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SERIE ROGUES, Nº 01
EL NOBLE Y LA
LADRONA
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ÍNDICE
Capítulo 1.............................................................................3
Capítulo 2...........................................................................14
Capítulo 3...........................................................................25
Capítulo 4...........................................................................36
Capítulo 5...........................................................................48
Capítulo 6...........................................................................59
Capítulo 7...........................................................................70
Capítulo 8...........................................................................82
Capítulo 9...........................................................................93
Capítulo 10.......................................................................104
Capítulo 11.......................................................................115
Capítulo 12.......................................................................127
Capítulo 13.......................................................................138
Capítulo 14.......................................................................150
Capítulo 15.......................................................................162
Capítulo 16.......................................................................174
Capítulo 17.......................................................................185
Capítulo 18.......................................................................196
Capítulo 19.......................................................................207
Capítulo 20.......................................................................218
Capítulo 21.......................................................................230
Capítulo 22.......................................................................233
Nota de la Autora................................................................238
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA...............................................239
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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA
Capítulo 1
Londres, 1817
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puedo permitir que le suceda algo. Tendrá que alejarse a la primera señal de
problemas.
—¿Qué puede ir mal? Ya hemos hecho esto antes y probablemente volveremos
a hacerlo.
—No dudo que tiene razón, pero no es algo que me agrade —gruñó Pete.
—Eres en exceso protector —se quejó Ollie—. No te preocupes, nada va a
suceder.
Ollie miró con atención la oscuridad aguardando, con los nervios en tensión, a
que el carruaje tomase la curva. Cuando por fin el vehículo estuvo a la vista, Ollie
siseó:
—Por el aspecto del carruaje, esta noche el botín será bueno.
—Recuerde lo que le he dicho, Ollie —le advirtió Pete mientras dirigía su
caballo hacia el centro de la carretera y desenfundaba su pistola. Ollie lo siguió
apostándose detrás con una pistola entre los dedos, entumecidos por la tensión.
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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA
Oscurecido por nubes y niebla, el cielo sin luna daba escasa luz, y los rostros de los
asaltantes, completamente ocultos por sus capas y capuchas, resultaban imposibles
de identificar. Pero tenía la intensa impresión de que quien le apuntaba era un joven
delgado. Y en una ocasión, cuando el salteador levantó el rostro, Gabriel distinguió
un destello de verde y un asomo de color rojo bajo el borde de su capa. Se trataba de
un bandido de ojos verdes y pelirrojo: las pistas iban en aumento.
Por un instante, se sostuvieron la mirada, y una emoción indefinible pasó entre
ellos. Gabriel apenas había tenido tiempo de pensar en lo que aquello significaba
cuando el asaltante le dijo:
—Lleva un anillo en el dedo.
Gabriel ocultó espontáneamente los dedos en su palma. El anillo había
pertenecido a su hermano fallecido, el destinado a ser el heredero de su padre de
haber vivido.
—Entréguelo —siseó el bandido.
—No puedo.
La pistola descendió peligrosamente hacia sus genitales.
—Le he dicho que lo entregue. ¿De qué prefiere desprenderse, del anillo o de...
las joyas de la familia? No cometa ningún error. No me detendré ante nada para
conseguir lo que deseo.
Gabriel vaciló un momento antes de sacarse el anillo del dedo y depositarlo en
la palma de la mano que le tendía el bandolero. El joven parecía más desesperado
que peligroso. Había elevado su voz varias octavas y se lo veía nervioso. También
hablaba bastante bien para ser un salteador corriente. Gabriel almacenó todo esto en
su memoria. No descansaría hasta ver a aquellos bandidos colgando de la horca de
Tower Hill. ¡Nadie robaba al marqués de Bathurst y quedaba impune!
—¿Son diamantes los botones de su camisa?
—¿Va a dejarme sin nada? —preguntó Gabriel despacio, con voz
engañosamente tranquila.
—Si es usted lo bastante rico como para llevar botones de diamantes perderlos
le causará escaso pesar. ¡Apresúrese!
—¿Cuál es el problema, Ollie? ¿Le está dando problemas?
—Todo va bien Pete. Sólo estoy esperando la botonadura de su camisa.
—¿Ato al cochero y le ayudo?
—Puedo arreglármelas —repuso Ollie.
Gabriel se quitó los botones y los colocó en la ansiosa mano del bandolero con
un despectivo ademán, lamentando no haber pensado en llevar su espada aquella
noche, pero en el lecho de Leslie no la necesitaba.
—¿Algo más? —preguntó Ollie.
—Eso es todo —replicó Gabriel, y dirigió al salteador una mirada curiosa—. Le
ha cambiado la voz, Ollie. ¿No es usted algo joven para esta clase de trabajo? Por otra
parte, su manera de hablar es bastante refinada para ser un salteador de caminos.
—¡Vuelva al carruaje! —le ordenó Ollie.
Gabriel deseaba protestar, pero lo pensó mejor. Su vida no era la única que se
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La tarde siguiente, Gabriel entró airado en el Brook's Club de St. James's Street,
aún fastidiado por el robo de la noche anterior.
—¡Bathurst, ven aquí!
Gabriel vio a su buen amigo y compañero de jarras Ramsey Dunsford, conde de
Braxton, que le hacía señales desde la puerta de la sala de juego y viraba
bruscamente en dirección a él.
—Westmore y yo te echamos de menos anoche —dijo Ram a modo de saludo—.
Te buscamos en White's y luego nos dirigimos al antro de juego de Crocker's. Ambos
perdimos una fortuna —gruñó Braxton.
—Necesito una copa —dijo Gabriel haciendo señas a un digno lacayo vestido
de negro.
—Algo ha sucedido —aventuró Ram—. No me lo cuentes hasta que Westmore
se reúna con nosotros. Deseo que él también lo oiga.
—¿Me estabais esperando?
Lucas, vizconde de Westmore, se acercó para reunirse con sus dos amigos con
las cejas interrogativamente enarcadas.
—Llegas a tiempo, Luc —dijo Ramsey—. Bathurst está a punto de entretenernos
con sus desventuras de anoche.
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—Ésa es una mentira como no había oído otra —rió Ram—. No existe una dama
dispuesta cuyos encantos no hayamos probado los tres, un burdel que no hayamos
visitado o un antro de juego que no hayamos frecuentado. Con justicia se nos conoce
como la Liga de los Libertinos de Londres.
—Y estamos orgullosos de ello —añadió Luc—. Háblanos del robo Bathurst.
Hace unas semanas, un par de asaltantes abordaron también a lord Trowbridge y a
su esposa. Probablemente sean los mismos que te robaron a ti.
—Últimamente se están produciendo muchos robos en la carretera —reflexionó
Ram.
—Había oído hablar de los robos —admitió Gabriel—, pero nunca habría
pensado que yo me convertiría en una de sus víctima. He puesto a los agentes de
Bow Street sobre su pista. Conozco sus nombres y me propongo llevarlos ante la
justicia.
—¿Conoces sus nombres? —preguntó Ram expectante—. Bastante descuidado
por su parte, ¿verdad?
—Se llamaban entre sí Ollie y Pete. Descuidado o no, es una buena pista.
Durante unos momentos comieron en silencio, pero la mente de Gabriel estaba
agitada mientras mascaba e ingería sin realmente saborear su cena. Había algo que le
preocupaba de uno de los salteadores. Los modales y la voz del bandido más joven
eran muy característicos. Si volviese a ver al individuo estaba seguro de que lo
reconocería.
—Olvídate de esos tunantes, Bathurst —le dijo Ram mientras se retrepaba en su
asiento y encendía un puro—. La justicia se encargará de ellos. Antes o después
cometerán un error y acabarán en la horca.
—¿Qué tal si vamos a Crocker's? —preguntó Luc—. Esta noche me propongo
recuperar algo de mi dinero.
—Yo había pensado en otro tipo de entretenimiento; uno con el que Gabriel
pueda quitarse ese robo de la mente —sugirió Ram—. ¿Alguno de vosotros está a
favor de madame Bella?
Gabriel sonrió. Madame Bella sonaba exactamente como lo más adecuado.
—Madame Bella está bien —dijo—. Comed en abundancia, necesitaremos
energía para las actividades de esta noche. Confío en que ninguno de vosotros quiera
a la pelirroja alta y de ojos verdes de nombre caprichoso, porque esta noche me
propongo monopolizarla.
Gabriel se preguntó por qué había dicho aquello. Cabellos rojos y ojos verdes le
habían obsesionado en sueños la noche anterior, pero pertenecían a un hombre, no a
una mujer.
—Te refieres a Fifi —dijo Luc—. Serás bien recibido por ella. Yo en cambio
prefiero a las rubias pequeñitas con grandes y generosos senos.
—Vámonos, pues —propuso Ram levantándose.
Los integrantes de la Liga de los Libertinos de Londres emprendieron la marcha
decididos a dedicarse a sus habituales distracciones con mujeres, juego y bebida.
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busque allí al amor de mi vida. Estoy disfrutando demasiado como para dejarme
encadenar tan pronto.
Los azules ojos de lady Patrice, muy parecidos a los de su nieto, brillaron de
satisfacción.
—Eres un buen muchacho, Bathurst. Sabía que verías las cosas como yo. A
propósito —añadió dirigiéndole una inocente mirada—, ¿has sustituido ya a tu
última amante? Aquella actriz apenas alcanzaba tus habituales niveles de «calidad».
Gabriel profirió una carcajada estrepitosa.
—Nunca dejas de sorprenderme, abuela. Ya no veo a Colette ni he encontrado a
nadie que la sustituya.
—No lo hagas —le aconsejó lady Patrice—. Tengo una buena sensación sobre
esta noche. Tomarás el té, ¿verdad?
—Desde luego, pero no puedo quedarme mucho tiempo. Si tengo que asistir al
baile de lady Stanhope, me gustaría llevar refuerzos.
—¿Por casualidad te refieres a aquellos amigotes tuyos de mala fama? En su
momento encontrarán esposas, y entonces, la Liga de los Libertinos de Londres se
dispersará. Para variar, deja que las lenguas se muevan hablando de algún otro.
Sinceramente, estoy harta de oír hablar de las aventuras de mi nieto. Ahora siéntate
mientras pido que traigan el té... tus constantes paseos me agotan.
Gabriel se fue de casa de su abuela una hora después. Al subir a su carruaje,
asió las riendas y dirigió a su par de caballos grises hacia White's. Braxton y
Westmore aún no lo sabían, pero iban a acudir al baile.
***
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Capítulo 2
Acompañado por sus dos amigos, Gabriel se mezcló con la multitud que asistía
al baile de la condesa de Stanhope, y sintió un abrumador temor cuando advirtió la
sobreabundancia de jóvenes vestidas de blanco virginal, el color utilizado por todas
las debutantes recién presentadas en sociedad.
—No sé cómo he podido dejarme convencer para que me trajeras aquí —se
quejó Ramsey en un aparte con Gabriel—. Observa toda la atención que hemos
despertado. Esta sala contiene más mamás ansiosas de casar a sus hijas con un título
de las que he visto desde hace mucho.
—Yo no estoy buscando una esposa —intervino Luc—, y, afortunadamente,
ninguna está persiguiéndome para casarse conmigo. Mi título no es lo bastante
importante como para obtener la atención que despertáis vosotros dos.
—Mi abuela estaba en lo cierto —repuso Gabriel—. Pero no puede comprender
por qué me niego a tomar esposa.
Ramsey soltó una estrepitosa carcajada.
—¿Sabe tu abuela lo ocupado que estás con las rameras? Tú, Westmore y yo
somos libertinos impenitentes. No me extrañaría que todos acabáramos siendo unos
perdidos.
—Pues que así sea —replicó Gabriel—. Voy a saludar a la abuela y a
emborracharme luego.
—¿Tu abuela no es esa que está hablando con la duquesa viuda? —señaló Luc.
Gabriel dejó escapar un suspiro angustiado.
—En efecto, lo es. Disculpadme, caballeros, el deber me llama.
—¡Atención, ahí viene lady Hayworth remolcando a sus dos poco elegantes
hijas! —advirtió Luc antes de que Gabriel tuviera tiempo de escapar—. Y la indómita
dama tiene esa mirada en los ojos. Ha llegado el momento de que me vaya. Me
reuniré con vosotros más tarde.
—Cobarde —siseó Gabriel mientras Luc efectuaba una rápida retirada dejando
que Ram y Gabriel se enfrentaran solos a lady Hayworth y sus dos hijas casaderas.
—Lord Bathurst, lord Braxton —saludó lady Hayworth con gran deleite—. ¿Era
lord Westmore ese a quien he visto irse apresuradamente?
—En efecto, lo era —repuso Gabriel—. Acaba de acordarse de un compromiso
anterior.
—Recuerdan a mis hijas, ¿verdad? Honoria, Lucinda, saludad al marqués y al
conde.
Gabriel forzó una sonrisa complacida. Aunque conocía a ambas damas,
ninguna le atraía. Honoria tenía los dientes saltones y era algo regordeta, mientras
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pobreza y enviar al joven heredero a Oxford. Aunque, como comprenderás, todo son
habladurías, en realidad nadie conoce el verdadero estado de las finanzas familiares.
Ella rara vez asiste a actos sociales.
—¿La conoces?
—Sí.
—Preséntamela. Si necesita un protector, yo soy su hombre.
Ram sonrió.
—¿Vuelves a pensar con el pene? Las vírgenes son algo prohibido para
hombres como nosotros. No desearás acabar encadenado, ¿verdad?
—Estás asumiendo que la dama es virgen, Ram —dijo Gabriel—. Sólo porque
no circulen habladurías sobre ella no significa que no haya tenido amantes. Mira,
¿ése no es lord Palmerson, husmeando a su alrededor? Parecen conocerse muy bien.
Si ella conoce a ese odioso bastardo, no puede ser tan pura como crees. ¿No dejó
Palmerson embarazada a la hija de un comerciante y se negó a casarse con ella?
Dicen que la chica se mató, ¿es cierto?
—Ése es el rumor.
—Pese a su evidente amistad con Palmerson, deseo conocerla. Preséntamela.
Tratando de que no se le notase la ira en la expresión, Olivia paseó la mirada
sobre las numerosas personas que había en la elegante sala de baile de la duquesa
viuda.
—Esto va a ser fácil —le dijo a su tía en un aparte—. Hay tantísima gente
merodeando por aquí que, cuando llegue el momento, es imposible que mi breve
desaparición despierte sospechas.
—Preferiría que no lo hicieras, querida. ¿Y si te sorprenden? ¿Y si...?
—No te preocupes, tía. Seré cuidadosa. Necesitamos el dinero y éste es el único
medio. Vamos a saludar a nuestra anfitriona.
—¡Olivia, querida, qué agradable sorpresa!
Olivia contuvo un gemido. Palmerson era la última persona a quien deseaba
ver. Le ponía los pelos de punta.
—Lord Palmerson —saludó secamente.
—He estado pensando en usted, Olivia. ¿Cuándo va a aceptar mi propuesta?
Todavía tengo la licencia especial que me procuré la primera vez que se lo propuse.
Sus negativas son agotadoras.
—No he cambiado de idea, milord. No tengo intenciones de casarme con usted.
Palmerson se pasó la delgada mano por sus lustrosos cabellos y miró fríamente
a Olivia.
—Eso me sorprende. Sé que Sefton despilfarró su dote. Yo soy su única
esperanza de tener un marido y una familia.
—Usted podía haber detenido la ruina de mi padre si lo hubiera deseado —
replicó Olivia con helado desdén.
—¿Por qué continúa culpándome de la muerte de su padre? Él se labró su
propia desgracia. Yo no podía hacer nada para frenarla.
—Eso dice. Pero era su amigo: debería haberle ayudado.
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turbador. Olivia pudo sentir el calor de su aliento a través del tenue tejido del
guante, y retiró la mano antes de que su temblor la delatase.
—Están tocando un vals. Lady Olivia, ¿me hace el favor de bailar conmigo?
Ella se quedó muy sorprendida al ver que la muy correcta condesa viuda
permitía que el controvertido vals se interpretara en su fiesta. Estaba considerado un
baile poco decente, y Olivia no se había molestado en aprenderlo.
—Lo siento, no estoy familiarizada con los pasos —objetó Olivia.
—En realidad, son muy sencillos. Limítese a seguirme.
Sin esperar siquiera su respuesta, le pasó el brazo por la cintura y la condujo a
la pista de baile. La mantuvo próxima a él, demasiado próxima para la paz mental de
Olivia.
—Tiene unos ojos de un insólito verde —dijo Gabriel mientras giraba con ella
ejecutando un paso que la hizo tropezar.
Ella se asió a él con más fuerza mientras su firme brazo la aseguraba.
—No se preocupe, un paso en falso no es una catástrofe. Sígame, uno, dos tres...
vuelta. Uno, dos tres, vuelta. Eso es. —La iba guiando mientras ella cogía el ritmo—.
Tiene una predisposición natural para la danza.
Casi sin aliento y prendida en el baile, ella no respondió.
—¿Nos hemos visto antes, lady Olivia? —preguntó Gabriel mirándola fijamente
a los ojos.
—Asisto a pocos eventos sociales —repuso ella tras encontrar por fin la voz—.
Dudo que nos hayamos visto anteriormente.
—Es raro —reflexionó él—. Hubiera jurado...
—Pues está equivocado —lo cortó secamente.
Él estrechó el abrazo y Olivia sintió un alarmante roce de su pierna entre sus
muslos mientras Gabriel realizaba un suave giro. Aunque su movimiento no era
abiertamente sexual y se ceñía estrictamente a la danza, Olivia sintió un
estremecimiento interior. Al bailar con Palmerson sólo había sentido repulsión, pero
Bathurst no era Palmerson, y repulsión no era exactamente lo que estaba
experimentando. La presión de su fuerte cuerpo masculino contra ella era
desconcertante.
—¿Conoce bien a Palmerson? —preguntó Gabriel.
Olivia parpadeó.
—¿Qué? ¿Qué ha dicho usted?
¿A qué se refería Bathurst?
—¿Es Palmerson un amigo íntimo?
Olivia le pisó un pie, pero los fuertes brazos de Bathurst permanecieron firmes
sin soltarla. Su ira creció, y trató de separarse, pero la implacable presión de él en su
cintura la mantuvo firmemente en el sitio. Ella no disponía más que de las palabras
para protestar.
—¡Cómo se atreve! ¡Si está suponiendo lo que yo creo, no puede estar más
equivocado!
—Discúlpeme, milady, no pretendía ser impertinente.
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Capítulo 3
Lord Ramsey Braxton distinguió a Gabriel llegando a la sala de baile con una
resuelta expresión en el rostro. Ram se preguntó qué se proponía. No tenia razones
para relacionar la repentina marcha de lady Olivia con el semblante serio de su
amigo, hasta que éste lo vio y se apresuró hacia él.
—¿Has visto a lady Olivia? —le preguntó Gabriel sin más preámbulos.
—Ella y su tía acaban de marcharse —repuso Ram.
—¡Maldición! —masculló Gabriel mientras se iba apresuradamente dejando a
su amigo boquiabierto.
Gabriel bajó corriendo el largo tramo de escalera y salió al exterior mientras el
coche que conducía a las mujeres que buscaba doblaba la esquina.
—¿Qué infiernos te pasa? —preguntó Ram detrás de él—. ¿Se puede saber qué
le has dicho a lady Olivia para que se haya ido con tanta precipitación?
—¿Qué te hace pensar que le he dicho algo?
—Los dos os habéis ido del salón al mismo tiempo y habéis vuelto al baile
desde la misma dirección. Te conozco, Bathurst. Somos amigos desde hace mucho
tiempo. Lady Olivia no es tu tipo.
—¿Estás listo para marcharte? —le preguntó Gabriel a Ram ignorando su
reprimenda.
—Creí que nunca me lo preguntarías —repuso su amigo con un suspiro de
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—¿Qué te ha dicho lord Bathurst? —le preguntó tía Alma una vez ella y Olivia
hubieron retornado a salvo a casa—. ¿Te ha reconocido? ¡Oh, querida niña!, ¿qué
haremos?
Olivia sabía que había estado poco comunicativa durante el trayecto de regreso
a casa, pero necesitaba pensar. Encontrar a Bathurst en el baile la había inquietado
profundamente. El marqués era un inconsciente libertino: le había pedido del modo
más descarado que se convirtiera en su amante. Y casi se había quedado muda de la
impresión cuando le había preguntado si era inocente. Un caballero no le hablaría a
una dama de forma tan irrespetuosa, pero estaba claro que Bathurst no era un
caballero.
Si él la hubiera reconocido como quien lo había asaltado, Olivia estaba
razonablemente segura de que la hubiera entregado a la ley, y eso la asustaba. Nunca
se había sentido tan vulnerable. Semejante descubrimiento arruinaría a su familia.
Olivia se esforzó por tranquilizar a su tía, pese a su propia sombría visión del
futuro.
—No es tan malo como eso, tía. Reconozco que encontrarme a Bathurst ha sido
una impresión, pero estoy segura de que él no me ha reconocido. Sin embargo, no
habrá más bailes ni salidas públicas por el momento. No puedo permitir que vuelva
a verme.
—¡Oh, querida! Y, ¿sobreviviremos?
—Pete y Ollie volverán a cabalgar de nuevo —contestó Olivia—. Sólo que la
próxima vez escogeremos más cuidadosamente nuestros objetivos. Ve a acostarte, tía.
Yo subiré luego.
Murmurando para sí sobre pecado y perdición, Alma tomó uno de los dos
candelabros de la mesa del vestíbulo y ascendió lentamente la escalera. Olivia cogió
el otro y se dirigió a la cocina. No la sorprendió encontrar a Peterson esperándola.
—No ha salido como esperaba —dijo Olivia.
Él le dirigió una penetrante mirada.
—¿Qué ha pasado?
Olivia se dejó caer en una silla y hundió la cabeza entre las manos.
—Nada ha salido bien. Toda la velada ha sido un desastre; desde el principio
hasta el fin. Tanto dinero gastado en vestidos para la tía y para mí ¿y para qué?
Podíamos haberlo utilizado para reparar el techo. Me temo que la próxima vez que
llueva, no tendremos bastantes botes para poner bajo las goteras.
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Peterson, más amigo de confianza que sirviente, le dio a Olivia unas palmaditas
en el hombro en un torpe intento de consolarla.
—Cuénteme, señorita Livvy.
—Él estaba allí.
—¿Él? ¿Quién?
—Es un marqués. Lord Bathurst, el hombre del carruaje que robamos.
—Eso no debería preocuparla —se burló Peterson—. No hay modo de que
pueda relacionarla con Ollie. Usted es hija de un conde, y de una reputación
intachable.
—No estoy tan segura de eso —repuso Olivia.
Recordó la reacción de Bathurst ante Palmerson y sus equivocadas conclusiones
acerca de su relación, y deseó fervientemente haberse quedado en casa.
—¿Cabalgarán de nuevo Pete y Ollie, señorita Livvy?
—No veo otro remedio —repuso Olivia—. Pero tú has estado con nosotros
mucho tiempo, Peterson, te considero como de la familia. Y nunca ha sido mi
intención poner tu vida en peligro. No te pediré que vayas conmigo, tiene que ser tu
decisión.
La hundida barbilla de Peterson se afirmó.
—¿Cuándo saldremos?
—Pronto. Si tenemos suerte, encontraremos a un acaudalado lord y a su esposa
de regreso de un acontecimiento social en una de las grandes casas solariegas de las
afueras de Londres.
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lo atravesaba con su coche bajo una lluvia brumosa hasta llegar a la elegante mansión
de Mayfair de la dama. Huntly, el viejo mayordomo de lady Patrice, acompañó a
Gabriel al salón, donde la anciana dama estaba sentada delante del fuego con una
manta de viaje sobre las piernas y un libro apoyado en el pecho.
—Me alegro de que hayas venido, Bathurst —dijo—. Hace un tiempo
horroroso.
—No me has hecho venir para que hablemos del tiempo, abuela. ¿Qué he hecho
ahora?
—¿Te llamó la atención alguna de las damiselas que se encontraban en el baile
de la viuda?
—Había muchas damiselas encantadoras presentes —repuso Gabriel con
prudencia.
—Pero ninguna te atrajo —aventuró ella.
—Ya conoces mi opinión sobre el matrimonio, abuela. ¿Por qué sigues
presionándome?
Lady Patrice movió con triste resignación su blanca cabeza perfectamente
peinada.
—Mi querido muchacho, ¿qué puedo decirte para que cambies de opinión? Has
tenido unos padres cariñosos, no puedes culparlos de tu aversión al matrimonio.
¿Cuál es el problema?
—No tengo ningún deseo de casarme —contestó Gabriel apretando los dientes.
—No me gusta tu tono, Bathurst.
—Perdóname, abuela, pero toda charla sobre el matrimonio me agota.
—Te vi bailando con lady Olivia Fairfax —comentó—. Confío en que tus
aspiraciones no vayan en esa dirección. Ella es bastante atractiva, pero demasiado
mayor, y su falta de dote hace años que la dejó fuera del mercado matrimonial.
Por alguna razón, esas palabras influyeron en Gabriel de modo equivocado.
—Si lady Olivia me interesara, su falta de dote no importaría. Ni tampoco su
edad, que me parece muy correcta para mí.
—¿De veras? —repuso su abuela con una marcada inflexión en la voz—. Qué
interesante.
—Si estuviera interesado he dicho, lo que no es el caso. ¿Deseas algo más,
abuela?
—Tengo entendido que los Barrow dan una gran fiesta familiar en su finca el
próximo sábado. Supongo que tú y tus disolutos amigos asistiréis, puesto que todos
mantenéis tan íntimas relaciones con lady Barrow. —Meneó la cabeza—. La
incapacidad de lord Barrow para frenar las aventuras extraconyugales de su esposa
es horrorosa.
—Abuela...
—No, querido muchacho, no voy a reprenderte por tu implicación con la dama;
no se me ocurriría decirte lo que debes hacer.
Gabriel puso los ojos en blanco.
—Desde luego que no lo harías, abuela. —Besó su arrugada mejilla—. Cuídate.
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—Los Barrow van a celebrar una gran fiesta el próximo sábado en su casa de
campo, señorita Livvy —dijo Peterson—. Lo sé directamente por el ama de llaves de
su mansión en la ciudad, a quien se lo dijo el mayordomo de los Presley y éste a la
señora Hamilton.
—¿Nuestra cocinera?
—Sí, señorita Livvy. La misma señora Hamilton me lo dijo. Habrá algún dinero
fácil en la carretera tras la fiesta.
Olivia pensó amargamente que, tal como iban las cosas últimamente, nada sería
fácil. Pero no tenía ninguna otra alternativa.
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Gabriel entró en la biblioteca de los Barrow para escapar de los otros invitados,
y examinó las estanterías de libros que se alineaban en la pared. Había llegado a la
finca el día anterior por la tarde, con Luc y Ram, y ya estaba aburrido. En una mesita
auxiliar había una licorera de brandy y unas copas, y se sirvió. Pensó que no debería
haber ido. No estaba de humor para los tejemanejes de Leslie, y no se sentía cómodo
con su marido vigilándola de cerca.
Gabriel hizo una mueca de desagrado al recordar cómo Leslie se había pegado a
él cuando lo encontró a solas en la galería superior. Hacer el amor con la sensual
Leslie cuando su marido se hallaba ausente era una cosa, pero engañar al conde
cuando éste estaba en su residencia era algo que excedía incluso la moral de Gabriel.
Además, pensó con un gruñido, no podía desterrar a lady Olivia de su mente lo
suficiente como para dar cabida en ella a Leslie. Había algo que le resultaba
enormemente familiar en la esquiva joven de ojos verdes. Pero tras una atenta
observación de su rostro y su figura, no había visto nada en lo que basar su teoría de
que la conocía. Le parecía como si fuera a volverse loco deseando a una mujer que
para él era prohibida. Dejó escapar un suspiro de exasperación y tomó otro trago del
excelente brandy de lord Barrow.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí solo, Bathurst? Te he estado buscando por
todas partes. —Lady Leslie Barrow dirigió una mirada despectiva a las estanterías de
libros, y luego dedicó una provocativa sonrisa a Gabriel—. ¿No puedes encontrar
nada más emocionante que hacer que leer?
—Necesitaba estar unos momentos a solas —repuso él.
Leslie cerró la puerta de la biblioteca y se le acercó silenciosamente. Gabriel la
observó con los ojos entornados. Si respirara demasiado profundamente, sus
abundantes senos se desbordarían del corpiño de escote bajo. Aunque el vestido
estaba confeccionado siguiendo la última moda, había sido estrechado para revelar la
redondeada figura que había debajo.
Leslie rodeó el cuello de Gabriel con los brazos y estrechó su cuerpo contra él en
descarada invitación.
—Edmond se ha llevado a algunos invitados a ver el lago y los cisnes... Por fin
estamos solos.
—No es una buena idea, Leslie —replicó Gabriel retirándole cuidadosamente
los brazos y retrocediendo—. Edmond está demasiado cerca.
—¡Gran Dios, Gabriel, no me digas que de repente tienes escrúpulos y
conciencia!
«Lo que tengo es un deseo de pelirrojas de ojos verdes.»
—Me conoces lo suficiente como para saber que no es eso, Leslie, pero no es ni
el momento ni el lugar para permitírnoslo. Tienes la casa llena de invitados que
requieren tu atención y, además, mis amigos sin duda me están buscando.
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Gabriel sufrió todo el resto del día y el siguiente, aliviando su aburrimiento con
la caza de por la mañana y hablando de negocios con sus pares durante la tarde que
precedía al gran baile que Leslie había planeado para aquella velada. Gabriel sugirió,
y Luc y Ram estuvieron de acuerdo, partir inmediatamente después de la fiesta en
lugar de quedarse en la mansión Barrow otra noche más, como hacían algunos de los
invitados.
—¿Qué te sucede, Bathurst? —le preguntó Ram—. ¿Por qué no estás en algún
rincón con lady Barrow? ¿O perdiendo mucho dinero en las cartas? ¿O bebiendo con
tu habitual deleite? ¿Es que estás enfermo?
Gabriel frunció el cejo. Debía de estar comportándose de manera totalmente
atípica.
—Estoy bien, Braxton. Tal vez sólo un poco harto de diversiones domésticas
aburridas.
—No tienen por qué ser aburridas —observó Ram—. Lady Barrow te ha estado
mirando toda la tarde. Estoy seguro de que podríais encontraros clandestinamente
antes de la cena de medianoche. Anda, ve y hazla feliz.
—Esta noche, no —murmuró Gabriel—. No estoy de humor. Ram arrugó la
frente. —Ahora me siento preocupado.
Gabriel se echó a reír.
—¿Tan depravado soy que mi falta de deseo por el sexo clandestino despierta
vuestras sospechas?
Ram se encogió de hombros.
—¿Qué otra cosa puedo pensar? A menos que... hayas puesto tus ojos en otra
mujer. ¿Aún estás jadeando por lady Olivia?
—Y nunca he jadeado —replicó Gabriel ofendido—. Admito que lady Olivia es
atractiva, pero vosotros mejor que nadie sabéis que no estoy buscando esposa.
Tontear con ella sellaría mi destino.
—Estoy completamente de acuerdo contigo sobre el sagrado matrimonio —
admitió Ram—, y sé que tienes tus razones como yo tengo las mías. ¿Te importaría
compartirlas?
—¿Estás dispuesto a compartir tú las tuyas?
Ram apretó los labios con fuerza y negó con la cabeza. A Gabriel no le
sorprendió la reacción de su amigo, él sentía lo mismo. Los diablos que lo guiaban
eran personales, no para ser compartidos. En su caso, nadie sabía sus razones para
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Olivia se aferró a las crines del caballo como si fuera en ello la vida. El ardor del
hombro se había convertido en un dolor insoportable y el zumbido de su cabeza
amenazaba con sumergirla en la oscuridad. Pero no podía, no debía desmayarse.
Tenía que volver a casa. A casa, con tía Alma.
«Piensa», se dijo. Pensar en algo que no fuera la agonía que le desgarraba el
hombro. Bathurst, sí; pensar en Bathurst era positivo. La ira podía desterrar el dolor.
Y ella estaba furiosa. El cruel destino había colocado a Bathurst en su camino aquella
noche. ¿Estaba siendo castigada por robarles a los ricos nobles sus baratijas? Era
injusto que, tras verificar que los caballos que arrastraban el transporte no
pertenecían a alguien a quien hubieran robado previamente, se hubiera encontrado
al marqués en el carruaje.
Olivia había pensado con frecuencia en él desde el baile de la viuda. Recordaba
su arrogancia, el calor de su cuerpo mientras bailaban y su inquietante habilidad
para desnudarla con la mirada.
¿Por qué no podía olvidarlo?
Peterson redujo la velocidad de los caballos y se acercó a ella.
—¿Está usted bien, señorita Livvy? ¿Dónde le ha dado la bala de ese bastardo?
Su tía me va a matar.
—En el hombro —jadeó Olivia—. Creo que ha entrado y salido, pero duele
como un demonio.
—Resista —rogó Peterson—. Pronto llegaremos a casa.
—¿Nos siguen?
—No, pero será mejor apresurarnos. Por fortuna, la lluvia nos ayuda.
De pronto, un negro foso pareció abrirse bajo Olivia y se balanceó en la silla.
—No creo...
Apenas fue consciente de cuando Peterson la desmontó de su cabalgadura y la
llevó a la suya. La sostuvo entre sus brazos mientras su robusto caballo los conducía
a los dos a casa.
Cuando llegaron, Alma los estaba aguardando en la cocina.
—He preparado una tetera —dijo al oír abrirse la puerta—. Debéis de estar
mojados hasta los tuétanos y medio congelados.
Cuando se dio la vuelta hacia ellos, la taza se le cayó de las manos estrellándose
contra el suelo.
—¡Livvy! ¡Dios mío, no me digas que está muerta!
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—No, milady, no está muerta, sólo herida. Será mejor que ponga agua a hervir.
—Llévala a su habitación —pidió Alma una vez se recompuso. Aunque había
quienes la consideraban frívola, en las crisis siempre se crecía—. Pondré agua a
hervir e iré por el botiquín.
Tras colocar la tetera en el trípode sobre las llamas, Alma fue en busca de su
caja de curas y se apresuró tras Peterson.
—¿Qué ha pasado?
—Ha sido él, el condenado marqués —escupió Peterson mientras dejaba a
Olivia en el lecho y retrocedía para que Alma pudiera atender a su sobrina herida.
Alma le quitó a Olivia la capa y, cuidadosamente, le retiró la chaqueta.
—¿Qué marqués?
—Bathurst.
—Luego puedes hablarme de eso —le cortó Alma categóricamente—. Ahora lo
que necesito es agua caliente.
Cuando Peterson se marchó, Alma le quitó a Olivia la camisa ensangrentada y,
rápidamente, localizó los dos puntos por donde la bala había entrado y salido de la
carne. Preparó una compresa con trapos limpios, la presionó con fuerza contra la
herida para detener la hemorragia y se sintió aliviada al ver que no tenía que extraer
la bala.
Olivia permaneció inconsciente mientras Alma limpiaba la herida con el agua
caliente que le llevó Peterson, le aplicaba un ungüento y le practicaba un vendaje.
Luego, acabó de desnudar a Olivia y le puso un camisón.
Era cuanto pudo hacer. Si Olivia tenía fiebre, se vería obligada a avisar a un
médico, lo cual podía resultar desastroso. Alma no tenía ni idea de cómo explicar una
herida de bala en la delicadamente educada hija de un conde.
***
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Capítulo 4
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el techo. El coche se detuvo ante una estrecha casa que tal vez había sido distinguida
en otro tiempo, pero que ahora necesitaba desesperadamente una restauración.
Gabriel se preguntó por qué lady Olivia no habría destinado parte de su
estipendio mensual a reparaciones. El misterio despertó en él el deseo de resolverlo.
Si no aquella noche, algún otro día no muy lejano. No se hacían visitas a damas casi
desconocidas a aquellas horas de la noche. Aunque Gabriel tal vez no fuera un
caballero en el estricto sentido de la palabra, observaba algunas de las normas
dictadas por la sociedad.
Dio un golpe en el techo y el coche avanzó a sacudidas. Estaba abismado en sus
pensamientos cuando el carruaje se detuvo y Jenkins abrió la puerta.
—Estamos en Brook's, milord.
Sostuvo un paraguas por encima de la cabeza de Gabriel y lo acompañó hasta la
entrada.
La puerta se abrió y Gabriel se agachó un poco para entrar. En seguida vio a
Braxton y Westmore. Estaban de pie junto al hogar, absortos en una conversación con
lord Paxton. Gabriel avanzó hacia ellos a grandes pasos.
—Bathurst —lo saludó Ram—, llegas tarde. El estómago me llega a la columna.
¿Qué te ha entretenido?
—Tenía que hacer algo primero. Hola, Paxton. Creía que estabas en el
extranjero.
—Acabo de regresar, amigo. ¿No sabes que acabo de encadenarme?
—Felicidades.
—Sí, bueno, la dote valía la pena. Ahora debo marcharme; mi mujercita me está
esperando.
Ram soltó una risita mientras Paxton se alejaba.
—He aquí un ejemplo excelente de lo que el matrimonio puede hacer con un
hombre.
—Busquemos una mesa y encarguemos la cena —sugirió Luc—. Mientras
comemos, Bathurst puede contarnos qué lo ha hecho retrasarse.
Tras encargar la cena, Ram y Luc observaron a Gabriel expectantes.
—¿Quién es la mujer que te ha hecho llegar tarde? —preguntó Luc sin más
preámbulos.
—¿Qué te hace pensar que sea una mujer?
—Nunca se me ocurriría que pudiese no serlo —rió Luc a carcajadas.
—Tal vez nuestro amigo ha estado ocupado tratando de averiguar la identidad
de nuestros salteadores de caminos —aventuró Ram.
—Lo dudo —replicó Luc—. Desde el día del robo venimos sufriendo este
horrible tiempo. Estoy seguro de que Bathurst ha estado encerrado en su casa, lo
mismo que nosotros. Nada como una bebida caliente y un fuego acogedor en el
hogar cuando el tiempo es así de atroz.
—He estado pensando en el robo, en efecto —reconoció Gabriel—. Me
propongo enviar a Grimsley a recorrer hospitales y médicos que se sepa que atienden
a delincuentes para que investigue si recientemente ha ingresado alguien con una
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herida de bala.
—Hiciste lo que tenías que hacer —afirmó Ram—. No pienses más en ello. Sólo
nos robaron una mísera suma. Te lo puedes permitir.
—Ésa no es la cuestión, Braxton. Ser robado dos veces por los mismos bandidos
es algo indignante.
—Ya nos informarás de lo que averigües —repuso Ram centrándose en su plato
de chuletas de cordero y patatas—. Estoy ansioso por sentarme con las cartas. Hoy
siento que voy a tener suerte.
—Yo creo que esta noche pasaré —dijo Gabriel—. Tengo necesidad de hacer
algo.
Ram dejó su tenedor en la mesa y miró fijamente a su amigo.
—¡Lo sabía! ¡Has encontrado una nueva amante! ¿Quién es? Debe de ser
alguien importante para que estés tan nervioso.
Gabriel arqueó una ceja.
—En realidad no hay ninguna amante. —Dejó su tenedor y se limpió la boca
con la servilleta—. Ahora, si me disculpáis, debo irme.
Luc y Ram se miraron el uno al otro con la preocupación reflejada en el rostro
mientras Gabriel se alejaba.
—¿Qué supones que le pasa? —dijo Ram—. Últimamente no es el mismo.
Nunca había visto que nada lo consumiera tanto como ese asunto de los salteadores.
Casi parece que lamente haber disparado a uno de aquellos bastardos.
—Eso es absurdo, Braxton —lo reprendió Luc—. Bathurst no permitiría que un
robo lo afectase de ese modo. Se trata de una mujer, hazme caso.
—No le he visto con ninguna mujer en especial —reflexionó Ram en voz alta.
—Ni yo... a menos que... ¡diablos! No creerás que se está interesando por lady
Olivia, ¿verdad?
—Ya sabes que ella está fuera del mercado. Dudo que Bathurst perdiera su
tiempo con una mujer sin dote, por muy encantadora que sea. Además, perder el
tiempo con una dama soltera no es el estilo de Bathurst. Ella acabaría exigiendo
matrimonio, y nuestro amigo no tiene ninguna intención de encadenarse.
Gabriel no tenía idea de que sus amigos estaban especulando sobre su vida
amorosa mientras su coche traqueteaba por la carretera, bajo la húmeda noche. Le
había dado a Jenkins una dirección que lo conducía de nuevo hacia Chelsea. Dio
unos golpecitos en el techo y el vehículo se detuvo otra vez en la curva, ante la casa
de Olivia. Aunque Gabriel no tenía intenciones de entrar en la casa esa noche, se
recostó en los cojines y contempló la luz fluctuante a través de las ventanas.
Comprendiendo que entretenerse fuera de la casa de Olivia era una pérdida de
tiempo, Gabriel estaba ya a punto de indicarle a Jenkins que prosiguiera, cuando
advirtió una figura encorvada que se acercaba a la residencia. Esa persona llevaba un
paquete bajo el brazo, vestía un impermeable y era sin lugar a dudas un hombre. Al
ver que entraba en la casa sin llamar, Gabriel entornó los ojos. Evidentemente,
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Al día siguiente, Gabriel se levantó antes del mediodía pese a haber dormido
poco la noche anterior. Se vistió, tomó un ligero desayuno y salió de la casa. Puesto
que el día había amanecido insólitamente excelente tras casi una semana de lluvia,
Gabriel decidió dirigir su carruaje hacia Chelsea. Tal vez pudiese invitar a lady
Olivia a dar un paseo por Hyde Park. Si pasaba más tiempo en su compañía, podría
acabar recordando dónde se habían visto antes.
A la luz del día, Chelsea resultaba deprimente. Hileras de mansiones vetustas
que habían conocido tiempos mejores se alineaban en las calles, e incluso la gente
que merodeaba por allí parecía desaliñada.
Gabriel hizo detener el coche delante de la casa de Olivia, y descendió de él
ágilmente. Se ajustó la chaqueta, recogió su bastón y anduvo airoso hacia la puerta
principal. No había aldaba, por lo que usó su bastón para anunciar su presencia.
Transcurrió largo rato hasta que la puerta se abrió, apareciendo en ella un hombre
mayor, de cabellos grises y larga nariz, que vestía lo que pretendía ser una librea,
unos calzones negros y un ajado chaleco negro sobre su arrugada camisa de hilo.
¿Sería aquél el hombre para todo de Olivia? Pareció algo sobresaltado al ver a
Gabriel, pero se recompuso en seguida.
—¿En qué puedo servirle, milord?
—Por favor, informe a lady Olivia de que lord Bathurst ha venido a visitarla.
¿Sabe si recibe?
—Yo... no es momento oportuno, milord.
El hombre parecía totalmente desconcertado, y Gabriel se preguntó por qué
razón.
—Le sugiero que anuncie mi presencia a lady Olivia y deje que sea ella quien
decida.
—Lo siento, milord, no puedo hacer eso. Lady Olivia no está... es decir, ella...
—¿Quién es, Peterson? —se oyó preguntar.
—Su señoría el marqués de Bathurst desea ver a lady Olivia.
Gabriel miró más allá del mayordomo y distinguió a lady Alma junto a la
escalera, al parecer tan desconcertada como Peterson.
—¡Oh Dios, Dios! —exclamó Alma—. Él no puede. Quiero decir, es imposible.
Sin aguardar a ser invitado, Gabriel pasó por delante de Peterson y entró en el
vestíbulo. Se quitó el sombrero y se detuvo tan bruscamente que casi tropezó con
uno de los cubos llenos a rebosar de la lluvia del día anterior. Una gota de agua cayó
del techo en su cabeza en ese momento, y cuando levantó los ojos, otra gota le cayó
en uno de ellos. Se la secó y, de repente, se dio cuenta de que había varios cubos más
situados estratégicamente en todo el vestíbulo y más allá.
Gabriel se volvió hacia Peterson.
—¿Qué es todo esto?
—El techo, milord, tiene goteras —repuso Peterson secamente.
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—Los intereses de Bathurst van en una sola dirección —se burló Olivia—. Y
ésta está por debajo de su cinturón. Él sólo desea una cosa de una mujer, y
evidentemente cree que yo estoy disponible y dispuesta a entregarme. Estoy segura
de que cree que una mujer soltera está desesperada por tener un hombre.
—Tal vez le convinieras como esposa —especuló Alma—. Necesita un
heredero, y tu pureza de sangre es intachable.
—Bathurst es un libertino impenitente, y no está en absoluto interesado en el
matrimonio. Dudo que exista una mujer capaz de enderezarlo. Además —añadió
fatigada—, no lo querría ni en bandeja de plata.
—Estás cansada, querida —observó Alma—. Échate una siesta mientras te
caliento un poco de caldo. Bathurst tiene razón en que debo forzarte a tomar
líquidos. También es acertado lo de avisar a un médico. Tu persistente fiebre me
preocupa.
—Aguarda un día más, tía —le rogó Olivia—. Si la fiebre no remite mañana,
puedes enviar a Peterson a por el doctor Drayton. Podemos vender el último botón
de diamante para pagar sus honorarios y comprar su silencio.
Alma le dirigió una mirada escéptica.
—Muy bien. Un día más, Livvy. Pero sólo eso.
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Capítulo 5
Olivia comprendió que algo había sucedido en el momento en que su tía entró
en el dormitorio. ¿Habría regresado Bathurst? ¿Qué deseaba ahora?
—¿Qué sucede, tía?
—Bathurst ha enviado a su médico —gimió Alma—. ¿Qué vamos a hacer?
Olivia trató de sentarse, pero el dolor la hizo volver a reclinarse sobre las
almohadas.
—¡Maldito sea ese hombre! ¿Por qué no se ocupará de sus asuntos? Despide al
doctor.
—Sabes que eso hará que Bathurst se vuelva aún más suspicaz.
Olivia se concentró en el problema que se le presentaba y buscó un modo de
evitar al médico sin que Bathurst regresara con más preguntas. La inspiración le hizo
esbozar una débil sonrisa.
—Haz pasar al doctor, tía. No tiene por qué examinarme a fondo. Tú dijiste que
mi herida no estaba infectada, ¿no? Pues le diremos que me ha aparecido una fiebre
sin razón alguna.
—¿Estás segura, Livvy?
Olivia frunció los labios.
—Muy segura. Cuando el doctor regrese a informar a Bathurst, como estoy
segura de que hará, tendrá poco que contarle.
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Una semana después de la visita del doctor Barnsworth, Olivia estaba sentada
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en el salón, todavía pálida, pero lo bastante repuesta como para reanudar sus
actividades normales. La herida estaba sanando y la fiebre hacía ya días que había
desaparecido. Había recuperado el apetito y sentía que le volvían las fuerzas. Por
fortuna, Bathurst no había regresado, aunque su ausencia no resolvía todos los
problemas que la atormentaban.
Había tenido que desprenderse de la señora Hamilton dejando a su tía Alma y a
Peterson a cargo de la casa, pero aun así sus finanzas seguían siendo críticas.
Peterson había ofrecido contratarse en algún otro sitio, pero Olivia se había negado
tajantemente. Sólo les quedaba un botón de diamante para vender y, después de eso,
nada. El asno para pobres aparecía en su horizonte, enorme y aterrador.
No podía considerar recurrir a la ayuda de parientes. El padre de Olivia se
había gastado su propia fortuna y la dote de su esposa. Tras la muerte de sus abuelos
maternos en el mar, hacía varios años, un primo lejano había heredado el título.
Olivia le había pedido ayuda tras la muerte de su padre, pero él había ignorado su
ruego. Si sus abuelos aún estuvieran vivos, Olivia sabía que la ayudarían, pero por
desgracia no estaban en condiciones de ayudar a nadie.
Las reflexiones de Olivia se vieron interrumpidas por la apresurada aparición
de Peterson.
—¡Señorita Livvy, venga en seguida! Ha ocurrido algo de lo más extraño.
Olivia se disponía a interrogar a Peterson, pero interrumpió bruscamente sus
palabras al oír golpes y chirridos que venían de algún lugar por encima de su cabeza.
—¡Por todos los demonios! ¿Qué es eso?
—Eso es lo que estoy tratando de decirle, señorita Livvy. Han llegado unos
obreros para reparar el tejado. Ahora mismo están haciéndolo.
—¡No puede ser! —exclamó Olivia—. Diles que paren inmediatamente. Seguro
que se han equivocado de dirección. Yo no he encargado nada.
—Les he ordenado que se marcharan, pero han insistido en que ésta era la
dirección correcta. Lady Alma está en el mercado, pero dudo que ella encargara un
nuevo techo sin su consentimiento. Cuando les he dicho que no les podíamos pagar,
han contestado que ya habían cobrado.
—Tiene que tratarse de un error.
Los golpes continuaban, sólo que esta vez procedían de la puerta principal.
Peterson se apresuró a abrir.
—Si es uno de los obreros, quiero hablar con él —le dijo Olivia.
Se recostó en su silla, segura de que podría aclarar aquello en unos momentos.
—Es lord Bathurst, milady —anunció Peterson en tono formal.
«¡Maldición!», pensó Olivia mientras Gabriel aparecía en la puerta con aspecto
elegante y distinguido, llevando una chaqueta gris de excelente tela, que se ajustaba a
la perfección a la anchura de sus hombros. Su inmaculado pañuelo blanco estaba
atado con elegante descuido y sus calzones de ante se adherían a los duros muslos y
las largas piernas de un hombre que seguramente era la envidia de quienes carecían
de su evidente masculinidad.
Su rostro anguloso, de noble nariz y firme mandíbula, evidenciaba, a las claras
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su aristocrático linaje. Sus pómulos parecían esculpidos en granito, sus labios plenos
y sensuales exhibían una pizca de disipación, y en sus ojos se reflejaba una innata
inteligencia y, desde luego, perversidad. Aunque Olivia tratara de evitarlo, no podía
dejar de advertir de qué modo se flexionaban los largos músculos de sus piernas
mientras avanzaba graciosamente hacia ella.
—Veo que han llegado los obreros del tejado —observó Gabriel.
Olivia lo miró comprendiendo de repente.
—¡Ha sido usted! ¡Usted ha contratado a los obreros!
—Me reconozco culpable —repuso él.
—¡Cómo se ha atrevido!
—Yo me atrevo a muchas cosas —replicó Gabriel.
—Sabe que yo no puedo pagar un nuevo tejado. Debe ordenar a los
trabajadores que detengan inmediatamente lo que están haciendo.
—Si no me engaño, nunca ha dicho que no necesitara un nuevo tejado.
—Esa no es la cuestión.
—¿Y cuál es la cuestión?
—Apenas le conozco y, por consiguiente, no puedo permitir que haga esto.
Primero me envía a su médico contra mi deseo claramente expresado, y luego
contrata a obreros para que arreglen mi tejado sin mi conocimiento. Esto no es
correcto. Las reparaciones de mi casa se harán cuando yo pueda permitírmelas. Su
caridad es inaceptable.
—¿Quién ha dicho nada sobre caridad? Se me ocurren varios modos en los que
puede saldar la deuda. Algunos muy agradables.
El calor inundó las mejillas de Olivia. Las palabras de Bathurst dejaban pocas
dudas en cuanto a sus intenciones respecto a ella. «Los libertinos no cambian», le
advirtió una voz interior.
—Váyanse usted y sus obreros, Bathurst. Sé lo que está buscando, y no va a
salirse con la suya. Es usted un crápula con los instintos de un semental en celo.
Gabriel echó atrás la cabeza y se rió.
—¿Qué sabe usted de sementales en celo, lady Olivia?
—Lo suficiente como para reconocer a uno en cuanto lo veo. Estoy segura de
que hay mujeres que disfrutan siendo insultadas, pero yo no soy una de ellas.
Sus palabras parecieron resbalar sobre él como el agua de la lluvia durante una
tormenta.
—He traído mi carruaje. Hace un día tan espléndido que he pensado que tal vez
le gustaría disfrutar de un paseo por el parque. —Su luminosa mirada recorrió
lentamente sus facciones—. Está muy pálida. El aire fresco y el sol le harán mucho
bien.
—Probablemente tiene razón y disfrutaría con un paseo... pero con cualquiera
que no fuese usted.
—¿Qué estoy oyendo acerca de un paseo? —preguntó lady Alma entrando
apresurada en la habitación.
Cuando vio a Gabriel, se le desorbitaron los ojos.
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—No puedo salir con usted —protestó Olivia—. Lady Alma está demasiado
ocupada para hacer de carabina.
—Al ser una dama que se halla fuera del mercado matrimonial, son sus
palabras no las mías, su edad le permite más libertades que a una señorita recién
presentada en sociedad.
Peterson reapareció.
—Su echarpe, su sombrero y sus guantes, señorita Livvy.
Gabriel tendió la mano. Peterson le entregó las prendas de ropa y se retiró
discretamente.
Olivia comprendió que Bathurst no iba a aceptar una negativa por respuesta.
Una vez había tomado una decisión, el hombre era inconmovible como granito. Ella
podía protestar hasta el día del juicio final, que él seguiría allí impávido,
desafiándola con su perversa sonrisa. Maldiciéndose por ser tan necia, asió la mano
que él le tendía y se puso en pie, dejando que le atara el tocado bajo la barbilla y la
ayudara con el echarpe sin un murmullo de protesta. Para su vergüenza, encontraba
al marqués de Bathurst físicamente atractivo, intelectualmente estimulante y
peligrosamente enigmático. Sin embargo, su propia vida dependía de que supiera
resistirse a esos atributos que encontraba tan sugestivos.
—Sabía que le parecería bien —comentó Gabriel mientras la cogía por el codo y
la guiaba hacia la puerta.
Se produjo un embarazoso momento cuando él la levantó hasta el asiento
elevado de su carruaje. El repentino movimiento le produjo dolor en la herida en
curso de curación y ella desvió el rostro para que Bathurst no advirtiera su mueca.
—¿Está bien?
—Estoy perfectamente —repuso Olivia apretando los dientes.
—He pensado que podríamos pasear por Hyde Park —comentó Gabriel
poniendo su suntuoso grupo de caballos en movimiento.
Aunque luchaba contra ello, Olivia comenzaba a disfrutar con la salida. Hacía
muchos años que no había paseado en un carruaje tan espléndido. A lo largo de Park
Lane, el entorno era impresionante a la brillante luz de aquella tarde de verano. Las
fachadas de las casas, de granito y mármol, relucían lustrosas, y el transparente
cristal de las ventanas destellaba al sol mientras las iban dejando atrás.
Hyde Park era un lugar bullicioso a aquella hora del día. La gente paseaba por
el camino pavimentado, entre exuberantes setos, flores, árboles y bancos de piedra,
mientras caballos y carruajes competían por el espacio a lo largo de la vía pública. Sin
embargo, los edificios de tres y cuatro pisos que formaban la plaza que rodeaba el
paraje, le recordaban a Olivia su propio estado de pobreza.
—El parque está hoy concurrido —observó Gabriel mientras conducía el
vehículo hacia una de las salidas.
—¿Adónde vamos? —preguntó Olivia mientras pasaban ante vendedores
ambulantes y músicos callejeros.
Gabriel le dedicó una traviesa sonrisa.
—Ya lo verá.
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Ya la imaginaba vestida con la más fina seda y luciendo las joyas que él se
proponía regalarle. Inmediatamente, esa visión se vio sustituida por otra. Olivia en
su lecho, su vibrante cabello extendido sobre la almohada, su desnudo cuerpo
expuesto licenciosamente, invitándolo al contacto. Y su rostro... imaginaba su
expresión soñadora para él solo y al momento sintió que se excitaba.
La visión desapareció cuando otro hombre entró en escena: Palmerson. ¿Por
qué un hombre con los bolsillos vacíos deseaba a una mujer sin dote? No tenía
sentido. Gabriel apretó la mandíbula con determinación.
«Palmerson no puede tener a Livvy.»
Se fue de allí y se dirigió por Pall Mall a Brook's. Estaba de muy buen humor, y
deseaba compararlo con sus amigos. Al entrar, vio a Ram sentado en un cómodo
sillón de cuero, leyendo un periódico, y se reunió con él. Ram lo saludó y dejó el
periódico a un lado.
—Me he detenido en tu casa, pero ya te habías ido —dijo—. Grimsley me ha
dicho que esta mañana has salido temprano. ¿No podías dormir?
—Algo así —repuso Gabriel—. Hacía un día tan magnífico que decidí salir a
dar un paseo.
—¿Solo? ¡Vamos, Bathurst! Te conozco mejor que eso. ¿Quién es ella?
—No la conoces —contestó él, esquivo.
—¿Bromeas? Ninguna mujer escapa a mi atención. —Chasqueó los dedos—. ¡Ya
lo sé! ¡Es esa nueva actriz de la ópera! ¿Qué tal está? Tal vez la pruebe cuando te
canses de ella.
Gabriel dirigió a Ram una encendida mirada.
—He estado con una dama, no con una actriz.
—¿Una dama? ¡Qué aburrido!
—No me he aburrido en absoluto. En realidad, me he sentido más vigoroso que
desde hace mucho tiempo. El juego de perseguir y conquistar siempre me excita.
—¿Te refieres a nueva caza en la ciudad? ¿Una dama soltera quizá?
Gabriel permaneció obstinadamente silencioso.
—¡Por todos los infiernos, Bathurst, estás convocando el desastre! Grábate mis
palabras: entretenerse con damas puede traer problemas. ¿Tan pronto has olvidado
nuestra promesa?
—¿Cómo podría olvidarla? No trates sin respeto a damas de buena cuna si
quieres evitar caer en la trampa del párroco. No temas, Braxton, mis intenciones
hacia esa dama no son conducirla al altar.
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Capítulo 6
Palmerson estaba aguardando a Olivia cuando ella entró en el salón. Tía Alma,
que parecía más molesta que nunca, estaba sirviendo el té. El visitante se levantó
inmediatamente con el rostro marcado por severas arrugas.
—¿Qué estaba haciendo con Bathurst, Olivia? Es un sinvergüenza y un
libertino. No quiero que mi futura esposa se relacione con esa clase de gente. La
única proposición que obtendrá de él será indecente.
Olivia sintió que se le crispaban los nervios. Palmerson no tenía ningún derecho
a pedirle cuentas.
—No soy en modo alguno su futura esposa, milord, ni es probable que lo sea.
Por otra parte, no espero nada de Bathurst.
Palmerson le dirigió una condescendiente mirada.
—Soy su única esperanza de un matrimonio y una familia propia, querida. Si
no me equivoco, pronto cumplirá veinticinco años. Está totalmente fuera del
mercado matrimonial.
—Mi edad no tiene nada que ver con lo que siento por usted —replicó Olivia.
Palmerson se apoyó en la desmoronada repisa de la chimenea y sonrió benigno.
—A menos que me equivoque, está a un paso de la casa de misericordia. A su
precioso hermano no le queda nada por heredar más que un título vacío. Está sola;
me necesita.
—¿Ha heredado una fortuna de repente, Palmerson? —preguntó Olivia
dulcemente.
El sutil cambio de expresión del hombre le demostró que había tocado un punto
flaco.
—Espero heredar muy pronto una sustancial suma de dinero —manifestó él—.
Podemos casarnos mañana o la semana que viene, si prefiere. Eso es lo que su padre
deseaba.
—Usted pudo engañar a mi padre, pero no a mí. Fue usted quien lo condujo a
la ruina.
—Su padre era adulto, Olivia —replicó Palmerson—. Sabía lo que estaba
haciendo. No puede culparme a mí de su desgracia.
Olivia entornó los párpados pensativa.
—¿Por qué desea casarse conmigo, Palmerson? No tengo dinero. ¿Me ama?
¿Soy tan hermosa que no puede resistírseme? ¿Qué es? No lo comprendo. ¿Por qué
no está persiguiendo a una mujer rica?
Alma profirió un gorgoteante sonido con la garganta.
—La lengua de Livvy tiende a descontrolarse, milord.
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—Le tengo mucho cariño —aseguró Palmerson—. Su padre deseaba que nos
casáramos. Comentamos los detalles antes de su muerte. Sólo estoy cumpliendo con
los deseos de un difunto. Y usted es encantadora, Olivia, no lo dude.
Se apartó de la repisa de la chimenea y le acarició la mejilla. Ella se retiró
bruscamente.
—La encuentro deseable, Olivia, ¿tan difícil es de creer?
—Compórtese, milord —le advirtió Alma.
—Peterson le acompañará a la puerta —dijo Olivia.
Este apareció casi inmediatamente.
—Por aquí, milord.
Palmerson dirigió a Olivia una mirada disgustada.
—Muy bien, pero volveré. Se casará conmigo; puede contar con ello. Entretanto,
manténgase lejos de Bathurst.
—¡Oh, querida! —exclamó Alma después de que Palmerson se hubo marchado
—. Ese hombre no cederá. ¿Por qué supones que está tan empecinado en casarse
contigo cuando no va a ganar nada con la unión?
—Eso es precisamente lo que me gustaría saber —contestó Olivia—. Pero olvida
a Palmerson, tía, no voy a casarme con él.
—Él espera recibir dinero, tal vez deberías reconsiderar su posición. Estamos en
un serio aprieto, Livvy. Tal vez deberíamos hacer que Neville dejara la universidad.
—¡No! ¡No puedo hacerle eso! Está demasiado cerca de concluir su educación.
Ya pensaré algo, tía.
Alma apretó los labios pensativa.
—¿Qué tal Bathurst? Parece interesado, y Dios sabe que tiene dinero más que
suficiente para mantener a una mujer.
Olivia soltó un resoplido muy poco distinguido.
—Bathurst no busca esposa. Palmerson tenía razón al decir que Bathurst sólo
me ofrecería una propuesta indecente.
Alma frunció el cejo.
—¿Estás diciendo que él...? ¡Oh, querida, y pensar que te he animado a que
salieras con él! ¿Te ha insultado, Livvy?
—Olvida a Bathurst, tía. No ha sucedido nada que yo no pueda manejar.
Alma se restregó las manos con palpable angustia.
—¿Qué vamos a hacer?
—Pete y Ollie harán lo que han hecho en el pasado.
—¡No! ¡No lo permitiré! Es demasiado peligroso. Mira lo que sucedió la última
vez que Pete y Ollie se echaron a la carretera.
—No volverá a suceder, tía. Te lo prometo.
—¡Tú no lo sabes! No, Livvy, te lo prohíbo terminantemente.
Olivia odiaba preocupar a Alma, pero no había más remedio.
Lo único que podía hacer era confiar y rogar que el destino no pusiera de nuevo
a Bathurst en el camino de Pete y Ollie cuando escogieran su próxima víctima.
—Hablaremos de esto más tarde, cuando no estés tan disgustada —repuso
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Olivia no esperaba que Bathurst volviese por su casa después de que ella le
dijera que no tenía sentido continuar su relación, pero sin embargo allí estaba, de pie
ante ella, tan guapo y seguro de sí mismo como siempre.
—Otro día magnífico, lady Olivia —dijo, una vez Peterson lo hubo acompañado
al salón—. ¿Está lista?
—Creía que, después de ayer...
—Pues estaba equivocada. —Miró a Alma, que acababa de entrar en la sala—.
Buenos días, lady Alma, tiene usted un aspecto excepcionalmente bueno esta
mañana. He venido para llevar a su sobrina a una comida campestre.
—No voy a ir —declaró Olivia.
—Necesitará su chal y su sombrero —prosiguió Gabriel como si no la hubiese
oído.
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universidad, sirvientes, joyas, vestidos para ti y para tu tía; todo cuanto una mujer de
tu posición pueda desear.
Olivia frunció los labios.
—¿Mi posición? Soy hija de un conde. ¿Por qué no debería aspirar al
matrimonio? Mi reputación quedaría definitivamente arruinada si aceptase su
escandalosa proposición. Sólo porque carezca de dote y esté fuera del mercado
matrimonial no significa que vaya a sacrificar mi buen nombre.
—Sin embargo, Palmerson ya ha arruinado tu reputación. ¿A cuántos hombres
además de a mí supones que les ha contado tus aventuras amorosas?
—¡El muy cerdo! —exclamó Olivia—. No obstante, no puede usted negar que
me ha ofrecido su nombre. ¿Puede usted decir lo mismo?
—No, Olivia. No puedo ni voy a ofrecerte mi nombre. Por razones personales,
he jurado no casarme nunca.
—¿Un libertino hasta el final, Bathurst?
—Yo lo calificaría de otro modo. Pero no puedes fingir que no te sientes atraída
hacia mí, Olivia.
¿Atraída hacia él? Un escalofrío le recorrió la columna. Sólo podía dar gracias a
Dios de que él no advirtiese cuánto la inquietaba su proximidad.
—Estás temblando. ¿Tienes frío? —La rodeó con el brazo—. Permíteme que te
dé calor.
Sus temblores aumentaron.
—¿Puedo atreverme a suponer que tu temblor tenga algo que ver conmigo?
—Cada cual puede suponer lo que quiera —replicó Olivia mordaz—. Por favor,
retire su brazo.
—Me parece que no. Voy a besarte, Olivia.
Los sentidos de ella quedaron en suspenso mientras él la deslizaba sobre su
regazo. Sentía el calor de su cuerpo a través de las capas de ropa y la garganta se le
secó mientras él miraba su boca. Luego, sus sensuales labios cubrieron los de ella y él
se tomó su tiempo para explorar su forma con la punta de la lengua. Olivia trató de
reprimir una respuesta manteniendo la boca fuertemente cerrada, pero su
inexperiencia fue su perdición.
Gabriel tocó suavemente con la lengua la unión de sus labios que se abrieron al
calor y el sabor de él y, cuando finalmente deslizó la lengua con seguridad dentro de
su boca, Olivia sintió como si el mundo estuviera girando descontrolado. Una
apagada protesta surgió de su garganta, convirtiéndose en suspiro cuando sintió
deslizarse su mano bajo la falda y pasar rozando sus piernas para ir a posarse en su
muslo. Los besos de Gabriel se hicieron entonces más intensos, más exigentes, y lo
único que ella pudo hacer fue enlazarle los brazos alrededor del cuello y asirse a él.
Bathurst no se parecía a ninguno de los hombres que había conocido.
Libertino era su nombre, seducción su juego y ella era su víctima. Cuando él la
acomodó entre sus piernas, Olivia se puso en tensión, con todos los sentidos
centrados en el calor de su contacto y en las sensaciones no familiares que crecían en
su interior.
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Capítulo 7
Olivia no había dormido bien las últimas noches. Tras su último encuentro con
Bathurst, nada en su mundo era como debería. Confusas emociones se debatían en su
interior. Disfrutaba demasiado estando con él, aun sabiendo que sus intenciones no
eran honorables. No era difícil ver cómo se había ganado su reputación. Ninguna
mujer decente estaba segura en su compañía. Por lo menos, era sincero sobre lo que
deseaba de sus amantes. No formulaba falsas promesas ni mentía.
Olivia se preguntaba vagamente qué lo habría predispuesto contra el
matrimonio. La mayoría de los hombres deseaban herederos a los que legar sus
tierras. Bathurst era marqués: tenía mucho que perder si dejaba de procurarse
herederos.
De mala gana, desechó sus pensamientos sobre el inquietante aristócrata y se
concentró en sus desesperados y serios aprietos. No sólo debía a Bathurst el techo
que éste había financiado, sino que también se había retrasado en el pago trimestral
de la enseñanza de su hermano. No le quedaba nada más que vender y su despensa
estaba casi vacía. Tenía que hacer algo, y pronto.
Tía Alma le había retirado el vendaje antes de su última salida con Bathurst y la
herida parecía estar sanando satisfactoriamente. Se le ocurrió que Bathurst podía
haber visto la cicatriz cuando desnudó sus senos, pero puesto que no la había
mencionado, suponía que había estado demasiado excitado para advertirla.
No había más remedio. Pete y Ollie tendrían que cabalgar de nuevo.
Un golpe en la puerta sacó a Olivia de sus silenciosas cavilaciones.
—¿Estás despierta, Livvy?
—Entra, tía.
Olivia se apartó de la ventana y sonrió a Alma.
—Buenos días. ¿Sucede algo malo?
—No, querida, todo es como de costumbre. Sólo quería decirte que me voy al
mercado. ¿Te parece bien que me lleve a Peterson? Me siento más segura por las
calles yendo con él.
—Por supuesto, llévatelo —contestó Olivia distraída.
—¿Estás bien, querida? Pareces muy turbada.
—Estoy bien, tía, de verdad. Puedes irte.
—¿Se trata de Bathurst? No ha venido por aquí últimamente.
—Eso es exactamente lo que deseo. Odio estar en deuda con él por nuestro
nuevo tejado, y confío en no volver a verle.
Alma suspiró.
—Si tú lo dices, querida. Bien, entonces me voy. Procuraré no tardar mucho.
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pros y los contras de su aventura. Bathurst no era de los que asistían a algo tan
aburrido como una velada musical, de modo que no tendría que preocuparse por
escapar del perspicaz marqués. A Palmerson se lo podía engañar, pero a Bathurst,
no. Decidió que se escabulliría mientras la diva estuviera actuando y se haría con
alguna alhaja de lady Filmore.
Olivia estaba lavando su taza de té cuando Alma y Peterson regresaron del
mercado.
—Hoy hemos encontrado algunas gangas —dijo Alma con voz cantarina.
—Tienes la capa húmeda, tía. ¿Está lloviendo?
—Está algo húmedo fuera.
—Tal vez deberías subir y cambiarte antes de que pilles un resfriado. Yo
guardaré las compras.
—Gracias, querida —dijo Alma—. Los últimos días han sido tan estupendos,
que he olvidado cuan rápidamente puede cambiar el tiempo.
Se marchó apresuradamente dejando solos a Olivia y Peterson.
—Tenemos que hablar —comenzó ella.
—Hagámoslo, señorita Livvy. Hoy casi no habrá luna. Pete y Ollie pueden salir.
—No. He descubierto otro modo de solucionar nuestras dificultades
financieras, por lo menos por el momento. Palmerson me ha visitado mientras
estabais fuera y me ha invitado a una velada musical en casa de lady Filmore esta
noche. Como sabes, lord y lady Filmore son unos ricos mecenas de las artes.
Actualmente, están patrocinando la ópera, y han invitado a una diva italiana para
que cante. Asistirá mucha gente, y nadie me echará de menos durante los pocos
minutos que tarde en birlar algunas joyas de lady Filmore, ella apenas las echará en
falta.
—No me gusta, señorita Livvy —argumentó Peterson—. Palmerson no es
persona de confianza y usted estará sola con él.
—No puedo seguir poniendo en peligro tu vida, Peterson. No sé lo que habría
hecho sin ti desde que papá murió. Estoy pensando que es hora de que Pete y Ollie se
retiren.
—Son las mejores noticias que he oído desde hace tiempo —exclamó Alma
encantada.
—¿Cuánto tiempo hace que estás ahí, tía?
—Lo bastante como para oírte renunciar a tu vida de fuera de la ley.
Olivia y Peterson intercambiaron una mirada sobre la cabecita de lady Alma.
Olivia confiaba en que él comprendiera que no debía hablarle a su tía de sus
intenciones de aquella noche. Cuanto menos supiera, mejor para ella.
—En efecto. Los fuera de la ley viven continuamente en vilo. Encontraremos
otro modo de mantenernos.
—Eso mismo, querida —repuso Alma radiante—. Sé que se te ocurrirá algo.
—He aceptado una invitación de lord Palmerson para asistir a una velada
musical esta noche en casa de los Filmore —prosiguió Olivia.
—¡Palmerson! —balbuceó Alma—. Creía que no podías soportar a ese hombre.
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necesitados de su ayuda.
—Cuénteme —repuso el marqués esforzándose por mantener una calma que no
sentía.
Peterson aspiró con respiración vacilante.
—Lord Palmerson invitó a la señorita Livvy a una velada musical esta noche en
casa de los Filmore.
Gabriel frunció el cejo.
—Los Filmore están fuera de la ciudad.
—Exactamente —confirmó Peterson con aspereza—. Lady Alma estaba
preocupada por que la señorita Livvy había salido con Peterson y yo me ofrecí a ir a
casa de los Filmore y observar cómo iba todo. Ahí descubrí la artimaña de
Palmerson.
—¿Cómo saben que Olivia no se ha ido voluntariamente con Palmerson? ¿Qué
les hace pensar que la ha raptado? Ella accedió a acompañarle, ¿no es así?
Peterson frunció los labios.
—Conozco a la señorita Livvy y ella no haría tal cosa. Palmerson ni siquiera le
gusta. —Vaciló un momento y luego dijo—: Tenía una razón para aceptar la
invitación del vizconde.
—¿Qué razón?
Peterson se irguió en toda su estatura.
—Nunca traiciono una confidencia.
Gabriel sintió una tensión en el pecho que se le iba extendiendo por el cuerpo.
Si Palmerson tocaba un solo cabello de la cabeza de Olivia, pensaba desafiar a ese
bastardo, y tendría gran placer en ensartarlo en una espada.
—¿Puede decirme algo más? ¿Algo que pueda ayudarme en la búsqueda?
—¿Va a ayudarnos? ¡Oh, milord, no sé lo que decir, salvo ofrecerle mi gratitud!
Gabriel asió a Peterson por los hombros. Al cabo de unos momentos, el hombre
estaba lloriqueando.
—Serénese. Llegaré al fondo de esto... Si Olivia está realmente perdida, la
encontraré.
—¿Qué puedo hacer para ayudarle?
—Regrese a casa y tranquilice a lady Alma. Les haré llegar noticias en cuanto
sepa algo. ¿Ha venido usted a pie?
—Sí, milord.
—Lo llevaré a su casa —dijo Gabriel mientras salía de la habitación.
Tras acompañar a Peterson a su casa, Bathurst condujo su carruaje hacia St.
James's Square. No tenía la menor idea de por dónde comenzar a buscar a Olivia, ni
siquiera sabía si ella deseaba ser encontrada, pero comenzar por los clubes parecía
una buena idea. Palmerson tenía amigotes entre la buena sociedad. Tal vez alguno de
ellos le revelara algo útil.
La primera parada de Gabriel fue en Brook's. Ninguno de los próximos a
Palmerson estaba por allí, de modo que se fue. Boodle's resultó igualmente
infructuoso. Encontró a Braxton y Westmore en White's y, sin decirles el porqué, se
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Mareada, Olivia abrió los ojos y no tuvo idea de dónde se encontraba ni por
qué. Un dulce y empalagoso olor persistía en el aire y ella parpadeó repetidamente
para enfocar la vista. No reconocía nada, ni la sala en la que estaba ni el lecho en el
que yacía.
Volvió la cabeza y vio a Palmerson sentado en una silla, contemplándola con un
destello en los ojos que no presagiaba nada bueno. Con el temor invadiéndola, trató
de levantarse y, de pronto, comprobó que tenía las manos atadas a la cabecera de la
cama.
—Ya era hora de que despertase. Estaba empezando a pensar que le había dado
demasiado cloroformo.
—Desáteme. ¿Qué ha hecho usted, Palmerson?
—Asegurarme de que se casará conmigo. Su reputación está arruinada, querida,
profunda e irreversiblemente arruinada. Después de que nos encuentren juntos, no
tendrá más remedio que convertirse en mi esposa.
—¿Dónde estamos?
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—En una posada... eso es todo cuanto necesita saber. He estado esperando a
que se despertara para que pudiéramos comenzar. No puede imaginar lo difícil que
me ha resultado mantener las manos lejos de usted. Sus senos son hermosos, hace
horas que los estoy admirando. La curva de sus caderas, la esbeltez de sus piernas...
es perfecta. Podía haberla tomado mientras dormía, pero deseo que esté despierta y
sensible cuando le haga el amor.
Olivia miró hacia abajo y se dio cuenta de que le habían quitado toda la ropa,
menos la camisa, dejándola vulnerable y expuesta a las perversas intenciones de
Palmerson.
Ella tiró de sus ataduras.
—Es usted despreciable. ¿Cómo ha podido hacerme algo así? ¡Suélteme
inmediatamente!
—No hay ninguna posibilidad, Olivia. —Se incorporó y se puso en pie—. Voy a
hacerle imposible rechazar mi propuesta.
Olivia observó en aturdido silencio cómo Palmerson se quitaba el pañuelo, la
chaqueta y el chaleco. Cuando comenzó a desabrocharse los calzones, abrió la boca
para gritar.
—Adelante, grite —la animó Palmerson—. Nadie vendrá. He planeado esto
cuidadosamente y pagado con generosidad para no ser molestado. Una vez nuestra
romántica cita esté en boca de todo el mundo, no tendrá más remedio que casarse
conmigo.
La irritación surgió incontenible de la boca de Olivia.
—¡Sapo! ¡Monstruo! ¿Por qué me quiere? Yo no tengo nada que ofrecerle. Pero
no importa lo que me haga, nunca accederé a casarme con usted.
—Lo hará en cuanto considere cómo afectará el escándalo a su hermano y a su
tía. Desea que Neville pueda ocupar su lugar en sociedad, ¿verdad?
—Siempre he pensado que era un bastardo, Palmerson, ahora lo sé.
Amenáceme con lo que quiera, aun así no me casaré con usted.
Él se desabrochó el último botón de los calzones y se los quitó. El bulto visible
en sus calzoncillos provocó un escalofrío de temor en Olivia. Pese a la advertencia de
Palmerson de que nadie acudiría en su ayuda decidió gritar.
—Se lo he advertido —gruñó Palmerson mientras sacaba un pañuelo de seda de
la mesita de noche, la asía por la barbilla y se lo introducía en la boca, sofocando su
grito de manera instantánea—. Como ve, no he dejado nada al azar.
Olivia pataleó salvajemente, pero no le sirvió de nada. Palmerson se echó sobre
ella, oprimiéndola bajo su cuerpo. Evitando sus agitadas piernas, le levantó la camisa
sobre las caderas y ajustó sus ingles sobre las de ella. Olivia sintió su sexo erguido
golpeando contra ella y retorció el cuerpo para evitar lo que temía inevitable. No
estaba dispuesta a facilitárselo.
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desatada en su interior. Se había sentido antes de aquel modo, pero había sido en el
campo de batalla, tras ver a su regimiento diezmado por las tropas de Napoleón. Por
un momento, pensó que Olivia podía haber acompañado voluntariamente al
vizconde, pero eso no disipó la terrible oscuridad que ofuscaba su mente.
Apretó los dientes y los puños y se aproximó al posadero.
—Estoy buscando a un... amigo —dijo casi atascándose con las palabras—. Lord
Palmerson. Por favor, indíqueme cuál es su habitación.
Gabriel estaba preparado para emplear la fuerza, incluso agitar su pistola con el
fin de conseguir la información que deseaba, pero tales medidas no fueron
necesarias.
El posadero se encogió de hombros.
—Arriba. La segunda puerta a la izquierda. Ustedes los dandis son gente
extraña, pero mientras consiga mi dinero, nada es asunto mío.
Gabriel subió disparado por la escalera, tropezando por el pasillo escasamente
iluminado hasta que encontró la habitación. Si la puerta hubiera estado cerrada, la
hubiese echado abajo, pero el pomo giró fácilmente bajo su mano. Un sofocado
sonido procedente del interior le produjo una oleada de alarma y abrió bruscamente.
La hoja chocó contra la pared con sonoro estrépito.
Si Gabriel pensó que era extraño que Palmerson no reaccionara ante su ruidosa
aparición, no tuvo tiempo de pensar en ello. La alarmante visión de Olivia
debatiéndose bajo él, amordazada, con los brazos atados y agitando salvajemente las
piernas desnudas, eliminó todos sus pensamientos.
—¡Apártese de ella! —rugió.
Palmerson, al parecer sorprendido por una voz que no esperaba, levantó la
cabeza y dirigió una furtiva mirada a Gabriel.
—¿Qué infiernos hace usted aquí? ¡Esto no es asunto suyo!
Bathurst miró a Olivia, y el corazón le latió tumultuosamente cuando ella le
dirigió una mirada suplicante.
—Pues voy a hacer que lo sea. ¡Apártese de Olivia!
—¡Maldito sea, Bathurst, voy a casarme con ella! Váyase, aquí no es bienvenido.
Gabriel volvió a mirar a Olivia, que agitaba la cabeza en enérgica negación.
—Parece que sí lo soy... para rescatar a la dama.
—¡No me importa lo que ella quiera!
—A mí, sí —gruñó el marqués mientras levantaba a Palmerson y lo tiraba al
suelo—. Vístase y márchese de aquí.
Cuando Palmerson se disponía a levantarse, vio una pistola en la mano de
Gabriel y palideció.
—¡Maldito entrometido! No se saldrá con la suya.
—Ya me he salido. Vístase antes de que le eche de aquí con el trasero al aire y
sin nada con que cubrirse.
Palmerson se puso primero los calzones y luego el resto de su ropa. Un
pequeño sonido de Olivia distrajo momentáneamente a Gabriel, y Palmerson
aprovechó ese breve lapso para abalanzarse contra él. Aunque éste no esperaba el
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movimiento, sus años en el ejército habían afinado sus sentidos, y evitó con facilidad
el ataque del otro. Le golpeó la cabeza con la culata de la pistola y observó con
frialdad cómo el raptor de Olivia se desplomaba a sus pies.
Se acercó entonces a ella y le quitó la mordaza.
***
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Capítulo 8
Olivia creía estar sufriendo alucinaciones. Bathurst no podía estar allí. Y sin
embargo lo estaba, real como la vida misma.
—¿Cómo... cómo ha sabido dónde encontrarme? —preguntó con voz
temblorosa—. Tía Alma y Peterson pensaban que yo había asistido a una velada
musical. De hecho, yo también lo creía. —Se cubrió el rostro con las manos—. ¿Cómo
he podido ser tan necia?
—No es momento para recriminaciones, Olivia —dijo Gabriel mientras
rápidamente la ayudaba a incorporarse en el lecho.
—¿Qué va a hacer ahora?
—Vestir a ese bastardo y echarlo de aquí antes de que recupere el conocimiento.
La mente de Olivia volvió a funcionar, sus pensamientos retornaron a la
infamia que Palmerson casi había consumado y la ira sustituyó a la conmoción. Pero
necesitaba más que ira para tranquilizarse. Necesitaba sentir los brazos de Gabriel
rodeándola, sosteniéndola, consolándola. Deseaba su fuerza, su...
Salió de su ensimismamiento cuando vio a Gabriel cargarse al vizconde al
hombro.
—¿Adónde va?
—Volveré en seguida.
—Gabriel...
La puerta se abrió y cerró tras él. Los pensamientos de Olivia giraron en todas
direcciones mientras se acurrucaba en el lecho, con los brazos rodeando sus rodillas.
Recuperando un mínimo de control, comprendió que no tenía nada que temer
mientras Bathurst dominara la situación, y se reprendió a sí misma por dudar de la
habilidad de él para hacer frente a cualquier cosa con la que se topara.
La puerta se abrió de nuevo y Gabriel entró en la habitación. Se acercó a ella
inmediatamente y se sentó en el borde de la cama.
—¿Estás bien?
Su proximidad la tranquilizó, aunque estaba a punto echarse a llorar. Incapaz
de hablar, asintió.
—¿Te ha hecho daño?
Negó con la cabeza.
—Trató de... deseaba…
La expresión de Gabriel se endureció.
—Sé lo que deseaba.
—¿Qué ha hecho con él?
—Si por mí fuese, lo hubiese matado.
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—No.
—Muy bien. Como quieras. Sin embargo, yo daré instrucciones a mi abogado
para que deposite una suma de dinero en el banco a tu disposición, tanto si decides
aceptarla como si no.
—Estás perdiendo el tiempo, Bathurst —repuso ella secamente—. Pagarme por
los servicios prestados no hará que te aprecie más.
Se sucedieron largos minutos de silencio, luego Gabriel dijo:
—¿Cuándo volveré a verte? ¿Vendrás conmigo a la ópera el sábado por la
noche?
—No vamos a volver a vernos, Gabriel. Creí que te lo había dicho claramente.
—Supongo que ahora me odias. Te deseaba en mi lecho, pero no quería que
después me odiaras.
—¿Odiarte? No, no te odio. ¿Cómo podría? Me has rescatado de Palmerson. El
matrimonio con él habría sido intolerable. Ojalá supiera por qué ese interés en que
me case con él.
—Encargaré a Grimsley que lo investigue. Si Palmerson tiene un motivo, mi
hombre lo descubrirá.
—Esa oferta sí la acepto. Gracias, Gabriel —dijo Olivia volviéndose a mirar por
la ventanilla.
Lo que había sucedido aquella noche entre Bathurst y ella había sido tan
extraordinario que no podía compararlo con nada de lo que había vivido hasta
entonces. Mirando la oscuridad, se permitió dejar vagar sus pensamientos hacia
aquella sórdida habitación donde había perdido su virginidad.
Nunca hubiera sospechado que hacer el amor pudiera ser un placer tan sublime
y gratificante, e imaginaba que no sería lo mismo con alguien que no fuera Bathurst.
—¿Estás bien? —le preguntó él al ver que el silencio entre ellos se prolongaba.
—Has pasado por muchas cosas esta noche.
Olivia estuvo a punto de echarse a reír. También había pasado mucho la noche
en que él le disparó. Sin embargo, había sobrevivido.
—Iba a preguntarte una cosa antes de que los amigos de Palmerson
irrumpieran en la habitación —dijo Gabriel—. He visto que tenías una cicatriz en tu
hombro izquierdo. No se distinguía muy bien con aquella luz tan tenue, pero parecía
bastante reciente.
¡Oh, Dios, se había dado cuenta! Había estado demasiado absorta en la relación
amorosa como para pensar en ello.
—La cicatriz no es reciente —mintió—. La tengo desde el verano pasado,
cuando Neville vino a casa en vacaciones. Estaba practicando con la pistola de
nuestro padre y yo me metí en medio.
Gabriel le dirigió una asombrada mirada.
—¡Qué accidente más horrible! Confío en que ambos aprendieseis la lección.
Las armas de fuego son peligrosas para quienes no saben cómo utilizarlas.
Olivia se encogió de hombros.
—Fue una herida menor. Neville estaba horrorizado, pero el daño no fue
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importante.
Devolvió su mirada al exterior y Gabriel se recostó contra los cojines en
contemplativo silencio. Cuando se aproximaban a su casa, le preguntó:
—¿Debo entrar contigo?
—No es necesario. Yo se lo explicaré todo a tía Alma y a Peterson.
—¿Les hablarás de nosotros... de lo que ha sucedido esta noche? Si no lo haces,
se enterarán por los periódicos. Me temo que mis amenazas no impedirán que los
amigos de Palmerson saquen el máximo partido de esto.
—Les diré lo que deseo que sepan —repuso Olivia—. No necesitan saber lo que
realmente ha ocurrido en la posada. En realidad, los amigos de Palmerson no nos
han descubierto haciendo... ya sabes. Sólo sospechan que ha pasado algo.
—Eres tú quien debe decidir, Livvy. Te veré mañana.
—No, por favor, Gabriel, mi idea es mejor. Tu reputación no está arruinada, la
mía sí. En estas situaciones, los hombres suelen salir mejor librados. Pueden seguir
con sus ocupaciones habituales, sin recriminaciones, mientras que las mujeres se ven
apartadas de la sociedad. Prefiero enfrentarme a ello con mis propias condiciones. Tú
no tienes intención de ofrecerme matrimonio, de modo que es mejor que dejemos de
vernos absolutamente.
—Podrías ser mi amante y dejarme manejar a mí las habladurías. No lo
lamentarás, Livvy, te lo prometo.
—Ya lo lamento... haberte conocido.
Lo decía sinceramente. De no haber conocido a Bathurst, nunca habría sabido lo
que faltaba en su vida.
Cuando el carruaje se detuvo ante su casa, se volvió hacia el aristócrata.
Después de que se separaran aquella noche sólo se encontrarían de nuevo como
corteses conocidos, pero nunca como amantes. Escudriñó sus hermosos rasgos
deseando desesperadamente memorizarlo todo de él. Intentó decir algo memorable,
pero no se le ocurrió nada. A falta de palabras, simplemente se alejó de su vida.
Dos personas muy preocupadas esperaban a Olivia en la puerta. Tía Alma
estaba casi fuera de sí por la preocupación y Peterson parecía haber envejecido en el
espacio de unas horas. Alma la estrechó entre sus brazos y se negó a soltarla hasta
que Olivia se liberó suavemente de ella.
—Estoy bien, tía, de verdad.
—Te he visto bajar del carruaje de Bathurst. Estoy muy aliviada de que te haya
encontrado. Nos dijo que confiáramos en él, pero yo temía que Palmerson te hiciese
algún daño antes de que el marqués te encontrara.
—Palmerson me mintió acerca de la velada musical y luego utilizó cloroformo
para dejarme inconsciente —explicó Olivia—. Me llevó a una posada de las afueras
de la ciudad y...
—¡Oh, querida, no estoy segura de que desee oír eso! —dijo Alma abanicándose
con su pañuelo.
—Todo está en orden, tía. Bathurst llegó a tiempo y echó a Palmerson.
—¡Bravo por él! —exclamó Peterson—. Sabía que pedirle ayuda era una buena
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idea.
—Hay más —susurró Olivia.
—Puedo esperar, querida —murmuró Alma.
—No, tía, necesito hablar de ello. Luego voy a intentar olvidar lo que ha
pasado. Ni Bathurst ni yo sabíamos que Palmerson había pedido ayuda a sus amigos
para llevar a cabo su perverso plan. Se suponía que debían irrumpir en la habitación
y encontrarnos a Palmerson y a mí en situación comprometida. Bathurst y yo nos
demoramos demasiado en la posada y puedes imaginar el resto. Naturalmente, han
pensado lo peor. Mañana se hablará de mí por toda la ciudad. Los periódicos
probablemente publicarán su propia versión al día siguiente.
Peterson profirió una maldición y Alma se desplomó en una silla,
tambaleándose, con el rostro ceniciento.
—Estás arruinada, Livvy. ¡Dios mío, toda la familia lo está! Ahora ya no hay
solución posible. Bathurst tendrá que proponerte matrimonio.
***
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Capítulo 9
Gabriel durmió hasta bien entrada la mañana. Tras bañarse con calma, comió y
se retiró a su estudio. Había sido un idiota al tomar la virginidad de Olivia en aquella
sórdida posada. Si hubiese puesto freno a su lujuria, podría haber llevado a Olivia a
su casa y nadie se habría enterado. Y por lo que se refería a la seducción, había sido
un desastre.
Le había hecho el amor a Olivia cuando ella se hallaba en un estado de
conmoción y ése era un comportamiento reprobable, aunque fuera lo que ella
deseaba. Gabriel había pensado que, la primera vez, la poseería sobre sábanas de
seda, tomándose todo el tiempo del mundo para saborearla. Pero lo que había
sucedido en la realidad desafiaba la imaginación.
En primer lugar, Olivia era virgen. Para empeorar las cosas, habían sido
descubiertos por un trío de conocidos chismosos. Peor aún, él no había planeado
nada de lo que había sucedido. ¿Qué diablos iba a hacer? Una vez la buena sociedad
se enterase de lo que había pasado, a Olivia y su familia la vida les resultaría
imposible.
Se preguntó sombríamente qué iba a hacer. Sus razones para permanecer
soltero seguían siendo válidas y como Olivia no le permitía hacerse cargo de ella
financieramente, se veía impotente para aliviar sus problemas. Si pudiera ahogar el
germen del escándalo, lo haría, pero probablemente ya era demasiado tarde. Y
cuando se enterara su abuela, se desatarían todos los infiernos.
Ella conocía su reputación como libertino y mujeriego, pero comprometer a una
mujer de buena cuna y negarse a hacer lo «correcto», ciertamente le haría ganarse su
ira.
Gabriel nunca había tenido intenciones de perjudicar a Olivia, pero hacerle el
amor había sido una experiencia extraordinaria. Acabó cayendo en un talante
contemplativo mientras recordaba cada dulce momento que había pasado con ella.
Una oleada de calor inundó su cuerpo y se estancó en sus ingles. Con Olivia, con una
vez no le bastaba.
Con Olivia, con una vez tendría que bastarle.
Gabriel no podía confiar en su control. Eyacular dentro de ella podía dar lugar a
un desastre. Con otras mujeres, eso nunca había sido un problema. Retirarse en el
momento justo a Gabriel le resultaba natural después de tantos años de hacerlo. Pero
con Olivia, le había resultado casi imposible. El apremio de darle a ella su simiente
había sido un impulso tan fuerte, que casi había sucumbido a él.
Deseaba estar dentro de ella en aquel mismo momento; deseaba posar su boca
en sus senos y sus manos en su apetecible trasero. ¡Dios!, ¿qué le estaba pasando?
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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA
Sofocó un gemido, fue hacia la alacena, se llenó una copa de brandy y se la llevó al
sillón, así como la botella.
A la hora de comer, Grimsley le llevó una bandeja, pero Gabriel siguió con la
botella. Permaneció así, sentado, cavilando, durante horas, levantándose
ocasionalmente para pasear por la habitación y retornando luego a su sillón y a su
botella. La luz del día se convirtió en crepúsculo, y Grimsley, muy preocupado,
volvió para preguntar si su señoría se disponía a salir aquella noche y si deseaba que
lo ayudasen a bañarse y vestirse. Gabriel lo despidió con un ademán, informando al
preocupado sirviente de que se proponía pasar la noche en casa.
Grimsley parpadeó.
—¿En casa, milord?
—En casa —repitió Gabriel—. Y tráigame otra botella; ésta está vacía.
En algún momento, durante la larga noche, Gabriel se quedó dormido con la
copa colgando de su mano y las botellas vacías tiradas en el suelo, a sus pies. Se
despertó con la luz entrando a raudales por la ventana y el sonido de la puerta al
abrirse de golpe. Con la vista borrosa, agitó la cabeza para aclarársela cuando vio a
Ram irrumpir allí seguido de Luc. Ram le metió un periódico bajo la nariz y le
espetó:
—¿Qué diablos está pasando, Bathurst? Estás acabado.
Gabriel levantó los ojos, inyectados en sangre, hacia sus amigos, y trató de
esbozar una sonrisa, pero sólo pudo exhibir una mueca.
—Buenos días a vosotros también. ¿A qué debo el placer de esta temprana
visita?
—¿Has visto el periódico de la mañana? —preguntó Luc.
Gabriel trató de centrar su atención en el periódico que tenía ante los ojos, pero
estaba demasiado resacoso como para distinguir las palabras.
—Me temo que esta mañana no. No estoy en mi mejor forma. ¿Qué es eso tan
terriblemente importante?
—Escucha mientras te leo un trozo de la columna de chismes —dijo Ram
aclarándose la garganta.
»Ha llegado a conocimiento de este redactor que uno de los integrantes de la
Liga de Libertinos de Londres fue visto en La Liebre y el Sabueso con una dama que
anteriormente tenía una intachable reputación. El marqués de B y lady O parecían
haber yacido juntos en posición horizontal según afirman quienes los vieron en
déshabillé. ¿Significa eso que va a haber boda inminente?
—¡Infierno y condenación! —gruñó Gabriel—. Los amigotes de Palmerson no
han podido esperar para contarle al mundo lo que vieron en La Liebre y el Sabueso.
—¿Y qué vieron exactamente? —preguntó Luc—. Naturalmente, lady O es
Olivia Fairfax. Y, a propósito, Bathurst, tienes una pinta horrible.
—Esta vez te has pasado de la raya, amigo —añadió Ram—. ¿Por qué tenías
que ir tras una virgen cuando hay tantísimas mujeres por ahí para satisfacer nuestras
necesidades?
—¿Cómo sabes que era virgen? —gruñó Gabriel.
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con una dote mayor, y con menos años, pero la joven tiene buena genealogía. —Se
dio unos golpecitos en la barbilla—. Celebraremos una boda íntima y daremos una
pequeña recepción.
Gabriel escuchaba a su abuela con creciente aprensión. La anciana estaba
realmente a punto de llorar. No habría ninguna boda, y tenía que decírselo antes de
que aquello fuera demasiado lejos.
—¡Alto, abuela! No habrá boda. Haré cualquier cosa para acallar las
murmuraciones menos casarme, a eso no puedo comprometerme.
Lady Patrice golpeó con su bastón en el suelo con implacable determinación.
—Ningún nieto mío eludirá su deber. Te casarás con lady Olivia y tendrás el
heredero que deberías haber engendrado hace años. —Dirigió una dura mirada a su
nieto—. Tal vez ella ya esté engordando.
—No, abuela, eso no es posible.
—¿Estás diciendo que no ha sucedido nada en La Liebre y el Sabueso?
—No te mentiré, abuela. Lo único que te diré es que tomé precauciones.
—¡Aja! Lo sé todo sobre precauciones, y no siempre funcionan. Sin embargo,
esto está de más. Has comprometido a una mujer cuya reputación era irreprochable y
te casarás con ella.
—Abuela —dijo Gabriel con decreciente paciencia—. Sencillamente, no puedo...
—Y yo digo que lo harás. Desde luego que te casarás. Yo me cuidaré de los
preparativos. Tú, lo único que tienes que hacer es obtener una licencia especial y
compadecer en el momento señalado. Esta conversación ha concluido.
Con la mente confusa, Gabriel se despidió poco después. Su abuela estaba
empeñada en una boda, y nada de lo que él dijera podía persuadirla de lo contrario.
Y como él quería a su abuela, cumpliría con sus deseos. Era vieja, frágil y desconocía
sus razones para permanecer soltero. Después de escucharla, se dio cuenta de que no
podía negarle el placer de verlo sentar la cabeza.
Pero aunque su abuela pudiera obligarle a casarse, no podía forzarlo a tener
hijos. Su nombre moriría con él.
El día después de haberse librado por tan poco de Palmerson en La Liebre y el
Sabueso, Olivia almorzaba sin saborear la comida. Sentía como si su mundo se
estuviese desintegrando lentamente.
Mientras picoteaba su comida, se dio cuenta de pronto de que faltaba el
periódico matinal. Insólitamente estaba sobre la mesa de la cocina cuando ella había
bajado a desayunar esa mañana, y era la hora de comer y aún no lo había visto.
—Tía, ¿has visto el periódico de la mañana? —preguntó la joven.
Alma detuvo el tenedor a medio camino de su boca.
—¿El periódico, querida? Uh... Yo... hum... tendrás que preguntarle a Peterson.
Tal vez se le ha olvidado.
Un escalofrío recorrió la columna de Olivia.
—Peterson nunca se olvida. Algo pasa. Dímelo.
—¡Oh, querida, es terrible! ¡Sencillamente terrible! —vaciló Alma—. Confiaba
en que no llegaríamos a esto.
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—Tía...
—¡Oh, muy bien! Peterson y yo no queríamos que lo leyeses. Hay una
información en la columna de chismes y pensamos que iba a afectarte.
—Aprecio que tratéis de protegerme, pero deseo saber lo que se dice de mí.
¿Puedo ver el periódico, por favor?
Con los labios apretados formando una tenue línea, Alma se levantó y sacó el
periódico de un cajón donde lo había guardado anteriormente. Olivia buscó la
columna de chismes y leyó en silencio las malditas palabras... palabras que hacían
jirones su reputación.
Aunque hacía largo tiempo que no formaba parte de la buena sociedad, ver el
nombre de la familia arrastrado por el barro de nuevo le dolía. Se había esforzado
mucho por superar la vergüenza que su padre les había causado, y ahora ella había
provocado un escándalo aún mayor. Neville nunca sería aceptado en sociedad y tía
Alma compartiría con ella su desgracia.
—No es tan malo —aventuró Alma cuando Olivia hubo leído el ofensivo
artículo—. Las murmuraciones desaparecerán una vez que Bathurst y tú estéis
casados. Algo bueno resultará de todo ello. Todos nuestros problemas financieros
acabarán. Tal vez sea lo mejor, Livvy.
Olivia apretó los dientes, frustrada.
—No va a haber boda, tía. Bathurst no me propondrá matrimonio. Y si lo
hiciera, yo no lo aceptaría.
Alma abrió la boca sorprendida.
—¿Por qué dices algo así? Es evidente que el marqués está interesado por ti.
¿Por qué, si no, acudió a rescatarte?
—Porque es un ser humano decente —dijo Olivia.
«Y un amante asombroso.»
Bathurst había dejado perfectamente clara su postura antes de que hicieran el
amor. Ella recordaba cómo le había rogado que le hiciese el amor y como él la había
satisfecho más allá de sus sueños más salvajes. La decisión de Bathurst de
permanecer soltero era desconcertante, y sólo podía suponer que su placer hedonista
y su libertinaje significaban más para él que tener una esposa y una familia.
—Voy arriba, tía —dijo Olivia concluyendo la conversación, antes de que Alma
pudiera seguir interrogándola—. Envíame a Peterson cuando vuelva del mercado.
—¡Oh, no! —se lamentó Alma—. No me digas que tú y Peterson vais a... a...
—Tenemos que hacerlo. No nos queda nada más que el reloj de padre, y lo
guardo para Neville.
Se levantó y salió de la cocina antes de que la conversación retornara a Bathurst.
Con las severas palabras de su abuela aún resonando en sus oídos, Gabriel
desmontó frente a la ruinosa casa de Olivia. Nadie corrió a recoger sus riendas, de
modo que ató su caballo en un matorral y subió la escalera principal. Tenía la mano
en la aldaba de metal cuando comprendió que no podía seguir adelante con aquello.
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Su voz sonó baja y torturada; ella apenas reconoció la suya cuando contestó:
—Arriba.
Gabriel la cogió entre sus brazos y subió con ella la escalera. Recordaba dónde
estaba su habitación y atravesó el umbral cerrando la puerta detrás de él. Luego
depositó a Olivia en el lecho y se acostó a su lado.
—Te deseo, Livvy. No sé qué me has hecho y no me importa, siempre y cuando
me dejes amarte.
Olivia apenas captó sus palabras mientras él la desnudaba con una rapidez que
demostraba sus amplios conocimientos sobre vestuario femenino. Luego, él se echó
hacia atrás y la contempló paseando su brillante mirada por su desnudo cuerpo con
un ansia que no podía ocultar.
Palpitante de necesidad, Olivia observó cómo Gabriel se desnudaba a la vez.
Todo en él la complacía: sus anchos hombros, su esbelta cintura y su pecho bien
modelado. Tenía caderas estrechas y piernas musculosas, pero el arma que esgrimía
entre las piernas era lo que le quitaba el aliento. Grueso y largo, su miembro se
erguía contra su liso vientre desde un nido de rizos negros.
Gabriel se tendió en el lecho y, una vez junto a ella, presionó sus labios contra la
suave piel de debajo de sus senos, le besó cada costilla y hundió la lengua en su
ombligo; a continuación le chupó el vientre dejándole allí una señal amorosa.
—Deseo probarte por todas partes —murmuró él mientras sus labios seguían la
línea de sus caderas.
Al parecer, el suspiro de placer de Olivia era todo el estímulo que necesitaba
para besarle una pierna y luego lamerle lentamente el interior de la otra, dibujando
húmedos círculos con la lengua. Cuando llegó al tierno lugar que ella sentía
henchido y palpitante, echó su cálido aliento sobre su mismo centro, mientras el
cuerpo de Olivia reaccionaba tensándose como la cuerda de un arco.
Ella pensó que se suponía que aquello no debía ocurrir. Pero ¿cómo podía
resistirse a una oportunidad más de estar en brazos de Gabriel? Lo deseaba y él la
deseaba, nada más importaba.
Entonces él posó la boca contra su dolorido núcleo y ella se inquietó y murmuró
una protesta.
—No voy a hacerte daño, Livvy —la tranquilizó él.
Asió sus nalgas con las manos y profundizó el beso, mientras la acariciaba con
los labios, con la respiración, con la lengua hasta que ella estuvo temblando como
una hoja y a punto de resquebrajarse.
Un roce más de su lengua y ella gritó. Se sentía palpitar violentamente contra su
boca y se entregó a sus íntimas caricias ofreciéndole más de sí misma. Respiraba con
dificultad, desfallecida. Por fin se detuvieron las convulsiones y su respiración se
aligeró. Yacía tendida, completamente confusa mientras él se removía y retrocedía
sobre su cuerpo, levantándole las piernas e impulsando su henchido dardo hacia su
interior. Gabriel comenzó a moverse apremiándola a que lo siguiera con eróticas
palabras. Olivia se adaptó a su ritmo, se frotó contra él y dejó que la guiaran sus
instintos.
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Capítulo 10
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—¿Le has dado una oportunidad a Bathurst? —preguntó Alma cuando regresó
del mercado—. ¿Habéis fijado una fecha?
Olivia no deseaba hablar del marqués, pero sabía que Alma no desistiría.
—He rechazado su proposición.
—¡No es posible! ¿Sabes lo que eso significa?
Fingiendo una calma que no sentía, Olivia dijo:
—Sé exactamente lo que significa. Le estoy haciendo un favor a Bathurst no
casándome con él. No es algo que él desee. Se ha visto obligado a proponérmelo por
su abuela, y yo me niego a casarme con un hombre por cualquier razón que no sea el
amor. Además, tía, ¿y si después de casarnos Bathurst me reconociera como el
salteador de caminos que le robó en la carretera? Muy probablemente me
denunciaría e intentaría anular el matrimonio, lo que aún sería mayor escándalo que
el que ya tenemos.
—¡Oh, querida!, ¿qué vamos a hacer ahora? Yo había confiado en que Bathurst
fuese la solución a nuestros problemas financieros. El carnicero se ha negado a
prolongar nuestro crédito y he vuelto con las manos vacías.
—Todavía tenemos el reloj de papá.
—Eso pertenece a Neville. Y, hablando de Neville, lo echarán de la universidad
si no se pagan pronto los honorarios.
Olivia apretó la mandíbula.
—Yo me cuidaré de ello, tía.
Se disculpó y fue en busca de Peterson. Lo encontró en el salón, limpiando el
polvo.
—No deberías realizar el trabajo de una doncella —dijo Olivia.
—No me importa, señorita Livvy. Cuando se case con el marqués, tendrá más
sirvientes de los que podrá manejar. He oído decir que es extraordinariamente rico.
—No me casaré con Bathurst —declaró Olivia con un tono de voz que no
admitía réplica—. Es hora de que Pete y Ollie cabalguen de nuevo. El cielo está hoy
cubierto y es muy probable que la luna quede oscurecida por las nubes. Trae los
caballos después de oscurecer.
Peterson frunció el cejo.
—A lady Alma no le va a gustar esto.
—¿Se te ocurre otro modo de que podamos poner alimento en la mesa? Birlar
una bolsa aquí y allí aliviará nuestros problemas, y no causará excesivo trastorno a
los ricos lores y ladies a los que robemos.
Peterson dejó escapar un profundo suspiro.
—Muy bien, señorita Livvy, pero esto no me gusta. Verla a usted herida y
sangrando apagó mi entusiasmo por nuestras escapadas nocturnas.
—No volverá a suceder, Peterson, lo prometo.
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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA
conocidos como Pete y Ollie. Lord Prestley, un regordete conde famoso por su
riqueza y disipación, difundió la noticia de que los malvados fuera de la ley habían
detenido su carruaje y le habían robado a él y a su actual amante sus bolsas y joyas.
—Se llevaron todo lo que teníamos de valor —explicó Prestley—. Y le dieron un
susto de muerte a la pobre Lily.
—A mí no me parecieron demasiado peligrosos —replicó Gabriel—. Esos
mismos Pete y Ollie detuvieron mi coche hace un tiempo y luego otra vez, cuando
volvía con Braxton en el carruaje de éste de una fiesta en el campo. En aquella
ocasión disparé y herí a uno de ellos. Por lo que se ve, el disparo no los asustó.
—Lástima que no muriera ese bandido —declaró Prestley. Luego dirigió a
Gabriel una astuta mirada—. ¿Cómo van las cosas entre usted y lady Olivia?
La suerte quiso que en ese momento lord Sanford fuera a reunirse con el grupo.
—¿Han fijado ya una fecha para la boda, Bathurst? Realmente deberían ser más
cuidadosos en sus citas.
Sanford ya no trataba de ocultar sus risas.
—Debería haber visto su rostro cuando Dearborn, Fordham y yo irrumpimos en
su nidito de amor.
Gabriel dirigió a Sanford una mirada fría como el hielo.
—Precisamente, Sanford, le he estado buscando para que enmendara un error
de juicio. Usted está equivocado. No era a lady Olivia a quien vio conmigo en La
Liebre y el Sabueso.
El otro debía de estar demasiado obcecado para advertir el aviso porque dijo:
—No cometo errores como ése. Desde luego que era lady Olivia Fairfax a quien
vi con usted en La Liebre y el Sabueso, aunque usted no era el hombre con quien yo
creí que iba a encontrarla.
—¡Basta! —lo interrumpió Gabriel—. Si lo prefiere, podemos zanjar este asunto
en el campo de duelo. O bien puede usted disculparse por su error.
Sanford comprendió de repente que estaba pisando terreno peligroso. Hacía
falta ser más valiente de lo que él era para enfrentarse a Bathurst en un duelo.
Bathurst no sólo era un experto tirador con pistola y un superior espadachín, sino
que también era muy bueno en las peleas a puñetazos.
—Bien amigo, tal vez me equivoqué.
—Ciertamente lo hizo. A propósito, ¿ha visto últimamente a Palmerson? Hay
algo que deseo tratar con él.
—Le daré su mensaje en cuanto le vea —repuso Sanford.
Una semana después de esa conversación, otro carruaje fue asaltado por Pete y
Ollie. Gabriel sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que los ladrones fueran
prendidos y ahorcados y, por alguna extraña razón, ese pensamiento le producía una
incómoda sensación en la boca del estómago.
Al día siguiente, Gabriel encontró a Palmerson en Brook's. El vizconde montó
en cólera cuando Gabriel se lo llevó a la fuerza a un saloncito para una conversación
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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA
privada.
—Lo que planeó para lady Olivia es demasiado bajo incluso para alguien como
usted, Palmerson —arremetió Gabriel.
—Yo no hice nada. Fue usted quien la comprometió —repuso el otro rabioso—,
pero no permitiré que se case con ella. Olivia es mía, ¿lo ha oído? Su padre me la
cedió antes de morir.
—Si lady Olivia le pertenece, ¿por qué tarda tanto en convertirla en su esposa?
—gruñó Gabriel—. Si ella le perteneciera no tendría necesidad de escenificar una
seducción.
—¡Ella no me quiere! —exclamó Palmerson—. ¿Cree que hubiera planeado una
seducción si ella hubiera accedido a casarse conmigo?
—No lo sé. Dígamelo usted.
—Es un bastardo, Bathurst, un condenado bastardo. No tenía por qué meter las
narices donde no le importa. Olivia sería ahora mi esposa si usted no se hubiera
entrometido.
—Tiene un extraño modo de demostrar afecto, Palmerson —se burló Gabriel—.
¿Desde cuándo la violación es considerada seducción? La dama no estaba dispuesta.
—La dama no sabe lo que quiere. Necesita un poco de persuasión. Yo
simplemente la estaba ayudando a decidirse para que aceptara mi proposición.
Gabriel inmovilizó a Palmerson con una acerada mirada.
—Explíqueme por qué desea casarse con lady Olivia Fairfax. Ella no es rica, y
me consta que usted tiene los bolsillos vacíos. No puede amarla si estaba dispuesto a
destruir su reputación. Sea claro, Palmerson, ¿qué desea usted realmente de Olivia?
—Nada que a usted le importe. Limítese a apartarse de mi camino. —Se tocó la
nuca con los dedos e hizo una mueca—. Le debo a usted el bulto que me hizo en la
cabeza en La Liebre y el Sabueso. Mis amigos dicen que usted se acostó con Olivia.
Yo no puedo creer que ella le permitiera poseerla y a mí no.
—Tal vez sus amigos mienten.
—Y tal vez no. Pero no importa —gruñó—. Aún la deseo. Todo el mundo sabe
que usted nunca se casaría con Olivia. Quizá ahora ella esté más dispuesta a aceptar
mi propuesta y detener así las habladurías.
—Si lo cree así es que no la conoce —murmuró Gabriel—. Además, si intenta
volver a hacerle daño, me veré obligado a tomar represalias.
Palmerson entornó los ojos.
—¿Qué interés tiene usted en Olivia?
Gabriel deseaba saber qué responder a esa pregunta. Lo que él sentía por Olivia
era desconcertante, incluso para un hombre como él, que normalmente sólo deseaba
una cosa de una mujer. Sin embargo, Olivia era distinta a todas las mujeres que había
conocido. Vibrante, independiente, obstinada, toda ella interesante en sí misma. Se le
podían ocurrir una docena más de adjetivos, pero ninguno le haría justicia.
Principalmente la deseaba. Deseaba estar dentro de ella, en torno a ella, debajo de
ella, sobre ella, amándola de todos los modos en que un hombre puede amar a una
mujer.
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murmuraciones. Tal vez deberías comenzar por contarme exactamente qué sucedió.
—No le des la lata a tu hermana —lo regañó Alma—. Ya tiene bastante a lo que
enfrentarse.
—Por eso estoy aquí. ¿Inició lord Bathurst el escándalo?
—¡Absolutamente no! —afirmó Olivia—. Bathurst me rescató de una peligrosa
situación que implicaba a lord Palmerson.
—¡Lord Palmerson! ¡Ese bastardo! Entonces no fue Bathurst quien se aprovechó
de ti.
—No, querido. Lord Sanford y sus amigos fueron quienes iniciaron las
habladurías sobre Olivia y Bathurst —dijo Alma.
—Tía, por favor —la reconvino Olivia.
—Livvy, no soy un niño —dijo Neville con firmeza—. No regresaré a la
universidad hasta que descubra qué está sucediendo. Ya he pasado demasiado
tiempo en la inopia. Ni siquiera sé de dónde sacáis el dinero para pagarme mis
estudios.
Olivia pensó que en efecto, Neville estaba creciendo. Ya no era el niño que
confiaba en su hermana para que ésta procurase por él. Era un joven que abordaba la
madurez, y dispuesto a extender las alas. Era curioso, irreflexivo y orgulloso. Tenía
que devolverlo a la universidad antes de que la metiese en más problemas.
—No puedes descuidar tus estudios, Neville. Estás demasiado próximo a
concluir tu educación. En cuanto a Palmerson, gracias a Bathurst, no me causó daño
alguno.
—No voy a volver a la universidad hasta que solucione las cosas con
Palmerson.
—No harás nada de eso —se le enfrentó Olivia—. Déjame manejar a mí las
cosas como considero apropiado.
Neville apretó los labios y no dijo nada, pero ella pudo advertir por su
obstinada expresión que no lo había convencido.
—Le ayudaré a deshacer su equipaje e instalarse, milord —dijo Peterson con
gran alivio para Olivia.
—¿Cuándo te has vuelto tan formal? Siempre he sido Neville para ti.
—Ahora es usted un hombre. Se merece ser tratado formalmente. Sígame..., su
habitación está tal como la dejó.
—¿Tan mal, eh? —bromeó Neville—. No debería ir a la universidad mientras
mi familia pasa apuros para que yo pueda permitírmelo. —Miró en torno arrugando
la nariz disgustado—. ¿Por qué no me dijisteis que las cosas estaban así?
—Nos va perfectamente bien, Neville —le aseguró Olivia—. Ve con Peterson,
luego charlaremos.
Cuando su hermano hubo salido, Olivia se desplomó en una silla.
—No había contado con que Neville viniera a casa. Va a complicarnos las cosas.
—Estoy segura de que podrás tranquilizarlo, querida —la consoló Alma—. Ya
sabes cuan impetuosos pueden ser los muchachos a esa edad.
—Confío en que tengas razón, tía —dijo Olivia—. Confío en que tengas razón.
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—Me podré en contacto con usted después de que haya hablado con el segundo
de Palmerson.
—No venga a casa —le pidió Neville—. No deseo que mi familia se preocupe.
—Muy bien. Mañana le enviaré una nota.
Olivia sabía que pasaba algo con Neville, pero no acertaba a averiguar de qué se
trataba. El muchacho había dormido hasta tarde y luego había merodeado por la casa
como un animal enjaulado. Cuando ella le habló de regresar a la universidad, él se
negó en redondo. Cuando le sugirió que saliera a tomar un poco el aire, murmuró
algo acerca de que aguardaba una nota de un amigo.
Cuando por fin llegó la nota, Neville se mostró tan reservado sobre ella que
Olivia se preguntó si se trataría de una muchacha. Un joven atractivo como su
hermano probablemente tendría a muchas chicas adulándolo.
Cuando le preguntó a Neville sobre la nota y el remitente, éste le dijo que no era
nada que le concerniera. Olivia se tomó el desaire con calma, pero no pudo dejar de
preocuparse por el joven.
Por la tarde, Neville salió por fin de casa, y Olivia decidió aprovechar para
limpiar su habitación. Estaba haciendo la cama cuando vio un papel arrugado en el
suelo y lo recogió. Curiosa, lo alisó y leyó el mensaje. Era de lord Braxton diciéndole
a Neville que debía encontrarse con lord Palmerson a las seis de la mañana del día
siguiente en un sector apartado de Hyde Park.
Olivia se tambaleó bajo el peso de lo que acababa de saber. ¡Neville iba a
enfrentarse en duelo con Palmerson! ¿Cómo podía haber sucedido eso? ¿Cuándo
podía haber sucedido? Neville no llevaba en casa ni dos días. Palmerson mataría a
Neville. Tenía que detenerlo, pero ¿cómo?
Rogando encontrar a Palmerson en casa, detuvo un carruaje y le dio al
conductor la dirección.
—Aguárdeme aquí —le dijo al cochero volviendo la cabeza mientras se apeaba
del vehículo y se apresuraba en dirección a la casa.
Asió la aldaba de latón y llamó a la puerta. Al cabo de unos momentos, apareció
el mayordomo del vizconde en la entrada.
—¿En qué puedo servirla, madame?
—¿Está lord Palmerson en casa?
—No estoy seguro, madame. Si lo encuentro, ¿quién debo decirle que le visita?
—Por favor, dígale que a lady Olivia le gustaría hablar con él —dijo con su tono
más altanero—. Es un asunto de la máxima importancia.
—Pase al salón, milady, y comprobaré si el vizconde está.
Apretando los dientes, Olivia dio unos impacientes golpecitos con el pie
mientras el mayordomo iba en busca de Palmerson. Sabía que el aristócrata sí estaba,
si no, el mayordomo le hubiera dicho inmediatamente que no se encontraba en casa.
—El vizconde la recibirá —dijo el mayordomo desde la puerta—. Sígame,
madame.
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Capítulo 11
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ninfa de madera de Green Park. Puesto que usted pretende ser un buen tirador,
dejemos que sea ésa el arma escogida.
Se volvió para marcharse.
—¡Aguarde! Esto es inaceptable. Escoja otro momento.
—Acceda a mis condiciones o anule su enfrentamiento con el joven Sefton.
Aguardaré mientras usted escribe una nota exculpatoria y me encargaré de
entregársela yo mismo.
—¿Y ser el hazmerreír de mis pares? ¡Nunca en la vida!
—Muy bien. Le veré en el campo del duelo.
—Es un bastardo despiadado Bathurst —se enfureció Palmerson—. Ella no es
digna de esto y usted lo sabe. Esa zorra se ha estado escabullendo desde hace años,
desde la muerte de su padre. Yo le ofrecí mi nombre, ¿puede usted decir lo mismo?
No tiene derecho a robarme lo que en buena ley me pertenece. Eso no se hace. Confío
en que esté preparado para morir.
Gabriel no dignificó las palabras de Palmerson con una respuesta, sino que giró
sobre sus talones y se fue de allí con paso airado.
—¡Bathurst, espera! —gritó Ram—. ¡Voy contigo!
Un lacayo abrió la puerta y Gabriel y su amigo salieron juntos.
—Me atrevería a decir que Palmerson está temblando —se rió el conde de
Braxton—. Has estado muy brillante, Bathurst. ¿Lo matarás?
—Probablemente no —dijo Gabriel—, aunque debería. Sólo deseo asegurarme
de que no está en condiciones de enfrentarse luego con el joven Sefton.
—¿Y si es él el afortunado? Palmerson es bueno. Podría matarte.
—Es una posibilidad que estoy dispuesto a asumir.
—Te importa ella realmente, ¿verdad?
—Si te refieres a lady Olivia, desde luego que me importa. Le propuse
matrimonio, ¿no es así?
—Por tu abuela, o así lo dijiste, pero me pregunto... ¿Qué sucedió realmente
entre tú y lady Olivia en La Liebre y el Sabueso?
—Hace mucho tiempo que somos amigos, Braxton. Deberías guardarte de
formular preguntas como ésta.
—Discúlpame —dijo Ram—. Te lo pregunto precisamente porque soy tu amigo.
Estás arriesgando tu vida por lady Olivia y su hermano, y eso revela muchísimo
acerca de tus sentimientos hacia la dama.
—Olvida mis sentimientos y concéntrate en el duelo. Te recogeré con mi
carruaje a las cinco y media.
Gabriel subió al asiento del conductor y tomó las riendas. No oyó murmurar a
Ram mientras el carruaje rodaba ruidosamente por la calle.
—¡Pobre tonto!
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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA
Impresionada por la opulencia que la rodeaba, Olivia contemplaba los miles de libros
encuadernados en piel que se alineaban en las estanterías. Sabía que el marqués era
rico, pero le resultaba difícil imaginar tal abundancia tras vivir los últimos años casi
en la pobreza.
Aunque impaciente por el retorno de Gabriel, Olivia disfrutó examinando los
libros y saboreando el refrigerio ligero pero delicioso que Grimsley le sirvió. Acababa
de sacar Los viajes de Gulliver de la estantería cuando la puerta se abrió y Gabriel
entró en la biblioteca.
—Me alegro de encontrarte con algo que ocupa tu mente —dijo Gabriel.
El libro cayó de las manos de Olivia.
—¡Has vuelto! ¿Qué ha sucedido? ¿Has logrado anular el duelo de Palmerson?
—Lo he hecho, Livvy. No tienes que preocuparte de nada.
Olivia sintió que se quitaba un tremendo peso de encima. Estaba tan aliviada
que se abalanzó sobre él, que la cogió entre sus brazos y la estrechó. Parecía lo más
natural del mundo que ella se pusiera de puntillas y lo besara. Lo que comenzó como
simple gratitud, se intensificó y la pasión acabó dominando.
La atracción que había entre ellos se encendió como una llama. Gabriel tensó los
brazos en torno a ella y sintió endurecerse su cuerpo. Olivia sofocó un grito contra la
garganta de Gabriel mientras él cubría sus senos con las manos y sus caderas se
balanceaban contra las de ella.
Olivia hizo una advertencia de cordura.
—Gabriel, no deberíamos...
—Chis, amor. No nos queda mucho tiempo. Déjame amarte.
Ella apenas registró sus palabras mientras se concentraba en sus manos y en lo
que estaba haciendo. Le había desabrochado el vestido y se lo había bajado junto con
la camisa, desnudando así sus senos. Con las puntas de los dedos le acariciaba los
pezones arriba y abajo, que se erizaban como tensos capullos. Luego, su experta boca
cubrió uno de ellos y se lo lamió. El húmedo calor de su boca resultaba
insoportablemente erótico y un sonido anhelante surgió de la garganta de ella ante
aquel sorprendente placer. Una multitud de sensaciones la abrumó y se arqueó y
estrechó contra él, pidiéndole más, con las manos sujetando sus hombros y la cabeza
echada hacia atrás.
—¿Debo detenerme, Livvy? —murmuró Gabriel contra su piel húmeda.
Ella deseaba decir que sí, pero la palabra se quebró en su garganta. No podía
soportar que Gabriel se detuviera. Negó con la cabeza en silencio. Con una sonrisa, él
la depositó lentamente sobre la gruesa alfombra.
Le quitó los zapatos con una mano mientras con la otra hurgaba bajo sus faldas
en busca de las cintas de sus enaguas. Las soltó hábilmente quitándoselas. Cuando
ella yacía desnuda, con sólo las medias sostenidas por delicados ligueros, Gabriel le
separó los muslos, se arrodilló entre ellos y contempló la longitud de sus piernas
hasta su propio núcleo.
—Eres tan bella... —dijo, con ojos brillantes mientras contemplaba los
ensortijados rizos de su entrepierna.
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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA
Olivia aspiró asombrada cuando él le tocó la suave piel del estómago y le rozó
ligeramente el ombligo con el pulgar. Luego deslizó los dedos hacia abajo y fue
separando los pétalos de su sexo, acariciando y estimulando su centro
exquisitamente sensible. Deslizó un dedo en su interior, lo introdujo profundamente,
lo sacó y luego lo deslizó por su henchido sexo.
Olivia sintió que las piernas le flaqueaban. Gabriel retiró el dedo y besó el
interior de su muslo. Olivia nunca se había sentido tan vulnerable, tan expuesta. No
era justo. Se asió a las solapas de él y trató de quitarle la chaqueta por los hombros.
Gabriel negó con la cabeza.
—Todavía no, Livvy. Necesito probarte ahora. El resto puede venir después.
Cuando él posó su boca en aquel lugar que sus dedos mantenían abierto, un
gemido implorante escapó de los labios de la joven. Le deseaba desesperadamente, le
necesitaba dentro de ella, pero él no parecía inclinado a satisfacerla.
—Paciencia —murmuró él.
Presionó su boca en ella, en el interior de su sexo, hasta que Olivia rogó sentir
sus dedos, su lengua, su miembro. Gabriel prosiguió el delicioso tormento con sus
labios y lengua, succionándola y haciéndola emitir unos suaves gemidos. Su
respiración se aceleró cuando los dedos de Gabriel se introdujeron entre sus nalgas,
acariciando un lugar escandalosamente inadmisible y sin embargo audazmente
excitante. La confusión le dejó la mente en blanco. Trató de protestar, pero se dio
cuenta de que su cuerpo cedía sin su consentimiento. Un palpitante placer latía en
todo su cuerpo. Olivia vibró una y otra vez, arqueándose contra su amante, mientras
su boca y sus manos la elevaban vertiginosamente hacia el clímax.
Cuando la respiración de Olivia se convirtió en un frenético jadeo, Gabriel se
apartó y se desabrochó los pantalones. Flexionó las caderas y penetró dura y
profundamente en su interior. Aún absorta en el delicioso período posterior a su
placer, Olivia envolvió sus piernas en torno a él y se movió con él al unísono hasta
alcanzar un nuevo goce. Oyó la violenta respiración de Gabriel, sintió sus músculos
tensos y su miembro agitándose dentro de ella. Luego, in extremis, él salió y vertió su
simiente en la alfombra.
—Aún estás vestido —murmuró Olivia.
—No por mucho tiempo —susurró el marqués roncamente.
Se apoyó en un codo, se quitó la chaqueta y la camisa, que utilizó para limpiar
la mancha de la alfombra. Luego se puso en pie y acercó a Olivia hacia él. Al ver que
la levantaba en brazos y la llevaba hacia la puerta, ella protestó:
—¡Mis ropas! ¡Estoy desnuda! ¿Qué pensarán tus criados?
—Les pago lo suficiente como para que no piensen.
—Así y todo, no saldré de la habitación si no estoy totalmente vestida.
Su decidido tono convenció a Gabriel, que la dejó de pie en el suelo y se cruzó
de brazos sobre su desnudo pecho.
—Muy bien, pero hazlo de prisa. Se hace tarde y deseo volver a hacerte el amor
antes de...
—¿De qué?
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posibilidad.
Olivia se puso palidísima.
—¿Van a enfrentarse en duelo?
—¿No lo sabía? ¡Dios mío!, ¿qué he hecho? Su señoría me arrancará la piel por
esto.
—Gracias, Grimsley —gritó Olivia mientras echaba a correr delante de él.
—¡Aguarde, milady! ¿Qué se propone hacer?
—Voy a Green Park —gritó, volviendo la cabeza.
—¡No puede ir sola! La acompañaré.
Olivia no se molestó en responder mientras pasaba corriendo ante un
sobresaltado Thomas, que abrió la puerta a tiempo para evitar una colisión. Una
sensación de alivio la inundó al distinguir el coche de Gabriel en la esquina. Por lo
menos no tendría que perder tiempo buscando un vehículo de alquiler. Olivia no
tenía ni idea de lo que iba a hacer cuando llegara a Green Park, sólo sabía que tenía
que estar allí. ¡Condenado fuera Gabriel por no habérselo dicho! ¿Se proponía matar
a Palmerson? ¿Así era como se hacía cargo de las cosas?
Grimsley la alcanzó, dio instrucciones al conductor y se metió en el carruaje
junto a ella.
—A su señoría esto no le va a gustar —advirtió.
—Su señoría no es Dios —replicó Olivia—. Confiaba en que Bathurst
convenciera a Palmerson para que desistiera. En ningún momento quería que
solucionara el asunto vertiendo sangre.
—No creo que su señoría se proponga matar a Palmerson —aventuró el
sirviente.
—¿Y si Palmerson tiene suerte y hiere o mata a Bathurst?
Grimsley soltó un resoplido no muy decoroso.
—Eso es sumamente improbable, milady.
—¿No puede correr más este coche?
—Vamos lo más rápido que podemos —repuso el hombre.
Descendieron por Regent Street y giraron a la derecha por Piccadilly. Cuando se
aproximaban a Green Park, la multitud de última hora de la tarde comenzaba a
reducirse.
—¿Sabe usted dónde tendrá lugar el duelo? —preguntó Olivia mientras giraban
por la puerta del parque.
—Así es, milady —repuso Grimsley. Se asomó por la ventanilla y voceó unas
órdenes al conductor—. Ya estamos cerca.
—¿Cree que negaremos a tiempo?
—Sinceramente confió en que no, milady —contestó.
La suerte quiso que llegaran al campo de duelo demasiado tarde. Con ayuda de
lord Braxton, Gabriel estaba poniéndose la chaqueta que se había quitado mientras el
cirujano y lord Sanford asistían al herido Palmerson. No había nadie más por allí.
Olivia saltó del carruaje antes de que éste se detuviera del todo, llamando a Gabriel
por su nombre, y luego corrió hacia él.
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Gabriel se volvió con evidente conmoción al ver a Olivia allí con Grimsley
pisándole los talones.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ásperamente—. Te dije que me
encargaría de Palmerson.
Se volvió hacia su subordinado con el ceño ensombreciendo su frente.
—No debería haberla traído aquí.
El sirviente parecía afligido.
—Discúlpeme, milord.
—No culpes a Grimsley —salió Olivia en su defensa—. Le engañé para que me
lo contara. Hubiera venido sola si él no hubiera insistido en acompañarme. ¿Matando
a Palmerson era como te proponías ayudarme? ¿Está malherido? ¿Vivirá?
Gabriel le dirigió una mirada indescifrable.
—No creí que te preocupara Palmerson. No era mi intención matar a ese
bastardo. Sólo me proponía herirle para que no pudiera encontrarse mañana con tu
hermano. Puedes irte a casa y decirle a ese joven insensato que ha salido con bien del
apuro. Y no estarían de más unas «gracias».
Olivia no sabía por qué estaba tan enojada, salvo porque Gabriel podía haber
muerto, y habría sido por culpa de ella.
Una voz procedente de la creciente oscuridad interrumpió sus pensamientos.
—¡Maldito sea, Bathurst! Usted y su ramera aún no han oído mi última palabra.
***
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Capítulo 12
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mí mismo. Tía Alma me ha dicho que habías acudido a Bathurst en busca de ayuda.
No necesito ayuda. Y no hay nada que podáis hacer ninguno de los dos para detener
el duelo.
Gabriel pensó que el joven cachorro estaba mostrando sus garras. Le tendió la
mano.
—Supongo que es usted lord Sefton. Yo soy Bathurst.
Con gesto muy poco cordial, el muchacho le estrechó la mano.
—No tiene motivos para tomarla con su hermana, Sefton —lo reprendió Gabriel
mientras entraba en la casa con Olivia—. Ella le quiere y temía por su vida.
Neville lanzó a Gabriel una mirada incendiaria.
—¿Qué clase de relación tiene usted con mi hermana, Bathurst? Ella me contó
que usted la rescató de Palmerson, pero yo creo que hay algo más que eso. ¿Son
ciertas las murmuraciones? ¿Ha comprometido usted a Olivia?
—¡Neville! —balbuceó Olivia—. Pero ¿qué te pasa? Deberías estarle agradecido
a Bathurst.
—Así es —intervino Alma—, deberías estarlo. Si no fuera por él, ahora mismo
estarías hasta las rodillas de agua de lluvia. Bathurst hizo reparar nuestro tejado y se
negó a aceptar el pago.
Neville reflexionó sobre eso y luego preguntó:
—¿Está él facilitando el dinero para mantenerme en la universidad?
—¡Desde luego que no! —negó Olivia—. ¿Sabes lo que estás sugiriendo,
Neville?
Gabriel ya había oído bastante.
—Si me permites intervenir, Olivia, tal vez logre tranquilizar la mente del joven
Sefton. Puede que se sienta mejor al saber que vamos a casarnos.
Neville dirigió su mirada a Olivia.
—Me dijiste que no habría boda. Deseo respuestas, Livvy. Puede que sea joven,
pero no soy estúpido.
—Por favor, muchachos —intervino Alma retorciéndose las manos—. Detesto
las discusiones.
—No te mentí, Neville —dijo Olivia—. Bathurst me pidió en matrimonio y yo le
rechacé.
Al chico se le desorbitaron los ojos.
—No lo comprendo. A tu edad, deberías saltar de alegría ante la oportunidad
de casarte con un marqués. No es que tengas mucho donde escoger. Nuestro padre
se cuidó de ello al despilfarrar tu dote.
Gabriel puso una mano sobre el hombro de Neville.
—¡Basta! ¡Discúlpese con su hermana!
—No es necesario, milord. Neville sólo ha dicho la verdad —señaló Olivia.
Gabriel intensificó su presión en el hombro del joven.
—No obstante se disculpará, lord Sefton. Su hermana no ha atendido a sus
propias necesidades para procurar el bien de su familia.
La bravuconería de Neville se desmoronó bajo las duras palabras de Gabriel.
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—Lo siento, Livvy. No debería haber dicho lo que he dicho. Aprecio lo que has
hecho por mí, pero no puedes impedir que me enfrente mañana con Palmerson.
—Me permito diferir de usted, Sefton —dijo fríamente Gabriel—. Mañana no
habrá duelo. Palmerson ha recibido una herida y está totalmente incapacitado.
Sospecho que recibirá una nota en ese sentido muy pronto.
—¿Cómo se atreve? —estalló Neville—. ¡Tengo el derecho de defender el honor
de mi hermana! ¿Qué le ha hecho usted a Palmerson?
—Por favor, tranquilízate —rogó Olivia—. Y discúlpate con lord Bathurst.
—Lo siento, Livvy, no puedo hacerlo. Por hoy, he acabado con las disculpas.
Giró sobre sus talones y se fue con paso airado.
—Hablaré con él —dijo Alma apresurándose tras su sobrino—. No siempre es
tan irrespetuoso, milord.
—Sabía que se enojaría, pero confiaba en que lo comprendiese —se lamentó
Olivia.
—Es joven —la tranquilizó Gabriel—. Ésta es la primera vez que ha estado en
situación de afirmarse como adulto. Si no te quisiera, no habría sido tan inflexible en
cuanto a defender tu honor. Deberías devolverlo a Oxford lo antes posible.
—Gracias, Gabriel. Saber que Neville no tendrá que enfrentarse a Palmerson en
el campo del honor es un gran alivio para mí. Lo siento si he parecido poco
agradecida, pero tu vida a cambio de la de Neville era algo que no podía aceptar.
—Ya te he dicho que yo no he corrido peligro, Livvy. Pero me alegro de que te
hayas preocupado tanto por mí. —Le cogió la barbilla y rozó ligeramente sus labios
con los suyos—. ¿Significa eso que has cambiado de idea sobre aceptar mi propuesta?
—No me casaré contigo, Bathurst.
—Entonces me marcho, Olivia. Ya sabes dónde encontrarme si cambias de idea.
Peterson apareció detrás de él.
—Yo le acompañaré, milord.
—Adiós, Bathurst, y una vez más, gracias —le dijo Olivia ofreciéndole la mano.
Gabriel contempló sus dedos, tan largos, blancos y delicados, y recordó cómo
los había sentido en su cuerpo. Deslizó la mirada por su brazo, más allá del hombro y
hasta su boca, rememorando el modo en que Olivia lo había excitado con ella. Sintió
que se endurecía y reprimió un gemido.
Le asió la mano, le volvió la palma hacia arriba y depositó un beso en el centro.
—Adiós, milady. Hasta que volvamos a vernos.
Olivia apartó la mano y subió corriendo la escalera. Gabriel sonrió y salió por la
puerta que Peterson le había abierto. Pese a lo reacia que se mostraba la joven y a sus
propias reservas, se verían de nuevo. Era inevitable. Su pasión era como una droga.
Seductora, persuasiva, adictiva.
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carta de recomendación.
Gabriel levantó bruscamente la cabeza.
—¿De qué diablos me está hablando?
—Le he fallado, milord. Debería ser despedido.
—Pero ¿qué dice? No es por eso por lo que le he llamado. Usted es un miembro
altamente valorado de mi casa. Sería erróneo censurarle a usted por la curiosidad de
Olivia.
Grimsley pareció enormemente aliviado.
—¿Desea entonces que le informe de lo que he descubierto sobre la familia de
lady Olivia?
—En efecto.
—Bien. Están en la más absoluta miseria. No he encontrado ninguna prueba de
que el difunto lord Sefton dejara a sus hijos más que la casa en la que viven. Mientras
vivió su esposa residían en una magnífica mansión en Grosvenor Square. Él la
vendió tras la muerte de ella, compró el domicilio donde ahora reside la familia y
derrochó el resto. Su depravación aún los atormenta.
—Si eso es cierto, ¿cómo se las arregla Olivia para mantener a su hermano en
Oxford? —reflexionó el marqués en voz alta.
—No tengo ni idea, milord.
—¿Y qué hay de Palmerson? ¿Se ha enterado de algo valioso sobre él?
—No más de lo que ya conocemos. Está en serios apuros. Sus deudores lo están
acosando y está muy próximo a verse encerrado en prisión por ello. La opinión de la
alta sociedad es que necesita casarse por dinero.
—El misterio se ensancha —murmuró Gabriel—. Gracias, Grimsley. Si se entera
de algo nuevo, hágamelo saber. Puede retirarse.
—Gracias, milord. ¿Cenará en casa esta noche?
—No, cenaré fuera. Necesito hacer el recorrido esta noche. Estoy deseoso por
enterarme de lo que se sabe de mi duelo con Palmerson. Dudo mucho que
permanezca largo tiempo en secreto.
Durante los siguientes días, Olivia trató de convencer a Neville para que
regresara a Oxford, pero él se negó. Por añadidura, estaba exigiendo más respuestas.
Deseaba saber de dónde procedía el dinero para su educación y seguía interrogando
a Olivia sobre su relación con Bathurst. Neville podía ser joven, pero superaba en
astucia a su edad. Olivia temía por el futuro de su hermano: sin fondos, no tendría
ninguna posición en sociedad y se vería gravemente limitado para escoger esposa.
Con el fin de tomar medidas para el futuro del muchacho, Olivia decidió que
Pete y Ollie debían cometer más robos y exigir mayor porcentaje del comprador de
artículos robados.
Encontró a Peterson en la cocina y abordó el tema.
—Tenemos que hablar, Peterson.
—En efecto, señorita Livvy. ¿Qué vamos a hacer con su señoría?
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Neville hundió los dedos en sus despeinados cabellos con evidente agitación.
—A Livvy no le ha pasado nada, pero mi visita tiene que ver con ella. Sé que
nos separamos en términos poco amistosos, Bathurst, pero al parecer usted es la
persona a la que Livvy recurre para pedir ayuda. Ella confía en usted, y yo no puedo
ser menos.
—Siéntese, Sefton. Parece necesitar una copa. ¿Le va bien brandy?
Neville asintió distraído.
Gabriel sirvió dos dedos de brandy en una copa y aguardó a que Neville
tomara un trago antes de hablar.
—Vamos, Sefton, ¿qué asunto de importancia le trae aquí a estas horas de la
noche?
—Lo que le voy a decir debe ser mantenido en estricto secreto —le advirtió
Neville—. ¿Qué sabe usted de un par de salteadores de caminos llamados Pete y
Ollie?
—No mucho, aunque me convertí en una de sus víctimas en la carretera una
noche sin luna. También tuve el placer de herir a Ollie la siguiente vez que nos
vimos.
—¿Cómo? ¿Que le disparó a Ollie? ¡Maldición! ¿Sabe usted lo que hizo?
—Desde luego. ¿Por qué le disgusta eso?
—Usted le disparó a Olivia. ¡Hirió a mi hermana!
Gabriel se quedó completamente inmóvil. Luego estalló furioso.
—¿De qué está hablando, en nombre del cielo? Desde luego que no disparé a su
hermana. El único modo de que eso pudiera haber sucedido sería que ella fuese...
Se interrumpió de repente y se puso mortalmente pálido.
—Exactamente —confirmó Neville—. Yo no lo sabía hasta que por casualidad
he oído una conversación entre Olivia y Peterson esta noche. Cuando yo regrese a
Oxford, ellos dos se proponen reanudar sus actividades ilícitas.
»Me he quedado de piedra. No tenía ni idea. No sabía qué hacer. Luego he
pensado en usted. Si pidió a Livvy en matrimonio, ella debe de importarle. ¿Me
ayudará a mantenerla a salvo, Bathurst? Se lo rogaré si es necesario.
—Déjeme pensar.
Gabriel comenzó a pasear arriba y abajo.
Ollie y Pete. Peterson y Olivia. ¿Por qué no había visto antes la relación? Unos
ojos verdes mirándolo bajo la sombra del ala de un sombrero. Los ojos de Livvy. No
era de extrañar que le resultara tan familiar.
La enfermedad de Livvy había coincidido con el disparo. La razón de que ella
no permitiera que su médico la examinara detenidamente había sido porque temía
que descubriera la herida de bala. Saber que había herido gravemente a Olivia casi lo
hizo desplomarse de rodillas. ¡Maldición! ¡Maldita fuera!
—Bathurst, por favor —rogó Neville—. Se lo imploro. Ahorcarán a Olivia si la
atrapan.
—Desde luego que le ayudaré, Sefton. ¿Tenía alguna duda al respecto?
Cuénteme todo lo que sepa. Luego decidiré qué debo hacer para mantener a su
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hermana a salvo.
Neville le repitió casi palabra por palabra la conversación que había oído entre
Peterson y Olivia.
—Las piezas comienzan a encajar —reflexionó Gabriel—, salvo por una cosa.
¿Por qué desea Palmerson casarse con Olivia y por qué estaba tan ansioso por
aceptar su desafío?
—No tengo ni idea. He estado lejos, en la universidad, durante los últimos años
y he sabido poco de lo que sucedía en mi familia. Ni siquiera me explicaron la
naturaleza del duelo de mi padre hasta que estuvo enterrado. Olivia debía de estar
desesperada por conseguir dinero para hacer lo que hizo. Está poniendo su vida en
peligro por mí. ¿Sabe usted cómo me hace sentir eso?
—Puedo imaginarlo muy bien —murmuró Gabriel—. Si tengo que ayudar,
usted deberá hacer exactamente lo que yo le diga.
—Lo que sea. Haré lo que sea por ayudar a Livvy.
—Muy bien. Entonces debe regresar a Oxford mañana.
—¡Maldición! ¿Cómo puede pedirme eso?
—Es lo mejor para todos. Deje que yo maneje el asunto.
Neville entornó los ojos.
—No va a entregarla a la justicia, ¿verdad?
—¡No sea impertinente! Sé lo que estoy haciendo. A propósito, puede
felicitarme por mi matrimonio con su hermana.
—Creí que Olivia había rechazado su propuesta.
—Eso ahora no importa. Vuelva a casa, Sefton. Confíe en mí para hacerme
cargo de todo. Pete y Ollie van a desaparecer para siempre y su familia
experimentará un repentino cambio de fortuna. En cuanto a Peterson, sin Ollie,
predigo que morirá de viejo en su lecho.
Neville no parecía convencido.
—¿Me informará si surgen problemas?
Gabriel le dirigió una mirada ofendida.
—No surgirán problemas. Déjelo todo en mis manos.
—Muy bien —accedió Neville—. Cualquier cosa será mejor que lo que Livvy
está haciendo con su vida.
Se levantó, sofocó un bostezo y se dirigió hacia la puerta.
—Buenas noches, milord. Estoy en deuda con usted.
—Aguarde, Sefton. Hay algo más. Le pido permiso para vender su casa. Confío
en que no tenga una vinculación sentimental con ella.
—No tengo muchos recuerdos de esa casa. ¿Qué va a hacer con tía Alma?
—La instalaré con mi abuela, por lo menos de momento.
—Yo puedo alquilar un alojamiento cuando haya acabado mi educación —
reflexionó Neville—. Y tal vez compre una comisión en el ejército.
—Ordenaré que mi abogado deposite el dinero de la venta de su casa en el
banco, a su nombre.
—Muy bien. Tiene mi autorización para proceder. Ahora debo irme.
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Capítulo 13
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—Mírame, Livvy.
Ella miró fijamente sus oscuros ojos azules, e inmediatamente recordó la última
vez que estuvieron juntos. Su relación amorosa había sido salvaje, frenética, y su
mirada tenía el mismo inflexible fulgor que en aquellos momentos.
—Después de que hablemos con tu tía, prepararás una bolsa pequeña de viaje,
recogerás tu capa y tu sombrero y me acompañarás al carruaje. Luego nos iremos
juntos a Bathurst Park. Nos casaremos allí en cuanto mi abuela y tu tía lleguen.
Recoge sólo lo suficiente hasta que tengas un guardarropa adecuado para la esposa
de un marqués.
—¡Estás loco! —repitió Olivia.
—¿En serio? Estoy haciendo lo que debo para protegerte... Ollie.
—No necesito que... ¿Cómo me has llamado?
—Lo sé, Livvy, lo sé. Tus días de robar a la gente se han acabado. ¿Hasta
cuándo esperabas seguir con tus actividades ilícitas? —Alzó la voz enojado—. ¡Por
Dios, yo te disparé! ¡Podría haberte matado!
Aquello no podía estar sucediendo. Ser reconocida por Bathurst había
constituido su peor pesadilla. Olivia simuló no comprender.
—No sé de qué me estás hablando. Si me acusas de haber hecho algo ilegal,
desde luego que lo niego.
Una ardiente furia endureció los rasgos de Gabriel.
—Neville os oyó por casualidad a Peterson y a ti y acudió a mí en busca de
ayuda. Puedes imaginar cómo me sentí al comprender que te había disparado.
Cuando advertí tu herida, acepté tu explicación porque no creí que me mintieras. No
sólo has estado arriesgando tu vida, sino también la de tu sirviente, al que
evidentemente aprecias. No tienes un mínimo de sensatez.
Gabriel la asió del brazo, evitando que se retirara de la explosión de su enojo.
Por fin había sido descubierta y no podía seguir negando las acusaciones.
—Neville no tenía derecho a implicarte. Debería haber acudido primero a mí.
¿Por qué te preocupa lo que me suceda?
—Sólo Dios sabe por qué me siento responsable de ti. Tal vez por culpabilidad.
O quizá porque no tienes a nadie más que a un inexperto muchacho para cuidar de ti
y de tu tía. —Le dirigió una mirada que hizo que la sangre se acelerase en sus venas
—. O quizá es que deseo conservarte como compañera de lecho y no estoy dispuesto
a prescindir de ti.
Olivia no se creía una palabra.
—Mentiroso. No te has casado con otras mujeres con quienes te has acostado.
¿Por qué conmigo sí?
Los ojos de Gabriel se ensombrecieron, adquiriendo el color del humo.
—¡Maldición si lo sé! Pero en estos momentos eres la única mujer a quien deseo.
Olivia irguió la barbilla.
—¿Durante cuánto tiempo? ¿Deseas tener hijos conmigo? ¿Puedes prometerme
que nunca mirarás a otra mujer con deseo?
—¡Maldita sea! No habrá niños. Y no puedo decir que estaré contigo para
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siempre. Existen fuerzas sobre las que carezco de control que dictan mi vida. En
cuanto a otras mujeres...
—Aguarda... vuelve a la última frase. ¿De qué estás hablando? ¿Qué clase de
fuerzas dictan tu vida?
Gabriel se pasó con energía los largos dedos por el cabello.
—Olvida lo que he dicho. No es importante.
—¿Por qué no quieres tener hijos? No puedo casarme con un hombre que no
quiere hijos. No es natural.
—¡Maldición, Livvy, no me lo preguntes!
Alma asomó la cabeza por la puerta.
—He oído gritos. ¿Va todo bien por aquí?
—Venga, Alma. Tiene que oír esto.
Alma entró en la sala dirigiendo preocupadas miradas a Olivia y Gabriel.
—¿Qué ha hecho ahora Livvy, milord?
—Nada. En realidad todo va bien. Olivia ha accedido a ser mi esposa. La
ceremonia se celebrará en mi casa solariega de Derbyshire.
A Alma le brillaron los ojos de contento.
—Es la mejor noticia que he oído desde hace mucho tiempo. Ahora tú y
Peterson no tendréis que... —Se apretó la boca con la mano—. ¡Oh, querida!
—No pasa nada, Alma —dijo Gabriel—. Lo sé todo sobre Pete y Ollie, y puede
estar segura de que esos dos fuera de la ley nunca más volverán a cabalgar.
Alma asió impulsivamente la mano de Gabriel entre las suyas.
—No sabe lo aliviada que me siento. He estado tan preocupada por mi querida
sobrina y por Peterson; porque, Livvy, podrían haberte matado cuando tú... es
decir...
Olivia puso los ojos en blanco como si pidiera la divina intervención.
—Bathurst lo sabe todo tía.
—¿Cómo lo ha descubierto?
—Supo de Pete y Ollie por Neville. Al parecer, éste nos oyó accidentalmente
cuando Peterson y yo estábamos hablando.
—No me preocupa cómo lo descubrió. Estoy muy contenta de que se haya
acabado. —Alma frunció el cejo—. No va a delatar a Livvy, ¿verdad, lord Bathurst?
—¿Y revelar que mi marquesa es una salteadora de caminos? —preguntó
Gabriel secamente—. Me llevo a Olivia de Londres y de la tentación. Ya no tendrán
que preocuparse por sus finanzas. Su familia es ahora responsabilidad mía.
—¿Responsabilidad o carga? —preguntó Olivia—. No quiero eso, Bathurst.
—Neville me dio permiso para vender esta casa y depositar los beneficios en el
banco a su nombre. Le he encargado el asunto a mi abogado. Ya no tendréis que vivir
en la pobreza.
Olivia perdió la paciencia.
—¿Cómo te atreves a organizar mi vida sin consultarme? ¡Neville no tenía
ningún derecho a designarte su agente! Ésta es la única casa que tenemos. ¿Qué va a
hacer lady Alma? ¿Dónde vivirá Neville cuando concluya su educación?
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atractiva. Lo único que no debía permitirse era perder el control durante sus
momentos íntimos. No podía lastimarla dándole hijos.
La asió por los hombros, la volvió de cara a él y le alzó la barbilla. Había
lágrimas en sus ojos y él se las enjugó con la yema del pulgar.
—Livvy, confía en mí para mantenerte a salvo y proteger a tu familia. Te
prometo que no serás desdichada.
Al ver que no obtendría respuesta alguna, Gabriel inclinó la cabeza y le rozó los
labios con un beso, pero un simple roce no le bastaba. Resiguió con la lengua la curva
de su boca en una petición silenciosa de que la abriera para él. Al principio, los labios
de Olivia permanecieron tensos e inflexibles, pero finalmente se fueron separando
bajo su suave persuasión. El beso comenzó lento e indolente, hasta estallar en
insaciable pasión.
Gabriel no podía contenerse. La naturaleza de su beso se volvió completamente
sensual, descaradamente audaz mientras la atraía hacia sí y la estrechaba con fuerza.
Olivia gimoteó a modo de protesta. Él estaba tan sorprendentemente excitado,
tan desvergonzadamente duro, que apenas podía respirar. Lo que había comenzado
como un simple beso, se había convertido rápidamente en algo salvaje y apasionado,
y ella no debía permitir que aquello sucediera. Gabriel la deseaba, no la quería; la
tomaba sin permiso, y la idea que él tenía de un matrimonio feliz no se correspondía
con la suya. ¿Qué clase de hombre niega hijos a su mujer?
Se separó de él jadeante por el esfuerzo de controlar su respuesta ante el
provocativo asalto de Gabriel. Lo miró a los ojos, sorprendida por la sensualidad que
se reflejaba en la mirada fijada en ella.
—Por favor, Gabriel, aquí no. Ahora no.
Él dejó caer los brazos a los lados.
—Perdóname. Cuando estoy contigo pierdo totalmente el mundo de vista.
Recoge tus cosas y dile a tu tía que nos vamos.
Olivia deseaba negarse, pero no podía. No creía que Gabriel delatara a
Peterson, pero no podía asumir esa posibilidad. Un resto de sentido común le decía
que Gabriel obraba bien impidiendo sus actividades, que su buena suerte no podía
ser eterna, y que un día sería capturada por la ley. Pero aun así se resentía de sus
dominantes modales.
Estar fuera del mercado matrimonial durante tantos años le había dado a Olivia
una independencia de la que pocas mujeres disfrutaban, y entregar su libertad a un
arrogante libertino como Bathurst no iba a serle fácil. Se le ocurrió un pensamiento
que la hizo sonreír. Ella no tendría que renunciar a su independencia tan duramente
conseguida. El impenitente libertino probablemente tomase una amante y dejara que
se las compusiera sola poco después de la boda.
—Tú ganas esta vez, Bathurst —replicó escueta. Se volvió para marcharse—.
Estaré lista en un momento.
—Olivia —le llamó Gabriel mientras la seguía al pie de la escalera—. Tienes que
comprender que me siento obligado a esto. La culpabilidad me está matando. Yo te
disparé. Y luego te comprometí. Eso me hace responsable de ti.
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Creo que encontrarás el Rey Jorge de tu agrado. La posada atiende a viajeros con
título.
Olivia se quedó en silencio, y Gabriel se preguntó en qué estaría pensando. No
tuvo que aguardar mucho rato para saberlo.
—Has dicho que la viuda de tu hermano vive en Bathurst Park. ¿Debo entender
que no ha vuelto a casarse?
Gabriel se removió incómodo.
—Supongo que Cissy ha tenido muchas oportunidades de hacerlo, pero no ha
encontrado a un hombre de su agrado.
—¿Cuántos años tiene?
—Tu edad, más o menos.
—¿Se quedará en Bathurst Park cuando estemos casados?
—Sí, si así lo desea, pero imagino que se trasladará a su propia finca, algo más
pequeña. Blythe House formaba parte de su dote.
Olivia desvió la mirada hacia el paisaje por el que circulaban y Gabriel se
concentró en sus propios pensamientos. Recordó cuando Cissy le dijo que iba a
casarse con su hermano. Era muy hermosa, etérea, de delicados rasgos y cabellos
rubios casi blancos. Ella se había disculpado con delicadeza por haber escogido a
Ned, explicando que sus padres la habían instado a aceptar al heredero en lugar de al
segundo, y que así debía hacerlo.
Gabriel recordaba haber experimentado una momentánea furia, pero no había
durado mucho. Todos ellos eran condenadamente jóvenes. Él y Ned habían estado
siempre muy unidos, y no albergó ninguna mala voluntad hacia su hermano ni Cissy
después de la boda. Luego, su madre, en uno de sus momentos de lucidez, le había
dicho algo a Ned que había cambiado irrevocablemente su vida.
Mirando por la ventanilla, Gabriel observó que había empezado a llover. Había
amenazado lluvia todo el día, pero él había confiado en que el tiempo se mantuviera
hasta que se detuvieran por la noche. Cuando el viento y la lluvia comenzaron a
meterse en el coche, bajó las cortinillas de cuero de las ventanillas, desplegó una
manta y la extendió sobre las rodillas de Olivia.
Los relámpagos atravesaban el cielo y los truenos retumbaban. Cuando el coche
comenzó a avanzar con dificultad a causa del barro, Gabriel comprendió que no
podían ir mucho más lejos por la posibilidad de quedarse encallados en algún tramo
desierto de carretera. Dio unos golpecitos en el techo e instrucciones a Jenkins para
que se detuviera en la siguiente posada que encontraran. Poco rato después, el
carruaje entraba en el patio de una posada de sombrío aspecto, que Gabriel estaba
seguro de que no estaría a la altura del más sencillo alojamiento. No obstante, era un
refugio bienvenido.
Jenkins abrió la puerta y desplegó los escalones del carruaje. El agua le goteaba
por la nariz y estaba empapado. Gabriel se apeó el primero haciendo una mueca
cuando el barro le manchó las botas. Le tendió los brazos a Olivia y, cuando ella fue a
poner el pie en un charco, Gabriel la cogió en brazos y la transportó bajo el letrero de
El Gallo y el Cuervo hasta el calor aguardentoso de la posada. Jenkins se apresuró
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Cuando los hombres comenzaron a tenderse sobre los bancos de la sala común,
Gabriel decidió que era hora de retirarse. Se acabó su botella y se despidió de
Jenkins. No estaba bebido, pero la cerveza le había originado un calor que se
extendía por todo su cuerpo y se encharcaba en sus ingles. Pensó en Livvy yaciendo
cómoda y calentita en su lecho y le entró una gran impaciencia para reunirse con ella.
Visualizó su cuerpo sonrojado por el baño, sus largas piernas extendiéndose en
sensual abandono y sus brazos buscándole a él.
Sintió que su miembro se engrosaba, notó cómo latía, y el deseo por la pequeña
ladrona de ojos verdes lo impulsó a subir rápidamente la escalera. La luz se filtraba
por debajo de la puerta y él la abrió al instante. Dirigió su mirada al lecho: estaba
vacío. El temor le puso un nudo en la garganta. Conociendo a su Livvy, pensó que
probablemente se habría escabullido por la escalera posterior y habría huido.
¡Maldita fuera! Entró en la habitación, miró la bañera y se quedó paralizado.
Olivia parecía estar durmiendo, tenía la cabeza apoyada contra el borde y sus largos
cabellos caían hasta el suelo. Lo invadió una sensación de alivio.
Se quitó la chaqueta y la camisa y levantó a Olivia cuidadosamente de la
bañera, envolviendo con una toalla su cuerpo goteante. Ella murmuró y se agitó,
pero no despertó mientras la transportaba al lecho y secaba su sonrosada carne con la
toalla. Luego se quitó el resto de la ropa y se acostó junto a ella.
Impulsado por la necesidad de besar sus dulces labios, de probar su carne
perfumada y acariciar con la lengua su fragante centro, la volvió en sus brazos de
cara a él. Si no sentía pronto su tensa vaina rodeando su miembro y en los oídos los
gimientes jadeos de ella mientras la complacía, sin duda perecería.
—Te deseo, Livvy —susurró contra su boca.
—Hummm.
En el momento en que sus labios reclamaron los de ella, Olivia despertó.
—¿Qué estás haciendo, Gabriel?
—¡Haciéndote el amor!
—No, yo deseo...
Con un arrebato de diversión mezclado con el calor de sus ojos, Gabriel inclinó
la cabeza y la besó, trazando un ardiente sendero hasta su ombligo. Deslizó su cálida
lengua en torno y en el interior del diminuto hueco.
—¿Estás segura?
—Sí... no... No lo sé. Me confundes.
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Capítulo 14
Olivia nunca en la vida había visto nada tan majestuoso como Bathurst Park.
Rodeada de bosques, huertos y cuidados jardines, la espaciosa mansión surgía como
una joya en el centro del esplendor de la naturaleza, reflejándose en el brillante lago
que tenía delante. Resplandecía a la luz del sol como una gran dama ataviada del
modo más elegante; una matriarca que reposara tranquila en un entorno bucólico.
Derbyshire, situado en los Midlands, era famoso por sus ondulantes colinas,
verdosas tierras de labranza, abetos y setos de espinos y rosas. Era el centro de la
caza del zorro y atraía a muchos miembros de la alta sociedad a la zona durante la
época.
—Tu casa es magnífica —dijo Olivia mientras cruzaban la entrada y se dirigían
hacia la mansión solariega por un amplio camino flanqueado de setos.
—¿Verdad que sí? —repuso Gabriel. Aunque he tratado de evitarlo, la echaba
de menos.
—¿Cuánto tiempo hace que no visitas esta finca?
—Supongo que demasiado. Me marché de aquí tras la muerte de mi madre, y
nunca he regresado. Ned heredó el título poco después de casarse con Cissy y no
había ninguna razón para que me quedase aquí. Compré una comisión en el ejército
y serví en la Península, con Wellington. Ned falleció hace tres años, cuando yo estaba
en el extranjero. Después de mi regreso, nunca encontré el momento de visitar
Derbyshire. Por fortuna, tengo un excelente administrador, Winthorpe.
Olivia no podía imaginar qué era lo que había mantenido a Gabriel lejos de la
finca familiar durante tantos años, pero era un hombre con muchos secretos.
El carruaje se detuvo ante la escalera principal y Olivia miró por la ventanilla,
dejando vagar la vista valorativamente por la fachada de piedra rosada y cubierta de
hiedra coronada por torrecillas y almenas. La casa era demasiado nueva para ser
descrita como un castillo medieval, y demasiado antigua para ser calificada de
construcción moderna.
Gabriel se apeó primero y le tendió la mano. Olivia desvió la vista de la
mansión y apoyó su mano en él.
—No me habías preparado para tanta magnificencia, Gabriel. ¿Sabe la viuda de
tu hermano que venimos?
—No hubo tiempo de enviarle un mensaje. Me imagino que se sorprenderá
pero le gustará vernos.
Olivia así lo esperaba. Algo acerca de lady Cissy Wellsby la preocupaba,
aunque no la conociera. Tenía la impresión de que se le escapaba algo importante
respecto a esa mujer.
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con modernas tuberías entre las dos suites. Cuando heredé el título, hice modernizar
la casa.
—¿Por qué lo hiciste si no ibas a vivir aquí? —inquirió Olivia.
—Cissy residía aquí y deseaba que la finca estuviera en buen estado por si
algún día yo decidía regresar. ¡Ah, ya hemos llegado! —exclamó abriendo una puerta
y acompañándola al interior.
Olivia entró en el salón y se detuvo bruscamente, la opulencia de su entorno la
dejó anonadada por un momento. Lujosas alfombras cubrían el suelo, y seda de color
crema adornada con diminutas rosas decoraba las paredes. Un sofá tapizado en satén
rosa y sillones haciendo juego estaban dispuestos cerca de una chimenea, y un
escritorio delicadamente tallado y una silla se encontraban entre el mobiliario.
—¿Cuenta con tu aprobación? —le preguntó Gabriel—. Era la habitación de mi
madre hasta que... Bien, no importa.
—¿Estoy desplazando a Cissy?
—No. Ned nunca ocupó estas habitaciones cuando heredó el título. Prefería el
ala este. Aunque esta parte de la casa ha sido mantenida a punto para mi regreso,
hasta ahora no ha sido ocupada. ¿Te gustaría ver el dormitorio?
—¿No deberías esperar a que nos casáramos para darme estas habitaciones?
Gabriel enarcó las cejas.
—Es como si estuviéramos casados, Livvy.
Abrió la puerta y se hizo a un lado para que ella entrase.
La atención de Olivia fue inmediatamente atraída por los ventanales que
llegaban del suelo al techo, cubiertos con cortinajes de satén de un rosa pálido, y por
el tapizado de las paredes, combinado en seda crema y rosa. Luego, dirigió la mirada
hacia el enorme lecho con cortinas del mismo color que los cortinajes. La habitación
contaba además con un recargado tocador completo, con espejo y un gran surtido de
cepillos, un cómodo diván tapizado en damasco rosa y una cómoda. Sobre la repisa
de la chimenea había un reloj y un conjunto de fotos que debían de haber pertenecido
a la madre de Gabriel.
—Mis habitaciones están pasado el salón —dijo éste indicando una puerta
frente a aquella por la que habían entrado—. Al cuarto de baño se accede por el
vestidor.
—No hay cerraduras en las puertas —observó Olivia—. ¿Qué te impide entrar
en mi habitación cuando quieras?
—Nada. Una vez estemos casados, dormirás en mi lecho.
—Hasta que te canses de mí —siseó Olivia.
Gabriel le pasó un dedo bajo la mandíbula y una vena latente de su cuello.
—¿Qué te hace pensar que me cansaré de ti?
Olivia se encogió de hombros.
—Es lo que hacen los libertinos. Los dos sabemos por qué te casas conmigo.
Gabriel enarcó las cejas.
—¿Lo sabemos?
—Desde luego. Culpabilidad. Me disparaste y te sientes obligado a aceptar la
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enviaré a una doncella para que te ayude a bañarte. Mientras tú descansas, hablaré
con Cissy para que mande llamar a modistas que te confeccionen un guardarropa.
Tras su apresurada retirada, Gabriel se detuvo en el vestíbulo e inspiró hondo
esforzándose por eliminar su erección. Cissy le aguardaba en el estudio, y no sería
agradable para ella ver el poder que Olivia tenía sobre él. Una vez recuperado, bajó
rápidamente al encuentro de la viuda de su hermano.
—Creía que no llegabas nunca —se quejó Cissy cuando él entró en la sala—.
¿En qué estás pensando, Bathurst? No sé qué ves en esa mujer. No hay más que
mirarla para saber que no aporta nada al matrimonio.
—No necesito nada de Olivia —repuso Gabriel.
—¿Está embarazada?
—No habrá herederos de los Bathurst.
—Nunca le perdonaré a Ned que no me diera hijos —se lamentó Cissy—.
Insistía en que teníamos mucho tiempo para tener niños, y por su obstinación, murió
sin descendencia.
Gabriel aplaudió la decisión de Ned, pero se cuidó mucho de manifestar su
opinión ante su cuñada.
—Antes de que hablemos de Olivia, deseo informarme sobre la muerte de Ned.
Sé que se ahogó, pero me consta que era un gran nadador. ¿Cómo pudo morir así?
—No lo sé. Lo único que sé es que nunca volvió a ser el mismo tras aquella
conversación con tu madre, poco antes de que ella se arrojase por la ventana. Tú
estabas aquí, en Bathurst Park, debiste darte cuenta. A veces me pregunto qué le dijo
tu madre para cambiarlo de ese modo.
Gabriel sabía exactamente lo que preocupaba a su hermano.
—¿Cómo estaba Ned el día que se ahogó?
—Igual que siempre. Deseaba ir a pescar antes de que estallara una tormenta
que parecía aproximarse.
—Dímelo sinceramente, Cissy. ¿Crees que Ned se quitó la vida?
A ella se le desorbitaron los ojos.
—¿Por qué debía hacer algo así?
«Porque no podía vivir con lo que le había dicho nuestra madre», pensó
Gabriel.
—Lo siento, Cissy, olvida que te lo he preguntado. —Luego cambió
bruscamente de tema—. Quisiera pedirte que ayudases a Olivia a sentirse bien
recibida.
—¿Cómo puedes pedirme eso? —exclamó Cissy—. He esperado tu regreso
durante años. Sabes que te prefería a Ned. Te amaba, Gabriel. Ned fue elección de
mis padres, no mía.
—Sin embargo, te casaste con él. El día de vuestra boda, yo me prometí cambiar
de vida. Ambos éramos jóvenes. Lo que teníamos entonces ya no existe. Tú eras la
esposa de Ned y yo no tenía derecho a pensar en ti más que como mi hermana. No
puede haber nada entre nosotros, Cissy.
Ella se abalanzó sobre Gabriel, enlazando los brazos alrededor de su cuello en
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desesperada súplica.
—Tú no piensas eso, Gabriel. Tú me amas, lo sé. Comprendo que nunca
podamos casarnos, pero podemos ser amantes.
—Cissy —le advirtió él retirando sus brazos—. Voy a casarme con Olivia. Ya no
siento lo mismo por ti.
Con las manos en las caderas, ella dio una patada en el suelo como una niña
malcriada.
—¡No te creo! Reconócelo, Gabriel. Yo soy la razón de que nunca te hayas
casado.
—Lo siento, Cissy. La abuela y algunos de mis amigos íntimos pueden creerlo
así, pero no es cierto.
—No mientas Gabriel. No es posible que ames a Olivia.
—No tengo por qué explicarte mis sentimientos por ella.
—¡Lo sabía! —se jactó Cissy—. No la quieres. Niégalo cuanto quieras, pero es a
mí a quien amas; a mí a quien deseas.
Gabriel dejó escapar un suspiro exasperado.
—Estás equivocada, Cissy, pero pensarás lo que tú quieras, por muy
enérgicamente que yo lo niegue. Lo único que deseo de ti en estos momentos es tu
ayuda. Deseo que mi novia vaya vestida adecuadamente, aunque ello signifique
emplear a todas las costureras del pueblo.
»¿Podrás hacer que las costureras y sus ayudantes estén aquí mañana por la
mañana a las diez? —prosiguió—. Quiero que le hagan vestidos, lencería, sombreros
de moda... y un traje de boda, no lo olvides. Yo me pondré en contacto con el
zapatero.
—Puesto que me lo pides, lo haré, pero no me gusta —repuso haciendo un
mohín.
—Sabía que podía contar contigo —declaró Gabriel—. Lo dejo todo en tus
expertas manos. Que el primer vestido esté acabado pasado mañana; pagaré una
gratificación cuando se entregue.
Si las miradas matasen, Gabriel estaría muerto. Cissy apretó los labios
convirtiéndolos en una tensa línea, giró sobre sus talones y se fue de allí airada.
Una incómoda sensación le advirtió a Gabriel que Cissy iba a resultar
problemática. Sospechaba que había empeorado las cosas pidiéndole que ayudase a
Olivia con su guardarropa, pero nunca había imaginado que ella esperara que
reanudasen lo que habían tenido antes de que se casara con Ned. Cissy deseaba más
de lo que él estaba dispuesto a darle. Sólo podía confiar en que, una vez que Olivia y
él estuvieran casados, su cuñada volviese con su familia, o bien a su propio hogar. Si
decidía quedarse, la situación podía volverse infernal.
La doncella que Cissy asignó a Olivia miró a su nueva ama de arriba abajo y
dijo:
—Me llamo Annette y soy su doncella, milady. ¿Dónde han puesto sus baúles?
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Lady Cissy me ha dicho que deshaga su equipaje y que procure que se sienta
cómoda.
Olivia le devolvió a Annette la altanera mirada. Se negaba a sentirse intimidada
por una sirvienta.
—No he podido traer mis pertenencias.
Annette enarcó las cejas.
—Comprendo. Si se quita el vestido, me encargaré de que lo planchen y esté
presentable para la cena de esta noche.
—Preferiría tomar la cena en mi habitación —dijo Olivia—. ¿Puede arreglarse?
—Desde luego, milady. ¿Desea usted algo más?
—Ahora mismo no. Voy a dormir una siesta. Procure que no me molesten.
Cuando me despierte, me bañaré.
—Muy bien, milady.
Olivia pensó que no era extraño que la doncella la tratara con desdén. Su traje
de terciopelo verde estaba polvoriento y arrugado por el viaje. El dobladillo se veía
deshilachado y, el en otro tiempo elegante adorno de encaje, estaba ajado. Parecía
una pariente pobre en lugar de la futura esposa de un marqués. Ella no pertenecía
allí. Deseaba el amor de Gabriel, no su culpabilidad. Se desnudó hasta quedarse en
camisa y se tendió en el lecho. Los párpados se le cerraron y, en unos minutos, se
quedó dormida. Despertó una hora más tarde, se estiró para aflojar los músculos y se
levantó. No se veía a Annette por ninguna parte, por lo que decidió prepararse ella
misma el baño. Abrió la puerta del vestidor, encontró la puerta de comunicación con
el baño y se quedó gratamente sorprendida al descubrir la bañera ya llena de agua
caliente. Se quitó la camisa y, suspirando reconocida, se sumergió en ella.
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mano tendida.
—Gracias.
—No se merecen —dijo Gabriel.
Olivia abrió bruscamente los ojos.
—¡Tú! ¿Qué estás haciendo aquí?
—Me parece que estás usando el agua que han preparado para mí.
—¡Oh, yo creía...! Lo siento.
—No necesitas disculparte, Livvy. La bañera es bastante grande para dos.
Se quitó la bata y la echó a un lado.
Olivia comenzó a levantarse.
—Puedes quedarte con la bañera.
Pero Gabriel la empujó dentro del agua.
—Aún tienes jabón en el pelo. —Cogió una jarra de agua limpia del lavabo y la
levantó—. Echa la cabeza hacia atrás.
Olivia obedeció sin protestar y él vertió un chorro sobre su rojiza melena.
Mientras ella se escurría el líquido de los cabellos, Gabriel se metió en la bañera y se
sumergió en el agua.
—Voy a salir.
El agua salpicó el suelo mientras ella trataba de irse.
Gabriel la asió por la muñeca y tiró de ella hacia abajo. Ella cayó contra él y sus
senos le rozaron el pecho.
—Tienes unos senos encantadores, Livvy.
Inclinó la cabeza e introdujo en su boca un maduro pezón, que comenzó a
chupar. Deseaba saborearla, tocarla, penetrar en ella.
Los pezones de Olivia se volvieron casi dolorosamente tensos mientras la boca
de Gabriel los acariciaba y lamía. Abrió la boca en silencioso ruego, pero él parecía
saber lo que ella deseaba sin que se lo dijera. Bajó las manos por su cintura y caderas
hasta los tensos montículos de sus nalgas, amasándolos con firmes y expertas
caricias.
Olivia carecía de voluntad por completo. Gabriel la había despojado de ella.
—Puede entrar alguien —susurró con temblorosa respiración.
Gabriel sonrió divertido.
—Que lo hagan.
Olivia se preguntaba por qué permitía que Gabriel hiciera todo aquello con ella.
Él controlaba su cuerpo como controlaba a sus sirvientes. Le bastaba con tocarla para
que ella respondiera. Una mirada de sus perversos ojos y se deshacía. Había tratado
de levantar un muro en torno a su corazón, pero él tenía la habilidad de destruirlo
con el fuego de sus ojos y con un solo contacto.
Los pensamientos de Olivia se detuvieron bruscamente mientras Gabriel la
levantaba, le extendía las piernas con las rodillas y se deslizaba en su interior.
—Aquí es donde pertenezco —murmuró contra su oído.
—Hasta que otra mujer despierte tu atención —balbuceó Olivia.
—No puedo predecir el futuro, Livvy. Nadie puede prometer el «para siempre»
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que tú pides. ¿Por qué no puedes estar contenta con lo que tenemos?
La vaga respuesta de Gabriel contribuyó poco a consolar a Olivia. Su fatalista
enfoque de la vida la confundía.
—El matrimonio es un compromiso para toda la vida, Gabriel, y tú no te lo
tomas en serio.
Él se movió en su interior arremetiendo profundamente.
—Hablo en serio. El amor es algo que hacemos bien juntos.
Olivia pensó que hacer el amor y ser amada eran dos cosas distintas. ¿Cómo
podría ella soportar el dolor de amar y no ser correspondida? La culpabilidad de
Gabriel no bastaba para construir un matrimonio.
Los pensamientos de Olivia se diluían mientras un cálido sentimiento de deseo
se instalaba en su vientre. El impetuoso ritmo de las caderas de Gabriel se aceleró. Un
chispazo se encendió en ella. Se sintió poseída, consumida, devorada por un terrible
infierno. El agua salpicaba por los costados de la bañera mientras las caderas de
Gabriel se agitaban y su boca reclamaba la de ella en un beso abrasador. Sensación
tras sensación la trastornaba mientras enredaba los dedos en los negros cabellos de él
y frotaba los sensibles pezones contra su pecho.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Gabriel. Sentir los dedos de ella
asiéndole, su tensa respiración a cada acometida de su cuerpo, la dulzura de su
beso... era demasiado. Era muchísimo lo que deseaba darle, decirle, pero no se
atrevía. Por mucho que lo deseara, no se atrevía a desnudar su alma ante Olivia, ni a
abrumarla con secretos familiares.
El gemido de ella lo llevó al límite. Su miembro estaba profundamente
introducido en ella. Sentía cómo se contraían sus músculos interiores y la oyó gritar.
Con una fuerza de voluntad fruto de la determinación, aguardó hasta que Olivia
alcanzó el clímax, y luego se quedó quieto antes de salir y permitirse su propio
placer.
—¿Por qué haces eso? ¿Por qué no quieres darme un hijo? —gritó Olivia,
saltando de la bañera y sosteniendo la toalla como un escudo ante ella.
Gabriel se levantó y salió del agua.
—Es complicado y no tiene nada que ver contigo.
—Lo tiene que ver todo conmigo —replicó Olivia duramente—. Pero si tú no
me cuentas tus secretos, yo no te contaré tampoco los míos.
Giró sobre sus talones y abrió bruscamente la puerta. Gabriel la asió por el
brazo y la atrajo hacia sí.
—Tú no tendrás secretos para mí, Livvy.
Ella lo miró con indefensa frustración.
—No puede controlar mis pensamientos, milord.
—Puedo controlar tu cuerpo —replicó él con un brillo peligroso en los ojos—. Y
puedo impedir que pongas en peligro tu vida.
—Haré lo que me plazca. Dudo seriamente que permanezcas mucho tiempo en
el campo después de nuestra boda. Londres tiene demasiado atractivo para ti.
Visitarás tus habituales lugares preferidos y te irás de juerga con tus amigos y
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amantes mientras yo me quedo aquí abandonada. Lo que yo haga una vez te hayas
ido, será cuenta mía.
Gabriel apretó los labios.
—Estás equivocada, Livvy. Yo puedo regresar a Londres, pero tú irás conmigo.
A Olivia se le desorbitaron los ojos de incredulidad.
—¿No coartará una esposa su estilo de vida, milord?
—Tal vez, pero sobreviviré.
Él la volvió de cara hacia su puerta y le dio unos golpecitos en el trasero.
—Ahora vístete. Aún es temprano para cenar. Te acompañaré al comedor.
Olivia se aferró desesperada a la toalla, el sutil olor del acto amoroso la envolvía
como una soga de seda, tentándola, inquietándola.
—Puesto que no tengo nada que ponerme, he decidido cenar en mi habitación.
—¿Puedes estar lista en veinte minutos?
—¿No me has oído? Comeré en mi habitación.
Sus palabras resbalaron sobre él como el agua de lluvia.
—Me he cruzado con tu doncella en el vestíbulo. Tu vestido ha sido aireado y
planchado, de modo que tu excusa no sirve.
Le dio un suave empujón hacia la puerta.
—Veinte minutos, Livvy.
Olivia regresó rabiosa a su habitación. Aquel hombre era terco como una mula.
¿No oía nada de lo que ella decía? ¿Tenía que salirse siempre con la suya? ¿No
comprendía Gabriel que ella no podía competir con la elegante Cissy?
Annette estaba aguardando a Olivia en su habitación. Puso los ojos en blanco al
advertir sus enmarañados cabellos.
—Siéntese, milady. Intentaré peinarla de una manera apropiada. ¿Se los
empolvo? Los cabellos rojos no están de moda.
—No quiero polvos —repuso Olivia con toda la cortesía de que fue capaz a la
altanera doncella—. Me gusta el color de mis cabellos. —«Menuda mentira»—.
Puede peinarlos mientras lo haga con un estilo sencillo.
—Lady Cissy es el colmo de la moda —resopló Annette—. Nunca aparece en
público con un cabello fuera de lugar.
—Pero yo no soy lady Cissy —replicó Olivia mordaz. —Discúlpeme, milady —
dijo Annette, aunque no parecía en absoluto apenada.
Al cabo de quince minutos, los cabellos de Olivia habían sido dominados y
recogidos en un sencillo moño con unos rizos sueltos sobre la nuca y las sienes.
Acababa de ponerse el vestido cuando Gabriel apareció en la puerta de
comunicación, guapo y elegante, con un chaleco negro, pantalones color arena e
hileras de encaje adornando sus puños y la parte delantera de la camisa.
—Bien, ya estás preparada —comentó, ofreciéndole su brazo—. ¿Bajamos? No
debemos hacer esperar a Cissy en nuestra primera noche.
—Por supuesto —convino Olivia—. No quiera Dios que ofendamos a tu Cissy.
Gabriel enarcó las cejas.
—¿Mi Cissy? ¿Estás insinuando que hay algo entre Cissy y yo?
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Capítulo 15
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Olivia encontró un camisón y una bata tendidos sobre su lecho, y supuso que
Annette los habría dejado allí. Se desnudó rápidamente y se puso ambas prendas
mientras sus pensamientos retornaban a Gabriel. Él debía de estar ansioso por
encontrarse con Cissy, porque la había dejado en su puerta tras un fugaz beso y unas
bruscas «buenas noches».
No hacía falta demasiada imaginación para conjeturar lo que Gabriel y Cissy
debían de estar haciendo en el jardín. Supuso que renovar una relación íntima.
¿Habría engañado Cissy a su marido con Gabriel? No, decidió. Él nunca habría
traicionado a su hermano de ese modo. Fuera lo que fuese lo que hubiera sucedido
entre Gabriel y Cissy en el pasado, habría tenido lugar antes de que Cissy y Ned se
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—¿Qué ha dicho?
—Me he ganado tu atención, ¿verdad?
—Explíquese, Palmerson.
—Haré algo mejor que eso. No vas a casarte con Bathurst.
Olivia se soltó de él.
—Usted no tiene ningún derecho a decirme lo que puedo o no puedo hacer.
¿Cómo me ha encontrado?
—Tu hermano me dijo dónde estabas.
Un estremecimiento de aprensión le recorrió la columna vertebral.
—Mi hermano está en la universidad.
El vizconde le dirigió una ufana sonrisa.
—¿Seguro?
«No te dejas llevar por el pánico», se dijo Olivia. Palmerson estaba utilizando
tácticas amedrentadoras para conseguir sus fines.
—Desde luego que está allí. Yo lo vi partir.
—Eso no significa que llegara a su destino —insinuó el lord—. Casualmente, lo
vi subir al carruaje y tomé medidas para tomarlo bajo mi custodia.
—¡Mentira! ¿De qué va todo esto, Palmerson?
—De nuestro matrimonio, desde luego. Haré todos los preparativos y vendré a
buscarte cuando todo esté a punto. Debes convencer a Bathurst de que me prefieres a
él.
—Está loco. ¿Por qué debería hacer algo así?
—Porque tengo a tu hermano y tú deseas que él esté a salvo.
—¿Me toma por una necia? ¿Por qué iba a creerle?
—Porque te estoy diciendo la verdad.
—¿Qué pruebas tiene de que está reteniendo a mi hermano? Me debe una
explicación. Y deseo saber por qué está tan empeñado en casarse conmigo.
—Tu veinticinco cumpleaños es la semana que viene, ¿verdad?
Olivia no alcanzaba a ver ninguna relación entre su cumpleaños y el demencial
deseo de Palmerson de hacerla su esposa.
—¿Cómo sabe eso?
—Olvidas lo íntimos que éramos tu padre y yo.
Olivia apretó los labios.
—No he olvidado nada respecto a su amistad con mi padre. Le considero
responsable de su decadencia moral y de su muerte. Explíqueme por qué es
importante mi cumpleaños.
—Creo que no. Aunque te enterarás bastante pronto. Limítate a decirle a
Bathurst que no vas a seguir adelante con los planes de boda. Déjame a mí el resto.
—No haré tal cosa. Y miente sobre Neville.
Palmerson resopló.
—Siempre has sido una zorra obstinada. Tal vez me creerás si te traigo pruebas,
¿eh? Necesito un día o dos para conseguirlas. Reúnete conmigo dentro de dos días en
este mismo lugar y a esta misma hora. Si se lo dices a alguien, tu hermano sufrirá las
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consecuencias.
Desapareció de nuevo en las sombras dejando a Olivia perpleja, asustada y
enojada. ¿Había dicho Palmerson la verdad? ¿Retenía a Neville contra su voluntad?
¿Cómo lo había logrado? ¿Qué motivaba que Palmerson estuviera tan desesperado
como para recurrir al secuestro, y qué tenía que ver su cumpleaños en todo aquello?
Nada tenía sentido. Absorta en sus pensamientos, se encaminó hacia la casa.
—¿Qué estás haciendo aquí, Olivia? ¿Sabes qué hora es?
—Gabriel, me has asustado —se sobresaltó ella.
—Perdóname, pero no esperaba encontrarte en el jardín a estas horas de la
noche. ¿No podías dormir?
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Regresaba de cabalgar, y he visto a alguien acechando en las sombras; he
venido a investigar. ¿Estás bien?
Olivia pensó en Palmerson y la recorrió un involuntario estremecimiento.
—Tienes frío —dijo Gabriel quitándose la chaqueta y echándosela sobre los
hombros—. Vamos, te acompañaré a tu habitación.
—¿Adónde has ido? —preguntó Olivia—. ¿Has estado con una mujer?
—No seas ridícula —se burló—. No podía dormir y pensé que un poco de
ejercicio me ayudaría.
—Un paseo por el jardín con Cissy te hubiera hecho el mismo efecto.
—Yo no invité a Cissy. ¿Por qué te negaste a acompañarme y luego has salido
sola?
Se detuvo y le levantó la barbilla.
—¿Estabas sola, verdad, Livvy? Cuando me acercaba al invernadero me ha
parecido ver dos figuras. ¿Era así?
La luna se ocultó rápidamente tras una nube y Olivia bendijo la densa
oscuridad que protegía su mentira.
—No. Estaba sola.
Gabriel echó a andar de nuevo, guiándola por el invernadero hacia la casa y
pasándole un brazo por los hombros.
—Pareces preocupada. ¿Todavía no te has resignado a nuestro matrimonio?
—Nunca me resignaré a casarme con un hombre que me propone casarse
conmigo por culpabilidad o por una idea equivocada del deber.
Cuando llegaron a la habitación de Olivia, él le dijo:
—Es tarde, Livvy. Acuéstate y confía en mí; voy a hacer lo mejor para ti.
Inclinó la cabeza y le rozó los labios con los suyos. Se disponía ya a retirarse
cuando, de repente, la estrechó contra sí profundizando su beso, que rápidamente se
convirtió en un audaz y exigente asalto a sus sentidos. Olivia deseaba responder,
pero las amenazas de Palmerson seguían frescas en su mente. Deseaba contárselo
todo a Gabriel, pero temía que, al hacerlo, pusiera en peligro la vida de Neville.
Gabriel interrumpió el beso y retrocedió unos pasos.
—¿Qué sucede, Livvy? ¿Estás preocupada por Cissy? ¿Por qué estás
temblando? Cuéntame lo que te preocupa.
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—Nada, Gabriel. Es sólo que estoy cansada. Ha sido un día muy largo.
—Tienes razón. Acuéstate. Hablaremos mañana.
Tendida en el lecho, una vez que Gabriel se hubo marchado, no podía conciliar
el sueño. Aunque no deseaba creer que Palmerson tuviera a Neville cautivo, tenía
que tomárselo en serio. ¿Y si realmente lo tenía? ¿Podría casarse con él para salvar la
vida de su hermano? ¿La dejaría marchar Gabriel?
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—Confío en que así sea —replicó lady Patrice—. Puedes llamarme abuela y yo
te llamaré Olivia. Deja que te eche una mirada, querida.
Olivia se quedó inmóvil mientras la pequeña dama de cabellos blancos la
examinaba con unos ojos tan agudos como parecía ser su mente. Aunque lady Patrice
parecía frágil como el cristal, Olivia sospechó que era resistente como el acero.
—Me gustas —dijo lady Patrice—. Sospecho que sabrás mantenerte firme ante
mi nieto. Tu querida tía me ha entretenido con anécdotas sobre tu energía y valor.
Olivia dirigió a Alma una mirada de censura.
—¡Oh no, Livvy, nada de eso! —exclamó Alma de repente aturdida—. Sólo
deseaba que lady Patrice supiera que tú eras el pegamento que unió a la familia tras
el escandaloso comportamiento y muerte de tu padre.
Olivia se sonrojó.
—Me concedes demasiado mérito, tía.
—Lady Alma dice la verdad —intervino Gabriel—. Mi prometida es una mujer
extraordinaria.
—Extraordinaria... —intervino Cissy—. No alcanzo a ver cuan extraordinaria
puede ser una mujer que aparece ante mi puerta como una mendiga.
—Olivia me parece perfectamente respetable —la contradijo lady Patrice, y
dirigió una mirada a Gabriel—. Ya es hora de que empieces a formar una familia,
Bathurst. Nunca creí todas esas insensateces de permanecer soltero y sin
descendencia. Espero conocer a un heredero de Bathurst muy pronto.
—Quizá esté ya en camino —especuló Cissy.
Olivia notó cómo Gabriel se ponía tenso, y comprendió que su abuela no creía
que él hablara en serio cuando decía que no quería tener hijos.
—Olivia y yo estamos hambrientos y sucios de polvo después de nuestra
cabalgada —dijo Gabriel—. Si nos disculpáis, necesitamos cambiarnos y comer algo.
Nos encontraremos para la cena.
—Muy bien. La querida Alma y yo nos retiraremos a nuestras habitaciones y
descansaremos tras nuestro largo viaje. Más tarde hablaremos de vuestros planes de
boda.
Gabriel asió a Olivia por el codo y la condujo hacia la escalera.
—Me alegro de que no hayas dicho nada sobre nuestro pequeño incidente. No
deseo asustar a las damas con algo que podría resultar no ser nada.
Olivia se detuvo ante su habitación y pensó si debía hablarle a Gabriel de la
visita que Palmerson le haría esa noche, pero decidió que no. No debía hacer nada
que pusiera en peligro la vida de Neville.
—Me proponía hacerte el amor hoy junto al arroyo —murmuró Gabriel con una
voz baja y sensual que casi derritió a Olivia—. ¿Me invitas a tu habitación?
Aquélla podía ser su última oportunidad de hacer el amor con Gabriel. Olivia
pronunció un silencioso juramento diciendo que, si alguna vez se casaba con
Palmerson, él nunca sería un verdadero esposo para ella. Ningún hombre entraría en
su intimidad salvo el que ella había amado. Sólo Gabriel tenía el poder de
conmoverla. Pese a su creencia de que ellos no estaban destinados a seguir juntos, no
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Capítulo 16
Su boca era cálida y hambrienta. Sus manos estaban de pronto por todas partes,
desabrochándole el vestido, hurgando bajo su camisa, desnudándola hasta las
caderas en salvaje frenesí. Casi con la misma ansia que él, Olivia se abrió el corpiño
para que él pudiera acceder a sus senos. Deseaba que la tocara, la cogiera entre sus
brazos y la besara hasta dejarla sin aliento.
Gabriel le pasó las manos por los hombros y bajo los brazos quitándole el
vestido y echándolo a un lado. La desesperación y un anhelo insaciable impulsaban a
Olivia mientras le desabrochaba los calzones, metía la mano en ellos y lo tomaba
entre sus manos. Él estaba duro y tenso contra sus palmas, y tan caliente que
abrasaba. Un sonido estrangulado se escapó de la garganta de Gabriel, un gemido
que encontró su eco en su propia excitación.
Echó a un lado su camisa, inclinó la cabeza y cerró la boca sobre su pezón. Ella
apretó los dedos en sus hombros y arqueó la cabeza hacia atrás, sumida en las
sensaciones que experimentaba, mientras él le lamía la henchida punta con la lengua.
Luego, desnudó su otro seno, acariciándolo asimismo con la lengua. Olivia sintió la
mano de él recorriendo su muslo y moverse luego para cubrir su rezumante centro,
introduciendo los dedos entre sus piernas con el pulgar rodeando su tierno núcleo.
Ella se retorció y gimió.
—Por favor —susurró contra sus labios—. Quítate la ropa. Deseo sentir tu piel
contra la mía.
Gabriel se levantó con brusquedad, se desnudó rápidamente y se reunió con
ella. Luego la besó una y otra vez hasta que sus alientos se mezclaron y ella ya no
pudo discernir el uno del otro. Tenía el pulso acelerado y los latidos de su corazón
resonaban con fuerza en sus oídos.
Sus inquisitivos dedos volaron sobre él en loco frenesí, reposando en las curvas
y planos de la firme carne masculina, en la elevación de sus hombros, en la dura
longitud de su torso, en su pecho ancho y velludo. Su mano encontró el rígido
miembro masculino y lo acarició suavemente.
Gimiendo como si le causara dolor, Gabriel le apartó la mano. Con unos pocos
movimientos, la puso sobre él y arremetió profundamente. Ella arqueó la espalda,
con la garganta contraída, y comenzó a moverse siguiendo el ritmo de sus
acometidas. Su acto amoroso fue rápido y furioso. Sus tumultuosos clímax llegaron
simultáneamente y, mientras Gabriel se retiraba, las lágrimas surcaban las mejillas de
Olivia.
Lloraba por el heredero que Gabriel nunca tendría.
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son normales.
—No voy a casarme con Gabriel, tía. He anulado la boda. Él se ha ido a
Londres.
Un grito sofocado desde la escalera la hizo volverse en redondo. Lady Patrice
estaba en el rellano de arriba, con una mano apoyada sobre el corazón.
—¿Qué dices que has hecho?
—Lo siento, milady. No pretendía decírselo de este modo —dijo Olivia—. No
culpe a su nieto. Ha sido culpa mía.
Otra voz entró en la conversación.
—¿Has echado a Bathurst?
—No le he echado, Cissy. Se ha ido por su propia voluntad. Tal como yo
pretendía. ¿Puedo hablar contigo en privado, tía?
—Desde luego, querida. Vamos al jardín, ¿te parece? De todos modos, quería
estar unos momentos a solas contigo. Después de que te marchaste de Londres
llegaron dos cartas para ti. Con todas las emociones, me olvidé de dártelas.
Cogidas del brazo, Olivia y Alma salieron al jardín dejando a una chasqueada
Cissy y a una desconcertada lady Patrice tras ellas.
—¿De quién son las cartas, tía?
—No lo sé, querida. —Las sacó del bolsillo y se las tendió—. No se me ha
ocurrido mirarlo.
Olivia pensó que era muy característico de ella, y dirigió a Alma una cariñosa
mirada. Con aire ausente, observó la letra de una de las cartas y se detuvo
bruscamente.
—Esta carta es de Neville. Reconozco su letra. ¿Sabes lo que significa, tía?
Alma le dirigió una mirada perpleja.
—Supongo que significa que Neville llegó a Oxford sano y salvo.
—Exactamente —exclamó Olivia abriendo el sobre—. Es de Neville.
—¿Y qué dice, querida? Estará muy decepcionado cuando se entere de que has
anulado la boda.
—Escucha esto, tía. Unos salteadores de caminos detuvieron el coche de
Neville. Él consiguió ocultar el dinero en los cojines, pero se llevaron el reloj de papá.
Temía que los bandidos fueran a matarlo cuando vio que trataban de arrastrarlo
hacia uno de sus caballos, pero se asustaron al ver llegar otro coche. —La ira estalló
dentro de ella—. ¡Palmerson me mintió! ¡Maldito sea! Si su plan realmente hubiera
funcionado, Neville estaría ahora en grave peligro.
—¿Qué tiene que ver Palmerson con Neville? Estoy muy confusa.
—No tiene importancia, tía. Neville está donde corresponde. Eso es lo que
importa.
Alma parecía confundida.
—¿Qué es lo que querías decirme?
—Nada importante.
—Estás poniendo a prueba mi paciencia, Livvy. ¿Debo preocuparme?
Olivia no sabía cómo responder a esa pregunta. Sus dificultades financieras no
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—Muy bien, señor, dejaré el asunto en sus manos. Puede ponerse en contacto
conmigo en la residencia de la marquesa viuda de Bathurst. Estaré allí hasta que
encuentre una casa.
—En cuanto firme usted estos documentos puede comenzar a enviarme sus
facturas, y le será depositada una cantidad suficiente de fondos en su cuenta para
uso inmediato.
Olivia se levantó y le tendió la mano.
—Ha sido usted muy amable, señor Culpepper. Pasar de la pobreza a la riqueza
de la noche a la mañana es algo impresionante, pero no desagradable.
Culpepper la miró asombrado.
—¿Pobreza? Querida, de haberlo sabido, hubiera dispuesto que le transfirieran
inmediatamente intereses de su herencia. Discúlpeme por no haber contactado con
usted en seguida tras la muerte de su padre, pero yo no era su abogado y no deseaba
entrometerme.
—Está más que disculpado, señor. Buenos días.
—Buenos días, milady. Me mantendré en contacto con usted.
Olivia salió de allí aturdida. Era rica. No podía aguardar para decirle a Neville
que cobraría tan considerable herencia cuando cumpliera los veinticinco años.
Financieramente, todos sus problemas habían desaparecido. Ella y su familia podían
vivir con lujo el resto de sus vidas.
Peterson la aguardaba en la esquina.
—¿Está usted bien, señorita Livvy? Parece algo descompuesta. ¿Le ha dado el
abogado malas noticias?
—Al contrario, Peterson. Las mejores noticias. Somos ricos. Te lo explicaré todo
más tarde.
—¿Adónde desea ir?
—A Bond Street. Quiero comprarle algo bonito a tía Alma. Y también para ti,
Peterson. Tu librea está bastante gastada.
Dos horas después, Olivia había comprado tantos regalos para sus seres
queridos que sobresalían del maletero. Había esperado que gastar dinero llenase el
vacío que había dejado en su corazón la marcha de Gabriel, pero su superficialidad
era forzada. ¿De qué le servía el dinero si no podía sanar la herida o amortiguar el
dolor de un amor perdido? No había vuelta atrás. Con unas cuantas palabras crueles
había destruido para siempre su relación con Gabriel.
Él nunca la perdonaría.
El destino reforzó sus sombríos pensamientos cuando vio a Gabriel paseando
por la otra acera de la calle con una mujer de cabellos negros cogida de su brazo. Sus
cabezas estaban juntas mientras él le sonreía y ella lo miraba llena de admiración.
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Capítulo 17
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—Por favor, déjelo estar, lady Patrice —rogó Olivia—. Su nieto tiene todo el
derecho a sentir lo que siente acerca de mí. —Miró a Gabriel a los ojos con el corazón
destrozado—. No debería haber aceptado la oferta de tu abuela de acogernos en su
casa, pero tía Alma y yo no teníamos adonde ir. Muy pronto nos trasladaremos a una
casa nueva en Grosvenor Square, por lo que puedes dejar de regañar a lady Patrice
por habernos dado alojamiento.
—¿Me acompaña a mi habitación, lady Alma? —dijo lady Patrice levantándose
—. No me siento muy bien. —Alma corrió en ayuda de la viuda.
—Desde luego, pero ¿es prudente dejar solos a estos dos?
—No se ven armas a la vista, Alma. A menos que las palabras puedan matar,
dudo que haya derramamiento de sangre. —Se apoyó pesadamente en el brazo de
Alma y dijo—: ¿Nos vamos?
Ni Olivia ni Gabriel se dieron cuenta de que las dos ancianas se habían retirado
hasta que éste giró en redondo para formularle una pregunta a su abuela.
—¿Adónde diablos se ha ido?
La joven inspeccionó rápidamente la habitación y comprobó que estaban solos.
—Si me disculpas, me voy con ellas.
Gabriel la asió del brazo.
—Tú no te vas a ninguna parte. Me debes una explicación. ¿Por qué utilizaste a
Palmerson como excusa para no casarte conmigo? ¿Y qué es eso de trasladarte a
Grosvenor Square? ¿Dónde has conseguido dinero? Si me entero de que Pete y Ollie
vuelven a merodear por ahí, yo mismo proporcionaré sus identidades a la ley.
Sus palabras empujaron a Olivia a desquitarse. Sabía que con su negativa a
casarse con él había herido su orgullo, pero él no deseaba realmente una esposa. Ella
lo había liberado para que pudiera proseguir su libertino modo de vida.
—Sólo me ofreciste matrimonio por culpabilidad. Supéralo, Bathurst. Me
disparaste y me recuperé. No tenías ninguna obligación de casarte conmigo.
—¿Y qué debía haber hecho? ¿Permitir que Peterson y tú siguierais arriesgando
vuestras vidas y las vidas ajenas? ¿Se supone que yo no debía hacer nada mientras
vosotros robabais a confiados ciudadanos?
—Pete y Ollie son ya historia, Bathurst. Nunca más volverán a cabalgar. Ya no
existe la necesidad.
—¿Tengo tu promesa de ello? ¿Puedo confiar en ti?
Olivia se volvió para marcharse.
—Creo que ya he dicho bastante, Bathurst. Nada de lo que pueda decir
cambiará tu opinión sobre mí.
Gabriel la asió de los hombros y la volvió de cara a él.
—No me lo has explicado todo. ¿De dónde has sacado el dinero para comprar
una casa en Grosvenor Square?
Olivia trató de separarse, de escapar del calor de su cuerpo, de la sensualidad
de su expresiva boca, pero él la mantuvo sujeta con firmeza. Lo miró a los ojos
recordando la última noche que pasaron juntos y comprendió que también él la
recordaba. Sus labios estaban separados por pocos centímetros. Sus alientos se
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mezclaban. Sintió que él hundía los dedos en sus hombros y deseó gritar de
frustración. Ante Gabriel nunca podía quedarse indiferente. El único lugar donde se
entendían era en el lecho.
Sus alborotados pensamientos se detuvieron bruscamente cuando Gabriel unió
con fuerza su boca a la de ella. Olivia trató de apartarlo, pero en lugar de ello le asió
la chaqueta con los puños y lo atrajo más cerca. Ésa fue su resistencia. Un gemido
palpitó en sus labios. Las rodillas le temblaron y su mente se nubló mientras Gabriel
le lamía los labios con la lengua, separándolos y penetrando en ella.
Su beso la dejó sin respiración. Sintió que se derretía. ¿Qué estaba tratando él de
demostrar? ¿Qué ella era vulnerable a sus besos? ¿Que lo deseaba? Cierto, todo eso
era cierto, se lamentó en silencio.
Las fuertes manos de Gabriel recorrieron su cuerpo con la familiaridad de quien
lo conoce íntimamente. Los pezones se le irguieron contra las palmas de él y notó
humedad entre los muslos. Consciente de lo que él le estaba haciendo, hizo acopio de
la poca fuerza de voluntad que le quedaba y se liberó.
—¡No, no vas a hacerme esto!
La expresión de Gabriel era triunfante; su risa, burlona.
—Ya te lo he hecho. Tú me deseas, Livvy. Pero por fortuna para mí, yo ya no te
deseo. Me alegra que hayas alcanzado una inesperada riqueza, y no ser yo quien te
mantenga.
Ella irguió la barbilla desafiante.
—Nunca te he pedido nada, milord.
—¿No? —La apartó a un lado—. Buenos días, milady.
Herida en lo más vivo, Olivia se esforzó por ocultar la pena de su corazón
destrozado mientras Gabriel se inclinaba burlonamente ante ella y daba media vuelta
para marcharse. Su brusca partida le dejó un doloroso vacío interior, pero se negó a
sentirse derrotada por un impenitente libertino.
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silencioso y tranquilo, y fue directamente hacia lord Braxton, que estaba leyendo con
atención un periódico en un apartado rincón. Ram levantó la cabeza cuando Gabriel
carraspeó.
—¿A qué viene toda esta conmoción? —preguntó éste mientras se dejaba caer
en un cómodo sillón de cuero—. No he visto algo parecido desde que el viejo
Northby tuvo un heredero de su cuarta esposa a los ochenta y tres años.
—¿No te has enterado?
—¿Enterado de qué?
—Tu lady Olivia es una heredera. Al parecer no supo de su buena suerte hasta
que cumplió los veinticinco años, hace unos días. Sus abuelos maternos habían
depositado una considerable cantidad de dinero para cuando ella y su hermano
alcanzaran esa edad. Me sorprende que no lo supieras. Va a ser el más jugoso tema
de las habladurías de Londres durante meses, sólo superado por el escándalo de
haberos descubierto a lady Olivia y a ti en La Liebre y el Sabueso.
—De modo que es cierto —comentó Gabriel sorprendido—. He visto a Olivia en
casa de mi abuela. Me ha dicho que se iba a trasladar en Grosvenor Square, pero no
la he creído.
—Según los rumores, y fuentes de confianza lo confirman, la herencia fue una
completa sorpresa. Al parecer, su padre nunca les habló a los hijos del legado. He
oído decir que incluso trató de quebrantar el fideicomiso y utilizar los fondos para su
propio uso.
—Sefton era realmente un bastardo, ¿verdad?
—Me extraña que no estuvieras enterado del repentino giro de fortuna de lady
Olivia. Tu propia abuela la está respaldando en Almack's y en otros acontecimientos
sociales. Tu antigua prometida, pese a ser considerada no casadera, se ha convertido
en la heredera más solicitada de la ciudad.
—Me pregunto qué le ha sucedido a Palmerson —reflexionó Gabriel—. No es
propio de él dejar que se le escape de los dedos una fortuna. —De pronto, cayó en la
cuenta, y con ello comprendió detrás de lo que había ido Palmerson—. Palmerson y
Sefton eran amigos del alma, ¿verdad?
—Eran íntimos. La idea general es que el vizconde fue responsable de la caída
de Sefton en el libertinaje tras la muerte de su esposa.
Gabriel digirió lo que su amigo le había dicho, e inmediatamente comprendió
que Palmerson había estado enterado de la herencia de Olivia y que deseaba casarse
con ella para obtener el control de sus fondos. Ahora todo tenía sentido... todo salvo
una cosa. Había una información vital que aún se le escapaba. ¿Por qué se había
citado Olivia con Palmerson en el jardín? ¿Por qué había accedido a casarse con él y
luego cambiado de idea?
Con un suspiro, Gabriel levantó su largo cuerpo del sillón y se puso en pie.
—Discúlpame, acabo de recordar que tengo una cita.
Presa del desconcierto, Gabriel se marchó apresuradamente. En pocos días,
Olivia se había convertido en la preferida de la buena sociedad, perseguida por
hombres que codiciaban su herencia. ¿Sería ella lo bastante mundana como para
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Capítulo 18
Olivia sonreía y decía las palabras oportunas a sus compañeros de baile, pero su
corazón no estaba allí. Una y otra vez, su mirada retornaba a Gabriel. Parecía estar
sosteniendo una columna en un borde de la pista de baile, mirándola con los ojos
entornados. Ella frunció el cejo cuando le vio frotarse las sienes, y se preguntó en qué
estaría pensando. La siguiente ocasión en que lo miró, estaba profundamente
enfrascado en una conversación con lord Braxton.
—¿Puedo visitarla mañana, lady Olivia? —le preguntó lord Fordham mientras
tensaba la mano en su cintura atrayéndola aún más cerca de su sudoroso cuerpo.
—No creo...
—Tal vez entonces usted me honraría permitiéndome que la condujera a pasear
por el parque en mi nuevo faetón —prosiguió Fordham alegremente.
—Lo siento, pero mañana estoy ocupada.
Tras una breve pausa, él cambio de tema, sorprendiendo a Olivia con su
franqueza.
—Permítame felicitarla por su buena suerte. Tengo entendido que acaba de
heredar una fortuna.
—Gracias. Mis abuelos fueron en extremo generosos.
La respuesta de Fordham, si es que la hubo, se perdió para Olivia cuando ésta
miró a Gabriel y vio junto a él a una dama encantadora que reconoció como lady
Leslie Barrow. La sonrisa que le dedicaba la condesa era tan íntima, tan llena de
promesas, que Olivia tuvo que desviar la mirada. Cuando se atrevió a mirar de
nuevo, Gabriel conducía a la dama a la pista de baile.
La intuición le hizo comprender a Olivia que Gabriel y lady Leslie eran
amantes, o que lo habían sido en algún tiempo. De pronto, el esplendor de Almack's
y todo lo que representaba se convirtieron en nada. Lady Leslie era una mujer
casada. No representaba ninguna amenaza para el estatus de Gabriel como soltero
recalcitrante, a diferencia de Olivia, que de convertirse en su esposa, podía ser un
impedimento para su hedonista modo de vida. Al ver cuan fácilmente Gabriel caía
en los brazos de otra mujer, sintió que le zumbaba la cabeza.
—¿Sucede algo malo, milady? —le preguntó Fordham educadamente—. Se ha
puesto pálida. Tal vez le iría bien respirar un poco de aire.
Sí, necesitaba aire desesperadamente.
—Gracias, milord. Aire fresco es exactamente lo que necesito.
Si Olivia hubiera advertido la satisfecha sonrisa de Fordham mientras la guiaba
hacia la terraza, se hubiera excusado.
Pero la única persona que la percibió fue Gabriel.
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Cuando Olivia y Fordham salieron por las puertas cristaleras, sólo había otras
dos parejas paseando por la terraza. Una de ellas regresó a la sala de baile y la otra
descendió por la escalera hacia el jardín, dejando a Olivia sola con Fordham. Ella
inspiró profundamente el húmedo aire de la noche, deseando estar en cualquier otro
sitio que no fuese aquél. Le preocupaba poco la sociedad y la gente que la habían
ignorado cuando era una soltera sin dinero, y le importaban un comino los cazadores
de fortunas que ahora reclamaban su atención.
Se estremeció sin darse cuenta.
—¿Tiene frío? —preguntó Fordham. Con habilidad la rodeó con un brazo y la
atrajo hacia sí—. Permita que le dé calor, lady Olivia. Tengo entendido que Bathurst
es un amante excepcional, pero yo no carezco de virtudes. —La guió hacia la escalera
—. Hay una pérgola en el jardín. Allí nadie nos molestará.
—Suélteme, milord —le ordenó Olivia—. ¿Cómo se atreve a insinuar que
Bathurst y yo... que nosotros...?
Se interrumpió al darse cuenta de repente de que Fordham tenía información
de primera mano de su relación con Gabriel porque era uno de los hombres que los
habían sorprendido en La Liebre y el Sabueso.
—No represente el papel de virgen recatada conmigo, Olivia. Necesita un
marido que le dé respetabilidad, y a mí no me importa tener a una mujer
experimentada en mi lecho.
—¿No le importa tener una rica y experimentada esposa? —replicó Olivia—. Ya
ha dicho usted bastante, milord. Será mejor que regrese a la sala de baile antes de que
Bathurst advierta mi ausencia.
—Creí que Bathurst y usted habían acabado. Lo he visto hablar con una de sus
antiguas amantes antes de que saliéramos. Sé muy bien que él no es de los que se
casan. En cambio, yo estoy muy dispuesto a encadenarme a su dinero.
La atrajo hacia sí y trató de besarla, pero Olivia se resistió. Golpeándole el
pecho con los puños trató de apartarlo de sí. Entonces, de repente desapareció, y en
su lugar surgió Gabriel. Miró en torno y vio a Fordham tendido a sus pies.
Bathurst le dio un golpecito con el pie.
—La dama no está dispuesta, Fordham. Le sugiero que busque a alguien que
reciba mejor sus proposiciones.
Fordham retrocedió rápidamente hasta alejarse del alcance de la bota de Gabriel
y se levantó vacilante.
—¿Por qué no ha dicho que seguía interesado en ella? De haberlo sabido, no me
hubiese entrometido.
Dirigió a Olivia una mirada acusatoria y se escabulló.
—Confié en que serías lo bastante juiciosa como para separar la paja del grano
—dijo Gabriel—. Fordham es uno de los peores. ¿Qué te ha impulsado a salir fuera
con él?
La joven le dirigió una mirada incendiaria.
—Necesitaba aire fresco. Y si no te importa, me gustaría irme a casa.
Gabriel enarcó las cejas.
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simiente, pero había estado tan abrumado por el momento que había perdido el
control. Ahora era demasiado tarde para decirle que la amaba. Demasiado tarde para
decir que estaba apenado por el modo en que habían resultado las cosas. Habría
renunciado a su título y a todo lo que poseía con tal de ser cualquier otro...
cualquiera menos Gabriel Wellsby.
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con ella.
—Por supuesto.
Olivia estaba enjuagándose la boca cuando Alma entró en la habitación.
—¿Estás bien, querida?
—Estoy perfectamente, tía.
—Almack's es famoso por su deficiente comida. Anoche debió de ser peor de lo
habitual.
Olivia frunció el cejo.
—No comí ni bebí nada.
Alma le puso la mano en la frente.
—No tienes fiebre. ¿Te ha disgustado algo?
—Por favor, tía, no exageres. Tal vez una taza de té y una tostada me asentarán
el estómago.
Alma entornó los ojos.
—Se trata de Bathurst, ¿verdad? ¿Qué te ha hecho ahora?
—Por favor, tía, déjalo estar. No deseo hablar de Bathurst. ¿Bajamos y
tranquilizamos a lady Patrice acerca de mi estado de salud?
Antes de regresar a su habitación, Olivia consiguió tomarse dos tazas de té y
mordisquear una tostada sin que volviesen las náuseas. Con sus energías mermadas
se sentó en el borde de su lecho y recordó las cosas que Gabriel y ella habían hecho
en el carruaje y lo que él le había contado después.
Vivir sabiendo de su potencial locura y su consecuente y temprano
fallecimiento era algo que hubiese acabado con un hombre menos sólido que Gabriel.
Él en cambio había atrincherado su corazón contra el amor, evitado contactos
emocionales y cortado sus vínculos con el hogar de su familia porque no podía
soportar los recuerdos. Su grave situación producía en Olivia una profunda pena y la
hacía sentir enferma.
¿Lo bastante enferma como para sentir unas náuseas incontenibles a la vista de
los alimentos? ¿Tanto como para vomitar? Se removió incómoda, y rememoró la
primera vez que Gabriel no se había retirado a tiempo vertiendo su simiente en ella.
¿Cuánto tiempo hacía de eso?
Apartó ese pensamiento y prosiguió con otro. Era ridículo pensar que la locura
acechaba a Bathurst. Ella no lo creía ni por un momento, aunque evidentemente él
estaba convencido de ello. Ojalá conociera un modo de tranquilizarlo. Se preguntó si
lady Patrice tendría la clave. Valía la pena seguir pensando en ello.
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Capítulo 19
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—Papá no era el mismo desde que murió mamá. Estaba afligido y era
vulnerable, y Palmerson se aprovechó de él. Cuando éste se enteró de lo de la
herencia, apremió a papá para que quebrantara el fideicomiso, pero por fortuna para
nosotros, no pudo hacerlo. Incluso no me sorprendería que fuese él quien
convenciera a papá para que no nos lo dijera.
»Tras su muerte, Palmerson decidió que yo era una buena candidata para llenar
sus arcas vacías. Ninguna heredera quería saber nada de él desde que se suicidó la
hija del comerciante.
—Gracias a Dios por Bathurst —repuso Neville—. ¿Qué sucedió realmente
entre tú y el marqués, Livvy? Hay más de lo que dices. Ahora eres una heredera;
deberías ser feliz, y sin embargo, no lo eres.
Olivia lanzó otra rápida mirada a Gabriel antes de responder.
—Hay muchas cosas por las que me siento agradecida, Neville. En primer
lugar, nuestras preocupaciones financieras se han acabado. Cuando tú decidas
casarte, no tendrás problemas en poder hacerlo con una mujer de igual categoría.
Con tu aspecto y tu fortuna, podrás escoger sensatamente y casarte por amor. Es mi
más ferviente deseo para ti, hermanito.
—Y el mío para ti es que tus propios deseos se hagan realidad —replicó Neville.
Olivia devolvió su atención a la pista de carreras. Hubiera estado mucho mejor
en casa con tía Alma, tomando té en el salón, con los pies apoyados en un escabel y el
corsé aflojado. Justo empezaba a llevar corsé con el fin de parecer más moderna con
los nuevos trajes, y aún se sentía incómoda con aquella prenda.
Comenzó la segunda carrera y la multitud se adelantó en masa arrastrando a
Olivia contra la valla. El calor, el polvo y el olor de cuerpos sucios empapados en
empalagoso perfume la aprisionaron como un puño de hierro, sofocándola.
Comenzó a marearse y se balanceó contra Neville. De no haber sido por el firme
brazo de su hermano, se hubiese caído al suelo y hubiera sido pisoteada por la
multitud.
—¿Te sientes bien, Livvy? Estás muy pálida.
—Sácame de aquí antes de que llame la atención —rogó Olivia aferrándose al
brazo de su hermano.
Con la frente fruncida de preocupación, éste la condujo entre la multitud.
—¿Estás enferma?
—Es el calor y el gentío —repuso ella.
La preocupación ensombreció el rostro de su hermano.
—No debería haber insistido en que me acompañaras. ¿Puedes arreglártelas
sola mientras voy a por el carruaje? No tardaré mucho.
—Ya me siento mejor.
—Espléndido. Volveré en seguida.
Olivia aguardó cerca de la carretera, con el estómago revuelto y la frente
sudorosa.
—¿Qué estás haciendo aquí sola, Olivia? ¿Dónde está Neville?
¡Era Bathurst! Olivia no necesitaba verlo para saberlo. Reconocería su voz en
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cualquier lugar.
—Neville ha ido a buscar el carruaje.
—¿Os marcháis ya? Si las carreras acaban de comenzar.
—Yo... ya he tenido bastante. ¿Dónde has dejado a lady Leslie?
—Con amigos. Había ido a recoger mis ganancias y te he visto aquí sola, muy
pálida y con aspecto de sentirte mal.
—No tienes por qué preocuparte.
—Pues me preocupo. No importa lo que pienses de mí. Me preocupo. He
intentado que no fuera así, pero no eres fácil de olvidar, Livvy.
—No me hagas esto, Gabriel.
—Pareces cansada. ¿No duermes bien?
—Estoy perfectamente.
—Lamento el modo en que resultaron las cosas, Livvy. Por lo menos ahora
sabes por qué me he resistido al matrimonio durante todos estos años. No tiene nada
que ver contigo y todo que ver conmigo y mi historia familiar.
—Aquí estoy, Bathurst. —Leslie se abrió paso entre Olivia y Gabriel—. Y
dispuesta para marcharnos, mi amor.
Olivia cerró los ojos y se tambaleó. Gabriel rodeó a Leslie para sostenerla.
—No estás bien.
—Es el calor, Bathurst —replicó Leslie, molesta—. También yo me siento un
poco mareada. ¿Nos vamos?
—Dentro de un momento. En cuanto llegue el hermano de lady Olivia.
—Aquí está ya Neville —dijo la joven con un suspiro de alivio al distinguir su
carruaje.
Neville descendió del asiento del conductor para ayudarla.
—Debería cuidar mejor de su hermana, Sefton —le espetó Gabriel—. Ella no se
siente bien.
—Soy muy consciente de ello, milord.
Neville ayudó a Olivia a subir al carruaje. Con el cejo fruncido, Gabriel se
quedó observando hasta que el vehículo desapareció al doblar la esquina. Se
preguntaba si Olivia estaría embarazada, y rogaba por estar equivocado. Le hubiese
gustado conocer más a fondo los síntomas que experimentaban las mujeres en ese
estado, pero puesto que nadie próximo a él nunca se había encontrado en tales
circunstancias, había hecho poco caso de esas cosas. Si ella estuviera encinta debía de
ser desde la primera vez en que él dejó de retirarse. Contando retrospectivamente,
comprobó que habían pasado dos meses o más desde entonces.
—¿Dónde está tu carruaje, Bathurst? —preguntó Leslie impaciente—. Estoy ya
aburrida de las carreras. Hace mucho tiempo que no estamos solos.
Gabriel miró a Leslie y vio en ella a una depredadora; una mujer cuyo enorme
apetito sexual la convertía en una excelente compañera de lecho para un hombre
como él. Gabriel había probado casi todos los placeres pecaminosos conocidos por
los hombres y probablemente inventado unos pocos. Sin embargo, una vez él hubiera
desaparecido, Leslie encontraría otro amante que ocupara su lugar. No perdería ni
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un momento en llorar por él. ¿Lloraría alguien por él? La abuela, si aún seguía con
vida. Tal vez Braxton y Westmore le echarían de menos, pero no había nadie que lo
conociera íntimamente. Se sentía como si su alma ya hubiese abandonado su cuerpo,
como si fuera una cascara hueca con nada más que esperar que el vacío. El presente
era inseguro y él no quería pensar en el futuro.
Se le ocurrió que no tenía ni el deseo ni la voluntad de hacer el amor con Leslie.
Ni aquel día ni al siguiente ni nunca.
—Te llevaré a tu casa, Leslie, pero no me puedo quedar.
La irritación enrojeció las mejillas de la mujer.
—¡Cómo te atreves a despedirme, Bathurst! ¿Cuántas veces crees que puedes
desecharme y continuar disfrutando luego de mis favores?
Gabriel se encogió de hombros sin importarle realmente.
—No lo sé, Leslie. Tú me dirás.
—La situación es ésta, Bathurst: hay otros guardando cola para ocupar tu
puesto en mi lecho.
—No lo dudo. Eres una mujer hermosa y sensual. Tal vez es hora de que nos
separemos.
—Muy bien, si es eso lo que deseas. No esperes volver de nuevo a mí porque ya
estoy harta de tus excusas.
—Lo siento, Leslie. Estoy seguro de que tu marido estará complacido al saber
que me he retirado de tu lecho por propia voluntad.
La expresión de ella exhibió ampliamente su indignación mientras giraba sobre
sus talones y se alejaba. Gabriel sabía que se había comportado como un insensible
bastardo, pero se sentía muy bien tras haberse liberado de la condesa. Ella nunca
había significado para él nada más que un cuerpo cálido cuando lo necesitaba.
Probablemente hubiera roto con ella hacía mucho tiempo si Leslie no hubiera sido
tan descarada persiguiéndole.
Gabriel se sintió de repente fatigado y descorazonado, y abandonó el
hipódromo para ir en busca de una botella. Necesitaba algo potente que atontase su
mente y adormeciera sus desasosegantes pensamientos. Si su introspección se hacía
aún más densa, no estaba seguro de poder con ella. La locura debía de estar más
próxima de lo que había supuesto. ¿Habría comenzado ya? Confiaba en contar con
más tiempo.
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Gabriel no parecía poder tomarse las cosas con calma aquellos días. Estaba
aburrido, incapaz de concentrarse, y encontraba la vida generalmente poco
inspiradora. La emoción había desaparecido de las habituales actividades que solían
divertirle antes de conocer a Olivia. Se encontraba haciendo apuestas
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Capítulo 20
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ayudaba a olvidar la horrible injusticia que había cometido con Olivia. Volvió a
llenar la copa y bebió de nuevo.
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protegerla así como apaciguar mi culpabilidad. Por eso le propuse matrimonio. Pero
de ese matrimonio no hubieran nacido hijos.
—¡Uf!, algo tarde para eso, ¿no crees?
Pasaron unos momentos hasta que el significado de sus palabras penetró en el
atontado cerebro de Gabriel.
—¿Lo sabes? —preguntó cuando pudo articular palabra.
—Si te refieres a la delicada condición de Olivia, así es. ¿Qué piensas hacer con
ello, querido muchacho?
Debería habérselo imaginado. Lady Alma debía de haberle contado las
escandalosas nuevas a su abuela después de que Olivia confiase en su tía.
—¿Soy el último en saberlo? Neville se presentó anoche en mi puerta
exigiéndome que hiciera lo adecuado con su hermana.
—El muchacho parece que promete —reconoció lady Patrice.
—Me casaré con Olivia desde luego, pero nunca me perdonaré la desolación a
que he dado lugar. La situación es horrible.
—¿En qué sentido? Es evidente que Olivia te importa mucho. Tú mismo lo
admites; deseabas protegerla y cuidar de ella. Explícate, Bathurst.
—Olivia me importa, pero hay cosas que tú no sabes sobre mí y que ponen el
matrimonio y la familia fuera de mi alcance.
Una recelosa mirada ensombreció el rostro de lady Patrice.
—Prosigue.
—Tú estabas en España con el abuelo cuando mi madre se volvió loca. Mi padre
probablemente nunca te habló de su enfermedad para ahorrarte el dolor por el que
estaba pasando. Él la amaba demasiado como para hacer pública su situación. Creo
que asistir a su deterioro fue la causa de su muerte. Me alegro de que no estuviera
vivo cuando ella saltó hacia su muerte desde la ventana de su habitación.
—Pero mi querido muchacho...
—No, abuela, escúchame. En un momento de lucidez, antes de poner fin a su
vida, mamá le dijo a Ned que su enfermedad era hereditaria; su propia madre acabó
su vida del mismo modo cuando mamá era tan sólo una niña. Le dijo que había una
larga historia de locura en su familia y lo previno contra engendrar hijos que
pudieran asimismo llegar a enloquecer.
—¿Y no pensaste que era raro que tu madre escogiera a Ned y no a ti para
comunicarle tan inquietantes noticias?
—No. Ned y yo estábamos muy unidos. Mamá probablemente supuso que él
me lo diría.
—¿Y nunca se te ocurrió preguntarme a mí sobre la locura de Mary?
—No. Suponía que no sabías nada de su enfermedad.
—¡Qué lástima! —dijo la abuela—. De haberlo hecho, te habrías ahorrado años
de angustia.
—¿Tú estabas enterada de su enfermedad?
—Sí y te lo hubiera contado, pero suponía que ya conocías la verdad sobre tu
nacimiento.
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domingo. Los sirvientes tienen el día libre. Olivia y tú tendréis la casa para vosotros
solos. —Le dedicó una severa mirada—. No admitas un no como respuesta, querido
muchacho. Espero asistir muy pronto a una boda.
Grimsley acompañó a lady Patrice a su carruaje. Cuando regresó, Gabriel le dio
órdenes precisas con voz clara. No podía recordar cuándo había sido tan dichoso. Era
imperativo que viera a Olivia inmediatamente. Sólo confiaba en que ella estuviera
tan emocionada como él por el giro que había dado su vida.
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Él la abrazó.
—Estoy bien. Extraordinariamente bien. Nunca he estado mejor. Voy a hacerte
el amor, Livvy.
—Algo ha sucedido. Por favor, Gabriel... por favor, dímelo. Puedo asumirlo.
—Después de que hayamos hecho el amor.
Su boca reclamaba la de ella, devorándola con tan fiera pasión que Olivia se
sentía profundamente poseída. Tórrida y exigente, su lengua golpeó sus labios hasta
que éstos se abrieron a él. Con un suspiro, ella se entregó a la emocionante dicha de
estar de nuevo en sus brazos. Transportada por su repentina oleada de emoción,
comprendió que lo que sentía era puro, portentoso y eterno.
El beso que él le dio fue dulce y profundo. Olivia emergió de él con un delicioso
mareo, y se arqueó contra Gabriel mientras él la acariciaba y exploraba como si fuese
la primera vez que la tocaba. Gimió su nombre estrechándola tan estrechamente
contra sí, que Olivia sintió como si fueran un solo cuerpo y una sola alma.
Se perdió en el sabor de él y sintió el calor de sus labios en ella, la sensual
arremetida de su lengua dentro de la boca que casi la deshizo de placer. Incapaz de
encontrar la voluntad para detenerle, se abandonó en sus brazos mientras él le
desabrochaba el vestido. Con un grito triunfal se lo bajo por los hombros y se quedó
mirando sus senos.
—Eres tan hermosa. Y eres mía, totalmente mía. Te amo, Livvy.
Allí estaba de nuevo. Aquella palabra. La que nunca había esperado oír de boca
de él.
—No te merezco —prosiguió Gabriel—. Y confío en que algún día llegues a
amarme tanto como yo te amo a ti.
Una insegura alegría invadió a Olivia.
—Por favor, no me mientas, Gabriel. Me destrozaría que te retractaras después
de que hayamos hecho el amor. Te amo tanto que me duele.
—Lo digo en serio, Livvy, todo lo que digo es en serio. Te lo hubiera dicho antes
si hubiera sabido que teníamos un futuro juntos. Ni siquiera estaba seguro de tener
un futuro. Saber que correspondes a mi amor me hace el hombre más feliz del
mundo.
Olivia estaba confundida.
—¿Tenemos un futuro?
—Un futuro largo y fructífero, amor mío. Te lo contaré todo después de que
hayamos hecho el amor.
Los labios de Olivia temblaban de emoción. Si aquello era un sueño, no deseaba
despertar nunca.
—Te amo, Gabriel. Siempre te amaré.
Él gimió algo ininteligible y, literalmente, desgarró las ropas que aún cubrían el
cuerpo de ella, besando cada pequeño fragmento de piel a medida que la exponía.
Con los ojos vidriosos de pasión, Olivia enredó los dedos en su espesa cabellera y lo
atrajo más hacia sí. Gabriel, con la boca cerrada sobre el turgente pezón, se lo chupó
provocándole una oleada de húmedo calor entre los muslos.
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—No puedo soportar esto —murmuró Gabriel mientras la cogía entre sus
brazos y la tendía en el lecho.
Con una fascinada mirada fija en ella, se desprendió de sus ropas y se tendió a
su lado. Ella se retorció contra él, pasándole las manos salvajemente por el cuello, los
hombros, la espalda, las nalgas. Gabriel se apoyó en sus codos y la besó fiera,
ávidamente, llenando las manos entre sus muslos y deslizando los dedos en su
humedad. Un grito brotó de los labios de Olivia. Su cuerpo era pura sensación. Sintió
como si la sangre de sus venas se hubiera convertido en fuego líquido.
Consumida por la necesidad de darle tanto como recibía, Olivia empujó
suavemente a Gabriel poniéndolo de espaldas, con la mirada fija en su excitada
virilidad. Deseaba tocarlo, saborearlo, complacerlo hasta que él gritase pidiendo
misericordia.
Mirando fijamente a sus ojos soñadores, Olivia agachó lentamente la cabeza
hasta tocar con la punta de la lengua su sexo reluciente. Él aspiró intensamente
mientras la observaba. Ella abrió la boca y lo tomó en su interior. Gabriel pronunció
un juramento y se impulsó más adentro. Olivia, saboreando el gusto y el aroma de él,
siguió atormentándole con la suave fricción de su lengua. Gabriel arqueaba la
espalda, respiraba trabajosamente, mientras con las manos le sujetaba los costados y
apretaba los dientes; parecía un hombre que agonizaba. Varios insoportables
minutos después, cogió a Olivia y rodó situándose sobre ella.
—¡Cariño, me estás matando!
Ella levantó la cabeza y le sonrió.
—Deseo que te excites tanto conmigo como yo contigo.
—Tú no estás bastante excitada —dijo pellizcándole un pezón.
Él yacía sobre su estómago y se deslizó por su cuerpo hasta reposar la cabeza
entre sus muslos levantados. La abrió penetrando con la lengua en su brillante
hendidura. Olivia sofocó un grito y enredó los dedos en sus cabellos. Gabriel buscó
con su boca la pequeña prominencia entre los resbaladizos pliegues y se la lamió
suavemente. A Olivia se le escapó un grito; una intensa sensación originada en el
diminuto núcleo aumentaba amenazando con estallar. Empujó las caderas hacia
adelante afirmando más la boca de él contra su centro. Gabriel se llenó las manos con
sus nalgas, moviendo la lengua dentro y fuera de su hendidura, arrastrándola
vertiginosamente hacia el más absoluto placer. Olivia estalló en un estremecimiento
clamoroso.
Gabriel, hambriento, observó su rostro mientras ella se liberaba. Más ardiente,
con más dureza y más voraz por ella de lo que lo había estado nunca, se colocó sobre
su cuerpo y penetró en su interior.
Olivia separó las piernas y arqueó las caderas para recibirlo; él sintió su dulce
aliento rozándole la mejilla mientras arremetía contra su cuerpo. Empujó más y más
profundamente, a cada acometida un éxtasis; cada retirada, pura agonía. Olivia
levantó las piernas y lo asió por las caderas con firmeza. Él podía sentir la necesidad
creciendo de nuevo en ella y la demanda se intensificó asimismo en su interior.
—No me dejes —balbuceó ella—. Por favor, Gabriel. Libérate en mi interior esta
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vez.
—Nunca volveré a dejarte —prometió Gabriel.
Flexionó las caderas y se introdujo más profundamente, su control
completamente desaparecido.
El clímax de Olivia provocó el suyo, y la besó con todo el fervor y la intensidad
de un hombre enamorado. Por primera vez no sintió ninguna culpabilidad por
permanecer dentro de ella hasta el mismo final.
—Te amo, Livvy —susurró mientras se retiraba y se instalaba a su lado—. Eres
dominante y obstinada y nuestra vida nunca será aburrida ni monótona, pero no
puedes imaginarte cuan ansiosamente estoy previendo los próximos cincuenta años
más o menos.
Olivia se removió y le sonrió.
—Tú tampoco eres perfecto, Bathurst, salvo en la cama, desde luego. ¿Querrás
explicarme ahora qué ha sucedido para cambiar tu actitud ante la vida? La última
vez que hablamos estabas desesperado ante tu futuro.
Él la cogió entre sus brazos.
—La abuela ha pasado hoy por casa.
—¿Y?
—Me ha contado la verdad sobre mi origen.
—¡No vas a decirme que no eres nieto de lady Patrice!
—Soy su nieto, pero mis padres no eran las dos personas que yo creí que me
habían engendrado. Mi padre tenía una hermana gemela que murió de parto en
España y yo era su hijo. Su muerte fue tan lamentada, que los miembros de mi
familia raras veces la mencionaban. Yo sabía que mi padre había tenido una hermana
gemela, pero nunca se me ocurrió que pudiera ser mi madre. Mi verdadero padre era
un aventurero español.
—¿Eres...?
—¿... bastardo? No. La muerte de mi padre se produjo poco después de casarse
con mi madre. Ella le hizo prometer a su hermano en su lecho de muerte que me
criaría como hijo propio. Y él así lo hizo. Ni una sola vez dudé del amor de mi padre
ni de mi madre.
—Comienzo a comprender —dijo Olivia—. Tu madre le habló a Ned de la
locura porque a ti no te concernía.
—Podía haberme ahorrado años de angustia si hubiera comentado mis temores
con mi abuela.
—¿Crees realmente que tu hermano se quitó la vida?
—Eso es algo que nunca sabremos. Ni siquiera deseo pensar en ello.
—No lo haremos. Pensaremos en otras cosas más agradables —sonrió ella
tímidamente—. Como en tener una familia.
—Exactamente. Ahora estamos libres para casarnos y tener hijos sin la espada
de la locura de mi madre adoptiva pendiente de ellos.
—Tú quieres hijos, ¿verdad?
—Darte hijos será uno de mis mayores placeres.
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Capítulo 21
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—¿No lo sabes? —demandó Luc con voz asombrada—. Creíamos que serías el
primero en enterarte, puesto que implica a tu familia.
—¿De qué condenados infiernos estás hablando?
—Palmerson se ha casado con la viuda de tu hermano hace unos días. Sandford
y Fordham no han podido aguardar para comunicar las noticias. Si no hubieras
estado retirado de la sociedad, ya lo sabrías.
La incredulidad fue lentamente sustituida por otra emoción, mientras Gabriel
echaba atrás la cabeza y se reía a carcajadas.
—¡Esto es muy bueno! —balbuceó enjugándose lágrimas con el dorso de la
mano—. No puedo imaginar una pareja más perfecta que Cissy y Palmerson. Si Cissy
se sale con la suya, y estoy seguro de que lo hará, Palmerson estará sujeto por una
firme correa. No conseguirá dinero de ella a menos que acate las normas. No se me
ocurre mejor castigo para ese bastardo. Aún podría golpearlo hasta hacerlo papilla
cuando lo vea, pero probablemente lo dejaré vivir para que Cissy lo vuelva loco.
—¿Qué es eso tan divertido, Gabriel? —preguntó Olivia mientras se reunía con
él y sus amigos.
—Nunca lo creerías, amor. Cissy ha atrapado a Palmerson en la trampa del
párroco.
—¡¿Se han casado?!
—Así es —le aseguró Braxton—. Sanford dijo que han dejado Bathurst Park y
que ahora residen en la finca de lady Cissy.
—¿Es la primera noticia que tienes de ello, Gabriel? —preguntó Olivia—. Me
sorprende que el administrador de tu hacienda no te informase.
—Probablemente lo ha hecho, pero no estaba de humor para leer mi
correspondencia durante estos últimos días. El matrimonio de Cissy y su marcha de
Bathurst Park no podían producirse en mejor momento. Nos iremos hacia allí en
cuanto solucione algunas cuestiones pendientes.
—Te echaremos de menos, muchacho —dijo Luc—. Londres no será el mismo
sin ti. Las damas estarán desoladas, pero no temas, Braxton y yo cumpliremos.
—No os alegréis tan pronto —contestó Gabriel—. Vosotros dos podéis estar
más cerca de la trampa de lo que pensáis.
Braxton soltó una fuerte carcajada.
—No seré yo. Mi lema es, ámalas y déjalas. Y esto no va a cambiar a corto plazo.
Este mundo está lleno de mujeres dispuestas a aceptar lo que les ofrezco sin exigirme
matrimonio.
—Estoy de acuerdo —repuso Westmore. Dirigió a Olivia una encantadora
sonrisa—. A menos, naturalmente, que la marquesa tenga una hermana.
Siguiendo con esa conversación, Braxton y Westmore se encaminaron al
comedor con los restantes invitados. Gabriel ofreció a Olivia el brazo con los labios
esbozando una sonrisa mientras decía:
—¿Nos unimos a nuestros invitados, Olivia? No puedo aguardar a que todo
esto acabe para que podamos estar solos. Deseo que nuestra noche de bodas sea tal
que nunca puedas olvidarla.
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Capítulo 22
Bathurst Park,
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de su frente.
—¿Qué puedo hacer para ayudar, Livvy? Esto dura desde hace doce horas; no
puedo soportar verte sufrir tanto.
Ella le dirigió una débil sonrisa.
—Cógeme la mano. Ahora ya no tardaremos mucho.
—Si insiste en quedarse —dijo la comadrona—, podría ser útil. Sujete a su
mujer por los hombros cuando yo le diga a ella que empuje.
Gabriel hizo lo que le decían, situándose detrás de Olivia y apoyándola en su
cuerpo.
—Ahora, milady. Empuje con todas sus fuerzas. Ya puedo ver la cabeza del
bebé.
Gabriel sufrió con Olivia mientras ella se esforzaba entre intensos dolores para
parir a su hijo. Con los dientes fuertemente apretados, ella se asió de su mano con
sorprendente fuerza. Contrajo el estómago y luego empujó con fuerza, y el ruido que
hizo al expulsar a su hijo, atravesó dolorosamente a Gabriel.
—Ya viene, milady. Lo está haciendo muy bien —la estimuló la comadrona
entre los muslos separados de Olivia.
—Estoy muy orgullosa de ti, Livvy —dijo tía Alma con voz cantarina—. Eres
muy valiente.
—Una vez más —dijo la comadrona—. Otro empujón.
Gabriel se sintió impotente mientras Olivia daba a luz a su hijo que era recogido
por las atentas manos de la comadrona.
—Ha tenido una hija preciosa, milord. Más pequeña de lo que yo esperaba,
pero tiene todos los dedos.
Asió a la retorcida criatura por los talones y le dio unos golpecitos en el
diminuto trasero. El bebé emitió un grito saludable y Gabriel dejó escapar el aliento
de sus pulmones. Luego, la comadrona tendió el bebé a Alma mientras le cortaba el
cordón umbilical. Esta llevó a la criatura al lavamanos, le lavó con la esponja y la
envolvió en una mantita.
Gabriel se sentía como si flotara por los aires. Tenía una hija. No podía recordar
cuándo había sido más dichoso.
—Lamento no haberte dado un hijo la primera vez —dijo débilmente Livvy.
Él la besó en la frente.
—Estoy más que complacido con mi hija, amor.
—Ahora puede marcharse, milord —le aconsejó la comadrona—. Todavía me
queda trabajo que hacer aquí.
Gabriel se mostraba reacio a irse hasta que Alma depositó a su hija en sus
brazos.
—Muéstresela a su abuela y a sus amigos. Estoy segura de que estarán ansiosos
por verla.
—Es tan pequeña... —dijo Gabriel acunando al bebé en el hueco de sus brazos
—. Temo hacerle daño.
—Los bebés son sorprendentemente resistentes. Dudo que pueda dañarla.
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Lenora y Ned fueron bautizados tres semanas más tarde. Aunque aún
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NOTA DE LA AUTORA
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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
CONNIE MASON
Connie Mason, cuenta en su haber con más de cincuenta novelas
románticas publicadas. Sus historias de pasión y aventura están
ambientadas tanto en parajes exóticos como en diferentes
lugares de América. En 1990 fue nombrada Escritora del Año
por la revista Romantic Times y en 1994 recibió el premio
Career Achievement en la categoría de Western, galardón
otorgado, también, por Romantic Times.
Connie vive en Tarpon Spring (Florida) junto a su marido Jerry
y hasta 1984, año en el que publicaron su primer trabajo, era ama
de casa y ávida lectora cuyo sueño era escribir.
En 1995, la cadena CBS dedicó un espacio de su programa 48 Horas a la industria de la
novela romántica en el cual participó Connie, siendo también mencionada en un artículo
publicado por el Nacional Inquirir.
Además de escribir y viajar, Connie disfruta hablando, a todo aquel que la quiera
escuchar, acerca de sus tres hijos y sus nueve nietos y compartiendo recuerdos de los años
vividos en Europa y Asia como la esposa de un militar de carrera. Connie dedica su tiempo
libre a leer, bailar, jugar al bridge y a la pesca de rio junto a su marido.
EL NOBLE Y LA LADRONA
Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una
parte crucial de su anatomía, el marqués de Bathurst tuvo que efectuar una elección crítica,
entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.
Gabriel decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al
ladrón de los inolvidables ojos verdes aunque fuese lo último que hiciera.
De todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de
Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un
baile de sociedad, Olivia Fairfax comprendió que sus intenciones no eran en modo alguno
honorables.
La fogosa persecución de Gabriel hizo que sus ojos esmeralda se abriesen de par en par
y el pulso se le acelerase, pero ¿él iba en busca de una amante o de la picara que se había
atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Olivia sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y
estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.
SERIE ROGUES
1. The Rogue and the Hellion - El noble y la ladrona.
2. Seduced By A Rogue - Seducida por un ladrón.
3. The Last Rogue
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CONNIE MASON EL NOBLE Y LA LADRONA
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