Está en la página 1de 11

5

Fúnebres1
[1873]

Gabriel René-Moreno

Quizá este sea el texto que funda la crítica literaria moderna en Bolivia.
Sugiere una serie de gestos y actos que luego reproducirá, con menos
claridad pero igual pasión, Carlos Medinaceli. Y lo hace modestamente,
como si lo suyo fuera –à la Borges– un simple comentario bibliográfico.
En concreto: a) Propone el desencuentro entre formas y contenidos en
la literatura boliviana. Es decir, que la sociedad produce aquí una serie
de contenidos y vitalidades que no necesariamente son expresables
en las formas y distinciones dominantes de la literatura europea. Este
desencuentro es intensamente productivo: nuestros contenidos acaban
desencadenando una autonomía formal. Así, como en Argentina Domingo
F. Sarmiento (que escribe el inclasificable Facundo) o en Brasil Machado de
Assis (que inventa una peculiar forma novelesca en el Brás Cubas), René-
Moreno identifica –en su trabajo de lectura– un género a medio camino
entre la oralidad y la escritura: los textos “fúnebres”, “género espectral”
consagrado a “las coronas textuales” (en sus propias palabras). b) El texto
narra el propio trabajo del crítico, que descubre o crea ese nuevo género
en su labor misma de rescate, recopilación y ordenamiento de los textos.
Hasta hoy, esa será una condición mínima y a la vez determinante de la
crítica literaria en Bolivia: leer es restituir un corpus textual disperso,
mutilado, perdido. Recuérdese, si no, a Medinaceli peleando con las
mantequeras en Potosí (como René-Moreno, antes, en su lucha contra
la saliva humana y los ancucus). c) Para René-Moreno, ese corpus textual
reconstituido (que aparece frente a él en un empastado querido, raro,
junto a esos otros textos dedicados también “a la disolución y la muerte”:
las constituciones políticas del Estado) poco tiene que ver con “la calidad
literaria” –esa no es la principal función del crítico– y mucho, à la Ador-
no, con la “vitalidad de una sociedad”. No me extiendo más: a lo largo

1 Lectura hecha en la Academia de Bellas Letras [de Santiago de Chile]. na: Gabriel
René-Moreno. “Fúnebres”. Revista Sud-América (Santiago de Chile), vol. XII (1873):
121-141. Selección: pp. 121-132.

[77]
78 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

de la antología iré señalando estas líneas –propuestas en este texto de


René-Moreno– como organizadoras de la tradición crítica en Bolivia.

Fúnebres: tal es el título, poco risueño en verdad, que en la portada y en el


lomo llevan los volúmenes 41 y 42 de la segunda serie de los documentos
bolivianos que, para su conservación y mejor consulta, recoge en estos
momentos y ordena metódicamente el que estas líneas escribe. Fúnebres
es el nombre con que ha sido bautizado el conjunto de opúsculos en 4.º
español que en la ya referida colección de impresos se contraen pura y
exclusivamente a la descripción de pompas funerales, exequias, honras,
etc., y a publicar los discursos y elegías que se recitan en los entierros de
toda clase de personas.
Sin incluir los opúsculos de la misma especie pero impresos en
tamaño mayor, y no contando además una treintena entre los que han
desaparecido del todo o se han escapado a las pesquisas del coleccionista
y a las dádivas generosas de sus amigos, el centenar de guirnaldas, coronas
fúnebres, lágrimas, lirios en la tumba, etc. con que han sido formados los dos
gruesos volúmenes antedichos constituyen un archivo copioso de noticias
biográficas y son como un gran obituario académico de Bolivia, desde
1845 hasta el año próximo pasado de 1872.
Es costumbre en Bolivia que cuando se muere cualquiera persona
notable del barrio se celebren con pompa sus funerales. A esta piadosa
ceremonia acude el vecindario, asociándose de todo corazón al duelo de
los parientes. Conservándose la práctica edificante de la primitiva Igle-
sia, se lleva a pie y en procesión el cadáver a su última morada, después
de haberse celebrado en el templo parroquial las exequias y la misa de
réquiem.
Y sucede en tales ocasiones que, desde el atrio del templo basta el
borde de la sepultura, se le van recitando al difunto de trecho en trecho,
durante la larga caminata, loas fúnebres en prosa y verso, haciéndose para
ello detener el féretro y el convoy en medio de la calle, todos sombrero
en mano, la consternación pintada en los semblantes, el tumulto y la
apretura en torno del orador o del bardo a fin de no perder ni una sílaba
de sus palabras.
Suele uno creer que ya todo está dicho y agotado respecto del difunto
y que no queda sino apresurar el paso para cumplir cuanto antes con el
deber de la postrera y eterna despedida; pero, he aquí que de repente un
nuevo orador, vestido de rigoroso luto y agitando un papel en la mano,
hace una seña a los deudos y allegados que cargan el cajón mortuorio:
René-Moreno: Fúnebres [1873] 79

se detiene entonces el acompañamiento, asiéntase en tierra el fúnebre


depósito y no sin frecuencia el orador comienza más o menos así: “Una
lágrima más, señores”.
Cuando el difunto es un alto dignatario de la Iglesia o del Estado,
las pompas funerales revisten un esplendor extraordinario en toda la
República, celebrándose misas con oración fúnebre y discursos en todas
las iglesias catedrales, con asistencia de todas las corporaciones civiles y
militares, gran parada del ejército, etc., etc.
No ha muchos meses la muerte en Cochabamba de un personaje
político que desempeñaba a la sazón la presidencia de la Municipalidad
de ese distrito, don Miguel María de Aguirre, fue motivo para que el jefe
de esta corporación ordenase por bando que el día de la inhumación se
enlutase la ciudad entera, puertas, ventanas y balcones, que se cerrasen
las tiendas y almacenes por tres días, y que todo el mundo llevase en su
traje luto rigoroso por no sé cuántos días más.
El número de discursos y elegías en estos casos extraordinarios es tam-
bién extraordinario, sube al colmo y pasa de lo increíble. Por el espacio de
algunos meses los periódicos no cesan de insertar en sus columnas rasgos
biográficos, elogios y poesías referentes al ilustre difunto, cuyos méritos,
talentos y servicios se exaltan fuera de los límites de la oda heroica para
tocar en los furores del ditirambo. Hay número de periódico que desde
el nombre hasta la última línea que designa la imprenta se contrae por
completo a elogiar y lamentar en prosa y verso a un difunto.2
Durante el régimen colonial, las postrimerías de todo honrado y
respetable vecino en el Alto Perú eran tres: morir sacramentado, entierro
cantado con misa de cuerpo presente, honras y misa de cabo de año con
chocolate en la casa en compañía del celebrante y sus acólitos. Después
que venga, si le place, la noche inexorable del eterno olvido. Nada de
arengas ni de trovas. Nada para la alabanza humana ni para la perpetua
recordación. Los sencillos criollos devolvían humildemente su alma a
Dios, entregaban resignados su cuerpo a la común materia, y, como el
insigne cantor de la modesta medianía, no aspiraban sino a que el duro
trance no fuera allá lejos sino aquí entre los suyos:
A donde por lo menos cuando oprima
nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno:
“Blanda le sea”, al derramarla encima.

2 Sol de Setiembre, de Sucre, núm. 7, correspondiente al 10 de noviembre de 1861.


Estandarte, de Cochabamba, núm. 5, correspondiente al 9 de marzo de 1871.
80 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

Los flamantes republicanos de las dos primeras décadas de la patria


independiente no se apartaron en lo privado de esta sencillez filosófica de
costumbres; pero muy de tarde en tarde, en los funerales públicos de los
patricios y adalides de la guerra magna, y en las honras celebradas por las
víctimas de batallas internacionales, introdujeron el cañón, la fusilería, las
cajas destempladas y cornetas a la sordina, los motes e inscripciones en
el catafalco, la oración fúnebre y el epitafio. La imprenta, esta vocinglera
seductora, ya introducida en el país, fue usada entonces por primera vez
para la necrología oficial y para uno que otro octavazo o sonetazo suelto,
no precisamente contra el oído de los asistentes a la función, sino días
después contra los lectores y años más tarde contra los actuales y futuros
compiladores. En rigor de verdad, la profana literatura, que a la sazón
estaba allá en su período embrionario y que no dio señales de vida sino
más tarde, no intervenía como solemnidad principal en la ocasión de los
fúnebres honores.
Mientras tanto, en los ocho colegios abiertos por la patria, los hijos
de los guerreros y fundadores estudiaban y practicaban la retórica, la
poética y las contiendas de la tribuna antigua y moderna; leían y releían
a Moratín, Meléndez, Cadalso y Quintana; a Espronceda, Bermúdez de
Castro y Zorrilla; a Byron, La Martine y Victor Hugo.
Esta nueva generación, republicana de sangre por padre y madre,
demócrata y liberal desde la cuna, se ciñó con arrogancia la toga viril en
1848 y, nueve años más tarde, la vemos esgrimiendo sangrienta y deno-
dadamente la espada en los campos y en las barricadas.
Los estadistas habían dispuesto que se la enseñara ampliamente a
pensar, a sentir y a querer, pero nada ingeniaron para que esa genera-
ción y las siguientes diesen ocupación a sus brazos, pudiesen trabajar
y subsistir. Estos ricos desheredados se lanzaron desde entonces en la
política para derramar en estériles luchas su sangre y la savia rebosante
de su corazón y de su espíritu. La política les impuso silencio por medio
del despotismo, el cual a su vez les concedió los cementerios para que
allí pudiesen ir a disertar y fantasear a su antojo; más no tan a su antojo
que no hayan pasado ya de cuatro los bardos que han sufrido destierro o
prisión por el delito in fraganti de canto elegiaco. Pues conviene saber que,
a la manera como el mahometano cayó sobre los ideólogos del Bajo Impe-
rio mientras disputaban sobre teología, el bárbaro militarismo descargó
en Bolivia montañas de bronce y plomo sobre esta juventud opinante,
liberal y generosa, hasta que la aplastó, la aprensó, la estrujó, la secó, la
carbonizó y la aventó.
René-Moreno: Fúnebres [1873] 81

¡Ella a su vez tiene también su mausoleo, su pompa y su guirnalda en


el corazón de la patria, en la soledad de los hogares, en la flor que crece
entre osamentas en los campos y encrucijadas!
De sus cenizas ¿saldrán los vengadores?
La experiencia ha sido larga y cruel; mas no por eso las condiciones
políticas y sociales han cambiado para los que vienen. Hoy por hoy, los
bizantinos son pocos ya, pero muy obstinados y temerarios. Dios sabe
si todos ellos están animados de la fe ingenua que ante el tribunal de la
historia abonará el proceder de los otros.
Por lo que toca a la literatura sepulcral, recientes ejemplos demues-
tran que todavía está fructificando a maravilla, como en sus mejores
tiempos.
Los más antiguos opúsculos rigurosamente del género con que uno
tropieza son dos para honrar la memoria de un alto dignatario de la Igle-
sia, que aparecieron uno en La Paz y otro en Sucre el año de 1845.3
El primero, que reúne las necrologías de los periódicos, dos discursos
y una oración fúnebre, contiene en su prólogo el siguiente párrafo de los
editores, lleno de franqueza al parecer, y el cual excusa de todo comen-
tario sobre los sentimientos y espíritu que en un principio guiaron a los
que emprendían una clase de publicación que hoy día reviste un carácter
casi exclusivamente escolar o político.
Deseando la consternada familia del Iltmo. obispo difunto, el doctor don
José Manuel Indaburu, manifestarle, aun al borde de la tumba, el amor,
respeto y gratitud con que siempre ha considerado a su deudo venerable:
queriendo su aflijida sobrina, la señora doña Juana Diez de Medina Indaburu
de Iriondo, proporcionarse un débil consuelo, con la idea de que las virtudes
y servicios de su amado tío, se trasmitan, como ejemplos de honor patriótico
y relijioso, a los hijos que ya ella tiene, nos ha ordenado reunir e insertar en
un solo folleto, algunos de los documentos que han concurrido a recordar y
solemnizar la pompa fúnebre del señor Indaburu.
Aplaudiendo, como es debido, estas nobles y jenerosas emociones de la virtud
doméstica, solo diremos que quien sabe sentir, sabe también y quiere vivir con
la dulce y tierna memoria de las personas que le fueron amadas y respetadas,
y que únicamente la religión cristiana ha podido hacer de la melancolía un
sentimiento virtuoso y una pasión consoladora.

3 Memoria fúnebre por la muerte del Ilmto. Sr. Dr. José Manuel Indaburo, dignísimo obispo de
la Paz de Ayacucho, acaecida día 16 de diciembre, año de 1844, 4.º de 42 pp. Imprenta
del Colejio de Artes. Oración fúnebre que pronunció el R. P. Lector Fr. Antonio Saez,
relijioso de Propaganda Fidæ, en celebridad de las exequias del Iltmo. señor Dr. don José
Manuel de Indaburu, el 14 de diciembre, en esta santa iglesia catedral metropolitana, 4.º
de 12 páginas. Imprenta de Castillo.
82 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

Los opúsculos últimamente venidos son del año pasado, tres publi-
cados en Cochabamba y uno en Oruro,4 con ocasión de la muerte de don
Lucas Mendoza de la Tapia, personaje político que figuró en primera fila
y llegó a ser corifeo doctrinario.
Este patriota boliviano merecía sin disputa los favores de la pompa y
la oratoria fúnebres. Un discurso sentido a la vez que razonable hubiera
cerrado digna y ejemplarmente su fosa.
Hombre instruido y apasionado, que entre la turba de descreídos amó
los principios y no prevaricó; político que padeció persecuciones por la
buena causa (lo que allá no es raro), cometió graves yerros (cual sucede a
menudo) y de cuya obra de estadista nada queda (como pasa más a menu-
do todavía); apóstol que, al propagar con buen éxito entre la juventud la
doctrina federalista, deja la duda de si ha hecho con su escuela un mal du-
radero a su país; jefe de partido y candidato: los amigos y parciales tenían
sin duda mucho que deplorar en voz alta y la opinión nacional algo que
advertir con respeto en la sepultura del señor Mendoza de la Tapia.
Pero Cochabamba, pueblo exaltado, valeroso y noble, y que siempre
se mostró singular en el amor y el odio, ha ensalzado a su hijo idolatrado
como a un semidiós, convirtiendo sus funerales en apoteosis.
¿Para qué insultar esos manes, mostrando a la malignidad indiferente
lo que deliró Cochabamba en vida y muerte por aquel hombre distingui-
do? Baste saber que sin contar los rasgos biográficos y las necrologías
escritas, y prescindiendo de lo que se peroró en otros lugares o ciudades
con motivo de sus exequias, pasan de cuarenta las arengas de su entierro.
Habiendo salido a las tres de la tarde de la casa mortuoria el cortejo, no
llegó al panteón sino muy entrada la noche por causa de los discursos.
Fue menester dejar todavía insepulto el cadáver. Al día siguiente hubo
discursos hasta las doce del día. La parte versificante fue corta. Discursos
hubo entrecortados por sollozos e interrumpidos por el llanto. Para esos,
todo respeto y consideración.

4 Guirnalda fúnebre dedicada a la memoria del esclarecido ciudadano Dr. Lucas Mendoza de
la Tapia. 4.º de 88 pp., Cochabamba, 1872, Imprenta del Siglo. Discurso fúnebre
pronunciado por el editor y redactor de “La Candidatura Civil” sobre la tumba de su
ilustre candidato Dr. Lucas Mendoza de la Tapia. 4.º de 21 pp., Cochabamba, 1872,
Imprenta de Gutiérrez. Oración fúnebre del Dr. Lucas M. de la Tapia, pronunciada por
el canónigo magistral Dr. Jacinto Araya en las solemnes exequias celebradas por el eterno
descanso de su alma, el día 29 de mayo de 1872, en la iglesia catedral de Cochabamba. 4.º
de 14 pp. Cochabamba, 1872, Imprenta del Siglo. Corona fúnebre a la memoria del
virtuoso ciudadano Dr. Lucas Mendoza de la Tapia. 4.º de 26 pp., Oruro, 1872, Impren-
ta Boliviana.
René-Moreno: Fúnebres [1873] 83

Si los opúsculos relativos al señor Indaburu son a mi juicio los más


antiguos, la Guirnalda fúnebre de Rigoberto Torrico,5 que apareció en Co-
chabamba diez años más tarde, es la primera colección que con estricta
propiedad pudiera reputarse obra de la nueva generación. Nombre, for-
ma tipográfica, parte versificante, índole literaria, todo en ella es nuevo
y señala el origen de la actual guirnalda o corona fúnebre de la prensa
boliviana. Es como la semilla de una planta indígena que actualmente se
cultiva con esmero, que se propaga y que ya tapiza todos los cementerios
de Bolivia. En verdad, la literatura sepulcral existía de antemano, pero, o
era estrictamente oral y fugitiva, o si lograba la estampa, era debido al
generoso hospedaje de las gacetas políticas. Ella se sintió mal avenida
en esta condición humilde y precaria; no quiso andar vagando por ahí
como pordiosera; aspiró a la honra y al bienestar siempre gravoso de la
independencia tipográfica. Por este medio se encaró también a la crítica.
Consiguió su intento y desde entonces la literatura sepulcral se multiplica
y vive como señora de su casa en su opúsculo propio y exclusivo.
Pero a poco de haberse establecido de su cuenta y riesgo como per-
sona acomodada y libre, la guirnalda fúnebre hubo de pasar sinsabores
y contradicciones. Su emancipación había sido muy ruidosa para que
inmediatamente dejase de tener una escuela de imitadores impacientes
que con sus abusos la amenguasen.
Joven de aventajadísimas dotes intelectuales, Rigoberto Torrico cayó
víctima de su pasión infatigable por los estudios sólidos y concienzudos.
Al ver troncharse bajo el peso de sus anticipados tesoros esta cabeza ra-
diante, la consternación de la ardorosa Cochabamba tomó las creces de
un duelo público. ¿Quién ese día no se juntó al cortejo que a paso lento
iba a sepultar de una palada tanta juventud, tanta inteligencia y tanta
esperanza reunidas? Viejos y jóvenes llevaron allí su ofrenda literaria.
Ninguno de esos lamentos sería capaz hoy ni de rozar en su epidermis la
indiferencia de los extraños: ¡Cuánto menos traspasar, como una flecha
candente, las costras de hielo y granito para llevar hasta lo recóndito donde
alienta el corazón la chispa del sentimiento! Esas veintidós alocuciones
dicen la pena; ninguna acierta a vibrarla con el acento del alma. Pero
es seguro que los oradores (¿por qué dudarlo?) fueron muy elocuentes
en la ocasión. Uno sobre todos los demás, que alejado de allí por una
montaña de violentos agravios mutuos, se acercó lloroso el postrero y
dijo: “Hablaron sus amigos; tócame ahora a mí sepultar todo un pasado

5 En 4.º de 40 páginas, 1855, Imprenta de la Unión.


84 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

de desavenencias enojosas en esta tumba que tantas lágrimas de amistad


han hecho doblemente sagrada y veneranda”.
Todas estas escenas eran en aquel entonces patéticas, porque también
todo era a la vez sencillo y natural.
Como en la esfera meramente privada la vida social carece en Bolivia
de intensidad y actividad, todo lo que allí salta airoso discordando de la
común monotonía lleva visos de cosa original y es por lo mismo muy
ocasionado a la imitación, al plagio o al remedo. Después de la Guirnalda
fúnebre de Rigoberto Torrico, la trova y la perorata gemebundas se desataron
en la República, señaladamente en Cochabamba, sobre los cementerios,
como una catarata que inundó en lágrimas calles y plazas. Con tal motivo,
apareció en una gaceta de Sucre una redondilla epigramática concebida
en estos términos:
—Temo ¡ay! amigo Morales,
morirme aquí en Cochabamba.
—Pero ¿qué temes?
—¡Caramba!, los discursos funerales.

El maligno epigrama fue a lastimar en lo vivo al provincialismo


puntilloso que, como era de esperar, se desquitó con imitaciones, plagios
o remedos del epigrama.
Semejante escándalo fue un verdadero contratiempo para la fortuna
de la guirnalda, la cual se escondió y enmudeció por algunos meses. La
primera arenga fúnebre que apareció después impresa comenzaba así:
“Aun a riesgo de provocar epigramas…, etc.”. Después y poco a poco la
guirnalda fue cobrando auge y nombradía.
Mano paciente y benévola se ha menester, por de pronto, para reunir
los artefactos dispersos de toda esta vana y extensa labor. Lo que desde
luego uno busca con interés en las producciones de esta sociedad boliviana
convulsa y desasosegada son las formas francas y genuinas que brotan
de su actividad espontánea, la verdad y la fuerza de su pensamiento soli-
citado y aguijoneado por el afán de la vida. La verdad sobre todo. Ahora
bien, no es natural en el corazón humano convertir la muerte en tesis
oratoria y poética. Este perdurable y estrepitoso De profundis, mañana y
tarde cantado a toda orquesta desde lo alto de las imprentas bolivianas,
suele ser un artificio, tan aparatoso como estéril, de sentimientos indivi-
duales que pretenden erigirse en sentimientos públicos. Es también una
depravación del gusto y del espíritu literario. Pero el hecho, como fenó-
meno social, no viene a ser advertido por el investigador sino a la larga,
René-Moreno: Fúnebres [1873] 85

cuando la sucesión uniforme e inalterable de los boletines contraídos a


describir defunciones y quejarse contra la ley de la muerte deja ver que
aquí existe todo el sistema de una costumbre cuyas causas es curioso
averiguar. Mientras tanto, uno se abalanza al campo tumultuoso de los
derechos civiles, a las contiendas de la tribuna, a las tempestades de la
prensa, buscando la polémica forense, política y administrativa, que es
donde se verifica esa combustión intensa y perenne que constituye la vida
del pueblo boliviano, tan ruda, varonil y calamitosa.
Por eso cuando en el maremagnum de folletos bolivianos se me apare-
ció por primera vez la guirnalda fúnebre, hube de mirarla con indiferencia
y casi con desdén. Al hacer la distribución por grupos de piezas análogas,
la guirnalda fue arrojada lejos a un montón de folletos solitarios, extrava-
gantes o inclasificables, destinado a formar más tarde uno o dos volúmenes
de miscelánea curiosa. Pero la tal guirnalda se fue presentando muy a
menudo, llamando de esta suerte la atención, y llamándola seriamente
con su portada peculiar, sus viñetas lúgubres, sus emblemas sepulcrales
y sus jeroglíficos aterradores. Entonces fue menester considerarla aparte,
ordenar y numerar cronológicamente sus opúsculos en 4.º, separarlos en
dos gruesos manojos para su encuadernación en pasta, hacerles el res-
pectivo índice, tratarlos en suma con el cuidado y miramiento debidos a
un linaje de publicación habitual en todo un pueblo. Cuando mis tareas
de coleccionista me llamaron por primera vez a otra parte, ya no me
fue posible dejar las guirnaldas sin pena y sin verdadero afecto. Tocoles
quedar algún tiempo junto a un rollo macizo de constituciones políticas,
que también significan en Bolivia fragilidad, muerte y disolución.
Pero aquí los tengo ya delante de mi mesa de trabajo (la lámpara en
medio de ellos) a mis dos queridos y acariciados volúmenes, de pie como
dos sauces llorones sombreando una existencia que alentando se consu-
me. Helos ahí, después de una corta ausencia en casa del empastador, a
los dos camaradas predilectos que, no sin frecuencia, he visitado en mis
excursiones solitarias por las catacumbas de la bibliografía boliviana.
Con su flamante portada hechiza, sus lustrosos recortes, su lomo dorado
y matizado con los colores nacionales, he aquí que ahora se presentan de
parada a formar con sus hermanos en las filas de la patria, y he aquí que
en el fondo vuelven cual se fueron, frívolos con gravedad, entre otros hijos
del terruño que por su lado son siempre tan sesudos como chocarreros;
los dos inocentemente falaces y cortesanos, al lado de muchos escritos
que allá o son hipócritas por cálculo o son los sinceros de la casa, pero los
sinceros hasta la temeridad y la indecencia. Plaza de honor a los recién
venidos, que ahí están ellos acorazados contra el tiempo y acicalados como
86 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

para hacer frente a mis interminables interrogatorios y a mis escrutinios


indiscretos; plaza de honor, que ahí están con su inagotable fraseología
retórica y sus hipérboles altisonantes, salmodiando sus lloriqueos en verso
y sus parcas, guadañas y sus ¡cómo ha de ser! en prosa; pero siempre y a
pesar todo, insinuantes y apacibles en el modo, simpáticos y nobles por
el espíritu, y siempre mis dos queridos y acariciados volúmenes, los dos
amigos predilectos y nunca olvidados de mi estudio, entre tantos otros de la
boliviana estirpe indiferentes al sentido y ominosos por demás al alma.
Como el botanista que examina atentamente las hojas de un herbario,
torno yo de nuevo a recorrer en estas páginas la flora peregrina de los
sepulcros, observando una a una las piezas allí disecadas por la estampa
tipográfica, para discernir las tintas primeras de su color marchito, para
husmear el aroma nativo de su corola sin brillo, para conocer la savia que
por los timbres de la voz humana circuló un día, fresca y ondulante, a la
luz del sol y en la atmósfera de la vida.
¿Para qué negarlo? No todo allí se acuerda ciertamente con el respeto
y majestad de la tumba. El dolor suele vestir su luto con atavíos prestados
y chillones, prorrumpiendo a veces en deprecaciones melodramáticas. En
esta literatura de jeremiadas anida más de una vez lo grotesco; ciertas
contorsiones de la gramática asustan; algunos harapos de la ortografía
apestan; una sonrisa involuntariamente burlona se asoma de cuando en
cuando a los labios del lector.
Pero si el decoro y la naturalidad brillan por su ausencia en ciertos
desplegamientos enfáticos de la poesía y oratoria fúnebres, la indulgencia
nunca deja de estar presente y oficiosa en el corazón para disculparlos
y tolerarlos; y en verdad, nunca como en estos casos la indulgencia fue
más equitativa, ni más oportuna, ni más inocente.
¡Qué! ¿Buscáis acaso aquí mausoleos marmóreos o bronces fundidos
en los crisoles selectos? ¿Habéis comprado por ventura boleto de privile-
gio para penetrar en el museo o en el panteón de las artes? Una esquela
impresa, con viñetas de luto al margen y con jeroglíficos de calavera y
canillas en la portada, que uno de a caballo anduvo al galope repartiendo
de casa en casa, os ha invitado simplemente a un acto serio de la vida
ordinaria, os da asiento en unas exequias, os señala puesto en el entierro
del amigo o del vecino; entierro al que a su vez amigos y vecinos darán
solemnidad con su sola presencia, ni más ni menos, sin que estos por ser
meros auditores, ni aquellos por figurar como bardos u oradores, salgan
en la ceremonia de su común condición de acompañantes de entierro.
El luto del santuario, los cánticos penitenciales, el tañido lúgubre
de las campanas, la gravedad solemne de todos los oficios, no pretenden
René-Moreno: Fúnebres [1873] 87

ciertamente (que sería en vano), con sus tristes impresiones, vivir y durar
más allá del momento actual. En cuanto a la pompa fúnebre, ella será
siempre pompa; y por eso el catafalco que se levanta airoso del pavimento
a la cúpula, bajo sus negros crespones y galoneados cendales, oculta una
armazón de adobes y tablas. Si el buen gusto y la sencillez no reinan en
todas estas efímeras suntuosidades de la muerte, el caso no tiene impor-
tancia ni significación especial. Es asunto de usos y costumbres, de mayor
o menor cultura, de tosquedad o refinamiento en las artes ornamentales.
Que se vaya a otra parte la palmeta de la crítica, allá donde la petulancia
luce sola y arrogante, a esas palestras teatrales donde la vanidad literaria
se exhibe monda y sin móvil noble que la disculpe.
Porque, además, ¿quién negará que, a la vuelta de esta trivialidad
hinchada y de esta grandilocuencia profanadora, hay en las piezas que
nos ocupan un no sé qué grave, elevado y religioso, que si no brota de la
fuente misma, se avecina a la fuente? Este apóstrofe a la muerte, de viva
voz, frente a frente, empuñando con palidez la débil antorcha de la vida,
reviste por sí mismo una solemnidad y una grandeza que deficiencias de
otro orden no son parte en menoscabar. Esta melancolía generosa, que si
se disfraza y atavía es para presentarse, a su modo, más digna del momen-
to supremo y del adiós al que parte a regiones “de donde ningún viajero
vuelve;” esta invocación a los recuerdos que quedan y a las esperanzas
que nacen en presencia de la materia allí inerte, pero que ayer pensaba
y sentía cual nosotros, no es ciertamente tan menesterosa del arte y sus
prestigios secretos, que no logre hacerse sentir por sí sola en cualquier
espíritu serio, y aun a pesar del que la desdora a fuerza de dorarla. Infiel
o sincero, con solo ser su intérprete en el momento oportuno, ya puede
uno contar de seguro con que sabrá ser elocuente por el hecho, y que su
voz a lo menos tendrá vagamente un sentido profundo y conmovedor,
como la campana de la agonía que toca al alma por la intención del que
la tañe.

También podría gustarte