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Fúnebres1
[1873]
Gabriel René-Moreno
Quizá este sea el texto que funda la crítica literaria moderna en Bolivia.
Sugiere una serie de gestos y actos que luego reproducirá, con menos
claridad pero igual pasión, Carlos Medinaceli. Y lo hace modestamente,
como si lo suyo fuera –à la Borges– un simple comentario bibliográfico.
En concreto: a) Propone el desencuentro entre formas y contenidos en
la literatura boliviana. Es decir, que la sociedad produce aquí una serie
de contenidos y vitalidades que no necesariamente son expresables
en las formas y distinciones dominantes de la literatura europea. Este
desencuentro es intensamente productivo: nuestros contenidos acaban
desencadenando una autonomía formal. Así, como en Argentina Domingo
F. Sarmiento (que escribe el inclasificable Facundo) o en Brasil Machado de
Assis (que inventa una peculiar forma novelesca en el Brás Cubas), René-
Moreno identifica –en su trabajo de lectura– un género a medio camino
entre la oralidad y la escritura: los textos “fúnebres”, “género espectral”
consagrado a “las coronas textuales” (en sus propias palabras). b) El texto
narra el propio trabajo del crítico, que descubre o crea ese nuevo género
en su labor misma de rescate, recopilación y ordenamiento de los textos.
Hasta hoy, esa será una condición mínima y a la vez determinante de la
crítica literaria en Bolivia: leer es restituir un corpus textual disperso,
mutilado, perdido. Recuérdese, si no, a Medinaceli peleando con las
mantequeras en Potosí (como René-Moreno, antes, en su lucha contra
la saliva humana y los ancucus). c) Para René-Moreno, ese corpus textual
reconstituido (que aparece frente a él en un empastado querido, raro,
junto a esos otros textos dedicados también “a la disolución y la muerte”:
las constituciones políticas del Estado) poco tiene que ver con “la calidad
literaria” –esa no es la principal función del crítico– y mucho, à la Ador-
no, con la “vitalidad de una sociedad”. No me extiendo más: a lo largo
1 Lectura hecha en la Academia de Bellas Letras [de Santiago de Chile]. na: Gabriel
René-Moreno. “Fúnebres”. Revista Sud-América (Santiago de Chile), vol. XII (1873):
121-141. Selección: pp. 121-132.
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78 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia
3 Memoria fúnebre por la muerte del Ilmto. Sr. Dr. José Manuel Indaburo, dignísimo obispo de
la Paz de Ayacucho, acaecida día 16 de diciembre, año de 1844, 4.º de 42 pp. Imprenta
del Colejio de Artes. Oración fúnebre que pronunció el R. P. Lector Fr. Antonio Saez,
relijioso de Propaganda Fidæ, en celebridad de las exequias del Iltmo. señor Dr. don José
Manuel de Indaburu, el 14 de diciembre, en esta santa iglesia catedral metropolitana, 4.º
de 12 páginas. Imprenta de Castillo.
82 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia
Los opúsculos últimamente venidos son del año pasado, tres publi-
cados en Cochabamba y uno en Oruro,4 con ocasión de la muerte de don
Lucas Mendoza de la Tapia, personaje político que figuró en primera fila
y llegó a ser corifeo doctrinario.
Este patriota boliviano merecía sin disputa los favores de la pompa y
la oratoria fúnebres. Un discurso sentido a la vez que razonable hubiera
cerrado digna y ejemplarmente su fosa.
Hombre instruido y apasionado, que entre la turba de descreídos amó
los principios y no prevaricó; político que padeció persecuciones por la
buena causa (lo que allá no es raro), cometió graves yerros (cual sucede a
menudo) y de cuya obra de estadista nada queda (como pasa más a menu-
do todavía); apóstol que, al propagar con buen éxito entre la juventud la
doctrina federalista, deja la duda de si ha hecho con su escuela un mal du-
radero a su país; jefe de partido y candidato: los amigos y parciales tenían
sin duda mucho que deplorar en voz alta y la opinión nacional algo que
advertir con respeto en la sepultura del señor Mendoza de la Tapia.
Pero Cochabamba, pueblo exaltado, valeroso y noble, y que siempre
se mostró singular en el amor y el odio, ha ensalzado a su hijo idolatrado
como a un semidiós, convirtiendo sus funerales en apoteosis.
¿Para qué insultar esos manes, mostrando a la malignidad indiferente
lo que deliró Cochabamba en vida y muerte por aquel hombre distingui-
do? Baste saber que sin contar los rasgos biográficos y las necrologías
escritas, y prescindiendo de lo que se peroró en otros lugares o ciudades
con motivo de sus exequias, pasan de cuarenta las arengas de su entierro.
Habiendo salido a las tres de la tarde de la casa mortuoria el cortejo, no
llegó al panteón sino muy entrada la noche por causa de los discursos.
Fue menester dejar todavía insepulto el cadáver. Al día siguiente hubo
discursos hasta las doce del día. La parte versificante fue corta. Discursos
hubo entrecortados por sollozos e interrumpidos por el llanto. Para esos,
todo respeto y consideración.
4 Guirnalda fúnebre dedicada a la memoria del esclarecido ciudadano Dr. Lucas Mendoza de
la Tapia. 4.º de 88 pp., Cochabamba, 1872, Imprenta del Siglo. Discurso fúnebre
pronunciado por el editor y redactor de “La Candidatura Civil” sobre la tumba de su
ilustre candidato Dr. Lucas Mendoza de la Tapia. 4.º de 21 pp., Cochabamba, 1872,
Imprenta de Gutiérrez. Oración fúnebre del Dr. Lucas M. de la Tapia, pronunciada por
el canónigo magistral Dr. Jacinto Araya en las solemnes exequias celebradas por el eterno
descanso de su alma, el día 29 de mayo de 1872, en la iglesia catedral de Cochabamba. 4.º
de 14 pp. Cochabamba, 1872, Imprenta del Siglo. Corona fúnebre a la memoria del
virtuoso ciudadano Dr. Lucas Mendoza de la Tapia. 4.º de 26 pp., Oruro, 1872, Impren-
ta Boliviana.
René-Moreno: Fúnebres [1873] 83
ciertamente (que sería en vano), con sus tristes impresiones, vivir y durar
más allá del momento actual. En cuanto a la pompa fúnebre, ella será
siempre pompa; y por eso el catafalco que se levanta airoso del pavimento
a la cúpula, bajo sus negros crespones y galoneados cendales, oculta una
armazón de adobes y tablas. Si el buen gusto y la sencillez no reinan en
todas estas efímeras suntuosidades de la muerte, el caso no tiene impor-
tancia ni significación especial. Es asunto de usos y costumbres, de mayor
o menor cultura, de tosquedad o refinamiento en las artes ornamentales.
Que se vaya a otra parte la palmeta de la crítica, allá donde la petulancia
luce sola y arrogante, a esas palestras teatrales donde la vanidad literaria
se exhibe monda y sin móvil noble que la disculpe.
Porque, además, ¿quién negará que, a la vuelta de esta trivialidad
hinchada y de esta grandilocuencia profanadora, hay en las piezas que
nos ocupan un no sé qué grave, elevado y religioso, que si no brota de la
fuente misma, se avecina a la fuente? Este apóstrofe a la muerte, de viva
voz, frente a frente, empuñando con palidez la débil antorcha de la vida,
reviste por sí mismo una solemnidad y una grandeza que deficiencias de
otro orden no son parte en menoscabar. Esta melancolía generosa, que si
se disfraza y atavía es para presentarse, a su modo, más digna del momen-
to supremo y del adiós al que parte a regiones “de donde ningún viajero
vuelve;” esta invocación a los recuerdos que quedan y a las esperanzas
que nacen en presencia de la materia allí inerte, pero que ayer pensaba
y sentía cual nosotros, no es ciertamente tan menesterosa del arte y sus
prestigios secretos, que no logre hacerse sentir por sí sola en cualquier
espíritu serio, y aun a pesar del que la desdora a fuerza de dorarla. Infiel
o sincero, con solo ser su intérprete en el momento oportuno, ya puede
uno contar de seguro con que sabrá ser elocuente por el hecho, y que su
voz a lo menos tendrá vagamente un sentido profundo y conmovedor,
como la campana de la agonía que toca al alma por la intención del que
la tañe.