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Las bestias – Marie Alvarez

Las bestias
“Los reyes nunca deberían comprometer su palabra.
Si no la cumplen, es terrible, y si la cumplen, es terrible también”. -Salomé (Oscar Wilde)

PERSONAJES:
SALOMÉ: Mujer entrada en años, exuberante y atractiva, tiene puesto un vestido
con falda amplia y volátil, en tono blanco o plata, un sobretodo y zapatos con taco
de punta en color vino.
JESÚS: Hombre joven, no del todo atractivo, viste en colores oscuros y de modo
formal, casi como si quisiera no ser visto.

La escena transcurre en el interior de un edificio en ruinas a las afueras de la


ciudad. Es despojado y oscuro, hay restos de maderas y materiales de
construcción y polvo suspendido en el ambiente, que se deja ver porque la luz de
la luna perfora por un cenit y por los costados el espacio. Un elemento
abandonado hace tiempo funciona como silla, probablemente un tacho de pintura.
También se ve una alfombra vieja e inservible, varios cajones de cerveza apilados
y sobre ellos, como si fuese un altar, una bandeja de plata –que no se mueve de
ese lugar hace tiempo-, una copa de vidrio y una botella de vino abierto. En el
espacio se encuentra Salomé apoyada sobre uno de los laterales, mirando hacia
arriba, esperando, cada tanto desliza la punta del zapato sobre piso tensando su
pierna y la vuelve a su posición original. Llega Jesús, apurado y tenso.

Salo: Diecisiete minutos.

Jesús: Ya sé.

Salo: No, lo que tenés que saber era que nos habíamos citado a las once de la
noche. Diecisiete minutos de más nos cambian el plan.

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Jesús: Ya sé. (Pausa)

Salo: ¿No me vas a inventar una excusa?

Jesús: No. No te voy a inventar una excusa. Tengo una excusa, pero no te la voy
a dar. ¿Para qué te voy a explicar si no te interesa?

Salo: Lo único que me interesa es que todo salga bien, estoy pensando en vos.

(Salomé se sienta en el tacho de pintura, que oficia de banco improvisado)

Jesús: Pero no estás pensando en mamá.

Salo: Es en quién más estoy pensando. Vení, por favor. (Salomé lo llama con un
gesto entre sensual y demandante que hace con su cabeza y una mueca de
labios. Jesús se sienta en el piso y apoya su cabeza en el regazo de Salomé, ella
le acaricia la cabeza) ¿Me vas a decir por qué tenés esa cara?

Jesús: (Duda en hablar) Estoy triste esta noche. Me preocupa la negrura de mis
pensamientos. Cuando estaba llegando, me resbalé en la entrada con la sangre
de un animal muerto que seguramente atropellaron en la ruta. Lo imaginé todo: el
hombre que lo atropelló se bajó del auto, agarró con asco de una de las patas de
atrás del bicho y tiró el cuerpo para que se pudra en estas ruinas y se lo coman las
alimañas. Y yo, vengo y me resbalo en la sangre fresca, lo que es un mal
presagio. Hace días que escucho un murmullo maldito en el aire, algo como si
fuera el batir de las grandes alas oscuras de un diablo que las agita sin pausa
encima de mi cabeza. Y llego, y veo esa bestia negra, tiesa y con un gesto
tremendo en su cara, cómo si se hubiese muerto mientras daba un chillido, con los
pelos revueltos en su propia sangre. No puedo siquiera imaginarme lo que eso
significa.

Salo: Sabés muy bien lo que significa, pero no insistas en nada de eso (masajea
con sus dedos el cuero cabelludo de Jesús), no imagines cosas lúgubres. Mirá la
luna esta noche. (Ambos miran hacia arriba y entran en un trance cargado de
recuerdos de años atrás).

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Salo + Jesús: (Se lo dicen el uno al otro, a la vez, pausado y con ternura, cómo
hacían cuando Jesús aún era pequeño) “Siempre-que yo-no esté-podés hacerle
pedidos-a la luna”.

Jesús: Eso funcionaba cuando era un adolescente sin noción de las cosas, ahora
ya soy adulto, no sé si…

Salo: Siempre te va a escuchar. La guardiana plateada de la muerte. La luna que


es como una mujer alzándose desde su sepultura. Como una difunta. Uno
pensaría que anda en busca de cosas muertas, atrayendo cuerpos con su lustre
de nácar. La luna, tu sierva y vos el rey… ¿cuál es tu deseo esta noche? pedí lo
que sea.

Jesús: Quiero que bailes para mí. Convenceme bailando.

Salo: A un rey no se le puede decir que no. (Se levanta y le da un beso en la


frente. Salomé comienza a bailar, en todo el texto que sigue ella baila cada vez a
un ritmo más frenético, en las pausas del texto se ríe como desquiciada).

Jesús: (Comienza diciendo el texto casi mordiéndose la boca, con vergüenza. A


medida que progresa, no sólo lo dirá con más seguridad y volumen, sino que las
palabras comienzan a resonar como latigazos -aunque no se sepa si el golpe se lo
dirige a ella o a él mismo-) ¡Estoy enamorado de tu cuerpo, Salomé! Tu cuerpo es
suave, como los pétalos de un campo de flores mojado por el rocío del alba. Tu
cuerpo es suave, es delicado como las gotas de lluvia que van bajando por las
ventanas. No puedo evitar perder mi mirada entre los pequeños huesos que
sobresalen de tus caderas o en tus curvas cuando te movés. No creo que haya
nada en este mundo tan atractivo como tu cuerpo. Mi culpa es el deseo de tener tu
cuerpo.

Tu cuerpo es espantoso. Es como un cuerpo con lepra. Es como una pared mal
hecha cubierta por víboras que se arrastran; como una pared rajada donde los
escorpiones hicieron nido. Es como un sepulcro gris y olvidado, lleno de cosas
repugnantes. Es horrible, tu cuerpo es horrible. Es de tu pelo de lo que estoy
enamorado, Salomé. Tu pelo al viento danzando como un lobo en un ritual, tu pelo

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velando tus ojos, tu pelo caoba más perfumado que un bosque y más lustroso que
toda la madera del mundo. No hay nada en el mundo tan hermoso como tu pelo...
Mi culpa es el deseo de hundir mi rostro en tus cabellos.

Tu pelo es horrendo, Salomé. Está cubierto de barro y polvo. Es como un nudo


hecho de serpientes enrollado en tu cabeza. No amo tu cabello... Es tu boca lo
que deseo. Tu boca que es como una bandera en la costa que alerta sobre los
peligros de meterse al mar. Es como una granada cortada con un cuchillo recién
afilado. Un rosal amaneciendo no es tan rojo como tu boca. Es más roja que los
pies de aquel que regresa de un bosque habiendo asesinado a un león. Es como
una mina virgen de rubíes en Sri Lanka. Es tan roja como la sangre de los niños
ofrecidos en sacrificio. No hay nada en el mundo tan rojo como tu boca... Mi culpa
es el deseo de poseer tu boca. (Una pausa corta).

Bailás sobre sangre derramada, Salomé. Estás moviendo tus pies sobre la
promesa de una muerte y estás más radiante que nunca.

Salo: ¿Por qué tenemos que hablar de eso esta noche? (Salomé detiene el baile y
se sirve vino en la copa).

Jesús: No lo sé. Siempre terminamos discutiendo sobre la muerte.

Salo: A veces pienso que tenés mucho miedo. Más del que dejas ver. Además es
ridículo plantearse esas cosas. Los muertos no sostienen debates filosóficos sobre
la muerte. Es un instante que va a resultar en una solución para todos. Es un acto
de amor al fin y al cabo, lo tenés que pensar como un acto de caridad que es lo
que es, una muerte voluntaria asistida. En suiza se usa mucho, es legal, la viaja
gente de todas partes del mundo para que...

Jesús: Estamos hablando de mi mamá. Y sería un suicidio involuntario asistido.


Un homicidio.

Salo: ¿Por qué siempre tan sombrío? Te juro, pero te juro que sos igual a tu
padre, a veces me da miedo. Sabés bien lo que tenés que hacer. No la mires
demasiado y todo va a funcionar. Encendés las velas que están en la mesita, al
pie de la ventana, porque es la hora en la que siempre rezan juntos. Te aseguras
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de poner un par de velas nuevas, ¡no te vayas a olvidar de eso!. De pronto recibís
una llamada mía, inesperada, diciendo que tengo una emergencia grave, salís
corriendo y te olvidas de tu madre postrada, de las velas y de todo. Te espero en
la guardia, me atienden recién al rato de haber llegado, al final era solo una
gastritis. Como es otoño, afuera hay viento todo el tiempo, la cortina agarra fuego
en cuestión de segundos, tu madre no puede movilizarse sola por el estado en el
que está. Los martes los vecinos se duermen temprano, nadie va a poder
reaccionar a tiempo. Cuando volvés: un infortunio lamentable. Tu madre sucumbió
presa de las llamas, avisas a la ambulancia. Tenés veintisiete horas y diecisiete
minutos.

Jesús: No puedo no mirarla. No sabes lo que me estás pidiendo. Cada día,


cuando termino de darle de comer, me da las gracias, como si le estuviera
haciendo un favor. Es como si fuera una santa a quien le estoy lavando las
heridas. Siempre me agradece. No lo dice, pero se lo veo en la mueca que hace
con los labios, en su mirada.

Salo: No tenés que mirarla. Y tu madre no es ninguna santa. Nadie se convierte


en adulto siendo santo. Lo que si va a ser es una mártir y por una causa preciosa.
(Le ofrece la copa a Jesús) Mojate los labios con vino, distendete por favor, me
fascina ver la marca de tus labios sobre la marca de mi labial en la copa. Tu saliva
con mi saliva.

Jesús: Siempre te gustó el vino.

Salo: Solo el tinto, y sólo un poco. Me gusta la idea de que el vino se enrede con
mi sangre, que encienda mi cuerpo desde mis entrañas, que invada mis células y
me saque el oxígeno, que me distienda el torso, que me desate el movimiento.
Siempre me gustaste más vos.

Jesús: A veces decís cosas que asustan, pero es imposible no sentirme atraído
por vos. Intoxicado de vos. Sos la señal de peligro encarnada.

Salo: Siempre, desde siempre.

Jesús: ¿No tenés miedo?


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Salo: Si estuviese en tu lugar ya la hubiese estrangulado.

Jesús: Es terrible estrangular a una madre.

Salo: Entonces le cortaría la cabeza.

Jesús: No es nada fácil cortar una cabeza.

Salo: Podría intentarlo. La luna se ve tan rara esta noche. ¿No te parece? Es
como una mujer loca, una mujer loca buscando a su amantes por todas partes.
Anda desnuda, totalmente desnuda. Las nubes intentan taparla, pero ella no las
deja. Se regodea en mostrarse en todo su esplendor. Y se tambalea entre las
nubes como si estuviera ebria... Es como una mujer loca ¿no es verdad? Una
lunática…

Jesús: Vos sos mi luna.

Salo: Llevamos haciendo esto hace demasiado tiempo. ¿Sabés cuantas semanas
tiene un año?

Jesús: No sé.

Salo: Cincuenta y dos o cincuenta y tres. ¿Hace cuantos años que nos reunimos
acá todos los lunes?

Jesús: No sé. Yo tenía dieciséis.

Salo: Exacto, vos tenías dieciséis. Pasaron doce años desde que vos tenías
dieciséis. Nos vimos cada lunes por doce años, ¿sabés cuantos días son?

Jesús: Ay, Salomé, los números no son lo mío, ¿por qué..

Salo: ¡NO! ¡Los números no, pero yo sí soy lo tuyo! Seiscientas veinticuatro
reuniones en este hotel. En doce años, nos vimos sólo seiscientas veinticuatro
veces. Te estoy reclamando el resto de los días que estuvimos sin vernos
libremente hasta ahora. Esto se tiene que terminar, te lo exijo. Seguro, tuvimos las
reuniones familiares, los festejos, alguna navidad, siempre cuidando de que fuera
en otro lado, en la casa de los abuelos que ya no están, en algún restaurant en la
ciudad vecina, nos cuidamos y mucho, pero en esas ocasiones no podíamos

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mostrarnos como lo que realmente somos y este es mi límite. Todo se fue


acomodando para que estemos hoy acá. ¿Vos entendés lo que es la causalidad?

Jesús: No sé qué significa.

Salo: Lo sabes muy bien. Tu madre tiene que estar muerta para pasado mañana.
Y sabés muy bien que vas a hacer esto por mí, lo vas a hacer por mí, mi rey.

Jesús: Nadie me miraba, vos fuiste la única. ¿Crees que habernos conocido fue lo
que originó todo esto?

Salo: Te miraban demasiado. Vos sabés que yo no creo en nada. Pero si de algo
estoy segura es que las cosas tienen que suceder como van a suceder mañana,
es algo inevitable. Vos naciste y creciste por dieciséis años. El día que nos
conocimos comenzamos a vivir los dos. El día del que siempre hablé está tan
cerca, ¿no te sentís eufórico?

Jesús: Sí, eufórico, inquieto, excitado… traidor. No duermo hace días tratando de
encontrarle otra solución. Vos sos mi tía, y antes fuiste la novia de mi padre. A
veces pienso que podría ser tu hij...

(Salo le tapa la boca antes que pueda terminar su frase).

Salo: La vida me arrebató de entre mis brazos todo lo que alguna vez fue
precioso. A tu padre en su momento, sí, pero eso está enterrado; no se puede
pelear contra la misma sangre. Y no vuelvas a nombrar nuestro parentesco. Vos lo
dijiste, sos un adulto, y yo voy a ser tu mujer. Eso es todo. Además, cualquiera
puede ver que amas a tu madre. Nadie se va a atrever a desconfiar del accidente.
Después de unos días del entierro aparezco en la casa, nadie se acuerda de mí
porque hace doce años que no pongo un pie ahí, y ninguno de los dos necesita
darle explicaciones a nadie de porqué estamos juntos. Si la familia pregunta, te
estoy haciendo compañía, al mes ya tenemos todos los papeles firmados. Te voy
a dar todo lo que es mío, y todo lo que quieras, excepto la vida de tu madre.

Jesús: Nunca me dejaste besar tu boca, Salomé.

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Salo: Es sólo una cuestión de horas. Tan bonito. Tan joven. Sos tan precioso, tu
rostro debería estar replicado en una pieza de museo. (Toma la bandeja y la
sujeta a la altura de su rostro). Poné la cabeza acá. Tus ojos que son tan dulces,
que suelen estar tan llenos de vida y de deseo, ahora están cerrados. ¿Por qué?
¡Abrí los ojos! ¡Levanta tus párpados, rey! ¿Por qué no querés mirarme? ¿Me
tenés miedo y por eso no me mirás?

Jesús: No, me da miedo lo que voy a hacer por poder verme en tus ojos.

Salo: Mi pedido a la luna roja fuiste vos, el amor de la vida de mi hermana.

Jesús: En veintisiete horas

Salo: y diecisiete minutos.

(Salomé besa los labios de Jesús, que aún tiene la cabeza sobre la bandeja de
plata).

Apagón.

Marie Alvarez (2018)


Contacto: marie-alvarez@hotmail.com

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