombreció el rostro de lady Patrice.
—Prosigue.
—Tú estabas en España con el abuelo cuando mi madre se volvió loca. Mi padre
probablemente nunca te habló de su enfermedad para ahorrarte el dolor por el que
estaba pasando. Él la amaba demasiado como para hacer pública su situación. Creo
que asistir a su deterioro fue la causa de su muerte. Me alegro de que no estuviera
vivo cuando ella saltó hacia su muerte desde la ventana de su habitación.
—Pero mi querido muchacho...
—No, abuela, escúchame. En un momento de lucidez, antes de poner fin a su
vida, mamá le dijo a Ned que su enfermedad era hereditaria; su propia madre acabó
su vida del mismo modo cuando mamá era tan sólo una niña. Le dijo que había una
larga historia de locura en su familia y lo previno contra engendrar hijos que
pudieran asimismo llegar a enloquecer.
—¿Y no pensaste que era raro que tu madre escogiera a Ned y no a ti para
comunicarle tan inquietantes noticias?
—No. Ned y yo estábamos muy unidos. Mamá probablemente supuso que él
me lo diría.
—¿Y nunca se te ocurrió preguntarme a mí sobre la locura de Mary?
—No. Suponía que no sabías nada de su enfermedad.
—¡Qué lástima! —dijo la abuela—. De haberlo hecho, te habrías ahorrado años
de angustia.
—¿Tú estabas enterada de su enfermedad?
—Sí y te lo hubiera contado, pero suponía que ya conocías la verdad sobre tu
nacimiento.

- 220 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Gabriel se sacudió las telarañas de la cabeza.


—¿Qué verdad? ¿Estás diciendo que soy un... bastardo? Papá quería demasiado
a mamá como para eso, y ella nunca hubiese engañado a papá.
—No eres un bastardo, Bathurst, aunque no tienes nada de la sangre de la
pobre Mary fluyendo por tus venas. Tu madre, tu verdadera madre, era Lenora, hija
mía y hermana gemela de tu padre.
Impresión, incredulidad, tenues esperanzas... todas esas emociones inundaron a
Gabriel.
—Sabía que papá tenía una hermana gemela, pero creía que había muerto antes
de que yo naciera.
—Ella murió en España, donde tu abuelo estuvo destinado como embajador. Se
casó con un aventurero español sin nuestro permiso y se quedó viuda antes de que
naciera su hijo.
—Esto es increíble —murmuró Gabriel asiéndose la dolorida cabeza—. ¿Cómo
me convertí pues en un Wellsby?
—Tras el nacimiento de Ned, Mary se sumió en una profunda depresión. Los
doctores parecían incapaces de aliviar su estado y, temiendo que pusiera fin a su
vida como su madre antes que ella, mi hijo llevó a su familia a España de visita.
Confiaba en que el cambio de clima y el estimulante aire marino la ayudarían.
—Debió de servir, porque vivió muchos años después de eso —dijo Gabriel—.
Su mente siempre fue frágil, pero no empezó a deteriorarse seriamente hasta poco
antes de que Ned se casara con Cissy. Pero sigue adelante con tu historia, abuela.
—Para simplificar las cosas, Lenora murió en el parto. Antes de su muerte, rogó
a su hermano que criase a su hijo recién nacido como si fuese suyo, por lo que fuiste
legalmente adoptado en España y criado como un Wellsby. Todos suponían que tu
madre adoptiva estaba esperando cuando se fue de Inglaterra y que te dio a luz en
España. Ellos no contradijeron esa versión. Mary te quería entrañablemente, y
también mi hijo.
—Nunca me sentí no deseado —reconoció Gabriel aún bajo los efectos de la
impresión—. ¿Por qué no se me dijo nunca?
—Yo suponía que tu padre ya te lo había dicho. Nunca sabremos por qué no lo
hizo. La respuesta se fue a la tumba con él. No es como si fueras hijo de un sirviente,
tienes sangre de los Wellsby fluyendo por tus venas.
—¿Tengo parientes en España?
La expresión de lady Patrice se endureció.
—Tal vez, pero estuvieron muy dispuestos a entregarte al cuidado de nuestra
familia. Como ves, no eres español puro, y sin duda estarías mucho mejor con unos
padres que te quisieran. Y sea como sea, querido muchacho, sigues siendo mi nieto.
A Gabriel le ardían los ojos de lágrimas contenidas. Se levantó de repente y se
arrodilló a los pies de su abuela cogiendo entre las suyas sus frágiles manos.
—¿Sabes lo que eso significa, abuela? No tendré que volver a buscar señales de
locura en mí. Puedo tener todos los hijos que desee sin temor ni culpabilidad. Y
pensar que en una ocasión consideré en poner punto final a mi vida...

- 221 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Gabriel sentía como si le hubieran quitado de encima una enorme carga.


—Ahora soy libre para amar a Olivia. Para darle la vida que se merece.
—Si me hubieras hablado de esto hace años, podría haberte tranquilizado al
respecto.
—Años atrás tú estabas en el extranjero con el abuelo. Luego estuve en la guerra
y después de eso yo acepté que moriría loco. No veía ninguna razón para abrumarte
con mis problemas.
—Nunca me perdonaré haberte hecho pasar por esto —se lamentó la abuela—.
Me dolía tanto mencionar el nombre de Lenora que nunca te hablé de ella. —Se
enjugó una lágrima—. Ella era demasiado joven y bella para morir. No es justo que
una madre deba sobrevivir a sus hijos. Pero el buen Dios me dejó aquí por una razón
y ahora sé cuál era y gracias a Dios por Olivia —prosiguió lady Patrice con sincero
alivio—. Sin ella en tu vida, nunca hubiésemos tenido esta conversación.
—Olivia está embarazada de un hijo mío —exclamó Gabriel con una emoción
que hasta aquel día nunca hubiera creído posible—. Voy a ser padre.
Lady Patrice sonrió comprensiva.
—Tú la amas, Bathurst. La querida Alma y yo lo hemos sabido siempre, y nos
imaginábamos que los dos erais demasiado obstinados para admitirlo.
Gabriel lanzó una risita.
—Livvy y yo formamos una buena pareja, ¿verdad? Ella es terca, obstinada y
demasiado independiente para su propio bien. ¿Cómo podría no amar a una mujer
tan extraordinaria como ella? La primera vez que la vi iba vestida de salteador de
caminos y detuvo mi carruaje. Perdí una botonadura de diamantes buena y un anillo
que había pertenecido a Ned.
Lady Patrice se llevó la mano al pecho.
—¡Oh, Dios mío! ¡No me digas que eso es cierto, Bathurst! Me estás tomando el
pelo.
—Te digo la verdad. Olivia y su familia estaban en la miseria y, sin dote, ella no
tenía perspectiva alguna de poderse casar con alguien rico, por lo que ella y Peterson
se convirtieron en ladrones, robando a los viajeros acaudalados. Así es como
mantuvo a Neville en Oxford.
—¿Cómo te enteraste de eso?
Gabriel no tenía intenciones de contarle a su abuela que le había disparado a
Olivia, de modo que se guardó esa información para sí.
—Es una larga historia. Recuérdame que te la cuente algún día.
Se puso en pie y le besó las manos.
—Te quiero muchísimo, abuela. Ahora creo que es hora de que le diga lo mismo
a Olivia.
Lady Patrice arrugó la nariz.
—Báñate primero, Bathurst. Hueles a rayos.
Él la acompañó a la puerta.
—Gracias, abuela. Me has salvado la vida.
—Enviaré una nota a Alma pidiéndole que me visite —dijo lady Patrice—. Es

- 222 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

domingo. Los sirvientes tienen el día libre. Olivia y tú tendréis la casa para vosotros
solos. —Le dedicó una severa mirada—. No admitas un no como respuesta, querido
muchacho. Espero asistir muy pronto a una boda.
Grimsley acompañó a lady Patrice a su carruaje. Cuando regresó, Gabriel le dio
órdenes precisas con voz clara. No podía recordar cuándo había sido tan dichoso. Era
imperativo que viera a Olivia inmediatamente. Sólo confiaba en que ella estuviera
tan emocionada como él por el giro que había dado su vida.

Incapaz de concentrarse en nada más que su sombrío futuro, Olivia se limitó a


asentir cuando Alma la informó de que ella y Peterson salían para visitar a lady
Patrice. Se alegró de no haber sido invitada, porque no estaba en condiciones de
hablar de trivialidades con la abuela de Gabriel.
—Neville ha salido con un amigo a pasar el fin de semana —le recordó Alma.
Olivia le dirigió una mirada distraída.
—Lo recuerdo, tía. Que lo pases bien.
—Es domingo. Las doncellas y lacayos también se han ido.
—No te preocupes. Soy perfectamente capaz de valerme por mí misma. El
Señor sabe que no es la primera vez. Me sentiré feliz de sentarme junto al fuego con
un libro.
—Acaso esté ausente durante varias horas —dijo Alma—. Lady Patrice se siente
mal y me necesita.
—Las calaveradas de Bathurst le están costando la salud —murmuró Olivia.
—Sí, bien... entonces me voy. —Se detuvo en la puerta—. ¡Oh, Livvy, casi se me
olvidaba! La señora Hamilton está visitando a su hija, de modo que estás totalmente
sola.
—¿Qué te pasa tía? Te comportas de un modo extraño.
—¿En serio? No me hagas caso, querida. —Se volvió y se marchó
apresuradamente.
Olivia se preguntó de qué iba todo aquello. Tía Alma siempre había sido
veleidosa, pero aquel día lo parecía más que nunca.
Fuera cual fuese la causa, estaba demasiado inmersa en sus propios asuntos
para darle más vueltas al comportamiento de su tía.
Unos golpes en la puerta principal la distrajeron de sus sombríos pensamientos.
Vagamente se preguntó por qué se habría ido su tía si esperaba visitas. El
apremiante golpeteo continuó. Ser la única persona de la casa tenía sus desventajas.
No estaba de humor para recibir a nadie, y por un breve momento consideró ignorar
las llamadas, pero prevalecieron los buenos modales. Forzó una sonrisa y abrió la
puerta.
—Hola, Livvy.
Sorprendida al ver a Bathurst en su puerta, Olivia fue incapaz de encontrar las
palabras para devolverle el saludo. Lo único que podía hacer era mirarlo fijamente
mientras él entraba en la casa y cerraba la puerta tras de sí. El solido clic del pestillo

- 223 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

liberó su paralizada mente.


—¿Qué estás haciendo aquí?
—He venido a verte.
—¿Por qué?
—Hoy me he enterado de algo que lo cambia todo.
Olivia palideció. ¿Le habría dicho alguien a Gabriel que ella estaba embarazada
de su hijo?
—¿De qué te has enterado?
Él le sonrió.
—Te lo diré más tarde.
Olivia escudriñó su rostro. Realmente algo había cambiado en él. Se lo veía casi
alegre, como si le hubiesen quitado un gran peso de encima. Las arrugas de su frente
se habían alisado y sus ojos se fruncían risueños. Olivia soltó un chillido de sorpresa
cuando Gabriel la levantó en sus brazos y la condujo hacia la escalera.
—¡Gabriel, déjame en el suelo! ¿Adónde me llevas?
—A la cama.
La ira brotó en ella. ¡Cómo se atrevía a pensar que podía acudir a ella siempre
que deseara fornicar!
—¡No soy tu prostituta!
—Desde luego que no. Vas a ser mi esposa. Si no hoy, mañana. ¿Qué habitación
es la tuya?
—¿Estás loco?
En cuanto hubo pronunciado esas palabras deseó poder tragárselas. Gabriel no
necesitaba recordatorios de su posible enfermedad.
Él echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas, confundiéndola aún más.
—¿Loco? No. Bueno, tal vez sí, de amor.
¿Amor? Ciertamente, Gabriel había perdido la razón.
—Me estás asustando.
Él se puso serio al instante.
—Ya no tienes que volver a asustarte por mí nunca más, Livvy. Por fin sé quién
soy y lo que puedo esperar de la vida. ¿Ahora vas a decirme cuál es tu habitación o
escojo una al azar?
Olivia estaba viendo un aspecto de Gabriel que nunca había visto antes, y
estaba intrigada por el sorprendente cambio.
—La última de la derecha.
Gabriel la condujo hacia allí, cerró la puerta a sus espaldas y la dejó de pie en el
suelo. Sus manos fueron directas a su seno buscando los botones. Olivia se las apartó.
—No. ¿De qué va esto, Gabriel?
—De nosotros. Deseo casarme contigo. Deseo ir a la cama cada noche contigo y
despertarme contigo por la mañana. Deseo tener hijos contigo. Y, cuando muera,
deseo que tu rostro sea el último que vea.
Un estremecimiento de temor recorrió la columna de Olivia.
—¿Estás enfermo? ¿Ha estallado la locura?

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Él la abrazó.
—Estoy bien. Extraordinariamente bien. Nunca he estado mejor. Voy a hacerte
el amor, Livvy.
—Algo ha sucedido. Por favor, Gabriel... por favor, dímelo. Puedo asumirlo.
—Después de que hayamos hecho el amor.
Su boca reclamaba la de ella, devorándola con tan fiera pasión que Olivia se
sentía profundamente poseída. Tórrida y exigente, su lengua golpeó sus labios hasta
que éstos se abrieron a él. Con un suspiro, ella se entregó a la emocionante dicha de
estar de nuevo en sus brazos. Transportada por su repentina oleada de emoción,
comprendió que lo que sentía era puro, portentoso y eterno.
El beso que él le dio fue dulce y profundo. Olivia emergió de él con un delicioso
mareo, y se arqueó contra Gabriel mientras él la acariciaba y exploraba como si fuese
la primera vez que la tocaba. Gimió su nombre estrechándola tan estrechamente
contra sí, que Olivia sintió como si fueran un solo cuerpo y una sola alma.
Se perdió en el sabor de él y sintió el calor de sus labios en ella, la sensual
arremetida de su lengua dentro de la boca que casi la deshizo de placer. Incapaz de
encontrar la voluntad para detenerle, se abandonó en sus brazos mientras él le
desabrochaba el vestido. Con un grito triunfal se lo bajo por los hombros y se quedó
mirando sus senos.
—Eres tan hermosa. Y eres mía, totalmente mía. Te amo, Livvy.
Allí estaba de nuevo. Aquella palabra. La que nunca había esperado oír de boca
de él.
—No te merezco —prosiguió Gabriel—. Y confío en que algún día llegues a
amarme tanto como yo te amo a ti.
Una insegura alegría invadió a Olivia.
—Por favor, no me mientas, Gabriel. Me destrozaría que te retractaras después
de que hayamos hecho el amor. Te amo tanto que me duele.
—Lo digo en serio, Livvy, todo lo que digo es en serio. Te lo hubiera dicho antes
si hubiera sabido que teníamos un futuro juntos. Ni siquiera estaba seguro de tener
un futuro. Saber que correspondes a mi amor me hace el hombre más feliz del
mundo.
Olivia estaba confundida.
—¿Tenemos un futuro?
—Un futuro largo y fructífero, amor mío. Te lo contaré todo después de que
hayamos hecho el amor.
Los labios de Olivia temblaban de emoción. Si aquello era un sueño, no deseaba
despertar nunca.
—Te amo, Gabriel. Siempre te amaré.
Él gimió algo ininteligible y, literalmente, desgarró las ropas que aún cubrían el
cuerpo de ella, besando cada pequeño fragmento de piel a medida que la exponía.
Con los ojos vidriosos de pasión, Olivia enredó los dedos en su espesa cabellera y lo
atrajo más hacia sí. Gabriel, con la boca cerrada sobre el turgente pezón, se lo chupó
provocándole una oleada de húmedo calor entre los muslos.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—No puedo soportar esto —murmuró Gabriel mientras la cogía entre sus
brazos y la tendía en el lecho.
Con una fascinada mirada fija en ella, se desprendió de sus ropas y se tendió a
su lado. Ella se retorció contra él, pasándole las manos salvajemente por el cuello, los
hombros, la espalda, las nalgas. Gabriel se apoyó en sus codos y la besó fiera,
ávidamente, llenando las manos entre sus muslos y deslizando los dedos en su
humedad. Un grito brotó de los labios de Olivia. Su cuerpo era pura sensación. Sintió
como si la sangre de sus venas se hubiera convertido en fuego líquido.
Consumida por la necesidad de darle tanto como recibía, Olivia empujó
suavemente a Gabriel poniéndolo de espaldas, con la mirada fija en su excitada
virilidad. Deseaba tocarlo, saborearlo, complacerlo hasta que él gritase pidiendo
misericordia.
Mirando fijamente a sus ojos soñadores, Olivia agachó lentamente la cabeza
hasta tocar con la punta de la lengua su sexo reluciente. Él aspiró intensamente
mientras la observaba. Ella abrió la boca y lo tomó en su interior. Gabriel pronunció
un juramento y se impulsó más adentro. Olivia, saboreando el gusto y el aroma de él,
siguió atormentándole con la suave fricción de su lengua. Gabriel arqueaba la
espalda, respiraba trabajosamente, mientras con las manos le sujetaba los costados y
apretaba los dientes; parecía un hombre que agonizaba. Varios insoportables
minutos después, cogió a Olivia y rodó situándose sobre ella.
—¡Cariño, me estás matando!
Ella levantó la cabeza y le sonrió.
—Deseo que te excites tanto conmigo como yo contigo.
—Tú no estás bastante excitada —dijo pellizcándole un pezón.
Él yacía sobre su estómago y se deslizó por su cuerpo hasta reposar la cabeza
entre sus muslos levantados. La abrió penetrando con la lengua en su brillante
hendidura. Olivia sofocó un grito y enredó los dedos en sus cabellos. Gabriel buscó
con su boca la pequeña prominencia entre los resbaladizos pliegues y se la lamió
suavemente. A Olivia se le escapó un grito; una intensa sensación originada en el
diminuto núcleo aumentaba amenazando con estallar. Empujó las caderas hacia
adelante afirmando más la boca de él contra su centro. Gabriel se llenó las manos con
sus nalgas, moviendo la lengua dentro y fuera de su hendidura, arrastrándola
vertiginosamente hacia el más absoluto placer. Olivia estalló en un estremecimiento
clamoroso.
Gabriel, hambriento, observó su rostro mientras ella se liberaba. Más ardiente,
con más dureza y más voraz por ella de lo que lo había estado nunca, se colocó sobre
su cuerpo y penetró en su interior.
Olivia separó las piernas y arqueó las caderas para recibirlo; él sintió su dulce
aliento rozándole la mejilla mientras arremetía contra su cuerpo. Empujó más y más
profundamente, a cada acometida un éxtasis; cada retirada, pura agonía. Olivia
levantó las piernas y lo asió por las caderas con firmeza. Él podía sentir la necesidad
creciendo de nuevo en ella y la demanda se intensificó asimismo en su interior.
—No me dejes —balbuceó ella—. Por favor, Gabriel. Libérate en mi interior esta

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

vez.
—Nunca volveré a dejarte —prometió Gabriel.
Flexionó las caderas y se introdujo más profundamente, su control
completamente desaparecido.
El clímax de Olivia provocó el suyo, y la besó con todo el fervor y la intensidad
de un hombre enamorado. Por primera vez no sintió ninguna culpabilidad por
permanecer dentro de ella hasta el mismo final.
—Te amo, Livvy —susurró mientras se retiraba y se instalaba a su lado—. Eres
dominante y obstinada y nuestra vida nunca será aburrida ni monótona, pero no
puedes imaginarte cuan ansiosamente estoy previendo los próximos cincuenta años
más o menos.
Olivia se removió y le sonrió.
—Tú tampoco eres perfecto, Bathurst, salvo en la cama, desde luego. ¿Querrás
explicarme ahora qué ha sucedido para cambiar tu actitud ante la vida? La última
vez que hablamos estabas desesperado ante tu futuro.
Él la cogió entre sus brazos.
—La abuela ha pasado hoy por casa.
—¿Y?
—Me ha contado la verdad sobre mi origen.
—¡No vas a decirme que no eres nieto de lady Patrice!
—Soy su nieto, pero mis padres no eran las dos personas que yo creí que me
habían engendrado. Mi padre tenía una hermana gemela que murió de parto en
España y yo era su hijo. Su muerte fue tan lamentada, que los miembros de mi
familia raras veces la mencionaban. Yo sabía que mi padre había tenido una hermana
gemela, pero nunca se me ocurrió que pudiera ser mi madre. Mi verdadero padre era
un aventurero español.
—¿Eres...?
—¿... bastardo? No. La muerte de mi padre se produjo poco después de casarse
con mi madre. Ella le hizo prometer a su hermano en su lecho de muerte que me
criaría como hijo propio. Y él así lo hizo. Ni una sola vez dudé del amor de mi padre
ni de mi madre.
—Comienzo a comprender —dijo Olivia—. Tu madre le habló a Ned de la
locura porque a ti no te concernía.
—Podía haberme ahorrado años de angustia si hubiera comentado mis temores
con mi abuela.
—¿Crees realmente que tu hermano se quitó la vida?
—Eso es algo que nunca sabremos. Ni siquiera deseo pensar en ello.
—No lo haremos. Pensaremos en otras cosas más agradables —sonrió ella
tímidamente—. Como en tener una familia.
—Exactamente. Ahora estamos libres para casarnos y tener hijos sin la espada
de la locura de mi madre adoptiva pendiente de ellos.
—Tú quieres hijos, ¿verdad?
—Darte hijos será uno de mis mayores placeres.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Enarcó una ceja y le puso la mano en el estómago.


—¿Hay algo que desees decirme?
Olivia sofocó un grito.
—¡Lo sabes! ¿Quién te lo ha dicho? No deseaba abrumarte con mi embarazo.
Me proponía retirarme al campo y vivir allí tranquilamente con tía Alma y nuestro
hijo.
—No importa cómo me he enterado. Estamos enamorados y vamos a casarnos
en cuanto podamos. Si lo deseas, podemos retirarnos a Bathurst Park para aguardar
el nacimiento de nuestro hijo.
—No mientras Cissy...
Sus palabras fueron interrumpidas por la puerta abriéndose bruscamente. Tía
Alma y lady Patrice estaban en el umbral, sonriendo como bobas. Gabriel se
incorporó y echó la sábana sobre ellos.
—¡Estáis aquí! —canturreó lady Patrice—. Gracias a Dios que los dos habéis
recuperado el sentido común.
—¿Qué diablos estáis haciendo vosotras aquí? ¿No se nos permite ninguna
intimidad?
—Podréis tener toda la intimidad que deseéis —dijo Alma con una sonrisa
resplandeciente—. La querida Patrice me ha pedido que me traslade con ella cuando
os caséis, y yo he accedido.
—Espléndido —masculló Gabriel—. Ahora ¿nos hacéis el favor de marcharos?
Livvy y yo bajaremos en seguida.
—Desde luego, querido muchacho —contestó lady Patrice—. Dame el brazo,
querida Alma. Tal vez Peterson nos prepare una tetera. No os entretengáis,
muchachos.
Con un gruñido Gabriel se dejó caer en el lecho.
—Lo siento, Livvy.
Se sintió preocupado al ver agitarse los hombros de Olivia. La cogió entre sus
brazos y trató de consolarla, pero se sobresaltó al darse cuenta de que ella no estaba
llorando sino que, en realidad, se agitaba de risa. Entrecerró los ojos, y, contra lo que
le dictaba el sentido común, él también estalló en carcajadas.
—¿Vamos a reunimos abajo con ese dúo de intrigantes? —preguntó
enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano.
De pronto Olivia se puso seria.
—¿Supones que tu abuela sospecha que estoy esperando un hijo tuyo?
—Me consta que sí.
Olivia se sonrojó.
—¡Oh, Dios! Dime una vez más que me amas.
—Te amo. Loca, irrevocable, apasionadamente. Incluso quiero a Ollie, el
enigmático salteador de caminos. ¿Satisfecha?
Olivia suspiró.
—¿Qué van a hacer Braxton y Westmore sin su compañero?
—Sólo podemos confiar en que encuentren sus almas gemelas, tal como yo lo

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

he hecho. Arriba, mi amor. Es hora de enfrentarse a los dragones.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 21

La boda se celebró al día siguiente, en la elegante mansión de lady Patrice, ante


un pequeño e íntimo grupo de amigos y parientes. Lady Patrice había convencido al
obispo para que oficiase la ceremonia y el equipo de la cocina había preparado una
festiva colación para celebrar las nupcias.
Lord Braxton y lord Westmore estaban junto a Gabriel para darle apoyo
mientras él repetía sus votos. Pero Gabriel no necesitaba ningún apoyo. Estaba
dispuesto, y no sólo eso, ansioso, de casarse con Olivia, confundiendo a sus dos
amigos, que se aferraban tenazmente a su soltería pese a la deserción de su amigo y
antiguo compañero.
Tanto lady Patrice como lady Alma, aunque sonriendo orgullosas, se enjugaron
lágrimas de alegría cuando vieron a Olivia entrar en la sala del brazo de Neville.
Peterson y Grimsley parecían tan conmovidos como las damas, pese a sus intentos de
ocultar sus emociones.
Los votos matrimoniales fueron pronunciados con voz clara tanto por Gabriel
como por Olivia, con la mirada perdida en amorosa y mutua contemplación. Nadie
que presenciase la ceremonia dudaría de que aquélla era una boda por amor. Gabriel
casi soltó la carcajada al oír el suspiro de alivio de la abuela cuando el obispo los
declaró marido y mujer.
Después de aquello, no recordó nada más que los jugosos labios de Olivia
cuando la besó, y la conciencia de que ella era suya para siempre. Luego se vieron
brevemente separados por los invitados que los felicitaban. Desde el otro lado de la
sala, Gabriel observaba a Olivia pensando que nunca había estado más encantadora.
Sus cobrizos rizos estaban recogidos sobre su cabeza con un estilo muy favorecedor y
cubiertos por un velo de borde plateado que flotaba sobre sus hombros hasta media
espalda.
Gabriel estaba pasmado de que aquella boda improvisada se hubiera podido
organizar tan rápidamente. La abuela y lady Alma habían obrado milagros para
tenerlo todo listo. Gabriel ni siquiera podía aventurarse a sospechar cómo habían
conseguido confeccionar plateado el traje de boda de Olivia en cuestión de horas. El
anillo sabía que había sido de su abuela. Lo único que tuvo que hacer Gabriel fue
aparecer en el momento oportuno para pronunciar sus votos.
Gabriel iba a recuperar a su esposa y acompañarla al comedor para el festín
nupcial, cuando lord Braxton y lord Westmore se reunieron con él.
—¿Te has enterado de las noticias sobre Palmerson? —le preguntó Ram.
Gabriel apretó los labios en una fina línea.
—¿Ha regresado ese bastardo a Londres? ¿Dónde ha estado ocultándose?

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—¿No lo sabes? —demandó Luc con voz asombrada—. Creíamos que serías el
primero en enterarte, puesto que implica a tu familia.
—¿De qué condenados infiernos estás hablando?
—Palmerson se ha casado con la viuda de tu hermano hace unos días. Sandford
y Fordham no han podido aguardar para comunicar las noticias. Si no hubieras
estado retirado de la sociedad, ya lo sabrías.
La incredulidad fue lentamente sustituida por otra emoción, mientras Gabriel
echaba atrás la cabeza y se reía a carcajadas.
—¡Esto es muy bueno! —balbuceó enjugándose lágrimas con el dorso de la
mano—. No puedo imaginar una pareja más perfecta que Cissy y Palmerson. Si Cissy
se sale con la suya, y estoy seguro de que lo hará, Palmerson estará sujeto por una
firme correa. No conseguirá dinero de ella a menos que acate las normas. No se me
ocurre mejor castigo para ese bastardo. Aún podría golpearlo hasta hacerlo papilla
cuando lo vea, pero probablemente lo dejaré vivir para que Cissy lo vuelva loco.
—¿Qué es eso tan divertido, Gabriel? —preguntó Olivia mientras se reunía con
él y sus amigos.
—Nunca lo creerías, amor. Cissy ha atrapado a Palmerson en la trampa del
párroco.
—¡¿Se han casado?!
—Así es —le aseguró Braxton—. Sanford dijo que han dejado Bathurst Park y
que ahora residen en la finca de lady Cissy.
—¿Es la primera noticia que tienes de ello, Gabriel? —preguntó Olivia—. Me
sorprende que el administrador de tu hacienda no te informase.
—Probablemente lo ha hecho, pero no estaba de humor para leer mi
correspondencia durante estos últimos días. El matrimonio de Cissy y su marcha de
Bathurst Park no podían producirse en mejor momento. Nos iremos hacia allí en
cuanto solucione algunas cuestiones pendientes.
—Te echaremos de menos, muchacho —dijo Luc—. Londres no será el mismo
sin ti. Las damas estarán desoladas, pero no temas, Braxton y yo cumpliremos.
—No os alegréis tan pronto —contestó Gabriel—. Vosotros dos podéis estar
más cerca de la trampa de lo que pensáis.
Braxton soltó una fuerte carcajada.
—No seré yo. Mi lema es, ámalas y déjalas. Y esto no va a cambiar a corto plazo.
Este mundo está lleno de mujeres dispuestas a aceptar lo que les ofrezco sin exigirme
matrimonio.
—Estoy de acuerdo —repuso Westmore. Dirigió a Olivia una encantadora
sonrisa—. A menos, naturalmente, que la marquesa tenga una hermana.
Siguiendo con esa conversación, Braxton y Westmore se encaminaron al
comedor con los restantes invitados. Gabriel ofreció a Olivia el brazo con los labios
esbozando una sonrisa mientras decía:
—¿Nos unimos a nuestros invitados, Olivia? No puedo aguardar a que todo
esto acabe para que podamos estar solos. Deseo que nuestra noche de bodas sea tal
que nunca puedas olvidarla.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Olivia se cogió de su brazo con una sonrisa de respuesta cálida y tentadora.


—Mi queridísimo libertino, cada noche en tus brazos es inolvidable.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Capítulo 22

Bathurst Park,

Seis meses más tarde

Un grito resonó en el expectante silencio. Gabriel se puso en pie de un salto con


el rostro tenso.
—¡No puedo soportar esto! Voy a subir con ella. ¿Y si se está muriendo?
Braxton y Westmore, que habían llegado a Bathurst Park aquella misma
mañana para confortar a su amigo durante el parto de Olivia, lo asieron por los
brazos y lo obligaron a volver a sentarse.
—Tómate otro brandy —le instó Braxton—. Estas cosas pueden demorarse
mucho tiempo. Es muy poco lo que puedes hacer para ayudar a Olivia.
—Sólo te entrometerías —añadió Westmore.
Gabriel rechazó el brandy. Miró a lady Patrice, confiando en que ella aliviase
sus temores, pero la dama parecía estar en trance. Se hallaba sentada en el borde del
sillón, con las retorcidas manos aferradas a la empuñadura de su bastón y los
nudillos blancos por la presión que ejercía. Gabriel pensó que su torva expresión era
cualquier cosa menos tranquilizadora y se incrementaron sus temores.
Peterson merodeaba por la puerta, estrujándose las manos y con el rostro
arrugado por la preocupación. El corazón de Gabriel se unió al de Peterson, porque
sabía que quería a Olivia como a una hija. La señora Hamilton estaba detrás del
sirviente, prestándole apoyo.
Pero ningún apoyo del mundo podía aliviar los temores de Gabriel. ¿Y si Olivia
fallecía dando a luz a su hijo? ¿Cómo podría seguir adelante sin ella?
Otro grito, esta vez más intenso. En esta ocasión, nadie pudo retener a Gabriel.
Liberándose de sus amigos, subió los peldaños de dos en dos e irrumpió en el
dormitorio. La comadrona lo miró con los labios fruncidos en señal de
desaprobación.
—Usted no es necesario aquí, milord.
Lady Alma, que se había quedado con su sobrina para ayudar a la comadrona,
se acercó apresuradamente a Gabriel.
—No debería estar aquí, Bathurst.
—Sí debo —repuso él, apartándola a un lado para acercarse al lecho—. Livvy
me necesita.
—¿Eres tú, Gabriel?
Su voz era débil, su cansancio evidente, pero para Gabriel fue el sonido más
dulce que había oído en su vida. Se arrodilló junto al lecho y alisó un sudoroso rizo

- 233 -
CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

de su frente.
—¿Qué puedo hacer para ayudar, Livvy? Esto dura desde hace doce horas; no
puedo soportar verte sufrir tanto.
Ella le dirigió una débil sonrisa.
—Cógeme la mano. Ahora ya no tardaremos mucho.
—Si insiste en quedarse —dijo la comadrona—, podría ser útil. Sujete a su
mujer por los hombros cuando yo le diga a ella que empuje.
Gabriel hizo lo que le decían, situándose detrás de Olivia y apoyándola en su
cuerpo.
—Ahora, milady. Empuje con todas sus fuerzas. Ya puedo ver la cabeza del
bebé.
Gabriel sufrió con Olivia mientras ella se esforzaba entre intensos dolores para
parir a su hijo. Con los dientes fuertemente apretados, ella se asió de su mano con
sorprendente fuerza. Contrajo el estómago y luego empujó con fuerza, y el ruido que
hizo al expulsar a su hijo, atravesó dolorosamente a Gabriel.
—Ya viene, milady. Lo está haciendo muy bien —la estimuló la comadrona
entre los muslos separados de Olivia.
—Estoy muy orgullosa de ti, Livvy —dijo tía Alma con voz cantarina—. Eres
muy valiente.
—Una vez más —dijo la comadrona—. Otro empujón.
Gabriel se sintió impotente mientras Olivia daba a luz a su hijo que era recogido
por las atentas manos de la comadrona.
—Ha tenido una hija preciosa, milord. Más pequeña de lo que yo esperaba,
pero tiene todos los dedos.
Asió a la retorcida criatura por los talones y le dio unos golpecitos en el
diminuto trasero. El bebé emitió un grito saludable y Gabriel dejó escapar el aliento
de sus pulmones. Luego, la comadrona tendió el bebé a Alma mientras le cortaba el
cordón umbilical. Esta llevó a la criatura al lavamanos, le lavó con la esponja y la
envolvió en una mantita.
Gabriel se sentía como si flotara por los aires. Tenía una hija. No podía recordar
cuándo había sido más dichoso.
—Lamento no haberte dado un hijo la primera vez —dijo débilmente Livvy.
Él la besó en la frente.
—Estoy más que complacido con mi hija, amor.
—Ahora puede marcharse, milord —le aconsejó la comadrona—. Todavía me
queda trabajo que hacer aquí.
Gabriel se mostraba reacio a irse hasta que Alma depositó a su hija en sus
brazos.
—Muéstresela a su abuela y a sus amigos. Estoy segura de que estarán ansiosos
por verla.
—Es tan pequeña... —dijo Gabriel acunando al bebé en el hueco de sus brazos
—. Temo hacerle daño.
—Los bebés son sorprendentemente resistentes. Dudo que pueda dañarla.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Animado, Gabriel se dirigió hacia la puerta, deteniéndose bruscamente cuando


oyó gemir a Olivia. Miró por encima del hombro y vio a la comadrona aún sentada
entre las piernas de Olivia, con el cejo fruncido.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—Nada. Todo es como debería. Supongo que está a punto de liberar la placenta
—repuso Alma acompañándolo fuera de la puerta.
Gabriel, en cierto modo apaciguado pero aún preocupado, salió de la habitación
ansioso ya de mostrar a su nueva hija. Cuando entró en el salón, Braxton y Westmore
se pusieron bruscamente en pie y sus preocupadas expresiones se aliviaron
considerablemente al ver el bulto enfajado en brazos de Gabriel. Éste avanzó
sonriente hacia su abuela y le tendió a la criatura.
—Tengo una hija, ¿verdad que es hermosa?
Lady Patrice sonrió encantada mientras tendía los brazos para tomar al bebé.
Gabriel besó a la criatura en la cabecita y la depositó en brazos de su abuela.
—¿Cómo está tu mujer? —preguntó Braxton—. Confío en que todo vaya bien.
—Olivia ha salido del paso perfectamente. Está...
—¡Bathurst! ¡Venga en seguida!
La voz de tía Alma procedente de lo alto de la escalera era estridente y tensa. El
primer pensamiento de Gabriel fue que algo le había sucedido a Olivia, y las
frenéticas palabras de Alma parecían confirmar sus temores.
—¡Oh, Dios mío!
Corrió precipitadamente sin echar una mirada atrás a los que estaban en la sala,
volando literalmente por la escalera. Irrumpió en el dormitorio, cayó de rodillas
junto a Olivia y contempló su pálido rostro. Ella abrió los ojos y le dirigió una
temblorosa sonrisa. Aunque su alivio era enorme, Gabriel no podía detener la
humedad que acudió espontánea a sus ojos. Se la enjugó y le dedicó una insegura
sonrisa.
—¿Estás bien? Pensé... pensé... ¡Oh, Dios, no sé lo que pensé! No soy lo bastante
fuerte para seguir adelante sin ti.
Olivia levantó la mano y le acarició la mejilla.
—Eso es algo por lo que no tendrás que preocuparte.
Él frunció el cejo preocupado.
—Algo va mal, si no tía Alma no me habría llamado.
Alma merodeaba por allí con las manos aleteando como dos pájaros volando.
—No pretendía asustarle, Bathurst. Las cosas han sucedido tan de prisa que no
he tenido tiempo de pensar.
Gabriel se levantó y miró a Olivia en busca de una explicación. Por alguna
razón, Alma parecía incapaz de darla. Sin embargo, antes de que Olivia pudiera
hablar, la comadrona apareció con un bulto diminuto. Lo primero que Gabriel pensó
era que alguien había subido a su hija mientras él hablaba con Olivia.
—Su hijo, milord —dijo la comadrona meciendo el bulto que llevaba en brazos.
Gabriel desvió su mirada de la comadrona a Olivia y dijo confuso:
—Creí que había tenido una hija.

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

—Sí —explicó Olivia—. Y también un hijo. Ha nacido unos momentos después


de que salieras de la habitación con nuestra hija.
—¿Gemelos? —preguntó Gabriel necesitando urgentemente un trago y un
sillón. Se desplomó en el borde del lecho con sus piernas negándose a sostenerlo—.
¿Tenemos gemelos?
—Así es, Bathurst —dijo Alma alegremente.
Gabriel tendió los brazos y la comadrona depositó el bebé en ellos. Miró a su
hijo con absorta adoración.
—Un hijo y una hija. ¿Cuánto más dichoso puede ser uno?
—¿Qué sucede? —preguntó lady Patrice desde la puerta. Alineados tras ella
estaban Braxton, Westmore, Neville, Peterson y la señora Hamilton, que sostenía la
hija de Gabriel y Olivia contra su amplio seno.
—No puedo soportar no saber lo que está sucediendo.
—Ven a verlo por ti misma, abuela —la invitó Gabriel—. Pero sólo podrás
quedarte un momento. Olivia está agotada.
La abuela entró en la habitación, y se detuvo bruscamente al ver el nuevo bulto
en brazos de Gabriel.
—¿Qué tienes ahí, Bathurst?
—Mi hijo —repuso Gabriel orgulloso—. Olivia me ha dado dos hijos para amar,
un hijo y una hija.
—¡Dios mío! —exclamó la abuela con voz temblorosa.
—Bien hecho, Bathurst —lo felicitó Braxton mientras miraba con atención el
diminuto bebé que Gabriel sostenía en sus brazos—. Siempre has tenido una
condenada buena suerte.
—¡Qué maravillosa noticia! —lo felicitó Westmore—. Y felicidades a usted,
milady —añadió en consideración a Olivia.
Tía Alma cogió a la bija de Gabriel de manos de la señora Hamilton y los hizo
salir a todos. Colocó al bebé en brazos de Olivia y se fue silenciosa junto con la
comadrona.
—¿Has escogido nombres para ellos? —preguntó Olivia a Gabriel cuando
estuvieron solos.
—Aún estoy bajo los efectos de la impresión —contestó él—, pero algo se me ha
ocurrido. Me gustaría llamarlos Lenora y Ned, por mi verdadera madre y por mi
hermano adoptivo. ¿Merece tu aprobación?
Olivia permaneció profundamente pensativa, y con los ojos brillando traviesos
le sonrió.
—¿Quieres reconsiderarlo? Yo preferiría Pete y Ollie.
Gabriel se echó a reír.
—Estoy seguro de que Peterson estaría encantado de tener un tocayo, pero Ollie
está desechado. Con una traviesa en la familia ya tenemos bastante.

Lenora y Ned fueron bautizados tres semanas más tarde. Aunque aún

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

pequeños de tamaño, ambas criaturas eran saludables y animadas. Mientras su


padrino, Neville, conde de Sefton, parecía casi tan orgulloso como los padres de los
bebés, su madrina, lady Alma, y su bisabuela, lady Patrice, estaban totalmente
radiantes.
Pero nada podía compararse con el incondicional amor que Gabriel y Olivia
sentían por sus hijos y recíprocamente.
—Gracias por darme el valor de desafiar al destino y hacerme cargo de mi
futuro —le susurró Gabriel tras la ceremonia—. Si un valeroso salteador de caminos
no me hubiese robado, acaso nunca hubiese encontrado el amor.
—Gracias por amarme y por cambiar el curso de mi vida —repuso Olivia—.
Eres la prueba viviente de que incluso un redomado libertino puede reformarse.
—¿Significa eso que todavía hay esperanzas para Braxton y Westmore?
Olivia se echó a reír.
—El amor puede abrirse camino en el más duro de los corazones. Incluso en el
corazón de un granuja.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

NOTA DE LA AUTORA

Confío en que hayan disfrutado con El noble y la ladrona. Lord Bathurst


encontró su pareja en lady Olivia y todo concluyó bien pese a su dificultoso camino
hacia el romance. Sus otros dos amigos tendrán también sus propias historias, pero
tal vez los libros no sean continuación uno de otro. Serán libros aislados sobre lord
Braxton y lord Westmore.
Me encanta tener noticias de los lectores. Por una hoja informativa y un punto
de lectura, escríbanme a P.O. Box 3471, Holiday, FL 34690. También pueden
conectarme por e-mail a con-mason@aol.com. Por favor, visiten mi website para
obtener una lista de todos mis libros publicados y noticias sobre mis futuras
creaciones.
Con mis más románticos deseos Connie Mason.

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
CONNIE MASON
Connie Mason, cuenta en su haber con más de cincuenta novelas
románticas publicadas. Sus historias de pasión y aventura están
ambientadas tanto en parajes exóticos como en diferentes
lugares de América. En 1990 fue nombrada Escritora del Año
por la revista Romantic Times y en 1994 recibió el premio
Career Achievement en la categoría de Western, galardón
otorgado, también, por Romantic Times.
Connie vive en Tarpon Spring (Florida) junto a su marido Jerry
y hasta 1984, año en el que publicaron su primer trabajo, era ama
de casa y ávida lectora cuyo sueño era escribir.
En 1995, la cadena CBS dedicó un espacio de su programa 48 Horas a la industria de la
novela romántica en el cual participó Connie, siendo también mencionada en un artículo
publicado por el Nacional Inquirir.
Además de escribir y viajar, Connie disfruta hablando, a todo aquel que la quiera
escuchar, acerca de sus tres hijos y sus nueve nietos y compartiendo recuerdos de los años
vividos en Europa y Asia como la esposa de un militar de carrera. Connie dedica su tiempo
libre a leer, bailar, jugar al bridge y a la pesca de rio junto a su marido.

EL NOBLE Y LA LADRONA
Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una
parte crucial de su anatomía, el marqués de Bathurst tuvo que efectuar una elección crítica,
entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.
Gabriel decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al
ladrón de los inolvidables ojos verdes aunque fuese lo último que hiciera.
De todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de
Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un
baile de sociedad, Olivia Fairfax comprendió que sus intenciones no eran en modo alguno
honorables.
La fogosa persecución de Gabriel hizo que sus ojos esmeralda se abriesen de par en par
y el pulso se le acelerase, pero ¿él iba en busca de una amante o de la picara que se había
atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Olivia sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y
estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.

SERIE ROGUES
1. The Rogue and the Hellion - El noble y la ladrona.
2. Seduced By A Rogue - Seducida por un ladrón.
3. The Last Rogue

***

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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA

Título original: The rogue and the hellion


© Connie Mason, 2002
Publicado de acuerdo con Books Crossing Borders Inc., Nueva York, y Ute Körner
Literary Agent, S. L., Barcelona, www.uklitag.com
© de la traducción, J. G. Monforte, 2008
© Editorial Planeta, S. A., 2008
Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)

Primera edición: mayo de 2008


ISBN: 978-84-08-07624-7
Fotocomposición: Víctor Igual, S. L.
Depósito legal: NA. 1.115-2008
Impresión y encuadernación: RODESA (Rotativas de Estella, S. L.),
Villatuerta, Navarra
Impreso en España-Printed in Spain

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