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Duelo y tanatología
La importancia del Ritual
Del Ritual funerario
En la sociedad occidental, históricamente, el luto dejo de ser una costumbre donde se especifica
indumentaria, comportamiento y límites de interacción y tiempo.
En los últimos 60 años hemos asistido a una rápida caída de prestigio y desacreditación de la persona
acongojada, además de una peligrosa y creciente medicalización de la aflicción.
Esto ha llevado a que muchas de las dificultades actuales para recuperarse de la pérdida de un ser querido
fallecido, se deban en parte, a la ausencia de rituales establecidos y patrones estructurados de duelo.
No se puede olvidar que la interacción social es un elemento central que permite que el deudo comience a
reconstruir su realidad con un significado e identidad en la vida. La forma en la que se moría y la actividad
del difunto durante la vida era lo que daba al ritual mortuorio sus características esenciales y lo que
determinaba el sitio final en el que residiría el alma del fallecido.

Si bien la muerte se considera un asunto de familia, la ocasión del duelo puede constituir un modo en que se
rompen las reglas generales de convivencia; con bastante frecuencia la casa de los deudos suele permanecer
abierta durante los días que siguen inmediatamente a la muerte.
Así, se encuentra en tales circunstancias tal mezcla de familiares, amigos, conocidos, compañeros y vecinos
que, en virtud de la tan extremadamente variable perspectiva que los presentes tienen del difunto, tal reunión
se convierte en verdaderos momentos sociales.
La muerte causa tanto miedo que ya no nos atrevemos a decir su nombre, y usamos multitud de eufemismos,
miedo que, a su vez, es considerado normal y necesario.
Los rituales tienden a desaparecer como práctica, los funerales se hacen breves y la cremación se vuelve cada
vez más frecuente. Se presentan servicios funerarios sin velación y se ofrece una “misa de cenizas”, no hay
cuerpo presente.
Algo de historia sobre el Ritual
Entre los pueblos primitivos, la muerte constituía una seria amenaza a la cohesión y, por tanto, a la
supervivencia de toda la comunidad; ésta podía desencadenar una explosión de temor y variadas expresiones
irracionales de defensa.

La solidaridad del grupo se salvaba entonces haciendo de este acontecimiento natural un rito social. Así, el
fallecimiento de uno de sus integrantes se transforma en una ocasión para una celebración excepcional y se
ponen en marcha una serie de obligaciones sociales. Es un acto social.

En la mayoría de las sociedades, los rituales funerarios benefician a los vivos y a los muertos: ayudan a los
sobrevivientes a aceptar la realidad de la muerte (todas las costumbres del luto sirven para reforzar la realidad
y reducir la sensación de irrealidad que favorece la esperanza de retorno del difunto), recordar al fallecido y
ofrecer y recibir soporte unos a otros.

Su sentido del ritual y su porqué se asocia con:

1. Un medio de certificar la muerte , de confirmar “que está bien muerto”, e implementar unas medidas
higiénicas.
2. Para facilitarle el camino, regreso y arribo al muerto a su lugar de destino. Entre los egipcios también tenía
la utilidad de permitir la realización del denominado gesto “KA” destinado a mantener la energía creadora
que tenía que sobrevivir a la nada. En la sociedad griega, antecedente directo de nuestra actual cultura
occidental y cristiana, se creía en la vida después de la muerte, por ello “los muertos” eran objeto de
atenciones durante los primeros días sucesivos a su deceso.
3. Una forma de alejar y espantar los malos espíritus. Los habituales cantos, gestos y gritos pretendían
asustar y confundir al alma del difunto de forma que no volviera y trajera malas energías sobre sus deudos.
En la antigua Grecia, los fantasmas tenían derecho a tres días de presencia en la ciudad; todo el mundo se
sentía mal en esos días y al tercero, invitaban a los espíritus a entrar en las casas y les servía una comida
preparada a propósito; después, cuando se consideraba que su apetito estaba saciado, les decían con
firmeza: “Espíritus amados, ya habéis comido y bebido, ahora marcharos”.
Tanto en Roma como en Grecia el entierro de los muertos era un deber sagrado. Negar sepultura a un
cadáver era condenar al alma a errar sin descanso y, en consecuencia, crear un peligro real para los vivos,
pues esas “almas en pena” eran maléficas. Siempre se temía la presencia de los aparecidos, motivo por el
cual se procuraba que los ritos funerarios se cumplieran sin fallos “para evitar el regreso de los muertos al
mundo de los vivos”.
4. Desde la más remota antigüedad se tiene la creencia de que los difuntos ejercen de mediadores entre
las deidades y los seres vivos, siempre y cuando cumplan unos ritos que han sido transmitidos de
generación en generación hasta nuestros días.

5. Para facilitar el proceso de adaptación de los que quedan vivos a


este período de convalecencia. No sólo pretenden que los
supervivientes estén más tranquilos al aplacar los espíritus,
también sirven para ayudarles a aceptar la realidad de la muerte y
obtener el apoyo de la comunidad.
Los rituales contemplados buscan desarrollar un equilibrio entre el
reconocimiento realista de la tristeza y la alegría sincera por el
hecho de que los creyentes que se ausentan del cuerpo están ahora
con la entidad superior particular y propia de cada mito.

Su importancia de cara al duelo puede verse en la triste situación de los desaparecidos y la necesidad de realizar
rituales simbólicos para dar resolución a una aflicción no iniciada.

6. Otros fines contemplados son: Para cumplir con una tradición, servir de escaparate social (antiguamente las
familias daban más importancia al funeral que al matrimonio), como actividad económica y como
manifestación espiritual general.
La conmemoración de una muerte ha hecho que el funeral sea considerado una forma extrema de dar
importancia cultural a esa circunstancia, y no hacerlo representa su negación, algo así como un ostracismo o
abandono social. Es por ello que en varios países la gente, aunque muy pobre, siempre guarda dinero para
recibir o dar una sepultura decente.
Los rituales funerarios son más que un ritual de despedida y pone en juego una serie de símbolos que otorgan
elementos de integración a la comunidad.
Es bien reconocido que un funeral bien planeado puede facilitar el proceso de recuperación tras la pérdida de
un ser querido, aparte de ayudar a disminuir la probabilidad de una aflicción patológica; en el trabajo con
dolientes se hace evidente que cuanto más corto es el ritual, más complicado el Duelo.

Por su parte, también es evidente la considerable dificultad que los deudos tienen para manejar los
elementos de su propia situación.
Como parte de la fase inicial de shock y aturdimiento, frecuentemente no saben cómo reiniciar las actividades
de la vida diaria que abandonaron antes de la muerte y el ir-muriéndose de su ser querido.
Una gran parte de estos problemas deriva de su propio estatus, que les deja libre la posibilidad de ser
tratados con demostraciones de pesar, sin importar como haya sido su comportamiento inicial.
La presencia de la anulación psíquica y la consecuente dependencia de los deudos de la información obtenida
por sus sentidos, particularmente de los ojos, para mantener el contacto con la realidad durante la fase inicial
del duelo, hace necesario recuperar, potenciar y/o rehabilitar aquellos rituales que ofrezcan a los
supervivientes mayor información visual para facilitar su adaptación al mundo y a la pérdida.

Aunque el culto a los muertos se viene practicando desde las fases finales del paleolítico, al menos dos
aspectos históricos destacan por su interés en los orígenes de la respuesta a la pérdida de algo amado.
El primero de ellos proviene de los registros arqueológicos: uno de los primeros datos que ofrecen señalan la
existencia de prácticas de enterramiento; esto, al menos en parte, permite suponer la conciencia de la muerte
y el dolor por la pérdida.
El segundo, mucho más tardío, proviene del desarrollo del concepto de responsabilidad personal y la
atribución de la conducta humana a causas totalmente internas; este no aparece hasta aproximadamente el
año 500 a.C., en las obras de los dramaturgos griegos: "Por ello, dice el poeta, el hombre pregunta qué
divinidad es la que ha causado una determinada enfermedad, guerra, muerte o pérdida".
El corazón de los dioses sólo se alegraba cuando los hombres cumplían fielmente los múltiples mandatos que
Antecedentes
ellos les habían impuesto; dehistóricos
no ser así, enviaban sobre los mortales su castigo, habitualmente bajo la forma
de infortunios, dolor, angustia moral o enfermedad (actitud muy general que aún persiste en ciertas culturas
y/o niveles culturales); no obstante, tal pérdida podía deberse a la lucha o los celos entre los mismos dioses,
siendo sus protegidos los afectados.

La antigüedad: Lo clásico y lo mitológico


Es en la antiquísima narración babilónica de la aventura del mítico héroe de Sumeria Gilgamesh – dicho
poema es la epopeya cronológicamente más antigua de la historia del mundo, pues fue redactada o
compilada en 12 tablas de arcilla hace más o menos 4000-5000 años -, donde encontramos la más primitiva
descripción del proceso del duelo humano y de los rituales respectivos.
Con todo, nunca hubo en la historia del hombre otro período durante el cual los rituales funerarios y la
expresión del duelo cobrara tal dramatismo y realidad como durante el largo período de la antigüedad,
expresiones que rayan, ciertamente, en lo mitológico.
La muerte señala en la comunidad que ha pasado algo, y hay grandes y fastuosas pausas (p.ej., los juegos
fúnebres). La muerte de un individuo afecta en todo la continuidad del ritmo social: en la ciudad nada
continua igual.
Así, tenemos como más frecuentes: llanto intenso, desvanecimientos, rasgado de vestidos, gemidos de
agudos trinos, golpes en la cabeza y en el pecho (rito de plañideras cisias), arrancamiento de pelos de la
barba y la cabeza, heridas en el rostro producto de violentos arañazos, gritos agudos, arrastrarse por el
suelo, golpear la tierra con las dos manos, etc. Por otro lado, en los funerales podían tener lugar sacrificios
humanos y de animales.
De estos rituales, dos merecen especial atención: el primero tiene relación con la ofrenda de cabellos que en
los hombres se trataba sólo de un rizo, en las viudas de raparse la cabeza (la parte más noble de la persona), y
en las demás mujeres, durante el cortejo fúnebre, llevar el cabello suelto. Recordemos que, mágicamente, el
pelo representa a la persona.
La ofrenda de cabellos que hacían los amigos y familiares del muerto significaba el deseo de seguir
íntimamente unidos con él.
Por otro lado, en los funerales se le ofrece también un mechón de cabellos del muerto a Perséfone
(Proserpina), diosa de los infiernos, para que fuese bien acogido por la diosa.
Ya el luto riguroso también podía apreciarse. Sófocles, y los actores que iban a representar una tetralogía,
enterados del fallecimiento del gran dramaturgo (Eurípides), se presentaron ante el público de luto riguroso,
desprovisto de las coras rituales.
En las culturas precolombinas el color negro representa el principio femenino-nocturno-inframundano y el
rojo el principio masculino-diurno-terrenal.

El segundo ritual de interés son los juegos fúnebres que se llevaban a cabo durante los primeros nueve días
tras el fallecimiento: la carrera de carros, el pugilato, la lucha, la carrera, el combate, el lanzamiento del
peso, el juego del arco y el lanzamiento de jabalina (véase La Ilíada, canto XXIII, “Los funerales de Patroclo”.
La Eneida, libro V). Finalmente, el tercer rasgo más sobresaliente es su duración, que solía ser corta pero
intensa (de 1, 7 y 9 días) en épocas más antiguas, y más larga (hasta un año) en épocas posteriores. (La
Ilíada, canto XIX, “Reconciliación de Aquiles y Agamenón”; Séneca, Cartas Morales a Lucilio, carta LXIII).
La actitud general ante la muerte de un ser querido (o, más usualmente, un amigo o un héroe) bien puede
expresarse con estas palabras de Eurípides: "¡Cuán dulce para los desgraciados es llorar, gemir lúgubremente y
cantar sus males! (...) Pero para los desgraciados es un consuelo lanzar lúgubres gemidos” (Eurípides: Las
Troyanas); aunque, si bien se fomenta la expresión del dolor, se aprecian algunas manifestaciones de rechazo
del duelo muy ocasionales: “No quería el rey Príamo el llanto; en silencio, afligidos dentro del corazón, a la pira
los muertos llevaron ....“ (La Ilíada, canto VII, La Tregua. Construcción del muro).
“La ostentación del dolor es más exigente que el dolor mismo. ¿Cuántos hay que están tristes para sí solos?
Cuando pueden ser escuchados, gimen con mayor violencia, pero más calladamente, con mayor serenidad, en
secreto; en cuanto ven a alguien, se siente excitados a nuevos lloros.
Entonces se golpean la cabeza, cosa que hubiesen podido hacer más libremente cuando nadie podía impedirlo;
entonces invocan a la muerte y se revuelven sobre el lecho; el espectador se va, y cesa todo aquel dolor.
También en ésta, como en otras cosas, se cae en el vicio de comportarse según el ejemplo de la mayoría y de
no atender a lo que conviene, sino a lo que se acostumbra”.
“Nos apartamos de la Naturaleza y nos entregamos al arbitrio del pueblo, que no suele ser ejemplo de nada
bueno, y en esta cosa, como en tantas otras, se muestra lleno de inconsecuencia. Ve a alguien entero en su
dolor, y le califica de poco afectivo y áspero; ve a alguien caído en tierra y abrazado al cadáver, y le llama
afeminado y flojo.
Es menester, por lo tanto, regular todo según la razón (carta XCIX: Consolaciones por la muerte de un hijo)”.

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Hoy día sucede un tanto de lo mismo: llorar se ha vuelto sospechoso; si la persona llora mucho, según se
dice, “... es porque tiene remordimientos”. Si, por el contrario, no llora “es porque no le quería”.
Ante esta situación las personas optan por una postura intermedia: llanto moderado visible a sus vecinos y
ocultación en la soledad de su intimidad, donde ya siente que puede hacerlo con la intensidad necesaria.

Un funeral romano
Los romanos practicaban simultáneamente los dos grandes ritos funerarios, la cremación y la inhumación.
Una vez que se comprobaba la muerte, el hijo mayor cerraba los ojos de su padre y lo llamaba por su
nombre por última vez. Luego se lavaba el cadáver, se lo adornaba, se lo revestía con la toga praetexta y se
lo exponía en el atrium sobre un lecho mortuorio, en medio de flores y guirnaldas.

Durante varios días, mujeres flautistas y


plañideras a sueldo tocaban una música
fúnebre.
Luego, llegado el momento, se formaba un cortejo para acompañar el cadáver fuera del recinto de la
ciudad, en donde se erigía la pira (primitivamente en la noche, posteriormente en las mañanas). Detrás
de los músicos y de las plañideras caminaban hombres que llevaban representaciones de lo que había
sido la vida del difunto.
Si el difunto era noble (patricio), aparecían clientes o actores que llevaban el rostro cubierto por una
máscara que imitaba los ancestros del muerto, de manera que todo el linaje parecía haber venido a
recibir a su descendiente (acto conocido como “jus imaginum o “derecho de imágenes”); luego venía el
cadáver transportado sobre una camilla con el rostro descubierto.
Lo seguían parientes y amigos, los hombres con toga de color oscuro, las mujeres con los cabellos sueltos
y en desorden. En los funerales de los nobles, la oración fúnebre para el muerto (laudatio) la rezaba en el
foro su pariente más cercano.
Finalmente se llegaba hasta la pira en la que se depositaba el cadáver entre perfumes y presentes.
Mientras duraba la cremación, los parientes no debían alejarse. Luego, se recogían los huesos calcinados
en medio de las cenizas calientes, se les lavaba con vino y se les ponía dentro de una urna, depositada a
su vez en una tumba.
Si los Vitalia conciernen a la vita del difunto y a todo lo que está destinado a protegerla, los Parentalia
remiten a las honras que son debidas a los parientes muertos y a la solemne ceremonia con la cual los
vivientes le manifiestan su cariño. A los nueve días del sepelio tenía lugar el banquete fúnebre conocido
como novendalia.
En torno a la muerte los romanos desarrollaron complejos ritos. Cuando una persona estaba a punto de
morir, su cuerpo se ponía en el suelo, uno de sus seres queridos le daba el último beso y cerraba los ojos.
Al morir, se producía la conclamatio por la que los presentes invocaban el nombre del difunto. Las
mujeres de la casa y los trabajadores de pompas fúnebres preparan el cadáver limpiándolo con agua
caliente y aplicándole ungüentos para vestirlos con sus mejores galas.
La presencia en los ritos funerarios de ceremonias de purificación que incluían banquetes fúnebres
posteriores a la muerte, junto a las comidas y ceremonias con motivo de las fiestas anuales de las Parentalia
y las Lemuria entre los romanos, justificaban la necesidad de edificios sepulcrales y motivaban la agrupación
de los menos favorecidos en asociaciones funerarias que les garantizasen los ritos sociales que debían
acompañar su muerte.
Los antiguos cristianos
Durante este período, el fenómeno de las plañideras - ya alquiladas para hacer más intenso el duelo - estaba
muy extendido;
así lo apoyan dos aportaciones del antropólogo francés P. Ariés: San Juan Crisóstomo se indignaba contra los
cristianos que "alquilaban a mujeres, a paganas como plañideras, para hacer más intenso el luto y atizar el
fuego del dolor sin escuchar a San Pablo”.
Por otra parte, los Cánones del Patriarcado de Alejandría también reprobaban estas manifestaciones: "los que
están de duelo deben limitarse a la iglesia, al monasterio, a la casa, silenciosos, calmos y dignos, como deben
serlo los que creen en la verdad de la resurrección".
Por principio y por tradición popular, el duelo durante esta época debía sobrepasar la medida; se condenaba
menos su carácter mercenario que el exceso que manifestaban, puesto que se descargaba sobre otros la
expresión de un dolor que no se sentía lo bastante personalmente. No obstante, tal manifestación debía
mantenerse con esplendor, aunque el precio fuese muy alto.
Primera Edad Media
En la primera Edad Media los ritos de la muerte
estaban dominados por la familia y amigos del difunto,
quienes protagonizaban las escenas del duelo y
acompañamiento. Eran fundamentalmente civiles y el
papel de la iglesia se reducía a la absolución ántuma y
póstuma.

La escena del duelo se hallaba dividida en dos actos sucesivos e inmediatos: durante el
primero, las manifestaciones eran salvajes (al más puro estilo antiguo) o así debían
parecerlo:
"apenas se constataba la muerte, a su alrededor estallaban violentas manifestaciones de
desesperación", circunstancia que contrastaba con la calma y sencillez del moribundo en
espera de la muerte.
Tales gestos de pena y dolor sólo eran interrumpidos por el elogio del difunto, segundo
acto de esta escena; habitualmente existía un “guía del duelo” quien se encargaba de las
palabras de despedida, haciéndose especial hincapié en la espontaneidad de los
acompañantes (familiares, amigos, señores y vasallos del difunto).
El período de duelo solía durar algunas horas, el tiempo de la vela, a veces el tiempo del
entierro: un mes como máximo en las grandes ocasiones; las gentes se vestían de rojo, de
verde, de azul, del color de los vestidos más hermosos para honrar al muerto.
Segunda Edad Media
Las convenciones sociales ya no tendían a expresar la violencia del dolor y se inclinaban desde el momento de
la muerte hacia la dignidad y el control de uno mismo: ya no parecía tan legítimo ni tan poco tan usual perder
el control de uno mismo para llorar a los muertos.
El duelo medieval expresaba la angustia de la comunidad visitada por la muerte. Las visitas del duelo rehacían
la unidad del grupo, recreaban el calor de los días de fiesta (retorno a lo antiguo):
las ceremonias del entierro se convertían también en una fiesta de la que no estaba ausente la alegría, donde
la risa hacía que con frecuencia las lágrimas desaparecieran.

En la segunda Edad Media, y más particularmente después


del establecimiento de las ordenes mendicantes
(carmelitas, agustinos, capuchinos y dominicos), la
ceremonia del duelo, el velatorio y el entierro cambió de
naturaleza; la familia y los amigos, ahora silenciosos, han
dejado de ser los principales actores de una acción
desdramatizada.
En adelante, y probablemente a partir de los siglos XII y
XIII, los principales papeles estarán reservados a los
sacerdotes (ordenes mendicantes especialmente), a
personas semejantes a monjes, laicos con funciones
religiosas, como las ordenes terceras o los cofrades, es
decir, a los nuevos especialistas de la muerte.
Así, el acompañamiento se convierte en una solemne procesión escolástica: los parientes y amigos no
fueron desde luego apartados, pero en los cortejos ordinarios son tan discretos que llega a dudarse de su
presencia; pobres y niños de hospital (expósitos o abandonados) empiezan a integrar el cortejo según la
riqueza y generosidad del difunto, al tiempo que intercederían en favor suyo ante la corte celestial.
La procesión solemne del séquito se convierte así en la imagen simbólica de la muerte y los funerales; el
orden y composición del séquito eran fijados por el muerto en el testamento (costumbre que persiste en
los siglos XVI-XVIII):
Desde su último suspiro, el muerto no pertenece ya ni a sus iguales o compañeros, ni a su familia, sino a
la iglesia; la lectura del oficio de los muertos a sustituido a las antiguas lamentaciones.

Siglos XVI, XVII y XVIII


Hay suficientes pruebas para concluir que los rituales mortuorios, propios de siglos anteriores, entran en
crisis; el abundante cortejo religioso, así como las representaciones de caridad y pobreza (comunidades
mendicantes, hermandades, pobres, etc.), empiezan a volverse más sencillos, sin fasto ni pompa, las
procesiones son ya menos numerosas y las exequias barrocas comienzan a ser mal vistas.
Así, las manifestaciones de aflicción se relacionaban con la sencillez: los testadores piden humildad, tanto
en la casa como en la iglesia. A pesar de ello, el duelo con plañideras subsistía en algunas regiones.
Las noticias de una muerte se acogen con frialdad: "quién pierde a su marido o a su mujer busca
rápidamente alguien que lo reemplace"; en otros casos el superviviente se "retira del mundo" y espera su
propio fin. La expresión de dolor sobre el lecho de muerte ya no se admite; en cualquier caso, es pasada en
silencio.
El que está demasiado afligido como para volver a una vida normal tras el breve lapso concedido por la
costumbre, no tiene más remedio que el retirarse al convento, al campo, fuera del mundo en que es conocido.
Para Ariés, la voluntad de simplificar los ritos de la muerte, de reducir la importancia afectiva de la sepultura y
del duelo fue inspirada por una causa religiosa, por un ejercicio de humildad cristiana, pero ésta se confundió
rápidamente con un sentimiento más ambiguo. Desde entonces el duelo comienza a perder definitivamente
su significado de liberación, de expresión de sentimientos. Por otra parte, el uso del negro se hace general a
partir del siglo XVI.

Siglos XIX y XX
En el siglo XIX, la muerte era algo muy familiar y
natural, que no se escondía ni se revestía de gran
dramatismo. Había incluso una reticencia a dar nombre
a los niños al nacer, se esperaba un tiempo prudencial
hasta ver si iban a sobrevivir.
Esta actitud de resignación ante la muerte de los niños
como un hecho posible puede observarse entre
comunidades pobres dentro de las cuales la lucha por la
sobrevivencia es grande y la muerte una de las
posibilidades cotidianas. No es raro escuchar con total
naturalidad a un padre o a una madre de familia que
tuvieron un cierto número de hijos de los cuales
sobrevivieron muy pocos.
Las manifestaciones públicas del duelo, así como una expresión privada demasiado insistente y lánguida, son
ya de naturaleza morbosa: las crisis de lágrimas y las manifestaciones dramáticas se convierten en "crisis de
nervios".
Después de la muerte se clava en la puerta de la casa del difunto una "esquela de duelo", sustituyendo así a
la antigua costumbre de exposición del difunto o del ataúd; el período de duelo se convierte en un "período
de visitas": al cementerio, de los parientes y amigos de la familia, etc.
El abandono del duelo, según Ariés, se inicia a partir de finales del siglo XIX, y su prohibición, a partir de
1914. Sin embargo, tal frivolidad no se debe a los supervivientes, sino a una coacción despiadada de la
sociedad: el superviviente queda aplastado entre el peso de su pena y el de la prohibición de la sociedad.

Gitanos
Los gitanos romá de Chile manifiestan un gran respeto por sus difuntos. De
hecho, el peor insulto entre ellos consiste en ofender a los muertos.
Cuando un gitano fallece se le vela en una carpa 3 días. Bajo el ataúd se
colocan aquellas cosas que más le gustaban (café, cigarrillos, vino, frutas,
etc.).
Sus familiares deben cumplir con un duelo que consiste en no usar jabón,
no afeitarse, no usar ropa nueva, no escuchar música, no asistir a las fiestas
de la comunidad (no bailar ni cantar), no pintar, etc.
Los gitanos hombres deben usar una pequeña cinta de color negro en la
camisa como señal externa del luto (esta debe quemarse una vez
terminado aquel). La duración de estas restricciones dependen del
parentesco (desde una semana a un año).
Una tradición mantenida hasta el día de hoy es el banquete fúnebre que se realiza en memoria del gitano
fallecido: se celebra a los 7 días, a los 6 meses y al año después de la muerte.
Se comen las comidas que especialmente le gustaban al difunto y se deja un espacio en la mesa reservado
para él. Los alimentos que sobran deberán botarse.
En la visita al cementerio (limoria) se llevan frutas, flores, velas y se encienden cigarrillos.
Pueden realizarse promesas a cumplir una vez acaecido el fallecimiento (por ejemplo, no beber licor durante
un tiempo determinado), promesas que son de carácter sagrado; en caso de no cumplirlas, quedará prókleto
(maldito) y será marginado y despreciado por la comunidad. Por otra parte, no se permiten las autopsias. Los
gitanos deben enterrarse tal y como fallecieron, con todas sus pertenencias, si tenían joyas, se les entierra
con ellas, a menos que él en vida haya dicho otra cosa.

Levantar el Duelo:
Una costumbre colonial que se mantuvo durante largos años fue la de retornar a la casa del difunto y
permanecer en ella largas horas, hasta que alguno se atrevía a levantarse y despedirse, momento en que se
concluía esta ceremonia y todos se despedían y se retiraban. Generalmente a las 8 de la noche era el
momento apropiado para “levantar el duelo”. Se reconocía incluso, posteriormente, a aquella “persona
encargada de levantar el duelo”.

Funerales Católicos
Aunque la muerte es siempre dolorosa, para el cristiano no es el fin sino el pasaje a la vida eterna. Dar
entierro es una de las obras de misericordia. El lugar para hacerlo debe ser un cementerio, preferentemente
católico, ya que estos han sido consagrados como lugares santos de reposo y manifiestan el respeto que los
católicos le tienen a la vida y a la muerte de Cristo.
Las funciones litúrgicas son las prácticas rituales de la Iglesia durante el
entierro de sus hijos.
La Constitución sobre la Liturgia del Concilio Vaticano Segundo instruyó
que se revisaran los servicios de funeral para que “estos expresaran
más claramente el carácter pascual de la muerte de Cristo”; y que se
incluyera una “Misa especial al rito para el funeral de los niños”.
Ambas cláusulas se implementaron en el nuevo rito promulgado por el
Papa Paulo VI que tomó efecto el 1º de Junio de 1970. Éste hace un
mayor énfasis en la esperanza cristiana en la vida eterna y en la
resurrección final de entre los muertos.

Los funerales pueden ser sencillos pero siempre guardando el respeto y la dignidad del cuerpo humano.
Lo importante es acudir al Señor en oración, lo cual es la razón para celebrar los ritos fúnebres católicos: la
vigilia, la liturgia funeral, el rito de despedida y el entierro. Por medio de ella se expresa la fe y se
encomienda el difunto a la misericordia de Dios.
Artículo 2: Las Exequias Cristianas
1680. Todos los sacramentos, principalmente los de la iniciación cristiana, tienen como fin último la Pascua
definitiva del cristiano, es decir, la que a través de la muerte hace entrar al creyente en la vida del Reino.
Entonces se cumple en él lo que la fe y la esperanza han confesado: “Espero la resurrección de los muertos y
la vida del mundo futuro” (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
I. La última Pascua del cristiano
1681. El sentido cristiano de la muerte es revelado a la luz del Misterio Pascual de la muerte y la
resurrección de Cristo, en quien radica nuestra única esperanza. El cristiano que muere en Cristo Jesús
“sale de este cuerpo para vivir con el Señor” (2 Co 5,8).
1682. El día de la muerte inaugura para el cristiano, al término de su vida sacramental, la plenitud de su
nuevo nacimiento comenzado en el Bautismo, la “semejanza” definitiva a “imagen del Hijo”, conferida
por la Unción del Espíritu Santo y la participación en el Banquete del Reino anticipado en la Eucaristía,
aunque pueda todavía necesitar últimas purificaciones para revestirse de la túnica nupcial.
1683. La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su
peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo “en las manos del Padre”.

II. La celebración de las exequias


1684. Las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El ministerio de la Iglesia pretende
expresar también aquí la comunión eficaz con el difunto, hacer participar en esa comunión a la asamblea
reunida para las exequias y anunciarles la vida eterna.
1685. Los diferentes rito de las exequias expresan el carácter pascual de la muerte cristiana y responden a
las situaciones y a las tradiciones de cada región, aún en lo referente al color litúrgico (cf SC 81).
1686. El Ordo exequiarum (OEx) o Ritual de los Funerales de la liturgia romana propone tres tipos de
celebración de las exequias, correspondientes a tres lugares de su desarrollo (la casa, la iglesia, el
cementerio), y según la importancia que les presten la familia, las costumbres locales, la cultura y la
piedad popular. Por otra parte, este desarrollo es común a todas las tradiciones litúrgicas y comprende
4 momentos principales.
1687. La Acogida de la Comunidad: El saludo de fe abre la celebración. Los familiares del difunto son
acogidos con una palabra de “consolación” (en el sentido el Nuevo Testamento: la fuerza del Espíritu
Santo es la esperanza; cf 1 Ts 4,18). La comunidad orante que se reúne espera también “las palabras de
vida eterna”.
La muerte de un miembro de la comunidad (o el aniversario, el séptimo o el trigésimo día) es un
acontecimiento que debe hacer superar las perspectivas de “este mundo” y atraer a los fieles a las
verdaderas perspectivas de la fe en Cristo resucitado.

1688. La Liturgia de la Palabra. La celebración de la Liturgia de la Palabra en las exequias exige una preparación,
tanto más atenta cuanto que la asamblea allí presente puede incluir fieles poco asiduos a la liturgia y amigos
del difunto que no son cristianos.
La homilía, en particular, debe “evitar” el género literario de elogio fúnebre (OEx 41) y debe iluminar el
misterio de la muerte cristiana a la luz de Cristo resucitado.
1689. El Sacrificio Eucarístico. Cuando la celebración tiene lugar en la Iglesia, la Eucaristía es el corazón de la
realidad pascual de la muerte cristiana (cf OEx 1).
La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el
sacrificio y resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias y que
sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino (cf OEx 57).
Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de fieles, especialmente la familia del difunto, aprende a vivir en
comunión con quien “se durmió en el Señor”, comulgando con el Cuerpo de Cristo, de quien es miembro vivo,
y orando luego por él y con él.
1690. El Adiós (“a Dios”) al difunto es “su recomendación a Dios” por la Iglesia. Es el “último adiós por el que
la comunidad cristiana despide a uno de sus miembros antes que su cuerpo sea llevado a su sepulcro” (OEx
10).
La tradición bizantina lo expresa con el beso de adiós al difunto: “Con este saludo final se canta por su
partida de esta vida y por su separación, pero también porque existe una comunión y una reunión.
En efecto, una vez muertos no estamos en absoluto separados unos de otros, pues todos recorremos el
mismo camino y nos volvemos a encontrar en un mismo lugar.
No nos separaremos jamás, porque vivimos para Cristo y ahora estamos unidos a Cristo, yendo hacia él...
estaremos todos juntos en Cristo” (S. Simeón de Taselónica, De ordine ep).

2300. Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con


respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección.
Enterrar a los muertos es una obra de misericordia
corporal que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu
Santo.
2301. La autopsia de los cadáveres es moralmente
admisible cuando hay razones de orden legal o de
investigación científica. El don gratuito de órganos después
de la muerte es legítimo y puede ser meritorio. La Iglesia
permite la cremación cuando con ella no se cuestiona la fe
en la resurrección del cuerpo.
El Día de los Muertos o de Los Santos Difuntos
No se trata de una fiesta con rasgos netamente prehispánicos, es
una mezcla de elementos culturales indígenas y españoles que
alcanza su máxima expresión en México (este país y la India
deben estar presentes en cualquier recuento referido a los
rituales fúnebres).
Los días que se lleva a cabo la celebración no son para todos los
pueblos el 1 y 2 de Noviembre, como lo marca el calendario
católico, pues mucho grupos indígenas comienzan la
conmemoración a sus familiares fallecidos el 28 de Octubre y la
terminan el 3 de Noviembre.
Esta festividad se divide realmente en 2 partes: una destinada a
los “muertecitos”, niños o angelitos (Octubre 31 y Noviembre 1) y
la de los adultos (Noviembre 1 y 2).
Son muy pocas las referencias de las festividades dedicadas a los muertos en la época prehispana, si bien
estas se realizaban en diferentes meses ya que al mismo tiempo se rendía culto al dios de la fiesta.
Estas festividades eran muy solemnes, se entonaban cantos, se danzaba, se ofrecían todo tipo de
ofrendas a las imágenes de los dioses y a las sepulturas de los muertos (flores, frutas, gallinas, maíz,
vestidos, mantas, legumbres, incienso, etc.), incluso se llegaban a realizar sacrificios humanos en algunas
comunidades indígenas.
Algunas culturas diferenciaban las fiestas para sus muertos, ya fueran estos niños (p.ej., fiesta de los
muerecitos), la cual se realizaba con antelación, y la fiesta de los muertos adultos. Después de la
Conquista, ambas fiestas comenzaron a celebrarse conjuntamente el día de Todos los Santos.
Algunas culturas conservan, sin embargo, otras festividades dedicadas a los muertos en otros meses del
año (véase cultura mexicana), por ejemplo, en el día de las madres, día de los niños, etc.

En este bullicio, las sepulturas se cubren de flores, veladoras, fruta, comida, dándose el trueque de los
artículos en algunos casos o simplemente el compartir y acercarse a saludar, se trata de un momento
comunitario, un acercamiento en la igualdad de la muerte.
Con relación a España, para aquellos del siglo XVI la celebración del día de difuntos era muy semejante, es
decir, ofrenda de alimentos pues los muertos regresaban a la tierra a visitar y compartir los alimentos con sus
parientes vivos, si bien no se trata de una creencia totalmente española sino de costumbres chinas y egipcias
que les fueron heredadas a través de los árabes.
Esta creencia estaba tan arraigada en la antigüedad que en algunos pueblos durante la víspera de la llegada
de las benditas ánimas las familias no hacían la cama con el fin de que las almas de sus parientes pudieran
descansar después de su largo viaje a este mundo.
Ritual de acuerdo con la tradición religiosa:

D. Ceremonias según
Tradición las diferentes tradiciones religiosas
Religiosa Servicio

Cristiana Ortodoxa Un entierro tradicional con servicio en la iglesia.

Católica Misa en la iglesia. La mayoría de los católicos eligen un entierro tradicional con un día
de velorio y visitas.

Judía Ortodoxa Se exige el entierro del cuerpo en las primera 24 horas de ocurrida la muerte, sin
embalsamamiento ni velación; ataúdes de madera.

Griega Ortodoxa Un entierro tradicional con servicio en la iglesia.

Evangélica Entierro tradicional con velorio y visitas.

Musulmana Servicio tradicional de velorio y visitación con servicio en una iglesia o en una
funeraria; los miembros de la comunidad acostumbran vestir y maquillar el cuerpo;
entierro del cuerpo en las primera 24 horas de ocurrida la muerte.

Hindú/Islámica Cremación de manera tradicional el mismo día y visitación.


Presente y Futuro
Hoy día, si usted es el responsable de hacer los planes para alguien que
ha muerto, entonces usted necesitará definir lo siguiente:
A. El Certificado de Defunción: Es de obligada presentación.
B. Póliza de servicios funerarios, servicio prepagado, plan de previsión
exequial.
C. ¿Qué tipo de servicio desea para la disposición del cuerpo?: Primero
investigue si el difunto dejó una carta de instrucciones; si este es el
caso, siga las instrucciones lo mejor que pueda; en caso contrario, su
asesor/director funerario podrá ayudarle, o hacer usted algunas
gestiones; tómeselo con calma, no permita que le presionen y demande
tiempo extra para hacer los preparativos.
Ninguna institución está autorizada para retirar un cadáver sin el consentimiento del familiar más próximo.
Si van a haber donaciones del cuerpo o de órganos, deberá ponerse en contacto con la institución respectiva
rápidamente. Los tipos de servicio son:
Servicio Funerario: Usualmente se lleva a cabo en la Iglesia o en la funeraria, con el cuerpo presente, y se
hace prontamente después de la muerte.
Servicio Memorial: Un memorial se lleva a cabo sin el cuerpo presente y puede tener lugar días o semanas
después de la muerte. Puede realizarse en una Iglesia, en una funeraria o en un lugar público como un
parque.
Servicio Fúnebre: Se realiza junto al sitio de la tumba justo antes del entierro, o en una capilla justo antes de
la cremación.
Cremación: Cuando se elige la cremación, pueden tenerse los servicios descritos anteriormente, solo que el
cuerpo es llevado al cuarto de incineramiento.
Servicio de Envío: Para enviar un cadáver a otra ciudad o país.
Servicio de Recibo: Para recibir un cadáver de otro departamento o país.
Elección de ataúdes, contenedores alternativos y urnas: Los ataúdes están disponibles en diferentes
materiales: madera, acero, cobre, aleaciones, etc.; los contenedores alternativos pueden ser cajas de cartón
o de madera en forma de ataúd para las cremaciones; las urnas para las cenizas pueden ser de cerámica,
madera, granito, mármol, etc.
Disposición del cuerpo: Usualmente es en un cementerio; dispone de varias alternativas: lote, bóveda, placa
conmemorativa, cripta/mausoleo, columbario, con los gastos de mantenimiento respectivos.
Como una forma de reaccionar a la tradición funeraria, y con el ánimo de expresar nuevas formas de
pensamiento y expresión artística fúnebre, surge en Europa (Amsterdan, Holanda) el “funeral alternativo”,
considerado por algunos como la nueva ars moriendi.
Sus elementos más característicos son:
• ataúdes en forma de cuna o pintados con motivos florales
• fuegos artificiales (cohetes conocidos como “last rest rocket”) que esparcen en el cielo las cenizas del
difunto
• funeraire café (café funerario donde se reúnen artistas, intelectuales y empresarios del ramo)
• oficinas y representaciones de funerarias y crematorios que ofrecen paquetes de entierros y
cremaciones a medida
• galerías especializadas en arte funerario
• armarios-ataúdes, lápidas inusuales (incluidas las lápidas de miga de pan), ataúdes ensamblables
• funerales “hágalo-usted-mismo”
• funerales ecológicos (sin lápidas ni recordatorios, solo se planta una flor o un árbol)
• casas de banquetes fúnebres organizados
• esculturas o adornos recordatorios en lugar de lápidas que pueden ser colocados en interiores o
jardines.
Álvares Muro, A. (2005). Cortesía y descortesía. Mérida: ULA.
Espar, T. (1995). El relato oral como discurso mediador entre este
mundo y la otra orilla. Puebla, Revista Escritos, Nº 11-12.
Referencias Bibliográficas García, A. (2000). Signos y símbolos. Imágenes de la muerte
(Documento en línea) Disponible: http://tanatologia.org/
tanatologia/signos-simbolos.html. (Consulta: 2004)
Subirats, E. (1983). El alma y la muerte. Barcelona: Anthropos.
Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Vicerrectorado
de Investigación y Postgrado. (2003). Manual de trabajos de
Texto recopilación de Dr. Jorge grado, de especialización, maestría y tesis doctorales. Caracas:
Montoya Carrasquilla, editado Fondo Editorial de la Universidad Pedagógica Experimental
por Lic. Yaneth Rubio Pinilla. Libertador
https://ugc.kn3.net/s/http://www.youtube.com/v/bYGuovbYWRI
link: http://www.youtube.com/watch?v=bYGuovbYWRI

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